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1 Rosso Fiorentino Genio del manierismo Toscano Rosso Fiorentino, Descendimiento de la cruz, 1521, oleo sobre madera, 375 × 196 cm, Pinacoteca Comunale de Volterra. La primera temporada del Manierismo se abre en Florencia, ciudad en la que a principios del Siglo XVI se cruzaron los tres grandes del Renacimiento por excelencia: Leonardo, Miguel Ángel y Rafael. Permaneciendo en la vía de las tradiciones, Fraile Bartolomé y Andrea del Sarto crean retablos de gran monumentalidad pero en los cuales los colores son más vivaces y las formas se mueven con una ligera torsión. Sin embargo sólo con Rosso Fiorentino y Jacopo Pontormo comenzará la verdadera rebelión contra los criterios clásicos, que se traduce en imágenes extravagantes y experimentales, donde es fundamental el modelo de la pintura nórdica de Durero y Altdorfer.

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Rosso Fiorentino

Genio del manierismo Toscano

Rosso Fiorentino, Descendimiento de la cruz, 1521, oleo sobre madera, 375 × 196 cm, Pinacoteca Comunale de

Volterra.

La primera temporada del Manierismo se abre en Florencia, ciudad en la que a

principios del Siglo XVI se cruzaron los tres grandes del Renacimiento por excelencia:

Leonardo, Miguel Ángel y Rafael. Permaneciendo en la vía de las tradiciones, Fraile

Bartolomé y Andrea del Sarto crean retablos de gran monumentalidad pero en los cuales

los colores son más vivaces y las formas se mueven con una ligera torsión. Sin embargo

sólo con Rosso Fiorentino y Jacopo Pontormo comenzará la verdadera rebelión contra

los criterios clásicos, que se traduce en imágenes extravagantes y experimentales, donde

es fundamental el modelo de la pintura nórdica de Durero y Altdorfer.

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La nota más dramáticamente dominante de este Maestro y de todo el manierismo fue el

ahondamiento psicológico del artista en la introspección, además de lograr hacer

elástico subjetivamente el canon clásico y establecer un debate crítico profundo sobre

todas y cada una de sus funciones operativas, incluida la geométrica de la perspectiva.

Conducta excéntrica y modales nobles, caracterizó a los artistas florentinos de

comienzos del s. XVI y a otros manieristas de la geografía italiana.

Aunque el arquetipo de la personalidad del artista se fraguo en el antiguo mundo

clásico, es indudable que su estilización extrema y su tendencia a la introspección

narcisista cuajaron, sobre todo, durante el manierismo, siendo uno de los portavoces

Vasari, relator que enfatizaba las manías y excentricidades de sus colegas.

El manierismo ha desempeñado un papel fundamental en el desenvolvimiento del arte

moderno en tanto puente imprescindible para el paso del Renacimiento al barroco, y no

fue necesario para ello disolver completamente el canon clásico.

Junto a la introspección del artista, tanto desde una dimensión psicológica como teórica,

hubo otras formas de ampliar el curso crítico de este, salvando rígidos escollos. El

concepto de belleza alcanzó altas cimas, introduciendo nuevos matices que lo

enriquecían; así el caudal de lo bello fue aumentando con precisiones, sutilidades, como

la venustez, lo gracioso, caprichoso, genial, etc. Procedente de Miguel Ángel sería el

non finito, aprovechado por los teóricos del manierismo final o el alargado de las

proporciones de la figura a criterio del artista, que ha llegado hasta hoy.

Es difícil compendiar la irradiación de tan complejas y exóticas maneras en que

proliferaron durante, sobre todo la primera mitad del siglo XVI en Italia, pero

destacaron dos focos locales: el florentino Pontormo, Bronzino y Rosso Florentino. Por

otro, el veneciano, con Tiziano, Veronés y Tintoretto y el Greco. Parma con Corregio y

Parmigianino.

Si bien, estos artistas mencionados acreditaron una intensa movilidad por muy

diferentes lugares, rasgo que se fue acrecentando con el paso del tiempo por la

extensión de los centros artísticos en el marco europeo. Ejemplo claro de esto, fue

Arcimboldo, milanés que luego se trasladó a Praga. O los viajes a Italia por los pintores

del Norte de Europa, como el de Pieter Bruegel el Viejo, genial pintor y cabeza de una

dinastía que entre 1551 y 1553 recorrió Italia desde la Lombardía hasta Sicilia.

El uso de los espejos y en particular los convexos, tenía una arraigada tradición en la

pintura desde los albores del Renacimiento, pero el uso extremo que hicieron los

manieristas, desempeñando un papel estratégico en el desenvolvimiento del arte

moderno, en tanto que puente imprescindible para el paso del Renacimiento al barroco,

aún sin necesidad de pulverizar por completo el canon clásico, evidencia claramente

este papel estratégico. El concepto de belleza rozó cimas insospechadas, introduciendo

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nuevos matices que lo enriquecían. Así, el caudal de lo bello fue aumentando de forma

sutil pero constante, con precisiones como lo gracioso, lo caprichoso, lo genial, etc.

El moderno subjetivismo artístico y, por tanto, el culto a la personalidad de los artistas,

fueron propiciados por el manierismo, que a su vez hizo germinar una tendencia cultural

que comenzó a fraguarse en la baja Edad Media cuando se rindió culto a la galantería

del amor cortés, que espoleó el ingenio, las buenas maneras, la sofisticación, el gusto de

agradar y los protocolos formales. Ese manual de buenas costumbres que Baltasar

Castiglione(1478-1529) tituló El cortesano, fue una pieza capital para comprender este

aspecto modernizador que impulsó el manierismo, el movimiento artístico que a su vez

asoció el arte a la genialidad.

Rosso Fiorentino, Galería de Francisco I, Palacio de Fontainebleau, Francia

La experiencia manierista se caracterizará por un desarrollo discontinuo en Italia: la

presencia de un gran artista no siempre será condición suficiente para la formación de

una escuela local autónoma, como sucede para Perin dal Vaga en Génova. A veces, en

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cambio, es una fuerte tradición preexistente a demorar la asimilación de las novedades,

como en el caso de Venecia, donde sólo Tintoretto podrá superar el dominio tizianesco,

fundiendo tonalismo véneto y maniera toscano-romana. Emilia –Romania presenciará

el nacimiento de una floreciente tradición, cuyos modos se exportarán luego en Francia,

mientras que en Las Marcas el genio aislado Federico Barrocci domina hasta la segunda

década del siglo XVII.

Mientras que en Roma, desde el regreso de Miguel Ángel hasta finales de siglo y a lo

largo de tres generaciones de artistas, la pintura sigue diferentes caminos cuyo conjunto

constituye la articulación de base de la “maniera”, la pintura florentina, durante los

cincuenta años que separan la elección de Cosme I de Médicis de la muerte de su hijo

Francesco, ofrece un panorama en parte similar y en parte muy diferente. Los

protagonistas del nuevo manierismo romano entre los años 1530 y 1540 eran pintores

toscanos y entre ellos esencialmente Giorgio Vasari y Francesco Salviati, los cuales

habían contribuido eficazmente a unir los destinos de las dos ciudades, de un modo

especialmente intenso entre los años 1540 y 1560. Las consecuencias fueron sin

embargo más específicas, más duraderas y, en un sentido más estricto, en Florencia más

que en Roma, donde la continua circulación de artistas procedentes de otros centros y

las sugerencias más complejas de un medio diferente complicaron la evolución de la

“maniera”. La grandiosa revelación del universo impenetrable y desconcertante de las

dos grandes realizaciones pictóricas de Miguel Ángel, el Juicio Final y la capilla

Paulina, que obsesionaba a los artistas que trabajaban en Roma; el reflejo de este drama

tan personal y la decadencia de los ideales de la Antigüedad, junto con la crisis religiosa

que repercutía peligrosamente en los fundamentos mismos de la vieja Roma del

Renacimiento, en tiempos de Julio II y de León X, en Florencia solo afectó de una

forma débil e indirecta.

A finales del siglo XVI, la experiencia llevada a cabo en el Studiolo constituirá el

epílogo de la creación artística en Florencia. Federico Zuccari es el último representante

de un Manierismo tardío y exangüe. Un estilo nuevo llega de Roma con las primeras

obras de Ludovico y Annibale Carracci. Las creaciones de los Carracci se inscriben en

un contexto más amplio, y las iniciativas emprendidas en Florencia para salir del

impasse del Manierismo que finalizaba, habían influido en Ludovico. Los temas que

proporcionarán la materia de las teorías del arte en el siglo XVII, ya eran difundidos en

el norte y el centro de Italia. Así, superando un Manierismo agotado, se empieza a

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establecer una continuidad entre las ideas de finales del siglo XVI y las de la edad

barroca que nacía en Roma en torno a 1585. Del mismo modo, una evolución en las

relaciones entre Venecia y Roma al finalizar el siglo, sanciona a la Toscana aislándola.

En Florencia, ahora son personajes de segundo plano quienes ocupan el terreno. Y si

una vena secreta de sutil intelectualismo continúa recorriendo la pintura florentina

reformada, uniéndola a las fuentes lejanas de su imaginación y de su brillante

abstracción, con las fantasías decorativas de Pocetti o las extravagancias gráficas de

Boscoli, no es menos cierto que la maniera, casi un siglo después de su nacimiento,

había agotado los recursos estimulantes del intelecto, y las nuevas exigencias de la

realidad se disponen a romper el círculo de una cultura convertida en estéril, por haber

estado encerrada demasiado tiempo en el laberinto encantado de las reglas que ella

misma se había impuesto. A finales del siglo XVI, la experiencia llevada a cabo en el

Studiolo constituirá el epílogo de la creación artística en Florencia. Federico Zuccari es

el último representante de un Manierismo tardío y exangüe. Un estilo nuevo llega de

Roma con las primeras obras de Ludovico y Annibale Carracci. Las creaciones de los

Carracci se inscriben en un contexto más amplio, y las iniciativas emprendidas en

Florencia para salir del impasse del Manierismo que finalizaba, habían influido en

Ludovico. Los temas que proporcionarán la materia de las teorías del arte en el siglo

XVII, ya eran difundidos en el norte y el centro de Italia. Así, superando un Manierismo

agotado, se empieza a establecer una continuidad entre las ideas de finales del siglo XVI

y las de la edad barroca que nacía en Roma en torno a 1585. Del mismo modo, una

evolución en las relaciones entre Venecia y Roma al finalizar el siglo, sanciona a la

Toscana aislándola.

En Florencia, ahora son personajes de segundo plano quienes ocupan el terreno. Y si

una vena secreta de sutil intelectualismo continúa recorriendo la pintura florentina

reformada, uniéndola a las fuentes lejanas de su imaginación y de su brillante

abstracción, con las fantasías decorativas de Pocetti o las extravagancias gráficas de

Boscoli, no es menos cierto que la maniera, casi un siglo después de su nacimiento,

había agotado los recursos estimulantes del intelecto, y las nuevas exigencias de la

realidad se disponen a romper el círculo de una cultura convertida en estéril, por haber

estado encerrada demasiado tiempo en el laberinto encantado de las reglas que ella

misma se había impuesto.

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El luego llamado manierismo extremo, extremó hasta el límite más radical la

subjetivación del canon. Comportamientos que aluden más que a la necesidad de

romper el canon, es de hacerlo más elástico. Son, por ejemplo, los casos del “juicio del

ojo”, que autoriza a aumentar o disminuir la medida clásica establecida de las

proporciones de la figura, ahora al antojo de la percepción individual; el non finito, lo

inacabado, que sobredimensiona lo conceptual sobre lo físico en la factura de una obra;

el capricho, la gracia, el gusto, el estilo, la caligrafía artística particular de un individuo

o una escuela; el concepto, la idea o el diseño, que enfatizaban ya no sólo lo mental en

la creación, sino el resguardo íntimo de cada artista. Un ejemplo de esto que venimos

diciendo es el cuadro de Rosso: el Descendimiento de la Cruz, obra de 1521. (Volterra,

Museo Cívico). Las acrobacias improbables sobre la escaleras de estos personajes demacrados

con aspecto diabólico, reunidos en torno al cuerpo lívido e indefenso, el movimiento apasionado

de una Santa mujer de rojo y transida de dolor, aferrada a las rodillas de la Virgen, mientras que

un san Juan desesperado se mantiene discretamente apartado con la cabeza entre las manos.

La imagen es trágica. Pero lo es indirectamente, a causa del malestar que suscita el tratamiento

paradójico, caricatural a veces, de estas figuras tan conocidas. Desplazando el sentimiento,

obligando al espectador a un desdoblamiento de su percepción ante un tema tan abundantemente

representado, Rosso quiere molestar. De esta manera se sitúa, así, de golpe, como uno de los

primeros grandes manieristas toscanos; crea su propia manera, fuente de eventuales encargos;

revela también un rasgo fundamental que aparece en las más grandes pinturas religiosas

manieristas: la dificultad de vivir armoniosamente la fe cristiana durante aquellos agitados años.

Rosso Fiorentino Descendimiento de la Cruz, detalle, 1521, (Volterra, Museo Cívico)

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Descendimiento de la Cruz, detalle, 1521, Rosso Fiorentino (Volterra, Museo Cívico)

El inicio del decenio de 1540 constituye un período de contactos determinantes con el

manierismo; Salviati se encuentra en Venecia en 1539-1540, Vasari, especialmente, en

1541-1542, y los grabados de Parmigianino difunden en aquella ciudad su

intelectualismo exacerbado, mientras se pone en un mismo plano las grandes obras

romanas de la década de 1510 y la posterior producción de la “maniera”. La tradición

veneciana, con su gusto por el colorido y los efectos pictóricos más que por los

descriptivos, reacciona a esta difusión del nuevo disegno a través de una serie de artistas

como Schiavone que adopta el grafismo de Parmigianino y lo combina con un colorido

básicamente ornamental; después de haber trabajado en Fontainebleau en 1538 y en

Milán entre 1540 y 1543, Paris Bordone llega a Venecia y se convierte en especialista

de composiciones alegóricas en las que el retrato se combina con un tema alegórico o

mitológico. Aunque el papel histórico que juega Venecia en la segunda mitad del siglo

XVI no se debe a esta producción, sino a la presencia de tres genios a través de los

cuales se produce una crisis formal que rebasa los esquemas del estilo manierista. Son,

además de Tiziano, Tintoretto y Veronese. Ninguna otra ciudad en Italia no concentra al

mismo tiempo un número equivalente de artistas de esta envergadura: la escuela

veneciana está en su apogeo. Esa misma línea de agitación manierista la podemos

encontrar en la obra de Andrea Schiavone (1522-1563). El artista se especializa en

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pequeñas escenas historiadas desarrolladas en horizontal y destinadas la mayoría de las

veces a simples decoraciones. La técnica de Schiavone es fluida, con violentos

contrastes de luces y sombras en los que destacan gruesas pinceladas aplicadas de forma

rápida. Este estilo, muy cercano al de Tintoretto, pone de manifiesto cómo la nueva

generación continúa la tradición de Tiziano mientras va evolucionando hacia una

especie de registro pictórico propio, de ejecución rápida y que produzca un efecto visual

a distancia, ya que es mayor el interés por la intensidad del resultado que por la

minuciosa observación.

.

Rosso Fiorentino.Causa de la muerte - "malos vapores" posiblemente la plaga

Francesco Salviati, uno de los principales representantes del manierismo romano y

florentino, hizo una estancia de dos años en Venecia, donde trabajó principalmente en la

decoración de dos techos en el palacio que la familia Grimani poseía en Santa Maria

Formosa. Uno de ellos lo ejecutó en colaboración con Giovanni da Udine que había sido

ayudante de Rafael, y, antes de marcharse de Venecia en 1541, también pintó un

retablo Lamentación sobre Cristo muerto para otro patricio veneciano, Bernardo Moro.

Los contornos incisivos, las superficies pulidas de manera uniforme y la disposición

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compacta de las formas, como en un relieve, es típico del manierismo exacerbado de

Salviati. El estilo de los paneles que Vasari pintó uno o dos años más tarde para el techo

del palacio Corner-Spinelli es muy similar. En la tabla Alegoría de la Paciencia vemos

que, en lugar de tratar de adaptarse a la tradición local, Vasari quiso hacerles a sus

anfitriones venecianos una demostración, con aires de programa, del estilo en vigor en

Roma y Florencia, sin igual, bajo su punto de vista.

Técnicamente esta superioridad de los modernos manieristas ya extendida a Leonardo y

Rafael, consistió, sobre todo, en dos contribuciones formales esenciales: el

contrapposto, a la facultad de descorchar, descolocar, descoyuntar, las figuras haciendo

móvil lo inmóvil, y lo alargado de las sombras, que iniciaron la dramatización de la

acción, incluso con las figuras estáticas; en suma: el dinamismo de lo aquietado, la

signatura del tiempo, esencia de lo moderno.

Este cambio activó todos los resortes de una concepción del arte ya no solo como

práctica avezada, sino como mecanismo de una turbación reflexiva que aun hoy

continúa su asedio. Fue entonces cuando se desplegó intensamente la modernidad.

Este estilo comenzó a declinar paulatinamente durante la segunda mitad del siglo XVI,

sobre todo por la acción de la Contrarreforma, sustanciada en el Concilio de Trento, en

el que se abordó no sólo la legitimidad de las imágenes sagradas, sino también su

control moral. De hecho hubo una firme censura eclesiástica de las obras de arte, tanto

desde su aspecto simbólico, como así mismo del formal. Este didactismo censor pronto

se plasmó en una serie de tratados canónicos, conocidos como “Tratados de arte de la

Contrarreforma”, entre los que destacaron los de Carlos Borromeo, Andrea Gilio y

Gabriele Paleotti. Quienes profesaron con ardor moralizador el valor del arte. Se

postuló una ambientación y factura de los temas cristianos que fuera clara y sencilla, de

pulsación dramáticamente eficaz y aconsejando que se representara a sus protagonistas

de una forma verista, para que así, el pueblo llano pudiera identificarse con ellos.

El trasfondo histórico de esta prevención fue en el contexto de las guerras de religión, la

toma de conciencia de la iglesia romana de la importancia del campesinado y la naciente

y cada vez más pujante burguesía, la invención de la imprenta que amplió la capacidad

lectora y la difusión de la escritura y de la reproducción de imágenes gráficas.

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Rosso Fiorentino, Moises defendiendo a las hijas de Jethró, G. Uffizi

Giovanni Battista di Jacopo, llamado Rosso Fiorentino («Rojo Florentino») Nacido

en Florencia el 8 de marzo de 1494 y muerto en Fontainebleau en noviembre de 1540,

pasó a la historia como un genio pintor renacentista italiano, catalogado como

perteneciente a la escuela de Fontainebleau; pero su actual reconocimiento se apoya más

en el hecho de haber sido un destacado exponente del manierismo pictórico toscano.

Como Jacopo Pontormo, fue alumno de Andrea del Sarto, ambos rebeldes a las

constricciones que el canon clasicista imponía y que en su época estaba en crisis. De su

producción en su ciudad natal destacan La Asunción de 1517en la iglesia de

la Santísima Annunziata y Las hijas de Jetró (Florencia, Galleria Uffizi), obra

singularísima que evidencia un gran influjo de Miguel Ángel.

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Rosso Fiorentino, Los Desposorios de la virgen,

Posteriormente durante su estancia en Roma realizó los frescos de La creación de

Eva y El pecado original en 1524 para Santa María della Pace.

La formación estilística del Rosso es un problema todavía hoy abierto a discusión de

los estudiosos. Fue Vasari el que afirmó que el Rosso “Disegnó nella sua giovinezza al

cartone de Michelangelo” (Texto de Las Vidas vasariano, del Rosso). Y con ello lo ha

hecho y nombrado un directo discípulo del Buonarroti. Si bien otros estudiosos

sostienen que sólo en su madurez artística el Rosso afronta la expresión

miguelangelesca, aceptando solamente proporciones e iconografías, que agudiza con

línea potente, exagerada, exasperada y con una sensibilísima textura cromática.

El Rosso ha recibido en el primer tiempo de su formación inspiración de Andrea del

Sarto, pero no exclusivamente, porque también se aprecian influencias de otros artistas

florentinos y del Norte de Europa. Si bien se puede afirmar que no fue discípulo ni de

Miguel Ángel ni del Sarto, ya que su obra es muy singular y diversa de estos dos

maestros.

Después del segundo retorno a Florencia, el Rosso “Cresciuto en pregio e fama” se

abandona a la fórmula del academicismo corriente que significó una vuelta o giro del

maestro después de la afirmación manierista en Volterra. Huye ahora del ritmo

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rapidísimo de aquellas obras. Uno de los puntos más notables del Fioretino es la

necesidad de variar continuamente la entonación de sus creaciones, necesitando afirmar

una especie de tormento estilístico y una riqueza de invención. Una lejana inspiración

miguelangelesca, sí que se aprecia, pero filtrada a través del Pontormo.

Tras el violentísimo saqueo de Roma en 1527 por parte de las tropas de Carlos V, il

Rosso Fiorentino se refugió en Borgo Sansepolcro y luego en Arezzo; es en esta época

que su pintura se vuelve más inquietante y lúgubre. Luego marchó a Venecia en donde

permaneció brevemente, y en 1530 fue convocado por el rey de Francia Francisco I para

quien dirigió las obras decorativas en el Palacio de Fontainebleau.

Allí realizó frescos y estucos (Galería de Francisco I) en los cuales su arte se vuelve

caprichoso y elegante, como un anticipo del barroco. Una de sus últimas obras y al

mismo tiempo una de sus obras maestras es La Piedad, pintada para Ana de

Montmorency, que se encuentra actualmente en el Louvre.

Rosso Fiorentino, Fresco y estucos, La muerte de Adonis, Galeria de Francisco I, Fontainebleau.

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Rosso Fiorentino, La Piedad, Museo del Louvre.

Se considera generalmente que la obra maestra del Rosso es El Descendimiento ( La

Deposizione) que se encuentra en la Volterra, en su pinacoteca comunal (inicialmente

fue pintada para la catedral). En contraste con el helado dolor de otros descendimientos,

esta parece como una operación apresurada y complicada, mientras que las figuras

inferiores tienen unas expresiones simples y poderosas de calmado dolor, con

expresiones que se entrevén por sus rostros ocultos. El cielo es sombrío. Las tres

escaleras y aquellos que llevan a Cristo parecen precarios. El propio Cristo es plano.

Puede verse el contraste entre esta escena frenética y alborotada con la composición

igualmente compleja, pero más comedida del mismo tema por el manierista florentino,

prácticamente contemporáneo Pontormo. De esta forma, Rosso fuerza las figuraciones

expresando así un mundo inquieto y atormentado más acorde con el de su tiempo.

Así es que, en efecto, el Rosso obtiene expresiones dramáticas, pletóricas de pathos, a

partir de volumetrías angulosas (es decir violentas) que desfiguran o desdoblan los

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rostros y cuerpos representados. Logra los mismos efectos a partir de la representación

de los movimientos convulsionados de algunos de los personajes, o por el uso de una

cromía y coloratura intensa, prevalentemente rojiza (cálida) contrastada con fondos de

extensiones azuladas (frías) que representan a los cielos.

Las deformaciones de rostros y cuerpos llegan a la exasperación superlativa: por

ejemplo en El descendimiento, un anciano situado sobre lo alto de la cruz tiene el rictus

semejante al de una máscara trágica; la disposición asimétrica de las escalas y

proporciones parecen escapar a todo canon y de tal modo generan una dinámica violenta

que se encuentra acentuada -por entre otros recursos— la incertidumbre de los apoyos

para los personajes que están descendiendo el cuerpo de Cristo mientras que las

figuradas luces inciden violentamente desde la derecha de la composición creando un,

más que contrastante, claroscuro.

Rosso se alejó de Florencia durante tres años. Residió sobre todo en Piombino, en la

corte de los Appiano, y en Volterra. Durante su estancia en Volterra, Rosso realizó

el Descendimiento de la Cruz, firmada y datada, para la capilla de la compañía de la

Cruz, situada cerca de la iglesia San Francesco. Se trata del cuadro más célebre de

Rosso, apreciado por su fuerza expresiva y dramática. La escena ocupa todo el primer

plano, sobre el fondo azul de un cielo raso y abstracto. Está construida a base de líneas

quebradas en torno a la cruz y las escaleras.

Los personajes, muy alterados, se caracterizan por formas alargadas y angulosas, con

poses deformadas y acrobáticas, con caras grotescas, trastornadas por el dolor y el

desconcierto. Los colores son vivos y brillantes, cambiantes y complementarios.

Dominan los rojos y los amarillos encendidos a causa de las violentas proyecciones de

una luz sobrenatural. Los vínculos con el clasicismo florentino del Renacimiento,

entonces en pleno desarrollo, son mantenidos en apariencia, sobre todo como método

estilístico, pero las variaciones alcanzan una tensión tan desesperada, unas tonalidades

tan exageradas, que el tema fundamental es apenas reconocible.

Vasari cuenta que se suicidó en 1540 debido a ciertas calumnias, parece ser que es más

una leyenda que no se ha visto reflejada en fuentes francesas.

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Rosso Fiorentino, fresco, La ninfa de Fontainebleau. Palacio de Francisco I.

En resumen no se sabe mucho acerca de los primeros años de formación de Giovanni

Battista di Jacopo, apodado il Rosso a causa del color pelirrojo de sus cabellos. Tenía la

misma edad que Pontormo, pero con un carácter muy diferente: charlatán, afable, de

físico agradable, amaba la filosofía y la música. Fue uno de los creadores del

manierismo florentino junto con Pontormo y otros artistas que habían estudiado los

cartones de Miguel Ángel y Leonardo da Vinci para las dos “Batallas” (Cascina y

Anghiari) del Palacio de la Señoría. Con una fuerza igual a la de Pontormo, Rosso busca

alternativas muy diferentes. La búsqueda de lo extraño es obtenida por la violencia, la

misma virulencia con la cual la imagen juega con las formas o con los temas

propuestos. El pintor parece que quiera incomodar: el Descendimiento de 1521 se ha

convertido en un espectáculo de acrobacia ejecutado por marionetas simétricas y

caricaturales; la geometría abstracta y – eventualmente – trágica de la cruz y de las

escaleras, se contradice con la gesticulación indignada hasta lo absurdo e irrisorio. La

contradicción se evidencia en el sentimiento religioso: el vestido de María Magdalena

está abstractamente recortado y el impulso del gesto que la precipita a los pies de María

es arbitrariamente irreal; Rosso ha llevado hasta lo absurdo el gusto volumétrico de

Andrea del Sarto. Aquí, la paradoja debilita la emoción; pero en la figura de san Juan se

convierte en una llamada directa al espectador para imponerle la imagen de la

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desesperación; esta invención – que invierte la relación habitual del santo con la Cruz –

será muy utilizada durante el Cinquecento.

Rosso Fiorentino, La Danae, detalle, Gallery of Francis I.

Rosso Fiorentino, Galeria de Francisco I, Castillo de Fontainbleau.

Según las fuentes escritas, en 1512 Rosso realizó con Pontormo la predela (perdida) de

la Anunciación pintada por Andrea del Sarto para la iglesia San Gallo (actualmente

Galería Palatina de Florencia). Siempre en la línea de Andrea, junto con Pontormo y

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Franciabigio, Rosso trabajó luego para los frailes servitas de la Santissima Annunziata y

pintó al fresco la Asunción de la Virgen en el pequeño claustro de los Voti. En la parte

de abajo, los personajes de los apóstoles no están exentos de la influencia de Durero,

mientras que más arriba, en torno a la Virgen, hay un movimiento en torbellino de

ángeles de un realismo muy vivo, pero cargado. El fresco anticipa también las ideas de

Rafael (Transfiguración) y de Tiziano (Asuncion), pero el sentido de lo sobrenatural no

puede desarrollarse gloriosamente: está como roto por una serie de derivaciones, donde

la atención del espectador solo se concentra en apreciar la paradoja del color o la

disonancia de una caricatura. Esta especie de efecto es tan fuerte en la Sacra

Conversación o Virgen entre cuatro santos de 1518, que el comitente rechazó la obra.

Rosso Fiorentino, Asunción, fresco, 1517, Florencia, Santissima Annunziata)

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Rosso Fiorentino, Virgen entre cuatro santos (Sacra Conversación), 1518, (Florencia, Galería d Uffizi).

El retablo representa la Virgen y el Niño entre san Juan Bautista, san Antonio Abad,

san Esteban y san Jerónimo. Las caras de los santos, oscurecidas por pesadas sombras,

están exentas de la serenidad característica de los retablos tradicionales. En Rosso, cada

referencia a la cultura figurativa florentina anterior, y en particular a la de Andrea del

Sarto, es retomada al amparo de modos de expresión de un espíritu tan diferente, que

estas apacibles “cláusulas de estilo” parecen casi llevadas hasta una exacerbada

caricatura, cuyo resultado habría desconcertado a sus contemporáneos. La anécdota

célebre de Vasari a propósito de este pequeño retablo lo prueba. El retablo habría sido

encargado a Rosso en 1518 por Leonardo Buonafede, rector del hospital de Santa Maria

Nuova, pero tan pronto como vio « todos estos santos diabólicos, Rosso teniendo por

costumbre pintar en sus bocetos al óleo ciertas fisonomías crueles y extraviadas…, huyó

de su casa y ya no quiso el retablo, diciendo que se le había engañado.»

Desde su invención como categoría historiográfica a principios del siglo XX,

coincidiendo, no por casualidad, con el nacimiento de las vanguardias. Cabe entender el

manierismo como una época convulsa, la primera mitad del siglo XVI, en la que se

habría alcanzado la culminación de ese ideal que llamamos clasicismo, pero en la al

mismo tiempo irían manifestándose corrientes subterráneas y cada vez más explicitas,

opuestas a ese clasicismo en teoría triunfante o, al menos, críticas con él. Si el

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clasicismo es entendido bajo la especie del canon y la armonía, el manierismo lo sería

bajo la de la tensión y la excepción, y de modo también que, si los valores del

clasicismo se dirigen a lo universal y colectivo, eso que se ha dado en llamar lenguaje

clásico, los del manierismo lo hacen a lo singular y subjetivo, asiento principal de la

invención del genio, palabra que aparece como signo de una era.

Rosso Fiorentino, Madonna entronizada per due santi, Pinacoteca Comunale de Volterra.

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Rosso Fiorentino, Virgen, con niño y ángeles. Hermitage Museum.

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La imagen religiosa manierista puede sin embargo adquirir otras complejidades, a través

de las cuales, se expresa una fe real, e incluso una llamada ardiente hacia la divinidad.

En la Sagrada Familia, las paradojas se multiplican : santa Ana se ha convertido en una

pitonisa, una bruja o una Parca caricatural, que intenta arrancar a una Virgen vestida de

negro, un Niño aterrorizado, mientras que en primer plano, se halla extendido el cuerpo

desnudo de un adolescente muerto/dormido – debiendo tratarse de san Juan Bautista. Lo

que destaca de la estridencia corrosiva de la imagen, es el sentimiento de una muerte

inminente, de un desastre ineluctable, de un desgarramiento trágico: el escándalo de la

muerte de Jesús. El pintor hace que el espectador lo perciba, rompiendo

deliberadamente con la atmósfera tradicionalmente alegre de este tipo de escena: la

muerte de Cristo solo se recordaba disimulando algún símbolo, aquí está presente en la

inquietud que se apodera del espectador, enfrentado a una escena extraña y horrible.

Rosso Fiorentino Sagrada Familia, hacia 1521, (Los Ángeles, County Museum of Art)

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“Genio”, basado en una intangible personificación del “estilo”, que es como decir, la

pluma, del instrumento propio de la escritura, o para el caso también del pincel y del

cincel, y como no, de “la manera”, que viene de la mano del artista. Los críticos e

historiadores del arte, germanos en su mayoría, a principios del s. XX, señalaban con

intensidad las otras caras de ese clasicismo demasiado olímpico a través de lo que

podríamos llamar, en términos perfectamente adecuados a la época, sus síntomas y sus

lapsus, es decir, sus detalles excéntricos, sus rarezas, sus bizzarrie, sus desmesuras, su

artificialidad, sus fantasías paradójicas o sus tendencias grotescas, antes, al parecer, no

advertidas.

De regreso a Florencia, en 1521-1522, Rosso pintó los retablos monumentales de dos

importantes iglesias, uno para la capilla Dei en la iglesia del Santo Spirito, y otro para la

capilla Ginori en San Lorenzo: Los desposorios de la Virgen donde Rosso utiliza un

lenguaje más monumental que en el Retablo Dei y un cromatismo brillante, optando

casi por una inspirada solución clasicista. Las hijas de Jethró pondrán punto final al

periodo florentino, con esta obra única donde el pintor pone de manifiesto su

excepcional habilidad, donde los volúmenes dinámicos inspirados de Miguel Ángel son

condensados en una estructura totalmente estratificada y entrecortada, en un violento

desencadenamiento de fuerzas con efectos abstractos y preciosos.

Rosso Fiorentino Los desposorios de la Virgen, 1523, Florencia, iglesia San Lorenzo).

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Este retablo, firmado y datado, fue encargado por Carlo Ginori para el altar de su

capilla particular – dedicada a la Virgen y a san José – en San Lorenzo. Pero la obra

representa otros santos venerados por Ginori: abajo, sobre las escaleras, santa Ana y

santa Apolonia; a la derecha, el dominico san Vincente Ferrer, que muestra esta escena

de los desposorios al espectador. Mientras que las obras de juventud de Rosso

expresaban una gran pasión, aquí el artista alcanza un estilo festivo y elegante.

Detalle, Los desposorios de la virgen

La multitud de personajes en torno a la hermosa pareja, se caracterizan por una

elegancia sofisticada y por ciertas extravagancias preciosas, que constituirán por otro

lado, los elementos dominantes del manierismo europeo durante los siguientes años. La

escena tiene lugar en un interior demasiado angosto, en relación con la cantidad de

personajes reunidos. La oscuridad se enciende con fulgores irreales y colores

cambiantes. A partir de ahora, el ordenamiento sutil y bien estructurado de las Sacras

Conversaciones del siglo XV, será abandonado por una deslumbrante visión

sobrenatural, donde el refinado artificio será más importante que la descripción precisa

y veraz.

Y con estos análisis y estudios pormenorizados, la historiografía de principios del siglo

XX lo que descubría en los subsuelos de un Renacimiento ya no tan idealizado, no tan

alto, era el “malestar en la cultura” de su propio tiempo, descubrían lo que ya sabían,

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eso les permitía engrandecer a artistas hasta hacía poco tiempo más o menos olvidados,

como: el Greco, Doménico Beccafumi, Jacopo Pontormo, Giulio Romano y hasta el

propio Rosso Fiorentino, Fray Bartolomeo o Andrea del Sarto, por mencionar sólo

algunos de los más notables. También les motivaba para reinterpretar a los artistas

culminantes del Alto Renacimiento, en particular a Miguel Ángel, colocándolos a todos

bajo el signo de Saturno, es decir, del drama solitario, de la lucha subjetiva, del esfuerzo

individual,, de una genialidad heroica o titánica finalmente alcanzada.

Rosso Fiorentino Moisés defiende a las hijas de Jethró, hacia 1523/1524, (Florencia, Museo de los Uffizi).

Su admiración por Miguel Ángel llevó a Rosso a elaborar un grandioso tratamiento del

desnudo a través de su visión manierista, produciendo esta extraordinaria obra: una gran

masa de cuerpos inmensos, mezclados en un violento combate a los pies de una pastora

pálida y medio desnuda, rodeada de sus asustadas ovejas. Su imaginación fantástica,

hizo que pintara imágenes que no ilustran nunca un acontecimiento, sino que recrean su

efecto emocional. Para Rosso Fiorentino, la forma no tiene nada que ver con el relieve y

bien poco con la naturaleza idealizada: solo sirve a volver visibles las ideas.

Hablando ahora de su viaje a Roma, debemos señalar lo siguiente. Después de la

elección del papa Clemente VII Médicis (1523), Rosso fue a Roma con la esperanza de

obtener encargos importantes. Al año siguiente, decoró con cuadros y con estucos la

capilla Cesi en Santa Maria de la Pace (muy deteriorados); la obra Cristo muerto

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sostenido por ángeles, 1525-1526, marca un giro en la carrera del artista, cuyos cuadros

se harán, después de las atrocidades del saco de Roma, más oscuros y más inquietantes.

En 1527 el emperador del Sacro Imperio Romano Carlos V, con el saqueo de Roma,

creó una gran confusión, convenciendo el Rosso a salir para Francia. Aquí él encontró

protección bajo Francesco I, quien revitalizó el castillo real de Fontainebleau, invitando

a artistas y arquitectos para decorar la nueva estructura. El Rosso trabajó con otros

italianos, entre ellos Francesco Primaticcio (1505-1570). Así nació la

primera Escuela de Fontainebleau.

Rosso Fiorentino, La venganza de Nauplio. Fresco,135-1540, Detalle. Galeria de Francisco I

Él pasó la mayor parte de su vida trabajando en el castillo, pero su obra maestra a

menudo se considera aquella realizada en Volterra, en Toscana. En la catedral de la

ciudad pintó un retablo, llamado Deposición de Volterra. Otra de sus obras bien

conocida e igualmente importante es Moisés defiende a las hijas de Jetro, ahora en los

Uffizi junto con otras piezas conmovedoras, como el Querubín jugando y Retrato de

una joven. En los Uffizi encontramos también la expresiva Virgen en trono con los

santos Juan el Bautista, Antonio Abad, Esteban y Jerónimo (Retablo del Spedalingo de

Santa Maria Nuova), que muestra su típica representación flaca de las figuras.

Durante el saco de Roma (1527), Rosso fue apresado y en cuanto lo liberaron, huyó de

la ciudad y encontró refugio en Perugia y en Toscana (Sansepolcro, Arezzo, Città di

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Castello, Pieve Santo Stefano). De este período cabe destacar la Leda y la Piedad hoy

en el Louvre. De hecho, durante ese periodo el artista era más apreciado por las

cofradías de provincia que por los comitentes de elevado rango, de Florencia y de

Roma. Es tal vez por esta razón, que abandonó la Toscana en 1530 y se fue a Pesaro y

Venecia, después viajó a Francia donde se presentó al rey Francisco I. Muy estimado

por el monarca y por sus cortesanos, comenzó en 1532 los proyectos para la decoración

de la galería del Castillo de Fontainebleau, y a partir de 1536, dirigió todos los trabajos.

Pero en 1540 murió repentinamente – se sospechó incluso de un envenenamiento – y no

pudo acabar su cometido.

Hacia 1530 se realizó en Francia un extraordinario cambio de rumbo con la llegaad de

Rosso Fiorentino y Francesco Primaticcio para hacerse cargo de la decoración y

construcción de determinadas residencias reales, entre ellas, el simbólico Palacio de

Fontainebleau. El repertorio ornamental elegido giraba en función de motivos

mitológicos, que en la combinación de grandes paneles decorados al fresco con figuras

en estuco, daban un sentido innovadora la atmósfera de los salones y de las galerías.

Tal como describimos en páginas anteriores de este texto.

La procedencia italiana de sus decoradores y sus motivos de inspiración creó un núcleo

muy característico de artistas italianos al servicio de la corona francesa, ya consolidado

cuando su primacía quedó reforzada con la aparición de Benvenuto Cellini y sus obras

destinadas al rey de Francia.

Rosso Fiorentino, El rapto de Europa, Fresco , Galería de Francisco I, Palacio de Fontainebleau.

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Massimo Cacciari, en su reciente ensayo “Ripensare l´Umanismo” sugiere una

perspectiva histórica de las tensiones que atraviesan la época, aludiendo al carácter

dramático de los procesos que a lo largo del quatrocento y el cinquecento se van

configurando y que trascienden el privilegiado mundo del arte, obligándonos a

recuperar una perspectiva más cercana al mundo de la historia de las ideas, entendida en

su sentido más amplio. Desde este punto de vista, tras la obra de Pontormo y de Rosso

Fiorentino se expresa un sentimiento de angustia, de miedo, tal como Vasari había

identificado, pero que no se trata de algo que podríamos identificar con lo personal o

como subjetivo, sino que hace referencia a los contextos que de manera explícita

atraviesan sus obras.

Tanto Pontormo como Rosso Fiorentino y su generación experimentan el cambio

simbólico que se produce a comienzos del cinquecento, la crisis de los sueños y

modelos universales, que arrastraba el sistema de certezas sobre el que se había

construido el mundo heredado. Es la crisis del modelo antropocéntrico, de la

correspondencia de naturaleza y razón, del mito de la renovatio del mundo antiguo, de

la perfecta cognoscibilidad de la naturaleza, del dominio racional de la historia.

La obra de estos dos “genios”, Pontormo y Rosso, se presenta como un verdadero punto

de inflexión marcado por la búsqueda de un nuevo lenguaje artístico, capaz de expresar

la tensión de un mundo que veía como se modificaba su sistema de ideas y su orden

simbólico. Hay un dolor “paura” dice el Vasari de las Vite, que recorre el arte de

aquellas primeras décadas, el de aquellos, excéntricos a los que se referían otros autores.

La tensión que recorre la obra de Rosso y también la del Pontormo no es ajena a la que

atraviesa la de Miguel Ángel, dando lugar en uno y otros caso a una forma de

anticlasicismo presente ya en la primera mitad del cinquecento.

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Rosso Fiorentino Cristo muerto,sostenido por ángeles, 1525-1526, (Boston, Museum of Fine Arts).

Este cuadro de altar representa el tema de la adoración del Corpus Cristi. Rosso explora

incluso un antiguo tema iconográfico, el del Cristo muerto sostenido por ángeles, que el

Quattrocento situaba en el registro superior de los retablos. Pero concentrando la

atención sobre el cuerpo mismo, eliminando casi toda alusión a la Pasión (los clavos, la

llaga en el costado y la corona de espinas son apenas visibles), suprimiendo toda

expresión de dolor a los ángeles, para no mostrar que su amor delante de este gran

cuerpo más lánguido que muerto, revelando su capacidad en combinar la fuerza de

Miguel Ángel con la gracia de Rafael, el pintor aparta la adoración de su finalidad

primera: lo equívoco constituye el centro de la imagen.

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Los cirios que rodean este Cristo muerto, son sin duda el reflejo de los esfuerzos del

Oratorio del Amor divino, fundado en 1497 para la renovación de la práctica religiosa,

como iluminar permanentemente el altar donde se hallaba el Santo Sacramento, justo

debajo del retablo: repetición figurativa de los cirios verdaderos, que contribuyen a

volver espiritual el magnífico cuerpo propuesto a la adoración. No olvidemos que la

incontestable perversión que el espectador del siglo XXI descubre en esta imagen,

podría ser debido en gran medida al decalaje histórico y mental; el comitente de la obra,

Leonardo Tornabuoni, obispo de Arezzo, apreció tal vez esta puesta en escena que él

consideraba “moderna”, de una actitud devota contemporánea.

La inestabilidad de la personalidad atormentada de Rosso, se manifiesta en sus

continuos viajes por Italia después del saqueo de Roma. Pero hay que evitar hacer del

dato “psicológico” la descripción final del estilo: el exceso, las rarezas mórbidas de

Rosso son seguramente la expresión de una actitud personal; sin embargo no se trata de

una necesidad como fruto de un temperamento maldito. Se trata también de una

elección consciente y deliberada a favor de una fórmula artística original, de una manera

“propia”. Con su violencia que se vuelve más sutil en el ambiente romano, Rosso

reafirma la primacía de la investigación artística sobre las consideraciones

“funcionales”, tradicionalmente implicadas en el arte religioso. No es pues casualidad sí

es él, quien acabará por inventar, en Fontainebleau, un estilo cortesano de alcance

internacional.

Rosso Fiorentino Retrato de hombre joven, hacia 1527, (Nápoles, Museo di Capodimonte).

Rosso realizó probablemente esta obra durante su estancia en Roma, o poco tiempo

después. Se trata de uno de los retratos más importantes del artista, de una concepción

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original y elegante. La penumbra pone en evidencia la luz dramática que ilumina este

personaje de ojos negros y finas manos. Su cara descarnada y alargada, emerge

lentamente de la oscuridad y revela un aire melancólico. Es un retrato particularmente

introspectivo, donde la interioridad del joven surge misteriosamente, como en un

destello repentino.

El arte del Rosso es un arte “genial”, en la medida que es un arte consciente, deliberado,

sofisticado; el artista utiliza su cultura pictórica para poner de manifiesto a la vez su

propio talento, y la situación problemática que vivía la creación artística

contemporánea. Lo que Rosso revela, tal vez más claramente que Lorenzo Lotto, el

Pordenone, Correggio o Pontormo, es la naturaleza profundamente « dialéctica » del

proceso artístico en Italia en los años 1515-1530. Un “arte elaborado” está tomando

forma, apoyado en una conciencia altamente crítica de la creación misma y que hemos

dado en llamar manierismo.

Detalle de Retrato de un hombre joven

La crítica cometió abusos en relación al período del manierismo, al que con frecuencia

se sacó fuera de su contexto histórico para proyectar sobre él preocupaciones y

problemas que fueron exclusivos del siglo XX, creando una confusión a la que se sumó

la crisis de las clasificaciones estilísticas; estas circunstancias han provocado el desuso

por una buena parte de la crítica del término manierismo, como categoría de

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periodización. Por todo ello en las últimas décadas se ha regresado al estudio

monográfico de los artistas y a un más afinado y objetivo análisis filológico de las obras

de arte, situándolas en el horizonte de su época, prescindiendo de categorías a priori y

revisando la formulación crítica.

Rosso Fiorentino, Familia feliz con San Juan Bautista niño, Reproducción.