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EL SACERDOCIO MERCEDARIO… ¿PRIVILEGIO O SERVICIO? Relectura de la tensión entre vocación religiosa y ministerio sacerdotal. Abstract: Una vuelta a las raíces históricas de la Merced nos permiten comprender más hondamente la identidad del ministerio sacerdotal mercedario en clave de sus frutos de fraternidad, liberación y martirio. Conocer los cambios en su estilo de vida a lo largo de los siglos, particularmente con la reforma clerical, nos permite valorar la vigencia de nuestra vocación sacerdotal, en el marco del Vaticano II y los nuevos desafíos históricos en América Latina y Argentina. Sergio Augusto Navarro, mercedario A. Introducción. Quisiera poner desde el principio las cartas sobre la mesa, comentando como nació este artículo y lo que me suscitó personalmente. El tema principal nace de un trabajo académico y un planteo vocacional. En mis tiempos de formación inicial, cursando la materia “Orden sagrado”, la consigna era vincular la doctrina sobre el sacramento del orden con nuestras respectivas identidades congregacionales. Y en ese año me replanteaba seriamente sobre mi vocación al sacerdocio, no por dejar mi camino mercedario, sino justamente por descubrir y valorar el estilo de la vida religiosa, tan opacado en la experiencia de Iglesia que traía de mi tierra, donde el sentido común decía que los laicos y las religiosas eran “no-sacerdotes”. Con apasionamiento emprendí la tarea de releer nuestra historia tratando de vincularla con la materia en cuestión, seleccionando lo que me parecía distinguía a un sacerdote mercedario.

SER SACERDOTE MERCEDARIO HOY (ultima versión)

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EL SACERDOCIO MERCEDARIO… ¿PRIVILEGIO O SERVICIO?

Relectura de la tensión entre vocación religiosa y ministerio sacerdotal.

Abstract: Una vuelta a las raíces históricas de la Merced nos permiten

comprender más hondamente la identidad del ministerio sacerdotal

mercedario en clave de sus frutos de fraternidad, liberación y martirio.

Conocer los cambios en su estilo de vida a lo largo de los siglos,

particularmente con la reforma clerical, nos permite valorar la vigencia de

nuestra vocación sacerdotal, en el marco del Vaticano II y los nuevos

desafíos históricos en América Latina y Argentina.

Sergio Augusto Navarro, mercedario

A. Introducción.

Quisiera poner desde el principio las cartas sobre la mesa,

comentando como nació este artículo y lo que me suscitó personalmente.

El tema principal nace de un trabajo académico y un planteo

vocacional. En mis tiempos de formación inicial, cursando la materia

“Orden sagrado”, la consigna era vincular la doctrina sobre el sacramento

del orden con nuestras respectivas identidades congregacionales. Y en ese

año me replanteaba seriamente sobre mi vocación al sacerdocio, no por

dejar mi camino mercedario, sino justamente por descubrir y valorar el

estilo de la vida religiosa, tan opacado en la experiencia de Iglesia que traía

de mi tierra, donde el sentido común decía que los laicos y las religiosas

eran “no-sacerdotes”. Con apasionamiento emprendí la tarea de releer

nuestra historia tratando de vincularla con la materia en cuestión,

seleccionando lo que me parecía distinguía a un sacerdote mercedario.

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A pedido de esta publicación, vuelvo la mirada a aquellos años y

releo aquel trabajo, volviendo insistentemente a las mismas preguntas…

¿Qué identifica a un sacerdote mercedario de otros clérigos? ¿Qué lo

diferencia de sus hermanos religiosos que no lo son? ¿Qué aporte peculiar

hacen a la Iglesia más allá de los sacramentos? Las preguntas son las

mismas, pero la conciencia ganada por la experiencia es otra. He elegido

trayectos de caminos, y aquí me encuentro, en un cruce de senderos que se

bifurcan. Soy ya religioso mercedario y sacerdote, he sido párroco unos

años en la tierra que me vio crecer, he participado en instancias generales

de nuestra Orden, he trabajado en diversos proyectos de ayuda social, en el

último Capítulo nuestra Provincia mercedaria ha definido mejor sus cauces

de misión en Argentina, soy ahora formador de postulantes y he optado por

la investigación y docencia en ciencias sociales, especializándome en

sociología, en una universidad estatal. De ningún modo puedo pensar y

decir lo mismo que escribí hace ya ocho años, siendo estudiante de votos

simples. Mucha vida ha corrido bajo el puente, la historia aún está abierta y

siempre da para más. Desde estos cruces de caminos me detengo otra vez a

pensar en lo que significa o puede significar para nosotros ser mercedario y

sacerdote.

Así entonces, presento este artículo y me presento, me ubico, me

posiciono… no soy historiador, ni teólogo, ni pastoralista… mi condición

es de religioso y sacerdote, pastor y formador. Mi especialidad académica

es la sociología, y de entre sus diversos enfoques, el de la sociología crítica

que indaga sobre el poder y las desigualdades históricas para superarlas.

Involucrado con lo que planteo y con el ánimo de profundizar en nuestro

carisma liberador como don a la Iglesia contemporánea, ofrezco estas

reflexiones personales a mis hermanos sacerdotes y a los formandos que

disciernen su vocación sacerdotal.

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B. Caballeros, mercaderes y mártires contra la “suma pobreza”.

Toda identidad de un grupo social se elabora desde procesos

históricos de negaciones e identificaciones. La negación de enunciar “lo

que no somos”, y la afirmación de “lo que sí somos”. Y esta elaboración

discursiva, conciente o no, se realiza desde dispositivos institucionales

históricamente construidos, que legitiman, sostienen y permiten también

modificar dicha identidad a la altura de los cambios epocales. En nuestro

caso, estos dispositivos institucionales son las diferentes Constituciones

religiosas aprobadas por la Iglesia, que modificadas en distintos momentos

históricos por intereses especiales, definen para cada época un estilo de

vida, formación y misión.

Comencemos entonces sobre nuestro “discurso de origen”, teniendo

en cuenta las antiguas Constituciones Amerianas y Albertinas, ya que

marcan nuestro origen y la tensa relación entre vida religiosa y vocación

sacerdotal.

Pero cuidado… en historia, y en realidad en ninguna ciencia humana,

podemos evitar el problema hermenéutico. Una cosa es el momento

histórico concreto y los discursos que decantan en documentos legitimados

por la Iglesia, como son las Constituciones religiosas, y otra cosa es la

interpretación que hagamos de los mismos, es decir, la historiografía que se

elabora a partir de ellos, el discurso sobre lo acontecido, que también tiene

sus propios supuestos e intereses históricos. Sin ánimo de ser exhaustivos,

sigamos entonces la historiografía que elabora discursivamente nuestra

Orden a partir del último manual de historia, “La Orden de Santa María de

la Merced (1218-1992)” (1997).

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Podemos decir que en nuestros orígenes la cristiandad de la Europa

medieval, desde el siglo VIII al XV, vive en situación de guerra

permanente con el mundo musulmán en expansión. Los cristianos van

perdiendo territorios, pueblos y lugares santos, especialmente Jerusalén.

Los árabes, movidos por la concepción de guerra santa, toman el norte de

África, gran parte de España, sur de Francia y se apoderan de Sicilia. El

mar Mediterráneo era prácticamente musulmán, propicio para la piratería.

Habida cuenta de estas circunstancias, se origina en el seno de la

cristiandad un movimiento de defensa y reconquista de los lugares perdidos

que recibió el nombre de Cruzadas. Hoy nos resulta difícil comprender, en

sus motivaciones religiosas, a esta militia Christi que emprendía la guerra

por los lugares santos, la defensa de los límites de la cristiandad y el

cuidado de “viudas, huérfanos y desvalidos”. De algún modo, el ideal

monástico como lucha espiritual, de tono ascético-martirial, deja lugar al

ideal de los caballeros como la lucha armada contra los enemigos de la fe.

Y si bien en las cruzadas hay motivos sociales y políticos muy claros

(defensa del territorio como resguardo de la propia identidad cultural y el

dominio de los señores feudales), también es cierto que la motivación

religiosa es fundamental: la defensa de la cristiandad contra los enemigos

de Cristo1.

Sin embargo, la lucha trae su ganancia. La misma guerra contra los

musulmanes posibilita a los cristianos el intercambio comercial, dando

lugar a una nueva clase social: la temprana burguesía mercantil que

protagonizará el Renacimiento. Los mercaderes eran hombres que

1 Cf. Llorca y AA.VV, Historia de la Iglesia Católica B.A.C., Madrid, Tomo II, pags. 428-433. Es interesante la descripción de los ritos iniciáticos de la caballería y la descripción del ideal caballeresco (págs. 851-856).

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conocían la lengua de los otros pueblos, hábiles para negociar y

aventureros para arriesgarse a superar combates y defenderse de piratas y

ladrones. Solo los mercaderes conocían las reales condiciones en que

sobrevivían los cautivos cristianos.

En aquel tiempo los problemas sociales de la cristiandad eran

atendidos solo por la Iglesia mediante comunidades religiosas encargadas

de las obras de misericordia (hospitales, leprosarios, hospedaje a cautivos,

etc), con la activa colaboración de los nacientes gremios y cofradías de

artesanos o industriales, que adoptaban un profundo sentido caritativo.

En relación con otras instituciones de vida religiosa, podemos

afirmar que la Orden de la Merced no era una Orden monástica (como los

benedictinos y sus diversas ramas), porque su finalidad no era la

contemplación; no era una Orden mendicante de vida activa (como los

franciscanos, dominicos, agustinos y carmelitas), porque éstos mendigaban

para la propia supervivencia, a cambio de los servicios apostólicos en las

ciudades, mientras que los mercedarios recogían las “limosnas de los

cautivos” para las “redenciones”; no era una Orden religiosa redentora

clerical (como los trinitarios) porque fue constituida con frailes laicos y

solo unos pocos clérigos. A la institución de la época que más se parecía

era a las Ordenes religiosas caballerescas, cuya finalidad era la defensa de

la fe, pero mediante la lucha armada. Nunca estuvieron en los frentes de

batalla, pero sí tenían permiso de portar la espada, para defender la limosna

de los cautivos de los salteadores de caminos. Las semejanzas con las

Ordenes militares de la época son notables: solo había frailes laicos; tenían

un escudo heráldico otorgado por el rey Jaime I; cada fraile usaba un

caballo; las primeras Constituciones de 1272 tomaban la organización y

títulos propios de las Ordenes militares, y los frailes hasta usaban armas sin

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escándalo para cristianos ni moros, pero solo si lo exigía la defensa de la

redención (dinero) y de los redimidos.

Para notar el sentido del carácter laical de la Orden en sus orígenes,

es muy interesante la carta que la ciudad de Segorbe envió al papa

Bonifacio VIII:

“...la redención de cautivos no se puede ejercer tan

cómodamente por los frailes clérigos como por los laicos,

por impedimento de las órdenes sagradas, pues para redimir

a los cristianos cautivos del poder de los paganos y traerlos a

tierra de cristianos, tienen que hacer uso de las armas y

algunas veces tomar parte de hechos enormes, impropios de

la profesión de clérigos”2.

De esta carta podemos notar que las condiciones de la vida clerical

no eran compatibles con los riesgos de la misión redentora, por ello al

principio los frailes laicos son la mayoría. A la finalidad redentora de la

Orden se subordina la vida (y ministerios) de sus miembros.

Sin embargo, está históricamente documentada la presencia de

algunos clérigos ya en tiempos de Pedro Nolasco. Servían como capellanes

en las iglesias de la Orden, algunas que ya eran parroquias. Uno de estos

religiosos sacerdotes era nombrado por el Maestre Prior General para

procurar y organizar la atención espiritual de todos los frailes, pero sin

atribución alguna en al gobierno y régimen temporal. Las Constituciones

Amerianas (CAm) recomendaban que el compañero del Maestre en sus

2 Instituto Histórico de la Orden de la Merced (AA.VV.), La Orden de Santa María de la Merced (1218-1992). Síntesis histórica, Biblioteca Mercedaria VI, Roma, 1997, pág. 31.

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visitas a las casas sea “...sacerdote, a fin de que pudiese escuchar las

confesiones de los religiosos” (CAm 10). Observemos que los clérigos

cumplían un rol más bien funcional-sacramental, ya que la finalidad estaba

puesta en la redención de los cautivos.

De la abundante historiografía sobre nuestros orígenes, quiero

resaltar la interpretación que hace el teólogo e historiador mercedario,

Francisco Zúmel. Cuando escribe su De initio Ordinis en el siglo XVI, nos

dice que la Orden de Predicadores nace para enseñar las verdades de la fe a

los ignorantes, seducidos por los herejes (cátaros y albigenses); la Orden

Franciscana nace como testimonio de humildad y pobreza en medio de una

sociedad y una Iglesia poseídas por el deseo de riquezas. Pero la Orden de

los Redentores de Santa María de la Merced nace para confirmar en la fe a

los cautivos, y liberarlos de la mano de los musulmanes, aún a riesgo de su

propia vida, es decir, con un fuerte sentido martirial. Para Zúmel, la Orden

de la Merced responde a una necesidad humana que va más allá de la

ignorancia de la fe, o la humillación ante la riqueza de los poderosos.

Considera que la “suma pobreza” es carecer de libertad, lo que hoy

podemos llamar las condiciones concretas de existencia para encontrar a

Dios por la fe y vivir dignamente como ser humano.

“La cautividad es la más honda miseria de los hombres, pues

Dios les ha creado en suma libertad, mientras que estando

detenidos en poder de sarracenos viven de manera

absolutamente miserable: no son dueños de sí mismos, se

consumen en la más honda pobreza” 3

3 Zúmel, Francisco, Regula et Constitutiones O.B.M. de Mercede, Salamanca, 1988, n. 57.

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La intuición fundamental que Zúmel recoge de los primeros

mercedarios es que la obra de hacer la “merced de redimir cautivos”

constituye la liberación de esta “suma pobreza”. Otros dirán que esta “gran

obra de misericordia” incluye las demás obras corporales y espirituales.

En síntesis, recordemos que la identidad se construye sobre

negaciones e identificaciones. Lo que actualmente negamos es que nuestra

Orden fuera monástica, ni mendicante, ni redentora clerical. Afirmamos

que se fundó como Orden religiosa laical de vida activa en común, de

carácter caballerezco, de recolección de limosnas y mentalidad mercantil,

con un fuerte sentido martirial por la redención de cautivos. Por lo tanto,

enunciamos que el ministerio ordenado se ejercía al interior de la Orden y

en las iglesias encomendadas por la Iglesia, pero no era la intención

fundacional de san Pedro Nolasco.

C. Reforma del estilo laical a clerical.

Siguiendo la historiografía actual de nuestra Orden, la primera crisis de

la organización no fue solamente un conflicto entre laicos y clérigos, sino

entre tradicionalistas (laicales) e innovadores (clericales). Aunque parezca

paradójico, la innovación en nuestra Orden viene del sector clericalista,

dado el contexto de la crisis de las órdenes de caballeros, con la

persecución y consecuente eliminación de los Templarios.

Sigamos los hechos enunciados. En el Capítulo de 1301, fue electo

como Maestre General un fraile laico: Fr. Arnaldo de Amer. Un grupo de

innovadores elige entonces un antimaestre sacerdote, el P. Pedro Formica,

que falleció al año siguiente. Pero este grupo nuevamente eligió a otro

antimaestre, el P. Raimundo Albert. La Orden vivió dividida hasta que

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Clemente V, el 12 de febrero de 1308, anula ambas elecciones y nombra

Maestre a Fr. Arnaldo Rosiñol, fraile laico, y confiere todo el poder

espiritual al P. Raimundo Albert.

Durante el Capítulo anual de 1317, muere Fr. Arnaldo Rosiñol y se

convoca a todos los frailes a la elección. Eran 259, de los cuales 55

manifestaron querer un Maestre clérigo y 32 lo preferían laico, aunque en

ambos bloques había clérigos y laicos. En realidad, los progresistas decían

que debía ser General el que más votos obtuviera, sea clérigo o laico,

mientras que un bloque conservador exigía que fuera laico, como siempre

había sido hasta entonces. Fueron a votación, y 114 votaron al P. Raimundo

Albert, pero los laicales se empeñaron en no votar, por lo que fue

proclamado Maestre General. Los tradicionalistas eligieron a Fr. Berenguer

de Ostales.

Los innovadores pidieron ese mismo día la aprobación de Juan XXII,

quien en su bula Suscepti cura, abrogaba la elección, nombraba Maestro

General al P. Raimundo Albert, in spiritualibus et temporalibus. Más tarde

nombraría como defensor perpetuo (consejero vitalicio) de los frailes

laicos a Fr. Poncio de Banis. Juan XXII, al nombrar a un clérigo, no

excluyó la posibilidad de que un laico fuera Maestre, pero con esta medida

evito futuros inconvenientes a la Orden, ya que serían abolidas las órdenes

de caballeros.

El P. Raimundo Albert cambió radicalmente la fisonomía y

organización de la Orden. Redactó unas nuevas Constituciones, llamadas

Constituciones Albertinas (CAlb), tomando como modelo las de la Orden

de Predicadores, especialmente en las normas generales de la vida

religiosa. Las CAlb están divididas en dos partes: La primera parte trata del

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culto, la disciplina regular, el noviciado y profesión y los capítulos de

culpas; la segunda parte trata del régimen de la Orden y de la redención de

cautivos. Señalan como fines fundamentales del origen de la Orden el

oficio divino y la redención de los cristianos cautivos (“Nuestra Orden

especialmente, se sabe, fue fundada desde el origen para el oficio divino y

la redención de cautivos cristianos...”) y dan gran importancia al culto, las

ceremonias y los ritos conventuales. Introducen como novedad el oficio y

misa de la Inmaculada Concepción y recuerdan la pobreza originaria de la

Merced, indicando como culpa grave destinar el dinero de las redenciones a

otro fin.

Sus disposiciones sobre el régimen de la Orden aseguraron los logros

clericales: se suprimió el sufragio directo en Asamblea para elegir Maestre

General y se sectorizó para ello la Orden en cinco provincias, de las que los

Maestros Generales serían los electores. Solo los sacerdotes podían ser

Maestros Generales y solo ellos podían elegirlos. Conviene observar cómo

estas disposiciones contradicen la innovación pretendida en los orígenes de

este proceso: que fuera electo Maestre General el que más votos tuviera,

fuera clérigo o laico. Si antes de 1327 el mercedario laico tenía

preeminencia, ahora la tiene el clérigo y lo clerical, ya que se remarca que,

para gobernar, se requiere la posibilidad de actuar in temporalibus et in

spiritualibus. La Orden se ha clericalizado definitivamente.

Aun cuando las luchas internas malgastaron tiempo y esfuerzos, las

redenciones siguieron su curso. Pero, por diversos factores (aumento del

precio de rescate, robos y crisis económica que llevó a pedir préstamos y

vender vasos sagrados), las expediciones redentoras disminuyeron.

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En síntesis, es obvio afirmar que la crisis y el cambio otorgan un lugar

central al ministerio ordenado. Ahora son dos los fines de la Orden: el

oficio divino coral (propio solo del clérigo conventual) y la redención de

cautivos. La organización otorga todo el poder espiritual y temporal a los

clérigos, excluyendo la posibilidad del maestrazgo de laicos. Se

desarrollará mucho el culto, sobre todo en torno a María de la Merced, con

ritos y costumbres propios de las órdenes mendicantes y conventuales.

Continúa la misión redentora, con el mismo espíritu martirial de los

orígenes, y mejora la organización de la recolección de limosnas, pero

disminuye el número de expediciones y redenciones.

¿Qué quedó de los orígenes laicales y caballerezcos de la redención?

Podríamos decir que muy poco, ya que fue conscientemente negado ese

origen, y se desarrolló lo propio de la identidad clerical mendicante de

aquel tiempo: la vida conventual, la apostolicidad en las ciudades por los

sacramentos y la predicación, y una fecunda actividad cultural en la corte y

las nacientes universidades.

Un nuevo cambio social y político transformará la fisonomía de la

Orden. Abierta la posibilidad de la evangelización de América,

encomendada por el Pontífice a los reyes católicos, la Orden de la Merced

seguirá su curso, junto con las demás órdenes mendicantes, en la obra

misionera en el Nuevo Mundo. Para lo que sirve a nuestros intereses,

podemos observar que prevaleció en la vida y en la obra evangelizadora el

estilo clerical y conventual de la reforma Albertina. Sin embargo, un nuevo

carácter misionero con pasión martirial infundirá vigor a toda la Orden.

D. Un fruto de santidad sacerdotal en América: Fr. José León Torres.

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La Orden en el siglo XVIII, una vez terminadas las luchas y cruzadas,

pierde la “materialidad concreta” para entenderse a sí misma y su misión

redentora, ya que no hay cautivos en manos de musulmanes. La pregunta

crucial fue: ¿tiene sentido que continúe existiendo la Merced en la Iglesia?

Este planteo fue minando en sus bases a la institución, provocando una

crisis como no había tenido hasta entonces. Surge de América la figura del

P. Valenzuela, de la Provincia de Chile, como “Restaurador” de una Orden

redentora a punto de extinguirse en Europa.

El P. Valenzuela otorgó desde América un viraje nuevo a la Merced,

interpretando que la misión redentora tuvo siempre un “sentido espiritual”

de redención del pecado (por los sacramentos) y de la ignorancia que

atenta contra la fe (por la predicación y educación religiosa). El papel del

clérigo no solo es importante, sino fundamental y casi excluyente en la

misión de la Orden.

Con nuevas Constituciones y la estratégica promoción de frailes

dispuestos a esta renovación, comenzó su proyecto de restauración de la

vida comunitaria, la formación intelectual de los religiosos clérigos y la

promoción de iniciativas educativas y culturales. El proyecto del P.

Valenzuela es absolutamente coherente con la reacción de la Iglesia al

mundo moderno del siglo XIX4: afirmación de la jerarquía eclesiástica

contra los ataques reformistas y liberales, promoción cultural y educativa

contra los embates laicistas, y actitud apologética en la predicación y en la

interpretación de la propia historia eclesiástica. En este proyecto de reforma

4 Cf. Farrel, Gerardo, Iglesia y Pueblo en Argentina. Historia de 500 años de evangelización, Ed. Patria Grande, Buenos Aires, 1992, pag. 118.

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se embarca el P. José León Torres, en un contexto de desorganización y

debilidad institucional de la Iglesia Argentina5.

La identidad sacerdotal y mercedaria del P. Torres es preciso

descubrirla en el contexto de la crisis de vida religiosa y de la

configuración del Estado moderno argentino. Ejerce el ministerio

sacerdotal como lo hacían los religiosos de la época, en las acostumbradas

misiones itinerantes en diversos pueblos, sobre todo del norte de Córdoba.

Pero no se contenta con la administración de sacramentos ni la predicación

de las novenas en honor a nuestra Madre, como era la costumbre de los

religiosos clérigos, sino que responde al deseo de liberar de la ignorancia y

el pecado generados por la educación laicista y la cultura secularista. Por

este motivo emprende la reforma de la Provincia Argentina y la fundación

de las Hermanas Mercedarias del Niño Jesús.

“Entre las varias esclavitudes, actualísimas en el tiempo del P.

Torres, era la de la ignorancia en general, y religiosa en particular,

que se superaba precisamente con la instrucción y educación

integral. Más radical aún es la esclavitud del pecado, de la cual nacen

todas las formas de esclavitudes de hoy; la injusticia, la opresión, el

hambre, la violencia, la muerte. De aquí nace todo el sentido y el

deseo de una auténtica y evangélica liberación integral.”6

Con estas palabras el Cardenal Pironio nos da una clave de

interpretación de la vigencia de la santidad del P. Torres, que siguiendo el

proyecto reformista del P. Valenzuela, se dedica como clérigo a la

5 Farrel, Gerardo, Iglesia y Pueblo en Argentina. Historia de 500 años de evangelización, Ed. Patria Grande, Buenos Aires, 1992, pag. 91. 6 Cardenal Pironio, Palabras del cardenal Pironio al presentar ante el Congreso de Cardenales al S. de D. Fr. José León Torres para la aprobación de las virtudes heroicas, Roma, 1994.

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educación religiosa como intervención en el campo de la cultura, que era

campo de batalla con intereses laicistas. El sacerdote mercedario entonces

ya no podrá ejercer solo su ministerio sacramental ni de predicación, sino

que estará movido a intervenir en el mundo social y en el campo cultural

atendiendo a las causas que generan opresión y cautividad espiritual.

E. Las nuevas Constituciones y su recuperación de las raíces.

Pasemos ahora a las actuales Constituciones de la Orden de la Merced

(COM), promulgadas en 1986. Fue un punto de llegada de una fase

experimental que comenzó con el Concilio Vaticano II, y supuso una gran

novedad: un lenguaje que recupera el sentido liberador de Cristo Redentor

y una revalorización de la figura de san Pedro Nolasco como fundador y el

modelo fundacional de los primeros mercedarios. En el fondo, hay un

nuevo proyecto de vida religiosa mercedaria, que intentando volver a los

orígenes, quiere estar a la altura de los nuevos desafíos epocales.

Para enunciar el nuevo rol del ministro ordenado en la Orden de la

Merced, debemos detenernos en los textos de las COM y las indicaciones

legales del Código de Derecho Canónico (CIC).

En la Primera parte, La Orden en la Iglesia, cap. I −Su origen, fin y

naturaleza−, el COM 5 define a la Orden como “…instituto religioso

clerical de votos solemnes y de derecho pontificio, compuesto por clérigos

y hermanos cooperadores, que comparten por igual la vida religiosa...”.

Sigue la denominación de CIC 588 §2, que llama instituto clerical a aquel

que “atendiendo al fin o propósito querido por su fundador o por tradición

legítima, se halla bajo la dirección de clérigos, asume el ejercicio del orden

sagrado y está reconocido como tal por la autoridad de la Iglesia”. En

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nuestro caso, podemos ver que pesa entonces una “tradición legítima”, por

la cual es reconocida por la Iglesia con esta forma de organización.

El cap. IV −Su misión redentora y ministerios− es importante en cuanto

nos dice en COM 18: “En la elección o aceptación de ministerios, guárdese

un orden de preferencia en función de su aproximación al fin y al espíritu

de la Orden...”. Si bien cuando habla de ministerios no se refiere

específicamente al ministerio ordenado, sí podemos entender que cualquier

servicio o función encuentra su sentido solo si sigue el fin del espíritu

redentor de la Orden.

En la Cuarta parte, sobre Formación y estudios, se nota que la

formación sigue un principio de igualdad entre hermanos clérigos y laicos,

ya que el noviciado y la formación religiosa son idénticos (COM 144 y

164), aunque distingue la formación de los clérigos en un estudiantado y de

los hermanos en casas apropiadas, cosa que en la realidad concreta no se

lleva a la práctica.

El cap. V, Formación sacerdotal (COM 174-181), esboza el perfil del

sacerdote que la Orden espera. Esto es lo que debe tenerse en cuenta en la

formación de los clérigos mercedarios:

1. Se exige que el estudio propio de los clérigos se realice “conforme a

nuestro espíritu y ministerio peculiar” (COM174). Esta indicación apunta a

los primeros capítulos, que nos hablan del espíritu y los ministerios en la

Iglesia. El espíritu es el que se expresa en el cap. II, que señala como

referentes de la espiritualidad a:

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Cristo Redentor, como maestro y modelo, que nos ha liberado de

toda esclavitud y por quien estamos dispuestos a entregar la

propia vida (COM 6).

María Madre de la Merced, que es madre de los cautivos y madre

de los redentores. Es ella la inspiradora de la obra de redención

(COM 7).

San Pedro Nolasco, signo más cercano del amor redentor de Jesús

y el realizador más perfecto de la obra liberadora de María (COM

8).

Los cautivos, en cuanto que el espíritu mercedario supone el

descubrir a Cristo que continúa padeciendo en los cristianos

oprimidos en peligro de perder su fe (COM 9).

Los ministerios se realizan siguiendo el espíritu del cuarto voto (cap.

III), “en virtud del cual prometemos dar la vida como Cristo la dio por

nosotros, si fuere necesario, para salvar a los cristianos que se encuentren

en extremo peligro de perder su fe, en las nueva formas de cautividad”

(COM 14).

2. Entonces, el gran desafío para la formación inicial del sacerdote es

integrar sus estudios teológicos con la práctica pastoral entendidos como

“ministerios” que se realizan con el espíritu del cuarto voto. A la formación

teórica ha de unirse la práctica pastoral, para aprender a apacentar al pueblo

de Dios, “con preferencia por los que tienen en peligro su fe y por los más

necesitados” (COM 175).

3. “El diaconado constituye para el religioso clérigo un momento de

especial identificación con Cristo servidor de los hombres...” (COM 178).

El tiempo de diaconado, revalorizado por el Vaticano II como algo más que

un tránsito al presbiterado, puede y debe vivirse en clave de servicio

redentor.

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4. “Por la especial participación en el sacerdocio de Cristo que el

presbiterado confiere para la edificación del Cuerpo Místico, los religiosos

que van a ordenarse de presbíteros han de poseer un gran amor a Jesucristo,

a quien deberán representar, y un ardiente deseo de servir y de evangelizar

a los hombres a quienes son enviados...” (COM 179). Para el mercedario la

participación en el sacerdocio de Cristo por la acción sacramental in

persona Christi ha de ser más que un rasgo de distinción o privilegio por la

inclusión en una jerarquía, ya que toda jerarquización entraña posibles

relaciones de dominación y opresión. Es por eso que esta representación de

Cristo ha de vivirla como “compromiso de servicio y evangelización a los

hombres a quienes son enviados”. El ministerio ordenado no puede ocultar

en los hechos la condición fraterna de ser religioso, en cuanto a su actitud

de servicio y disponibilidad para la evangelización en clave liberadora.

5. La formación sacerdotal termina con la ordenación, aunque la

formación debe ser permanente, según los estatutos provinciales, el derecho

de la Iglesia y las normas de la diócesis donde el sacerdote ejerce su

ministerio. En las conclusiones acercaremos algunas sugerencias sobre

nuevos caminos de reflexión y compromiso que pueden enriquecer nuestra

condición de sacerdotes mercedarios.

Para terminar podemos señalar que, siguiendo la forma de instituto clerical,

solo un ministro ordenado puede ser superior local (COM 222), superior

provincial (COM 260) o Maestro General (COM 297). Los religiosos laicos

pueden participar del gobierno provincial como consejeros. En líneas

generales, podemos decir que el carisma de gobierno sigue siendo privativo

de los ministros ordenados.

F. Sacerdotes al servicio de la fraternidad y la liberación hasta el

martirio.

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Contemplando nuestra historia de la fecunda y tensa relación entre vida

religiosa y ministerio sacerdotal, podemos decir que el gran desafío para

los clérigos es salir de una condición de privilegio jerárquico para lograr

una actitud de servicio eclesial, no solo a la vida religiosa, sino a toda la

Iglesia. En este desafío podemos distinguir al menos tres rasgos que nos

identifican como clérigos mercedarios desde el origen: el sentido fraterno,

la mentalidad liberadora y la entrega martirial.

Las defino porque surgen desde el origen fundacional, atraviesan las

distintas épocas y estilos eclesiásticos, y tienen aún vigencia en la Iglesia y

el mundo contemporáneo. Pero más aún. Fraternidad, liberación y martirio

encuentran su raíz en la Pascua de Jesús, ya que su entrega fraterna en la

cruz nos expresa la misericordia del Padre, y su resurrección otorga sentido

a nuestras búsquedas de liberación de toda opresión.

Por ese motivo el sacerdote mercedario no puede ser simplemente un

diácono o presbítero dedicado al culto divino o a la administración de los

sacramentos. Debe ser capaz de realizar su vocación de vida fraterna en

comunidad, pero sin agotarse en ella, sino comprometido con una praxis

liberadora que sea apasionadamente martirial.

Dicho así parece muy sencillo y obvio, pero la realidad nos muestra que

muchas veces las funciones sacerdotales (y en especial las parroquiales),

como decimos comúnmente, “se comen” al religioso, si no está atento a

cuidar la vida fraterna y la búsqueda de pastorales más cercanas a nuestro

espíritu redentor. Y muchas veces el sacerdote mercedario olvida que no

solo es “padre”, sino que, en el principio de su vocación religiosa, esta

llamado a ser “hermano” y “liberador” hasta el “martirio”.

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Considero que nuestra Provincia Mercedaria Argentina, en el

Capítulo del 2005, se comprometió en una lúcida orientación con la

Planificación Provincial de la Pastoral. Somos pocos los religiosos y

muchos ya son ancianos, pero el compromiso de los laicos con nuestra

espiritualidad está creciendo cada vez más. Nuevo aliento nos inspiran los

proyectos sociales ya en marcha, el avance del proceso de beatificación del

P. Torres y el entusiasmo de nuestros formandos. Cobra entonces nueva

fuerza el compromiso desde nuestras opciones preferenciales provinciales

(OPP) por los menores en riesgo social, la familia en crisis y la exclusión

de la cultura del trabajo. Desde ahí, religiosos y clérigos argentinos nos

comprendemos en una misión común con laicos y organizaciones del

Estado y otras organizaciones de la sociedad civil, cuestionándonos en

nuestros supuestos y elaborando en la marcha nuevas formas de vivir

nuestra vocación religiosa y sacerdotal. Tratar sobre lo que nos

deshumaniza y pone en peligro la fe, como la violencia, las cuestiones de

género, el medio ambiente y el desafío de construir ciudadanía emancipada

nos lleva a una crítica sobre los mecanismos sociales de poder y una

autocrítica sobre nuestras participaciones conscientes o ingenuas.

Nada de nuestra reflexión teológica, comunión eclesial y praxis

pastoral puede quedar sin cuestionarse en estos nuevos términos críticos,

que nos permiten evidenciar a los opresores y oprimidos por motivo de su

fe en Cristo. En esta línea sigue creciendo la reflexión eclesial en América

Latina y Argentina, particularmente con la teología de la liberación, de

género y ecológica. Solo siendo fieles y creativos al origen, lo original de

nuestra identidad mercedaria será un don para toda la Iglesia.

G. Bibliografía consultada y siglas.

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