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Papa Francisco Premio Carlomagno 2016 Parroquia y transmisión de la fe Si Dios quiere Cartelera recomendada Ser signo del amor de Cristo Entregarnos como Él

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Papa FranciscoPremio Carlomagno 2016

Parroquiay transmisiónde la fe

Si Dios quiereCartelera recomendada

Ser signodel amor de Cristo

Entregarnoscomo Él

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Editorial: Nuestra fiesta más propia

Celebración del Corpus Christi

La liturgia, encuentro con Cristo

Premio Carlomagno

Formación carismática

Resonancias en nuestra Iglesia de hoy

Al Amo en su fiesta

«Una mirada que me decía mucho y me pedía más»

La canonización en el horizonte

Orar con el obispo del Sagrario abandonado

La soledad del sacerdote

Cordialmente, una carta para ti

Con mirada eucarística

Lectura sugerida

Película recomendada

Conoce y vive

Familia Eucarística Reparadora

Desde la fe

Sum

ario

22 Entrevista al Card. Mauro Piacenza

ponente del milagro18Ponencia sobre la

gracia carismática en el beato Manuel

24Orar con el obispo del Sagrario

abandonadoRevista y Editorial

fundadas por el BeatoManuel González García

en 1907

Edita:Misioneras Eucarísticas de NazaretTutor, 15-17, 28008 - MADRIDTfno.: 915 420 887E-mail: [email protected]

Imprime:Azul IbéricaISSN: 2340-1214Depósito Legal: M-12242-2016

En portada: Procesión del Corpus Christi en Madrid.

HacemosEl Granito de Arena

Dirección:Mónica Mª Yuan Cordiviola

Equipo de Redacción

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José Manuel Bacallado

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Ana Mª Fernández Herrero

Manuel González López-Corps

Teresa Martínez Espejo

Sergio Pérez Baena

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Lucrecio Serrano Pedroche

Boletín de suscripción a «El Granito de Arena»Nombre y apellidos: _________________________________________________ DNI: _ _ _ _ _ _ _ _ - _Dirección: _____________________________________________________________________________Población: _____________________________________________________________ CP: _ _ _ _ _Provincia: ________________________________________________ Teléfono: _ _ _ _ _ _ _ _ _E-mail: _____________________________________________________ Móvil: _ _ _ _ _ _ _ _ _

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EDITORIAL

Nuestra fiestamás propia

C omenzamos junio, mes tradicionalmente dedicado al Corazón de Jesús y en el que el primer viernes se celebra en este año

2016 su solemnidad. Para el beato Manuel Gon-zález este mes era el más significativo de todos los del año ya que, como él gustaba llamarlo, era «el mes del Amo», el tiempo propicio para mirar de frente a ese Corazón, todo amor, que se dio y se sigue dando por nuestra salvación.

Ofrecemos en este número de El Granito las palabras que él quiso escribirle, «al Amo en su fiesta», en 1919. Si bien sus palabras reflejan el momento en que fueron escritas, es importan-te entresacar de ellas la esencia que quiere trans-mitirnos, ya que nadie mejor que nuestro fun-dador puede darnos las pautas para vivir con coherencia nuestro carisma.

En nuestros días muchas veces se ha mirado con recelo la devoción al Sagrado Corazón, vién-dola como una piedad inconsistente y melosa. Sin embargo, nada más alejado de lo que la Igle-sia quiere transmitir con su fiesta. Celebrar el Sagrado Corazón de Jesús implica admitir, en primer lugar, que en Jesucristo, el Hijo, la se-gunda persona de la santísima Trinidad se hizo verdadero hombre y como tal vivió su vida, con un corazón dispuesto a amar a todos. Por otra parte, la gran novedad de una celebración que algunos erróneamente consideran anticuada es la fe en que Dios tiene un corazón verdadera-mente humano y verdaderamente divino.

Si lo propio del corazón es amar, ¡cuánto amor podrá alojarse en ese corazón que es in-finito por ser corazón de Dios! El Año de la Mi-sericordia ofrece, en este sentido, el ámbito más adecuado para comprender en su hondura, den-tro de nuestros límites humanos, este gran mis-terio: Dios tiene un corazón y con él es capaz

de amar sin límites, es capaz de entregar su vi-da por cada una de sus criaturas, es capaz de hacernos hijos en el Hijo y puede ofrecernos su vida divina en su Cuerpo hecho Pan.

Cada año, el beato Manuel se topaba con el mismo dilema: no encontraba palabras suficien-tes en el vocabulario para decirle al Sagrado Co-razón de Jesús todo lo que bullía en su interior ante un misterio de amor tan grande. Sin em-bargo, hay una palabra que no cesa de repetir: «gratitud». Las actitudes propias de quien se ha enterado realmente de la hondura del amor in-condicional de Dios son el asombro y repetir incansablemente, con los labios y con el alma, el «gracias» más sentido.

Repetía en muchas ocasiones el fundador de la Familia Eucarística Reparadora que este ca-risma no es nuevo y que él no había fundado sino que, simplemente, había caído en la cuen-ta de su necesidad. De igual modo, considera a todos lo miembros de la UNER los enterados de esta situación.

Todos los miembros de la FER hemos reci-bido este don: descubrir que Dios está vivo en-tre nosotros y en cada Sagrario, que viene a no-sotros en cada Comunión y que su presencia se extiende a todos las personas del mundo.

Reza la oración para después de la comu-nión de la Misa de la solemnidad del Sagrado Corazón: «Señor y Padre nuestro, que este sa-cramento de tu amor nos haga fervorosos en la caridad, para que atraídos por tu Hijo, sepamos reconocerlo en nuestros hermanos».

Que este fiesta y este mes den nueva fuerza a toda la Familia Eucarística para que viva con coherencia y radicalidad el don recibido y para que, de esta forma, sea testigo del amor de Dios ante este mundo que tanto lo necesita. «

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«Haced esto en memoria mía». El apóstol Pablo, escribien-do a la comunidad de Corin-

to, refiere por dos veces este manda-to de Cristo en el relato de la institu-ción de la Eucaristía. Es el testimonio más antiguo de las palabras de Cris-to en la Última Cena. «Haced esto». Es decir, tomad el pan, dad gracias y partidlo; tomad el cáliz, dad gracias y distribuidlo. Jesús manda repetir el gesto con el que instituyó el memo-rial de su Pascua, por el que nos dio su Cuerpo y su Sangre. Y este gesto ha llegado hasta nosotros: es el hacer la Eucaristía, que tiene siempre a Je-sús como protagonista, pero que se realiza a través de nuestras pobres ma-nos ungidas de Espíritu Santo.

«Haced esto». Ya en otras oca-siones, Jesús había pedido a sus dis-cípulos que hicieran lo que él tenía claro en su espíritu, en obediencia a la voluntad del Padre. Lo acabamos de escuchar en el Evangelio. Ante una multitud cansada y hambrienta, Je-sús dice a sus discípulos: «Dadles vosotros de comer» (Lc 9,13). En realidad, Jesús es el que bendice y parte los panes, con el fin de satisfa-cer a todas esas personas, pero los cinco panes y los dos peces fueron

aportados por los discípulos, y Jesús quería precisamente esto: que, en lu-gar de despedir a la multitud, ofre-cieran lo poco que tenían. Hay ade-más otro gesto: los trozos de pan, par-tidos por las manos sagradas y vene-rables del Señor, pasan a las pobres manos de los discípulos para que los distribuyan a la gente.

También esto es hacer con Jesús, es dar de comer con él. Es evidente que este milagro no va destinado so-lo a saciar el hambre de un día, sino que es un signo de lo que Cristo está dispuesto a hacer para la salvación de toda la humanidad, ofreciendo su car-ne y su sangre (cf. Jn 6,48-58). Y, sin embargo, hay que pasar siempre a tra-vés de esos dos pequeños gestos: ofre-cer los pocos panes y peces que tene-mos, recibir de manos de Jesús el pan partido y distribuirlo a todos.

Partir: esta es la otra palabra que explica el significado de «haced es-to en memoria mía». Jesús se ha de-jado partir, se parte por nosotros. Y pide que nos demos, que nos deje-mos partir por los demás. Precisa-mente este «partir el pan» se ha con-vertido en el icono, en el signo de identidad de Cristo y de los cristia-nos. Recordemos Emaús: lo recono-

cieron «al partir el pan» (Lc 24,35). Recordemos la primera comunidad de Jerusalén: «Perseveraban en la fracción del pan» (Hch 2,42). Se tra-ta de la Eucaristía, que desde el co-mienzo ha sido el centro y la forma de la vida de la Iglesia. Pero recorde-mos también a todos los santos y san-tas –famosos o anónimos–, que se han dejado partir a sí mismos, sus propias vidas, para alimentar a los hermanos.

Cuántas madres, cuántos papás, junto con el pan de cada día, cortado en la mesa de casa, se parten el pecho para criar a sus hijos, y criarlos bien. Cuántos cristianos, cuántos ciudada-nos responsables, se han desvivido para defender la dignidad de todos, especialmente de los más pobres, mar-ginados y discriminados. ¿Dónde en-cuentran la fuerza para hacer todo es-to? Precisamente en la Eucaristía: en el poder del amor del Señor resucita-do, que también hoy parte el pan pa-ra nosotros y repite: «Haced esto en memoria mía». Que el gesto de la procesión eucarística, que dentro de poco vamos a hacer, responda tam-bién a este mandato de Jesús. Un ges-to para hacer memoria de él, un ges-to para dar de comer a la muchedum-bre actual, un gesto para partir nues-tra fe y nuestra vida como signo del amor de Cristo por esta ciudad y por el mundo entero.

Papa Francisco

Corpus Christi

icono de Cristoy los cristianos

«Partir el pan»:

El jueves 26 de mayo, solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, el papa Francisco presidió la Eucaristía en la plaza de San Juan de Letrán y la procesión hasta la basílica de Santa María la Mayor. Transcribimos su homilía.

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La liturgia, encuentro con Cristo

L os obispos de España, por medio de la Comisión Episcopal de Li-turgia, elaboraron, ya en 1981, el

documento El domingo, fiesta primor-dial de los cristianos, al que siguió en 1992 la Instrucción de la LVI Asam-blea Plenaria de la Conferencia Epis-copal: El sentido evangelizador del do-mingo y de las fiestas. Una doctrina cla-ra y sintética se presenta en el Catecis-mo de la Iglesia Católica (nn. 1166s. 1343. 2174-2188), y fue expuesta des-pués por san Juan Pablo II en la carta apostólica Dies Domini (1998), ahon-dando en la teología, la espiritualidad y la pastoral de esta fiesta cristiana. Tal preocupación doctrinal pone de manifiesto que el domingo es para no-sotros algo irrenunciable, y, ya aden-trados en el tercer milenio de Jesucris-to, continúa siendo un elemento ca-racterístico de la identidad cristiana. En efecto, la celebración dominical es expresión de la pertenencia visible a la Iglesia a la vez que testimonio co-munitario y personal de la fe.

Sin embargo, desde hace años, en la sociedad española asistimos a una concepción que coloca el primer día

de la semana, nuestro día festivo, co-mo colofón de un fin de semana, a la vez que se difunde una liberalización de horarios y regulaciones laborales que hacen perder de vista la santidad del día en que celebramos la Resu-rrección de Nuestro Señor, día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha dado nueva vida. Por ello, en las familias y en la catequesis conviene profundizar en el sentido del día del Señor, subrayando su carácter pecu-liar ante situaciones adversas tenden-tes a minar su sentido festivo, fami-liar, humano y, consiguientemente, espiritual. En cada Eucaristía domi-nical expresamos en pocas palabras el sentido profundo de lo que cree-mos: «En el día que celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte, reconozcamos que estamos necesitados de la misericor-dia del Padre para morir al pecado y resucitar a la vida nueva».

Origen y originalidad del domingo: Pascua semanalEl día primero de cada semana, que denominamos domingo (que viene del latín dominicum, es decir, «del Se-ñor»), es una de las primeras y más originales instituciones cristianas. En efecto, la Iglesia, por una tradición que se remonta a los apóstoles, cele-bra el misterio pascual de la Muerte y Resurrección de Cristo cada ocho

días, el día que es llamado «del Se-ñor» o «domingo» (cf. SC 106). En este «día octavo», como decían los Santos Padres, Cristo Resucitado, ven-cedor del pecado y de la muerte, con-fía la propia misión recibida del Pa-dre a los discípulos y les dona el Es-píritu Santo (Jn 20,19ss). Por lo tan-to, la gran familia de los cristianos no puede vivir sin este día de fiesta, al cual es convocada por el Paráclito. Por ser día del don del Espíritu, es día de flujo abundante de gracia.

Todo eso lo expresamos cuando el domingo, en lugar del acto peniten-cial habitual, realizamos la bendición del agua y la aspersión al pueblo en memoria de nuestro bautismo. En la oración de bendición oramos así: «Concédenos, Señor, por medio de tu misericordia, que el agua viva nos sirva siempre de salvación, para que podamos acercarnos a Ti con un co-razón limpio y evitemos todo mal del alma y del cuerpo».

En esta jornada dedicada al Se-ñor, los cristianos nos reunimos pa-ra la Eucaristía en la escucha de la Pa-labra de Dios y en la comunión del pan único y partido, y celebramos así el memorial del Señor resucitado mientras esperamos el domingo sin ocaso en que la humanidad entera entrará en el descanso de Dios, cuan-do el Señor vuelva glorioso desde el cielo (cf. 1 Cor 11, 26).

Día del Señorpara el hombre: el descanso y el preceptoAl recordar que la principal expresión de la Iglesia la realiza la celebración eucarística (cf. SC 41; LG 26), no po-

Cada domingo: fiesta en el Año de la MisericordiaEl domingo es la fiesta primordial de los cristianos (cf. SC 106). Así lo recuerda el Concilio Vaticano II, así lo ha tratado con gran profundidad el Magisterio de la Iglesia, y con este talante hemos de vivirlo en el presente Año de la Misericordia. Esta fiesta semanal, la más antigua de la Iglesia de Cristo, sigue y seguirá siendo nuestra fiesta. De ahí la necesidad de una continua catequesis sobre el tema.

demos tampoco olvidar que el descanso, una de las dimensiones de la fiesta, es un compo-nente ligado al domingo desde muy antiguo. La necesidad común de suspender las activi-dades semanales para un reposo restaurador de las fuerzas del cuerpo y del espíritu adquie-re desde la perspectiva de la fe un nuevo sig-nificado. El descanso dominical es una libera-ción de aquello que ata al ser humano a la tie-rra. El hombre tiene derecho a hacer una pau-sa y alegrarse del fruto de su trabajo. Por ello, la propuesta bíblica del descanso tiene hoy una especial importancia. Por la fe, el día de repo-so se convierte en un día consagrado al Señor: por ello hay que santificarlo como día de Dios. El descanso es un valor religioso y, por lo tan-to, profundamente humano. Por eso, en el do-mingo rezamos con todo su sentido en la Mi-sa: «Entonces contemplaremos tu rostro y ala-baremos por siempre tu misericordia».

Pero los cristianos no podemos vivir el día del Señor sin participar en la Eucaristía (cf. Hch 20,7; CIC 1246,1; 1247; CEC 2181). El precepto, de gran valor pedagógico, pone de manifiesto que la participación en la celebra-ción litúrgica no se deja al capricho de cada uno. Aunque, ciertamente, no basta con un mero cumplimiento externo, ya que el cris-tiano conoce el auténtico sentido de la ley y sabe que se ha de obrar movido por la fideli-dad y el amor al Señor. La celebración común de la Eucaristía dominical es un testimonio de pertenencia y de fidelidad a Cristo y a su Iglesia (cf. CEC 2182). Además, la misma reunión para los sagrados misterios nos per-mite entender lo que celebramos. Esta expe-riencia nos capacita para realizar en la vida cuanto se celebra en la liturgia y también pa-ra vivir esta jornada como «día de la Iglesia» o, lo que es lo mismo, como día de misericor-dia, de bondad, de verdad hacia los otros: de la Misa a las masas.

Manuel Glez. López-Corps, Pbro.

El domingo es un elemento irrenunciable

y característicode los cristianos

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Momento de la Comunión en la celebración de la Eucaristía dominical durante el Congreso Eucarístico Internacional (Dublín 2012).

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E ste premio, que fue creado en 1950, siempre se entrega en la ciudad alemana de Aquisgrán;

este año ha sido una excepción. Al ac-to asistieron numerosas personalida-des, entre ellas el rey Felipe VI y la canciller alemana Angela Merkel. Du-rante el mismo, el pontífice pronun-ció un importante dicurso, que publi-camos a continuación.

Discurso del papaIlustres señoras y señores: Les doy mi cordial bienvenida y gracias por su presencia. Agradezco especialmente sus amables palabras a los señores Marcel Philipp, Jürgen Linden, Mar-tin Schulz, Jean-Claude Juncker y Do-nald Tusk. Deseo reiterar mi inten-ción de ofrecer a Europa el prestigio-so premio con el cual he sido honra-do: no hagamos un gesto celebrativo, sino que aprovechemos más bien es-ta ocasión para desear todos juntos un impulso nuevo y audaz para este amado continente.

La creatividad, el ingenio, la capa-cidad de levantarse y salir de los pro-pios límites pertenecen al alma de Eu-

ropa. En el siglo pasado, ella ha dado testimonio a la humanidad de que un nuevo comienzo era posible; después de años de trágicos enfrentamientos, que culminaron en la guerra más te-rrible que se recuerda, surgió, con la gracia de Dios, una novedad sin pre-cedentes en la historia. Las cenizas de los escombros no pudieron extinguir la esperanza y la búsqueda del otro, que ardían en el corazón de los pa-dres fundadores del proyecto euro-peo. Ellos pusieron los cimientos de un baluarte de la paz, de un edificio construido por Estados que no se unieron por imposición, sino por la libre elección del bien común, renun-ciando para siempre a enfrentarse. Europa, después de muchas divisio-nes, se encontró finalmente a sí mis-ma y comenzó a construir su casa.

Esta «familia de pueblos» (Dis-curso al Parlamento Europeo, Estras-burgo, 25/11/2014), que entretanto se ha hecho de modo meritorio más amplia, en los últimos tiempos pare-ce sentir menos suyos los muros de la casa común, tal vez levantados apar-tándose del clarividente proyecto di-

señado por los padres. Aquella atmós-fera de novedad, aquel ardiente de-seo de construir la unidad, parecen estar cada vez más apagados; noso-tros, los hijos de aquel sueño, estamos tentados de caer en nuestros egoís-mos, mirando lo que nos es útil y pen-sando en construir recintos particu-lares. Sin embargo, estoy convencido de que la resignación y el cansancio no pertenecen al alma de Europa y que también «las dificultades pue-den convertirse en fuertes promoto-ras de unidad» (ibíd.).

En el Parlamento Europeo me per-mití hablar de la Europa anciana. De-cía a los eurodiputados que en dife-rentes partes crecía la impresión ge-neral de una Europa cansada y enve-jecida, no fértil ni vital, donde los grandes ideales que inspiraron a Eu-ropa parecen haber perdido fuerza de atracción. Una Europa decaída que parece haber perdido su capacidad generativa y creativa. Una Europa ten-tada de querer asegurar y dominar es-pacios más que de generar procesos de inclusión y de transformación; una Europa que se va atrincherando en

Premio Carlomagno

lugar de privilegiar las acciones que promueven nuevos dinamismos en la sociedad; dinamismos capaces de in-volucrar y poner en marcha todos los actores sociales (grupos y personas) en la búsqueda de nuevas soluciones a los problemas actuales, que fructi-fiquen en importantes acontecimien-tos históricos; una Europa que, lejos de proteger espacios, se convierta en madre generadora de procesos (cf. Evangelii gaudium, 223).

¿Qué te ha sucedido, Europa hu-manista, defensora de los derechos humanos, de la democracia y de la li-bertad? ¿Qué te ha pasado, Europa, tierra de poetas, filósofos, artistas, músicos, escritores? ¿Qué te ha ocu-rrido, Europa, madre de pueblos y na-ciones, madre de grandes hombres y mujeres que fueron capaces de defen-der y dar la vida por la dignidad de sus hermanos?

El escritor Elie Wiesel, supervi-viente de los campos de exterminio nazis, decía que hoy en día es impres-cindible realizar una «transfusión de memoria». Es necesario «hacer me-moria», tomar un poco de distancia del presente para escuchar la voz de nuestros antepasados. La memoria no solo nos permitirá que no se co-metan los mismos errores del pasado

(cf. Evangelii gaudium, 108), sino que nos dará acceso a aquellos logros que ayudaron a nuestros pueblos a supe-rar positivamente las encrucijadas his-tóricas que fueron encontrando. La transfusión de memoria nos libera de esa tendencia actual, con frecuencia más atractiva, a obtener rápidamen-te resultados inmediatos sobre arenas movedizas, que podrían producir «un rédito político fácil, rápido y efíme-ro, pero que no construyen la pleni-tud humana» (ibíd., 224).

A este propósito, nos hará bien evocar a los padres fundadores de Eu-ropa. Ellos supieron buscar vías alter-nativas e innovadoras en un contex-to marcado por las heridas de la gue-rra. Ellos tuvieron la audacia no solo de soñar la idea de Europa, sino que osaron transformar radicalmente los modelos que únicamente provoca-ban violencia y destrucción. Se atre-vieron a buscar soluciones multilate-rales a los problemas que poco a po-co se iban convirtiendo en comunes.

Robert Schuman, en el acto que muchos reconocen como el nacimien-to de la primera comunidad europea, dijo: «Europa no se hará de una vez, ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho» (Declaración del 9 de ma-yo de 1950, Quai d’Orsay, Paris). Pre-cisamente ahora, en este nuestro mun-do atormentado y herido, es necesa-rio volver a aquella solidaridad de he-cho, a la misma generosidad concre-ta que siguió al segundo conflicto

mundial, porque –proseguía Schu-man– «la paz mundial no puede sal-vaguardarse sin unos esfuerzos crea-dores equiparables a los peligros que la amenazan» (ibíd.). Los proyectos de los padres fundadores, mensajeros de la paz y profetas del futuro, no han sido superados: inspiran, hoy más que nunca, a construir puentes y derribar muros. Parecen expresar una fervien-te invitación a no contentarse con re-toques cosméticos o compromisos tortuosos para corregir algún que otro tratado, sino a sentar con valor bases nuevas, fuertemente arraigadas. Co-mo afirmaba Alcide De Gasperi, «to-dos animados igualmente por la pre-ocupación del bien común de nues-tras patrias europeas, de nuestra pa-tria Europa», se comience de nuevo, sin miedo, un «trabajo constructivo que exige todos nuestros esfuerzos de paciente y amplia cooperación» (Discurso a la Conferencia Parlamen-taria Europea, París, 21/4/1954).

Esta transfusión de memoria nos permite inspirarnos en el pasado pa-ra afrontar con valentía el complejo cuadro multipolar de nuestros días, aceptando con determinación el re-to de «actualizar» la idea de Europa. Una Europa capaz de dar a luz un nue-vo humanismo basado en tres capa-cidades: la capacidad de integrar, ca-pacidad de comunicación y la capa-cidad de generar.

Capacidad de integrarErich Przywara, en su magnífica obra La idea de Europa, nos reta a conside-

El pasado 6 de mayo, en la sala Regia del Vaticano, tuvo lugar la entrega del Premio Carlomagno al papa Francisco por su contribución a la paz y la comprensión, así como por «su compasión, su tolerancia, su solidaridad y su integridad a lo largo de su pontificado».

haz brillar un nuevo humanismo

Web del Premio Carlomagno: karlspreis.de/

¿Qué te ha sucedido, Europa humanista, defensora de los derechos humanos?

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rar la ciudad como un lugar de con-vivencia entre varias instancias y ni-veles. Él conocía la tendencia reduc-cionista que mora en cada intento de pensar y soñar el tejido social. La be-lleza arraigada en muchas de nuestras ciudades se debe a que han consegui-do mantener en el tiempo las diferen-cias de épocas, naciones, estilos y vi-siones. Basta con mirar el inestima-ble patrimonio cultural de Roma pa-ra confirmar, una vez más, que la ri-queza y el valor de un pueblo tiene precisamente sus raíces en el saber ar-ticular todos estos niveles en una sa-

na convivencia. Los reduccionismos y todos los intentos de uniformar, le-jos de generar valor, condenan a nues-tra gente a una pobreza cruel: la de la exclusión. Y, más que aportar gran-deza, riqueza y belleza, la exclusión provoca bajeza, pobreza y fealdad. Más que dar nobleza de espíritu, les aporta mezquindad.

Las raíces de nuestros pueblos, las raíces de Europa, se fueron consoli-dando en el transcurso de su historia, aprendiendo a integrar en síntesis siempre nuevas las culturas más di-versas y sin relación aparente entre

ellas. La identidad europea es, y siem-pre ha sido, una identidad dinámica y multicultural.

La actividad política es conscien-te de tener entre las manos este tra-bajo fundamental y que no puede ser pospuesto. Sabemos que «el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas», por lo que se tendrá siempre que trabajar para «ampliar la mirada para recono-cer un bien mayor que nos beneficia-rá a todos» (Evangelii gaudium, 235). Estamos invitados a promover una integración que encuentra en la soli-daridad el modo de hacer las cosas, el modo de construir la historia. Una solidaridad que nunca puede ser con-fundida con la limosna, sino como generación de oportunidades para que todos los habitantes de nuestras ciudades –y de muchas otras ciuda-des– puedan desarrollar su vida con dignidad. El tiempo nos enseña que no basta solamente la integración geo-gráfica de las personas, sino que el re-to es una fuerte integración cultural.

De esta manera, la comunidad de los pueblos europeos podrá vencer la tentación de replegarse sobre para-digmas unilaterales y de aventurarse en colonizaciones ideológicas; más bien redescubrirá la amplitud del al-ma europea, nacida del encuentro de civilizaciones y pueblos, más vasta que los actuales confines de la Unión y llamada a convertirse en modelo de nuevas síntesis y de diálogo. En efec-to, el rostro de Europa no se distin-gue por oponerse a los demás, sino por llevar impresas las características de diversas culturas y la belleza de vencer todo encerramiento. Sin esta capacidad de integración, las palabras pronunciadas por Konrad Adenauer en el pasado resonarán hoy como una profecía del futuro: «El futuro de Oc-cidente no está amenazado tanto por la tensión política como por el peli-gro de la masificación, de la unifor-midad de pensamiento y del senti-miento; en breve, por todo el sistema

de vida, de la fuga de la responsabili-dad, con la única preocupación por el propio yo» (Discurso a la Asamblea de los artesanos alemanes, Düsseldorf, 27/4/1952).

Capacidad de diálogoSi hay una palabra que tenemos que repetir hasta cansarnos es esta: diálo-go. Estamos invitados a promover una cultura del diálogo, tratando por to-dos los medios de crear instancias pa-ra que esto sea posible y nos permita reconstruir el tejido social. La cultu-ra del diálogo implica un auténtico aprendizaje, una ascesis que nos per-mita reconocer al otro como un in-terlocutor válido; que nos permita mirar al extranjero, al emigrante, al que pertenece a otra cultura como su-jeto digno de ser escuchado, conside-rado y apreciado. Para nosotros, hoy es urgente involucrar a todos los ac-tores sociales en la promoción de «una cultura que privilegie el diálo-go como forma de encuentro, la bús-queda de consensos y acuerdos, pe-ro sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones» (Evangelii gaudium, 239). La paz será duradera en la me-dida en que armemos a nuestros hi-jos con las armas del diálogo, les en-señemos la buena batalla del encuen-tro y la negociación. De esta manera podremos dejarles en herencia una cultura que sepa delinear estrategias no de muerte, sino de vida, no de ex-clusión, sino de integración.

Esta cultura de diálogo, que debe-ría ser incluida en todos los progra-mas escolares como un eje transver-sal de las disciplinas, ayudará a incul-car a las nuevas generaciones un mo-do diferente de resolver los conflictos

al que les estamos acostumbrando. Hoy urge crear coaliciones, no solo militares o económicas, sino cultura-les, educativas, filosóficas, religiosas. Coaliciones que pongan de relieve có-mo, detrás de muchos conflictos, es-tá en juego con frecuencia el poder de grupos económicos. Coaliciones ca-paces de defender a las personas de ser utilizadas para fines impropios. Ar-memos a nuestra gente con la cultu-ra del diálogo y del encuentro.

Capacidad de generarEl diálogo, y todo lo que este impli-ca, nos recuerda que nadie puede li-mitarse a ser un espectador ni un me-ro observador. Todos, desde el más pequeño al más grande, tienen un pa-pel activo en la construcción de una sociedad integrada y reconciliada. Es-ta cultura es posible si todos partici-pamos en su elaboración y construc-ción. La situación actual no permite meros observadores de las luchas aje-nas. Al contrario, es un firme llama-miento a la responsabilidad personal y social.

En este sentido, nuestros jóvenes desempeñan un papel preponderan-te. Ellos no son el futuro de nuestros pueblos, son el presente; son los que ya hoy con sus sueños, con sus vidas, están forjando el espíritu europeo. No podemos pensar en el mañana sin ofrecerles una participación real co-mo autores de cambio y de transfor-mación. No podemos imaginar Eu-ropa sin hacerlos partícipes y prota-gonistas de este sueño.

He reflexionado últimamente so-bre este aspecto, y me he pregunta-do: ¿Cómo podemos hacer partíci-pes a nuestros jóvenes de esta cons-trucción cuando les privamos del tra-bajo, de empleo digno que les permi-ta desarrollarse a través de sus manos, su inteligencia y sus energías? ¿Cómo pretendemos reconocerles el valor de protagonistas, cuando los índices de desempleo y subempleo de millones de jóvenes europeos van en aumen-

to? ¿Cómo evitar la pérdida de nues-tros jóvenes, que terminan por irse a otra parte en busca de ideales y sen-tido de pertenencia porque aquí, en su tierra, no sabemos ofrecerles opor-tunidades y valores?

«La distribución justa de los fru-tos de la tierra y el trabajo humano no es mera filantropía. Es un deber mo-ral» (Discurso a los movimientos popu-lares en Bolivia, Santa Cruz de la Sie-rra, 9/7/2015). Si queremos enten-der nuestra sociedad de un modo di-ferente, necesitamos crear puestos de trabajo dignos y bien remunerados, especialmente para nuestros jóvenes.

Esto requiere la búsqueda de nue-vos modelos económicos más inclu-sivos y equitativos, orientados no pa-ra unos pocos, sino para el beneficio de la gente y de la sociedad. Pienso, por ejemplo, en la economía social de mercado, alentada también por mis predecesores (cf. Juan Pablo II, Dis-curso al Embajador de la R.F. de Ale-mania, 8/11/1990). Pasar de una eco-nomía que apunta al rédito y al bene-ficio, basados en la especulación y el préstamo con interés, a una econo-mía social que invierta en las perso-nas creando puestos de trabajo y cua-lificación.

Tenemos que pasar de una econo-mía líquida, que tiende a favorecer la corrupción como medio para obte-ner beneficios, a una economía social que garantice el acceso a la tierra y al techo por medio del trabajo como ámbito donde las personas y las co-munidades puedan poner en juego «muchas dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo de capacidades, el ejer-cicio de los valores, la comunicación con los demás, una actitud de adora-

Busto de Carlomagno(siglo XIV). Foto: Beckstet.

La capacidad de levantarse y salir de los

propios límites pertenece al alma de Europa

Urge crear coaliciones no solo militares o económicas sino culturales y educativas

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ción. Por eso, en la actual realidad so-cial mundial, más allá de los intereses limitados de las empresas y de una cuestionable racionalidad económi-ca, es necesario que “se siga buscan-do como prioridad el objetivo del ac-ceso al trabajo […] para todos” (Be-nedicto XVI, Caritas in veritate,32» (Laudato si’, 127).

Si queremos mirar hacia un futu-ro que sea digno, si queremos un fu-turo de paz para nuestras sociedades, solamente podremos lograrlo apos-tando por la inclusión real: «esa que da el trabajo digno, libre, creativo, participativo y solidario» (Discurso a los movimientos populares en Boli-via, Santa Cruz de la Sierra, 9/7/2015). Este cambio (de una economía líqui-da a una economía social) no solo dará nuevas perspectivas y oportuni-dades concretas de integración e in-clusión, sino que nos abrirá nueva-mente la capacidad de soñar aquel humanismo del que Europa ha sido la cuna y la fuente.

La Iglesia puede y debe ayudar al renacer de una Europa cansada, pero

todavía rica de energías y de poten-cialidades. Su tarea coincide con su misión: el anuncio del Evangelio, que hoy más que nunca se traduce prin-cipalmente en salir al encuentro de las heridas del hombre, llevando la presencia fuerte y sencilla de Jesús, su misericordia que consuela y ani-ma. Dios desea habitar entre los hom-bres, pero puede hacerlo solamente a través de hombres y mujeres que, al igual que los grandes evangelizado-res del continente, estén tocados por él y vivan el Evangelio sin buscar otras cosas. Solo una Iglesia rica en testi-gos podrá llevar de nuevo el agua pu-ra del Evangelio a las raíces de Euro-pa. En esto, el camino de los cristia-nos hacia la unidad plena es un gran signo de los tiempos, y también la exi-gencia urgente de responder al Señor «para que todos sean uno» (Jn 17,21).

Con la mente y el corazón, con esperanza y sin vana nostalgia, como un hijo que encuentra en la madre Europa sus raíces de vida y fe, sueño un nuevo humanismo europeo, «un proceso constante de humanización», para el que hace falta «memoria, va-lor y una sana y humana utopía» (Dis-curso al Consejo de Europa, Estrasbur-go, 25/11/2014). Sueño una Euro-pa joven, capaz de ser todavía madre: una madre que tenga vida, porque respeta la vida y ofrece esperanza de

vida. Sueño una Europa que se hace cargo del niño, que como un herma-no socorre al pobre y a los que vie-nen en busca de acogida, porque ya no tienen nada y piden refugio. Sue-ño una Europa que escucha y valora a los enfermos y a los ancianos, para que no sean reducidos a objetos im-productivos de descarte. Sueño una Europa donde ser emigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano. Sueño una Eu-ropa donde los jóvenes respiren el ai-re limpio de la honestidad, amen la belleza de la cultura y de una vida sencilla, no contaminada por las in-finitas necesidades del consumismo; donde casarse y tener hijos sea una responsabilidad y una gran alegría, y no un problema debido a la falta de un trabajo suficientemente estable. Sueño una Europa de las familias, con políticas realmente eficaces, centra-das en los rostros más que en los nú-meros, en el nacimiento de hijos más que en el aumento de los bienes. Sue-ño una Europa que promueva y pro-teja los derechos de cada uno, sin ol-vidar los deberes para con todos. Sue-ño una Europa de la cual no se pue-da decir que su compromiso por los derechos humanos ha sido su última utopía. Gracias.

Papa Francisco

Solo una Iglesia rica en testigos podrá llevar de nuevo el Evangelio a las raíces de Europa

El premio Carlomagno también entrega anualmente un Premio a la Juventud.

Formación carismática

N o exenta de límites, la parro-quia es, como estructura que vertebra la presencia eclesial,

casa de formación y misión en don-de se generan nuevos cristianos que contribuyen a edificar la Iglesia en sa-lida que desea el papa Francisco.

La parroquia, nos dice el sucesor de Pedro en Evangelii gaudium, es «ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebra-ción. A través de todas sus activida-des, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización. Es comunidad de co-munidades, santuario donde los se-dientos van a beber para seguir cami-nando, y centro de constante envío misionero» (EG 28).

En el mismo ser de la parroquia incluimos la tarea de la iniciación cris-tiana, que es prioritaria para la reno-vación eclesial de nuestras comuni-dades. A través de la iniciación cris-tiana, la comunidad da a luz nuevos cristianos que, alimentados por la Pa-labra y por la celebración de los sacra-mentos, dan forma en su vida a aque-

llo que profesamos en el credo y que contemplamos en la vida de oración.

La parroquia, como nos dice el Directorio General para la Cateque-sis, es «el ámbito ordinario donde se nace y se crece en la fe» y está lla-mada a ser «casa de familia, frater-nal y acogedora, donde los cristia-nos se hacen conscientes de ser pue-blo de Dios» (DGC 257). Así pues, la parroquia es el lugar cotidiano pa-ra la formación y para generar «ca-tecismos vivos», en palabras del bea-to Manuel González.

Comunidad que acompañaEn Todos catequistas el apóstol de la Eucaristía nos exhorta a ser catecis-mos vivos y a anunciar el catecismo con nuestra vida. Eminentemente, ser catecismos vivos nos exige salir y anun-ciar, pero antes hemos de haber ex-perimentado cómo la comunidad cris-tiana nos ha acompañado y nos ha en-señado a nosotros el contenido y la grandeza de la fe.

Para ser transmisores de la fe he-mos de haber recibido previamente de la comunidad, de la parroquia, el con-tenido de la fe que, en palabras de D.

Manuel González son: «el credo, o sea, lo que debemos creer como cató-licos; mandamientos, o lo que debe-mos practicar como católicos; oración, o lo que debemos pedir como católi-cos, y sacramentos, o lo que debemos recibir para vivir en el tiempo y en la eternidad como católicos» (p. 83).

Este contenido del catecismo (el credo, los mandamientos, la oración y los sacramentos) ¿no se recibe y se vive sobre todo en la parroquia?

Para que en verdad la parroquia sea lugar de transmisión de la fe y, por tan-to, ámbito para la iniciación cristiana, tiene que, en este momento de nueva evangelización, emprender una tarea de renovación en vistas de la misión.

La parroquia, que está llamada a ser «fuente de la villa», en palabras de san Juan XXII, lo será si «es capaz de reformarse y adaptarse continua-mente… Esto supone que esté en con-tacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se convierta en una pro-lija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos» (EG 28).

Los miembros de la FER que vi-vimos la fe en nuestras parroquias es-tamos convocadosde igual modo a renovar y reforzar nuestra participa-ción en las mismas, para que realmen-te sean comunidad de comunidades en donde todos los carismas estén al servicio de la evangelización.

Sergio Pérez Baena , Pbro.

Parroquiay transmisión de la fe

En la era de las comunicaciones sociales y de la nueva evangelización, en donde estamos asistiendo a un florecimiento de iniciativas pastorales que, a la luz del Espíritu, promueven caminos nuevos en la transmisión de la fe, la Iglesia sigue apostando por la parroquia como lugar de vivencia y celebración prioritaria de la fe.

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Muy estimado Antonio Jesús, quiero felicitarte por tu tesis que tanto nos puede ayudar a valorar la santidad de nuestro beato,que supo ser buen pas-tor en medio de las dificultades que en aquel momento de nuestra histo-ria de España le tocó vivir. ¿Puedes compartir con los lectores de El Gra-nito lo que te movió a elegir a D. Ma-nuel para escribir la tesis?Lo que me motivó a embarcarme pa-ra estudiar y conocer en profundi-dad a don Manuel es, por una parte, el afecto que le profeso y, por otra, la constatación del resquemor que ensombrece su imagen y que aún queda latente en la memoria colec-tiva del pueblo, no porque ellos lo hayan vivido en primera persona, si-no por el rumor difamatorio trans-mitido de generación en generación. Lo pude confirmar en primera per-sona cuando a finales del año 2010 el Sr. obispo de la diócesis, don Je-sús Esteban Catalá Ibáñez, me nom-bró juez ad casum de la Comisión pa-ra la Causa de los Santos, donde se estaba estudiando una larga lista de sacerdotes, seminaristas y seglares que fueron martirizados durante los acontecimientos bélicos del año 1936 en defensa de la fe, y que por lo tan-to conocieron muy de cerca al pre-lado. Al interrogar a los testigos, fa-miliares o conocidos de los descen-dientes de los mismos, para que apor-taran documentación sobre estos pre-suntos mártires pude corroborar en carne propia la pervivencia de estos cuestionamientos negativos que opa-can su episcopado.

¿Puedes ponernos de relieve aquello que consideres de la tesis que puede

Resonancias en nuestra Iglesia de hoy

ayudar a conocer más a D. Manuel y a valorar la acción de Dios en él?Mi tesis consta de dos bloques: el pri-mero comprende una revisión histó-rico–biográfica y el segundo aborda un estudio filosófico sobre la simbo-logía del seminario malacitano, y otro léxico–semántico sobre tres símbo-los en la obra escrita: puerta, mirada y corazón.

En el primer bloque intento res-ponder a la laguna histórica que en-sombrece el perfil moral de don Ma-nuel González: en primer lugar, ¿aban-donó la diócesis o se vio obligado a salir de ella en el año 1931, cuando la Iglesia de Málaga vivía uno de sus peores momentos?; en segundo lu-gar, ¿hizo ademán de regresar a la dió-cesis de Málaga o prefirió quedarse en el exilio por miedo al rechazo del pueblo?; en tercer lugar, su clero ¿to-mó a mal o con recelo la salida del obispo de la diócesis en esos momen-tos tan trágicos de desconcierto, vién-dose como ovejas sin pastor?

Al adentrarme en profundidad en esta figura pude descubrir en él otras dos facetas que constituyen el segun-do bloque: la de pensador de su obra cumbre, el seminario diocesano de Málaga, y la del escritor. Tanto una como la otra respondían a la sensibi-lidad artística de su época. Pero so-bre todo la segunda recogía el pensa-miento teológico y las prácticas pia-dosas de entonces, valiéndose de un lenguaje asequible al pueblo. Duran-te muchos años fue leído en clave de-vocional, representativo de una for-ma de piedad propia de su tiempo, di-rigido no a una élite, sino a un desti-natario poco versado en letras, con destino simplón y poco valor estéti-

co. Respetando el progreso de la re-flexión teológica y los cambios en la lengua, hace tiempo me había llama-do la atención la gracia de sus dejes andaluces, la potencialidad evocado-ra de su lenguaje y, recientemente, la consideración de que detrás de esta obra escrita había mucho más que la reproducción de la piedad popular.

El seminario de Málaga, me parece, es un monumento pedagógico para la formación de los sacerdotes. ¿Po-drías compartirnos y hacernos gustar algo de su simbología?Los símbolos utilizados por don Ma-nuel en el seminario eran símbolos vivos de una sociedad tradicional que tenía la capacidad para reconocerlo e interpretar su significado. En esta obra muestra tener una sensibilidad artís-tica a tenor de los paradigmas del Con-cilio de Trento, una sensibilidad, ade-más, encarnada en la tradición artís-tica andalusí: el uso del bestiario sim-bólico de la fauna y de la flora, el ca-yado, la espiga, la uva, el buen pastor, el corazón, la mano humana. Estos símbolos han sido recreados por don

Manuel para deleitar y transmitir un mensaje catequético. Su actitud res-ponde al antiguo adagio empleado para obras literarias delectare et pro-desse. Probablemente, consciente de que todo símbolo, por su propia na-turaleza polivalente, tiene la capaci-dad para contener y evocar múltiples significados, y hasta sus contrarios, junto a cada uno de estos símbolos bestiales coloca una inscripción acla-ratoria para todos los que habrían de entrar a la capilla del seminario. Hay que decir que todo el conjunto arqui-tectónico constituye un gran símbo-lo: el gran Sagrario de Málaga que pu-diera ser divisado desde cualquier punto de la ciudad. El estudio del con-junto arquitectónico del seminario nos lleva a deducir que don Manuel fue un gran conocedor de las tradi-ciones greco–latina y judeo–cristia-na, como también de la Sagrada Es-critura y la patrística.

Mª del Carmen Ruiz, m.e.n.

«Entre algunos de sus discípulos, el Señor Jesús quiere elegir a algunos en particular, para que ejercitando públicamente en la Iglesia en su nombre el oficio sacerdotal a favor de todos los hombres, se continúe con su misión personal de maestro, sacerdote y pastor... Lleven a todos la Palabra de Dios, que ustedes mismos han recibido con alegría. Lean y mediten asiduamente la Palabra del Señor para creer aquello que han leído, enseñar aquello que han aprendido en la fe y vivir aquello que han enseñado... Deben tener siempre ante sus ojos el ejemplo del Buen Pastor, que no ha venido para ser servido, sino para servir; no para permanecer en sus comodidades, sino para salir y buscar y salvar aquello que estaba perdido» (papa Francisco, 26/4/2015).Queridísimo D. Manuel: En este mes de junio nos acercamos a tu querida Málaga para entrevistar a D. Antonio Jesús Jiménez, sacerdote formado en tu seminario y que ha hecho su tesis doctoral poniendo de relieve el amor que llenó toda tu vida y acciones. Te vemos como un buen pastor que supiste dar la vida por las ovejas a ti confiadas y que supiste vivir e infundir este amor en tus seminaristas.

Antonio Jesús Jiménez Sánchez, Postulador para la Causa de los Santos y párroco de Alfarnate y Alfarnatejo.

D. Manuel: Pastor con lenguaje asequible al pueblo

Así lo expresaba el beato Manuel

«Corazón de Jesús, siembra con sin-gular complacencia tus Hostias en las almas de los sacerdotes, y no dejes de sembrar y cultivar hasta que coseches sacerdotes–hostia, pastores buenos, prontos a dar la vida por sus ovejas. Pastores sin miedo a los lobos, olvi-dados de sí y con pasión y obsesión de salvar a sus ovejas» (Bto. Manuel González, Orar con el obispo de la Eu-

caristía, p. 59).

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A l acercarse tu Fiesta y tratar de copiar en el papel lo que el co-razón cargado de agradecimien-

to pugna por decir, siento siempre una sensación de indigencia, que me acibara tanto el placer de felicitarte.

Sí, siento la indigencia de mi ca-beza que no sabe elaborar ideas nue-vas; de mi corazón que no rompe en cariños nuevos; de mi imaginación que no compone cuadros nuevos; de mi lengua que no se mueve de un mo-do nuevo; y de mi pluma que no se torna en naturaleza mejor y se moja en tinta distinta de la que se moja pa-ra escribir cosas terrenas. Porque esa es el ansia de mi alma al llegar tu Día.

¡Tu Día! Sí, sí, en tu día quisiera yo pensar, que-rer, hablar, escribir de modo distinto y superior a todos los demás días del año, y de ese modo singular y extraor-dinario pasar todo el día felicitándote.

¡Cómo siento la pobreza del vo-cabulario humano que no tiene pala-bras que pertenezcan exclusivamen-te a Ti y que llama con la misma pa-labra, corazón, esa hoguera de cariño que llevas en el pecho y esta miseria de carne fría, egoísta y dura, que lle-vamos los hombres. Y con el mismo vocablo, amor, el fuego que de ahí sa-le purificador, abrasador y diviniza-dor, y este unas veces fuego que man-

cha, achicharra y destruye, y otras frío que endurece y mata.

¿Por qué, así como se ha escogido el aroma del incienso para honrarte a Ti sólo, no se han escogido o inven-tado o recibido del cielo palabras que solo sirvieran para nombrarte o ha-blar de Ti?

No las hay, Señor. La humildad de tu amor te ha llevado a aceptar nues-tros nombres comunes lo mismo que te ha llevado a aceptar nuestros dolo-res y miserias.

Pues ya que no en el lenguaje tu-yo sino en el común y vulgar nuestro, te quisiera decir, como se estila acá cuando se celebran los días, cuántas ternuras, alabanzas, protestas de ca-riño bueno, fiel y rendido puede de-cir una lengua de tierra y una pluma de tierra y sentir un corazón de tierra movidos unas y otros por un alma que ansía ser toda fuego de amor por Ti.

Yo quisiera...Corazón de Jesús, yo quisiera que el Día tuyo fuera el de mi mayor limpie-za de conciencia, de mi más ardiente amor, de mi fe más viva, de mi mejor Misa, de mi más íntima Comunión, de mi más pronta generosidad. En una palabra, el día más bueno de to-do mi año. ¿Sabes para qué? Para que, avasallada y adornada mi voz con los ecos de todas esas cosas para Ti tan

gratas, me oyeras mejor y metieras más adentro mis palabras de felicita-ción. Me lo concedes ¿verdad?...

¡Gloria, gratitud y petición al Co-razón de mi Jesús Sacramentado por este pobre Obispo y por todas las al-mas y obras que le has confiado!

¡Gloria, gratitud y petición singu-larmente por esos Misioneros euca-rísticos diocesanos que, con tu Nom-bre en sus bocas, con tu amor en sus corazones, tu ejemplo en sus vidas, tu gracia en su acción, tu cruz en sus hombros y tu semilla en sus huellas van haciendo buenos a los que eran malos, y mejores a los buenos, y es-parciendo por todos los ámbitos de la diócesis el buen olor de tu Evange-lio y de tu Eucaristía!

¡Gloria, gratitud y petición por esas Marías, las de mi diócesis, las de España, las del mundo, esas locas de tu Sacramento abandonado, esas re-volucionarias de las conciencias dor-midas, de los corazones duros y de las almas olvidadizas, esas incendiarias de los pueblos todo hielo para con el Jesús de sus Sagrarios, esas heroínas que, a fuerza de repetir heroicidades, han hecho vulgar lo heroico, esas... ¡Dios mío, otra vez, qué pobre es nues-tro vocabulario! ¿Cómo llamarlas con nombre propio? Y ¿cómo dar gracias cumplidas por esas mujeres y esas ha-zañas sin nombre?

¡Gloria, gratitud y petición por esos Discípulos de San Juan con su valor en pisotear respetos humanos y dar la cara por Ti! y pasarse las no-ches en vela para acompañarte en los Sagrarios sin hombres, y por esos Jua-nitos, de palabras graciosas, de requie-

Al Amo en su fiesta

¡Gloria, gratitud y petición!La fiesta y la celebración del mes del Sagrado Corazón Corazón de Jesús eran momentos muy especiales para el beato Manuel González, que dedicaba abundantes líneas de El Granito de Arena a saludar, agradecer, pedir y glorificar «al Amo», como él gustaba llamarlo. Ofrecemos el saludo que le dedicó, desde estas páginas, el 20 de junio de 1919.

bros ingenuos, de santas precocida-des. Y por esas escuelas de Huelva, con su internado de maestros y sus talleres de obreras y sus largas siem-bras y ya abundantes cosechas, y por esas Escuelas del Ave–María de los barrios de la Trinidad y de Huelin de Málaga, y por esas escuelitas de ca-rreteras, gérmenes de cristiandades en tierras que no te conocen y en las que todavía no ha clavado tu cruz ni se te ha levantado un altar.

¡Gloria, gratitud y petición por esos proyectos de mi seminario! O, mejor, tu seminario hoy todavía de papel y de deseos, pero pronto, muy pronto de hermosa realidad de pie-dra, de aires puros, de alturas visto-sas, de gracias de estilo y de la tierra, de santa fecundidad de hijos, de pe-rennes irradiaciones de tu Sagrario, en una palabra, de Seminario–Cus-todia que a todas horas y en todos los tonos y en mil maneras te esté can-tando el Tantum ergo de tu gloria y de sus agradecimientos y peticiones.

Y gloria, y mucho agradecimien-to, ¿por qué no?, por las cruces con que nos regalas, por las persecucio-nes con que nos purificas, por las es-pinas con que dejas que nos puncen los que están cerca y los tiros con que nos hieren los que están lejos.

¡Corazón de Jesús! Todo para gloria tuya, lo que nos le-vanta como lo que nos abate, lo que nos sigue como lo que nos persigue, lo que nos halaga como lo que nos duele...

Que Tú seas glorificado por nues-tras alegrías y por nuestras penas, por

nuestros triunfos y por nuestras de-rrotas, por nuestra fama y por nues-tra infamia, y que, velados nuestros ojos por las lágrimas, te vean; y apa-gada nuestra voz por la fatiga, te acla-me, y extenuados nuestros miembros por el constante luchar, y agotado nuestro corazón por el angustioso

querer sin ser querido, todavía les que-de fuerza para bendecir a los ingratos y rezar por ellos el Padrenuestro de la santificación de tu Nombre y del per-dón de nuestros deudores.

Fíat, fíat, fíat. AménManuel, Obispo de Olimpo

El Granito de Arena, 20/6/1919

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L as reflexiones que presentamos a continuación quieren ser una mi-rada y aproximación a la experien-

cia carismática del beato Manuel Gon-zález. Nos acercaremos a ella no como algo que ha tenido su momento, sino como algo que se inserta en el presen-te de Dios y por eso tiene que ver con la vida de cada uno de nosotros. «La vida de los santos no comprende solo su biografía terrena, sino también su vida y actuación en Dios después de la muerte. En los santos es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace real-mente cercano a ellos» (DCE 42).

Un don, un carisma, el que recibe y acoge don Manuel, que a lo largo de los años se ha vivido y comparti-do con un fondo de sabiduría, de ex-periencia de Dios y de humanidad, y hoy sigue siendo fuente viva, porque todo carisma tiene su origen en el Es-píritu que es Señor y dador de vida.

El beato Manuel González, recién ordenado sacerdote, soñaba con ser párroco de un pueblo de costumbres sanas y vida sencilla. Sin embargo, la vocación no se realiza según un esque-ma preestablecido. Es una llamada del Señor, es el misterio de la elección di-vina, es la libre y gratuita revelación de Dios, en la manifestación de su plan salvífico: «Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te cons-tituí profeta de las naciones» (Jer 1,5).

Y en este contexto, a los pocos me-ses de ser ordenado sacerdote acoge la gracia que determinará toda su vi-da y todo su ministerio sacerdotal. Él mismo describe este encuentro con Cristo Eucaristía donde recibe un gol-pe de luz y una señal decisiva para su vida: «No huí. Allí me quedé un ra-to largo y allí encontré mi plan de mi-sión y alientos para llevarlo a cabo. Pero sobre todo encontré... Allí, de rodillas, mi fe veía a un Jesús tan ca-llado, tan paciente, tan bueno, que me miraba… que me decía mucho y me pedía más. Yo no sé que nuestra reli-gión tenga un estímulo más podero-so de gratitud, un principio más efi-

caz de amor, un móvil más fuerte de acción» (OO.CC. I, nn. 15; 17).

Más allá de las circunstancias am-bientales de abandono y falta de cui-dado en que se encontraba la parro-quia de Palomares del Río, y especial-mente el Sagrario, lo decisivo para el beato Manuel González fue una mi-rada que le decía mucho y le pedía más, porque solo el encuentro con la Presencia Viva es lo que puede cam-biar y transformar una vida.

A lo largo del tiempo ha prevale-cido, tal vez con cierta desproporción, el recuerdo del contexto externo que marcó su experiencia carismática y, por el contrario, ha podido quedar un tanto ensombrecido y menos desa-rrollado el fundamento y la razón úl-tima de dicha experiencia, que es Cris-to Sacramentado y su proyecto de amor, una Presencia abandonada –co-mo recuerda don Manuel– con unas «ganas infinitas de querer y una an-gustia, infinita también, por no en-contrar quien quisiera ser querido» (OO.CC. I, n. 15) .

He estructurado esta ponencia en tres partes. La primera titulada: «Un binomio inseparable: Evangelio y Eu-caristía», relación vivida por el bea-to con singular intensidad. La segun-da: «El encuentro de dos libertades», sitúa la realidad que descubre ante esa mirada que le decía mucho y que le pedía más, así como las consecuen-cias que de ahí se derivan. Y, por úl-timo: «Eucaristizar, una nueva pro-puesta para la reparación», marca el camino a seguir, un itinerario que lle-va a vivir el amor reparador y el desa-fío de la gratuidad.

Si nos acercamos al beato Manuel González, a su experiencia carismá-

Ponencia de la Hna. Mª Teresa Castelló

En el I Congreso Internacional Beato Manuel González, la Hna. Mª Teresa Castelló Torres, Vicaria general de la Congregación de Misioneras Eucarísticas de Nazaret, ofreció su reflexión sobre la gracia carismática del fundador de la Familia Eucarística Reparadora. Ofrecemos la primera parte.

tica, es porque sigue siendo actual, porque sigue siendo contemporáneo de cada generación: «es la consecuen-cia de su profundo arraigo en el eter-no presente de Dios» (OD 3). Y por-que gracias a la Eucaristía, gracias a este centro y corazón, los santos han vivido, llevando de modos y formas siempre nuevos, el amor de Dios al mundo. Gracias a la Eucaristía, la Igle-sia renace siempre de nuevo (cf. Be-nedicto XVI, Homilía, 7/5/2005).

1. Un binomio inseparable: Evangelio y EucaristíaCuando nos encontramos en presen-cia de un carisma, estamos ante la ac-ción del Espíritu Santo que guía a su Iglesia, renovándola interiormente mediante una mayor adhesión a Cris-to y haciendo que brille de modo es-pecial algún rasgo de su imagen. En el caso del beato Manuel González fue Cristo en el Misterio Eucarístico. Un misterio que fue esbozando y pro-fundizando con la Palabra de Dios, especialmente con el Evangelio.

Para él este binomio, Evangelio y Eucaristía, son como vasos comuni-cantes, igual que el agua sube en los vasos a la vez, y están relacionados el uno con el otro, don Manuel dice que las dos realidades que más ama son: «¡La Eucaristía y el Evangelio! ¡Aque-lla por lo que es y este por lo que cuen-ta! ¡Qué dentro del espíritu de la san-ta Madre Iglesia y de su sentir tradicio-nal me siento cuando dedico la activi-dad de mi pluma, de mi pensamiento y de mi corazón a meter en mi alma y en la de los fieles los dos grandes amo-res cristianos!» (OO.CC. I, n. 379).

Esta íntima relación entre el Cuer-po eucarístico y el Evangelio, san Je-

rónimo , el gran conocedor de la Sa-grada Escritura, el Padre de las cien-cias bíblicas, lo afirmaba en su tiem-po cuando expresaba: «Yo pienso que el Evangelio es el Cuerpo de Cristo». De hecho, «Palabra y Eucaristía se pertenecen tan íntimamente que no se puede comprender la una sin la otra: la Palabra de Dios se hace sacra-mentalmente carne en el aconteci-miento eucarístico» (VD 55).

En la copiosa y diversificada pro-ducción de sus escritos, don Manuel advierte siempre su preferencia por el Evangelio y la Eucaristía –Corazón de Jesús y Sagrario–. Sin duda alguna no se trata de realidades distintas, de dimensiones contrapuestas, es el mis-mo Cristo quien se hace presente, co-mo él mismo afirma: «En el Sagrario vive el mismo Jesús de Jerusalén y Na-zaret, con su mismo Corazón tan lle-no, tan rebosante de virtud de sanar y tan abierto para que salga perenne-mente a favor de todos» (OO.CC. I, n. 409). Esta relación era vivida por él con singular intensidad; se hallaba plenamente convencido de que de-trás de la puerta del Sagrario «vive el Jesús del Evangelio con todo su po-der, con todo su Corazón, con toda su misericordia» (OO.CC. I, n. 5).

«En el lenguaje bíblico el “cora-zón” indica el centro de la persona, la sede de sus sentimientos y de sus in-tenciones. En el corazón del Reden-tor adoramos el amor de Dios a la hu-manidad, su voluntad de salvación uni-versal, su infinita misericordia» (Be-nedicto XVI, Ángelus, 5/6/2005). No es una «cosa» la que se nos hace pre-sente: es una persona viva la que se ha-ce donación para unas personas vivas.El corazón no solo es el símbolo de

la totalidad del ser humano, sino que a lo largo de la historia va a ir adqui-riendo un valor que permite contem-plarlo como centro integrador de la persona . Teniendo en cuenta esto, se comprende que el beato Manuel Gon-zález tenga tanto interés en que a Je-sús Eucaristía se llegue y se le conoz-ca a través de su Corazón.

A Cristo, como a toda persona, no se le comprende como a una idea, no se maniobra con él como se manipu-la un objeto, no es demostrado como un postulado sino reconocido como un sujeto, aceptado como gracia y co-rrespondido en amor. Y para com-prenderle hay que conocerle. Don Manuel así lo expresa: «¡Conocer a Jesús! ¡Conocerlo y darlo a conocer todo lo más que se pueda! He aquí la suprema aspiración de mi fe de cris-tiano y de mi celo de sacerdote, y la que quisiera que fuera la única aspi-ración de mi vida (…) En la tierra, mientras más nos acerquemos por el estudio, la oración, la fe y la contem-plación a su conocimiento, ciertamen-te, más irresistiblemente lo amare-mos». Y llegar a «conocer a Jesús co-nociendo su Corazón» (OO.CC. I, n. 234; 237), ya que solo con el cora-zón se conoce verdaderamente a una persona .

Durante toda su vida el beato Ma-nuel González persiste en la idea de que el camino para llegar a conocer a Cristo, para conocer su Corazón, nos

«Una mirada que decía mucho y pedía más»

Hna. Mª Teresa Castelló, m.e.n.

Don Manuel narra su experiencia: «No huí... mi fe veía a un Jesús que me miraba»

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lo presenta el Evangelio. Así nos lo describe: «¿Quién puede llegar o en-señar a acercarnos? (…) ¿Cómo? ¿En dónde encontrar ese guía? ¡En el Evan-gelio!». Llegó incluso a afirmar que «a través de cada palabra del Evange-lio de Jesús, puede verse y sentirse su Corazón». Es un Corazón –continúa don Manuel– que «está… amando, perdonando, alimentando… ¡Qué cierto es todo eso…! Y todavía más cierto (…), si añades, al verbo, este adverbio: Siempre… No es un capri-cho mío, no es un deseo de mi cora-zón, es una exigencia del Evangelio» (OO.CC. I, nn. 239; 245; 485). Este deseo suyo sigue siendo una llamada a los hombres de hoy, a través de las palabras de la Iglesia.

El papa Benedicto XVI en esta mis-ma línea de pensamiento señala: «Di-ría que el primer punto para encon-trarnos con Jesús, para tener expe-riencia de su amor, es conocerlo. Co-nocer a Jesús implica varios caminos. Una primera condición es conocer la figura de Jesús como aparece en los Evangelios» (Benedicto XVI, Discur-so, 25/3/2010).

Y el papa Francisco, convencido también de esta necesidad, expresa: «El Evangelio te hace conocer a Je-sús verdadero y vivo; te habla al co-razón y te cambia la vida, eres otro, has renacido. Has encontrado lo que da sentido, sabor y luz a todo, tam-bién a las fatigas, los sufrimientos, también a la muerte» (papa Francis-co, Ángelus, 27/7/2014).

Un conocimiento que aúna, al mis-mo tiempo, las dimensiones cogniti-vas y afectivas más hondas, y que arras-tra como consecuencia ineludible a amar y servir. Es decir, que se trata de un conocimiento que moviliza y po-

ne en marcha un dinamismo de vida. Porque, efectivamente, se puede co-nocer a alguien sin que ese alguien movilice nada en el interior, ni tenga repercusión de algo en el propio es-tilo de vida. El conocimiento interno de Jesús, como nos recuerda san Ig-nacio, es para más amarle y servirle y desemboca necesariamente en una praxis particular.

La centralidad del Evangelio y la Eucaristía y las referencias que de ahí se derivan son ciertamente el tema central de la espiritualidad del beato Manuel González. El Evangelio leído a la luz de la lámpara del Sagrario, el Evangelio perpetuado en la fuerza del amor eucarístico.

2. El encuentro de dos libertadesEl beato Manuel González no se con-tenta con hacer crónica de la ilumi-nación que recibe ante el Sagrario de la parroquia de Palomares del Río y que, sin duda alguna, marcará toda su vida y misión. Inmerso en Cristo, en aquel aspecto particular que es tam-bién Cristo entero inmerso en su pa-labra, en aquella palabra determina-da que es también todo el Evangelio, mide desde allí, como el profeta de la Alianza, los hechos y las situaciones.

¿Por qué esa mirada que le decía mucho y le pedía más?: «Allí, de ro-dillas (…), mi fe veía a través de aque-lla puertecilla apolillada, a un Jesús tan callado, tan paciente, tan desaira-do, tan bueno, que me miraba».

Esa mirada le hace traer a la me-moria algunas escenas evangélicas: «Una mirada en la que se reflejaba todo lo triste del Evangelio: lo triste del “no había para ellos posada en Be-lén”. Lo triste de aquellas palabras del Maestro: “Y vosotros, ¿también que-réis dejarme?”. Lo triste del mendigo Lázaro pidiendo las migajas sobran-tes de la mesa del Epulón. Lo triste de la traición de Judas, de la negación de Pedro, de la bofetada del soldado, de los salivazos del pretorio, del aban-

dono de todos...» (OO.CC. I, n. 15).Esta situación con la que se encuen-tra el beato Manuel González nos re-mite al contexto en el cual fue insti-tuida la Eucaristía. Los relatos evan-gélicos nos presentan este momento de despedida de Jesús, marcado por circunstancias adversas, las cuales hi-cieron de ella uno de los mayores con-textos de ruptura, abandono y sole-dad que podamos imaginar.

La Eucaristía es, por tanto, insti-tuida por Jesús en un contexto de trai-ción interna, llevado a cabo por un miembro del grupo (cf. Lc 22,2-6), que es la culpa más contraria al amor, más contraria a todo dinamismo de alianza, la culpa que hiere más cruel-mente el corazón ; aparecen también envidias y falsos testimonios, en la sombra y en lo secreto (cf. Mc 14,55-57); se encuentra con la falsa dispo-nibilidad de los amigos (cf. Mt 26,31-35), a lo que se une el anuncio de la negación de uno de ellos (cf. Jn 13,37-38; 18,25-27), de abandono y de dis-persión (cf. Jn 16,32). Jesús también sufre las incomprensiones de sus ami-gos, que en estas últimas horas apa-recen como quienes no han entendi-do nada (cf. Lc 22,26-27). Contexto, por tanto, de dispersión, de división, de separación y traición, de fragmen-tación, de quiebra y abandono.

En el cenáculo de Jerusalén, en una noche cargada de íntima emo-ción, donde se fragua la gran batalla entre el amor que se da sin medida y el misterio que se cierra en su hosti-lidad, podemos contemplar el esplen-dor de la redención en el don incon-mensurable de la Eucaristía, don que no fue acogido por todos. Y en el Sa-grario de Palomares del Río, don Ma-nuel contempló la libertad infinita de Dios que se inclina hacia la libertad finita del hombre, contempló el acon-tecimiento central de la salvación abandonado; allí encontró su cenácu-lo. Consciente de esta realidad escri-be: «El abandono es el mal de los que saben que Jesús tiene ojos y no se de-

jan ver de ellos. Y oídos y no le ha-blan. Y manos y no se acercan a reco-ger sus regalos. Y Corazón que les ama ardientemente, y no lo quieren ni le dan gusto. Y doctrina de toda verdad y la desdeñan o la interpretan a su ca-pricho. Y ejemplos de vida y no los copian. ¡Es el mal de próximos y ami-gos!» (OO.CC. I, n. 150).

Él está convencido de que el aban-dono de la Eucaristía es la manifesta-ción de la indiferencia y el alejamien-to ante el don de Dios, que influye ne-gativamente en la vida: «Tengo la per-suasión firmísima de que práctica-mente el mayor mal de todos los ma-les y causa de todo mal, no solo en el orden religioso, sino en el moral, so-cial y familiar, es el abandono del Sa-grario. Si no hay otro Nombre en el que pueda haber salvación fuera del nombre de Jesús. Si la sagrada Euca-ristía, adorada, visitada, comulgada y sacrificada es la aplicación de esa sa-lud y, por tanto, la fuente más abun-dante de gloria para Dios, de repara-ción por los pecados de los hombres y de bienes para el mundo, el abando-no de la sagrada Eucaristía, al cegar la corriente de esa fuente, priva a Dios de la mayor gloria que de los hombres puede recibir y a estos de los mayo-res y mejores bienes que de Dios pue-den esperar» (OO.CC. I, n. 80).

Percibimos en los escritos de don Manuel un especial interés por los más cercanos, por los que conocen pero no celebran bien y no viven co-herentemente aquello que dicen co-nocer. Y a estos se refiere cuando ha-bla del abandono de los Sagrarios acompañados: «El Corazón de Jesús suele estar abandonado en sus Sagra-rios acompañados por la escasa com-pañía de presencia corporal y espiri-tual, por la débil compañía de imita-ción, por la fría compañía de compa-sión, por la rarísima compañía de la confianza filial y afectuosa» (OO.CC. I, n. 210). También el abandono lo refleja en lo que él define los Sagra-rios–Calvarios, unos Sagrarios sin tér-

mino de la acción, porque Jesús allí está alimentando, perdonando, ense-ñando, consolando, siempre, y no hay quien quiera recibir esa acción.

En la Última Cena, Jesús vive el momento culminante de su experien-cia terrena: la máxima entrega en el amor a su Padre en la cruz y a noso-tros expresada en su sacrificio, que anticipa en el cuerpo entregado y en la sangre derramada.

Asimismo, la Eucaristía hace pre-sente constantemente a Cristo resu-citado, que se sigue entregando a no-sotros, llamándonos a participar en la mesa de su Cuerpo y su Sangre. De la comunión plena con Él brota cada uno de los elementos de la vida de la Iglesia, en primer lugar la comunión entre todos los fieles, el compromiso de anuncio y de testimonio del Evan-gelio, y el ardor de la caridad hacia to-dos, especialmente hacia los abando-nados, los pobres y los pequeños.

Cristo nos deja el memorial de es-te momento culminante, no de otro, aunque sea espléndido y estelar, co-mo la transfiguración o uno de sus milagros. Es decir, deja en la Iglesia el memorial–presencia de ese mo-mento supremo del amor y del dolor en la cruz, que el Padre hace perenne y glorioso con la resurrección. «Este sacrificio es tan decisivo para la sal-vación del género humano, que Jesu-cristo lo ha realizado y ha vuelto al

Padre solo después de habernos de-jado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presen-tes» (EdE 11).

Dios se inclina ante el hombre , y no siempre este último es capaz de reconocerle (cf. Lc 24,16), es más, es capaz de abandonarle. En la actuali-dad sabemos muy bien que no todos los hijos de Dios que son invitados a la salvación y a la comunión se sien-tan en la mesa eucarística. «¡Quedan aún tantos abandonos pesando sobre el Corazón de Jesús Sacramentado...!» (OO.CC. I, n. 730).

Cada celebración nos permite ve-rificar cuántos sitios están todavía va-cíos y cuántos hermanos faltan a la llamada, o porque todavía no cono-cen el Evangelio de la Eucaristía o bien porque sigue siendo para ellos indiferente. Por ello, como nos recuer-da el Documento de Aparecida: «No podemos quedarnos tranquilos en es-pera pasiva en nuestros templos (…) que hemos sido salvados por la vic-toria pascual del Señor» (n. 548). «Junto a los signos positivos de fe y amor eucarístico no faltan sombras (…) La Eucaristía es un don dema-siado grande para admitir ambigüe-dades y reducciones» (EdE 10). Por eso «no podemos guardar para no-sotros el amor que celebramos en el Sacramento» (SaCa 84).

Mª Teresa Castelló Torres, m.e.n.

Para Don Manuel el abandono

es la indiferenciaante el don de Dios

Sagrario de la iglesia de Palomares del Río tal como se encuentra hoy.

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La canonización en el horizonte

Eminencia, entiendo que al presen-tarse un presunto milagro hay tres co-misiones que deben analizarlo: la co-misión médica, la de teólogos, y la de cardenales y obispos. ¿Cuál es la mi-sión de esta última comisión, de car-denales y obispos, en el proceso de aprobación de un milagro? ¿Qué ele-mentos deben tener en cuenta para dar su voto favorable?Al examinar los presuntos milagros, la Congregación para las Causas de los Santos procede con muchísima serie-dad. El estudio conlleva una serie de trámites, entre los que tiene especial importancia la parte médica. Final-mente, examina el caso la comisión de los cardenales y obispos miembros de la Congregación. Estos reciben, junto con la carta en la que se les convoca un día determinado, la documenta-ción completa del caso y un folleto con una síntesis en la que se destacan las partes más relevantes de los análisis, así como de las posibles dificultades.

Usted ha sido el ponente de la causa del beato Manuel González García en la sesión ordinaria de cardenales y obispos. ¿Nos explica cuál es la fun-ción del ponente?Se designa un cardenal o un obispo de entre los miembros de la Congre-gación, el cual es llamado ponente y se encarga de presentar el caso y ex-presar su propio parecer. Después de esto tienen lugar las intervenciones de todos los presentes, que se adhie-

ren o no a las conclusiones del po-nente y presentan sus propios pun-tos de vista.

El ponente presenta los rasgos esenciales del perfil biográfico del bea-to, es decir, describe lo fundamental del caso que se está examinando, ex-pone las pruebas, el dictamen médi-co (diagnosis de la sanación, progno-sis, terapia, sanación) y la evaluación teológica. Por último, formula su con-clusión, emite su propio voto pidien-do también la adhesión de los otros miembros, y se propone la presenta-ción de todo al santo padre.

¿Conocía anteriormente la figura de este beato español? ¿Qué rasgos de su vida y espiritualidad le impactaron más? ¿Cuáles le parece que pueden ser más significativos para la sociedad y la Iglesia actual?No conocía anteriormente la figura de don Manuel González García, pe-ro apenas lo he conocido a través de la documentación me ha fascinado verdaderamente. La dedicación a la formación de los seminaristas y a la atención del clero, junto al inmenso amor hacia la Eucaristía, constituye siempre garantía de un vivo sentido de la identidad sacerdotal y de la ca-ridad pastoral. Personalmente, he pres-tado por mucho tiempo servicio en la Congregación para el Clero (des-de el 1990 al 2003 y desde el 2007 al 2013, como Oficial, como Jefe de Ofi-cio, como Subsecretario, Secretario y

Prefecto). He podido comprender bien que cualquier impulso de refor-ma, en el sentido católico de la pala-bra, no puede sino partir de sacerdo-tes renovados continuamente en el espíritu, de sacerdotes que sean total-mente sacerdotes, conscientes de ser otros Cristos. Solo así, con el corazón según el Corazón de Cristo, se pue-de incendiar la sociedad con el fuego del amor. ¿Y de dónde se obtiene la chispa que hace a este fuego encen-derse? De la Eucaristía: de la santa Misa y de la adoración de la Presen-cia Real de Jesús en el Santísimo Sa-cramento del altar. Allí, el sacerdote aprende que el cuerpo y la sangre de-rramados obligan entonces espiritual-mente también al celebrante a darse a sí mismo, todo él mismo por la sal-vación de sus hermanos y hermanas. En efecto, no se hace el sacerdote, si-no se es sacerdote.

Don Manuel González decía que exis-tían «santos de escaparate» (los pri-meros que se ven para la venta en una tienda de imágenes de santos) y san-tos de los que están guardados en el almacén de las tiendas. Ambos son santos, pero unos más visibles que otros. Él no quería ser santo de esca-parate sino de «almacén». En cierto modo, con su canonización, el papa Francisco lo hará un santo de escapa-rate. ¿Qué implica su canonización para quienes nos sentimos especial-mente vinculados al carisma eucarís-tico–reparador este reconocimiento por parte de la Iglesia?La obra de las Tres Marías para hacer compañía a Jesús en el Sagrario y la fundación del Instituto de las Reli-

giosas Misioneras Eucarísticas de Na-zaret son asimismo expresiones de un sacerdocio desbordante, hablan de un admirable sentir con la Iglesia, o más bien un sentir la Iglesia, que es prolongación de Jesús en el tiempo. Estas fundaciones nos dicen cómo el obispo González García ha sentido y vivido el sentido de la sustitución vi-caria y de la reparación, que son la ca-racterística esencial del sacerdocio.

El beato Manuel González García de-dicó muchas de sus fuerzas al clero y a la formación del mismo, así como de los seminaristas. ¿Considera ac-tual su enseñanza sobre el perfil del sacerdote?Usted me pregunta qué mensaje con-creto puede llegar de nuestro beato a los sacerdotes y obispos de nuestro tiempo, que se encuentran en el tor-bellino de los compromisos. Sacer-dotes de ayer, sacerdotes de hoy, sacer-dotes de mañana: sí, es justo prestar atención al tiempo y a las diversas si-tuaciones y circunstancias, pero yo quisiera hablar de lo que trasciende los tiempos. Ser sacerdotes es ser Cris-to, y Cristo es Aquel que expía por los otros, es Aquel que implora por to-dos y obtiene. En los monumentos, el que debe ser recordado está en la cima del pedestal; aquí, en cambio, el sacerdote está bajo el pedestal y lleva su peso. El sacerdote eleva ese peso a Dios con la oración. Y es esto a lo que está llamado a hacer en la Eucaristía: la ofrenda de Cristo y de toda la Igle-sia. En el instante en que eleva a Dios a Su Hijo, eleva, con el Hijo, también a toda la humanidad que, por medio del sacerdote, debe ser salvada. Sí,

también por medio suyo, de su mi-nisterio, que lo asocia íntimamente a Cristo Salvador. Esta es la oración del sacerdote. Es cierto que el único sal-vador del mundo es Dios, pero esta oración obtiene de Dios la salvación.

Dirigiendo la mirada hacia la tarea pastoral de nuestros pastores, obis-pos y sacerdotes, ¿qué mensaje con-creto podría estar diciendo el Señor a través de un santo obispo que es eminentemente eucarístico?El beato Manuel González con su ejem-plo nos predica que actualmente se cree demasiado en la actividad huma-na, demasiado, en modo despropor-cionado, hasta terminar en una espe-

cie de pelagianismo. La actividad del hombre vale algo si en ella se hace pre-sente la oración que une a Dios, vale si está impregnada de esta caridad. De todo esto se desprende además que el sacerdote no puede no ser víctima, porque es Cristo, el cual ha unido en su persona el sacerdocio y la víctima. En los sacrificios paganos, el sacerdo-te sacrifica a otra persona; en el cris-tianismo se sacrifica a sí mismo.

He ahí la gran advertencia de nues-tro beato: no hay posibilidad alguna de sacerdocio si no es mediante la in-molación de sí mismo, inmolación que el sacerdote vive en el continuo don de su propio ser.

Mónica M. Yuan Cordiviola, m.e.n.

El pasado 1 de marzo se reunía una comisión de cardenales y obispos para estudiar, entre otros, un presunto milagro atribuido a la intercesión deñ beato Manuel González. Entrevistamos al cardenal Mauro Piacenza, que fue su ponente.

«Me fascinó la figura del beato Manuel»

Card. Mauro Piacenza.

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E l 4 de junio, sábado, se celebra, este año, la memoria litúrgica del Inmaculado Corazón de la Virgen María, que tan vincu-

lado está a la solemnidad del Sagra-do Corazón de Jesús. Memoria en la que damos gracias al Padre de la Mi-sericordia por haber constituido en el corazón de la Virgen María una digna morada del Verbo Encarnado, donde el Espíritu Santo fecundó su seno virginal para que la Palabra eter-na se hiciera hombre. En esta memo-ria pedimos al Padre, por intercesión de la Virgen, que también nosotros lleguemos a ser templos dignos de la gloria celeste.

Escuchemos al beato ManuelDe la mano de D. Manuel González contemplamos cómo la Virgen Ma-ría nos lleva a Jesús, nos adentra en el misterio de la Eucaristía, nos encien-de en el fuego del Espíritu, nos ayu-da a gozar del amor infinito del Padre hacia cada uno de sus hijos: «Y co-mo a nadie tiene tanta cuenta encen-der ese fuego de compasión, ni nadie ha ardido y arde tanto en él como Ma-ría Inmaculada, Madre del divino Abandonado y Maestra de las Marías, por eso he querido que sea Ella la que nos enseñe y acompañe a comulgar como Marías» (OO.CC. I, n. 1178).

Nuestro beato Manuel González sabía muy bien cómo la Virgen María nos lleva de su mano a Jesús y nos des-pierta la finísima sensibilidad por el mayor de los abandonos: Jesús Sacra-mentado, olvidado en el sagrario. Así se lo dice a la Virgen: «Madre queri-da: saben muy bien tus Marías que ese mal del abandono que padece tu Hi-jo Sacramentado es una pena tan hon-da, una ofensa tan grave y una injusti-cia tan inicua, que sus lágrimas y ge-midos de compasión y reparación, por muy abundantes y ardientes que sean, por sí solos no valen para aliviar pena tanta, reparar ofensa tan negra y rei-vindicar injusticia tan irritante. ¡Al fin y al cabo, lágrimas y gemidos de tierra pecadora!» (OO.CC. I, n. 1178).

Ante tanto abandono que también se da hoy, este tiempo de adoración eucarística ha de ser un maravilloso acompañamiento a Jesús Sacramen-tado, de la mano y protección de Ma-ría, llorando como lloraba Ella al pie de la cruz, alegrándonos como Ella se llenó de alegría al ver a su Hijo Re-sucitado, amándolo como Ella lo ama-ba, con todo el corazón, con toda el alma, con todas nuestras fuerzas.

Oración inicialOh Padre de Misericordia, cuya cari-dad y perdón no tienen límites, ayú-

danos, por intercesión de la Virgen María, Reina y Madre de la Miseri-cordia, a experimentar tu bondad en la tierra para alcanzar tu gloria en el cielo. PNSJ.

Escuchamos la PalabraMt 14, 13-21.

Comieron y se saciaronAl igual que aquella muchedumbre quedó saciada después del milagro de los panes y los peces, signo y antici-po de la Eucaristía, así también hoy quienes comulgamos con frecuencia a Cristo quedamos saciados por su amor sin límites, su presencia trans-formadora, su donación completa por nosotros. Así nos lo comunica D. Ma-nuel: «Ya estás aquí, divino Multipli-cador, ¿qué has traído a mi alma esta mañana? ¡Pan vivo! ¡Pan que no está amasado con trigo, sino con Carne y Sangre de la purísima Madre María! ¡Carne y Sangre sacramentadas, pe-ro reales, para que se pueda comer y beber por el alma espiritual» (OO.CC. I, n. 1234).

El milagro de los panes y los pe-ces, prefiguración de la Eucaristía, nos presenta a esa multitud con un ham-bre saciada. Así colma hoy Jesucris-to, Pan vivo bajado del cielo, a todo aquel que lo recibe con fe, se vacía de sí mismo, se deja transformar por su amor y lleva, luego, esa entrega euca-rística a los demás, en comunión de amor, en especial a los que sufren. Esa vida eucarística nos lleva a la Verdad plena que es el mismo Cristo, porque Él es el Sumo Bien, el todo Bien.

Así nos habla nuestro beato fun-dador: «Abro la boca y el sacerdote deposita en ella la Hostia chiquita que

lleva a mi inteligencia el alimento, no de una verdad o un poquito de ver-dad, sino de la verdad, toda la Verdad, y a mi voluntad no la comida de un poquito de bien, sino del bien y todo Bien, y a la esencia de mi alma no un poquito de fuerza, sino la fuerza que es la Gracia, y a sus potencias todas no un poquito de virtud, sino la Vir-tud, y a mi ser toda una vida nueva, la Vida divina, que eso es la Carne y la Sangre que como y bebo en mi Co-munión, la verdad, el bien, la gracia, la virtud, la vida de Dios» (OO.CC. I, n. 1235).

Sí, hermanos y hermanas, la Co-munión eucarística es el Sumo Bien, el amor sin límites de Cristo, la parti-cipación en la vida divina, el mejor camino de santificación, el superior y eminente río de gracia, la felicidad suprema. Sí, hermanos y hermanas, la Madre Iglesia nos llama a la parti-cipación fecunda, activa y transfor-

madora de la Eucaristía, para que es-te Pan de vida nos haga Cristos vivos y nos sacie de su Verdad y Vida hasta quedar hartos. Sí, los hambrientos de justicia y paz, de amor y gracia, cuan-do comulgamos, cuando experimen-tamos la cercanía y el don de Cristo partido por nosotros, exclamamos: «¡He quedado lleno de la bondad di-vina!».

Madre Inmaculada: llévame a Je-sús; condúceme cada día al Banque-te eucarístico, para que, después de cada Comunión eucarística, puede saborear en mi alma toda la belleza y verdad de tu Hijo, y decirle con todo el corazón: ¡Señor mío y Dios mío!

D. Manuel, con la finura y el acier-to que le caracterizan, nos interroga a todos (obispos, presbíteros, consa-grados y laicos) si verdaderamente quedamos saciados cuando comulga-mos, si vivir afanados en las cosas del mundo, o tristes, desesperados, rece-

losos, rutinarios y fríos, no será un sín-toma de Eucaristías vividas con tibie-za y puro ritualismo. Nos interpela con su exclamación: «¡Comen sin asi-milar, sin nutrirse! Hartura de Comu-nión, no asimilada, ni sentida, ni agra-decida, ¡de cuántos bienes debes pri-var al alma y de cuánta tristeza llena-rás a Jesús!» (OO.CC. I, n. 1236).

Oración final:Padre de Misericordia y Dios de to-do consuelo, derrama tu Espíritu de amor sobre todos tus hijos que dia-riamente desean saciar su hambre de plenitud y santidad con la participa-ción activa en la Eucaristía y con la Comunión recibida con profunda fe; haz que el Defensor nos lleve a sabo-rear, en espíritu y verdad, ese alimen-to divino, transformándonos en eu-caristizadores de la humanidad. Por nuestro Señor Jesucristo.

Miguel Ángel Arribas, Pbro.

Letanías a nuestra Madre en su Inmaculado CorazónRespondemos: Ruega por nosotros.Santa María, Corazón Inmaculado.Santa María, Corazón sin mancha de pecado original.Madre de Corazón lleno de gracia.Madre de Corazón bendecido por Dios.Madre de Corazón purísimo y limpio.Madre de Corazón humilladísimo y sencillo.Madre de Corazón misericordioso.Madre de Corazón abierto a la Palabra.Madre de Corazón totalmente disponible.Madre de Corazón acogedor de la Trinidad.Madre de Corazón que se deja amar por Dios.Madre de Corazón entregado a la misión del Verbo.Madre de Corazón al servicio de la humanidad.Virgen de Corazón lleno de fe.Virgen de Corazón colmado de esperanza.

Virgen de Corazón ardiente de caridad.Virgen de Corazón rebosante de prudencia y justicia. Virgen de Corazón repleto de fortaleza y templanza.Maestra de Corazón que vive las bienaventuranzas.Maestra de Corazón que sirve a su prima Isabel.Maestra de Corazón que guarda todo en su corazón.Maestra de Corazón que meditaba en silencio

el Evangelio de su Hijo.Maestra de Corazón agradecido y alegre.Maestra de Corazón que canta las grandezas del Señor.Maestra de Corazón henchido por las maravillas

que en Ella realiza el Señor.Reina de Corazón que consuela a los afligidos.Reina de Corazón que es refugio de los pecadores.Reina de Corazón que intercede por sus hijos.Reina de Corazón que auxilia a los que están en peligro.

Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras Mt14,20

«Madre Inmaculada, repetidas veces he leído el evangelio de la multiplicación de los panes y los peces y meditado que esa milagrosa multiplicación de alimento corporal era anuncio, ejemplo y prenda de la obra más milagrosa de alimento del alma: ¡la multiplicación de la sagrada Eucaristía! Pero hasta hoy no me he detenido en el significado de aquel comer hasta hartarse del Evangelio. Y para seguir la comparación me he hecho una pregunta: cuando recibo cada día el Pan celestial de la divina multiplicación, ¿come también mi alma hasta hartarse?» (OO.CC. I, n. 1233).

Orar con el obispo del Sagrario abandonado

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S urge entonces el interrogante: ¿por qué, entonces, se da la sole-dad? ¿Estamos mal hechos? ¿Po-

demos adquirir una identidad propia sin relación con los otros? ¿Qué nos enseña la experiencia de esa realidad de personas totalmente aisladas, que han elegido permanecer solas, sin la

menor relación con otros? ¿Es buena o es mala la soledad? ¿Es positiva o es negativa? ¿Cuándo es lo uno o lo otro?

La relación interpersonal es cons-titutiva de la esencia de la persona. Es hermosa la relación con los otros cuan-do está cargada de positividad, de en-riquecimiento mutuo, de enseñanza permanente, de transmisión de valo-res y deseo de plenitud. Es verdad que ha de darse una relación con los otros que cada vez sea más gratuita, gene-rosa y desprendida. El niño necesita de sus progenitores o de personas adultas que le amen y le vayan ense-ñando lo fundamental de su higiene, alimentación, cuidado personal, or-den de vida, relación de amor, escu-cha de los otros, belleza de lo creado o del arte,... ¡mil aprendizajes! La com-plementariedad y ayuda mutua entre la identidad personal y la relación con los otros es siempre compleja y so-metida a variados vaivenes. Pero he-mos de evitar los dos extremos: el in-dividualismo ciego y cerrado y las re-laciones interpersonales de depen-dencia, donde se mendiga el cariño a altos precios.

A solas con nosotros mismosExiste en todo ser humano una sole-dad radical, honda, inherente a la con-dición humana. En lo más profundo de nuestro ser, en el yo más íntimo, todos estamos a solas con nosotros

mismos. Incluso en las personas que están más acompañadas y que expe-rimentan más y mejor el amor y la ter-nura de los seres queridos, hay mo-mentos de total soledad, horas y días que sienten duramente esa experien-cia de sentirse solas, o de percibir que a lo más íntimo de ellas nadie puede llegar. Están a solas consigo mismas. ¡Cuánto más no sentirán esa soledad quienes no tienen a nadie o no se sien-ten queridos por nadie! ¡Cuánto más quienes carecen de cualquier valor a los ojos del mundo! ¿O han perdido su dignidad de personas?

Atento a la soledad de los otrosAntes de hablar de la soledad del sacerdote tengamos muy presente la soledad de tantas personas a quie-nes nadie quiere, o nadie valora, o ellas mismas se han aislado en un re-fugio extraño de su propia soledad. Ahí está llamado a estar, muy aten-to, el sacerdote: v la del anciano completamente so-

lo en su humilde hogar; o cualquier residencia de mayores;

v la del transeúnte que duerme en la calle, sin techo;

v la del emigrante que ha dejado a toda su familia en su país de origen y aquí nadie le acoge, o le escucha, o le presta un mínimo de atención;

v la de la mujer o el hombre que han sido abandonados por su esposo o su esposa, después de varios me-ses o años de matrimonio;

v la de la persona soltera que no tie-ne familia, o ya perdió a sus padres, o sus hermanos y sobrinos le han dado la espalda;

v la del preso que nunca recibe una visita en la cárcel, o una vez cum-

plida la condena nadie le recibe en la sociedad, ni le da trabajo, y se ve abocado a volver a delinquir;

v la del joven incapaz de comunicar-se con sus padres, o sin verdaderos amigos, del cual se ríen o lo des-precian los que le rodean;

v la del disminuido psíquico o físico al que nadie le llama o invita a una actividad social;

v la de la persona enganchada a la droga, o al alcohol, o las redes so-ciales, y que ella misma se aísla, in-capaz de relaciones estables, sóli-das y enriquecedoras…

v Estas y otras muchas más soleda-des padecen como una enferme-dad incurable cientos de miles de personas.Ahí ha de estar el sacerdote, sos-

teniendo, acogiendo, alentando y consolando a tantos que están solos: siempre en una relación gratuita y generosa, sin crear relaciones de de-pendencia.

En la existencia cotidianaLa soledad del sacerdote «forma par-te de la experiencia de todos» y «es algo absolutamente normal», decía san Juan Pablo II, en PDV 74. En ocasiones, «hay también otra forma de soledad que nace de dificultades diversas y que, a su vez, provoca nue-vas dificultades». Las ayudas ante esas situaciones han sido señaladas repetidas veces en distintos docu-

mentos eclesiales: «la participación activa en el presbiterio diocesano, los contactos periódicos con el obis-po y con los demás sacerdotes, la mu-tua colaboración, la vida común o fraterna entre los sacerdotes, como también la amistad y la cordialidad con los fieles laicos comprometidos en las parroquias, son medios muy útiles para superar los efectos nega-tivos de la soledad que algunas ve-ces puede experimentar el sacerdo-te» (PDV 74).

La soledad puede ser positiva o negativa, según el grado de relación con Dios, consigo mismo o con los demás que mantenga ese ministro del Señor.

Soledad positivaLa soledad es positiva cuando se bus-ca como espacio de silencio, de escu-cha de la Palabra y de relación íntima con Jesucristo.

Es positiva cuando el presbítero vive todas sus actividades desde la certeza y la experiencia de sentirse acompañado por el Señor, sostenido por su Amor, iluminado y fortaleci-do por el Espíritu Santo. Ahí, en me-dio de las tareas pastorales, siendo contemplativo en la acción, podrá es-cuchar y experimentar las palabras de Jesús antes de la Ascensión al cielo: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

Es soledad positiva cuando el sacer-dote reserva tiempos diarios y sema-nales para leer un buen libro, estudiar teología, caminar por el campo, escu-char música, practicar deporte, pasear con otros sacerdotes, visitar buenas exposiciones de arte o cultivar cual-quier actividad lúdica que, sin dejar de

llevarle a Dios, pueda gozar de todo lo humano que le ayuda a ser él mismo y más capaz de sintonizar con lo bue-no y constructivo de los hombres.

Acudimos de nuevo a Pastores da-vo vobis: «La soledad no crea solo di-ficultades, sino que ofrece también oportunidades positivas a la vida del sacerdote: aceptada con espíritu de ofrecimiento y buscada en la intimi-dad con Jesucristo el Señor, la sole-dad puede ser una oportunidad para la oración y el estudio, como también una ayuda para la santificación y el crecimiento humano» (n. 74).

Jesucristo es prototipo de nuestro ministerio, de nuestra necesidad de estar a solas con el Padre. Él se levan-taba muy temprano, cuando todavía no había salido el sol, y se iba a solas, al descampado, para orar; también, cuando eran tantos los que iban y ve-nían que no tenía tiempo ni para co-mer, pedía a los suyos que se fueran con Él a un lugar solitario para estar a solas en oración o descanso.

La soledad ayuda a estar en silen-cio. El silencio es esencial para una vida interior honda, bella, serena y de auténtico encuentro con el Señor: «La capacidad de mantener una so-ledad positiva es condición indispen-sable para el crecimiento de la vida interior. Se trata de una soledad llena de la presencia del Señor, que nos po-ne en contacto con el Padre a la luz del Espíritu. En este sentido, fomen-tar el silencio y buscar espacios y tiem-pos de desierto es necesario para la formación permanente, tanto en el campo intelectual, como en el espiri-tual y pastoral».

Difícilmente un sacerdote puede ser generador de vida comunitaria en

La soledad del sacerdoteNo es fácil hablar de la soledad del sacerdote, como tampoco lo es hablar de la soledad de cualquier persona. El ser humano es un ser para la relación. Desde que fuimos engendrados en el vientre de nuestra madre hemos mantenido relaciones con otros seres humanos. La esencia de la persona es la relación interpersonal. Más todavía: la necesidad más importante del ser humano es ser amado y poder amar.

En todos existeuna soledad honda,

radical, inherente a la condición humana

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Cordialmente, una carta para ti

pio y liberado del mal. Es entonces cuando nos damos cuenta de que es-tamos necesitados de la misericordia de Dios.

Y es en este momento cuando el Pontífice repite insistentemente es-tas palabras: «Dios es más grande que nuestro pecado. No olvidemos esto, ¡Dios es más grande que nuestro pe-cado!... Dios es más grande que to-dos los pecados que nosotros poda-mos hacer. Dios es más grande que nuestro pecado». Reconfortantes pa-labras que nos recuerdan la infinita misericordia de Dios. Esa misericor-dia es la que hace que jamás nos aban-done, a pesar de los muchos pecados que hayamos cometido… ¿No es ma-ravilloso, estimado lector, saber que Dios siempre nos tiene abiertas las puertas del perdón?

Este salmo nos dice que quien bus-ca el perdón de Dios, quien confiesa sus culpas y se arrepiente, busca la to-tal eliminación del pecado: «Dios quita nuestro pecado –dijo el papa– desde la raíz, ¡todo! Por ello, el peni-tente se vuelve puro, cada mancha es

eliminada y él ahora está más blanco que la nieve incontaminada». Real-mente, estas palabras constituyen un gran aliciente para el arrepentimien-to y para pedir a Dios perdón.

Ser generosos en el perdónSin embargo, no debemos conformar-nos, apreciado lector, con pedirle per-dón a Dios y con sentirnos perdona-dos. Esto sería demasiado egoísta por nuestra parte. Hace falta algo más. Hace falta que a su vez nosotros per-donemos a los demás… Lo decimos en el Padrenuestro: «Perdona nues-tras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». En la oración que Jesús nos enseñó pedimos que Dios nos perdone, al igual que perdonamos a quienes nos han ofendido. Si hemos sido perdo-nados, debemos ser generosos y per-donar nosotros también.

Por este motivo, el santo padre re-cordó en aquella Audiencia general que el perdón de Dios es algo que to-dos necesitamos y que este perdón es el signo más grande de su misericor-

dia. Ahora bien, todo pecador que ha-ya sido perdonado está llamado a com-partir ese perdón con cada hermano o hermana que se encuentre, es de-cir, está llamado a perdonar.

Con estas entrañables palabras lo expresó el papa Francisco: «Todos los que el Señor nos ha puesto a nues-tro lado, los familiares, los amigos, los colegas,… todos, como nosotros, tie-nen necesidad de la misericordia de Dios. Es bonito ser perdonado, pero también tú, si quieres ser perdonado, debes a su vez perdonar. ¡Perdona!».

Después de oír estas palabras ya no cabe la menor duda. Si cada uno de nosotros, tú o yo, amigo lector, quiere ser perdonado por Dios, tiene la obligación de perdonar. La miseri-cordia es un regalo que Dios nos ha-ce. Por ello, también nosotros tene-mos que ser generosos con los demás, particularmente, con los que nos han ofendido. Aquí está la grandeza del perdón: ser perdonado por Dios pa-ra que después sepamos perdonar.

Cordialmente,Manuel Ángel Puga

Apreciado lector: Como bien sabes, estamos en pleno Año Jubilar de la Misericordia y, por esta razón, es fácil comprender que el papa Francisco hable frecuentemente de la misericordia de Dios. Así ocurrió, por ejemplo, el pasado día 30 de marzo, durante la Audiencia general en la Plaza de San Pedro, al hacer referencia a la última catequesis del ciclo dedicado al tema jubilar a la luz del Antiguo Testamento.

E n aquella ocasión el santo padre hizo una interesante meditación sobre el Salmo 51, llamado Mi-

serere, al destacar que en él la petición de perdón va precedida del sincero reconocimiento y confesión de la cul-pa. El título de este salmo recuerda al rey David y su pecado de adulterio con Betsabé, esposa de Urías, al que además envía a la muerte. Después de que el profeta Natán le hiciera ver su horrible pecado, David reconoce su culpa, se arrepiente y suplica a Dios que le perdone: «Tenme piedad, oh Dios, por tu clemencia, por tu inmen-sa ternura borra mi iniquidad. ¡Oh, lávame más y más de mi pecado, y de mi falta purifícame!».

Necesidad del perdónComo subraya el papa Francisco, en esta invocación del rey David se po-ne de manifiesto la única cosa que el hombre ansía cuando verdaderamen-te reconoce que actuó mal y está arre-pentido de haberlo hecho: la necesi-dad de ser perdonado, de sentirse lim-

Ser perdonado para perdonar

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Icono del Año de la Misericordia, obra del P. Marko Rupnik, s.j.

la parroquia u otro ámbito eclesial, de fraternidad sacerdotal en el ar-ciprestazgo y el presbiterio, de tra-bajo en equipo con los laicos, si an-tes no sabe vivir bien su propia so-ledad, el encuentro profundo con-sigo mismo y con Dios.

Soledad negativaEs soledad negativa cuando se en-cierra sobre sí mismo, huye de las relaciones humanas, no se deja ayu-dar en sus flaquezas, sospecha de los demás y se limita a un cumpli-miento meramente profesional de su vocación-misión de pastor.

Es soledad negativa, peligrosa y extraña cuando vive en huida ha-cia delante sus tareas pastorales, en pura superficialidad, en constante dispersión, buscando compensa-ciones pecaminosas y esclavizan-tes. ¡No está centrado en Cristo!

Es muy negativa esa soledad cuando esas compensaciones le lle-van a estar enganchado a redes so-ciales, relaciones humanas de me-ra compensación, o si vive rodeado del grupo de los incondicionales.

Esa soledad negativa del sacer-dote suele degenerar en acedia pas-toral y espiritual, en un durísimo desabrimiento hacia la oración y la misión encomendada: desgana, des-motivación, pereza, negligencia, va-cío existencial (cf. EG 277).

En algunos casos, esa soledad negativa se cubre bajo la aparien-cia de bien; deriva hacia un espiri-tualismo barato, de formas exter-nas, de puro cumplimiento, que no conecta con la voluntad de Dios, o con el sentir de la Iglesia, o con su afectividad más profunda; es una soledad justificativa, cuando en rea-

lidad es un individualismo atroz y paralizante.

Nos decía san Juan Pablo II que la relación de amistad y cordialidad «con los laicos comprometidos en las parroquias» es también un «me-dio muy útil para superar los efec-tos negativos de la soledad que al-gunas veces puede experimentar el sacerdote» (PDV 74).

La experiencia que el Señor me ha permitido vivir en mis años de sacerdote ratifica esta realidad. Es bueno, justo y necesario que el sacerdote tenga varios Betanias, ese hogar de familia cristiana don-de puede descansar y compartir lo que va viviendo, gozos y sufrimien-tos, esperanzas y fracasos, búsque-das y angustias; esos Betanias han de ser hogares donde se guarda to-tal secreto a lo que él comparte, donde se le recibe como a un hijo o como a un hermano mayor, don-de las relaciones son de total gra-tuidad, limpieza y sinceridad, don-de se le ayuda a madurar humana-mente y vislumbrar por dónde po-dría ir su misión pastoral, donde se le corrige de lo que no hizo bien o se equivocó en una determina-da decisión.

Jesús tuvo su Betania: el hogar de Lázaro, Marta y María, donde descansaba cada vez que subía de Galilea a Jerusalén; ese hogar en-trañable, sencillo, acogedor, silen-cioso, en pura gratuidad, donde se respiraba la presencia del Altísimo.

Bien vivida esa relación, en esa pequeña familia, Iglesia domésti-ca, el sacerdote puede sentirse acom-pañado, sostenido y alentado, en todo momento, en especial en esas situaciones de dolor espiritual, fra-caso pastoral, conflicto con otro hermano sacerdote, incomprensión de la sociedad, o rechazo por par-te de algunos laicos. ¡Cuánto bien puede aportar a la vida de un pres-bítero ese Betania auténtico!

Miguel Ángel Arribas, Pbro.

El sacerdote necesita ese hogar

donde descansar y compartir lo vivido

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Con mirada eucarística

Ha acabado el mes de mayo, el mes de las flores, el mes de María, cuando el ambiente se llena de perfumes y la vista se pasea de gozo en la explosión de la belleza. Ahora estamos en junio, el mes de Jesús, el mes del Sagrado Corazón de Jesús, cuando la primavera termina y el verano da los frutos ya granados. Los frutos del amor.

P roponemos la lectura de la pará-bola del buen pastor en el evan-gelio seg san Juan (Jn 10, 11-16).

En ella podemos comprobar el in-menso amor que Dios nos tiene, tan-to que es capaz de dar la vida –el don más preciado– por cada una de sus ovejas.

Jesús hablaba para un pueblo don-de el pastoreo era una actividad muy frecuente. A pesar del paso de los años, a pesar de la estabulación de hoy en día con la que se cría al ganado, aún es posible salir al campo y contem-plar cómo el pastor conduce al reba-ño por los prados verdes. No es difí-cil entender cómo el buen pastor cui-da especialmente a todas sus ovejas, porque conoce a la perfección, en su individualidad y particularidad, a ca-da una de ellas. Dios nos conoce a ca-da uno de nosotros.

Y así es. Porque Jesús, el Hijo de Dios, es el buen pastor, diferente de los malos pastores, los asalariados, los que no son dueños de las ovejas. Normalmente nos quedamos aquí, en la figura del pastor. Sin embargo queremos que os fijéis en la frase «y las mías (las ovejas) me conocen a

mí». Y es cierto. Cuando el pastor se pone en la puerta del aprisco, donde están encerrados ganados diferentes, las ovejas de su rebaño salen, lo bus-can y se quedan con él. La oveja tam-bién, al menos, conoce a su pastor. ¿Por qué será?

Se trata sencillamente de un uni-versal humano, el conocer común que el hombre comparte con Dios, al de-cir de Ratzinger, instalado en la con-ciencia. Conciencia, del latín cum-scire, conocer con.

Es más rentable creerPor circunstancias distintas hemos tratado en estos últimos días con dos antiguos y viejos conocidos, dos ami-gos. El uno tiene en su haber la Uni-versidad de la calle, la que le ha dado el trato dilatadísimo con la gente en su trabajo de vendedor y reparador de la llamada «gama marrón» (ima-gen y sonido), no pasó de los estudios primarios. El otro tiene estudios uni-versitarios, es médico de profesión, su experiencia se la ha arrebatado al trato continuado con el mundo más indefenso, el niño. Es médico pedia-tra. Los dos, de una u otra forma, co-nocen al buen pastor.

El vendedor está rumiando y su-perando sus años de soledad. No ha-ce poco ha perdido su compañía más preciada, su mejor compañía, su mu-jer. Ante una copa de vino nos repasa

su vida. Nos cuenta cómo se ha hecho cocinero a la fuerza, nos pide que no nos riamos cuando dice que su mujer le ayuda a elaborar los mismos platos, con los mismos sabores, él que no te-nía ni puñetera idea. Nos comenta, y que sigamos sin reírnos, que todas las noches reza y se comunica con su mu-jer. También les reza y se comunica con sus padres fallecidos. Que por fa-vor no nos riamos ni se lo digamos a nadie. Él que era un descreído, un pa-sota. Nos dice que a Dios hay que lla-marlo de tú y dirigirse a él con las pa-labras más normales, hasta con tacos. Él que nunca había rezado. El vende-dor es un tipo normal, jovial, alegre, dicharachero, conoce al buen pastor.

El médico está en la tarea de pu-blicar un libro. El libro contiene una serie de reflexiones sobre el sentido de la vida, del ser del hombre en este mundo, de su existencia. Es un médi-co humanista, filósofo y poeta. Des-de Platón y Aristóteles, pasando por Kant, sobrepasa a Darwin para expli-carnos la dimensión divina del ser hu-mano. Filosofía y ciencia empírica, experiencia contrastada, todo un ba-gaje cultural y personal vivido le lle-van a concluir en la creencia en la in-mortalidad del alma humana ampa-rada en el nombre del Padre, condu-cida por Jesús de Nazaret. También es un tipo normal, jovial, alegre, di-charachero y conoce al buen pastor.

Causa del conocimientoAnte la vida el vendedor exclama: «es más rentable creer». Ante la vida el médico escribe: «el tiempo de cada uno de nosotros es realmente una imagen móvil de la eternidad».

Conocemos porque amamos. De cualquier clase o condición, en cual-quier circunstancia, el ser humano es-tá necesitado de amar y ser amado. Conocemos a Dios en el amor, ahí es-tá la verdad. Y, como decía san Agus-tín, es precisamente en el interior del hombre donde habita la verdad. Dios está en la verdad del amor que reside en la conciencia de cada uno de no-sotros, por eso las ovejas conocen a Dios: Dios, el buen pastor, el que san-gra de amor en una cruz, el que sigue dando su corazón por amor.

Dice el beato (santo en ciernes) Manuel González: «¡Cómo quisiera que el Corazón de Jesús diera el don de convencer, persuadir, arrastrar a mi palabra, para predicar a las almas activas la necesidad, trascendencia y fecundidad de ese estarse en el Sagra-rio y solamente porque el Amor que allí mora no es amado y está abando-nado...!» (OO.CC. I, n. 382). Efecti-vamente, el Corazón de Jesús, el Amor se visualiza con eternidad en el Sagra-rio, al que con frecuencia damos la es-palda. De ahí la necesidad de la mi-sión permanente.

Con demasiada frecuencia el ho-mo sapiens (hombre sabio), al aban-donar al amor, se convierte tercamen-te en homo stultus (hombre necio). Qué terquedad, Señor, que nos hicis-te libres.

Teresa y Lucrecio, matrimonio UNER

El tiempo de cada uno de nosotros es

realmente una imagen móvil de la eternidad

Dios está en la verdad del amor que reside en cada uno: por eso conocemos a Dios

«Y las mías me conocen a mí»

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Escultura tardorromana de Cristo como Buen Pastor. 325 d.C. Foto: José Luis Filpo Cabana.

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P ertenece a la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesa-nos. Entre sus obras podemos

citar Qué es la vocación (1966), En-sayo de serenidad en medio de la tor-menta (1973), Desvelando palabras dormidas (1979), Antología vocacio-nal (1987); ¿Por qué me hice sacerdo-te? (1992) y Santoral (2011).

Voces coloridasA primera vista, recorriendo las pági-nas y el índice de este original libro, todo nos hace pensar que es un dic-cionario. También nos lo sugiere el título, usando la palabra «voces», y el diseño de portada con las primeras letras del abecedario. Ciertamente, encontramos una serie de voces o pa-labras ordenadas alfabéticamente. Pe-ro, ¿cuál es el tema de estas palabras? Es difícil precisarlo en un primer mo-mento. Algunas proceden del ámbi-to religioso, como Dios, génesis, pe-regrinación o vocación. Otros son nombres propios: Don Benjamín, Jean-Paul Sartre, Jesucristo o Kafka. Algunos son vocablos cotidianos, co-mo gallina, cocinero, clic o mariposa. Otras palabras nos desafían a buscar en nuestra memoria y conocimientos qué pueden llegar a significar: flitear, okapi, quamquam, xenos. Y no pue-den faltar los términos venidos de le-janas tierras y de diversas lenguas, co-mo bypass, desiderium, umfassen, christ-mas, gaudium. Para nuestra sorpresa, este libro incorpora también algunas

palabras de creativa combinación: examen de inconsciencia, hágase sacer-dote, oración de los fieles, zurcía cal-cetines, tarde de domingo. Estas y mu-chas más voces, unas con descripcio-nes breves, otras más desarrolladas, se van sucediendo en las páginas de este libro. ¿Cómo catalogarlo? No es fácil, pero el mismo autor nos da unas pistas para su lectura: son «palabras escritas al ritmo de la vida», coloca-das por orden alfabético, que es «un desorden vital».

Ecos de palabras vividasCada una de estas palabras resuena y se expresa con anécdotas, reflexiones, selecciones de textos literarios, poe-sías y vivencias del autor y de otros amigos que han colaborado en el li-bro. Ellos son Gérard Bessière, José María Javierre, Carlos Comendador, Adrián Larrosa, Sinesio Rodríguez y Agustín Altisent. Teñidas de humor y al mismo tiempo de gran profundi-dad y sabiduría, sus páginas no nos determinan a llevar un estricto orden de lectura sino que nos invitan a su-mergirnos en aquellas palabras que más nos llaman la atención. Pero una lleva a la otra y todas tienen algo que decirnos. También nos invitan a pre-guntarnos: ¿cuáles son nuestras pro-pias palabras, aquellas que, si hiciéra-mos un diccionario personal, no po-drían faltar? La vida de los autores y de los personajes de la historia, de la cultura y de la ficción se entrecruzan

en estas líneas. ¿Quiénes se entrecru-zan en mi historia vital, historia de salvación? Entre nuestra colección de voces habrá palabras más oscuras, y otras más luminosas, como esta que recoge el libro que estamos comen-tando: «Lámpara: Utensilio para dar luz. También persona. “Sé lámpara para los que caminan a oscuras, ale-gría para los tristes, oasis para los se-dientos, puerto para los náufragos, hogar para el extranjero, bálsamo pa-ra el que sufre, fortín para el fugitivo”. (Baha’Allah)».

A propósito de ecos, esta palabra, lámpara, nos remite a aquellas otras palabras del beato Manuel González: «Te elegí y te puse para que fueras mi lámpara viviente, la voz que de Mí siempre hablara, el corazón que siem-pre me quisiera… Te puse… para contar contigo». Nuestra vida es una llamada a ser lámparas vivas. Y voz y eco para los demás de la Palabra que nos ilumina y acompaña a lo largo de la vida.

Mª Andrea Chacón Dalinger, m.e.n.

Jorge Sans Vila (Vimbodí, Tarragona, 1928) es un reconocido publicista vocacional, además de un prolífico escritor y traductor. Como catedrático de Teoría de la Educación en la Universidad Pontificia de Salamanca ha desarrollado una amplia labor docente y pedagógica.

Lectura sugerida

El libro de las voces y los ecos

Autor: Jorge Sans VilaAño: 2014Editorial: SíguemePáginas: 318

Mucho más que palabras

A través de la comedia, se narra con particular delicadeza el iti-nerario espiritual de un ciruja-

no que, seguro de sí, escéptico y un poco cínico, se encuentra atrapado por su prestigio y arrogancia. Sin em-bargo, bajo la imagen del éxito profe-sional, se esconde un gran fracaso en las relaciones con su equipo de traba-jo, con los enfermos, con su familia y con todo el que se cruza en su cami-no. Por su parte, el sacerdote que lo desmonta es viva expresión del bien que vence al mal, pues ha experimen-tado en sí mismo la transformación a través del amor de Dios.

Con esta obra, Falcone profundi-za en el misterio de la existencia y, en definitiva, del corazón, mostrando la centralidad de la fe en la vida de las personas. Sin complejos, muestra que

encontrar a Cristo puede cambiar la vida en lo más profundo, pasando por encima de los estereotipos que ridi-culizan la religión y, en particular, la Iglesia católica.

Una comedia para sonreírSon numerosos los momentos cómi-cos; se ríe y mucho. Pero no cae ni en banalizar, ni en la vulgaridad. Desfi-lan realidades humanas que fácilmen-te podemos identificar en nuestra vi-da cotidiana: relaciones laborales, re-laciones familiares, depresión, anti-clericalismo, vocación sacerdotal, fal-ta de aceptación, situación juvenil, mundo gay, acción social de la Igle-sia... y, atravesando, el sutil hilo de la vida como llamada a realizarse en ple-nitud desde lo más genuino que ani-da en cada corazón.

Para el director, la decisión de afrontar en su primera película el te-ma del encuentro con la fe brota de una exigencia profunda. Así nos lo expresa: «No es una opción de mar-keting... Yo encuentro absurdo no in-terrogarse sobre el misterio de la vi-da... inconcebible la idea de una exis-tencia vinculada exclusivamente a la materia. Creo que Cristo es una figu-ra imprescindible en nuestra vida y todos deberíamos leer los evangelios. No he realizado una obra “devocio-nal”. Se habla de una persona que se cree dios y descubre su propia huma-nidad».

Significativa es, también, la me-diación que guía este proceso: tejer lazos de sincera amistad, camino ex-traordinario para abrir el corazón en la verdad a la Verdad.

A través de esta trama posiblemen-te algunos recordaréis a don Camilo y don Pepón, del escritor humorísti-co Giovannino Guareschi, adaptado a la vida del siglo XXI.

Por último, Si Dios quiere no es una película moralista. Es una pelícu-la que plantea interrogantes más que dar respuestas. Depende da cada uno dar espacio a la reflexión.

Ana Mª Fernández Herrero, m.e.n.

Lo importante es amar

Cartelera recomendada

El próximo 10 de junio se estrena en numerosas salas de España Si Dios quiere, comedia de argumento religioso que obtuvo en Italia el Premio «David di Donatello» en la categoría mejor nuevo director.

Ficha técnicaNombre: Si Dios quiere (Se Dio vuole)Duración: 88 minutos Año: 2015País: ItaliaGénero: Comedia tema religiosoDirector: Edoardo Maria FalconeActores: Marco Giallini, Alessandro Gassman, Edoardo Pesce, Enrico Oetiker

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AgendaJunio

Ayuda para Ecuador

La Familia Eucarística Reparadora en España ha habilitado una cuenta bancaria para quienes de-seen colaborar con los damnificados por el terre-moto de Ecuador. Las ayudas serán gestionadas por las Misioneras Eucarísticas de Nazaret que tienen sus casas en Quito y Guayaquil. El núme-ro de cuenta es: ES81-0075-0001-83-0607407579

Ejercicios espirituales en Nazaret

Málaga - Villa Nazaret (Tel: 952 65 32 61)• 30 de mayo - 7 de junio: P. Antonio Navas, s.j.

Palencia (Tel: 979 72 18 00)• 12-21 de junio: P. Albino García, s.j.• 21-30 de julio: P. Manuel Tejera, s.j.• 9-18 de agosto: P. Manuel Robla, s.j.

Intenciones del papa para el mes de junio

Universal: Para que los ancianos, marginados y las personas solitarias encuentren, incluso en las grandes ciudades, oportunidades de encuentro y solidaridad.

Por la Evangelización: Que los seminaristas y los novicios y novicias tengan formadores que vivan la alegría del Evangelio y les preparen con sabi-duría para su misión.

Asuntosde familia

4Sábado

3Viernes

5Domingo

12Domingo

16Jueves

20Lunes

29Domingo

24Viernes

3434

Iglesia: Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. El papa Francisco preside la Misa del Jubileo de los sacerdotesFER: En 1933 el beato Manuel González funda las Misioneras Eucarísticas Seglares de Nazaret

Iglesia: Fiesta del Inmaculado Corazón de María

Iglesia: El papa Francisco preside la Misa de canonización de Estanislao de Jesús y María y María Isabel Hesselblad

Iglesia: El papa Francisco preside la Misa del Jubileo de los enfermos y minusválidos

FER: En 1905 el beato Manuel González fue nombrado Arcipreste de Huelva

Iglesia: El papa Francisco preside un Consistorio para Causas de Canonización

Iglesia: Hasta el domingo 26, viaje del papa Francisco a Armenia

Iglesia: Solemnidad de San Pedro y San Pablo. El papa Francisco preside la Misa y bendice los palios para los nuevos arzobispos metropolitanos65º aniversario de la ordenación sacerdotal del papa Benedicto XVI

Ecos del I Congreso Internacional Beato Manuel González

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Pedidos:Editorial El Granito de Arena

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Page 19: Ser signo del amor de Cristoelgranitodearena.com/revistas/granito/EGDA_junio_16_baja.pdf · Cordialmente, una carta para ti Con mirada eucarística Lectura sugerida Película recomendada

Señor Jesucristo,Tú nos has enseñado a ser misericordiososcomo el Padre del cielo,y nos has dicho que quien te ve,lo ve también a Él.Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero;a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad solamente en una criatura;hizo llorar a Pedro después de la traición,y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana: «¡Si conocieras el don de Dios!»Tú eres el rostro visible del Padre invisible,del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia:haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso.Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidadpara que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error:haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unciónpara que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señory tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres,proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidosy restituir la vista a los ciegos.Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia,a Ti que vives y reinascon el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén. 

Oración para el

Jubileo de la

Misericordia