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El capitalismo examinado por la ética Arthur Shenfield El capitalismo ha sido atacado por muchas razo- nes. Algunos lo acusan de ser un sistema ineficiente, inestable o autodestructivo en la producción de bienes y servicios. Otros dicen que es inmoral por naturaleza, puesto que premia, estimula o se sustenta en los impul- sos inmorales del hombre en contra de sus tendencias morales, o que, a lo mas, es moralmente neutro, contrario a las supuestas exigencias que requiere una sociedad bien constituida, cuyo sistema económico debe tener fuerza y carácter moral. En este momento solo nos preocupa la acusación moral. Sin embargo, deberiamos destacar que entre aque- llos que se oponen o que desean modificar el sistema capitalista, hay muchos dispuestos a reconocer que el sistema capitalista aprueba los examenes de eficiencia mejor que cualquier otro sistema: sin embargo, lo con- sideran moralmente deficiente o repulsivo. Tienen ra- zón al afirmar que las pruebas de eficiencia no son sufi- cientes. La gente no permitiría que perdurara un sistema que solo apruebe los examenes de eficiencia. Quieren sentir que el sistema es justo o, por lo menos, que no es injusto, y en esto tienen razón, aun cuando su con- cepcion acerca de lo que es un sistema justo o injusto puede ser tan inepta o errónea que, en la práctica, re- chazan la justicia y eligen la injusticia. Luego, es res- ponsabilidad de los defensores del capitalismo demostrar que este sistema aprueba tanto los examenes de morali- dad como los de eficiencia. Sin embargo, existe una artimaña en el concepto de sistema justo. La aplicación de la idea de justicia, de moralidad a un sistema económico, exije una definición

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El capitalismo examinado por la ética

Arthur Shenfield

El capitalismo ha sido atacado por muchas razo-nes. Algunos lo acusan de ser un sistema ineficiente,inestable o autodestructivo en la producción de bienes yservicios. Otros dicen que es inmoral por naturaleza,puesto que premia, estimula o se sustenta en los impul-sos inmorales del hombre en contra de sus tendenciasmorales, o que, a lo mas, es moralmente neutro, contrarioa las supuestas exigencias que requiere una sociedad bienconstituida, cuyo sistema económico debe tener fuerzay carácter moral.

En este momento solo nos preocupa la acusaciónmoral. Sin embargo, deberiamos destacar que entre aque-llos que se oponen o que desean modificar el sistemacapitalista, hay muchos dispuestos a reconocer que elsistema capitalista aprueba los examenes de eficienciamejor que cualquier otro sistema: sin embargo, lo con-sideran moralmente deficiente o repulsivo. Tienen ra-zón al afirmar que las pruebas de eficiencia no son sufi-cientes. La gente no permitiría que perdurara un sistemaque solo apruebe los examenes de eficiencia. Quierensentir que el sistema es justo o, por lo menos, que noes injusto, y en esto tienen razón, aun cuando su con-cepcion acerca de lo que es un sistema justo o injustopuede ser tan inepta o errónea que, en la práctica, re-chazan la justicia y eligen la injusticia. Luego, es res-ponsabilidad de los defensores del capitalismo demostrarque este sistema aprueba tanto los examenes de morali-dad como los de eficiencia.

Sin embargo, existe una artimaña en el conceptode sistema justo. La aplicación de la idea de justicia, demoralidad a un sistema económico, exije una definición

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cuidadosa. Las normas de moralidad se aplican sólo aaquellos capaces de efectuar una acción deliberada. Así,sólo los individuos que actúan a sabiendas, ya sea enforma individual o en grupos, pueden ser calificados dejustos o injustos. Un grupo, tal como un Estado, unasociedad comercial, cualquier otro cuerpo corporativo, eincluso una multitud, puede ser justo o injusto, ya quepuede actuar intencionadamente. Pero un grupo talcomo una sociedad 1, no puede ser justo o injusto dadoque no puede actuar en el sentido en que lo hacen losgrupos antes mencionados.

Una sociedad es una red de individuos, o un siste-ma de relaciones, y no un grupo de individuos que ac-túan con un propósito determinado. Es por esta razónque el término "justicia social" carece de sentido2, y laexpresión corriente "la sociedad tiene la culpa de mu-chos males", es un verdadero ejemplo de majadería yconfusión. Los individuos en una sociedad pueden serjustos o injustos. Como también pueden serlo las con-venciones vigentes en una sociedad, pero sólo porqueellas representan las acciones o actitudes de los indivi-duos.

Tal como una sociedad, el sistema económico lla-mado capitalismo es un sistema de relaciones. Está com-puesto por mercados y estos son, por definición, siste-mas de relaciones y no entidades que actúan con unpropósito determinado. Nuestro idioma puede inducir-nos a error en este punto. Cuando decimos, por ejem-plo, que un mercado determina cierto precio, empleamosun lenguaje vago para describir un equilibrio de accio-nes individuales, y no la acción de un grupo que actúacon un propósito determinado.

1 Frecuentemente la palabra "sociedad" se usa, especialmente enlos países latinos, para designar una firma comercial o cuerpocorporativo. Aquí no se le utiliza en ese sentido.

2 Ver Hayek, Law, Legislation and Liberty, Vol. 2, pág. 97. "Co-mo resultado de largos esfuerzos para buscar el origen de losefectos destructivos que la invocación a la justicia social hatenido sobre nuestra sensibilidad moral y viendo a importantespensadores usar la expresión sin meditarla, me he puesto inde-bidamente alérgico a ella, pero he llegado a sentir que el me-jor servicio que podría hacer a mis semejantes, sería el haceravergonzarse a esos pensadores y escritores de usar ese términoalguna vez más".

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De ello se desprende que podemos someter el capi-talismo a los exámenes de la moral tomando en consi-deración sólo la conducta de los individuos que operandentro de él; no debemos mirarlo como un sistema mo-ral o inmoral en sí mismo. ¿Es compatible con la con-ducta individual justa? ¿Es más compatible con la con-ducta justa que con la injusta, o viceversa? ¿Nutre o re-fuerza la conducta individual justa o la injusta? Estasson las preguntas que debemos hacer si queremos some-ter al capitalismo a un examen de moralidad.

Sin embargo, los mercados deben ceñirse a un mar-co legal. Por lo tanto, sus redes de relaciones estánen parte configuradas por las acciones intenciona-les del Estado. ¿No deberíamos entonces examinaréticamente tanto la estructura legal del capitalismocomo el comportamiento de los individuos que lo com-ponen? Esta es una afirmación plausible, pero proba-blemente engañosa. Pensemos, por ejemplo, en las le-yes que definen la falsedad de un contrato. De una ma-nera vaga podemos decir que su propósito es servir a lajusticia. Pero esa no es su esencia. Su objetivo esenciales prevenir la distorsión de un contrato a raíz de decla-raciones falsas sobre las relaciones entre las partes y, enconsecuencia, optimizar la cooperación libre y volunta-ria entre ellas. Por este motivo, tanto una falsedad ino-cente como una fraudulenta puede anular un contrato,aunque el efecto de la anulación es diferente en cadatipo de falsificación. El propósito del sistema legal sólopuede llamarse justicia sobre la base de que los acuerdosentre personas (aquellas que no sean de responsabilidad"disminuida", como en el caso de los menores), que seefectúen libres de fuerza, fraude o de falta de compren-sión fundamental sobre las materias del contrato, seanjustas ipso facto. Podemos aceptar esto, pero es másexacto decir que el objetivo del sistema legal es facilitarlos convenios realmente libres y voluntarios entre indi-viduos. En estos términos, el sistema legal no interferi-rá en tales convenios, aun cuando sus resultados obje-tivos pudieran ser juzgados de injustos por algunas, oquizás por todas las personas (no interferirá, por ejem-plo, en la oferta de agua al hombre que muere de sed en eldesierto a cambio de toda su riqueza, o en una oferta,planteada en términos similares para salvarle la vida aun hombre que se está ahogando por parte de quienobserva).

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i Esta visión del capitalismo como un sistema de re-laciones entre agentes libres, ha sido, a menudo, critica-da como extremadamente antojadiza. Muchos han afir-mado que es más bien un sistema de poder. Esta visiónes, naturalmente, el credo central del marxismo; noobstante, se escucha con frecuencia en círculos que cla-ramente no son marxistas. De hecho, la representacióndel capitalismo como un sistema de poder es productode la fantasía; en el caso del marxismo, constituye unafantasía que pretende desnudar la mecánica de la his-toria. Primero, supone que sólo aquellos que poseen losmedios de producción —definidos muy limitadamente—son capitalistas. Segundo, supone que tales capitalistas,definidos de la misma manera, actúan como un grupoque tiene un propósito determinado. Tercero, suponeque en el sistema capitalista los capitalistas logran yejercen un poder predominante.

Aquellos que así piensan, imaginan los medios deproducción como fábricas, plantas y maquinarias, qui-zás también como tierra o como dinero que están o pue-den invertirse en ellos. De hecho, todos los que contri-buyen a la producción, especialmente los trabajadores,son propietarios o controlan los medios de producción.Ciertamente, hay un sentido según el cual podemos li-mitar el término capital a los bienes tangibles que pro-ducen, pero que no son ellos mismos bienes de consu-mo, o el dinero que podría invertirse en ellos, tal comolo han hecho los economistas desde el comienzo de sudisciplina. Pero el capital así definido no constituye elúnico medio de producción. Por esta razón, "capitalis-mo" es un término inexacto para lo que nosotros en-tendemos por sistema capitalista. La denominación lefue adjudicada bajo el malentendido de que su carácterestaba determinado por el capital así definido. Ahoraaceptamos el término "capitalismo" porque es de usocomún, para referirnos a lo que con más exactitud sedefine como economía libre o de libre mercado. En mu-chos otros casos aceptamos términos de inspiración in-apropiada porque han llegado a ser de uso común.

La idea de que los capitalistas actúan como un gru-po que persigue un propósito determinado está muy di-fundida. Sin embargo, se opone de lleno a la realidad.Los capitalistas están en constante competencia entreellos. El observador inexperto no puede apreciarlo, talvez porque la competencia es "imperfecta" o "monopó-lica", empleando los términos de los economistas, o qui-

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zás porque pueden existir conspiraciones de tipo mo-nopólico dentro de ciertas industrias. Si efectivamenteexistieran tales conspiraciones y pudieran sobrevivir ala erosión de las fuerzas del mercado —lo que rara vezsucede— la competencia se daría entre las industrias.De ahí la necesidad de aquellos que sólo piensan en tér-minos de sistema de poder de inventar la fábula del "ca-pitalismo monopólico". Pero el aspecto más importantedel supuesto sistema de poder no es simplemente el "po-der del mercado"3, sino el poder sobre el Estado y, porlo tanto, sobre la sociedad que integra ese Estado. Hayaquí una simple falla en reconocer la identidad de losmismos capitalistas. Si los capitalistas de la industriaABC inducen al Estado para que los proteja frente a lasimportaciones, los críticos no ven que los importadoresque en este caso sufren las consecuencias, también soncapitalistas. Si los capitalistas ABC obtienen un sub-sidio estatal, hay otros capitalistas entre quienes pa-gan para financiar esos subsidios. Más aún, si el sistemade poder opera a través de la dominación de un Estado-nación, los adherentes a este mito tienen que consideraral capitalismo como un sistema nacional o como un sis-tema de estados-naciones comerciales, en circunstan-cias de que es un sistema internacional en donde las na-ciones están interpenetradas por compras y ventas pri-vadas. Recurren entonces al supuesto poder de las com-pañías multinacionales. Incluso si tal poder fuera tanreal como se dice, no presentaría a los capitalistas comoun grupo que persigue un propósito, como se pretendeque sean, por cuanto hay evidentes conflictos de inte-reses entre las compañías multinacionales, aunque sólose deban a sus diferentes orígenes.

Las reacciones reflejas de aquellos que sólo ven mo-nopolios y poder en cada agrupación capitalista estánbien ejemplificadas en la aseveración común —de lacual incluso algunos historiadores respetables son a ve-ces culpables— de que en los primeros días de la indus-trialización la industria británica era un monopolio yque la decadencia de dicha industria surgió al desinte-grarse ese monopolio. En realidad, nunca existió talmonopolio. Precisamente, esa fue la época en que exis-tió la competencia más enérgica entre los industrialesbritánicos. Desde China hasta Perú los clientes de la

3 Un término vago casi tan carente de significado como "justiciasocial".

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industria británica disfrutaron no sólo de los beneficiosdel éxito británico, sino también del éxito logrado porese país a raíz del grado de competencia que alcanzó.En los albores de la revolución industrial el gobiernode Gran Bretaña fue quien prohibió la exportación demaquinaria inglesa para el establecimiento de industriascompetitivas en Europa, contrariando así el anhelo delos capitalistas británicos, quienes finalmente lograronla abolición de tales restricciones. Si hubo algo que nocausó la decadencia de la industria británica fue lapérdida de un monopolio que nunca existió.

La teoría que, de manera estrecha, define a los ca-pitalistas como personas que tienen un poder predomi-nante dentro del sistema capitalista también se oponea la realidad. En todos los sistemas capitalistas conoci-dos el poder siempre ha estado disperso, tal como seespera que ocurra en un sistema de relaciones volun-tarias. Incluso en el apogeo del capitalismo, cuando sesuponía que Gran Bretaña estaba dominada por losmagnates textiles, los del acero, y de los ferrocarriles, ymás tarde, cuando se suponía que los Estados Unidosestaban dominados por los "robber barons", el hipotéti-co supuesto poder absoluto estaba siempre restringidoy habitualmente supeditado a otros poderes: al poderde los terratenientes, de los agricultores, de los peque-ños comerciantes, de los trabajadores y de los consumi-dores.

Volvamos entonces a la visión del capitalismo co-mo sistema de relaciones voluntarias. A menudo no sepercibe su carácter voluntario. Primero, porque se creeque las diferencias en el poder de negociación signifi-can coerción y, segundo, porque se piensa que es única-mente un sistema en el cual la conducta individual esegocéntrica o egoísta. Respecto a lo primero, es un errorelemental interpretar como coerción la disparidad enel poder de negociación. Si la igualdad de poder de ne-gociación fuera una condición de voluntariedad, habríapocas transacciones voluntarias o tal vez ninguna. In-cluso el caso de dar agua al hombre que muere de seden el desierto a cambio de toda su riqueza, es una tran-sacción voluntaria, a pesar de que muy pocos dejaríande estimarla inescrupulosa. Inmoralidad no es lo mismoque coerción, y una transacción puede ser inmoral aunsiendo voluntaria.

En cuanto a lo segundo, es importante comprenderque todas las transacciones voluntarias, interesadas o

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no, están dentro del ámbito del capitalismo. De ello sededuce que incluso los acuerdos de grupos comúnmentellamados socialistas —tal como varios experimentos lle-vados a cabo en propiedades públicas en los EstadosUnidos durante los siglos XVIII y XIX, o como los mo-dernos kibutz israelíes— son parte del sistema capita-lista. Si tanto la incorporación como el retiro es volun-tario, un grupo "socialista" no difiere, en principio, deninguna otra sociedad o mancomunación de bienes oesfuerzos; y esto es así aun cuando las condiciones con-tractuales para el retiro sean onerosas (como en el casode los kibutz). Una cooperativa de trabajadores, don-de los trabajadores contrataran el capital y los otrosfactores productivos, y donde asumieran los riesgos in-herentes a la empresa, sería tan capitalista como la Ge-neral Motors. En Gran Bretaña, las cooperativas deconsumo tradicionalmente se han considerado a sí mis-mas anticapitalistas y se han aliado con el partido La-borista. Y, de hecho, obviamente son parte del sistemacapitalista, compitiendo libremente con las otras orga-nizaciones minoristas dentro de la estructura legal. Ladiferencia esencial está dada entre el capitalismo y to-dos los sistemas coercitivos. Todos los sistemas socialis-tas con alguna importancia sustancial caen dentro delos últimos, por cuanto el socialismo generalmente ne-cesita de la coerción para sobrevivir. Las formas de so-cialismo voluntario, a pesar de ser claramente parte delcapitalismo, normalmente tienden a desaparecer antela competencia con otras formas empresariales capita-listas.

Por ser el capitalismo un sistema de relaciones vo-luntarias, la pregunta acerca de si es compatible conla conducta individual justa no presenta dificultades.

En principio, es compatible con cualquier conducta,moral o inmoral, que adopten agentes libres, siempreque ellas no signifiquen violaciones del sistema legal.

Sobre esta base, el sistema mismo es moralmenteneutro. Es un mecanismo al servicio de nuestras nece-sidades. El carácter moral o inmoral de nuestra conduc-ta lo determinamos nosotros mismos y no el sistema.Podemos emplear recursos para construir una iglesia oun casino; podemos comprar alimentos para nosotros opara aquéllos más necesitados que nosotros. En todolo que hacemos, podemos procurar satisfacer nuestrosapetitos más groseros o los más refinados. Cualesquierafueran nuestros propósitos legítimos, el sistema los ser-

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virá siempre y cuando encontremos personas dispuestasy capaces de cooperar con nosotros en libre intercambio.De ahí que la compatibilidad con la conducta individualjusta no constituya un problema. La pregunta que exi-ge de una consideración mayor es si el sistema capita-lista fomenta o refuerza la conducta justa más que lainjusta, o viceversa.

En el curso de nuestra exposición veremos que a laluz de la verdad, el capitalismo no es un sistema mo-ralmente neutro. Sin embargo, procedamos, por el mo-mento, sobre la base de que es en realidad neutro en elsentido planteado en el párrafo anterior. Esto es lo quedurante generaciones ha cautivado la censura de mora-listas, predicadores, políticos y otro tipo de personasdeseosas de modelar o remodelar la sociedad para res-ponder a las presuntas necesidades de la justicia. Por-que, según dicen, un sistema moralmente neutro debe,en equilibrio, fomentar y reforzar la conducta inmoral.Los hombres tienen instintos buenos y malos. Se esfuer-zan por satisfacer sus buenos y malos deseos. Si un sis-tema puede servir a todos esos instintos indiscrimina-damente, hará que prevalezca el mal sobre el bien, pueslos malos instintos y apetitos son más fuertes que losbuenos. Son más atractivos y tienen mayor ímpetu. Elvicio atrae con más fuerza que la virtud; el pecado esmás seductor que la rectitud. De esta manera, la neu-tralidad moral, se argumenta, es un velo para ocultarla inmoralidad. Más aún, mientras más éxito tenga unsistema moralmente neutro para satisfacer los deseosde los hombres, tanto peor es. Pues los hombres apre-cian el éxito. Como servirá mejor al mal que al bien, elmal será la medida y señal del éxito. Y es así, como hacemucho tiempo nos dijo Carlyle, que el capitalismo setransforma en la filosofía del cerdo. Si es demasiado efi-caz, permitiendo a los hombres adquirir riqueza y dis-frutar del lujo, la riqueza y el lujo atraerán su admi-ración. El amor al dinero, raíz de todo mal4, será acre-centado y reforzado. Los hombres aprenderán a conocerel precio de todo y el valor de nada. En consecuencia,se nos dice con obstinación que un sistema económico

4 Aforismo tristemente engañoso. El Dr. Johnson fue más sabiocuando dijo que el hombre estaba pocas veces más inocente-mente ocupado que cuando estaba preocupado de ganar dine-ro. El amor al poder es mejor candidato, y "cherchez la fem-me" tampoco deja de ser útil como guía.

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no debe ser neutro. Debe estimular el bien e impedir elmal.

Tales argumentos son plausibles y han capturadolas mentes de muchos. Sin embargo, se desintegran ensu primer contacto con la realidad. Tanto las experien-cias precapitalistas como las postcapitalistas los refu-tan. Durante siglos, en la época cristiana precapitalistalos hombres fueron insistentemente impulsados a ate-sorar su riqueza no en este mundo, sino en el cielo; aabandonar la codicia y el egoísmo; a socorrer a los po-bres, a los enfermos, a las viudas y a los huérfanos; atratar, por lo menos, a todos los cristianos como herma-nos. No obstante, el trato normal y universal de hombrea hombre, medido con nuestros patrones actuales, eraen todo sentido tan inhumano que no lo podríamos ima-ginar si no fuera porque podemos compararlo con lo quesucede en la actualidad en los países socialistas post-capitalistas. Y los países socialistas son conspicuos nosólo por la crueldad penetrante y la opresión que enellos existe, sino también porque reconocen abiertamen-te que están en proceso de construcción de una sociedadde compañeros donde no habrá codicia ni egoísmo.

Es un simple hecho histórico que el trato de hom-bre a hombre se hizo claramente más humano juntocon el surgimiento del capitalismo. Esto fue evidente enel castigo del delito, en el trato hacia la mujer, hacialos locos, los débiles mentales, los cojos y los mancos, yen la actitud hacia la esclavitud y la servidumbre. Tam-bién fue evidente en el trato hacia los trabajadores, apesar de la propaganda seudohistórica en contra delsistema industrial primitivo. Las condiciones labora-les de aquel tiempo parecen, en realidad, muy durassi las medimos con nuestras pautas actuales, aun-que sólo muy excepcionalmente tan duras como hansido descritas con frecuencia. Sin embargo, el capitalis-mo tenía que empezar desde donde lo hizo. La revolu-ción industrial comenzó con un milenario trasfondo decondiciones muy difíciles para todos, salvo para unospocos privilegiados. Esto fue el punto de partida del ca-pitalismo industrial y, en dos o tres generaciones, elevóel nivel de vida de la masa trabajadora y el trato haciaella por parte de sus empleadores, a niveles que nuncahabrían podido imaginar sus antecesores inmediatos.

Además, el surgimiento del capitalismo fue contem-poráneo con la explosión de las obras de caridad quebrotaron en los países más marcados por los principios

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y prácticas capitalistas. Las labores de beneficencia pa-trocinadas por la Iglesia en los días precapitalistas, aun-que admirables según la norma de aquellos tiempos, eraninsignificantes en comparación con la cantidad de es-cuelas, colegios, hospitales, orfanatos, salas cunas, asi-los de ancianos y demás obras de caridad del siglo XIX,sin mencionar las sociedades de la amistad y de la ca-ridad que se crearon para enfrentar los azares de lavida, gracias a la iniciativa de las empresas del sigloXIX. Los esfuerzos por hacer obras de caridad no se li-mitaron a socorrer a los débiles y a los necesitados delos países capitalistas. Por el contrario, por primera vezen la historia de la humanidad, el hecho de proporcio-nar ayuda a las víctimas de terremotos, huracanes, erup-ciones de volcanes, pestes y desastres agrícolas en todoslos rincones del mundo se convirtió en una norma, ayu-da que sólo surgió de los países capitalistas.

¿Cómo podría haber ocurrido algo semejante si lamoral neutra del capitalismo fuera un velo o, peor aún,un estímulo para los malos apetitos o instintos del hom-bre? Pero sigamos, por el momento, con el postuladode la moralidad neutra.

Imaginemos un sistema que positivamente busquefomentar la moralidad. Supongamos, sin embargo, quesu capacidad productiva fuera miserablemente baja. Sinduda alguna, las masas serían pobres. Aun cuando noestuvieran oprimidas, la vida sería corta y el trabajotendría un precio bajo. Inevitablemente, quienes estu-vieran por encima de la masa tratarían al trabajo dela misma manera en que uno trata algo que es barato,quizás con alguna consideración, pero posiblemente coninsolencia y arrogancia. Y obviamente, las masas ten-drían que tolerar dicho tratamiento al no tener otraalternativa que la del hambre. En tales sistemas, lasexhortaciones de los predicadores y de los filósofos noaliviarían el maltrato hacia los trabajadores. Lo másprobable sería que el mensaje de los predicadores y de losfilósofos instigara a los hombres a considerar su situa-ción según la ordenanza de Dios o de la naturaleza y aaceptarla con resignación.

Imaginemos ahora un sistema moralmente neutro,pero con una gran capacidad productiva en constantecrecimiento. Inevitablemente, las masas treparían laescala del progreso. Una simple operación aritmética in-dica que la mayor parte de la riqueza producida iría ensu beneficio. No necesitarían venderse barato ni tolerar

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la insolencia y la arrogancia. Quienes requieren de susservicios descubren que es necesario y a la vez naturaly habitual tratarlos con respeto. Sin ser la meta realdel sistema, el trato de hombre a hombre se hace hu-mano.

Podemos apreciar el progreso de este desarrollo entodos los aspectos de la vida, pero el trato hacia los em-pleados domésticos resulta un ejemplo especialmenteilustrativo. Mucho después de la abolición de la servi-dumbre, cuando todos los hombres quedaron en libertadpara abandonar a sus amos, los sirvientes eran abofe-teados, golpeados y obligados a dormir en cuevas y es-condrijos porque no tenían una alternativa mejor. Na-die necesita que se le diga con qué respetuosa e inclusoservicial consideración se debe tratar hoy en día a lossirvientes si es que se quiere conservarlos en servicio. Car-lyle podía asumir una actitud arrogante con respectoa la moral desdeñando la "filosofía del cerdo", pero,afortunadamente, la situación imperante en su casa enChelsea estaba bien documentada. Su empleada dormíaen la cocina, donde trabajaba todo el día, o bien debajode la escala, y al igual que otros de su época, Carlyleconsideraba que ésta era una situación normal5.

En aquel tiempo, el capitalismo era un sistema in-cipiente; no obstante, ya había alcanzado una etapa enla cual el maltrato a los empleados domésticos estabasuperado. Poco después de la época de Carlyle, la cos-tumbre de hacer dormir a los criados en cualquier rin-cón o escondrijo, e incluso en áticos o desvanes, fueabandonada.

Supongamos ahora que las transacciones volunta-rias constituyan la regla básica del sistema que apa-renta ser moralmente neutro. Tal como nos dijo AdamSmith, no es gracias a la benevolencia del carnicero odel panadero que contamos con nuestra comida. Nues-tro propósito es llenarnos el estómago, o tal vez el dealguna otra persona a nuestro alrededor, pero no pode-mos hacerlo sin tomar en cuenta la voluntad de nuestrocarnicero y de nuestro panadero. ¿Dónde hemos encon-trado jamás una fuerza más perentoria y constante quenos haga tratar a nuestro prójimo con respeto, por egoís-tas que sean nuestros propósitos? Al mismo tiempo, aexcepción de unos pocos que podrían obtener su comida

5 Los personajes de Dickens, como su empleada para todo ser-vicio, también llevaban una existencia subterránea.

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robando o esclavizando a otros, siempre y cuando no seles impidiera, todos obtenemos mayor abundancia decomida de esta forma y los carniceros y los panaderossatisfacen mejor sus propias necesidades.

Esto nos introduce en el cambio más fundamentalexperimentado por la condición humana desde el naci-miento de nuestra especie. El hombre siempre ha desea-do ser rico, cualesquiera sean sus preceptos religiosos.

Hasta la aparición del capitalismo, la manera másefectiva para hacerse rico era subyugando a los hom-bres o apoderándose de la tierra. La sumisión, como con-secuencia de la conquista de territorios, de la esclavitudo de la implantación de la servidumbre eran experien-cias habituales entre la mayoría de los hombres.

Es cierto que la actividad comercial estaba entrela-zada con todo esto, tal como lo demuestran los merca-dos de esclavos y el comercio de esclavos existentes en-tre los siglos XVI y XVIII, pero el comercio rara vez oquizás nunca fue un medio tan amplio y seguro paralograr riqueza en los tiempos precapitalistas como lasubyugación de los hombres y la apropiación de tierras.Incluso los Estados mercantiles más exitosos, tales comoVenecia y Genova, necesitaban combinar las conquistasde terrenos con el comercio. El capitalismo fue el primersistema en la historia de la humanidad que sometió eldeseo de enriquecerse al suministro pacífico de la abun-dancia. Este constituye el cambio más notable y benefi-cioso en las relaciones humanas de todos aquellos quetrajo consigo la revolución industrial.

Que fue esencialmente pacífico lo demuestra laenorme expansión del comercio y de la inversión entrelos habitantes de los países desarrollados que se encon-traban en paz, aun cuando el afán precapitalista deobtener riqueza por medio de la guerra y la conquistasobrevivió en el espíritu de los gobiernos hasta muchodespués de haberse convertido en anacronismo6. Ade-más, mientras el capitalismo mercantil comenzó sirvien-do principalmente el consumo de los ricos, el capitalis-mo industrial se centró cada vez más en el consumo delos pobres. Las grandes fortunas ya no procedían de lassedas finas, sino de las lanas y de los algodones baratos;

6 Consideremos, por ejemplo, la rivalidad entre Gran Bretaña yAlemania, cuyos pueblos eran recíprocamente sus mejores clien-tes hacia 1914. De ahí nació la muy ridiculizada, aunque co-rrecta y famosa, obra "La Gran Ilusión" de Norman Agnell.

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tampoco de las especias y de los perfumes, sino del té,del café, del azúcar, de la margarina y de una cantidadcreciente de otros bienes de consumo masivo7.

La riqueza no surgió de la subyugación de los hom-bres o de la usurpación de la propiedad, sino del aumen-to en el consumo y de la prosperidad del hombre. Sinembargo, como la envidia reina poderosamente entre lamayoría de nosotros, el deseo de otros hombres de enri-quecerse sigue siendo objeto de nuestra crítica. Y dadoque el capitalismo es el agente más efectivo para hacerricos a los hombres, especialmente a quienes antigua-mente eran pobres, su propio éxito se convierte en elblanco del ataque, en especial de aquél proveniente delos intelectuales, quienes sólo ven en el sistema capita-lista un medio para ganar y para gastar dinero. Perolos hombres todavía quieren hacerse ricos. La alternati-va para satisfacer las necesidades de los hombres es através del ejercicio del poder, tal como ha sido siempre.Por lo tanto, no es sorprendente que dondequiera quehayan triunfado los enemigos del capitalismo, el resul-tado ha sido no sólo el menoscabo del nivel de consumode las masas, sino también la sumisión de las mismasal estado de servidumbre por parte de la nueva claseprivilegiada constituida por los gobernantes socialistas.

La frecuente falta de comprensión en cuanto a queson los efectos morales de un sistema económico, y nosus móviles (suponiendo que un sistema pueda tenerun móvil) lo que tiene importancia, queda al descubier-to al revisar las explicaciones que dan los historiadoresacerca de las causas que pusieron fin al comercio deesclavos y a la esclavitud en Occidente. No fue la com-pasión lo que hizo desaparecer esa mancha en nuestrasociedad, según nos han dicho algunos, sino el hechode que la esclavitud se hiciera menos rentable que eltrabajo libre en el mundo industrial. La verdad es máscompleja que esta explicación, cuyo propósito es, confrecuencia, denigrar la moralidad de los emancipadores,vinculándola con la persecución de objetivos económicos.Pero en la medida en que fuera cierta, prácticamente

7 Como lo he señalado en otra ocasión ("Myth and Reality inEconomic Systems", Heritage Foundation, página 7) HenryFord se hizo multimillonario poniendo a las masas en ruedas,pero Sir Henry Royce, que construyó el Rolls Royce y quienera mucho mejor ingeniero que Ford, nunca ganó un millón delibras, o incluso dólares para sí mismo.

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no habría mejor recomendación para los efectos mora-les del capitalismo. Si el capitalismo hizo que la escla-vitud fuera antieconómica, ha sido el único sistema enla historia de la humanidad en lograrlo8.

Pero ¿es el capitalismo moralmente neutro? Ante-riormente habíamos señalado, primero, que siendo unsistema de relaciones no puede ser moral o inmoral enel sentido en que puede serlo un grupo que persigueun propósito determinado; y segundo, que como má-quina al servicio de todas las necesidades que no violenel sistema legal, no distingue entre transacciones quepudieran o no tener un contenido moral o inmoral. Sinembargo, es incorrecto describirlo como moralmenteneutro. Si al revisar sus características esenciales secomprueba que efectivamente fomenta o refuerza laconducta individual moral o inmoral, se puede decir quees un sistema moral o inmoral en lo que a sus efectosse refiere.

Ya hemos destacado que la naturaleza voluntariade las transacciones capitalistas nos induce a respetaral prójimo. Tendremos que volver a este aspecto cuandoexaminemos los rasgos más significativos de la con-ducta moral de los individuos. Recordemos que hay cier-tas características esenciales del capitalismo que tien-den a impulsarnos a desarrollar una conducta moral.

En primer lugar, está la institución de la propiedadprivada, básica para todo el sistema. Prima facie, esconsecuente con la conducta egoísta o altruista, hono-rable o deshonorable, o con cualquier combinación deambas. Sin embargo, es una fuerza poderosa para laformación moral. Cada vez que usamos el derecho depropiedad con diligencia y cuidado aprendemos unalección de moralidad. Apreciamos esto en el comporta-miento del buen agricultor, quien tradicionalmente hadespertado nuestra admiración. También lo percibimoscuando reflexionamos acerca de las actitudes de aque-llos imbuidos en lo que se llamó "ética protestante",aunque, de hecho, también existía en sociedades no pro-

8 En 1776 la visión más común entre los norteamericanos eraque la esclavitud desaparecería gradualmente, pero la produc-ción de gin en Whitney le dio nueva vida. También se podríaalegar que el nuevo capitalismo del algodón en los estados delsur reforzó la esclavitud. Sin embargo, el desarrollo de la tec-nología la habría tornado antieconómica incluso en el cultivo delalgodón, con o sin Guerra de Secesión.

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testantes que sentían admiración por el trabajo, porel ahorro y por la actividad empresarial. La propiedadprivada ayuda a la formación moral por cuanto induceal menos a algunos propietarios a considerarla comoalgo que está a su cargo, aunque no sea más que paradejársela a sus hijos o a sus nietos. Y quienes así pien-san tienden a atesorarla, hecho que se opone a lascreencias populares en torno del consumo excesivo delos ricos y de la incidencia de la suerte o del juego. Com-paremos nuestra actitud frente a la propiedad privaday a la propiedad pública. Todo jefe militar, todo admi-nistrador de escuela estatal, todo contralor burocráticoconoce el descuido y la negligencia con que la mayoríade nosotros tratamos la propiedad pública. Esto es asíen todas partes, pero es especialmente cierto en los paí-ses socialistas, donde gran parte de la propiedad es pú-blica. Todo analista competente de las economías pla-nificadas de los países socialistas informa que, ademásde sus otras notorias debilidades, todas están corrom-pidas a causa del descuido, cinismo y deshonestidad conque se trata a la propiedad pública. Todos engañan aquienes pueden, pero ponen especial interés en el fraudeal Estado a pesar de los durísimos castigos aplicados aquienes son descubiertos y apresados.

En segundo lugar, existe la inviolabilidad del con-trato. Hay muchos que no le tienen el menor respeto.Sin embargo, el quid del sistema capitalista es favore-cer a quienes cumplen con sus contratos y entrabar aquienes no lo hacen. La inviolabilidad del contrato esuno de los componentes más importantes del cementoque une a una sociedad civilizada, y tiende a surgir es-pontáneamente en una sociedad donde se respeta lapropiedad privada. Al mismo tiempo produce efectos queenaltecen el carácter de los hombres.

El capitalismo tiende a fomentar la inviolabilidaddel contrato no sólo entre individuos sino también en-tre Estados. Pacta sunt servanda es un principio vene-rable, válido para los Estados como para los individuos.Pero los Estados adoptaron cierta medida de respeto se-rio, aunque reconocidamente incompleta, en sus rela-ciones mutuas, sólo a partir del desarrollo de las ideassobre derecho internacional, que tenían la misma pro-cedencia que aquellas que dieron origen al capitalismo.Sin embargo, el cambio más notable tuvo lugar en lasnegociaciones entre el Estado y sus ciudadanos. Es evi-dente que tanto en las sociedades precapitalistas como

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en las poscapitalistas, los Estados han demostrado tenermuy poco respeto por los derechos de sus ciudadanos opor las normas de probidad, incluso en las negociacio-nes contractuales con ellos. Esto se manifiesta con ma-yor relevancia en la historia del dinero. En la antiguahistoria de la devaluación del dinero, por parte de losmonarcas precapitalistas y por parte de los modernosgobiernos socialistas y semisocialistas, hay tan sólo unintervalo importante: cuando los Estados impidieron laexpropiación a sus ciudadanos, expropiación que dichosgobiernos llevaban a cabo abusando del poder que te-nían sobre el sistema monetario. Este intervalo ocurrióen el gran siglo del capitalismo, que se extiende desdeel término de las guerras napoleónicas hasta el estallidode la Primera Guerra Mundial. En ese entonces, sólolos Estados al margen del mundo civilizado se permitíanno cumplir con sus compromisos de crédito o defraudara sus ciudadanos devaluando la moneda.

En tercer lugar, está la ética del trabajo. Aunquemuy ridiculizada por personas que se creen superioresy que se consideran paladines de la vida cultural, o dela elegancia o de la meditación (y también por parte delos trabajadores británicos y norteamericanos, quienesse consuelan de su fracaso competitivo llamando traba-jo-adictos a los trabajadores japoneses), de hecho la éticadel trabajo es un agente primordial en la educación mo-ral y en el enaltecimiento del carácter. Saber que de-bemos trabajar para conseguir lo que deseamos, que sonpocos los bienes gratuitos en este mundo, que casi todotiene un costo que hay que pagar, es entender la verdadfundamental de nuestra situación como seres humanos.Bajo el capitalismo todos llegan a comprender estos con-ceptos. En un mundo colectivista todo sigue teniendoun costo, pero todos se ven tentados, y hasta urgidos,a comportarse como si tal costo no existiera o como siese costo fuera a ser pagado por otra persona. Este esuno de los efectos más corrosivos que ejerce el colectivis-mo sobre el carácter moral de los pueblos.

La moralidad inherente a la institución de la pro-piedad privada, que se manifiesta en el respeto por lainviolabilidad del contrato y en la ética del trabajo, esun testimonio convincente de los innegables efectos mo-rales del capitalismo sobre la conducta de los individuos.Pero aún hay algo más profundo.

Piensen en el antiguo mandamiento que dice: "Ama-rás a tu prójimo como a ti mismo". Interpretado literal-

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mente, no es la regla de conducta más clara o la másindiscutible. No es un hecho seguro que los seres huma-nos sean capaces de amar a otros como a sí mismos y,cuando menos, hay dificultades para identificar a nues-tro prójimo. Si todos los hombres son nuestro pró-jimo, nos encontramos ante el problema de tener quedistinguir cuáles son los más cercanos y cuáles los másdistantes en nuestras relaciones. Si tenemos que amara todos los hombres como a nosotros mismos, tenemosque hacer lo imposible y amar a nuestro prójimo cer-cano más que a nosotros mismos. O, si amamos a esteúltimo como a nosotros mismos, quiere decir que sóloamamos a los demás seres de este vasto mundo menosque a nosotros mismos. Sin embargo, aplicando un pocode sentido común, podemos aceptar el mandamientocomo nuestra regla de trabajo básica. Si así fuera, ¿quélugar tienen los efectos del capitalismo sobre la conduc-ta individual en relación con dicho mandamiento?

Amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos,•casi siempre se ha interpretado como curar a los enfer-mos, socorrer a los pobres, aliviar los sufrimientos hu-manos de toda índole. No cabe duda de que es lo quehace un buen hombre. Sin embargo, ello no cumple conel elemento más fundamental de amar al prójimo comoa sí mismo.

¿Qué significa ese amor? Debe significar que unodesea para su prójimo lo que más aprecia para sí mis-mo. ¿Qué es lo que más deseamos para nosotros mismos?No es la satisfacción material, por más que la aprecie-mos, porque ella puede lograrse mediante situaciones querechazaríamos con indignación. Un esclavo, un prisio-nero o un conscripto pueden tener todas las satisfac-ciones materiales esenciales. Cuando decimos que de-seamos esas satisfacciones y en la bondad de nuestroscorazones las deseamos también para nuestro prójimo,omitimos una suposición tácita, a saber, que somos li-bres para buscarlas de acuerdo a nuestros objetivos li-bremente elegidos; y si se las proporcionamos a los dé-biles y a los necesitados, no es a condición de que ellosse conviertan en nuestros siervos o esclavos.

Esta es la clave del mandamiento amarás a tu pró-jimo como a ti mismo. Lo que más deseamos para nos-otros mismos, y que por lo tanto debemos conceder anuestro prójimo, es la libertad para perseguir nuestrospropios objetivos. Sólo cuando esto se da por sentadopodemos hablar de prioridades como alimentación, ves-

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timenta, techo y demás beneficios materiales. Como co-rolario de esta libertad deseamos que otros respetennuestra individualidad, independencia y estado de sereshumanos responsables. No queremos ser tratados comoniños o como protegidos de nuestros benefactores, porno decir esclavos o siervos, prisioneros o conscriptos,por muy generoso e indulgente que sea el trato que nosden. Esta es la moralidad fundamental que precisa yfomenta el capitalismo. Es el único de los sistemas eco-nómicos que opera sobre la base del respeto por la per-sona libre, independiente y responsable. Todos los de-más sistemas, en diferentes grados, tratan al hombrede una manera inferior. Los sistemas socialistas, sobretodo, tratan al hombre como peón de ajedrez que semueve al antojo de las autoridades; o como niños aquienes se les da lo que a juicio de los gobernantes lesconviene, o como siervos o esclavos. Los gobernantesempiezan haciendo ostentación de su compasión, quesiempre es una farsa, pero con el correr del tiempo de-sechan ese pretexto que ya no estiman necesario paramantenerse en el poder. Realizan todas sus acciones ba-jo la presunción de que saben más que nadie. En conse-cuencia, ellos y sus sistemas están anquilosados moral-mente. Sólo el sistema libre, el tan vapuleado capitalis-mo, es moralmente maduro.