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Juan Carlos Pérez Gómez
Si bebes agua, recuerda la fuente Página 1
Si bebes agua, recuerda la fuente
Una mañana de verano, María Teresa, vecina y amiga de toda la vida,
madrugó para hablar conmigo. Sabía que pasaba el fin de semana en Enguera
y que me encontraría en casa.
-¿Me acompañas a dar un paseo?; el día está nublado pero la temperatura es
agradable.
-De acuerdo _respondí_. Me irá bien estirar las piernas.
María Teresa se sujetó a mi brazo y comenzamos a andar. Al pasar por la
plaza de la iglesia unas máquinas derribaban la casa de don Pedro el médico,
donde tuvo la clínica. Por el Llano, camino a la Mota, ascendimos hacia el
Castillo. En el trayecto, sus palabras iban de atrás hacia delante y de delante
hacia atrás. En algunos momentos de la conversación, yo iba completamente
perdido. Finalmente me pidió que la acompañara a visitar a un ermitaño en la
Umbría del Sastre.
-¿Quién dices que vive donde íbamos a sacar areneta para fregar?
-Es un fraile que ha venido a vivir en soledad. Habita el recinto de la cueva
donde ha construido una capilla.
-Le diremos que en invierno bajan las temperaturas y el camino se llena de
hielo.
-Sí, recuérdamelo _arqueó las
cejas María Teresa_. Me explicó
que no se aburre, que cuando
mira el paisaje siempre lo ve
diferente.
-Y... ¿Cómo te has enterado de
que había un ermitaño en el
monte? _pregunté inquieto.
-Un día lo encontré cerca de
donde estamos ahora. Él buscaba
hierbas medicinales y yo había salido a caminar. Iba sola. Me asusté porque no
esperaba encontrarme con nadie y menos con un fraile vestido como hace
siglos. Impresionaba, la verdad, pero cuando me habló, me tranquilicé tanto
que parecía que lo conocía toda mi vida. Hablamos más de una hora; casi se
me hizo de noche.
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-¿De qué hablasteis?, si puede saberse...
-De gratitud. _contestó sin titubeo.
-Muy significativo. ¿Y en qué consiste para él la gratitud o cómo la vive?
-Verás _me explicó mirándome a los ojos_, dos cosas deben ocurrir para que la
gratitud nazca en nuestros corazones. Tenemos que recibir algo importante, y
tiene que ser un regalo. Si hay que trabajar o pagar por ello, la apreciamos,
pero no sentimos agradecimiento. Y, debemos darnos cuenta de que en cada
momento se nos da algo muy valioso y gratuito: el momento presente. El
momento que estamos viviendo es un regalo, y el próximo lo será. No hay
dinero para comprarlo, no hay nada que podamos hacer para traerlo; cada
momento es un regalo porque trae oportunidad. La respuesta ante un regalo
es, siempre, la gratitud.
Escuché a mi amiga sin interrumpirla, casi sin respirar. Entiendo cómo atraída
por el mensaje del fraile, quiera volver a reunirse con él ansiando cultivar la
gratitud como forma de relacionarse con la vida y de abrirse a todo aquello que
brinda alegría.
-Quizá sea el único ermitaño que queda abierto al diálogo; tiene la sencillez y la
gratitud como forma de vida. Es el último exponente de la orden de San Pablo y
San Antonio Abad.
Aquella institución religiosa que en el siglo XVII acogió a todos los ermitaños
del país se disolvió y se integraron en los franciscanos. El hermano Hilario,
como se hace llamar, se resistió a dejar su condición asceta profesando en la
más absoluta austeridad. Ni siquiera le ha importado el estado de la cueva de
la Umbría del Sastre o que para acceder a ella haya un camino difícil.
-Se levanta muy temprano, realiza sus oraciones en la capilla y, si llega a
desayunar, empieza a trabajar en la conservación de la cueva y alguna tarea
agrícola. Su vida se basa en la oración y el trabajo.
En el camino que rodea la ruta, interrumpido por alguna liebre que corretea por
allí, emerge de pronto una pinada, escenario de perfección. Andamos hasta
localizar al hermano Hilario para hablar cuanto nos fuera posible, aunque su
vida en silencio le hace ser especialmente reservado. Íbamos como aquellos
peregrinos acudían a visitar a algún Padre del Desierto en busca de consejo
espiritual. Su capucha atenuaba el viento fresco. El fraile era un rasgo más del
paisaje: una piedra pulida por los siglos, un tronco tapizado de musgo.
El hermano Hilario, mantiene los valores de la orden para dar sentido a su vida.
Valores asociados al sacrificio y la castidad, como la disciplina de la flagelación
practicada los viernes. Ahora su mayor sacrificio es moverse con facilidad por
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veredas por las que ni siquiera transitan los vehículos. Menos mal que la
belleza del paisaje reconforta el ánimo.
Para llegar a la cueva se necesita estar en forma o tener una fe inquebrantable.
Hay que subir un largo sendero que le quita a uno el aire. En el último tramo
encontramos al hermano Hilario racimando tomillo. Al vernos, quedó inmóvil
aunque sus dedos no dejaron de trabajar. Encorvado por los años, sus
penetrantes ojos nos dieron la bienvenida. Tras las debidas presentaciones,
intuí que el eremita esperaba con sencillez alguna pregunta por nuestra parte.
No había tiempo que perder; o hablábamos o luego sería demasiado tarde,
pues se retiraba pronto a su silencio.
-Los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje. Es necesario pasar por
esta soledad y permanecer en ella para recibir la gracia de Dios: es aquí donde
uno se vacía y se desprende de todo lo que no es Dios, y donde se vacía mi
alma para dejar el sitio a Dios. Es necesario este silencio, y es en la soledad,
en esta vida a solas con Dios, donde Dios se da todo entero a quien se da todo
entero a Él. Por tanto, les ruego que se den prisa, tengo mucho trabajo _dijo
mientras se ponía las sandalias y
se disponía a cruzar por las
piedras.
Leyó en mi cara que no supiera
dónde va un fraile sin convento con
tanto trabajo en su retiro ¿Será,
entonces, que escapa del mundo al
mundo mismo? y, por eso,
comenzó a hablar de lo que él
habla: de la espiritualidad entendida como un estado de plena vitalidad, de la
importancia de habitar el presente. Y añadió:
-Aunque no lo crea _dirigiéndose a mí_, tengo que domar a dos cernícalos,
entrenar a dos águilas, mantener quietos a dos conejos, vigilar una serpiente,
cargar una burra y someter a un jabalí.
Le miré con extrañeza, pero algo en sus ojos me hizo comprender que no era
momento para preguntar nada.
-No hemos visto ningún animal por aquí. _Comentó María Teresa.
El ermitaño arqueando las cejas, explicó:
-Los llevamos dentro: Los cernícalos, se lanzan sobre lo primero que ven,
bueno o malo. He de entrenarlos para que se lancen sobre presas buenas…
Ellos son mis ojos. Las águilas con sus garras hieren y destrozan. Tengo que
entrenarlas para que ayuden sin herir… Ellas son mis manos. Y los conejos
son caprichosos y esquivan las situaciones difíciles. Tengo que enseñarles a
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estar quietos aunque haya cosas que no me gusten… Ellos son nada menos
que mis pies. Y en cuanto a la serpiente, a mi edad resulta muy difícil
controlarla. La tengo encerrada en una jaula. Siempre está lista por morder y
envenenar a los que la rodean cuando se abre la jaula, si no la vigilo de cerca,
hace daño… Ella, es mi lengua. Las palabras pueden ser de bendición o de
maldición. Cuidado con lo que decimos.
María Teresa se estremeció. Cuánta sabiduría había detrás de esas palabras.
-¿Se os ha comido la lengua el gato? _ preguntó.
-Demasiado complicado… hermano Hilario _dije forzado a contestar.
-Si les parece, será mejor que me acompañen a la cueva, las oscuras nubes
que ocultan al sol no me gustan nada.
Se aproximaba una tormenta de verano. Aceptamos la invitación a seguirle y al
poco, comenzó a llover.
-La lluvia se empeña en enmarcar los momentos más especiales de la vida.
_señaló abriendo sus brillantes ojos para poner énfasis en sus palabras.
Una lluvia mansa y apacible impregnó el ambiente de una contagiosa
melancolía. Los relámpagos intentaban extenderse en el tiempo para vencer la
oscuridad. Las gotas rebotaban a la entrada de la cueva.
-¿Y la burra? ¿Qué pasa con la burra? _preguntó María Teresa.
Sacudiendo la cabeza, dijo:
-Es muy obstinada, no quiere cumplir con su obligación. Siempre está cansada
y no quiere llevar la carga. Ella, es mi cuerpo. Por último, queridos Paco y
María Teresa, no sabéis cuánto me cuesta domar al jabalí, quiere ser el amo,
es vanidoso y orgulloso… Ese… ese es mi corazón. Nos pasamos media vida,
queriendo dominar los instintos e imperfecciones que se esconden en nuestro
el interior... y pasan desapercibidos. Ello supone equilibrar la mente y el
corazón, pero no el corazón vanidoso y orgulloso, sino el transparente,
profundo y humilde.
Dicho esto, nos invitó a pasar a la estancia donde consagra el tiempo. El olor a
incienso, uno de los perfumes más antiguos que existen era tan intenso y
penetrante que me hizo estornudar.
-Creo que es el olor de la ruda el que te hace estornudar de esa manera. Su
perfume rompe maleficios y aparta el mal de ojo. Los perfumes y extractos
ayudan a potenciar nuestras peticiones y a fortalecer nuestros deseos. En el
convento usábamos el sándalo para tranquilizar el alma. Ahora, lo uso para
contrarrestar y disminuir las tensiones generadas por mi estado de ánimo.
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También os habréis fijado que estoy rodeado de claveles, no es casualidad; ha
sido reconocido por muchas culturas como el olor de la iniciación y el
conocimiento.
Yo no soy un entendido en esencias y aromas balsámicos, pero el hermano
Hilario era todo un experto.
-Cada esencia tiene una vibración oculta; hay que conocer las aplicaciones
extraordinarias de cada una de ellas.
María Teresa, volviendo a los animales, planteó:
-Si consiguiéramos domar la serpiente que llevamos dentro...
-Eso de la serpiente _dijo el fraile con expresión cansada_, suena peligroso, de
lo peor. Muchas veces dañamos a los demás porque no cuidamos nuestras
palabras. Murmuramos, calumniamos.... Lo ideal es utilizarla para alentar, para
transmitir positivismo, bondad y generosidad. Siempre tenemos alguna fiera
que domar. Ante situaciones difíciles, damos respuestas que suman problemas
a los problemas. ¿Entendéis porqué quiero vivir en silencio?: para introducirme
en mi mundo interior; el silencio
conduce a la paz. El silencio, la
soledad, la libertad interior, la
oración… van arando y regando
nuestra reseca hondura para
dejar germinar y crecer la bella
planta de la sabiduría del
corazón.
-¿Que podemos hacer, hermano
Hilario? _preguntó mi amiga.
Tragó saliva. Se rascó la cabeza y se levantó de la piedra donde estaba
sentado y, leyendo desilusión en la cara de María Teresa, matizó:
-Poner todo nuestro potencial interno al servicio de uno mismo y de los demás.
En función del empeño que pongamos nos acercaremos a lo mejor que
tenemos dentro. Solo los que tienen sueños, luchan o tienen esperanza, son
capaces de mover el mundo. A veces nos dejamos llevar por nuestros impulsos
y lo importante es recapacitar y enmendar. Los animales matan para sobrevivir
y nosotros para imponer nuestras ideas. Ese es uno de los peores instintos
contra los que hay que luchar, la violencia, las guerras por las creencias, las
controversias étnicas.
Dicho esto, el ermitaño adoptó una expresión pensativa y su frente se arrugó
todavía más. El silencio se rompió cuando añadió:
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-Todos tenemos varios animales dentro y eso es difícil de controlar. Nos gusta
ir al zoo porque hay un poco de nosotros en cada jaula. Hay hombres con
reacciones agresivas que nos devuelven a nuestras etapas evolutivas más
salvajes. La violencia y la agresividad son una muestra de nuestro fracaso por
comprender y aceptar a los demás y del abandono a nuestros peores instintos.
María Teresa saliendo del aturdimiento, osó preguntar:
-Hermano Hilario, ¿puede darnos algún consejo especial?
Su respuesta se sintetizó en las dos primeras palabras que le vinieron a los
labios: valentía y alegría. Con estas palabras nos resumió el itinerario de su
vida. La luz de sus ojos certificaba lo que decían sus labios. La verdad es que
cuando escuchas a un fraile que vive de soledad y ascesis no esperas
encontrar un hombre que desborda alegría y sentido del humor.
-¿Por qué me miras tan fijamente, María Teresa?
-No, no es eso. No sabía cómo pedirle que nos diera un consejo para aplicarlo
en nuestro día a día.
Noté que la pregunta le hizo sentirse cómodo. La riqueza de este monte se
incrementa con este hombre, que en el silencio y oración, da consejos que
llenan la vida de sentido a quienes le visitamos.
-No os preocupéis _dijo con voz cálida y apaciguadora_. Haced las cosas
ordinarias de manera extraordinaria. En otras palabras: haced las pequeñas
cosas con amor. Si en la vida vuestra única oración fuera "gracias", con ella
sería suficiente.
Dicho esto, sin volver a sentarse en su piedra, nos invitó a participar en su ritual
diario a la Madre Tierra.
--¡Por cierto! ¡Un regalo!, hoy la lluvia pone un fondo musical de excepción.
Sobre el altar colocó un velón de cera virgen, hojas de laurel y olivo, un plato
con semillas con pétalos de flores, tierra y un cuenco de metal. Un leve toque
de campana se perdió en la inmensidad del monte. Como una aparición,
ataviado con una capa clara entro el fraile en la sima a paso renqueante,
soportando sobre sus rodillas el peso del tiempo. Mis sentidos dejaron de
prestar atención al entorno para centrarme en aquello.
-Querida Madre Tierra _exclamó_, en el nombre de la Presencia Divina que
mora dentro de nosotros, te pedimos perdón por aquello que consciente o
inconscientemente, hemos hecho y te ha causado daño. Te pedimos perdón
por traer tanto desequilibrio a la naturaleza. Te pedimos perdón por no saber
disfrutar de los bienes y bendiciones que nos das y en lugar de ello haberlos
estropeado, como el tomillo, el romero y palmitos estrujados al pasar por los
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caminos. Te pedimos con todo el amor del que somos capaces y desde nuestra
alma, que recibas esta Luz y el amor que te enviamos, que acojas en tu seno
toda la energía sanadora que de nuestros corazones y de nuestras manos te
brindamos por todo lo que nos das. Recibe nuestra luz y llévala hasta tu centro,
y que desde ahí reine la paz, se manifieste la calma desde tu profundidad hasta
la superficie... en continentes, mares y océanos, en los ríos, lagos, montañas,
llanuras, ciudades y pueblos... Te agradecemos por disfrutar de tus bondades y
bendiciones del cielo mientras caminamos hacia la luz en esta encarnación, y
te pedimos que continúes latiendo. Igual que nos das el sustento de poder vivir
en la tierra, nosotros queremos brindarte esta ofrenda y pedirte que igual que la
semilla florece, así florezcan nuestras ilusiones, deseos y esperanzas. Gracias
amada Madre Tierra, porque nos escuchas.
El silencio que siguió al ritual nos llevó a una profunda meditación como nunca
antes habíamos experimentado; nos hizo comprender que la única norma de
este anciano era la búsqueda del equilibrio entre el interior y el exterior, entre la
escucha de Dios y la escucha de las personas, entre la búsqueda interior y la
inmersión en la realidad. Que, incluso a nivel espiritual, el camino era más
ameno si estaba lleno de silencio y de soledad. La edad no le había quitado ni
la fuerza ni el entusiasmo que emanaba en su interior. Quizá la sangre que
bombeaba su corazón era una de las razones por las que mantenía tanta
energía.
Afuera llovía; dentro crepitaba la fogata. El hermano Hilario sostuvo nuestras
miradas y al final de la meditación, tomó la palabra:
-Si en cada cosa que hacéis ponéis toda vuestra atención, disfrutareis de la
vida en cada momento. No tenéis por qué hacer cosas muy grandes; las cosas
que hagáis, hacerlas con amor. La llama que tengo entre mis manos es ahora
un montón de llamas que se remonta a nuestros antepasados cuando
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aprendieron a hacer fuego, y luego a trasladar este calor con ellos donde iban.
La luz se multiplica cada vez que es compartida. Mirar cómo la luz engendra
luz. Salir y contagiar luz a todas las personas con quienes os crucéis, permitir
que siga creciendo la llama. Recordad esto: agradecer siempre a la llama su
luz, pero no olvidéis el pie del candil que paciente la sostiene.
A continuación nos invitó a encender del velón que él sostenía, una vela cada
uno, y luego en silencio, contemplar su luz. A un quemador agregó unas gotas
de aceite de lavanda para, según él, destruir maleficios, alejar envidias y
estimular la concentración.
-Mi vida es muy simple _apuntó_. Aparte de rezar, dedico tres horas a cultivar
la huerta, dos a leer y cinco a dormir sobre la arcilla de este suelo, como
colchón. No podría volver a dormir con almohada y mucho menos sobre un
colchón. La única excepción que me permito es beber vino dulce fuera de la
eucaristía. Una de las cualidades que tenemos los seres humanos es la de la
alimentarnos de la energía cósmica que nos rodea. Cuando dejé de comer, no
pasé hambre. Alimentado de energía cósmica, absorbo la que me rodea y
cubro las necesidades físicas y energéticas que necesito y estoy sano y activo.
Alguna vez como fruta o bebo agua. Al no consumir alimentos mi cuerpo dejó
de evacuar perdiendo esa función, pero mis órganos no se han atrofiado y
funcionan correctamente, contrariamente a lo que se pudiera pensar. Esto no
es exclusivo de ascetas o misántropos iluminados; requiere aprendizaje y
adaptación, no se trata de dejar de comer y ya está, si no de adecuar nuestro
físico a la absorción y culminación de esta forma energética a nuestra rutina
alimenticia. El lado negativo es desarrollar una apropiación energética
parasitaria, pudiendo llegar en estados regresivos a alimentarnos del prójimo.
Como ermitaño en este rincón, tengo el deseo de sentir mi propia soledad entre
la alegría y la tristeza, de dialogar con Dios, de enfrentar con paciencia el
sufrimiento de las distracciones conmigo mismo y hoy, como esperaba desde
hace tiempo, de vuestra compañía. Especialmente de la tuya, María Teresa.
¿Qué te pasa?
-¿A mí? nada _dijo mi amiga rompiendo el silencio.
-Has estado muy callada todo el tiempo.
-Soy así.
-Me temo que buscas respuesta a algo que te tiene en un andar sin sombra.
El comentario del hermano Hilario hizo que yo, ajeno por completo, sintiera una
creciente inquietud.
-¡Nadie como usted para resolver mis escepticismos!
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Dicho esto, el rostro del hermano adquirió un tono más blanco, como de
porcelana. Sus ojos, aunque apesadumbrados, transmitían seguridad y
firmeza. Un leve escalofrío recorrió su cuerpo como si alguien hubiera soplado
sobre su nuca. Durante unos segundos se sintió turbado, incluso atemorizado,
por la presencia de alguien, lo cual era ridículo porque ni María Teresa ni yo
vimos a nadie. Sacudió la cabeza y se centró en explicar:
-No pasa nada; tranquilos. Los espíritus hablan a través de los hombres para
enseñarnos muchas cosas. Están aquí con nosotros. Me están indicando el
pasado trágico que tuviste en una encarnación anterior _dirigiéndose a María
Teresa, haciendo una pausa para coger aire_. Y también están con nosotros
los que te defendieron; Quieren
ayudarte y que empieces a
prosperar.
Sabía que se podían canalizar
mensajes con diversos “entes”;
que existían canalizadores de
seres dimensionales, Ángeles,
dioses de culturas extintas,
muertos... y que muchos textos
sagrados tienen un origen
canalizado. En ese momento, sin
más, las ramas de los pinos empezaron a temblar mecidas por un incipiente
viento que amenazaba con desplazar a la lluvia. El fraile, se secó el sudor de la
frente con la manga del hábito y aprovechó para cerrar los ojos.
-Todos tenemos alma. Es fundamental conocer qué clase de alma tenemos y
de donde viene. Ese, María Teresa, es uno de los interrogantes que te tiene
angustiada, y no es para menos. Eres una mujer que te vienes abajo cuando
los que te rodean reaccionan mal ante tus comentarios. Si insistes, se vuelven
contra ti y se asustan por esos pensamientos que se salen de sus cánones.
Las almas que habitan en la Tierra, afirmó el fraile, pueden ser se nómadas,
viejas o jóvenes; aunque hay otras pululando por aquí.
-De pequeña no encajaba con nadie; no me sentía a gusto en ciertos
ambientes. Temía ser etiquetada de "bicho raro". Ahora me siento atraída por
todo lo alternativo, tanto en ciencia como en medicina; me atrae mucho el arte
y todo lo que tenga que ver con el pensamiento...
-No me digas más... eres un alma nómada. He visto la facilidad que tienes para
manejar energías. Tu paso por esta realidad es solo un cúmulo de
experiencias, evita caer en tus propias trampas, disfruta del viaje y vive el
momento. No caigas en los dramas que te proponga la vida y capéalos de la
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mejor forma. El objetivo es el conocimiento, acumula experiencias y no te
regodees en ellas, fluye, vive y finaliza con éxito tu experiencia de vida.
-Y yo, hermano.... _solicité.
-Tú, amado Paco, aunque das y mantienes conversación, no eres muy dado a
estrechar lazos afectivos; en tu interior guardas una necesidad imperiosa por
sentirte plenamente vivo y la receta es, vivir agradecido. Y, quizá, me
preguntes ¿qué ocurre con lo que me resulta difícil de agradecer? y te
contesto: Aunque no puedes sentirte agradecido por la violencia, la corrupción,
la infidelidad, la maldad, la traición, debes estar agradecido por la oportunidad
que presentan de crecer, de aprender, de levantar la voz y protestar, de servir y
de ayudar. ¿Me entiendes? Pensamos que las personas felices son
agradecidas porque son felices. Pero es al revés, las personas agradecidas
son felices sin importar lo que les suceda. He conocido a muchas personas que
tenían todo lo que necesitaban para ser felices y eran muy infelices; otras con
muchos problemas y desafíos,
irradiaban agradecimiento.
Me hablaba con tanta emoción que
dejaba entrever que la gratitud que
profesaba no era un sentimiento
almibarado. No sé si conoció a
María Teresa por casualidad o la
pusieron en su camino cuando
merodeaba por el monte buscando
un momento de desconexión, lo
cierto es que también ha
compartido su amor conmigo;
hemos trabado un vínculo que desafía los rótulos: un poco padres, un poco
hijos. Necesitamos de una conversación así, un retorno al estado embrionario,
una experiencia mística que contribuya a ampliar nuestra percepción y
aprender a vivir en el nuevo contexto que se nos presenta. No sé el tiempo que
duró la charla, pero había cautivado nuestros corazones; el esfuerzo había
valido la pena. María Teresa le sostuvo la mirada, diciendo:
-Gracias hermano Hilario por haber compartido con nosotros su tiempo, su
espacio y su amor...
-No puedo permitir que os marchéis sin proponeros tres sencillas acciones que
inducen a un cambio de vida profundo: Detente, mira y actúa. Por la mañana,
antes de abrir los ojos, cabe recordar el regalo de la vista. Al beber el primer
vaso de agua, tomar conciencia de que no todos disponen de ella. Al coger el
coche, recordar la gracia de tener un medio de transporte. Puede que no sea el
vehículo que uno quiere, pero es un vehículo y por él corresponde dar gracias.
Si vivimos angustiados, las oportunidades se desperdician delante de nuestros
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ojos. Y... bueno, Paco, no te preocupes si crees que estás desconectado del
mundo y no compartes puntos de vista con los demás... No te midas a ti mismo
con una vara muy estricta, puedes deprimirte o tener problemas de autoestima.
Víctor Hugo dijo que "El cuerpo humano no es más que apariencia, y esconde
nuestra realidad. La realidad es el alma".
Nos fuimos muy distintos de cómo llegamos. Un poco más livianos allí donde
no nos sabíamos pesados. Un poco más abiertos a la música del silencio, al
destello en el corazón de la oscuridad. Hay sonidos que rompen el silencio, y
hay sonidos que nacen de él. Esta música nace del silencio, como la luz de la
oscuridad.