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SEMINARIO DE VIDA COMUNITARIAMadrid, 2 al 5 de abril de 2013

SEMINARIO DE VIDA COMUNITARIAMadrid, 2 al 5 de abril de 2013

PONENCIAS, COMUNICACIONES, EXPERIENCIAS

(c) Congregación General de las Escuelas Pías, 2013

MENSAJE INICIAL DEL P. GENERAL 7

PONENCIAS Aportaciones desde la Teología de la Vida Religiosa a los desafíos fundamentales de la vida comunitaria 13Constituciones y Vida Comunitaria 39La Comunidad Escolapia: Alma De La Misión 62

COMUNICACIONES Valores fundamentales que debemos intentar potenciar en nuestra vida comunitaria 89Elaboración de un proyecto de vida comunitaria escolapia 100La Comunidad, clave en la transición de la Formación Inicial a la Formación Permanente 115Aportaciones de Calasanz a nuestra vida comunitaria 121La Comunidad en el Proceso de Revitalización de la Orden 131

EXPERIENCIAS Manera de vivir mi servicio de acompañamiento como Provincial 146Desafíos de los superiores locales en relación con el cuidado de la vida comunitaria. 148Los retos de los Superiores Locales en relación con el cuidado de la Vida Comunitaria 155Experiencia de un joven ante la Vida Comunitaria 162Experiencia de un joven ante la Vida Comunitaria 167

Condensación y Resumen de las Aportaciones más Repetidas y Frecuentes 173

CONTENIDO

MENSAJE INICIAL DEL P. GENERAL

“Nuestra Comunidad religiosa se centra en la Eucaristía, se fundamenta en la fe y se consolida en las relaciones interpersonales. Aceptamos de corazón a los demás tal como son, y les ayudamos activamente a madurar en sus aptitudes y a crecer en el amor, procurando que el ambiente comunitario sirva a cada uno para dar respuesta fiel a la propia vocación” (28)

“Querido P. General, quiero agradecerte la convocatoria que has hecho, en toda la Orden, para pensar sobre nuestra Vida Comunitaria. Estoy agradecido por formar parte de una comunidad en la que me siento acompañado y exigido, pero soy consciente de que todavía tenemos mucho que aprender. No quiero juzgar ninguna otra comunidad, pero mentiría si te dijera que estoy satisfecho de lo que veo. Necesitamos ser más lúcidos y exigentes al pensar en nuestras comunidades…”

Queridos hermanos, presentes en nuestro Seminario de Madrid y muchos otros que nos escucháis a través de los medios técnicos que tenemos a nuestro servicio, ¡Bienvenidos a este encuentro escolapio! Os agradezco, ya de entrada, vuestro interés, vuestra participación, vuestro esfuerzo por viajar hasta Madrid dejando muchas otras obligaciones pendientes. Estoy seguro de que el esfuerzo merecerá la pena, y este Seminario de trabajo podrá ofrecer a la Orden nuevas pistas de avance en todo lo relativo a nuestra VIDA COMUNITARIA.

Todos nos hemos presentado. Veis que somos religiosos de todos los lugares de la Orden, y de todas las edades y experiencias de vida y misión. Expresamente hemos querido convocar un grupo que pudiera representar al conjunto de las Escuelas Pías. Sentíos, pues, portadores de las esperanzas y compromiso de tantos escolapios, bastantes de los cuales incluso han enviado sus aportaciones a lo largo de estas semanas.

Voy a exponer, en diez breves puntos, algunas de las convicciones fundamentales desde las que la Congregación General convoca este Encuentro Escolapio.

1. Deseamos y buscamos ser profunda y consistentemente religio-sos escolapios. No hay duda de que éste es el gran deseo y desafío que tenemos planteado: ser profundamente escolapios, y serlo de ma-nera consistente, íntegra y significativa. Nos decimos unos a otros que queremos vivir nuestra vocación en plenitud, y que en ese deseo de plenitud está latiendo la autenticidad de nuestra vocación. Sabemos que para que esto sea así, necesitamos de la ayuda de Dios, de un pro-ceso personal de crecimiento vocacional, de una adecuada formación, de un acompañamiento mutuo, de una entrega fuerte a nuestra misión, de un crecimiento en nuestra conciencia de pertenencias a la Orden, de una centrante experiencia de fe… ¡de tantas cosas! Somos frágiles para vivir todo esto. Y se va abriendo paso, cada vez con más fuerza, la convicción de que la comunidad es el espacio adecuado, privilegiado, para compartir lo que queremos vivir, para ayudarnos unos a otros en el camino, para convocar a otros a vivirlo, para celebrarlo desde Dios y para enviarnos unos a otros a la misión. La comunidad es el lugar en el que el Carisma y el Evangelio se hacen vida y testimonio creíble. La comunidad es hoy, sin duda, uno de los grandes temas de la Orden. Me atrevería a decir, incluso, que es el mayor de los desafíos que tenemos planteados y la condición de posibilidad para que todo el proceso que estamos impulsando llegue a buen puerto.

2. Conviven en nuestra Orden diversos modelos de comunidad, di-versos estilos desde los que compartimos nuestra vocación. Sin duda, la pluralidad no sólo es buena, sino que es inevitable. Pero tiene un riesgo: no todo vale. No todos los modelos son igualmente válidos, y no todos responden a lo que la Orden necesita. Esto hemos de decirlo sin miedo y sin desánimo, más bien con corresponsabilidad escolapia. Necesitamos comunidades que realmente vivan y expresen la centralidad de Jesucristo, en las que sea posible la vida compartida en profundidad, en las que la fe pueda ser expresada de modo fraterno, en las que nos acompañemos mutuamente, en las que podamos vivir la pobreza, en las que se viva el alma de la misión, desde las que podamos llamar y acoger a los jóvenes que Dios nos envíe, en las que, en defi-nitiva, podamos impulsar el proceso de revitalización de la Orden que estamos tratando de llevar adelante. De entrada os digo: no tengamos miedo a marcar dirección, a orientar el proceso, a señalar las claves irrenunciables, a marcar itinerario, a autocriticar lo que no nos satisface.

No respetamos ni amamos más a la Orden por decir que las cosas están bien, sino por exigir que estén mejor.

3. Nuestro último Capítulo General marcó tres “puntos de control” en relación con nuestra Vida Comunitaria: que nuestras comuni-dades puedan ser lugares de crecimiento personal, espacio para vivir y compartir nuestra experiencia de Dios y auténtica referencia de nuestra Misión. Sin duda que estas tres “claves” no agotan la lista de desafíos que tenemos planteados, pero nos dan una orientación. Nos pedimos unos a otros que nuestras comunidades nos ayuden a crecer, de verdad, a cada uno, que podamos compartir nuestra fe y que seamos desde ellas la referencia de nuestra misión. Entenderéis así algunas de las po-nencias y aportaciones que hemos pedido. Necesitamos pensar cómo nuestras comunidades pueden ser el espacio para la vivencia integral de nuestra vocación, o qué expectativas tiene un joven ante la Vida Comu-nitaria, o cómo abordamos el desafío del paso de la formación inicial a la vida adulta desde las comunidades que tenemos…

4. Entre los aspectos que tenemos que abordar, uno de ellos ha de ser “realizar una mirada autocrítica y exigente sobre nuestra fragi-lidades”, pero mirando en lo profundo, no sólo en lo externo. Tra-temos de no caer ni en la superficialidad ni en la autocomplacencia o en el “se hace lo que se puede”. Miremos y analicemos nuestras comunidades a fondo. Es verdad que hay aspectos concretos como el del número de religiosos por comunidad que nos preocupa, pero nos debe preocupar mucho más la dinámica desde la que vivimos. La Orden se va configurando desde comunidades pequeñas, pero no debemos permitir que nuestra vida comunitaria sea pequeña. Demos nombre a las pequeñas o grandes patologías de nuestra vida comunitaria, y trabajemos por superarlas. Seamos conscien-tes, por ejemplo, de los riesgos del individualismo, de una vida de mínimos, de un “descenso del nivel de exigencia en nuestras mediaciones ordinarias”, de una vida en la que los unos poco saben de la vida de los otros, de la falta de transparencia, de un cierto conformismo, de confundir el respeto a los hermanos con la falta de acompañamiento o corrección… y pongamos nuestra mejor voluntad en buscar nuevas respuestas.

5. Agradezcamos y valoremos todo aquello de lo que estamos con-tentos y nos ayuda a crecer en nuestra vida comunitaria. Agra-dezcamos la fidelidad de tantos religiosos, la dinámica de oración co-munitaria que vivimos, la centralidad de la Eucaristía, las exigencias y aspiraciones de los jóvenes, los desafíos planteados desde la Formación Inicial, las nuevas exigencias planteadas desde tantos laicos y laicas que comparten con nosotros cada vez más profundamente nuestra vida y nuestra misión. Cuidemos aquellas comunidades en las que realmente se vive y se trabaja desde proyectos y tratemos de avanzar en esta dinámica que es bastante clara ya entre nosotros: ser comunidades con proyectos de vida y misión basados en las Constituciones. Tratemos de que cada vez sean más las comunidades que viven desde esta dinámica.

6. Abramos la reflexión a nuevos desafíos que podemos plantear-nos. Cito sólo algunos, a modo de ejemplo: la vivencia de la pobreza en nuestras comunidades, la capacidad de acogida vocacional, la aper-tura al laicado, el desafío de transmitir el carisma y generar identidad escolapia, vivir y trabajar desde proyectos, compartir en profundidad la vida y la fe, las comunidades como espacios de formación y crecimien-to personal, la significatividad, el lugar en el que vivimos, el estilo de vida que provocamos o conseguimos en nuestras comunidades, el nivel teológico de reflexión desde el que trabajamos, etc.

7. De una manera especial quiero resaltar específicamente una de las mediaciones desde las que estamos trabajando más profun-damente: los proyectos comunitarios y de presencia escolapia. Necesitamos profundizar en esta dimensión, sin ninguna duda. Comu-nidades con un proyecto que oriente el camino en el contexto de una presencia escolapia que debe ser dinamizada desde esa comunidad. Es-tamos proponiendo a la Orden trabajar desde tres tipos de proyectos, complementarios: el proyecto personal, el proyecto comunitario y el de presencia escolapia. Proponemos que los religiosos escolapios vivamos desde “un proyecto personal de vida escolapia” que oriente nues-tro proceso, nos ayude en nuestra fidelidad, nos haga más conscientes de nuestras posibilidades, avances e inconsistencias y nos permita una vida escolapia auténticamente en proceso. La Congregación General desea que todas las comunidades escolapias se doten de un “proyecto

comunitario”, en sintonía con las grandes líneas de la Orden y con los planteamientos de la demarcación. Debemos superar la tentación de limitarnos a “hacer programaciones”, y tenemos que intentar dar más calidad a nuestra vida comunitaria. Un proyecto de presencia exige que entre todos los que configuramos una presencia escolapia seamos capaces de discernir y concretar algunas líneas de fondo, fundamentales, comunes a todos los componentes de esta presencia. Estas líneas de fon-do, estos objetivos fundamentales, comunes a todos, son los que dan coherencia y unidad a la presencia escolapia y facilita que todo camine de modo más coordinado. Trabajemos desde las tres dinámicas, por responsabilidad vocacional.

8. Os invito a todos a profundizar en los diversos temas que vamos a trabajar, y a ser creativos para completar el programa. Hemos querido abordar en las tres ponencias más amplias tres cuestiones muy de fondo: la reflexión teológico que hoy se hace en relación con la co-munidad, cómo nuestras comunidades son alma de la misión y cómo podemos vivir integralmente nuestra vocación desde una vida comu-nitaria válida. A estas tres grandes cuestiones hemos añadido otras re-flexiones y experiencias, en función de necesidades que hemos detecta-do y de propuestas que hemos recibido. Y hemos elegido la fórmula de un “seminario” para tratar de conseguir que seamos capaces de pensar desde nuestra propia experiencia y expectativas. La inmensa mayoría de las aportaciones serán presentadas por los participantes en el semina-rio, convencidos de que todos tenemos mucho que aportar.

9. La Orden está viviendo un proceso de revitalización. Estamos trabajando desde algunas “claves de vida”, portadoras de renovación. Estamos convencidos del carácter sistémico de este proceso, de la ne-cesidad de todas las claves de vida. Lo que buscamos para la Orden no será posible sin la renovación de nuestra vida de comunidad. Es nues-tro espacio natural, nuestra forma de vida. Si no conseguimos comu-nidades en las que podamos creer, no seremos tampoco creíbles para nadie. Sobre este tema me extenderé ampliamente en el momento en el que me corresponda desarrollar el tema “revitalización de la Orden y vida comunitaria”. Pero no quiero dejar de subrayarlo en este mensaje inicial.

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10. Queridos hermanos escolapios, os invito a trabajar a fondo en esta semana. La Orden, los hermanos, tienen esperanza en nuestro trabajo. No les defraudemos. Sólo a modo de resumen de lo que sueña nuestra gente, os cito la síntesis sobre la comunidad elaborada por el grupo de adultos jóvenes reunido en Roma en julio de 2012: “La comunidad debe ser un lugar donde se comparte la vida, la oración, la misión y la vida de la Orden, una familia donde me sienta acogido y a gusto, y en donde todos buscamos los mismos objetivos”.

Que así sea. Muchas gracias a todos.

Pedro Aguado, Padre General

Seminario de Vida Comunitaria 13

PONENCIAS

Aportaciones desde la Teología de la Vida Religiosa a los desafíos fundamentales de la

vida comunitaria

L��� A������ G������ D���, ���.Revista Vida Religiosa

Dos premisas. 1. La vida comunitaria necesita hoy que nos empleemos a fondo

en el injerto1, esto es, trabajar los signos de vida.2. Que no nos ofrezcamos a todos lo mismo, sino lo que cada

uno necesita en una causa común2.

El 9 de mayo de 1950, Robert Schuman, ministro de asuntos exteriores de Francia, afirmo que: «Europa no se creará de una vez, ni en una obra de conjunto, se hará gracias a realizaciones concretas que creen, en primer lugar, una solidaridad de hecho». Unas cuantas décadas

1 RAE. 1. m. Parte de una planta con una o más yemas, que, aplicada al patrón, se suelda con él.4. m. Med. Fragmento de tejido vivo que se implanta en una parte del cuerpo para reparar una lesión, o con fines estéticos.

2 Gonzalo Díez, L.A., Lo importante es «cenar» juntos en Vida Religiosa 6 (2011) vol. 110 p. 401«Un grupo de amigas de cuarenta años se encuentran para elegir el sitio donde van a cenar todas juntas. Finalmente se ponen de acuerdo en cenar en el restaurante Alemán de Sope porque los camareros están estupendos. Diez años después, las mismas amigas, ya de cincuenta, se reúnen de nuevo para elegir el restaurante donde ir a cenar. Finalmente se ponen de acuerdo en cenar en el restaurante Alemán de Sope, porque el menú es muy bueno y hay una magnífica carta de vinos. Diez años después,

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después, la afirmación no nos parece una obviedad, ni mucho menos que hayamos tenido en cuenta el consejo. Habla nuestra cita de la construcción de la unidad del viejo continente, pero si referimos el comentario a la vida religiosa en él, comprobamos que son palabras pertinentes, indicaciones claras de dónde radica la dificultad de la unión-desunión de una Europa plural, multi-social y multi-cultural. Una sociedad en crisis en la cual sirve y ofrece una forma de vida, también en crisis, la vida religiosa.

Es absolutamente imprescindible abrir la perspectiva. Ya nada ocurre circunscrito a unos límites geográficos o a una historia común. No existe ese humus patrimonial que nos diferencie tanto de los extraños, ni nos acerque tanto a los nuestros. Abocados a una realidad global y a una experiencia de vida multisecular, la vida religiosa se plantea en el siglo XXI una auténtica reforma de magnitudes impredecibles.

El mapa Europeo recibe desde unas fronteras de siglos unas realidades nuevas que, a su vez, traen tradiciones y recuerdos de siglos. La fragmentación social, no obstante, se ha recrudecido porque la realidad cultural, social y política que lucha por la solidaridad y el encuentro, en realidad ha aumentado considerablemente las fronteras que distancian en un todavía más, que parece imposible, las situaciones que viven los humanos en el suelo que todavía denominamos Europa.

La vida religiosa que en su 90% era europea en los albores del Concilio, descubre en los primeros años del siglo XXI que ha dejado de ser occidental. Los antiguos ateneos en los que se formaron las generaciones de la renovación han comenzado el siglo convertidos en geriátricos de

las mismas amigas, ya con sesenta, se reúnen de nuevo para elegir el restaurante donde ir a cenar. Finalmente se ponen de acuerdo en cenar en el restaurante Alemán de Sope, porque es un sitio tranquilo, sin ruidos y tiene salón para no fumadores. Diez años después, las mismas amigas, con setenta años, se reúnen de nuevo para elegir el restaurante donde ir a cenar. Finalmente se ponen de acuerdo en cenar en el restaurante Alemán de Sope, porque el restaurante tiene acceso para minusválidos e incluso hay ascensor. Diez años después, las mismas amigas, ya octogenarias, se reúnen de nuevo para elegir el restaurante donde ir a cenar. Finalmente se ponen de acuerdo en cenar en el restaurante Alemán de Sope, y todas coinciden en que es una gran idea porque nunca han cenado allí…»

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la institución. Europeos sí, pero en manos de otras generaciones ya no nacidas en Europa, aunque habitantes de ella. Aquellos y aquellas que trabajaron duramente el sentido universal de las congregaciones y órdenes promoviendo una legítima y sabia teología de la misión, en las décadas de los 60 y 70, ciertamente ofrecieron una contribución maravillosa hacia un descentramiento de unas instituciones muy anquilosadas en costumbres europeas. Décadas después, aquella irrupción misionera en otras latitudes ha desembocado en una reubicación institucional, logrando en muchas de ellas que, no sólo los más jóvenes, sino los grupos más numerosos y pujantes de las mismas, sean africanos, asiáticos o americanos.

Europa ha ido perdiendo protagonismo. Mantiene el centro jurídico de las familias religiosas, pero no el «biocenótico». Se han guardado celosamente estructuras de los años 60 que mostraban la opción misionera, cuando en realidad se estaba produciendo un desgaste paulatino y feroz de las fuerzas. Estructuras de gobierno, testimonio de otro tiempo, perduran con la inercia de hacer posible lo imposible…”cuando éramos”. En esta realidad, la primera década del siglo XXI ha hecho posible un contexto común de reflexión y vida: la reestructuración. En realidad, quiere ser la respuesta del cuerpo ágil de la Iglesia, a las necesidades de evangelización y misión para este tiempo.

Se ha comenzado por el traslado de fronteras que, siendo artificiales, habían creado ya un musgo, lo que ha dificultado que el movimiento de las mismas, no haya afectado otra realidad importante: la identidad del consagrado. Es una evidencia, las decisiones exteriores, no son tan externas a nosotros mismos. La vida religiosa desprendida de tantos avatares del mundo, se prende, sin embargo, a mucho lastre de la historia que resulta letal cuando no entiende que tiene que perderlo.

Ese movimiento artificial de fronteras se vivió con especial vitalidad en la última década del siglo XX. Multitud de reflexiones, capítulos, asambleas y documentos, ofrecen un bagaje de cómo en aquellos años no sólo se trataba de una posible contaminación ambiental o moda, sino una reflexión del Espíritu. Las instituciones de vida consagrada se tomaron el pulso y estando con una media de edad próxima a los 60 años, se dijeron, hay que cambiar las presencias, y modos para ganar la partida al futuro. Pasan los años y las generaciones más jóvenes se van integrando en

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estas estructuras que están en proceso de reestructuración. No hay nada visible, pero hay una buena reflexión. En tanto, esas generaciones se van formando con los compañeros o compañeras que, en “cuenta gotas” se van sumando a la riqueza congregacional. Nacen así generaciones de religiosos y religiosas con una impronta muy personal, pero también marcadamente multicultural. Se da convivencia sin confusión. Se convive en Europa con el sello de la temporalidad, sabiendo y teniendo claro que llegado el final de los estudios, cada uno o cada una, se irá a su país, su provincia en términos de vida religiosa, para seguir viviendo lo suyo: tradición provincial, cultura y ministerios propios. En esa realidad es en la que el joven religioso y la joven religiosa de los años 90 tiene que importar, inyectar o recrear que una forma nueva de vida religiosa está naciendo.

Es interesante estudiar, qué calado tiene en las sociedades el final de un siglo y el principio de otro. Supone no sólo el cambio de un dígito, sino la capacidad de mitrar de otro modo lo vivido. Hay hoy generaciones que por más que quieran son del siglo pasado, cuando la reflexión que ofrecemos es para este y desde este. Los religiosos y las religiosas en edad de hacerse a principios del siglo XXI han recibido como poso formativo y humus congregacional unas estructuras marcadas por la crisis y la temporalidad. Demasiada provisionalidad en el periodo formativo, demasiada fragilidad en los primeros años de misión, demasiada variación, revocación… Una contribución que enriquece la ruptura interior a generaciones fragmentadas con el entorno, pero también consigo mismas. Interiorizan y compaginan una vocación llena de seguridad -es la voz de Dios- con una realidad diversa y adversa para vivirla… Lo que estás viendo, lo que estás viviendo, no va a ser así en un futuro muy próximo… ¿Cuándo va a ser ese futuro? Está siendo.

1.- Es cuestión de poner fronteras

El siglo XXI no comienza el uno de enero. Su fecha es el 11 de septiembre. Lo que parecía imposible sucede. Sencillamente la concepción de un mundo globalizado y comunicado nos permitió entender en cuestión de minutos y en directo que nos unía una nueva realidad: el miedo y la inseguridad. Ciertamente el mundo llegado a unas cotas de libertad y progreso inimaginable décadas anteriores, volvía a reiterar

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3 Cf. G.Lipovettsky, La felicidad paradójica, Anagrama, Barcelona 2007. 399 p.

su caldo de crecimiento y desarrollo en una conclusión evidente: la ruptura de fronteras y culturas, cristalizó en el siglo XXI en una sociedad atemorizada y protegida; fragmentada y conectada; llena de progresos y llena de miserias.

Europa, por su parte, se convierte en el continente de llegada. El sur que mira hacia el norte en búsqueda de sanación y seguridad. Los movimientos migratorios masivos han cristalizado en una realidad continental en la que en esta primera década del siglo XXI viven 37 millones de personas que, no habiendo nacido en Europa, son europeos. Una sociedad en crisis económica, cultural y ética. Un contexto crítico en el que la Iglesia, como no podía ser de otro modo, adquiere conciencia de tener en crisis las estructuras hasta ayer estables. La vida religiosa, por su parte, no ha renunciado a sus estructuras europeas pero ha girado vertiginosamente hacia otros contextos en los cuales recibe más fuerza y juventud. En esta situación, nace una reflexión sobre la necesidad de crear ámbitos de vida en la vieja Europa. Se reestructuran las presencias de modo que éstas garanticen la presencia carismática en una realidad de post cristiandad.

Ante un horizonte profundamente fragmentado, la vida religiosa, está recordando aquella máxima de renovación que trazó el Concilio que urgía una vuelta a los orígenes. Ahora, esos orígenes la conducen hacia el Gran Carisma, por encima de los carismas, y a los núcleos centrales de la consagración, como es la vida en comunión.

La comunidad es entonces el rasgo más originario que en este nuevo siglo la vida religiosa entiende debe cuidar. Curiosamente porque es el principal valedor de la misión, la necesidad más grande en la humanidad y la dificultad mayor de hombres y mujeres que se saben arrastrados por la invitación a la totalidad pero que, como hijos de este tiempo, padecen la lucha interior de la fragmentación y la «hiper-subjetividad»3. Es clamoroso el debilitamiento comunitario en los últimos años del siglo XX y primeros del XXI. Constatamos, sin, a penas, tomar decisiones, la realidad de una presencia extendida, con una red de obras que nacidas en otro tiempo,

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están ahogando la capacidad de los consagrados para poder ofrecer el signo de la fraternidad, justamente porque carecen de tiempo físico o estructural para poder cuidarla.

La misión se ha visto atenazada por la competitividad y el mercado, frente al signo y la evocación del Espíritu. Según esto, la misión que convoca la comunidad ha mutado. Nace el equipo o la organización que, ante todo, funciona para producir sin tiempo para conectar con la razón última, el sueño de Dios de lo que se ofrece, representa o propone. En una objetiva pérdida de fuerza por el imparable proceso de envejecimiento y consiguiente disminución de fuerzas, en realidad, la vida religiosa mantiene una red muy superior a cuando disponía de más miembros. Así las cosas, se han abierto, sin duda, nuevas posibilidades de misión y vida… pero con un grave peso de desgaste y también de esperanza que es la que nos mueve.

El discernimiento de los hechos acontecidos en estos primeros años del siglo XXI concluye en una realidad incontestable: la comunidad religiosa es el rasgo más peculiar de misión y vida de la vida religiosa para este tiempo y, para ello, necesariamente ha de dejarse iluminar (la vida religiosa) por una conciencia compartida de misión y una experiencia de interrelación, intercomunicación y corresponsabilidad con las otras formas de seguimiento en la Iglesia.

2.- Cambio de época

Por encima de iluminaciones y análisis, más allá de la cuantificación de los datos y las inclinaciones sociológicas es evidente el cambio de época que va fraguando en estos primeros años de siglo. Hay muchos acontecimientos que lo corroboran y sería muy detallado hacer un elenco de los mismos. Indudablemente pocos como el hecho de que un Papa renuncie al ministerio petrino porque le faltan fuerzas para desarrollarlo conforme a este tiempo. Nada llegamos a creer que es posible hasta que los hechos nos dicen que así es. Por otro lado podría pensarse que estamos ante un acontecimiento aislado: un hombre mayor que siente que las fuerzas le faltan para una misión, ciertamente, de primera magnitud. No es así. Estamos ante una realidad insólita después de centenares de años que nos indica que no se pueden dar ni estructuras, ni esquemas, ni

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paradigmas por estables o inmutables4. La centralidad de la persona está marcando las agendas de la humanidad y también, cómo no en esta tarea que es la construcción, el acompañamiento, la formación y el crecimiento de la persona consagrada a la luz y misión del Espíritu en este contexto del siglo XXI5.

3.- El momento 1: Sortear la realidad

El cambio de época nos permite hacer una lectura, sin duda coherente, con el sentir y hacer de la riquísima trayectoria de la vida religiosa a lo largo de los siglos y, a la vez, ese salto o ruptura cultural que nos indica que tras cincuenta años de posconcilio es legítima una nueva propuesta cultural y teológica de la comunidad religiosa. Jesús Álvarez, historiador de la vida religiosa, afirmaba hace unos años: “El mundo nuevo que está emergiendo ante nuestros ojos está en plena ebullición. En él está presente toda una nueva manera de ser y de existir que exige una radical revisión de los planteamientos tradicionales que sustentan el proyecto de vida de los religiosos. Se trata de un mundo socializado, secularizado, sumergido en la injusticia, que está pidiendo a gritos a los religiosos unos comportamientos existenciales y apostólicos diferentes”6. Decía en el 2002 Jesús Álvarez que la situación está “pidiendo a gritos” comportamientos y respuestas diferentes. Creemos que aquellas intuiciones hoy han cristalizado, con creces, y no se trata sólo de una petición de reforma, sino que efectivamente estamos a las puertas de una nueva vida religiosa y por ende de la comunidad. Verdaderamente no sabemos que los acontecimientos pueden darse hasta que se dan, pero aún más en la reflexión sobre los mismos encontramos no sólo matices, sino elementos de comprensión que en el mismo acontecimiento o no se daban o no

4 Como no deja de ser insólito que el sucesor, el Papa Francisco, sea un hombre del sur y religioso…5 Díez, L. A. Gonzalo, La misión del Espíritu en el mundo. Lectura del tiempo en profunda transformación, en “Taller de teología para la misión claretiana”, Pcl, Madrid 2013, pp6 Álvarez Gómez, Jesús, Historia de la vida religiosa III, Madrid 20022, p. 659

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teníamos suficiente elemento de juicio para tenerlos en cuenta. Siguiendo a Jean Baudrillard, estamos ante un análisis de la comunidad que no se sustrae a la hiperrealidad, porque el estudio que sobre la misma hacemos y de sus diversas formas, está enriquecido no sólo por los principios teológicos e históricos que la sustentan, sino en las diferentes expresiones, cuestionamientos y circunstancias que viven y expresan los hombres y mujeres consagrados que viven en comunidad en este siglo XXI7. Dicho de otro modo, los principios teológicos que sustentan la comunidad se mantienen8, pero se ha convertido en principio teológico, la realidad de las

7 Gergen, Kenneth J., El yo saturado, Madrid 2010, p. 174 s.8 Si fijamos nuestra atención en el tiempo conciliar (la década de 1960 a 1970) descubrimos un excelente punto de partida para describir la identidad de la vida religiosa, de sus comunidades y personas. El Decreto conciliar Perfectae Caritatis (n. 15) afirma: « A ejemplo de la primitiva Iglesia, en la cual la multitud de los creyentes eran un corazón y un alma, ha de mantenerse la vida común en la oración y en la comunión del mismo espíritu, nutrida por la doctrina evangélica, por la sagrada Liturgia y principalmente por la Eucaristía. Los religiosos, como miembros de Cristo, han de prevenirse en el trato fraterno con muestras de mutuo respeto, llevando el uno las cargas del otro, ya que la comunidad, como verdadera familia, reunida en nombre de Dios, goza de su divina presencia por la caridad que el Espíritu Santo difundió en los corazones. La caridad es la plenitud de la ley y vínculo de perfección y por ella sabemos que hemos sido traspasados de la muerte a la vida. En fin, la unidad de los hermanos manifiesta el advenimiento de Cristo y de ella dimana una gran fuerza apostólica». El decreto conciliar tenía como objetivo entender la vida religiosa desde el retorno a las fuentes bíblicas y carismáticas. Emerge con fuerza la imagen de la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén que tenía un solo corazón, una sola alma y todo en común y que volvía a los orígenes fundacionales. De esa comunidad dimana la fuerza apostólica. Esta experiencia de comunidad religiosa encuentran su soporte teológico en: a. Las palabras del Señor cuando anuncia la nueva comunidad de hijos de Dios y hermanos en Cristo; b. El ejemplo mismo del Señor Jesús en una vida de proximidad y cercanía con los que llamó – para que vivieran con Él (Mc 3, 14) diferente de cualquier otra comunidad hasta la fecha y c. La realidad de una continuidad de la experiencia comunitaria en la historia de la Iglesia sin más motivación que la fraternidad evangélica. La llamada a la vida en fraternidad evangélica encuentra su luz y explicitación en la variedad carismática. Algo así como la asunción existencial de un proyecto evangélico que te vincula a

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personas que hoy, 2013, viven en comunidad. Sustraerse a esto, conlleva la apariencia de que las estructuras funcionan, pero sin vida.

El momento es apasionante, despierta interés. Quienes nos observan se preguntan si esta estructura nuestra pasará la barrera del tiempo. Quienes lo vivimos tenemos por un lado el «secreto» revelado por el Señor Jesús de que así será, y, a la vez, la interna convicción de que tal y como estamos, con las redes que hemos configurado para expresar nuestra vinculación comunitaria, no será así. Algo está cambiando y lo que es más claro, aunque no sepamos poner contenido, algo más radical va a cambiar.

No hay variación en los grandes principios que sustentan la comunidad evangélica. Ésta nace de una llamada, un compartir vida y un envío (Cfr. Mc 3) y además de un humus que permite una lectura propositiva común de esperanza para nosotros y para los otros. En grandes trazos y en síntesis este es el foco desde el cual ayer, hoy y siempre se ilumina y orienta la comunidad. La pregunta por el hoy en cada momento de la historia es lo que nos puede aportar claves nuevas de interpretación y acción para lograr aquel estilo de vida por el cual «lo hemos dejado todo».

Estamos en una era con fronteras móviles. Fronteras físicas y también culturales. Las seguridades de ayer hoy se muestran terriblemente inseguras. Los líderes que hace horas nos daban seguridad y un punto de esperanza, se derrumban en cuestión de segundos, minutos o meses. Casi nada es fijo y estable. Valores como la fidelidad, necesitan, en seguida, circunstancia de modo y lugar… a quién, a qué y cómo. Somos nosotros, llamados a experimentar el gran don de la comunidad y «comunitariedad»

otros constituyendo así una muestra de la pluralidad y riqueza del Espíritu en el seno de la Iglesia. En 1969 el teólogo dominico Jean M. Roger Tillard reconocía que el Concilio había acentuado la cualidad mistérica de la comunidad. Casi una década después el teólogo de la Vida Consagrada, Lucas Gutiérrez (Cf. L. Gutiérrez Vega, Teología sistemática de la vida religiosa, ITVR, Madrid 1976, 441 p.) nos ofrece una sistematización de los elementos configuradores de la comunidad religiosa poniendo de relieve los valores humanos y teológicos que le dan fundamento y sentido dentro de una visión conciliar de Iglesia y Mundo. En la década de los años 70 la reflexión sobre la comunidad religiosa se centra en la koinonía –el fenómeno comunitario en sus diversas expresiones- dentro de la gran koinonía eclesial.

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de aquellos que nos gusta definir como «individualistas», con esa pretenciosa distinción pedagógica que mostramos cuando hablamos de los otros. Dentro de la experiencia de comunión, vamos creando, nosotros mismos, líneas de adhesión o quebranto que no existían. Las creamos nosotros. «Es un buen religioso, ha entendido perfectamente el proyecto en el cual estamos y lo asume». Ahora bien, ¿qué proyecto?, ¿de quién? ¿Es proyecto de Dios? ¿Es mío? ¿Es valor intrínseco de la comunidad? ¿Es fiel a lo que el Espíritu está pidiendo para el aquí y el ahora o es mi lectura particular del momento, que nace de mi… y en no pocas ocasiones viene a garantizarme a mí y mis ideas? Son las preguntas internas (y externas) de un individualista, cuando piensa que sus hermanos también lo son.

Estamos en un proceso valioso, necesario y fiel pero que, como todo proceso humano, se está viendo cargado por disyuntivas maniqueas con consecuencias no saludables para una comunidad que afronta el siglo XXI con algunos síntomas de debilidad. Algunos signos:

1. Un grado de satisfacción ingenua ante los grandes proyectos, por los mentores de los mismos. El papel, siempre fiel, aguanta que una propuesta, asumida por un equipo reducido, contemple como cuatro ideas articuladas dan vida a un grupo de mujeres o de hombres que han sido llamados a ser comunidad y referente evangélico en un contexto de increencia. El culmen es llegar a pensar que esas ideas, con esos plazos, tienen no sólo que producir vida en esos contextos, sino que cohesionen las vidas de esos hombres o mujeres distintas y distantes.

2. Una forma demasiado extendida de aparente aceptación: el silencio. Puede ocurrir que la propuesta no nazca de la comunión, sino de la su-pervivencia; puede provocar que la vida de la persona religiosa se vacíe de referencias de pertenencia y la opción sea un silencio que parezca obsequioso, pero que en realidad exprese, sin decirlo «esto está bien para quien lo quiera, pero no tiene que afectar mi vida». ¿Estará creciendo el número de consagrados que están diciendo basta, sin decirlo?9

3. Los que conocieron las décadas de los 60 y 70 echan de menos aquella ebullición. Aquellas preguntas y aquellos contrastes. «Los porqués se

9 García paredes, J.C.R. Preguntas y más preguntas… ¿habrá que decir basta? en www.vidareligiosa.es

Seminario de Vida Comunitaria 23

unían a los grandes ideales y opciones». Hoy la protesta ha cambiado y se manifiesta en un individualismo funcional expresado en silencios que permita que cada uno sea cada uno y siga en lo de cada uno10.

4. Una vida de comunión sin preguntas. Lógicamente sin respuestas. Un clima social que ha encumbrado la subjetividad a cotas inimagina-bles en otro tiempo, permite una serena convivencia sin implicación interpersonal. La cuestión es sacar adelante los grandes proyectos, sin que se de cuestionamiento de los proyectos privados. No hay conflicto, pero no hay mordiente pastoral, no hay comunidad. Se tiende a sumar individualidad con la esperanza de que en el resultado se de el ansiado proyecto aglutinador.

5. Vacío de pertenencia. Un proceso de reestructuración trae como consecuencias el movimiento de algunas fronteras, sobre todo por lo que se refiere a las grandes líneas de acción: opción por una presencia determinada o área geográfica. Siendo necesaria la erección de nuevas referencias que motiven frente a una sensación de desgaste y cierre… se están dando síntomas preocupantes de mirada hacia lo particular sin asunción de lo general. Dicho de otro modo, generaciones de religiosos de mediana edad, están viviendo un viraje significativo hacia sí mismos conjugando una aparente asunción de un proyecto comuni-tario, sin pedir ni ofrecer nada a la vida de comunión diaria11.

6. En general se percibe una reflexión coherente sobre la comunidad y sus dinamismos de animación, queda, sin embargo, un vacío en el cómo12. Falta, sin embargo, la asunción real de la persona que forma hoy la comunidad procedente de una diversidad generacional, cultural o nacional; con un proceso personal discontinuo o de una historia de adhesión a la fe no convencional.

10 Bocos Merino, A., Repensar la reestructuración. Estructuras provinciales y comunitarias, en Vida Religiosa 7- 2010 (Vol. 109) p. 293-304 11 Core, Pina (del), Vida religiosa y cambio: la reorganización de los institutos, en Vida Religiosa, año 2010. Vol. 108-4 págs. 173-18312 A la hora de encontrar las distancias entre la comunidad del Reino, que pretendemos construir, y el grupo de trabajo que a veces expresamos, conviene tener en cuenta:

24 Ponencias

4.- El momento 2: Espectador o protagonista

Me han llamado la atención dos estudios, externos a nuestro propósito, aunque útiles para entender por dónde andamos.

• Puede haber falta de claridad en el proyecto comunitario. Cuando sólo es sucesión de hechos y argumentos organizativos y funcionales que no consiguen conectar el afecto de las personas. Se hacen cosas pero cuesta ver la vinculación con la fuente original carismática. Lo importante no es la urgencia carismática sino que las cosas salgan y la gente esté donde tiene que estar. En el fondo se percibe que si las cosas siguen igual va a haber los mismos resultados, pero no hay mordiente como para proponernos algo diferente.

• El individualismo cultural. Como hijos de nuestro tiempo, somos personas que nos cuesta – vitalmente- entender que “algo bueno” venga de otro distinto a nosotros mismos. La sociedad nos invita a decidir, pensar, comprar, disponer... La vida en comunión invita a compartir, dialogar, discernir.

• La distancia entre el discurso teológico y la asunción vital. Porque la realidad comunitaria es valorada teóricamente siempre y no llega a afectar a mi vida privada. La vida de cada uno se entiende como una parcela en la cual no debe entender ni intervenir el discernimiento comunitario. Ofrecemos buena explicación de la realidad de comunión, sin que signifique tener experiencia real de vida compartida.

• Planteamientos vitales líquidos. Acomodados a las circunstancias sin suficiente crítica como para hacer valer un proyecto común que lo impregne todo. No ha perdido validez la experiencia comunitaria, han perdido validez los modos en los cuales nos hemos ido acomodando a circunstancias ambientales o culturales. Bauman adjetiva la realidad como líquida porque se acomoda al entorno. (El agua adquiere la forma de un vaso, no porque tenga esa forma, sino porque se la da el recipiente).

• Ponemos contenidos a la comunidad que no son propios. Puede ocurrir que consciente o inconscientemente situemos en la comunidad algunos aspectos que no tienen por qué estar. La experiencia de comunidad no es complemento de mis aspiraciones, ni un lugar en el cual se me sirve y ayuda, ni el marco en el cual tengo resueltas mis necesidades para poder dedicarme a otras cosas.

• La comunidad es el primer argumento de misión. No es comunidad para, sino que es comunidad porque se refiere a. El analogado principal es Jesucristo y la configuración con Él. El primer trabajo apostólico de nuestras instituciones religiosas hoy es llenar de vida la experiencia comunitaria. O recuperamos el empeño en afirmarnos pertenecientes y dependientes de, o el futuro lo tenemos anticipado en el presente.

• Es tiempo de reorganización. Pero hay que tener sumo cuidado con las claves puramente pragmáticas y funcionales. Todas las instituciones estamos planteándonos presencias y ausencias, reorganización y trabajo en misión compartida, esto no quiere

Seminario de Vida Comunitaria 25

De uno me sorprendió, sobre todo, el título: Los próximos 30 años van a ser los más interesantes de la historia de la humanidad13. En nuestras reflexiones sobre el presente y futuro de la vida religiosa y la comunidad en ella, hablar de 30 años da vértigo. Seguramente en cinco años nada será como es, o aunque sea no se parecerá… Atrevernos, por tanto a pensar en las tres próximas décadas es casi ciencia ficción.

El otro se titula Comunidad14 y me lleva acompañando más meses. Es de S. Bauman y hace un análisis de cómo nace y se sostiene la comunidad. Su tesis es que la sociedad líquida, sin fronteras, también provoca inseguridad, debilidad y miedo… así hacemos nacer comunidades (políticas, sociales, culturales… expresamente no alude a las comunidades religiosas) pero construidas en papel secante, lo cual hace más grave la aparente seguridad. Concluye, sin embargo el texto afirmando que “si ha de existir una comunidad en un mundo de individuos, sólo puede ser (y tiene que ser) una comunidad entretejida a partir del compartir y del cuidado mutuo; una comunidad que atienda a, y se responsabilice de, la igualdad del derecho a ser humanos y de la igualdad de posibilidades para ejercer ese derecho”15.

En ambos se nos plantea una doble posibilidad: estar como espectadores o protagonistas. Y ahí es donde podemos encontrar incidencia para nuestra reflexión sobre el momento actual de la vida en comunión. Que existan protagonistas, facilita o condiciona la existencia de espectadores y a la inversa. A la vez, ante una realidad en la cual es cada vez más difícil pasar inadvertido, la tentación es de repliegue y mantenerse en un sano margen que no complique la existencia. Ambas tendencias, desde nuestra clave de comunidad evangélica, son peligros que tenemos que abordar.

decir devaluación de la comunidad. La fuerza y la vitalidad de estas propuestas no residen en estrategias perfectamente estructuradas, sino en personas perfectamente cohesionadas y convencidas del proyecto comunitario. Una auténtica experiencia mística.

13 González-Alorda, Álvaro, Los próximos 30 años, Alienta, Barcelona 2010. 159 págs.14 Bauman, S., Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil, Siglo XXI, Madrid 20093. 157 págs.15 Bauman, S. o. cit. pág.147

26 Ponencias

La comunidad religiosa tiene que anunciar una convocatoria en libertad e igualdad en torno al Maestro. El sustrato, para hoy, de todos diferentes, pero todos iguales, es absolutamente imprescindible. La situación de la persona en el momento social y de las comunidades en el momento eclesial, nos conduce, sin embargo, a detectar que hay algunos desajustes que conviene señalar y corregir.

Todos los temas de vida religiosa tienen un carácter circular, se auto-implican. Hace tiempo que sabemos que hablar de comunidad es hablar de misión y hablar de oración es hablar de vida, porque nuestro compromiso quiere ser una expresión de totalidad ante un contexto de fragmentación.

La misión en la vida religiosa, como aspecto nuclear de la consagración, se apoya en el diálogo. Partiendo de una construcción continua de la persona, en clave dialogal, llegar a experimentar la confrontación, el contraste o el discernimiento – en términos más nuestros – como arte habitual de existencia.

Hablar de espectadores o protagonistas está reduciendo mucho nuestra experiencia de vida con otros y para otros. Es una perspectiva subjetivista que vale para diseñar las distintas actitudes en el mundo de la empresa, que no en la misión. Sin embargo, la presencia de la vida consagrada en contextos sociales no tradicionales, la apertura a una «missio inter gentes» por ejemplo, puede acarrear esas situaciones, curiosamente por una no bien entendida aceptación de la secularidad.

Tanto los espectadores como los protagonistas no son sino el triunfo de la soledad y el individuo. Si haciendo un ejercicio de imaginación tuviésemos que diseñar dónde situar a cada uno de nuestros hermanos de comunidad, sin duda, encontraríamos algunos protagonistas (pocos) y un buen número de espectadores.

No deja de ser curioso que en los tratados de éxito empresarial, se afirme el valor del contraste (discernimiento) y el diálogo (acompañamiento) como principios que garantizan el éxito. A la vez, salen a la luz los principios individualistas más crudos “si quieres tener éxito debes ser el mejor”16, tensión tan de nuestro tiempo que entra en contradicción con los principios comunitarios.

16 González-Alorda, A. Los próximos 30 años… o. cit. pág. 21 ss

Seminario de Vida Comunitaria 27

5.- El momento 3: Expectación y apasionamiento

La cuestión no es mantenerse, ni aguantar. La comunidad se sostiene en una sabia articulación de expectación y apasionamiento que se han de alimentar en el día a día. Es una simpleza reducir nuestros problemas a cuestiones de edad y número. Es cierto, no obstante, que edades y número condicionan. La convivencia conforme a la cronología de cada uno nos sitúa frente al otro, enfrentando en ocasiones pareceres y criterios. A la vez, para que exista comunidad, tiene que darse un número suficiente de personas diferentes que la encarnen. El CIC y el derecho propio de cada instituto establecen mínimos, a veces tan mínimos que es imposible. Consecuencia de la reestructuración o comprensión del tiempo presente para la misión, es la reducción de presencias, en pro de comunidades significativas.

Dicen los manuales de los ejecutivos que cuando falta pasión y apasionamiento, se debe uno plantear el cambio de empresa17.

Volvamos a hacer un ejercicio de imaginación. Supongamos que en este ejercicio, un tanto excesivo, de encuestas… reducimos las preguntas a las siguientes: ¿Tienes expectación por el día a día de tu comunidad?, ¿Te descubres apasionado en todo lo que vives con tus hermanos? Y ofrecer además que la respuesta fuese sólo un «si» o un «no». Estoy convencido de que un cuestionario así frenaría otras consultas complejas con las que solemos llenar los documentos previos a los capítulos, o algunas asambleas comunitarias. A veces es tan sencillo como escuchar un sí o un no… y sacar consecuencias.

Mantener la expectación es tanto como creer en la novedad del milagro comunitario, superar el círculo de la competitividad y creer en el signo de la comunión para este siglo. Por otro lado, el apasionamiento, hace referencia al centro de interés… no a los centros. Sitúa dónde está focalizada la existencia y las mejores energías. Ambos piden darse en personas maduras que tienen bien organizada su existencia conforme a la sorpresa de Dios. No faltan ejemplos de religiosos que son muestra de una donación de vida fecunda, constante y sana o feliz. No faltan los nombres

17 González-Alorda, A. O. Cit. Pág. 30

28 Ponencias

y apellidos de personas que están creyendo y creando comunidad… Pero son personas concretas, no está tan garantizado que existan comunidades que así lo vivan. Una vez más hay que reconocer que habiendo religiosos santos, este tiempo necesita comunidades santas como bien afirma Amedeo Cencini18. No siempre es cuestión de número, pero siempre es cuestión de que los que están sean. No se construye una comunidad a la fuerza, violentando las inclinaciones más profundas o las costumbres más arraigadas. Determinados procesos de soltería incapacitan para una vida en comunión, sencillamente porque nunca se ha hecho, o porque sólo plantearlo desestabiliza la vida… Algunos modos, horarios, estilos… están viviendo en las comunidades, pero no son comunidad.

Un trabajo de este tiempo de revitalización es, sin duda la pertenencia, como llamada a la construcción de un nosotros que me necesita, me posee y comprende… Pero se tienen que dar los tres elementos: necesidad, posesión y comprensión.

Cuando se habla de la secularización19 de la vida religiosa en términos negativos se está indicando justamente esta dolencia… personas que están en ámbitos de consagración simplemente porque se han quedado, no porque el medio contagie sus decisiones más profundas.

6.- Desafíos de la comunidad en el siglo XXI

6.1.- La animación, liderazgo y visión

Hace ya años que se alude a esta etapa de la historia «sin padre». Parece que el paso de aquellos momentos donde se significaba la ascesis corporativa y la “sumisión religiosa” ha dejado la afirmación de la validez de la visión de cada persona. Es la sublimación de lo subjetivo… casi todo es opinable y las pertenencias comunitarias no son unívocas. Un aspecto

18 Semana XXXIX de Vida Religiosa. Madrid, abril de 201019 Ha habido intervenciones bastante desafortunadas sobre este concepto ambiguo. No hay otro lugar para la vida religiosa que ofrecer una presencia encarnada y alternativa desde el dialogo con el mundo secular. Algunos reduccionismos en pro de una purificación de la vida religiosa, no son sino nostalgias descarnadas de la realidad.

Seminario de Vida Comunitaria 29

esencial de la comunidad es la animación de la misma. La todavía reciente instrucción sobre «El Servicio de Autoridad y Obediencia»20 nace porque se detectan carencias graves en ese ministerio en la vida religiosa. No tanto porque tenga que estar férreamente marcada la dirección, cuanto porque tiene que haber visión… y esa no se improvisa.

No deja de ser cierto que es muy difícil tener don de poder intervenir en la vida de otros sin que esa intervención suene a injerencia o provoque desajustes no deseados.

Pero hay que reconocer que son tiempos en los cuales se está depositando el necesario acompañamiento de la autoridad en los textos mejor o peor inspirados y casi siempre mediatizados por decisiones que hay que tomar, inmuebles que hay que vender o viviendas que es necesario actualizar.

Pretendemos un servicio de animación en la caridad, pero no se tocan los elementos de la fibra humana que se tienen que dinamizar, con lo cual el efecto deseado y aglutinador no se logra y se avanza en una desafección que es muy sintomática de esta era.

Definitivamente uno de los primeros gestos de revitalización de la comunidad religiosa es la formación de superiores y superioras con visión. Hombres y mujeres, como pide la Instrucción que, ante todo, sean buscadores de Dios21 y no maestros de costumbres o instructores de aciertos y errores; hombres y mujeres dispuestos a envejecer y no llamados a perpetuarse, permitiendo que vengan nuevos modos y visiones, sin absolutizar lo vivido22; hombres y mujeres con ganas de vida y sin ganas de poder… Un signo evidente de la crisis de la vida religiosa no es la falta de vocaciones solamente, sino la falta de convencimiento y capacitación para un ministerio que es sólo testimonio y servicio. Hemos aprendido

20 Sao, CIVSVA21 Sao, 422 A veces uno llega a la conclusión de que no queremos gente joven viviendo con nosotros… Hace no mucho leía este testimonio en un blog… Un religioso de 38 años no pedía su derecho a ser joven, sino a poder envejecer en un ámbito que es comunidad y que ahora sólo puede heredar… (Cf. www.vidareligiosa.es / blog “Y yo, que se”). Como él, muchos.

30 Ponencias

bien a exhortar y pedir que se ore, sin orar… se descalifica así la misión de la comunidad y pierde sentido lo único que sustenta la vinculación de los que formamos la comunidad: la Palabra.

La Instrucción SAO recuerda que la autoridad en la vida religiosa es espiritual23, esto es, testimonial… ir por delante, mostrar, ofrecer un camino creyente. La tarea insustituible de la comunidad como ámbito pedagógico y terapéutico no necesita expertos, sino testigos…

Es frecuente la búsqueda desesperada de recetas contra la crisis. Siempre y cuando éstas no necesiten el movimiento de sitio de quienes las solicitan. Si hoy queremos revitalizar la vida consagrada, esta revitalización pasa por los dinamismos de comunión y éstos por la clarificación del ministerio de animador.

No pocos autores recuerdan que la cuestión, a la hora de la verdad, es una cuestión de fe y ésta se acrecienta y transmite gracias al testimonio. No hacen falta maestros sino testigos que, con humildad, muestren cuál es su andadura creyente24.

Los tres «ingredientes» del ministerio del superior o superiora son: animación, liderazgo y visión… sin que se impliquen ni excluyan. No se trata de una adquisición a base de voluntad, aunque hace falta… ni un cúmulo de virtudes inaccesibles para los más, aunque, qué duda cabe, son dones que unos pocos tienen al servicio de los demás.

Cuando hablamos de animación estamos afirmando justamente que un ámbito comunitario necesita ánimo. La capacidad para infundir áni-mo es uno de los rasgos que el Magisterio expresamente pide a aquellos que prestan el servicio del superiorato25, porque como ya denunciaba el Beato Juan XXIII «agoreros de calamidades» abundan por doquier. No deja de ser elocuente que se pida a quien tiene que sostener los vínculos comunitarios la capacidad de generar ánimo. Sin embargo, la vincu-lación en libertad y totalidad; en gratuidad y permanencia que es la

23 Sao 1324 Cfr. García Maestro, J.P. Del Dios lejano al Dios cercano, en el cual vivimos y nos movemos, en VR 2-2010. Vol. 106 pág. 46-5325 Sao 13

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vida en comunión, necesita, le es imprescindible que alguien encarne la evocación de la esperanza que sostiene la llamada. Es conocido por todos que los dinamismos de relación, por el propio desgaste que conlleva existir, puede condicionar un estado de permanencia sin espe-ranza, esta es la tarea primera de quien gobierna una comunidad reli-giosa. Es además imprescindible que esta propuesta de ánimo sea para todos, no para un grupo selecto que decide o me sigue. Aquí, sin duda, aparece otro de los grandes retos de nuestro tiempo: la pluralidad. Va habiendo en el seno de las comunidades y de las congregaciones demasiadas distancias entre facciones, grupos ideológicos26.

El servicio de animación tiene que emplearse a fondo, en una sociedad dividida y devaluada, por superar la división, aunar intereses y perso-nas. Superar la tentación maniquea y miope de crear sólo para quien aplaude y atender todas las sensibilidades. Ésta clave, no se improvisa y supone una cualificación humana (y divina) poco frecuente.

El trayecto que resta a la comunidad religiosa para ser significativa en los contextos del siglo XXI no se salva si no es con una propuesta explícita de ánimo, en la que nos recordemos, cada mañana, que efec-tivamente, a penas se abra nuestra boca, ésta proclamará la alabanza y no el lamento.

Es imprescindible el liderazgo que en la vida religiosa consiste en la capacidad de ser memoria de la Bienaventuranza porque en las batallas de la vida frecuentemente se viven «vueltas atrás», búsquedas de protección o contaminaciones de las líneas más originales de fi-delidad. El liderazgo es capacidad de guiar sin imponer; orientar sin forzar; mostrar y atraer. Es un liderazgo espiritual que no se logra con destrezas humanas, aunque las comprende. La comunidad religiosa tie-ne que superar tres tentaciones siempre presentes: el conformismo, la casuística y el desánimo. Éstas unidas a aquellas dos que ya se-ñalaba Juan XXIII en su decálogo (prisa e indecisión) constituyen cinco trasversales en las cuales nos jugamos todo en el ser comunidad o parecerlo. Un liderazgo activo, estará siempre atento para que estas

26 Algunos autores sostienen que la ideología es de los aspectos que más ha contribuido a deteriorar los vínculos comunitarios

32 Ponencias

constantes en las relaciones humanas estén suficientemente neutraliza-das por el evangelio, de manera que la comunidad no se reduzca a puro grupo sociológico (suma de individuos) y logre aquel efecto multipli-cador que tiene lo evangélico (encuentro de hermanos o hermanas).

Pero en un contexto como el presente, ¿de qué liderazgo estamos ha-blando para la vida en comunión? Los tratados de éxito social y em-presarial piden para los líderes una especial inteligencia intrapersonal (aquella que permite entenderse a sí mismo y a los demás) e interper-sonal (aquella que tiene que ver con la capacidad de entender a otras personas y trabajar con ellas)27 éstas capacidades, unidas a un cuidado espiritual y sentido de pertenencia, son equipaje que nos ayudará a via-jar de la administración (que las cosas funcionen) al mecenazgo (que las personas den lo mejor de sí).

¿Qué decir de la visión? Se trata de aquella cualidad poco frecuente que evita el funcionamiento por impulsos, transforma la estrategia en mística y destierra cualquier asomo de competitividad. Es un don que permite ver más allá de las apariencias, con lo cual se logra la perspec-tiva: conoce el antes e intuye el después, por eso hace posible el ahora. Tiene especial unción para trabajar el nosotros y de integrar en él la particularidad y la sana autonomía imprescindibles de la verdadera co-munión en libertad. Tiene tres rasgos muy claros: descubre la realidad, visualiza el ideal y alienta las posibilidades corales para lograrlo28.

6.2.- La intergeneracionalidad e interculturalidad29

Muy probablemente estemos haciendo lo que hay que hacer. Pero lo estamos haciendo desde un tratamiento que afecta sólo a la piel, a la apariencia, o a la estética. La tarea de nuestra vivencia «inter», para mostrar el ciclo vivo que tienen nuestras congregaciones necesita a un internista. Hay que entrar en lo profundo, en lo escondido porque ahí

27 González-Alorda, Á., O. cit. Pág. 4828 Cf. Goleman-Boyatzis-Mckee, El líder resonante crea más, Plaza & Janés, Barcelona 2002 págs. 270 ss29 Nos referiremos a estos términos que sin ser idénticos, en buena medida se implican, con el prefijo “inter”.

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se están dando las circunstancias que no nos dejan crecer conforme al querer de Dios para este siglo. De momento, no estamos renovando las congregaciones, las parcheamos para que aguanten el trayecto. Sin embargo no estamos operando cambios reales que posibiliten la vivencia de algo nuevo.

Vamos por partes. Examinemos lo inter desde los primeros momentos (cuando una persona más joven llega a una comunidad religiosa) y veamos qué pasos de integración creemos no se deben dar y cuáles son los procesos que evocan que hay salud. O lo que es lo mismo, dar el salto de los cuidados paliativos donde seguimos como se hizo siempre con la pretensión de que cambie todo, o nos aventuremos en un cambio interno que nos llevará a consecuencias insospechadas (otros aires) y otros cuidados (un cambio radical de la alimentación que exige la vocación religiosa en este siglo.

A. Injertos comunitarios sin vida

Comunidades casi difuntas que reciben jóvenes frágiles. Un tronco al que se injerta una rama muy débil. Rasgos: gente joven muy dócil, sin crite-rio y con miedo a la vida, se dejan moldear. La congregación marca con rasgos de piedad la adhesión… Pero ni hay fuerza en el tronco, ni en la rama joven. No hay experiencia inter porque no se garantiza la vida… Son injertos temporales.

Troncos con vida, con una rama que tiene un liderazgo muy marcado, permiten el injerto aparente de jóvenes con una convicción fuerte. Se da un fenómeno curioso, lo importante deja de ser el gran proyecto de Dios para lograrse otra cosa… Un gran sentimiento corporativo de grupo salvador… Tampoco es el injerto deseable…

Troncos comunitarios que cuidan mucho sus estética celebrativa, su puesta en escena… Atraen ramas jóvenes que están o cansadas o decepcionadas de este mundo. Llegan a la vida religiosa no por amor al mundo, sino por desprecio. Se dan unas claves muy subjetivas que teniendo que ver con la causa de Dios, no hay opción por Dios. No se da la pertenencia inter porque aparece el cansancio de unos y otros y hay constantes salidas.

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Ramas jóvenes que quieren ser troncos antiguos. Son refundadores o refun-dadoras y van dos pasos más allá de los inspiradores de las familias religiosas que vivieron siglos antes. Aquí el desafío “inter» es modelar este aparente liderazgo para que no surja otra cosa, otro árbol, algo que nada tiene que ver con el proyecto carismático de Dios.

Jóvenes profesionales del injerto para este tiempo. Son aquellas per-tenencias “inter» que se doblegan ante una realidad virtual. El tronco original está viejo y con pocos recursos, llega el joven y la joven y lo primero que propone como elemento transformador es una página web, un blog… Un lavado de cara informático. No se vive, pero se cuenta lo que se quiere vivir. Suele concluir en una desconexión real y no es infrecuente que deje de fluir la sabia carismática.

B. El injerto comunitario de este tiempo:

a. Troncos conscientes de estar envejecidos, pero con vida

b. Troncos que recrean la espiritualidad recibida, sin atarse ni a formas, ni a reglas que sólo evoquen pasado

c. Troncos que hacen una opción por la personalización: cada persona es un regalo y esto se nota en el cuidado que se ofrece a las ramas viejas.

d. Troncos no aferrados a un lugar, con raíces al aire, lo que permite el tras-lado, la adecuación a lugares mejores o más aptos para este tiempo…

e. Troncos que no están esperando una estación mejor, una primavera so-ñada, sino que tienen siempre la puerta abierta en cualquier momento, a cualquier persona…

f. Troncos que viven el tiempo con sentido, no urgidos por sacar las co-sas adelante, liberados por tanto de ataduras institucionales o corpora-tivas… La prioridad es engendrar vida y no tener muchos troncos…

g. Esos troncos representan personas que han hecho un itinerario vo-cacional y se han desvinculado de la propia historia para vivir el mo-mento presente. Se trata de personalidades atractivas y cuidadas, feli-ces porque han encontrado el sentido de lo que significa la donación.

Seminario de Vida Comunitaria 35

Han superado la guerra de la promoción de unos frente a otros, por-que han encontrado el sentido de su vida. El tener la puerta abierta a que vengan otros, lo compaginan con un ejercicio de poda: hay ramas que tuvieron fruto en otro tiempo pero hoy están secas y sólo sirven para calentar. Se da una dinámica constante de revisión de posiciones, empobrecimiento institucional y económico, frugalidad en el poseer y relaciones personales maduras, que no dependientes. Se manifiesta también en una espiritualidad centrada que quiere ser fiel a Jesucristo, persona caminante y apóstol… desvinculándose de las tradiciones de cómo se ha hecho en un tiempo que no volverá; son troncos fecundos porque cuidan sobre todo lo que les da vida y la convivencia fraterna es una expresión de humanidad centrada. Son troncos felices porque no anhelan lo que no pueden, sino que celebran lo que son…

h. Esos troncos están preparados para la “inter» y transmiten vida y, ade-más, son aptos para una nueva vida religiosa. Quien llega a la comu-nidad se ve reconocido y valorado. No se trata de una integración en la que uno pierde quien es, para nacer otra cosa, sino que el tronco va cambiando de aspecto, porque su rostro son las personas reales que están. Se vive la paciencia de los procesos personales, no estructurales; se cuida la espiritualidad de la integración en los que las personas ofre-cen lo que son y no lo que quisieran ser; se habla de la historia que sólo tiene una estación y es el presente, en el que se encuentran todas las ramas y las generaciones; se obedece a la Misión, con mayúscula, que va mucho más allá de lo que se hizo o dejó de hacer una, dos o diez décadas pasadas.

i. Son troncos los que surgen muy abiertos a la realidad y desde ella se fijan unas artes de convivencia ni forzada ni artificial. La fuerza de la vida de la vida religiosa entonces, no estriba en la extrañeza respecto al mundo sino la expresividad de comprensión y amor al mismo.

j. Van surgiendo troncos que asumen un estilo de vida alejado de unas seguridades, económicas, sociales o eclesiales que los hace alternativos, sugerentes, nuevos y éstos despiertan otras ramas jóvenes… Pocas, contadas, con nombre y apellido, muy diversas, pero en las que se per-cibe que hay un amor original, no trucado ni condicionado. Se ve amor sin contraprestaciones…

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k. Estos troncos son “inter»-generacionales, porque así es el amor de la vida religiosa, son comunidades mínimas pero en ellas se apoya la vida religiosa de este siglo. Se van así liberando de la historia, de los in-muebles de la historia y de la historias de los inmuebles que no son el carisma de las familias religiosas.

l. Son troncos que tienen una lucha interna interesante. Son conscientes que hay un «virus circundante» con el que hay que saber convivir en este tiempo, afecta a las ramas jóvenes y a las antiguas, se trata del indi-vidualismo, la «híper-subjetividad», la autonomía, la tensión interna de la propia realización y el pragmatismo. Se trata, es verdad, de principios que suelen derivar la existencia hacia estilos que nada tienen de comu-nitario, pero también es cierto que asumidos, educados, verbalizados se convierten en posibilidades reales para circule la sabia congrega-cional real, en personas reales que quieren vivir en la comunidad real. La consecuencia, cuando este virus se detecta, se le pone nombre y se dialoga sobre él, es que la comunidad “inter» (generacional y cultural) experimenta la libertad. Sólo así nacen nuevos trayectos con posibili-dad de historia y que no estén a merced del calor de un encuentro, una celebración o una movida que consiguió darme emoción.

C. Inaugurar nuevos trayectos

Aunque parezca una contradicción, para que la comunidad sea una experiencia con vida para todas las edades, necesita que los más jóvenes se hagan mayores. Al menos que se puedan hacer mayores y además se proporcionen caminos de estabilidad. Me explico: no es real el flirteo que en la vida religiosa mantenemos con la eterna juventud, porque no existe y además no inaugura trayectos con vida.

La clave está en dos verbos: abrir (puertas) e inaugurar (estrenar caminos con recorrido). Me temo que sin el uno, nunca se dará el otro. Los mayores suelen hablar de caminos nuevos, con la puerta cerrada y los más jóvenes de inaugurar sin dar pasos reales de novedad.

Unos y otros lo que necesitamos es un proceso de conversión hacia la verdad de nuestra vocación a la vida religiosa. De nuevo la palabra terrible de nuestro tiempo, pasar por la primera persona de nuestra existencia lo que sólo en apariencia hemos vivido. La situación de la vida religiosa actual es más normal de lo que solemos decir, pero más especial

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de los trabajos que por ella estamos dispuestos a realizar. Contamos con un estilo de vida posible para este tiempo, pero con formas y esquemas que clarísimamente han caducado. Por eso se impone un ejercicio intenso de encontrar las claves en las cuales puede desarrollarse hoy una forma de entrega evangélica que sea total, gratuita y duradera. Y ese principio no está desarrollado, sólo está de una manera voluntarista propuesto (hacemos lo que creemos se debe hacer) para que no se desestabilice nada.

D. Revitalizar una comunidad real: con personas distintas, de edades diferentes y culturas diversas.

1. Los que llegamos a la comunidad antes de ayer, los que llegaron ayer, los que acaban de llegar y los que lleguen mañana tienen los mismos derechos y necesidades. Sueñan la misma comunidad evangélica de se-guimiento.

2. La comunidad necesita expresar y vivir, no sólo funcionar. El funciona-riado condiciona la profecía. Son tiempos funcionales y en pro de ellos, lo que hacemos es estructurar, organizar y coordinar… Olvidamos así, que lo que necesita la comunidad es vivir.

3. La comunidad “inter» es un signo en sí. Llama la atención y es un signo contracultural. Evoca Reino, pero su clima y lugar tiene que ser el adecuado. Se da el salto a la significatividad cuando se cambian y transforman presencias conforme al hoy de Dios. No hay comunidad “inter» cuando nuestra ocupación es, sólo, cuidar el patrimonio de la institución.

4. La comunidad “inter» no tiene que compartir historias, tiene que com-partir sentimientos porque éstos son los que, en verdad, comunican el punto de conexión de cada generación y cultura con las otras.

5. La vida religiosa “inter» no se rige por el principio de justicia más in-justo que consiste en “para todos lo mismo”, sino para cada uno lo que necesita en dependencia del nosotros que queremos expresar.

6. Es posible la oxigenación comunitaria cada vez que tomamos concien-cia real de nuestra edad. Querer hacer como si todo vale, o da igual o

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no tiene importancia es estar condicionando las posibilidades reales de lo que llamamos comunidad.

7. Lo inter no es una signatura para dar por supuesta o aprobada. Es la realidad en la cual se encarna la consagración. Es además la posibilidad real de que se de el futuro, sobre todo, cuando las personas mayores no son esclavas de su pasado.

8. Ser comunidad “inter» es abrazar el presente. No hay que tener miedo a los distintos acentos, necesidades o pecados. Sólo desde la experiencia fundante del encuentro y la reconciliación, nuestras congregaciones pueden significar algo en este contexto social fragmentado.

9. Para que haya comunidad “inter» tiene que haber mentes abiertas, que es un signo de vocación. No deja de ser ambiguo que aparentemente ofrezcamos una vida abierta y libre en las propuestas de pastoral voca-cional y éstas se transformen en ataduras, condicionamientos y precios en cuanto vivimos juntos en comunidad. En realidad, el aspecto más débil de nuestra vida religiosa estriba en los cauces de acogida que no acaban de aligerar los ritmos comunitarios, ni de superar la tentación de “crear procesos”… La situación comunitaria actual está dependien-do, en buena medida, de un estilo de pastoral vocacional que es más voluntarista que vital.

10. Finalmente. Esta era necesita claridad y que dediquemos tiempo a lo que necesita más tiempo y relativicemos algunos esfuerzos que hoy más que generar vida nos desgastan. La tarea pedagógica y terapéutica de la comunidad “inter» tiene tres frentes abiertos: uno es el encuen-tro con Dios (silencio, contemplación e interioridad), la comunidad no crece ni con dinámicas, ni con ejercicios de aparente comprensión de la realidad, sino con Dios vivido en este tiempo, y dos, la traducción de nuestra comunidad a esta realidad, sobre todo, a los heridos y heridas de la vida. Y tres, recrear una estética de la fragilidad y la pobreza. Creo que estos tres principios los necesitamos todas las edades y culturas, nos unen y además nos proporcionarán la vida mi-sionera que hoy parece amenazada.

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CONSTITUCIONES Y VIDA COMUNITARIA

P. Fernando NEGRO

INTRODUCCIÓN

Queridos hermanos:

En esta reflexión acerca de la Vida Comunitaria Escolapia no voy a meterme a analizar técnicamente nuestras constituciones, sobre todo el capítulo III, específicamente titulado: “Nuestra Vida Comunitaria”. Tampoco voy a hacer una reflexión meramente teológica que valide y apoye el sentido de nuestra vida fraterna en comunidad.

Por el contrario, y de acuerdo al sentir de los organizadores de este encuentro escolapio, lo que voy a hacer es profundizar a la luz de nuestras constituciones, el valor de nuestra vida comunitaria como eje fundamental que atraviesa y aglutina absolutamente todos los aspectos esenciales de nuestro ser religioso-escolapio. Por tanto es una aproximación pastoral y práctica a nuestra vida comunitaria escolapia.

De todos es sabido que nuestra vida religiosa es una llamada a la consagración total de nuestra vida en Cristo para el Reino. Esta consagración queda cimentada en nuestra vivencia de vida comunitaria, y se expresa hacia afuera por medio de la misión.

Nuestra Orden ha dejado bien claro lo que espera básicamente de nuestra Vida Fraterna en Comunidad:

a. El religioso escolapio vive en comunidad, como verdadero sujeto y protagonista de la comunidad y de la Misión escolapia, superando indi-vidualismos y protagonismos ineficaces.

b. Compagina proyecto personal y comunitario en dinámica fructífera y fecunda para el religioso y la comunidad.

c. El escolapio vive la unidad y la autonomía a la vez, la sana interdepen-dencia que enriquece la vida comunitaria. No confundirlas ni con la

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fusión ni con la independencia anárquica, actitudes siempre negativas para los dos, religioso y comunidad.

d. El diálogo, la escucha, la comunicación de la interioridad y de las tareas y trabajos dentro y fuera de la comunidad en clima de libertad y la relación fraterna vivida en detalle son actitudes permanentes que hay que actuar y revisar individualmente y en comunidad. Esto lo vivimos sobre todo en la reunión de comunidad; un momento importante y un buen test de la vida comunitaria es la reunión;

e. El Superior es animador más que gestor de la comunidad; pero no es un “paterfamilias” de cada religioso. A veces la Vida Religiosa forma niños no personas adultas.

f. Nuestra vida comunitaria ha de ser una vida positivamente abierta a los laicos, sobre todo a quienes comparten misión y carisma con nosotros. Les invitamos a la oración, la eucaristía, la mesa, en clima de fraternal apertura y acogida alegre, haciendo de cada comunidad un signo vivo de presencia de Evangelio.

g. Practicamos de vez en cuando la Lectio Divina en comunidad, sobre todo en los tiempos litúrgicos especiales (Adviento, Navidad, Cuares-ma, Pascua) y en los momentos de vida especialmente relevantes (una muerte, la enfermedad, un momento de crisis social o eclesial...). Es un deseo actual.

h. La alegría de vivir en comunidad con los hermanos, es el signo mejor de que nuestra vida está centrada en el ser y actuar personal y comuni-tario.

i. Con delicadeza practicamos la corrección fraterna, buscando exclusi-vamente el bien del hermano, en clima de diálogo y discernimiento co-munitario. Y junto a ella también la práctica de la “animación fraterna”, que favorece la autoestima necesaria en toda persona.

j. La vida de comunidad escolapia es significativa para cada religioso que la conforma; y así lo es también ad extra para todos los demás.

Poniendo como telón de fondo y como marco referencial todo lo anterior, voy a explorar aquellos aspectos prácticos de nuestra vida comunitaria siguiendo de cerca lo que nuestras constituciones nos dejan como señales de pista.

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La Comunidad Escolapia, ámbito de nuestra consagración

La Vida Comunitaria nos es un elemento estético de nuestro ser religioso-escolapio, sino que es parte esencial del mismo. El mandamiento del amor, que se aplica universalmente a todos los cristianos, lo vivimos en la Iglesia de acuerdo a las diferentes llamadas que el Espíritu Santo sugiere.

Nosotros como escolapios lo vivimos de una forma tal que nos lleva a unirnos fraternalmente en aras al ministerio específico de evangelizar a los niños y los jóvenes, sin olvidar el contexto natural y permanente en el que ellos viven: las familias.

No somos una ONG con estatutos que cumplir para llevar a cabo un servicio de enseñanza y desarrollo educativo. Eso sería demasiado pobre e insuficiente para dedicar toda nuestra vida a este fin. Somos comunidad religiosa cuyo foco fundamental es Jesús Resucitado que nos ha llamado tras mirarnos con ojos de misericordia para estar con Él y para anunciar que Él está vivo y que su Reino ya está en medio de nosotros. Y lo hacemos enfocados en las palabras de Jesús: “Si no cambiáis y os hacéis como uno de estos los más pequeños, no entraréis en el Reino de los Cielos”, y de nuevo: “Y quienquiera que reciba a uno de estos en mi nombre, a mí me recibe”.

Antes de nada debemos estar con Él, como los doce apóstoles alrededor del Maestro, aprendiendo a ser discípulos que escuchan y aprenden la disciplina de un Maestro que nos enseña el camino de la Verdad para ser nosotros “cooperadores de la Verdad”. El número 25 de las constituciones nos dice que “imitamos el estilo de vida de Cristo con sus discípulos”. Por tanto somos comunidad apostólica en cuanto que imitamos el estilo de vida de los doce con Jesús, con Él y para la misión.

Somos comunidad de fe

El número 25, primero del Capítulo III sobre nuestra vida comunitaria, comienza así: “Reunidos en Comunidad de fe por el amor que el Padre nos ha dado…” Por tanto la fe nos ha atraído a Él y desde Él hemos sido convocados por el amor del Padre. Por tanto el binomio fe y amor son esenciales para entender nuestra vida consagrada escolapia.

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Este factor nos hace decididamente distintos a cualquier otra asociación humanitaria por muy filantrópica y generosa que ésta sea.

Esta comunidad de fe, la Escuela Pía, concretizada en cada comunidad local, nos lleva a la estabilidad y permanencia en un estilo de vida peculiar que nos caracteriza y distingue de otros muchos estilos de vida consagrada nacidos en la Iglesia.

Somos pues comunidad de fe en Cristo Jesús, nuestra Roca firme. Pero se trata de una fe que actúa por el amor. Este amor lo recibimos de gratis del Padre que es la fuente por medio de Jesús que es la mediación más perfecta del mismo, pues se hizo uno como nosotros y con nosotros para que podamos ser como Él y el Padre en el amor.

¿De dónde surge nuestro deseo de anunciar la Buena Noticia del Reino? El mismo número 25 ya aludido nos lo responde: “al imitar el estilo de vida de Cristo con sus discípulos y el de la Iglesia primitiva con María, somos en cierto modo ministros de la esperanza del reino futuro y de la unión fraterna entre los hombres.” Es por tanto el Espíritu de Jesús Resucitado que bajó sobre los discípulos en pentecostés, el que nos anima e incita a salir afuera para expresar que el reino ya ha llegado.

En nuestro caso expresamos esta urgencia por medio de nuestra misión evangelizadora que se cristaliza en la evangelización a niños y jóvenes, especialmente los más pobres, desde la más tierna infancia, por medio de la educación integral. Pero todo esto vivido en la comunidad religiosa escolapia.

La Comunidad Escolapia, eje transversal de toda nuestra Vida

Estamos en una cultura mundialmente conocida como “post-moderna”. La característica fundamental de la misma estriba en que mira a lo concreto, olvidándose del todo. Las narrativas que daban cohesión a un sentido históricamente gradual de los procesos personales o comunitarios han quedado relegadas a un segundo lugar, y lo que importa es el aquí-y-ahora del momento presente. La consecuencia lógica de tal mentalidad es la fragmentación.

Sin entrar a valorar esta cultura en la que sin duda ninguna hay tesoros hermosos que descubrir y lecciones verdaderas que aprender, hay que decir que esta cultura de lo inmediato y de la fragmentación necesita del

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contrapunto de la globalidad, del todo personal que necesita ser revisitado en la globalidad, para así redimirlo de la parcialidad que a fin de cuentas deja a la persona desarticulada y vulnerable, incapaz de encontrar la fuerza interior que le dé consistencia y armonía.

Aplicado todo esto a la vida comunitaria, hemos de acercarnos a ella de modo global y holístico, más allá de consideraciones puramente organizativas, de horarios que cumplir, y de actividades que soportar. La vida comunitaria escolapia es sobre todo vida fraterna en comunidad que se vive en la simplicidad, la alegría, la espontaneidad, y el gozo de saberse llamado y amado.

En la vida comunitaria escolapia todos los elementos esenciales de nuestro ser y hacer se conectan. En la vida comunitaria es como un laboratorio en el que se pone a prueba de la todos acentos fundamentales de nuestro ser y hacer. Y esto es lo que vamos a ver a continuación.

Nuestro Padre P. General, P. Pedro Aguado, Sch.P., en su visita canónica a nuestras demarcaciones siempre deja claras las diez claves fundamentales que sostienen nuestra identidad escolapia en cualquier parte del mundo, aplicadas a cualquier cultura o mentalidad. Éstas son las siguientes, sin que necesariamente estén en orden de importancia:

1. Hemos de tener una pastoral vocacional bien sistematizada, de modo que construyamos una “cultura vocacional” a través de la cual todos nos sintamos responsables en llamar, recibir y acompañar a quienes se acercan a nosotros.

2. Hemos de cuidar a fondo la Formación Inicial, con planes bien es-tructurados y progresivos, cuyo punto de apoyo sea, una vez más, la experiencia de Dios y el acompañamiento personal.

3. Nuestras comunidades deberán renovarse de modo que en ellas haya vida en abundancia, con alma de acogida, con espiritualidad y entusias-mo misionero.

4. La Formación Permanente debe nacer del deseo personal de creci-miento, de renovación, y de conversión en cada ciclo vital en que nos encontremos.

5. Nuestro ministerio escolapio será alimentado como el fuego sagra-do que ilumina y purifica desde la identidad Calasancia; será puesto en

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marcha a través de la misión compartida con los laicos, y con una gran capacidad evangelizadora, al servicio de los más pobres.

6. Los laicos son parte esencial de nuestro cuidado, pues cuanto más compartan nuestra visión, mejor colaborarán en nuestra misión y mi-nisterio. Son cooperadores en nuestra misión, y los invitaremos a for-mar parte de Fraternidades Escolapias, y nuestros ministerios escola-pios.

7. La Reestructuración es otra clave esencial. Una reestructuración que requiere un movimiento de flexibilidad del que ya somos pioneros, pues nuestra provincia es fruto de una fusión a la que muchas otras le han seguido.

8. El proceso de crecimiento de la Orden: este proceso requiere un doble ejercicio, el de la consolidación y de expansión. Y esto requiere audacia y decisión, siempre desde el proceso firme del discernimiento. A veces habrá que dejar cosas.

9. Economía y Finanzas: se nos pide la solidaridad de Orden para que, desde nuestra pobreza, ayudemos al crecimiento de nuestra Orden en lugares de primera implantación donde los recursos materiales son es-casos. La clave de esta vivencia está en la centralización y el compartir.

10. La figura de CALASANZ, nuestro Santo Fundador, es el eje que aglutina todos los anteriores. Debemos re-descubrirlo, profundizar el conocimiento de su vida, su visión, y el efecto multiplicador de su obra en nuestros días.

Tomando como referencia estas diez claves fundamentales, voy a desgranar cada una de ellas en referencia sobre todo al capítulo III de las constituciones, haciendo hincapié en lo que la Orden necesita de nosotros hoy.

LA PASTORAL VOCACIONAL

“Con esta vida comunitaria respondemos mejor al Señor que nos llama. Y esa respuesta será, con la gracia de Dios, nuestra mejor recomendación para que quienes tienen trato con nosotros, especialmente niños y jóvenes, se sientan fuertemente atraídos a trabajar en la mies del Señor.”(CC 39)

La pastoral vocacional del contagio es la más apropiada porque es la más sincera y entusiasta. Nace de la convicción y se expresa desde

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el deseo de contagia a otros lo que a uno le da vida, esperanza y sentido vital.

Aunque haya en cada comunidad un encargado de la pastoral vocacional, corresponde en principio a todos y cada uno de sus miembros el ser testigos cualificados para la misión de suscitar, llamar, acompañar y ayudar a crecer las vocaciones que el Seños nos va dando. Pero es imprescindible el testimonio de una comunidad viva que acoge, que sale de sí misma, que sabe estrecharse para hacer un hueco al que llega, que se encarna y escucha el grito de los más necesitados.

Lo que les dijimos en las campañas vocacionales debe ser contrastado con nuestra manera de vivir hoy y, si fuera necesario, debe ser puesto en cuestión, cambiado, enmendado y purificado. Y es que a la larga el método más eficaz de atraer vocaciones a la Vida Religiosa y sacerdotal es el del contagio, pues en él la fuerza del convencimiento elimina toda ambivalencia y toda verborrea de nuestro lenguaje inconsistente.

No podemos engañar a los jóvenes, pues son ellos los mejores asesores de nuestras formas de vivir, en nuestro deseo de decir el sí incondicional al Señor en la Iglesia. Jesús de Nazaret y su estilo de vivir nos enseñan de modo excepcional el método evangélico de contagio a través del cual Jesús comenzó, con tan sólo un puñado de agentes, los 12 Apóstoles, el mayor cambio que jamás haya ocurrido la historia de la humanidad: la llegada del Reino de los Cielos. Y en ello estamos también nosotros.

LA FORMACION INICIAL

“Con especial cuidado y amor fraterno nos preocupamos por quienes acaban de abrazar nuestra forma de vida” (CC 33),

Como norma general y permanente deberíamos de preguntarnos si nuestras comunidad concreta sería capaz de recibir ya acompañar el crecimiento vocacional de cualquiera de nuestros hermanos en proceso de formación inicial. Si la respuesta es “no”, entonces es que debemos hacer algo para cambiar y mejorar.

Tener vocaciones y acompañarlas es lo mismo que una familia que ha decidido tener hijos y comprometerse a ayudarles a crecer en todos los

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aspectos de su personalidad (físicos, psicológicos, espirituales, afectivos, intelectuales, etc.)

Hemos de aprender a ser comunidades que reciben el regalo de nuevos hermanos como si fueran regalos recién llegados del cielo. Y para ello hemos de salir de nuestros moldes y comenzar un proceso descendente y de irrelevancia que nos ayude a conectar con el alma joven de nuestros hermanos menores.

Hemos de considerar que nuestros hermanos profesos mas jóvenes son de hecho y de derecho miembros de nuestras comunidades y por ello hemos de tratarlos como adultos a quienes ayudamos a ser introducidos en la dinámica global de nuestra vida y ministerio escolapios.

NUESTRAS COMUNIDADES

“Este compromiso de crear y fomentar la comunidad lo hemos asumido todos al abrazar la vida religiosa”(CC 34)

Y es que la comunidad es don y gracia (“reunidos en comunión de fe por el amor del Padre…” (No. 25) pero también tarea. De ahí lo del compromiso de crear y fomentar la comunidad. ¿Cómo hacemos todo esto? Las constituciones nos dan pistas muy concretas:

1. Procurando madurar en la caridad y las virtudes humanas tales como la sinceridad, la afabilidad, el respeto mutuo, el ambiente dialogal, y la contribución a la unidad. (29)

2. Con la sencillez, el respeto, la benignidad, la tolerancia y la corrección fraterna. (30)

3. Con la corresponsabilidad, la colaboración mutua y el olvido de sí. (31)

4. Siendo solidarios, con la participación activa en momentos de oración, de reuniones, de programaciones y evaluaciones comunitarias, y la fi-delidad al horario. (32)

5. Cuidando de los más jóvenes, los más ancianos y enfermos, y orando por los miembros de la Escuela Pía Celeste. (33)

Cuando vivimos sin medianías nuestra vida de comunidad, nuestra espiritualidad avanza y se robustece ya que nadie puede decir que

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ama a Dios a quien no ve si no ama a su hermano a quien ve. Por su carácter de simplicidad y verdad, copio aquí lo que San Agustín entiende por comunidad religiosa:

“Una comunidad es un grupo de personasQue oran juntas y hablan juntas;Ríen en común y se intercambian servicios mutuos;Se divierten juntos y aprenden juntos a estar serios.A veces pueden tener puntos de vista encontradosPero sin enfadarse por dentro,Lo mismo que pasa con cada persona a veces,Usando las divergencias para reforzar su armonía habitual.Aprenden mutuamente los unos de los otros.Echan en falta a los ausentesY reciben calurosamente a los que llegan.Manifiestan su mutuo amor con centellasQue salen de sus corazones,Y que se expresan en sus rostros, en sus palabras y sus miradasa través de gestos innumerables de cariño.Cocinan juntos el alimento en la casaDonde las almas se unen en un solo lazo Y donde muchos, al final, son UNO.” (S. Agustín, “Las Confesiones”)

LA FORMACION PERMANENTE

Hablar de la persona humana es hablar de un todo armónicamente estructurado en el que se dan cita los niveles espirituales, psicológicos, físicos, ambientales y sociales. Formar es pues crecer en esa armonía para que “el hombre nuevo” surja paulatinamente como el maravilloso Moisés de Miguel Ángel saliendo poco a poco de la tosca piedra a golpe de cincel y martillo.

El artista es el Espíritu del Señor Resucitado y nuestro modelo es Él mismo, el Hombre Nuevo. Este proceso requiere que nos dejemos hacer por Él, es decir aceptar esa “pasividad activa” o esa “actividad pasiva” a

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través de la cual la gracia nos hace mientras cooperamos con ella. Y así vamos conociendo para amar, y aprendemos a amar para servir mejor. Estos son algunos lugares para la formación permanente:

Sócrates decía que una vida no auto reflexionada no es digna de vivirse. Por ello el “lugar” privilegiado de toda formación, el imprescindible, es nuestra capacidad de reflexionar sobre nuestra vida, nuestras experiencias, nuestros sentimientos, reacciones, intuiciones, mociones, etc. Así nos abrimos al arte de “vivir despiertos”, aprendiendo de cada reflejo de verdad que se encuentra desparramado por doquier.

La Oración como relación con Aquel que me ha llamado es muy importante. La oración es “tiempo” de calidad con Aquel que me ama y confía en mí, con Él que constantemente me reta y, frente a mi victimismo, me dice una y otra vez: “tienes que nacer de nuevo, nacer del agua y del Espíritu, nacer del Señor.”

El trabajo que cada día realizamos tenemos que compaginarlo con esa actitud lúdica de descanso para estar a solas con nosotros mismos y para vivir la gratuidad de nuestras relaciones humanas. Nos hace mucha falta encontrar esos amigos, esas personas significativas con las que puedo compartir todo lo que soy yo mismo sabiendo que no me van a rechazar ni juzgar. Son auténticos tesoros que me ayudan a ser más yo mismo según el plan de Dios para mi vida. Personas así pueden ser amigos entrañables, acompañantes espirituales, miembros de la comunidad, etc.

La Interculturalidad creo que ha de ser un lugar excelente, una buena plataforma para la formación permanente. Hoy día muchas de nuestras comunidades viven la Interculturalidad e internacionalidad de sus miembros como algo normal. ¡Qué bueno si nuestras diferencias son aprovechadas para enriquecernos con los valores que éstas conllevan! Las diferencias no son enemigos nuestros, sino nuestros aliados en el camino de adquirir flexibilidad, tolerancia, comprensión y la alegría de la complementariedad.

Nuestra puesta al día en el ministerio que nos corresponde desarrollar al servicio de la Iglesia. Para ello hemos de ser muy “creativos”, es decir, personas que se saben “enviados” para algo tan importante que requiere, más que recetas repetitivas, ojos abiertos, mente amplia, corazón generoso,

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para que en le transcurso de mi acción ministerial, sepa leer los signos de los tiempos y pueda responder a ellos con sentido de “contemporaneidad”.

NUESTRO MINISTERIO ESCOLAPIO

Estamos viviendo una primavera eclesial con la llegada de nuestro Papa Francisco, que nos invita a vivir en una Iglesia pobre con y para los pobres. Su entusiasmo misionero nos recuerda aquella anécdota de San Francisco de Asís que invitó al hermano León a salir a predicar por los alrededores. Se pusieron en camino. Tras horas de conversar por los caminos, reír y saludar a la gente, el hermano León, al ver que volvían al convento, le dice a Francisco: “Cómo es que ya regresamos si no hemos evangelizado? A lo que el pobre de Asís le responde: “Claro que hemos evangelizado; cuando nos veían en fraternidad, sonriendo y saludando, ya lo estábamos haciendo.”

El ministerio escolapio más importante es el del testimonio gozoso de una comunidad que vibra al saberse amada por y en Jesucristo; una comunidad que comparte el espíritu Calasancio que viene expresado en el capítulo III de nuestras constituciones.

Es en el contexto de una comunidad así vivida, donde el ministerio de evangelizar educando se desenvuelve, animados mutuamente por la vocación común que gozosamente vivimos, pues es lo que nos identifica profundamente como escolapios.

A este respecto el número 38 de las constituciones explicitan lo que debería ser nuestro ministerio escolapio en comunión con la Iglesia y conectado con el mundo: “Nuestra comunidad, miembro de toda la familia humana y siempre dispuesta a servir, hace suyos, con gozo y decisión, los gozos y las esperanzas, las tristezas y afanes de todos los hombres, particularmente los de la comunidad local donde vivimos.”

LOS LAICOS

Hoy en día es de todos aceptado que nuestro trabajo con los laicos no es una cuestión estratégica de pura supervivencia, sino una consecuencia de la eclesiología surgida tras el Vaticano II, una eclesiología que nos habla de comunión y de cooperación mutua.

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Nuestro trabajo con ellos debe llevarnos a un descubrimiento cada día más hermoso y profundo de lo que somos a la vez que nos abrimos a la belleza de la vocación laical que lleva en sí misma el germen carismático a través del cual conectamos calasancianamente para construir juntos la Iglesia.

Desde ahí se entiende el número 36 de nuestras constituciones que dice: “De la vida de la comunidad escolapia participan también, a su modo, los formandos no profesos y los laicos que comparten nuestra vocación en distintas modalidades”.

Sea cual sea la modalidad de los diferentes laicos que trabajan con nosotros, debemos considerarlos con un respeto inmenso y con un deseo profundo de formarlos escolapiamente, pues cuanto más cerca estén de nuestro modo de ver y servir escolapios, más y mejor llevaremos a cabo la misión que poco a poco se convertirá en auténtica “misión compartida”.

LA REESTRUCTURACION

De todos es sabido, pues prácticamente todo estamos sufriendo y gozando la reestructuración a nivel interno y a nivel externo, que implica una gran dosis de flexibilidad y disponibilidad, de creatividad y de generosidad.

Y para ello nuestras comunidades han de ser realmente fuertes para que no queden suturas a través de las cuales la energía que necesitamos para crear algo nuevo, se ve desperdiciadas a causa de la frustración, la mediocridad o la falta de esperanza.

Toda reestructuración implica un avance hacia la vida en plenitud. “Somos ministros de la esperanza del Reino futuro y de la unión fraterna entre los hombres” (CC 25). Nuestra plenitud es el Reino que ya está en medio de nosotros en constante desarrollo hasta la plenitud infinita. Nuestra tarea es ni más ni menos que dejar que crezca en nosotros y ayudarle que crezca hacia fuera de nosotros, allí donde el Espíritu desee llevarnos.

En todas las demarcaciones que ya se han ido formando como fruto de fusiones lo más primordial que debemos cuidar es la comunidad o vida fraterna en comunidad. De lo contrario corremos el riego de haber hecho fusiones de papel que llevan firma y sello, pero que no se sostienen

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desde el convencimiento y la decisión concreta de ir más allá de las barreras creadas por la inercia de los años.

Si partimos de una eclesiología de comunión, si sentimos “intensamente la vivencia de auténtica comunión con la Iglesia”, se facilitará, consecuentemente, el proceso de reestructuración en el que estamos inmersos por mandato explícito del 46 capítulo general de nuestra Orden.

EXPANSIÓN DE LA ORDEN

También por mandato del pasado capítulo general de la Orden estamos en proceso vivo de expansión más allá de las fronteras y lugares conocidos. Esto requiere un espíritu misionero de Orden, que se cristalizará en entusiasmo misionero en algunos a quienes el Señor les ha dado esta hermosa vocación misionera escolapia.

Pero no debemos ser naïve, pues todo avance en el Reino, toda nueva implantación y expansión requiere no solamente de generosidad sino de vivencia comunitaria profunda en aquellos que son enviados por medio de los superiores.

La vivencia comunitaria misionera es esencial, de lo contrario enseguida llegan los desánimos, los cansancios, los personalismos, la soledad y, como consecuencia, la deserción e incluso el abandono de cosas tan hermosas como son las nuevas fundaciones de las que nuestro santo fundador habla con un entusiasmo especial, pues quería que todos los novicios tuvieran madrea de fundadores. A Él mismo le hubiera encantado salir de Roma para ir a fundar a lugares nuevos y desconocidos.

La vivencia comunitaria de los orígenes de una demarcación, para bien y para mal, escribe el ADN que hará desarrollar la futura demarcación de una forma u otra.”La Familia escolapia formada por los escolapios de todo tiempo y lugar, se concreta y se hace visible en la Comunidad Local, constituida por los religiosos a ella asignados. Toda la Comunidad Local. A su vez, forma parte de las comunidades más amplias, como son las Provincias y la Orden entera.” (CC 36)

Un fruto de esta expansión es la interculturalidad a internacionalidad de nuestras comunidades. Hace unos años había un desconocimiento

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casi total de unas provincias con otras. Hoy, gracias a Dios, hemos roto el círculo viciado y cada vez es más común tener miembros de nuestras comunidades que pertenecen no solamente a varias nacionalidades, sino a continentes diversos.

Pero más allá del simplismo, debemos trabajarnos a fondo, pues enseguida salen las diferencias de nuestros orígenes culturales y tendemos a fijar la atención más en lo que nos separa que en lo que de verdad nos une. La cultura de Orden, de vida religiosa que trasciende las fronteras para llevarnos a la experiencia del sabernos ciudadanos del mundo y hermanos universales, ha de ir calando profundamente en nuestro ser, de manera que más y más seamos elemento contracultural que hable por si mismo del reino que anunciamos y que ya está entre nosotros.

ECONOMÍA Y FINANZAS

La manera en que vivimos la economía y las finanzas difiere esencialmente de lo que pueda ser una organización que no se mueva desde la fe, aunque sus fines sean realmente de ayuda al desarrollo humano y de ayuda a los pobres. Hemos hecho un voto de pobreza que, vivido en comunidad local, de demarcación provincial y de Orden, nos lleva a desear imitar a Cristo pobre en medio de los pobres, y a “compartirlo todo”(CC 26)

De ahí se deriva que el compartir es un elemento esencial que nos descentra de nuestro ego posesivo y calculador, para adentrarnos en la generosidad desapegada y responsable a la vez, a través de la cual hacemos nuestros los gozos y las esperanzas, las tristezas y afanes de todos los hombres. (CC 38)

La transparencia en el uso del dinero y la responsabilidad en usarlo deben de ser factores esenciales para nosotros los religiosos, que profesamos el voto de pobreza como distintivo esencial de nuestra consagración. En este sentido el nuevo Papa Francisco ha comenzado dándonos un hermoso ejemplo cuando al día siguiente de su elección decidió ir a pagar la cuenta del hotel adonde se alojaba porque “no hay que usar de modo irresponsable el dinero de la Iglesia”. Lo mismo se puede decir acerca del “dinero de la Orden de la Escuela Pía”.

Por otro lado, en este momento histórico de expansión de la Orden es un hermoso ejemplo que todos contribuyamos a nivel de demarcación

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para que haya un mayor sentido del compartir de bienes con aquellas nuevas implantaciones adonde existe necesidad material y económica.

LA FIGURA DE CALASANZ, NUESTRO FUNDADOR

En realidad esta faceta es la que nos lleva a la identidad común y esencial de nuestro ser escolapios. Se trata no solamente de conocer más a fondo aspectos históricos o biográficos del mismo, sino sobre todo dejarnos iluminar por su visión de hace 400 años para, creativamente, ser fieles a su “afortunado atrevimiento y tesonera paciencia” a la obra de Dios que el Espíritu le inspiró. (CC1)

Sin caer en idolatrar de nuestro Santo Fundador, sí que creo que los escolapios debemos salir del anonimato y de un cierto pudor falso, para hacer conocer y amar a San José de Calasanz.

Sobre todo debemos unificar nuestro ser personal y comunitario en aras del ministerio específico que nos legó y que hoy día se inscribe bajo la fórmula de “educar evangelizando”.

Hasta aquí hemos expuesto lo diez puntos o claves esenciales de nuestra identidad escolapia en el contexto de la vivencia comunitaria o vida fraterna en comunidad. Pero todavía quedan otros aspectos que se derivan sobre todo de algunos puntos del capítulo III de nuestras Constituciones, y que son de importancia capital. Veámoslos:

VIDA COMUNITARIA Y EUCARISTÍA

De todos es sabido que la Eucaristía tiene dos partes celebrativas en las que experimentamos la presencia de Jesús Resucitado en medio de su pueblo. Se trata de la celebración de la Palabra, y celebración de la presencia sacramental de su Cuerpo y su Sangre. Ambas partes tienen la misma intensidad presencial pues es Cristo en medio de su Pueblo que es la Palabra que se hizo carne, y la carne que se nos da como alimento para nuestro caminar hacia la plenitud del Reino.

El número 27 no tiene desperdicio a este respecto: “Convocados por la Palabra de Dios a una vida de comunión, somos en la Eucaristía signo de unidad, actualizando en nosotros la muerte y resurrección de Cristo, para crecer de continuo en el servicio a los hermanos.”

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Este número, llevado a la vida cotidiana nos habla de que nuestra vida escolapia en comunidad es una eucaristía existencial donde nos ayudamos mutuamente a ser dóciles a la Palabra que nos ha convocado, y a comulgar (comunicar) con el hermano que es conmigo auténtico “cuerpo de Cristo”.

Al terminar la eucaristía el sacerdote nos envía con las palabras, “!podéis ir en Paz!” Se entiende que es un envío a través del cual debemos vivir lo que hemos celebrado; de igual modo nosotros somos en la vida comunitaria eucaristía que celebra la presencia de Jesús Resucitado en la escucha de la Palabra y en su cumplimiento a través del amor fraterno. De esa forma “crecemos de continuo en el servicio de los hermanos.”

De ahí que no se entiende que haya hermanos en nuestras comunidades que más o menos sistemáticamente rehúyan la concelebración comunitaria. En la concelebración eucarística expresamos quiénes somos y quedamos robustecidos de cara a lo que Dios quiere que seamos.

VIDA COMUNITARIA Y NUESTRA CONSAGRACION RELIGIOSA

Ya hemos dicho desde el principio que la consagración religiosa escolapia y nuestra actividad ministerial de evangelizar educando, la vivimos en el contexto de la vida comunitaria. Y ha quedado claro que vivir en comunidad no es una cosa meramente estética o añadida a nuestro ser de consagrados. Vivir en comunidad es esencial y necesario.

Por eso los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, junto con el voto de educar y enseñar, son vividos en la comunidad, y dentro de ella aportan algo característico y muy significativo. El número 26 de las constituciones escolapias dice que “en nuestra vida comunitaria, la castidad nos mueve a amar en plenitud a los hermanos; la pobreza, a compartirlo todo; la obediencia, a unirnos estrechamente para cumplir con certeza la voluntad de Dios.”

Es hermoso resaltar estos aspectos comunitarios que se derivan de la vivencia comunitaria de los mismos:

- La castidad: nos lleva al amor en plenitud, porque ser célibe consa-grado o casto es lo mismo que caminar progresivamente en el amor

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sin condiciones, unificando nuestro corazón con el de Cristo, en cuyo regazo no existen exclusivismos ni cálculos que llevan a la medianía y a la ausencia de pasión. Nuestro amor célibe está llamado a tener la misma fuerza apasionada del amor que los esposos se prometen en su matrimonio. La sola diferencia es que en nuestro corazón cabe el mundo entero por amor al que nos amó primero. Vivimos fieles en la castidad. (CC 16)

- La pobreza: nos mueve a compartirlo todo. Pobreza no es sólo no te-ner, sino que lo poco que tenemos lo podamos compartir especialmente con los hermanos de comunidad. Y lo más precioso que tenemos es nuestro tiempo y nuestros dones. El regalo de la pobreza va unido al de la libertad y la alegría. Por eso nuestras constituciones dicen en el pun-to 66 que “no dudamos en poner con alegría al servicio de los demás nuestros bienes de naturaleza y de gracia, nuestra capacidad de trabajo y nuestro propio tiempo.” Vivimos alegres an la pobreza. (CC 16)

- La obediencia: nos mueve a la estrecha comunión de manera que po-damos cumplir la voluntad de Dios. Obediencia implica capacidad de escucha al Dios que desea comunicarse constantemente con nosotros. Pero está claro que nadie va al Padre que es amor sino a través de los hermanos. Por eso la obediencia en el contexto de la vida comunitaria establece una línea horizontal imprescindible de modo que en el am-biente de fraternidad escuchemos mejor la voz del Señor y responda-mos a su llamada permanente. “Todos los religiosos, para realizar fiel-mente lo que le agrada al Padre, intentamos descubrir su voluntad en intercambio de pareceres y comunión de oraciones.” (CC 77). Vivimos dóciles en la obediencia. (CC 16)

EL PAPEL DEL SUPERIOR LOCAL

El superior local tiene como cometido fundamental el de ser el factor aglutinante de una comunidad, el que escucha y comprende, el que tiene claro que su puesto es servir a los hermanos y ayudarles a crecer en la fidelidad a la vocación escolapia. Por eso el número 34 de nuestras Constituciones es bien claro: “Este compromiso de crear y fomentar la comunidad… recae principalmente sobre quienes han recibido la

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responsabilidad de animar la comunidad y quienes tienen el encargo de construir comunidades en cada Provincia.”

De refilón sale a relucir el papel del Superior Mayor, quien tiene una gran responsabilidad ya que a la hora de nombrar a los que presiden cada comunidad debe tener muy en cuenta el perfil de escolapio superior:

- Hombre psicológicamente sano: sereno, realista, lúcido, imparcial, po-sitivo, comunicador entre los hermanos; alegre, creativo, fiel.

- Hombre de Dios, de vida interior y espiritual ricas y actualizadas.- Hombre de Iglesia, encarnado en la dinámica eclesial particular.- Generador de una dinámica de vida fraterna, en comunidad fiel y creati-

va tal que es capaz de suscitar vocaciones entre los jóvenes a la vida reli-giosa y a laicos comprometidos con el carisma y ministerio escolapios.

- Propicia y favorece la participación y corresponsabilidad de todos; sabe escuchar y discernir en diálogo fraterno con la comunidad y cada re-ligioso su ubicación mejor en la comunidad, en la Escuela Pía y en el ministerio escolapio propio y particular de la comunidad o de la De-marcación.

- Con carácter de líder al estilo evangélico, habla y actúa proactivamente y no por reacción, en actitud dialogante y creadora de responsabilidad en los hermanos.

- Enamorado del carisma y de la misión escolapia, conoce bien a nuestro Fundador y la Escuela Pía, nuestros Documentos básicos, sobre todo Constituciones y Reglas, y de nuestro Derecho.

- Asequible siempre a los hermanos y laicos, a quienes sirve con espíritu evangélico, ama a quienes sirve y sirve a quienes ama, nunca en actitud paternalista ni tampoco independiente.

- Con capacidad de empoderamiento de los proyectos personales y comu-nitarios, en diálogo continuo con los responsables de las diferentes áreas de la Obra escolapia encomendada a la Comunidad o la Demarcación.

- Sensible y participativo de la realidad del entorno, sobre todo del mun-do de la niñez y juventud y de los pobres.

- Se deja asesorar y asistir democráticamente por su equipo correspon-diente (Asistentes o colaboradores en las diversas áreas y tareas que tiene encomendadas como Superior) Hombre de comunidad, es agente

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de comunión fraterna y eclesial, de reconciliación y de impulso positivo en la dificultad.

- Representa con presencia digna y positiva escolapia ante las institucio-nes eclesiales, religiosas y civiles, la comunidad, la Demarcación o la Obra escolapia que como Superior tiene encomendadas.

- Hombre capaza de entusiasmarse por la vida escolapia, el Evangelio y el carisma calasancio; suscita, impulsa y acompaña nuevas vocaciones a nuestra vida escolapia en unión con los hermanos y el testimonio de su vida fraterna.

- Piensa con mentalidad de Orden y consecuentemente vive y actúa abierto a la globalidad sana actual que está propiciando un nuevo mo-delo de presencia escolapia en el mundo y lo transmite a la comunidad o Demarcación que sirve.

- Acepta sus limitaciones con realismo y sencillez y como tal acepta el servicio de autoridad confiado por sus hermanos y Superiores inme-diatos desde, con la actitud paulina de confianza en quien le ha llamado y enviado: “te basta mi gracia.”

- Conoce bien su perfil como Superior, definido en nuestras Constitu-ciones y Reglas y en las cartas apostólicas paulinas del Nuevo Testa-mento.

- Vive la unidad con los otros Superiores de las Demarcaciones de la Circunscripción y de la Orden.

- Cuida su formación permanente y la de los hermanos encomendados, sirviéndose de todas las mediaciones ofrecidas por la Orden y otras instituciones eclesiales intercongregacionales en los diferentes países.

VIDA FRATERNA EN COMUNIDAD. APUNTES FINALES

La vida fraterna en comunidad no es algo optativo y es mucho más que el hecho de pertenecer nominalmente a una comunidad canónica. La vida fraterna en comunidad subraya sobre todo el valor de las relaciones interpersonales basadas en la fe que actúa por el amor.

Cristo llamaba a los que creían en Él a vivir en unidad por el vínculo del amor; esto queda reflejado en su vivencia con los 12 Apóstoles con quienes creó la comunidad apostólica. Pero llega a ser aún más

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relevante cuando el Espíritu llegó en Pentecostés. El Espíritu amalgama la diversidad en la unidad. (Act 4, 32-35)

Nuestro amor fraterno en comunidad es un intento de vivir como las primeras comunidades cristianas en las que los creyentes vivían compartiendo todo, siendo compasivos y solidarios con los pobres y los necesitados. (Act 2, 44-47)

La vida comunitaria es más que pertenecer nominalmente a grupo; es establecer relaciones cálidas, conexiones amistosas sin excluir a nadie en nuestra decisión de amar. Cada miembro de la comunidad es un regalo de Dios, como yo lo soy para ellos. (Ef 4, 7-16)

La comunidad nos pide que reconozcamos nuestros valores personales al servicio del bien común. También requiere humildad, sabedores de que humildad es caminar en la verdad.

No pidas a los demás lo que tú mismo no quieres dar; no seas agrio con tu comunidad, porque es tu familia. Lo que sea y como sea, recuerda que éste es el lugar donde Dios quiere que estés para crecer en la santidad.

Cuando encuentres dificultades en la comunidad que tu pensamiento sea: “Qué puedo hacer para que todo esto mejore, cómo puedo ayudar a éste u otro hermano que aparece arrogante, impertinente, silencioso, individualista, etc.? (Col 3, 12-15)

Permite ser corregido cuando sea necesario. Toda corrección, incluso cuando no sea del todo objetiva por parte del que corrige, puede ser una bella oportunidad de crecer en el amor. (Mt 18, 15-18)

No te encierres en el victimismo. No eres la única persona que sufre en el mundo pasando por un trauma o una dificultad. Así aprenderás a reírte de ti mismo y a sonreír frente a lo que te suceda; aprenderás a simplificarlo todo y, lo que es más importante, aprenderás a confiar más en la bondad que Dios te regala especialmente por ser TÚ.

La vida fraterna en comunidad es gracia (don) de Dios y proyecto (responsabilidad) personal.

No te des por vencido, no te dejes vencer en tu deseo de amar a todos. El día en que comprendas cuánto te ama Dios, cuánto confía en ti, aprenderás a amar a todos y a confiar en todos. Éste es el secreto de la vida, escondido en tu corazón. Porque tú eres amor, tu auténtico nombre

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y DNA es “amor”. (1 Co 3, 16-17) Ese día descubrirás la alegría profunda de la que habla Jesús: “Vuestra alegría nadie será capaz de quitárosla”. (Jn 16, 22)

La vida en comunidad nos ayuda a ser personas maduras. Y si esto no ocurre seguro que es porque no estamos bien enfocados en el en el sentido vital de nuestros ser religiosos escolapios.

La madurez siempre requiere un balance entre polos aparentemente opuestos: Independencia-Sumisión, sobreprotección-abandono, ser admirado-ser amado, hiperactividad-pasividad, valorado-rechazo, etc.

Un proceso de santidad que no te ayude a ser cada día más humano y más centrado vitalmente no viene de Dios. Casi todos los conflictos y problemas relacionales son causados por inconsistencias de un pasado no resuelto. (Jn 10, 10)

Recuerda que nuestra vida fraterna en comunidad es prerrequisito esencial para que nuestro apostolado y ministerio escolapio sean creíbles. (Jn 17, 23)

Nuestro testimonio de vida es nuestro apostolado principal. La gente espera de nosotros mucho más de lo que nos imaginamos. Además ésta es la voluntad de Jesús: “Padre, que sean uno como Tú y yo somos uno, yo en ti y tu en mí; para que el mundo crea que Tú me has enviado”.

Piensa siempre que los hermanos son un regalo, no una amenaza. Si actúas desde esta convicción verás qué bello y agradable es vivir juntos, aprendiendo y enriqueciéndose mutuamente, pues cada cual tiene sus carismas al servicio de los demás. (Ef 4, 1-6)

CONCLUSIÓN

Háblame de tus comunidades y te diré cómo es tu demarcación. Dime hacia dónde trabajas a nivel comunitario y te diré si tu demarcación tiene futuro.

Y es que en el tema de la vida fraterna en comunidad es donde nos jugamos de verdad el ser y el hacer de la Escuela Pía. Sin una experiencia satisfactoria de la misma estamos abocados a un activismo sin dirección, que a la larga nos irá fragmentando y desilusionando.

En mi experiencia de escolapio misionero he llagado al convencimiento de que la experiencia comunitaria original de toda

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fundación nueva lleva en sí misma el ADN de lo que esa demarcación en ciernes será en unos pocos años.

Por eso hemos de creer en la comunidad como elemento de crecimiento, de fiesta, de reconciliación, de trabajo, de sanación, de lugar donde uno encuentra paz y sosiego, de confrontación fraterna, de animación misionera, de servicio gozoso hacia los más pobres, de formación permanente y de atracción vocacional, de experiencia de Dios, de integración progresiva de nuestra vida en Cristo, de identificación con el carisma Calasancio, de conversión permanente, y de fiesta alrededor del Resucitado que nos envía a ser sus Testigos cualificados.

Y acabo con un apunto Nuestro Santo Padre, que dice: “Las congregaciones han sido fundadas para que los hermanos vivan en caridad, y procuren ellas, con santa emulación, la adquisición de las virtudes, y particularmente de la humildad, que tanto agrada a Dios.” (DC No. 860 / 24-8-1630)

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QUIERO CRECER, QUIERO VIVIR EN PLENITUD

1. Jamás anidaré en mi corazón el mínimo resquicio de resentimiento hacia nada ni nadie. Cada día me trabajaré a fondo para descubrir el maravilloso caudal de bondad que hay en mí y en cada persona que me encuentre.

2. Sé que la energía que rige el mundo es el amor. El amor es creativo y fuerte a la vez. Por eso, con mucha paciencia, nunca bajaré la guardia en mi deseo de vivir amando sin condiciones, intentando querer entender cuando no soy entendido. Simplificaré mi mente.

3. No cifraré mi felicidad en querer ser aceptado por todos. Si soy critica-do, insultado o rechazado, no me replegaré en el victimismo. Con mi bondad desconcertaré al que desea verme abatido. Sé que aunque el mundo caiga alrededor, soy hijo de la Bondad Suprema.

4. Bajaré hasta los infiernos de las contradicciones, penas, soledades y su-frimientos, reflejados muchas veces en los conflictos relacionales. Seré el primero en resucitar de las cenizas.

5. Me niego a “dramatizar” mi vida. Me niego a la autocompasión esclavi-zante. Hay mucha gente más herida que yo. Cada mañana aprenderé a ser agradecido al Dios de la vida.

6. Me gozaré en las cosas sencillas que esconden en sí la grandeza de lo esencial: la sonrisa, el regalo inesperado, una carta, una tarjeta, un ama-necer, un saludo cercano... la vida misma.

7. Cuando el miedo, la frustración, el sufrimiento, y el dolor me visiten, no los rehuiré. No son mis enemigos. Son más bien la posibilidad para hacerme madurar, para llevarme a la acción de gracias por el amanecer que sucede a cada noche.

8. Acepto mis limitaciones. No es más rico el que más tiene sino, el que al-macena más paz dentro de sí. La paz surge del convencimiento esencial de que soy bueno y puedo transmitir mi bondad a otros.

9. Yo soy el único responsable de mi vida. Dejaré de culpar a los demás cuando las cosas no vayan de acuerdo a mis cálculos. Intentaré acep-tarme y cambiar lo que pueda cambiar. Estaré reconciliado con todo, con mi historia rota. Todo en mí está bellamente organizado por Dios al servicio de mi crecimiento ilimitado en el amor y la verdad.

10.Quiero ser factor aglutinante de unidad. Creo que mis sueños pueden hacerse realidad si me comprometo con ellos y me decido a dar mi vida por ellos.

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LA COMUNIDAD ESCOLAPIA: ALMA DE LA MISIÓN

P. Javier ALONSO

1. Planteando el tema

Mis padres me inscribieron en “un colegio de curas” que quedaba cerca de casa. No había una fuerte tradición católica en mi familia, pero ir a los escolapios era la garantía de recibir una buena educación. En mis primeros años de la Primaria recuerdo a un sacerdote grande y fuerte con una sotana negra que nos llevaba a la capilla y nos daba catecismo. A todos los curas les pusimos su apodo particular. Recuerdo bien a uno de ellos que nos recibía en la puerta de cole con una gran bata blanca larga y a un escolapio joven que nos enseñaba canciones y nos llevaba de excursión. Por aquéllos años habrían unos ocho escolapios para un pequeño colegio de Primaria. Además, todos en una buena edad de trabajar con los alumnos.

Pasé tres años en un aula ubicada junto a una puerta grande con un rótulo que ponía “clausura”. A los niños siempre nos llamó mucho la atención: ¿qué había detrás de la puerta…? ¡Era el lugar donde vivían los curas…! ¿Cómo vivían?, ¿qué comían?, ¿Tenían televisión…? La imagen infantil que se me quedó de “los escolapios” era de unos sacerdotes que daban clases y hacían misas. La primera vez que los pude ver juntos fue en una comida a la que me invitaron porque ya había tomado la decisión de “ser escolapio” movido por el ejemplo y la entrega de uno de ellos.

Tengo una buena imagen de los escolapios que conocí de pequeño en el cole; pero se me desdibuja la imagen colectiva, de comunidad religiosa. No los recuerdo juntos, como una comunidad de vida y misión.

Actualmente vivo en La Romana (República Dominicana). Somos una pequeña comunidad: tres religiosos para tres escuelas y un gran centro parroquial. Es verdad que la presencia activa de los laicos en nuestras Obras es muy relevante. Sin ellos, no podríamos con todo. ¿Qué imagen damos estamos dando como comunidad escolapia?, ¿cómo nos percibe la gente?, ¿somos un testimonio de comunión?

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Con las peculiaridades de cada lugar, los escolapios vivimos la comunidad como una tensión entre la urgencia de la misión y la necesidad de tener un “hogar fraterno”. La presencia efectiva de los religiosos en la dinámica del colegio está muy disminuida con respecto al modelo que había en épocas pasadas.

- Hay colegios que ya no son el hogar de una “comunidad religiosa” - Hay colegios donde la comunidad es muy pequeña y sus miembros

tienen una edad muy avanzada.- Existen “comunidades religiosas” viviendo en lugares distintos al de

lugar de misión.- Hay religiosos que están sólo parte de la semana en el cole. A veces un

mismo religioso trabaja en varios colegios a la vez.- Hay religiosos dedicados casi por entero a la gestión y coordinación de

procesos…- Hay comunidades religiosas asignadas a varias obras a la vez.- Está cobrando fuerza el concepto de Comunidad Provincial para la

animación y la gestión de las Obras.Dicho así; pareciera que nuestras Obras están mal atendidas y han

perdido identidad porque nuestra presencia como religiosos escolapios ha disminuido. Esta nueva realidad comunitaria nos obliga a plantear una pregunta de gran trascendencia: ¿Cómo nos ubicamos como comunidad religiosa en la Obra?, ¿cuál es nuestra misión específica como religiosos en el colegio…?

Por otro lado y a pesar de que nuestra presencia como religiosos es mucho más débil, nuestras instituciones siguen estando muy bien valoradas y por tanto, solicitadas. Es evidente que seguimos ofreciendo más calidad, más disciplina, la oferta es variada y ofrecemos principios morales…

Tradicionalmente, los religiosos hemos sido los “portadores del carisma”. ¿Cómo podemos ser significativos cuando nuestra presencia es mínima en una Institución?

Los escolapios podemos aplicarnos el diagnóstico que hace el documento “La vida fraterna en comunidad” (nº 59) cuando declara que existe una tendencia a prestar mayor atención a la misión que a la comunidad, así como la de favorecer más la diversidad que la unidad. Ello ha influido profundamente

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en la vida fraterna en común, hasta el punto de convertirla, a veces, casi en algo opcional, más bien que en algo integrante de la vida religiosa. Las consecuencias que de aquí se han seguido no han sido ciertamente positivas; y, por eso, obligan a plantear serios interrogantes sobre la oportunidad de continuar en este camino, y orientan, más bien, a redescubrir la intrínseca relación que existe entre comunidad y misión, en orden a superar creativamente los extremos que empobrecen la valiosa realidad de la vida religiosa. También tenemos cierta tendencia a prestar más atención a la misión que a la comunidad.

Surge otras preguntas de gran relevancia: ¿Qué sentido tiene una vida apostólica que no está sustentada en una fuerte experiencia comunitaria? ¿Cómo podemos hacer bien nuestra misión sin descuidar la calidad de nuestra vida comunitaria?

El debate sobre nuestra vida comunitaria surgió de modo sorpresivo en el Capítulo General del 2009. En el apartado final dedicado a “temas de debate abierto” se abrió un diálogo interesante sobre la calidad de nuestra vida comunitaria. No se planteó tanto desde la relación con la misión, sino como elemento esencial de la vida consagrada. Era evidente que los capitulares tenían deseos de abordar un tema tan central para la vitalidad de la vida escolapia.

El P. Josep María Balcells apuntó con clarividencia el tema que abordamos en esta ponencia: “la comunión es el lugar teologal de la Iglesia en estos momentos. Ya Juan Pablo II decía que lo que interesa a la Iglesia son los signos de comunión. La vida consagrada debe ser un signo de comunión en la Iglesia. En estos momentos a la Iglesia le interesa más la comunión que la misión. Nuestra pastoral en el s. XXI tiene que ser hacer de la Iglesia la casa de la comunión. Es necesario tener una espiritualidad de la comunión: dar espacio al hermano y cerrar el paso a la competitividad. Quizás estamos demasiado centrados en la misión, pero antes de esto está la fraternidad”. El P. Javier Negro apuntó alguna idea relevante ara nuestro debate de hoy: “Las comunidades religiosas deben ser significativas para nosotros y para los demás”.

Esta ponencia pretende dar algunas ideas para una reflexión sobre la relación de nuestra vida comunitaria y la misión evangelizadora que la Iglesia nos ha confiado. La comunidad religiosa como alma de la misión.

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1 GINER, S (1992). San José de Calasanz. Maestro y Fundador. Madrid. Pág 424

2. La comunidad: en el ADN de los escolapios.

La formación que recibió José de Calasanz fue la de un sacerdote diocesano. En los primeros de “escuela en la parroquia de Santa Dorotea” sigue viviendo el palacio de los Colonna pero al tener que pasar la escuela al palacio Vestri, ve la necesidad de aglutinar a los colaboradores en un proyecto de vida común: la “Congregación de las Escuelas Pías”1. En este momento, abandona su residencia en el palacio de los Colonna y se traslada a vivir con algunos de sus colaboradores. En septiembre de 1602 eras unos siete u ocho en la naciente comunidad. Esta convivencia se va perfeccionando y asemejando poco a poco a la vida comunitaria de los religiosos, pues a la residencia y comida en común, dependencia más o menos general de un mismo fondo económico, dedicación a una misma tarea, etc… se van añadiendo otros detalles de actos comunes de piedad y devoción. Para esta naciente comunidad, José de Calasanz escribió un reglamento muy detallado que regulaba la vida personal de sus miembros y la del trabajo en la Escuela.

Calasanz entendió desde el principio de la fundación de las Escuelas Pías, que un Proyecto Educativo es más consistente y estable si los maestros viven juntos y comparten una misma vocación de entrega generosa a los niños más pobres.

La convicción calasancia de vincular la “vida común” con la “misión educativa” está en nuestro código genético fundacional. De hecho, Calasanz fue dando pasos para organizar una Congregación y finalmente una Orden Religiosa. En el horizonte Calasanz, no sólo pensaba en la santidad de los religiosos sino también en la eficacia y la significatividad de la misión educativa.

Calasanz adoptó en el modelo de vida religiosa de los “clérigos regulares” orientados a una misión especializada y cuyo exponente máximo eran los jesuitas. Quiso que la comunidad religiosa; además de ser un espacio de vida y de oración, fuera un equipo de trabajo bien organizado para que las escuelas funcionasen bien. Las cartas del santo están llenas de indicaciones prácticas sobre la importancia de mantener la unidad y la concordia en la comunidad como condición para el buen funcionamiento de las escuelas.

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“estoy seguro que si se encuentran unidos conseguirán gran aprovechamiento en los escolares y poco si no están unidos (EP 1444) “deseo que tengan todos un solo corazón y una sola alma en el servicio de Dios” (EP 4028, 2ab42)

“Se suele gobernar mejor algunas veces con pocos que estén unidos, que con muchos, de los que algunos estén desunidos. Deseo que, al menos una vez por semana, en tiempo de recreo, tuvieran como una pequeña congregación sobre las cosas de la Escuela y la manera de mejorarlas, escuchando el parecer de todos, que muchas veces habla el Espíritu Santo por boca del que menos se piensa”. (EP 132, 3 1 d22)

“El P. Ambrosio va para ayudar a esa casa, que tendría que ser muy observante, pues habiendo muchos sacerdotes con quienes se debe hacer congregación a menudo, tengo por cierto que el Espíritu Santo por medio de alguien mostrará siempre su voluntad. Por lo tanto, todos unidos, (reunidos), dispongan el trabajo que debe hacer cada uno, según su aptitud. Y luego, con esta unión, atiendan todos primero al provecho de la propia alma y después al servicio de la religión y de los alumnos pobres. Yo me alegrare muchísimo de todo el bien de ustedes”. (EP 3198, 22n39)

La comunidad religiosa como el “motor” y “alma” de la escuela ha sido el modelo que ha funcionado en la Escuela Pía desde su comienzo. Hasta hace unos años, la mayoría del personal de las escuelas estaba integrado por religiosos, desde el rector hasta el portero de la escuela. No se abría un nuevo colegio si no se proveía el número suficiente de religiosos para mantener el proyecto escolapio. Los laicos eran meros “colaboradores” allá donde los religiosos no llegaban.

Es evidente que la Vida Consagrada ha tenido un protagonismo decisivo en la misión de la Iglesia. Los religiosos han sido los protagonistas de las misiones “ad gentes”, han estado en la frontera de la cultura abriendo universidades y escuelas. Han sido una valiosa ayuda en el cuidado de los pobres. En definitiva, han sido una gran fuerza al servicio de la Iglesia.

En el esquema eclesiológico anterior al Concilio, la Vida Consagrada se entendía como un “camino mejor”; un lugar dónde vivir en más radicalidad la vida cristiana. En este modelo piramidal, el sujeto de

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2 Juan Pablo II.(1996) Exhortación Apostólica VITA CONSECRATA. Nº 1.3 CALERO, Antonio Mª. (2002). Un solo pueblo y un solo reino de Dios: comunión y misión. En: La Misión Compartida. 31 Semana Nacional para los Institutos de Vida Consagrada. Pub. Claretianas. Madrid.

la misión era la jerarquía y los religiosos. Los laicos eran “usuarios” pasivos de la acción de la Iglesia.

3. Una eclesiología de comunión

La Vida Consagrada y también nuestra Orden, ha vivido con gran desconcierto los grandes cambios producidos en la sociedad y la Iglesia. Muchos hermanos nuestros dejaron la Orden, otros están cansados, quizá quemados, otros siguen buscando dentro un sentido a su vocación. Los que seguimos creyendo en este estilo de vida, nos preguntamos cómo podemos ser testimonio para que otros jóvenes sigan nuestros pasos. ¿es que la Vida Consagrada está pasada de moda? ¿O es que no la sabemos mostrar bien…?

En muchos lugares, la Vida Consagrada atraviesa una prueba fuerte con un claro descenso vocacional; sin embargo, en otros, se observa un esperanzador florecimiento. Si en algunas regiones de la tierra los Institutos de vida consagrada parece que atraviesan un momento de dificultad, en otras prosperan con sorprendente vigor, mostrando que la opción de total entrega a Dios en Cristo no es incompatible con la cultura y la historia de cada pueblo.2 Es evidente que la situación ha cambiado y no volverán, los tiempos pasados. La sociedad, la Iglesia y por consiguiente, la Vida Religiosa está cambiando y buscando nuevos modos de presencia, nuestros estilos para la misión y una mayor significatividad evangélica.

El escenario desde el cuál entender la misión evangelizadora de la Iglesia y de las Escuelas Pías es el acontecimiento de renovación que supuso el Concilio Vaticano II del que se desprenden algunos principios en el modo de entender la Iglesia y que afecta al tema de nuestra ponencia.3

Jesucristo está el centro de la Iglesia: Cristo es la luz de los pueblos. Por ello, este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a

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toda criatura (cf.Mc16, 15) con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia. Y porque la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano4

EL Reino es el horizonte y la tarea prioritaria de la Iglesia. El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando la buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios prometido desde siglos en la Escritura: «Porque el tiempo está cumplido, y se acercó el reino de Dios» (Mc1,15; cf. Mt 4,17). Ahora bien, este reino brilla ante los hombres en la palabra, en las obras y en la presencia de Cristo.5

La comunidad eclesial es el Pueblo de Dios; una Comunión.

El Bautismo es la consagración primera, fundamental y decisiva del cristiano.

Estos cuatro elementos pueden plasmarse en dos ejes que forman como las coordenadas en las que se inscriben todos los aspectos del Misterio de la Iglesia: la Comunión y la Misión.

La realidad de la “comunión” debe mostrarse en cada cristiano y cada agrupación de cristianos; en los ministerios, carismas y formas de vida, en la existencia eclesial y en la misión, en las acciones vitales de la iglesia y en las comunidades. Esta “comunión eclesial” brota de la unidad de la fe, la esperanza y el amor cristianos sellados por el bautismo, se refuerza en la Eucaristía y se rehace en el sacramento de la conversión que reconcilia con Dios y con la Iglesia; se traduce socialmente en la colecta de bienes para los necesitados. Esta comunión está sacramentalmente presidida, visiblemente fundada, custodiada por los obispos, cuyo centro de unidad es el obispo de Roma.

4 Lumen Gentium nº 15 Lumen Gentium nº 4

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La comunión en el único Pueblo de Dios está sustentada en un triple presupuesto que, al mismo tiempo le da solidez y consistencia, es principio de consecuencias importantes para la vida tanto del creyente individual como de la comunidad eclesial.

• Presupuesto antropológico: El hombre un ser-para-la-comu-nión. El proceso de maduración humana consiste en el paso pro-gresivo del “ser individuo” al “ser persona”, es decir, a ser un ser en relación con los demás, desde dentro.

• Presupuesto teológico. La comunión del pueblo de Dios tie-ne su raíz y fundamento último en Dios-Trinidad. Más allá del simple nivel humano, superando los aspectos meramente psico-lógicos o sociológicos, la comunión en el seno de la Iglesia tiene su fuente en el misterio de la Trinidad: “El supremo modelo y supremo principio de este misterio (la comunión eclesial) es, en la trinidad de personas, la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo. (UR 2). El Espíritu Santo garantiza y conserva en la Iglesia la verdadera unidad, fruto de su acción en la comu-nidad de los bautizados.

• Presupuesto eclesiológico. EL Concilio hace un planteamien-to eclesiológico desde la comunión, poniendo el punto indiscu-tible de partida para la comunidad eclesial en el sacramento del Bautismo como elemento común que nos iguala a todos en la condición de miembros de la Iglesia. El Concilio no duda en afir-mar que “si bien en la Iglesia no todos van por el mismo camino, sin embargo, todos están llamados a la santidad y han alcanzado idéntica fe por la justicia de Dios (cf 2Pe 1,1) Pues la distinción que el Señor estableció entre los sagrados ministros y el resto del Pueblo de Dios lleva consigo la solidaridad, ya que los Pastores

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y los demás fieles están vinculados entre sí por recíporca necesi-dad” (LG 32). De este planteamiento fundamental se deduce la necesidad radical de que cada una de las vocaciones particulares (laical, ministro ordenado, vida consagrada) esté al servicio de las otras dos para el crecimiento del Cuerpo de Cristo, y para la realización de su misión en el mundo.

Antonio Sicari en su libro “Los antiguos carismas en la Iglesia, para un nuevo planteamiento”6 ha desarrollado una tesis sugestiva: ubicar los carismas, entre ellos, los de la Vida Consagrada en el corazón y el centro de la Iglesia, para que puedan ser vividos por todos los miembros del pueblo de Dios. Ello responde a una renovada eclesiología de comunión y misión, pero quiere realizar en el hoy eclesial lo que no se pudo hacer en otros tiempos. Todavía somos deudores y quizá víctimas de una visión eclesiológica piramidal en la que las diversas vocaciones y carismas en la Iglesia se definen por cierta confrontación que acentúa las diferencias.

4. La “comunión eclesial”: alma de la misión

La comunión, verdadero don de Dios y tarea para la comunidad seguidora de Cristo, tiene que desembocar necesariamente en el compromiso compartido por todos sus miembros al llevar a cabo una misión: construir el Reino de Dios ya aquí en la historia.

La comunión sin misión convertiría a la Iglesia en un inmenso ghetto, confortable y cálido para sus miembros, pero absolutamente inútil para las esperanzas de una humanidad que otea impaciente a que se revele lo que es ser hijos de Dios. El compromiso de la misión constituye, pues, la inequívoca garantía de la autenticidad de la comunión eclesial. Y a su vez, una misión que no brotara de una comunión haría de la Iglesia una especie de gran empresa multinacional, fría, sin alma, con un desmesurado afán proselitista haciéndole competencia a otras religiones.

Toda la comunidad cristiana es el sujeto y alma de la misión; y dentro de ella, la vida consagrada como signo visible con un acento carismático.

6 CASTELLANO, Jesús (2002). Replantear el carisma y los carismas de la vida consagrada desde la misión compartida. En: La Misión Compartida. 31 Semana Nacional para los Institutos de Vida Consagrada. Pub. Claretianas. Madrid.

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El Concilio Vaticano II ha hecho una contribución fundamental a la revalorización la comunidad religiosa como “expresión de la comunión eclesial”. Como fruto de este espíritu conciliar, apareció en 1994 el documento “La vida fraterna en comunidad” que aborda con gran acierto la relevancia que tiene la comunidad en la Vida Religiosa.

La comunidad religiosa es manifestación palpable de la comunión que funda la Iglesia, y, al mismo tiempo, profecía de la unidad a la que tiende como a su meta última. «Expertos en comunión, los religiosos están llamados a ser en la comunidad eclesial y en el mundo testigos y artífices de aquel proyecto de comunión que está en el vértice de la historia del hombre según de Dios.7

El sentido del apostolado, de la misión, es llevar a los hombres a la unión con Dios y a la unidad entre sí mediante la caridad divina. La vida fraterna en común, como expresión de la unión realizada por el amor de Dios, además de constituir un testimonio esencial para la evangelización tiene una gran importancia para la actividad apostólica y para su finalidad última. De ahí la fuerza de signo e instrumento de la comunión fraterna de la comunidad religiosa. La comunión fraterna está, en efecto, en el principio y en el fin del apostolado.

La relación entre vida fraterna y actividad apostólica, particularmente en los institutos dedicados a las obras de apostolado, no ha sido siempre clara y ha provocado no raramente tensiones, tanto en cada una de las personas como en la comunidad. Para alguno, «formar comunidad» es considerado como un obstáculo para la misión, casi una pérdida de tiempo en cuestiones más bien secundarias. Hay que recordar a todos que la comunión fraterna en cuanto tal es ya apostolado; es decir, contribuye directamente a la evangelización. El signo por excelencia, dejado por el Señor, es el de la fraternidad auténtica: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a los otros» (Jn 13,35).8

7 Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica. (1994). La vida fraterna en comunidad nº 108 Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica. (1994). La vida fraterna en comunidad nº 54

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En este texto hay una afirmación clave: “la comunión fraterna contribuye de modo decisivo a la evangelización”. Y al contrario: una comunidad religiosa dividida, es un gran obstáculo para la credibilidad y la eficacia de la misión.

5. Pistas para vivir una espiritualidad de comunión para la misión

Para que comunidad religiosa sea “el alma de la misión” ha de vivir una fuerte espiritualidad de comunión y que la proyecte hacia la misión. Jesús en la oración sacerdotal ruega por sus discípulos: “Padre, te ruego por ellos, para que sean UNO, como tú y yo somos uno; así conocerá el mundo que tú me has enviado…”(Jn 17,21). Jesús entiende que la credibilidad de la misión pasa por la vivencia de la comunión de los discípulos.

En la carta con motivo del Jubileo del año 2000: “Novo Millenio Ineunte”, El Papa Juan Pablo II propone a todos los cristianos, vivir una “espiritualidad de comunión” como un camino necesario sin el cual, de poco servirían los instrumentos externos de comunión. Todas nuestras estructuras religiosas destinadas a construir “la comunión” se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión. Este es el gran desafío que tenemos ante el milenio que comienza.

El Papa propone cuatro pasos para hacer de la Iglesia una “casa y escuela de comunión”. Podríamos aplicarla perfectamente a nuestras comunidades religiosas.

1. Mirada del corazón al Misterio de la Trinidad que habita en nosotros y cuya luz ha de ser reconocida también el rostro de los hermanos que están a nuestro lado.

2. Capacidad de sentir al hermano de fe para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad.

3. Capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valo-rarlo como un don para mí.

4. Saber “dar espacio” al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros y rechazando tentaciones egoístas que nos acechan y engendran competitividad, des-confianza y envidias.9

9 JUAN PABLO II (2000) Novo Millenio Inuente. Nº 43

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Sin una experiencia profunda de comunión con Dios que nos lleve a un amor a los hermanos, difícilmente podremos construir la comunión dentro de la comunidad.

Esta recomendación del Papa cobra un especial relieve en la Vida Consagrada: “Las personas consagradas, en virtud de su vocación, sea el que sea el carisma específico que las singulariza, están llamadas a ser expertas en comunión, a fomentar lazos humanos y espirituales que propicien el intercambio de dones entre todos los miembros del pueblo de Dios”.10

En los hechos de los apóstoles se concreta un poco más en qué consiste la comunión en la comunidad: “Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, y a participar en la vida común, en la fracción del pan y las oraciones” (Act 2, 42). “Todos los creyentes vivían unidos y lo poseían todo en común. Vendían sus bienes y las repartían según la necesidad de cada uno” (Act 2, 44-45). Sin duda, este testimonio de unidad y caridad fue el mejor reclamo para la incorporación de nuevos miembros a la Iglesia: “el Señor iba incorporando a la comunidad a cuantos se iban a salvar” (Act 2, 47)

Este texto apunta al modo cómo construir la unidad en la comunidad cristiana:

• La “enseñanza de los apóstoles” es la garantía de la unidad doctri-nal entre los cristianos. Ya en los primeros momentos de la iglesia se produjeron divisiones por errores de interpretación y por divergencia en los criterios. La autoridad apostólica; especialmente la de Pedro, se consideró como salvaguarda de la unidad eclesial.

• Era “constantes en la fracción del pan y las oraciones”. La comunidad cristiana es una Obra de Dios; no una mera construcción humana. La comunidad se edifica en la escucha de la Palabra de Dios, en la oración y sobre todo, en la celebración comunitaria de la Eucaristía.

• Los creyentes “poseían todo en común” y atendían a los más pobres. En la comunidad cristiana, no sólo se vive la comunión espiritual; también la material. Se ayuda especialmente a los que más necesidad tienen.

Al hilo de este texto, propondré algunas pistas que nos ayuden a

10 Las personas consagradas y su misión en la Escuela nº 17

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tomar conciencia de la importancia que tiene construir la comunión en la Escuela Pía como la garantía de la misión.

5.1. Unidos a Jesús desde los “consejos evangélicos”

En el origen de todo está la experiencia de encuentro salvífico con Jesús que acoge, perdona y da horizonte de plenitud a la existencia. Desde este encuentro personal, el Señor Jesús llama y convoca a los discípulos a formar la comunidad. Los religiosos vivimos el seguimiento de Cristo en pobreza, castidad y obediencia. Profesando estos “votos”, queremos seguir a Jesús más de cerca con la inestimable ayuda de la comunidad.

La Vida Consagrada pertenece de derecho y de hecho a la dimensión carismática de la Iglesia. Los carismas son un don que Dios ha dado en orden a la comunión de la Iglesia.

Dios nos ha entregado a los escolapios un carisma de tipo apostólico. Ello quiere decir que la calidad de la vida consagrada: votos, vida oración y comunidad está en función de la misión de la educación cristiana de la juventud. Vivir nuestra identidad como religiosos desde la espiritualidad de la comunión. Podemos hacer una lectura de los votos desde la perspectiva de la comunión para la misión

La castidad nos lleva a “amar a todos los hombres con singular caridad” (C 53), gozamos en Cristo de una paternidad más dilatada y damos testimonio más luminoso de la excelencia del Reino y de sus bienes. (C 54). Este don de la castidad es muy valioso para la misión entre los niños pues “arrastra los corazones de los niños hacia Dios, los corrobora en el amor a la pureza e impulsa a todos a un amor sincero y a una entrega generosa a los demás”( C 56). Para cuidar este don, es necesaria una clara referencia comunitaria: “Nuestra castidad crece segura cuando, unidos en amor fraterno, oramos y trabajamos con entusiasmo y la vida consagrada se desenvuelve en un ambiente comunitario alegre”. (C 59)

Con el voto de pobreza “damos testimonio de haber puesto en sólo Dios nuestra confianza y de anteponer su Reino a todos los bienes de este mundo, para consagrarnos totalmente al servicio de los hombres” (C 63) Conlleva “compartir de verdad nuestros bienes con los necesitados” (C 65), vivir en total austeridad de vida, en el sometimiento a la ley común del trabajo, en el uso equitativo y moderado de los bienes, en el cuidado de las cosas comunes (C 66) Este espíritu de pobreza

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se manifiesta en la entrega a la misión apostólica: “Animados de este mismo espíritu no dudamos en poner con alegría, al servicio de los demás, nuestros bienes de naturaleza y gracia, nuestra capacidad de trabajo y nuestro tiempo mismo” (C 66), compartiendo los bienes, practicando la hospitalidad, administrando bien la escuela, abriendo nuestras instituciones a los pobres y trabajando por la justicia social,

San José de Calasanz decía que la pobreza es la más firme defensa de la Orden. El espíritu de pobreza en una comunidad es la garantía de credibilidad para la misión. Nos hacemos niños con los niños y pobres con los pobres.

Nuestra obediencia está al servicio de la Iglesia y por tanto; nos ponemos a disposición de los Superiores conforme a las Constituciones (C 76). Se manifiesta son sólo en el deseo de los superiores, sino de la comunidad religiosa. El sentido de obediencia nos lleva a promover la “unidad de criterios y la colaboración en el trabajo. Así podemos dedicarnos más eficazmente al servicio de Dios y al provecho del prójimo” (C 78)

Especial relevancia tiene en las Constituciones el papel del Superior, quien” tiene el cuidado pastoral de los hermanos como principal y genuino cometido” (C 84)

La vivencia de los votos cobra sentido pleno en el marco de una comunidad y vividos con honestidad y radicalidad, son una gran ayuda para la eficacia de nuestra misión educativa.

¿Cómo podemos orientar nuestra comunidad para que sea una ayuda decisiva en la vivencia de nuestros votos? Les hago algunas propuestas que nacen de las mismas Constituciones.

• Hacer de la comunidad un lugar de descanso, de comunicación y de trabajo en equipo.

• Hacer de la comunidad un lugar de acogida, de referencia de vida esco-lapia en la Obra.

• Que la casa religiosa muestre un aspecto austero en consonancia con la Obra en la que está.

• Tener un sentido de corresponsabilidad en las tareas asignadas en la misión.

• Trabajar con un sentido de proyecto en la Obra con unidad de criterios y colaboración en el trabajo

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• Reconocer el liderazgo carismático que tiene el Superior en la presencia escolapia.

• Compartir el carisma con los laicos que trabajan en la Obra.

5.2. Unidos en la fe apostólica. Fidelidad a la herencia carismática.

La primera comunidad cristiana era constante en escuchar la enseñanza de los apóstoles. La Escuela Pía, acoge la rica Tradición de la Iglesia y junto a ella, la propia recibida del Fundador. Las Constituciones nos recuerdan que “las Escuelas Pías son obra de Dios y del afortunado atrevimiento y tesonera paciencia de San José de Calasanz. Porque él, bajo el soplo del Espíritu” (Constituciones 1). “Hemos recibido un carisma que viene de Dios, una historia, una espiritualidad y una pedagogía propias, personas en comunión, escuelas e instituciones específicas, que nos permiten hacer presentes a Jesús Maestro y la Maternidad de su Iglesia a los pequeños”.11

Los escolapios tenemos un gran patrimonio carismático que debemos conocer y actualizarlo a la realidad en la que vivimos. Esta herencia se ha ido explicitando en nuestros Documentos constitutivos, en las disposiciones de los Capítulos y en las disposiciones del gobierno ordinario de la Orden.

Tradicionalmente, nuestra Orden ha sido una “Federación de Provincias” con el marco común de las Constituciones y las Reglas; pero sin unas líneas comunes. Las Congregaciones Generales posteriores al Concilio han ido generando mecanismos globales de Orden, pero con un paso lento debido a las inercias del pasado.

Para dar credibilidad y eficacia a nuestra misión, hemos de avanzar en los mecanismos de comunión como Orden Religiosa a través del liderazgo de la Congregación General y el trabajo de las diferentes Comisiones.

Les recuerdo algo que nos sucedió a la antigua Provincia de Valencia. Durante muchos años, vivimos un serio conflicto interno por el modo de entender la comunidad, la misión, el estilo pedagógico, la participación de los laicos, la formación inicial y otros temas importantes.

11 CREDO ESCOLAPIO. XLIV Capítulo General de las Escuelas Pías 1997

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Desde que entré al noviciado ya se percibía diferentes sensibilidades y con el paso del tiempo, se fueron agravando. Este conflicto de los religiosos fue pasando a los profesores y a los alumnos debilitando nuestro trabajo en las escuelas.

Aunque tenemos una buena estructura jurídica, cada Provincia ha tenido sus propios dinamismos internos: su modo propio de hacer pastoral, de seleccionar a sus maestros, de entender la comunidad religiosa, de diseñar su formación inicial. En realidad, hemos sido una especie de “Federación Escolapia” donde cada Provincia ha seguido su propio estilo.

Este conflicto de Valencia se solucionó gracias a la intervención del Capítulo General del 2009. Se entendió claramente que no era sólo un tema local de Valencia, sino que afectaba a toda la Orden. Aquí hemos sentido que las Escuela Pía como Orden está muy clara en su interpretación actual del carisma y decidió actuar en consecuencia. El P. General es el garante de la unidad carismática de todos.

Por ello, debemos reforzar los mecanismos de comunión global. Con una unidad de criterios somos más fuertes y por tanto, más creíble nuestra misión. Están consolidándose algunas buenas iniciativas que nacen de un proyecto global.

• El consenso obtenido en los “elementos de identidad calasancia” de nuestras Obras. Nuestras obras son muy diversas; pero apuntamos a que todas tengan un estilo parecido sin llegar a la uniformidad.

• El proyecto reciente de la creación de la Fraternidad General de las Escuelas Pías. Es impresionante ver cómo en pocos años, se van aña-diendo más países a este proyecto común.

• El “Movimiento Calasanz” como una plataforma que pretende llevar procesos pastorales a los niños y jóvenes de nuestras presencias.

• Las experiencias de “formación permanente” con escolapios de dife-rentes demarcaciones.

• Los intercambios de escolapios de unas provincias a otras por necesi-dades de la misión.

• El observatorio de la juventud auspiciado por la Universidad Cristóbal Colón como un ámbito de reflexión y análisis sobre la realidad de los niños y jóvenes.

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Esta es una buena noticia. Vamos funcionando como Comunidad General. Nos sentimos orgullosos de pertenecer a una familia religiosa que está viva y que tiene todavía mucho que proponer. Aunque estamos envueltos en mucha fragilidad de personas y nuestras comunidades son muy frágiles, vivimos un buen momento de comunión global que debemos valorar mucho.

5.3. Unidos en la oración y la liturgia

Calasanz escribe al P. Querubini con respecto a un proyecto de reforma de las habitaciones de la comunidad de Nápoles: “En cuanto a las obras, tengo mucho interés en que se sigan adelante, a fin de que cada uno de los nuestros tenga la comodidad de poder retirarse a su habitación y hacer un poco de oración a solas con Dios, porque el religioso que no tiene oración es como un cuerpo sin alma”.

El cuidado de la vida espiritual a través de la práctica de la oración y los sacramentos es un elemento esencial para mantener la comunión y recibir fuerzas para la misión: “Con auténtico espíritu de oración y la práctica asidua de la misma, nuestra vida y apostolado en la Iglesia tienen esta finalidad: que, unidos en comunión, alabemos a Dios”. (Const nº 40). Participamos diariamente en la mesa del Señor y, a ejemplo de los primeros cristianos, perseveramos en la Palabra de Dios y en la Fracción del Pan, en las que la comunidad se edifica en la fraternidad. La celebración comunitaria de la Eucaristía será su signo más genuino.(nº 46)

En muchas de nuestras comunidades religiosas, la urgencia y la complejidad de la misión en la escuela nos lleva a descuidar la vida espiritual, tanto en el ámbito personal como en el comunitario.

Cuando un religioso descuida la oración comunitaria comienza a perder las referencias. Pierde la razón por la que vive en comunidad, profesa los votos y se entrega a la misión. Debemos de estar muy atentos a los hermanos que les cuesta ir a la oración. Pudiera ser el primer signo de una crisis vocacional.

Las indicaciones para cuidar esta dimensión ya las sabemos todos y están contenidas en nuestras reglas comunes. Solo hace falta tomarlas en serio y cumplirlas.

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5.4. Unidos en la caridad. Más “gestos” que palabras.

En estos primeros días de pontificado del Papa Francisco hemos podido ver la fuerza testimonial que tienen los gestos. Todo el mundo está pendiente del Papa y cualquier movimiento que hace tiene un profundo significado. El nombre que ha elegido ya indica un estilo diferente de gobernar, la decisión de vestir de modo sencillo, el deseo de que no se organicen viajes para la celebración de su inicio de pontificado, el beso que le dio a la presidenta de Argentina. Es el papa de los gestos…

Una comunidad religiosa escolapia también está en una atalaya, a la vista de todos. Aunque no queramos, la gente que está a nuestro cuidado pastoral mira lo que decimos; pero sobre todo, lo que hacemos. Somos una referencia.

Por ello, nuestros gestos externos han de ser la expresión de un estilo de vida diferente. Hemos de ser una “puerta abierta” al misterio de Dios. Nos cuenta la Madre Teresa de Calcuta que estado cuidando a un moribundo le preguntó si creía en Dios. Éste le dijo que había vivido tan míseramente que no había tenido religión alguna pero añadió: “Nunca me han hablado de Dios; pero estoy seguro que debe parecerse a usted”. El amor tierno y sencillo de la Madre Teresa acercó a Dios a este pobre hombre.

Ya lo decía el Señor Jesús: Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (Mt 5, 16).

Hay gestos que podemos hacer como comunidad escolapia que nos acercan a la gente y dan más fuerza a nuestra misión. Son gestos que expresan nuestro deseo de comunión con Dios, en la comunidad y con la gente. Me permito apuntar algunos de ellos, sabiendo que la lista puede ser mucho más completa.

• Tratar a los colaboradores laicos con afecto y cercanía como hermanos en el Señor. Interesarse por sus problemas familiares, alegrarse con sus alegrías y acompañarles en sus sufrimientos.

• Abrir nuestra casa para que alumnos, profesores y colaboradores com-partan con nosotros la comida, la oración, algún evento importante.

• A veces, los laicos nos invitan a comidas, paseos y encuentros. La pro-puesta es muy tentadora, pero puede ser peligrosa porque nos quita

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tiempo para estar con nuestros hermanos. Hemos de transmitir a los laicos amigos la idea de que “estar en la comunidad” es muy importan-te para nosotros. Si valoran nuestra vocación, lo entenderán bien y será un buen testimonio.

• Nuestro ministerio entre los jóvenes requiere que tengamos una actitud de disponibilidad cuando nos piden un momento de diálogo, participar en una actividad.

• Aunque haya hermanos de comunidad que tengan poca presencia en la misión del colegio; hemos de informarles de lo que hacemos para que nos sintamos apoyados por ellos y puedan rezar por la misión.

• Debemos conocer e interesarnos por las familias de nuestros hermanos de comunidad. Sus alegrías y sufrimientos también son los nuestros.

5.5. Visibilizar la comunión: “vosotros sois la luz del mundo”

La Iglesia es sacramento de salvación para el mundo. La comunidad religiosa es un signo visible de los valores del reino. El estilo de vida de los religiosos anticipa la Jerusalén del cielo. Sabemos que la comunidad religiosa esté formada por pecadores; sin embargo, está llamada a proyectar unos valores que sólo son posibles desde una experiencia profunda de Dios.

En muchos lugares de nuestra Orden hay una comunidad con religiosos muy trabajadores y carismáticos. Cada uno tiene su ámbito de trabajo. Uno es el director, otro el coordinador de pastoral, el otro es el párroco... Hay una especie de “acuerdo tácito” por el cual un escolapio no se inmiscuye en el ámbito del otro hermano. Cada uno tiene su parcela particular donde se realiza y cumple su misión. La imagen que damos es de un equipo de solteros que vivimos bajo un mismo techo, pero no con un mismo proyecto.

Cuando se da esta sectorialización del trabajo educativo y pastoral; cada escolapio tiene su propio “equipo de laicos” o “club de fans”. A veces, hemos sido los propios religiosos los que hemos dividido con nuestros “personalismos” a los equipos de educadores, de monitores y hasta las familias.

A la gente que viene a nuestras instituciones le gusta vernos juntos compartiendo la liturgia, la vida, la oración y el trabajo. Cuando hemos tenido la profesión religiosa o la ordenación de un escolapio, nos han visto

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juntos compartiendo la liturgia. Esos momentos representan una gran ayuda para la comunidad cristiana pues estamos diciéndoles que “somos una comunidad”.

6. Nuevos horizontes de fraternidad

Urge tejer relaciones entre todos los miembros de la Iglesia para que podamos ofrecernos al mundo como una auténtica comunidad de comunidades en la que este patente el mandato de Jesús: “Amaos como yo os he amado”. Este amor fraterno es el distintivo de la comunidad cristiana desde los orígenes: “Mirad cómo se aman” era su principal atractivo.

La vida religiosa hoy tiene que hacer suya esta necesidad si quiere construir según el mandato del Señor. No basta el empeño con vivir la comunidad en el seno de la propia Congregación, aunque sea una tarea urgente. Hay que abrirse a nuevos horizontes como son “compartir el carisma con los laicos” y las “relaciones intercongregacionales”.

6.1. Más allá de la comunidad local.

La comunidad local “se constituye para expresar la naturaleza íntima de la vocación religiosa y prestar su servicio a la Iglesia, de acuerdo con el carisma propio y con medios adecuados. Diariamente se robustece y perfecciona con la fidelidad y entrega generosa de sus miembros en el ejercicio del ministerio” (C 157).

Según las Constituciones, la primera referencia comunitaria de los religiosos es la comunidad local, en un segundo nivel, la Comunidad Provincial y por último; la General.

En muchas de nuestras presencias escolapias, el vínculo entre Comunidad Local y Obra es muy débil. Por ello, se está reforzando cada vez más la Comunidad Provincial y la General como sujeto del la misión. Cuando un colegio no tiene Comunidad Local, se cede el paso a la Comunidad Provincial, que asegura con sus mecanismos su identidad calasancia. Asimismo, la Comunidad General garantiza la unidad de la misión.

Cada vez es más frecuente abrir comunidades cuyos miembros trabajan en varios lugares. Con estas iniciativas se pretende salvaguardar

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espacios comunitarios cálidos y de referencia espiritual para los religiosos sin que la Institución ahogue la calidad de vida comunitaria.

Donde es posible, La Comunidad Demarcacional se está convirtiendo en una referencia comunitaria tan fuerte como la Comunidad Local. Es un tema en el que hay que seguir profundizando.

6.2. La comunidad cristiana escolapia.

La Comunidad cristiana escolapia es el conjunto de cristianos que viven su fe vinculados a una obra o presencia escolapia, siendo ésta su referencia de fe inmediata. En esta comunidad se encuentran los religiosos escolapios y los miembros de la Fraternidad de las Escuelas Pías, así como otros cristianos vinculados a nuestras presencias u obras (DL55.b).

La “comunidad cristiana escolapia” está constituida por todos fieles (niños, jóvenes ya adultos) que han decidido vivir su fe en una presencia escolapia. El núcleo de esta comunidad es la vivencia de la Eucaristía dominical. Puede organizarse en grupos y promover ministerios específicos. La comunidad religiosa está en el centro de esta comunidad y la anima con su disponibilidad y su testimonio de radicalidad evangélica.

El verdadero sujeto de la misión en un colegio es toda la Comunidad Cristiana. Ya el P. Ángel Ruiz apuntaba esta idea a comienzos de los años ochenta en el documento sobre las “Comunidades Eclesiales Calasancias”. La comunidad está formada por personas concretas que han vividos procesos de formación y que la Escuela Pía les ha reconocido un carisma. Cuando esto es así, la Comunidad –incluidos los religiosos- pueden liderar la misión evangelizadora en un colegio.

Una comunidad religiosa escolapia se enriquece cuando se integra activamente en el dinamismo de una comunidad cristiana más amplia. Cuando los religiosos comparten la fe y la misión con otros hermanos laicos que viven el mismo carisma, descubren su genuina identidad de consagrados. Los religiosos estamos en el corazón de la Iglesia para ser fermento de radicalidad evangélica.

6.3. Relaciones intercongregacionales

Ya hace tiempo que hemos superado compartimentos estancos entre las distintas congregaciones que en otro tiempo, estábamos al

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margen o en competencia. Cada vez es mayor el acercamiento entre nosotros y se hace más urgente la necesidad de entrar en una comunión más honda, de reflexionar, de discernir en común, de buscar luz para las nuevas situaciones. También es hora de proyectar y de construir en común para bien de la Iglesia.

Nos necesitamos para dar mayor nitidez al cuerpo de Cristo. Hace unas semanas conocí en Haití a dos religiosas que estaban comprometidas en una misión entre los campos de refugiados del terremoto. Me contaron la preciosa experiencia de comunión intrecongregacional cuando se trataba de responder con a una necesidad tan urgente como lo fue el terremoto en Puerto Príncipe.

7. Algunas pistas para que la comunidad sea “alma” de la misión.

Para redactar este último apartado, me serví de las aportaciones de algunos hermanos escolapios laicos que conocen bien nuestra vida. Es interesante ver cómo nos perciben, pero sobre todo, cómo les gustaría que viviéramos nuestra consagración religiosa en comunidad:

Cuidar la dinámica propia de la comunidad religiosa de modo que sea un espacio de vida, oración y trabajo compartido. La comunidad debe salvar un tiempo para compartir la oración, para convivir con los hermanos y para pensar juntos la misión entre los muchachos.

Una comunidad religiosa que transmite fraternidad es sin duda la base de una misión con alma escolapia. Y si además es acogedora con los laicos, multiplicará esa vida y misión en beneficio de los “usuarios”. Se deben cuidar las reuniones de comunidad para que todos sus miembros estén al día de la misión y puedan aportar su opinión y modo de hacer. No basta con aprobar y “dejar hacer”; eso no es “poner el alma” en la misión.

La comunidad debe cuidar su propia alma: los momentos de oración, de reflexión o retiros comunitarios, cuidando como necesarios para la vida y la misión, los momentos comunes, las salidas...

La comunidad debe ante todo ser coherente entre lo que predica y lo que hace, de tal forma que al anunciar las enseñanzas de Calasanz y su filosofía no solo sea un discurso bien preparado sino que con las acciones se demuestre el verdadero sentido de ser de los Escolapios.

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Compartir la misión como propia de la comunidad en conjunto y de cada uno de los miembros de la comunidad. No se quiere lo que no se conoce y en muchos casos los miembros de las comunidades conocen muy de lejos la misión. No se puede asumir que por razón de edad, de sensibilidades o de “mucho trabajo”, no les interesa o no es “su problema”. Además, las aportaciones de los hermanos de comunidad pueden ayudar a enfocar mejor el sentido de la misión.

Trabajar en equipo. De este modo se garantiza la estabilidad y la unidad en un proyecto educativo y pastoral a lo largo del tiempo. Los proyectos lo hacen las personas, pero tienen carácter institucional y permanecen independientemente de las personas que estén al frente. La Orden está promoviendo que cada presencia escolapia tenga su propio Proyecto Institucional. Hay que evitar el “francotiradorismo” en la misión en la que cada uno se encarga de una parcela sin compartirla con el resto. Todo es responsabilidad de todos y de cada uno aunque cada religioso tenga su función específica.

Vivir los votos en clave comunitaria. A través de la obediencia estamos más disponibles para el servicio donde los superiores nos envíen, la pobreza nos invita a llevar una vida austera y a compartir nuestros bienes y la castidad, a amar con un corazón indiviso a todos. Este tema lo hemos tratado más ampliamente en otro apartado, pero tiene gran relevancia para la construcción de la comunidad apostólica.

Ser fermento de unidad en la comunidad educativa de la Escuela. Un aspecto importante que le da sentido a la obra escolapia es que los religiosos se acerquen a la comunidad educativa en general. El interesarse por los docentes, personal de apoyo, estudiantes y padres de familia hace la diferencia en comparación a otros centros que se dedican exclusivamente a formar en conocimientos científicos y que descuidan la parte humana. Los laicos nos piden que estemos a las necesidades sus necesidades personales y espirituales, que dediquemos tiempo para atender a una familia, confesar a un feligrés, visitar a un enfermo y compartir una fiesta de barrio. En definitiva, que tengamos tiempo para estar con ellos transmitiendo lo que somos.

Las personas consagradas, en razón de la experiencia de vida comunitaria de que son portadoras, se encuentran en las condiciones más favorables para colaborar en

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conseguir que el proyecto educativo de la institución escolar promueva la creación de una verdadera comunidad. En especial, proponen un modelo de convivencia alternativo al de una sociedad masificada o individualista. Concretamente las personas consagradas se comprometen, junto con los colegas laicos, a que la escuela se estructure como lugar de encuentro, de escucha, de comunicación, donde los alumnos y alumnas perciban los valores de forma vital.1(nº 46)

Integrarse como comunidad religiosa en la dinámica de la comunidad cristiana. La vida religiosa es un don de la Iglesia y es en ella, que debe desarrollarse. Más aún, se enriquece compartiendo con otros carismas y estados de vida. La comunidad religiosa es más significativa si está bien ubicada e inserta en el dinamismo de la comunidad cristiana calasancia y en la Iglesia Local.

Generar identidad carismática. Una de las tareas más importantes que debemos hacer los escolapios en este momento es transmitir la “herencia carismática” que hemos recibido. Ello supone que tomemos buenas decisiones de tipo estratégico que a mi modo de ver son: Cuidar con mucho esmero la pastoral vocacional y la formación inicial, acompañar procesos de formación de laicos en las diversas modalidades de participación en la carisma y por último, capacitar a los religiosos escolapios para que pueden animar todos estos procesos. En este momento, la organización de las comunidades en una Provincia ha de estar en función de estas opciones. Estamos llamados a ser “maestros de espiritualidad” y una referencia para toda la comunidad cristiana. Hay que “sembrar el carisma” y cuidar su desarrollo. ¿Quién puede imaginar los frutos que este trabajo puede dar para el futuro del carisma?

Compartir la misión con los laicos. La misión tiene tantas exigencias que tenemos que llevarla junto con los laicos. En este momento y pensando en mi Provincia de Centroamérica y Caribe, creo que los religiosos debemos estar en lugares estratégicos para dar “el alma” a la misión. Debemos estar en la pastoral, en los procesos de formación de profesores y colaboradores, acompañando la fe de los colaboradores y por supuesto, en la titularidad de la Obra. Creo que no debemos aspirar a

1 Las personas consagradas y su misión en la Escuela nº 46

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los cargos de gestión administrativa y académica y todos los que los laicos pueden hacer con buenas competencias.

Vincularse en la dinámica de Provincia y de Orden. Nuestras escuelas tienen una “marca de identidad” y la gente espera de nosotros un cierto estilo escolapio. Ello implica que tengamos que trabajar en red para que nuestras escuelas se parezcan. Nuestra Orden ya ha tiene un buen camino hecho en este sentido con la aprobación del documento sobre “Identidad Calasancia”. Juntos somos más fuertes.

Abrirse a nuevos modos de presencia escolapia: Los desafíos de la misión; especialmente en nuevos países, genera mucho dinamismo e ilusión en una familia religiosa. Algunas iniciativas de educación popular y de trabajo por los niños más pobres, se perciben como una nueva posibilidad de actualizar el carisma de Calasanz. El que los escolapios nos abramos a nuevas posibilidades de misión, puede dinamizar mucho nuestras comunidades. Además, son signo de radicalidad evangélica que ejerce una poderosa fuerza de atracción vocacional para los jóvenes.

Actitudes que generan Comunión en una comunidad religiosa.

«Aquel que quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a sí mismo.» (Sócrates)

Aquel que desee mejorar la calidad de su vida comunitaria, debe comenzar con un cambio personal de actitudes con respecto a ella. Les indico algunas. Ojalá nos sirvan para hacer ese “examen de conciencia” que tanto necesitamos para construir comunidades más fraternas.

Siéntete responsable de tu comunidad, de todos y cada uno de los miembros y sirve; pues en la comunidad religiosa todos estamos para servir. Sirve aunque tus compañeros de comunidad no te lo reconozcan.

Respeta a las personas, aunque éstas tengan sus deficiencias, sin intentar jamás manipularlas para tus fines personales o institucionales. El respeto sincero y profundo hacia la persona de los otros miembros de la comunidad es una actitud fundamental de cara al proceso de crecimiento y maduración de la misma.

Acepta a los miembros de la comunidad como son, sin intentar que sean como te gustaría que fuesen. Todos tienen derecho como tú, a ser ellos mismos, a ser “diferentes”. Y tienen, a su pesar, deficiencias como tú, de las que no es fácil desprenderse.

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No olvides que tenemos frecuentemente la tentación de hacer a los otros “a nuestra imagen y semejanza” o a la medida de mi ideal personal.

Alaba con naturalidad las cualidades de tus hermanos de comunidad y celebra sus aciertos y éxitos, tanto en su presencia como en su ausencia. Haz de esa alabanza y celebración objeto de oración gozosa ante Dios Padre a todos los miembros del grupo. Esta actitud positiva da cohesión a la comunidad y la fortalece notablemente. Es contrario a esta actitud competir, envidiar, sobresalir, dominar.

Cultiva la educación en las relaciones comunitarias con sencillez y naturalidad. Pide las cosas por favor, no con imperativos. Si haces algo mal, solicita perdón y rectifica en lo posible. Agradece a los demás sus pequeñas o grandes atenciones contigo o con la comunidad y trata tú de tenerlas mayores con todos.

Acoge, estimula, ayuda, sonríe, defiende, aplaude, alienta, gratifica… a los miembros de tu comunidad. Esto influye siempre positivamente en la convivencia, en el trabajo común y fortalece los vínculos internos de la comunidad religiosa. Y no olvides que la corrección fraterna nunca debe brotar como un desahogo o como una reacción de la cólera o de la molestia personal. Ésta únicamente tiene sentido como expresión de amor al otro y debe hacerse en un ambiente de confianza y de paz interior.

Sé tú mismo transparente, veraz, auténtico, consecuente… No te permitas la doblez, la falsedad, la mentira, las máscaras, la doble cara, los dobles mensajes en la comunicación… La convivencia verdaderamente humana – y más la propia de una comunidad religiosa – se edifica sólo por y sobre la verdad y desde la sinceridad.

Vive las alegrías y tristezas del grupo y de sus miembros como tuyas. Haz tuyos sus problemas y preocupaciones. Gózate de los triunfos de la comunidad y de sus integrantes como de los tuyos. Todas las personas son sensibles a esta instructiva actitud de solidaridad.

Procura amar y servir a fondo perdido, sin pasar facturas, ni cobrar comisiones, sin exigir respuestas, lejos de una actitud mercantilista. Si algo no puede nunca ser objeto de negocio es la amistad, el servicio, el amor. Ama lealmente; el amor leal es el que se ofrece en libertad a alguien, aun a sabiendas de la posibilidad, incluso certeza, de no ser correspondido. Nunca te coloques en el centro de tu comunidad. Éste no es el sitio del que sirve.

Acepta y ama a las personas de tu comunidad por ellas mismas, nunca por el provecho que puedan reportarte. Interesarse continuamente y con sinceridad por los miembros de la comunidad, aunque en ocasiones no se interesen por ti o tus cosas,

88 Ponencias

hace provechosa y alegre la convivencia y vivifica al grupo; y desde luego es una actitud que construye comunidad.

Esfuérzate en comprender, perdonar y olvidar los roces, malentendidos y conflictos que se producen en el grupo; es normal que existan. Lo peor es guardarlos dentro, “rumiarlos”, darles vueltas, aumentar su importancia…: esto sí que es funesto para la comunidad y para ti. La incomprensión secan las fuentes del dinamismo y de la alegría comunitaria. El diálogo sobre los roces sana, aunque a veces duela. Y el perdón es el único que sana las heridas.

Sin un sentido del humor que nos impida tomar demasiado en serio nuestras pequeñeces, no seremos capaces de crear comunidades sanas que signifiquen un aporte a la fraternidad en nuestra Iglesia y sociedad.

Vive unido a tu comunidad desde dentro, desde el corazón y no desde la epidermis de un mismo lugar, una misma tarea, unas normas comunes, una simple convivencia, unos mismos superiores, unos mismos documentos.

Si ves muchos defectos en tu hermano de comunidad, pregúntate cuánto le quieres porque sólo los que aman son los que llegan a ver lo positivo que hay en todas las personas.

Expresa tu fe en la comunidad con naturalidad, sencillez y espontaneidad. Ora y ayuda a que rece la comunidad. Una comunidad que no ora se banaliza y pierde identidad.

Trabaja para que tu comunidad no sea un grupo cerrado si no que abierto para los demás, ni un grupo narcisista, sin conexión con otras comunidades y grupos cristianos. Cultiva la apertura, la universalidad y colabora para que la comunidad se esfuerce por vivir con estilo verdaderamente eclesial y se inserte entre los hombres para servirles el Reino de Jesús.

Arrima el hombro a las cargas de los otros. Toda carga compartida siempre es más llevadera. No te dejes llevar por la envidia y la ruindad de corazón en el trato con los hermanos. Ni te jactes ni te engrías. No seas grosero ni busques lo tuyo. No te exasperes, ni lleves cuentas del mal. Disculpa siempre. El amor no falla nunca (1 Cor.13,4-8).

Seminario de Vida Comunitaria 89

COMUNICACIONES

VALORES FUNDAMENTALES QUE DEBEMOS INTENTAR POTENCIAR EN NUESTRA VIDA COMUNITARIA

Juan RUIZ

Desde el Evangelio, la Comunidad es el lugar para vivir como discípulos, para educarnos y entender a Jesús, donde vivir y practicar lo que un día será realidad para todos.

La vida religiosa y Calasanz, la unen íntimamente a la Misión: en la comunidad nos hacemos más eficaces para el trabajo, pero en ella nos encontramos sobre todo con Jesús

Este momento de la historia, de nuestra Orden, es una oportunidad para revitalizar, renovar y hacer mejor lo que siempre nos hemos propuesto: el ser, la vida, y la misión; la comunidad entronca con todas estas dimensiones de nuestro ser escolapio.

También en este tiempo nos hemos ido descubriendo como “generadores de comunidad”; va naciendo alrededor de nuestra vida una vida eclesial, comunitaria, que surge con las señales más propias de nuestra vida, de nuestro carisma, de nuestra misión; y nos reclama que le aportemos la sabiduría comunitaria, para compartirla juntos: es la Fraternidad escolapia. Han crecido como cristianos con nosotros, en nuestros procesos, ( en las escuelas, parroquias o centros pastorales ) y quieren ser Iglesia con nosotros, vivir en comunidad junto a nosotros.

También, desde siempre, en torno a lo escolar, colegial, hemos hablado de “comunidad educativa”, porque compartíamos el trabajo, pero hemos intuido, siempre, algo más; y ese “más” depende de lo que nosotros seamos capaces de vivir y dar a quienes colaboran o reciben nuestra misión

Qué está en nuestras posibilidades; qué oportunidades debemos subrayar; qué tenemos que revitalizar, si es que se ha dejado debilitar, o no habíamos descubierto la potencia de lo que ya poseíamos en nuestra vida.

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Este será el esquema:1. Comunidad de Jesús2. Convocados en Fraternidad3. Juntos para la Misión4. Compartimos con otros lo que somos y vivimos5. Comunidad encarnada en un tiempo y lugar6. Comunidad atenta a la vida de la Escuela Pía7. En medio de quienes nos necesitan para crear el futuro.

1. Comunidad de Jesús.

La comunidad existe porque Jesús, - que nos ha llamado a cada uno a través de la historia de nuestra vocación, - nos ha reunido para estar con Él, juntos. Nos hemos encontrado buscando a Jesús, queriendo estar con El.

Ese encuentro personal, nuestra vida enraizada en El, es más intensa, “ más de verdad “ , si lo hacemos con otros.

Juntos, en torno a las cosas de Jesús, somos un sacramento de su Presencia.

Juntos es como mejor vamos a entendernos como discípulos, seguidores; juntos vamos a entenderle a El en sus palabras nuevas cada día; juntos es más fácil que otros entiendan qué es vivir desde la fe.

Pero esto, nos lo tenemos que contar unos a otros, hay que tener los momentos de decírnoslo, y crear las oportunidades de que otros reciban y escuchen lo que somos

Hay unos riesgos, causados por la historia, por la excesiva rigidez y normatividad, a veces también por la educación o la evolución personal, que han apagado la espontaneidad y naturalidad, la comunicación personal implicativa, la capacidad de expresar juntos nuestra fe: contarnos, expresar, lo que creemos, lo que esperamos, lo que amamos. Estos tiempos nos piden ser creativos y asumir caminos que en la Iglesia han abierto y ofrecido esta vida para recrearlos a nuestro estilo y para nuestras gentes.

Como grupo de hermanos que tenemos en común lo más importante, tenemos que hablar de nuestra experiencia de Jesús, de qué nos va pasando en este camino, de qué aguas me sacian y qué sequías, de vez en cuando, siento.

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Algo que podemos hacer:

• Practicar todos los caminos y experiencias que expresan su Pre-sencia y fortalecen nuestra adhesión y fidelidad.

• Escuchar de muchas maneras su Evangelio: practicar las dis-tintas maneras de entrar en él y dejar que entre en nuestra vida: lectura orante, lectio, comentario y revisión de vida en común, … Aprovechar la creatividad, las ofertas de “sabios y contemplati-vos” que hoy ayudan a crecer.

• Escucharnos, leer en común, contemplar, orar expresándonos, dialogar,… en los momentos cotidianos de encuentro y celebra-ción; y en momentos especiales, tiempos del año, retiros.

• Practicar maneras y modos que puedan ser entendibles por quie-nes nos rodean – especialmente los jóvenes – y ayudemos a dar intensidad y profundidad a los lenguajes religiosos que son más cercanos a ellos.

• Ofrecer nuestros espacios, o crearlos atendiendo a necesidades y sensibilidades nuevas, como lugares donde crecer, celebrar y compartir la fe , sobre todo los jóvenes, las familias sin otras re-ferencias, las personas en búsqueda, los pequeños.

• Y más allá de lo celebrativo y orante, de la comunicación com-partida de la experiencia, la comunidad tiene que estar atenta y animar el proceso de cada uno: cuidar el carisma y los dones más personales; atender el momento vital; ejercitarnos para escuchar juntos la constante llamada de Dios - por todas las mediaciones y signos que llega -, cuidar con especial interés y atención la sen-sibilidad más personal

• La comunidad, el hacer de todos por todos, el ser juntos, nos tie-ne que cuidar la fidelidad y los rasgos de discípulos que, a veces, pueden sufrir el desgaste de la vida y de nuestra fragilidad.

La vida en el Espíritu siempre está haciéndonos crecer, a ser más, a su manera, claro; en la comunidad deberíamos percibir, apoyar, orar, por lo que en cada uno sucede. Porque siempre está sucediendo algo. ¿ No es el lugar del Pentecostés?

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2. Convocados en Fraternidad.

Ofrecemos algo tan deseado y necesario hoy, el don de la fraternidad. Nos hemos encontrado buscando a Jesús y hemos recibido hermanos para hacerlo juntos. Todo esto trae el ideal y entusiasmo de la llamada novedosa y la tarea constante por la que esforzarnos en la realidad que encontramos.

Para ser hermanos debemos volver frecuentemente a quien nos ha convocado. Sólo junto a El podemos entender las señales más claras que, además, desearíamos que fueran universales, para todos: el perdón, la corrección fraterna, la acogida incondicional del otro, del muy diferente, el servicio callado.

¿Cómo ensayar diariamente estos consejos del evangelio? Esta oferta de fraternidad, de evangelio, sólo la vivimos desde

nuestra condición más humana, más encarnada, defectuosa tantas veces. Y estos rasgos de evangelio sólo los hacemos posibles si nos

hemos capacitado y cuidado para unas relaciones personales de calidad y profundidad, en las que nos vinculamos afectivamente, en esa variabilidad que camina entre la fraternidad y la amistad, trabajándonos por alcanzar niveles sanos y satisfactorios, para la vida, de intimidad y confianza.

Con el especial tono que nos da la vida célibe para cuidarnos en un mundo afectivo, siempre delicado, pero que tiene que encontrar un apoyo esencial en las relaciones sostenidas en la comunidad.

• La comunidad es el principal lugar de referencia vital: donde recibir, compartir y dar lo más importante que llevemos en la vida.

• La comunidad se organiza al ritmo de la vida de las personas; no de horarios, espacios, tiempos, impersonales. Ritmo de todos, que hoy, generalmente, está al servicio de las personas a las que servimos en la misión.

• Una comunidad que busca medios intensos, de comunicación, de di-námicas de encuentro, de tiempo espontáneo, libre y festivo, para crear ese tono vital que hace deseable encontrarnos, buscarnos, esperarnos. Que hace posible que otros nos vean frecuentemente juntos, trabajan-do o saboreando la vida.

Seminario de Vida Comunitaria 93

Una comunidad que habla de lo importante; tanto de la vida personal, como de lo que buscamos compartir para servir unidos en una misión: camina para crear “visiones compartidas de la vida”, intentando crear una inteligencia compartida - cristiana, escolapia,… - con la que afrontamos la misión, las tareas, la educación de otros.

El talante más personal, con el que salimos al encuentro de los jóvenes, de los pequeños; el que conocen de cerca los que trabajan con nosotros. Y el talante grupal, comunitario, de relaciones entre nosotros, son dos de los signos más visibles, son la garantía sobre lo que se sostiene la misión más específica, la credibilidad de lo que anunciamos. Los dos sufren, frecuentemente, el desgaste. Si la espiritualidad ha desarrollado tantos recursos para su cuidado, es necesario también - y creo que se intenta – educarnos, crear los medios, atender el bien de esto que va a ser para muchos “ la imagen más definitiva “ que dejemos grabada, la buena o mediocre noticia que envuelva la belleza del mensaje que llevamos.

3. Juntos para la Misión.

Según tiempos y lugares, una misión muy uniforme ha creado una relación con la comunidad muy estructurada, donde los papeles y funciones de cada persona han estado muy definidos y donde cada uno ha sido una pieza según “su manual de instrucciones…”

La manera más clásica de organizar esta relación ha acostumbrado a unas responsabilidades repartidas – a veces con poca integración de los demás en el cargo, en el trabajo personal -, un nivel fácil y necesario de comunicación anecdótica y funcional; y un respeto a los dones y carismas más personales, que a cada uno se le dejan desplegar en una plataforma común, pero, muchas veces, independiente de los demás, con el riesgo de mundos apropiados y excluyentes, individualistas y narcisistas. Todos sabemos de la dificultad del trabajo bien compartido; y es una escuela en la que tenemos que seguir aprendiendo.

Algunos valores que son importantes en este tiempo:

• Desarrollar nuestra “inteligencia compartida”, nuestra “visión de cuer-po apostólico” para acompañar juntos la misión, el trabajo donde, como grupo, educamos, evangelizamos, servimos.

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• Convertir la misión en reflexión compartida, en donde analizar, re-flexionar, plantear el futuro, repartirnos las tareas y funciones, compar-tir los desafíos de cada uno.

• Asumirlo juntos desde el encuentro con Jesús, revivir y actualizar el envío conjunto en los momentos de oración y celebración.

• Ejercitarnos en lo común, en el compartir de las tareas más personales, en la visión conjunta de todo lo que, entre todos, llevamos adelante; ejercitarnos para superar la apropiación sobre tareas o parcelas, sobre funciones; ejercitarnos en liderazgos compartidos, abiertos a la palabra de los demás hermanos, reconociéndonos el lugar personal, fruto de capacidades y formación, pero capacitándonos para no ser excluyen-tes. Trabajar en equipo, en grupo, en comunidad. En este tiempo, es esencial para el futuro y la identidad de las obras y de las personas que trabajan con nosotros

• Llegar a niveles de compartir comunitario sobre la vivencia personal en el trabajo, tratando de animar y potenciar a cada uno, desde sus dones y carismas.

• Una reflexión comunitaria que abra nuevas posibilidades, que imagine para el grupo o para las personas, nuevos retos, nuevas formas o mi-siones.

• Capacitándonos para el trabajo, la misión, compartidos con otras per-sonas que participan con nosotros. Y descubrir el papel del religioso, de la comunidad religiosa, en la obra y entre las personas que llevan esa obra.

4. Compartimos lo que somos y vivimos.

Otro reto actual es dar y compartir lo que somos; lo que somos como comunidad escolapia, con otras vocaciones que han surgido en torno a nosotros porque quieren vivir algo de lo más nuestro: en torno a lo comunitario, al carisma de la educación, la misión compartida, y la identidad y vocación más personal.

• Un valor de nuestra “inteligencia compartida” es trabajar juntos para crear una “cultura vocacional y de misión” en quienes reciben nues-

Seminario de Vida Comunitaria 95

tro trabajo - nuestra manera de educar y evangelizar – y en quienes nos encontramos porque han venido a colaborar; han sido convocados porque participan profundamente de este deseo o lo han descubierto trabajando junto a nosotros.

• Tenemos que afrontar el reto de cómo vivir nosotros, aquello que personas que crecen en nuestros procesos quieren compartir; prestar atención, ser sensibles a lo que buscan y necesitan, para abrir nuestras experiencias y posibilidades.

• Crear desde nuestras comunidades esa vida eclesial comunitaria a donde convocamos y compartimos la fe con otros; cómo situarnos en ella, desde lo más propio nuestro, desde nuestra identidad de vida religiosa, intensificando con especial significatividad los rasgos de la identidad cristiana.

• En varios sitios estamos - Compartiendo la comunidad – viviendo juntos – con laicos, solte-

ros y familias.- Abriendo tiempos de vida, reunión y de celebración a “escolapios

laicos”.- Viviendo en medio de una Fraternidad, siendo una comunidad,

especial claro, en medio de otras comunidades; compartimos iti-nerarios formativos del año, retiros, la celebración semanal. La Eu-caristía como posibilidad de encuentro de la variedad vocacional y comunitaria

- Compartiendo con otras personas, una misión compartida o el trabajo ministerial, enviados por la Provincia como “ministros de pastoral, de transformación social, de la educación “, junto con los ministros escolapios ordenados.

Nuestro original “Piedad y letras” que se ha desplegado, sobre todo, entre los niños y jóvenes alcanza hoy a momentos más vitales y existenciales de las personas; porque esos jóvenes han continuado crecien-do con nosotros, o porque hay colaboradores en el trabajo que buscan la razón más profunda que les sostenga y motive en esta vida. Nuestra misión es también acompañarles como creyentes adultos que viven su vocación escolapia y la comparten con otros y con nosotros.

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5. Comunidad encarnada en un tiempo y lugar.

Nuestra comunidad vive encarnada en un lugar; es importante dónde vivimos, las condiciones físicas y sociales que nos rodean, el espacio y la estructura interna de la casa; y el contacto con las personas que nos rodean, las condiciones cotidianas que compartimos; la vida de cada día nos educa siempre.

El riesgo mayor ha sido crear una vida alejada de las condiciones reales de la mayoría; con la excusa del trabajo, liberarnos de lo que la mayoría de las personas tienen que vivir: las tareas más domésticas, por ejemplo; los espacios muy resguardados y amplios; la lejanía de la vecindad, de “estrecheces” de la vida.

Es importante, por encima de la atención a cualquier “obra clásica”, diseñar con atención cómo tenemos que vivir para responder a la sensibilidad más viva del evangelio; “dónde, entre quién, cómo quién, para quién”.• El reto de nuestra vida religiosa, del lugar de las comunidades, es no

separarnos del mundo, sino entrar en él para provocar las señales del Reino: nos siguen convocando a los lugares ya clásicos, la periferia, la frontera, el desierto, el éxodo, el exilio; somos para los pequeños y jóvenes que viven en esos lugares.

• Nuestras comunidades tienen que estar donde está el pueblo, donde vive el pueblo, como vive el pueblo. Y desde luego, nuestro “praeci-pue”, tiene que seguir siendo el pueblo empobrecido.

• Según nos rodeemos, según sea el ambiente que respiremos, así será nuestra fidelidad. Y esto es especialmente sensible en las primeras eta-pas de nuestra vida religiosa

• Tendremos que respetar la historia, servir evangélicamente donde nos hemos ido colocando, pero no apagar las posibilidades del futuro

• Y en esta comunidad es desde donde podemos vivir con la sensibi-lidad atenta a quienes nos rodean, a las nuevas necesidades y situa-ciones de nuestro mundo. Juntos mantenemos las ventanas y puertas abiertas para vivir pendientes de lo que sucede, atentos a nuevos retos, reflexionando para ser útiles en el tiempo que vivimos, para percibir siempre las llamadas que en los signos de los tiempos nos llegan.

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6. Comunidad atenta a la vida de la Escuela Pía

Una posibilidad y valor muy actual es vivir en relación amplia con toda la Escuela Pía; la Comunidad nos mantiene en relación con el resto de comunidades, de presencias, de vida escolapia. En ella tiene que resonar el trabajo y misión de otros; nos hace sentirnos cerca, nos educamos para “despertar el deseo “ de acompañar otras vidas e historias, a veces, en si-tuaciones más difíciles o frágiles que las nuestras; vernos juntos ante otras opciones de hermanos nuestros, opciones más arriesgadas por el evan-gelio, nos ayuda a vivir más en fidelidad, a sentirnos más unidos a ellos, a desear dar más de lo nuestro, a darnos más. A optar, quizás, con ellos.

• La comunidad, manteniendo el recuerdo vivo, de lo que somos, hemos sido y “son” otros hermanos, nos tiene que recordar, nutrir, la dispo-nibilidad, la radicalidad, la fidelidad al evangelio, el múltiple y variado servicio, para el que siempre podemos ser útiles en muchos lugares.

• La comunidad puede discernir y animar a que los dones y capacidades personales - muy variados entre nosotros – sigan dando vida y siendo fecundos en otros lugares.

• Puede ser muy bueno un transitar de personas ofreciendo sus valores y sabiduría, a veces basta su compañía y presencia, sintiéndose enviados desde su comunidad y llamados, invitados, desde otra. ( Muchos ya lo han hecho en nuevas presencias, ofreciendo temporalmente sus capa-cidades, …)

6. En medio de quienes nos necesitan para crear el futuro.

Un rasgo de futuro, es ofrecer la vida que creamos en común como lugar acogedor y cálido para otros. Ojalá la cercanía de jóvenes y chicos, de los pobres, les pueda hacer sentir nuestra casa como un lugar al que acudir, como un hogar donde se pueden encontrar no sólo con maestros que enseñan, sino con personas que les quieren.• Muchas presencias podrán - y lo están haciendo, como casa de tareas,

hogares, acogida de jóvenes en dificultad …- iniciar y sostener desde la comunidad todo el reto de “trabajo educativo no formal “. Donde no sólo el espacio es lo importante, sino la relación cálida y de acogida que se genera entre las personas que viven.

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• La Fraternidad, una comunidad eclesial en torno a nosotros, los maes-tros de una escuela, voluntarios de obras sociales, pueden encontrar en nuestra casa muchos motivos para acudir: lugar donde se reza, donde se reflexiona juntos, donde se descubre la vida en comunidad, donde se acoge para celebrar. Casa, mesa y altar, palabras y Palabra, junto a nosotros tienen que ser a la vez lugares sagrados y humanos que se confunden y mezclan en muchos momentos. Que sirven para sostener opciones y procesos fundamentados de vida y vocación, para acompañar situaciones de dolor y dificultad, para integrar en la vida a jóvenes y pequeños, a cualquier persona que se ha colocado en los márgenes de la sociedad. Cercanos a ellos, ofrecemos lo que somos y vivimos. Y su cercanía y presencia nos animan y motivan para seguir imaginando estructuras de servicio que muchos más puedan necesitar.

En síntesis,• La comunidad nos mantiene en relación constante con Jesús, al tono

de la sensibilidad más actual, y del momento vital de cada uno; ayu-dando a mantenernos, a volver, al “amor primero” que nos sedujo; exagerando en nosotros la Pasión por Dios y su Reino, alimentando nuestra contemplación para escucharle y poner nuestro corazón en El y su voluntad.

• En la tarea constante de hacernos hermanos, ser hermanos, en co-munidad, cuidando y profundizando en la capacidad de vida en co-mún, superando costumbres y rutinas, normas y leyes, cuidando las actitudes cotidianas de servicio gratuito y entregado, de fraternidad y amistad serena y cálida; cuidando las necesidades básicas que nos for-talecen como personas y como seguidores de Jesús.

• Discerniendo juntos, con el tiempo, cultura y sociedad en que vivimos, cuáles son las necesidades y búsquedas de los jóvenes y niños, de las personas; dónde están los bienaventurados, los pequeños y sencillos de la historia, que nos invitan a acompañar su vida; cuál es la justicia que desde el evangelio podemos ofrecer; cuál es la fe que hoy podemos acompañar.

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La comunidad es el lugar en donde, cada día, devolveremos al Señor de nuestra vida el trabajo y la misión en acción de gracias, en petición por lo que aún no es pleno, en alabanza por poder vivir así nuestra vida.

Y juntos levantaremos la copa de vino por la vida… confundiendo la mesa del pan y la mesa de la Eucaristía, … para que en momentos cotidianos transparentemos lo que nos da Vida, y al momento con el Señor de la Vida, llevemos las vidas de cada día.

Con la imagen preciosa que todos recordamos – “ De dioses y hombres”, cuando convierten la comida cotidiana , los vasos transparentes de vino, en brindis por permanecer juntos, queriéndose hasta el final. Y la mesa se convierte en la Pascua.

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ELABORACIÓN DE UN PROYECTO DE VIDA COMUNITARIA ESCOLAPIA

p. József URBAN

Dedicado a Pedro Lasheras

Introducción

Hay un precioso pasaje al principio de la historia de Winnie the Pooh de A. A. Milne. El pasaje está al principio del libro, donde se presenta el personaje principal al lector. Dice lo siguiente:

“He aquí al Oso Eduardo bajando las escaleras con la cabeza –plom, plom, plom - de la mano de Christopher Robin. Es la única manera que él conoce de bajar las escaleras, aunque a veces piensa que debe haber forma mejor que seguramente descubriría si pudiera dejar de darse golpes en la cabeza y pararse a pensar. Y luego piensa que tal vez no hay otra forma. En todo caso ahora ya está abajo y dispuesto a sernos presentado por su nombre especial: Winnie de Puh.”

Creo que estas palabras del Oso Eduardo son aplicables a nuestra experiencia básica de la vida. Hay un montón de situaciones en las en parte trasera de nuestra mente de alguna manera sospechamos que tal vez podría haber mejores formas de hacer las cosas pero generalmente renunciamos a intentarlo. Sufrimos, pero no tenemos el tiempo, la energía, o las circunstancias correctas para la reflexión necesaria para cambiar las cosas. En mi opinión, esto es válido para nosotros, escolapios, también. Es cierto en las comunidades en las que vivimos, en nuestras escuelas en las que trabajamos, y en nuestras parroquias o las iglesias en que servimos.

Así que si tuviera que dar una respuesta rápida a la pregunta de para qué creo que sirven los proyectos comunitarios, yo diría: nos proporcionan la oportunidad de dejar de golpearnos la cabeza por un momento y pensar por qué hacemos lo que hacemos.

En esta breve presentación, no quiero hablar de tecnicismos. Más bien, lo que pretendo es extenderme un poco en esto. Así quiero decir

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unas palabras acerca de por qué necesitamos proyectos comunitarios. ¿Para qué sirven los proyectos comunitarios?

Empecemos con el POR QUÉ

En esta parte de la conferencia me inspiro en las grandes ideas de Simon Sinek en su conferencia y libro Start with Why. How Great Leaders Inspire Action. Sus ideas se resumen en el modelo que él llama el Círculo Dorado. Permítanme explicárselo.

Esto es lo que dice Sinek.“QUÉ: cada compañía y organización en el planeta saben lo QUE hacen.

Los QUÉ son fáciles de identificar”. (43)Quizás en nuestro caso podríamos decir que el QUÉ de la Orden

de los Escolapios es dirigir escuelas. Nuestro QUÉ son las escuelas o la educación.

“CÓMO: algunas empresas y alguna gente sabe CÓMO hacen lo QUE hacen. Los CÓMOS explican cómo algo es mejor o diferente. No son tan obvios como los QUÉs; muchos piensan que estos son los factores diferenciadores o motivadores en una decisión.” (43)

Creo que cuando los escolapios hablamos de nuestro estilo, o del estilo calasancio, o de la forma como Calasanz hizo cosas, nos referimos a este CÓMO. También cuando queremos diferenciarnos de otras órdenes de enseñanza, enumeramos elementos que entran aquí. A veces tengo la impresión de que damos respuestas demasiado rápidamente. Damos respuestas estándar. Ya sabemos cómo es la comunidad. Ya sabemos cuál es nuestra misión. Sabemos todos muy bien cómo debe ser un superior, o cómo debe ser un religioso. Mi pregunta es: ¿no damos respuestas demasiado pronto? ¿Nos atrevemos a hacer preguntas y a preguntarnos cosas para llegar al fondo de la cuestión, para liberar nuestros deseos más profundos, nuestra vocación más profunda?

Pero vamos a ir al núcleo del modelo de Sinek.“POR QUÉ: muy pocas personas o empresas pueden articular claramente

POR QUÉ hacen lo QUE hacen. Al decir POR QUÉ quiero decir, ¿cuál es su propósito, causa o creencia? ¿POR QUÉ existe la empresa? ¿POR QUÉ se levanta usted de la cama cada mañana?”

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Creo que Sinek tiene toda la razón al decir que es este POR QUÉ lo que debería estar en el centro de cada empresa u organización, de cada individuo. Y también creo que la aclaración de este POR QUÉ es el objetivo de lo que denominamos proyectos comunitarios.

¿Por qué existimos? ¿Cuál es nuestro propósito? ¿Cuál es la causa por la que queremos seguir, la causa que nos da fuerza y energía todos los días para levantarnos por la mañana y continuar todo el día? ¿Por qué existimos en primer lugar? ¿Qué nos inspira a nosotros como comunidad y como miembros de esta comunidad? Estas son las preguntas a las que responden los proyectos comunitarios.

Dos clases de CÓMOs

Sinek dice que hay dos clases de CÓMOs. Uno es accesible desde lo QUE, el otro desde el POR QUÉ.

El primer tipo de CÓMO es uno al que se accede desde fuera, en otras palabras desde el QUÉ. Este tipo de CÓMO hace hincapié en las diferencias con otras organizaciones. Y también puede destacar en qué son mejores, más grandes, más agradables y así sucesivamente. Este CÓMO define la empresa o la organización por lo QUE hace. El mayor problema que hay en ello es que la empresa se atasca en este QUÉ. No será capaz de hacer nada fuera de él. No tendrá la libertad de hacer cualquier otra cosa. Y cuando trate de justificar su existencia, tendrá que acentuar su diferencia con respecto a los demás. Básicamente tendrá que convencer a la gente por qué es mejor que los otros.

Por otra parte, el CÓMO en la secuencia POR QUÉ → CÓMO → QUÉ es diferente. Esta clase de CÓMO es en cierto sentido la estructura interna del POR QUÉ. Explica el POR QUÉ de la organización. Permite incluso que ésta se realice de varias maneras diferentes. No se limita a una manera definida de hacer las cosas. Usando términos teológicos, tal vez podríamos decir que permite encarnaciones individuales y personales de la misma finalidad, del mismo POR QUÉ.

También te liberará de la obligación de demostrar que eres el mejor, o al menos mejor que otros. No tienes que ser el mejor. Tienes que ser bueno. Mejor y el mejor son términos que te relacionan con otros,

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y entonces te quitan la libertad. Compararte a ti mismo con los demás siempre es una cosa peligrosa y autodestructiva.

Así que si usted conoce su POR QUÉ, otros pueden unirse usted y su causa. El POR QUÉ, un claro POR QUÉ, hace posible unir fuerzas en torno a una causa. Un claro POR QUÉ hace posible crear comunidad en torno a una causa o una creencia. Una comunidad donde cada miembro es libre para, e incluso invitado a, dar su vida por ese POR QUÉ. Cada miembro será totalmente responsable y no sólo un tipo de ciudadano de segunda, o un simple ejecutor.

La claridad del POR QUÉ crea comunidad, porque hace posible una participación personal y responsable.

Volvamos a nuestro POR QUÉ original

Con el paso del tiempo, es bastante frecuente que el POR QUÉ original de una empresa o comunidad pierde su color y sabor. El original POR QUÉ ya no está claro, y entonces el QUÉ no es coherente con él. Esto es lo que dice Sinek:

“Un POR QUÉ es sólo una creencia. Eso es todo lo que es. Los CÓMOs son las acciones que llevamos a cabo para realizar esa creencia. Y los QUÉs son el resultado de esas acciones. La única manera de que las personas sepan lo que crees es por las cosas que dices y haces, y si no eres coherente en lo que dices y haces, nadie sabrá lo que crees. La autenticidad tiene lugar en el nivel del QUÉ.” (73-74)

Sinek dice esencialmente que tu POR QUÉ se encarna por medio de tus acciones, tus CÓMOs, tus QUÉs. Y lo QUE tú haces debe ser coherente con lo que crees. También dice que después de tener claridad en el POR QUÉ necesitas disciplina para ser coherente y auténtico. Necesitas disciplina para esto; en otras palabras tienes que volver atrás y comenzar de nuevo a partir de tu POR QUÉ. Tienes que asegurarte de que tus CÓMOs y QUÉs realmente provienen de tu POR QUÉ.

Cuando hablamos de proyectos comunitarios, esta es otra razón para hacerlos. Tienes que volver a tu original POR QUÉ, una y otra vez. Yo diría que, en nuestro contexto, esta es una de las tareas principales de los capítulos provinciales y locales. Una de las principales tareas para una provincia y para las comunidades locales durante un capítulo es echar

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una nueva mirada a nuestro POR QUÉ. Y una parte importante de esto consiste en cuestionarnos lo que damos por sentado.

Cuestionar lo que damos por sentado

¿Por qué es importante cuestionar lo que damos por sentado? Por dos razones, como Sir Ken Robinson, un experto en educación, dice1. Y estas dos razones son: hábitos y hábitats.

La forma de hacer las cosas en nuestra vida cotidiana, las rutinas que seguimos, es decir, nuestros hábitos, dan forma a nuestra manera de pensar y nuestro modo de ver las cosas. Y con el paso del tiempo, perdemos el contacto con la realidad.

El segundo es el hábitat, es decir, los ambientes donde vivimos o trabajamos. Como Churchill dijo una vez: “Damos forma a nuestras viviendas, y luego nuestras viviendas nos moldean a nosotros.” Las estructuras no son neutrales. Como Cass R. Sunstein y Richard H. Thaler dicen en su libro Nudge (Dar un codazo): Improving Decisions About Health, Wealth, and Happiness, donde proponen un paternalismo libertario, para mí una cosa muy de escolapios:

“…No existe ningún diseño ‘neutro’. … Un buen edificio no es sólo atractivo; también ‘actúa’.” (3)

Creo que eso es cierto en nuestra vida religiosa, personalmente, a nivel comunitario y a nivel de nuestras organizaciones. Las estructuras que tenemos constantemente necesitan revisiones.

¿Cómo puedes salir fuera de ti mismo?

No es muy fácil revisar las estructuras que tenemos. Porque nuestros hábitos y hábitats pertenecen a las cosas que damos por supuesto. Y es muy difícil ver lo que damos por supuesto, precisamente porque lo damos por supuesto. Es necesario salir fuera de ti y tus estructuras, que son también parte de ti. Se espera que hagas lo que hizo el Barón Munchausen

1 Radio interview con Sir Ken Robinson. http://podcasts.personallifemedia.com/podcasts/232-dishymix/episodes/3066-sir-ken-robinson-creativity-innovatio

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en la historia famosa, en la que se sacó a sí mismo un pantano tirando de su cabello.

Paradigmas

Paradigmas son nuestras estructuras mentales, nuestra forma de ver las cosas. Nosotros no percibimos la realidad simplemente como es. Creamos la realidad según nuestros paradigmas.

Pero ¿cómo podemos reconocer nuestros paradigmas?Creo que esta figura puede ayudarnos.

Muestra que la forma de comportarnos y la forma en que hablamos están relacionadas con nuestra manera de ver las cosas.

Así que si queremos entender mejor y aprender más sobre nuestros paradigmas, podemos examinar nuestro comportamiento y nuestro lenguaje.

Permitidme daros un ejemplo simple.¿Cuánto hablamos sobre personas que no están presentes? ¿Y

cómo hablamos sobre ellas? ¿Podrían estar presentes? ¿Hablaríamos del mismo modo si estuvieran allí?

Stephen Covey, el gran pensador americano, que voy a citar más tarde también, habla de seis cánceres que se extienden por metástasis, es

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decir, seis conductas cancerosas que son conductas verbales. Son: criticar, quejarse, comparar, competir, argumentar y cinismo.

Retroalimentación, corrección fraterna

Cuando intentamos mirarnos a nosotros mismos y nuestras estructuras, también puede ser útil pedir la opinión de los que nos rodean. Esto es cierto a nivel personal y a nivel comunitario. Los comentarios de los demás miembros de tu comunidad concreta, o en términos más tradicionales, la corrección fraterna, pueden ser especialmente beneficiosos para la creación de confianza dentro de la comunidad.

Los comentarios sin embargo no pueden usarse para encontrar tu personal POR QUÉ o propósito, o el de la comunidad.

Una broma sobre la Retroalimentación

Hay un chiste que dice que alguien está conduciendo un coche en una autopista, y mientras conduce está escuchando las noticias de tráfico en la radio. Y la radio dice: “Atención. Atención. Hay un coche que circula en dirección contraria en la autopista”. Y nuestro hombre se pregunta: “¿Sólo uno? ¡Todos ellos están conduciendo en dirección contraria! “

No corresponde a la gente de fuera el decirnos cuál es nuestro propósito. Es sólo un tipo de asistencia que nos ayuda a salir de nosotros para ver lo que no vemos. La gente puede decirte que te diriges en una dirección equivocada. Pero si quieres ir en la dirección opuesta, entonces mejor no sigas sus consejos. Si este es su propósito, no cambies el rumbo.

Horizontes

Entonces, ¿cómo podemos salir de nuestras estructuras? ¿Cómo podemos ver y cuestionar lo que damos por sentado?

Necesitamos un punto de vista elevado para ello. En cierto modo tenemos que ser capaces de mirarnos a nosotros mismos y nuestras estructuras desde afuera y desde arriba.

Los puntos de vista elevados pueden lograrse mirando lejos adelante y dentro de nosotros al mismo tiempo. Cuando digo lejos adelante

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no quiero decir simplemente que tenemos que marcarnos objetivos a largo plazo. En lugar de objetivos específicos, necesitamos horizontes que sean suficientemente amplios. Horizontes que se extiendan en el espacio y en el tiempo, y en este sentido podríamos llamarlos metas a largo plazo. Necesitamos estos horizontes para liberar nuestros deseos más profundos.

Covey: el concepto de erizo

Me gustan mucho en este sentido las ideas de Stephen Covey. En su libro El octavo hábito: de la efectividad a la grandeza habla de lo que podría llamarse una versión ampliada del concepto de erizo. Covey nos plantea cuatro preguntas:

¿En qué eres realmente bueno, quizás el mejor del mundo?¿Qué es lo que te apasiona profundamente?¿Por qué cosas paga la gente? En otras palabras, ¿cuáles son las

necesidades y deseos humanos cuya satisfacción podría activar tu motor económico?

¿Qué te aconseja tu conciencia?Covey dice: “En la superposición de las cuatro áreas es donde

tu voz debe ser encontrada”. Y añade: “...Este enfoque se aplicaría para que un individuo encontrara su propia voz, así como para que una una organización encontrara su voz.” (220)

Lo que Covey llama voz, es en mi opinión lo mismo que lo que en términos teológicos se llama vocación.

¿Cuáles son tus fortalezas?

Me gustaría añadir dos puntos aquí, con el fin de perfeccionar las cosas un poco.

Generalmente hablamos de fortalezas de la persona, y lo que queremos decir con esto son las cosas que ella hace bien. Sólo hemos visto la primera pregunta de Covey: ¿En qué eres realmente bueno? Recientemente he encontrado un libro por Marcus Buckingham que presenta una definición un poco pero significativamente diferente de la fortaleza de una persona. Define fortaleza de esta manera:

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“…Constante rendimiento casi perfecto en una actividad.” (Now, Discover Your Strengths. How to Develop Your Talents and Those of the People You Manage, 20)

Y en una entrevista dijo esto2:“Una fortaleza es una actividad que te hace sentir fuerte — es una

actividad que te fortalece.( …Hay actividades que te fortalecen, te vigorizan, te dan ganas de más, te hacen practicarlas más...)

Así, según esta definición tu fortaleza es lo que te fortalece. Y si ese es el caso, eres tú quien puede saber cuáles son tus fortalezas. Pero esto no significa que sea fácil ver nuestras fortalezas. Tenemos que hacer esfuerzos para verlas. Buckingham dice que tenemos que “mantener nuestros ojos bien abiertos” para ver sus señales.

Él dice:“Hay una serie de signos, pero probablemente hay dos signos más evidentes

de una fortaleza a los que deberías prestar toda tu atención. En primer lugar, ¿qué es lo que tú estás anticipando, deseando vivamente que ocurra? Y luego el aprender aprisa: ¿Qué es lo que aprendes rápidamente? ¿Qué es aquello en lo que involucras tanto, que pierdes la noción del tiempo?”

Creo que estas ideas son especialmente útiles. Y las actividades que él sugiere, que básicamente consisten en prestar atención a los signos de nuestras fortalezas, pueden formar parte de nuestra vida de oración, en el pleno sentido de la palabra. Prestar atención puede ocurrir en la oración personal, en una conversación con el acompañante espiritual, en encuentros personales con amigos y hermanos, en un diálogo con su superior. La cuestión en todas estas situaciones puede ser: ¿qué es lo que te da fuerza? ¿Cómo puedes experimentar y ver realmente cuáles son tus fortalezas?

¿Qué dicen tus sentimientos?

El segundo punto que me gustaría añadir se refiere a nuestras emociones. Como ustedes saben, las emociones son especialmente importantes porque informan de nuestro ser más profundo. Informan

2 http://www.vistage.com/content-and-connectivity/vistage-library/5-questions-with-marcus-buckingham.aspx

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acerca de lo que son nuestras reacciones, pero también dan información acerca de nuestras más profundas necesidades y deseos, nuestras creencias y actitudes.

Como las emociones y sentimientos tienen tanto peso, es muy importante ser claro acerca de ellos. En su libro Ser genuino: dejar de ser agradable, empezar a ser Real el autor canadiense Thomas D’Ansembourg distingue dos tipos de sentimientos: los sentimientos genuinos y sentimientos y que están contaminados de juicio e interpretación. En la edición húngara del libro hay toda una lista de sentimientos que pertenecen a este segundo tipo. La lista incluye sentimientos como sentirse manipulado, abandonado, traicionado, incomprendido, humillado, etc. Lo importante de estos sentimientos es que no son sentimientos, sino juicios. Meten a los demás en compartimentos, crean separaciones y en lugar de ponerte en contacto con la realidad, te engañan.

Por eso es realmente importante aprender el idioma de los sentimientos, para ser capaces de dar nombres a lo que sientes de modo que puedas llegar a ser consciente de lo que realmente estás experimentando.

¿Cómo se relacionan los proyectos personales para el proyecto de la comunidad?

Como hemos visto antes, el mismo método para encontrar su propia voz, o vocación, se aplica a un individuo y a una comunidad. Un poco en broma, no totalmente en serio, permíteme comentar brevemente la relación entre proyectos personales y proyectos comunitarios. Lo que quiero decir por proyecto personal es lo mismo que Covey decía con encontrar tu voz.

¿Es el proyecto comunitario de una comunidad dada la suma de los proyectos personales de sus miembros? ¿O es al revés? ¿En otras palabras, están los proyectos personales subordinados al proyecto de la comunidad?

Si los proyectos personales son los que se puede ver en la figura,

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¿Es el proyecto de la comunidad la mínima parte común de la figura?

Y si es una superposición mínima, ¿funciona como una adición o como una sustracción de colores (cf. figura)?

Si es como una combinación de suma de colores, el proyecto de la comunidad se hace con los añadidos de todos los miembros. Si es como

Seminario de Vida Comunitaria 111

una combinación de resta de colores, entonces los miembros tienen que renunciar a algo por el bien de la comunidad.

Ahora bien, esto es lo que yo llamaría una superposición extendida (cf. figura),

donde cada miembro contribuye a la totalidad, de la misma manera que en el caso de la combinación de colores añadidos, y donde toda la comunidad y cada miembro está llamado a participar en las relaciones particulares entre dos miembros.

No estoy seguro acerca de la respuesta, y probablemente los modelos que utilizo imponen sus límites a lo que podemos decir. Pero tengo una opinión muy clara con respecto a dos puntos.

En primer lugar, no es como la sustracción de colores. No puede ser, no debe ser. Si la comunidad apaga lo que sus miembros tienen, si la comunidad sólo puede hacerse mediante la renuncia de los miembros a su propio color, su propia voz, entonces no es vale la pena crear ninguna comunidad, o en lugar de ser una comunidad será una comuna combinada con algún tipo de esclavitud.

En segundo lugar, la comunidad no puede ser simplemente un proyecto mínimo. Incluso si los miembros no tienen que renunciar a su voz, su color, lo que tienen en común no es capaz de crear la comunidad, o al menos no una comunidad religiosa. Es demasiado débil, demasiado superficial y demasiado accidental.

Tal vez podría haber otro tipo de relación, que podría ilustrarse con esta figura

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Lo que creo que es importante aquí es que cada miembro está llamado a relacionarse con la voz o llamada de los demás miembros. Y para mí también es importante lo que mencioné en la “versión extendida”. Es decir, la comunidad también “sucede” en las relaciones particulares entre dos miembros.

Lo que puede decirse independientemente de los modelos que he presentado es que debe haber un diálogo entre un miembro y la comunidad. Este diálogo es permanente y debe ser honesto, abierto y transparente. Este diálogo exige una atmósfera de confianza.

La importancia de la confianza

Me gustaría terminar con unas palabras sobre la confianza.La confianza tiene que ser previa. Es un prerrequisito para todo

el proceso del proyecto comunitario. Pero también es el resultado de la experiencia de que nuestros PORQUÉs, nuestros propósitos, nuestras creencias, son similares o iguales.

La confianza es un requisito previo en el sentido de que tienes que hacerte vulnerable si deseas crear confianza. La confianza no es algo que debe ser ganado (cf. Marcus Buckingham: Primero, rompa todas las reglas. p. 116). Si usted piensa así, de hecho tiene desconfianza. Tiene que correr el riesgo de hacerse vulnerable a los demás en la comunidad.

Y la confianza es también el resultado de darse cuenta de que nuestros valores y creencias son los mismos. Aquí es donde se encuentran los POR QUÉs individuales y donde ellos se encuentran con el POR QUÉ de la comunidad. Si no se realiza este encuentro, no puede haber comunidad.

Seminario de Vida Comunitaria 113

En la práctica, generalmente damos por sentado que nuestros PORQUÉs y el POR QUÉ de la comunidad coinciden. Y ese es exactamente el punto de donde partí. Es aquí donde debemos comenzar nuestros proyectos comunitarios y personales.

Tenemos que cuestionar lo que damos por sentado con el fin de crear un ambiente de confianza. Donde podamos descubrir nuestra vocación, nuestros POR QUÉs individualmente y comunitariamente. Donde podemos florecer y desarrollar todo nuestro potencial. Donde podemos llegar a ser lo que estamos llamados a ser.

Resumen

Permítanme resumir las tesis que yo quería plantear.

1. Las estructuras pueden convertirse en hábitos, suelen fosilizarse. Las estructuras no son neutrales, transmiten un mensaje, configuran nues-tra forma de pensar y ver.

2. Tenemos que tratar y conseguir salir fuera de nosotros mismos y nues-tras estructuras existentes. Tenemos que cuestionar lo que damos por sentado en nuestras comunidades, en la Orden y en nuestras vidas per-sonales.

3. Necesitamos retomar el POR QUÉ de nuestra existencia, porque ge-neralmente nos atascamos en el QUÉ y el CÓMO, y adoptar un enfo-que “desde afuera hacia adentro”.

4. El POR QUÉ viene de tu corazón y desde el corazón de la comuni-dad.

5. Hace falta honestidad con tus sentimientos, y confianza.6. También se crea confianza si compartimos las mismas creencias y prin-

cipios.7. Los proyectos personales de los miembros de una comunidad y el pro-

yecto de la comunidad están íntimamente relacionados. Debe haber un diálogo constante entre ellos.

Unos libros que he consultado y me parecen interesantes:

- Ilarduia, Juan Mari, Proyecto comunitario. Camino de encuentro y co-munión, Coleccion: Fronter Hegian 14, 2004 de la Frontera.

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- Ilarduia, Juan Mari, El Proyecto Personal Como Voluntad De Autenti-cidad, Coleccion: Frontera Hegian 6, Frontera 2010.

- Covey, Stephen R., The 8th Habit: From Effectiveness to Greatness. Free Press 2004.

- Simon Sinek, Start with Why. How Great Leaders Inspire Action, Portfolio 2009.

• también su TED Conferencia, con el mismo título.- Buckingham, Marcus, Now, Discover Your Strengths. How to Develop

Your Talents and Those of the People You Manage. Pocket Books 2004.

- Robinson, Sir Ken, The Element. How Finding Your Passion Changes Everything, Penguin Books 2009

- Thaler, Richard – Sunstein, Cass R., Nudge: Improving Decisions About Health, Wealth, and Happiness, Penguin Books 2009.

- D’Ansembourg, Thomas: Being Genuine: Stop Being Nice, Start Be-ing Real, Puddledancer Press 2007.

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LA COMUNIDAD, CLAVE EN LA TRANSICIÓN DE LA FORMACIÓN INICIAL A LA FORMACIÓN PERMANENTE

P. Mamby Dominique Basse

La vida comunitaria es una maravillosa escuela de vida que nos confronta muy concretamente a lo que realmente somos y a cuáles son nuestras relaciones. Desde el prenoviciado hasta el final de su vida, es cierto que para cualquier religioso la vida comunitaria es exigente. Cuando entrevistamos religiosos, todos sostienen que es en medio de las dificultades que, dicho sea de paso, afortunadamente se alternan con momentos de paz y alegría, que el Señor nos llama a vivir y a vivir el amor al prójimo.

La vida comunitaria es el lugar por excelencia donde se ejerce la caridad fraterna, o incluso el amor hacia aquellos a quienes no se ama suficientemente, según lo recomienda Jesús. Este es uno de los requisitos fundamentales de este estado de vida. A través de este ejercicio que es un reto maravilloso, lo que, a primera vista, podría parecer un anti-testimonio, puede convertirse en un verdadero testimonio de amor, a través de las pequeñas cosas de la vida. Porque, como todos los cristianos, los Escolapios están llamados a amarse con el amor de Dios, recibido de Él. ¿Hay un programa de vida más ambicioso y más audaz que ese? Ciertamente no, pero la gracia de Dios lo hace todo posible. Puedo dar testimonio a posteriori, de que a través de una formación larga y gradual de aceptación de uno mismo y de los demás, con nuestras limitaciones, nuestras debilidades y nuestra pobreza, la vida comunitaria es un aprendizaje de la vida extraordinario, muy enriquecedor, educativo y estructurador.

Ser una comunidad en formación permanente

La renovación comunitaria ha hecho notables avances gracias a la formación permanente. Por lo tanto, necesitamos crear comunidades adultas, evangélicas, fraternales, capaces de continuar la formación permanente cada día. La comunidad debería ser el lugar donde las directrices entran en vigor, a través de una aplicación diaria paciente y persistente, porque es el

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medio natural en el que se lleva a cabo el proceso de crecimiento, en el que cada uno se hace corresponsable del crecimiento del otro. La comunidad es también el lugar donde, día tras día, nos ayudamos a responder, como personas consagradas que comparten el mismo carisma, a las necesidades de los más pequeños y los desafíos de la nueva sociedad.

No es inusual que, ante los problemas a los que debemos hacer frente, las reacciones sean diferentes, con consecuencias evidentes para la vida comunitaria. Por ello el hecho de integrar personas diferentes por su formación y sus ideas apostólicas en una misma vida comunitaria no es una ocasión de conflicto sino de enriquecimiento recíproco.

¿Qué vida comunitaria en la formación inicial?

La comunidad es no sólo un elemento esencial en la vida religiosa, sino también uno de los que más atraen a la mayoría de los jóvenes en formación. Buscan en la vida fraterna en comunidad un espacio donde compartir y celebrar la fe común y la Palabra de Dios; un espacio que ponga a la persona en el centro, multiplicando los espacios de encuentro y no tantas las estructuras; un hábitat donde se manifieste la comunidad de bienes y servicios, así como la misión compartida; un espacio donde vivir la reconciliación y la corrección fraterna, y donde cada hermano acompañe el camino de la fidelidad de los otros hermanos; un espacio, finalmente, que se caracterice por un estilo de vida simple y abierta a compartir con la gente y especialmente los más pobres.

Las exigencias de muchos jóvenes en formación y que me parecen bastante razonables, la vida comunitaria, que adquiere significado y es alimentada por la Eucaristía, sacramento de unidad y caridad, implica el compartir material y espiritual, la búsqueda de Dios y de Jesús en la oración común, los intercambios y las interpelaciones fraternales; también requiere el discernimiento comunitario constante que haga posible la conservación de su propia identidad carismática y que aleje a sus miembros de una vida rutinaria y mediocre.

En este contexto, podemos decir que una comunidad que quiere definirse como formativa debe sentirse llamada a dar respuesta a los requisitos mencionados anteriormente y, al mismo tiempo, a esforzarse por buscar constantemente formas apropiadas para recrear la comunión,

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el calor y la verdad en las relaciones entre sus miembros. Una comunidad que quiere ser formativa también debe ser una comunidad profética, una comunidad- signo, que sepa leer los signos de los tiempos1 y encarnar el Evangelio de una manera práctica y comprensible para la cultura de hoy. Una comunidad llamada a formar debe saberse y sentirse en formación, en una búsqueda de lo que agrada al Señor, aceptándose mutuamente, limitando su propia libertad para permitir la de los demás, sometiéndose a las exigencias de la vida comunitaria y a las estructuras esenciales de la fraternidad. En última instancia, una comunidad de formación debe ser sacramento de trascendencia y, al mismo tiempo, profundamente humana y creadora de humanidad. Para lograr esto, hace falta cultivar valores como la amistad mutua, la cortesía, el espíritu jovial, a fin de constituir un estímulo permanente de paz y alegría, poniendo siempre a Jesús en el centro.

Claves para la formación a la vida comunitaria

Para formarnos y formar para la vida comunitaria, es importante prestar atención a algunas mediaciones:

1. Una primera clave, es la vida cotidiana como una escuela de formación. Es el día a día, la participación diaria y la normalidad el verdadero secreto de la formación y lo la hace permanente. Huir de todo esto sería una pura pretensión infantil y haría del religioso un permanente frustrado, tal vez buscando coartadas permanentes2.

2 - Otra clave, es el conflicto. Tal vez esto puede parecer una contradicción, pero, sin duda, el conflicto asumido con madurez, lucidez y autenticidad puede convertirse en un elemento importante de la formación. Frente a los conflictos, la formación debería ayudar a jóvenes y adultos a no adoptar una reacción de huida, de acomodamiento o de competencia, sino a provocar una reacción de colaboración. Esta última es consiste no en negar el conflicto, sino en plantarle cara y, al mismo tiempo y gracias

1 Cf. Gaudium et Spes, 4; VC, 81, Pablo VI, Octogesima adveniens, 1965, 3.2 Cf. Amadeo Cencini, “Guardate al futuro…” Perché ha ancora senso consacrarsi a Dio, Ed. Paoline, Milano 2010, 96.

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a una actitud básicamente solidaria, respetar las opiniones contrarias a la propia, ser capaces de diálogo y cooperación, buscando sinceramente una solución al conflicto, mientras se cuestionan las razones personales3.

Para lograr una reacción de este tipo, debe mantenerse una actitud de diálogo como camino de la luz: nos iluminaremos mutuamente, en el intercambio de pequeños destellos de verdad. Por otra parte, para posibilitar el diálogo, se necesitan dos actitudes: inteligencia interna y capacidad relacional. Por inteligencia interior entendemos la toma de conciencia de que cualquier relación es una prueba tanto para la madurez personal como para la inmadurez. Esta inteligencia nos lleva a descubrir lo que cada uno de nosotros lleva en su corazón. Por capacidad relacional entendemos la capacidad de aprender a escuchar a los demás con humildad, para ponernos en sintonía con lo que los otros viven.

3.-Importante e incluso muy importante, es también la comunicación interpersonal. Es el primer paso para avanzar en la construcción de una auténtica vida de la comunidad. La comunicación, para ser un instrumento al servicio de la construcción de la vida fraterna en comunidad, debe darse a tres niveles: lo que uno está haciendo, lo que uno piensa y lo que siente. La comunicación es más que un simple intercambio de ideas e información. Una comunicación de profunda calidad es aquella que brota del encuentro entre personas. Para comunicarse se debe entrar en una relación directa con el “otro” al que se puede llamar definitivamente “tú”. Es encontrarse con un “tú” que me hace más “yo”4.

Una casa de formación debería reproducir en la medida de lo posible el ambiente familiar en el que hay ancianos, adultos, jóvenes y niños. Debemos saber convivir y crecer con el “otro”, con el “diferente” desde el principio de la vida consagrada. En este sentido, las comunidades multiculturales o internacionales son muy importantes, porque uno se ve obligado a asumir todos los días la dimensión internacional, intercultural y misionera.

En la formación hay que prestar especial atención a la comunicación. Aquí llamo su atención para evitar una tentación. A pesar

3 Cf. Luis López Yarto, Relaciones humanas en comunidad. Instrumento de ayuda. Frontera 54, Vitoria 2006, 63ss.4 Cf. Martín Buber, Yo y Tú, Buenos Aires, 1974.

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de los muchos medios de comunicación de que disponen los religiosos, tengo la impresión de que la comunicación interpersonal en la actualidad está muy debilitada. Cuanto más interconectados estamos, nos hacemos menos comunicativos: vivimos más en comunidad y, al mismo tiempo, estamos más solos. Lo cual puede traer trágicas consecuencias en lo que refiere a la vocación.

En este contexto, parece importante señalar la necesidad de trabajar la dimensión de la afectividad, en cuanto capacidad de relación, en el contexto de la formación para la vida fraterna en comunidad. El clima de la formación de una comunidad depende en gran parte de una sana afectividad.

4.-En la formación a la vida comunitaria, conviene también crear una interdependencia5: la capacidad de colaborar en un proyecto conjunto y de caminar juntos hacia el mismo objetivo; caminar juntos porque es allí donde se juega mi logro individual y mi felicidad personal. Gracias a la interdependencia y la colaboración, el grupo desaparece para convertirse en familia, constituida, como ya he dicho, por individuos heterogéneos y una amplia variedad de roles; una familia en la que se desarrollan líneas comunes de comportamiento y donde se establece una forma satisfactoria de liderazgo.

5.-Por último, me gustaría decir unas palabras sobre una clave de la vida en comunidad que yo considero muy importante, tanto en la formación permanente como en la inicial: el Proyecto de vida y misión6. En este

5 Sobre la interdependencia, cf. Th. M., Newcomb, The acquaintance process, New York, 1961.6 Proyecto viene del verbo latino proicio y su participio pasado proiectum. Su primer significado es: lanzar hacia adelante. Cuando hablamos de un proyecto fraterno de vida y misión, se habla de una vida que, a partir de su presente, busca un espacio de creatividad, proyectándose hacia adelante, hacia una vida en plenitud. El proyecto de vida es, en mi opinión, el mejor antídoto contra cualquier forma de repliegue narcisista. El proyecto de vida se justifica desde una concepción dinámica de la persona, basada en una concepción del hombre como peregrino, homo viator. Sobre estos y otros aspectos del proyecto fraterno de vida y misión que yo considero importantes, cf. Nico Dal Molin, Il mistero di una scelta. Giovani e vita consacrata, Ed. Paoline, 2006, 140ss.

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proyecto, no es la eficacia operativa lo que nos mueve a elaborarlo, sino la exigencia de integrar armoniosamente toda nuestra vida y establecer en él criterios que orienten la vida y misión. Entre las prioridades del carisma y la misión evangelizadora, y esto también se aplica a la formación inicial, debe haber una dinámica circular de retroalimentación en la que se inscriben los proyectos, tanto el personal como el de la comunidad.

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APORTACIONES DE CALASANZ A NUESTRA VIDA COMUNITARIA

Ángel Ayala Guijarro

Para empezar… un icono

Un novicio jesuita preguntó un día al P. Kolvenbach, Prepósito General de la Compañía.- Padre, ¿usted cómo reza?- Rezo con iconos.- Y ¿qué hace? ¿los mira?- No, contestó el P. Kolvenbach, me miran ellos a mí.

En mi humilde experiencia, distante a la del Prepósito General de la Compañía de Jesús, también a mi me ha ayudado a encontrarme con Jesús, el Señor, y a proponerlo como compañero de camino de niños y jóvenes dejarme mirar por algunos iconos que el arte cristiano nos ha regalado en el rico tesoro de la fe de la Iglesia.

Cuando se me proponía de esta comunicación sobre los aportes de Calasanz a nuestra vida de Comunidad, y comenzaba a releer los textos del santo, fue insinuándose el icono que me acompaña esta tarde: el de Cristo y el abbá Menas. Esta conocidísima imagen, también llamada de “Cristo y su amigo”, creo que puede introducirnos y guiarnos por la sabiduría comunitaria de nuestro santo Padre, al tiempo que, creo, conseguirá interpelarnos en el empeño por hacer realidad hoy su deseo de vida escolapia compartida, consistente y abundante.

El icono de la amistad o del “Buen Amigo” es una obra de estilo copto, pintada entre los siglos VI a VIII d.C en el monasterio de Bauit en Egipto: representa a Menas, el Abad, acompañado de Cristo que apoya su brazo sobre el hombro del monje. Actualmente se encuentra en la sala de arte copto del museo del Louvre en París.

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El Cuerpo de Jesús y el de Menas centran la mirada del orante, que recorriéndolo puede ir contemplando los órganos sensoriales (ojos, manos, oídos) que destacan por sus grandes proporciones, sugiriendo la relevancia de la sensibilidad en el ejercicio de la misión de servicio comunitario.

La comunidad escolapia: Cuerpo del Señor

¿Por qué este icono para ilustrar el magisterio comunitario de Calasanz?

Por la preeminencia que la expresión “Cuerpo del Señor” tiene en los escritos del Fundador para referirse a la comunidad escolapia.

Os invito pues, a que conducidos por el icono, contemplemos, como Calasanz, a la Comunidad escolapia que él desea como “Cuerpo del Señor”.

“Del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, no forman más que un cuerpo, así es también Cristo.

Porque hemos recibido un mismo espíritu para formar un solo cuerpo. Los que somos distintos: judíos y griegos, esclavos y libres, todos nosotros hemos bebido del mismo espíritu.

…Por esto no puede el ojo decir a la mano: no te necesito, ni la cabeza a los pies: no os necesito”

1 Co 12.12-13.21

“Tan necesarios son en nuestra Religión los Hermanos, como los Clérigos y Sacerdotes, porque todos forman un solo cuerpo. Y no debe decir el uno al otro no necesito tu ayuda. Sino en santa paz, con mérito grande, trabaje cada uno según su aptitud por puro amor de Dios”

Ep 3390. 17 Mayo 1642

Un cuerpo con corazón: La santa Caridad

“La comunidad de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma” Hch 4,32

“Deseo que tengan todos un solo corazón y una sola alma en el servicio de Dios”Ep 4028. 2 Agosto 1642

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El cuerpo de la Religión tiene para Calasanz un corazón que le da vida; éste corazón no es otro que el AMOR RECÍPROCO.

La cita expresa del libro de los Hechos de los Apóstoles que Calasanz recomienda en un momento crítico de la vida de la Orden (el Provincialato del P. Mario en la Toscana) descubre el modelo de comunidad que desea para nosotros: la comunidad de los Apóstoles con María al inicio de la Iglesia.

Una comunidad de seguidores y evangelizadores atenta, perseverante, edificada en unas dinámicas concretas:

1. El testimonio comunitario, que les distingue por su manera de amar y de expresar el amor. Sirve para la comunidad escolapia lo que escribía Tertuliano a comienzos del s.II: “Esta práctica de la caridad es más que nada lo que a los ojos de muchos nos imprime un sello peculiar. Dicen: ‘Mirad cómo se aman entre sí’, ya que ellos mutuamente se odian; ‘‘y cómo están dispuestos a morir unos por otros’, pues ellos están más bien preparados a matarse los unos a los otros1”.

Calasanz, en su modo de decir hablará del buen ejemplo, que poco tiene que ver con la “apariencia” y mucho con la trasparencia de la calidad de relación que se vive al interior de la comunidad. Así recuerda: Yo creía que había habido entre los tres unión santa para devolver a las escuelas la reputación perdida. Pero me parece que el enemigo ha procurado sembrar cizaña entre vosotros. Con humildad pondríais en fuga al enemigo y lograréis el fruto que estáis buscando”2.

2. La oración. Para Calasanz la Presencia de Dios nutre y fortalece el amor en un ritmo circular que se retroalimenta: En Dios y desde él reconocemos su rostro en el hermano, encuentro que nos mueve a volver a su Presencia y vivir agradecidos.

Dice Calasanz: Oigo decir que observáis la vida común, lo que es signo de caridad auténtica y en consecuencia de que Dios está presente3.

3. La eucaristía. No podemos hablar de una consideración de la eucaristía en los escritos de Calasanz como centro de la comunidad,

1 Tertuliano. Apologeticum, 39. 2 Ep. 27983 Ep. 2961

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aunque sí que encontramos en ellos elementos que conectan con la mejor tradición de la Iglesia, que ha visto siempre en ella el motor y la raíz de la comunión.

Una comunidad por tanto construida sobre la eucaristía, animada por la oración perseverante que se visibiliza en el testimonio fraterno de sus miembros.

Es significativo contemplar ahora la figura de Cristo en el Icono, que sostiene sobre su corazón el libro de las Escrituras: el Corazón del Señor aparece habitado por la Palabra; lo considero una invitación a escuchar y dejarnos interpelar como Cuerpo de la Religión por este gesto: acoger y dar crédito a la palabra de Jesús: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado, pues nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos” (Jn 15,12-13)

La cabeza del Cuerpo: el ministerio y el servicio de la autoridad

“A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Para que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo, del cual todo el cuerpo, bien ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren, actuando a la medida de cada parte, se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en el amor”. Ef 4, 7-16

“Es preciso que alguien asuma como objetivo personal el buen gobierno, la guarda y el acrecentamiento del cuerpo de la Religión. A su fidelidad y prudencia (del P. General) se encomienda el cuidado del Instituto” (CC.257)

El cuerpo de la Religión subsiste, se desarrolla y crece por estar convenientemente gobernado. Basta recordar cómo concibe Calasanz la comunidad escolapia: un cuerpo apostólico estructurado jerárquicamente, donde el P. General, Los PP. Provinciales y los Ministros (superiores locales) desempeñan una función vital: actuar a modo de cabeza que piensa e impulsa los movimientos del cuerpo, a través de de una actividad fundamental; que él denomina el buen gobierno.

¿De qué habla Calasanz cuando alude al buen gobierno?A lo que en lenguaje contemporáneo denominaríamos un

conjunto o código de buenas prácticas de gobierno que orientan el ser

Seminario de Vida Comunitaria 125

y el hacer de las Escuelas Pías. Intento ilustrarlas aquí gráficamente, a partir del esquema corporal de la cabeza:

- OJOS: El ministerio de la autoridad en la Orden contribuye en primer lugar a la edificación del Cuerpo entero de la religión y de cada uno de sus miembros. Calasanz es insistente y firme en una idea: la finalidad primera de la vida escolapia es “la salvación de la propia alma”, el cre-cimiento integral de la persona; y a esto ha de atender en primer lugar el Superior para con cada uno: descubriendo dones y capacidades para situarlo en el lugar en el que mejor puede servir, viendo igualmente lo que es necesario corregir y reorientar.

“Reunidos dispongan el trabajo que ha de realizar cada uno, según su aptitud. Y luego, con esta unión, atiendan primero a la salvación de la Propia alma, al servicio de la religión, y de los alumnos pobres” 4.

- OÍDOS: El Superior es alguien llamado a escuchar. El ejercicio de la es-cucha es condición indispensable en el bagaje de todo superior escola-pio: lo es en los formadores para descubrir la interna inclinación de cada candidato, y lo es en los Ministros y Provinciales para intuir el lugar de crecimiento y servicio de cada religioso.

“Puede servirse del P. Antonio María, pero dele poca autoridad sobre los súbditos, porque no consigue que cada uno haga lo que puede y sabe hacer, pues quiere que todos sean como él. Esto no puede resultar” 5.

- MENTE-BOCA: Órganos de la decisión (Mente) y de la ejecución (Boca) en las que se expresa la actividad de mirada-escucha descrita más arriba: el que ha observado y escuchado a cada uno, piensa para él el lugar y la actividad desde la que edificar el cuerpo entero de la Reli-gión.

4 Ep. 31985 Ep. 549

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“Estando bien distribuidos los individuos, según el propio talento, y procu-rando tenerlo unidos en santa paz, no pueden las cosas sino andar bien” 6.

Nos situamos con Calasanz ante una auténtica dinámica de discernimiento en la obediencia y en ejercicio del servicio de la autoridad en la Orden, descrita en términos relacionales: el Superior es verdadero Padre que busca sólo el bien de cada uno. Sus palabras, su disposición a servir desde la escucha y su mirada a un tiempo tierna y exigente le descubren así como digno de crédito ante los suyos y ocupado en una verdadera labor pastoral.

Con sus palabras: “Los Superiores como buenos pastores de la grey del Señor, han de proveer primero que a las propias, a las necesidades espirituales y corporales de las ovejas que les han sido confiadas para que viviendo tranquilos se dediquen al servicio de Dios con alegría” 7.

Juntos, al servicio a los miembros de su cuerpo, que son los pobres.

“Tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me distéis de beber, fui forastero y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y en la cárcel y vinisteis a verme…Cada vez que lo hacéis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mi me lo hacéis”

Mt 25,36.40

“En cuanto a recibir a los alumnos pobres, obráis santamente admitiendo a todos los que van, porque para ellos se ha fundado nuestro Instituto; que ‘lo que se hace por ellos, se hace por Cristo Bendito’, lo que no se dice de los ricos.” (EpCal 2812. A los de Florencia 27/02/1638)

Si el corazón de la comunidad escolapia es la santa Caridad, y su cabeza son los Superiores ejerciendo diligentemente el servicio de la autoridad, no hay duda que los miembros de este cuerpo, que es Cuerpo del Señor, por expreso deseo del mismo Jesús, son los pobres.

6 Ep. 25597 Exhortación a los Superiores (RegCal XIII,47)

Seminario de Vida Comunitaria 127

Así lo identifica Calasanz al leer su historia vocacional:

- El encuentro con el niño pobre es una invitación de parte del Señor: “Y entendió como dichas para él estas palabras de la Escritura: a ti se te encomienda el pobre, tu eres defensor del huérfano”

- La decisión de permanecer y entregar la vida en la obra comenzada, se decide y se afianza mirando a los pobres y apostando por ellos: He encon-trado en Roma mejor modo de servir a Dios, haciendo el bien a estos peque-ños y no lo dejaré por cosa alguna en este mundo.

- La razón última de la existencia de las Escuelas Pías es servir a los po-bres: Y ya que profesamos ser auténticos Pobres de la Madre de Dios, en ninguna circunstancia menospreciaremos a los niños pobres, sino que con tenaz paciencia y caridad nos empeñaremos en dotarlos de toda cualidad, estimulados por aquella palabra del Señor: lo que hicisteis con uno de estos más humildes, conmigo lo hicisteis.CC.4

Con Calasanz, la Comunidad escolapia se reconoce a sí misma:

- Empeñada, como cuerpo apostólico, en una misión: la reforma de la sociedad a través de la educación de los niños.

- Enviada a ejercer un servicio activo a favor de los que aparecen como desamparados de todos: los niños pobres sin educación.

- Sostenida y estimulada por el hacer y la Palabra de Jesús, el Señor: Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos más humildes, conmigo lo hicisteis.

Así pues tres claves que arrancan del fundador e imprimen la identidad en la comunidad escolapia:

- BUEN EJEMPLO- BUEN GOBIERNO- BUEN SERVICIO A LOS POBRES

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Mirando a la comunidad escolapia con los ojos de Calasanz

PUNTOS DE CONTROL

1. Invertir fuerzas, talento y creatividad en “DAR ALMA” a la vida de nuestras comunidades: Calasanz sugiere caminos de búsqueda:

a. Situar de modo real y efectivo a Jesús en medio de la comunidad (Eu-caristía, Palabra escuchada y compartida, experiencia de oración). No se trata de “medios espirituales” sino de los cimientos del edificio, del corazón que le da vida y sentido.

b. Prestar atención a cada uno, situándole en el lugar que le corresponde. Puesta en marcha de dinámicas de empoderamiento personal y comunitario que impulsen la proactividad de los miembros.

c. Apuesta por la visibilidad comunitaria en contextos escolapios, eclesia-les y sociales: la reforma de la sociedad y de la Iglesia pretendida por Calasanz reclama de una presencia decidida en el mundo de hoy. La Comunidad escolapia está llamada a vivir su misión siendo “lámpara en lo alto para alumbrar a todos los de casa”.

2. Impulsar el LIDERAZGO de los Superiores

a. Profundización y desarrollo de dinámicas de liderazgo evangélico y es-colapio que preparen y capaciten a los superiores en ejercicio y a los que vendrán para prestar un servicio de calidad. Esto redunda en la vida de todo el cuerpo apostólico de la Orden.

3. Vincular Comunidad escolapia y SERVICIO A LOS PO-BRES.

a. En la coyuntura actual de nacimiento de nuevas Provincias en la Or-den, elaboración y estudio de Proyectos de Presencia, escuchar y dejarnos guiar por la intuición de Calasanz de servicio real a los pobres.

Seminario de Vida Comunitaria 129

Adoptar éste como criterio fundamental de discernimiento a la hora de planificar las presencias existentes y las futuras, por encima de lo geográfico, lo efectivo, lo rentable o lo establecido.

¿Qué escolapio para esta Comunidad? El otro personaje del Icono

Dice Calasanz:“…Exhortamos y rogamos por las entrañas del Señor a todos los

Ministros que recuerden que ocupan el lugar de aquél Señor que, siendo riquísimo, se hizo pobre, para enriquecer a sus hijitos y sufrió hambre, sed, calor, frío, cansancio, soportando incluso azotes, espinas, clavos y lanza, y que en su extrema necesidad quiso ser abrevado con hiel y vinagre, cuando para otros había convertido el agua en vino y que, finalmente, quiso morir desnudo sobre un tronco de Cruz: así que queriendo seguirle dignamente en llevar un poco su santa Cruz, es preciso, despojarse de los vestidos reales del amor propio y con los pies descalzos del buen ejemplo en todo, vestirse todos de pies a cabeza con el manto de la santa Caridad, que hace realizar con alegría aquél admirable dicho del Apóstol: la Caridad no busca lo suyo. Por lo cual como buenos Pastores de la grey del Señor, han de proveer primero que a las propias, a las necesidades espirituales y corporales de las ovejas que les han sido confiadas…para que queden tranquilos y hagan el servicio de Dios con alegría, por el cual han abandonado la casa propia y sus comodidades y lo que es más, hasta la libertad, de la cual gozando los Ministros con la potestad y autoridad que el Señor les ha dado sobre aquellos, deben seguir aún en esto al mismo Señor, que la potestad que le fue dada por el Padre Eterno sobre todas las criaturas, la empleó toda en servicio nuestro y no suyo”8.

Se nos descubre así el otro personaje del Icono, el del acompaña a Cristo, o mejor, el que es acompañado por él.

Y en la lectura escolapia que venimos haciendo, si en el Cuerpo del Señor describíamos los rasgos de la comunidad escolapia, nos es dado también contemplar en este personaje al escolapio que queremos para esta comunidad. Un discípulo:

8 Exhortación a los Superiores (RegCal XIII,47)

130 Comunicaciones

- Sostenido por la presencia de Jesús, el Señor, que ofrece su apoyo, extendiendo su mano en un gesto de amistad incondicional, mientras susurra confiadamente: “No tengas miedo, yo estoy contigo”.

- Revestido de pies a cabeza por el manto de la santa Caridad, tejido por el conocimiento humilde de la propia realidad y por el deseo de caminar honestamente en la presencia del Señor, actualizando el man-damiento nuevo.

- Con los pies descalzos del Testigo, que desea darse de todo corazón a Dios en el servicio a sus miembros, que son los pobres.

Algo así deseo Calasanz para todos nosotros y para cada uno. En

la medida en que intentemos hacerlo realidad, escucharemos de sus labios, como aquellos primeros escolapios:

… “Yo me alegraré muchísimo de todo el bien de ustedes” (Ep 864. 22 Nov. 1639)

Seminario de Vida Comunitaria 131

LA COMUNIDAD EN EL PROCESO DE REVITALIZACIÓN DE LA ORDEN

P. General, Pedro Aguado

Nuestro 46º Capítulo General encomendó a la Congregación General el impulso y acompañamiento de un proceso de revitalización de las Escuelas Pías. Se trata del hilo conductor del sexenio, del principal objetivo que tenemos planteado. En el fondo, se trata de hacer todo lo que esté en nuestras manos por acoger el don de la Vida que procede del amor de Dios, vivir con la mayor consistencia y fidelidad nuestra propia vocación de portadores del carisma de Calasanz como religiosos, y de dar los pasos que tengamos que dar para hacerlo posible.

1.- La profundidad del proceso que estamos siendo llamados a vivir no sólo desde nuestro Capítulo General, sino desde las llamadas claras que recibimos desde la Iglesia, desde la Vida Consagrada, desde las necesidades de los niños y jóvenes y desde las esperanzas de los propios escolapios.

Para valorar y comprender bien el proceso que estamos viviendo, que por voluntad del Capítulo General es una envergadura mucho mayor que la propia de unos cambios estructurales, es bueno acercarnos al contexto en el que estamos viviendo y a las llamadas que recibimos, desde la Iglesia, desde la Vida Consagrada y desde la propia Orden.

Sólo a modo de “pequeña pincelada” destaco un texto del Papa Benedicto XVI a la Unión de Superiores Generales (todavía es pronto para disponer de textos del Papa Francisco), las conocidas preguntas que hace el último Congreso de Vida Consagrada a cada Institución religiosa y las grandes Líneas de Acción de nuestro 46º Capítulo General, así como unas sencillas reflexiones realizadas por la Congregación General. Es clara la llamada a la vivencia consistente de nuestra vocación.

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Una síntesis del pensamiento de Benedicto XVI sobre la Vida Consagrada

“La vida consagrada es una planta con muchas ramas que hunde sus raíces en el Evangelio. Lo demuestra la historia de vuestros Institutos, en los cuales la firme voluntad de vivir el mensaje de Cristo y de configurar la propia vida a éste, ha sido y sigue siendo el criterio fundamental del discernimiento vocacional y de vuestro discernimiento personal y comunitario. El Evangelio vivido diariamente es el elemento que da atractivo y belleza a la vida consagrada y os presenta ante el mundo como una alternativa fiable. Esto necesita la sociedad actual, esto espera de vosotros la Iglesia: ser Evangelio vivo”1. (Benedicto XVI)

Una síntesis del pensamiento del último Congreso de Vida Consagrada (2004)1) ¿Qué vida consagrada está suscitando el Espíritu santo hoy?2) ¿Cómo identificarla, describirla y proponerla?3) ¿Cómo iniciarnos en ella, cómo formarnos para ella?4) ¿Cómo describir el tipo de liderazgo que necesita?5) ¿Cómo detectar lo que bloquea su existencia?6) ¿Qué nombre dar a este proceso en el que estamos implicados?

Una síntesis de nuestro último Capítulo General (2009)1) Revitalización, consolidación y crecimiento de la Orden. Impulsar

la revitalización, consolidación y crecimiento solidario de la Orden a través de los cambios estructurales necesarios.

2) Nuestra vida fraterna en comunidad. Profundizar los aspectos espiri-tuales y humanos necesarios para hacer de nuestras comunidades lugares de creci-miento personal, de vivir y compartir nuestra experiencia de Dios y referencia para la Misión.

3) Ministerio escolapio: evangelizar educando a los niños y jóve-nes, preferencialmente a los pobres. Impulsar la identidad calasancia y la calidad en la práctica de nuestro ministerio en las obras de educación formal, educación no formal y parroquias

1 Benedicto XVI, Discurso a la Unión de Superiores Generales, Roma, 2010.

Seminario de Vida Comunitaria 133

4) Pastoral Vocacional: proponer, acoger y acompañar nuestra vo-cación escolapia. Impulsar la Pastoral Vocacional como elemento nuclear en la vida de nuestras obras.

5) Una Formación Inicial de calidad para renovar nuestra Vida Re-ligiosa. Impulsar la mejora de la calidad de la formación inicial para revitalizar la Orden

6) Escolapios, religiosos y laicos, compartiendo carisma y misión. Seguir impulsando el desarrollo del Proyecto Institucional del Laicado Escolapio.

REVITALIZAR, su concepto y su profundidad

1) Todos tenemos claro cuál es el eje que vertebra nuestro camino de estos años y que se convierte en horizonte y guía para todos: revita-lizar la Orden para fortalecer su vida y su misión. Este es el núcleo de unifica y orienta todo lo que hacemos y nos proponemos. Hemos constatado las ansias de vida que hay en la Orden, y vivimos con esperanza nuestro propio futuro como escolapios. Debemos saber vivir nuestro proceso como llamada a renovar nuestra vocación, a fortalecer nuestra misión y a consolidar nuestra pertenencia y envío.

2) Es claro que este “gran objetivo” lo tenemos que entender y vivir, en primer lugar, como una llamada a la fidelidad vocacional y a la vivencia integral de nuestra vocación. No es, primariamente, una es-trategia, sino un don y una respuesta. Pero también supone un trabajo, un discernimiento, unas opciones, una planificación. En este sentido estamos trabajando: sabiendo que todo depende del amor de Dios, vamos adelante en todo lo que nos está dado hacer para caminar en la buena dirección.

3) Algunas opciones de fondo que la Congregación General piensa que debemos impulsar, sabiendo acoger lo que ya se está produciendo (y que tienen que ver, de modo especial, con el tema de esta exposición, el crecimiento de las Orden).a) Estamos creciendo, y debemos seguir haciéndolo, en mentalidad

de Orden. Con esta expresión subrayamos algo que la Congre-gación General ha venido compartiendo con todos los religiosos a lo largo de este tiempo y que los Superiores Mayores subrayan con unanimidad, tal y como lo expresó el 46º Capítulo General:

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somos miembros de las Escuelas Pías, y somos corresponsables de su crecimiento, de su fidelidad evangélica y de su futuro. Sólo desde esa actitud, que es creciente entre nuestros jóvenes, po-dremos revitalizar la Orden. Sólo desde esta opción creceremos y cuidaremos nuestra disponibilidad misionera. Este Seminario está concebido desde esta opción prioritaria: debemos pensar y discernir en común.

b) Y esta es la razón fundamental que explica una de las grandes convicciones de este sexenio: todo nuestro proceso, o es sisté-mico, o no será. Ninguna de las grandes opciones de la Orden tiene sentido aislada de las demás, ninguna de ellas puede ofrecer vida aislada de las otras, ninguna se entiende desconectada del eje central al que todos estamos llamados: construir Escuelas Pías.

c) Pero todo esto sólo será posible si estamos abiertos a la fuente de la Vida y sabemos acogerla como don y como llamada al com-promiso. La vivencia de nuestro carisma y vocación, con auten-ticidad y entrega, es el principal compromiso que debemos asu-mir y nuestra primordial necesidad que debemos pedir de Aquél que nos ha llamado a ser escolapios. Somos invitados a vivir el compromiso de revitalización como don y tarea espiritual, como fidelidad vocacional.

2.- La vinculación y coordinación de todos los procesos en los que estamos trabajando, incluida la renovación de nuestra Vida Comunitaria

1. Es muy importante que comprendamos este concepto. No podemos trabajar las grandes opciones de la Orden (que hemos llamado “claves de vida” por fidelidad al proceso de revitalización en el que nos encontramos) por separado. No llegaremos a ningún sitio. Todas influyen en todos, todas están condicionadas entre sí. ¿Cómo traba-jar la Pastoral Vocacional, por ejemplo, sin un esfuerzo mayor por comunidades escolapias verdaderamente acogedoras y significativas? ¿Cómo impulsar una Comunidad que realmente sea referencia para la Misión sin un impulso fuerte de la identidad escolapia de nues-

Seminario de Vida Comunitaria 135

tro ministerio? ¿Cómo hacer una nueva fundación en un país nuevo –por ejemplo, estos días en Indonesia- sin un proyecto claro de Vida Comunitaria para que Víctor, Marcelino, Gerry y Antony puedan real-mente llevar a feliz puerto esta aventura?

2. Dicho esto, quisiera dar un nuevo paso. Es verdad que todas las claves de vida son imprescindibles y que necesitamos llevar adelante todas ellas, y de modo coordinado. Pero también es verdad que, en determinados momentos, hay claves de vida que son más importantes, hasta convertirse en condiciones de posibilidad. Sin ellas, no funcio-na nada. Son “llaves”, criterio de verdad, condiciones de posibilidad. La Comunidad es una de ellas. Este es el sentir del conjunto de los Escolapios. No descubro ningún secreto si os digo que, en general, hay mayor satisfacción en el conjunto de la Orden en cómo llevamos nuestro ministerio que en cómo vivimos nuestra vida. Es sólo un ejemplo, pero creo que es claro.

3-Claves de Vida y crecimiento de la Orden

La Congregación General ha marcado con cierta claridad algunas “Claves de Vida” y la dirección en la que creemos que deben ser impulsadas. Esta reflexión está hecha con “visión global”. Esta visión necesita la “encarnación concreta” en cada lugar, en cada contexto. Pero nos viene bien tener presente las claridades a las que ya vamos llegando poco a poco.

1) PASTORAL VOCACIONAL. Nos hemos exigido cambiar el paso de la Orden en su capacidad de sembrar, proponer, acompañar y acoger nuestra vocación. Invitamos a las Escuelas Pías, a todos los que se sienten parte de ellas, a colocar este tema en el núcleo de nuestra capacidad de engendrar vida. Somos llamados a abrir una nueva etapa en este aspecto. Incrementar nuestras posibilidades (corto plazo) y avanzar hacia la “cultura vocacional” (medio plazo). AÑO VOCA-CIONAL. Formación de Agentes de Pastoral Vocacional. Esta-tutos Demarcacionales. Casa de Acogida Vocacional. Proyecto + responsable + equipo / Cultura Vocacional.

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2) FORMACIÓN INICIAL. Invitamos a la Orden a crecer en comu-nión y calidad de nuestra Formación Inicial. En lo relativo a la co-munión, resaltamos la importancia de la elaboración de los proyectos formativos de las demarcaciones y la formación de formadores, así como nuestro Directorio de Formación Inicial, FEDE. En lo se-gundo, los elementos claves, destacamos el desafío de identificar y clarificar nuestro modelo formativo y la necesaria conexión de la Formación Inicial con la Pastoral Vocacional y la Formación Permanente. Visita General a la FI. Carta circular a la Orden sobre dicha Visita a la FI. Formación de Formadores (cursos, encuentros por circunscripciones y etapas). Consolidación sis-temática de todos los procesos formativos. Equipos de forma-dores.

3) VIDA COMUNITARIA. Vivir nuestra vida escolapia desde comu-nidades que nos ayuden a crecer y a testimoniar lo central de nuestra vocación. Apostamos por crecer en “estructura personal comunitaria” y por definir las opciones fundamentales desde las que queremos ir configurando nuestras comunidades. Necesitamos macar horizonte también en este tema. Necesitamos comunidades con proyecto, alma de la misión, sencillas y pobres, abiertas y espirituales, convocantes y exigentes, radicales en la vivencia del Evangelio. Por eso estamos pen-sando en llevar adelante un “Seminario de discernimiento sobre nuestra vida comunitaria” para tratar de orientar un crecimiento en la consistencia escolapia de nuestra vida comunitaria y prepa-rar el terreno para tratar el tema a fondo en el conjunto de la Orden y especialmente en nuestro próximo Capítulo General.

4) FORMACIÓN PERMANENTE. Impulsemos una nueva cultu-ra de Orden. Todos sabemos explicar bien el auténtico significado de la formación permanente, pero nos resulta más difícil llevarla ade-lante desde dinámicas consecuentes. La Formación Permanente busca nuestro crecimiento en fidelidad vocacional, y esta es tarea para to-dos. La Orden debe apostar por posibilitar que los religiosos vivamos acompañados, nos reunamos para reflexionar en común y busquemos juntos vivir desde proyectos escolapios de vida. Desde aquí aborda-

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remos el acompañamiento de los primeros años de la vida escolapia adulta o la entrada en una etapa nueva de la vida como es la madurez adulta. Somos llamados a ser creativos en esto y a hacer apuestas cla-ras y definidas. Renovación de nuestra propuesta de formación permanente por ciclos vitales.

5) MINISTERIO ESCOLAPIO. La Orden apuesta por fortalecer cua-tro grandes opciones: la identidad escolapia de nuestro ministerio, el carácter compartido de nuestra misión, la apuesta por la evan-gelización y la opción por los pobres. Asumimos nuestra necesidad de reactivar nuestra capacidad pastoral y evangelizadora y por hacer crecer la Educación No Formal entre nosotros, diversa, dedicada a los más necesitados, y en red. Se han impulsado algunas acciones y equipos concretos: Elementos de Identidad de nuestro Ministerio / Trabajo en parroquias e identidad escolapia / ENF / Trabajo en Hogares e identidad calasancia / Movimiento Calasanz.

6) MISIÓN COMPARTIDA e INTEGRACIÓN CARISMÁTICA. Apostamos claramente por la vinculación de los laicos con nuestro carisma a través de este dinamismo que nos ayude a compartirlo pro-fundamente y a convocar a la construcción de las Escuelas Pías a to-das las personas que se sientan llamadas a esta vocación. La Orden desea consolidar los procesos de Misión Compartida, los Ministe-rios Escolapios y las Fraternidades Escolapias y acoger, discernir y acompañar el dinamismo de integración carismática que se pueda generar en las demarcaciones.

7) ECONOMÍA. Sólo desde una gestión y administración económicas concebidas desde el modelo de Orden que estamos impulsando será posible llevar adelante las metas que nos hemos propuesto. De ahí surge la exigencia planteada por nuestro 46 Capítulo General: renovar nuestro sistema de compartir económico. Sólo así será posible una nueva dinámica de la Orden. Necesitamos, así mismo, trabajar mucho mejor nuestra capacidad de conseguir recursos externos. Y reflexionar más profundamente sobre la actual situación económica mundial y

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sus consecuencias y planteamientos para nosotros. La sostenibilidad del proceso de crecimiento hace necesario que “hilemos fino” en todo este tema. Necesitamos un crecimiento sostenible, por lo tanto, de dimensiones adaptadas a nuestras posibilidades, pero también basado y potenciado en estructuras que faciliten que podamos obtener los fondos necesarios, sobre todo para nuestra misión.

8) CRECIMIENTO DE LA ORDEN. Apostamos claramente por nuevas presencias a lo largo de este sexenio, y desde la convicción de que todo es sistémico, vinculamos este objetivo al profundo deseo y tarea de revitalización de la Orden y nuestra necesaria reestructura-ción. Constatamos la alegría estar a punto de empezar en Indone-sia, de estar preparando nuestra fundación en Vietnam y China, y de estar reflexionando sobre otros países. Apostamos por un proceso claro de vinculación del crecimiento de la Orden al nacimiento de las nuevas Provincias, pero sin descartar las opciones fundacionales impulsadas directamente desde la Congregación General con el apoyo de religiosos disponibles. Jornadas sobre nuestra consolidación y expansión en Asia. Nuevas Nuevos horizontes que se vislum-bran desde algunas Provincias. Nuevos Junioratos y Noviciado en África. Nuevo Seminario Internacional en Manila. Pastoral Vocacional en otros países asiáticos o en Haití.

9) NUEVA ESTRUCTURA DE LA ORDEN. Estamos en pleno proceso de nacimiento de nuevas Provincias, impulsadas por demar-caciones diferentes convocadas a crear un proyecto nuevo y común. La Congregación General llaman a todos los escolapios a confiar en este proceso y a ponerse en la mejor disposición. El nacimiento de nuevas Provincias es una oportunidad de revitalizar la Orden. Propuesta de nuevas Circunscripciones.

10) PROCESOS CONVERGENTES. Todos los procesos de los que hablamos son convergentes. Todos están llamados a provocar Vida en la Orden, y desde esta convicción los estamos impulsando. No los podemos ni contemplar ni trabajar de modo descoordinado ni de

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modo independiente. Al servicio integral de este proceso estamos lla-mados todos. La propuesta de centralidad de Calasanz. El próxi-mo Congreso de Espiritualidad Calasancia.

4-La Vida Comunitaria en este proceso de revitalización

Todos conocemos la variada y rica literatura que existe en torno a los diversos modelos de comunidad que existen en el conjunto de la Vida Consagrada, las diversas épocas a la que estos modelos se corresponden, los valores y contravalores que suponen. No hace falta desarrollar esta reflexión, y expresamente renuncio a hacerlo. Creo que nuestro desafío no es tanto de “modelos” (reducir las cosas a esquemas de este tipo no suele ayudar mucho, porque siempre simplificamos) como de “apuestas claras” en relación con nuestras comunidades. Lo digo porque conozco comunidades que podrían encajar en un modelo más o menos tradicional basado en el cumplimiento de mediaciones bastante normales y en el que da gusto compartir la Vida Comunitaria, y comunidades que podrían responder a un modelo más actual (un grupo más pequeño, quizá viviendo en un piso, muy centradas en la misión) en la que la vida comunitaria prácticamente no existe. Y también conozco lo contrario.

Creo que el desafío es más profundo que un simple “escaparate de modelos” para ver cuál es el que más nos gusta. El desafío está más centrado en “apuestas” u “opciones” desde las que podamos trabajar y vivir como escolapios. Quisiera exponer algunas de estas apuestas que creo que la Orden puede y debe hacer, en todas las demarcaciones. Soy también consciente de que hay al menos dos perspectivas desde las que podamos hablar de esto: claves desde las que queremos formar a los jóvenes y orientar las comunidades / claves desde las que podemos intentar cambiar algunas sensibilidades, ya muy consolidadas (asunto complicado). Finalmente, creo que lo esencial es que las comunidades vivan realmente las “claves de vida de la Orden”. Este es el camino.

Quiero también decir que cada una de las características de las apuestas que tenemos que hacer es que sean susceptibles de ser programadas y trabajadas. No podemos reducir esto a “buenas intenciones”. No hace mucho que leí una reflexión que se titulaba “eso de nacer de nuevo es

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un don, pero a lo mejor también podemos trabajar por conseguirlo”. Por ejemplo, un grupo puede plantearse seriamente organizar procesos fuertes y acompañados de crecimiento espiritual –con formación espiritual seria para los religiosos- o creer que todo está bien como está, o puede plantearse una dinámica de trabajo y apertura con los temas sociales o creer que estas cosas no son para nosotros y cerrar puertas, etc…

Presento diez apuestas que yo creo que debemos intentar hacer en nuestra Orden, en este momento de las Escuelas Pías.

1. Comunidades centradas en JC y que comparten su fe. Su tesoro es el seguimiento del Señor (y a lo que invitan es a compartirlo), cui-dan su oración común, su Eucaristía, sus retiros espirituales, el acom-pañamiento del proceso personal y vocacional de cada uno (tenga la edad que tenga), abiertas a compartir la oración con otras personas, favorecedoras del encuentro personal de cada uno con el Señor, que en su formación permanente hablan de su proceso de fe y trabajan sobre ello, y que reflexionan sobre lo que significa que el centro de la comunidad es Cristo, quien nos convoca. El “centro configurador” de un grupo es fácil de comprobar; basta con vivir un tiempo en una casa para ver cómo funciona y desde qué claves lo hace.

2. Comunidades configuradas desde un proyecto comunitario ba-sado en las Constituciones, elaborado conjuntamente, evaluado periódicamente, acompañado por los responsables de la Provincia, vinculado a la presencia escolapia en la que están insertas y utilizado como herramienta de exigencia y crecimiento vocacional. Un proyec-to que sea exigente y generador de comunidad.

3. Comunidades construidas desde el compromiso de cada uno por “construir comunidad”, por dedicar tiempo, por compartir las cosas, por el cuidado de las relaciones fraternas, por la capacidad de acoger y perdonar. Hay una clave que debemos introducir con más fuerza, y que es de tipo “espiritual”, forma parte de nuestra vocación y hay que cuidarla. Tenemos que ser “seres espiritualmente comunita-

Seminario de Vida Comunitaria 141

rios”, y valorar la comunidad como algo tan sagrado como, al menos, la clase. La mayor parte de las cosas que necesitamos son de tipo espi-ritual, son de fondo, y debemos situarlas en esa clave.

4. Comunidades que se plantean claramente su misión de ser “alma escolapia de la Obra”, sin confundir esto con ser los “due-ños de la Obra”, sino los transmisores del carisma y generadores de identidad calasancia entre todas las personas vinculadas a cada presen-cia escolapia. Esto supone también capacidad de acogida y acompa-ñamiento de jóvenes, de profesores, de laicos y laicas, de personas que buscan, de personas que se plantean una vocación escolapia, etc.

5. Comunidades que hagan posible aspectos básicos como estos: relaciones fraternas, corresponsabilidad, acompañamiento de las per-sonas, apreciarse y quererse, saber los unos la vida de los otros, visitar al enfermo en el hospital en vez de no verle en varios días porque ten-go mucho trabajo, capacidad de reconciliación personal, no murmurar de los hermanos, acoger a los huéspedes, limpiar y ordenar la casa, saber confrontar con respeto y cariño y pensar siempre en los demás hermanos de la comunidad, también en los pequeños detalles.

6. Avanzar en claridad sobre nuestra propia realidad comunitaria, llamando a las cosas por su nombre. Sólo desde un análisis honesto de nuestra realidad comunitaria podremos avanzar. Voy a tratar de hacerlo. Creo que debemos reconocer:

a) La vitalidad de una comunidad no depende del número de miem-bros o de su edad, sino de la determinación profundad de vivir lo esencial de la “vida escolapia”.

b) La vida comunitaria no se puede llevar adelante sin una gran ca-pacidad de cuestionarse y de un proceso de formación que nos ayude a superar el individualismo. Tenemos síntomas de indivi-dualismo.

c) No saldremos adelante si los proyectos de las comunidades no son considerados como “propios” por cada uno de los miembros.

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d) Los superiores deben ayudar a las comunidades estancadas o in-conscientes de su propia situación, y asumir que será difícil cam-biar esa dinámica. Y tenemos comunidades así, sin duda.

e) Debemos hacernos honestamente esta pregunta: ¿hemos trabaja-do alguna vez sobre nuestra capacidad de vida comunitaria?

7. Reflexionar cómo debemos formarnos para la vida comunitaria. No podemos dejar a la espontaneidad el aprendizaje de la Vida Comu-nitaria. Del mismo modo que hay cursos para aprender a ser un buen educador, también los hay para aprender a ser un buen hermano de comunidad. No os sorprenda esto, “necesitamos aprender”. Aprender lo que significa una buena reunión comunitaria, lo que quiere decir compartir la fe como hermanos, lo que significa transmitir el caris-ma a quienes comparten nuestra misión, lo que significa ser un buen superior (alguien que lidera según el Evangelio) de una comunidad, y ¡tantas cosas! Me bastaría con que aprobáramos que la Orden debe dotarse a sí misma de un proceso de aprendizaje de la vida comuni-taria. Por lo menos sería señal de que reconocemos que tenemos que aprender.

8. Comunidades que potencien los acentos que la Orden está planteando en estos momentos: mentalidad de Orden, interés por los desafíos de las Escuelas Pías, capacidad misionera, importancia de la identidad escolapia en nuestra misión. Comunidades que lean las cartas circulares de los superiores, que pongan a disposición de los hermanos las publicaciones de la Orden, que se interesen por enviar sus aportaciones en los temas que se les plantea desde la Provincia o desde la Orden, que rezan frecuentemente por la Orden y sus necesi-dades, etc.

9. Comunidades capaces de acogida vocacional y acompañamien-to de los religiosos más jóvenes. Una comunidad es de acogida cuando este valor, el de la acogida, es capaz de cambiar la dinámica de la propia comunidad, cuando la comunidad es capaz de adaptarse a quien viene, y no sólo al revés. Comunidades que sepan lo que dicen

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cuando piden que vengan jóvenes a formar parte de ellas. Las que son casas de formación, con una priorización clara de lo que significa estar dedicadas a la formación de los jóvenes.

10. Comunidades en permanente tensión ante la vivencia de la po-breza. En los medios de que disponemos, en el cuidado de nuestros bienes, en el tipo de casa, en los contextos que elegimos para vivir, en el cuidado de la dinámica económica desde la que vivimos, etc. Siempre me llamó la atención el mandato de nuestras Constituciones: “intentamos descubrir nuevas formas de pobreza, más adaptadas a nuestro caris-ma y a la exigencias de nuestro tiempo”(C75)

11. No olvidéis que podemos plantearnos más apuestas. La lista de diez no agota los desafíos que tenemos planteados.

5- Hacia una nueva reflexión sobre nuestra Vida Comunitaria Escolapia

1) Algunas referencias de nuestras Constituciones, sólo de la Prime-ra Parte. De la segunda aún es más claro. a) Seguimiento, nº 13: somos personas que vivimos en común…b) Ministerio, nº 22: “con nuestro estilo de vida, testimonio….da-

mos una imagen más nítida de Cristo…c) Vida Comunitariad) Comunidad de Oración. El título ya lo dice todo. e) La castidad consagrada: nº 59, la necesidad de un ambiente co-

munitario alegref) Nuestra pobreza: 70, en nuestra vivienda, ha de brillar la pobrezag) Obediencia consagrada: 78, las reuniones de comunidad, el servi-

cio de los superioresh) Nuestro ministerio: 102, la comunión en la Vida Religiosa es esen-

cial en el ministerioi) Formación: 120, la comunidad es esencial en la formación, inicial

y permanentei) Es bastante claro que en nuestra vocación, la comunidad

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tiene que ver con todas las áreas centrales de nuestra vida. Eso quiero decir cuando afirmo que es una condi-ción de posibilidad de nuestra consistencia vocacional.

ii) Por lo tanto, debemos saber sacar las consecuencias der esta afirmación.

2) La comunidad es elemento nuclear y unificador de todo nuestro proyecto de vida. Esto nos debiera hacer pensar que debemos darle más atención, al menos a tres niveles:a) Dinámica desde la que una Demarcación acompaña la vida y pro-

greso de las comunidades. i) Seguimiento de los proyectos comunitariosii) Cursos de rectoresiii) Presencia de los provincialesiv) Propuestas desde los superioresv) Comunión de comunidadesvi) Encomiendas a las comunidadesvii) Ayuda para entender las nuevas situacionesviii) Necesidad de que las Congregaciones Demarcacionales ten-

gan un proyecto de impulso de la Vida Comunitaria para el cuatrienio para el que son elegidas al servicio de la Provincia.

b) Propuesta institucional desde la que la Orden se plantea la forma-ción para la Vida Comunitaria.i) En la acogida vocacionalii) En la formación Inicialiii) En los diversos ciclos vitalesiv) En las apuestas formativas que se hacenv) En la preparación específica de algunos religiosos sobre todo

lo relativo a la Vida Comunitaria

c) Impulsar, de modo creativo, el desafío de avanzar hacia una revi-talización de la Orden basada, también, en una atención especial a nuestras Comunidades, a todas ellas. La comunidad será la “caja de

Seminario de Vida Comunitaria 145

resonancia” de este proceso, quizá una de las más claras y significa-tivas.

CONCLUSIÓN

El fruto de este Seminario de reflexión y discernimiento sobre la Vida Comunitaria Escolapia será, sobre todo, la toma de conciencia en el conjunto de los escolapios que la comunidad no debe ser dada por supuesta nunca. La comunidad debe ser pensada, cuidada y acompañada, para que de verdad responda a lo que la Orden hoy necesita.

Muchas gracias por vuestra atención y disponibilidad.

146 Experiencias

EXPERIENCIAS

MANERA DE VIVIR MI SERVICIO DE ACOMPAÑAMIENTO COMO PROVINCIAL

P. Emmanuel Suárez

a. Presupuestos:1. En el día a día me encuentro aprendiendo. Tengo claro buscar el

bien de las personas, de la Provincia y de la Orden.2. Son aspectos que intento vivir con logros y retrocesos. Estoy en

el intento y no siempre lo logro. Estoy también Influido por mis circunstancias y las de mi Provincia.

3. “Hacer de Provincial” me concientiza de la precariedad de nuestra condición humana, incluyendo la propia pero también de la gran-deza y misericordia de la acción de Dios en nuestra persona, espe-cialmente cuando se le deja actuar.

b. Criterios:1. Asumirme como Provincial. No significa que sea bueno, ni perfec-

to, ni piadoso, significa sí, que he de ser un hombre tocado por el Evangelio.

2. Tengo claro que toda historia personal de los religiosos es Historia de Salvación. Cada Religiosos es un “lugar sagrado”. He intentado ser muy respetuoso.

3. Afrontar con realismo esta responsabilidad. Esto lo entiendo como la capacidad de poner nombre a los problemas y a las soluciones. A las grandezas y a las limitaciones.

c. Características que intento vivir:1. Ser portador e inspirador de esperanza y alegría cristiana.2. Superar los miedos al cambio, si se percibe como bueno y necesario.3. Tener claro que la experiencia de Dios implica todos los aspectos de

nuestra vida superando dualismos, pietismos y espiritualismos.4. Percibir aceptar a los Religiosos como mis hermanos en Cristo.

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5. Acoger y recibir lo que se me ofrece.6. Insistir en la solidaridad con los más necesitados como expresión

de nuestra opción. ¿A quién beneficiamos con nuestro trabajo? ¿cuáles son nuestros criterios? ¿cómo llevamos la administración y bajo qué parámetros?

7. Aprecio, cercanía y escucha por los jóvenes.8. Insistir en que las dificultades personales y los propios conflictos no

deben intentar resolverse al margen del llamado de Jesús, la expe-riencia de Dios y la vocación por la misión.

9. Insistir y provocar una actitud de cambio y desinstalación.10. Estar abiertos a la acción del Espíritu y lo que nos pide, no solo

programar nuestros proyectos.11. Crear comunión.12. Ser compasivo y misericordioso con las debilidades pero intentar

encender la energía, valor, coraje y fortaleza que implica el llamado de Jesús.

Aspectos concretos del acompañamiento que voy intentando.

1. Partir siempre de cómo se encuentra el Religioso. ¿Cómo están?2. Corrección fraterna personal y siempre con claridad y firmeza pero

también con generosidad y escucha.3. Reuniones de Rectores. Seguimiento del Proyecto Comunitario,

proyecto personal. Reflexión sobre el papel del Rector de Comuni-dad según constituciones y diversos materiales.

4. Enfatizando que hay que entrar en la “vida privada” del hermano. No hacerlo es enviar el mensaje que no nos importa su persona.

5. Curso Taller de “acompañamiento” en febrero 2013 por el P. Juan Carlos Sevillano. Un escolapio que lo realiza.

6. Tomar decisiones, escuchar, consultar, discernir pero decidir.7. Buscar aquello que apasiona a cada religioso. Hablar de ello. Poten-

ciar las cualidades.8. Intento hacer sentir plena confianza a los religiosos. Que sean ellos

mismos como son realmente. La Comunidad es su casa, la Provin-cia su Provincia, la Orden su Orden.

9. Intento ser animador a veces con mucha paciencia.10. Procuro hablar de su proceso de fe.11. Distinguir visita a las comunidades y a las Obras.12. Saber ofrecer una disculpa. Saber perdonar.

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DESAFÍOS DE LOS SUPERIORES LOCALES EN RELACIÓN CON EL CUIDADO DE LA VIDA COMUNITARIA.¿MI EXPERIENCIA Y MIS INTUICIONES?

P. Josep Artigas

Primero, quiero reconocer que mi desempeño en este servicio de superior de la comunidad no puede presentarse como un modelo. De hecho el carácter de una persona necesariamente marca la manera de prestar este servicio. Y ya se sabe que la impetuosidad, la falta de atención a los pequeños detalles, de observación, pueden hacer difícil la buena realización de lo que, en mi opinión, es lo más importante en el papel del superior, que es precisamente el cuidado, la atención delicada y dedicada a los hermanos. Esto no siempre fue mi punto fuerte.

Yo, por lo tanto, corro el riesgo de ser demasiado teórico (lo que seguramente no era el deseo de quien me pidió que hablara).

Así se podrían enfocar los retos del superior local con respecto a su función, con respecto a la tarea misma del superior de cuidar la vida de la comunidad, pero también con respecto a las dificultades que hoy tiene para el superior la animación de la vida de la comunidad religiosa dado el comportamiento (o las actitudes) de sus hermanos.

EN RELACIÓN CON SU PROPIO PAPEL

EL CUIDADO DE LAS PERSONASEl papel más importante del superior, en mi opinión, insisto, para

que se dé una vida de comunidad satisfactoria, es sobre todo la atención de los religiosos, de cada uno de ellos para que cada uno se sienta en primer lugar satisfecho. Nuestras Constituciones hablan del cuidado pastoral de los hermanos: ‘El religioso a quien se confía el ministerio de la autoridad, tiene el cuidado pastoral de los hermanos como principal y genuino” (C 84)

El primer gran desafío, por lo tanto, para el superior es saber cómo tomar en cuenta todo lo que constituye la vida y la personalidad de sus hermanos. En este sentido (se dice que) el superior debe cuidarse de la

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salud y el equilibrio humano de cada uno, su vida espiritual y su vocación religiosa, su lugar y su integración en la comunidad, su trabajo apostólico.

Para llegar allí deberá esforzarse en promover relaciones sencillas de fácil comunicación, de diálogo, lo que supone una actitud de escucha para entender mejor, para medir las dificultades, para percibir las capacidades y potencialidades de una persona. Tener en cuenta las necesidades, aspiraciones, afectos de los hermanos. El superior está llamado a este servicio. Un servicio bien difícil (yo me siento poco capaz de hacerlo bien).

Es esencial que el superior sea el primero en creer en la vida de la comunidad como un lugar de crecimiento de la vocación de sus miembros, como un lugar de discernimiento de la voluntad de Dios para cada uno de los hermanos: «En actitud humilde y dócil, trata de descubrir la voluntad de Dios sobre cada uno de sus hermanos, para cumplirla fielmente con ellos » (C 84). Así deberá preguntarse: “¿Que espera Dios de cada uno de los religiosos que se me han confiado’’ Debe creer en la presencia real de Dios en la vida de la comunidad y en la de cada uno de sus miembros. (Año de la fe, ¿verdad?)

El mismo n ° 84 de las Constituciones presenta el gran desafío para el Superior de la comunidad en este sentido: “… y los guía hacia la santidad con la Palabra de Dios y sobre todo con su propio ejemplo.” (C 84). En todo caso, por lo menos, hay algo que el superior puede realmente hacer, y es esforzarse por vivir la vida fraterna, y practicarla (él el primero). Sólo el ejemplo mutuo puede ayudarnos a crecer juntos hacia una convivencia gratificante para todos sus miembros y un verdadero testimonio del Reino para los demás.

EL CUIDADO DEL GRUPO COMUNITARIO (DE LA FRATERNIDAD)

La comunidad religiosa se vive en fraternidad. Esta está construida con humanidad e interioridad, con estima y afecto, con interés por el trabajo de los demás - con reconocimiento hacia el hermano, llegando hasta el perdón – con la atención a los hermanos enfermos – con la comunicación mutua - con iniciativa y corresponsabilidad – con aficiones comunes en ocasiones.

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Por lo tanto, aunque todos debemos intentar vivir la fraternidad, el papel del superior es muy importante para garantizarla. Un gran reto para él! Y... para llevarla a cabo:- El superior debe saber organizar la vida del grupo. Pero por su-

puesto debe ser una persona abierta. No querer hacerlo todo, saber mantenerse al margen e incluso saben responsabilizar a quienes ofrecen más verdad, más calor, de participación en la vida común; saberse más bien oculto, en lugar de aparecer como jefe.

- No debería estar satisfecho sólo con la organización de la ora-ción, comidas, recreos y reuniones formales (programación sim-ple de actos del grupo). El reto es asegurar la animación de la comunidad, con especial atención sobre todo a las personas y garantizando la libertad de cada uno y la unidad de todos.

- El diseño e implementación de un buen proyecto de comunidad, hecho con la participación de todos, facilita esta tarea. Todos los miembros de la comunidad deben sentirse involucrados en la vida y la fraternidad de la comunidad: una comunidad donde todos buscan objetivos específicos y donde todos tienen también compromisos hacia los demás.

- Y,... hacerlo todo con paciencia y humor, lo cual ayuda para ha-blar con quienes hacen oídos sordos, y ser amable y simpático con el hermanito difícil. Las pequeñas atenciones son muy a me-nudo signo de un gran amor. Es bien sabido que las actitudes autoritarias del superior hacen difícil el desarrollo normal de las relaciones mutuas.

En este sentido...

EN RELACIÓN CON LAS DIFICULTADES DE LA VIDA COMUNITARIA (teniendo en cuenta el comportamiento de algunos religiosos)

Al superior se le presentan grandes desafíos para cuidar la convivencia, la armonía y el bienestar del grupo, en relación con las

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dificultades mismas (o ciertos errores) de la comunidad, de la vida en común, a menudo ocasionadas por algunos miembros.

La actitud inmovilistaHe vivido muy poco en una comunidad antigua, más bien lo he

hecho en comunidades nuevas e incluso en medios particulares. Pero aún así, en todos los casos, fácilmente se percibe una especie de “status quo”, - lo cual quiere decir en el segundo caso que se desean guardar las tradiciones conocidas o vividas en otros lugares-, como si se estuviera en posesión de un derecho adquirido, que se manifiesta en la inmovilidad de los religiosos y no sólo física, sino también una inmovilidad mental y psíquica. Actitud de terquedad y fijación en relación a una abertura para vivir de manera diferente, en relación con los actuales miembros de la comunidad y en relación con la realidad actual de su entorno...

El inmovilismo puede ser (para algunos) un hábil elemento para controlar al superior, que se siente limitado y condicionado en sus intentos de introducir cambios en la vida común y/o individual de tal o cual religioso. Es bien conocido el bloqueo que uno o varios religiosos pueden realizar con respecto a los proyectos de cambios que el superior puede proponer a la comunidad, y la razón es la tradición: “Siempre se ha hecho así; aquí lo hacemos así”.

El inmovilismo hace difícil para el superior, hasta desanimarlo, cualquier mejora, actualización, renovación o revisión de la forma de vivir los diferentes aspectos de la vida en común: cambio de horario, renovación de cargos, aceptación de trabajos ministeriales, planteamiento de objetivos comprometedores de la comunidad con respecto a las obras educativas y/o en el medio de vida, pequeños cambios en la vida de oración, inhibición frente a planes de formación permanente o seminarios y reuniones, etc....

También los efectos de este “status quo” pueden ser la pasividad en las reuniones comunitarias, en encuentros: actitudes que empobrecen al religioso individual y a toda la comunidad.

Inmovilismo que denota y alimenta el desinterés, la comodidad o la pereza intelectual.

Frente a esta serie de pequeñas, pero no insignificantes, dificultades, es deseable que el superior actúe con prudencia y calma. Estar juntos

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enriquece y facilita el conocimiento mutuo; conocimiento y habilidad que van a indicar el ritmo y las modalidades apropiadas para introducir lo que él entienda como mejora de la vida comunitaria.

La actitud del individualismoIndividualismo, esta “actitud que lleva a pensar y actuar

independientemente, frente a los demás o contra las normas establecidas”.

Puede ser que esta actitud no es frecuente entre los hermanos con quienes he compartido la vida común, pero ella no ha estado ausente, en esas comunidades (incluso jóvenes), ya que es constitutivo de la condición humana reclamar sus “derechos” en momentos o circunstancias determinados. Seguramente el individualismo no es el criterio de pensamiento y principio intelectual de nuestros religiosos. Pero a veces el comportamiento, las acciones y omisiones, sí expresan, si no creencias, a menos actitudes bien asentadas a veces sistemáticas.

Esta actitud es más notable entre los hermanos que recibieron una educación superior y se sienten más seguros de sí mismos y autosuficientes, capaces de hacer muchas cosas y sin necesidad de la ayuda y colaboración de los demás.

Individualismo socava (ahoga) la fraternidad, desequilibra la estructura operativa de la comunidad con respecto a la misión y hace difícil el trabajo de armonización del superior.

Este defecto se manifiesta en los religiosos que dan prioridad a su plan de vida, su trabajo y actividades personales con respecto a los de la comunidad. Personas que funcionan en paralelo, cuando no lo hacen en dirección opuesta a la de la comunidad, en horarios, ocupaciones, compromisos, ausencias y - por supuesto - en materia económica. Esta actitud y sus manifestaciones son totalmente injustas y manifiestan desprecio por la comunidad y a menudo se las “justifica” con comentarios y críticas irónicas hacia las iniciativas y el trabajo de los otros y la propia comunidad, ocultando mal alguna intención de desprecio.

Difícil tarea también para el superior cuando esta actitud se manifiesta por medio del rechazo explícito o la inhibición frente a propuestas y solicitudes para trabajos concretos, de carácter apostólico o de colaboración en cargas o servicios comunitarios.

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Lo que podría llamarse la actitud naturalistaLas comunidades en las que yo he tenido que servir no se salvaron

de esta actitud de algunos religiosos. Se trata de “la inclinación contagiosa para establecer principios y normas de conducta en un marco puramente racional, humano, de acuerdo con las claves del tiempo presente, económico y cultural”.

Esto conduce a estilos de vida basados en referencias de bienestar, comodidad, abundancia, consumo, superficialidad, etc. Incluso en ambientes desfavorecidos, esto es lo que a veces aspiramos a tener, dejando de lado las condiciones de vida de las personas indigentes.

Se dedica un número excesivo de horas a la ociosidad y a aficiones que no están muy lejos de la frivolidad, por otra parte (Televisión, skype, facebook...), beber vino de palma... y encima tomar todo esto como temas de conversación y chisme. ¡Qué difícil resulta introducir en las charlas diarias y con naturalidad, contenidos y temas religiosos, de teología espiritual!

¿Pero cómo puede evitar el superior que esto contribuya a crear y a formar una atmósfera de temporalidad e intrascendencia que proyecte una imagen falsa de una comunidad “alegre y confiada”, cuando en el fondo esta es superficial e incoherente?

Una comunidad, una parte de ella, dos religiosos con esta actitud, suponen una barrera para que el superior puede proporcionar animación al grupo comunitario.

La actitud del mínimo esfuerzo para vivir la comunidad religiosa escolapiaEn algunas comunidades, incluso en algunas de las más jóvenes,

es notoria la simplificación que tendemos a hacer de la observancia regular (una palabra que no está de moda). Ciertamente, comunidad debe adaptarse a su ambiente de vida social y hasta religioso (en la ciudad, en la selva) y seguramente, en función de ello debe buscar lo esencial. Pero a veces este ejercicio se convierte en la eliminación de todos, o al menos algunos elementos que configuran la comunidad de vida religiosa escolapia y que facilitan la vida fraterna.

Se podría hablar de la vida fraterna en común, la oración comunitaria y la pobreza solidaria. También otros aspectos como los horarios que unifican la en común, la mesa, la austeridad de vida que se pierde poco a poco, la oración común, sobre todo,...

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Es cierto que el laxismo en estas prácticas es debido a la falta de vigor espiritual, de vida interior, de ejercicio de internalización. Podemos ser buenos maestros, pastores dedicados y excelentes facilitadores de la acción social, pero tenemos la tentación de abandonar la vida regular y de oración. ¡Qué desafío para el superior vigilar para mantener el espíritu “religioso escolapio” en la comunidad y sus miembros! Es como tener que cuidarse de asegurar su educación continua y su renovación espiritual.

Una herramienta importante e indispensable: (que puede ayudar al superior a responder a los desafíos, creo)

La reunión de la comunidad, lugar de compartir la vida y la misión de la comunidad, pero también de cada uno de sus miembros.

El proyecto comunitario y la programación comunitaria... elementos cuya elaboración y puesta en común nos ayudan a vivir nuestra vocación y ser fieles a nuestros compromisos con respecto a la misión.

En las comunidades donde yo he estado siempre hemos hecho (más o menos bien) este proyecto de vida y misión de la comunidad. Es el medio por el cual como superior he podido (o habría podido) animar a los hermanos a sentirse solidarios con los demás y corresponsables con ellos.

¿Los desafíos del superior local con respecto al cuidado de la vida comunitaria? Bien, son los mismos desafíos que tienen todos sus miembros, pues para que exista una vida comunitaria armoniosa y satisfactoria para todos sus miembros, en todos debe existir el compromiso de saberse actores en el seno de la comunidad y para la comunidad, y enviados por la comunidad, a la que deben dar cuenta de sus actividades ministeriales. Este es el desafío para mí como superior: hacer que los demás hermanos compartan este principio.

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LOS RETOS DE LOS SUPERIORES LOCALES EN RELACIÓN CON EL CUIDADO DE LA VIDA COMUNITARIA

P. Daniel Hallado

No me es fácil responder a esta cuestión, al menos por dos razones: porque he sido superior local únicamente siete años, uno en España (Alcalá de Henares) y seis en Guinea Ecuatorial (Bata), si bien es cierto que por los servicios asignados, he tenido que estar en contacto con la experiencia –mucho más rica que la mía- de muchos superiores y comunidades. La segunda es por la cantidad de aspectos que se me acumulaban para abordar: cuando iba pensando la vida de la comunidad, me iban apareciendo cada vez más contenidos.

Me he resuelto a hacer mi parte de este relato de experiencia reduciendo los aspectos a cinco sin pretender en ningún caso ignorar el valor de otros muchos posibles.

1. Una familia de hermanos convocados

Es cierto que, como religiosos, no somos sin más una familia, empezando porque no nos unimos a quienes hayamos elegido. Pero también es cierto que estamos llamados a ser testimonio de fraternidad, con los hermanos que el Señor ha puesto a nuestro lado (sí… con la mediación del provincial, pero recibido de la mano de Dios, que diría Calasanz).

Y ser fraternidad, familia, requiere para nosotros al menos: sentirnos convocados, recibir a cada uno como hermano y don para mí y para la comunidad, y tiempo de estar juntos con calidad.

Hoy, por otra parte, la fraternidad está llamada por la Iglesia a ser testimoniada y aumentar.

Experiencia: religiosos que viven el tiempo en comunidad desde el cumplimiento de las reglas y la inercia de los caminos ya recorridos y percibidos como seguros, frente a religiosos que entienden que hay que ser menos rígidos y que la misión permite saltarse algunos tiempos… y a veces muchos.

Hoy es un tema candente. En algunos casos agravado por lo que considero excesivas dependencias familiares (sin quitar valor al cuarto

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mandamiento… aunque dejar la familia para constituir una nueva forma parte también del mismo, en contexto bíblico).

Seguimos siendo “regulares”… me refiero a lo de las reglas. Mi esfuerzo ha estado en que las reglas se encarnen en proyectos locales asumidos, donde los tiempos sean los necesarios para el encuentro: orar juntos, celebrar la eucaristía quienes no tienen fuera y todos juntos al menos un día, comer y cenar juntos, tener nuestras reuniones y tiempos mayores de compartir o retiro, revisiones… y que los tiempos puedan ser de calidad, garantizando también una buena comunicación. En algunos casos, cada vez más, se opta por prolongar el tiempo de sobremesa charlando de las cosas del día, de lo que sucede fuera, o de temas más “subidos”. Es un tiempo muy familiar y ayuda a compensar la quiete-televisión.

El otro aspecto de ser familia, es el de centrar nuestra vida en torno al que nos ha convocado, el que nos reúne. Y el de recibir a cada hermano como un don (esto supone un esfuerzo continuo de reconocimiento de las cualidades del otro, de búsqueda de su mejor lugar, de ayudar a superar miradas negativas…). Desde este aspecto, siento importante incidir constantemente sobre lo único necesario, que es el amor a Dios y al hermano, la perfecta caridad, dicho en palabras bíblicas, conciliares y de Calasanz. Nos reconocerán, dice el número 18 de las constituciones, como seguidores de Cristo en el amor recíproco, en primer lugar. Sin ello, la misión tiene mucho menos sentido del que pretendemos volcar con nuestro activismo. No es fácil cambiar esta perspectiva.

Finalmente, la familia está llamada a ampliarse. Acoger en comunidad (cada vez más) a quien llama a la puerta y, especialmente, a los laicos que comparten nuestra labor o misión (como la experiencia en algunas comunidades de Betania acogiendo para compartir oración o eucaristía y mesa a los miembros de la comunidad educativa poco a poco) y, especialmente, incrementar los encuentros de calidad con la comunidad local de la fraternidad. Esta acogida nos hace bien a nosotros –pues saca lo mejor de cada miembro de la comunidad y nos enriquecemos con la presencia de los invitados- y les hace bien a quienes vienen posiblemente por los mismos motivos; pero también nos exige. Conviene señalar al respecto dos aspectos: que sea algo ordenado, que respeta la familiaridad de casa (se acoge sin límites ni horarios demasiado rígidos, pero no se

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puede estar todo el día de “puertas abiertas”), y que se entienda como parte de nuestra misión hoy, no como una moda, o gustos particulares de algunos de la comunidad, sino como algo que la misma Iglesia y la Orden nos piden.

2. La comunidad como lugar de crecimiento

Porque no se trata sólo de “estar bien”. Estamos llamados a crecer personal y comunitariamente, como parte de nuestra misión y del amor recíproco.

Esto se traduce en el esfuerzo por el cuidado de cada hermano, evitando que derive en el mito moderno-burgués de la autorrealización y el estar a gusto. No me es fácil. Siento que pararse a hablar con un hermano para que pueda abrirse y ayudarle, corregirle o animarle, no me nace espontáneo y a la mayoría tampoco. De hecho siempre he percibido más facilidad en dar este paso por parte del superior mayor –incluyendo mi experiencia- que por parte del superior local. Sin embargo, constato el gran bien que hacen los superiores locales que viven este encuentro personal con cierta frecuencia, mejor si se logra hacer más o menos sistemático.

Otro aspecto de la comunidad como lugar de crecimiento, que he podido cuidar y disfrutar un poco más, es el de la redacción de los proyectos personal y comunitario. Tanto en España como en Guinea, he podido tener experiencias valiosas en la elaboración acompasada de ambos proyectos, buscando un tiempo suficiente (una jornada, un fin de semana, varias reuniones en la semana…). El esquema básico es: trabajo personal de encuentro con la propia realidad, exposición de la situación de cada uno con posibilidad de contraste (aquí depende de la confianza y acogida), estudio conjunto de la realidad de la comunidad y trabajo del proyecto comunitario; completar luego el proyecto personal.

Esta experiencia creo que nos ha ayudado a acoger mejor la realidad de cada uno, a perfilar mejor el proyecto de la comunidad siendo mejor acogido por cada miembro de la misma, y a generar una mayor comunicación.

Los tiempos de oración y las eucaristías cuidadas en detalle, con tiempo de lectura de la Palabra que ayude a compartir ecos a la misma y vida, son también espacio de crecimiento, pero favorecido por el cuidado que pone en ello el superior.

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Finalmente, crecer en capacidad de corrección fraterna. Ésta no es algo fácil. Siento que es percibida por la mayoría de escolapios como un ideal escasamente logrado. Hay heridas del pasado –por un mal llevado capítulo de culpas- y no siempre se han curado. En general no he conseguido un espacio explícito para dicha corrección, pero sí en el contexto de los retiros comunitarios en los que se da tiempo para compartir desde la fe y –creciendo ahí nuestra confianza y comunicabilidad- tiempo de revisión de vida en el que no han faltado ni la corrección en lo comunitario, ni en lo personal, aunque sea sólo en lo más notorio. Pienso que deberíamos llegar a recibir la corrección fraterna como algo valioso y deseado, para nuestro propio crecimiento, pero nos falta el ánimo y los instrumentos que lo favorezcan, a pesar de ser un aspecto esencial –desde el Evangelio- de la comunidad cristiana.

3. Austeridad sostenible y espacio físico acogedor

Es un tema que pocas veces abordamos. A veces me parece que es el equivalente al descuido de la dimensión corporal, tanto por defecto como por exceso. Por otra parte, Calasanz tenía claro este tema, lo que era necesario y cómo, muy detalladamente descrito en reglas y reglamentos, percibiéndose detrás de ello el porqué.

Pecamos de extremos. Necesitamos un espacio físico suficiente y acogedor. Y acorde con nuestro voto de pobreza, pues es lo primero que habla de nosotros y más aún si queremos acoger en la comunidad. Mi esfuerzo ha estado en intentar conseguir que la comunidad tenga suficiente orden y limpieza, partiendo en algún caso de situaciones muy degradadas que, por pudor, preferiría no citar. Que tenga un mínimo de armonía estética y –todo ello- con la mayor sencillez y austeridad posible.

Mi fracaso ha estado en no haber podido impedir en otras comunidades que se resolviera el problema a base de dinero, inversiones, mobiliario –a mi parecer- en nada acorde con nuestra identidad de pobres… para mí es triste, es querer superar la dejadez poniendo dinero.

Creo que es posible tener una comunidad muy sencilla, pero cuidada y ordenada. Sin llegar al estilo de las comunidades religiosas femeninas (que en eso son ejemplares), pero sin escudarnos en un sentido demasiado “varonil” de la limpieza y cuidado de espacios. Y que, además,

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cuando esto se hace con equilibrio y compartido-organizado desde la comunidad, se contagia dicho cuidado.

4. Relación de la comunidad con la obra u obras (con la misión)

El título de este cuarto aspecto tiene una corrección, porque la perspectiva es diferente hoy.

Ya en el capítulo general se percibió como un tema no resuelto al no aprobar el documento pertinente. El modelo de relación comunidad-colegio no puede ser ya el mismo por motivos variados y de peso, que van desde la legislación civil al tipo de comunidad con número reducido de miembros. Por otra parte, en muchos lugares son varias las obras a seguir.

Sin embargo, nuestra identidad escolapia viene marcada en gran medida por la relación con nuestro ministerio. Es importante conservar esta relación y tener tiempos decisivos de formación, reflexión y discernimiento al respecto de nuestra misión.

He percibido siempre como una clave la información que se recibe de nuestras obras, en todos los aspectos. Los religiosos viven esto con pasión y no se debe minusvalorar dicha sensibilidad. Por otra parte, es importante respetar los ámbitos de decisión y que estos queden claros.

En general, la gran mayoría de los religiosos perciben que basta con sentirse informados y consultados y conocer con claridad dónde se deben tomar las decisiones. En este sentido, el esfuerzo del superior local está en conseguir una información clara y suficiente (formal o informal). Para ello, su relación con la obra es clave. Si no es el representante de la titularidad (la mayoría lo son), entonces estar muy cerca del mismo. Y también invitar y acoger en la comunidad a los principales responsables de las obras para recibir información y expresar el parecer.

Pero el modelo va cambiando y la responsabilidad es compartida por laicos y equipos laicales. Aún más, las comunidades locales de la fraternidad deben compartir no sólo la espiritualidad, sino la misión. Estamos llamados a encontrarnos también en este cuidado de la misión. Mi experiencia al respecto ha sido muy positiva, y el papel del superior es el de ayudar a que la comunidad no sólo no recele, sino que pueda reconocer el valor de esta misión compartida y disfrutar de ello.

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Por eso, me parece una iniciativa interesante la de los proyectos de presencia, compartidos por comunidades religiosas y laicales, potenciando la comunidad cristiana escolapia (lugar en el que nuestras comunidades deben tener presencia significativa) y favoreciendo el seguimiento coordinado –y la iniciativa- de las diferentes obras escolapias. Esto último lo digo como valoración y dirección de trabajo, más que como experiencia.

5. Tiempos lúdicos y de ocio

No puedo dejar de hacer una referencia a algo que forma parte de la vida de las familias y –desde bien pronto- de nuestra propia vida escolapia (una especie de currículo oculto): el ocio y lo lúdico.

Las reuniones de comunidad y los tiempos de retiro, de oración o de celebración compartida son importantes, sobre todo, si aportamos calidad. Pero son también importantes los tiempos “no útiles”, sino objetivos definidos.

Dos aspectos quiero señalar desde mi experiencia: el juego y las salidas comunitarias.

He vivido el encuentro en torno al juego como algo sencillo, familiar, jovial y muy constructivo. Desde el billar, a las partidas de cartas (quizás la misión compartida debe ser también con-partida), pasando por dominó y otros. En el juego nos mostramos, aprendemos a relativizar, acogemos la alegría del otro y la provocamos, incluso aprendemos a perdonarnos en lo que somos. Es valioso. Recuerdo que un religioso psicólogo llegó a una comunidad religiosa de formación en la que había tensiones, faltaba alegría… y le fueron contando uno a uno los problemas, esperando que desde su dimensión de profesor de espiritualidad les ayudaría… al final les preguntó de manera sencilla “¿cuánto hace que no jugáis al fútbol juntos?”. Potenciar momentos de un sano juego nos ayuda, así lo he vivido.

En cuanto a las salidas comunitarias, no deben ser tiempos de concupiscencia cultural o turística, sino organizarlos en torno a intereses compartidos pero con la idea bien clara –desde el principio- de disfrutarlo juntos. De dar –también en ello- cada uno la vida por los demás. Esto cambia mucho el modelo de salida y le da suficiente peso para poder organizarlas (que es el primer problema casi siempre: encontrar lugar y

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tiempo). Si se valoran, se hacen. Visitar a otras comunidades, salir de paseo y comida, o incluso cierto turismo o actos culturales.

En este sentido la experiencia de los hermanamientos de comunidades también es algo rico: compartiendo retiro o formación permanente y compartiendo luego acogida y comida fraterna.

Todo lo que nos haga más familia nos ayuda a vivir y ofrecer el Evangelio que profesamos, y es la comunidad el lugar donde aquél se verifica y en el que podemos ofrecer la presencia del que nos convoca. De ahí su importancia. Gracias por la atención.

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EXPERIENCIA DE UN JOVEN ANTE LA VIDA COMUNITARIA

Antonio Entrena

1.- Presentación personal: soy Antonio, de Granada y tengo 25 años. Estudié en el colegio escolapio de mi ciudad y soy escolapio desde el 2007. Vivo desde ese año en Pamplona-Iruña, en la comunidad San Fermín, en el Casco Viejo de la ciudad. He estudiado Derecho y ahora estoy en 2º de Filosofía. Colaboro en la Pastoral de los dos colegios escolapios de Pamplona, como “profe” de religión en Primaria y monitor de chavales en grupos de tiempo libre de varias edades. Además, también estoy en un refuerzo escolar, Ikaskide (“compañero de estudios”, en euskera), que impulsamos en el Casco Viejo, donde ayudamos a familias y chavales en temas escolares y sociales. Intento vivir cada día mi vocación con plenitud, pasión y entrega, al estilo de Jesús y de su Evangelio. Además, para mí la vida comunitaria es algo muy importante, tanto que hoy no me podría entender como escolapio sin ella.

2.- Experiencia de vida comunitaria: - Después de estos años de vida escolapia, he ido descubriendo la im-

portancia de la vida en comunidad y lo he hecho llegando a pensar que es algo vital para mí, un auténtico “sostén” de mi propia vocación y además un lugar de “misión”, donde se nos pide un compromiso per-sonal por los hermanos con los que vivimos.

- Cuando tenía 17-18 años, descubrí por primera vez lo que es una co-munidad escolapia: en Almanjáyar, un barrio a las afueras de Granada con muchos problemas de marginación, empezó una nueva comunidad de escolapios jóvenes, muchos de los cuales luego fueron monitores míos y me acompañaron esos años. Poder visitar esa comunidad, co-nocerles, ver cómo vivían y sobre todo, lo felices que eran fue calando poco a poco en mi corazón. Me impactaba mucho el estilo de vida que llevaban, cómo compartían todo y vivían con radicalidad su vocación y el mensaje del Evangelio, poniendo por obra aquello de mirad cómo se aman… Esto fue creando en mí la pregunta: “¿no podría ser yo como

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estos, no podría ser yo tan feliz como estos escolapios que conozco?” Así, ya desde el principio, el ideal de compartir la vida, la fe y la misión en comunidad fue algo que me cautivó y que, desde entonces, repre-senta para mí un precioso sueño por el que luchar y que hay que saber disfrutar…

- Hay un texto que para mí resume qué debe ser una buena comunidad cristiana y también escolapia. Está al inicio del Evangelio de Marcos: Jesús subió a la montaña, fue llamando a los que él quiso y se fueron con él. Nom-bró a doce, a quienes llamó apóstoles, para que convivieran con él y para enviarlos a predicar (Mc 3, 13-14). En mi vida escolapia he ido viendo que las personas con las que convivo no son las que yo he elegido, sino las que Dios pone en mi camino, con las que tengo que trabajar y compartir la vida… La comunidad, para mí, es para estar juntos con el Señor, com-partir la vida y sentirnos enviados, como equipo, a la misión, esa misión que empezó Calasanz y que hoy intentamos seguir nosotros. En estos tres “campos” (fe, vida y misión) he podido vivir muchas cosas. Podría destacar algunas:o En la fe, siempre hemos intentado en nuestra comunidad tener una

fe personal fuerte, enraizada en el Evangelio, en la llamada de Jesús que te conquista el corazón, practicada con la entrega a los demás, a los chavales, sobre todo a los más pobres… Pero no sólo se trataba de una fe personal sino también compartida fraternalmente, porque en esto todos reconocerán que sois mis discípulos: en el amor que os tengáis los unos por los otros (Jn 13, 35). Para mí, la comunidad es lugar de unir nuestros corazones alrededor de Jesús, en cada oración, en cada eu-caristía compartida, en nuestras reuniones de casa... En todos los momentos de rezar juntos, siempre tenemos ratos de silencio donde cada uno puede expresar lo que le sugiere el Evangelio en ese mo-mento de su vida, contar a los demás qué pasa por su corazón, pedir en nombre de todos por un chaval, por una familia, por una situa-ción… La comunidad es el primer lugar donde ponemos en práctica aquello de amaos como yo os he amado (Jn 15, 9), y para mí eso siempre ha sido fuente de emoción e ilusión. Por último, la comunidad es “alimento” para la fe propia… En el día a día pero también en los momentos especiales (retiros, días de convivencia…), mi comunidad

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siempre me ha sostenido en los momentos difíciles de mi camino de fe y animado a vivirla más intensamente, a tener siempre “sed de más”, a dejarme hacer por el Espíritu más profundamente…

o Respecto a la vida personal, siempre he soñado con una comuni-dad que fuese la aplicación del poema de S. Agustín: una comunidad es un grupo de personas que rezan juntas pero que también hablan juntas; que ríen en común e intercambian favores; están bromeando juntos y juntos están serios; están a veces en desacuerdo, pero sin animosidad… y cocinan juntos los alimentos del hogar, en donde las almas se unen en conjunto y donde varios, al fin, no son más que uno. Este poema me lo enseñaron cuando empecé a vivir en nuestra casa… Y me gustó tanto que siempre sueño con realizarlo cada vez más. El estilo de comunidad en el que he tenido la suerte de vivir creo que se ha acercado a esto: un sitio donde nos preocupamos los unos por los otros, apoyando especialmente a aquellos que más lo necesiten; donde tenemos muchos ratos de es-tar a gusto, en las comidas y cenas que compartimos, en tantos ratos de sofá, en las excursiones que hacemos juntos…; un lugar donde aprendemos los unos de los otros (los que llevan más tiempo ense-ñan a los que llevan menos…), intentamos sacar lo mejor de cada uno; que te ayuda a “crecer” como persona cada día, cada año… una comunidad donde hacemos todo entre todos, incluidas las ta-reas de casa (cocinar, limpiar… incluso yo he tenido que aprender a hacer estas cosas siendo escolapio)… y donde, en resumen, in-tentamos vivir la “vida de una familia sencilla” de nuestro entorno, procurando ser austeros en los gastos, cuidando los ratos juntos, sabiéndonos la vida los unos de los otros, animándonos y apoyán-donos en los momentos difíciles… en definitiva, buscando realizar de verdad lo de tenía una sola alma y un solo corazón; y no llamaban propia a ninguna de sus posesiones, antes lo tenían todo en común (Hch. 4, 32).

o Por último, respecto a la misión, también nuestra comunidad es “equipo de trabajo”: organizamos las cosas juntos, hablamos y compartimos nuestras experiencias e incluso en muchas comidas y cenas hablamos de chavales, monitores, situaciones del colegio que resolver… Queremos ser comunidad de referencia del proyec-to que, en Pamplona-Iruña impulsamos, una comunidad capaz de

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estar en contacto directo con la realidad, pero también de animar a otros (monitores, voluntarios de nuestros proyectos…). Somos también una comunidad que ha animado a otras personas a vivir en comunidad: a tantas personas de la Fraternidad, de las que hoy también nos sentimos responsables. Para mí, esta debe ser otra de las misiones de la comunidad escolapia: “construir”, a su vez, co-munidad, Iglesia, desde nuestro carisma y vocación.

- Con todo esto, hemos querido ser siempre una comunidad convo-cante, vocacional, que llama a otros a vivir de otra manera, más evan-gélicamente. Igual que yo fui descubriendo mi camino escolapio gracias a esa comunidad de Almanjáyar, también quiero hacer que la nuestra sea significativa, sobre todo para los jóvenes que estén buscando since-ramente su vocación... Por ello, veo importante el ser una comunidad abierta, de acogida para personas que quieran plantearse en serio su vida y capaz de acoger a alguien que quiera hacer el “salto” a la vida religiosa escolapia.

3.- Expectativas para el futuro:

- Como resumen a todo lo que he dicho, me gustaría decir que sueño con vivir lo que ya vivo, pero con más profundidad: o Sueño con comunidades en sitios de “frontera”, de misión, cerca de

los lugares y personas que, en la sociedad donde esté incardinada, peor lo estén pasando.

o Una comunidad pequeña, donde haya un ambiente familiar, de ver-daderas relaciones fraternas, como en tantas comunidades escola-pias he visto… y donde se pueda compartir, contar la propia vida, sabiendo que se va a encontrar cariño y comprensión.

o Una comunidad que, en los pequeños conflictos de cada día, sepa reírse de sí misma y volver siempre al “acuerdo habitual” de la poe-sía de S. Agustín.

o Comunidades que animen a vivir con energía el Evangelio, porque ellas ya lo saborean cada día, que despierten interrogantes, sobre todo entre los más jóvenes y les creen sed de más, de vivir la vida a fondo, de descubrir la propia vocación.

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o Una comunidad que sepa trabajar en equipo, aprovechando lo me-jor de cada uno, que viva con pasión la entrega a los chavales y sepa siempre intuir nuevos caminos, nuevos lugares donde trabajar por los demás y donde llevar el sueño de Calasanz… Que “multiplique vida”, en cierta manera; que no se quede estancada, sino que sepa ser creativa, sostener y también expandir la misión escolapia.

- Estas fueron las comunidades que a mí me animaron a ser escolapio y que me enseñan cada día a seguir siéndolo, a vivir mi vocación, y creo que son las que pueden convocar hoy a nuevos jóvenes a disfrutar de la apasionante aventura que es ser escolapio. Ojalá podamos construirlas juntos…

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EXPERIENCIA DE UN JOVEN ANTE LA VIDA COMUNITARIA

Javier Antonio Pérez Osorio

Presentación

Mi nombre es Javier Antonio Pérez Osorio, religioso escolapio en formación inicial. Tengo 27 años; los últimos casi diez los he pasado en medio de comunidades escolapias. Claro, hablo de mi experiencia como formando, porque si me refiero a mi contacto con la Escuela Pía, me veo obligado a ir unos años más hacia atrás, más de veinte, hasta ese día, uno de los más felices de mi vida, cuando apenas con cinco años comencé a estudiar en el Colegio Calasanz de Bogotá. Pero esa es otra experiencia que les podré contar en otro momento. Por ahora sólo se las enuncio porque debo reconocer, con sencillez y gratitud, que presentarme y compartir quién soy yo hoy, tiene mucho que ver con Calasanz y con los escolapios. El Javier que aquí les habla, no existiría sin ese encuentro con Calasanz que me ha cambiado la vida.

Como decía, llevo casi diez años en la formación, la mayor parte del tiempo he estado en dos casas formativas, donde compartí la vida a fondo con mis compañeros de curso, conocí a diversos escolapios, cada uno con sus particularidades y sus matices propios, y donde fui descubriendo qué significa ser escolapio. Actualmente vivo en la comunidad de Medellín, con cuatro hermanos, todos ellos sacerdotes, con quienes animamos cuatro obras escolapias: un colegio, una parroquia, un centro juvenil y una obra de educación no formal. Somos todos distintos, de carácter, de pensamiento y de sentir, pero debo reconocer que me alegra descubrirnos unidos en lo esencial: una manera escolapia de seguir a Jesús. Esta comunidad, la de mis hermanos, la de la Escuela Pía, es donde yo me siento en casa.

Lo aprendido durante estos años de comunidad

Con Antonio hemos querido compartir algunas realidades significativas que hemos aprendido luego de estos años de vida comunitaria.

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Comparto con sencillez algunas claridades, que perdonarán si a muchos les suenan obvias.

1. Les decía que llevo dos años en la comunidad de Medellín. Allí he aprendido muchas cosas, pero quisiera comenzar diciendo la que actualmente tiene más resonancia en mi interior y en mi vida de todos los días: la primera responsabilidad comunitaria es la responsabilidad personal de cultivar la relación con Dios y conmigo mismo. He escuchado a escolapios que llevan más tiempo en esta vida decir que entre la formación y la vida “adulta” (abro comillas porque creo que también se puede empezar a ser adulto desde que se inicia el camino formativo), que mucho de lo aprendido en la formación inicial no es posible vivirlo en las comunidades de religiosos de formación permanente: no se puede orar en la vida cotidiana, no es posible estar atento a la propia consciencia (a esa voz de Dios que toca el corazón) o no se puede ser fiel a los medios de crecimiento personal… Pero yo he descubierto todo lo contrario, no sólo porque así mis formadores me lo han inculcado, sino porque la realidad misma me lo ha mostrado como una necesidad y una responsabilidad. Creo firmemente que estos años no habrían sido posibles si no hubiera estado comprometido con mi vida interior: con darme cuenta de lo que me pasa por dentro, lo que pienso, lo que siento, lo que intuyo; si no me hubiera detenido a ver cómo actúo y de dónde me nace actuar así; y, sobre todo, si no estuviera poniéndole mucha atención a Dios que me está enseñando cómo hacer comunidad, cómo construir relaciones desde mi capacidad profunda de amar. Pues ahí está lo primero que he descubierto: en mi responsabilidad, compromiso y perseverancia en el cultivo de la vida interior, está la clave de la fecundidad y vitalidad de mi relación con mis hermanos. No quiero que se imaginen que soy el hermano de comunidad perfecto, porque también me hace falta crecer mucho, pero sí quiero compartirles que estoy convencido de que sólo si alimento la relación con Dios como la fundamental, pasando por la relación conmigo mismo, vivo bien con mis hermanos, construyo la comunidad y amo verdaderamente (no el amor romántico, sino el concreto).

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2. Desde que comencé la formación la vida con otros ha sido para mí una experiencia de lucha y de brega, de batallar por estar bien. Aunque crecí en una familia que, puedo decir en general, es funcional, no me ha pasado siempre lo mismo con mis hermanos escolapios. Y me parece que parte de lo que explica esta dificultad es que, en un comienzo, la comunidad no fue una opción clara y prioritaria. Espero que no se asusten al escucharme decir esto, pero, al menos para mí, la opción comunitaria no fue una decisión consciente y motivante al momento de decidir ser escolapio. Durante mucho tiempo fue simplemente una consecuencia de este tipo de vida. Sin embargo, ahora, con el pasar del tiempo se me ha revelado lo fundamental que es optar por la comunidad. Y creo que esto es valioso porque me recuerda que la comunidad no es algo que surge espontáneamente, no va a funcionar, no va a ser un lugar de afecto y fraternidad, no será un eficaz y vital equipo de trabajo si no se opta por ella. Puedo estar diciendo cosas que para muchos de ustedes son demasiado evidentes, pero para mí no lo ha sido siempre. Lo que he ido descubriendo es que la comunidad existe si yo opto por ella, no si me resigno a que exista. La resignación, al menos en mí, ha tenido el efecto de aprender a soportar, muchas veces en silencio y llenándome la cabeza y el corazón de molestias o rabias, pero nunca ha tenido el efecto de comprometerme. He descubierto que debo decidir construir la comunidad, poner de mí para que sea un lugar de familia realmente, donde todos podamos ser a plenitud lo que somos y donde nos ayudemos unos a otros. En este momento, les digo con sinceridad, ando en esa brega de construir la comunidad. Yo realmente quiero amar a mis hermanos, compartirles lo mejor de mí, ayudarles con mi franqueza y sinceridad, cooperar para que se den cuenta de cuándo se están equivocados… Me tiembla todo cuando llevo esto a la acción, pero haciéndole el quite al miedo, intento hacerlo y, aunque habría que preguntarles a ellos, creo que a mi comunidad y a mí nos hace mucho bien que yo intente.

3. Yo he constatado que todos somos distintos, a veces muy distintos. Viviendo con tantas personas en estos años me he dado cuenta de cuán diferentes pueden ser nuestras maneras de pensar, de ser, de ver y

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comprender la realidad, de ser escolapios. A veces hay más empatías con unos que con otros, a veces los demás nos despiertan rechazo, o a veces incluso surgen amistades con algunos hermanos, pero más allá de cualquier cosa, he descubierto que lo que genera comunión entre nosotros es la manera escolapia de seguir a Jesús. Para mí esto es lo esencial de nuestro ser hermanos, y no que tengamos en común el gusto por la educación, por tal o cual afición, por un programa de televisión determinado o un equipo de fútbol en particular. Cuando tengo dificultades de relación con alguna de las personas con quienes vivo, intento identificar esa dimensión escolapia en ellas. Al menos a mí me ayuda, pues así, aunque ese hermano mío sea malgeniado o terco, sea callado o escandaloso, tengo modos de pensar y hacer diametralmente opuestos a los míos, descubro que es mi hermano por ese rasgo de identidad que en el fondo él y yo compartimos. Por eso creo que es indispensable que en las comunidades sepamos explicitar, decir, compartir, nuestra relación con Jesús y nuestra identidad con Calasanz, esa relaciones fundamentales y siempre vitales que nos hacen ser escolapios cada día. A veces asumimos como obvios los “porqués” de nuestra vocación y evitamos expresarlos (me resuena la voz de algún escolapio diciéndome: “¡Ya no hace falta decir eso, basta con que no nos salgamos!”), pero yo creo que decirlo claramente nos mantiene más unidos en lo esencial y nos ayuda a valorar incluso nuestras diferencias.

4. Yo soy una persona afectuosa, cercana y cariñosa. Cuando entré a la formación de alguna manera eso se bloqueó un poco. Sin embargo, este tiempo me ha enseñado que como religiosos, vivir nuestra castidad implica aprender a expresarnos el afecto de manera ordenada entre los hermanos. Una de las experiencias más significativas para mí ha sido sentir el cariño de escolapios por mí, ese cariño sincero y transparente, que me sostiene y me corrige, que me acepta; pero también ha sido sentir que quiero a mis hermanos, que puedo decírselo sin sentir vergüenza, expresarlo con abrazos sinceros o con mi escucha paciente y profunda. Las oportunidades en que esto ha sucedido, las comunidades se han tornado más amables, con un ambiente más de familia, donde está esa confianza hermosa de saberme querido realmente. ¡Qué bueno es querernos, qué bueno es sentirse querido!

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De lo que sueño para nuestras comunidades escolapias

1. Sueño que los escolapios vivamos toda la vida con ilusión y esperanza nuestra vocación, que en cualquier etapa de la vida en la que nos encontremos realicemos con todo compromiso y pasión nuestro ministerio escolapio. Una experiencias me ha marcado mucho ha sido compartir la vida de comunidad con escolapios mayores, digamos que ancianos. Algunos de ellos han sido testimonio de que se puede ser escolapio con fidelidad la vida entera, de que es posible ser alegre y sereno en medio de las dificultades y limitaciones propias de la vejez, y han sido ejemplo de que el ministerio escolapio puede ser vivido, si bien no de la misma manera que cuando se es joven, con esperanza e ilusión. Pero también he tenido la experiencia de vivir con otros que han sido testimonio todo lo contrario. Sin querer juzgar las razones, he estado con escolapios que llegan a ser mayores sin alegría, sin esperanza, más bien acostumbrados a una vida rutinaria y que han perdido el amor por este modo de ser tan bello que Dios nos regaló en Calasanz. Por eso sueño con que en nuestras comunidades vivamos de tal forma que, sin importar en qué etapa de la vida nos encontremos, todos podamos vivir a plenitud lo que Dios nos da vivir, poniendo al servicio de los hermanos y de los niños y jóvenes, lo que cada uno es en cada momento de la vida.

2. Sueño que las comunidades escolapias sean lugares donde todos nos realicemos afectivamente, es decir, que seamos familias religiosas donde podamos expresar el amor y donde nos sintamos amados por lo que somos. Uno de las certezas más hondas que tengo sobre mi vocación es el sentimiento de familia que me habita al pertenecer a las Escuelas Pías. Lo repito muchas veces porque realmente me sostiene y me alimenta: me siento parte de una gran familia que se extiende, como dicen las Constituciones, por todos los lugares y tiempos. Esta certeza ha surgido porque en las relaciones comunitarias he podido sentirme querido por quien soy, con mi bondad, pero también con mis fragilidades; y porque en las relaciones con mis hermanos he podido expresar mi potencial afectivo: mi alegría y mi cercanía. Sueño, entonces, con comunidades que nos briden un ambiente sano, abierto y de confianza para que cada uno pueda existir en verdad, que podamos expresarnos y querernos con libertad.

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3. Sueño con comunidades abiertas:

• A la realidad social donde estamos insertos, que no nos sea indiferente, sino que se convierta en un elemento más de nuestra pregunta por cómo hacer actual cada día la misión que nos dejó Calasanz.

• A los laicos con quienes compartimos nuestra misión escolapia, sien-do acogedores y cercanos, siendo fieles a nuestra propia vocación y cooperando con la de ellos, siendo testimonio de que nuestros votos nos hacen personas felices y hospitalarias, y dándonos el derecho de descubrir que compartir nuestro bello carisma lo enriquece aún más.

• A los jóvenes que quieren conocer más a fondo nuestro estilo de vida, cosa que muchas veces no sucede por temor a dejar entrar a otros en nuestros círculos cerrados. Quisiera que, a diferencia de lo que me su-cedió a mí, las comunidades donde vivimos sean un estímulo real de la vocación de los jóvenes de hoy, que tanto necesitan encontrar un lugar donde sentir que pueden ser ellos mismos con autenticidad.

4. Sueño que nuestras comunidades sean signo de esperanza. Quiero creer que no se trata de algo de juventud, de uno de esos sueños de los que los mayores dicen “¡ya se te pasará cuando madures!”, sino más bien de una actitud profundamente cristiana y, cómo no, calasancia: sueño que nuestra vida comunitaria sea un signo de esperanza para este tiempo y para el porvenir. A veces percibo en algunos hermanos una mirada de pesimismo frente a la realidad, frente a la Escuela Pía, frente a los jóvenes. Yo quisiera que nosotros, unidos fraternalmente y realizando nuestro ministerio con pasión, seamos un signo de que es posible creer en un mundo, una Iglesia, una Escuela Pía, una sociedad mejor, más humana, más impregnada de los valores del Evangelio. Y parte de ser signo de esperanza tiene que ver con ser alegres. Si algo me toca el corazón de algunos escolapios es que nunca dejan de ser alegres, no porque siempre tengan una risa en su rostro; no, es algo más profundo. La alegría de ellos, la que me sueño para nosotros, es esa alegría frente a la cual no resta más que reconocer que Dios existe y sigue actuando.

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CONDENSACIÓN Y RESUMEN DE LAS APORTACIONES MÁS REPETIDAS Y FRECUENTES

P. Javier Negro

1. Aportaciones recibidas: 36

a. Individuales: 22b. De Comunidades: 14

i. De Formación Inicial: 6ii. De otras comunidades: 8iii. Por Circunscripción.

1. África: a. Individuales: 2b. Comunitarias: 3

2. América:a. Individuales: 10b. Comunitarias: 9

3. Asia:a. Individuales: 2b. Comunitarias: 0

4. Europa:a. Individuales: 8b. Comunitarias: 2

2. APORTACIONES:

I. RECTOR:

Animador de Comunidad más que gestor: Escucha, aconseja, empatiza Hombre de comunidad y de Orden sobre todo Consolida la comunión fraterna “Colegio de Rectores” : como grupo de consejo del Provincial Consciente de los sentimientos propios y de los hermanos.

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Sabe gestionar situaciones de conflicto. Y gestiona la dificultad como oportunidad.

Necesidad de un modelo nuevo de Rector con aptitudes y actitudes para la escucha, el acompañamiento, la animación, la resolución de conflictos, el impulso y favorecimiento de una comunidad viva

¡Atención a un Superior narcisista!: dinamiza mecanismos destruc-tivos en la comunidad de amiguismo, desconfianza, humillación, subjetivismo, manipulación y doblez.

II.- COMUNIDAD ESCOLAPIA EN UN MUNDO NUEVO:

II.1. Nuestra realidad comunitaria actual:

Comunidades pequeñas por lo general en toda la Orden. Somos llamados a muchos lugares nuevos esperando respuestas ur-

gentes Demanda de nuevas atenciones sociales, educativas y evangelizado-

ras en donde ya vivimos Realidad del paulatino, pero real, cambio de eje geográfico, social,

eclesial y cultural de la vida escolapia desde Europa a África, Asía y América.

A pesar de todas las limitaciones y límites en muchas comunidades se vive un clima de alegría y de relaciones positivas.

Funcionamiento en disfunción, no sistémico, entre trabajo y voca-ción, ministerio y tarea, vida fraterna y grupo de trabajo…

En realidad en nuestra Orden conviven diferentes modelos de vida comunitaria: Cumplidora de horarios, de los actos… (“clásica”) Comunidad de vida fraterna (Fraternidad): favorece la comuni-

cación y acompañamiento mutuo Comunidad de trabajo: prima los valores del trabajo, la respon-

sabilidad, la gestión de la Obra que anima Comunidad de misión: sirve y es centro de referencia en el con-

texto humano en que está inserta. Comunidades de religiosos mayores y comunidades de jóvenes

en la mayoría de sus componentes.

Seminario de Vida Comunitaria 175

Bastantes comunidades cada vez con más religiosos mayores y enfermos, en ocasiones viviendo en clima de nostalgia del pasa-do y a veces instalados en una cierta desesperanza y desconfian-za en el futuro. Sobre todo en el mundo Norte.

A veces, sobre todo en las Demarcaciones jóvenes se vive una ines-tabilidad tanto en el número como en la organización de las comu-nidades, cambiamos demasiado pronto la estructura de la comuni-dad; lo cual no es bueno ni para la comunidad ni para la Obra ni para la Demarcación.

Con frecuencia se antepone la tarea del ministerio a la vida comu-nitaria. Y se es una comunidad que crea un ámbito favorable a la gestión de sensibilidades y ambiciones personales individuales, des-conexas y no asumida por la comunidad.

Aún quedan restos de barreras étnicas y nacionalistas en algunas comunidades.

Comunidades con presencia de religiosos “cansados y estresados” por el trabajo y otros “descansados y relajados”.

Comunidades con baja calidad de relaciones interpersonales que llevan a compensar y recuperar fuera lo que no se encuentra dentro de la comunidad.

Aún nos falta sensibilidad y concienciación en vivir desde proyectos de vida: personal, comunitario y demarcacional; fruto de actitudes atávicas de autosuficiencia y poca disponibilidad al cambio

Presencia de modelos personales en las comunidades que interfie-ren en las buenas relaciones comunitarias y el buen desarrollo del ministerio: narcisista, neurótico, con funcionamiento bipolar, ego-céntrico, herido que “respira por la herida”.

Contexto vital actual de Reestructuración de la Orden: supone em-prender un camino totalmente nuevo todavía no bien integrado en la vida de los religiosos y de las comunidades, en el que, por ejem-plo, la presencia del Provincial es menos frecuente que antes, exige una mayor disponibilidad en todos los sentidos, sobre todo a los religiosos, y una actitud “nueva” de confianza y de servicio fraterno a los planes nuevos de la Orden.

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II.2.- Entorno y contexto en que viven nuestras comunidades:

El centro: la persona en su proceso vocacional Realidades muy presentes hoy: la globalización, la interculturalidad

e interreligiosidad. Valores actuales: la ecología, la justica, la verdad, la comunicación,

el incremento de la atención a l interioridad personal como referen-cia importante

Primacía del individualismo, del hedonismo y de la vanalidad de la vida.

Contexto de “crisis global”: económica, de valores, de miras altas. Incremento de la pobreza en todos los lugares con repercusión es-

pecial en el mundo de la infancia y juventud. Contexto de Laicicidad y laicismo, en algunos lugares Presencias nuevas en aumento de nuevas estructuras de gobierno

empresarial, social y político que afectan también al estilo de nues-tro gobierno interno comunitario y de Demarcación y Orden.

Mundo eclesial actual, en general, con baja referencia social para el mundo de hoy, y sobre todo el mundo de la juventud. También de la Vida Religiosa; se le considera más por su servicio asistencial que por su ser y significatividad de comunidad de seguidores en radica-lidad de Jesús.

En muchos lugares no es significativo el Celibato como valor hu-mano ni como valor religioso.

Los medios y las redes sociales tienen cada vez mayor relevancia e incidencia en la configuración del mundo de hoy, más en el de los adolescentes y jóvenes.

III.- DESAFÍO Y RETOS MIRANDO EL FUTURO:

1. Vivir la comunidad como don del Espíritu más que como proyecto de un grupo humano

2. Resaltar la importancia de la Vida Fraterna significativa primero para nosotros mismos, luego cara al exterior: comunicación frater-na mutua de la interioridad, de la vida, de la fe, los problemas, es-peranzas, dificultadles, logros, etc. Inventar espacios comunitarios

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para ello: reuniones, oración compartida y comunicada, jornadas específicas, etc.

3. Tener claro que el sujeto de la misión es la Comunidad, no el indi-viduo (en éste vive, actúa y se hace presente la comunidad).

4. Un plan urgente de Formación de Rectores en liderazgo evangélico, que les provea de medios y materiales para el ejercicio de su servicio.

5. La alegría de vivir en comunidad es el mejor testimonio vocacional6. La comunidad como lugar de acogida comunitaria de toda persona

que se nos acerca o que llamamos, respetando la pluralidad, la diver-sidad, el proceso histórico de su crecimiento y maduración.

7. Vivir y armonizar bien el nuevo panorama escolapio que está na-ciendo con la Reestructuración y las nuevas presencias escolapias fuertes en África y Asia sobre todo.

8. Participación y Corresponsabilidad todos y cada uno de los miem-bros de la Comunidad en la confección del proyecto y programa-ción comunitarios, en su realización y evaluación sistemática

9. Necesidad de vivir en torno a un proyecto personal y comunitario, conjugados y coordinados, sin interferencias ni disfunciones mu-tuas. Saber hacer el proyecto personal de vida concreto y realista y evaluable sistemáticamente.

10. Importante y urgente: la configuración, mediante la Formación Inicial y Permanente, de personas maduras, coherentes, sanas psi-cológicamente y espiritualmente, que viven integradas en su perso-nalidad las diferentes áreas afectiva, relacional, social, intelectual, profesional, espiritual y ministerial.

11. Mantener el equilibrio entre ser y hacer, vida fraterna y apostolado, contemplación y acción

12. Hay que tener en cuenta el número de religiosos en cada comu-nidad: La “comunidad formada” según nuestras Reglas, necesita 6 religiosos. Es importante cuidar el ámbito comunitario de calidad de vida en comunidad.

13. Pero nuestra realidad y perspectivas, en bastantes lugares, es de un número menor de religiosos por comunidad. Lo esencial será siem-pre la dinámica comunitaria que impulsemos, sea cual sea el núme-ro de miembros de la comunidad.

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14. Invertir con generosidad (en personas y economía) en una Forma-ción sólida y seria, tanto en etapas Inicial y Permanente

15. Caridad-Oración-Unidad-Paz: palabras signo de la realidad comu-nitaria escolapia diaria.

16. La “rumorología”, los juicios superfluos y la baja calidad de forma-ción, en muchas comunidades, son alertas rojas que nos interpelan pidiéndonos una revisión y evaluación sistemática para vida comu-nitaria de calidad.

17. La atención verdaderamente fraterna, no sólo asistencial, a los her-manos mayores y enfermos.

18. El acompañamiento de los Religiosos jóvenes, sobre todo al inte-grarse en la comunidad y en el ministerio a veces muy activo y com-prometido. Para ello: configurar un buen Proyecto de Presencia del sujeto Escolapio en todas las Demarcaciones y Obras escolapias.

19. Crear comunión para ser comunidad, con voluntad de vivir en co-mún. Y vivir una espiritualidad cristocéntrica siguiendo la especifi-cidad calasancia y una espiritualidad de comunión en consonancia con la eclesiología del Vaticano II.

20. Primar siempre el diálogo, la corrección y la animación fraternos.21. Confrontarse y autoevaluarse comunitariamente de vez en cuan-

do con el perfil de la Comunidad escolapia propuesto en nuestras Constituciones.

22. Abandonar viejos hábitos y costumbres heredadas del pasado que han creado actitudes individualistas, presencias de religiosos “di-vertidos, di-straídos y di-spersos, en un estado de soledad intensa ignorada por los otros hermanos con frecuencia; y que obstaculizan la vida y la alegría de vivir en comunidad, relegando a segundo lugar la vida comunitaria. En algunos lugares se nos confunde con sacer-dotes diocesanos. Pero la vida religiosa no se vive más que en y por una comunidad.

23. Ser creativos para “traducir” nuestro carisma en los diferentes lu-gares en que estamos presentes, sobre todo en lugares y misiones nuevas. Convertir los corazones y cambiar las estructuras cuando éstas ya no sirven. Y ser creíbles por el “cómo nos amamos, rela-cionamos y tratamos mutuamente” y priorizando del eje de la vida

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fraterna en comunidad sobre el que hemos primado más hasta hoy de la gestión de la misión, muchas veces vivida más como tarea que como misión.

24. Diseñar una pastoral vocacional afincada en el testimonio de vida fraterna y en la “seducción” de las “Obras” que realizamos y ges-tionamos en misión compartida con los laicos.

25. Aclarar y garantizar una interrelación dinámica entre Comunidad religiosa y Obra que evite posiciones de presencias paralelas desco-nexas que favorecen la apatía y la evasión del religioso escolapia de la Obra que anima su Comunidad.

26. No somos islas, nuestras comunidades están insertas en la Iglesia local y particular; en consecuencia tenemos que repensar y evaluar nuestra presencia, relación y comunión con cada Iglesia local don-de evangelizamos y educamos, superando posiciones de descono-cimiento, aislamiento y gestiones paralelas en nuestro ministerio en consonancia con la Eclesiología de Comunión.

27. Impulsar y favorecer más en nuestras comunidades y Obras la In-tercongregacionalidad, signo de los tiempos de la nueva Vida Re-ligiosa. Hacernos más presentes, con actitud de comunión y de aprender y compartir misión y carisma, en foros intercongregacio-nales y compartir cuando sea posible Obras ministeriales comunes sobre todo en campos de misión específica similares.

28. Volver creativamente a la referencia viva a Calasanz y a su carisma, a sus Constituciones y Documentos Fundacionales con nuevo ardor, nuevos medios y nuevos objetivos en todas nuestras Comunidades y Obras de modo que se fortalezca con vigor nuestra identidad escolapia.

29. Impulsar y sobre todo mejorar más la Misión Compartida y la Inte-gración Carismática con los laicos. Todavía tenemos un largo cami-no que recorrer.

30. Ha de ser prioritaria: la Formación permanente en contenidos de Teología de la Vida Religiosa, de espiritualidad, de ministerio y de carisma.

31. Comunidades y religiosos escolapios más y mejor insertas y presen-tes en los procesos pastorales y catequéticos de nuestras Obras y grupos.

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32. Más cercanos e interrelacionados con el mundo de la Familia de nuestros destinatarios, prioridad existencial de los mismos.

33. Atención al mundo de los medios, Internet, redes sociales… en nuestras comunidades y religiosos, con especial incidencia en la eta-pa de la FI.

34. Gestión de la comunidad y del religioso escolapio en el ámbito de la Educación No Formal e Informal, muy presente hoy en muchas presencias escolapias.

35. Dejarnos evangelizar por los pobres y con los pobres.36. Leer, reflexionar, interiorizar, orar y compartir tantos documentos

de la Iglesia y de la Orden sobre Vida Religiosa; para muchos sólo conocidos por el título.

37. Conseguir un medio y modo eficaces que lleguen a la base de todas las comunidades lo que se está viviendo en la Orden, con resonan-cias y ecos positivos, en encuentros y seminarios que se realizan, asi como todo lo creado en los Equipos de las Delegaciones Generales creadas por el P. General en este sexenio.

38. Aprender a vivir con gozo sereno y confiado las etapas de la jubila-ción y del final de la vida. Necesidad de crear camino con dinámicas y propuestas realistas que hasta el presente han estado prácticamen-te ausentes en nuestro horizonte de vida comunitaria e institucio-nal.

39. Mayor referencia a nuestras Constituciones y Reglas dedicándoles tiempo, compartir fraterno, oración, diálogo en torno a ellas; son nuestra Norma de Vida.

IV.- RELIGIOSOS EN COMUNIDAD ESCOLAPIA HOY:

Coordinación ente Proyecto individual y Proyecto comunitario y entre carismas particulares y el de la Orden, con `primacía de lo comunitario y el carisma de la Orden

Comunidad Escolapia: como lugar de acogida y acompañamiento mutuos: comunica-

ción profunda y apoyo mutuo fraterno generoso y constante como lugar de Formación Permanente: humana (salud, afecti-

vidad, comunicación), intelectual (formación permanente), re-

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ligiosa y espiritual (seguimiento de Jesús compartiendo la expe-riencia de Dios).

Comunidades alegres y positivas, que curan, sanan y transmiten paz y serenidad. Y celebran su realidad en la Eucaristía diaria sobre todo.

Comunidad sensible a los signos de los tiempos, a sus valores, a las esperanzas y dificultades del mundo, a sus dolores y fracasos.

Viven desde el centro, anclados en su interioridad viva, donde vive y habita Jesús y su Espíritu, y se gestiona y consolida diariamente su proyecto y su plan. Una espiritualidad viva y actualizada.

Viven la fidelidad a su vocación con coherencia y sana flexibilidad, sin rigidez ni prejuicios ni tópicos clericales.

Priorizan la Oración manifiesta y cuidada, en sus diversos modelos, la Lectio Divina y la liturgia como espacios y escuela de crecimiento interior y espiritual y de celebración del plan de Dios.

Viven la reunión de comunidad semanal como medio y ocasión semanal de avivamiento de la unidad de los hermanos, donde se forman, se confrontan , estimulan y perdonan mutuamente como hermanos arraigados en un mismo proyecto de vida, más allá de las relaciones y motivaciones afectivas y amistosas.

Comunidad signo y sacramento de la presencia del amor y ternura de Dios, mediante un testimonio claro de unidad, de misericordia y de caridad. Una comunidad de Jesús para la Iglesia de Jesús y para su presencia en nuestro mundo concreto actual

La comunidad religiosa escolapia es: alma de la misión y de la Obra encomendada; suscita, crea, anima y acompaña la comunidad cris-tiana de la Obra escolapia y se dejan animar, acompañar, evangeli-zar y catequizar por Jesús y su comunidad.

Son pobres y viven para los pobres; viven de su trabajo y comparte con los pobres sus bienes, talentos y capacidades de cada uno e ins-titucionalmente; viven en clima y ámbito de sencillez y humildad, virtudes muy Calasancias.

Comunidades escolapias abiertas a los laicos, en misión compartida, y a los jóvenes, abandonando posiciones cómodas y la instalación en nuestras seguridades y planes más del estilo del mundo que del de Jesús y el Evangelio.

Cuidan y viven las relaciones interpersonales conscientes de que son éstas las que favorecen la acción del Espíritu y a través de las cuales Él nos constituye en comunidad viva.

Son todos hombres de comunidad y para vivir en comunidad, y en una comunidad no monacal sino ministerial: abiertos, saben acoger, perdonar, suscitar vida y acompañarla, superan posiciones y planes meramente individualistas y subjetivos; viven a los hermanos de comunidad como don de Dios, nunca como número agregado ni rival.

Viven su Consagración Religiosa y los Votos en clima de libertad y amor en el seguimiento comunitario de Jesús. La pobreza como compartir mutuo y con los más desfavorecidos y pobres, la Obe-diencia como escucha de Dios y su plan, la Castidad como amor evangélico fecundo; el celibato pide ser “celosos” de Dios y de sus cosas .

Están en contacto educativo y evangelizador con niños, adolescen-tes, jóvenes y sus familias reales de carne y hueso, que nos hará sa-bios educadores en sentido bíblico y no sólo buenos profesionales por sus estudios y titulaciones académicas.

V.- TRANSVERSALIDAD E INTERRELACIÓN FI-FP:

Hay contenidos de Vida Religiosa y Escolapia que tienen énfasis re-ferentes en la FI que luego en la vida de comunidad y de ministerio se diluyen desgraciadamente.

Sobre todo atender en las dos etapas la Identidad y la Perte-nencia escolapias. Más en la etapa de FI. “Servir a la Orden vigilando la actitud de servirse de la Orden”

Toda la comunidad, toda la Demarcación y toda la Orden quedan implicadas y comprometidas en la FI no sólo los Formadores; éstos a veces viven su misión en soledad y en desconexión con las demás instancias de la Demarcación y de la orden. Nos falla aquí también lo “sistémico”.

Conseguir que se haga realidad la FEDE, ya desde la constitución de las casas de acogida vocacional en cada Demarcación.