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CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO CELAM SIGNOS 1 UEN PASTOR piritualidad y misión sacerdotal COLECCIÓN DE TEXTOS BÁSICOS PARA SEMINARIOS LATINOAMERICANOS Vol. I

Signos Del Buen Pastor

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Page 1: Signos Del Buen Pastor

CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO CELAM

SIGNOS 1 UEN PASTOR

piritualidad y misión sacerdotal

COLECCIÓN DE TEXTOS BÁSICOS PARA SEMINARIOS LATINOAMERICANOS

Vol. I

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CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO CELAM

SIGNOS

DEL BUEN PASTOR Espiritualidad y misión sacerdotal

Juan Esquerda Bifet

Pastoral para la evangelización liberadora en América Latina

Vol. I

Bogotá - 1989 CELAM

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El autor del presente volumen, Espiritualidad y misión sacer­dotal, imparte cursos y retiros espirituales en toda América La­tina desde 1968. Nacido en Lérida, España, es profesor en la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma y conocido por sus publicaciones en diversos idiomas. Dirige el Centro Internacio­nal de Animación Misionera en Roma.

© Consejo Episcopal Latinoamericano — CELAM Apartado Aéreo 51086 ISBN- 958-625-158-6 Edición completa ISBN- 958-625-159-4 Volumen I Primera edición — 2.000 ejemplares Bogotá, noviembre de 1989 Impreso en Colombia - Printed in Colombia

CONTENIDO

Pág.

7 Ofrecimiento

I. ESPIRITUALIDAD E IDENTIDAD SACERDO­TAL PARA UNA NUEVA EVANGELIZACIÓN . . 13

II. CRISTO SACERDOTE Y BUEN PASTOR PRO­LONGADO EN SU IGLESIA 47

III. EL MINISTERIO APOSTÓLICO AL SERVICIO DEL PUEBLO DE DIOS 79

IV. SACERDOTES PARA EVANGELIZAR 103

V. SER SIGNO TRANSPARENTE DEL BUEN PASTOR 141

VI. SACERDOTES AL SERVICIO DE LA IGLESIA PARTICULAR Y UNIVERSAL 173

VII. ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL PRES­BITERIO DIOCESANO 199

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Pág.

VIII. VOCACIÓN Y FORMACIÓN SACERDOTAL 225

IX. ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL MINISTRO DE CRISTO 253

X. SÍNTESIS Y EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL 277

SIGLAS 325

ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA GENERAL 327

ÍNDICE DE MATERIAS 333

ÍNDICE GENERAL 339

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OFRECIMIENTO

Nace hoy, con particular ilusión, la que vamos a llamar "Colección Pastoral".

La Teología para la Evangelización liberadora de América Latina (Colección TELAD abrió caminos, llenó vacíos y encon­tró respuestas, en el campo de la formación teológica de los fu­turos sacerdotes del Continente.

Pronto, muy pronto, se sintió la necesidad de enriquecer la primera Colección, con una segunda similar, y fue así acornó na­ció la Filosofía liberadora para América Latina (Colección FE-LAL) que se ha iniciado con una Filosofía de la Religión.

Faltaba, desde luego, la dimensión pastoral, una tercera Colección (PELAL), que ahora vemos cristalizada con la publi­cación de su primer volumen: Signos del Buen Pastor —Espiri­tualidad y misión sacerdotal—.

El Decreto Optatam Totius resume así en el No. 8 la nece­sidad de un cultivo intenso de la formación espiritual en ¡os Se­minarios:

' 'La formación espiritual ha de estar estrechamente unida a la doctrinal y pastoral, y, con la colaboración sobre todo del director espiritual, debe darse de tal forma que los alumnos aprendan a vivir su trato familiar y asiduo con el Padre por su

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Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo. Habiendo de configurarse a Cristo Sacerdote por la sagrada ordenación, habitúense a unir­se a El, como amigos, con el consorcio íntimo de toda su vida. Vivan el misterio pascual de Cristo de tal manera que sepan ini­ciar en él al pueblo que ha de encomendárseles. Enséñeseles a buscar a Cristo en la fiel meditación de la Palabra de Dios, en la activa comunicación con los sacrosantos misterios de la Iglesia sobre todo en la Eucaristía y el Oficio divino; en el Obispo que los envía, y en los hombres a quienes son enviados, principal­mente en los pobres, los niños, los enfermos, los pecadores y los incrédulos. Amen y veneren con filial confianza a la Santísima Virgen María, a la que Cristo, muriendo en la cruz, entregó co­mo Madre al discípulo ".

Estos y otros muchos temas de interés, desarrolla en diez apretados Capítulos el insigne autor de este manual de espiri­tualidad, Monseñor Juan Esquerda Bifet, español de nacimiento pero latinoamericano de corazón y de apostolado, experto en la materia y conocedor como pocos de la realidad sacerdotal de nuestra América.

Estoy seguro de que su obra va a ser ampliamente acogida en nuestro campo eclesial. Vale la pena acentuar, como un apor­te muy suyo, la guía pastoral y la rica orientación bibliográfica que acompaña a cada uno de los capítulos de tan original tra­tado.

Agradezco a nombre del CELAM al Presidente del Departa­mento de Vocacionales y Ministerios DEVYM, Excelentísimo Señor Tulio Manuel Chirivella, así como a los miembros de la Comisión Espiscopal, Excelentísimos Señores Pedro Maurice Estiú, Antonio José González Zumárraga, Juan Antonio Flórez Santana, Jayme Henrique Chemello, Rubén Héctor Di Monte, y al Secretario Ejecutivo Monseñor Guillermo Melguizo, lo mis­mo que al Presidente de OSLAM, Padre Francisco José Ulloa, porque siguiendo a sus predecesores, han puesto su entusiasmo

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y su ardor sacerdotal en el nacimiento y progreso de estas Colec­ciones, la filosófica, la teológica y la pastoral.

+ ÓSCAR ANDRÉS RODRÍGUEZ MARADIAGA, S.D.B. Obispo Auxiliar de Tegucigalpa, Honduras Secretario General del CELAM

Bogotá, julio de 1989

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El ministerio jerárquico, signo sacramental de Cristo Pastor y Cabeza de la Iglesia, es el principal responsable de la edifica­ción de la Iglesia en la comunión y de la dinamización de su ac­ción evangelizadora (Puebla 659).

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Capítulo I.

ESPIRITUALIDAD

E IDENTIDAD SACERDOTAL

PARA UNA NUEVA

EVANGELIZACION

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I. ESPIRITUALIDAD E IDENTIDAD SACERDOTAL PARA UNA NUEVA EVANGELIZACION

Presentación

La espiritualidad es un camino y una "vida según el Espí­ritu" (Rom 8,4.9). Cristo vivió y actuó siempre "movido por el Espíritu" (Le 4,1.14); por esto se presentó en Nazaret como "consagrado" y "enviado" por el Espíritu para "evangelizar a los pobres" (Le 4,18). Pablo, ante los presbíteros de Efeso reu­nidos en Mileto, se llamó "prisionero del Espíritu" (Act 20,22).

Cada creyente es o debe ser un signo transparente y porta­dor de Cristo. El Señor quiso que sus "Apóstoles" fueran "bau­tizados" y renovados en el Espíritu para ser sus "testigos hasta los últimos confines de la tierra" (Act 1,8). Cristo vive hoy resu­citado entre nosotros: "estaré con vosotros hasta la consuma­ción de los siglos" (Mt 28,20).

El sacerdote ministro es signo de Cristo Buen Pastor por­que participa de modo especial en su ser, prolonga su obrar y sintoniza con sus vivencias. Esta realidad está encuadrada en una geografía y en una historia, aquí y ahora, también en una Iglesia entre dos milenios que comparte los gozos y las esperanzas de un mundo que cambia.

¿Cómo debe ser el apóstol de Cristo en nuestra época? ¿qué significado tiene la espiritualidad para el sacerdote minis­tro?

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Tiempo de gracia en un mundo que cambia

El misterio de la Encarnación del Hijo de Dios indica que Cristo vive nuestras circunstancias históricas: "habitó entre no­sotros" (Jn 1,14). Es decir, ha establecido su tienda de caminan­te en medio nuestro para compartir nuestra vida. Todo creyente y especialmente el sacerdote ministro (ordenado), orienta su vi­da en sintonía con las vivencias de Cristo en cada período histó­rico y en toda situación humana. Porque "el Hijo de Dios, con su Encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hom­bre" (GS 22).

Nuestra sociedad humana entre dos milenios sufre cambios rápidos y profundos, que parecen forjar una nueva etapa históri­ca más técnica y pluralista. El hombre de hoy se siente impulsa­do hacia un progreso y unas conquistas que parecen ilimitadas: "El espíritu científico modifica profundamente el ambiente cul­tural y las maneras de pensar" (GS 5). Nace un profundo senti­do de autonomía de las realidades terrenas.

Los cambios profundos, sociológicos, psicológicos, morales y religiosos, parecen delinear una persona y una comunidad hu­mana con rasgos y características en las que habrá que reinsertar el evangelio:

— Dominio sobre la naturaleza y progreso ilimitado en los campos de la manipulación de la materia, energía, gené­tica, espacio, microcosmos. . .

— Elaboración, intercambio y comunicación de datos y no­ticias: medios de comunicación social (mass media), in­formática, telemática, ideologías que tienden a monopo­lizar la humanidad. . .

— Movilidad humana masiva y permanente: migraciones debidas al trabajo, guerra, racismo, grandes ciudades, tu­rismo, encuentros, calamidades naturales, presiones ideo­lógicas, pobreza, centros de riqueza. . .

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ESPIRITUALIDAD E IDENTIDAD SACERDOTAL. . .

— Nace un concepto nuevo de unidad y responsabilidad universal dentro de la valoración y autonomía de las cul­turas y pueblos: los adelantos, los conflictos, los proble­mas y la paz son patrimonio de toda la familia humana; se reconoce que hay derechos fundamentales comunes a todos los hombres y a todos los pueblos (cf. GS 4-10).

Es necesario destacar la inversión de valores que puede pro­ducirse cuando estos cambios y logros carecen de enfoque ver­daderamente humano y cristiano: "el materialismo individualis­ta. . . el cónsumismo. . . el deterioro de los valores familiares bá­sicos. . . de la honradez pública y privada" (Puebla 54-58)1.

Este hombre técnico y universalista siente más que nunca la necesidad de vivencia, experiencia y trascendencia. "A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, no obstante, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior" (GS 10). Es, pues, un hombre que pregunta sobre:

— El sentido de la vida, la dignidad de la persona (trabajo, cultura, convivencia), de la historia humana. . .

— El sentido del dolor, de las injusticias, de la pobreza, del mal, de la muerte. . .

— El sentido del progreso y de los adelantos, comunicación de bienes con toda la humanidad. . .

1 La Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II (sobre la Iglesia y el mundo moderno) resume los fenómenos sociológicos actuales: Proemio y ex­posición preliminar (GS 1-10). Puebla resume la situación en América Latina; ver especialmente la primera parte (Visión pastoral de la realidad latinoameri­cana). Ver también Medellín en la introducción y la primera parte (Promoción humana): "América Latina está evidentemente bajo el signo de la transforma­ción y el desarrollo. Transformación que, además de producirse con una rapi­dez extraordinaria, llega a tocar y conmover todos los niveles del hombre, desde el económico hasta el religioso. Esto indica que estamos en el umbral de una nueva época histórica de nuestro continente" (Introducción, n. 4):

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— El sentido de la trascendencia y del más allá como base del misterio del hombre. . .

— El sentido del pensamiento humano que ha fraguado in­numerables ideologías (muchas de ellas válidas, pero to­das variables y pasajeras) sobre el misterio del hombre...

— El sentido de las normas morales (ética) para la conduc­ta personal, familiar, social, política, económica, inter­nacional. . .

Este hombre que quiere ver, pesar, medir, experimentar, no deja de pedir espiritualidad: "Por su interioridad es, en efec­to, superior al universo entero; a esta profunda interioridad re­torna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguar­da, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino" (GS 14). Mientras se pregunta sobre el silencio y ausencia de Dios, el hombre no deja de sentir sed de El, como si intuyera que sin Dios la vida sería un absurdo. Este hombre no deja de ser redimido por Cristo.

El espíritu del cristianismo sólo puede ser presentado por apóstoles auténticos que lo hayan experimentado en sus propias vidas como encuentro con Cristo. La sociedad moderna necesita ver signos claros del evangelio. Paradójicamente, el mundo, que a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios lo busca, sin embargo, por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmen­te, como si estuvieran viendo al Invisible" (EN 76; cf. GS 7).

Estas realidades humanas deben ser analizadas objetiva­mente y a la luz del evangelio. El análisis cristiano de la realidad y de la historia se realiza a la luz del misterio pascual de Cristo (cf. GS 22, 32,38-39, 45). Este análisis señala unas pistas para descubrir en los acontecimientos un hecho o un tiempo de gra­cia (kairos), que transforma la vida humana en compromiso de'

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donación a Dios y a los hermanos. Sólo es irreversible lo que nazca del amor. Todo lo que no nazca de la caridad es caduco, aunque produzca unos éxitos inmediatos. "Para ser tal, el desa­rrollo debe realizarse en el marco de la solidaridad y de la liber­tad, sin sacrificar nunca la una a la otra bajo ningún pretexto. . . El verdadero desarrollo debe fundarse en el amor a Dios y al prójimo, y favorecer las relaciones entre los individuos y las so­ciedades. Esta es la civilización del amor, de la que hablaba el Papa Pablo VI" (SRS 33).

Este análisis cristiano de la realidad equivale a discernir los signos de los tiempos (cf. Mt 16,2-4). Los acontecimientos reco­bran su orientación a la luz de la hora de Jesús, es decir, de su muerte y resurrección (cf. Jn 13). La realidad aparece entonces en toda su hondura, como reclamando al hombre un compromi­so de donación para liberarle integralmente haciéndole pasar a la actitud evangélica del amor universal. "La Iglesia, en la pleni­tud de la Palabra revelada por Jesucristo y mediante la asistencia del Espíritu Santo, lee los hechos según se desenvuelven en el curso de la historia" (SRS l;cf. 4, 11,44);DH 15)2.

La fe sobre el misterio de la Encarnación salva todas las tensiones convirtiéndolas en armonía de humanismo integral. "Esta fe nos impulsa a discernir las interpelaciones de Dios en los signos de los tiempos, a dar testimonio, a anunciar y a pro­mover los valores evangélicos de la comunión y la participación, a denunciar todo lo que en nuestra sociedad va contra la filia-

2. La frase "signos de los tiempos" (Mt 16, 4) o equivalente, se encuentra fre­cuentemente en los documentos del Vaticano II, ya desde la Constitución Hu­marme salutis por la que Juan XXIII convocó el concilio. Ver: GS 4, 11, 44. Para la vida sacerdotal: PO 6, 9, 15, 17, 18. Tiene relación con la "hora del Padre" que apunta hacia el misterio pascual (Jn 2,4; 7,30; 8,20; 12,23; 13,1). Puebla 12, 15, 420, 473, 653, 847, 1115, 1128. Cf. L. GONZÁLEZ CAR­VAJAL, Los signos de los tiempos, el reino de Dios está entre vosotros, San­tander, 1987; M.D: CHENU, Los signos de los tiempos, reflexión teológica en la Iglesia, en La Iglesia en el mundo de hoy, Madrid, Taurus, 1970, 11,25-278; M. RUIZ, Los signos de los tiempos, Manresa 40 (1968) 5-18.

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ción que tiene su origen en Dios Padre y de la fraternidad en Cristo Jesús" (Puebla 15). "No hay más que un humanismo ver­dadero que se abre al Absoluto. . . El hombre no se realiza en sí mismo, si no es superándose" (Pablo VI, Populorum Progressio 42). "Vuélvete a ti mismo; en el hombre interior habita la ver­dad; y si encuentras que tu naturaleza es mudable, transciéndete a ti mismo" (San Agustín, De Vera Religione 39, 72: PL 34, 154).

Nos encontramos en una "época hambrienta de Espíritu" (RH 18). Las realidades históricas sólo se pueden discernir y transformar en un compartir profundo de espiritualidad cristia­na. Por esto, el objetivo principal de la doctrina social de la Igle­sia es el de "interpretar esas realidades, examinando su confor­midad o diferencia con lo que el evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana" (SRS 41).

El hombre que comienza a delinearse en nuestra historia es un ser profundamente relacionado con todos los hermanos, con todos los pueblos y con el universo entero. Este hombre encon­trará su identidad si se abre a la trascendencia. Y esta apertura reclama testigos del Dios vivo y signos transparentes del Buen Pastor3.

Una Iglesia solidaria de los gozos y esperanzas

La espiritualidad cristiana y sacerdotal es eminentemente eclesial. La Iglesia {ecclesia) es la comunidad humana convocada por la palabra o anuncio del evangelio para celebrar el misterio

3 Documentos de la Conferencia Episcopal española: Testigos del Dios vivo, identidad y misión de la Iglesia, Madrid, PPC 1985; Los católicos en la vida pública. Instrucción pastoral, Madrid, PPC 1986.

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pascual de Cristo y transformar el mundo según el mandato del amor.

La Iglesia ha sido fundada y amada por Jesús como un con­junto de signos humanos (débiles) portadores de gracia. "Nacida del amor del Padre Eterno, fundada en el tiempo por Cristo Re­dentor, reunida en el Espíritu Santo, la Iglesia tiene una finali­dad escatológica y de salvación, que sólo en el siglo futuro po­drá alcanzar plenamente. Está presente ya aquí en la tierra, for­mada por hombres, es decir, por miembros de la ciudad terrena que tienen la vocación de formar en la propia historia del género humano la familia de los hijos de Dios, que ha de ir aumentando sin cesar hasta la venida del Señor" (GS 40)4.

La Iglesia se llama misteric o sacramento porque es signo transparente y portador de la presencia de Cristo resucitado (Ef 3,9-10; 5,32). Se llama también comunión ("koinonía") porque está constituida por hermanos que se aman en Cristo. Su objeti­vo es la misión, en cuanto que ha sido fundada para ser enviada a evangelizar o anunciar la buena nueva a todos los pueblos5.

La comunidad eclesial de creyentes es, pues, expresión o cuerpo de Cristo, a modo de complemento o prolongación (Ef 1,23; Col 1,24). Cada persona ha sido llamada (según la propia vocación) y agraciada (según carismas o gracias especiales) para formar parte de la comunidad eclesial y ejercer diversos servicios o ministerios.

4. Cf. Algunos textos básicos sobre la fundación de la Iglesia: Mt 16, 18; 28, 19-20; Le 24,47-49; Me 16,15-20; Jn 20,21-23; 21,15-18; Act 1,4-8; 2,41-47; 4,31-34; 20,28;Ef 2,20; 3,9-10; 5,25-33.

5 Con estos tres títulos resume la eclesiología conciliar del Vaticano II el docu­mento final del Sínodo Episcopal extraordinario de 1985: Ecclesia sub Verbo Dei Mysteria Christi celebrans pro salute mundl Traduc. cast: L'Osservatore Romano, 22.12.85, p. 11-14.

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Esta Iglesia es esposa o consorte de Cristo, fiel y fecunda, virgen y madre (Gal 4,26), porque comparte esponsalmente la vida del Señor (Ef 5,25-27; 2Cor 11,2). Es pueblo de Dios, a modo de propiedad esponsal (IPe 2,9; Apoc 1,5-6), como "sig­no levantado en medio de las naciones" (Is 11, 12; cf. SC 2). Es "el germen y el principio del Reino" (LG 5), que un día será plenitud en Cristo.

La Iglesia está inserta en el mundo como:

— Cuerpo o expresión visible de Cristo resucitado (Col 1,24; Ef 1,23).

— Sacramento (misterio) o signo portador y eficaz de Cris­to resucitado presente (Ef 3,9-10).

— Esposa o consorte, fiel y comprometida en la misma suerte de Cristo (Ef 5,25-27; 2Cor 11,2).

— Madre como instrumento de vida en Cristo y vida en Es­píritu (Gal 4, 4.19.26).

— Pueblo como propiedad cariñosa de Dios y signo de lo que deben ser todos los pueblos (IPe 2,9; Apoc 1,5-6).

— Inicio del Reino de Dios anunciado por Cristo, que ya habita en los corazones (dimensión carismática), que es­tá presente en la Iglesia (dimensión institucional) y que un día será encuentro final o plenitud en el más allá (di­mensión escatológica) (Le 10,9; 11,2; 17,21; cf. LG 5).

Desde el día de la Encarnación, Cristo es protagonista de la vida de cada ser humano y de cada pueblo (cf. GS 22). La Igle­sia ha sido fundada por Cristo para ser su signo visible que cons­truya la unión o comunión humana en cada corazón y en toda la sociedad: "La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad

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ESPIRITUALIDAD E IDENTIDAD SACERDOTAL. . .

de todo el género humano" (LG 1). Por esto, "no está ligada a ninguna forma particular de civilización humana ni a sistema al­guno político, económico o social", sino que sirve libremente a toda comunidad humana "bajo cualquier régimen político que reconozca los derechos fundamentales de la persona y de la fa­milia y los imperativos del bien común" (GS 42).

Esta Iglesia, fundada y amada por Cristo, es, por su misma naturaleza, solidaria de los gozos, de las angustias y de las espe­ranzas de toda la humanidad, como "llamada a dar un alma a la sociedad moderna" (J. P. Disc. 11.10.85). "Los gozos y las es­peranzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hom­bres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ellos se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia" (GS 1).

La naturaleza misionera de la Iglesia (cf. AG 2,6,9) enraiza en su mismo ser de "sacramento universal de salvación" (LG 48; AG 1). Pues bien, esta realidad sacramental de la Iglesia la muestra ante él mundo como signo de la cercanía de Cristo a todo hombre y a todos los pueblos en su situación concreta: "Todo el bien que el Pueblo de Dios puede dar a la familia hu­mana al tiempo de su peregrinación en la tierra, deriva del hecho de que la Iglesia es sacramento universal de salvación, que mani­fiesta y al mismo tiempo realiza el misterio del amor de Dios al hombre" (GS 45).

La espiritualidad cristiana será, pues, vivencia de Iglesia, sentido y amor de Iglesia, que sintoniza con los sentimientos de Cristo en su misterio de Encarnación y redención para la salva­ción del mundo (cf. Fil 2,5-11; Jn 1,14; 3,16-17). A través del testimonio cristiano y eclesial, "Cristo. . . manifiesta el hombre

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al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (GS 22). Por este mismo testimonio cristiano de las bienaventu­ranzas y del mandato del amor, aparece que "el hombre. . . no puede encontrar su propia plenitud, si no és en la entrega de sí mismo a los demás" (GS 24). Entonces se hace manifiesto que "el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene" (GS 35).

Si fallase el testimonio de la espiritualidad cristiana (por parte de los pastores y de los fieles) la Iglesia no sería signo creíble de su misión. Por la vivencia de la caridad o de las biena­venturanzas, "la Iglesia. . . puede ofrecer gran ayuda para dar un sentido más humano al hombre y a su historia" (GS 40). Sólo con una auténtica espiritualidad se podrá evitar "el divorcio en­tre la fe y la vida diaria", que es "uno de los más grandes errores de nuestra época" (GS 43).

El hombre del tercer milenio cristiano necesita ver una Iglesia transparencia de Cristo. Por esto, "el hombre se convierte siempre en el camino de la Iglesia" (DEV 58; cf RH 14). "Una nueva etapa de la vida de la Iglesia" (RH 6) necesita presentar una comunidad eclesial que "avanza continuamente por la senda de la renovación" (LG 8). Así podrá la Iglesia "revelar al mundo su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifies­te en todo esplendor al final de los tiempos" (ibídem).

Para responder a una nueva época de gracia, la Iglesia des­crita por el Concilio Vaticano II está empeñada en una profunda renovación espiritual, que la haga más signo transparente y por­tador del evangelio. Por esta renovación, "la claridad de Cristo resplandece sobre la faz de la Iglesia" (LG 1). Cada cristiano se­gún su propia vocación forma parte responsable de esta Iglesia que es, según los cuatro documentos (constituciones) principa­les del concilio, Lumen Gentium (LG), Dei Verbum (DV), Sa-crosantum Concilium (SC), Gaudium et Sepes (GS):

- Signo transparente y portador de Cristo: Iglesia, sacra­mento o misterio (LG I), Iglesia "comunión" o pueblo

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ESPIRITUALIDAD E IDENTIDAD SACERDOTAI

de hermanos y cuerpo de Cristo (LG II), Iglesia "misión" y peregrina en la historia como inicio del Reino definiti­vo, "sacramento universal de salvación" (LG VII).

— Portadora del mensaje evangélico para el hombre concre­to y para todos los pueblos: Iglesia de la Palabra (DV).

— Centrada en la muerte y resurrección de Cristo: Iglesia que hace presente en la historia humana el misterio pas­cual (SC).

— Insertada en las realidades humanas: Iglesia en el mundo y en la historia (GS).

Hacer realidad esta Iglesia descrita por el Concilio Vaticano II, es "el fundamento y el comienzo de una gigantesca obra de evangelización" (Juan Pablo II, Disc. 11.10.85).

La espiritualidad cristiana y sacerdotal es, pues, camino de Iglesia sacramento y Pueblo de Dios (LG I, II, VII), por la fideli­dad a la Palabra (DV), la vivencia y celebración del misterio pas­cual de Crsito (SC), al servicio del hombre en el mundo y en la historia (GS).

Los agentes de pastoral y especialmente los sacerdotes mi­nistros están llamados a suscitar en las comunidades eclesiales una renovación espiritual que responda a la realidad concreta a la luz del evangelio. "Esta realidad exige conversión personal y cambios profundos de las estructuras que respondan a las legí­timas aspiraciones del pueblo hacia una verdadera justicia so­cial" (Puebla 30)6.

6 "Desde la la. Conferencia General del Espiscopal realizada en Río de Janeiro en 1955 y que dio origen al Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y, más vigorosamente todavía, después del Concilio Vaticano II y de la Confe­rencia de Medellín, la Iglesia ha ido adquiriendo conciencia cada vez más clara y más profunda de que la evangelización es su misión fundamental y de que no es posible su cumplimiento sin un esfuerzo permanente de conocimiento de la realidad y de adaptación dinámica, atractiva y convincente del Mensaje a los hombres de hoy" (Puebla 85; cf. nn. 72-92).

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La misión de la Iglesia, a la luz de la Encarnación, es la de llegar al hombre concreto para salvarlo o liberarlo en toda su in­tegridad. La Iglesia relee la historia a la luz del evangelio (cf. SRS 1). Por esto "doctrina social cristiana ha reivindicado una vez más su carácter de aplicación de la Palabra de Dios a la vid-a de los hombres y de la sociedad, así como a las realidades terre­nas, que con ellas se enlazan, ofreciendo principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción (SRS 8). Esta doctrina "no es una tercera vía entre el capitalismo liberal y el colectivis­mo marxista, y ni siquiera una posible alternativa a otras solu­ciones menos contrapuestas radicalmente, sino que tiene una ca­tegoría propia. No es tampoco una ideología, sino la cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las com­plejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial" (SRS41)7.

La solidaridad, de que es portadora la Iglesia (GS 1), "nos ayuda a ver el otro, persona, pueblo o nación, no como un ins­trumento cualquiera para explotar a poco coste su capacidad de trabajo o resistencia física, abandonándolo cuando ya no sirve, sino como un semejante nuestro, una ayuda, para hacerlo partí­cipe, como nosotros, del banquete de la vida al que todos los hombres son igualmente invitados por Dios. De aquí la impor­tancia de despertar la conciencia religiosa de los hombres y de los pueblos" (SRS 39).

La Iglesia, empezando por sí misma, se compromete a de­fender los derechos fundamentales de las personas y de los pue­blos. "De esta manera, el proceso del desarrollo y de la libera­ción se concreta en el ejercicio de la solidaridad, es decir, del

7 La doctrina social de la Iglesia queda resumida principalmente en las encíclicas Rerum novarum de León XIII, Quadragesimo anno de Pío XI, y Mater et Ma-gistra de Juan XXIII. El concilio resume esta doctrina en Gaudium et Spes (parte 2a. cap. III). Después del concilio, en las encíclicas Populorum progres-sio de Pablo VI, Laborem excercens y Sollicitudo rei socialis de Juan Pablo II.

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ESPIRITUALIDAD E IDENTIDAD SACERDOTAI

amor y servicio al prójimo, particularmente a los más pobres" (SRS 46).

La naturaleza de la Iglesia es esencialmente de comunión porque refleja la comunión de Dios Amor y construye la hu­manidad entera en comunión de hermanos (cf. SRS 40). Esta actitud de comunión koinonía y de caridad agave es la base de la espiritualidad cristiana y sacerdotal8.

Hacia una nueva evangelización

Todo apóstol y especialmente el sacerdote ministro debe afianzar sus "actitudes interiores" (EN 74) para colaborar en una "evangelización renovada" (EN 82), en una nueva etapa de la historia humana. A veces habrá que reevangelizar sectores hu­manos cuyo cristianismo corre el riesgo de diluirse. Frecuente­mente se tratará de emprender una nueva evangelización:

— Nueva en su ardor, por la disponibilidad misionera de los evangelizadores,

— en su métodos, por un mejor aprovechamiento de los nuevos medios de apostolado,

— en sus expresiones, por la adaptación de la doctrina y de la práctica cristiana sin disminuir sus principios y exigen­cias evangélicas9.

El momento actual puede ser "el desafío más radical que ha conocido la historia" (Juan Pablo II, Disc. 11.10.85). La Igle-

8 Ver el tema de Iglesia en los capítulos III y VI.

9 Juan Pablo II, Alocución al CELAM, 9 marzo 1983 (Puerto Príncipe, Haití), y 12 octubre 1984 (Santo Domingo). Cf. Discurso inaugural del Papa en el CELAM, Puebla (28 enero 1979: verdad sobre Cristo, verdad sobre la misión de la Iglesia, verdad sobre el hombre). El tema se va repitiendo en todo los viajes del Papa a Latinoamérica.

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sia está "llamada a dar un alma a la sociedad moderna" evange­lizando "en términos totalmente nuevos" para "proponer una nueva síntesis creativa entre evangelio y vida" (ibídem). Los evangelizadores deben ser "expertos en humanidad, que conoz­can a fondo el corazón del hombre de hoy, participen en sus go­zos y esperanzas. . . y, al mismo tiempo, sean contemplativos enamorados de Dios", capaces de "poner el mundo moderno en contacto con las energías vivificantes del evangelio" (ibídem)10.

La Iglesia "existe para evangelizar" (EN 14) porque "naci­da de la misión de Jesucristo, la Iglesia es, a su vez, enviada por El" (EN 15). Ahora bien, "evangelizar significa llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influen­cia, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad" (EN 18), "alcanzar y transformar con la fuerza del evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de inte­rés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los mo­delos de vida de la humanidad, que están en contraste con la pa­labra de Dios y con el designio de salvación" (EN 19). Todo cris­tiano participa de esta misión evangelizadora, pero de modo es­pecial los sacerdotes ministros11.

La nueva evangelización debe llegar al hombre concreto en toda su hondura de criterios, escala de valores y actitudes, así como a la comunidad humana en su propia cultura y situación histórica y social. "A partir de la persona llamada a la comunión con Dios y con los hermanos, el evangelio debe penetrar en su corazón, en sus experiencias y modelos de vida, en su cultura

10 Citamos este discurso programático de Juan Pablo II al Simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, 11 de octubre 1985.

11 Uno de los documentos postonciliares más citados es la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi de Pablo VI (año 1975). Su contenido se concreta en la naturaleza de la evangelización, su contenido, medios, destinatarios, agentes y espiritualidad. Ver estudio y bibliografía en: Espiritualidad misionera, Madrid, BAC, 1982. Analizaremos el tema en el capítulo cuarto (sacerdotes para evan­gelizar).

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y ambientes, para hacer una nueva humanidad con hombres nuevos y encaminar a todos hacia una nueva manera de ser, de juzgar, de vivir y de convivir. Todo esto es un servicio que nos urge" (Puebla 350)12.

Así como la paz no puede construirse, si no es a escala uni­versal, de modo semejante la misión de la Iglesia no puede ser realidad profunda en ninguna comunidad concreta, mientras no se colabore eficazmente en la evangelización a todos los pueblos (Ad Gentes), aunque sea "dando desdé nuestra pobreza" (Pue­bla 368).

En una nueva evangelización, el problema más urgente es el de la renovación de los agentes de pastoral, y especialmente de los sacerdotes ministros. Las "actitudes interiores del apóstol" (EN 74), es decir, su espiritualidad, con garantía de la autentici­dad de la evangelización. Se resumen todas ellas en la "fidelidad que crea comunión" (Puebla 384). Son, pues, actitudes de:

— "Una vida de profunda comunión eclesial.

— La fidelidad a los signos de la presencia y a la acción del Espíritu en los pueblos y en las culturas. . .

— La preocupación porque la Palabra de verdad llegue al corazón de los hombres y se vuelva vida.

— El aporte positivo a la edificación de la comunidad.

12 La segunda parte del documento de Puebla (designios de Dios sobre la reali­dad de América Latina) presenta el contenido y la naturaleza de la evangeliza­ción, haciendo la aplicación a los temas concretos de: cultura, religiosidad po­pular, liberación, promoción humana, ideologías y política. Cf. J.F. GORSKI, El desarrollo histórico de la misionologia en América Latina, La Paz, 1985; J.A. VELA, Las grandes opciones de la pastoral en América Latina a partir del documento de Puebla, "Documenta Missionalia" 16 (1982) 159-179. Número monográfico Os avancos de Puebla en Revista Eclesiástica Brasileira 39 (1979) fase 153. Ver: (Secretariado General del CELAM, Medellín, reflexiones en el CELAMJ, Madrid, BAC, 1977.

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— El amor preferencial y la solicitud por los pobres y nece­sitados.

— La santidad del evangelizados . . la alegría de saberse ministro del evangelio" (Puebla 378-383)13.

Estas cualidades del apóstol son exigencia del dinamismo evangelizador de la Iglesia, que "da testimonio de Dios, revelado en Cristo por el Espíritu. . . anuncia la Buena Nueva. . . engen­dra la fe que es conversión del corazón, de la vida. . . conduce al ingreso en la comunidad de los fiesles que perseveran en la ora­ción, en la convivencia fraterna y celebran la fe y los sacramen­tos de la fe, cuya cumbre es la Eucaristía" (Puebla 356-359).

A la nueva evangelización se le abren nuevos campos de evangelización, en cuanto que las circunstancias de los mismos han cambiado profundamente. De ahí que se pueda hablar de opción preferencial (no exclusiva ni excluyente) por los pobres y los jóvenes (cf. Puebla 1134-1205), y de atención particular a la familia, al campo del trabajo, de la justicia social, de la cul­tura, etc.14.

La Iglesia está llamada a hacer llegar el evangelio hasta el corazón de los pueblos y de las culturas. Los elementos funda­mentales de toda situación humana tienen siempre una raíz cul­tural. La cultura es un conjunto de criterios, valores y actitudes

13 Cf. AG 23-26; EN 74-82. Los temas del cap. VII de EN son todo un programa de espiritualidad misionera: actitudes interiores (n. 74), fidelidad al Espíritu Santo (n. 75), autenticidad o testimonio (n. 76), unidad (n. 77), servidores de la verad (n. 78), caridad pastoral (nn. 79 y 80), María Estrella de la evangeliza­ción renovada (n. 81 y 82).

14 La frase opción preferencial la aplica Puebla a los pobres (cuarta paite, cap. I) y a los jóvenes (cuarta parte, cap. II). "Los pobres y los jóvenes constituyen, pues, la riqueza y la esperanza de la Iglesia en América Latina y su evangeliza­ción es, por tanto, prioritaria" (Puebla 1132). En este mismo contexto se pre­senta la acción de la Iglesia en la construcción de una sociedad pluralista (cap. III) y en favor de la persona en la sociedad nacional e internacional (cap. IV).-

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ESPIRITUALIDAD E IDENTIDAD SACERDOTAL. . .

del hombre frente a la realidad del cosmos sin olvidar la trascen­dencia humana. Hay que anunciar el misterio del Verbo encar­nado (Jn 1,14) en las circunstancias humanas concretas, para va­lorarlas, purificarlas y llevarlas a la plenitud en Cristo. El após­tol necesita una actitud de fidelidad y de inculturación previa en el mismo evangelio para poder transmitirlo en insertarlo adecua­damente15 .

Evangelizar al hombre en su situación concreta es un pro­ceso de liberación, que no puede realizarse sin apóstoles impreg­nados de evangelio. La liberación integral cristiana está marcada por el signo de la esperanza. Es liberación que abarca todo el ser humano, "inclusive la dimensión política" (Puebla 515) y lo orienta hacia el "más allá del tiempo y de la historia. . ., más allá del hombre mismo" (EN 28). Es liberación inmanente y trascen­dente (EN 27) que hace de todo hombre y de toda la comuni­dad una imagen de Dios Amor. "Se funda en tres grandes pila­res. . .: la verdad sobre Jesucristo, la verdad sobre la Iglesia, la verdad sobre el hombre" (Puebla 484). Los medios para conse­guir esta liberación serán, pues, "evangélicos" (Puebla 486). Los evangelizadores necesitan una actitud contemplativa de fideli­dad a la Palabra, y una vida de auténtica pobreza16.

La nueva evangelización llega al hombre concreto para lla­marle a conversión y bautismo. Cristo llama a un proceso de cambio de actitudes, a fin de que el hombre se realice en toda su integridad. "El hombre no puede encontrar su propia pleni­tud, si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS 24). La evangelización confronta al hombre consigo mismo y

15 Sobre el proceso de inculturación (inserción del evangelio en una cultura), ver: LG 13,17: GS53 , 58, 62; AG 3,10-11, 22; EN 63-65; RH 12; Puebla 172-178; 385-443.

16 Cf. Puebla 470-562. Son ya conocidas las dos Instrucciones de la Congregación para la doctrina de la fe: Sobre algunos aspectos de la teología de la liberación (6 de agosto 1984) y sobre la libertad cristiana y liberación (22 de marzo, 1986).

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con la comunidad, para revisar su vida y orientarla hacia el amor. La espiritualidad cristiana y sacerdotal consiste en esta dinámica que hace del apóstol un signo de Cristo. Los acontecimientos son una llamada para ver la realidad tal como es juzgarla a la luz del evangelio y actuar según el mandamiento nuevo.

El anuncio de la fe en el misterio de la Encarnación, de la redención y de la resurrección de Cristo es el fundamento de la evangelización en cada época. Sólo "Cristo manifiesta plena­mente el hombre al propio hombre" (GS 22). Es El quien "or­denó a los Apóstoles predicar a todas las gentes la nueva evangé­lica, para que la humanidad se hiciera familia de Dios, en la que la plenitud de la ley sea el amor. . . una nueva comunidad frater­na" (GS 32). Caminamos hacia "una nueva tierra donde habita la justicia" (GS 39; cf. 2Cor 5,2; 2Pe 3,13). "No obstante, la es­pera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avi­var la preocupación de perfeccionar esta tierra. . . El reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección" (GS 39).

Se necesitan "nuevos santos para evangelizar el hombre de hoy" (Juan Pablo II, Disc. 11.10.85), puesto que los grandes evangelizadores de cada época histórica han sido los santos.

Ser sacerdote hoy. Identidad sacerdotal

Todo cristiano e stá llamado a compartir la vida con Cristo, que se prolonga en la Iglesia y que está presente, resucitado, en la vida de cada persona, en cada comunidad eclesial y en cada época histórica. El sacerdote ministro (consagrado por el sacra­mento del orden) es signo del Buen Pastor: comparte de modo especial su ser sacerdotal, prolonga su obrar y sintoniza con sus vivencias de caridad pastoral.

El sacerdote es signo del Buen Pastor en las circunstancias sociológicas e históricas, también en el hoy de un tiempo de gra­cia y de un mundo que cambia (cf. n. 1), formando parte de una

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ESPIRITUALIDAD E IDENTIDAD SACERDOTAL. . .

Iglesia solidaria de los gozos y esperanzas de la sociedad actual (n. 2), comprometido en una nueva evangelización (n. 3). La es­piritualidad o estilo de vida (n. 5) corresponderá a estas realida­des concretas.

En una sociedad más estática del pasado, el sacerdote mi­nistro, como todo seguidor de Cristo, corría el riesgo de anqui-losar las virtualidades de su carisma y vocación en unos cuadros sociológicos hechos y más o menos estables y rutinarios. Una época de cambios ideológicos y sociológicos ha cuestionado su vida sacerdotal preguntando por su razón de ser, por la validez de su metodología de acción pastoral y por su autenticidad de vida. "La propia historia está sometida a un proceso tal de acele­ración, que apenas es posible al hombre seguirla. El género hu­mano corre una misma suerte y no se diversifica ya en varias his­torias dispersas. La humanidad pasa así de una concepción más bien estática de la realidad a otra más dinámica y evolutiva, de donde surge un nuevo conjunto de problemas que exige nuevos análisis y nuevas síntesis" (GS 5).

Estos cuestionamientos produjeron una crisis (alrededor de los años setenta) cuyos efectos fueron con frecuencia negativos: dudas sobre el sacerdocio, secularizaciones, descenso de vocacio­nes, desánimo... En realidad, toda situación sociológica nueva cuestiona al creyente para que sea más coherente con el evange­lio. El cansancio, el desánimo, el abandono, así como la angustia o el entregarse a ideologías al margen del evangelio, son reaccio­nes caducas y estériles. El análisis cristiano de la realidad (tam­bién sacerdotal) hace profundizar en el mensaje evangélico de las bienaventuranzas y del mandato del amor. De una situación sociológica nueva debe salir un cristiano y un sacerdote renova­do, gracias a la profundización de los datos evangélicos como encuentro con Cristo. El análisis de la realidad está bien hecho cuando deja traslucir un nuevo modo de transformar la vida en donación a ejemplo del Buen Pastor (cf. GS 24)17.

17 El documento final del Sínodo Episcopal de 1971 (El sacerdocio ministerial) hace una descripción muy detallada de la situación: "Algunos sacerdotes se

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Ahondar en el evangelio para iluminar unos acontecimien­tos nuevos significa, para el llamado a ser signo del Buen Pastor, reestrenar la vocación como declaración de amor: llamó a los que quiso" (Me 3,13); cf. Jn 13,18; 15,16). El "sigúeme" es una llamada siempre reciente, renovada en cada circunstancia histó­rica personal y comunitaria (Jn 1,43; Mt 4,19; 9,9; Me 10,21).

La vocación sacerdotal se renueva en toda circunstancia his­tórica si se vive como encuentro con Cristo y como misión: "los llamó para estar con El y para enviarlos a predicar" (MC 3,13-14). Sin esta renovación, los acontecimientos y las situaciones socio­lógicas (que son también hechos indicativos de gracia) se con­vierten en ocasiones de deserción, de rutina, de ruptura o de desviación. Ningún acontecimiento y ninguna circunstancia so­ciológica puede disminuir las exigencias evangélicas del segui­miento radical de Cristo para ser signo personal de cómo ama El.

El hoy de una etapa histórica nueva es un hecho de gracia (kairós) sólo cuando se respetan las nuevas luces que el Espíritu Santo comunica a su Iglesia, para comprender mejor el conteni­do maravilloso de la palabra evangélica (cf. Le 24,45; Jn 16,13). No es el hecho sociológico el que debe condicionar a la palabra de Dios, sino que es ésta la que ilumina el acontecimiento para convertirle en "signo de los tiempos" (cf. n. 1). Si lo sociológico prevaleciera sobre las exigencias evangélicas, se produciría un proceso de secularismo que no sería más que un nuevo clerica­lismo camuflado.

Profundizando en la propia razón de ser como sacerdote, sin admitir dudas enfermizas, se entra en sintonía con las exi­gencias evangélicas, se renuevan métodos pastorales, se abren

sienten extraños a los movimientos que afectan a los grupos humanos y al mis­mo tiempo impreparados para resolver los problemas de mayor preocupación para los hombres. . . En semejante situación se presentan graves problemas y muchos interrogantes". - - Ver el documento publicado en: El sacerdocio hoy (Madrid, BAC 1983) 385-414.

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nuevos campos a la evangelización y se redescubre que la propia vida debe ser un trasunto más claro y auténtico de la caridad del Buen Pastor. Sólo así se puede responder evangélicamente a una nueva época de gracia y de cambios. "El sacerdocio, que tiene su principio en la última cena, nos permite participar en esta transformación esencial de la historia espiritual del hombre" (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 1988, n. 7).

En cada época se plantean tensiones y antinomias que quie­ren oponer, según los casos, el apostolado a la espiritualidad, la inmanencia a la trascendencia, el carisma a la institución, la gra­cia a la naturaleza. . . Las rupturas se producen al faltar la refe­rencia al misterio de Cristo, el Verbo Encarnado. Los ternas cristianos (como el tema del sacerdocio o del reino) tienen pro­piamente tres niveles que se postulan mutuamente: nivel de in­terioridad y carisma, nivel de institución y acción, nivel de ple­nitud y encuentro final en el más allá (escatología). El sacerdo­te se ve siempre zarandeado por estas tensiones; su referencia a Cristo Sacerdote y Buen Pastor le ayuda a situarse en "uni­dad de vida" (PO 14), que es principio de unidad para la comu­nidad eclesial y humana de cada época.

La identidad sacerdotal está en la línea de sentirse amado y capacitado para amar. Esta identidad se reencuentra cuando se quiere vivir el sacerdocio en todas sus perspectivas o dimensio­nes. "Una visión de síntesis, en la que aparezca la convergencia de elementos, a veces presentados como contrapuestos, cobra gran interés" (Puebla 660):

— Consagración o dimensión sagrada: el sacerdote en su ser, en su obrar y en su vivencia, pertenece totalmente a Cristo y participa en su unción y misión.

— Misión o dimensión apostólica: el sacerdote ejerce una misión recibida de Cristo para servir incondicionalmente a los hermanos.

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— Comunión o dimensión eclesial: el sacerdote ha sido en­viado a servir a la comunidad eclesial construyéndola se­gún el amor.

— Espiritualidad o dimensión ascetico-mística: el sacerdote está llamado a vivir en sintonía con los amores de Cristo y a ser signo personal suyo como Buen Pastor18.

La clarificación sobre la identidad sacerdotal conduce "a una nueva afirmación de la vida espiritual del ministerio jerár­quico y a un servicio preferencial por los pobres" (Puebla 670).

Las líneas espirituales y vivenciales del Buen Pastor serán siempre válidas. En nuestra época se requiere que estas líneas sean realidad y transparencia en quienes son su signo personal. "Recuerden todos los pastores que son ellos los que con su tra­to y su trabajo pastoral diario exponen al mundo el rostro de la Iglesia, que es el que sirve a los hombres para juzgar la verda­dera eficiencia del mensaje cristiano. Con su vida y con sus pala­bras, ayudados por los religiosos y por sus fieles, demuestran que la Iglesia, aun por su sola presencia, portadora de todos sus dones, es fuente inagotable de las virtudes de qué tan necesitado anda el mundo de hoy" (GS 43). "El ministerio jerárquico, sig­no sacramental de Cristo Pastor y Cabeza de la Iglesia, es el prin­cipal responsable de la edificación de la Iglesia en la comunión y de la dinamización de su acción evangelizad ora" (Puebla 659).

La respuesta de la Iglesia a los desafíos de nuestra época depende en gran parte de la espiritualidad o fidelidad generosa

18 PABLO VI, Mensaje a los sacerdotes al terminar el año de la fe (30 de junio 1968). Las dimensiones presentadas por el Papa (sagrada, apostólica; ascético-mística y eclesial) responden a una situación difícil: "en un sector del clero hay una inquietud y una inseguridad en su propia condición eclesiástica. Pien­sa que ha sido puesto al margen de la moderna evolución social". Ver el docu­mento en: El sacerdocio hoy, o.c, 377-383. Pablo VI repitió las cuatro dimen­siones en el Congreso tucarístico Internacional de Bogotá, durante la ordena­ción sacerdotal (22 de agosto 1968). Ver los documentos XI, XII y XIII de Medellín.

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de los sacerdotes. "Por tanto, para conseguir sus fines pastorales de renovación interna de la Iglesia, de difusión del evangelio por el mundo entero, así como de diálogo con el mundo actual, este sacrosanto Concilio exhorta vehementemente a todos los sacer­dotes a que, empleando los medios recomendados por la Iglesia, se esfuercen por alcanzar una santidad cada vez mayor, para convertirse, día a día, en más aptos instrumentos en servicio de todo el Pueblo de Dios" (PO 12).

Para vivir esta identidad sacerdotal se necesita una forma­ción adecuada, es decir, una "formación de verdaderos pastores de almas" (OT 4), que incluye el estudio y la meditación de la palabra, así como la celebración del misterio pascual para vivir­lo y anunciarlo, De este modo se preparan "para el ministerio del culto y de la santificación" (ibídem).

El sacerdote está llamado, hoy más que nunca, a ser:

— Signo del Buen Pastor en la Iglesia y en el mundo, parti­cipando de su ser sacerdotal (PO 1-3).

— Prolongación del actuar del Buen Pastor, obrando en su nombre en el anuncio del evangelio, en la celebración de los signos salvíficos (especialmente la Eucaristía) y en los servicios de caridad (PO 4-6).

— Transparencia de las actitudes y virtudes del Buen Pas­tor, presente en la Iglesia "comunión" y "misión" (PO 7-22).

Se trata, pues, de unas actitudes (o espiritualidad) de ser­vicio, consagración, misión, comunión, autenticidad. . . En una palabra, ser signo transparente de Cristo Buen Pastor y de su evangelio, para un mundo que necesita testigos y que pide expe­riencias y coherencia.

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Espiritualidad cristiana y espiritualidad sacerdotal

La espiritualidad cristiana es una vida según el Espíritu. "Caminamos según el Espíritu" (Rom 8,4); "vivís según el Espí­ritu" (Rom 8,9). Propiamente es el camino o proceso de santi­dad que consiste en el amor o caridad: "caminar en el amor" (Ef 3,2)19.

La espiritualidad, como vida según el Espíritu Santo, que es Espíritu de Amor, se centra en la caridad y hace referencia a Cristo como "maestro, modelo. . . iniciador (autor) y consuma­dor" de la esta santidad cristiana. Por esto, "todos son llamados a la santidad" (LG 39), en cualquier estado de vida y en cual­quier circunstancia: "todos los fieles, de cualquier estado o con­dición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena" (LG 40).

De este modo, toda la Iglesia se hace transparencia de Cris­to (Iglesia sacramento) en cada una de las vocaciones y estados de vida:

Llamada a la santidad (LG V):

19 Nuestro tema recibe diversos títulos según los autores: espiritualidad, vida es­piritual, perfección o teología cristiana, ascética y mística, etc. El tema se de­sarrolla explicando: naturaleza de la vida espiritual, itinerario, medios. Ver al­gunos manuales actuales: A.M. BESNARD, Una nueva espiritualidad, Barcelo­na, Estela 1966; L. BOUYER, Introducción a la vida espiritual, Barcelona, 1965; J. ESQUERDA, Caminar en el amor, Dinamismo de la vida espiritual, Madrid, Soc. Educ.Atenas, 1989; S. GALILEA, El camino de la espiritualidad, Buenos Aires, Paulinas, 1984; I. HAUSHERR, La perfección del cristiano, Bil­bao, Mensajero 1971; C GARCÍA, Corrientes nuevas de teología espiritual, Madrid, Studium, 1971; F. JUBERIAS, La divinización del hombre, Madrid, Cocuisa, 1972; B. JUANES, Espiritualidad cristiana hoy, Santander, Sal Te-rrae, 1967; J. RIVERA, J. Ma. IRABURU, Espiritualidad católica, Madrid, CETE, 1982; A. ROYO, Teología de la perfección cristiana, Madrid, BAC, 1968; F. RUIZ, Caminos del espíritu, compendio de teología espiritual, Ma­drid, EDE, 1988; G. THILS, Santidad cristiana, Salamanca, Sigúeme, 1968. •

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ESPIRITUALIDAD E IDENTIDAD SACERDOTAI .

Sacerdotes ministros (LG III): signo del Buen Pastor. Laicos (LG IV): signo de Cristo en medio del mundo. Vida consagrada (LG VI): signo fuerte de las bienaventu­

ranzas.

Los caminos del Espíritu, a partir del bautismo, pasan por las bienaventuranzas (reaccionar amando en cada circunstancia) y por el mandato del amor (amar como Cristo): "Por tanto, to­dos los fieles cristianos, en las condiciones, ocupaciones o cir­cunstancias de su vida, y a través de todo eso, se santificarán más cada día si lo aceptan todo con fe, de la mano del Padre ce­lestial y colaboran con la voluntad divina, haciendo manifiesta a todos, incluso en su dedicación a las tareas temporales, la cari­dad con que Dios amó al mundo" (LG 41).

Cada cristiano se santifica en su propio estado de vida y circunstancia por un proceso de sintonía con Cristo, en el Espí­ritu Santo, según los designios o voluntad del Padre (cf. Ef 2,18). Este proceso es de cambio o conversión (en criterios, escala de valores y actitudes) para bautizarse (esponjarse) en Cristo (pen­sar, sentir, amar como El). Es, pues: participación y configura­ción (Gal 3,27; 3ss); unión, intimidad, relación (Jn 6,56-57; 15, 9ss); semejanza, imitación (Mt 11,29); servicio, cumplimiento de la voluntad de Dios (Me 3,35; 10,44-45; Jn 14,16); caridad, vida nueva (Jn 13,34-35; Rom 6,4; 13,10).

Los matices de esta espiritualidad cristiana, común a todos, son muy variados. De suerte que se puede hablar de espirituali­dades y escuelas diferentes. Hay también diversas dimensiones o perspectivas acentuadas por esas escuelas: trinitaria, cristoló-gica, pneumatológica, eclesial, misionera, contemplativa, socio-lógico-caritativa, etc. Veamos algunas concretizaciones, todas ellas enraizadas en la misma espiritualidad cristiana básica:

— Espiritualidad laical, a modo de fermento evangélico dentro de las estructuras humanas (LG 31).

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— Espiritualidad de la familia: como "testigos y colabora­dores de la fecundidad de la madre Iglesia" (LG 41); pa­ra "revelar y comunicar el amor, como reflejo del amor de Dios y del amor de Cristo por su esposa la Iglesia" FC 17; cf. GS48).

— Espiritualidad del trabajo: transformándolo en dona­ción, puesto que de este modo "el hombre se realiza a sí mismo. . . se hace más hombre" (LE 9).

— Espiritualidad de vida consagrada por la práctica perma­nente de los consejos evangélicos: "como signo y estí­mulo de la caridad y como un manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo" (LG 42).

— Espiritualidad del sacerdote ministro: como "instrumen­to vivo de Cristo Sacerdote" (PO 12), signo personal de la caridad del Buen Pastor (cf. PO 13).

— Espiritualidad misionera, como disponibilidad perma­nente para la evangelización universal ad Gentes (cf. AG 23,29).

Debe quedar claro que todo cristiano es llamado a la santi­dad sin rebajas y a la misión sin fronteras. "Quedan, pues, invi­tados y aun obligados todos los fieles cristianos a buscar insis­tentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado. Estén todos atentos a encauzar rectamente sus afectos, no sea que el uso de las cosas del mundo y un apego a las riquezas con­trario al espíritu de pobreza evangélica les impida la prosecu­ción de la caridad perfecta" (LG 42).

La espiritualidad sacerdotal es sintonía con las actitudes y vivencias de Cristo Sacerdote, Buen Pastor. Por el sacramento del orden, se participa del ser sacerdotal de Cristo. Esta partici­pación ontológica capacita para prolongar la acción sacerdotal del Buen Pastor. La sintonía con la caridad pastoral de Cristo es una consecuencia de la participación en su ser y en su fun-

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ción. La gracia recibida en el sacramento del orden hace posi­ble cumplir con esta exigencia. "Imitad lo que hacéis" (rito de ordenación). Esta es la espiritualidad específica del sacerdote; para el sacerdote diocesano secular se concretará en las gracias de pertenencia permanente a una Iglesia local, en relación de dependencia respecto al carisma santificador de un sucesor de los Apóstoles y formando parte de un Presbiterio también para su vida espiritual); para el sacerdote llamado religioso (o perte­neciente a agrupaciones especiales) se concretará en el carisma fundacional y de grupo.

La fisonomía espiritual del sacerdote ministro es una trans­parencia de la caridad pastoral de Cristo; que cumple los desig­nios salvíficos del Padre, haciendo suyos los problemas de los hombres, dando la vida en sacrificio.

La exigencia y la posibilidad de esta santidad y espirituali­dad sacerdotal arrancan de la misma entraña del sacerdocio mi­nisterial, como signo transparente y sacramental del Buen Pas­tor: por lo que es, por lo que hace, por su relación personal y amistad con Cristo.

La espiritualidad sacerdotal es una respuesta a la llamada de Cristo Sacerdote, que quiere a "los suyos" (Jn 13,1) como "gloria" o transparencia suya (Jn 16,14; 17,10), en sintonía con su entrega total o inmolación (santificación) al Padre: "san­tifícalos en la verdad. . . y me victimo (santifico) por ellos, para que ellos sean santificados en la verdad" (Jn 17,17-19)20.

"Cristo es la gran túnica de los sacerdotes, es decir, que la vida del sacerdote debe estar toda ella penetrada de la santidad de Cristo" (Juan XXIII, Disc. primera sesión Sínodo romano, 25 de enero 1960). Ver El sacerdocio hoy, documentos del magisterio eclesiástico, Madrid, BAC, 1983, donde se reco­gen los principales documentos sobre la espiritualidad sacerdotal, con notas introductorias, síntesis, índices, etc.: Haerent animo (San Pío X), Ad catho-lici sacerdotii (Pío XI, Menti nostrae (Pío XII), Sacerdotii nostri primordio (Juan XXIII), Summi Dei Verbum (Pablo VI), y documentos conciliares y posconciliares.

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Se trata, pues, de una santidad o espiritualidad "según la imagen del sumo y eterno Sacerdote", para ser "un testimonio vivo de Dios" (LG 41). El sacerdote es un "Jesús viviente" (San Juan Eudes), es decir, "instrumento vivo de Cristo Sacerdote" (PO 12), puesto que: se hace signo viviente de Cristo en el ejer­cicio del ministerio (PO 12-13); se hace signo transparente de Cristo viviendo en sintonía o unidad de vida con El (PO 14); se hace signo del Buen Pastor imitando su caridad pastoral y todas las demás virtudes que derivan de ella (PO 15-17, sin olvidarlos medios comunes a toda espiritualidad cristiana y los medios es­pecíficos de la espiritualidad sacerdotal (PO 18).

Viviendo la espiritualidad sacerdotal, el sacerdote ministro se hace signo creíble del Buen Pastor en un mundo que pide au­tenticidad (n. 1), en una Iglesia sacramento o transparencia e instrumento de Cristo (n. 2) y en una nueva etapa de evangeliza-ción (n. 3), que necesitan sacerdotes fieles a las nuevas gracias del Espíritu Santo (n. 4). La identidad sacerdotal enraiza en es­ta espiritualidad cristológica, eclesial y antropológica21.

GUIA PASTORAL

Reflexión bíblica:

— Ser coherente con el estreno de la vocación sacerdotal, como encuentro para la misión: Me 3,13-14; Jn 1,35-51; Mt 4,18-22.

21 En la realidad latinoamericana, como hemos indicado en los apartados ante­riores (citanco Puebla y Medellín), hay que acentuar, a la luz del evangelio, la cercanía a los que sufren (pobreza, injusticias, marginación), a los jóvenes, a la familia, al mundo del trabajo y de la cultura. En esta misma realidad aparecen signos de una espiritualidad especial: acogida, sensibilidad, sentido de Dios, compromiso. . . Ver: O. PÉREZ MORALES, Desafíos actuales a los presbíteros en América Latina, "Medellín" 10 (1984) 427-448. Trabajos pre­sentados en el tercer Congreso Nacional de Teología de Colombia: El minis­terio del presbítero en la comunidad eclesial, Bogotá, SPEC, 1977.

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ESPIRITUALIDAD E IDENTIDAD SACERDOTAL. . .

— Sintonía con la fidelidad de Cristo y de los Apóstoles al Espíritu Santo: Le 4, 1.14.18; 10,21; Act 20,22.

— Vivir los signos de los tiempos siguiendo a Cristo hacia el misterio pascual: Mt 16,2-4; Jn 13,1; Le 22,15; cf. GS 4.11.44.

Estudio personal y revisión de vida en grupo:

— Describir y motivar algunas líneas de espiritualidad cristia­na y sacerdotal en un mundo que cambia: servicio, comu­nión, autenticidad, misión. . . (GS 1-10; EN 76; Puebla 356-359; 378-383).

— Armonía entre las dimensiones de la vida sacerdotal para una mayor fidelidad a Cristo, a la Iglesia y al hombre (Pue­bla 484; Medellín XI y XIII).

— Necesidad actual de espiritualidad profunda para una nue­va evangelización en el ardor, métodos y expresiones.

— Relación entre el ser, el obrar y la vivencia sacerdotal

ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA

Ver bibliografía de los capítulos siguientes según el tema concreto.

ANTEWEILER A., El sacerdote de hoy y del futuro, Santander, Sal Terrae, 1969 (estilo sacerdotal).

ARIZMENDI F., ¿Vale la pena ser hoy sacerdote?, México, Lib. Parro­quial, 1988 (síntesis práctica de la vida sacerdotal hoy).

BELLET M., Crisis del sacerdote, análisis de la situación, Bilbao, Desclée, 1969 (describe las causas de la crisis y busca la solución en la "fe en Jesucristo, vivida y pensada en comunión con la Iglesia").

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Page 23: Signos Del Buen Pastor

JUAN ESQUERDA BIFET

(CONF. EPISC. ALEMANA), El ministerio sacerdotal (Salamanca, Sigúe­me, 1970 (síntesis teológica actual).

COPENS J., etc., Sacerdocio y celibato, Madrid, BAC, 1971 (en la primera parte analiza los puntos principales sobre el sacerdocio hoy y en la historia).

DORADO G., El sacerdote hoy y aquí, Madrid, PS 1972.

El ministerio del presbítero en la comunidad eclesial, Bogotá, 1978 (varios estudios).

Espiritualidad presbiteral hoy, Bogotá, DEVYM, 1975.

Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987 (Te­mas de actualidad).

ESQUERDA J., El sacerdocio hoy, Madrid, BAC, 1983 (después de pre­sentar los documentos magisteriales, hace una síntesis de la situa­ción actual).

FLORES J. A., Vivamos con gozo nuestro sacerdocio, La Vega, Santo Domingo, 1982 (resumen de espiritualidad presbiteral a nivel prác­tico y viven cial).

GALOT J., Le visage nouveau du prétre, Gembloux, Duculot Lethielleux, 1970 (recoge las principales publicaciones que originaron la crisis y hace una evaluación).

GONZÁLEZ O., ¿Crisis de Seminarios o crisis de sacerdotes?, Madrid, 1967 (relaciona ambas crisis).

// prete per gli uomini d'oggi, Roma, Ave, 1975 (datos actuales).

IRABURU J. Ma., Fundamentos teológicos de la figura del sacerdote, Bur­gos, Facultad de Teología, 1972 (tesis doctoral).

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MANARANCHE A., Al servicio de los hombres, Salamanca, Sigúeme, 1968 (busca solución en las fuentes teológicas).

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RETIF L., El sacerdote en la sociedad actual, Barcelona, Nova Terra, 1970 (aspectos sociológicos).

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ROMANIUK C , Sacerdotes para el mundo secular, Salamanca, Sigúeme, 1978.

SALAUN M., MARCUS E., Nosotros los sacerdotes, Barcelona, Península, 1967 (los interrogantes sobre la identidad se resuelven a la luz de la fe).

SANTAGADA O., Presbíteros para América Latina, Bogotá, OSLAM, 1986 (formación, actuación y espiritualidad sacerdotal).

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Capítulo II.

CRISTO SACERDOTE

Y BUEN PASTOR

PROLONGADO

EN SU IGLESIA

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II. CRISTO SACERDOTE Y BUEN PASTOR PROLONGADO EN SU IGLESIA

Presentación

La Iglesia es la comunidad de hermanos convocada (eccle-sia) por la presencia y la palabra de Cristo resucitado. Cada cre­yente, como respuesta a esta llamada, decide compartir toda su vida con Cristo. El Señor se prolonga en "los suyos" (Jn 13,1) como en su "complemento" (Ef 1,23), para insertarse en la rea­lidad sociológica e histórica.

En todo momento histórico, la Iglesia revisa, renueva y profundiza su relación con Cristo como punto de referencia y razón de ser de su existir. Los datos sociológicos e históricos irán variando continuamente. Cristo resucitado es y será siempre el mismo, "el que es, el que era, el que viene" (Apoc 1,8; Heb 13,8), que comunica a su Iglesia luces y gracias nuevas para res­ponder a nuevas situaciones.

Cristo, con todo lo que es y tiene, se comunica a la Iglesia: "de su plenitud recibimos todos, gracia sobre gracia" (Jn 1,16). Es Hijo de Dios y Mediador. En la Iglesia todos somos hijos de Dios por participación (Jn 1,12) y todo es "mediación", como participación en el ser, en el obrar y en las vivencias de Cristo (Col 1,19-29).

El Señor ha vivido y sigue viviendo su realidad de hermano que comparte la vida, de Mediador y protagonista que asume

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nuestra existencia como parte de la suya, para insertarla en el paso (pascua) hacia el Padre en el amor del Espíritu Santo. Su vida se hace inmolación, entrega total de Buen Pastor. Es Sacer­dote y Víctima, es decir, el Mediador y esposo (consorte) que ofrece su vida en sacrificio para salvar a los hermanos.

Esta realidad de Cristo se prolonga en toda la Iglesia, según dones, vocaciones, ministerios y carismas diferentes. La espiri­tualidad sacerdotal de toda la Iglesia se traduce en "solidaridad" de comunión con toda la humanidad (cf GS 1). En el sacerdote ministro, esta espiritualidad tendrá matices especiales por refle­jar una participación especial en la realidad sacerdotal de Cristo (cf capítulos III y siguientes). No podría comprenderse la espi­ritualidad sacerdotal ministerial si se presentara al margen de la Iglesia Pueblo sacerdotal.

El Buen Pastor

Más que las palabras y la terminología, cuenta la realidad. Desde el momento de la encarnación, Jesús (el Verbo hecho hombre) es, actúa y vive como protagonista y consorte de toda la historia humana. Las diversas analogías empleadas por El para indicar su propia realidad (esposo, hermano, amigo. . .) se pue­den resumir erí la de Buen Pastor. Su ser, su obrar y su vivencia corresponden a la realidad profunda.

- Es el Buen Pastor: "Yo soy el Buen Pastor" (Jn 10,11). El "yo soy", tan repetido en el evangelio de Juan, indi­ca su ser más profundo de Hijo de Dios hecho hombre, "ungido" y "enviado" por el Padre (Jn 10,36) y por el Espíritu Santo (Le 4,18).

. - Obra como Buen Pastor: llama, guía, conduce a buenos pastos, defiende (Jn 10, 3ss), es decir, anuncia la Buena Nueva, se acerca a cada ser humano para caminar con él y para salvarlo integralmente.

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CRISTO SACERDOTE Y BUEN PASTOR PROLONGADO EN SU IGLESIA

— Vive hondamente el estilo de vida de Buen Pastor, que "conoce amando" y que "da la vida por las ovejas" (Jn 10, llss), como donación sacrificial según la misión y mandato recibido del Padre (Jn 10,17-18 y 36)1.

Las actitudes internas de Cristo Buen Pastor arrancan de su ser y se expresan en su obrar comprometido. Su interioridad (espíritu o espiritualidad) es un camino o vida de donación to­tal: "caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio" (Ef 5,2). El amor afectivo y efectivo de Cristo tiene una triple dimensión: amor al Padre en el Espíritu Santo, amor a los hermanos, dándose a sí mismo en sacrificio.

El amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo equivale a sintonía con su voluntad, para glorificarle y llevar a término sus designios de salvación. Este amor llena toda la existencia de Je­sús desde la encarnación: "He aquí que vengó para hacer tu vo­luntad" (Heb 10,5-7; cf. Sal 39,7-9).

1 En el evangelio de San Juan aparece esta línea de "Buen Pastor". Ver: L. BOU-YER, El cuarto evangelio, Introducción al evangelio de San Juan, Barcelona, Estela, 1967; R. E. BROWN, El evangelio según San Juan, Madrid, Cristian­dad, 1979; ídem, La comunidad del discípulo amado. Estudio de la eclesiolo-gía joánica. Salamanca, Sigúeme, 1983; V. M. CAPDEVILA y MONTANER, Liberación y divinización del hombre. La teología de la gracia en el evangelio y en las cartas de San Juan, Salamanca, Secret. Trinitario, 1984; J. ESQUERDA, Hemos visto su gloria, Madrid, Paulinas, 1986; A. FEUILLET, El prólogo del cuarto evangelio, Madrid, Paulinas, 1971; ídem, La mystére de l'amour divin dans la théologie johanique, París, Gabalda, 1972; M. J. LAGRANGE, Evangi-le selon saint Jean, París, 1948; P. M. DE LA CROIX, Testimonio espiritual del evangelio de San Juan, Madrid, Rialp, 1966; I. DE LA POTTERIE, La Ver­dad de Jesús. Estudios de teología joanea, Madrid, BAC, 1979; J. LUZARRA-GA, Oración y misión en el evangelio de Juan, Bilbao, Mensajero, 1978; D. MOLLAT, Iniciación espiritual a San Juan, Salamanca, Sigúeme, 1965; ídem, Etudes johaniques, París, Seuil, 1979; A. ORBE, Oración sacerdotal, Madrid, BAC, 1979; S. A. PANIMOLIE, Lettura pastorale del vangelio di Giovanni, Bologna, Dehoniane, 1978; R. SCHNACKENBURG, El evangelio según San Juan, Madrid, Studium, 1972; S. VERGES, Dios es amor. El amor de Dios re­velado en Cristo según Juan. Salamanca, Sec. Trinitario, 1982; A. WIKENHAU-SER, El evangelio según San Juan, Barcelona, Herder, 1978.

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Su vida es un "sí" a los designios del Padre (Le 20,21) para cumplir su misión salvífica universal (Jn 10,28; 17,4; 19,30; Le 23,46). Esa es su "comida" o actitud constante (Jn 4,34; Mt 3 15; Lc2,49), como garantía de la autenticidad de su misión (Jn 5,30; 8,29).

Toda su vida es una "pascua" o paso hacia "la hora" queri­da por el Padre, de humillación, muerte y resurrección (Jn 2,4; 13,1; 14,31; Fil 2,5-10). Este "paso" pascual continúa en la Iglesia hasta la restauración final de todas las cosas en Cristo (Ef 1,10; ICor 11,26). De este modo Jesús se manifiesta también por medio de la Iglesia, como "el esplendor de la gloria" del Pa­dre e "imagen de su substancia" (Heb 1,3), en armonía y unidad con El (cf. Un 10,30; 14,9).

El amor a los hombres tiene en Cristo sentido "esponsal", como de hermano (Col 1,13) y de quien asume o carga, como "consorte" (Le 22.20), la realidad humana es su faceta de mise­ria y de pecado (Mt 8,17; IPe 2,24; Is 53,4) y en su dinamismo hacia una victoria final (ICor 15.24-28)2.

La encarnación en el seno de María es el momento inicial de esta sintonía comprometida de Cristo con toda la humanidad y con cada ser humano en particular. El paso pascual de Jesús se concreta en. sensibilidad responsable: "pasó haciendo el bien" (Act 10,38). Es sintonía de compasión (Mt 15,32; Le 6,19), búsqueda (Le 8,1; 15,4), cercanía a los que sufren y a los más pobres (Le 4,18; 7,22; Mt 11,28), deseo de encuentro (Jn 10,16; 19,28) y de unión para siempre (Jn 14,2-3). El amor del Buen

2 La doctrina del documento de Puebla sobre Cristo Sacerdote y Mediador tiene esta dimensión pastoral a partir de la encarnación del Verbo (Puebla 188-197). La cercanía de Jesús al hombre concreto, hasta asumir como protagonista toda la existencia e historia humana y llega hasta la muerte y resurrección, para co­municar una vida nueva y anunciar una victoria total de Cristo sobre el pecado y la muerte. La realidad latinoamericana queda iluminada con el misterio pas­cual de Cristo y compromete a asociarse con El.

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CRISTO SACERDOTE Y BUEN PASTOR PROLONGADO EN SU IGLESIA

Pastor abarca a toda persona humana en su integridad, porque El es "el pan de vida. . . para la vida del mundo" (Jn 6,48-51).

Este amor al Padre y a los hermanos se hace donación sa­crificial y total. Es el modo de amar propio de Dios hecho hom­bre. No posee nada (Le 9,59) ni busca sus propios intereses (Jn 13,14-16), para poder darse El mismo totalmente (Jn 10,11-18; 15,13) como rescate o redención (liberación) de todos (Mt 20,28). Para poder comunicarnos la "vida eterna" (Jn 10,10.28) se inmola por nosotros "en manos" o según la voluntad del Pa­dre (Le 23,46; Mt 26,28).

Su "pascua" hacia el Padre se realiza por medio de esta do­nación sacrificial (Ef 5,25; Act 20,28) que es pacto de amor o Alianza sellada con su sangre (Le 22,20; Heb 9,11-14), como máxima manifestación del amor de Dios a todos los hombres (Jn 3,16; 12,32). Jesús realiza la redención por medio de esta entrega de caridad pastoral inmolativa: "por esto el Padre me ama, porque doy mi vida para tomarla de nuevo. . . tal es el mandato que he recibido del Padre" (Jn 10,17-18).

Toda la comunidad eclesial, representada por María "la mujer", queda asociada a "la hora" (Jn 2,4; 19,25-27) y a la "suerte" de Cristo (Me 10,38). Los apóstoles serán servidores o ministros especiales de este anuncio y celebración (Le 20,19; ICor 11,24).

Esta realidad de Cristo Buen Pastor continúa siendo actual, no sólo por unos hechos y un mensaje que son siempre válidos, sino principalmente por la presencia de Cristo resucitado en la Iglesia y en el mundo. Cristo fue y siguen siendo responsable de los intereses del Padre y de los problemas de los hombres como protagonista y consorte de su historia. Jesús es el Hijo de Dios hecho nuestro hermano, cabeza de su cuerpo místico, Media­dor de todos los hombres, Buen Pastor, Sacerdote y Víctima, "fuente de todo sacerdocio" (Santo Tomás, III, q. 22, a. 4). En Cristo se revela el misterio de Dios Amor, del hombre y del mundo amado por El. De este modo, "Cristo manifiesta plena-

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mente el hombre al mismo hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (GS 22).

Cristo es el camino y se hace protagonista del camino hu­mano con su caridad de Buen Pastor:

— no se pertenece porque su vida se realiza en plena liber­tad según los planes salvíficos del Padre (obediencia),

— se da a sí mismo, sin apoyarse en ninguna seguridad hu­mana, aunque usando de los dones de Dios para servir (pobreza),

— ama esponsalmente, como consorte de la vida de ca ia persona, haciendo que todo ser humano se realice sin­tiéndose amado y capacitado para amar en plenitud (vir­ginidad)3.

3 El tema de la caridad pastoral se desarrollará en el capítulo quinto. La doctrina paulina ofrece esta perspectiva apostólica y sacerdotal. Doctrina y espirituali­dad sacerdotal según San Pablo: AA. W. , Paul de Tarse, Apotre de notre temps, Roma, Abbaye S. Paul, 1979, M. BAUZA, "Ut resuscites gratiam Dei", (II Tim 1,6), en El sacerdocio de Cristo, Madrid, Cons. Sup. Investigaciones Científicas, 1969, 55-66; A. CICOGNANI, El sacerdote en las epístolas de San Pablo, Madrid, Fax, 1959; A. COUSINEAU, Le sensde "presbyteros" dansles Pastorales, "Science et Esprit" 28 (1976) 147-162; J. DUPONT, Le discours de Milet, Testament pastoral de Saint Paul (Act 20, 18-26), París, Cerf, 1962; P. GRELOT, Las epístolas de Pablo: La misión apostólica, en El ministerio y los ministerios, Madrid, Cristiandad, 1975, 40-60; M. GUERRA; Episcopos y Presbyteros, Burgos, Facultad de Teología, 1962; J. P. MEIER, Presbyteros in the Pastoral Epistles, "Catholic Biblical Quarterly" 35, 1973, 323-345; J. SÁNCHEZ BOSCH, Le chañsme des pasteurs dans le corps paulinien, en Paul de Tarse. . ., I o.c, 363-397; C. SPICQ, Espiritualidad sacerdotal según San Pa­blo, Bilbao, Desclée, 1954. Ver autores que estudian la teología de San Pablo: Benetti, Bonsirven, Bover, Cerfaux, Kuss, Lyonnet, Prat, etc. Cfr. más biblio­grafía en J. ESQUERDA, Pablo hoy, un nuevo rostro de apóstol, Madrid, Pau­linas, 1984.

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CRISTO SACERDOTE Y BUEN PASTOR PROLONGADO EN SU IGLESIA

Cristo Mediador, Sacerdote y Víctima

La realidad de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, nues­tro Redentor, apenas puede expresarse con palabras. La termi­nología humana es siempre limitada ante el misterio de Dios Amor. Las palabras son signos convencionales. Cuando decimos que Cristo es Sacerdote y Víctima queremos indicar que es res­ponsable de los intereses del Padre y protagonista de la historia humana, hasta hacer de su propia vida una donación total.

ante el Padre, en el amor del Espíritu

Mediador: T-<—- »- dando la vida en sacrificio

por los hombres

El ser y la existencia de Cristo pertenecen totalmente a los designios salvíficos de Dios sobre el hombre. Es el "ungido y en­viado" (Le 4,18; Jn 10,36) para la redención o rescate de todos los hombres (Me 10,45; Mt 20,28):

— Ungido o consagrado, en cuanto que su naturaleza hu­mana está unida en unidad de persona (hipostáticamen-te) con el Verbo Hijo de Dios (Jn 1,14), desde el mo­mento de la coi cepción en el seno de María, por obra del Espíritu Santo (Mt 1,18.21; Le 1,35).

— Enviado para llevar a término la misión o,encargo del Pa­dre, bajo la acción del Espíritu Santo (Le 4,1.14.18; Act 10,38), por el anuncio del evangelio (Me 1,14-15), la cercanía a los pobres (Le 7,22; Mt 4,23; 11,5) y la dona­ción de sí mismo (Jn 10,11; 6,35.48).

— Ofrecido o inmolado en sacrificio, con todo su ser, cuer­po y sangre (Le 22, 19-20), como servicio de donación total por la redención de todos (Jn 10,17; 17,19); Me

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10,45), hasta morir amando para conseguir la glorifica­ción de Dios y nuestra salvación (Le 24,26.46; Jn 12,28).

Jesús es, pues, "el único Mediador entre Dios y los hom­bres" (ITim 2,5), porque sólo El es Dios y hombre, con capaci­dad de hacer de su vida una donación total en bien de toda la humanidad y de todo el universo. "En su sacrificio asumió las miserias y sacrificios de todos los hombres y de todos los tiem­pos" (Sínodo Episcopal de 1971: El sacerdocio ministerial, prin­cipios doctrinales, 1). Sólo El puede hacer partícipe de esta rea­lidad a toda su Iglesia y especialmente a María figura de la mis­ma Iglesia.

Aplicar a Cristo el título de sacerdote (sacra dans, el que ofrece dones sagrados) y de pontífice (puente, mediador) es le­gítimo, con tal que se salve la trascendencia del misterio de Cris­to, más allá de todo sacerdocio y culto pagano e incluso vetero-testamentario. El sacerdote es el hombre que, en nombre de la comunidad, ofrece a Dios un acto de culto, expresado ordinaria­mente por preces y sacrificios, para reconocer a Dios como pri­mer principio de todas las cosas, En el Antiguo Testamento se da un salto cualificado, puesto que los actos cultuales renovaban una Alianza o pacto de amor de Dios, como anuncio de una nueva y definitiva Alianza que tendría lugar en la venida del Me­sías (Cristo).

La carta a los Hebreos llama a Jesús Sacerdote (hiereus), con una novedad que va más allá del Antiguo Testamento, por­que se trata del Hijo de Dios hecho hombre (Heb 4,15-16; 5,1-6). Por esto se llama del orden de Melquisidec, es decir, más allá del sacerdocio levítico4.

4. La carta a los Hebreos es siempre el punto de referencia obligado para el tema de Cristo Sacerdote. En ella se inspira Santo Tomás (III q. 22 y 26, q. 46-59), el concilio de Trento (ses. 22, c. 1), las encíclicas sobre el sacerdocio y la en­cíclica Mediator Del Ver: G. MORA, La carta a los Hebreos como escrito pas­toral, Barcelona, Fac. de Teología, 1974; R. RÁBANOS, Sacerdote a semejan­za de Melquisedec, Salamanca 1961; C. SPICQ, L'Epitre aux Hébreux, París, Gabalda, 1971; A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo según el Nuevo Testamento, Salamanca, Sigúeme, 1984.

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CRISTO SACERDOTE Y BUEN PASTOR PROLONGADO EN SU IGLESIA

Es el único sacerdote por ser el único Mediador (Heb 9,15; ITim 2,4-6), con su muerte sacrificial puede cumplir los desig­nios salvíficos de Dios sobre los hombres: "Cristo, constituido Sacerdote de los bienes futuros y penetrando en un tabernáculo mejor y más perfecto, . . . por su propia sangre entró una vez para siempre en el santuario, realizada la redención eterna" (Heb 9,11-12; cf. conc. Trento, ses. 22, cap. 1). La mediación de Cristo es eficaz porque se basa en su realidad divina y huma­na: "Aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la obe­diencia, y al ser consumado, vino a ser para todos los que le obe­decen causa de salud eterna, declarado por Dios Pontífices se­gún el orden de Melquisedec" (Heb 5,8-10).

La realidad sacerdotal de Cristo es única e irrepetible. Es la mediación de Dios hecho hombre, que se ejerce por el profe-tismo (anuncio de la palabra), por la realeza o pastoreo (Cristo Rey y Buen Pastor) y por el sacrificio de una oblación o dona­ción total de sí, hasta la muerte de cruz (Fil 2,5-11; Ef 5, 1-2). Jesús ha dado la vida "en rescate (redención) por todos" (Mt 20,28).

La terminología sacerdotal usada por Cristo (unción, in­molación, redención. . .) tiene carácter de misión o encargo re­cibido del Padre. Los escritores del Nuevo Testamento (no sólo la carta a los Hebreos) también usaron términos sacerdotales, puesto que Jesús es el Salvador "que se entregó a sí mismo co­mo redención de todos" (ITim 2,3-6; cf. Ef 5,2.25-27), y que, con su sangre derramada en sacrificio, nos redimió y nos recon­cilió con Dios (Rom 5,1-11; IPe 1,18-19; Un 1,7;Heb 9,11-12; Act 20,28).

El sacrificio sacerdotal de Cristo consiste en una caridad pastoral permanente, que se traduce en una obediencia al Padre, desde el momento de la encarnación (Heb 10,5-7) hasta la muer­te en cruz y la glorificación (Fil 2,5-11). Su "humillación" (ke-nosis) de la encarnación y de la muerte se convierte en glorifica­ción suya y de toda la humanidad en El.

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La caridad del Buen Pastor es, pues, sacrificial, indicando una donación total de sí, para cumplir la misión recibida del Pa­dre, que atrapa toda su existencia, que continúa en el cielo co­mo intercesión eficaz (Rom 8,34; Heb 7, 25) y que se prolonga en la Iglesia (cf. SC 7). Su sacrificio sacerdotal consiste en que "siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza" (2Cor 8,9). Toda esta realidad sa­cerdotal de Cristo tiene lugar afrontando las circunstancias ordi­narias de todos los días (Nazaret, Belén, vida pública, pasión, muerte. . .), en una historia humana parecida a la nuestra, pues­to que el ser humano se realiza haciendo de la vida una dona­ción.

El sacrificio de Cristo se realiza desde la encarnación y tie­ne su punto culminante en el misterio pascual de su muerte y resurrección. Así lleva a plenitud el sacerdocio y el sacrificio de todas las religiones naturales y particularmente del Antiguo Tes­tamento. Cristo es Sacerdote, templo, altar y víctima como:

— Sacrificio de Pascua (Ex 12,1-30); es "nuestra Pascua" (ICor 5,7), como "cordero pascual" que se inmola para hacer "pasar" el pueblo hacia la salvación en una nueva tierra prometida (Jn 1,29; 13,1).

— Sacrificio de Alianza (Ex 24,4-8), como "pacto" de amor, sellado ahora con la sangre del Hijo de Dios (Le 22,20), para hacer de toda la humanidad un pueblo de su propiedad esponsal (Act 20,28; Ef 1,7; IPe 2,9; Apoc 5,9).

— Sacrificio de propiciación o de perdón y expiación (Lev 16,1-6), puesto que su muerte y resurrección son sacri­ficio que libera, rescata y salva de los pecados (Mt 20,28; 26,28; Rom 3,23-25; 4,25; Heb 9,22; 1 Pe 1.2; Un2,2)5.

t i sacrificio de Jesús (dar la vida en rescate de todos) salva los valores de cada época histórica, de cada pueblo y de cada cultura; pero los lleva a la plenitud

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CRISTO SACERDOTE Y BUEN PASTOR PROLONGADO EN SU IGLESIA

En Cristo encontramos la epifanía, cercanía, presencia y palabra personal de Dios Amor (Gal 4,4; Jn 14,9). En El, Dios nos ha dado todo (Rom 8,32). Al mismo tiempo, por Cristo y en el Espíritu Santo que El nos envía, nosotros podemos res­ponder a Dios con un "amén" o "sí" de donación total (2Cor 1,20; Heb 13,15). "Su humanidad, unida a la persona del Ver­bo, fue instrumento de nuestra salvación. Por esto, en Cristo se realizó plenamente nuestra reconciliación y se nos dio la pleni­tud del culto divino" (SC 5; cf. Puebla 188-197).

El hombre encuentra en Cristo su propia realidad de sentir­se amado y capacitado para amar libremente (cf. 3,16-17; Un 4,19). El "misterio" de Cristo Mediador, Sacerdote y Víctima, abarca también el misterio del hombre como instrumento y co­laborador libre, para "instaurar todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). Es misterio de un "amor que supera toda ciencia." (Ef 3,19), porque empieza en Dios y abarca toda la humanidad, todo el cosmos y toda la historia, hasta que sea una realidad en "el cielo nuevo y la tierra nueva" (Apoc 21,1) donde "reunirá lajusticia"(2Pe3,13).

Esta realidad sacerdotal de Jesús no puede encerrarse en una terminología humana. Se trata del misterio del Verbo encar­nado, que asume como protagonista y consorte la historia de to­da la comunidad humana y de cada ser humano en particular. Cristo se manifiesta así:

— con su ser sacerdotal de ungido y enviado, como Hijo de Dios hecho hombre (Heb 5,1-5),

insospechada del misterio de la encarnación, de la redención y de la restaura­ción final. El Antiguo Testamento es una preparación inmediata a estos planes salvíficos y universales de Dios en Cristo; por esto, la meditación de la palabra de Dios lleva siempre hacia la armonía de toda la revelación. Los sacrificios antiguos son sombra o preparación de la gran luz en Cristo (Col 2,17).

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— con su actuar o función sacerdotal, como responsable de los intereses de Dios y de los hombres, hasta dar la vida en sacrificio por ellos (Heb 9, 11-15),

— con su estilo o vivencia sacerdotal de caridad pastoral, que, conjuntamente con su ser y actuar, le hace sacerdo­te perfecto, santo, eficaz y eterno (Heb 7,1-28).

El sacerdocio de Cristo hay que enfocarlo, desde el amor de Dios que quiere salvar al hombre por el hombre, y desde el amor de Cristo Buen Pastor. Los sentimientos o interioridad de Cristo (Fil 2,5ss) arrancan de su ser de Hijo de Dios hecho nues­tro hermano y están en sintonía con su obrar. "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hom­bre" (GS 22). La caridad pastoral de Cristo es el punto de refe­rencia de toda la espiritualidad sacerdotal (ver capítulo V).

A la luz del sacerdocio de Cristo, la historia humana reco­bra su sentido. "El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón hu­mano y plenitud total de sus aspiraciones" (GS 45). Participar en el sacerdocio de Cristo comporta, hacerse con él y como él responsable y solidario del caminar histórico del hombre6.

6 El tema de Cristo Sacerdote ilumina todos los temas de teología, pastoral y es­piritualidad sacerdotal, como 'Tuente de todo sacerdocio" (Santo Tomás, Su­ma Teológica, III, q. 22, a. 4). Hay que destacar los siguientes temas: el siervo de Yavé que ofrece su vida en rescate o liberación de toda la humanidad (Ez 4,4-8; Is 63,7; Gal 1,5; IPe 1, 18s); la humanidad vivificante de Cristo como "sacramento" fontal (es sacerdote en cuanto Verbo hecho hombre); la interio­ridad o amores de Cristo (que hemos descrito en el texto como amor al Padre y a los hombres hasta dar la vida en sacrificio). Ver: AA. VV., El corazón sa­cerdotal de Jesucristo, en "Teología del Sacerdocio", Burgos, Fac. de Teolo­gía, 18 (1984); M. GONZÁLEZ MARTIN, El Corazón de Cristo Pastor, en El ministerio y el Corazón de Cristo, ibídem 16 (1983) 299-317; L. M. MENDIA-ZABAL, El misterio del Corazón de Cristo, centro de la vida y ministerio sa­cerdotal, ibídem, 177-200.

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CRISTO SACERDOTE Y BUEN PASTOR PROLONGADO EN SU IGLESIA

Jesús prolongado en su Iglesia, Pueblo sacerdotal

La comunidad de los seguidores de Cristo se llama Iglesia ("ecclesia") porque es una asamblea fraterna convocada por la presencia y la palabra de Jesús resucitado. Ello quiere decir que en esta comunidad se prolonga Jesús Buen Pastor, Mediador, Sa­cerdote y Víctima.

La Iglesia, como comunidad de creyentes, es un conjunto de signos de la presencia, de la palabra y de la acción salyífica de Jesús. Cada uno es llamado para una misión que es servicio o ministerio a los hermanos. Los signos de Jesús en su Iglesia se llaman vocaciones, ministerios (servicios), carismas (gracias espe­ciales para servir).

Jesús prolonga en la Iglesia su persona y su sacrificio reden­tor, además de su palabra y acción salvífica y pastoral. "Cristo está presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa. . . Está presente en su pala­bra. . . Está presente cuando la Iglesia suplica y canta salmos" (SC 7).

La Iglesia es una comunidad o Pueblo sacerdotal, como templo de Dios, donde se hace presente y se ofrece el sacrificio de Cristo piedra angular y fundamento (ICor 3,10-16; 2Cor 6,16-18; Ef 2,14-22; cf LG cap. II). Cristo prolonga su realidad sacerdotal (su ser, su obrar y su vivencia) en la comunidad ecle-sial: "Vosotros, como piedras vivas, sois edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espi­rituales, aceptos a Dios por Jesucristo" (IPe 2,5; cf. Ex 19,3-6; Lev 26,12; Apoc 1,5-6; 5,10)7.

7. El tema de Iglesia será tratado en el capítulo VL El documento de Puebla (220-282) subraya la verdad sobre la Iglesia como "Pueblo de Dios, signo y ser­vicio de comunión; de este modo aparece la realidad eclesial como prolonga­ción y expresión de Jesús presente en ella, acentuando la dimensión cristológi-ca, pneumatológica, evangelizadora, espiritual, escatológica, sociológica y an­tropológica. María es figura y tipo de esta realidad eclesial (Puebla 282ss). So­bre la Iglesia "sacramento", ver la nota siguiente.

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En la comunidad eclesial Cristo prolonga su presencia (Mt 28,20), su palabra (Me 16,15), su sacrificio redentor (Le 22,19-20); ICor 11,23-26) y su acción salvífica y pastoral (Mt 28,19; Jn 20,23). La Iglesia, como signo transparente y portador de Je­sús y como Pueblo sacerdotal:

— anuncia el misterio pascual de su muerte y resurrección, — lo celebra haciéndolo presente, — lo vive en comunión de hermanos, — lo transmite y comunica a todos los hombres (Act 2,32-

37; 2,42-47; 4,32-34).

En este sentido, toda la comunidad participa y vive del sa­cerdocio de Cristo como profetismo, culto, realeza (pastoreo, apostolado). La Iglesia, gracias a la palabra, al sacrificio y a la acción salvífica y pastoral de Cristo, se construye como comu­nión, que refleja la comunión de Dios amor, y construye en la humanidad entera una comunión o familia de hermanos que son hijos de Dios (cf. Puebla 211-219; 270-281).

El sacerdocio de Cristo, prolongado en la Iglesia, hace a ésta "solidaria del género humano y de la historia" (GS 1). Cris­to Sacerdote, por medio de su Iglesia, llega "al hombre todo en­tero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y volun­tad" (GS 3). "El Hijo de Dios asume lo humano y lo creado, res­tablece la comunión entre el Padre y los hombres" (Puebla 188; cf.' LG 1).

La realidad de la Iglesia, por ser prolongación de Cristo (cf. EF 1,23), es realidad sacerdotal y evangelizadora. La Iglesia es consorte o esposa de Cristo (Ef 5, 25-27), participando de su ser sacerdotal que es de consagración y de misión.

El culto que la Iglesia tributa a Dios es una oblación en el Espíritu, por Cristo, al Padre (cf. Ef 2,18), el "sacrificio de ala­banza" (Heb 13,15-16), que se centra en la eucaristía, pero que debe abarcar toda la humanidad y toda la creación renovadas por Cristo (Mt 5,13-14.23-24; Me 9,49-50). Es una "vida escon-

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CRISTO SACERDOTE Y BUEN PASTOR PROLONGADO EN SU IGLESrA

dida con Cristo en Dios" (Col 3,3), que se inserta en las realida­des humanas para restaurarlas en Cristo (Ef 1,10). La Iglesia se hace luz y sal en Jesús, para convertir cada corazón humano y todo el cosmos en una oblación sacrificial a Dios por el mandato del amor.

Toda la acción de la Iglesia es sacerdotal, en cuanto que en ella se prolonga la acción sacerdotal de Cristo Buen Pastor; pero, de modo especial, esto tiene lugar en la celebración litúrgica: "La sagrada liturgia es el culto público que nuestro Redentor, como Cabeza de la Iglesia, rinde al Padre, y es el culto que la so­ciedad de los fieles rinde a su Cabeza y, por medio de ella, al Pa­dre eterno; es, para decirlo en pocas palabras, el culto integral del Cuerpo místico de Jesucristo, esto es, de la cabeza y de sus miembros" (Pío XII, Mediador Dei: AAS 39, 1947, 528-529). "Realmente, en esta obra tan grande, por la que Dios es perfec­tamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por El tributa culto al Padre eterno. Con razón, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucris­to. En ella los signos sensibles significan y cada uno a su manera realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro" (SC7)8 .

8. El tema de Iglesia sacramento o misterio (como signo claro y portador de la presencia y acción de Cristo resucitado) se ha de estudiar en realción a la Igle­sia comunión y misión: J. ALFARO, Cristo, sacramento de Dios Padre; la Iglesia, sacramento de Cristo glorificado, "Gregorianum*' 48 (1967) 5-27; C. BONNIVENTO, Sacramento di unitá, la dimensione missionaria fundamento della nuova ecclesiologia, Bologna, EMI, 1976; Y. CONGAR, Un pueple missia-nique, l'Eglise sacrement du salut, París, Cerf, 1975; P. CHARLES, L'Eglise sacrement du monde, Louvain 1960; J. ESQUERDA, La maternidad de María y la sacramentalidad de la Iglesia, "Estudios Marianos" 26 (1965) 233-274; CL. GARCÍA EXTREMEÑO, IM actividad misionera de una Iglesia Sacramen­to y desde una Iglesia - Comunión, "Estudios de Misionología" 2 (Burgos 1977) 217-252; R. LATOURELLE, Cristo y la Iglesia, signos de salvación. Salamanca, Sigúeme, 1971; A. NAVARRO, La Iglesia como sacramento pri­mordial, "Estudios Eclesiásticos" 41 (1966) 139-159; H. RHANER, La Iglesia

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La Iglesia, Pueblo sacerdotal, celebra con actitud de escu­cha y respuesta:

— la Palabra que actualiza la historia de salvación como mensaje y como acontecimiento (SC 33, 35, 52),

— el único sacrificio redentor de Cristo hecho presente en la eucaristía (SC 47ss),

— la acción salvífica de Cristo a través de los signos sacra­mentales (SC 59ss),

— la oración sacerdotal de Cristo (SC 83ss),

— la acción pastoral de Cristo, que tiende a hacer de la humanidad una oblación a Dios por la práctica del man­dato del amor (SC 2).

Por esto, "la liturgia es la cumbre a la cual tiende la activi­dad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sa­crificio y coman la cena del Señor" (SC 10).

En la Iglesia existe una triple consagración sacerdotal, que hace participar del sacerdocio de Cristo en grado y modo di­verso:

— El sacramento del bautismo, que incorpora a Cristo Sa­cerdote para poder actuar en el culto cristiano partici­pando en su ser, obrar y vivencia sacerdotal.

y los sacramentos, Barcelona, Herder, 1964;C. SCANZILLO, La Chiesa sacra­mento di comunione, Roma, Ist. Scienze Religiose, 1987; O. SEMMELROTH, La Iglesia como sacramento original, San Sebastián, Dinor, 1965; P. SMUL-DERS, La Iglesia como sacramento de salvación, en La Iglesia del Vaticano II, Barcelona, Flors, 1966, I p. 377-400.

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CRISTO SACERDOTE Y BUEN PASTOR PROLONGADO EN SU IGLESIA

— El sacramento de la confirmación, que hace de la vida un testimonio audaz (martirio), especialmente en los momentos de dificultad (fortaleza), de perfección y de apostolado.

— El sacramento del orden, que da la capacidad de obrar en nombre y en persona de Cristo Cabeza, formando parte del sacerdocio ministerial Oerárquico) o ministerio apostólico.

— El carácter que comunica en cada uno de estos tres sa­cramentos (en grado y modo diverso) es sello o unción perma­nente del Espíritu Santo (Ef 1,13-14; 4,30; 2Cor 1,21-22). Es una cualidad espiritual, indeleble, a modo de signo configurativo (o de semejanza) con Cristo Sacerdote y de participación onto-lógica en su sacerdocio, que consagra a la persona y la potencia para el culto cristiano9.

Como en todo sacramento, también en el bautismo, con­firmación y orden se recibe una gracia especial. En este caso es para poder ejercer digna y santamente el sacerdocio participado de Cristo. Es un don de Dios que se puede perder (si falta la ca­ridad) y que matiza las virtudes cristianas, specialis vigor dice Santo Tomás) en la línea de la caridad pastoral de Cristo Sacer­dote y Víctima.

9. Sobre el carácter (del bautismo, confirmación y orden), los autores señalan al­gunos aspectos fundamentales y complementarios entre sí: signo distintivo y configurativo, potencia cultual, consagración o dedicación, participación del sacerdocio de Cristo, capacidad para la misión en la comunión de Iglesia, etc. En el concilio tridentino: ses. 23, c. 4; en Santo Tomás: Suma Teológica, III, q. 27, a. 5, ad 2;q. 63, a. 1-6, etc. Ver: J. ESPEJA, Estructuras del sacerdocio según los caracteres sacramentales, en El sacerdocio de Cristo, Madrid, 1969, 273-294; J. ESQUERDA, Síntesis histórica de la teología sobre el carácter, lí­neas evolutivas e incidencias en la espiritualidad sacerdotal, en Teología del sacerdocio 6 (1974) 211-226; J. GALOT, Le caractére sacerdotal, en Teología del sacerdocio 3 (1971) 113-132; ídem, La nature du caractére sacramente!, París, Louvain, Desclée, 1958; J. L. LARRABE, Sentido salvifico y eclesial del carácter sacerdotal, "Estudios Eclesiásticos" 46 (1971) 5-33. Ver el tema en los tratados sobre los sacramentos (bautismo, confirmación, orden).

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El Pueblo sacerdotal es diferenciado, no por la dignidad de la persona, ni por una menor exigencia de perfección, que consiste para todos en la caridad sin descuento, sino por recibir una llamada o vocación diferente, para ejercer diferentes servi­cios o ministerios en la Iglesia (cf. Puebla 220-281).

Todo cristiano está llamado a ejercer ministerios proféti-cos, cultuales y sociales (o de organización y caridad) en cuanto que "los fieles, incorporados a Cristo por el bautismo, integra­dos al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la fun­ción sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde" (LG 31). Las líneas básicas y algunas concretizaciones de estos ministerios han sido trazadas por Cris­to; pero la Iglesia puede ir concretando más, permitiendo o es­tableciendo nuevos ministerios, de tipo más institucional, caris-mático o espontáneo según los casos10.

La vocación al laicado, a la vida consagrada y al sacerdocio ministerial matiza de modo diferente la participación en el ser, en el obrar y en el estilo de vida de Cristo Sacerdote, especial­mente cuando se trata de la vocación sacerdotal ministerial, que está en la línea del sacramento del orden.

10 Sobíe los ministerios en general y especialmente sobre los nuevos ministerios: AA. VV., / ministeri ecclesiali oggi, Roma, Borla, 1977; AA. W . , Los minis­terios en la Iglesia, Salamanca, Sigúeme, 1985; A. ABATE, / ministeri nella missione e nel governo della Chiesa, Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1978; J. LECUYER, Ministéres en Dicitionnaire de Spiritualité, 10, 1255-1267; R. LÓ­PEZ; Los nuevos ministerios según el Concilio Vaticano II Revista Teológica Límense 18 (1984) 393-423; T. P. O'MEARA, Theology of ministry, New York Ramsey, Paulist Press, 1983; F. A. PASTOR, Ministerios laicales y comu­nidades de base. La renovación pastoral de la Iglesia en América Latina, "Gre-gorianum" 68 (1987) 267-305; A. PEELMAN, Les nouveaux ministéres, "Ke-rygma" 13 (1979) n. 33; O. SANTAGADA, Naturaleza teológica de los nuevos ministerios, "Teología" 21 (1984) 117-140; P. TENA, Los ministerios confia­dos a los laicos, "Teología del Sacerdocio" 20 (1987) 421-450.

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CRISTO SACERDOTE Y BUEN PASTOR PROLONGADO EN SU IGLESIA

El sacerdocio común de todo creyente

Todo bautizado está llamado a participar responsable y ac­tivamente en la vida de la Iglesia, en el anuncio del evangelio, testimonio, oración, celebración litúrgica, apostolado, servicio comunitario, etc. Cada uno realiza un servicio peculiar, según su propia vocación y estado de vida (laical, de vida consagrada, sa­cerdotal), a nivel de profetismo, culto y realeza o acción pasto­ral directa. Todos forman el Pueblo sacerdotal11.

Las vocaciones y los ministerios (servicios) son comple­mentarios, para formar la única oblación de Cristo prolongado en su cuerpo que es la Iglesia, y que debe ser la oblación de toda la humanidad y de todo el cosmos.

El sacerdocio común de los fieles o de todo creyente es el que corresponde básicamente a toda vocación y estado de vida, por haber recibido el bautismo y confirmación. Cada creyente, según su propia vocación, realizará básicamente este sacerdocio en relación a la eucaristía y al mandato del amor, pero con ma­tices diferentes:

— de presidencia en la comunidad (sacerdocio ministerial), — de signo fuerte o estimulante de la caridad (vida consa­

grada), — de inserción en el mundo (laicado).

11 Sobre la Iglesia Pueblo sacerdotal, cf. Lumen Gentium c. 2; Ex 19,3-6; ICor 3,10-16; 2 Cor 6,16-18; Ef 2,14-22; IPe 2,4-10;Apoc 1,5-6; 5,9-10; 20, 6, etc. Ene. Mediator Dei, AAS 39 (1947) 552ss. Además de los estudios indicados en la orientación bibliográfica, ver: A. El sacerdocio de la Iglesia, Villalba, Ope, 1968; R. A. BRUGNS, Pueblo sacerdotal, Santander, Sal Terrae, 1968; J. COLSON, Sacerdotes y pueblo sacerdotal, Bilbao, Mensajero, 1970; J. ESPE­JA, La Iglesia, encuentro con Cristo Sacerdote, Salamanca, San Esteban, 1962; CH. JOURNET, Teología de la Iglesia, Bilbao, Desclce, 1960, cap. VIII; F. RAMOS, El sacerdocio de los creyentes (IPe 2,4-10), en Teología del sacerdo­cio 2(1970) 11-47; J. RATZINGER, El nuevo Pueblo de Dios, Barcelona, Her-dcr. 1972; E. DE SCHMEDT, El sacerdocio de los fieles, Pamplona, 1964.

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El acento en la vocación específica de cada uno no puede hacer olvidar lo que es fundamental y común a todos: el sacer­docio de todos los fieles. "No sólo fue ungida la Cabeza, sino también su cuerpo, es decir, nosotros mismos. . . De aquí se de­riva que nosotros somos Cuerpo de Cristo, porque todos somos ungidos y todos estamos en El, siendo Cristo y de Cristo, por­que en alguna manera el Cristo total es cabeza y cuerpo" San Agustín, Enarrationes in Ps 26. "Los bautizados son consagra­dos por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de aquel que los llamó de las tinieblas a su ad­mirable luz" (LG 10; cf. IPe 2,4-10).

La diferencia entre las diversas participaciones en el sacer­docio de Cristo indica mutua relación de servicio y de caridad, sin diferencia de privilegios y ventajas humanas. "El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aun­que diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo. El sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada de que goza, forma y dirige el pueblo sacerdo­tal, confecciona el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo de Dios. Los fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio real, concurren a la ofrenda de la eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante" (LG 10).

Todo creyente participa ontológicamente del sacerdocio de Cristo y está llamado a actuar en las celebraciones litúrgicas y en toda la vida de la Iglesia, a fin de convertir la propia existencia y la de la humanidad entera en una prolongación de la oblación de Cristo al padre en el amor del Espíritu Santo. "Con el lavado del bautismo, los fieles se convierten, a título común, en miembros del cuerpo místico de Cristo Sacerdote, y, por medio del carác­ter que se imprime en sus almas, son delegados al culto divino,

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participando así, de acuerdo con su estado, en el sacerdocio de Cristo" (Pío XII, Mediador Dei, AAS 39, 1947, 552s).

Podemos distinguir en esta participación del sacerdocio de Cristo tres aspectos: el ser, el obrar y el estilo de vida. Del ser deriva el obrar y la exigencia de una vida santa:

— En cuanto al ser: es una participación real en el sacerdo­cio de Cristo (en su unción y misión), por medio del ca­rácter del bautismo y de la confirmación, a modo de consagración, configuración con Cristo, capacitación pa­ra el culto y para la vida cristiana.

— En cuanto al obrar: es capacidad para participar en el anuncio (profetismo), celebración (liturgia) y comunica­ción del misterio pascual (realeza), el sacrificio de Cristo y ofreciéndose a sí mismos, y comprometiéndose en el apostolado de la Iglesia como inicio y extensión del Rei­no de Cristo.

— En cuanto al estilo de vida: con una vida santa y com­prometida en el servicio de los hermanos, a la luz de las bienaventuranzas, transformando la vida en una obla­ción agradable (salada) a Dios por el amor (cfr. Mt 5,13 en relación a Mt 5,44-48).

La vida cristiana, por su ser, su actuar y su vivencia, es, eminentemente sacerdotal: "Os ruego, hermanos, por la miseri­cordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios; éste es vuestro culto espiritual" (Rom 12,1). Por esto la vida cristiana está centrada en la eucaristía, que su­pone el anuncio y el compromiso de caridad: "Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la víctima divina y se ofrecen a sí mismos junta­mente con ella. Y así, sea por la oblación, sea por la sagrada co­munión, todos tienen en la celebración litúrgica una parte pro­pia, no confusamente, sino cada uno de modo distinto (LG 11).

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De este modo, "la condición sagrada y orgánicamente estructu­rada de la comunidad sacerdotal se actualiza por los sacramen­tos y las virtudes" (ibídem).

Esta línea sacerdotal armoniza los dos niveles de la vida cristiana: el personal y el comunitario. Es la persona, no masifi-cada, la que participa en la realidad de Cristo para ejercer una misión insustituible; pero esta persona es miembro de una co­munidad que es comunión (coinonía) de hermanos, a modo de cuerpo, pueblo, templo de piedras vivas, familia. La realidad irrepetible de cada uno (vocación, carismas) se concretiza en la construcción armónica de la comunidad en el amor (agapé) co­mo reflejo de Dios Amor (cf. ICor 12-13, en relación a Jn 3^1).

Entre todos, y con la fidelidad generosa y personal a la propia vocación (en cuanto distinta y complementaria), realiza­mos la única oblación de Cristo, en su único cuerpo místico y Pueblo de Dios, que debe abarcar toda la humanidad y toda la creación.

Con esta perspectiva sacerdotal y eclesial hay que enfocaí la afirmación de que todo cristiano está llamado a ser santo y apóstol, como partícipe y responsable del camino de la Iglesia con toda la humanidad hacia la restauración final en Cristo. To­do cristiano, según su propia vocación, participa de los ministe­rios eclesiales y forma parte de los signos de la Iglesia "sacra­mento universal de salvación" (LG 48; AG 1), signo transparen­te y portador de Cristo ante el Padre y para todos los pueblos. Cada uno se realiza en su propia vocación y carisma, en la me­dida en que aprecie y valore los demás, colaborando con ellos.

Aunque todos son miembros del Pueblo de Dios (laicos), dedicados al servicio de Dios (consagrados) y partícipes del único sacerdocio en Cristo (sacerdotes), acostumbrados a cali­ficar con estos títulos a los cristianos que tienen una vocación peculiar de:

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— Laicado: "A los laicos corresponde, por propia voca­ción, tratar de obtener el Reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios" (LG 31). Son, pues, fermento de espíritu evangélico en las estruc­turas humanas, desde dentro, en comunión con la Iglesia para ejercer una misión propia (cf. LG 36; AA 2-4; GS 43)12.

— Vida consagrada: Es signo fuerte de las bienaventuranzas y del mandato del amor, a modo de "señal y estímulo de la caridad" (LG 42), por medio de la práctica perma­nente de los consejos evangélicos (cf. LG 43-44; PC 1). Las personas llamadas a esta vocación "son un medio privilegiado de evangelización" porque "encarnan la

12. Exhortación Apostólica Postsinodal Chrístifideles IMÍCÍ, de Juan Pablo II (30 diciembre, 1988). Puebla 777-849. Algunos trabajos en colaboración: Voca­ción y misión del laicado en la Iglesia y en el mundo, en Teología del sacerdo­cio 20 (1987); Los laicos y la vida cristiana, Barcelona, Herder, 1965; Diziona-rio di Spiritualitá dei laici. Milano, OR, 1981; Laicus testis fidei in schola. De muñere laicorum in vocationibus fovendis, "Seminarium" 23 (1983) n. 12. Otros estudios: A. ANTÓN, Fundamentos cristológicos y eclesiológicos de una teología y definición del laicado, en Teología del sacerdocio, 20 (1987) 97-162; J. I. ARRIETA, Formación y espiritualidad de los laicos, "Ius Canoni-cum" 27 (1987) 79-97; A. BONET, Apostolado laical, los principios del apos­tolado seglar, Madrid, 1959; Y. M. CONGAR, Jalones para una teología del lai­cado, Barcelona, Estela, 1963; CONGREGACIÓN EDUCACIÓN CATÓLICA, El laicado católico testigo de la fe en la escuela, Roma, 1982; M. D. CHENU, Los cristianos y la acción temporal, Barcelona, Estela, 1968; J. ESQUERDA, Dimensión misionera de la vocación laical, "Seminarium" 23 (1983) 206-214; L. EVELY, La espiritualidad de los laicos. Salamanca, Sigúeme, 1980; J. HER-VADA, Tres estudios sobre el uso del término laico, Pamplona, Eunsa, 1975; M. TH. HUBER, ¿Laicos y santos? A la luz del Vaticano II, Burgos, Aldecoa, 1968; A. HUERGA, IM espiritualidad seglar, Barcelona, Herder, 1964; T. I. JI­MÉNEZ URRESTI, IM Acción Católica, exigencia permanente, Madrid, 1973; La missione del laicato, Documenti ufficiali delta Assemblea genérale ordinaria del Sínodo dei Vescovi, Roma, Logos, 1987;T. MORALES, Hora de los laicos, Madrid, BAC, 1985; S. PIE, Aportaciones del Sínodo 1987 a la teología del laicado, "Revista Española de Teología" 48 (1988) 321, 370; F.A. PASTOR, Ministerios laicales y comunidades de base. La renovación pastoral de la Iglesia en América Latina, "Gregorianum" 68 (1987) 267-305.

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Iglesia deseosa de entregarse al radicalismo de las bien­aventuranzas" (EN 69)13.

— Sacerdocio ministerial: Es signo personal de Cristo Sa­cerdote y Buen Pastor, a modo de "instrumento vivo'* (PO 12), para obrar "en su nombre" (PO 2) y servir en la comunidad eclesial, como principio de unidad de to­das sus vocaciones, ministerios y carismas (PO 6.9).

El sacerdocio común de todo creyente es sacerdocio "es­piritual" y "real" (IPe 2, 4-9; Jn 4,23; Rom 12,1), porque se celebra en el Espíritu de Cristo (en quien ya se cumplen las pro­mesas misiánicas) y es participación y colaboración en el reino de Cristo. "Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristia­na, y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confe­sar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios median­te la Iglesia. Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la fe, como verdaderos

13. Puebla 721-776. Documentos oficiales de la Iglesia en: La vida religiosa, Docu­mentos conciliares y posconciliares, Madrid, Instituto de Vida Religiosa, 1987. Ver especialmente: Perfectae caritatis (Vaticano II), Evangélica Testificatio (Pablo VI), Redemptionis donum (Juan Pablo II), MutUae Relationes (Congre­gación de Obispos y Congregación de Institutos de vida consagrada. Estudios en colaboración: Los religiosos y la evangelización del mundo contemporáneo, Madrid, 1975;¿a vida religiosa, II Códice del Vaticano IJ, Bologna, EDB, 1983. Otros estudios: S. Ma. ALONSO, La utopia de la vida religiosa, Madrid, Inst. Teol. Vida Religiosa, 1982; J. ALVAREZ, Historia de la vida religiosa, Madrid, Inst. Teol. Vida Religiosa, 1987; M. AZEVEDO, Los religiosos: vocación y misión, Madrid, Soc. Educación Atenas, 1985; A. BANDERA, Teología déla vida religiosa, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1985; G. G. DORADO, Religioso y cristiano hoy, Madrid, Perpetuo Socorro, 1983; J. LUCAS HERNÁNDEZ, La vida sacerdotal y religiosa, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1986; T. MATURA, El radicalismo evangélico, Madrid, Inst. TeoL Vida Religiosa, 1980: ídem, La vida religiosa en k encrucijada, Barcelona, Herder, 1980; A. MORTA, Los consejos evangélicos, Madrid, 1968; A. RENARD, Las religiosas en la horade la esperanza, Barcelona, Herder, 1982; B. SECONDIN, Seguimiento y profe­cía, Madrid, Paulinas, 1986; J. M. TILLARD, En el mundo y sin ser del mun­do, Santander, SalTerrae, 1983.

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CRISTO SACERDOTE Y BUEN PASTOR PROLONGADO EN SU IGLESIA

testigos de Cristo, por la palabra y juntamente con las obras" (LG 11).

La familia, como Iglesia doméstica (LG 11), es un lugar privilegiado de este culto cristiano. En ella se aprende la dona­ción personal como encuentro con Cristo en el signo de cada hermano. "Los cónyuges cristianos, en virtud del sacramento del matrimonio, por el que significan y participan el misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y la Iglesia (cf. Ef 5,32), se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal y. en la procreación y educación de la prole, y por eso poseen su propio don, dentro del Pueblo de Dios, en su estado y forma de vida" (LG 11). "La Iglesia encuentra en la familia, nacida del sacra­mento, su cuna" (FC 15)14.

La oblación cristiana que transforma la vida en donación tiene lugar por medio del trabajo como servicio a los hermanos. Precisamente porque "el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene" (GS 35), "el hombre como sujeto del trabajo es una persona independientemente del trabajo que realiza" (LE 12); por esto, "el primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo como sujeto" (LE 6). El valor del trabajo con­siste, en la donación personal a imagen de Dios Creador y de Cristo Redentor (cf. GS, la. parte, III)15.

14 Puebla 568-616. Estudios en colaboración: La familia, posibilidad humana y cristiana, Madrid, Acción Católica, 1977; La familia. Doctrina de la Iglesia ca­tólica acerca de la familia, el matrimonio y la educación, Madrid 1975. Otros estudios: F. ADNES, El matrimonio, Barcelona, Herder, 1979; B. FORCANO, La familia en la sociedad de hoy, problemas y perspectivas, Valencia, CEP, 1975; F. MUSGROVE, Familia, educación y sociedad, Estella, Verbo Divino, 1975; El SCHILLEBEECKX, El matrimonio, realidad terrena y misterio de sal­vación, Salamanca, Sigúeme, 1968. Documento de la Conferencia Episcopal Española: Matrimonio y familia hoy, Madrid, PPC, 1979. Ver Exhortación Apostólica Familiaris consortio, de Juan Pablo II (22 noviembre, 1981).

15. J. ALFARO, Hacia una teología del progieso humano, Barcelona, Herder, 1969; L ARMAND, El trabajo y el hombre, Madrid 1964; M. D. CHENU, Hacia una teología del trabajo, Barcelona, Estela, 1965; O. FERNANDEZ, Realización personal en el trabajo. Pamplona, Eunsa, 1978; A. NICOLÁS, Teología del progreso, Salamanca, Sigúeme, 1971; G. THILS, Teología de las realidades terrenas, Bilbao, 1956.

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JUAN ESQUERDA BIFET

El sacerdocio ministerial comunicado por el sacramento del orden (que será el tema principal de los capítulos sucesivos) es un servicio especial para hacer que toda la comunidad ecle-sial, con todos sus componentes y sectores, ejerza su sacerdocio común y se haga oblación en Cristo para bien de toda la huma­nidad. El mismo sacerdote ministro pone en práctica su realidad sacerdotal bautismal a través de este servicio vivido con fideli­dad generosa.

GUIA PASTORAL

Reflexión bíblica:

— Sintonía con los amores del Buen Pastor: Al Padre (Le 20,21; Jn 17,4), a los hombres (Mt 8,17; Act 10,38);dan-do la vida en sacrificio (Jn 10,11-18; Le 23,46).

— La realidad sacerdotal de Cristo Mediador: ungido o consa­grado (Jn 10,36), enviado para evangelizar a los pobres (Le 4,18; 7,22), ofrecido en sacrificio (Le 22,19-20; Me 10,45), presente en la Iglesia (Mt 28,20).

— El sacrificio total de la caridad pastoral: cordero pascual (Jn 1,29), para establecer una nueva alianza o pacto de amor (Mt 26,28) y salvar al pueblo de sus pecados (M 20,28).

Estudio personal y revisión de vida en grupo:

Cristo Sacerdote, "único Mediador" (1 Tim 2,5): por su ser de Hijo de Dios hecho hombre, por su obrar o función

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CRISTO SACERDOTE Y BUEN PASTOR PROLONGADO EN SU IGLESIA

sacerdotal (anuncio, cercanía, sacrificio de inmolación), por su estilo de vida (PO 2; SC 5; Puebla 188-197).

Cristo Mediador, centro de la creación y de la historia (GS 22, 32, 39, 45).

El sacerdocio de Cristo prolongado en la Iglesia, Pueblo sa­cerdotal (SC 6-7, 10; LG 9; Puebla 220-281), especialmen­te en el anuncio de la Palabra (SC 33, 35, 52), en la cele­bración del sacrificio redentor (SC 47ss), en la acción salví-fica y pastoral (SC 2,7), en la cercanía solidaria a los hom­bres (GS 1, 40ss).

Relación armónica entre las diversas participaciones del sa­cerdocio de Cristo (LG 10-11; PO 2) y las diversas vocacio­nes (LG 31,42; PC 1;P0 2;GS43).

Servicio de unidad por parte del sacerdocio ministro (PO 9). "El sacerdocio, en virtud de su participación sacramen­tal con Cristo, Cabeza de la Iglesia, es, por la Palabra y la Eucaristía, servicio de la Unidad de la Comunidad" (Puebla 661).

ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA

Ver algunos temas concretos en las notas de este capítulo: sacerdo­cio en San Pablo (nota 3), San Juan (nota 1), carta a los Hebreos (nota 4), Corazón sacerdotal de Cristo (nota 6), Iglesia sacramento (nota 8), Iglesia Pueblo de Dios (nota 11) ministerios y nuevos ministerios (nota 10), carác­ter sacerdotal (nota 9), laicado (nota 12), vida consagrada (nota 13), fami­lia (nota 14), trabajo (nota 15).

AA VV El corazón sacerdotal de Jesucristo, en "Teología del Sacerdo­cio" 18(1984).

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JUAN ESQUERDA BIFET

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Ver bibliografía sobre la Iglesia en el capítulo 6.

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Capítulo III.

EL MINISTERIO APOSTÓLICO

AL SERVICIO DEL PUEBLO

DE DIOS

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III. EL MINISTERIO APOSTÓLICO AL SERVICIO DEL PUEBLO DE DIOS

Presentación

Jesús quiso prolongarse en su Iglesia por medio de servicios o ministerios (Mt 28,20). Todo creyente es llamado para ejercer un servicio a los hermanos, haciéndose de este modo comple­mento o instrumento vivo de Cristo (Col 1,24). Cada uno es otro Cristo según su propia vocación y misión: Las vocaciones y ministerios son, pues, signos de la presencia activa de Jesús re­sucitado en la Iglesia y en el mundo (ver el capítulo VIII).

Algunos seguidores de Cristo, los Apóstoles, fueron elegi­dos para ser expresión o signo personal de Cristo en cuanto Ca­beza, Sacerdote y Buen Pastor (Le 6,12-16; Me 3,13-19, PO 1-3). Jesús quiso dejar, en medio de su Pueblo sacerdotal, este signo especial de su ser, de su obrar y de su vivencia, en la línea de ser­vir en el último puesto, sin privilegios, ni ventajas humanas (Le 22,28).

Los servicios que los Apóstoles (y sus sucesores e inmedia­tos colaboradores) prestan al Pueblo sacerdotal son una prolon­gación del obrar de Jesús, como enviados suyos que participan de su ser y de su misión de modo peculiar. Jesús les comunica (ahora por medio del sacramento del Orden) una gracia especial del Espíritu Santo (Jn 16,14), para ser su gloria o transparencia (Jn 17,10), para garantizar el significado de su palabra (Le 10,16; Jn 15,26-27), para prolongar su presencia (Mt 28,20),

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su sacrificio de Alianza nueva (Le 22,19), su acción salvífico-sa-cramental (Jn 20,21; Me 16,20) y su acción pastoral (Mt 28,19; Act 1,8). Esta es la misión del ministerio apostólico de los doce Apóstoles y de sus sucesores e inmediatos colaboradores.

Esta elección y ministerio es un servicio o diaconía espe­cial, que participa en la humillación (kenosis) de Cristo (Fil 2,5-8), para ser signo de cómo ama el Buen pastor y para cons­truir la Iglesia como comunión (coinonía) con Cristo y con to­dos los hermanos (1 Pe 5,3; 1 Cor 9,19; Me 10,44).

La espiritualidad de esta vocación se concreta en el segui­miento, imitación y unión con el Buen Pastor (caridad pastoral), a ejemplo de la vida apostólica de los Doce, que se moldea en la fidelidad al Espíritu Santo como garante y agente de la consa­gración y de la misión recibida de Cristo (cf Le 4,18; Act 1,4-8).

Elección, seguimiento y misión de los Apóstoles

La elección de los Apóstoles y de sus sucesores e inmedia­tos colaboradores fue y sigue siendo iniciativa de Cristo: "eligió a los que quiso" (Me 3,13; cf. Jn 15,16). El Señor se acerca a la circunstancia en que vive cada uno para pronunciar el sigúeme como declaración de amor (Jn 1,43; Mt 4,18-22; 9,9)'.

El seguimiento apostólico equivale a compartir la vida con Cristo (Me 3,14; cf. Jn 15,27), a modo de amistad profunda (Jn 15,9-15). Puesto que los Apóstoles iban a convertirse en signo del Buen Pastor, fueron llamados a imitar su modo de vivir, en pobreza, obediencia y castidad (Mt 8,21; 12,50; 19,12). La nota

1 Veremos un estudio sistemático sobre la vocación y la formación sacerdotal en el capítulo 8o., con su orientación bibliográfica. Ver: DEVYM, OSLAM, La formación sacerdotal, documentos, Bogotá, 1982; Pastoral de las vocaciones sacerdotales, Bogotá, 1978; AA. VV., Vocación común y vocaciones específi­cas, Madrid, Soc. Hducación Atenas, 1984.

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EL MINISTERIO APOSTÓLICO A L SERVIDIO DEL PUEBLO DE DIOS

de desprendimiento radical está en relación estrecha con el se­guimiento por amor (Mt 19,27), para correr la misma suerte de Cristo a modo de desposorio (Me 10,38; Jn 11,16; 21,18-19).

Jesús les quiso dar el nombre de apóstoles, enviados, para indicar su identidad misionera (Le 6,13). Dar testimonio de Cristo suponía haber estado conviviendo con El (Jn 1,35-46; 1 Jn l,lss; Jn 15,26-27). De este modo participaban en la mis­ma vida y misión de Cristo (Jn 17,18; 20,21) de predicar y sa­nar, anunciando la penitencia y el perdón (Mt 10,5-42; Me 6,7-13; Le 10,1-10). Esta misión se resume en una triple pers­pectiva: enseñar, bautizar (santificar) y guiar (Mt 28,19-20; Me 16,15-20; Le 24,45-49).

Según los textos que acabamos de citar, Jesús comunicó a los suyos esta realidad pastoral y sacerdotal de modo estable, a través de diversas etapas:

— elección, — envío (antes y después de la resurrección), — institución de la eucaristía (última cena), — institución del sacramento del perdón (resurrección), — comunicación del Espíritu Santo (Pentecostés).

El Concilio Vaticano II resume así estas etapas de la insti­tución apostólica. "El Señor Jesús, después de haber hecho ora­ción al Padre, llamado a sí a los que El quiso, eligió a doce para que viviesen con El y para enviarlos a predicar el reino de Dios . . .; a estos Apóstoles los instituyó a modo de colegio, es decir, de grupo estable, al frente del cual puso a Pedro. . . Los envió primeramente a los hijos de Israel y después a todas las gentes... En esta misión fueron confirmados plenamente el día de Pente-coníés". . .(LG 19).

Conviene reconocer la estrecha relación que existe entre la eucaristía y la institución del sacerdocio ministerial: "con las palabras haced esto en memoria mía (Le 22,19; ICor 11,24),

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Cristo instituyó sacerdotes a sus Apóstoles"2. Efectivamente, la eucaristía es "la fuente y la culminación de toda la evangeli-zación" (PO 5; cf. LG 11). De este modo, Cristo "dejó a su es­posa amada, la Iglesia, un sacrificio visible, como exige la natu­raleza de los hombres"3. Es el misterio pascual, celebrado (y presencializado) en la eucaristía, que debe ser anunciado y vivi­do por toda la comunidad eclesial y para toda la comunidad hu­mana.

Los Apóstoles, por encargo de Cristo, comunicaron esta realidad sacerdotal por medio de la imposición de las manos (sacramento del Orden): "El mismo Señor, con el fin de que los fieles formaran un solo cuerpo, en el que no todos los miembros desempeñan la misma función (Rom 12,4), de entre los mismos fieles instituyó a algunos por ministros, que en la sociedad de los creyentes poseyeran la sagrada potestad del orden para ofre­cer el sacrificio y perdonar los pecados, y desempeñaran públi­camente el oficio sacerdotal por los hombres en nombre de Cris­to. Así, pues, enviados los Apóstoles como El fuera enviado por su Padre, Cristo, por medio de los mismos Apóstoles, hizo par­tícipes de su propia consagración y misión a los sucesores de aquéllos, que son los obispos, cuyo cargo ministerial, en grado subordinado, fue encomendado a los presbíteros, a fin de que, constituidos en el Orden del presbiterado, fuesen cooperadores del Orden episcopal para cumplir la misión apostólica confiada por Cristo" (PO 2; cf. LG 28).

La misión sacerdotal, como participación en la función pastoral de Cristo, resultaría incompleta si se separara de la vo­cación y del seguimiento; se correría el riesgo de profesionalis­mo privilegiado sin exigencias evangélicas. Cristo confiere la mi­sión sacerdotal a los que El ha llamado para compartir su misma vida de Buen Pastor. La caridad pastoral, como seguimiento e

2 Sesión 22 del conc. de Trento, can. 2;D 949.

3 Sesión 22 del conc. de Trento, cap. 1; D 938. Estudiaremos el tema de la euca­ristía en el capítulo 4o. n. 3.

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EL MINISTERIO APOSTÓLICO A L SERVICIO DEL PUEBLO DE DIOS

imitación de Cristo, es, la línea básica de la espiritualidad sacer­dotal. Sin esta línea evangélica, el sacerdote, como persona no podría encontrar su propia identidad.

Los servidores del Pueblo sacerdotal: sacerdotes ministros

Todo cristiano es servidor de los demás hermanos que for­man la comunidad eclesial. Vocaciones y carismas se concretan en servicios y ministerios. En las comunidades fundadas por los Apóstoles había unos ministros (servidores) que ejercían cierta dirección o responsabilidad, siempre en dependencia de ellos: obispos (Act 20,28; ITim 3,2), presbíteros (Act 11,30; 15,2ss; ITim 5,17), guías, presidentes, liturgos, diáconos (Heb 13,7ss; ITes 5,12; Ef 4,11; ICor 1,2; Rom 15,6; ITim 3,12; Fil 1,1) etc. Esta terminología, algo fluctuante, se estabilizó con signifi­cado preciso en el siglo II.

La diversidad de carismas y servicios de cada comunidad encontrará en estos ministros, establecidos por los Apóstoles, un principio de unidad, armonía y comunión eclesial. La auto­ridad apostólica les consideró colaboradores inmediatos. El rito de la imposición de manos, como transmisor de una gracia per­manente del Espíritu Santo, era lo que después se llamaría el sa­cramento del Orden (cf. Act 6,1-6; 13,1-3; 14,23; ITim 4,14; 2Tim 1,6; Tit 1,5). Después de la muerte de los Apóstoles, en­contramos en todas las Iglesias locales obispos, presbíteros y diáconos, que forman el Presbiterio en comunión estrecha con el obispo (cf. San Ignacio de Antioquía). Se trata, pues, de mi­nistros que continuaban, cada uno según su grado, los ministe­rios apostólicos4.

4 Sobre el sacramento del Orden: J. LECUYER, Le sacrement de Vordiñation, recherche historique et théologique, París, Beauchesne, 1981; M. NICOLAU, Ministros de Cristo, sacerdocio y sacramento del Orden, Madrid, BAC, 1971; L OTT, Le sacrement de l'Ordre, París, Cerf, 1971; ídem, El sacramento del Orden, en Historia de los dogmas, IV, 5, Madrid, BAC Major, 1976. Sobre la espiritualidad del rito de ordenación; J. ESQUERDA, Espiritualidad sacerdotal según el nuevo rito de ordenación, en "Teología del Sacerdocio" 4 (1972) 329-363.

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JUAN ESQUERDA BIFET

Estos ministros no se llaman sacerdotes hasta el siglo III (con Tertuliano, S. Cipriano, S. Hipólito, etc.)- Pero, a la luz de Cristo Sacerdote, los ritos y gestos ministeriales tuvieron siem­pre una terminología sacrificial y cultual. Son "ministros de la nueva Alianza" (2Cor 3,6) que tiene siempre carácter de sacrifi­cio. Son servidores de Cristo Mediador (ITim 2,5), Sumo Sacer­dote y Víctima (Heb 9, 11-15). Son, pues, ministros o servido­res del Pueblo sacerdotal (1 Pe 2,4-10; Apoc 1,5-6; 5,9-10; 20,6).

El hecho de ejercer la presidencia en la celebración del sa­crificio eucarístico en nombre de Cristo Sacerdote, será determi­nante para generalizar el título de sacerdote ministro. No obs­tante, habrá que recordar siempre que es un servicio polifacéti­co, que incluye armónicamente el anuncio de la Palabra, al servi­cio de los sacramentos y la construcción de la comunidad en la comunión. Los sacerdotes ministros son testigos cualificados de la muerte y resurrección de Cristo con su propia vida y con la misión del anuncio, de la celebración y de la comunicación del misterio pascual.

Los Apóstoles recibieron esta realidad sacerdotal directa­mente del mismo Jesús, de su humanidad vivificante como sa­cramento fontal. Ahora los sacerdotes ministros (sacerdocio mi­nisterial), por medio del sacramento del Orden, reciben esta rea­lidad sacerdotal, que les hace participar en el ser, en el obrar y en la vivencia de Cristo Sacerdote y Buen Pastor. Por el sacra­mento del Orden se confiere la consagración sacerdotal (carácter y gracia) a los llamados por la Iglesia (por medio del obispo), para ejercer los ministerios apostólicos en el grado de obispo, presbítero o diácono. "Siendo cosa clara por el testimonio de la Escritura, por la tradición apostólica y el consentimiento unáni­me de los Padres, que por la sagrada ordenación, que se realiza por la palabra y los signos externos, se confiere la gracia, nadie puede dudar que el Orden es verdadera y propiamente uno de los siete sacramentos de la Santa Iglesia. Dice en efecto el Após­tol: 'Te amonesto a que hagas revivir la gracia de Dios que está en ti por la imposición de mis manos' " (D 959)5.

5 Sesión 23 del conc. de Trento, cap. 3;D 959.

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Esta realidad sacerdotal, participada de Cristo, tiene tres aspectos principales:

— elección divina o vocación del Señor, manifestada por medio de la Iglesia,

— consagración o participación en el ser y en el obrar de Cristo, por medio del sacramento del Orden,

— misión o envío por parte de Cristo y mediante la Iglesia.

La elección o vocación al sacerdocio ministerial continúa siendo don e iniciativa del Señor (ver apartado 1). Es una gracia o carisma. La elección de todos en Cristo (cf. Ef 1, 3ss) se con­creta en el sacerdote ministro como signo de Cristo en cuanto Sacerdote, Cabeza y Buen Pastor, para obrar en su nombre. Esta vocación llega al elegido por medio de mediaciones eclesiales: familia, educadores, testimonios, doctrina, comunidad en gene­ral, jerarquía. . . "Sin embargo, esta voz del Señor que llama no ha de confiarse en modo alguno que llegue de forma extraordi­naria a los oídos del futuro presbítero. Más bien ha de ser enten­dida y distinguida por los signos que cotidianamente dan a co­nocer a los cristianos prudentes la voluntad de Dios; signos que los presbíteros han de considerar con atención" (PO 11; cf. OT 2). La Iglesia, por medio del obispo y de sus colaboradores, ga­rantizará la existencia de la vocación sacerdotal durante el pe­ríodo de formación y especialmente en el momento de recibir el sacramento del Orden (ver el capítulo 8).

La consagración sacerdotal es participación en la unción de Cristo (Le 4,18; Jn 10,36). La humanidad de Cristo es ungida en la encarnación por obra del Espíritu Santo, es decir, es unida hipostáticamente (o en unión de persona) al Verbo. El sacerdote ministro participa de esta unción o consagración por medio del carácter y de la gracia que confiere el sacramento del Orden.

El carácter sacramental del Orden es una señal o cualidad indeleble (inamisible), que configura al sacerdote ordenado con

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Cristo Sacerdote para poder obrar en su nombre. "El sacerdocio (ministerial). . . se confiere por aquel especial sacramento con el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan se­llados con un carácter particular, y así se configuran con Cristo Sacerdote, de suerte que puedan obrar como en persona de Cris­to cabeza" (PO 2).

Todo cristiano ha recibido el carácter del bautismo (y de la confirmación), que configura a Cristo Sacerdote (ver el capítulo 2o., n. 3). El carácter del sacramento del Orden confiere una configuración para obrar en nombre de Cristo Sacerdote, Maes­tro y Pastor (cf. PO 2, 6, 12; LG 28)6. Es una participación en el poder y misión sacerdotal y pastoral del Señor, que destina al servicio de Cristo presente en la eucaristía, en su Iglesia y en el mundo (Santo Tomás, III, q. 63, a. 1 6). "La permanencia de esta realidad, que marca una huella para toda la vida (doctrina de fe, conocida en la tradición de la Iglesia con el nombre de ca­rácter sacerdotal), demuestra que Cristo asoció a sí irrevocable­mente la Iglesia para la salvación del mundo y que la misma Igle­sia está consagrada definitivamente a Cristo para cumplimiento de su obra. El ministro, cuya vida lleva consigo el sello del don recibido por el sacramento del Orden, recuerda a la Iglesia que el don de Dios es definitivo. En medio de la comunidad cristiana que vive en el Espíritu, y no obstante sus deficiencias, es prenda de la presencia salvífica de Cristo" (Sínodo Episcopal de 1971 )7 .

6 Sesión 23 del conc. de Tiento, cap. 4 y can. 4; D 960, 964.

7 Documento del Sínodo Episcopal de 1971: El sacerdocio ministerial, parte la., n. 5. Sobre el carácter y la gracia sacramental, además de los estudios so­bre el sacramento del Orden citados en la nota 4, ver: J. ESPEJA, Estructuras del sacerdocio según los caracteres sacramentales, en El sacerdocio de Cristo, Madrid, 1969, 273-294; J. ESQUERDA, Síntesis histórica de la teología sobre el carácter, líneas evolutivas e incidencias en la espiritualidad sacerdotal, en "Teología del Sacerdocio" 6 (1974) 211-226; J. L. LARRABE, Sentido salví-fico y eclesial del carácter sacerdotal, "Estudios Eclesiásticos" 46 (1971) 5-33. Ver en la orientación bibliográfica de este capítulo los estudios sobre el sacer­docio ministerial.

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EL MINISTERIO APOSTÓLICO A L SERVIDIO DEL PUEBLO DE DIOS

La gracia especial recibida en el sacramento del Orden (dis­tinta del carácter) ayuda a ejercer santamente la función y mi­sión sacerdotal. De este modo nos hacemos "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote" (PO 12) en sintonía con su caridad de Buen Pastor. Es, pues, una gracia que delinea la fisonomía del sacerdote, para ayudarle a ser signo claro o expresión de Cristo. Tiene relación estrecha con el carácter, formando una cierta unidad, que hay que reavivar constantemente (2Tim 1,6). Es un "vigor especial" (Santo Tomás)8.

— un matiz de caridad pastoral a todas las virtudes sacerdo­tales,

— sintonía vivencial con los actos sacerdotales que se ejer­cen,

— unión con Cristo en cuanto Sacerdote y Víctima,

— ser instrumento consciente y voluntario (responsable) de Cristo en todos los momentos de la vida y del ministerio,

— santidad para ser "dispensador de los misterios de Dios" ( lCor4, l ) .

Participar fiel y responsablemente en la misión de Cristo es una consecuencia de la vocación y de la consagración sacerdotal. La misión, que enraiza en la realidad sacerdotal, necesita expli-citarse por el encargo de la Iglesia. Es, pues, la misión de Cristo confiada a los Apóstoles (Jn 17,18; 20,21), prolongada ahora en la Iglesia y recibida por medio de ella, según diversos grados y modos de participación. Es misión ejercida en la comunión ecle­sial.

Toda la misión de la Iglesia es profética, cultual y real, es decir, se ejerce por el anuncio de la Palabra, por la celebración

8 De Viritate, q. 27, a. 5, ad 2.

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litúrgica (especialmente eucarística y sacramental) y por los ser­vicios de caridad y de dirección de la comunidad. El sacerdote ejerce esta misión en nombre de Cristo Cabeza y Buen Pastor, en comunión con la Iglesia y en un equilibrio armónico e inte­gral de anuncio, celebración y comunicación del misterio pas­cual de Cristo (PO 4-6; cf. capítulo 4o.)9.

Líneas de fuerza del seguimiento evangélico de los Apóstoles

El seguimiento evangélico de los Apóstoles se ha venido lla­mando vida apostólica o modo de vivir de los Apóstoles {apostó­lica vivendi forma). Jesús dio poder de prolongar su Palabra, su sacrificio y su acción salvífico-pastoral a algunos de sus discípu­los que habían dejado todo para seguirle. El servicio sacerdotal de los Apóstoles va estrechamente unido al seguimiento evangé­lico. La pauta de toda vida apostólica la resume San Pedro: "no­sotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido" (Mt 19,27).

La vida apostólica es encuentro con Cristo, relación perso­nal con El, opción fundamental por El, seguimiento e imitación, en vistas a la misión de prolongarle en el tiempo y en el espacio. Los textos básicos donde aparecen las líneas de fuerza de este seguimiento apostólico son los siguientes:

— La llamada para un seguimiento incondicional: Mt 4,18-22; Me 3,13-19.

— El envío con las características de la vid,a misionera de Cristo: Mt 10,1-42 (4,23-25); Le 9,1-6; 10,1-12; Me 6,7-13.

9 Sobre el sacerdocio ministerial y la mujer, las orientaciones del magisterio ac­tual siguen la tradición apostólica. Ver: Declaración ínter Insigniores (15 de octubre de 1976), de la Congregación para la Doctrina de la I-e; Carta Apos­tólica Milieris Dignitatem (15 de agosto de 1988) de Juan Pablo II, n. 26; Exhort. Apost. Christifideles IMÍCÍ (30 de diciembre, 1988, n. 49). Ver estu­dios de la orientación bibliográfica.

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— La figura del Buen Pastor: Jn 10,1-21 (Le 15,1-7).

— La última cena (eucaristía) y la oración sacerdotal: Jn 13-17 (Le 22,1-39).

— La vida desprendida del Señor: Mt 8, 21 (pobreza); Jn 10,18 (obediencia del Buen Pastor); Mt 18,12 (castidad por el Reino).

— El modo servicial de dirigir la comunidad: IPe 5,1-5.

— El resumen de la vida apostólica de Pablo: Act 20,17-38.

Estas líneas aparecen en San Pablo a través de sus escritos y en los Hechos de los Apóstoles:

— llamado por iniciativa divina: Gal 1,5 (Act 9,1-19), — unión con Cristo: Gal 2,19-20; Fil 1,21; 2Tim 1,12, — ministerio de Cristo y de su Iglesia: ICor 4,1; Cor 5,20;

Col l,25ss, — dispensador de los misterios de Dios y reconciliador de

los hombres con Dios: 2Cor 5,18, — instrumento de gracia: 2Cor 3,8, — ministro de la eucaristía: ICor 11,23-34, — custodio de la autenticidad de la Palabra: ITim 6,20, — servidor de la comunidad eclesial con humildad y pobre­

za: Act 20,17-38; Fil 2,1-11, — caridad evangelizadora y celo apostólico sin fronteras:

2Cor5,14; l l ,28 1 0 .

El seguimiento evangélico y radical de Cristo es, principal­mente en los Apóstoles, amistad profunda (Jn 13,1; 15,9-17.27). Sólo a partir de este amor pueden comprenderse las exigencias del seguimiento (Mt 8,18-22). Se trata de correr la misma suerte de Cristo o de beber su copa de Alianza (Me 10,38; cf. Le

10 Sobre la espiritualidad sacerdotal en San Pablo, ver la nota 3 del capítulo 2o.

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22,19-20; Jn 18,11). En los momentos de dificultad, es el amor el que puede salvar airosamente la situación (Jn 6,67-68; 16,20-22).

El seguimiento en relación a la misión apostólica tiene es­tas características:

— Caridad como la del Buen Pastor: donación, virtudes pastorales, servicio, cercanía. . .

— Misión totalizante y universal: bajo la acción del Espíri­tu Santo, para evangelizar a los pobres y a todos los pue­blos.

— Fraternidad apostólica al servicio de la comunidad ecle-sial: unidad apostólica especialmente en el Presbiterio, para construir la comunión de la Iglesia local.

La vida apostólica o vida evangélica de los Apóstoles es sin­tonía vivencial y comprometida con la caridad y la misión del Buen Pastor, en su amor al Padre (Heb 10,5-7; Jn 4,34; 10,18; 17,4; Le 23,46), en su amor a los hombres (Mt 11,28-30; 14,14; 15,32; Jn 10,14ss), hasta dar la vida en sacrificio por todos (Jn 10,1 lss; Mt 20,28) (ver el capítulo 2o., n. 1). Es la caridad pas­toral que enraiza en la consagración y orienta hacia la misión, para un servicio humilde y pobre de ser pan comido dándose a sí mismo a los demás (ver capítulo 5o.).

De esta caridad fluye la misión totalizante y universal co­mo participación y prolongación de la misma misión de Cristo (cf. Jn 17,18; 20,21), que se orienta hacia todos los pueblos porque no tiene fronteras históricas, geográficas, culturales y sectoriales (cf. Act 1,8; Mt 28,18-20; Me 16,15-16; ver el capí­tulo 4o.).

La fraternidad apostólica es una consecuencia de ser pro­longación de Cristo. La unidad o comunión de Cristo con el Pa-

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EL MINISTERIO APOSTÓLICO A L SERVICIO DEL PUEBLO DE DIOS

dre y el Espíritu Santo se expresa en su propia unidad de vida, en armonía con los planes salvíficos de Dios Amor: "quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9; 12,45-46). Esa misma unidad de comunión se refleja en la comunidad eclesial, especialmente en los apóstoles: "que todos sean uno, como tú, Padre, están en mí y yo en tí, . . . y el mundo crea que tú me has enviado. . . y amaste a ellos como me amaste a mí" (Jn 17,21-23). En la Iglesia local, la comunión o unidad fraterna en el Presbiterio es portadora y signo eficaz de esta unidad eclesial (ver el capí­tulo 7 o.).

En el camino histórico de la Iglesia, la vida evangélica de los Apóstoles (vida apostólica) encuentra su fuerza en la celebra­ción eucarística del misterio pascual (SC 7, 10, 47). El ministe­rio de hacer presente el sacrificio redentor de Cristo, muerto y resucitado, comporta no sólo el anuncio y la vivencia del mis­mo, sino también el construir el Presbiterio y la comunidad ecle­sial en la comunión o unidad de "un solo cuerpo" (Rom, 12,5). A partir de la celebración eucarística (como anuncio, celebra­ción y comunicación), la acción apostólica tiende a construir la humanidad entera como comunión de hermanos. El primer paso de esta comunión, que es reflejo de la comunión en Dios Amor, uno y trino, será la realidad de comunión eclesial en el grupo apostólico y en la comunidad de los creyentes.

Estas líneas de fuerza del seguimiento evangélico de los Apóstoles se irán concretando, en cada época histórica, aportan­do el fundamento de la fisonomía espiritual del sacerdote. La aplicación acertada dependerá de la fidelidad a las nuevas gracias del Espíritu Santo en las circunstancias sociológicas, culturales e históricas. El sacerdote debe ser "olor de Cristo" (2Cor 2,15) o "transparencia" suyo (Jn 17,10) en las circunstancias de lugar y tiempo para el hombre concreto11.

11 Sobre la caridad pastoral y las virtudes del Buen Pastor, ver el capítulo 5o. So­bre la vida apostólica, ver el n. 4 del capítulo 7o. C. GIAQUINTA, El presbíte­ro "forma del rebaño" en la comunidad cristiana de América Latina, Medellín 10 (1984) 311-325.

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Fidelidad a la misión del Espíritu Santo

Todo bautizado (y confirmado) ha recibido el sello o mar­ca (carácter) y prenda permanente del Espíritu Santo (Ef 1,13-14). Por medio del sacramento del Orden, el sacerdote ministro ha recibido un nuevo sello o nueva gracia permanente del mismo Espíritu (ITim 4,14; 2Tim 1,6-7), que le hace partícipe de la unción y misión de Cristo Sacerdote y Buen Pastor (Le 4,18; Jn 10,36). La vida y el ministerio sacerdotal será un continuo reavivar este don del Espíritu con una actitud de discernimiento y de fidelidad. La vida espiritual es una "vida según el Espíritu" (Rom 8,4-9).

Jesús, Sacerdote y Buen Pastor, fue concebido en el seno de María por obra del Espíritu Santo (Mt 1,18-25; Le 1,35), guiado por el Espíritu para adentrarse en el desierto (Le 4,1) y para evangelizar a los pobres (Le 4,14.18). El mismo Jesús se presentó como "ungido y enviado por el Espíritu" (Le 4,18; cf. Is 61,2ss y 11,1 ss). El Espíritu de amor reposa siempre sobre Jesús (Jn 1,33) para guiarlo a la donación total de su vida por la redención del mundo (Heb 9,14).

La acción del Espíritu Santo en toda la historia de salva­ción concreta de modo especial en la vida y ministerio de Jesús: "Aquel a quien Dios ha enviado, habla palabras de Dios, pues Dios nos dio el Espíritu con medida" (Jn 3,34). El Espíritu en la Sagrada Escritura es misión (salah), mensaje o palabra (dabar) y fuerza espiritual (ruah).

El sacerdote ministro prolonga a Cristo que predica bajo la acción del Espíritu (Le 4,14; Jn 3,34), anuncia el bautismo "en el Espíritu Santo" (Jn 1,33), se inmola en el amor del Espíritu (Heb 9,14) y comunica una vida nueva o nuevo nacimiento en el mismo Espíritu (Jn 3,5). La identidad sacerdotal de Cristo y de todos sus apóstoles se manifiesta en el "gozo" del Espíritu por secundar los designios salvíficos del Padre (Le 10,21).

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Jesús prometió el Espíritu Santo para todo creyente (Jn 7,37-39). En la promesa hecha a los Apóstoles, durante la últi­ma cena y el día de la Ascensión, el Señor habla de:

— presencia: Jn 14,15-17; 16,7, — iluminación: Jn 16,13, — acción santificadora: Jn 16,14; Act 1,5, — acción evangelizad ora: Jn 15,26-27; Act 1,8.

La acción del Espíritu Santo transforma a los apóstoles en gloria o signo de Cristo Sacerdote (Jn 16,14; 17,10). La misión que Cristo les confía lleva la fuerza del Espíritu (Jn 20,21). Reunidos en el cenáculo con María (Act 1,14), los Apóstoles y la primera comunidad de discípulos el día de Pentecostés fueron "llenos del Espíritu Santo" (Act 2,4). A partir de este momen­to, la comunidad eclesial recibiría con frecuencia nuevas gracias del Espíritu para "anunciar con audacia la Palabra de Dios" (Act 4,31). Los momentos de cenáculo con María serán conti­nuamente momentos de renovación y de fecundidad apostólica (AG 4; EN 82; RH 22; DEV 25,66; RM 24).

La fidelidad al Espíritu Santo se concreta para el sacerdote ministro y para todo apóstol en:

— custodiar el depósito de la fe: 2Tim 1,14, — confianza audaz en su acción santificadora y evangeliza­

d o s : Rom 15,13-19, — reavivar constantemente la gracia recibida en la ordena­

ción: 2Tim 1,6, — vivir en relación con su presencia y en sintonía con su

acción, como Pablo "prisionero del Espíritu": Act 20,22.

El Concilio Vaticano II describe la vida del apóstol en unión continua con el Espíritu Santo, puesto que es él quien "sin cesar acompaña la acción apostólica" (AG 4). El sacerdote ministro concretamente:

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— edifica la Iglesia como templo del Espíritu, puesto que ha sido ungido por él para esta finalidad (PO 1 •),

— está atento a sus luces y mociones para evangelizar a los pobres, discernir y suscitar carismas y vocaciones, cola­borar en la evangelización universal (PO 6, 9, 10),

— es dócil a su acción para santificarse en el ejercicio del ministerio (PO 12-13),

— se deja conducir por él para imitar y seguir al Buen Pas­tor en su vida de pobreza y caridad pastoral (PO 17)'2.

El discernimiento de la acción del Espíritu por parte del sa­cerdote, supone un corazón contemplativo y una vida pobre (PO 17-18). Su propia fidelidad a la voluntad salvífica de Dios será la mejor regla de discernimiento: "Consciente de su propia flaqueza, el verdadero ministro de Cristo trabaja con humildad, indagando cuál sea el beneplácito de Dios y, cómo atado por el Espíritu, se guía en todo por la voluntad de aquel que quiere que todos los hombres se salven; voluntad que pueden descubrir y cumplir en todas las circunstancias cotidianas de la vida, sir­viendo a todos los que le han sido encomendados por Dios en el cargo que se le ha confiado y en los múltiples acontecimientos de su vida" (PO 15).

Las reglas del discernimiento personal y comunitario se aprenden en sintonía con el actuar de Cristo bajo la acción del Espíritu:

12 CL. DILLENSCHNEIDER, El Espíritu Santo y el sacerdote, Salamanca, Sigúe­me, 1965; J. ESQUERDA, Te hemos seguido, espiritualidad sacerdotal, Ma­drid, BAC, 1986, cap. 5o. (Prisionero del Espíritu); H. A. LOPERA, El poder del Espíritu Santo en el sacerdote, Bogotá, 1975. Algunos aspectos del sacer­docio ministerial en relación al Espíritu Santo: AA. VV., La pneumatología en los Padres de la Iglesia, en "Teología del Sacerdocio" 17 (1983).

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EL MINISTERIO APOSTÓLICO A L SERVICIO DEL PUEBLO DE DIOS

— hacia el desierto: oración, sacrificio, silencio contempla­tivo. . . (Le 4,1),

— para evangelizar a los pobres: caridad, servicio, humil­dad, vida ordinaria de "Nazaret". . . (Le 4,14-19),

— viviendo en gozo pascual de Cristo resucitado: esperan­za, transformar el sufrimiento en amor, . . (Le 20,21; Jn 16,7.22).

El discernimiento y la fidelidad sacerdotal a la misión del Espíritu encuentran una aplicación especial en el campo de la dirección espiritual y consejo pastoral de personas y comunida­des. El ministerio sacerdotal (ver el capítulo 4o.) abraza tam­bién el camino de la oración y de la perfección. La acción profé-tica, santificad ora y hodegética (orientadora) del sacerdote mi­nistro, debe llegar también a estos campos de santidad y perfec­ción cristiana. Es ahí donde tendrá lugar de modo especial el discernimiento personal y comunitario13.

El sacerdote ayuda a los fieles a discernir y seguir las luces del Espíritu Santo cuando se anuncia y escucha (o medita) la palabra, cuando se celebra el misterio pascual de Cristo en la li­turgia y cuando se insta a vivir profundamente la vida cristiana de caridad y de apostolado. Hay que educar a los fieles "para que alcancen la madurez cristiana; para promoverla, los presbí­teros les ayudarán, a fin de que en los acontecimientos mismos,

13 Sobre los carismas del Espíritu Santo, el discernimiento y la fidelidad a su ac­ción: AA. VV., Vivir en el Espíritu, Madrid, CETE, 1980; Y.M.J. CONGAR, El Espíritu Santo, Barcelona, Herder, 1983; F. X. DURWELL, El Espíritu Santo en la Iglesia, Salamanca, Sigúeme, 1986; J. ESQUERDA, Prisionero del Espíritu, Salamanca, Sigúeme, 1985; ídem, Agua viva, discernimiento y fidelidad al Espíritu Santo, Barcelona, Balmes, 1985; A. FERMET, El Espíri­tu Santo en nuestra vida, Santander, Sal Terrae, 1985; H. MUHLEN, Catcque­sis para la renovación carismática. Salamanca, Secretario Trinitario, 1979; A. ROYO, El gran desconocido, Madrid, BAC, 1973; E. SCHWEISER, El Espíri­tu Santo, Salamanca, Sigúeme, 1985; A. URIBE, Pastoral renovada, Rionegro, 1981.

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JUAN ESQUERDA BIFET

grandes o pequeños, puedan ver claramente qué exige la realidad y cuál es la voluntad de Dios" (PO 6). Para "conocer los signos de los tiempos", el sacerdote necesita "escuchar de buen grado a los laicos, considerando fraternalmente sus deseos y recono­ciendo su experiencia y competencia en los diversos campos de la actividad humana" (PO 9).

La fidelidad y el discernimiento del Espíritu, en la vida y en el ministerio del sacerdote, tendrá lugar de modo especial en la respuesta a la propia vocación, en el proceso de la vida espiri­tual y de la oración, en la, acción apostólica y en la convivencia comunitaria. Los signos de la voluntad de Dios, manifestados en los acontecimientos, se descubren "con la ayuda del Espíritu Santo y se valoran a la luz de la Palabra divina" (GS 44).

GUIA PASTORAL

Reflexión bíblica:

— Elección como iniciativa de Cristo y declaración de amor: Me 3,13; Mt 4,18-22; 9,9; Jn 1,43; 15,16.

— Seguimiento de Cristo para compartir su vida: Me 3,14; 10,38; Jn 15,9-15; Mt 19,27.

— Misión de anuncio y testimonio: Mt 10,5-42; Me 6,7-13; Le 9,1-6; 10,1-10.

— Anuncio, celebración y comunicación del misterio pascual: Le 22,19-20; 1 Cor 11,23-26.

— Servidores del Pueblo sacerdotal: IPe 2,4-10; 5,1-5; Apoc 1,5-6; 5,9-10.

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Seguir a Cristo como los Apóstoles (vida apostólica): Mt 4,19-22; 19,27;Mt 8,21; 19,12;Jn 10,18.

La fidelidad a la presencia, luz y acción del Espíritu Santo: Jn 14,15-17; 15,26-27; 16,7.13; Act 1,5-8; 20,22; Rom 15,13-19; 2Tim 1,6.

Estudio personal y revisión de vida en grupo:

— El servicio armónico y responsable del anuncio, celebra­ción y comunicación del misterio pascual (PO 4-6; SC 7, 10, 47).

— El carácter sacerdotal del sacramento del Orden como sig­no permanente del amor de Cristo a su Iglesia (ITim 4,14; 2Tim 1,6;P0 2).

— Obrar en nombre de Cristo Cabeza y Buen Pastor (PO 2, 6, 12;LG28).

— Las líneas de la vida apostólica: caridad de Buen Pastor (PO 15-17), disponibilidad misionera (PO 10), fraternidad (PO 7-9).

— Discernimiento y fidelidad al Espíritu Santo en la vida y en el ministerio sacerdotal (LC 4,1-19; 10,21; PO 1, 6, 9, 10, 12, 13, 17; Puebla 198-219).

— Servidor de la comunidad eclesial: "Los ministerios orde­nados, antes que para las personas que los reciben, son una gracia para la Iglesia entera" (Juan Pablo II, Christifideles Laici 22).

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ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA

Ver algunos temas en las notas de este capítulo: sacramento del Or­den (nota 4) carácter sacramental (nota 7), Espíritu Santo (notas 12 y 13). Sobre el sacerdocio común de los fieles, ver el capítulo 2o. Ver otras publi­caciones en la orientación bibliográfica general del final de nuestro texto.

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(EPISCOPADO ALEMÁN), El ministerio sacerdotal, Salamanca, Sigúeme, 1970'.

ESQUERDA, J. El sacerdocio hoy, documentos del magisterio eclesiástico, Madrid, BAC, 1983.

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LECUYER, J. El sacerdocio en el misterio de Cristo, Salamanca, Sigúeme, 1960.

Le ministére sacerdotal, París, Cerf, 1971 (por algunos teólogos de la Co­misión Teológica internacional).

MOHLER, J. A. Origen y evolución del sacerdocio, Santander, Sal Terrae, 1970.

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WUERL, D. W. The priesthood, the catholic concept today, Roma, Angeli-cum, 1974.

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Page 52: Signos Del Buen Pastor

Capítulo IV.

SACERDOTES

PARA EVANGELIZAR

Page 53: Signos Del Buen Pastor

IV. SACERDOTES PARA EVANGELIZAR

Presentación

Jesús se presentó siempre como enviado o apóstol del Pa­dre y del Espíritu Santo (Jn 3,17.34; 7,16; 10,36; 11,42; 17,19ss; Le 4,18). Su misión consistió en anunciar el evangelio o Buena Nueva del Reino (Le 4,43). Es una misión de anuncio, de entrega de sí mismo y de cercanía a todo hombre, para llamarle a un cambio profundo de mentalidad (conversión) que se hace bautismo o vida nueva, nuevo nacimiento e ingreso en el Reino de Cristo (Me 1,15; Jn 3,5; cf. EN 6-12).

La Iglesia o comunidad de creyentes convocada por la pre­sencia y la Palabra de Jesús, ha sido instituida por el Señor para prolongarle en su ser, en su misión evangelizadora y en su viven­cia. "La Iglesia es misionera por naturaleza" (AG 2) porque "existe para evangelizar" (EN 14). Todo miembro de la Iglesia, según su propia vocación, participa de esta responsabilidad mi­sionera (cf. EN 13-16, 59-73).

Los Apóstoles y sus sucesores e inmediatos colaboradores participan de modo especial en esta responsabilidad evangeliza­dora de Jesús que se prolonga en la Iglesia. Ellos fueron elegidos "para ser enviados a evangelizar" (Me 3,14), participando de la misma misión de Jesús (Jn 17, 18; 20,21) y haciendo realidad el encargo misionero confiado por Jesús a toda la Iglesia (Mt 28, 19-20; Me 16,15-16; Act 1,4-8).

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¿Cuál ha de ser la vivencia o espiritualidad del sacerdote para cumplir esta función misionera? Los sacerdotes "consegui­rán de manera propia la santidad ejerciendo sincera e incansable­mente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13). El sa­cerdote es siempre "ministro del evangelio" (Ef 3,7). Como Pe­dro, dará testimonio de Cristo ("nosotros somos testigos": Act 2,32) en la medida de su seguimiento evangélico ("lo hemos de­jado todo y te hemos seguido": M7 19,27). Como Juan, sabrá comunicar el Verbo hecho hombre ("os anunciamos el Verbo de la vida": (Jn l,lss) en la medida en que viva la experiencia de su encuentro ("hemos visto su gloria": Jn 1,14). Como Pablo, será transparencia del evangelio ("olor de Cristo": 2Cor 2,15) en el grado de su sintonía vivencial con Cristo ("mi vida es Cristo": Fil 1,21 ;cf. Gal 2,20).

Prolongar a Cristo, en su palabra, sacrificio pascual, acción salvífica y pastoral, oración y cercanía al hombre concreto, sig­nifica vivir del encuentro con El: "Hemos encontrado a Cristo... Jesús de Nazaret" (Jn 1,41.45). "El ministerio jerárquico, sig­no sacramental de Cristo Pastor y Cabeza de la Iglesia, es el prin­cipal responsable de la edificación de la Iglesia en la comunión y de la dinamización de su acción evangelizadora" (Puebla 659)1.

Llamados para evangelizar

La vocación apostólica es encuentro con Cristo para pro­longar su misión (Me 3,14; Jn 20,21). El nombre que Jesús da a

1 En el capítulo I hemos resumido la situación actual del sacerdote en vistas a una "nueva evangelización" y en una nueva etapa de evangelización, especial­mente en el ambiente latinoamericano y en una época postconciliar. Ver: R. AUBRY, La misión, siguiendo a Jesús por los caminos de América Latina, La Paz 1986; J. F. GORSKI, El desarrollo histórico de la misionología en América Latina, La Paz, 1985; J. A. VELA, Las grandes opciones de la pastoral en Amé­rica Latina a partir del documento de Puebla, "Documenta Missionalia" 16 (1982) 159-179. Una monografía sobre Puebla: Os avangeos de Puebla, "Re­vista Eclesiástica Brasilera" 39 (1979) fase. 173. Sobre el documento de "Me-dellín": Medellín, reflexiones en el CELAM, Madrid, BAC, 1977.

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SACERDOTES PARA EVANGELIZAR

los doce es precisamente el de apóstoles o enviados (Le 6,13). Se trata de "anunciar a las gentes la insondable riqueza de Cris­to e iluminar a todos acerca de la dispensación del misterio de Cristo oculto desde los siglos en Dios" (Ef 3,8-9). "Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambien­tes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad" (EN 18). "Evangelizar es, ante todo, dar testimonio desde dentro, de una manera sencilla y di­recta, de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu San­to" (EN 26).

Como Jesús, el sacerdote ministero es ungido y enviado por el Espíritu Santo "para evangelizar a los pobres" (Le 4,18). Ha sido llamado para:

— anunciar la alegre noticia (evangelizar) de la salvación en Cristo (Mt 11,5; Le 7,22; Ef 3,8; ICor 9,16),

— hacer llegar como primer anuncio (kerigma) el mensaje de Cristo a los que todavía no lo han oído (Act 8,5; 9,20; Me 16,5; Rom 10,14; ICor 1,23; 2Cor 1,19; 4,5; Gal 2,2),

— dar testimonio (martirio) del hecho salvífico de la muer­te y resurrección de Cristo (Act 1,8; 2,32; Jn 15,26-27; Le 24,47-48).

Se prolonga la palabra de Cristo (anuncio, testimonio), su llamada a la conversión y bautismo (como cambio profundo de actitudes), su sacrificio redentor, su acción salvífica y pastoral, su cercanía a los hombres para una salvación integral. La comu­nidad convocada (ecclesia) por la palabra queda invitada a aco­ger los signos salvíficos y a transformarse en familia (coinonía) de hermanos (EN 24). "Porque la totalidad de la evangelización, además de la predicación del mensaje, consiste en implantar la

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Iglesia, la cual no existe sin este respiro de la vida sacramental culminante en la eucaristía" (EN 28)2.

Se pueden distinguir los elementos principales de la evange­lización:

— Naturaleza: prolongar la misión de Cristo (EN 6-1 ó).

— Objetivo: transformación de la humanidad según los pla­nes salvíficos de Dios en Cristo (EN 17-24).

— Contenido: La persona y el mensaje de Jesús que edifi­ca la comunidad eclesial y transforma el mundo (EN 25-39).

— Medios: Anuncio, presencialización y comunicación del misterio de Cristo, minis+erios y servicios concretos, ins­trumentos de inserción y cercanía (EN 40-48).

— Destinatarios: Toda la humanidad, el hombre concreto (EN 49-58).

2 Sobre la teología de la misión y evangelización (además de los trabajos citados en la nota precedente y en la orientación bibliográfica) ver: AA. VV., La Mi-sionologia hoy, Madrid, Obras Misionales Pontificias, 1987;AA. W . , Missiolo-gía oggi, Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1985; AA. W . , Evangelización y hom­bre de hoy, Madrid 1986 (Congreso sobre la evangelización, 1985); B. CABA­LLERO, Pastoral de la evangelización, Madrid, PS, 1974; A. CANIZAREZ, La evangelización hoy, Madrid, 1977; J. CAPMANY, Misión en la comunión, Ma­drid, PPC, 1984; L M. DEWAILLY, Teología del apostolado, Barcelona, Este­la, 1965; J. M. GOIBURU, Animación misionera, Estella, Verbo divino, 1985; C KENNEDY, P. F. D'ARCY, El genio del apostolado, Santander, Sal Terrae, 1967; ST. LYONNET, Apóstol de Jesucristo, Salamanca, Sigúeme, 1966; J. LÓPEZ GAY, Evolución histórica de la evangelización, "Documenta Missiona-lia" 9 (1975) 161-196; A. LÓPEZ TRUJILLO, Caminos de evangelización, Ma­drid, BAC, 1985 ;K. MULLER, Teología de la misión, Buenos Aires, Guadalu­pe, 1988; M. PEINADO, Solicitud pastoral, Barcelona, Flors, 1967; A. SAN­TOS, Misionología: problemas introductorios y ciencias auxiliares, Santander 1961.

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SACERDOTES PARA EVANGELIZAR

— Agentes: Todo cristiano según su propia vocación, toda la comunidad eclesial (EN 59-73).

— Estilo o espíritu: actitudes interiores del apóstol (EN 74-80)3.

El sacerdote ministro, como servidor cualificado de la ac­ción evangelizad ora de la Iglesia, se mueve en una múltiple pers­pectiva:

— trinitaria: misión del Padre, por el Hijo y en el Espíritu Santo,

— cristológica: mandato de Cristo (obrar en su nombre),

— peneumatológica: bajo la acción del Espíritu Santo (un­ción y misión),

— eclesiológica: en la comunión y misión de la Iglesia,

— antropológica y sociológica: de cercanía al hombre en su realidad concreta e histórica,

— escatológica: un camino de esperanza (confianza y ten­sión) hacia el Reino definitivo y la restauración final en Cristo.

Ello comporta la armonía de línea pastoral y de vida espi­ritual: escucha, contemplación, profetismo, cercanía, diálogo, trascendencia, vivencia, testimonio (autenticidad). . .

Muchos estudios actuales sobre evangelización aprovechan los datos de la exhortación de Pablo VL Evangelii Nuntiandi (8 diciembre, 1975). Comenta­rios directos: AA. VV., L'Annuncio del Vangelo oggi, Roma, Pont. Univ. Ur­baniana, 1977; E. BRIANCESCO, En torno a la "EvangeliiNuntiandi", Apun­tes para una teología de la evangelización, "Teología" (Buenos Aires) 14 (1977) 101-134; J. LÓPEZ CAY, La reflexión conciliar: del Ad Gentes a la Evangelii Nuntiandi, en La Misionología hoy, o. c.,' 171-193.

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Estas líneas de actuación se basan en la realidad salvífica que debe llegar a ser convicción profunda orientadora de la vi­da concreta. Es Dios quien salva y tiene la iniciativa en la histo­ria de salvación. Cristo es el centro de la vida del apóstol y de toda la obra evangelizad ora bajo la acción del Espíritu Santo. Es toda la Iglesia, en todas sus vocaciones y ministerios, la res­ponsable de la evangelización. Hay que llegar al hombre concre­to en las circunstancias del mundo y de la historia.

La espiritualidad sacerdotal queda, pues, marcada por la misón de evangelizar. Todo enviado vive para el objetivo de la misión: "conseguirán de manera propia la santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cris­to" (PO 13). "En el ejercicio de esta caridad que une al sacerdo­te íntimamente con la comunidad, se encontrará el equilibrio de la personalidad humana, hecha para el amor, y se redescubrirán las grandes riquezas contenidas en el carisma del celibato en to­da su visión cristológica, eclesiológica, escatológica y pastoral" (Medellín, XI, 21).

En el sacerdote ministro, el anuncio de la palabra (profe-tismo), la celebración de los misterios de Cristo (liturgia) y la construcción de la comunidad en el amor (dirección y servicio de caridad), equivalen a dispensación (economía) de la salvación en Cristo por medio del servicio (diaconía). Somos "ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios" (ICor 4,1).

Las líneas de espiritualidad (ver el capítulo V, n. 4) discu­rren a partir de la caridad pastoral de Cristo, según los designios del Padre, de comunicar la vida nueva en el Espíritu, en la co­munión y misión de la Iglesia, para la salvación integral de toda la humanidad y la "restauración de todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10).

La doctrina del Vaticano II sobre los ministerios sacerdota­les deja entender el equilibrio entre la acción profética, cultual y hodegética o de dirección (PO 4-6), indicando la centralidad de la eucaristía como celebración del misterio pascual "fuente y

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SACERDOTES PARA EVANGELIZAR

cumbre de toda la evangelización", PO 5). En cualquier ministe­rio debe aparecer el anuncio, la presencialización y la comunica­ción de la muerte y resurrección de Cristo (misterio pascual). Así el sacerdote ministro ejerce siempre el servicio de) cuerpo místico de Cristo, puesto que es servidor (ministro) de Cristo y de la comunidad eclesial (Santo Tomás, Contra Gentes, I, 4, c. 71-75).

La vocación sacerdotal es, pues, llamada para la misión de prolongar a Cristo sin recortes ni fronteras. "La vocación pasto­ral de los sacerdotes es grande y el concilio enseña que es univer­sal: está dirigida a toda la Iglesia y, en consecuencia, es también misionera" (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo, 1979, n. 8). "Es de particular importancia subrayar que la 'consagración' sacer­dotal es conferida por Cristo en orden a la 'misión' de salvación del hombre" {Medellín, XI, 17). Una nueva evangelización re­clama nuevo ardor en los evangelizad ores (ver «I c^n. I, n. 3)4 .

Prolongar la palabra de Cristo

La comunidad eclesial se convoca por la palabra de Dios para celebrar los signos salvíficos instituidos por Cristo (espe­cialmente el bautismo y la eucaristía) y para asumir compromi­sos personales, comunitarios y sociales.

La misión de Jesús y de los apóstoles se realiza principal­mente por medio del anuncio (Le 4,15-19.43; Mt 28,29). El anuncio lleva a la celebración y a la vivencia. La dimensión ke-

4 Juan Pablo II usa frecuentemente la expresión "nueva evangelización"; espe­cialmente desde 1983 (Discurso al CELAM, Puerto Príncipe) y 1984 (Discurso en Santo Domingo). "En los umbrales del tercer milenio, toda la Iglesia, Pasto­res y fieles, ha de sentir con más fuerza su respensaoilidad de obedecer al man­dato de Cristo. . ., renovando su empuje misionero. Una grande, compromete­dora y magnífica empresa ha sido confiada a la Iglesia: la de una nueva evange­lización, de la que el mundo actual done una gran necesidad" (Christifideles Laici 64). Esto reclama una "renovación evangélica" por parte de todos los agentes de la evangelización (ib ídem 16).

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rigmática (anuncio) se hace dimensión antropológica y socioló­gica, en la medida en que sea dimensión pascual, litúrgica y con­templativa. Entonces recupera su dimensión misionera de anun­cio a todos los pueblos y a todos los hombres.

El servicio profético del sacerdote ministerial se realiza co­mo participación, cooperación y dependencia del magisterio del Episcopado y del Papa. El sacerdote prolonga la palabra de Cris­to en cuanto que le representa ante la comunidad y en cuanto obra en su nombre (PO 2, 6, 12). En esto se diferencia del pro-fetismo del laicado. La gracia recibida en el sacramento del Or­den convierte al sacerdote ministro en instrumento de eficacia especial, como portador de una gracia peculiar del Espíritu San­to. "Los que están sellados con el Orden sagrado son destinados a apacentar la Iglesia por la palabra y gracia de Dios, en nombre de Cristo" (LG 11).

Se trata de un deber primordial de los sacerdotes, puesto que el pueblo de Dios se congrega por la palabra de Dios vivo (PO 4). Este servicio sacerdotal profético tiene diversos aspectos y dimensiones:

— Se anuncia el hecho salvífico de la muerte y resurrección de Cristo, llamando a la conversión y dando testimonio con la propia vida (dimensión kerigmática, salvífica, pas­cual, martirial).

— Se invita a celebrar la palabra en la liturgia especialmen­te bautismal y eucarística (dimensión litúrgica y sacra­mental).

- Se presenta la palabra como un signo portador de gracia en el Espíritu Santo, que llama a la contemplación y santificación (dimensión contemplativa y pneumatoló-gica).

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SACERDOTES PARA EVANGELIZAR

— Se parte de la palabra para indicar las líneas en el cami­no de la Iglesia y en la construcción de la comunidad (dimensión hodegética, comunitaria, escatológica).

— La palabra, tal como es y toda por entero, debe llegar a las situaciones humanas concretas (dimensión antropo­lógica y sociológica).

— La palabra construye la comunidad en el amor y en la misión local y universal (dimensión de comunión misio­nera).

La predicación de la palabra presenta armónicamente el mensaje cristiano como acontecimiento salvífico (credo), que se actualiza bajo signos instituidos por Cristo (sacramentos, li­turgia) y que llama a la contemplación y al compromiso perso­nal y social (mandamientos, oración). "El Pueblo de Dios se congrega principalmente por la palabra de Dios vivo, que con toda razón es buscada en la boca de los sacerdotes. En efecto, como quiera que nadie puede salvarse ni antes no creyere, los presbíteros, como cooperadores que son de los Obispos, tienen por deber primero el de anunciar a todos el evangelio de Dios" (PO 4) s .

La homilía es la predicación que tiene lugar en la celebra­ción litúrgica, especialmente eucarística. "Esta predicación in­serida de manera singular en la celebración eucarística, de la que recibe una fuerza y vigor particulares, tiene ciertamente un puesto especial en la evangelización, en la medida en que expre­sa la fe profunda del ministro sagrado que predica y está impreg­nada de amor" (EN 43). "Las fuentes principales de la predica-

5 Sobre la predicación y especialmente sobre la homilía: AA. W.,Palabra en el mundo, Salamanca 1972; D. GRASSO, Teología de la predicación, Salamanca, Sigúeme, 1966; L. MALDONADO, El menester de la predicación, Salamanca, 1972; J. RATZINGER, Palabra en la Iglesia, Salamanca, 1976; O. SEMMEL-ROTH, La palabra eficaz, para una teología de la predicación, San Sebastián, Dinor, 1967. Explicación siguiendo el año litúrgico: I. GOMA, Reflexiones en torno a los textos bíblicos dominicales, Montserrat, 1988.

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ción serán la sagrada Escritura y la,liturgia, ya que es vna procla­mación de las maravillas obradas por Dios en la historia de la sal­vación o misterio de Cristo, que está presente y obra en noso­tros-particularmente en la celebración de la liturgia" (SC 35). Por esto tiene que ser "sencilla, clara, directa, acomodada, pro­fundamente enrai?adj3 en la enseñanza evangélica y fiel al magis­terio de la Iglesia, animada por un ardor apostólico equilibrado que le viene de su carácter propio, llena de esperanza, fortifica-dora de la fe y fuente de paz y de unidad" (EN 43).

La ascética del predicador del evangelio supone una actitud de respeto a la palabra de Dios, tal como es, toda entera y con su dimensión salvífica universal. Se acepta la palabra como men­saje comunicado por Cristo a su Iglesia. Es, pues, palabra:

— Revelada, siempre viva y actual, cuya iniciativa está en Dios(Jn 1,14; 3,16; 14,9; Mt 17,5; Le 1,38).

— Predicada en la comunidad eclesial como continuación de la predicación apostólica (Jn 10,4; Le 10,16; Mt 16, 18; Act 4,32-33).

— Celebrada en la liturgia y en relación a los sacramentos, como proclamación del misterio pascual (Jn 2,11; 6,35ss; Me 4,1-20; Act 2,42).

— Vivida por los santos como proceso de configuración en Cristo (Jn 14,6.21; Col 3,3).

— Contemplada en el corazón para hacer de la vida una do­nación a Dios y a los hermanos (Le 2,19.51; Jn 13,23-25; Me 3,33ss).

— Releída en los acontecimientos para interpretarlos a la luz de la Pascua (Mt 16,31; 5,45-48).

— Creadora de testigos para una evangelización sin fronte­ras (Mt 28,19; Me 16,15; Act 2,17.32; Jn 1,23).

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SACERDOTES PARA EVANGELIZAR

El mensaje evangélico se predica, pues, en toda su integri­dad revelada, eclesial e histórica. El anuncio se hace testimonio y donación. Entonces se congrega y edifica la comunidad a par­tir del bautismo (como actitud permanente de configuración con Cristo), en torno a la eucaristía y según el mandato del amor6.

Prolongar el sacrificio pascual de Cristo

La vida y el ministerio sacerdotal giran en torno al misterio pascual del Señor. El sacerdote anuncia, hace presente bajo sig­nos eucarísticos y comunica a Cristo muerto y resucitado. Por esto la eucaristía es la "fuente y cumbre de toda la evangeliza­ción" (PO 5) y el "principio y culminación de todos los trabajos apostólicos" (SC 10).

Para todo creyente y para toda la comunidad eclesial, la eucaristía es "la fuente y la cumbre de toda la vida cristiana" (LG 11; cf. can. 897). Para el sacerdote ministro, es "la princi­pal y central razón de su ser", ya que "el sacerdote ejerce su mi­sión principal y se manifiesta en su plenitud celebrando la euca­ristía" (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo 1980). "Somos, en cierto sentido, por ella y para ella; somos, de modo particular, responsables de ella" (ibídem).

6 Sobre la naturaleza y fuerza de la palabra: AA. W . , Comentarios a la Consti­tución "Dei Verbum" sobre la divina revelación, Madrid, BAC, 1969; AA. VV., El misterio de la palabra, Madrid, Cristiandad, 1983; L. ALONSO SCHO-KEL, La palabra inspirada, Barcelona, Herder, 1966; G. AUZOU, La palabra de Dios, Madrid, Fax, 1964; D. BARSOTTI, Misterio cristiano y palabra de Dios, Salamanca, Sigúeme, 1965; J. COLLANTES, La Iglesia de la palabra, Madrid, BAC, 1972; 3. ESQUERDA, Meditar en el corazón, Barcelona, Bal-mes, 1987; F. FERNANDEZ RAMOS, Interpelado por la palabra, Madrid, Narcea, 1980; E. GIUSTOZZI, La Biblia: palabra de Dios para los hombres, Buenos Aires, Inst. Cultura Religiosa, 1976; P. GRELOT, La palabra inspi­rada, Barcelona, Herder, 1968; V. MANNUCCI, La Biblia como palabra de Dios, Bilbao, Desclée, 1985.

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El sacerdote ministro, después de anunciar la palabra de Dios, hace presente a Cristo inmolado (Sacerdote y Víctima) ba­jo signos eucarísticos. Propiamente es el mismo sacerdote quien, al obrar en nombre de Cristo como instrumento suyo (PO 12; cf. PO 2,6), se convierte en signo del mismo Cristo en cuanto Sacerdote y Buen Pastor. Pero en la eucaristía se hace presente el Señor inmolado en sacrificio para comunicarse a todos. La eucaristía es, pues:

— Presencia permanente de Cristo bajo las especies sacra­mentales de pan y de vino (mientras éstas no se corrom­pan), como declaración de amor (Alianza) y como pre­sencia que reclama relación personal (Mt 26,26-28; cf. PO 18).

— Sacrificio de la nueva Alianza, como donación incondi­cional y actualización o prolongación en el tiempo del único sacrificio de Cristo (Le 22,19-22;,cf. SC 47).

— Comunión o participación en la vida de Cristo como pan de vida, sacramento (signo eficaz de vida nueva en el Es­píritu) y banquete pascual (Jn 6, 35.48; Me 14,22-24; ICor 10,16s; 10,13).

— Encuentro inicial que anticipa o preludia el encuentro definitivo (escatología) en el más allá (1 Cor 11,26).

— Misión o encargo de toda la comunidad eclesial y minis­terio específico del sacerdote ordenado, para que sea realidad sacramental y vivencial en toda comunidad hu­mana (Mt 26,28; Le 22,19; ICor 11,24)7.

AA. W . , Eucaristía y vida cristiana, Madrid, CETE, 1976; J. BACIOCCHI, La eucaristía, Barcelona, Herder, 1969; L. BAIGORRI, Eucaristía, Estella, Verbo Divino, 1985; J. BETZ, La eucaristía, misterio central, en Mysterium Salutis TV 12, Madrid, Cristiandad, 1975; F. X. DURWELL, La eucaristía, mis-

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SACERDOTES PARA EVANGELIZAR

El Concilio Vaticano II, resumiendo la doctrina patrística y magisterial (especialmente de San Agustín), dice así: "Nuestro Señor Jesucristo, en la última cena, la noche que le traiciona­ban, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sa­crificio de la cruz, y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el me­morial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera" (SC 47).

Propiamente es en la celebración eucarística donde se rea­liza la comunidad eclesial como misterio (signo de la presencia de Cristo), comunión (fraternidad de caridad) y misión. La Igle­sia particular o local se llama Iglesia del acontecimiento porque acontece de verdad cuando se celebra la eucaristía en comunión con las otras comunidades eclesiales. "Por la celebración euca­rística del Señor en cada una de estas Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios, y por la colaboración se manifiesta la comu­nión dentre ellas" (UR 15). Así "la Iglesia hace la eucaristía y la eucaristía construye la Iglesia" (RH 20; Carta Jueves Santo, 1980).

El sacerdote por el servicio eucarístico, estrechamente rela­cionado con los demás servicios proféticos, cultuales y hodegé-ticos (o de dirección):

— es signo de Cristo Sacerdote obrando en su nombre, — hace presente a Cristo en estado de víctima,

terio pascual, Salamanca, Sigúeme, 1986; CH. JOURNET, La Misa, presencia del sacrificio de la cruz, Bilbao, Desclée, 1962; J. A. JUNGMANN, El sacrificio de la Misa, Madrid, BAC 1968; J. LECUYER, El sacrificio de la Nueva Alianza, Barcelona 1969; M. NICOLAU, La Misa en la constitución litúrgica del Vatica­no LL, "Salmanticensis" 11 (1964) 267-322; Idenm, Nueva Pascua de la Nueva Alianza, actuales enfoques sobre la eucaristía, Madrid 1973; J. A. SAYES, El misterio eucarístico, Madrid, BAC, 1986; M. THURIAN, El misterio de la eu­caristía, Barcelona, Herder, 1983 . '

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— continúa la voluntad inmolativa de Cristo pronunciando sus palabras,

— hace que la eucaristía sea el sacrificio de toda la Iglesia, — colabora para construir la comunidad eclesial como co­

munión y cuerpo místico de Cristo.

La espiritualidad sacerdotal en su dimensión eucarística subraya unos puntos básicos:

— Espiritualidad de relación personal con Cristo presente: "estar con El" (Me 3,13); "diálogo cotidiano" (PO 18).

— Espiritualidad de inmolación, al estilo de la caridad del Buen Pastor (Jn 10 y 15).

— Espiritualidad de comunión y cercanía o sintonía con los hermanos, compartiendo con ellos el propio existir (Mt 15,32).

— Espiritualidad de esperanza que supone confianza en Cristo y tensión hacia la restauración de todas las cosas enEl(Ef 1,10; 2Tim 4,6).

— Espiritualidad de servicio incondicional y misión sin fronteras (Mt 28,19-20)8.

La espiritualidad sacerdotal eucarística es eminentemente eclesial y mañana, en cuanto que, a imitación de María, hace presente a Cristo en el mundo bajo signos de Iglesia. La misma construcción de la comunidad eclesial como cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios, se realiza a partir de la palabra y de la eucaris-

La carta "Dominicae Cenae" de Juan Pablo II, con ocasión del Jueves Santo de 1980, presenta la centralidad de la eucaristía en la vida y en el ministerio del sacerdote: AAS 72 (1980) 113-148. Después de presentar la relación entre la eucaristía y la vida de la Iglesia, expone su sentido sacrificial y su relación con la palabra de Dios y con la vida de caridad.

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SACERDOTES PARA EVANGELIZAR

tía celebradas en la comunidad de creyentes bautizados para la salvación de toda la humanidad.

La eucaristía como sacrificio da pleno sentido a la existen­cia cristiana y sacerdotal. Cristo, con su sacrificio, lleva a pleni­tud el sacrificio del cordero pascual (Le 22,15; Jn 1,29), el sa­crificio de la Alianza (Le 22,20) y el sacrificio de expiación de los pecados (Mt 26,28). Por esto la espiritualidad sacerdotal es de éxodo, liberación, respuesta a los planes salomeos de Dios, reconciliación con Dios y con los hermanos.

El servicio sacerdotal lleva a la perfección la sacramentali-dad de la Iglesia, como "sacramento, es decir, signo e instrumen­to de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1). El servicio al cuerpo eucarístico de Cristo se convierte en servicio a su cuerpo místico (Santo Tomás, Supl. q. 36, a. 2, ad 1).

Prolongar la acción salvífica y pastoral de Cristo

La acción evangelizadora enraiza en la misión recibida de Cristo para prolongarle en el tiempo. El sacerdote ministro ha sido llamado para evangelizar (n. 1), prolongando la palabra o mensaje de Cristo (n. 2), su acción sacrificial (n. 3) y su acción salvífica general según los signos instituidos por el Señor.

Cristo ha querido necesitar de sus ministros para prolongar su acción salvífica y pastoral, que tiene lugar principalmente en la celebración de los sacramentos. Sacramento equivale a signo portador y eficaz de una presencia y acción de Cristo. La huma­nidad de Cristo es el sacramento fontal, del que deriva el sacra­mento de la Iglesia entera y los siete ritos o sacramentos propia­mente dichos, en los que se expresa con más intensidad la sacra-mentalidad eclesial.

El servicio de la palabra está relacionado con los signos sa­cramentales. La palabra anuncia el hecho salvífico y dispone al

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creyente para vivirlo. El sacramento hace presente de algún mo­do el mismo hecho salvífico para comunicar sus frutos. "Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios; pero en cuanto signos, también tienen un fin pedagógi­co. No sólo suponen la fe, sino que a la vez la alimentan, la ro­bustecen y la expresan por medio de palabras y cosas; por esto se llaman sacramentos de la fe. Confieren ciertamente la gracia, pero también su celebración prepara perfectamente a los fieles para recibir con fruto la misma gracia, rendir el culto a Dios y practicar la caridad" (SC 59).

Se llaman sacramentos de la fe, porque en ellos la eficacia de la palabra llega a su punto culminante (como forma del sa­cramento), suscitando la fe y produciendo en los creyentes los frutos de salvación. Esto tiene lugar principalmente en el sacra­mento y sacrificio de la eucaristía.

En los sacramentos se hace presente la acción salvífica de Cristo. Por esto son:

— memorial de un hecho pasado, — pr-esencialización o actualización de la acción del Señor, — anuncio de una plenitud en Cristo resucitado, — celebración del misterio pascual, — comunicación de la salvación en Cristo9.

9 El servicio sacramental se ejerce siempre en relación al servicio de la palabra y a los servicios de caridad. Ver: AA. W. , La celebración en la Iglesia, Salaman­ca, Sigúeme, 1985; AA. VV., Concilio Vaticano II, Comentarios a la constitu­ción sobre la sagrada liturgia, Madrid, BAC, 1965; CL. DILLENSCHNEIDER, El dinamismo de nuestros sacramentos, Salamanca, Sigúeme, 1965; A. EL-CHINGER, Liturgia y pedagogía de la fe, Madrid, 1969; M. GARRIDO, Curso de liturgia romana, Madrid, BAC, 1961; A. G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, introducción alaluturgia, Barcelona, Herder, 1969; M. NICIOLAU, Teología del signo sacramental, Madrid, BAC, 1969; A. PALENZUELA, Los sacramentos de la Iglesia, Madrid, 1965; M. M: PHILIPPON, Los sacramentos en la vida cristiana, Buenos Aires, 1955.

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SACERDOTES PARA EVANGELIZAR

El sacerdote ministro (ordenado) es una parte integrante del signo sacramental, puesto que, con su servicio específico, pronuncia las palabras de Cristo uniéndose a las intenciones del Señor y de la Iglesia. Es, pues, servicio de comunión y de misión eclesial. Al margen de esta perspectiva cristológica y eclesiológi-ca, el sacramento se reduciría a un signo rutinario con el riesgo de perder su eficacia salvífica. La eficacia peculiar del sacramen­to {ex opere operato o por su misma puesta en práctica) supone el querer hacer lo que hace la Iglesia por mandato de Cristo.

El signo sacramental exige el signo del testimonio, tanto por parte del ministro como por parte de la comunidad eclesial donde se celebra. La sintonía del sacerdote con la voluntad sal­vífica de Cristo le santifica a El y a los demás. Por esto el sacer­dote se santifica "ejerciendo sincera e incansablemente sus mi­nisterios en el Espíritu de Cristo" (PO 13).

Los sacramentos son parte esencial de la evangelización como actualización (presencialización) de lo que se anuncia y se quiere comunicar. Los ministerios proféticos (palabra) y ho-degéticos (de organización y dirección) carecerían de su fuerza principal si no se orientaran a la digna celebración del misterio pascual presente en los sacramentos (especialmente en la euca­ristía).

Para evangelizar hay que anunciar la muerte y resurrección de Cristo, llamando a conversión y bautismo, para un encuentro con El bajo los signos sacramentales. Es un encuentro que se continúa necesariamente bajo los signos del hermano. La armo­nía de todas estas dimensiones es señal de autenticidad evange-lizadora.

La acción salvífica y pastoral de Cristo no se agota en la ce­lebración eucarística, sino que pasa necesariamente a los servi­cios de caridad, de organización y de dirección. Esta es la acción

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pastoral directa, como diaconía para construir la comunidad en el amor (coinonía)10.

El sacerdote ministro tiene como misión la dirección de la comunidad, a la luz de la palabra de Dios y en la comunión ecle-sial con los sucesores de los Apóstoles. Esta dirección o presen­cia es principio de unidad, en nombre de Cristo Cabeza y Buen Pastor (cf. PO 6,9; LG 23; Ef 2,20). Los sacerdotes tienen como ministerio específico "llevar a todos a la unidad en la caridad" (PO 9).

La acción sacerdotal, que es profética y cultual, "se extien­de también propiamente a formar una genuina comunidad cris­tiana enraizada en la Iglesia local y universal" (PO 6). Olvidar esta dimensión comunitaria del sacerdote ministro su misma ac­ción profética y cultual.

Esta acción salvífica y pastoral (no estrictamente sacra­mental) tiene sus características, que se desprenden del hecho de prolongar a Cristo Cabeza y Buen Pastor:

— Discernir y alentar todos los demás carismas y vocacio­nes en la armonía de la comunión eclesial.

— Discernir los signos de los tiempos para descubrir la vo­luntad salvífica de Dios en el caminar histórico de la co­munidad.

— Acercarse preferentemente a los más pobres y débiles, alejados y marginados (cf. apartado n. 6).

10 Además de los estudios de la orientación bibliográfica final del capituló y de las notas 1-3, ver: F. X. ARNOLD, Teología e historia de la acción pastoral, Barcelona, 1969; G. CERIANI, Introducción a la teología pastoral, Madrid, 1966; C. FLORISTAN, M. USEROS, Teología de la acción pastoral, Madrid, BAC, 1968; M. PFLIEGER, Teología pastoral, Barcelona, 1966; R. PRAT I PONS, Compartir la joia de la fe, propostes per a una teología pastoral, Barce­lona, Facultad de Teología, 1985. Una enciclopedia pastoral en 6 volúmenes: Handbuch der Pastoraltheologie, Freiburg, 1964-1972.

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SACERDOTES PARA EVANGELIZAR

— Ser principio de unidad en la diversidad de carismas y vocaciones.

- Hacer realidad, ya en esta tierra, el inicio del Reino defi­nitivo11 .

El trabajo apostólico por extender el Reino de Dios necesi­ta abarcar todas sus dimensiones: carismática (camino de perfec­ción), institucional (de Iglesia visible fundada por Cristo) y esca-tológica (de plenitud en el más allá).

Toda la acción pastoral tiende a crear comunidades de ca­ridad (según el mandato del amor), a partir de una respuesta re-Iacional (oración) a la palabra de Dios y de una vivencia respon­sable y comprometida de los signos sacramentales establecidos por el Señor. La armonía y autenticidad de esta acción polifa­cética gira en torno al misterio pascual anunciado, celebrado y vivido. "Los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez he­chos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, ala­ben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor" (SC 10).

Es, pues, un ministerio de verdadera dirección espiritual, en todos sus niveles de profetismo, culto y realeza, para llevar a todos los creyentes a la perfección cristiana. Para esa direc­ción son necesarias las cualidades de experiencia, formación, prudencia y discernimiento.

La acción pastoral es una responsabilidad que comprome­te toda la existencia, a imitación del Buen Pastor. No cabe la actitud de funcionario o de simple profesional. "Apacentad el rebaño de Dios que os ha sido confiado, gobernado no por fuer-

11 Sobre la pastoral de conjunto, parroquia, comunidades de bas, etc., ver estu­dios en las notas anteriores y en si resumen doctrinal del capítulo VI, n. 2. Ver: CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA, Directorio nacional de pastoral parroquial, Bogotá, SPEC, 1986.

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za, sino espontáneamente, según Dios; no por sórdido lucro, sino con prontitud de ánimo; no como dominadores sobre la he­redad, sino sirviendo de ejemplo al rebaño" (IPe 5,2-3).

El servicio de presidencia equivale a una diaconía más pro­funda de "servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey" (PO 1). El sacerdote ministro hace que la comunidad eclesial se realice en toda su integridad misionera: "la comunidad eclesial ejerce, por la caridad, la oración, el ejemplo y las obras de penitencia, una verdadera maternidad para conducirlas almas a Cristo. Ella cons­tituye, en efecto, un instrumento eficaz por el que se señala y allana a los no creyentes el camino hacia Cristo y su Iglesia, y por el que también los creyentes se incitan, nutren y fortalecen para la lucha espiritual" (PO 6).

Prolongar la oración de Cristo

Prolongar la palabra, el sacrificio y la acción salvífica y pas­toral de Cristo, comporta también prolongar su actitud relacio-nal o dialogal con el Padre en el amor del Espíritu Santo. Cristo quiere ser prolongado también en sus vivencias y actitudes hon­das de Sacerdote y Víctima, manifestadas ya en el seno de Ma­ría el día de la encarnación: "Heme aquí, que vengo para hacer tu voluntad" (Heb 10,7).

Esta actitud oracional de Cristo abarca toda su vida (Le 6,12; Mt 11,25-26; Jn 17,1-26; Le 22,42; 23,46) y continúa ahora en el cielo (Heb 7,25; Rom 8,34). El Señor se hace pre­sente en la comunidad eclesial bajo signos sacramentales, con esta actitud de oración que debe ser compartida por sus minis­tros y por todos los creyentes.

En un momento difícil y de agobio por el trabajo apostóli­co, los Apóstoles supieron discernir con equilibrio evangélico: "Nosotros debemos atender a la oración y al ministerio de la pa­labra" (Act 6,4). Es la fidelidad a la vocación de "estar con El

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SACERDOTES PARA EVANGELIZAR

y ser enviado a predicar" (Me 3,14). El tiempo es cuestión de prioridades según la escala de valores del propio corazón.

La actitud oracional es necesaria para ser "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote" (PO 12). "Importa ante todo que el sacerdote sea el hombre de oración por antonomasia" (Medellín XI, 20). "El presbítero es un hombre de Dios. Sólo puede ser profeta en la medida en que haya hecho la experiencia del Dios vivo. Sólo esta experiencia lo hará portador de una Palabra po­derosa para transformar la vida personal y social de los hombres de acuerdo con el designio del Padre" (Puebla 693). "La oración en todas sus formas —y de manera especial la Liturgia de las Ho­ras que le confía la Iglesia— ayudará a mantener esa experiencia de Dios que deberá compartir con sus hermanos" (ibídem, 694)12.

La oración es necesaria para que la gracia divina se derrame en los corazones. La oración, como actitud relacional y amistosa con Dios, hace posible el equilibrio entre la vida interior y la ac­ción externa. La oración del sacerdote es "unión con Cristo en todas las circunstancias de la vida" (PO 18). La caridad pastoral y la unidad de vida "no puede lograrse si los sacerdotes mismos no penetran, por la oración, cada vez más íntimamente el mis­terio de Cristo" (PO 14).

La oración es también ministerio para el sacerdote. Es el ministerio de prolongar la oración sacerdotal de Cristo, de modo

12 Sobre la liturgia de las horas: AA. W. , El Oficio Divino hoy. Barcelona, ELE, 1969; AA. W . , Pastoral de la Liturgia de las Horas, "Phase" 130 (1982) 2S5-335; D. BARSOTTL, Introducción al breviario, Salamanca, Sigúeme, 1967; J. DELICADO, El breviario recuperado, Madrid, 1973; A. HAMMAN, La ora­ción, Barcelona, Herder, 1967; J. M IRABURU, La oración pública de la Igle­sia, Madrid, PPC, 1967; A. G. MARTIMORT, La Iglesia en oración.. ., Barce­lona, Herder, 1969; G. MARTÍNEZ DE ANTOÑANA, El Oficio Divino, en Concilio Vaticano II, Comentarios a la constitución sobre la sagrada luturgia, Madrid, BAC, 1965, 462-496; H.M RAGUER, La nueva liturgia de las horas, Bilbao, Mensajero, 1972. Ver un resumen teológico y pastoral en la Instruc­ción general que se encuentra en la misma luturgia de las horas.

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parecido a como se prolonga su palabra, sacrificio y acción salví-fica. Y es, al mismo tiempo, ministerio de guiar a personas y co­munidades por el camino del diálogo con Dios y del encuentro vivencial con Cristo. El mandato del amor se hace realidad a par­tir de esta actitud oracional.

El sacerdote prolonga la oración sacerdotal de Cristo prin­cipalmente en la celebración de la eucaristía, de los sacramentos y de la liturgia de las horas. El amor de Cristo al Padre y a los hombres, hasta dar la vida en sacrificio, se expresa por medio de su actitud dialogal de oración sacerdotal (Heb 10,5-7; Jn 17; Le 23,46; Heb 7,25). Este ministerio se hace "fuente de piedad y alimento de la oración personal" (SC 90).

La oración del sacerdote, como actitud personal y como ministerio, puede analizarse en diversas perspectivas:

— Sintonía con los sentimientos de Cristo Buen Pastor an­te el Padre, en el amor del Espíritu Santo y para la salva­ción de los hombres.

— Prolongación de la oración sacerdotal de Cristo en me­dio de la comunidad eclesial y en nombre de la Iglesia, especialmente durante la celebración litúrgica (eucaris­tía, liturgia de las horas, sacramentos. . .).

— Actitud relacional con Cristo y como Cristo durante el ejercicio de los diversos ministerios (proféticos, cultua­les, hodegéticas y de servicios de caridad).

— Guiar personas y comunidades en todo el proceso de la oración.

— Vivencia personal y comunitaria de los textos y momen­tos litúrgicos, dando preferencia a la lectura meditativa de la palabra de Dios.

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SACERDOTES PARA EVANGELIZAR

— Discernir los signos de los tiempos a través de los aconte­cimientos iluminados por la palabra de Dios.

— Actitud contemplativa de apertura ante la palabra, cues-tionamiento de la propia vida y unión con Cristo, que lleve al cumplimiento de las exigencias de la caridad pas­toral.

— Poner los medios concretos y encontrar tiempo especial de oración según los criterios de la Iglesia para la vida sa­cerdotal: lección divina, oración mental, retiro espiri­tual, "diálogo cotidiano con Cristo en la visita eucarísti-ca", examen de conciencia, dirección espiritual, etc. (PO 18)13.

Hay que dar una importancia al ministerio de prolongar la oración sacerdotal de Cristo, reconociendo su eficacia apostóli­ca (cf. SC 86). "El Sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alian­za, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en es­te exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales. El mismo une a sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de ala­banza. Porque esta función sacerdotal se prolonga a través de su Iglesia, que sin cesar alaba al Señor e intercede por la salva­ción de todo el mundo, no sólo celebrando la eucaristía, sino

13 La oración del sacerdote tiene siempre relación con su ministerio, aún cuando sea la meditación personal de la palabra. Los estudios de las notas 6 y 12 hacen notar esta relación. Sobre la oración de los salmos; L. ALFONSO SCHOKEL, Treinta salmos, poesía y oración, Madrid, Cristiandad, 1981; A. APARICIO, Los salmos, oración de la comunidad, Madrid, Vida Religiosa, 1981; S. BE-NETTI, Salmos para vivir y morir, Madrid, Paulinas. 1981; P. DRIJVERS, Los salmos, Barcelona, Herder, 1964; J. ESQUERDA; Todo es mensaje, experien­cia cristiana de salmos, Madrid, Paulinas, 1982; P. EARN1S SCHERER, Moni­ciones y oraciones sálmicas, Buenos Aires, Claretiana, 1979; M. GASNIER, Los salmos, escuela de espiritualidad, Madrid. Studiuin, 1960; A. GONZÁLEZ, El libro de los salmos, Barcelona, Herder, 1966; H. J. KRAUS, Teología de los salmos, Salamanca, Sigúeme, 1985; F. VALDENBROUKE, Los salmos y Cris­to, Salamanca, Sigúeme, 1965.

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también de otras maneras, principalmente recitando el Oficio di­vino" (SC 83). "Por una antigua tradición cristiana, el Oficio divino está estructurado de tal manera, que la alabanza de Dios consagra el curso entero del día y de la noche, y cuando los sa­cerdotes y todos aquellos que han sido destinados a esta función por institución de la Iglesia cumplen debidamente ese admirable cántico de alabanza o cuando los fieles oran junto con el sacer­dote en la forma establecida, entonces es en verdad la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo con su Cuerpo al Padre" (SC 84).

Toda la acción pastoral se hace santificadora cuando se rea­liza "en el espíritu de Cristo" (PO 13), es decir, actitud de ora­ción relacional con El y de sintonía con sus sentimientos de Buen Pastor. La oración sacerdotal de Cristo, prolongada a tra­vés de sus ministros y de toda la Iglesia, es mediación ascenden­te (que presenta al Padre los problemas de los hombres) y des­cendente (que presenta a los hombres la palabra y los designios salvíficos de Dios).

La oración del sacerdocio es siempre relación personal con Cristo resucitado presente y, por medio de El, es actitud relacio­nal con el Padre en el Espíritu Santo. Hay que contagiar al mun­do y en especial a la comunidad eclesial, de la actitud oracional del Padre nuestro, que se transforma en actitud fraterna del mandato del amor. Este es el objetivo final de toda la acción apostólica y misionera: "Así, finalmente, se cumple en realidad el designio del Creador, quien creó al hombre a su imagen y se­mejanza, pues todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando uná­nimemente la gloria de Dios, podrán decir: 'Padre nuestro' " (AG 7).

Guiar a personas y comunidades por el camino de la ora­ción equivale a orientarlas en la actitud filial de autenticidad y de caridad, que se expresa en la oración que nos enseñó el Se­ñor. La oración comienza con una actitud de pobreza ante Dios nuestro Padre, hasta saberse amado por Dios tal como uno es y

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SACERDOTES PARA EVANGELIZAR

capacitado para amarle y hacerle amar. Es, pues^un proceso de receptividad y de apertura, a partir de la iniciativa de Dios que habla y ama, reconociendo la propia pobreza y aprendiendo a "estar con quien sabemos que nos ama" (Santa Teresa). Es pro­ceso de:

— Apertura (lectura): escuchando la palabra de Dios tal co­mo es y toda entera.

— Cuestionamiento (meditación): dejando actuar la pala­bra de Dios hasta lo más hondo del corazón.

— Pobreza (petición): sintiendo necesidad de la palabra de Dios en la propia circunstancia de limitación, pecado, debilidad, vida ordinaria (Nazaret), sufrimiento.. .

— Unión (contemplación): entrando con confianza de hi­jos en la intimidad divina, gracias a la amistad con Cris­to, y manifestando esta unión con Dios en la donación comprometida a sus designios salvíficos en servicio de los hermanos14.

Predicar la palabra de Dios supone haberla asimilado por medio de esta actitud contemplativa, que hace entrar en el mis­terio de Dios y en el misterio del hombre (PO 13; LG 41). Para vivir cerca de los problemas humanos, captándolos en su profun­didad e integridad, hay que ser contemplativos que han entrado en el corazón de Dios. No se captaría la voluntad divina a través de los acontecimientos, si no se entrara en la contemplación de la palabra de Dios (cf. PO 18). El gozo de la identidad sacerdo­tal nace de la audacia de encontrar tiempo para la relación per­sonal con Cristo. Orar en el nombre de Jesús equivale a esta

14 El tema de la oración cristiana ha merecido muchos estudios en los últimos tiempos. Resumo contenido doctrinal y bibliografía en Caminar en el amor, dinamismo de la espiritualidad cristiana, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1989, cap. IV (Dinamismo del diálogo con Dios).

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unión de relación con El: "Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que sea cumplido vuestro gozo"(Jn 16,24).

La caridad del Buen Pastor (la de Cristo y la nuestra) se ex­presa en un diálogo comprometido con el Padre sobre sus planes salvíficos en bien de todos los hombres. La nube del silencio y de la ausencia de Dios se hace nube luminosa (Mt 17,3), donde Dios deja entender su Palabra o Verbo y Emmanuel: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias; escuchadle" (Mt 17,5).

La comunidad cristiana, las religiones no cristianas y un mundo secularizado pide evangelizadores que tengan experien­cia de Dios: "que le hablen de un Dios a quien ellos mismos co­nocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invi­sible" (EN 76)

La cercanía al hombre concreto

La unción sacerdotal de Cristo tuvo lugar en el momento de la encarnación, cuando el Verbo se hizo carne en el seno de María por obra del Espíritu Santo (Le 1,35; cf. Heb 5,1-10). En este sentido Jesús se presenta como ungido y enviado por el Es­píritu "para evangelizar a los pobres" (Le 4,18). Jesús es prota­gonista, hermano, consorte, responsable de cada ser humano: "El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto mo­do, con todo hombre" (GS 22).

El sacerdote ministro, por participar de la unción y misión de Cristo, participa por ello mismo de su solidaridad con el hombre y de su cercanía al hombre en su situación concreta. Por medio de quienes son sus instrumentos vivos, "Cristo. . . en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, mani­fiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (GS 22). "La superación de la dico­tomía entre la Iglesia y el mundo y la necesidad de una mayor

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SACERDOTES PARA EVANGELIZAR

presencia de la fe en los valores temporales, exigen la adopción de nuevas formas de espiritualidad según las orientaciones del Vaticano II" (Medellín XI, 6).

El amor preferencial por el hombre que busca y sufre, es parte del actuar apostólico del sacerdote. "Si es cierto que los presbíteros se deben a todos, de modo particular, sin embargo, se les encomiendan los pobres y los más débiles, con quienes el Señor mismo se muestra unido y cuya evangelización se da co­mo signo de la obra mesiánica. Dediqúese también particular diligencia a los jóvenes, lo mismo que a los cónyuges y padres de familia. . . Tengan, finalmente, la mayor solicitud por los enfer­mos y moribundos, visitándolos y confortándolos en el Señor" (PO 6). Como Cristo, el sacerdote es "instituido en favor de los hombres para las cosas que miran a Dios" (Heb 5,1).

Todo evangelizador, pero especialmente el sacerdote minis­tro, debe anunciar la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre (cf. Puebla, 2a. parte, cap. I). La verdad sobre el hombre se descubre en Cristo y es anunciada por la Iglesia como tarea específica y comprometida. La identidad sacerdotal, gozo­samente vivida, está en relación directa de esta cercanía evange­lizados: "Se advierte una mayor clarificación con respecto a la identidad sacerdotal que ha conducido a una nueva afirmación de la vida espiritual del ministerio jerárquico y a un servicio pre­ferencial por los pobres" (Puebla 670; cf. 1128ss).

La cercanía al hombre en su situación concreta comporta asumir responsablemente la suerte de los más pobres, de los nue­vos pobres, de la juventud, la familia, los desplazados por la mi­gración, los enfermos, los ancianos y marginados. Hay que llegar a los sacerdotes de la justicia, del trabajo, de la política, de la educación, de la cultura, del progreso y desarrollo. Son los te­mas de una pastoral directa (cf. cap. I, nn. 3-4); Puebla 2a. - 5a. parte; Medellín I-IX, EN 19-20; 29-39). La actitud de cercanía

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es actitud espiritual de diálogo comprometido y de inserción en la historia humana a la luz de la encarnación del Verbo l s .

Esta inserción y cercanía es siempre de aprecio de la perso­na humana, "más por lo que es que por lo que tiene" (CS 35). Este amor es como el de Cristo, que "pasó haciendo el bien" (Act 10,38), cargando con nuestras enfermedades (Mt 8,17), y que es llamada a conversión o cambio profundo respecto al pe­cado como raíz de todos los males. El mayor bien que se le pue­de hacer al hombre es el de cerciorarle de que es amado por Dios y que puede hacer de su vida una donación a los hermanos. Este anuncio se realiza con la verdadera caridad de compartir la existencia y los bienes. La cercanía al hombre concreto, a la luz de la encarnación, se convierte, pues, en llamada a la plenitud y perfección humana integral en Cristo.

La cercanía pastoral puede ser en una situación difícil y conflictiva, de urgencia actual y trascendencia histórica, de so­luciones inmediatas o a largo plazo. Son los procesos actuales de liberación, inculturación, inmanencia, diálogo, compromiso, etc., que se convierten en un análisis objetivo de la realidad, ilu­minándola y transformándola a la luz del evangelio. Hay que "poner el mundo moderno en contacto con las energías vivifi­cantes del evangelio" (Juan XXIII, Humarme salutis).

Las características y líneas espirituales de esta inserción o cercanía son las siguientes:

15 El tema de la inculturación es muy amplio y corresponde al campo de la pasto­ral. En ese tema se reflejan otros temas pastorales de "inserción". Ver EN 19-20, 63-65; AG 10; GS 44,53; LG 17; Puebla 385-443. Resumo doctrina y bi­bliografía actual en: Evangelizar hoy, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1987, cap. VIH (pastoral del diálogo). Ver: A. ALTAREJOS, Inculturación, reflexión mi-sionológica y doctrina conciliar, en Lamisionologia hoy, Madrid, OMP,(1987); B. SECONDIN, Mensaje evangélico y culturas, Madrid, Paulinas, 1986; J. Te-RAN, Inculturación de la fe y evangelización de las culturas, en América, ha llegado tu horade ser evangelizadora, Bogotá, CELAM, 1988, 99-147.

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SACERDOTES PARA EVANGELIZAR

— Asumir la situación humana en su objetividad e integri­dad.

— Señalar directrices claras en los valores y derechos fun­damentales del hombre.

— Respetar las diversas opciones y opiniones técnicas sin exclusivismos ni exclusiones.

— Buscar la luz definitiva y plena en el mensaje evangélico.

— Armonizar la cercanía e inmanencia con la trascendencia y valores del más allá.

— Denunciar el error y el mal (pecado) respetando las per­sonas, venciendo el mal con el bien (cf. Rom 8, 21).

— Ejercitar las virtudes del diálogo evangelizador: escucha, aprecio, purificación, llevar a la plenitud de Cristo.

— Para acercarse a los pobres, hay que tener un corazón pobre (por la contemplación de la palabra) y vivir vida pobre.

Especialmente cuando se trata de sectores conflictivos y difíciles, el sacerdote necesita misión, inserción en la pastoral de conjunto, testimonio de pobreza y desprendimiento, inde­pendencia respecto a cualquier ideología humana y a todo sis­tema político o de poder. La política de partido y la participa­ción directa en una responsabilidad de dirección civil no corres­ponde al sacerdote ministro, precisamente por ejercer un servi­cio de unidad (cf. PO 6,9; GS 43; can. 285)16.

16 El tema de la liberación tiene también implicaciones para la espiritualidad cris­tiana y sacerdotal. Resumo doctrina y bibliografía en: Evangelizar hoy, Ma­drid, Soc. Educ. Atenas, 1987, cap. IX (Hacia una pastoral liberadora). Puebla

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Esta línea de esperanza cristiana (de inserción y trascen­dencia) hace del sacerdote un testigo cualificado del Verbo en­carnado y de su misterio pascual de muerte y resurrección. El ya del momento presente es más auténtico cuando no se pierde de vista el todavía no de una plenitud en Cristo que sólo será realidad en el más allá (Rom 1,17; 8,24-39; LG 48-50; EN 28).

Precisamente esta tensión equilibrada de la esperanza cris­tiana, basada en la encarnación y en la resurrección de Cristo, es la mejor perspectiva para llevar al hombre por el camino de per­fección. Por esto "la misión del sacerdote está íntegramente consagrada al servicio de la nueva humanidad que Cristo, cono­cedor de la muerte, suscita por su Espíritu en el mundo" (PO16).

Este es el mensaje de las bienaventuranzas. En cualquier circunstancia humana siempre se puede hacer lo mejor: hacer de la vida una donación como imagen y semejanza de Dios Amor (cf. Mt 5,44-48); Le 6,36). "Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la en­trega sincera de sí mismo a los demás" (GS 24). Es ésta la pers­pectiva de la antropología cristiana.

La libertad evangélica de esta actuación sacerdotal hace del ministro un testigo (mártir) peculiar de la caridad del Buen Pas­tor, que dio la vida por todos. Para llegar a dar este testimonio

470-512. Documentos de la Congregación para la doctrina de la fe: Instrucción sobre algunos aspectos de la "Teología de la liberación" (1984); Instrucción sobre la libertad cristiana y la liberación (1986). Estudios en colaboración: Simposio de Teología de la Liberación, Bogotá, Presencia, 1970; Teología de la liberación, Burgos, Facultad de Teología, 1974. Ver: C. I: GONZÁLEZ, La teología de la liberación a la luz del magisterio de Juan Pablo II en América Latina, "Gregorianum" 67/1 (1,986) 5-46; G. GUTIÉRREZ, Teología de la li­beración, Salamanca, Sigúeme, 1977; A. LÓPEZ TRUJILLO, Liberación mar-xista y liberación cristiana, Madrid, BAC, 1974; E. PIRONIO, Evangelización y liberación, en Evangelizzazione e culture, Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1976, 11,494-513.

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SACERDOTES PARA EVANGELIZAR

(martirio) se necesita la disponibilidad pastoral hasta el riesgo de perder la propia vida. No raras veces esta actitud martirial llega­rá al martirio (cruento o incruento), que puede provenir de cual­quier grupo que coloque sus ideales por encima del evangelio y de la caridad. Jesús fue crucificado por todos. La verdadera y más profunda inserción en la historia humana es la de vivir y mo­rir amando y perdonando a todos para salvarlos a todos (ICor 9,19).

El sacerdote debe hacerse disponible para guiar a cada per­sona y a cada comunidad éclesial por un proceso de perfección, que equivale a ir pensando como Cristo (fe), valorando las cosas como El (esperanza) y amando como El (caridad). Por esto la dirección espiritual (aparte de ser un medio para la propia per­fección) es un aspecto del ministerio sacerdotal. La liberación integral de la persona y de la comunidad es un proceso de con­versión (cambio profundo de mentalidad) y de bautismo (confi­guración con Cristo), hasta llegar, con los dones del Espíritu Santo, a la actitud permanente de reaccionar amando (bienaven­turanzas).

Para ser pan comido o pan de vida como Cristo, hermano nuestro y protagonista de la historia humana, es necesario un desprendimiento como el de Belén y de la cruz. La capacidad de inserción en una situación humana (liberación, inculturación . . . ) dependerá del grado de la propia inserción en el mensaje evangélico y en los sentimientos y vivencias de Cristo. El Señor se dio a sí mismo, como nota característica del amor de Dios he­cho hombre, porque vivió pendiente de los planes salvíficos de Dios Amor sobre el hombre sin buscarse a sí mismo. "Como pastor que se empeña en la liberación integral de los pobres y de los oprimidos, (el sacerdote) obra siempre con criterios evangé­licos" (Puebla 696).

La espiritualidad del sacerdote, como evangelizado^ es, pues, espiritualidad de encamación; insertarse en la historia hu­mana para compartir la vida de los hermanos, en una marcha ha­cia el Padre según el mandato del amor. Una pastoral liberadora

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y misionera tiene estas características de cercanía y trascenden­cia (cf. Jn 1,14; 13,1).

GUIA PASTORAL

Reflexión bíblica:

— El testimonio evangelizador de los Apóstoles: Act 2,32 (Pedro); 2Cor 5,14 (Pablo); Un 1,1 ss (Juan).

— Del encuentro con Cristo, a la misión: Me 3,14; Le 6,13; Jn 20,21.

— El anuncio, la presencialización y la comunicación del mis­terio pascual de Cristo: ICor 11,23-34.

— Aprender a ser pan comido a partir de la eucaristía: Jn 6,35ss. 48ss.

— La actitud oracional del Buen Pastor: Le 6,12; Mt 11,25-26; Le 22,42; Rom 8,34; Heb 7,25.

— Ungidos y enviados como Cristo para evangelizar a los po­bres: Le 4,18; Mt 11,5.

Estudio personal y revisión de vida en grupo

— Cómo relacionar armónicamente los ministerios proféticos, cultuales y de dirección o servicio (PO 4-6).

— Armonía entre la vida espiritual y la acción apostólica: el ministerio como fuente de santificación (PO 12-14).

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SACERDOTES PARA EVANGELIZAR

Contenidos de la predicación y especialmente de la homi­lía (PO 4; SC 35,52; EN 43).

Delinear la ascética o espiritualidad del predicador del evan­gelio (LG 41; PO 4,13).

La eucaristía como presencia, sacrificio, comunión y mi­sión (PO 5; SC 47).

Dimensión eucarística de la espiritualidad sacerdotal (PO 5,18).

Los sacramentos en la pedagogía de la fe y del compromiso cristiano (SC 59; PO 5).

El ministerio de prolongar la oración de Cristo y de guiar a personas y comunidades en la oración (SC 83, 86, 90; Pue­bla 693-694).

La opción preferencial por los pobres (Puebla 670, 1128-1165).

ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA

Ver bibliografía sobre algunos temas más concretos en las notas de este capítulo: evangelizacion y misión (notas 2 y 3), predicación, homilía, palabra de Dios (notas 5 y 6), eucaristía (notas 7 y 8), sacramentos (nota 9), naturaleza de la acción pastoral (nota 10), liturgia de las horas y ora­ción (notas 12, 13 y 14), inculturación (nota 15), liberación (nota 16).

AA. VV., Puebla, comunión y participación, Madrid, BAC, 1985.

AA. VV., El ministerio del presbítero en la comunidad eclesial, Bogotá, Conf. Ep. Colombiana, 1977.

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Capítulo V.

SER SIGNO

TRANSPARENTE DEL BUEN PASTOR

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V. SER SIGNO TRANSPARENTE DEL BUEN PASTOR

Presentación

La identidad del sacerdote, como vivencia de su participa­ción en el ser y en la misión de Cristo Sacerdote, se manifiesta de modo especial en ser signo transparente del Buen Pastor. Para prolongar su misión, Cristo llamó a quienes compartirían tam­bién con El su propia existencia y sus amores.

El testimonio de caridad pastoral, que es parte integrante de la evangelización, supone relación personal con Cristo, segui­miento e imitación de sus actitudes de Buen Pastor. Si por sacer­docio ministerial se entendiera sólo el ejercicio de unos poderes, olvidando las exigencias de sintonía con los sentimientos de Cristo, se correría el riesgo de convertirse en un simple profe­sional.

La santidad y espiritualidad sacerdotal (cap. I, n. 5) consis­te en la caridad pastoral. El Buen Pastor conoce a sus ovejas, las guía, acompaña, ama y da la vida por ellas (cf. Jn 10). Ser trans­parencia e "instrumento vivo de Cristo Sacerdote" (PO 12) com­porta una espiritualidad o "ascética propia del pastor de almas" (PO 13). Sólo con esta perspectiva llega a captarse el hecho de que la santidad del sacerdote se realiza "de manera propia ejer­ciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (ibídem).

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El don del sacerdote ministerial se recibe tal como es; no consiste, pues, en un derecho, y menos en un modo de vivir para satisfacer unos intereses personales. El sacerdote no se pertene­ce; ha sido llamado para ser signo de cómo ama el Buen Pastor. Dios da el don de las vocaciones en la medida en que se vea en la comunidad eclesial este signo de Cristo como "máximo testimo­nio del amor" (PO 11). La comunidad eclesial tiene necesidad de este signo que es parte integrante de la sacramentalidad de la Iglesia, en vistas a que se desarrollen armónicamente los demás signos, vocaciones, ministerios y cansinas (LG 18; PO 9).

El signo del Buen Pastor, como transparencia de su cari­dad, no admite rebajas en la santificación y en la misión. Los doce Apóstoles fueron llamados a dejarlo todo para compartir la vida con Cristo y para evangelizar sin fronteras. Los sucesores de los Apóstoles, es decir, los obispos, con sus inmediatos cola­boradores (los presbíteros) han recibido la misma llamada. En cada Iglesia particular los sacerdotes ministros deben ser la pau­ta de toda vida apostólica de seguimiento radical de Cristo Buen Pastor.

Signo del Buen Pastor: relación personal, seguimiento, transparencia

En la Iglesia sacramento, toda vocación hace de la persona llamada un signo o expresión de Cristo. El sacerdote ministro es signo de Cristo Cabeza, Sacerdote y Buen Pastor, hasta poder obrar en su nombre o persona (PO 2, 6, 12). Cristo eligió a los Apóstoles para prolongar en ellos de modo peculiar su realidad sacerdotal: "He sido glorificado en ellos" (Jn 17,10). El sacer­dote, bajo la acción del Espíritu Santo recibido en el sacramen­to del Orden, es gloria o epifanía de Cristo (Jn 16,14), su olor (2Cor 2,15), su testigo (Jn 15,27; Act 1,8).

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SER SIGNO TRANSPARENTE DEL BUEN PASTOR

Bajo esta idea y realidad de signo y en relación a la sacra­mentalidad de la Iglesia, se podría resumir el decreto conciliar Presbyterorum Ordinis diciendo que el sacerdote ministro es:

— Signo de Cristo Sacerdote, Cabeza y Buen Pastor, en cuanto que participa de su misma consagración y misión para actuar en su nombre (PO 1-3).

— Signo de su palabra, sacrificio, acción salvífica y pasto­reo, en equilibrio de funciones (PO 4-6).

— Signo de comunión eclesial con el obispo (PO 7), con los otros sacerdotes (PO 8), con todo el Pueblo de Dios (PO 9).

— Signo de caridad universal y máximo testimonio del amor(PO 10-11).

— Signo viviente de sintonía con los sentimientos y actitu­des del Buen Pastor, como su instrumento vivo (PO 12-14).

— Signo de sus virtudes (obediencia, castidad, pobreza) como concretización de la caridad pastoral (PO 15-17).

— Signo potenciado constantemente por los medios comu­nes y peculiares de santificación y de acción pastoral (PO 18-21)1.

Los estudios sobre Presbyterorum Ordinis podrían enriquecerse a la luz de otros documentos conciliares y posconciliares. Ver alguno^ estudios en colabo­ración: Los presbíteros a los diez años del "Presbyterorum Ordinis", Burgos, Facultad de Teología, 1975 (es el volumen 7 de "Teología del Sacerdocio"; Los presbíteros, ministerio y vida, Madrid, Palabra, 1969;/preti, Roma, Ave, 1970; / sacerdoti nello spirito del Vaticano II, Torino, Leumann, 1969, Le mi-nistére et la vie des prétres, París, Mame, 1969; Les prétres, formation, minis-tére et vie, París, Cerf, 1968. Para un estudio sobre el "iter" y elaboración del documento conciliar: S. GAMARRA, La espiritualidad presbiteral y el ejerci­cio ministerial según el Vaticano II, en Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987, 461-482; R. WASSELYNCK, Les prétres. Ela­boral ion du Decret du Vatican II, Histoire et genése des textes conciliaires, Pa­rís, Descée, 1968.

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Esta realidad de signo es ontológica (como participación en el ser de Cristo), relacional y vivencial (como trato personal, se­guimiento e imitación). Ser "instrumento vivo de Cristo" (PO 12) indica una eficacia y una trasparencia, de modo parecido a cómo toda la Iglesia es sacramento, es decir, signo trasparente y portador de Cristo. "El ministerio jerárquico, signo sacramental de Cristo Pastor y Cabeza de la Iglesia, es el principal responsa­ble de la edificación de la Iglesia en comunión y de la dinamiza-ción de su acción evangelizadora" (Puebla 659).

La relación personal con Cristo es amistad profunda con El, expresada de modo especial en el trato o diálogo de oración (ver cap. IV, 5). La vocación sacerdotal nace de un enamora­miento que Cristo manifiesta a "los suyos" (Jn 13,1; 15,9.13-14; Me 3,13; 10,21). Es una amistad que se puede y se debe vivir no como una idea o como recuerdo de una persona que ya pasó, sino que se hace relación íntima con Cristo resucitado presente: "estaré con vosotros" (Mt 28,20); "El vive" (Act 25,19). Los sa­cerdotes "no están nunca solos en la ejecución de su trabajo" (PO 22). La caridad pastoral de dar la vida sólo es posible a par­tir de esta relación personal con Cristo manifestada en el "colo­quio cotidiano" con El (PO 18).

La caridad pastoral es seguimiento como de quien se ha de­cidido a correr la suerte de Cristo (Jn 11,16) y a beber su copa de bodas (Me 10,38). Es la participación en su misterio pascual, de pasar de este mundo al Padre, haciendo que todo se ordene hacia el amor. El Buen Pastor vivió sin pertenecerse (fue obe­diente), dándose a sí mismo (fue pobre) y compartiendo la exis­tencia de cada ser humano como consorte suyo (fue casto o vir­gen).

Jesús llamó a los suyos para ser signo o transparencia de cómo ama El. La santidad sacerdotal se expresa en esa transpa­rencia, a través de una vida de caridad concretada en pobreza (Le 9,57-62), obediencia (Mt 12,50) y castidad (Mt 19,12). "Como el Buen Pastor, van delante de las ovejas; dan la vida por'

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SER SIGNO TRANSPARENTE DEL BUEN PASTOR

ellas para que tengan vida y la tengan en abundancia; las cono­cen y son conocidos por ellas" (Puebla 681).

Las vivencias o amores de Cristo, que deben transparentar en sus ministros, se pueden resumir en tres: los intereses o glo­ria del Padre (Jn 17,4), la salvación de todos los hombres (Jn 10,16), dando la vida en sacrificio (Jn 10,11.17). Esta caridad se traduce a nivel práctico en conocimiento comprometido de la realidad en que viven los hermanos, compartiendo con ellos la existencia y guiándolos por el camino de salvación (Jn 10,3ss). De este modo el Buen Pastor, por medio de sus ministros, sigue comunicando una vida nueva o vida eterna (Jn 10,10; 17,2-3). "Porque erais como ovejas descarriadas; pero ahora os habéis vuelto al pastor y guardián de vuestas almas" (IPe 2,25).

La debilidad del signo eclesial (también en el caso del sa­cerdote ministro) queda superada por la presencia, el amor y la fuerza de Cristo resucitado (2Cor 4,7; 12,10). La conciencia de la propia debilidad y de la gracia de Cristo hace posible una ac­titud de fidelidad que convierte al sacerdote en testigo, transpa­rencia y signo eficaz. "Dios prefiere mostrar sus maravillas por obra de quienes, más dóciles al impulso e inspiración del Espí­ritu Santo, por su íntima unión con Cristo y la santidad de su vi­da, pueden decir con el apóstol: No soy yo el que vivo, sino que es Cristo que vive en mí (Gal 4,10)" (PO 12).

El sacerdote, como signo del Buen Pastor, se hace encon­tradizo con los hermanos para transmitirles el mensaje de salva­ción. "Conocer las ovejas y ser conocidos por ellas no se limita a saber de las necesidades de los fieles. Conocer es involucrar el propio ser, amar como quien vino no a ser servido sino a servir" (Puebla 684). Su vida es como la del Señor: "pasó haciendo el bien" (Act 10,30)2.

2 D. GIAQUINTA, El presbítero "forma del rebaño" en la comunidad cristiana de América Latina, "Medellín" 10 (1984) 311-325. El tema está relacionado con la figura del Buen Pastor (ver las notas y bibliografía del capítulo II).

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La caridad pastoral

La santidad o perfección cristiana consiste en la caridad (cf. LG V). La santidad o perfección sacerdotal consiste en la caridad pastoral. Los sacerdotes, "desempeñando el oficio de Buen Pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral halla­rán el vínculo de la perfección sacerdotal, que reduzca a unidad su vida y acción" (PO 14). Su espiritualidad o ascesis es la que corresponde al "pastor de almas" (PO 13)3.

La caridad del Buen Pastor (cf. cap. II, 2) es el punto de referencia de toda la espiritualidad sacerdotal (cf. LG 41). Es ca­ridad que mira a los intereses o gloria de Dios (línea vertical o ascendente) y a los problemas de los hombres (línea horizontal). El equilibrio de estas dos líneas se encuentra en la misión y en la actitud de dar la vida (línea misionera). Para el sacerdote minis­tro esta caridad es un don de Dios (línea descendente). Por esto se hace unidad de vida personal y ministerial a la luz de la mi­sión recibida. "Esa unidad de vida no puede lograrla ni la mera ordenación exterior de las obras del ministerio, ni, por mucho que contribuya a fomentarla, la sola práctica de los ejercicios de piedad. Pueden, sin embargo, construirla los presbíteros si en el cumplimiento de su ministerio siguieren el ejemplo de Cris­to, cuya comida era hacer la voluntad de aquel que lo envió pa­ra que llevara a cabo su obra" (PO 14).

3 El tema de la caridad pastoral queda explicado en al unos estudios sobre Pres-biterorum Ordinis (ver nota 1) y sobre la espiritualidad sacerdotal en general (ver orientación bibliográfica del final del capítulo). N. BENZA, Las virtudes teologales en la vida espiritual del sacerdote, "Revista Teológica Límense" 14 (1980) 303-317; L. M. BILLE, La chantépastorale, "Prétres Diocésains" (nú­mero especial, 1987), 203-218; J. CAPO, Jesús como Pastor, modelo y tipo del sacerdote pastor, Vitoria, Unión Apostólica, 1978; J. GARAY, La caridad pas­toral, Vitoria, Unión Apostólica, 1977; M. PEINADO, Solicitud pastoral, Bar­celona, Rors, 1967; P. XARDEL, La flamme qui devore le berger, París, Cerf, 1969.

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ascendente (vertical)

misionera horizontal

descendente

Las pautas de caridad pastoral trazadas por el Señor se en­cuentran en los momentos iniciales de la vocación apostólica (Mt 4,19-22), en el envío o misión para evangelizar (Mt 10; Le 10), en la descripción que Jesús hace de sí mismo como Buen Pastor (Jn 10; Le 15,1-7) y en la oración sacerdotal (Jn 17). Je­sús examina de amor para confiar la misión de pastoreo (Jn 21, 15-19).

Pedro y Pablo vivieron estas líneas pastorales transmitién­dolas a sus colaboradores en la misión apostólica (Act 20,17-38; Gal 4,19; IPe 5,1-4; cartas a Timoteo y Tito). Son líneas que abarcan tanto la vida como el ministerio sacerdotal:

— Línea esponsal de compartir la vida con Cristo. — Línea pascual: pasar con Cristo a la hora del Padre o a

sus designios de salvación a través del ofrecimiento de sí mismo.

— Línea totalizante de generosidad evangélica: seguimien­to radical.

— Línea de misión universal: disponibilidad misionera. — Línea de audacia y perseverancia, de cruz y de martirio,

"aunque amando más, sea menos amado" (2Cor 12,15).

Viviendo estas líneas de caridad pastoral, la vida del sacer­dote se hace signo creíble. La acción pastoral, por ser prolonga­ción de Cristo, exige dar el testimonio de cómo amó El: "Mirad por vosotros y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos (guardianes o responsables) para apa­centar la Iglesia de Dio., que El adquirió con su sangre" (Act 20,28). "Apacentad el rebaño de Dios que os ha sido confiado,

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gobernando no por fuerza, sino espontáneamente, según Dios; no por sórdido lucro, sino con prontitud de ánimo; no como dominadores sobre la heredad, sino sirviendo de ejemplo al reba­ño" (IPe 5,2-3). "Como un pastor apacentará su rebaño, El lo reunirá con su brazo, El llevará en su seno a los corderitos" (Is 40,11).

En la caridad pastoral se hace patente la consagración y mi­sión participada de Cristo, que atrapa la persona en toda su exis­tencia. "Al regir y apacentar al Pueblo de Dios, se sienten movi­dos por la caridad del Buen Pastor a dar su vida por sus ovejas, prontos también al supremo sacrificio, a ejemplo de los sacerdo­tes que, aun en nuestros días, no han rehusado dar su vida" (PO 13).

No sería posible la caridad pastoral sin la relación personal con Cristo en la oración y especialmente en la celebración euca-rística. "Esta caridad pastoral fluye ciertamente, sobre todo, del sacrificio eucarístico, que es, por ello, centro y raíz de toda la vida del presbítero, de suerte que el alma sacerdotal se esfuerce en reproducir en sí misma lo que se hace en el ara sacrificial. Pe­ro esto no puede lograrse si los sacerdotes mismos no penetran, por la oración, cada vez más íntimamente en el misterio de Cris­to" (PO 14).

Es el Espíritu Santo con sus dones quien hace posible la ca­ridad apostólica. El carácter y la gracia sacramental ayudan a "cumplir perfectamente el cargo de la caridad pastoral" (LG 41). A pesar de las debilidades, es siempre posible reavivar la gracia del Espíritu Santo recibida en el sacramento del Orden (2Tim 1,6; Rom 8,35-37).

La actitud de dar la vida resume toda la existencia del Buen Pastor. Para poder comunicar el "agua viva" (Jn 4,10) o "nuevo nacimiento" (Jn 3,3), Jesús derramó su sangre (Jn 19,34-37), que es prenda de desposorio o Alianza nueva (Le 22,20). La fecundidad apostólica radica en esta entrega espon-sal. "En cruz murió el Señor por las almas; hacienda, honra, fa-

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ma y a su propia Madre dejó por cumplir con ellas; y así quien no mortificare sus intereses, honra, regalo, afecto de parientes, y no tomare la mortificación de la cruz, aunque tenga buenos deseos concebidos en su corazón, bien podrán llegar los hijos al parto, mas no habrá fuerzas para parirlos" (San Juan de Avila, sermón 81).

El ministerio pastoral se hace transparencia de la caridad del Buen Pastor en la medida en que se transformen las dificul­tades en donación. La teología de la cruz, especialmente .en el sacerdote, consiste en transformar el sufrimiento y el trabajo en amor. La caridad pastoral es camino de Pascua, para poder compartir la misma suerte de Cristo (Me 10,38; Jn 13,1). De este modo se completa o prolonga la vida, pasión, muerte y glo­rificación del Señor, a fin de que la vida de Cristo sea realidad en muchos corazones (cf. Col 1,24)4.

Esta fecundidad apostólica se compara a una maternidad o paternidad (cf. Gal 4,19; 1 Tes 2,7-11; ICor 4,15). Fue el mis­mo Jesús quien usó el símil de la maternidad dolo rosa y fecunda como expresión de la vida del apóstol (Jn 16,20-22). Cuando San Pablo se compara a una madre, que con su dolor hace posi­ble el nacimiento de Cristo en el corazón de los fieles (Gal 4,19), sitúa este mensaje en el contexto de la maternidad de María (Gal 4,4-7) y de la Iglesia (Gal 4,19). "Es necesario profundizar de nuevo en esta verdad misteriosa de nuestra vocación: esta 'papternidad en el espíritu', que a nivel humano es semejante a la maternidad. . . Se trata de una característica de nuestra perso­nalidad sacerdotal, que expresa precisamente su madurez apos-

4 El tema de la cruz está relacionado con la realidad de Cristo Sacerdote y Vícti­ma, que debe prolongarse en la vida sacerdotal. Ver encíclica Mediator Dei: AAS 39 (1947) 552-553 (citada en Mentí nostrae n. 30). AA. VV„ Sabiduría de la cruz, Madrid, Narcea, 1980; O. CASEL, Misterio de la cruz, Madrid, Gua­darrama, 1964; DINH DUC DAO, La misión hoy a la luz de la cruz, "Omnis Terra" 28 (1986), 22-29. M. LEGIDO, Conformar la vida con el misterio de la cruz del Señor, en Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Madrid, EDICE 1987, 101-191.

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tólica y su fecundidad espiritual" (Juan Pablo II, Carta del Jue­ves Santo, 1988, n. 4).

La caridad pastoral se hace camino de Pascua siguiendo "la hora del padre" (f. Jn 2,4; 5,28; 7,3.30; 8,20; 12,23-27; 13,1). Para que toda la humanidad pase a los designios de salvación queridos por el Padre, se necesita la vida pascual inmolativa del Buen Pastor, a modo de granito de trigo que muere en el surco para fructificar (Jn 12,24-32). Cristo Sacerdote y Víctima ha querido que sus sacerdotes ministros sean partícipes de esta ac­titud sacerdotal inmolativa.

La vida sacerdotal, precisamente por la actitud de caridad pastoral, es vida martirial. Dar testimonio de Cristo supone su­frir por El, con El y como El (Mt 10,18). La vida se hace marti­rio o testimonio sólo cuando deja transparentar el amor y el per­dón de Cristo (Le 23,34; Act 7,60)5.

Asumir la vida de los hermanos como parte de la propia existencia, a imitación de Cristo (Jn 1,14), supone transformar la propia vida en donación. La máxima expresión de esta actitud pastoral tiene lugar en la muerte. Pero es en el quehacer de to­dos los días, donde el sacerdote prepara y realiza esta inmola­ción martirial: "cada día estoy en trance de muerte" (ICor 15, 31). La vida y la muerte del Buen Pastor (y la de los suyos) asu­me la existencia, los gozos y las esperanzas, los sufrimientos y la muerte de toda la humanidad (cf. GS 1).

Todos los momentos de la vida sacerdotal son trascenden­tales, como "vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). La vida se convierte en libación y oblación (2Tim 4,6) y en pan co-

5 El tema del "martirio", como testimonio hasta la disponibilidad de dar la vida, es una nota característica de la misión sacerdotal (Me 13,9-13; Jn 15,20-27). Sobre el martirio: H. U. VON BALTHASAR, Seriedad con las cosas, Salaman­ca, Sigúeme, 1968. Ver la palabra "mártir" en el Nuevo Diccionario de Espi­ritualidad, Madrid, Paulinas, 1983.

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mido, cuando el sacerdote, a imitación de Cristo y en unión con El, no se pertenece, sino que se da a sí mismo y vive como con­sorte o solidario de la historia de toda la humanidad. Entonces ya no se busca el propio interés, sino los intereses y amores de Cristo (Fil 2,21). La vida sacerdotal en la Iglesia se hace signo presencializador del sacerdocio y de la victimación de Cristo.

Ejercer los ministerios "en el Espíritu de Cristo" (PO 13) equivale a vivirlos en sintonía con la caridad del Buen Pastor:

— En el ministerio de la Palabra: predicar el mensaje tal como es, todo entero, a todos los hombres, al hombre en su situación concreta, sin buscarse a sí mismo.

— En la celebración eucarística: vivir la realidad de ser sig­no de Cristo en cuanto Sacerdote y Víctima por la re­dención de todos.

— En el ministerio de los signos sacramentales: celebrarlos en sintonía con la presencia activa y salvífica de Cristo, que se hace encontradizo con los creyentes en El.

— En toda la acción apostólica: haciendo realidad en la propia vida la sed y el celo pastoral de Cristo.

En las actitudes y en la vida del sacerdote debe aparecer la caridad del Buen Pastor: "venid a mí todos" (Mt 11,28), "tengo otras ovejas" (Jn 10,16), "tengo compasión" (Mt 15,32), "ten­go sed" (Jn 19,28). . . Por esto la formación litúrgica, espiritual, teológica, intelectual, disciplinar, durante el período del Semi­nario y en toda la vida sacerdotal, debe tener la impronta de la caridad pastoral (Cf. OT 4).

La fisonomía y virtudes concretas del Buen Pastor

La vida de los Apóstoles se concreta en el seguimiento evan­gélico de Cristo para ser fieles a su misión. Es vida de caridad

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pastoral como signo transparente de la vida del Buen Pastor. Cristo hizo de la vida una donación total según los designios sal-víficos del Padre en el amor del Espíritu Santo: dándose a sí mismo (pobreza), sin pertenecerse (obediencia), como esposo o consorte de la vida de cada persona humana (virginidad o casti­dad).

La vida apostólica o vida evangélica de los Apóstoles sigue siendo una urgencia para todos sus sucesores (los obispos) e in­mediatos colaboradores (los presbíteros) (cf. cap. III, 3). Se ha llamado apostólica vívendi forma (según el modelo de vida de los Apóstoles) y es el punto de referencia de las enseñanzas y re­glas (cánones) de la Iglesia en toda su historia especialmente so­bre la vida sacerdotal6.

Las exigencias evangélicas de la vida apostólica son las mis­mas para todo sacerdote (diocesano o religioso) que colabora estrechamente con el obispo en la presidencia (servicio) de la comunidad para una dirección espiritual y pastoral. Las formas y los medios pueden ir variando según el tipo de vida secular o religiosa; pero siempre hay que salvaguardar lo esencial:

— Generosidad evangélica para el seguimiento del Buen Pastor e imitación de sus virtudes (obediencia, castidad, pobreza),

— disponibilidad misionera como prolongación de la mi­sión de Cristo (cf. cap. VI),

6 En este capítulo hablamos de la vida apostólica en relación a la vida sacerdotal (como seguimiento a imitación de los Apóstoles. Respecto a la vida consagra­da o religiosa, no necesariamente sacerdotal, ver documentos actuales en: La vida religiosa, documentos conciliares y posconciliares, Madrid, Inst. Tool. Vi­da Religiosa, 1987. Estudios: S. Ma. ALONSO, La utopía de la vida religio­sa, Madrid, Inst. Teol. Vida Religiosa, 1982; M. AZEVEDO, Los religiosos: vo­cación y misión, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1985; A. BANDERA, ¿a vida religiosa en el misterio de la Iglesia, Madrid, BAC, 1984; J. LUCAS HERNÁN­DEZ, La vida sacerdotal y religiosa, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1986; B.SE; CONDIN, Seguimiento y profecía, Madrid, Paulinas, 1986.

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— fraternidad sacerdotal para ayudarse en la generosidad evangélica y en la disponibilidad misionera (cf. cap. VII).

Las virtudes concretas delinean la fisonomía del Buen Pas­tor y enraizan en la caridad pastoral. Se trata de ordenar las ten­dencias más hondas del corazón humano según el amor (ordo amoris": I- II, 62, a. 2):

- Ordenar la tendencia a desarrollar la propia libertad y voluntad: siguiendo los designios salvíficos de Dios Amor sobre la humanidad (obediencia).

- Ordenar la tendencia a la amistad, intimidad y fecundi­dad: compartiendo esponsalmente con Cristo la historia humana (castidad o virginidad),

— Ordenar la tendencia a apoyarse en las criaturas: apre­ciándolas como dones de Dios, para tender al mismo Dios y compartir los bienes en los hermanos (pobreza).

A estas virtudes del Buen Pastor se las ha llamado consejos evangélicos, en cuanto que son un medio para vivir las bienaven­turanzas y un signo y estímulo de la caridad. Jesús llamó a los Apóstoles y a otros discípulos (hombres y mujeres) a esta vida evangélica7.

7 Cuando hablamos de consejos evangélicos para la vida sacerdotal, nos referi­mos al mismo seguimiento evangélico propio de los Apóstoles y de sus suceso­res e inmediatos colaboradores. La profesión pública o semipública de estos consejos constituye una forma de la vida consagrada religiosa, Institutos secu­lares, etc. Además de los estudios citados en la nota anterior, ver: A. COLO­RADO, Los consejos evangélicos, Madrid, Edic. SM, 1965; J. ESQUERDA, Asociaciones sacerdotales de perfección, "Teología Espiritual" 10 (1966) 413-431; T. MATURA, El radicalismo evangélico, Madrid, Inst. Teol. Vida Re­ligiosa, 1980; E. MAZZOLI, Los Institutos Seculares en la Iglesia, Madrid, Stu-dium, 1971; A. MORTA, Los consejos evangélicos, Madrid, Cocuisa, 1968; J. M. SETIEN, Institutos seculares para el clero diocesano, Vitoria, 1957.

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Los sucesores de los Apóstoles y sus inmediatos colabora­dores siguen siendo llamados a convertirse en signo de cómo ama el Buen Pastor, por el espíritu y la práctica de los consejos evangélicos. La profesión de estos consejos, por medio de com­promisos más o menos públicos (votos, promesas, etc.) y de es­tatutos o reglas especiales, pertenece a la vida consagrada de ti­po religioso o de institutos seculares, etc.).

Para el sacerdote ministro estas tres virtudes o consejos evangélicos derivan de la caridad pastoral y dicen relación al ministerio sacerdotal. Sólo a partir de la vocación como declara­ción del amor, es posible comprender y vivir estas exigencias evangélicas de la caridad pastoral. El sacerdote, "como pastor que se empeña en la liberación integral de los pobres y de los oprimidos, obra siempre con criterios evangélicos" (Puebla 696).

La obediencia que deriva de la caridad pastoral es parte in­tegrante de la acción ministerial. Los designios salvíficos de Dios Amor se manifiestan a través de los signos pobres del her­mano, de los acontecimientos y de las luces e inspiraciones del Espíritu Santo. Entre estos signos hay que destacar, como "prin­cipio de unidad" (LG 23), el servicio de presidencia por parte de la Jerarquía y, en concreto, del obispo (cf. Ef 2,19-20).

En Cristo Sacerdote, la obediencia es la esencia de la reden­ción (Heb 5,7-9; Fil 2,5-11). La comunidad ecíesial necesita ver en el sacerdote esta actitud inmolativa como signo de la obedien­cia redentora de Cristo Sacerdote y Víctima. La comunión se construye por medio de una obediencia de comunión por parte de los sacerdotes.

La obediencia responsable, precisamente por nacer de la caridad pastoral, se traduce en humildad ministerial de quien es "instrumento vivo de Cristo Sacerdote" (PO 12): "consciente de su propia flaqueza, el verdadero ministro de Cristo trabaja con humildad, indagando cuál sea el beneplácito de Dios y, có­mo atado por el Espíritu (Act 20,22), se guía en todo por la vo-

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luntad de aquel q'ue quiere que todos los hombres se salven" (PO 15).

La obediencia evangélica se concreta en la audacia de una santa libertad de diálogo sincero que es garantía de docilidad incondicional: "Esta obediencia, que conduce a la más madura libertad de los hijos de Dios, exige por su naturaleza que al exo-gitar prudentemente los presbíteros, en el cumplimiento de su ministerio, movidos por la caridad, nuevos métodos para el ma­yor bien de la Iglesia, propongan confiadamente sus proyectos y expongan insistentemente las necesidades de la grey que les ha sido confiada, prontos siempre a someterse al juicio de los que ejercen la autoridad principal en el gobierno de la Iglesia de Dios" (PO 15; cf. can. 245,273-275)8.

La castidad o virginidad, llamada también celibato, es "sig­no y estímulo de la caridad pastoral y fuente de fecundidad es­piritual en el mundo" (PO 16; cf. LG 42). "El presbítero anun­cia el Reino de Dios que se inicia en este mundo y tendrá su ple­nitud cuando Cristo venga al final de los tiempos. Por el servicio de ese Reino, abandona todo para seguir a su Señor. Signo de es­ta entrega radical es el celibato ministerial, don de Cristo mismo y garantía de una dedicación generosa y libre al servicio de los hombres" (Puebla 692). "En el ejercicio de esta caridad c ' une al sacerdote íntimamente con la comunidad, se encontrará el equilibrio de la personalidad humana, hecha para el amor, y se redescubrirán las grandes riquezas contenidas en el carisma del celibato en toda su visión cristológica, eclesiológica, escatológica y pastoral" (Medellín, XI, 21).

8. En el sacerdote la obediencia tiene dimensión ministerial y espiritual. La per­fección sacerdotal se realiza en la "comunión", también y principalmente en el ejercicio de los ministerios. T. GOFFL Obediencia y autonomía personal, Bilbao, Mensajero, 1969; L. GUTIÉRREZ, Autoridad y obediencia en la vida religiosa, Madrid, Inst. Teol. Vida Religiosa, 1974; L. LOCHERT, Autoridad y obediencia en la Iglesia, Salamanca, Sigúeme, 1967; P. LUMBRERAS, La obediencia, problemas de actualidad, Madrid, Studium, 1957; K. RAHNER, Marginales sobre la pobreza y obediencia, Madrid, Taurus, 1972; H. RONDET, L'Obéissance, problémede vie, mystérede foi, París, Mappus, 1966.

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Más allá de la terminología caridad, virginidad, celibato, hay que descubrir la actitud esponsal de Cristo Buen Pastor, que se hace consorte de la vida de cada persona humana hasta darse en sacrificio por ella (Ef 5, 25ss). De este desposorio de Cristo con la Iglesia (y con toda la humanidad), el sacerdote ministro es signo ante toda la comunidad. En él la comunidad eclesial en­cuentra el signo de cómo amó Jesús: dándose a sí mismo, sin pertenecerse, a modo de desposorio con la Iglesia.

La castidad virginal garantiza la libertad apostólica para de­dicarse con corazón indiviso y esponsalmente a los intereses de Cristo y al servicio eclesial (PO 15; 1 Cor 7,32-34; can 277). Por eso, "está en múltiple armonía con el sacerdocio" (PO 16) y es parte integrante del seguimiento evangélico de los doce Apósto­les, "por el Reino de los cielos" (Mt 19,11-12; cf. Le 20,35)9.

La entrega esponsal a Cristo y el servicio de signo para la Iglesia esposa, se convierte para el sacerdote en maduración de la propia personalidad (amistad, fecundidad), hasta el punto de colaborar al nacimiento de la vida nueva en toda la humani­dad redimida por Cristo. La castidad virginal tiene, pues, estas dimensiones:

— Dimensión cristológica: amistad profunda con Cristo, a partir de una declaración de amor y de una entrega es­ponsal a su obra salvífica.

— Dimensión eclesial: ser signo del amor esponsal entre Cristo y su Iglesia, sirviendo y amando a la Iglesia como Cristo la amó y sirvió.

9 Encíclica sacra Virginitas: AAS 46 (1954) 161-191; encíclica Sacerdotalis coelibatus: AAS 59 (1967) 657-697 (ver el texto en: El sacerdocio hoy, docu­mentos del Magisterio). Ver documento de la Congregación sobre la Educación Católica: Orientaciones sobre la educación del celibato (1974). Estudios: AA. W . , Sacerdocio y celibato, Madrid, BAC, 1971; L. J. GONZÁLEZ, Experien­cia de Dios y celibato creativo a la luz de la actual psicoterapia, "Medellín" 7 (1981) 531-570; J. Ma. URIARTE, D. ESLAVA, El celibato sacerdotal, Vi­toria, Unión Apostólica, 1987.

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— Dimensión antropológica: de perfección cristiana de la personalidad por un proceso de donación que es relación profunda con Cristo y fecundidad apostólica.

— Dimensión escatológica: como signo y anticipo de un encuentro final con Cristo; "al servicio de la nueva hu­manidad que Cristo, vencedor de la muerte, suscita por su Espíritu en el mundo" (PO 16).

Se necesita formación adecuada y práctica de los medios de santificación para perseverar en este don o carisma y en el conjunto de dones y carismas sacerdotales (can 244; cf. VIH, 5). Las motivaciones y dimensiones de la castidad virginal se man­tienen principalmente gracias a la vida eucarística, a la medita­ción de la palabra, a la intimidad con Cristo (diálogo cotidiano: PO 18), a la devoción o actitud mariana, al espíritu de sacrifi­cio, a la fraternidad sacerdotal, también para superar la soledad moral, al consejo o dirección espiritual, etc. María, como figura de la Iglesia, es modelo y ayuda de esta asociación esponsal con Cristo. "La analogía entre la Iglesia y María Virgen es especial­mente elocuente para nosotros, que unimos nuestra vocación sacerdotal al celibato por el Reino de los cielos (cf. Mt 19,12) . . . La fidelidad virginal al Esposo (cf. LG 64), que encuentra su expresión particular en esta forma de vida, nos permite parti­cipar en la vida íntima de la Iglesia, la cual, a ejemplo de la Vir­gen, trata de guardar 'pura e íntegramente la fe prometida al Es­poso' (cf. LG 64). . . Ante este modelo, es decir, el prototipo que la Iglesia encuentra en María, es necesario que nuestra elec­ción sacerdotal del celibato para toda la vide esté depositada también en su corazón" (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo, 1988, n. 5).

La ley sobre el celibato tiene el sentido de garantizar la au­tenticidad de este carisma y de ayudar a su fidelidad, como bien propio y común de la comunidad eclesial (cf. can 1037). La co­munidad necesita ver el signo de cómo ama el Buen Pastor, para ser ella misma fiel a todos sus carismas y vocaciones. El sacerdo-

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te ministro está llamado al seguimiento evangélico de Cristo como "máximo testimonio de amor" (PO 11).

La pobreza evangélica de la vida apostólica (o vida de los doce Apóstoles) es una expresión necesaria de la caridad pasto­ral: darse como Cristo. El Señor amó así: "El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza" (Mt 8,20). "Conocéis la gra­cia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobre­za" (2Cor 8,9)10.

El sacerdote ministro está llamado a ser signo de cómo ama Cristo. La pobreza sacerdotal arranca de la caridad y se convier­te en disponibilidad y fecundidad apostólica. Es la libertad res­pecto a los bienes terrenos (honores, cargos, comodidades, pro­piedades, tiempo, dinero. . .), que nos hace "dóciles para oír la voz de Dios en la vida cotidiana" (PO 17) y disponibles para la misión. La opción, el amor y el "servicio preferencial por los po­bres" (Puebla 670) no serían posibles sin un corazón pobre (contemplativo de la palabra de Dios) y sin una vida pobre (com­partir la misma vida de los que sufren).

La pobreza evangélica del sacerdote es un signo del Buen Pastor, necesario para el camino de la Iglesia peregrina hacia el

10 El testimonio de pobreza evangélica es siempre un punto clave en la evangeli-zación. A. ANCEL, La pobreza del sacerdote, Madrid, Euramérica, 1957; P. GAUTHIER, Los pobres, Jesús y la Iglesia, Barcelona, Estela, 1964: ídem, El evangelio de la justicia y de los pobres, Salamanca, Sigúeme, 1969; A. GE-LIN, Los pobres de Yavé, Barcelona, Nova Terra, 1965; J. Ma. IRABÜRU, Pobreza y pastoral, Estella, Verbo Divino, 1968; M. JUNCADELIA, Espiritua­lidad de la pobreza, Barcelona, Nota Terra, 1965; F. M. LÓPEZ MELUS, Po­breza y riqueza en los Evangelios, Madrid, Studium; A. RIZZL, Escándalo y bienaventuranza de la pobreza, Madrid, Paulinas, 1978. El Directorio para el ministerio pastoral de los obispos" (n. 28) da unas pautas concretas y ofrece motivaciones: "Aleja de sí hasta la apariencia de autoritarismo y de estilo

rmundano de gobierno. Se comporta como un padre para con todos, pero en forma especial para con las personas de condición humilde y con los pobres; sabe que ha sido, como Jesús (cf. Le 4,18), ungido por el Espíritu Santo y en­viado principalmente para anunciar el evangelio a los pobres".

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encuentro final con Cristo. La comunidad eclesial y la comuni­dad humana necesitan este testimonio de pobreza evangélica de parte de los pastores, para aprender a vivir la solidaridad y cons­truir la comunión de toda la humanidad (SRS 40). "Cristo. . . ha entregado a la humilde Virgen de Nazaret el admirable mis­terio de su pobreza, que hace ser ricos. Y nos entrega también a nosotros el mismo misterio mediante el sacramento del sacer­docio" (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo 1988, n. 8).

Esta pobreza sacerdotal, aunque no tenga muchas normas concretas para el sacerdote, se manifiesta y se conserva por unos signos evangélicos: humildad y disponibilidad ministerial, ale­gría en el servicio y convivencia, libertad en el uso de los bienes terrenos, espíritu de sacrificio, compartir con los demás, cerca­nía comprometida a los pobres, búsqueda de la palabra de Dios, necesidad de consejo espiritual y revisión de vida, fraternidad sacerdotal, vivencia de la comunión de Iglesia. . .

La pobreza ministerial, a la luz de la caridad pastoral, en­cuentra unas pautas de aplicación en la doctrina y disposiciones de la Iglesia durante la historia, como herencia recibida de la tra­dición apostólica (apostólica vivendi forma):

— Vivir del propio trabajo pastoral.

— Disponer de los bienes que provienen de este trabajo, con una moderación de vida, limosna, compartir con los hermanos del Presbiterio y con la comunidad eclesial.

— Devolver a la comunidad y a los pobres lo que no se ne­cesita para una vida verdaderamente sacerdotal (cf. Mt 10,8-1 l;PO 17; can 282, 387)11.

11 Cuando por razones apostólicas, no por realizarse a sí mismo ni por convenien­cias económicas y de autonomía, sea conveniente ejercer un trabajo "civil" (cf. PO 8), ha de ser con las condiciones de: misión, preparación adecuada, vida de grupo con otros sacerdotes. Ver el documento sinodal de 1971: El sa­cerdocio ministerial, 2a. parte. I, 2 (documento publicado y comentado en:

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La pobreza evangélica tiene dimensión cristológica (de sig­no e imitación de Cristo), eclesial (disponibilidad para servir en la misión de la Iglesia), social (compartir los bienes) y escatoló-gica (esperanza, Iglesia peregrina). La capacidad de misión y de ser pan comido, como Jesús eucaristía, dependerá de la imita­ción de su pobreza en Belén y de su desnudez en la cruz. "Lle­vados por el Espíritu del Señor, que ungió al Salvador y lo en­vió a dar la buena nueva a los pobres, eviten los presbíteros, y también los obispos, todo aquello que de algún modo pudiera alejar a los pobres, apartando, más que los otros discípulos de Cristo, toda especie de vanidad. Dispongan su morada de tal forma que a nadie resulte inaccesible, ni nadie, aún el más hu­milde, tenga nunca miedo de frecuentarla" (PO 17).

Santidad y líneas de espiritualidad sacerdotal

La santidad cristiana, que consiste en la "perfección de la caridad" (LG 40), se concreta para el sacerdote ministro en la caridad pastoral (LG 41). La configuración con Cristo, el segui­miento e imitación suya, así como la relación personal con El, como "Maestro y modelo de toda perfección" (LG 40), tiene en el sacerdote ministro el matiz de transformarse en "instrumento vivo de Cristo. Sacerdote" (PO 12; cf. LG 41) y en signo transpa­rente del Buen Pastor (Jn 17,10).

El tema de la espiritualidad sacerdotal se va desarrollando en los diversos capítulos de toda esta publicación. La santidad y espiritualidad sacerdotal son una concretización de la santidad y espiritualidad cristiana (cf. cap. I, n. 5), siguiendo las líneas del seguimiento evangélico de los Apóstoles (cap. II, n. 3), según el modelo supremo del Buen Pastor (cap. II, n. 1) y las luces

El sacerdocio hoy, o.c). La virtud de la pobreza evangélica no debe confun­dirse con las situaciones de miseria o de necesidad extrema; el mismo espíritu de pobreza ayuda a encontrar soluciones para la vida material de los demás hermanos y para la previsión social de ancianidad y de enfermedad (cf. PO 20-21).

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nuevas que el Espíritu Santo comunica a su Iglesia en cada épo­ca para vivir las exigencias evangélicas (cap. I, n. 4). Las gracias recibidas en el sacramento del Orden (cap. II, n. 4), para prolon­gar a Cristo en los diversos ministerios (cap. IV) y las gracias de pertenecer a una Iglesia particular (cap. VI) y a un Presbiterio (cap. VII) son bases suficientes para fundamentar una espiritua­lidad sacerdotal específica.

Del ser y de la función sacerdotal deriva una exigencia y una posibilidad de santidad, que se concreta en la caridad pasto­ral. Esta santidad es, pues, vivencia de lo que el sacerdote'es y hace. Es siempre fidelidad a la acción del Espíritu Santo (cap. III, n. 4). Las líneas o rasgos de la fisonomía espiritual y pasto­ral del sacerdote se encuentran en los textos bíblicos sobre la vida apostólica y se pueden concretar según las directrices con­ciliares del Vaticano II:

— Actitud de servicio (PO 1,4-5). — Consagración para la misión (PO 2-3). — Comunión de Iglesia (PO 7-9). — Esperanza y gozo pascual (PO 10). — Transparencia e instrumento vivo de Cristo Sacerdote y

Buen Pastor (PO 12). — Santidad en el ejercicio del ministerio y "ascética propia

del pastor de almas" (PO 13-14). — Caridad pastoral concretizada en obediencia, castidad y

pobreza (PO 15-17). — Uso de los medios comunes y específicos de santificación

y apostolado (PO 18-22)12.

12 Algunas publicaciones ofrecen una síntesis relativamente completa de la espi­ritualidad sacerdotal. Nos remitimos a la orientación bibliográfica final del ca­pítulo. Publico una lista más completa de los libros más actuales en: El sacer­docio hoy, Madrid, BAC, 1985, 617-624; Te hemos seguido, espiritualidad sa­cerdotal, Madrid, BAC, 1988, 168-175. Distribuidos por épocas históricas: His­toria de la espiritualidad sacerdotal, Burgos, Facultad de Teología, 1985 (voL 19 de "Teología del Sacerdocio").

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Estas líneas o rasgos de la espiritualidad sacerdotal arran­can del ser y del obrar de todo sacerdote ministro (obispo, pres­bítero y analógicamente diácono), como partícipe del ser y del obrar de Cristo, como maestro de verdad, pontífice y santifica-dor, signo y constructor de la unidad (cf. Puebla 687-691).

El servicio sacerdotal es para construir la comunidad en el amor. Es "servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey" (PO 1), obrando en su nombre como Cabeza de la comunidad (PO 2). No se buscan privilegios y ventajas humanas, sino el ser signo de la donación sacrificial o humillación (kenosis) de Cristo (Fil 2,7). "Conocer a las ovejas. . . es involucrar el propio ser, amar como quien vino no a ser servido sino a servir" (Puebla 684; cf. Mt 20,25-28).

La consagración sacerdotal es participación de la consagra­ción de Cristo (PO 2), como pertenencia total a la misión reci­bida del Padre (Le 4,18; Jn 20,21). La misión se hace totalizan­te por la consagración: "son segregados para consagrarse total­mente a la obra para la que el Señor los llama" (PO 3).

El sentido de comunión eclesial es parte esencial de la espi­ritualidad del sacerdote (cf. cap. VI, n. 4). "El ministerio sacer­dotal, por el hecho de ser ministerio de la Iglesia misma, sólo puede cumplirse en comunión jerárquica con todo el Cuerpo" (PO 15). En el terreno práctico se traduce en unión afectiva y efectiva con el propio obispo (PO 7), con los demás sacerdotes del Presbiterio (PO 8) y con la comunidad eclesial a la cual sir­ve (PO 9).

La disponibilidad para la misión universal (cf. cap. VI, n. 3) es una exigencia del don recibido en la ordenación, como participación en la misión universal de Cristo (PO 10). Es la solicitud por todas las Iglesias, al estilo de Pablo (2Cor 11,28). Esta perspectiva universalista sanea la vida y el ministerio sa­cerdotal, liberándolos de una problemática estéril y enfermiza.

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El tono de esperanza y de "gozo pascual" (PO 11) da a entender una sana antropología de sentirse amado por Cristo y capacitado para amarle y hacerle amar, hasta la caridad pastoral como "máximo testimonio del amor" (PO 11). La alegría de pertenecer esponsalmente a Cristo, es una nota característica de la evangelización como anuncio de la buena (o gozosa) nueva de la resurrección de Cristo. Este tono de gozo pascual es fuente de vocaciones sacerdotales.

Ser transparencia e instrumento vivo de Cristo Sacerdote (PO 12) corresponde a la razón de ser signo claro y portador de Cristo. La relación personal con El se hace configuración, imita­ción y amistad profunda, que transforme al apóstol en testigo: "nosotros somos testigos" (Act 2,32).

La espiritualidad y santidad sacerdotal se realiza "ejercien­do los ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13). Esa es la ascesis peculiar de quien desempeña un oficio pastoral: "ascesis propia del pastor de almas" (ibídem). Salvada la distinción entre momentos de oración, acción, estudio, convivencia, descanso, etc., hay que mantener la unidad de vida sin dicotomías (PO 14). A Cristo se le encuentra en los diversos signos de Iglesia y del hermano.

La caridad pastoral se concreta en las virtudes y gestos de vida del Buen Pastor: obediencia, castidad, pobreza (PO 15-17). Quien es signo portador de la palabra, de la acción sacrificial y del pastoreo de Cristo, lo es también de su modo de amar hasta dar la vida.

Los medios comunes y específicos de vida y ministerio sa­cerdotal (PO 18-21) son necesarios para sintonizar con los "sen­timientos de Cristo" (Fil 2,5) y ser fiel a los carismas del Espíri­tu (cf. cap. VIII, n. 5). "Por tanto, para conseguir sus fines pas­torales de renovación interna de la Iglesia, de difusión del evan­gelio por el mundo entero, así como de diálogo con el mundo actual, este sacrosanto concilio exhorta vehementemente a to­dos los sacerdotes a que, empleando los medios recomendados

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por la Iglesia, se esfuercen por alcanzar una santidad cada vez mayor, para convertirse, día a día, en más aptos instrumentos para el servicio de todo el Pueblo de Dios" (PO 12).

Estas líneas de espiritualidad se mueven según diversas di­mensiones y perspectivas; trinitaria, cristológica, pneumatológi-ca, eclesial, litúrgica, sociológica (de cercanía a la realidad), an­tropológica. . .

La santidad sacerdotal, como se ha dicho continuamente, enraiza en la espiritualidad cristiana. Las virtudes humano-cris­tianas pasan a ser sacerdotales cuando se expresan en la caridad pastoral:

— La capacidad de tener y emitir un criterio o una convic­ción y modo de pensar, se ilumina con la fe.

— La capacidad de valorar las cosas se potencia y equilibra con la esperanza para sentir y apreciar los valores según la escala de valores del Buen Pastor.

— La capacidad de tomar decisiones se enriquece con la ca­ridad para amar y actuar como Cristo Sacerdote13.

De esta raíz humana, cristiana y sacerdotal, brotan aplica­ciones concretas señaladas por el concilio para la formación y vida sacerdotal: "No podrían ser ministro de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida distinta de la terrena, ni podría tampoco servir a los hombres si permanecieran ajenos a la vida y condiciones de los mismos.. . Mucho contribuyen a lo-

13 Los manuales de espiritualidad acostumbran actualmente a describir esas virtu­des humanas "ver cap. I, nota 19). Para la base humana de la espiritualidad: AA. W. , Psicología y espíritu, Madrid, Paulinas, 1971; R. ZAVALLONI, Le strutture umane della vita spirituale, Brescia, Morcelliana, 1971; ídem, La per­sonalidad en perspectiva social, Barcelona, Herder, 1977; ídem, Psicología pas­toral, Madrid, Studium, 1967.

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grar este fin las virtudes que con razón se estiman en el trato hu­mano, como son la bondad de corazón, la sinceridad, la fortale­za de alma y la constancia, el continuo afán de justicia, la urba­nidad y otras" (PO 3; cf. OT 11 y 19).

La caridad pastoral se concreta en un servicio como el de Cristo: "pasó hacienío el bien" (Act 10,30). El sacerdote se ha­ce transparencia de Cristo: "sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo" (ICor 4,16). Esta caridad se traduce en:

— responsabilidad en la situación histórica a la luz 'de la historia de salvación,

— compromiso auténtico y concreto, — generosidad para el sacrificio, — colaboración y diálogo con los demás apóstoles, — sentido de realismos, optimismo y confianza, — actitudes de humildad y aceptación de sí mismo, junto

con la audacia y magnanimidad al afrontar las dificulta­des.

La formación en estas virtudes (cf. cap. VIII, n. 3 y 4) de­be ser armónica y constante desde el Seminario y a lo largo de toda la vida, siempre bajo la acción de la gracia que las convierte en virtudes cristianas y sacerdotales.

GUIA PASTORAL

Reflexión bíblica:

— Aspectos de la caridad pastoral de Cristo: Jn 10, lss: Le 15,1-7; Act 10,30; Is 40,11; Puebla 681 ss.

— De la amistad con Cristo, a la caridad pastoral: Jn 15,9.13-14; 21,15-19.

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— Las exigencias evangélicas de la caridad pastoral: Mt 4,19-22, lss; Le 10, lss.

— Las figuras de Pedro y Pablo: Act 20,17-38; 1 Pe 5,1 -4.

La fecundidad de la cruz: In 16,20-33; Gal 4,19; Col 1,24.

— Sentido redentor de la obediencia del Buen Pastor: Heb 5,7-9; 10,5-7;Jn 10,18; Fil 2,5-11.

— La vida de pobreza para vivir el amor preferencial por los pobres: Mt 8,20; 2Cor 8,9; Puebla 670.

Estudio personal y revisión de vida

— Líneas pastorales de la vida sacerdotal según "Prebutero-rum Ordinis". Relacionar PO 4-6 (ministerios) con PO 12-14 (santidad).

— Caridad pastoral y unidad de vida (PO 14).

_ Caridad ascendente y descendente a la luz de la misión (PO 13).

_ Dimensión misionera de la obediencia, castidad y pobreza a la luz de la caridad pastoral (PO 15-17).

__ La "vida apostólica" como fraternidad (PO 8), disponibili­dad misionera (PO 10) y generosidad evangélica (PO 15-17).

__ Dimensión cristológica, eclesial, antropológica y escatoló-gica de la castidad (PO 16; Puebla 692; Medellín XI, 21).

Signos y medios de la pobreza ministerial (PO 17; can 282, 287).

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Virtudes humanas redimerísionadas en la caridad pastoral (P0 3:OT 11 y 19).

ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA

Los temas de espiritualidad sacerdotal se van exponiendo en toda es­ta publicación, anotando la bibliografía más concreta. En este mismo capí­tulo V, hemos indicado: Comentarios al "Presbyterorum Ordinis" (nota 1), caridad pastoral (notas 2 y 3), cruz (nota 4), martirio (nota 5), vida religio­sa (nota 6), consejos evangélicos (nota 7), obediencia (nota 8), castidad (nota 9), pobreza (nota 10), etc. En otros capítulos se anota el tema de la espiritualidad sacerdotal con otras aplicaciones, especialmente respecto al sacerdocio ministerial (capítulo III) y a la espiritualidad del sacerdote dio­cesano (capítulos VI y VII). Anotamos sólo algunas publicaciones que pue­den aportar una síntesis. Habría que recordar también publicaciones de épocas anteriores y que continúan siendo arsenales de espiritualidad sacer­dotal siempre válida (ver el capítulo X). Ver la orientación bibliográfica general.

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Page 87: Signos Del Buen Pastor

Capítulo VI.

SACERDOTES AL SERVICIO

DE LA IGLESIA

PARTICULAR Y UNIVERSAL

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VI. SACERDOTES AL SERVICIO DE LA IGLESIA PARTICULAR Y UNIVERSAL

Presentación

El sacerdote es ministro o "servidor de Cristo" (ICor 4,1), que se prolonga en el tiempo y en el espacio bajo signos de Igle­sia. "El ministerio sacerdotal es ministerio de la misma Iglesia" (PO 15). Se participa en el ser, en el obrar y en las vivencias de Cristo Sacerdote, que "vino a servir" (Me 10,45) y que "amó a la Iglesia y se entregó en sacrificio por ella" (Ef 5,25).

La espiritualidad específica del sacerdote ministro arranca de la caridad pastoral y se concreta en el servicio a la Iglesia par­ticular o local (diócesis) y a la Iglesia universal. Esto debe afir­marse de todo sacerdote, pero encuentra una aplicación especial cuando se trata del sacerdote diocesano, es decir, que ha recibi­do como hecho de gracia el pertenecer a la Iglesia particular también respecto a su responsabilidad misionera.

Pablo, ministro y apóstol de Cristo, sirvió siempre a la Igle­sia, presentándola como cuerpo y expresión de Cristo, su espo­sa, "columna y fundamento de la verdad" (ITim 3,15). La vida de Pablo fue siempre una inmolación personal "por el bien de la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo" (Col 1,24). Su solicitud era siempre "por toda las Iglesias" (2Cor 11,28).

El sacerdote, como principio de unidad en la comunidad, ayuda a todas las vocaciones y carismas a ponerse al servicio de

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la comunidad eclesial. Para todos, "evangelizar no es un acto in­dividual y aislado, sino profundamente eclesial" (EN 80). El sa­cerdote ministro sirve, pues, a la Iglesia como comunidad y es­posa fiel de Cristo (2Cor 11,2) y comunidad evangelizadora (Mt 28,19).

El sentido y amor de Iglesia para el sacerdote supone ser­virla desinteresadamente, sin servirse de ella y "sin considera­ción del provecho propio o familiar" (AG 16). "Con ello apren­derán maravillosamente a entregarse por entero al servicio del Cuerpo de Cristo y a la obra del evangelio, a unirse con su pro­pio obispo como fieles cooperadores y a colaborar con sus her­manos" (ib ídem).

En la Iglesia fundada y amada por Jesús

La Iglesia es una comunidad de creyentes en Cristo convo­cada (ecclesia) por su palabra y su presencia salvífica. No ha na­cido, pues, de una elaboración técnica ni de una simple experien­cia humana. "La Iglesia es inseparable de Cristo, porque El mis­mo la fundó por un acto expreso de su voluntad, sobre los Do­ce, cuya cabeza es Pedro, constituyéndola como sacramento universal y necesario de salvación" (Puebla 222).

La Iglesia no se funda a sí misma, sino que ha nacido de los amores de Cristo (Ef 5,25ss) o "de su costado" (SC 5; Jn 19, 34; Gen 2,23). No hay diferentes modelos de Iglesia. Puede ha­ber eclesiologías o explicaciones diferentes y, al mismo tiempo, armónicas; pero la Iglesia es una sola. Esta Iglesia única se con­creta con diversidad de carismas en las diversas Iglesias particula­res (ver el n. 2). "Esta Iglesia es una sola: la edificada sobre Pe­dro, a la cual el mismo Señor llama 'mi Iglesia' (Mt 16,18)" (Pue­bla 225).

Cristo mismo ha escogido los signos de su presencia activa de resucitado a través del tiempo y del espacio (Me 16,15; Mt 28,29; Jn 20,21-23). Estos signos son personas (vocaciones) y

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SACERDOTES A L SERVICIO DE LA IGLESIA PARTICULAR Y. . .

servicios (ministerios). Son signos débiles, pero portadores de la palabra, de la gracia, de la presencia del Señor y de la fuerza de su Espíritu Santo. Cada fiel está llamado a un servicio diferente, con la misma dignidad de hijo de Dios, sin privilegios ni ventajas humanas.

Un signo fuerte de unidad, como quien "preside la caridad universal" (San Ignacio de antioquía) es Pedro y sus sucesores (Mt 16,18). En las diversas Iglesias particulares este principio de unidad lo constituyen los Apóstoles y sus sucesores los obispos (ayudados por sus presbíteros), siempre apoyados en Cristo "la piedra angular" (EF 2,20) representada por Pedro.

A esta comunidad de creyentes y pastores, Cristo la llama mi Iglesia" (Mt 16,18) y en ella prolonga su misma misión (Jn 20,21). Por esto, "la Iglesia existe para evangelizar" (EN 14). "La Iglesia es también depositaría y transmisora del evangelio. Ella prolonga en la tierra, fiel a la ley de la encarnación visible, la presencia y acción evangelizadora de Cristo. Como El, la Igle­sia vive para evangelizar. Esa es su dicha y vocación propia: pro­clamar a los hombres la persona y el mensaje de Jesús" (Puebla 224).

El sacerdote ministro es servidor de esta Iglesia, a la que sirve sin servirse de ella. "Mirad por vosotros y por todo el reba­ño sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido vigilantes para apacentar la Iglesia de Dios, que El adquirió con su sangre" (Act 20,28). El sacerdote hace posible que la comunidad eclesial se realice como misterio (signo de la presencia de Cristo), comu­nión (fraternidad o familia) y misión. El servicio sacerdotal es principio de unidad. La comunidad refleja la comunión de Dios Amor y se hace portadora de los planes de Dios para todos los hombres. "Así toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4, citando a San Cipriano)1.

1 Ver bilbiografía sobre la Iglesia sacramento y comunión en la nota 8 del capítu­lo II. Sobre la Iglesia Pueblo sacerdotal: nota 11 del mismo capítulo. Síntesis

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La Iglesia es, pues, signo eficaz (sacramento) de unidad, es decir, "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1). Esta unidad de co­munión fraterna, de que es portadora la Iglesia, ha sido realiza­do por Cristo Sacerdote y Víctima (Ef 2,14). La misión de la Iglesia es la de "manifestar y, al mismo tiempo, realizar el miste­rio del amor de Dios al hombre" (GS 45). La humanidad de Cris­to es el sacramento original, del que deriva toda la sacramentali­dad de la Iglesia, como sacramento prolongado, a modo de com­plemento de Cristo (Ef 1,18; cf. 3,9-10).

El sacerdote, como signo personal de Cristo, es servidor y parte integrante de esta sacramentalidad: prolonga en la Iglesia y en el mundo la palabra, el sacrificio y el pastoreo o realeza de Cristo. Al anunciar, hacer presente y comunicar el misterio pas­cual de Cristo, el sacerdote da testimonio que "del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera" (SC 5).

La Iglesia, pues, a la que sirve el sacerdote, es "sacramento de unidad" (SC 26), "sacramento visible de esta unidad salvífica para todos y cada uno" (LG 9). El sacerdote forma parte de esta sacramentalidad eclesial como principio de unidad (con su obis­po) en la misma comunidad. Toda la sacramentalidad de la Igle­sia y todo signo eclesial tiene estas características: transparencia (signo claro), eficacia (signo portador), necesidad por voluntad de Cristo, limitación humana (cf. LG 7-8; cf. Puebla 222-231).

Esta realidad eclesial se expresa a través de diversos títulos bíblicos (cf. LG 6-7); los principales son los siguientes:

de eclesiología: AA. VV. (BARAUNA), La Iglesia del Vaticano II, Barcelona, Flors, 1966; AA. VV., Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia, Madrid, BAC, 1966; A. ANTÓN, La Iglesia de Cristo, Madrid, BAC, 1977; J. AUER, J. RATZINGER, La Iglesia, Barcelona, Herder, 1985; R. BLAZQUEZ, La Igle­sia del Vaticano II, Salamanca, Sigúeme, 1988; G. PHILIPS, La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II, Barcelona, Herder, 1968; J. RATZINGER, El nuevo Pueblo de Dios, Barcelona, Herder, 1972.

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— Cuerpo (místico) de Cristo: como expresión suya (ICor 12,26-27), que crece de modo permanente y armónico (Col 2,19; Ef 5,23; 4,4-6.15), teniendo al mismo Cristo por Cabeza (Ef 1,22; 5,23-24; Col 1,18).

— Pueblo de Dios: como propiedad esponsal, "pueblo ad­quirido" (IPe 2,9) y comprado con la sangre de Cristo (Act. 20,28), "signo levantado ante las naciones" (Is 11, 12; cf. SC2;LGII).

— Reino de Cristo y de Dios: como inicio del Reino defini­tivo, que será realidad plena en el más allá (Me 4,26; Mt 12,18; Jn 18,36). "La Iglesia es el Reino de Cristo" (LG 3), "ya constituye en la tierra el germen y principio de este Reino" (LG 5), a modo de fermento (Mt 13,33), que está ya dentro del mundo (Me 1,15), hasta que "Dios sea todo en todas las cosas" (ICor 15,27-28).

— Sacramento o misterio: como signo transparente y por­tador de los planes salvíficos de Dios (Ef 1,3-9; ITim 3,16). La Iglesia, anunciando y comunicando el misterio de Cristo (Ef 3,9-10; 5,32), se realiza como "sacramento universal de salvación" (LG 48; AG 1; cf. LG 1, 9, 15, 39).

— Esposa de Cristo: como consorte suya(Ef 5,25-32), fiel (2Cor 11,2), que le pertenece totalmente (Rom 7,2-4; ICor 6, 9). El desposorio de Cristo con la Iglesia se basa en la alianza nueva (Le 22,19-20), que la hace solidaria del amor de Cristo a toda la humanidad.

— Madre: como instrumento de vida nueva en Cristo (Gal 4,19 y 26). El servicio sacerdotal está relacionado con la maternidad de la Iglesia (PO 6; LG 6,14; 64-65; SC 85, 122; GS 44). De esta maternidad, María es Tipo o figura (Apoc. 12,-1 ;Jn 19,25-27; LG 63-65).

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El sacerdote ministro, sirve, pues a esta Iglesia fundada y amada por Jesús, como prolongación o complemento suyo: mis­terio (signo de su presencia), comunión (imagen de Dios Amor), misión (portadora de Cristo para todos los pueblos). Así la Igle­sia se hace constructora de la comunión universal2.

El sacerdote ministro en la Iglesia particular o local

El servicio eclesial del sacerdote ministro se concreta nece­sariamente en una comunidad o Iglesia (particular, local, dióce­sis), presidida por un obispo sucesor de los Apóstoles. Ahí, en esa comunidad, concretizada en el espacio y en el tiempo, acon­tece la Iglesia. Es la Iglesia del acontecimiento. "Cuanto acaba­mos de decir de la Iglesia universal debe afirmarse también de las comunidades particulares de cristianos. . ., de los cuales se compone la única Iglesia católica; puesto que también ellos son regidos por Cristo Jesús y por la voz y potestad del obispo de cada una de ellas. . .; por lo que se refiere a la diócesis de cada uno de ellos, son verdaderos pastores, cada uno apacienta y rige a la grey particular en nombre de Jesús" {Mystici Corporis Chris-tif.

2 El Sínodo Episcopal extraordinario de 1985 subrayó, en su documento final, la eclesiología de comunión como síntesis de la doctrina conciliar sobre la Igle­sia; publicado en: El Vaticano II, don de Dios. Los documentos del Sínodo ex­traordinario de 1985, Madrid, PPC, 1985. Ver bibliografía sobre la Iglesia en la nota 1.

3 Mystici Corporis Christi: AAS 35 (1943) 211ss. Hay que distinguir entre Igle­sia particular, local, diocesana; pero los mismos documentos eclesiales no pre­sentan una terminología uniforme y constante. Iglesia particular prácticamente equivale a diócesis (can. 368ss; LG 23; CD 11). Iglesia local indica el matiz de lugar geográfico, pues no todas las Iglesias particulares o diócesis se ciñen a un espacio geográfico, sino que pueden referirse a personas; en el Concilio Vatica­no II, Iglesia local equivale a particular (cf. LG 23). A veces, noen los docu­mentos eclesiásticos, se usa el calificativo local para indicar aspectos más cultu­rales o que se concretan en una zona geográfica que trasciende la diócesis. Ade­más de la bibliografía de las notas anteriores, ver: a. ANTÓN, Iglesia universal,

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La Iglesia se concretiza o acontece allí donde se predica la palabra y se celebra la eucaristía en relación con el obispo como garante de la tradición apostólica. Es el obispo, en comunión con el Papa y con los demás obispos, quien garantiza el entron­que con esta tradición (cf. VII, 1).

Toda realidad de Iglesia y especialmente la Iglesia particu­lar o local (diócesis) es familia y empresa, pero prevalece el tono familiar (cf. CD 28) precisamente para garantizar la eficacia evangélica de la empresa apostólica.

El sacerdote sirve, pues, a la construcción de la Iglesia local o particular en armonía con las vocaciones, ministerios y caris-mas. "La diócesis es, una porción del Pueblo de Dios, que se confía al obispo para ser apacentada con la cooperación de su Prebiterio, de suerte que, adherida a su Pastor y reunida por El en el Espíritu Santo por medio del evangelio y la eucaristía, constituya una Iglesia particular, en que se encuentra y opera, verdaderamente la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica" (CD 11; cf. can. 369).

La diócesis o Iglesia particular dice relación estrecha de comunión con toda la Iglesia, porque:

— es imagen y expresión, presencia y actuación (concreti-zación) de la Iglesia universal,

— enraiza en la sucesión apostólica por medio del propio obispo en comunión con el sucesor de Pedro y la cole-gialidad episcopal, no como algo venido de fuera, sino

Iglesias particulares, "Estudios Eclesiásticos" 47 (1972) 409-435; J. ESQUER­DA, El sacerdocio ministerial en la Iglesia particular, "Salmanticensis" 14 (1967) 309-340; H. DE LUBAC, Las Iglesias particulares en la Iglesia universal, Salamanca, Sigúeme, 1974; F. MARTIN, Estructura pastoral de las Iglesias diocesanas, Barcelona, Flors, 1965; J. A. SO UTO, Estructura jurídica de la Iglesia particular: presupuestos, "Ius Canonicum" 8 (1968) 121-202.

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como parte integrante de la vida de la misma Iglesia par­ticular,

— es signo transparente y portador de la salvación en Cris­to para toda la comunidad humana,

— es portadora de carismas especiales del Espíritu Santo para el bien de la Iglesia universal y de toda la humani­dad (cf. LG 13, 23, 26; CD 11; AG 6, 19, 22: OE 2).

Las Iglesias fundadas por los Apóstoles eran una misma Iglesia concretada con matices y carismas diferentes, en un lugar y tiempo (ITes 2,14). Su vida interna era de fidelidad esponsal a Cristo (2Cor 11,2-3), bajo la dirección de los Apóstoles o suce­sores e inmediatos colaboradores (Ef 2,20; Act 20,28; ITim 3,5). Era la familia de Dios (Ef 2,19), que crecía armónicamente en la santidad y recibiendo nuevos creyentes (Act 16,5). Los obispos y presbíteros (con los diáconos) sirven a la Iglesia par­ticular en comunión con las otras Iglesias del orbe, como "casa de Dios, Iglesia de Dios vivo, columna y base de la verdad" (ITim 3,15).

En cada Iglesia local o particular debe resonar la comunión de Iglesia universal. "Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de fieles, que, unidos a sus pastores, reciben también el nombre de Iglesia en el Nuevo Testamento (Act 8,1; 14,22-23; 20,17). Ellas con el pueblo nuevo, llamado por Dios en el Espíritu Santo y en gran plenitud (ITes 1,5). En ellas se congregan los fieles por la pre­dicación del evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la cena del Señor, a fin de que, por el cuerpo y la sangre del Señor, quede unida toda la fraternidad" (LG 26).

En las Iglesias particulares aparece toda la realidad de Igle­sia como cuerpo místico de Cristo, Pueblo de Dios, sacramento o misterio, esposa, madre. . . (cf. n. 1). La celebración eucarís-tica (en relación al bautismo y a la predicación de la palabra) construye la Iglesia como comunidad de hermanos: "consiguien-

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temente, por la celebración de la eucaristía del Señor en cada una de estas Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios, y por la concelebración se manifiesta la comunión entre ellas" (UR 15).

Todos los sacerdotes ministros están al servicio de estas Iglesias particulares, sin perder el universalismo, para garantizar, custodiar y aumentar un tesoro de gracias que es para el bien de la Iglesia universal. Ser sacerdote diocesano comporta una sensi­bilidad eclesial responsable respecto a una herencia apostólica recibida, que aumenta continuamente para el bien de toda la Iglesia. "En la comunión eclesial existen Iglesias particulares que gozan de tradiciones propias, permaneciendo íntegro el primado de la Cátedra de Pedro, que preside todo el conjunto de la cari­dad, defiende las legítimas variedades y, al mismo tiempo, pro­cura que estas particularidades no sólo no perjudiquen a la uni­dad, sino incluso cooperen a ella. De aquí dimanan finalmente entre las diversas partes de la Iglesia los vínculos de íntima co­municación de bienes, y a cada una de las Iglesias pueden apli­carse estas palabras del apóstol Pedro: 'el don que cada uno ha­ya recibido, póngalo al servicio de los otros, como buenos ad­ministradores de la multiforme gracia de Dios' (IPe 4,10)" (LG 13; cf. LG 23). Todo esto deberá tenerse en cuenta para discernir la vocación al sacerdocio diocesano o en el nombra­miento episcopal.

El servicio sacerdotal diocesano es actitud pastoral y espi­ritual de acompañamiento permanente de la comunidad en su camino de maduración fraterna, espiritual y apostólica. Sin la presencia del sacerdote ministro, "la Iglesia no puede estar ple­namente segura de su fidelidad y de su visible unidad" (El sacer­docio ministerial, Sínodo, 1971, part. la., 4). "Lospresbíteros están puestos en medio de los laicos para llevarlos a todos a la unidad de la caridad. . . A ellos toca, consiguientemente, armo­nizar de tal manera las diversas mentalidades, que nadie se sienta extraño en la comunidad de los fieles. Ellos son defensores del bien común, cuyo cuidado tienen en nombre del obispo, y, al mismo tiempo, asertores intrépidos de la verdad, a fin de que los

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fieles no sean llevados de acá para allá por todo viento de doctri­na" (PO 9; cf. PO 6; LG 28; CD 18, 23, 30).

Precisamente por este servicio más estable, que garantice una respuesta armónica y satisfactoria de la comunidad, la Igle­sia establece la incardinación en la diócesis para aquellos presbí­teros que deberán colaborar más estrechamente y de modo más estable con el obispo, incluso en plan de dependencia respecto a la espiritualidad específica. La incardinación es un hecho de gra­cia y, por tanto, una fuente de armonía y de compromiso minis­terial para que el sacerdote se realice en el aquí y ahora de la Iglesia particular presidida por un sucesor de los Apóstoles. Se­rá, pues, un punto de referencia para encontrar la espiritualidad específica del sacerdote diocesano, secular dentro de su Presbi­terio, teniendo en cuenta también la diocesaneidad de los sacer­dotes religiosos (PO 8,10; LG 28; CD 28)4.

Los sacerdotes diocesanos (seculares), por el hecho de estar "incardinados en una Iglesia particular o adscritos a ella, se con­sagran plenamente a su servicio para apacentar a una porción de la grey del Señor" (CD 28; cf. can. 265ss). Los sacerdotes reli­giosos, o de instituciones de vida consagrada, sirven a esta mis­ma Iglesia con los carismas de la propia institución.

El sacerdote queda encargado de una función concreta en la Iglesia diocesana, a nivel geográfico o sectorial. A veces será el servicio a una comunidad llamada parroquia (can. 515-552). Siempre es "un pastor que hace las veces del obispo" (SC 42), aunque "obrando en nombre de Cristo. . ^ejerciendo en la me­dida de su autoridad, el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza" (LEG 28). Esta presidencia ministerial abarca siempre, en algún

4 Debería estudiarse más el hecho de la incardinación como hecho de gracia (pertenencia a la Iglesia particular). Ver: J. HERVADA, La incardinación en la perspectiva conciliar, "Ius Canonicum" 7(1967) 479-517; P. PALAZZINI, The concept or incardination according to Vatican II, en The world is my parish, Roma 1971,31-51.

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modo, el servicio profético, cultual y hodegético o de dirección. No puede circunscribirse la acción sacerdotal a un solo sector, aunque sí puede confiársele de modo especial uno de los tres ministerios indicados. El campo de la responsabilidad confiado a laicos y personas consagradas, no sacerdotes, no puede recor­tar la triple dimensión del ministerio sacerdotal; pero el sacerdo­te se debe circunscribir al servicio de su carisma específico, sin invadir tampoco otras competencias que corresponden a las otras vocaciones eclesiales5.

El servicio a una Iglesia particular o local es siempre de plantación de la Iglesia", con todos sus signos salvíficos (voca­ciones, ministerios, carismas), en una comunidad humana con­creta (cf. AG 6). "Preocupados por el bien de los hijos de Dios, procuren cooperar en el trabajo pastoral de toda la diócesis e incluso de toda la Iglesia" (LG 28).

El "servicio de unidad en la comunidad" (Puebla 661) re­percute en el crecimiento y maduración de la misma comunidad eclesial y es garantía de eficacia apostólica y de auténtica vida espiritual (Puebla 663). La pastoral orgánica o de conjunto se basa en la naturaleza de la misma comunidad eclesial, universal

5 La parroquia continuará siendo el campo privilegiado de la acción pastoral y de la espiritualidad del sacerdote. Hay que tener en cuenta, no obstante, la pastoral de conjunto (ver la nota 6), así como las comunidades de base, los movimientos apostólicos, etc. Ver: AA. VV., Las parroquias, perspectivas de renovación, Madrid, 1979; AA. VV., La parrocchia, documenti, funzioni e strutture della Chiesa in un mondo laicizzato, Bolonga 1969; V. BO, La parro­quia, pasado y futuro, Madrid, 1969; CONFERENCIA EPISCOPAL DE CO­LOMBIA, Directorio de pastoral parroquial, Bogotá, SPEC, 1986; J. MANZA­NARES, etc., Nuevo derecho parroquial, Madrid, BAC, 1988. Sobre comuni­dades de base: Puebla 641-643; A. ALONSO, Comunidades eclesiales de base, Salamanca, 1970; M. de C. AZEVEDO, Comunidades eclesiales de base, Ma­drid, Soc. Educ. Atenas, 1986; COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL, Ser­vicio pastoral a las pequeñas comunidades cristianas, Madrid, 1982; F. A. PAS­TOR, Ministerios laicales y comunidades de base. La renovación pastoral de la Iglesia en América Latina, "Gregorianum" 68 (1987) 267-305; M. POZO CASTELLANO, Comunidades eclesiales menores, Buenos Aires, Lunen, 1978. Sobre ambos temas: ChristifidelesLaici, n. 26;Puebla 617-657;EN 58.

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y local, y en el mismo sacerdocio ministerial como servicio de unidad. El arciprestazgo (decanato, vicaría) será un punto clave de esta pastoral de comunión. Para vivir esta pastoral diocesana, que es común a sacerdotes seculares y religiosos, hay que pro­fundizar en la vida apostólica puesta en práctica en la fraterni­dad del Presbiterio (cf. cap. VII)6.

Al servicio de la Iglesia universal misionera

La naturaleza del sacerdocio ministerial es estrictamente misionera. "El don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringi­da, sino a la misión universal y amplísima de salvación hasta lo último de la tierra (Act 1,8), pues cualquier ministerio sacer­dotal participa de la misma amplitud universal de la misión con­fiada por Cristo a los Apóstoles. Porque el sacerdocio de Cristo, del que los presbíteros han sido hechos realmente partícipes, se dirige necesariamente a todos los pueblos y a todos los tiempos y no está reducido por límite alguno de sangre, nación o edad, como misteriosamente se representa ya en la figura de Melquise-dec. Recuerden, pues, los presbíteros que deben llevar atravesa­da en su corazón la solicitud por todas las Iglesias" (PO 10).

Los sucesores de los Apóstoles y sus inmediatos colabora­dores en la Iglesia local, continúan el encargo misionero univer­salista confiado por Cristo. "Todos los obispos en comunión je­rárquica participan de la solicitud por la Iglesia universal" (CD 5).

6 Ver los temas pastorales en el capítulo IV (sacerdotes para evangelizar).' Sobre pastoral de conjunto: AA. VV., Pastoral de conjunto, Madrid, 1966; J. DELI­CADO, Pastoral diocesana al día, Estella, Verbo Divino, 1966; F. BOULARD, Hacia una pastoral de conjunto, Santiago di Chila, Paulinas, 1964. Sobre el Consejo Pastoral: J. Ma. DÍAZ MORENO, Los consejos pastorales y su regula­ción canónica, "Revista Española de Derecho Canónico" 41 (1985) 165-181; M. GONZÁLEZ, Los consejos pastorales, Madrid, Secretariado Apostolado Seglar, 1972. Sobre el Consejo Presbiteral, ver el capítulo VII. n. 2.

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Ser cooperador del obispo supone compartir con él su res­ponsabilidad misionera. "Los obispos, como legítimos sucesores de los Apóstoles y miembros del Colegio episcopal, siéntanse siempre unidos entre sí y muéstrense solícitos por todas las Igle­sias, ya que, por institución divina y por imperativo del oficio apostólico, cada uno, juntamente con los otros obispos, es res­ponsable de la Iglesia" (CD 6; cf. LG 23; AG 20,38). Los sacer­dotes, juntamente con su Presbiterio, cooperan con el obispo en esta responsabilidad apostólica. "Los obispos, juntamente con su Presbiterio, imbuidos más y más del sentir de Cristo y de su Iglesia, sientan y vivan con la Iglesia universal" (AG 19). Los sa­cerdotes, "bajo la autoridad del obispo, santifican y rigen la por­ción de la grey del Señor a ellos encomendada, hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y prestan eficaz ayuda en la edi­ficación de todo el Cuerpo de Cristo. Preocupados por el bien de los hijos de Dios, procuren cooperar en el trabajo pastoral de toda la diócesis e incluso de toda la Iglesia" (LG 28).

La naturaleza misionera de la Iglesia arranca de ser "sacra­mento universal de salvación" (AG 1; LG 48). "La acción misio­nera fluye de la misma naturaleza de la Iglesia" (AG 6). Esta realidad tiene aplicación a cada Iglesia local con todos sus com­ponentes, como imagen y concretización de la Iglesia universal. Se trata de una responsabilidad misionera in solidum con todas las demás diócesis. "Como la Iglesia particular está obligada a representar del modo más perfecto posible a la Iglesia universal, debe conocer cabalmente que también ella ha sido enviada a quienes no creen en Cristo" (AG 20; cf. AG 36-37; EN Ó2-64)7.

7 Además de la bibliografía citada en la nota 3, ver: AA. VV., Promoción misio­nera de las Iglesias locales, Burgos, 1976; 5. ESQUERDA, Las Iglesias locales y la actualidad misionera, ibídem, 11-27; ídem, Dimensión misionera de la Iglesia local, Madrid, Comisión Ep. Misiones, 1975; ídem, Iglesias hermanas en la misión, Madrid, Comión Ep. Misiones, 1981; J. GUERRA, Las Iglesias ¡ocales signo de la Iglesia universal en su proyección misionera, "Misiones Extranjeras" (1967) 181-194; X. SEUMOIS, Les Eglises particuliéres, en L'activité missionnaire de l'Eglise, París, 1967, 281-299. Hay que recordar la apertura diocesana suscitada por la encíclica Fidei donum de Pío XI, al invitar a los sacerdotes diocesanos a la cooperación misionera directa: AAS 49 (1957) 245-246.

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Esta disponibilidad misionera sacerdotal debe llegar a ser realidad constatable en la programación apostólica de la dióce­sis y del Presbiterio:

— por la naturaleza misionera de la Iglesia particular, — por la participación en el mismo sacerdocio y en la mis­

ma misión de Cristo, — por la estrecha colaboración con el carisma episcopal y

con su responsabilidad misionera universal.

La responsabilidad misionera efectiva será una señal y un fruto espontáneo de la vitalidad espiritual y apostólica del Pre­sidente y de la Iglesia local. Las mismas Iglesias necesitadas o más jóvenes deben orientarse con esta perspectiva como señal de autenticidad y madurez (AG 6). "Es muy conveniente que las Iglesias jóvenes participen cuanto antes activamente en la misión universal de la Iglesia, enviando también ellas misione­ros que anuncien el evangelio por toda la tierra, aunque sufran escasez de clero. Porque la comunión con la Iglesia universal se completará en cierto modo cuando también ellas participen activamente del esfuerzo misional para con otras naciones" (AG 20). El gesto profético de América Latina puede llegar a ser un estímulo para otras Iglesias locales: "Finalmente, ha lle­gado para América Latina la hora de intensificar los servicios mutuos entre Iglesias particulares y de proyectarse más allá de sus propias fronteras ad gentes. Es verdad que nosotros mismos necesitamos misioneros. Pero debemos dar desde nues­tra pobreza" (Puebla 368)8.

8 El despertar misionero de América Latina se ha ido reflejando en diversas pu­blicaciones y documentos, especialmente en la Congresos Misioneros Latino­americanos (COMLA). AA. VV., América, llegó tu hora de ser evangelizado™, Bogotá, COMLA 3, CELAM, 1988; Segundo Congreso Misionero Latinoameri­cano, II COMLA, México, 1983; AA. W'., El despertar misionero de Amércia Latina, "Misiones Extranjeras" n. 92 (1986); R. AUBRY, La misión, siguien­do a Jesús por los caminos de América Latina, La Paz, 1966; CELAM, Dar desde nuestra pobreza, vocación misionera de América Latina, Bogotá, 1986;

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Esta disponibilidad misionera se hará efectiva también a partir de la responsabilidad misionera del obispo como cabeza de la Iglesia local y del Presbiterio. "Los obispos. . . procuren que, en la medida de lo posible, algunos de sus sacerdotes mar­chen a las antedichas misiones o diócesis para ejercer allí el sa­grado ministerio a perpetuidad o por lo menos por un tiempo determinado" (CD 6). La prestación temporal no excluye la dis­ponibilidad permanente para hacer efectiva una responsabilidad constante que deriva de la naturaleza del clero diocesano en re­lación a su obispo (cabeza del Presbiterio) y a la Iglesia diqcesa-na. "Los presbíteros representan la persona de Cristo y son coo­peradores del orden episcopal en la triple función sagrada que por su propia naturaleza corresponde a la misión de la Iglesia. Entiendan, pues, plenamente que su vida está consagrada tam­bién al servicio de las misiones. . . Ordenarán, por consiguiente, la cura pastoral de forma que resulte provechosa para la dilata­ción del evangelio entre los no cristianos" (AG 39). Por esto puede afirmarse que "la vocación sacerdotal es también misione­ra" (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo, 1979), n. 8).

Esta dimensión misionera del sacerdocio se concretará en hacer misionera a toda la comunidad (vocaciones, ministerios, carismas), en una perspectiva de Iglesia sin fronteras. Al mismo tiempo, una recta distribución de los efectivos y medios apostó­licos será expresión de la vitalidad y madurez de la Iglesia local y hará posible una colaboración digna de Iglesias hermanas, no dando sólo la que sobra, sino compartiendo el mismo caminar misionero universal (cf. CD 22-23; AG 39). "Creciendo cada día más la necesidad de operarios en la viña del Señor y desean­do los sacerdotes diocesanos participar con amplitud creciente

S. GALILEA, La responsabilidad misionera de América Latina, Lima, 1981; J. F. GORSKI, El desarrollo histórico de la misionología en América Latina, La Paz, 1985; A. LÓPEZ TRUJILLO, Caminos de evangelización, Madrid, BAC, 1985; J. A. VELA, Las grandes opciones de la pastoral en América Lati­na a partir del documento de Puebla, "Documenta Missionalia" 16 (1982) 159-179..

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en la evangelización del mundo, el concilio desea que los obis­pos, considerando la gravísima penuria de sacerdotes, que impi­de la evangelización de muchas regiones, envíen a algunos de sus mejores sacerdotes que se ofrezcan para la obra misionera, debidamente preparados, a las diócesis que carecen de clero, donde desarrollen, al menos temporalmente, el ministerio misio­nal con espíritu de servicio" (AG 38).

La distribución de los efectivos apostólicos se concreta principalmente en una recta distribución del clero dentro y fue­ra de la diócesis. Ello implica la renovación de muchas estructu­ras pastorales, en vista de una cooperación entre las diversas co­munidades e Iglesias locales. El objetivo de esta distribución es que toda comunidad eclesial pueda disponer de los ministros y efectivos apostólicos necesarios.

La distribución de los apóstoles debe hacerse en sentido pastoral, es decir, teniendo en cuenta una acción pastoral comu­nitaria (pastoral de conjunto o de comunión), que ha de abarcar másrallá de los límites de una diócesis e incluso más allá de las fronteras de una nación o estado. Esta distribución debe poten­ciarse con una adecuada formación permanente y una forma­ción peculiar, tanto cuando el apóstol es enviado por primera vez como cuando regresa de nuevo a la diócesis que le envió. No se trata principalmente de experiencias individuales, sino de un deber permanecer de toda la Iglesia particular. Esto supone una espiritualidad misionera por parte de todos los sacerdotes. Por esto la Iglesia diocesana, principalmente el obispo y su Presbite­rio, queda responsabilizada de la asistencia al personal enviado9.

9 Sobre la distribución del clero; LG 23,28; AG 38,39; CD 5-6; 22-23; PO 10; OT 20. Documento (Notae directivae) de la Congregación par el Clero, "Post-quam Apostoli": AAS 72 (1980) 343-364. Estudios AA.VV., // mondo é la mia parrocchia, The world is my parish, Roma 1971 (Congreso de Malta; J. ESQUERDA, Cooperación entre Iglesias particulares y distribución de efec­tivos apostólicos, "Euntes Docete" 34 (1981) 427454 (sobre "Postquam Apostoli"); ídem, La distribución del clero, teología, pastoral, derecho, Bur-

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SACERDOTES A L SERVICIO DE LA IGLESIA PARTICULAR Y. . .

La caridad pastoral (cf. cap. V) tiene, pues, esta derivación misionera sin fronteras. La disponibilidad misma no es una aña­didura opcional, sino una parte integrante de la vocación y de la vida sacerdotal. "La caridad universal será su respiro" (Juan XXIII, Sacerdotii nostri primordio., n. 6). "Su vida será consa­grada también al servicio de las misiones" (AG 39; cf. PO 10; OT 20). Ello supone una buena formación misionera ya desde los Seminarios y desde los noviciados (cf. can. 257).

No sería posible la puesta en práctica de esta derivación misionera del sacerdote, si no se revitalizara la fraternidad en el Presbiterio (cf. cap. VII) y si no se viviera la generosidad evangé­lica del seguimiento de Cristo Buen Pastor )cf. cap. V).

Sentido y amor de Iglesia

La sintonía del sacerdote con Cristo se convierte espontá­neamente en amor a la Iglesia: "amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo en sacrificio por ella" (Ef 5,25). Este amor, a imitación de Cristo, se expresa también en el sufrimiento "por el bien de su cuerpo que es la Iglesia" (Col 1,24). "La fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia" (PO 14).

De este amor y fidelidad deriva el sentido de comunión con la Iglesia (PO 15), expresada en comunión con el propio obispo (PO 7), con los demás presbíteros (PO 7-8) y con toda la comunidad eclesial (PO 9). "Así, pues, la caridad pastoral pide, que, para no correr en vano, trabajen siempre los presbíteros en vínculos de comunión con los obispos y con los otros hermanos en el sacerdocio. Obrando de esta manera, los presbíteros halla-

gos, Facultad de Teología, 1972; A. GARRIGOS, La Obra de Cooperación Sa­cerdotal Hispanoamericana, "Misiones Extranjeras (1984) 365-375; V. MA-LLON, Distribución del clero en el mundo, comentario acerca de "Postquam Apostoli", "Omnis Terra" n. 111 (1982) 19-36; A. DE SILVA, ínter - co-munháo das Igrejas locáis e distribucao dos Agentes de Evangelizacao, "Igreja eMissáo 34 (1982) 263-295.

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rán la unidad de su propia vida en la unidad misma de la misión de la Iglesia, y así se unirán con su Señor, y, por El, con el Pa­dre, en el Espíritu Santo, para que puedan llenarse de consola­ción y sobreabundar de gozo" (PO 14).

La espiritualidad sacerdotal, precisamente por enraizar en la caridad del Buen Pastor, es espiritualidad de Iglesia. "El Or­den es una gracia para los demás. . . y se les ha dado para la edificación de la Iglesia" (Santo Tomás, Contra Gentes, IV, 74). "El necesario cultivo del sentido íntimo del misterio de la Iglesia" lleva al sacerdote a una "vida según el modelo del evangelio, sin consideración del provecho propio familiar" (AG 16). Los sacerdotes sirven a la Iglesia sin servirse de ella. "Con ello aprenderán maravillosamente a entregarse por ente­ro al servicio del Cuerpo de Cristo y a la obra del evangelio, a unirse con su propio obispo como fieles cooperadores y a co­laborar con sus hermanos" (ibídem).

Ya desde el inicio de la formación sacerdotal, los candida­tos deben formarse "en el misterio de la Iglesia" (OT 9). Efec­tivamente, "el ministerio sacerdotal, por el hecho de ser minis­terio de la Iglesia misma, sólo puede cumplirse en comunión jerárquica con todo el Cuerpo" (PO 15). La vida espiritual, co­mo "vida según el Espíritu" (Rom 8,9), es encuentro con Cris­to presente en la Iglesia. Por esto, "en la medida en que uno ama a la Iglesia de Cristo, posee el Espíritu Santo" (San Agus­tín)10.

Vivir el misterio de Cristo prolongado en la Iglesia (Iglesia misterio o sacramento), es el punto de partida para construir

10 Comentario a San Juan, 32, 8: PL 35, 1646. R. BLAZQUEZ, La relación del presbítero con la comunidad, en Espiritualidad del presbítero diocesano secu­lar, Madrid, EDICE, 1987, 283-331; J. GARAY, El sentido de Iglesia en la es­piritualidad de Vitoria, Vitoria, 1986; A. MIRALLES, Ecclesialita del presbí­tero, "Annales Theologici" 2 (1988) 121-139; A. RUOET, Réflexions sur la relation entre le prétre et l'Eglise, "Le Suplément" 34 (1981) 369-384.

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la comunidad en el amor (Iglesia comunión) y para garantizar el ejercicio de la misión (Iglesia misión). La Iglesia fundada y amada por Jesús (cf. n. 1) necesita ministros o servidores que le ayuden a ser fiel a su propio ser de signo transparente y por­tador de Cristo para todos los hombres.

La espiritualidad sacerdotal dice relación estrecha a la ma­ternidad de Iglesia. Esta se concretiza principalmente a través de los ministerios ejercidos por el sacerdote. "La comunidad eclesial ejerce, por la caridad, la oración, el ejemplo y las obras de penitencia, una verdadera maternidad para conducir las almas a Cristo. Ella constituye, en efecto, un instrumento eficaz por el que se señala y allana a los no creyentes el camino hacia Cris­to y su Iglesia, y por el que también los creyentes se incitan, nutren y fortalecen para la lucha espiritual" (PO 6; cf. LG 64-65). El sentido y amor de Iglesia indican al sacerdote el gra­do de su madurez en la vida espiritual y apostólica. "Que la ver­dad sobre la maternidad de la Iglesia, a ejemplo de la Madre de Dios, se haga más cercana a nuestra conciencia sacerdotal. . . Es necesario profundizar de nuevo en esta verdad misteriosa de nuestra vocación: esta 'paternidad en el espíritu', que a nivel hu­mano es semejante a la maternidad. . . Se trata de una caracte­rística de nuestra personalidad sacerdotal, que expresa precisa­mente su madurez apostólica y su fecundidad espiritual" (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo. 1988).

Una de las señales de fidelidad a la vocación sacerdotal en el sentido y amor de Iglesia (cf. OT 9;PO 15). Entonces se sin­toniza con los problemas de toda la Iglesia local y universal. Dentro de un sano pluralismo de opiniones, el sacerdote vive per­sonalmente y ayuda a vivir a su comunidad en comunión con el sucesor de Pedro y con los sucesores de los Apóstoles, como principio de unidad en la comunidad eclesial (LG 18,23).

La acción del Espíritu Santo sigue siendo el alma de la Igle­sia (LG 7; AG 4), guiando a pastores y fieles en la armonía de "una misma fe" (Ef 4,5). El mismo Espíritu Santo que ungió y envió a Cristo (Le 4.18) y que inspiró los textos sagrados de la

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Escritura (2Pe 1,21), es quien sigue guiando ahora a la Iglesia y asistiéndola de modo especial en el magisterio y la acción apos­tólica de los pastores (DV 7; LG 25-27).

El sentido y amor de Iglesia se convierte en celo apostólico de llevar a cada persona y a toda la comunidad eclesial por el ca­mino de perfección que es desposorio con Cristo (2Cor 11,2). Sufrir por la Iglesia forma parte del amor a Cristo que se prolon­ga en ella. Para "formar a Cristo en el corazón de cada fiel y de toda la comunidad, se necesita pagar el precio de los dolores de parto" (Gal 4,19; cf. Jn 16,20-22). Este sufrimiento proviene no raras veces de la misma comunidad, debido a limitaciones y defectos de personas y estructuras. La ascética del pastor de al­mas (PO 13), que es la caridad pastoral, se alimenta de este su­frimiento por la Iglesia y de la Iglesia, transformado en una ma­yor donación. Sentido y amor de Iglesia es, pues:

— Mirarla con los ojos de la fe y con los sentimientos de Cristo.

— Apreciarla en sus personas y signos eclesiales, carismas, vocaciones y ministerios.

— Amarla incondicionalmente, con espíritu de donación, por ser prolongación de Cristo bajo signos pobres.

El sentido y amor de Iglesia ayuda a leer la vida de Cristo y su mensaje prolongado ahora en la misma Iglesia por medio de la Escritura, Tradición, magisterio, liturgia, comunidad, santos, personas fieles y que sufren con amor,. . . n .

11 El tema del amor a la Iglesia también cuando se sufre de ella, lo ha desarrolla­do un autor que dio testimonio personal de esta actitud de sufrir amando: H. DE LUBAC, Meditaciones sobre la Iglesia, Madrid, Encuentro, 1980.

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GUIA PASTORAL

Reflexión bíblica:

— Amar a la Iglesia como Cristo la amó: Ef 5,25-27; Act 20, 18; Mt 16,18.

— Conocer y servir a la Iglesia como Pablo: ITim 3,15; Col l,24;2Cor 11,28; Ef 1,23; Gal 4,19.

— La vivencia de ser Iglesia complemento o prolongación de Cristo (Ef 1,23): su Cuerpo (ICor 12,26-27; Col 1,18; 2,19; Ef 1,22; 5,23), Pueblo de Dios (IPe 2,9), Reino (Me 1,15; 4,26; Mt 12,18), sacramento o misterio (Ef 3,9-10), esposa (2Cor 11,2; Ef 5,25ss), madre (Gal 4,26), que tiene a María como Madre y Tipo (Jn 19,25-27; Apoc 12,1).

Estudio personal y revisión de vida en grupo

— Actitud de fe y de amor hacia la Iglesia fudada y amada por Jesús (LGI;PO 15; SC 5; OT 9; Puebla 222-231).

— Servir a la Iglesia sin servirse de ella (AG 16; PO 14).

— Ser y sentirse Iglesia "misterio", "comunión" y "misión" (LG1-17).

La Iglesia insertada en el mundo (GS 40-44).

Cómo vivir la pertenencia a la Iglesia particular (diócesis), como concretización de la Iglesia universal y heredera de carismas especiales para el bien de toda la Iglesia (CD 11, 28; LG 13,23,26; UR 15).

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— Vivir la incardinacion (o servicio permanente) como hecho de gracia y como responsabilidad misionera (PO 10; LG 28;CD28).

— Al servicio de la Iglesia universal misionera (AG 19-20,38-39; PO 10; LG 28; CD 6; Puebla 224,368).

ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA

En las notas de este capítulo hemos indicado bibliografía sobre algu­nos aspectos especiales del tema eclesial: Iglesia Pueblo de Dios y referen­cia a Iglesia sacramento y comunión (nota 1), Iglesia particular o local (no­ta 3 y 7), incardinacion (nota 4), parroquia y comunidades de base (nota 5), pastoral de conjunto y consejo pastoral (nota 6), diócesis o Iglesia par­ticular misionera (nota 7), colaboración misionera de América Latina (nota 8), distribución de apóstoles (nota 9), sentido y amor de Iglesia en el sacer­dote (nota 10 y 11). Ver algunos estudios eclesiológicos que amplían estos aspectos, también en la dimensión misionera:

AA. VV., La Iglesia del Vaticano II, Barcelona, Flors, 1966.

AA. VV., Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia, Madrid, BAC, 1966.

ALCALÁ, A. La Iglesia, misterio y misión, Madrid, 1963.

ANTÓN, A. La Iglesia de Cristo, Madrid, BAC, 1977.

AUER, J., RATZINGER, J. La Iglesia, Barcelona, herder, 1985.

BLAZQUEZ, R. La Iglesia del Vaticano II, Salamanca, Sigúeme, 1988.

BOUYER, L. La Iglesia de Dios, Madrid, Studium, 1973.

CONGAR, Y.M. Un Peuple messianique, l'Eglise sacrement du salut, París, Cerf, 1975.

ESQUERDA, J. Somos la Iglesia que camina, Barcelona, Balmes, 1977. •

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GARAY, J. El sentido de Iglesia en la espiritualidad de Vitoria, Vitoria, 1986.

JOURNET, Ch. Teología de la Iglesia, Bilbao, Desclée, 1960.

LATOURELLE, R. Cristo y la Iglesia, signos de salvación, Salamanca, Si­gúeme, 1971.

LEGIDO, M. Fraternidad en el mundo, un estudio de eclesiologia paulina, Salamanca, Sigúeme, 1982.

DE LUBAC, H. Meditaciones sobre ¡a Iglesia, Madrid, Encuentro, 1980.

NAVARRO, A. La Iglesia sacramento de Cristo Sacerdote, Salamanca, Si­gúeme, 1965.

PHILIPS, G. La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II, Barcelona, Herder, 1968.

TILLARD, J.M.R. Eglise d'Eglises, l'écclésiologie de communion, París, Cerf, 1987.

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Capítulo VIL

ESPIRITUALIDAD

SACERDOTAL

EN EL PRESBITERIO

DIOCESANO

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VIL ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL PRESBITERIO DIOCESANO

Presentación

La espiritualidad sacerdotal es actitud de fidelidad y gene­rosidad respecto a los carismas sacerdotales, que convierte en transparencia del Buen Pastor, para prolongar su presencia, su palabra y su acción sacrificial, salvífica y pastoral en la Iglesia particular y universal. Pero el sacerdote ministro concreta esta espiritualidad en una realidad querida y delineada por el mis­mo Jesús: el grupo apostólico (Me 3,14; Le 10,1; Jn 17,11-23).

En toda Iglesia particular o local el grupo apostólico es fra­ternidad en torno a un sucesor de los Apóstoles. Los sacerdotes ministros forman parte de este grupo, que constituye el Presbi­terio (ITim 4,14).

Obispos, presbíteros y diáconos son portadores de unos ca­rismas recibidos en el sacramento del Orden, para servir a toda la comunidad eclesial, formando ellos mismos»un signo de co­munión como principio de unidad, a modo de colegialidad mi­nisterial (analógica) y como garantía de estar enraizadas en la tradición apostólica.

La peculiaridad de la espiritualidad sacerdotal enraiza en un conjunto de carismas que consisten en: participar de modo especial en el sacerdocio de Cristo por el sacramento del Orden, estar al servicio de una Iglesia particular con perspectivas de

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Iglesia universal, formar parte de un Presbiterio cuyo cabeza es el obispo. Estas realidades de gracia matizan el modo de ser sig­nos e instrumentos del Buen Pastor y agentes de unidad en la comunidad eclesial.

El clero diocesano, que sirve de modo permanente en la Iglesia particular o diócesis, tiene una espiritualidad específica, que deriva de las realidades de gracia que constituyen su razón de ser. En la Iglesia particular y formando una fraternidad, está llamado a construir la vida apostólica con las peculiaridades es­pecíficas de su pertenencia a la diócesis y al Presbiterio. Si el modo de poner en práctica la vida apostólica es diverso para el clero secular, ello no significa de sean menores las exigencias de vida evangélica.

De la renovación evangélica en la vida sacerdotal del Pres­biterio diocesano, dependerá la respuesta generosa a las exigen­cias de una nueva evangelización. Los principios trazados por el Vaticano II (LG 28; CD 28; PO 8) y por los cánones (can 245, 275-280) son lo suficientemente claras para delinear una prácti­ca concreta de fraternidad sacerdotal, que haga posible el segui­miento evangélico y la disponibilidad misionera.

Las nuevas generaciones sacerdotales necesitan encontrar un Presbiterio con cauce adecuado para una respuesta generosa a la vocación: un Presbiterio fraterno donde sea posible vivir el seguimiento evangélico y la disponibilidad misionera (cf. can. 245).

Obispo, presbíteros y diáconos al servicio de la comunidad eclesial

Toda comunidad eclesial depende de un obispo, como su­cesor de los Apóstoles, con quien colaboran los presbíteros y diáconos. Todos ellos forman un signo colectivo del Buen Pas­tor, el Presbiterio, para servir a la Iglesia particular o local tam­bién con sus derivaciones universales (cf. cap. VI).

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ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL PRESBITERIO DIOCESANO

Los sacerdotes de la Iglesia particular forman una colegíali-dad ministerial que tiene como punto de convergencia al obispo y al Papa con el colegio episcopal. "Así el ministerio eclesiásti­co, de divina institución, es ejercitado en diversas categorías por aquellos que ya desde antiguo se llamaron obispos, presbíteros y diáconos" (LG 28; cf. PO 7).

El servicio ministerial en la Iglesia particular es ejercido por:

— el obispo, como padre y cabeza de su Presbiterio y de la Iglesia diocesana,

— los presbíteros, como necesarios colaboradores y conse­jeros de los obispos,

— los diáconos, como servidores cualificados en el campo de la palabra, de la eucaristía y de la caridad.

Los obispos, "puestos por el Espíritu Santo, ocupan el lu­gar de los Apóstoles como pastores de almas" (CD 2). Es decir, "han sucedido por institución divina, en el lugar de los Apósto­les como pastores de la Iglesia" (LG 20; cf. LG 21). De ellos, pues, "depende, en cierto modo, la vida en Cristo de sus fieles" (SC 41). El obispo es miembro del Colegio apostólico (o Colegio episcopal) (LG 22), pastor propio y ordinario de la Iglesia par­ticular, bajo la autoridad del Sumo Pontífice (cf. can. 375^-11. Su potestad es plena salvo las posibles reservas de la Santa Se­de), inmediata (que puede ejercerse sin intermediarios) y ordi­naria (no vicaria o delegada)1.

1 La espiritualidad sacerdotal del presbítero necesita la actuación del carisma episcopal. Ver comentarios al decreto conciliar Christus Dominus: AA. VV.; La charge pastoral des Evéques, París, Cerf, 1969; AA. VV., La función pasto­ral de los obispos, Salamanca, 1967 (XI semana de Derecho Canónico). Otros

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El ejercicio del carisma episcopal es imprescindible tanto para la vida de la Iglesia particular como para la espiritualidad del sacerdote. El obispo ha recibido "la plenitud del sacramento del Orden" (LG 21) en el campo profético, sacrificial, santifica-dor y pastoral (cf. can. 381-402). Por esto es padre y cabeza vi­sible de la Iglesia diocesana y de su propio Presbiterio (cf. SC 41; CD 28). "Cada obispo es el principio y fundamento visible de unidad en su propia Iglesia, formada a imagen de la Iglesia universal" (LG 23). En este sentido se comprende que "repre­senta a su Iglesia" (ibídem) y que la "solicitud por todas las Iglesias" (2Cor 11,28) es propia de los obispos en cuanto "le­gítimos sucesores de los Apóstoles y miembros del Colegio Epis­copal" (CD 6; cf. CD 3; LG 23).

El ministerio y la vida de los presbíteros (y diáconos) nece­sita la actuación del carisma episcopal. El obispo es cabeza de la comunidad sacerdotal, padre, amigo y hermano de sus sacerdo­tes (LG 28; CD 28). Es él quien garantizó la existencia de la vo­cación sacerdotal, quien comunicó el sacerdocio de Cristo por la imposición de las manos y quien se comprometió, por ello mis­mo, a garantizar en su Presbiterio los medios de vida sacerdotal y de vida apostólica. Y es también él quien ha salido fiador, de­lante de la Iglesia, de que sus presbíteros y diáconos podrán vivir una vida evangélica y de familia sacerdotal en el Presbiterio y en la Iglesia particular. Por esto el cuidado de la vida espiritual de los presbíteros y diáconos es una de las obligaciones principa­les del obispo (cf. CD 16; PO 7; Directorio pastoral de los obis­pos, p. 3a. c. 3).

estudios: AA. VV., Teología del Episcopado, Madrid, 1963 (XXII semana es­pañola de Teología); B. JIMÉNEZ DUQUE, El oficio de santificar de los obis­pos, en Concilio Vaticano ¡I, Comentarios a la constitución sobre la Iglesia, Madrid, BAC, 1966, 531-539; J. LEAL, Losobispos, sucesores de los Apósto­les, en Comentarios sobre la Iglesia, Madrid, BAC, 1966, 368-379; J. LF.CU-YER, El episcopado como sacramento, en La Iglesia del Vaticano II, Barcelo­na, Flors, 1966, 731-749; ídem, La triple potestad de los obispos, ibídem, 871-891; E. PIRONIO, Figura teológica-pastoral del obispo, en Escritos pasto­rales, Madrid, BAC, 1973.

204

ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL PRESBITERIO DIOCESANO

Los presbíteros participan del mismo sacerdocio de Cristo, aunque en grado inferior al obispo (cf. cap. III). "Forman, junto con el obispo, un Presbiterio" (LG 28). La consagración y la mi­sión del sacramento del Orden la reciben los presbíteros en gra­do subordinado, como "cooperadores del orden episcopal para cumplir la misión apostólica confiada por Cristo" (PO 2). Pro­piamente son "necesarios colaboradores y consejeros de los obis­pos en el ministerio de enseñar, de santificar y de apacentar el Pueblo de Dios" (PO 7). Los carismas recibidos por el presbíte­ro se ejercen en comunión con su propio obispo y con los demás miembros del Presbiterio, siempre "bajo la dirección de los que están al frente de la Iglesia" (PO 7).

La acción ministerial de los presbíteros es la misma que la del obispo, como ministros o servidores de "Cristo Maestro, Sa­cerdote y Rey" (PO 2). "Ellos, bajo la autoridad del obispo, santifican y rigen la porción de la grey del Señor a ellos enco­mendada, hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y pres­tan eficaz ayuda en la edificación de todo el Cuerpo de Cristo" (LG 28)2.

Con el propio obispo y con los diáconos, los presbíteros forman un Presbiterio a modo de colegio ministerial o signo co­lectivo de Cristo, que es fraternidad sacramental (PO 8). "una sola familia cuyo padre es el obispo" (CD 28). Esta comunidad sacerdotal del Presbiterio (ver el n. 2) manifiesta un carisma al servicio de la Iglesia particular o local.

2 Ver comentarios al Presbyterorum Ordinis (en colaboración): Los presbíteros a los diez años del "Presbyterorum Ordinis", Burgos, Facultad de Teología, 1975 (vol. 7 de Teología del Sacerdocio); Los presbíteros, ministerio y vida, Madrid, Palabra, 1969 ; / preti, Roma, AVE, 1910;I sacerdoti nello spirito del Vaticano II, Torino, Leumann, 1969; Les prétres, formatipn, ministére et vie, París, Cerf, 1968; Sacerdotes y religiosos según el Vaticano II, Madrid, FAX, 1968. Otros estudios sobre el presbiterado: AA. VV., Espiritualidad del pres­bítero diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987; AA. VV., II prete per gli uomini d'oggi, Roma, AVE, 1975; El ministerio del presbítero en la comuni­dad eclesial, Bogotá, Conf. Episc. Colombiana, 1978; A. FAVALE, Spiritualitá del ministcro presbiterale, Roma, LAS, 1985 (trad. cast. 1989); T. I. JIMÉ­NEZ URRESTI, Teología conciliar del presbiterado, Madrid, PPC, 1971. Ver bibliografía del final de este capítulo.

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Los carismas sacerdotales no son sólo para el bien de quie­nes los administran, sino principalmente para el bien de toda la Iglesia. La comunidad eclesial tiene derecho a ver un Presbiterio unido y vivo que transparente tanto la vida como la acción del Buen Pastor.

Los diáconos han recibido los carismas del sacramento del Orden en su primer grado (carácter y gracia sacramental), para ejercer servicios en relación a la palabra de Dios, a la eucaristía y a la caridad. Están al servicio del obispo y, en dependencia de éste, son colaboradores de los presbíteros. Las gracias sacramen­tales recibidas les hacen portadores de gracia y de acción del Es­píritu Santo más que a otros ministros que no han recibido el sacramento del Orden. Esta es la razón del ser del diaconado permanente, casado o célibe (cf. LG 29).

La acción pastoral del diácono está en la línea de servicio y en relación de estrecha colaboración con el sacerdote minis­tro, participando del sacerdote de Cristo que se prolonga en la jerarquía de la Iglesia. "Confortados con la gracia sacramental, en comunión con el obispo y su Presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad" (LG 29). La praxis concreta del ministerio diaconal se ha de en­focar a la luz de la gracia del Espíritu Santo recibida en el sacra­mento: "Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado por la autoridad competente, administrar solemnemente el bau­tismo, reservar y distribuir la eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los mori­bundos, leer la sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentos, presidir el rito de los funerales y sepultura" (LG 29). El diácono está al servicio permanente de la comuni­dad eclesial como miembro del Presbiterio3.

3 Cánones sobre los diáconos: 236 (formación), 281 (diáconos casados), 757 (ministros de la palabra), 835 (actuación en el culto), 910 y 943 (ministerio eucarístico). AA. VV. Los diáconos en el mundo actual, Madrid, Paulinas,

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ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL PRESBITERIO DIOCESANO

La espiritualidad diaconal se mueve en la misma dirección que su acción pastoral. "Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración, recuerden los diáconos el aviso del biena­venturado Policarpo: 'Misericordiosos, diligentes, procediendo conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos' " (LG -29). Es la misma espiritualidad o estilo de vida de Cristo, que vino para servir. "Resplandezcan en su vida todas las virtu­des, el amor sincero, la solicitud por los enfermos y los pobres, la autoridad humilde, una pureza inocente y un cumplimiento de diácono, 21). Los matices de esta espiritualidad diaconal va­riarán según se trate de diáconos vírgenes o casados.

En la comunidad sacerdotal del Presbiterio

La institución del Presbiterio, como colegialidad fraterna de los ministros de la Iglesia particular, aparece claramente en las cartas de S. Ignacio Antioquía (s. II) y refleja la tradición apostólica. En las comunidades eclesiales del tiempo apostóli­co, los presbíteros forman un senado que se reúne con el após­tol responsable y obra según sus orientaciones (Act 6,6; 11,30; 13,3; 14,23; 15,23; 16,4; 21,18-23; 20,17-38; ITim 4,14; IPe 5,l-5)4.

La unidad comunitaria del Presbiterio es una exigencia de los carismas (carácter y gracia sacramentales) recibidos en la or­denación sacerdotal. Al mismo tiempo es una concretización de la sacramentalidad de la Iglesia. Es, pues, una fraternidad sacra­mental (PO 8), como signo eficaz eclesial y sacramental. "En virtud de la fraternidad sacramental, la plena unidad entre los ministros de la comunidad es ya un hecho evangelizador. . . De

1968; A. KERKVOORDE, Elementos para una teología del diaconado, en La Iglesia del Vaticino II, Barcelona, Flors, 1966, 917-958; P. WINNINGER, Los diáconos, Ma< .d, PPC, 1968.

4 Ver un estudio sobre los textos del Nuevo Testamento: M. GUERRA, Epísco-pos y Presbíteros, Burgos, Facultad de Teología, 1962. Citamos otros estudios en la nota siguiente.

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aquí deriva la misma unidad pastoral" (Puebla 663). "Los pres­bíteros, por el sacramento del Orden, quedan constituidos en los colaboradores principales de los obispos para su triple minis­terio; hacen presente a Cristo Cabeza en medio de la comuni­dad. Forman, junto con su obispo y unidos en íntima fraterni­dad sacramental, un solo Presbiterio dedicado a variadas tareas para servicio de la Iglesia y del mundo" (Puebla 690).

El Presbiterio es signo eficaz de unidad en la Iglesia par­ticular en la medida en que él mismo sea unidad vital, "un solo Presbiterio junto con su obispo" (LG 28). Esta unidad se mani­fiesta en la ordenación (con la imposición de las manos del obis­po consagrante y de los presbíteros asistentes), en la concelebra­ción eucarística y litúrgica en general, en el ministerio y vida sa­cerdotal (SC 57; PO 8).

La unidad vital del Presbiterio se demuestra en la responsa­bilidad mutua de todos los componentes del mismo respecto a la vida espiritual, pastoral, cultural, económica y personal (LG 28). Es unidad como exigencia y "en virtud de la común orde­nación sagrada y de la común misión" (LG 28), reflejo de la vida trinitaria de Dios Amor, querida por el Señor para el grupo de sus Apóstoles: "que sean uno, como tú, Padre, estás en mí y no en ti. . ., para que el mundo crea que me has enviado" (Jn 17,21). A la luz de esta unidad se descubre la necesidad de una vida fraterna y de una ayuda mutua familiar, para que se dé una verdadera pastoral de conjunto5.

Las bases teológicas y pastorales del Presbiterio, que aca­bamos de resumir, indican las líneas de su espiritualidad eclesial. Todo momento de renovación eclesial ha tenido su parte de

Ver textos conciliares que hablan del Presbiterio: LG 28-29; CD 11, 15, 28; PO 7-8. En el nuevo código; can. 245. Ver bibliografía del final de este capítu­lo y: J. ESQUERDA, El Presbiterio, unión y cooperación fraterna entre los presbíteros. Teología del Sacerdocio 7 (1973) 303-318; J. LECUYER, Le Pres-byterium, en Les Pétres, París, Cerf, 1966, 275-288; A. VILELA, La condition collégialdes prétres au III siécle, París, Beauchesne, 1971.

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ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL PRESBITERIO DIOCESANO

•apoyo en la renovación sacerdotal según la vida apostólica o vi­da a imitación de los Apóstoles: fraternidad, generosidad evan­gélica, disponibilidad misionera (cf. n. 4). La Iglesia local y uni­versal será sacramento o signo transparente y portador de Cris­to, en la medida en que se viva en ella la sacramentalidad del Presbiterio (cf. PO 8; LG 28; CD 28). La espiritualidad sacerdo­tal específica del sacerdote diocesano (cf. n. 3) hinca sus raíces en esta realidad sacramental del Presbiterio de la Iglesia par­ticular.

Para hacer realidad esta comunidad sacerdotal en cada Pres­biterio, hay que tomar conciencia de la responsabilidad mutua respecto a todos los campos de la vida y del ministerio sacerdo­tal. No es un simple consejo de mayor espiritualidad y perfec­ción, sino una exigencia del mismo sacerdocio: "En virtud de la común ordenación sagrada y de la común misión, todos los pres­bíteros se unen entre sí en íntima fraternidad, que debe mani­festarse en espontánea y gustosa ayuda mutua, tanto espiritual como material, tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la comunión de vida, de trabajo y de caridad" (LG 28).

No sería posible la comunidad del Presbiterio sin la refe­rencia al obispo, como principio de unidad, y sin la presencia activa y responsable de su propio carisma episcopal. El obispo es el fundamento visible de unidad en la Iglesia particular y en su Presbiterio (LG 23; cf. PO 7-8). La preocupación episcopal por los sacerdotes, compartiendo con ellos toda su existencia y su forma de vivir, es imprescindible para la construcción de la co­munidad y familia sacerdotal del Presbiterio (cf. CD 15-16, 28). Por parte de los sacerdotes se requiere la aceptación afectiva y efectiva de esa actuación del carisma episcopal (cf. PO 7).

La renovación interna de la Iglesia en sus propósitos pas­torales y en la difusión del evangelio en todo el mundo (PO 12), dependerá, en gran parte, de la renovación espiritual y pastoral de los Presbiterios diocesanos. Esta renovación depende de la puesta en práctica de una ayuda mutua según las indicaciones del "Presbyterorum Ordinis" 8:

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— oración mutua, como de quienes trabajan y viven en la misma familia,

— relación interpersonal y colaboración por encima del es­tado de vida (religioso o secular) y de la diversidad de ministerios,

— ayuda mutua en todos los campos (espiritual, pastoral, cultural, material), especialmente en los momentos de necesidad y de dificultad,

— experiencias de vida comunitaria y de asociación o de grupo.

La ayuda mutua en la vida espiritual debe ser principal­mente a partir de la común vocación al seguimiento de Cristo: relación con Dios (oración), seguimiento evangélico (virtudes del Buen Pastor), disponibilidad misionera, medios de perseve­rancia y de formación permanente (cf. cap. VIII).

La vida comunitaria es una concretización de la fraterni­dad sacerdotal en el Presbiterio, en vistas a hacer realidad la ayuda mutua en todos los campos de la vida sacerdotal. Se tra­ta de una convivencia, al menos en forma de encuentro perió­dico, para compartir la vida sacerdotal y ayudarse mutuamente. La pertenencia a un grupo, equipo o asociación y la vida común (es decir, bajo el mismo techo) son cauces y formas posibles de vida comunitaria6.

6 Sobre la vida comunitaria (o de grupo) para el sacerdote: AA. VV., De dos en dos, apuntes sobre la fraternidad apostólica, Salamanca, Sigúeme, 1980; J. DE­LICADO, La fraternidad apostólica, Madrid, PPC, 1987;J. ESQUERDA, Espi­ritualidad y vida comunitaria en el Presbiterio, "Burgense" 14/1 (1973) 137-160; 15/1 (1974) 179-205; MICHENEAU RETIF, El equipo sacerdotal, Sala­manca 1967; J. M SÁNCHEZ MARQUETA, La vida común del clero diocesa­no, Madrid, 1966.

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ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL PRESBITERIO DIOCESANO

La vida comunitaria es un signo portador de gracia para la espiritualidad y para la pastoral sacerdotal (cf. Jn 17, 21-23). Hay que tener en cuenta el fundamento de la vida comunitaria con sus finalidades, así como los condicionamientos y posibili­dades:

— Fundamento: la caridad pastoral que urge a vivir la uni­dad y perfección del Presbiterio (o comunidad sacerdo­tal) para ser testimonio y principio de unidad en la Igle­sia particular.

— Finalidad: ayuda en la vida espiritual, pastoral, cultural, económica, personal, etc., como proceso de maduración en Cristo por parte de los sacerdotes, para servir a la co­munidad eclesial.

— Condicionamientos psicológicos y espirituales: diferen­cia de temperamentos (y caracteres), base sociológica e histórica, cultura, gracias recibidas. . . (aunque siempre dentro de la unidad del mismo ideal y del mismo caris-ma sacerdotal).

— Posibilidades: encuentros periódicos para compartir, pertenencia a un grupo espiritual o asociación, vida co­mún, equipo de trabajo apostólico (equipo geográfico o funcional), etc. (cf. n. 4).

La vida comunitaria sacerdotal comporta cierto uso común de las cosas (PO 17) y es una ayuda para la pastoral de conjunto (PO 7) y para la disponibilidad misionera en sectores e Iglesias más necesitadas (PO 10). "Para hacer más eficaz la cura de al­mas, se recomienda encarecidamente la vida común de los sacer­dotes, en particular de los adscritos a la misma parroquia; pues dicha convivencia, al mismo tiempo que favorece la acción apos­tólica, da a los fieles ejemplo de caridad y unidad" (CD 30). En­tre los compromisos que el documento de Puebla señala a los obispos, se dice: "Buscar formas de agrupación de los presbí­teros situados en regiones lejanas, a fin de evitar su aislamiento

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y favorecer una mayor eficacia pastoral" (Puebla 705; cf. Mede-HínXI, 25)7.

En la vida del Presbiterio y en el servicio sacerdotal de la Iglesia particular, juega un papel muy importante el Consejo Presbiteral. Es un servicio consultivo y un cauce de diálogo, en­tre el obispo y sus sacerdotes, de forma comunitaria: "un grupo de sacerdotes, como senado del obispo, en representación del Presbiterio, cuya misión es ayudar al obispo en el gobierno de la diócesis conforme a las normas del derecho, para proveer lo más posible al bien pastoral de la porción del pueblo de Dios que se le ha encomendado" (can. 495). Al determinar la repre-sentatividad (por sectores, cargos, edades, etc.), la dinámica y periodicidad de las reuniones de trabajo, así como los objetivos, hay que tener en cuenta la vida espiritual de los sacerdotes8.

Para hacer efectiva esta comunidad sacerdotal en el Presbi­terio, se necesita una formación adecuada en las virtudes del diá­logo: escuchar al hermano y exponer la propia opinión, decir la verdad en la caridad, para analizar los acontecimientos a la luz de la palabra de Dios. El diálogo entre apóstoles se basa en la sintonía de ideales evangélicos y en el amor mutuo que lleva a una ayuda fraterna efectiva. El objetivo del diálogo sacerdotal es la evangelización y, consiguientemente, todos los aspectos de la vida del sacerdote que está dedicado a ella. Los intereses per­sonalistas deben descartarse del diálogo. Una escuela de diálogo es la revisión de vida en el propio grupo sacerdotal (cf. n. 4). Es­te diálogo responsable es la mejor preparación para una actitud de obediencia ministerial (cf. PO 15).

El nuevo código aconseja frecuentemente la fraternidad y vida comunitaria del clero: can. 275, 280, 533, 545, 548, 550. C. BERTOLA, Fraternitá sacerdota-le, aspetti sacramentan, teologici ed esistenziali, Roma, Cittá Nuova, 1987. Ver la nota anterior y la orientación bibliográfica del final del capítulo.

Sobre el Consejo Presbiteral: can. 495-502. Ver: F. BOULARD, La curie et les conseils diocésains, en La Charge pastorale des Evéques, París, Cerf, 1969, 241-274; M. MARTÍNEZ, Consejo Presbiteral, Senado del obispo, Madrid, PPC, 1973. Ver la Carta circular de la Congregación del clero sobre los Conse­jos Presbiterales: AAS 62 (1970) 459-465.

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ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL PRESBITERIO DIOCESANO

3. Espiritualidad del clero diocesano

La espiritualidad, como vida en el Espíritu (Rom 8,9), es fidelidad generosa a las gracias o carismas recibidos (cf. cap. I, n. 5). La espiritualidad específica del clero diocesano es la mis­ma espiritualidad sacerdotal matizada de gracias o carismas espe­ciales. Ser signo ministerial del Buen Pastor en una Iglesia par­ticular o diócesis, se concreta en la caridad pastoral matizada por:

— la pertenencia a la Iglesia diocesana por medio de la in-cardinación o con compromiso de servicio (que incluye corresponsabilidad en la misión universal),

— el hecho de formar parte del Presbiterio de modo esta­ble,

— la dependencia del carisma episcopal en cuanto a la pas­toral y en cuanto a la espiritualidad,

— ser principio de unidad (en unión con el obispo) respec­to a los carismas, vocaciones y ministerios existentes en la comunidad eclesial,

— ayudar a la comunidad a encontrar sus raíces apostólicas e históricas en relación con el obispo que la preside co­mo sucesor de los Apóstoles (cf. LG 28; CD 28; PO 7-8).

Todo sacerdote que sirve.de modo más o menos permanen­te en una diócesis, tiene de alguna manera estosftiatices de espi­ritualidad sacerdotal. El sacerdote religioso (o pertenenciente a instituciones similares) vive de diocesaneidad con las caracterís­ticas de unos carismas fundacionales y de unos compromisos que le hacen depender en muchos aspectos de su propio supe­rior (espiritualidad específica y traslados); en la acción pastoral depende del obispo; su modo de vida apostólica lo afianza por medio de esos compromisos (votos, reglas), que le ayudarán a

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perseverar en la perfección evangélica en la disponibilidad para la Iglesia universal.

El sacerdote diocesano secular vive la misma vida apostóli­ca (fraternidad, seguimiento y disponibilidad misionera) en de­pendencia directa del carisma episcopal y perteneciendo de mo­do estable a la Iglesia particular; deberá encontrar en su propio Presbiterio unos medios y unas estructuras que le ayuden a per­severar en el seguimiento evangélico radical y en la entrega gene­rosa a la misión. Tendrá que vivir el modo de vida apostólica en su propio Presbiterio. No basta, pues, con definir su espirituali­dad específica, sino que principalmente es necesario ofrecer un verdadero cauce para esta vida apostólica que comprometa la persona del obispo y la institución del Presbiterio, respetando siempre la iniciativa privada personal y comunitaria cuando se trate de vida íntima y de algunas aplicaciones de generosidad evangélica (ver el n. 4).

El Concilio Vaticano II ofrece unos matices que relacionan y distinguen a la vez a los sacerdotes religiosos y diocesanos: "Indudablemente, todos los presbíteros, diocesanos y religiosos, participan y ejercen, juntamente con el obispo, el sacerdocio único de Cristo, y, por ende, quedan constituidos próvidos coo­peradores del orden episcopal. Sin embargo, en el ejercicio de la cura de almas ocupan el primer lugar los sacerdotes diocesanos, ya que, incardinados en una Iglesia particular o adscritos a ella, se consagran plenamente a su servicio para apacentar a una por­ción de la grey del Señor; de ahí que constituyen un solo Presbi­terio y una sola familia, cuyo padre es el obispo" (CD 28; cf. PO 8). La incardinación, pues, da al sacerdote diocesano, llama­do también secular en el nuevo código, un aspecto de pertenen­cia permanente a la diócesis y de dependencia espiritual más es­trecha respecto al obispo (cf. CD 15-16; PO 7)9.

9 Ver los cánones 265-272 sobre la incardinación; nos remitimos a los estudios en la nota 4 del capítulo VI. El concilio llama diocesanos a los sacerdotes in­cardinados en la diócesis (CD 28; PO 8); nuevo Código les llama seculares (can. 278, 498, etc.).

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ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL PRESBITERIO DIOCESANO

La unión de los sacerdotes diocesanos con un obispo no es sólo de dependencia jurídica, sino principalmente de caridad pastoral, como formando con él un sólo signo ministerial colec­tivo del Buen Pastor en la Iglesia particular: "Las relaciones en­tre los obispos y los sacerdotes diocesanos deben fundarse prin­cipalmente en los vínculos de la caridad sobrenatural; de forma que la unión de voluntad de los sacerdotes con la voluntad del obispo haga más fecunda la acción pastoral de los mismos" (CD 28). Por esto, no podrán conseguir la perfección sacerdotal sin esta relación afectiva y efectiva con los obispos (cf. LG 41), puesto que "sobre ellos (los obispos) recae el grave peso de la santidad de sus sacerdotes" (PO 7).

Tanto en el campo pastoral, como en el de la vida de segui­miento evangélico, el sacerdote incardinado en la diócesis nece­sita la actuación del carisma episcopal. "Así, pues, ningún pres­bítero puede cumplir cabalmente su misión aislado y como por su cuenta, sino sólo uniendo sus fuerzas con otros presbíteros, bajo la dirección de los que están al frente de la Iglesia" (PO 7).

El sacerdote diocesano realiza su espiritualidad, como asee-sis propia del pastor de almas (PO 13), perteneciendo a una Igle­sia diocesana concreta, como miembro del Presbiterio cuya ca­beza es el obispo. Su espiritualidad específica de caridad pasto­ral se concreta en unos ministerios ejercidos con estas coordena­das de lugar y tiempo, en la Iglesia local de aquí y ahora, que tiene una herencia histórica de gracia y que no puede olvidar su responsabilidad universal. En esta perspectiva, se puede enten­der mejor la afirmación conciliar: "Los presbíteros conseguirán de manera propia la santidad ejerciendo sincera e incansable­mente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13). Ellos siguen radicalmente al Buen Pastor imitando su caridad pastoral, en estas circunstancias eclesiales de pertenencia a la Iglesia dio­cesana, en dependencia del propio obispo y como miembros del Presbiterio. Queda, pues, en pie la responsabilidad de crear unos cauces adecuados de estas exigencias evangélicas y pastorales.

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Esta pertenencia a la Iglesia diocesana (por la incardinación o por compromiso equivalente) es vivencia de la comunión ecle-sial como principio de unidad y servicio de comunión entre to­dos los carismas, vocaciones y ministerios existentes en la Iglesia diocesana. La historia de esta Iglesia concreta es una historia de gracia que debe custodiarse con la fidelidad a la tradición apos­tólica garantizada por el obispo. Esta vivienda de comunión ecle-sial es la mejor preparación para abrirse a las nuevas gracias del Espíritu Santo en situaciones de nueva evangelización.

La pertenencia y el servicio a la Iglesia diocesana (siempre en comunión con la Iglesia universal) da al ministerio sacerdotal un matiz peculair: ser custodio, como signo de Cristo Esposo, de una Iglesia que se hace madre por su fidelidad a la acción del Espíritu Santo. El sacerdocio ministerial es un servicio especial de la maternidad de la Iglesia: "La verdad sobre la maternidad de la Iglesia. . . es una característica de nuestra personalidad sa­cerdotal, que expresa precisamente su madurez apostólica y su fecundidad espiritual" (Juan Pablo II, Jueves Santo de 1988, n. 4; cf. PO 6). El sacerdote diocesano vive esta faceta de su espiritualidad por su pertenencia a una Iglesia particular con­creta10.

La construcción de la "vida apostólica" en el Presbiterio

Si la vida apostólica significa el seguimiento de Cristo al es­tilo de los Apóstoles, es el obispo de cada Iglesia particular, co­mo sucesor de los Apóstoles, con su Presbiterio, quien tiene que presentar ante la Iglesia esta forma de vida evangélica {apostóli­ca vivendi forma). El modelo apostólico, vivido en cada Iglesia

10 La relación del sacerdote con la maternidad de la Iglesia fue ya subrayada por: M. J. SCHEEBEN, Los misterios del cristianismo II, Barcelona, Herder, 1953, 567s. Ver la espiritualidad eclesial del sacerdote en el capítulo VI, n. 4 (notas y orientación bibliográfica). El Concilio Vaticano II relaciona el ministerio sacerdotal con la maternidad de la comunidad: "La comunidad eclesial ejerce, por la caridad, la oración, el ejemplo y las obras de penitencia, una verdadera maternidad para conducir las almas a Cristo" (PO 6).

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ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL PRESBITERIO DIOCESANO

local, debe servir de pauta para otras concretizaciones de la vida apostólica. Las exigencias evangélicas del seguimiento (pobreza, castidad, obediencia), de la fraternidad y de la disponibilidad misionera son las mismas; sólo cambiarán los modos y los me­dios (votos, reglas, carismas fundacionales, cánones, directorios diocesanos, etc.).

El Presbiterio debe estructurarse de modo que pueda ofre­cer a todos sus componentes, obispo, presbíteros y al menos los diáconos llamados al celibato, posibilidades y medios de vivir el seguimiento evangélico y la vida comunitaria para una mayor disponibilidad misionera: La fraternidad sacramental del Presbi­terio (PO 8) es una vida de familia con el propio obispo (CD 28), donde todos se ayudan mutuamente para la generosidad evangé­lica y para la misión (cf. LG 28; PO 7).

Cuando en los diversos períodos históricos ha habido una renovación sacerdotal, ha sido siempre por medio de la puesta en práctica de la vida apostólica en los Presbiterios y en otras formas concretas de vivir el mismo seguimiento evangélico (cf. cap. X). Los concilios, los Papas y los santos sacerdotes han he­cho hincapié en esta forma de vida para renovar el estamento sa­cerdotal del Presbiterio.

El Concilio Vaticano II recoge esta tradición e indica unas líneas claras que deben hacerse realidad en cada Presbiterio: se­guimiento evangélico del Buen Pastor (PO 15-17; cf. cap. V), disponibilidad misionera (PO 10; cf. cap. IV y VI), vida de fra­ternidad (PO 8; cf. cap. VII, 2).

El problema principal no consiste en aclarar principios y exigencias (que ya hemos analizado en los capítulos anteriores), sino en señalar pistas concretas de actuación. La vida fraterna o comunitaria del Presbiterio, ¿cómo puede llevarse a efecto en vistas a la práctica del seguimiento evangélico y de la disponibili­dad para la misión? Hemos señalado más arriba (n. 2) algunas posibilidades de vida comunitaria que ahora vamos a concretar más.

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En cuanto a la vida apostólica de tipo religioso (o similar), hay que atenerse al propio carisma fundacional y a los estatutos de la propia institución: esta modalidad es un gran bien para to­do el Presbiterio, puesto que aporta siempre los elementos fun­damentales y comunes de toda vida apostólica. Pero es también el mismo Presbiterio y el clero diocesano (secular) el que debe encontrar su propio cauce de vida apostólica en relación de de­pendencia directa del carisma episcopal y como servicio perma­nente en la Iglesia particular o diócesis.

Hay que partir de la realidad en que trabaja y vive el clero diocesano. La vida comunitaria (cf. n. 2) y de equipo de sacer­dotes es siempre posible si se trata de:

— encuentro periódico, — para compartir la vida y el ministerio, — y para ayudarse mutuamente en todos los aspectos: vida

espiritual, pastoral, cultural, económica, personal. . . u .

Las posibilidades de este encuentro comunitario se basan en la misma realidad del sacerdote diocesano:

— posibilidad geográfica: por arciprestazgos (decanatos), vicarías, parroquias, sectores, etc.,

— posibilidad funcional: por ejercicio ministerial común (enseñanza, movimientos apostólicos, capellanías, etc.),

— posibilidad de afinidad: por amistad, edad, ordenación, pertenencia a una institución, etc.12.

11 Ver bibliografía citada en la nota 6 sobre la vida comunitaria o de grupo para el sacerdote,

12 "Es contrario al profundo sentido de unidad del Presbiterio el aislamiento en que viven tantos sacerdotes. Para que pueda realmente compartirse la común responsabilidad sobre la Iglesia local, recomendamos vivamente que se fomente la vida de los equipos sacerdotes en sus diversas formas. Establézcanse centros sacerdotales donde puedan reunirse en un ambiente fraternal y de frecuente contacto con el obispo, todos los presbíteros con miras a su perfeccionamiento personal" (Medellín, XI, 25; cf. Puebla 705).

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ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL PRESBITERIO DIOCESANO

La verdadera dificultad del clero diocesano no está, pues, en la realidad pastoral, sino en la falta de formación para la vida apostólica en el Presbiterio (cf. can. 245; ver cap. VIII) y en la falta de disponibilidad para el seguimiento evangélico del Buen Pastor (cf. cap. V).

La vida interna del grupo al que se pertenece (geográfico, funcional, de afinidad, etc.) debe concretarse en el campo de la espiritualidad, como se concreta en la pastoral, cultura, econo­mía y de problemas personales. Se trata, pues, de ayudarse en las exigencias de la vocación sacerdotal, y de modo particular en:

— la vida de oración como encuentro con Cristo y como ministerio,

— el seguimiento evangélico de Cristo aplicado a las virtu­des del Buen Pastor,

— la disponibilidad misionera para cualquier cargo de la Iglesia particular y cualquier necesidad de la Iglesia uni­versal.

Un modo concreto de llevar a término esta ayuda espiritual es la revisión de vida, que puede realizarse en el grupo sacerdotal según diversas posibilidades:

— compartir la propia experiencia de meditación evangéli­ca o de palabra de Dios,

— partir de un acontecimiento iluminándolo con la palabra de Dios, para llegar a un compromiso concreto de reno­vación y de ayuda mutua,

— partir de las virtudes y deberes ministeriales para revisar la propia conducta sacerdotal en fraternidad,

— partir de una lectura (palabra de Dios, documentos, es­critos espirituales, etc.) para pasar a discernir los aconte­cimientos de la propia vida sacerdotal y asumir unos compromisos concretos13.

13 Ver estudios citados en nota 6. J. BONDUELLE, Situación actual de la revi­sión de vida, Barcelona, Nova Terra, 1966; A. GODIN, La vida de los grupos

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Aunque estas experiencias deben surgir de la base o de la propia iniciativa (por el hecho de no poder imponerse por leyes o cánones), en realidad no será posible construir la fraternidad sacerdotal en el Presbiterio sin la ayuda afectiva y efectiva del carisma episcopal: convivencia, compartir la misma vida, orien­taciones claras y decididas, aceptación gozosa de la actuación del obispo por parte de los presbíteros, etc. La acción de Conse­jo Presbiteral debe ser discreta, pero también clara y decidida, respetando y alentando iniciativas privadas y de grupo.

Aparte de los grupos religiosos y de institutos de perfec­ción (institutos seculares, etc.), existen las asociaciones sacerdo­tales para el clero diocesano estrictamente dicho (secular). Se­gún la doctrina conciliar y posconciliar (PO 8; can. 278), estas asociaciones tienen las siguientes características:

— aprobación por parte de la autoridad competente, — buscar la perfección sacerdotal en el ejercicio del minis­

terio, — establecer una cierta organización y plan de vida, — ser un servicio abierto a todos los presbíteros14.

La diversidad de asociaciones e instituciones, de tipo reli­gioso o secular, deben respetar y favorecer la marcha propia e

en la Iglesia, Madrid, Studium, 1975; A. MARECHAL, Toda nuestra vida en el evangelio a través de la revisión de vida, Barcelona, Nota Terra, 1966; F. MAR­TÍNEZ, Principios fundamentales sobre la revisión de vida, Zaragoa, Berit, 1968; F. MARTÍNEZ GARCÍA, La revisión de vida, Barcelona, Herder, 1975; C ROGERS, Encounter groups, New York, Harper and Row, 1970; J. A. VELA, Dinámica psicológica y eclesialde los grupos apostólicos, Buenos Aires, Guadalupe, 1968.

14 Ver los cánones 278, 298, 302, 312 y 313. J. ESQUERDA, Asociaciones y es­piritualidad sacerdotal, en Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Ma­drid, EDICE, 1987, 597-607; A. DEL PORTILLO, Ius associationis et associa-tionesfidelium iuxta Concilii VaticaniIIdoctinam, "Ius Cononicum" 8(1968) 5-28; J. M. SETIEN, Organización de las asociaciones sacerdotales, "Rev. Espa­ñola de Derecho Canónico" 1 (1962) 677-706; ídem. Institutos seculares para eidero diocesano, Madrid, 1966.

ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL PRESBITERIO DIOCESANO

idiosincrasia del Presbiterio y de la Iglesia local; esta diversidad depende de una serie de factores:

— líneas y acentos en la espiritualidad y acción apostólica, — experiencias y modo de vida comunitaria y asociativa, — compromisos jurídicos, — modo de dependencia, no sólo aprobación, respecto a la

autoridad episcopal.

La espiritualidad peculiar de un grupo sacerdotal, religioso o secular, no debe infravalorar la espiritualidad específica del sacerdote diocesano (secular) en cuanto tal. Los diversos modos de vivir la vida apostólica enriquecen el Presbiterio, con tal que se respete la posibilidad de que éste y el mismo clero diocesano (secular) pueda realizarse su propio camino de seguimiento evan­gélico y misionero.

A pesar de la doctrina conciliar y de los grandes esfuerzos realizados en los últimos años, hay que reconocer que todavía falta mucho para que en los Presbiterios diocesanos sea una rea­lidad la vida apostólica. Hay que empezar a crear mentalidad y hábitos desde la primera formación en los Seminarios (cf. can. 245) y organizar la formación permanente también respecto a la espiritualidad específica del sacerdote diocesano.

En este camino de construcción de la vida apostólica en el Presbiterio existe un servicio asociativo cuyo nombre indica su finalidad: la Unión Apostólica (fraternidad sacerdotal para ayu­darse en la vida apostólica). Se trata de un intercambio de expe­riencias y ayudas dentro del Presbiterio (entre diversos grupos) y entre Presbiterios, a escala nacional e internacional, con el ob­jetivo de construir la vida y el ministerio sacerdotal según el mo­delo de los Apóstoles {apostólica vivendi forma). La Unión Apostólica, sin tener una espiritualidad propia, es un servicio para que el clero diocesano encuentre su espiritualidad especí­fica y su modo de vida apostólica, fraternidad, seguimiento evan­gélico, disponibilidad misionera, en el Presbiterio diocesano y en dependencia del propio obispo.

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JUAN ESQUERDA BIFET

Por bien que esté estructurado un Presbiterio respecto a la espiritualidad del clero diocesano, por medio del servicio del Consejo Presbiteral y la actuación del carisma episcopal, siempre quedará un campo operativo para las iniciativas privadas y de grupo (asociaciones), y de modo especial para el servicio de la Unión Apostólica15.

GUIA PASTORAL

Reflexión bíblica:

— Llamados y enviados, como grupo apostólico, para seguir y anunciar a Cristo: Me 3,13-14; Le 10,1.

— La unidad sacerdotal querida y pedida por Jesús, como sig­no eficaz de santificación y evangelización: Jn 17,21-23.

- La gracia sacerdotal en relación al Presbiterio: ITim 4,14.

- Enraizarse en el fundamento de los Apóstoles por medio de los obispos: Ef 2,20.

15 "La Unión Apostólica podrá encontrar, justamente en el seno del mismo Pres­biterio, su campo operativo y la posibilidad de ofrecer un servicio grato y fe­cundo para el clero" (Pablo VI, Disc. 22.11.72). "La Iglesia cuenta muchísimo con la Unión Apostólica, así como con las otras asociaciones sacerdotales, para hacer avanzar el testimonio concreto de la comunión entre los sacerdotes y los obispos, entre los miembros del Presbiterio a través de sus diversos ministerios, de los laicos en relación con sus obispos y con sus sacerdotes, y de los laicos entre sí" (Juan Pablo II, Disc. 9.10.85). J. ESQUERDA, Asociaciones sacerdo­tales de perfección en el Concilio Vaticano II, "Teología Espiritual" 10 (1966) 413-431; ídem, o. c. en nota 6; J. GARAY, El estatuto del sacerdote (La vida apostólica), Vitoria, Unión apostólica, 1978.

ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL PRESBITERIO DIOCESANO

La vida apostólica en el Presbiterio: fraternidad (Le 10,1; Act 1,14) para el seguimiento evangélico (Mt4,19; 19,27) y la disponibilidad misionera (Act 1,1-8; Mt 28,19-20).

Revisión de vida como examen de caridad pastoral: Jn 21, 15ss.

Estudio personal y revisión de vida en grupo

— Obispos, presbíteros y diáconos, un signo colectivo del Buen Pastor (LG 28-29).

— La vida espiritual del sacerdote en relación al carisma episr copal (CD 15-16;P0 7).

— Los pasos hacia la fraternidad sacramental del Presbiterio (PO 8; LG 28; CD 28; Puebla 603, 690)..

— Posibilidad y experiencias de vida en grupo (PO 7, 8, 10, 17;CD 30;OT 17;Puebla 705;Medellín XI, 25).

— Valorar los elementos esenciales de la espiritualidad especí­fica del clero diocesano: caridad pastoral en relación al obispo, al Presbiterio y a la Iglesia particular (PO 13; LG 28;CD28, 30;PO7-9).

— Revisión de vida sobre los ministerios (PO 4-6) y las virtu­des del Buen Pastor (PO 15-17).

ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA

Ver en las notas de este capítulo, algunos temas concretos: obispo (nota 1), presbíteros y comentarios aPresbyterorum Ordinis (n. 2), diáco­nos (n. 3), Presbiterio (nota 5), vida comunitaria y de grupo (nota 6), Con-

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J U A N ESQUERDA BIFET

sejo Presbiteral (nota 8), incardinación (nota 9), revisión de vida (nota 13), asociaciones (nota 14), Unión Apostólica (nota 15). Ver los temas de Igle­sia particular (diócesis) en el capítulo VI; sobre el sacerdocio ministerial, el capítulo III; sobre la espiritualidad sacerdotal, capítulo V. Citamos aquí trabajos de síntesis sobre la espiritualidad del clero diocesano:

AA. VV. Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987.

AA. VV., Espiritualidad del clero diocesano, Bogotá, OSLAM, 1986.

AA VV., Conferencias sobre teología y espiritualidad del clero diocesano, Vitoria, 1967.

CAPMANY, J. Espiritualidad del sacerdote diocesano, Barcelona, Herder, 1959.

CUELLAR, R. Ensayo sobre espiritualidad del clero diocesano, en Espiri­tualidad del clero diocesano, o. c , 13-37.

CHARUE, A. M. El clero diocesano, Vitoria, 1961.

DELICADO, J. El sacerdote diocesano a la luz del Vaticano II, Madrid, 1965.

ESQUERDA, J. El sacerdocio ministerial en la Iglesia particular, "Salman-ticensis" 14 (1967) 304-340.

FENTON, J. C. Concepto de sacerdocio diocesano, Barcelona, Herder, 1956.

GOICOECHEAUNDIA, J. Espiritualidad del clero diocesano, Vitoria, ESET, 1984.

PICAO, D. Dificultades práticas reais do sacerdote diocesano, en Espiritua­lidad del clero diocesano, o. c , 39-53.

RESTREPO, D. Espiritualidad de una Iglesia particular en América Latina, ibídem, 55-82.

SIMONET, A. El sacerdote diocesano en la Iglesia, Salamanca, Sigúeme, 1966.

THILS, G. Naturaleza y espiritualidad del clero diocesano, Salamanca, Si­gúeme, 1961.

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Capítulo VIII.

x

VOCACIÓN Y FORMACIÓN

SACERDOTAL

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VIH. VOCACIÓN Y FORMACIÓN SACERDOTAL

Presentación

La vocación o llamado es un don que se recibe tal como es. El llamado sacerdotal es elección para seguir a Cristo Buen Pas­tor y para prolongar su acción pastoral (cf. cap. II, 1). Jesús "llamó a los que quiso" (Me 3,13) para comunicarles su misma misión (Jn 20,18).

La persona humana se siente realizada sólo cuando es fiel a su propia vocación. Cada cristiano y cada ser humano, es ele­gido en Cristo desde la eternidad (cf. Ef 1,4). La identidad de una vocación se expresa en la convicción y en el gozo de ser lla­mado. La fecundidad de una vida depende de la fidelidad gene­rosa a la vocación. La llamada de Cristo hace también posible una respuesta pronta y fiel. La vocación sacerdotal sigue estas mismas líneas maestras de la vocación cristiana.

La iniciativa dé la vocación sacerdotal la tiene el Señor (Jn 15,16; Me 3,13). Cristo sigue llamando, ahora por medio de la Iglesia y comunicando luces, mociones y carismas que deberán discernirse en la comunidad eclesial y garantizarse por los suce­sores de los Apóstoles. La iniciativa de la vocación hace también posible la colaboración de la familia, de la comunidad eclesial y especialmente del mismo llamado.

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La gracia de la vocación reclama una respuesta libre y ge­nerosa. El momento inicial se distingue por la gratitud y por la humanidad, manifestada en la necesidad de una formación ade­cuada. De esta actitud de autenticidad ante el don de Dios, nace un sentido de comunión eclesial, expresado en la necesidad de ser formado en la comunidad y de vivir a sú servicio.

La fidelidad generosa a la vocación sacerdotal sólo es posi­ble a partir de la puesta en práctica de unos medios de espiritua­lidad cristiana y sacerdotal (PO 18), entre los que sobresalen los mismos ministerios vividos y ejercidos en el Espíritu de Cristo (P0 13 ;OT4) ' .

Cristo sigue llamando

El Señor continúa llamando a participar en su ser, en su misión y en su vida sacerdotal por medio de la Iglesia. La voca­ción sigue siendo un don suyo (Me 3,13) y una iniciativa suya: "Yo os he elegido" (Jn 15,16; cf. Jn 6,56). Es un don que hay que pedir (Mt 9, 38) y que llega por medio de luces y mociones de la gracia, preparadas por una acción familiar y educativa, y garantizadas finalmente por la llamada de la Iglesia el día de la ordenación sacerdotal.

La realidad sacerdotal de Jesús se prolonga en toda su Igle­sia (cf. cap. II, n. 3). Cada cristiano participa, a su modo, del ser y de la misión profética, sacerdotal y real de Cristo. Es el sacer­docio común de los fieles (cf. cap. II, n. 4). Todos los bautiza­dos son llamados a vivir esta realidad sacerdotal, pero cada uno según su propia vocación. La vocación laical tiene como objeti-

1 En el capítulo III (n. 1) hemos estudiado la vocación en su fundamentación bíblica. En el presente capítulo (VIII) se afronta el tema como fruto de toda la reflexión a través de los capítulos anteriores, comenzando por una reflexión de base bíblica (n. 1). Después de haber expuesto toda la temática de la espi­ritualidad sacerdotal, nos preguntamos sobre la naturaleza, señales, formación y perseverancia en la vocación sacerdotal.

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VOCACIÓN Y FORMACIÓN SACERDOTAL

vo transformar las realidades temporales desde dentro con el espíritu evangélico (LG 31); la vocación de vida consagrada por la profesión o práctica permanente de los consejos evangélicos es un signo fuerte y radical de las exigencias del bautismo y del sermón de la montaña (cf. LG 42-44). La vocación sacerdotal ministerial es para transformarse en signo personal peculiar de Cristo Cabeza, Sacerdote y Buen Pastor, y para obrar en persona o en nombre suyo (PO 2,6)2.

La vocación sacerdotal llega a ser realidad efectiva y defini­tiva cuando se recibe el sacramento del Orden (cf. cap. III, n. 2). Por la ordenación sacerdotal se participa de modo especial en la consagración y misión de Cristo. Los ordenados quedan sellados con un carácter particular" que es unción y gracia permanente del Espíritu Santo (PO 2;2Tim 1,6): consagrados por la unción del Espíritu Santo y enviados por Cristo", para entregarse total­mente al servicio de los hombres (PO 12). Así se configuran con Cristo Sacerdote (PO 2).

La llamada de la Iglesia, durante el período de formación y, de modo especial, en el momento de la ordenación por medio del obispo, es un factor constitutivo de la vocación sacerdotal y garantiza su existencia.

La vocación sacerdotal enraiza en el bautismo y, por ser vocación cristiana, es una llamada a ser responsablemente Iglesia misterio, comunión y misión: "Dios llama a todos los hombres y a cada hombre a la fe y por la fe, a ingresar en el Pueblo de Dios mediante el bautismo. Esta llamada por el bautismo, la confirmación y la eucaristía, a que seamos Pueblo suyo, es lla­mada a la comunión y participación en la misión y vida de la Iglesia y, por lo tanto, en la evangelización del mundo" (Puebla 852).

2 En el capítulo II, n. 4 hemos resumido las diversas vocaciones, laical, vida con­sagrada, sacerdocio ministerial, en relación al sacerdocio común de los fieles. Ver bibliografía de las notas 12 y 13 de este capítulo.

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La vocación sacerdotal es como la de los Apóstoles. El apóstol, como Pablo, ya no se pertenece, sino que se entrega al seguimiento y a la misión (Rom 1,1-7; Gal 1,15; Ef 3,3-9). Es un servicio a todo el Pueblo de Dios, para que todas las demás vocaciones se realicen en armonía de Iglesia "comunión".

No debe olvidarse que en toda vocación cristiana, y de mo­do especial en la vocación sacerdotal, Cristo llama a vivir la fe como encuentro con El, a seguir el camino de la santidad según el modelo de las bienaventuranzas y del mandato del amor, y a participar en la misión que El mismo ha confiado a la Iglesia.

En la vocación sacerdotal hay una colaboración humana al don de Dios por parte de :

— la familia: oración, testimonio, educación, ambiente cris­tiano.

— la comunidad eclesial: oración, campo de apostolado, ayudas espirituales y materiales, testimonio,

— la misma persona llamada: fidelidad, generosidad.

Puesto que Cristo llama a participar de modo especial en su ser y misión sacerdotal para el servicio de la Iglesia y de la hu­manidad entera, la vocación sacerdotal es entrega incondicional para:

— ser signo transparente de la caridad del Buen Pastor, — prolongarle en la acción evangelizadora, — servir a la Iglesia particular y universal, — formar parte de un Presbiterio cuya cabeza visible es un

sucesor de los Apóstoles.

Cristo llama a vida sacerdotal invitando al llamado a una serie de experiencias que marcarán profundamente toda su vida posterior:

— encuentro con Cristo, que se hace relación y amistad profunda (Jn 1,38-39; 15,14-1 5; Me 10,38-39),

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VOCACIÓN Y FORMACIÓN SACERDOTAL

— seguimiento de Cristo para compartir la vida con El (Mt 4,19ss; 19,27),

— desprendimiento para ser signo de cómo ama El (Me 10, 21),

— pertenencia a la fraternidad del grupo apostólico (Le 10,1 ;Jn 17,21-23),

— actitud de servicio a la comunidad eclesial (Me 10,44-45; Jn 13,14-15).

De la oración eclesial y del testimonio gozoso de fidelidad generosa a la vocación sacerdotal, como "máximo testimonio del amor" (PO 11), dependerá la abundancia del don de las vo­caciones. Los nuevos candidatos al sacerdocio necesitan ver sa­cerdotes que vivan el gozo pascual (PO 11) de seguir a Cristo pa­ra compartir su misma misión evangelizadora.

El don de las vocaciones sacerdotales existe; pero hay que colaborar para recibirlo, descubrirlo y ponerlo en práctica. "El deber de fomentar las vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana, la cual ha de procurarlo ante todo con una vida plena­mente cristiana. .. Demuestren todos los sacerdotes el celo apos­tólico sobre todo en el fomento de las vocaciones y, con el ejem­plo de su propia vida humilde y laboriosa, llevada con alegría y el de una caridad sacerdotal mutua y una unión fraterna en el trabajo, atraigan el ánimo de los adolescentes al sacerdocio" (OT2)3 .

3 Las encíclicas sacerdotales dan siempre algunas indicaciones sobre la vocación. La carta apostólica Summi Dei Verbum de Pablo VI (4 noviembre 1963) es prácticamente el único documento monográfico sobre este tema. Es un resu­men teológico sobre la vocación, analizando su naturaleza, intención, cualida­des y formación adecuada. Ver las encíclicas y documentos sacerdotales des­de San Pío X a Juan Pablo II, en: El sacerdocio hoy, documentos del magis­terio eclesiástico, Madrid, BAC, 1983.

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Señales de vocación sacerdotal

Las señales de vocación al sacerdocio se manifiestan de mo­do objetivo-externo en la vida ordinaria: "Esta voz del Señor que llama no ha de confiarse en modo alguno que llegue de for­ma extraordinaria a los oídos del futuro presbítero. Más bien ha de ser entendida y distinguida por los signos que cotidianamente dan a conocer a los cristianos prudentes la voluntad de Dios; signos que los presbíteros han de considerar con atención" (PO 11).

No es sólo el candidato que debe discernir, sino también con el consejo y parecer de personas prudentes, y especialmente de la misma Iglesia por medio de los formadores misionados pa­ra este objetivo (OT 2). En el fondo es el mismo caso del discer­nimiento de los carismas del Espíritu Santo (cf. cap. III, n. 4). El discernimiento debe concretarse principalmente en analizar:

— la recta intención o motivaciones, — la libertad de decisión, — la idoneidad o cualidades4.

La recta intención aparece en las motivaciones por las que uno se siente llamado al sacerdocio. Las expresiones de los can­didatos y también de los escritores sobre estos temas son muy variadas y pueden dar la sensación de ser genéricas: salvar almas, servir a la Iglesia, compartir la vida con Cristo, consagrarse a los planes salvíficos de Dios sobre los hombres, etc. En realidad,

4 "Esta activa colaboración de todo el Pueblo de Dios en el fomento de las vo­caciones responde a la acción de la divina Providencia, que da las cualidades necesarias y ayuda con su gracia a los hombres elegidos por Dios para partici­par del sacerdocio jerárquico de Cristo y, al mismo tiempo, encomienda a los legítimos ministros de la Iglesia el que, una vez comprobada la idoneidad, lla­men a los candidatos que pidan tan alto ministerio con intención recta y plena libertad, y, una vez bien conocidos, los ensangren con el sello del Espíritu San­to, para el culto de Dios y servicio de la Iglesia" (OT 2; cf. 6). Ver documentos del magisterio citados en nota anterior.

VOCACIÓN Y FORMACIÓN SACERDOTAL

con estas expresiones, se quiere expresar una intuición sencilla y menos conceptual, que nosotros hemos ido desarrollando te­máticamente con conceptos teológicos en los diversos capítulos de este tratado. Pero lo que importa es que el candidato no se mueva por motivaciones extrañas al evangelio y que esté en sin­tonía con la llamada que Jesús dirigió a los doce Apóstoles.

No es fácil discernir las motivaciones profundas por las que una persona elige un camino o se siente capaz de responder a una llamada. En la vocación sacerdotal, la recta intención irá apareciendo mejor durante un lapso prudente de tiempo, a mo­do de disponibilidad misionera, desinterés en cuanto a cargos lucrativos o ventajas temporales, orientación de la vida hacia la persona y los intereses de Cristo, etc. Para este discernimiento será una gran ayuda la formación inicial que ofrezca al posible llamado unos elementos de juicio y de valoración.

La libertad de decisión es una señal imprescindible para conocer si existe la vocación. Cuando se trata de libertad inter­na, es una cuestión relacionada con las motivaciones e incluso con el equilibrio y madurez psicológica. Pero a veces las perso­nas se mueven condicionadas por presiones externas: ambienta­les, familiares, dependencia excesiva de un grupo, etc. Hay quie­nes tienen una voluntad crónicamente indecisa; si estos candi­datos hicieran depender su decisión de la voluntad de otras per­sonas, sería señal de falta de libertad. Otros individuos tienen la tendencia a seguir ciegamente una decisión que han tomado sin discernimiento; tampoco habría señal de libertad o, al menos, de vocación.

No hay que confundir la libertad de decisión con la madu­rez psicológica perfecta que nadie posee. Se requiere una madu­rez psicológica relativa para que haya una decisión libre. Cuan­do una persona ha tomado una decisión con serenidad, después de una consideración prudente y con el asesoramiento de los educadores y formadores, significa que tiene una madurez sufi­ciente. Esta decisión se ha tomado con suficiente libertad para despejar cualquier duda que pueda surgir posteriormente. Lo

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mismo cabe decir de unos votos y de la celebración del matri­monio. Esta decisión prudente no necesita revisarse como quien duda de su libertad, pues en este caso se caería en un complejo interminable de veleidades; pero la decisión debe renovarse y afianzarse continuamente profundizando en las motivaciones.

La idoneidad vocacional consiste en un conjunto de cuali­dades que corresponden a la vocación sacerdotal y al ejercicio del ministerio. Estas cualidades son intelectuales (capacidad ne­cesaria y relativa), culturales (formación suficiente), humanas (salud física y psíquica), morales (virtudes humanas, cristianas y sacerdotales)5.

Hay que distinguir y tener en cuenta los diversos momen­tos o etapas de una vocación: momento de despertar vocacio­nal, momento de formación inicial en el Seminario o casa de formación, tiempo de Ordenes, etc. La idoneidad corre a la par con estos momentos y no se puede exigir desde el principio la idoneidad requerida para el momento de ordenarse.

Respecto a las virtudes sacerdotales (enraizadas en las vir­tudes humanas y cristianas), hay que analizar también si la dis­ponibilidad tiene el matiz de vida religiosa o secular (diocesana). En toda vocación sacerdotal, hay que ver si el posible vocaciona-do se orienta hacia la oración de amistad, con Cristo y de media­ción (intercesión), el sentido y amor de Iglesia, el seguimiento radical (evangélico) del Buen Pastor (pobreza, obediencia, casti­dad), espíritu comunitario, disponibilidad misionera, espíritu de sacrificio relacionado con la eucaristía y con la caridad pastoral, capacidad de meditar la palabra para poderla predicar, espíritu de servicio, etc.

5 En los capítulos anteriores hemos estudiado las virtudes humanas, cristianas y sacerdotales. Ver especialmente el capítulo V, donde las virtudes del sacerdote se analizan a partir de la caridad pastoral.

VOCACIÓN Y FORMACIÓN SACERDOTAL

Respecto a la vocación religiosa o de instituciones de vida consagrada, hay que discernir si el candidato se orienta además hacia la profesión (no sólo la práctica) de los consejos evangéli­cos y hacia una vida común e institucional originada en el caris-ma de un fundador.

Cuando se trata de un posible candidato al sacerdocio dio­cesano (secular), hay que discernir, además de lo que hemos in­dicado para todo sacerdote, si las cualidades se orientan hacia:

— la santificación en relación al ministerio y a la pastoral de conjunto,

— la vida comunitaria en el Presbiterio, — el sentido de pertenencia permanente a la Iglesia particu­

lar, — la dependencia afectiva y efectiva (también en la espiri­

tualidad) respecto al carisma episcopal.

Todas las cualidades sacerdotales giran en torno a una acti­tud profundamente relacionada con Cristo, a partir de un en­cuentro periódico con El y en vistas a participar de su misma misión evangelizadora. El depsertar de una vocación sacerdotal ya ofrece unos gérmenes vocacionales con posibilidades de desa­rrollo posterior (cf. OT 3).

Formación sacerdotal inicial

La vocación sacerdotal necesita una formación adecuada desde sus comienzos. El don de Dios de la vocación debe pedir­se y cultivarse. Dios da las vocaciones suficientes para cada épo­ca y para cada comunidad, pero da también los medios para pre­pararlas, recibirlas, cultivarlas y perfeccionarlas. Cuando falta la pastoral vocacional, no surgen, ni perseveran las vocaciones de seguimiento evangélico.

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La pastoral de las vocaciones sacerdotales tiene principal mente dos etapas: una preliminar en la misma comunidad ecle-sial, y otra ya en el Seminario o casa de formación.

La formación vocacional empieza en la familia, donde los padres deben tener cuidado de la vocación sagrada (LG 11). pe_ ro "el deber de fomentar las vocaciones afecta a toda la comuni­dad cristiana" (OT 2). En la formación vocacional colaboran con la familia toda la comunidad y especialmente los educado­res y los sacerdotes. "A los sacerdotes, como educadores' en la fe, atañe procurar, por sí mismo o por otros, que cada uno de los fieles sea llevado, en el Espíritu Santo, a cultivar su propia vocación de conformidad con el evangelio" (PO 6).

El cultivo de las vocaciones necesita, pues, la cooperación armónica de toda la comunidad, por medio de la oración, el sa­crificio, la predicación y la catequesis, los movimientos apostó­licos, los medios de comunicación social y los centros educati­vos. En estos centros se podrán encontrar también recursos prác­ticos de psicología para conocer y orientar las posibilidades de vocación.

La pastoral vocacional se encuadra dentro de la pastoral de conjunto, especialmente en relación a la pastoral juvenil, fami­liar y educativa. "Son lugares privilegiados de la pastoral voca­cional la Iglesia particular, la parroquia, las comunidades de ba­se, la familia, los movimientos apostólicos, los grupos y movi­mientos de juventud, los centros educacionales, la catequesis y las obras de vocaciones" (Puebla 867). Hay que armonizar y coordinar los esfuerzos. La Obra para el fomento de las vocacio­nes ocupa un lugar especial en esta coordinación para favorecer la pastoral de conjunto (cf. can. 233 y OT 2).

Los medios de una pastoral vocacional bien organizada que­dan potenciados cuando se encauzan hacia centros vocacionales: casas de espiritualidad, grupos bíblicos de discernimiento y de oración, encuentros juveniles, centros de consulta y de coordi-

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VOCACIÓN Y FORMACIÓN SACERDOTAL

nación, jornadas vocacionales diocesanas e interdiocesanas, etc. Todos estos centros y posibilidades son una preparación para in­gresar en el Seminario Menor y Mayor, o en las casas de vida re­ligiosa6 .

Ya en "1 Seminario, los candidatos deben recibir una for­mación integral de verdaderos pastores de almas (OT 4). Se trata de una preparación para prolongar la palabra, la acción salvífica y la acción pastoral de Cristo. "Por consiguiente, deben prepa­rarse para el ministerio de la palabra: para comprender cada vez mejor la palabra revelada por Dios, poseerla con la predicación y expresarla con la palabra y la conducta; deben prepararse para el ministerio del culto y de la santificación: a fin de que, orando y celebrando las sagradas funciones litúrgicas, ejerzan la obra de salvación por medio del sacrificio eucarístico y los sacramentos; deben prepararse para el ministerio del Pastor: para que sepan representar delante de los hombres a Cristo, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su Vida para redención del mundo (Mt 10,45; cf.Jn 13,12-17), y hechos servidores de todos, ganar a muchos (cf. ICor 9,19)" (OT 4).

El enfoque pastoral de la formación para el sacerdocio abar­ca, pues, todos los aspectos de la vida del Seminario:

- Espiritual: amistad con Cristo, a partir de la escucha y meditación de la palabra y de la eucaristía, celebracio­nes litúrgicas, práctica de virtudes cristianas, humanas y sacerdotales.

— Disciplinar o de convivencia: como vida de fraternidad y de familia; "mediante la vida en común en el Seminario

Ver OT 3-7; Puebla 869-880; Medellín XIII, 4-6. Hay que prestar suma aten­ción a la preparación de f'ormadores para estos centros vocacionales, según los diversos niveles de actuación: espiritual, pastoral, intelectual, disciplinar. . . La ciencia y la experiencia se habrán de combinar con las cualidades personales de testimonio sacerdotal y de ciencia pedagógica (OT 5).

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y los vículos de amistad y compenetración con los de­más, deben prepararse para una unión fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el servicio de la Iglesia" (can. 245, par. 2).

— Intelectual y cultural: centrada en el conocimiento y la vivencia del misterio de Cristo, que capacita para una recta inculturación en las nuevas situaciones de la socie­dad.

— Experiencias pastorales: según las posibilidades y etapas de formación, y según el nivel profético, litúrgico y de servicios de organización y caridad.

El Seminario es, pues, el centro privilegiado, como "cora­zón de la diócesis" (OT 5), para cultivar las vocaciones desde sus primeros gérmenes (OT 3). El proceso formativo deberá te­ner en cuenta las señales de vocación (recta intención, voluntad libre, idoneidad o cualidades), para ir madurando la personali­dad humana, cristiana y sacerdotal (ver el n. 2). El Seminario debe y puede ofrecer, con la colaboración de todos, especial­mente de formadores y candidatos, un ambiente de oración, re­flexión, fraternidad y compromiso personal y comunitario.

La vida espiritual del Seminario es ya, en germen, la que corresponde a quien prolongará un día la palabra, el sacrificio y el pastoreo de Cristo (cap. IV y V). Esta vida debe tener una ba­se doctrinal y pastoral, por medio de un trato familiar con Dios, expresado en consorcio íntimo de amistad con Cristo. Es una vi­da alimentada por la meditación de la palabra y, por la eucaris­tía, centrada en el misterio pascual de Cristo, sin olvidar la rela­ción filial con María Madre de Cristo Sacerdote y Buen Pastor (OT 8).

La formación para la vida espiritual, precisamente por ser eminentemente pastoral, se concreta en el sentido y amor de Iglesia, como sacerdotes ministros que son servidores de Cristo prolongado en ella (cf. cap. VI). "En la medida en que uno ama

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VOCACIÓN Y FORMACIÓN SACERDOTAL

a la Iglesia de Cristo, posee el Espíritu Santo" (San Agustín, ci­tado en OT 9). Las virtudes del Buen Pastor, obediencia, pobre­za y castidad enraizan en una fuerte vida espiritual que debe ser también de madurez humana y cristiana (OT 10; cf. cap. V). Hay que presentar la vocación con todo su realismo: elección, exigencias, dificultades, posibilidades.

No será posible la formación espiritual, intelectual y pasto­ral, sin un ambiente disciplinado de convivencia y de familia, de trabajo en equipo, que favorezca la madurez humana de las per­sonas, en vistas a crear criterios, escala de valores, convicciones y decisiones libres. "Es necesario que toda la vida del Seminario, impregnada de amor a la piedad y al silencio y de interés por ayudarse unos a otros, se organice de tal manera que sea ya una cierta iniciación para la futura vida del sacerdote" (OT 11). De este ambiente nacerán las virtudes humano-cristianas necesarias para la vida sacerdotal; "Habitúense los alumnos a dominar bien el propio carácter; sepan apreciar todas aquellas virtudes que go­zan de mayor estima entre los hombres y avalan al ministro de Cristo, cuales son la sinceridad, la preocupación constante por la justicia, la fidelidad a la palabra dada, la buena educación y la moderación en el hablar, unida a la caridad" (OT 11).

La formación intelectual debe girar en torno al misterio de Cristo, centro de la creación y de la historia (cf. Jn l,3ss; Ef 1,10; Col 1,16-17). Todos los temas de estudio deben "concu­rrir armoniosamente a abrir cada vez más las inteligencias de los alumnos al misterio de Cristo, que afecta a toda la historia de la humanidad, influye constantemente en la Iglesia y actúa sobre todo por obra del ministerio sacerdotal" (OT 14). Especialmen­te las disciplinas teológicas se deben convertir "en alimento de su propia vida espiritual" (OT 16), para "una genuina formación interior" (OT 17), invitando a la meditación de la palabra, a la celebración litúrgica y al anuncio del evangelio. El candidato al sacerdocio se ambienta, de este modo, en una historia de salva­ción que él deberá anunciar, celebrar, comunicar, vivir y conti­nuar. El objetivo de los estudios eclesiásticos es el siguiente: "que los alumnos. . . se sientan ayudados a fundamentar y a em-

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papar toda su vida personal en la fe y consolidar su decisión de abrazar la vocación con la entrega personal y la alegría de espíri­tu" (OT 14).

La formación pastoral enraiza en todos los demás aspectos formativos, espiritual, disciplinar e intelectual y, al mismo tiem­po, los enriquece con una perspectiva apostólica. Por esto, "la preocupación pastoral debe informar por entero la formación de verdaderos pastores de almas" (OT 4). Esta formación abarca diversos aspectos: el estudio y la contemplación de la palabra, la celebración litúrgica y la vida de fraternidad, cierta experien­cia de actividad directa. Esta última se realizará según las diver­sas etapas y niveles de formación, de forma metódica y bajo la guía de personas entendidas en cuestiones pastorales (OT 21). Hay que prepararse para los diversos campos apostólicos. El concilio señala los siguientes (OT 19-21):

— predicación y catequesis, — culto litúrgico y sacramentos, — obras de caridad, — aprender la dirección espiritual también orientada a per­

sonas llamadas a la perfección evangélica, — diálogo con los hombres y con la sociedad actual, — uso de los medios pedagógicos, psicológicos, sociológi­

cos y de comunicación social, — actuación en los movimientos apostólicos, — acción misionera local y universal.

Se necesita una actitud espiritual equilibrada y coherente para armonizar las líneas pastorales de inmanencia (inserción) y de trascendencia, especialmente cuando se trata de la dimen­sión sociopolítica de la formación: conocimiento y vivencia de la doctrina social de la Iglesia, imitación de las actitudes de Cristo pobre, solidaridad a la luz de la palabra de Dios y de la eucaristía, dimensión carismática, institucional y escatológica

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VOCACIÓN Y FORMACIÓN SACERDOTAL

del Reino de Dios, capacidad contemplativa que se hace dona­ción, sentido de Iglesia, comunión, etc.(ver cap. IV, n. 6)7.

Esta formación integral necesita una continuación por me­dio de la formación permanente- (cf. n. 4). De este modo, la fi­delidad a la vocación irá madurando hasta una perseverancia gozosa y generosa. La decisión de seguir la voz de Dios se con­vertirá en donación de caridad pastoral y, consiguientemente, en el gozo de seguir a Cristo Buen Pastor, del todo y para siem­pre.

La propia dirección espiritual durante este período forma-tivo inicial es imprescindible (ver el n. 5). No se trata solamente de consulta moral de parte de quien todavía no está formado en las exigencias cristianas, sino principalmente de la consulta pe­riódica y programada sobre la propia vocación sacerdotal: dis­cernimiento, fidelidad, generosidad. Por parte del dirigido se ne­cesita apertura para exponer su propia realidad, y docilidad para seguir las indicaciones del director. Pero si la dirección espiritual debe ser también un medio para la vida sacerdotal posterior, conviene captar el meollo de la misma: se trata de una orienta­ción o guía para todo el camino de perfección y contemplación cristiana y sacerdotal. Si faltara el deseo de perfección, la direc­ción -espiritual propiamente dicha quedaría enflaquecida duran­te el período seminarístico y desaparecería después de la orde­nación sacerdotal8.

7 JAVIERRE, A. M. La formación para la vida y el ministerio pastoral en Améri­ca Latina, "Medellín" 10 (1984) 49-470. Ver también: La dimensión sociopolí­tica de la formación sacerdotal, "Boletín CELAM" n. 224 (en., feb. 1989).

8 Sobre la dirección espiritual en el Seminario: OT 3, 8, 19; can. 239 y 246. R. ALDABALDE, A. MORTA, La dirección espiritual en la espiritualidad de Vitoria, Vitoria, 1986; B. GIORDANI, Encuentro de ayuda espiritual, Madrid, Soc. Ed. Atenas, 1985; L. M. MENDIZABAL, Dirección espiritual, teoría y práctica, Madrid, BAC, 1982.

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Los medios para esta formación inicial corresponden a los diversos aspectos que hemos indicado. Los medios concretos de vida espiritual son semejantes a los de la vida sacerdotal (cf. n. 5), pero se aplica en el Seminario de modo pedagógico gra­dual, para ir formando personas responsables que sepan apreciar y poner en práctica estos mismos medios por propia convicción e iniciativa' "

La personalidad humana, cristiana y sacerdotal es un desa­rrollo armónico y progresivo de criterios, escala de valores y ac­titudes, de suerte que el candidato aprenda a vivir en sintonía con el modo de pensar, sentir y amar de Cristo Sacerdote y Buen Pastor10.

Formación sacerdotal permanente

La formación permanente del sacerdote corresponde a los diversos períodos de la vida posterior a la ordenación sacerdotal. He hecho, de un modo o de otro, ha existido siempre: retiros, Ejercicios espirituales, conferencias, casos de moral, especializa-

9 Los medios de espiritualidad durante la formación en el Seminario (OT 8-12; can. 245-256) son parecidos a los señalados para los sacerdotes (PO 18; can. 276, 1186). Ver: Puebla 693-694.

10 Ver algunas publicaciones citadas en la orientación bibliográfica del final del capítulo. Colección de documentos: La formación sacerdotal, Bogotá, DE-VYM, OLSAM, 1982. En esa colección pueden encontrarse los siguientes do­cumentos: Decreto conciliar sobre la formación sacerdotal; Normas básicas de la formación sacerdotal; La enseñanza de la filosofía en los Seminarios; Orien­taciones para la educación en el celibato sacerdotal; La enseñanza del derecho canónico para los aspirantes al sacerdocio; La formación teológica de los futu­ros sacerdotes; Instrucción sobre la formación litúrgica en los Seminarios; Constitución Apostólica "Sapientia christiana"; Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los Seminarios; algunos textos del documento de Puebla. Las "Normas básicas" (Ratio fundamentalis) han sido retocadas ligeramente en 1985 para adaptarse a los cánones del nuevo Código.

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ción, concursos, etc. Pero su necesidad y su actualización se ha dejado sentir más en momentos de cambio cultural, sociológico e histórico. También se la ha llamado pastoral sacerdotal, aun­que ésta abarca también otros campos de la ayuda al sacerdote.

El Concilio Vaticano II indicó la necesidad de esta forma­ción permanente, señalando unas directrices generales: "La for­mación sacerdotal, sobre todo en las condiciones de la sociedad moderna, debe proseguir y completarse aún después de termina­dos los estudios en el seminario. Por ello, a las Conferencias episcopales tocará servirse en cada nación de los medios más adecuados, tales como los Institutos de Pastoral que cooperan con parroquias oportunamente elegidas, asambleas organizadas con fechas fijas y ejercicios aprobados que introduzcan al clero joven, bajo el aspecto espiritual, intelectual y pastoral, en la vida y actividad apostólica y le capacite para renovarlas y fomentar­las cada día más" (OT 22) J Í .

En los lugares en que se han ofrecido al sacerdote medios adecuados de formación permanente, se ha sentido potenciado y capacitado para responder a los cambios actuales sin perder su identidad, especialmente cuando esta formación se ha impartido también como pastoral sacerdotal, es decir, con asistencia y ayu­da en todos los campos de su vida y de su ministerio12.

Hay que abarcar armónicamente todos los aspectos de la formación permanente, según las indicaciones conciliares y pos­conciliares:

11 Sobre la formación permanente: PO 7 y 19; OT 22; CD 16; SC 18; can. 244, 248, 252, 279; Carta circular de la Congregación del Clero sobre la formación permanente de los sacerdotes (4 noviembre 1969);Puebla 719-720. Ver orien­tación bibliográfica del final del capítulo.

12 En América Latina se dispone de abundante documentación sobre la forma­ción sacerdotal permanente, que citamos en la orientación bibliográfica del final del capítulo. Ver también OSLAM, Actas del Congreso de Quito, Mede-llín" 10 (1984) (sep. dic).

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— espiritualidad: doctrinal, práctica, asistencia personal, grupos de vida espiritual,

— pastoral: metodología, grupos apostólicos por zonas o por funciones pastorales,

— cultural: en todos los campos del saber eclesiástico y de interés para el ministerio,

— económico: asistencia material, previsión social, — personal: atención a las personas (relaciones personales),

descanso, celebraciones, dificultades, etc.13.

La responsabilidad primera y más importante respecto a la formación permanente recae en el mismo sacerdote, también en cuanto que debe colaborar a la formación de los demás herma­nos (cf. cap. VII). El obispo, para cumplir con su deber pastoral de asistencia a sus sacerdotes (cf. CD 15-16; PO 7), se valdrá de los organismos oficiales de la diócesis, Consejo Presbiteral, arci-prestazgos o decanatos, etc. y de los servicios de la Conferencia Episcopal, departamento o secretariado del clero.

La vida comunitaria o de equipo, según las diversas posibi­lidades, que hemos indicado en el capítulo VII, n. 2 y 4), será un medio privilegiado para colaborar en todo lo que se organice y para hacerlo efectivo compartiéndolo con los demás.

Uno de los momentos en los que más se necesita la forma­ción permanente es durante los primeros años de sacerdocio. Los convictorios e Institutos de pastoral sacerdotal prestan una gran ayuda para que el sacerdote pueda renovar la ciencia teo-

13 Además de la bibliografía citada al final del capítulo, ver: AA. W . , Numero spécial sur la formation permanente du prétre, "Bulletin de Saint Sulpice" 7 (1981); J. GARCÍA VELASCO, La dimensión personal y espiritual en la for­mación permanente, "Sal Terrae" 69 (1981) 769-779; G. M. GARRONE, La formazione permanente del sacerdote, Torino, LDC, 1978; A. JIMÉNEZ CA­DENA, Formación permanente de los presbíteros, dimensión humana y co­munitaria, "Medellín" 10 (1984) 508-514. La Exhoración Apostólica sobre los laicos Christifideles Laici, dedica a este tema los números 57-65, señalando los diversos aspectos de la formación para que sea realmente integral y armó­nica.

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VOCACIÓN Y FORMACIÓN SACERDOTAL

lógica y los métodos de pastoral, así como fortalecer su vida es­piritual y comunicar mutuamente con sus hermanos las expe­riencias apostólicas (PO 19).

Será poco eficaz la formación permanente si no va acompa­ñada de una verdadera pastoral sacerdotal. El sacerdote necesita encontrarse en espíritu de familia no propimente de empresa, dentro del Presbiterio. Las ideas y métodos que puedan ofrecér­sele recobran toda su fuerza cuando se llega a la persona en su misma circunstancia. Esto reclama relaciones personales de con­fianza, de aliento, de convivencia e incluso de compartir la vida con su propio obispo y con los demás hermanos del Presbiterio (cf. cap. VII, n. 2 y 4). Un medio muy oportuno es el de dedicar algún sacerdote, relativamente liberado, para poder atender a los hermanos.

Si fallara la formación espiritual permanente, los otros as­pectos quedarían muy debilitados. De ahí la necesidad de privi­legiar la organización de retiros periódicos, Ejercicios espiritua­les, cursos de espiritualidad, jornadas dedicadas a santos sacer­dotes (Cura de Ars, Juan de Avila. . .), celebraciones (Bodas de plata y oro), etc.14.

Uno de los campos más olvidados de la formación perma­nente es precisamente el estudio de la teología espiritual. El sa­cerdote debe conocer teológicamente y vivencialmente todo el proceso de la vida espiritual, como parte integrante de su minis­terio. Efectivamente, el sacerdote debe guiar por el camino de perfección a los fieles que sientan esta llamada, incluso hacia la contemplación y los consejos evangélicos (PO 5, 6, 9; OT 19).

14 Aspectos prácticos sobre cómo realizar retiros, Ejercicios espirituales, direc­ción espiritual y revisión de vida, en: J. ESQUERDA, Caminos de renovación, Barcelona, Balmes, 1983 (Segunda parte: Momentos fuertes de reconciliación, conversión, renovación).

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El sacerdote necesita tener una formación adecuada para ejer­cer la dirección espiritual de los demás15.

Hemos visto anteriormente las virtudes del sacerdote enrai­zadas en la caridad pastoral (cf. cap. V), así como la necesidad de una oración contemplativa (cf. cap. IV, n. 5). El sacerdote necesita una formación profunda para vivir el seguimiento evan­gélico en forma de vida apostólica en el Presbiterio (cf. cap. VII). Muchas veces se ha reducido la formación espiritual del sacerdo­te a niveles ordinarios de poca exigencia. La espiritualidad espe­cífica del sacerdote diocesano (cf. cap. VII, n. 3) no puede redu­cirse a reivindicaciones y polémicas. Tampoco puede ceñirse a un equilibrio entre vida interior y acción ministerial. Su espiri­tualidad específica es la que corresponde a los doce Apóstoles (vida apostólica), vivida con el propio obispo, con los demás sa­cerdotes del Presbiterio y al servicio incondicional de la comu­nidad eclesial. Es, pues, espiritualidad de seguimiento evangélico y fraterno para la misión. La formación permanente del sacerdo­te debe, pues, privilegiar este campo de la perfección sacerdotal, para poder renovar el Presbiterio y potenciar toda la acción evan­gelizados16 .

Medios comunes y peculiares de la espiritualidad sacerdotal

No puede darse un proceso serio de vida espiritual sin po­ner los medios concretos adecuados. La espiritualidad del sacer­dote está en relación con sus ministerios: "conseguirán de ma­nera propia la santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13). Esta actitud per­sonal del sacerdote, que el Concilio Vaticano II califica de "uni-

15 Sobre la dirección espiritual, ver nota 8 de este capítulo. Manuales de Teolo­gía Espiritual, en el capítulo I, nota 19.

16 Hemos señalado modos concretos de llevar a efecto la espiritualidad sacerdotal por medio de la fraternidad en el Presbiterio, en el cap. VII, n. 4.

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VOCACIÓN Y FORMACIÓN SACERDOTAL

dad de vida" (PO 14), o de unión con los sentimientos de Cris­to, necesita unos medios que el mismo concilio concreta para la vida espiritual y que están relacionados con la acción apostólica (PO 18).

No sería exacto subrayar unos medios de espiritualidad en contraposición a la acción ministerial. Esta dicotomía podría crear malentendidos y angustias que resultarían en detrimento tanto de la vida interior como del apostolado. Los mismos mi­nisterios son ya medios privilegiados de santificación, a condi­ción de que se ejerzan en el Espíritu de Cristo (PO 13).

Podríamos, pues, distinguir entre medios comunes de santi­ficación para todo cristiano y medios peculiares de santificación para el sacerdote. Como todo fiel, el sacerdote necesita poner en práctica los medios comunes de santificación. Al mismo tiempo, estos medios ayudan a vivir los ministerios sacerdotales en el Es­píritu de Cristo: "Para fomentar la unión con Cristo en todas las circunstancias de la vida, aparte el ejercicio consciente de su mi­nisterio, gozan los presbíteros de medios comunes y particula­res, nuevos y antiguos, que el Espíritu Santo no deja nunca de suscitar en el Pueblo de Dios, y la Iglesia recomienda, y hasta manda también algunas veces para la santificación de sus miem­bros" (PO 18)17.

El Concilio Vaticano II (PO 18; OT 8-12) señala algunos medios de santificación que son comunes de toda vocación cris­tiana:

— lección divina, oración mental, meditación de la palabra,

17 En los textos conciliares (PO 18; OT 22) y en el nuevo Código (can. 246, 276) se señalan algunos medios que parecen comunes a todo cristiano, aunque con especial referencia a quien debe ejercer los ministerios sacerdotales. La termi­nología sobre medios comunes y medios particulares no resulta muy clara en los documentos. Ver: L. CASTAN, Recursos para fomentar la vida espiritual del presbiterio, en Los presbíteros a los diez años de "Presbyterorum Ordinis, Burgos, 1975 (Teología del Sacerdocio, 7), 463-495.

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— celebración eucarística, espíritu de sacrificio, — cotidiano diálogo con Cristo en la visita y culto especial

de la santísima Eucaristía, — frecuente celebración del sacramento de la reconcilia­

ción, — examen diario de conciencia, — retiro y Ejercicios espirituales, — dirección espiritual, — devoción filial a María Madre de Cristo Sacerdote.

Estos medios comunes se convierten en medios particulares para el sacerdote cuando se relacionan más directamente con los ministerios. Así, por ejemplo, la meditación de la palabra. En efecto, cuando el concilio habla de la predicación, invita al sa­cerdote a prepararla con la oración y la contemplación (LG 41 ; PO 6,13); cuando habla de oración sacerdotal, la relaciona tam­bién con el ministerio del oficio divino o liturgia de las horas (P0 5;18;SC84ss).

Toda la vida sacerdotal, gracias a los medios de santifica­ción y especialmente gracias a la acción ministerial, se convierte en un camino continuo de santificación: "Mientras oran y ofre­cen el sacrificio, como es su deber, por los propios fieles y por todo el Pueblo de Dios, sean conscientes de lo que hacen e imi­ten lo que traen entre manos; las preocupaciones apostólicas, los peligros y contratiempos, no sólo les sean un obstáculo, an­tes bien ascienden por ellos a una más alta santidad, alimentan­do y fomentando su acción en la abundancia de la contempla­ción para consuelo de toda la Iglesia de Dios" (LG 41).

El hecho de ejercer los ministerios proféticos, cultuales y hodegéticos (o de dirección y servicio), se convierte en una invi­tación a que el mismo sacerdote viva lo que hace, meditando la palabra, uniéndose a Cristo Redentor, identificándose con Cris­to servidor. Los medios arriba indicados son una gran ayuda pa­ra ejercer los ministerios en la línea de la caridad pastoral.

Entre todos los medios comunes y particulares de santifi­cación destaca el de la oración como actitud de amistad y de

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VOCACIÓN Y FORMACIÓN SACERDOTAL

relación personal con Cristo. Todos los actos ministeriales son prolongación de la persona y del actuar de Cristo. La actitud relacional se ejercita de modo especial en la meditación de la palabra y en el trato amistoso con Cristo presente en la euca­ristía. De ahí derivará una actitud habitual de relación con el Señor, mientras se le anuncia, se le hace presente y se le comu­nica a los demás. La cuestión del tiempo es siempre relativa a la escala de valores o prioridades que uno tenga previamente en su corazón (cf. cap. IV, n. 5).

Los maestros espirituales han subrayado la importancia de la dirección espiritual, en cuanto que se busca el consejo de un hermano (experimentado y docto) que ayude a discernir y a ser fiel en todo el camino de santidad. El sacerdocio y el futuro sacerdote no queda exento de esta necesidad, que se podría lla­mar de cuerpo místico, en cuanto que todos tenemos necesidad del consejo, del ejemplo y de la oración de los hermanos. Al ha­blar de la formación inicial en el Seminario (n. 3) y de la forma­ción permanente (n. 4) hemos resumido el tema. La revisión de vida en grupo puede ser una ayuda espiritual fuerte, pero no puede suplir en todo a la dirección espiritual propiamente dicha (cf. cap. VII, n. 2 y 4).

Estos medios de espiritualidad recobran una fuerza especial cuando se ponen en práctica en plan comunitario, especialmente en los encuentros para intercambio de experiencias y ayuda mu­tua: retiros, oración compartida, consejo espiritual, etc. Al mis­mo tiempo, estos medios deben favorecer la comunión con el propio obispo y con los hermanos sacerdotes y diáconos, como camino para construir la fraternidad sacramental en el Presbite­rio (PO 18). Un Presbiterio unido, que ofrezca infraestructuras de espiritualidad, cultura y apostolado, es el mejor ambiente y estímulo para valorar y poner en práctica los medios de santifi­cación18.

18 Los documentos eclesiales señalan unas notas de garantía para las asociaciones sacerdotales: aprobación por parte de la autoridad competente, santificación

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GUIA PASTORAL

Reflexión bibliográfica

— Vocación, don y declaración de amor: Me 3,13; 10,21; Jn 15,9-16; Ef 1,4).

— Vocación, fruto de la oración: Mt 9,38.

— La vocación como encuentro con Cristo: Jn 1,38-39; 15, 14-15; Me 10,38-39.

— La vocación como seguimiento: Mt 4,19ss; 19,27; Me 10,21.

— La vocación para la misión: (Me 3,14; Jn 20,21.

— Vocación de fraternidad y de servicio en la comunidad ecle-sial: Le 10,l;Jn 17,21-23;Mc 10,44-45; Jn .13,14-15.

Estudio personal y revisión de vida en grupo

— Signos y discernimiento de la vocación: recta intención, li­bertad, idoneidad (PO 11; OT 2,6).

— Colaboradores en el fomento y formación: familia, comu­nidad eclesial, educadores, el mismo llamado (OT 2).

— Medios concretos de espiritualidad: armonía con los minis­terios (OT 19-21; can. 245-256; PO 18; can. 276, 1186; Puebla 693-694).

en el ejercicio del ministerio, cierta organización y plan de vida, servicio abier­to a todos los presbíteros (PO 8; can. 278). Ver capítulo VII, n. 4 (y nota 14). La Congregación para el Clero publicó una declaración (Quídam Episcopi, 8 marzo, 1982) sobre asociaciones que pueden son contraproducentes para todo sacerdote.

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— Seminario, tarea de todos (OT 3-7); Puebla 869-880).

— Línea pastoral del Seminario (OT 4,19); Puebla 969ss; Medellín XIII, 4-6.

— Formación permanente, naturaleza y práctica (PO 7 y 19; OT 22; CD 16; SC 18; can. 244, 248, 252, 279; Puebla 719-720).

— Organización y práctica de retiros y Ejercicios espirituales, experiencias, dificultades y posibilidades (can. 246; 276).

— Experiencias, dificultades y posibilidades de la dirección espiritual (can 239, 246).

ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA

Ver más bibliografía en las notas de este capítulo y en capítulos an­teriores: vocación laical y religiosa (notas 12 y 13 del capítulo II); docu­mentos del Magisterio (notas 4 y 10 de este capítulo VIII); dirección espi­ritual (notas 8 y 15 de este mismo capítulo); formación permanente (notas 11, 12, 13).

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Capítulo IX.

ESPIRITUALIDAD

MARIANA DEL MINISTRO

DE CRISTO

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IX. ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL MINISTRO DE CRISTO

Presentación

Toda la Iglesia, contemplando el misterio de María, pene­tra mejor su propia razón de ser como signo portador de Jesús (sacramento o misterio), comunión y misión. De este modo, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación (LG 65). Cuando el sacerdote ministro reflexiona y vive el te­ma mañano, redescubre más profundamente el misterio de Cristo Sacerdote que se prolonga en la Iglesia, del que el sacer­dote participa de modo especial.

La espiritualidad mañana ayuda al sacerdote a vivir la pre­sencia activa y materna de María en la Iglesia y en la humani­dad. Cristo resucitado, presente en la Iglesia y en el mundo, continúa asociando a María en la obra redentora, como figura de una Iglesia que es complemento e instrumento suyo (Ef 1,23; Col 1,24). La actitud y los sentimientos sacerdotales de Cristo respecto a su Madre son la pauta de la espiritualidad sa­cerdotal mariana (Fil 2,5; Jn 19,25-27). La unción sacerdotal de Cristo se realizó en el seno de María; su obra sacerdotal se llevó a cabo asociando a María.

La pauta del cenáculo (Act 1,14) recordará siempre al sa­cerdote, como presidente de la comunidad, que la Iglesia nece­sita vivir la presencia y el ejemplo de María. El ministerio sa­cerdotal ayuda a la comunidad eclesial a recibir la palabra, a

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asociarse a Cristo Redentor y a comunicar la vida de Cristo a los hermanos. Es el ministerio de hacer madre a la Iglesia (PO 6; LG 64), a ejemplo de María (LG 65). María acompaña a la Iglesia y a toda la acción ministerial en esta maternidad.

Cada cristiano recibe a María como Madre según las diver­sas vocaciones y carismas. "Puesto que los sacerdotes tienen particular título para que se les llame hijos de María, no po­drán menos de nutrir hacia la Virgen una ardiente devoción" (Pío XII, Mentí nostrae, n. 42). Por esto, los sacerdotes "reve­renciarán y amarán, con filial devoción y culto, a esta Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio" (PO 18)1.

La relación de María con cada cristiano hace referencia a la propia vocación y misión. Su relación con el sacerdote mi­nistro se basa en la participación especial de éste respecto al sacerdocio de Cristo. "Es Madre del eterno Sacerdote y, por eso mismo, Madre de todos los sacerdotes. . . Si la Virgen Ma­dre de Dios a todos ama con tiernísimo afecto, de una ma­nera muy particular siente predilección por los sacerdotes, que son viva imagen de su Jesús" (Pío XII, Mentí nostrae, n. 124)2.

1 La indicación mariana de Presbyterorum Ordinis 18 resume las afirmaciones de los documentos sacerdotales del magisterio anterior, especialmente Ad catho-lici sacerdotii y Mentí nostrae. Ver estos documentos en El sacerdocio hoy, Madrid, BAC, 1985.

2 Algunos estudios de la época preconciliar estudian los documentos magisteria­les sobre el sacerdocio en su contenido mariano: L. M. CANZIANI, María San-tissima e il sacerdote, Milano, Massino, 1954; P. CECCATO, María, Madre del Sacerdote, Roma, Centro Montfortiano, 1958; Mgr. DUPERRAY, Regina Cíe-ri, en María III (DuManori), París, Beachesne, 1954, 659-696; R. GARRIGOU LAGRANGE, La unión del sacerdote con Cristo Sacerdote y Víctima, Madrid, Rialp, 1955, cap. 8; T. M. GIACARDO, María Regina degli Apostoli, Roma, Paoline, 1961; L. J. MARK, Mary and the priest, Milwaukee, 1963;C. MORI­LLO, María, Mater cleri, en María et Ecclesia, Roma, PAMI, XVI, 165-171 ;E. NEUBERT, Marie et notre sacerdoce, París, Spes, 1953; P. PHILIPPE, La Vir­gen Santísima y el sacerdocio, Bilbao, Desclée, 1955; M. VENTURÍNI, Ma­ría, Mater sacerdotis, Trento, 1964. Ver bibliografía posconciliar en las notas siguientes y en la orientación bibliográfica del final del capítulo.

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ESPIRITUALIDAD M A R I A N A DEL MINISTRO DE CRISTO

La misma realidad de María, de ser asociada a Cristo, es realidad sacerdotal, como participación peculiar en el sacerdo­cio redentor de Cristo. Ella es figura de la Iglesia Pueblo sacer­dotal, y ayuda a cada cristiano a vivir su propia participación en el sacerdocio del Señor. Los signos eclesiales del ministerio sacerdotal son signos de la maternidad de la Iglesia, que tiene a María como modelo y Madre. La espiritualidad mariana del sacerdote va siempre unida al amor y fidelidad a la Iglesia.

La fraternidad sacerdotal del Presbiterio, al servicio de la comunidad eclesial diocesana y universal, será una realidad cuando los sacerdotes vivan y ayuden a vivir la pauta mariana del cenáculo.

1. La Madre de Cristo Sacerdote

La unción sacerdotal de Cristo tuvo lugar en el seno de María, cuando el Verbo se hizo carne en ella por obra del Es­píritu Santo (Mt 1,20; Le 1,35). Esta unción en el Espíritu consiste en la unión hipostática, es decir, de la persona del Ver­bo con la humanidad de Cristo. Por esto Jesús se presentó en Nazaret (Le 4,18) como ungido y enviado por el Espíritu San­to (ver el cap. II).

María engendró, gestó y dio a luz a Jesucristo en toda su realidad de Hijo de Dios, Cabeza de su Cuerpo Místico, Reden­tor, Sacerdote. María es, pues, Madre de Dios, Madre de la Igle­sia, asociada a Cristo Redentor, Madre de Cristo Sacerdote. La maternidad en María dice relación a Cristo en toda su realidad.

Toda la vida de María es de asociación a Cristo Sacerdote, Mediador, Redentor. María es la mujer, Nueva Eva, asociada al Nuevo Adán (cf. Gal 4,4; Jn 2,4; 19,26). Es Madre asociada es-ponsalmente a Cristo Redentor en todos los momentos sacer­dotales, desde la encarnación hasta la cruz y hasta la consuma­ción perpetua de todos los elegidos (LG 62). "Mantuvo fiel-

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mente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jn 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la in­molación de la víctima que ella misma había engendrado; y fi­nalmente, fue dada por el mismo Cristo Jesús agonizante en la cruz como madre al discípulo con estas palabras: 'Mujer, he ahí a tu hijo' (cf. Jn 19,26-27)" (LG 58; cf. RM 23-24).

La maternidad de María es, pues, de asociación a Cristo su Hijo, el Redentor. "María está unida perfectamente a Cris­to en su despojamiento" (RM 18). Por esto "participa, por su carácter subordinado, de la universalidad de la mediación del Redentor, único Mediador" (RM 40).

La misión materna de María durante toda su vida reviste caracteres sacrificiales, siempre en unión con Cristo, puesto que "lo ofreció como Nueva Eva al eterno Padre en el Gólgota, junto con el holocausto de sus derechos maternos" (Pío XII, Mystici Corporis Christi; cf. LG 58)3.

Esta unión de María a Cristo Sacerdote se expresa en di­versos puntos fundamentales:

— aceptación de los planes salvíficos del Padre en sinto­nía con el "sí" de Cristo Sacerdote al Padre (cf. Heb 10,5-7; Le 1,38),

— perseverancia en este "sí" durante toda la vida hasta el sacrificio en la cruz,

3 El texto conciliar de Lumen Gentium 58 hace suya la doctrina de Pío XII en la encíclica Mystici Corporis Christi sobre la asociación de María a la obra reden­tora de Cristo Sacerdote: AAS 35 (1943) 247-248. El tema se repite en la en­cíclica Haurietis Aquas: AAS 48 (1956) 352. Ver: J. A. DE ALDANA, Posi­ción actual del Magisterio eclesiástico en el problema de la corredención, "Es­tudios Marianos" 19 (1958) 45-75. La encíclica mariana Redemptoris Mater (de Jan Pablo II) da un paso más, relacionando la asociación con la mediación materna de María (RM 18, 27, 39, 40). Ver estudios en la nota siguiente.

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ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL MINISTRO DE CRISTO

— asociación a Cristo Sacerdote y Víctima, Mediador y Redentor,

— intercesión como mediación materna participada de la única mediación de Cristo Sacerdote.

La realción de María con Cristo Sacerdote incluye una re­lación estrecha con la Iglesia. Tiene, pues, dimensión cristoló-gica y eclesial. "María pertenece indisolublemente al misterio de Cristo y pertenece además al misterio de la Iglesia" (RM 27). "Asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que, con la múltiple intercesión, continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna" (LG 62).

Esta realidad mariana de madre y asociada a Cristo Sacer­dote indica también su modo peculiar de participar en su sacer­docio; no se trata de participar en la línea del sacerdocio minis­terial, sino como tipo de toda participación eclesial en el sacer­docio del Señor4.

María es Madre del sumo y eterno Sacerdote y guiada por el Espíritu Santo, se consagró al ministeri de la redención de los hombres (PO 18). El ser, el obrar y la vivencia de Cristo son esencialmente sacerdotales, por ser Mediador, Redentor y Buen Pastor (cf. cap. II). Esta realidad de Cristo tiene relación con María su Madre, asociada a la obra redentora. A su vez, la maternidad de María dice relación al ser, a la función y a la vi­vencia sacerdotal del Señor.

Hay que distinguir nuestro tema (relación de María con Cristo Sacerdote) de la cuestión sobre el sacerdocio de la Santísima Virgen. Ver estudios sobre este tema: BASILIO DE SAN PABLO, Los problemas del sacerdocio y del sacrifi­cio de María, "Estudios Marianos" 11 (1951) 141-220; N. GARCÍA GARCES, La Santísima Virgen y el sacerdocio, "Estudios Marianos" 10 (1950) 61-104 (recoge bibliografía hasta el año 1950); C. KOSER, De sacerdotio B. Mariae Virginis, en María et Ecclesia, II, Roma, PAMI (Congreso de Lourdes de 1958); R. LAURENTIN, Marie, l'Eglise et le sacerdote, París, 1952; P. POURRAT, Marie et le sacerdote, en Maña, o. c . I, 801-824; G. M. ROSCHINI, María San­tísima y el sacerdocio, en Enciclopedia del sacerdocio, II/I, c. 7; E. SAURAS, María y el sacerdocio, "Estudios Marianos" 13 (1953) 143-172.

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La realidad sacerdotal de Cristo se prolonga en la Iglesia y es participada de modo especial por los sacerdotes ministros. María es Madre del Pueblo sacerdotal y de cada uno de sus componentes según el grado y el modo de participar en el sa­cerdocio de Cristo.

La Madre de la Iglesia, Pueblo sacerdotal

La Iglesia es el pueblo sacerdotal (IPe 2,5-9) porque en ella se prolonga Cristo Sacerdote y porque toda ella participa de la realidad sacerdotal del Señor (cf. cap. II, n. 3). María es Tipo o personificación de la Iglesia: "La Madre de Dios es Tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión per­fecta con Cristo. Pues en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, precedió la Santísima Vir­gen, presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre" (LG 63).

La Iglesia, contemplando a María, imita su fidelidad y aso­ciación a Cristo Redentor. "La Iglesia, meditando piadosamente sobre ella y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación y se asemeja cada día más a su Esposo" (LG 65).

Si María es Madre y Tipo de la Iglesia, Pueblo sacerdotal, lo es también por su asociación maternal a Cristo Sacerdote. La realidad sacerdotal de Cristo, que asocia a María, continúa en la Iglesia. Por esto la realidad sacerdotal de la Iglesia y de cada creyente según su propia vocación, está relacionada íntimamen­te con la realidad de María como Madre de Cristo Sacerdote que se prolonga bajo signos eclesiales5.

5 La relación de María con la Iglesia se puede estudiar bajo diversos puntos de vista: Tipo (modelo, figura, personificación), Madre, signo ("sacramento"), misión, etc. AA. VV., María en los caminos de la Iglesia, Madrid, CETE, 1982; J. ESQUERDA, La maternidad de María y la sacramentalidad de la Iglesia,

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La Iglesia ejerce su función sacerdotal anunciando a Cristo (línea profética), celebrando su sacrificio redentor y salvífico (línea cultual y litúrgica), comunicándolo a los hombres (línea hodegética o de dirección y servicio de caridad). Es siempre el misterio de Cristo, muerto y resucitado, nacido de María, que es anunciado, celebrado, comunicado. María ha sido y sigue sien­do asociada al misterio sacerdotal y redentor de Cristo, que la Iglesia anuncia, hace presente, celebra y comunica.

La función sacerdotal de la Iglesia tiene, pues, dimensión mariana:

— anunciar a Cristo nacido de María, — presencializar a Cristo que asocia a María, — comunicar la salvación de Cristo que quiso y sigue que­

riendo la colaboración de María.

Los signos eclesiales son portadores de la realidad sacerdo­tal y redentora de Cristo, quien continúa presente y operante a través de ellos asociando a María. Todo cristiano participa en la función de servir algunos de estos signos portadores de salvación en Cristo. La función sacerdotal de cada creyente (cf. cap. II, n. 4) es de fidelidad a Cristo para ser instrumento suyo. Por esto toda la Iglesia como Pueblo sacerdotal, y cada creyente según su propia vocación, imita a María en su fidelidad a la palabra y a la acción del Espíritu Santo, para ser instrumento de gracia y de fi­liación divina. Es el misterio de la virginidad (fidelidad) y de la maternidad (fecundidad) de la Iglesia.

La presencia activa y materna de María en la Iglesia se con­creta en amor, acompañamiento e intercesión, a fin de que la

"Estudios Marianos" 26 (1965) 231-274; M. LLAMERA, J. A. ALDAMA, La Santísima Virgen y la Iglesia, en Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia, Madrid, BAC, 1956, 924-1084. Ver las mariologías posconciliares y su biblio­grafía: C. I. GONZÁLEZ, María, evangelizada y evangelizadora, Bogotá, CE-LAM, 1988. Sobre el aspecto evangelizador, ver Puebla 282-303; J. ESQUER­DA, En cenáculo con María, México, CLAEM, 1987; ídem, La gran señal, Ma­ría en la misión de la Iglesia, Barcelona, Balmes, 1983.

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Iglesia pueda realizarse como sacramento o signo transparente y portador de Cristo. María es Madre en la Iglesia y mediante la Iglesia (RM 47; cf.n.3 7).

Esta presencia mariana en el Pueblo sacerdotal (RM 1,24, 28, 48, 52) se concreta especialmente en guiar a los fieles a la eucaristía (RM 44), así como los guía a meditar la palabra de Dios para vivirla y anunciarla, y a imitar a Cristo en su entrega de donación sacrificial.

La Iglesia se hace más virgen y madre cuanto en la misión apostólica imita el amor materno de María (LG 65). Como Pue­blo sacerdotal, convoca a los creyentes (ecclesia b comunidad convocada) para la escucha de la palabra, la celebración eucárís-tica (y litúrgica en general) y para construir la comunidad en el amor. "La Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitan­do su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmoral a los hijos concebidos por obra del Espíri­tu Santo y nacidos de Dios" (LG 64). Por esto:

— La Iglesia, al contemplar a María, entra más a fondo en el misterio de la encarnación;

— anunciando y venerando a María, atrae a los creyentes a su Hijo;

— "en su labor apostólica, se fija con razón en aquella que engendró a Cristo, concebido del Espíritu Santo y naci­do de la Virgen, para que también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los fieles" (LG 65).

La consagración sacerdotal de Cristo en el seno de María el día de la encarnación, es como el anuncio del misterio que se realizaría a través de la Iglesia: "Fue en Pentecostés cuando em­pezaron los hechos de los Apóstoles, del mismo modo que Cris-

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to fue concebido cuando el Espíritu Santo vino sobre la Virgen María" (LG 4). "En la economía de la gracia, actuada bajo la acción del Espíritu Santo, se da una particular correspondencia entre el momento de la encarnación del Verbo y el del nacimien­to de la Iglesia. La persona que une estos dos momentos es Ma­ría: María en Nazaret y María en el cenáculo de Jerusalem. En ambos casos su presencia discreta, pero esencial, Índica el cami­no del nacimiento del Espíritu. Así la que está presente en el misterio de Cristo como Madre, se hace —por voluntad del Hijo y por obra del Espíritu Santo— presente en el misterio de la Iglesia" (RM 24).

La participación de la Iglesia en el sacerdocio de Cristo tie­ne la característica de instrumento ministerial, es decir, de signo y servicio sacramental. Esta realidad eclesial es materna, por ser instrumento de vida en Cristo, sacerdotal, por ser participación en el sacerdocio de Cristo y misionera por prolongar la misión de Cristo. María es Tipo o personificación, figura de la Iglesia en toda su realidad, aunque ella no ejerza los signos sacramenta­les. "María es Madre de la Iglesia como Madre de los pastores y de los fieles" (Pablo VI), que actúa por medio de la maternidad ministerial de la Iglesia6.

La Iglesia mira a Cristo Sacerdote para imitar su actitud re-lacional respecto a María su Madre y asociada en la obra reden­tora. Al mismo tiempo, la Iglesia mira a María para imitar su ac­titud materna, esponsal y sacerdotal de asociación a Cristo.

La espiritualidad mariana de cada fiel, como miembro del Pueblo sacerdotal, se concreta en una relación personal con Ma­ría para conocerla, amarla, imitarla, pedir su intercesión y ce­lebrar en ella el fruto del sacrificio sacerdotal y redentor de Cris­to. En María todo creyente encuentra el afecto materno, el ejem-

6 Discurso de Pablo VI en la clausura de la tercera sesión conciliar: AAS 56 (1964) 1007-1008. Ver el tema de la maternidad de María sobre la Iglesia en las mariologías (nota anterior).

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pío y la ayuda para llevar a efecto la propia participación en el sacerdocio de Cristo y en la maternidad de la Iglesia.

La maternidad de María "perdura sin cesar en la economía de la gracia" (LG 62). Es una maternidad en el Espíritu, que acoge a todos y a cada uno por medio de la Iglesia (RM 37).

El Pueblo sacerdotal, por medio del profetismo, culto y realiza, engendra nuevos hijos para Dios, en relación de imita­ción y dependencia respecto a la maternidad de María y a su asociación a Cristo Sacerdote. "La Iglesia, con la evangelización, engendra nuevos hijos. Ese proceso que consiste en 'transformar desde dentro', en 'renovar a la misma humanidad' (EN 18), es un verdadero volver a nacer. En ese parto, que siempre se reite­ra, María es nuestra Madre. Ella, gloriosa en el cielo, actúa en la tierra. Participando del señorío de Cristo Resucitado, 'con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan' (LG 62); su gran cuidado es que los cristianos ten­gan vida abundante y lleguen a la madurez de la plenitud de Cris­to" (Puebla 288).

La Madre del sacerdote ministro

El sacerdote ministro participa de modo especial en el ser, en la función y. en la misión sacerdotal de Cristo como vivo ins­trumento suyo (PO 12; cf. cap. III, n. 2). María por ser Madre de Cristo Sacerdote, es Madre de cuantos participan en el sacer­docio del Señor. Por esto se puede llamar "Madre de los sacerdo­tes" ministros (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 1979). María ve en cada sacerdote un Jesús viviente (San Juan Eudes).

La realidad sacerdotal de la Iglesia, que es también realidad materna, se actualiza principalmente por medio del ministerio de los sacerdotes. Es maternidad ministerial, que encuentra en María su figura o Tipo. El sacerdote es ministro de Cristo y de la Iglesia, prolongando la persona del Señor, su palabra, su ac­ción sacrificial, salvífica y pastoral. Cristo Sacerdote se prolon-'

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ga en la Iglesia, y especialmente en la vida y ministerio sacerdo­tal, asociando a María. Ella es Madre del sumo y eterno Sacer­dote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio (PO 18).

María sigue asociada al sacrificio de Cristo que se hace pre­sente en la eucaristía por ministerio de los sacerdotes. Esta di­mensión mariana del misterio eucarístico ayuda al sacerdote a asociarse a Cristo Redentor con la actitud fiel, generosa, con­templativa y sacrificial de su Madre. La presencia activa y mater­na de María en la vida y ministerio sacerdotal es una realidad de fe, que debe hacerse consciente como fuente de renovación y de entrega a Cristo. "Cuando nosotros, al actuar in persona Christi, celebramos el sacramento del mismo y único sacrificio en el que Cristo es y sigue siendo el único sacerdote y la única víctima, no podemos olvidar este sufrimiento de la Madre. . . Conviene que se profundice constantemente nuestro vínculo es­piritual con la Madre de Dios. . . Cuando celebramos la eucaris­tía, conviene que esté a nuestro lado" (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 1988).

El sacerdote predica el mensaje de Cristo muerto y resuci­tado. María forma parte de este mensaje como la mujer Madre del Redentor asociada a El en la obra redentora (Gal 4,4-7). Con toda su acción ministerial, profética, cultual y de dirección y servicio, el sacerdote es instrumento de la vida nueva que Cristo transmite asociando a María.

María está relacionada con el sacerdote ministro como Ma­dre de Cristo Sacerdote y de la Iglesia Pueblo Sacerdotal. Se puede decir que, por ello, ha adquirido unos derechos maternos sobre el sacerdote. Como Cristo no quiso ni quiere prescindir de María en la obra redentora, tampoco el sacerdote ministro pue­de prescindir de ella.

En la vida de santidad, María colabora a que cada cristiano, según su propia vocación, se configure cada vez más con Cristo. "Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presen­tándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando

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moría en la cruz, cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por esto es nuestra Madre en el orden de la gracia" (LG 61). Ma­ría, pues, colabora con su afecto, ejemplo e intercesión, a que el sacerdote ministro sea signo claro del Buen Pastor, configurán­dose con El. Quien formó a Cristo Sacerdote en su seno, sigue formando a quienes son signo personal y ministerial del Señor.

La relación de María con el sacerdote ministro se basa, pues, en una realidad querida por Cristo:

— es Madre especial del sacerdote (realidad y amor), — es modelo de su relación con Cristo y de su actuar apos­

tólico, — actúa como asociada a Cristo Sacerdote y Madre de la

Iglesia.

Los santos sacerdotes de la historia, como San Juan de Avi­la, San Juan Eudes, San Antonio Ma. Claret. . . han acentuado también el paralelismo entre María y el sacerdote:

— por la vocación o elección especial, — por la consagración a los planes salvíficos de Dios en

Cristo, — por la unión con Cristo Sacerdote y Víctima en la cruz

y en la eucaristía, — por la fidelidad a la acción y misión del Espíritu Santo, — por el hecho de comunicar Cristo al mundo (instrumen­

to de gracia)7.

7 La doctrina de San Juan de Avila recoge este sentir de los santos sacerdotes: "Mirémonos, padre, de pies a cabeza, alma y cuerpo, y nos veremos hechos se­mejantes a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre" (plática primera, en Obras completas de BAC). "Pastora, no jornalera que buscase su propio interés, pues que amaba tanto a las ovejas, que después de haber dado por la vida de ellas la vida de su amantísimo Hijo, diera de muy buena gana su vida propia si necesidad de ella tuviera. ¡Oh qué ejemplo para los que tienen cargo de almas!" (sermón de la Asunción, ibídem).

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El actuar de María en la Iglesia y por medio de la Iglesia (RM 37,47) comporta una relación con el actuar sacerdotal para formar a Cristo en los fieles. Es siempre Cristo quien actúa a tra­vés de los ministerios sacerdotales asociando a María.

La relación del sacerdote con la Iglesia está en la línea de la maternidad eclesial (cf. PO 6; LG 64-65). Servir a la Iglesia com­porta ejercer unos ministerios que son la realización de esta ma­ternidad, de la cual María es Tipo y figura. "Que la verdad sobre la maternidad de la Iglesia, a ejemplo de Ja Madre de Dios, se ha­ga más cercana a nuestra conciencia sacerdotal. . . Es necesario profundizar de nuevo en esta verdad misteriosa de nuestra voca­ción: esta paternidad en el espíritu, que a nivel humano es seme­jante a la maternidad. . . Se trata de una característica de nues­tra personalidad sacerdotal, que expresa precisamente su madu­rez apostólica y su fecundidad espiritual. . . Que cada uno de nosotros permita a María que ocupe un lugar en casa del propio sacerdocio sacramental, como madre y mediadora de aquel gran misterio (cf. Ef 5,32), que todos deseamos servir con nuestra vi­da" (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 1988).

Los sacerdotes, pues, tienen un vínculo especial con la Ma­dre de Dios" y un derecho especial a su amor (Juan Pablo II, ibídem); por esto, tienen particular título para que se les llame hijos de María (Pío XII, Mentí nostrae, 42)8 .

Las palabras constitutivas del sacerdocio ministerial ("ha­ced esto en conmemoración mía" se unen al encargo de la cruz "he aquí a tu Madre" y van dirigidas de modo especial al discí­pulo amado como representante especialmente de los apóstoles. Por esto, "todos nosotros. . . en cierto modo somos los primeros en tener derecho a ver en ella a nuestra Madre. Deseo, por consi­guiente, que todos vosotros, junto conmigo, encontréis en María la Madre del sacerdocio que hemos recibido de Cristo. Deseo, además, que confiéis particularmente a ella vuestro sacerdocio" (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 1979).

8 AAS 42 (1950) 673. Ver las notas 1 y 2.

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En la vida espiritual y en el ministerio sacerdotal

La espiritualidad sacerdotal es una vivencia del ministerio en el Espíritu de Cristo (PO 13). La unión con Cristo y el servi­cio de prolongarlo en la Iglesia y en el mundo, comportan una sintonía con sus sentimientos y amores (cf. Fil 2,5). Jesucristo no quiso ni quiere prescindir de María al ejercer sus funciones sacerdotales, que ahora realiza por medio de sus ministros. La caridad pastoral es una imitación de las actitudes del Buen Pas­tor, que quiso a María asociada a su obra redentora.

La gracia y el carácter sacramental del Orden urgen a vivir esta realidad sacerdotal, que es eminentemente mariana, puesto que María es parte integrante del misterio de Cristo anunciado, presencializado, celebrado, comunicado y vivido por el sacer­dote.

No sería posible la configuración con Cristo Sacerdote si se prescindiera de María. El sacerdote pertenece a Cristo tal co­mo es, nacido de María y que asocia a María para prolongarse en la Iglesia. La consagración sacerdotal participada de Cristo tiene, pues, una dimensión eclesial y mariana. La donación o consagra­ción a Cristo es una entrega a su persona y su obra salvífica, vivi­da con la presencia, el ejemplo y la ayuda de María.

Las gracias y carismas que el sacerdote ha recibido para ser­vir a Cristo y a la Iglesia, tienen el matiz de dependencia maria­na: vocación, carácter y gracia sacramental, gracias peculiares y necesarias para el ministerio, etc. Todas y cada una de estas gra­cias se han recibido de Cristo que ha querido la cooperación de María y la sigue queriendo para una respuesta fiel y generosa.

En la santificación propia y en la acción ministerial, la sin­tonía del sacerdote con Cristo se expresará también con esta di­mensión mariana de:

— conocerla en el misterio de Cristo Sacerdote y de la Igle­sia Pueblo sacerdotal,

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ESPIRITUALIDAD M A R I A N A DEL MINISTRO DE CRISTO

— amarla con actitud relacional imitada de Cristo, y con el gozo de ver en María el mejor fruto de la redención,

— imitarla especialmente respecto a su asociación esponsal con Cristo, a su contemplación de la palabra y a su fide­lidad generosa a la acción del Espíritu Santo,

— celebrarla en el contexto del misterio pascual de Cristo, especialmente en la eucaristía, sacramento, liturgia de las horas y año litúrgico,

— invocarla pidiendo su intercesión para el camino de con­figuración con Cristo Buen Pastor y para el proceso de evangelizad ón.

La espiritualidad del sacerdote "debe extenderse también a la Madre de Dios, y con tanta mayor devoción y ternura en el sacerdote que en el simple fiel, cuanto son más reales y profun­das las relaciones del sacerdote con Cristo y las relaciones de María con su divino Hijo" (Pío XI, Ad catholici sacerdotiif .

En el ejercicio del ministerio, el sacerdote realiza la mater­nidad de la Iglesia, en el sentido de hacer madre a la comunidad eclesial como transmisora de vida en Cristo, a través del anuncio de la palabra, de la celebración litúrgica y de los servicios de ca­ridad (PO 6; cf. LG 64-65).

La actitud espiritual del ministro debe ser, pues, de amor materno, del que María es modelo para todos aquellos que, en la

9 Ver notas 1 y 2. Los autores espirituales han subrayado la relación de María con el sacerdote en un plan activo y vivencial: "Nuestro sacerdocio tanto más fecundo será cuanto más se apoye en la omnipotencia mediadora de María. . . Aquella que ha formado con su sangre al Sacerdote eterno, continúa formando en los sacerdotes la imagen de este mismo Cristo" (M. PHILIPON, Los sacra­mentos en la vida cristiana, Buenos Aires, 1965, 320-321).

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misión de la Iglesia cooperan a la regeneración de los hombres (LG 65). Vivir los ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13) incluye la imitación de la actitud materna de María, asociada a Cristo Sacerdote y Redentor.

La fidelidad a los designios salvíficos del Padre y a la ac­ción del Espíritu Santo, en sintonía con los sentimientos de Cristo, es el aspecto más fundamental de la caridad pastoral. "De esta docilidad hallarán siempre un maravilloso ejemplo en la Bienaventurada Virgen María, que, guiada por el Espíritu San­to, se consagró toda al ministerio de la redención de los hom­bres" (PO 18).

La devoción o actitud mañana es, pues, parte integrante de la espiritualidad sacerdotal: "Amen y veneren con filial confian­za a la Santísima Virgen María, a la que Cristo, muriendo en la cruz, entregó como madre al discípulo" (OT 8)10 .

Según las enseñanzas del magisterio, la devoción mañana del sacerdote se basa en:

— La relación del sacerdote con Cristo Sacerdote, que qui­so nacer de María y la quiso asociar a su obra redentora,

— la relación del sacerdote con la Iglesia, Pueblo Sacerdo­tal, de la que María es Madre y Tipo,

El nuevo Código concreta .sta devoción mariana del sacerdote: can. 246, par. 3 (durante la formación en el Seminario: "debe fomentarse el culto a la Santísima Virgen María, incluso por el rezo del santo rosario"), can. 276, par. 2, 5o. (para los ya sacerdotes: "tengan peculiar devoción a la Virgen Madre de Dios")- Ver: Ratio fundamentalis, n. 54; "Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los Seminarios" (6 enero 1980), 11,4.

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— la relación de María respecto a Cristo Sacerdote, a la Igle­sia y al sacerdote ministro, como objeto especial de su maternidad11.

Esta actitud o devoción mariana equivale, especialmente para el sacerdote, a introducirla en todo el espacio de la vida in­terior como el discípulo amado (cf. RM 45). La contemplación de la palabra requerida para la predicación es una actitud maria­na de meditar en el corazón (Le 2, 19.51). Sólo entonces se en­tra en el misterio de Cristo, auscultando sus amores (Jn 13,23-25) para anunciarlos a toda la humanidad (Un 1, lss).

El sacerdote aprende a sentir con la Iglesia y amarla, pro­fundizando en su propia relación con María como Madre de la Iglesia y como modelo de su desposorio o asociación a Cristo. De esta espiritualidad eclesial y mariana, vivida en el cenáculo de la propia Iglesia particular y de la propia comunidad (Act 1,14), pasará fácilmente a poner en práctica la fraternidad sa­cramental del Presbiterio (PO 8), como familia (CD 28) de her­manos al servicio de toda la comunidad eclesia. María es Madre de la unidad del corazón como vida en Cristo, y de la unidad Iglesia como signo portador de Cristo.

Toda época de renovación eclesial ha sido una época de re­novación sacerdotal y de profundización en el aspecto mariano de la vida espiritual y de la acción evangelizadora. Todo nuevo

11 "Deseo que confies particularmente a Ella vuestro sacerdocio. . . Se da en nues­tro sacerdocio ministerial la dimensión espléndida y penetrante de la cercanía a la Madre de Cristo" (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo de 1979. n, 11). "Nosotros tenemos, en cierto modo, derecho especial a este amor en virtud del misterio del Cenáculo" (idem, Caita del Jueves Santo de 1988, n. 6). La actitud mariana del discípulo amado continúa siendo programática para todo sacerdote, tanto en el gesto de recibir a María como Madre, como en el de aus­cultar la palabra de Dios desde el corazón de Cristo; cf. encíclica Redemptoris Matar, n. 23, nota 47).

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Pentecostés encuentra a los apóstoles en cenáculo reunidos con María la Madre de Jesús (Act. 1,14), para escuchar la palabra de Dios como ella y con ella, celebrar la eucaristía y construir la fraternidad como signo eficaz de evangelización. Las nuevas gracias del Espíritu Santo hacen posible que la comunidad ecle-sial, a la que sirve el sacerdote, se abra a los planes salvíficos de Dios como María12.

El ministerio del sacerdote tiene como objetivo ayudar a la comunidad a vivir su relación con María, para ser, como ella y con ella, fiel, virgen y madre: "María es verdaderamente Madre de la Iglesia. . . 'No se puede hablar de la Iglesia, si no está pre­sente María' (MC 28). Se trata de una presencia femenina que crea el ambiente familiar, la voluntad de acogida, el amor y el respeto por la vida. Es presencia sacramental de los rasgos ma­ternales de Dios. Es una realidad tan hondamente humana y santa que suscita a los creyentes las plegarias de la ternura, del dolor y de la esperanza" (Puebla 291). "Junto con el Pueblo de Dios, que mira a María con tanto amor y esperanza, vosotros (los sacerdotes) debéis recurrir a ella con esperanza y amor ex­cepcional" (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 1979).

El sacerdote sigue la actitud joánica de recibir a María en comunión de vida, es decir, de "introducirla en todo el espacio de la vida interior, es decir, en su 'yo' humano y cristiano" (RM 45 y nota 130). La eficacia del ministerio sacerdotal está, en cierto modo, condicionado a la actitud mañana y eclesial del

12. La actitud mariana de la primera comunidad eclesial (Act 1,14) se concreta er actitudes de escucha de la palabra, celebración eucafística, fraternidad y evan gelización con la fuerza del Espíritu Santo (cf. Act 2,42-47; 4,31-34). Esta si gue siendo la invitación de la Iglesia para la renovación de las comunidades, e; vistas a una "evangelización renovada" de la que María es "figura" o "estrella (EN 82; cf. LG 59; AG 4; RH 22; RM 26).

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ESPIRITUALIDAD M A R I A N A DEL MINISTRO DE CRISTO

sacerdote, que es imitación de las vivencias sacerdotales de Cristo13.

GUIA PASTORAL

Reflexión bíblica

— María, la mujer, asociada a Cristo Sacerdote y Redentor: Lc2,35;Jn2,4;19,25ss.

— La oración sacerdotal de Cristo en el seno de María: Hec 10,4-7.

— María en el camino del Pueblo sacerdotal: Apoc 12,1.

— María Madre del sacerdote ministro: Jn 19,25-27 (cf. OT 8;PO 18).

— Actitud mariana de fidelidad, generosidad, contemplación y asociación a Cristo Sacerdote: Le 1,26-56; 2,19.51; Jn 19,25ss.

— Caridad pastoral y amor materno del apóstol a ejemplo de María: Gal 4,4-19; Jn 16,21ss.

Estudio y revisión de vida en grupo

— ¿Cómo vivir estos puntos básicos?:

13 Para el ministerio en América Latina, además del documento de Puebla n. 282-303, ayudará conocer la realidad histórica y pastoral de los diversos santuarios marianos del Continente: CELAM, Nuestra Señora de América, Colección Ma-riológica del V Centenario, 1986ss.

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— María Madre de Cristo Sacerdote (PO 18; OT 8).

— La asociación de María a la obra redentora de Cristo (LG 58).

— Figura de la Iglesia Pueblo sacerdotal (LG 63; SC 103).

— María modelo y ayuda de la Iglesia en la obra apostólica (LG 64-65; Puebla 268).

— Actitud y devoción mañana del sacerdote (PO 18; OT 8; cánones 246, par. 3; can 276, par. 2,5o.).

— Renovación sacerdotal en Cenáculo con María (AG 4; LG 59; PO 12).

— El ministerio sacerdotal en la realidad mañana de América Latina (Puebla 282-303).

ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA

En las notas del presente capítulo hemos indicado algunos estudios sobre: espiritualidad sacerdotal mariana preconciliar como comentario al magisterio (notas 1 y 2), el sacerdocio de María (nota 4), relación María-Iglesia (nota 5), María en América Latina (nota 13).

ALVAREZ, F. M. La Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Barcelona, Her-der, 1968.

BECKER, G. B. Virgo Mana et formado apostólica sacerdotalis, en Maria etEcclesia, Roma, 1959, VII, 271-285.

CALVO, G. Espiritualidad mariana del sacerdote en Juan Pablo II, "Com-postellanum" 33 (1988) 205-224.

D'AVACK, G. II sacerdozio e Maria, Milano, Ancora, 1968.

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ESPIRITUALIDAD M A R I A N A DEL MINISTRO DE CRISTO

ESQUERDA, J. Maria en la espiritualidad sacerdotal, en Nuevo Dicciona­rio de Mariologia, Madrid, Paulinas, 1988, 1799-1804; ídem, Espiri­tualidad mariana sacerdotal, "Estudios Marianos" 34 (1970) 134-181; ídem, Maria y la Iglesia en la espiritualidad sacerdotal, "Estu­dios Marianos" 40 (1976) 169-182.

FRANZI, F. M. Sacerdotes, en Nuevo Diccionario de Mariologia, o. c , 1790-1799.

HERRAN, L. Ma. Sacerdocio y maternidad espiritual de Maria, "Teología del Sacerdocio" 7 (1975) 517-542.

HUERGA, A. La devoción sacerdotal a la Santísima Virgen, "Teología Es­piritual" 13 (1969) 229-253.

JIMÉNEZ DUUE, B. María en la espiritualidad del sacerdote, "Teología Espiritual" 19(1975)45-59.

MARTINELLI, A. Maria nella formazione teologico-pastorale del futuro sacerdote, "Seminarium" 27 (1975) 621-640.

PHILIPPE, P. La Virgen Santísima y el sacerdote, Bilbao, Desclée, 1955.

RODRÍGUEZ, C. Maria en la vida espiritual del sacerdote, "Revista Espi­ritual" n. 57(1977)50-56.

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Page 139: Signos Del Buen Pastor

Capítulo X.

SÍNTESIS Y EVOLUCIÓN

HISTÓRICA

DE LA ESPIRITUALIDAD

SACERDOTAL

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X. SÍNTESIS Y EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL

Presentación

La historia de la espiritualidad sacerdotal analiza, en sus circunstancias de espacio y tiempo las figuras de santos sacerdo­tes, los documentos sobre el sacerdocio, las reflexiones teológi­cas que se han elaborado a través de los siglos, etc. Pero, sobre todo, sirviéndose de estos mismos datos, penetra cada vez más en el contenido inexhaurible de la palabra revelada, predicada por la Iglesia, que nos presenta a Cristo Sacerdote y que descri­be los rasgos del estilo de vida apostólica que corresponde a ca­da época.

La espiritualidad sacerdotal, como espiritualidad cristiana, por el hecho de ser sintonía con las actitudes del Buen Pastor, está también abierta a un dinamismo que equivale a la acción del Espíritu Santo en la historia de la Iglesia. Es muy importan­te ir constatando en cada momento histórico cuáles son las lí­neas de fuerza o la dinámica de esta acción del Espíritu, que in­vita a los servidores del Pueblo de Dios a profundizar y a vivir su estilo o espiritualidad sacerdotal. Se trata siempre de espiritua­lidad abierta al futuro, como preparación de nuevos pasos o nuevas etapas, que van acercando más al hecho salvífico de la realidad permanente de Cristo Sacerdote y de su llamada para un seguimiento apostólico. Esta realidad y esta llamada ya están en los textos bíblicos desde hace veinte siglos, pero la predica-

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ción y la vivencial eclesial, bajo la acción del Espíritu Santo, los va explicitando cada vez más.

Cada momento histórico del caminar eclesial hace resaltar algún aspecto de la figura de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, que se ha manifestado a través de los signos de Iglesia. Es una presencia activa de Cristo que sigue enviando su Espíritu con nuevas gracias para afrontar situaciones nuevas. Las figuras sa­cerdotales, los documentos sobre el sacerdocio, las reflexiones magistrales y las instituciones apostólicas, son, dentro de las li­mitaciones humanas, signos portadores de una gracia sacerdotal válida para todo momento del caminar eclesial.

Se puede decir que cada época ha tenido gracias a carismas especiales, a modo de un Pentecostés permanente. El estudio de la historia, bajo este prisma de fe, sin perder de vista los condi­cionamientos sociológicos y culturales, puede ser un medio pri­vilegiado de gracia, que actualice los carismas en situaciones his­tóricas inéditas. Cada época viene a trazar una figura sacerdotal, que llega a tener un cierto valor permanente para afrontar nue­vos problemas eclesiales y para responder a nuevas gracias sacer­dotales. El estudio de la historia nos ayuda a inculturarnos en un-presente que es fruto de un pasado y que prepara un futuro siempre mejor.

La historia de la espiritualidad sacerdotal, de la que aquí presentamos sólo un esbozo, hace ver un dato que es común a toda la historia de la Iglesia: sólo queda para el futuro lo que sea verdaderamente continuación del estilo sacerdotal de Cristo Buen Pastor.

Estudiar la historia no equivale a anquilosarse en el pasado, sino a prepararse para un nuevo caminar, afrontando nuevas si­tuaciones de gracia y de evangelización. La historia de la espiri­tualidad sacerdotal nunca está hecha perfectamente, porque se está construyendo todavía en la realidad.

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SÍNTESIS Y EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA ESPIRITUALIDAD. . .

La evolución histórica de la espiritualidad, de la vida y del ministerio sacerdotal, encuentra su autenticidad en una línea de seguimiento generoso de Cristo, que se concreta en una disponi­bilidad para la comunión fraterna, especialmente en el propio Presbiterio de la Iglesia local, y que se abre a los horizontes de la Iglesia universal en un servicio misionero sin condicionamien­tos ni fronteras1.

Espiritualidad sacerdotal en la época patrística

La doctrina patrística sobre la espiritualidad sacerdotal es un eco de los textos neotestamentarios sobre el Buen Pastor. Refleja, pues, la vida apostólica, es decir, la vida pastoral que en­señaron y vivieron los Apóstoles.

No encontramos en los Santos Padres una doctrina sistemá­tica y ordenada sobre el sacerdocio, sino más bien, una llamada a vivir las exigencias que comporta la vida pastoral. Sus escritos son una referencia a Cristo Sacerdote, Mediador y Buen Pastor, y al misterio de la Iglesia, a la que sirven los sacerdotes como constructores de un templo vivo en la comunión (coinonía). El tema mariano (María Tipo de la Iglesia) está relacionado con el misterio de Cristo y de la Iglesia.

El ministerio apostólico de los sacerdotes se presenta como servicio o diaconía, que es participación de la humillación (ke-nosis) de Cristo Sacerdote. La dignidad sacerdotal consiste en este servicio (servidor de servidores). El Presbiterio, en el que vi­ve el sacerdote, es comunión sacerdotal y principio de comu­nión eclesial.

1 Hemos resumido la doctrina sacerdotal bíblica en los capítulos II y III. Ver en esos mismos capítulos los estudios bíblicos. Los textos neotestamentarios prin­cipales en los que se ha inspirado toda la historia sobre la espiritualidad sacer­dotal, son los que hacen referencia a la elección o vocación, el seguimiento de Cristo, la caridad de Buen Pastor, la misión, la eucaristía, la oración sacerdotal, etc., en relación al Presbiterio y al servicio de la Iglesia. Pedro y Pablo son los modelos de esta espiritualidad evangélica y pastoral.

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La santidad del sacerdote consiste en tener un corazón lim­pio por la fidelidad al espíritu Santo, recibido en la ordenación. El don del Espíritu Santo impregna la vida del sacerdote. La re­ferencia a Cristo, ungido Sacerdote y que da la vida como Buen Pastor, es el punto de equilibrio entre la consagración y la mi­sión sacerdotal. Es una santidad que mira al ejercicio del minis­terio pastoral, especialmente en el servicio de la palabra, en la celebración de los misterios y en la dirección de la comunidad. La pertenencia permanente al ministerio pastoral constituye la herencia del sacerdote como clérigo que tiene por herencia al Señor.

La diferencia de aspectos de espiritualidad, tal como queda delineada por los Santos Padres, varía según las épocas, países y escuelas. Los Padres de Oriente hacen referencia a la consagra­ción a Cristo; los del Occidenre se remiten a la consagración que se recibe en el sacramento del Orden, como participación en la unción y misión de Cristo, a veces se subraya la distinción entre lo humano y divino (escuela antioquena) y, consiguientemente, se da más cabida a la acción instrumental propia del sacerdote ministro. Otras veces se acentúa la unidad de Cristo (escuela ale­jandrina) y, por tanto, se dirá que el ministro es movido por la acción divina. En Occidente se urge a una santidad concreta en normas litúrgicas, disciplinares y morales. En Oriente se presen­ta la dignidad del sacerdote encuadrada en el hecho de ser me­diador de la acción divina. Para todos son muy importantes los textos litúrgicos de la ordenación y las normas trazadas por los concilios sobre la vida apostólica en los Presbiterios2.

Algunos Santos Padres han sido un punto permanente de referencia durante toda la historia, cuando se ha tratado de for-

2 Algunos estudios de conjunto sobre la doctrina sacerdotal en los Santos Pa­dres: AA. VV., Teología del sacerdocio en los primeros siglos, en "Teología del Sacerdocio" 4, Burgos 1972; AA. VV., II ministero sacerdotalenella Bibia e nella Tradizione, en II prete per gli uomini d'oggi, Roma, AVE, 1975, sec­ción primera; AA. W., La Tradition sacerdotale, París, X. Mappus, 1959;G.-

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SÍNTESIS Y EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA ESPIRITUALIDAD. . .

mación y de renovación sacerdotal: San Ignacio de Antioquía (cartas sobre la vida sacerdotal en el Presbiterio), San Juan Cri-sóstomo (seis libros sobre el sacerdocio), San Ambrosio (sobre el ministerio litúrgico), San Agustín (sobre la vida de fraterni­dad), San Gregoriano Magno (la regla pastoral).

Las cartas de San Ignacio de Antioquía hacia el año 150, presentan la santidad en los ministros, obispos, presbíteros, diá­conos, a partir del hecho de ser imagen o transparencia del Se­ñor en la comunidad eclesial. El obispo es la expresión o tipos e imagen del Padre, o también la expresión de Cristo como éste lo es del Padre. Por esto en el Presbiterio, como Senado de Dios (carta a la Iglesia de Trallas, 3, 1), el obispo ocupa el lugar de Cristo; los presbíteros ocupan el lugar de los Apóstoles en torno a Cristo.

Todos los ministros, obispos, presbíteros, diáconos, son constructores de la unidad del Presbiterio y, por tanto, de la unidad eclesial. Sin unidad del Presbiterio no habría unidad de la Iglesia. De este modo, desde cada Iglesia local, se eleva al Pa­dre el canto de unidad, como expresión de la voz del mismo Cristo:

Conviene correr a una con el sentir de vuestro Obispo, que es justa­mente lo que ha hacéis. En efecto, vuestro Colegio de presbíteros, digno del nombre que lleva, digno también de Dios, así está armonio-

BARDY, Le sacerdote chrétien du I au V siécle, París, 1954, Unam Sanctam 28; J. COLSON, Ministre de Jésus Christ ou le sacerdoce de l'évangile, étude sur la condition sacerdotale des ministres chrétiens dans l'Eglise primitive, Pa­rís, Beauchesne, 1966; J. ESQUERDA, Historia de la espiritualidad sacerdotal, en "Teología del Sacerdocio" 19, Burgos, 1985, cap. III; J. LECUYER, El sa­cerdocio en el misterio de Cristo, Salamanca, Sigúeme, 1960 (quinta parte); I. OÑATIB1A, Introducción a la doctrina de los Santos Padres sobre el minis­terio sagrado, en "Teología del Sacerdocio" 1, Burgos, 1969, 93-122; M. RUIZ JURADO. La espiritualidad sacerdotal en los primeros siglos cristianos, en "Teología del Sacerdocio" 9, Burgos, 1977, 277-305; A. VILEILA, La condi­tion collégiale desprétres au III siécle, París, Beauchesne, 1971.

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sámente concertado con su Obispo, como las cuerdas con la lira" (Carta de la Iglesia de Efeso, 4, l-2)3 .

Los seis libros de San Juan Crisóstomo (344407) sobre el sacerdocio constituyen el primer tratado amplio sobre el tema sacerdotal, escrito hacia el 386. En estos libros se han inspirado todos los tratados posteriores, así como muchos decretos ecle-siales, reglas de formación sacerdotal, etc.

La santidad sacerdotal es una consecuencia o exigencia de una realidad y función ministerial que abarca toda la vida del sacerdote. Se describe siempre en relación al ministerio de la pa­labra, de la eucaristía y demás sacramentos y del pastoreo en ge­neral. La presidencia del sacerdote es en nombre de Cristo para servir a modo de mediación y de reconciliación. La gracia reci­bida le dedica de modo permanente al servicio de la comunidad. El título de sacerdote tiene sentido de sacrificador y, al mismo tiempo, de santificado o consagrado para el servicio cultural y pastoral. Hay que mantener siempre la .unidad en el Colegio de los presbíteros (lib. 4,15). La acción del sacerdote es de paterni­dad, para hacer nacer nuevos miembros del Cuerpo de Cristo y para edificar la Iglesia. Las virtudes sacerdotales se resumen en la caridad como la del Buen Pastor, expresada en pobreza, cas­tidad, celo, prudencia, mansedumbre, espíritu de oración. . .

El sacerdote se acerca a Dios como si todo el mundo le estuviera con­fiado y fuera el padre de todos" (lib. 6,4).

El sacerdote ha de poseer un alma más pura que los rayos del sol. . . mucha mayor pureza se exige del sacerdote que del monje" (lib. 6,2).

3 Para San Ignacio de Antioquía y otros Padres Apostólicos, además de los estu­dios citados en la nota anterior: D. RUIZ BUENO, Padres Apostólicos, Madrid, BAC, 1974. Más concretamente sobre San Ignacio: J. C. FENTON, Concepto de sacerdocio diocesano, Barcelona, Herder. 1956. Ver también otros Padres y documentos: Didajé (años 90-100), cartas de San Clemente de Roma (años 96-981, San Policarpo de Esmirna (hacia 155), el "Pastor" de Hermas (hacía 140-155). San Ireno (muerto hacia 202). la "Traditio Apostólica" (con los ri­tos de ordenación) de Hipólito de Roma (muerto hacia 235), etc.

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SÍNTESIS Y EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA ESPIRITUALIDAD. . .

El que ha de recibir el cuidado de las almas necesita exquisita pru­dencia, gran caudal de gracia de Dios, rectitud de costumbres, pureza de vida y una virtud más que humana" (lib. 3,7). "Tiene que ser, a la vez, grave y sencillo, respetable y benigno, apto para mandar y acce­sible para la comunicación, incorruptible, humilde, indomable, audaz y manso, y así poder hacer frente a todo (lib. 3,16) .

San Ambrosio (333-397) describe la vida y el ministerio de los clérigos en su libro De officciis ministrorrum, ofreciendo normas concretas sobre la acción pastoral, especialmente litúrgi­ca y de orientación moral. El clérigo tiene como herencia al Se­ñor y no debe dejarse llevar de deseos terrenales, sino que su mejor ornamento es la castidad. La caridad se demostrará en un especial cuidado de los pobres, en quienes se esconde Cristo. Pa­ra poder ser buen consejero, el sacerdote necesita presentar una vida honesta y una actitud de benevolencia, además de ser mo­delo de virtud. Esta exigencia de vida santa, a ejemplo de Cristo, corresponde al ministerio sacerdotal de predicar y de ofrecer el sacrificio eucarístico.

Verdaderamente es bienaventurado aquél de cuya casa ningún pobre sale con las manos vacías, pues no hay nadie más dichoso que quien se cuida de las necesidades de los pobres y de los enfermos y desam­parados (lib. I, cap. 11).

Seguimos a Cristo según nuestra posibilidad. . . Aunque ahora no se le ve a Cristo ofrecer. . ., en nosotros El mismo se deja entrever como oferente, cuya palabra santifica el sacrificio que se ofrece (comenta­rio al salmo 38) .

Ver las Obras de San Juan Crisóstomo, Madrid, BAC. Entre los Padres Orienta­les, después de los Padres Apostólicos, hay que tener en cuenta la doctrina sa­cerdotal de Clemente de Alejandría (150-215), Orígenes C185-253), San Efrén diácono (306-373), San Gregorio Nacianceno (329-390), San Gregorio Niseno (335-396), San Cirilo de Jerusalem 313-386), las Constituciones Apostólicas y Didascalia Apostolorum (siglos III-IV), Teodoro de Mopsuestia (muerto ha­cia el 428), San Máximo Confesor (muerto en 662), etc.

El libro de San Ambrosio, De Officüs ministrorum: PL 16, 25-194. Entre los Padres de Occidente, hay que tener en cuenta a San Cipriano (muerto en 258) con sus cartas sobre la vida sacerdotal (Madrid, BAC), San Jerónimo (342-420) con sus cartas (Madrid, BAC), San León Magno (400-461), San Gregorio Mag-

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La doctrina y la vida sacerdotal de San Agustín (345430), obispo de Hipona, se fundamenta en Cristo Sacerdote y Media­dor, centro de la historia, como puede verse en "La ciudad de Dios" y en las "Confesiones". Su doctrina y su ejemplo sobre la vida apostólica y comunitaria de los clérigos con su obispo será un punto de referencia continua para las normas posterio­res de la Iglesia sobre la vida sacerdotal. La espiritualidad sacer­dotal, según San Agustín, tiene las características de un servicio eclesial que nace del amor. Es una presidencia que busca, como el Buen Pastor, el bien de los demás. Es una actitud de servicio ministerial de la palabra y de los sacramentos, como prolonga­ción del servicio de Cristo Sacerdote Mediador y Buen Pastor.

Todos estos, (Pedro, Pablo, Cipriano, obispos mártires, fueron bue­nos pastores, no sólo por haber derramado su sangre, sino por haber­la derramado en defensa de las ovejas; no la derramaron por vanidad, sino por caridad. . . Al amador, le hiciste pastor. . . Rogad también por las ovejas descarriadas, para que también ellas vengan a nosotros y reconozacan y amen la verdad, y no haya sino un solo rebaño y un solo pastor (sermón 138).

los que anuncian a Dios porque le aman, los que anuncian a Dios por Dios, no por sus propios intereses, apacientan las ovejas y no son mercenarios" (sermón 137).

Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano (sermón 340).

Encuentro a todos los buenos pastores en un solo pastor. . . En el mismo Pedro encomendó la unidad. . . Pero todos los buenos pasto­res se encuentran en uno, son uno. Ellos apacienta, pero es Cristo quien apacienta. Los amigos del esposo no anuncian su propia pala­bra, sino que se alegran por la palabra del esposo (sermón 46) 6 .

no (540-604) que resumimos después, etc. Muy parecido a San Ambrosio es San Isidro de Sevilla (570-636) con su libro De ecclesiasticis officiis.

Obras de San Agustín, Madrid, BAC. Ver: G. ARMAS, Algunas figuras del pas­tor de almas en los escritos de San Agustín, "Augustinus" 18 (1973) 157-164; U. DOMÍNGUEZ DEL VAL, El sacerdote pastor según San Agustín, "Sala-manticensis" 13 (1966) 401-410; J. HERNÁNDEZ, San Agustín y la espiritua­lidad sacerdotal, "Teología del Sacerdocio" 3 (1971) 744; F. VAN DER MEER, San Agustín pastor de almas, Barcelona, Herder, 1965.

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SÍNTESIS Y EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA ESPIRITUALIDAD. . .

La "Regla pastoral" del Papa San Gregorio Magno (540-604) ha sido, durante siglos, junto a los libros de San Juan Cri-sóstomo, un código de santidad sacerdotal y un tratado o direc­torio práctico de acción pastoral para obispos y presbíteros. To­das las virtudes del sacerdote dicen relación a los ministerios que ejerce en la comunidad, especialmente al ministerio de la pala­bra previamente contemplada y al ministerio de la eucaristía. De ahí la necesidad del testimonio de pobreza sacerdotal para no cegar a las ovejas, así como de la oración intercesora y contem­plativa, de caridad y celo apostólico.

Sea el prelado prójimo de cada uno por la compasión y aventaje a to­dos en la contemplación. . . de manera que ni por aspirar a lo celes­tial desatienda las flaquezas de los prójimos, ni por atender a las de­bilidades de los prójimos deje de aspirar a lo celeste (Regla, cap. V).

Cuando el pastor pone sus sentidos en los cuidados terrernos, el pol­vo levantado por el viento de la tentación ciega los ojos de las ovejas (ibídem, cap. VI)7 .

Vida sacerdotal en la Edad Media

Al final del primer milenio y a principios del segundo, el Presbiterio fue perdiendo su unidad y su espíritu de vida apostó­lica o de imitación de la vida de los Apóstoles. Los cánones o normas disciplinares de los concilios fueron señalando directri­ces para la vida clerical en sus diversos grados, dejando entrever abusos de autoridad y un proceso creciente de defectos y de secularización, que se quiere detener a toda costa. Los clérigos que querían cumplir los cánones se llamaban canónigos y vivían en residencias canónicas (como los monjes no secularizados vi­vían en los monasterios; a los que no querían vivir según los cá-

7 Obras de San Gregorio Magno, Madrid, BAC. Ver varios estudios de J. HER­NANDO, en "Teología del Sacerdocio" vol. 3. 4, 8, 17; J. ZABALETA, El mi­nisterio y la vida sacerdotal de San Gregorio Magno, "Claretianum" 13 (1973) 81-186.

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nones que les llamaba seculares. La terminología posterior no corresponde, pues, a su origen.

La corriente sacerdotal que quiso continuar poniendo en práctica la vida apostólica, se orientó hacia las directrices dadas por San Agustín. Muchos Presbiterios, así como las nuevas Or­denes religiosas, se inspiraron en esta regla agustiniana: canóni­gos regulares, nótese la redundancia, dominicos (hermanos pre­dicadores), agustinos, trinitarios, franciscanos (hermanos meno­res), mercedarios, premostratenses. . . Es difícil deslindar los campos entre la vida monacal y la vida en el Presbiterio (ordo monasticus, ordo canonicus). Casi siempre había un intercambio e incluso una convivencia entre canónigos y monjes. Las exigen­cias evangélicas eran las mismas; sólo variaba el modo de poner­las en práctica. Paulatinamente los Presbiterios y las nuevas for­mas de vida apostólica se fueron independizando y separando entre sí, debido, en gran parte, a la exención.

Obispos, concilios y santos sacerdotes urgieron a practicar nuevamente la vida apostólica o canónica (según los cánones) en el Presbiterio. El concilio romano de 1059, al que dio vigencia Alejandro II en 1063 todavía prescribía la vida común y la po­breza para los clérigos, presbíteros especialmente. San Norberto, hacia 1124 y San Pedro Damián, muerto en 1072, son exponen­tes de una reacción positiva para salvar la vida apostólica en los Presbiterios de las Iglesias locales. Pero la escisión y la dispersión de la vida eclesial sería pronto un hecho consumado que ten­drían consecuencias muy negativas para los siglos posteriores.

Este período histórico de la llamada Edad Media, a pesar de sus limitaciones, se presenta como un arsenal de datos intere­santes para la construcción de la espiritualidad sacerdotal en el Presbiterio de todas las épocas. La herencia de los Santso Padres sobre la vida sacerdotal permanecía en muchas Iglesias locales, aunque con añadiduras criticables y, desde luego, con formas muy diversas.

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SÍNTESIS Y EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA ESPIRITUALIDAD. . .

No se puede oponer lo monacal a lo pastoral, ni tampoco lo religioso a lo diocesano. El sacerdocio ministerial, en toda Iglesia particular, forma una unidad fundamental, que se apoya precisamente en la variedad de carismas y que encuentran, o de­be encontrar siempre en el propio obispo el principio de unidad; así ocurría en muchas Iglesias particulares durante la Edad Me­dia, como fruto de una herencia recibida desde tiempos apostó­licos y patrísticos.

Uno de los mejores legados de la Edad Media es el de haber trazado los primeros pasos para una formación sacerdotal orga­nizada. En realidad, los clérigos se habían formado en los Presbi­terios, junto al propio obispo y en la comunidad de presbíteros y diáconos. Allí se preparaban prácticamente ayudando a la vida pastoral. La doctrina de los Santos Padres servía de orientación espiritual, pastoral y teológica. De ello se habían ocupado ya los concilios visigóticos de los siglos IV-VII.

El Decreto de Graciano (1140) es un arsenal de datos sobre la vida y la formación de los clérigos. Se da mucha importancia a la vida o Regla apostólica (Dist. 25-50), acentuando las virtu­des que hacen relación a la acción pastoral y a la celebración li­túrgica. En los concilios tercero y cuarto de Letrán (1179 y 1215) se urge a poner en práctica las normas de la Iglesia sobre la formación de los futuros sacerdotes. Algunas afirmaciones pa­sarán al tesoro de la doctrina permanente sobre las vocaciones sacerdotales: "Es mejor, sobre todo tratándose de sacerdotes, que haya pocos y buenos, que muchos ministros y malos, por­que si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en el hoyo" (Ench. Cleric. 87). Santo Tomás recogerá también el legado de estos concilios cuando dirá: "Dios nunca permitirá que a su Iglesia falten ministros idóneos y suficientes para las necesidades del pueblo cristiano, si se eligen dignos y se rechazan a los indig­nos" (Suppl. q. 36, a. 4, ad 1).

A pesar de todos estos esfuerzos y de la creación de univer­sidades de gran nivel teológico, la vida clerical se inclinó hacia la secularización, incluso aprovechando las ventajas de una forma-

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ción intelectual, para fomentar los propios intereses personalis­tas. La decadencia de la vida clerical, al final de la Edad Media, no elimina sus grandes valores y méritos, especialmente durante sus momentos fuertes de renovación espiritual, que fueron ini­cio de las grandes escuelas de espiritualidad y de profundización teológica8.

La teología de esta época (escolástica) se fue elaborando de modo sistemático en las escuelas catedralicias y monacales. Respecto al tema sacerdotal, se concretó cada vez más en el sa­cramento del Orden y en la realidad del carácter, impreso de modo permanente en el ordenado. De este modo se llega a la presentación del sacerdocio ministerial en sí mismo con sus de­rivaciones espirituales y apostólicas. La espiritualidad sacerdotal encuentra, pues, en la Edad Media, el comienzo de su funda-mentación teológica sistemática, especialmente a partir de la teología del carácter sacramental.

Los principales datos patrísticos que se elaboran en esta época tienen un matiz de herencia agustiniana más vivencial. Pe­ro la evolución teológica apunta a unas categorías más ontológi-cas y aristotélicas, que culminan en Santo Tomás: el carácter es como una potencia espiritual activa que configura con Cristo (III, q. 63), quien es la fuente de todo sacerdocio (II, q. 22, a. 4).

El sacerdote ministro es la prolongación visible de Cristo Sacerdote, puesto que obra en persona de Cristo (III, q. 22, a. 4) al servicio de la Iglesia. El sacerdote está dedicado al ministerio de la eucaristía para construir el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia. La predicación y los sacramentos conducen a esta

8 Sobre la situación sacerdotal en esta época: J. ESQUERDA, Historia de la espi­ritualidad sacerdotal, o. c, cap. IV (La vida los clérigos entre dos milenios). N. LÓPEZ MARTÍNEZ, Notas en torno a la historia de hechos y doctrinas sobre el sacerdocio ministerial en la Edad Media, 'Teología del Sacerdocio" 1 (1969) 123-153; L. SALA BALUST, F. MARTIN, La formación sacerdotal en la Igle­sia, Barcelona, Flors, 1966.

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realidad eucarística y eclesial. Cristo es causa ejemplar y eficien­te del ser, del obrar y de la santidad sacerdotal; el sacerdote mi­nistro es instrumento activo suyo (III, q. 63, a. 3), de cuyo po­der participa en el servicio cultual y pastoral.

La evolución teológica corrió a cargo de diversos santos y teólogos, acentuando siempre la acción sacerdotal como instru­mento de gracia y participación en la mediación de Cristo. San Buenaventura subraya la semejanza con Cristo servidor y bienhe­chor (Sent. IV, d. 24, a. 34). San Alberto Magno pone de releve la transformación en Cristo, Hijo de Dios y Redentor (In IV Sent, d. 6 c, a. 3). Santo Tomás, resumiendo todos estos aspec­tos, acentúa la participación ontológica y activa en el sacerdocio de Cristo (III, q. 27, a. 5 ad 2; q. 63, a. 1-6). Por esta semejanza, transformación y participación, el sacerdote ministro puede y debe orientar toda su actuación hacia la eucaristía y el Cuerpo místico de Cristo. "El oficio propio del sacerdote es el de me­diador" (III, q. 22, a. 1). Su vida está en relación con la huma­nidad de Cristo; por esto debe ser deiforme (deiformissimus) por la caridad (Suppl. q. 36, a. 1). Para ello, además del carácter permanente, el sacerdote recibe, en el sacramento del Orden, una gracia especial, sacramental, a modo de vigor especial, que hace posible su fidelidad a las exigencias del sacerdocio.

La ordenación sacerdotal preexige la santidad, especial­mente porque hay que guiar a otros por el camino de la perfec­ción. Dios no niega la gracia a los que elige para este servicio (III, q. 27, a. 4). La santificación o unción por parte del Espíri­tu Santo, (línea de los Santos Padres, encuentra en la teología escolástica de esta época una explicación sobre la naturaleza de este don y acción carismática. La exigencia de santidad se pre­senta, al mismo tiempo, como un deber y como una posibilidad al alcance del ordenado9.

9 J. ESQUERDA, Síntesis histórica de la teología sobre el carácter, "Teología del Sacerdocio" 6 (1974) 211-262; J. GALOT, La nature du caractére sacre-mentel, Etude théologique, Bruges, Desclée, 1957; A. HUERGA, Evolución progresiva de la teología del carácter en los siglos XI-XII, "Teología del Sacer­docio" 5 (1973) 97-148; L. OTT, El sacramento del Orden, en Historia de los dogmas, Madrid, BAC, 1976, t. IV.

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Gracias a las nuevas formas de vida sacerdotal, canónica y religiosa y a la profundización de la teología sobre el sacerdocio, comenzó, en la Edad Media, lo que podríamos llamar escuelas o líneas de espiritualidad, que subrayan también algún aspecto de la vida espiritual y apostólica del sacerdote.

La escuela o línea de San Víctor se inspira en la teología sobre el sacramento del Orden. Hugo de San Víctor, muerto en 1140 fue el inspirador de la teología de Pedro Lombardo y de otros teólogos posteriores sobre este tema. En la doctrina de Hu­go, el sacerdote es esencialmente mediador para alcanzar la re­conciliación y la concordia; está dedicado como clérigo al Se­ñor, con quien ha de tener trato íntimo para dominar sus pasio­nes y para no atarse a negocios terrenos. Los sacerdotes obran como cooperadores del obispo, a quien obedecen y representan para un mejor cuidado pastoral. La santidad es una exigencia de la celebración de los misterios del Señor.

La escuela o línea benedictina y cisterciense es exponente del monacato occidental, con gran influencia en los Presbiterios, sobre todo en la vida litúrgica, en el sentido del trabajo, ora et labora, la convivencia y hospitalidad, el estudio y la meditación de la palabra de Dios (lectura meditada), etc. Hay que recordar a San Anselmo y San Bernardo, que explican al clérigo las virtu­des de la caridad, pobreza, humildad, castidad y obediencia, puesto que ha de profesar la perfección como ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios.

La escuela o línea dominicana, con Santo Domingo como fundador (1170-1221), es el lazo de unión entre la vida apostó­lica del Presbiterio y las primeras experiencias de vida religiosa para el sacerdote. El grupo dominicano inicial fue una comuni­dad sacerdotal como derivación del Presbiterio, pero en circuns­tancias especiales de apostolado y de espiritualidad: predicaren diversas Iglesias locales o diócesis. La llamada regla de San Agus­tín sobre la vida apostólica, que se vivía en el Presbiterio de ori­gen (Burgo de Osma, Soria), se adaptó a estas circunstancias de un grupo sacerdotal disponible para la predicación misionera ba-

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jo la autoridad de los diversos obispos, más allá de una diócesis concreta y con la ejemplaridad de una fuerte vida evangélica es­pecialmente de pobreza. La predicación va precedida de la con­templación y acompañada de testimonio evangélico {contempla-ta alus tradere).

Santo Tomás (1225-1274), que hemos resumido en este mismo apartado, es el teólogo de la escuela. La caridad pastoral es la nota característica del estado de perfección adquirida, co­mo es principalmente en el caso del obispo (II-II, q. 184). Por esto la ordenación sagrada presupone la santidad, puesto que el peso de las órdenes ha de conferirse a paredes bien consistentes por la santidad (II-II, q. 189, a. 1 ad 3). Santa Catalina de Siena (1347-1380), en El diálogo, describe al sacerdote ministro de Cristo y de la Iglesia, como distribuidor de la sangre del Señor, preocupado por la gloria de Dios y la salvación de las almas.

La escuela o línea franciscana subraya dos aspectos del sa­cerdote ministro: la imitación o seguimiento radical de Cristo, perfección evangélica y la predicación del evangelio a los pobres y a los no cristianos. San Francisco (1182-1226) se convierte en instrumento providencial para despertar el respeto y amor a los sacerdotes, especialmente porque celebran la eucaristía. La ori­ginalidad franciscana, en el contexto del movimiento pauperísti-co no siempre equilibrado del siglo XII y XIII, consiste en la sencillez, alegría y espontaneidad de la pobreza evangélica sin pretensiones de heroicidad. El respeto de San Francisco por los sacerdotes ha quedado expresado en su testamento:

Me dio el Señor y da tanta fe en los sacerdotes. . . porque no veo nin­guna cosa corporalmetvte etv este numdo de aquél altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y sangre, que ellos reciben y sólo ellos administran a otros.

San Buenaventura (1218-1274) describe la santidad reque­rida para celebrar la eucaristía, en relación a la caridad pastoral y en unión con la humanidad de Cristo. El amor que el sacerdo­te debe tener a las almas es semejante al afecto del padre o de la

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madre respecto a sus hijos; su ministerio es análogo al de un ar­quitecto, agricultor, pastor, fiduciario, médico, centinela y jefe.

Todas estas notas de renovación sacerdotal franciscana, y especialmente el tono de pobreza y de evangelización universal, se encuentran con tonos originales en el Beato Raimundo Lull (1235-1316). Su vida laical no le impidió darse por entero a la reforma de la Iglesia en vistas a una rápida evangelización de to­das las gentes. Propone la reforma de la vida sacerdotal a partir de las bienaventuranzas, que deben impregnar toda la vida de la diócesis.

La escuela agustiniana, que tiene su origen en la doctrina y en la vida de San Agustín, como vimos en el apartado ante­rior, encuentra también en esta época su forma "religiosa" no eremítica. De hecho, la corriente agustiniana ayudó a mantener en los Presbiterios el tono de la vida comunitaria y evangélica según los cánones de la Iglesia. Esta escuela tendrá sus mejores exponentes en la época tridentina10.

Reforma sacerdotal en tiempos nuevos

En torno al concilio de Trento, se acentuó una corriente renovadora, en parte como reacción a un proceso secularizante de decadencia y en parte como herencia de la teología sacerdo­tal, de la actividad apostólica y de la vida comunitaria y evangé­lica que había tenido lugar en los siglos anteriores. En ello influ­yeron las escuelas de espiritualidad que hemos resumido en el período medieval.

10 Sobre las escuelas de espiritualidad y sacerdotales: AA. W . , Le grandi scuole della spiritualitá cristiana, Roma, Teresianum, F. M. ALVAREZ, Las grandes escuelas de espiritualidad en relación al sacerdocio, Barcelona, Herder, 1963: A. ROYO, Los grandes maestros de la vida espiritual, Historia déla espiritua­lidad cristiana, Madrid, BAC, 1973. Ver en Edit. BAC (Madrid), vida y obras de: San Benito, San Anselmo, San Bernardo, Santo Domingo, Santa Catalina, San Francisco, San Buenaventura, Raimundo Lull.

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Uno de los hechos más sobresalientes fue la llamada devo­ción moderna, que tuvo su centro en los Países Bajos y que du­ró desde el siglo XIV hasta entrado el siglo XVI. Este movimien­to espiritual suscitó experiencias de vida comunitaria entre los presbíteros y entre los laicos. También sirvió de aliciente para renovar la predicación. Algunas de las notas características de este fenómeno espiritual, reflejado en el libro Imitación de Cristo influirían decisivamente durante siglos en la vida del sa­cerdote: acento en la imitación de las virtudes de Cristo, meto-dización de la vida de oración, importancia de la predicación y catequesis, dirección espiritual por el cambio de perfección, devoción o sintonía afectiva con lo que se predica, apartamiento del mundo. . . No hay que olvidar que algunos de estos aspectos son una reacción contra defectos de la época y que, por tanto, pueden presentar algunas imperfecciones inherentes al mismo movimiento de reforma.

La renovación espiritual anterior a Trento se fue generali­zando, no siempre en la línea de la devoción moderna, y plasmó en grupos, asociaciones y movimientos sacerdotales, que refleja­ron su ideal en escritos y en realizaciones de vida comunitaria. Algunas escuelas de espiritualidad cristiana y sacerdotal tiene su origen en esta época en torno a Trento. Las agrupaciones de clé­rigos y de laicos se iban multiplicando y extendiendo concretán­dose en la ayuda fraterna para adquirir la santidad cristiana y sa­cerdotal, y para una mayor eficacia apostólica y de servicio a los necesitados.

Muchas de estas experiencias quedaron sin estructuras con­cretas y, al no encontrar tampoco cauce en el Presbiterio de las Iglesias locales, desaparecieron durante los siglos posteriores o tomaron un rumbo más independiente. No obstante, los Presbi­terios se beneficiaron de todas estas corrientes de renovación elevando el nivel espiritual del clero. La época en torno a Trento es fecunda en libros y opúsculos sobre la santidad sacerdotal, así como en directorios de pastoral escritos por obispos y santos sa­cerdotes. Muchas veces, el Presbiterio en cuanto tal fue refracta­rio a estas reformas espirituales y pastorales, debido principal-

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mente a un rígido y personalista sistema beneficial, que fue tam­bién una remora para la aplicación de las directrices conciliares de Trento11.

La reforma sacerdotal suscitada por el concilio de Trento se concretó en una renovación pastoral y espiritual de los sacer­dotes, eliminando o debilitando, de este modo, la raíz de mu­chos desórdenes clericales. La base de esta reforma está en la presentación de la doctrina teológica sobre el sacerdote, tomada en gran parte de Santo Tomás de Aquino (ses. 23 del concilio).

En la doctrina conciliar de Trento, hay que distinguir los textos dogmáticos y los textos de reforma. Los primeros, ade­más de exponer la doctrina teológica sacerdotal, ponen el acen­to en el ministerio de la eucaristía y del perdón (ses. 23, cap. I-IV). Los textos de reforma acentúan la formación (Seminario), la cura pastoral, la predicación y la catequesis (ses. 23, Decretos de reforma). El llamado Catecismo Tridentino (publicado poste­riormente, en 1566) recoge todos estos aspectos.

El aspecto pastoral de la vida del sacerdote, descrito o de­seado por el concilio, es muy notable: debe conocer la situación de los fieles, sacrificarse por ellos, dar testimonio, ejercer el mi­nisterio de la palabra y de los sacramentos, prestar atención es­pecial a los pobres y necesitados. . . Todo ello suponía una re­forma personal por medio de una vida profunda de oración, cas­tidad, y pobreza.

La formación sacerdotal por medio de las instituciones de Seminarios, fue una de las grandes y transcendentales decisiones de Trento (ses. 23, can. 18 de reforma). La formación pastoral

11 Para esta época, ver la Historia de la Iglesia. En cuanto al tema sacerdotal: His­toria de la espiritualidad sacerdotal, Burgos, 1985. cap. V. Para la "devoción moderna": R. G. VILLOSLADA, La Devotio Moderna, "Manresa" 28 (1956) 315-350. Sobre la figura ideal del pastor según los escritos de la época: i. I. TELLECHEA, El obispo ideal en el siglo de la reforma, Roma, Instituto Espa­ñol de Estudios Eclesiásticos, 1963. Ver otros estudios en la nota siguiente.

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de los futuros presbíteros se adquiriría en el servicio que los se­minaristas prestarían en las catedrales debidamente reforma­das. . .

Establece el santo Concilio que todas las catedrales, metropolitanas e Iglesias mayores, tengan obligación de mantener y educar religiosa­mente, e instruir en la disciplina eclesiástica, según las posibilidades y extensión de las diócesis, cierto número de jóvenes de la misma ciudad y diócesis, o, a no haberlos en ésta, de la misma provincia, en un colegio situado cerca de las mismas Iglesias, o en otro lugar oportuno, a elección del obispo. . . Quiere también el Concilio que se elijan con preferencia los hijos de los pobres, aunque no excluye los de los ricos, siempre que se mantengan de sus propias expensas y muestren deseos de servir a Dios y a la Iglesia". . . (Ses. 23, can. 18 de reforma).

No todas las directrices de Trento pasaron a la práctica, so­bre todo en cuanto a la formación pastoral de los futuros sacer­dotes. Los decretos conciliares encontraron, en general, una apli­cación muy tardía, en algunos casos, después de un siglo. El mi­nisterio sacerdotal dejó de ser paulatinamente el objetivo de as­piraciones económicas. Pero el concilio no pudo aprovechar to­dos los factores prácticos de reforma y de renovación que iban surgiendo en los Presbiterios, especialmente cuanto se refiere a la vida comunitaria y a la perfección evangélica de los sacerdo­tes. En estos puntos tan importantes, el mérito principal recae en las agrupaciones de clérigos y en los santos sacerdotes de la época.

No debe confundirse la doctrina sacerdotal de Trento con las polémicas teológicas originadas después del concilio. Estas discusiones postridentinas polarizaron la atención, olvidando los aspectos pastorales y el equilibrio de ministerios que el concilio había patrocinado12.

12 Además de los estudios de la nota anterior, ver: F. DELGADO, El sacramento del Orden en los teólogos de la escuela salmantina, "Teología del sacerdocio" 6 (1974) 183-209; J. MARTIN ABAD, Líneas de fuerza de la espiritualidad sacerdotal en la reforma conciliar del siglo XVI, "Teología Espiritual" 18

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Las escuelas de espiritualidad, que ya hemos visto en la época anterior, tuvieron ahora un influjo importante en la doc­trina y vida sacerdotal. Las escuelas benedictina, dominicana, franciscana y agustiniana, siguieron cooperando a esta renova­ción. Baste recordar el Exercitatorio de la vida espiritual (Mont­serrat 1500) de García de Cisneros (1455-1510) (escuela bene­dictina), la reforma clerical iniciada en España antes de Trento por el Cardenal Franciscano de Cisneros (1436-1517) (escuela franciscana), el testimonio y la doctrina de Santo Tomás de Vi-llanueva arzobispo de Valencia (1488-1555), Alfonso de Orozco (1500-1591) y Fray Luis de León (muerto en 1591) (escuela agustiniana). Obras apostólicas y escritos de San Vicente Ferrer (1350-1419), Fray Luis de Granada (1504-1588) y Bartolomé de los Mártires (1514-1590) (escuela dominicana), vida y escri­tos de San Miguel de los Santos (1591-1625) (escuela trinitaria), etc.

A estos escritores y santos de las escuelas antiguas hay que añadir los de las escuelas que nacen o se renuevan en la época de Trento: escuela carmelitana, escuela ignaciana o jesuítica.

Santa Teresa de Jesús (1515-1582) fomentóla oración en favor de la santidad sacerdotal (camino, cap. 3) y, a través de Ana de San Bartolomé, tuvo cierta influencia en la renovación espiritual y sacerdotal de Francia (s. XVII). San Juan de la Cruz (1542-1591) dejó una fuerte huella en el aspecto contemplativo de la espiritualidad sacerdotal, recordando el ejemplo del Buen Pastor (Cántico, canc. 22) y señalando la importancia evangeli-zadora de la contemplación (Cántico, can. 29,2-3).

La escuela ignaciana, que tiene su origen en San Ignacio de Loyola (1491-1556), ha comunicado a la vida sacerdotal una se-

(1974) 299-338; P. MARTIN, Catecismo Romano, Madrid, BAC, 1956; L. OTT, La teología postridentina, en Historia de los dogmas, Madrid, BAC, 1976, IV, 5, cap. Vil; L. SALLA BALUST, F. MARTIN, La formación sacer­dotal en la Iglesia, Barcelona, Flors, 1966, cap. III-IV; J. I. TELLECHEA, £a espiritualidad sacerdotal en la época moderna, en La espiritualidad del presbi­terio diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987, 409-425.

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rie de actitudes espirituales: seguimiento de la voluntad de Dios a imitación de Cristo, metodología en la oración, de vida como clérigos regulares, etc. Son líneas reforzadas por el ejemplo de santidad y por la doctrina de grandes escritores: San Francisco Javier (1606-1552), San Francisco de Borja (1510-1572), San Alfonso Rodríguez (1531-1617), Luis de laPuente(1554-1624), etc.13.

San Juan de Avila (1499-1569), patrono del clero secular hispano (desde 1946), puede considerarse el santo del sacerdo­cio en el siglo XVI. Podría ser la figura clave para hablar de una escuela sacerdotal hispana. Influyó en casi todos los santos sa­cerdotes de su época. Su acción pastoral fue una pauta que si­guieron muchos obispos y sacerdotes discípulos y amigos suyos: predicación, dirección espiritual, creación de instituciones edu­cacionales y caritativas, entre las que sobresalen los primeros se­minarios españoles antes de Trento. Su doctrina sacerdotal se encuentra principalmente en estas publicaciones: Tratado sobre el sacerdocio, Pláticas a los sacerdotes, Memoriales al concilio de Trento y al sínodo de Toledo, cartas, sermones. Sus líneas bási­cas sobre el sacerdocio son las siguientes:

— obrar en nombre de Cristo Sacerdote, — actuar como mediador en unión a Cristo, — predicador de la palabra, ministro de la eucaristía, servi­

dor de la caridad en la comunidad, — imitación de las virtudes del Buen Pastor: caridad, po­

breza, obediencia, castidad, — vida en el Presbiterio y en unión con el propio obispo.

Según San Juan de Avila, la formación en los Seminarios debía ser eminentemente pastoral y de exigencias evangélicas,

13 Ver autores y obras de las diferentes escuelas en sus respectivas ediciones de la Edit. BAC (Madrid). Datos bibliográficos sobre cada autor y escuela según la doctrina sacerdotal: Historia de la espiritualidad sacerdotal, o. c. en la nota 11. Para ampliar estos datos nos remitimos a la nota 10 de este capítulo. Ver también: J. ESQUERDA, Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC, 1989, cap. XIII.

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así como de especialización según los diversos sectores pastora­les. Las perspectivas de su espiritualidad giran en torno a la eu­caristía, la fidelidad a la acción del Espíritu Santo, la devoción mariana, el servicio de la Iglesia para el bien de todos los hom­bres. Cristo Sacerdote, en su vida íntima de relación con el Pa­dre y de amor a los hombres, es el punto de referencia de la san­tidad del sacerdote14.

Antonio de Molina (1560-1619), cartujo de Burgos, escri­bió un tratado de santidad sacerdotal, que fue libro de cabece­ra de muchos sacerdotes y que consiguió varias ediciones y tra­ducciones en otros idiomas. Depende en parte de San Juan de Avila y tuvo cierto influjo en la escuela sacerdotal francesa: "Instrucción de sacerdotes, sacada de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y Santos Doctores de la Iglesia". Analiza prin-

14 Sobre la figura y doctrina de San Juan de Avila, ver biografía, escritos y estu­dios en: SAN JUAN DE AVILA, Obras completas, Madrid, BAC, 1970-1971 (6 volúmenes). Sus escritos sacerdotales: Juan de Avila, Escritos sacerdotales, Madrid, BAC, 1979. Datos biográficos y doctrinales base: B. JIMÉNEZ, El Maestro Juan de Avila, Madrid, BAC popular, 1988). Estudio sobre la escuela sacerdotal avilista en su contexto e influencia histórica: J. ESQUEIRDA, Es­cuela sacerdotal española del siglo XVI: Juan de Avila, Roma, Inst. Español de Historia Eclesiástica, 1969. San Juan de Avila, siendo neosacerdote, se alistó para la evangelización del Nuevo Mundo como acompañante del primer obispo de Tlaxcala Julión Garccs; pero el arzobispo de Sevilla le retuvo en España; algunos de sus discípulos pudieron cumplir este deseo del Maestro Avila. Su doctrina sacerdotal contagiaba a su colaboradores, amigos y discípulos, entre los que destacan grandes santos como Juan de Dios, Francisco de Borja, Pedro de Alcántara, Juan de Ribera, Luis de Granada, Tomás de Villanueva, etc. "En cruz murió el Señor por las almas; hacienda, honra, fama y a su propia Madre dejó por cumplir con ellas; y así quien no mortificare sus intereses, honra, regalo, afecto de parientes, y no tomare la mortificación de la cruz, aunque tenga buenos deseos concebidos en su corazón, bien podrán llegar los hijos al parto, mas no habrá fuerzas para parirlos" (sermón 81). "Pastora (María), no jornalera que buscase su propio interés, pues que amaba tanto a las ovejas que, después de haber dado por la vida de ellas la vida de su amantísimo Hijo, diera de muy buena gana su vida propia, si necesidad de ella tuvieran. ¡Oh ejemplo para los que tienen cargo de almas!" (sermón 70). "Si cabeza (obispo) y miem­bros (presbíteros) nos juntamos a una en Dios, seremos tan poderosos, que venceremos al demonio en nosotros y libraremos al pueblo de sus pecados" (Plática sacerdotal la.).

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cipalmente la dignidad sacerdotal, santidad y virtudes específi­cas, celebración eucarística, oficio divino, sacramento de la pe­nitencia, etc.

San Juan de Ribera (1531-1611), arzobispo de Valencia, destaca por su ejemplaridad de vida y su acción de reforma en la vida clerical, especialmente en la predicación. Amigo y admi­rador de San Juan de Avila, se puede comparar su figura con la de su gran contemporáneo San Carlos Borromeo (Juan XXIII).

San José de Calasanz (1557-1648) fundó en 1617 la Con­gregación de Clérigos Regulares de las Escuelas Pías. Su labor sacerdotal se centra en la educación de la juventud. El santo de­jó una impronta de pobreza y de humildad, al renunciar a altos cargos para poder entregarse al bien espiritual de los pequeños.

Como puede apreciarse, esta lista de santos y escritores son principalmente de los siglos XVI y XVII y del sector hispano e iberoamericano; en seguida resumiremos otros sectores geográ­ficos: francés, italiano, centroeuropeo. Pero no hay que olvidar que las fronteras geográficas de los estados modernos no corres­ponden a la universalidad de la predicación y de la teología de esos siglos. Por esto, en el encuentro con el Nuevo Mundo, Amé­rica Latina, estos escritos y escuelas se desplazaron a la nueva cristiandad con el deseo de vivir un cristianismo auténtico.

En América Latina las escuelas, los santos, pastores, escri­tores y mártires, destacan por su labor pastoral y catequética, organización de la Iglesia naciente por medio de Sínodos, (como los de México y Lima en el siglo XVI, directorios de pastoral, como el "Itinerario para párrocos de Indias", en Ecuador, s. XVII, defensa de los derechos fundamentales de los indios y de los pobres, etc. Se han hecho notar a nivel de Iglesia univer­sal algunos santos sacerdotes y obispos como: Santo Toribio de Mogrovejo en Perú (1538-1606), San Luis Beltrán en Colombia (1526-1581), San Pedro Claver en Cartagena de Indias (1580-1654), San Francisco Solano en Perú y Argentina (1 549-1610), el Beato Junípero Sierra (1713-1784) en México y California,

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etc. Pero a esta lista hay que añadir misioneros y mártires en Pa­raguay, San Roque González de Santa Cruz y compañeros már­tires, en Brasil, Beato José Anchieta, Beato Ignacio de Azebedo y compañeros mártires, Beatos Esteban Zudaire y Juan de Ma-yorza. No se pueden olvidar misioneros y mártires nativos de América Latina como el mexicano San Felipe de Jesús, mártir en Japón. Para la historia de la evangelización hay que añadir también grandes figuras de obispos, sacerdotes y mártires. Los santuarios marianos fueron un punto básico de acción catequé-tica, caritativa y pastoral15.

Siempre se ha reconocido el gran mérito de la llamada es­cuela sacerdotal francesa del siglo XVII, casi un siglo después de Trento. Se consideran autores-fundadores de esta escuela las siguientes figuras sacerdotales: el cardenal Pedro de Bérulle (1 575-1629), quien fundó el "Oratorio" en 1611 y escribió uno de los libros más célebres sobre el sacerdote (L'idée du sacerdo-ce et du sacrifice du Jésus-Christ); San Juan Eudes (1601-1680), llamado el santo del sacerdocio; Juan Santiago 01ier( 1608-1657), que colaboró en la fundación de Seminarios con San Vicente de Paúl y San Juan Eudes; Carlos Condren (1588-1641); San Vi­cente de Paúl (1576-1660), quien creó un grupo sacerdotal, los lazaristas, dedicado a la predicación o misión entre las clases

15 Hay que recordar también, otras grandes figuras de pastores, como Julián Gar-cés (1452-1542), primer obispo de Tlaxcala; Antonio de Valdivieso (muerto en 1550), primer obispo "mártir" del Nuevo Mundo (en León, Nicaragua); Vasco de Quiroga (1470-1565), obispo de Michoacán; Juan de Zumárraga (1468-1548), que fue el primer obispo de México; Antonio Montesino (1470-1530), misionero en Santo Domingo; Bartolomé deLas Casas (1474-1566), obispo de Chiapas, defensor de los indios; Eusebio Kino (1645-1711, misionero en Méxi­co; Toribio de Motolinia (muerto en 1569), también misionero en México; An­tonio Margil de Jesús (1657-1726), en México y Centroamérica, etc. Las figu­ras sacerdotales del siglo XIX y XX, las recordaremos en el apartado siguiente (nota 23). Para ampliación de datos: AA. VV., Testigos de la fe en América Latina, Buenos Aires (y Estella), Verbo Divino, 1986; G. M. HAVERS, Testi­gos de la fe en México, Guadalajara, 1986; J. HERAS, Quinientos años de fe, historia de la evangelización en América Latina, Lima, 1985. Historia más ge­neral: L. LOPETEGUI, F. ZUBILLAGA, Historia de la Iglesia en América es­pañola, Madrid, 1965-1966 (2 vol.).

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más pobres, Congregación de la Misión: con Olier y San Juan Eudes, influyó decisivamente en la creación de los primeros Se­minarios en Francia (desde 1642). A estas figuras hay que aña­dir a grandes santos que forman parte, en cierto modo, de la es­cuela sacerdotal francesa: San Francisco de Sales (1567-1622), obispo de Ginebra, maestro de espiritualidad, pastor de almas y reformador del clero; San Luis Ma. Grignon de Montfort (1673-1716), gran promotor de la piedad popular especialmente maña­na16.

La escuela francesa basa la espiritualidad sacerdotal en el sacerdocio de Cristo (Sacerdote y Víctima, especialmente a la luz de la misterio del Encarnación. La espiritualidad sacerdotal arranca del hecho de participar en el ser, en el obrar y en la inti­midad de Cristo, para dar la propia vida en sacrificio. Acentúa la imitación de Cristo muerto y resucitado, en sus tres miradas: al Padre para conocer sus designios salvíficos, a los hombres pa­ra salvarlos, a sí mismo para ofrecerse como víctima. María es Madre de Cristo Sacerdote y especialmente del sacerdote minis­tro como Jesús viviente (San Juan Eudes). La escuela francesa ha tenido influencia decisiva en la formación sacerdotal, tam­bién por el hecho de que la dirección de muchos Seminarios ha estado a cargo de los PP. Sulpicianos, Eudistas y Lazaristas17.

Se podría hablar de una escuela sacerdotal italiana (siglos XVI y XVII), enraizada en la escuela franciscana y dominicana,

16 Las Historias sobre la espiritualidad destacan la importancia e influencia de es­ta escuela. Ver: F. M. ALVAREZ, Las grandes escuelas de espiritualidad, Bar­celona, Herder, 1963; D. DILLENSCHNEIDER, La teología del sacerdocio en el siglo XVII, en Enciclopedia del Sacerdocio, Madrid, Taurus, 1957, t. IV, 27-55. Ver en las ediciones BAC (Madrid) las obras de San Vicente de Paúl, San Francisco de Sales, San Luis Ma. Grignon de Montfort. Sobre San Juan Bautis­ta de la Salle (1951-1719), fundador de las Escuelas Cristianas, ver: J. B. LAIN, Espíritu, sentimientos y virtudes de San Juan Bautista de la Salle, Madrid, 1962.

17 Además de la noto anterior, ver: P. POURRAT, El sacerdocio, doctrina de la escuela francesa, Vitoria, 1950.

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especialmente si se tienen en cuenta algunos santos sacerdotes, grandes pastores y fundadores de grupos sacerdotales18.

San Carlos Borromeo (1538-1584), arzobispo de Milán, aplicó cuidadosamente los decretos de reforma del concilio de Trento, especialmente en cuanto a la erección de Seminarios y a la reforma del clero. San Gregorio Barbarigo (1625-1697), obispo de Bérgamo y posteriormente de Padua, dedicó sus me­jores cuidados a la formación del clero según las directrices de Trento. Ponía el acento en la formación espiritual y científica de los futuros sacerdotes.

Centroeuropa destaca por una figura extraordinaria: Bar­tolomé Holzhauser (1513-1648), cuya doctrina y obra de pas­toral sacerdotal se extendió por casi todas las naciones euro­peas, con alguna repercusión posterior en Latinoamérica. La obra de Holzhauser se basa en restablecer la vida apostólica del clero en la propia diócesis. Creó Seminarios y centros sacerdo­tales para fomentar la vida comunitaria y asegurar la armonía entre la espiritualidad y la acción apostólica. Su obra comienza hacia 1640 y continuó después de su muerte hasta comienzos del siglo XIX. La Unión Apostólica se puede considerar una continuación de este esfuerzo de espiritualidad del clero dioce­sano19.

18 Además de San Carlos Borromeo y San Gregorio Barbarigo (citados en el tex­to), hay que recordar a: San Cayetano de Thiene (1480-1547), fundador de los teatinos; San Antonio Ma. Zacaría (1502-1539), fundador de los barnabitas; San Felipe Neri (1515-1595), fundador de los oratorianos; San Jerónimo Emi­liano (1486-1537), fundador de los somascos; Juan Mateo Giberti (muerto en 1543), obispo de Verona. San Alfonso Ma. de Ligorio (1696-1787), fundador de los redentoristas, patrono de los confesores y moralistas, trabajó incansable­mente por la renovación del clero, especialmente en el campo de la espiritua­lidad y pastoral sacerdotal. San Pablo de la Cruz (1694-1775), fundador de los pasionistas, presenta la espiritualidad sacerdotal a la luz de Cristo crucificado. Ya en el siglo XIX, habrá que recordar a grandes figuras como San Juan Bosco (1815-1888), fundador de los salesianos. Ver: AA. VV., Legrandi scuole della spiritualitá cristiana, Roma, Teresianum, 1984.

19 Ma. ARNETH, Holzhauser, en Dict. Spirit, t. VII, col. 590-597. Sobre los con­tinuadores de Holzhauser, como Mons. Lebeurier y otros, ver: O. OLICHON,

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SÍNTESIS Y EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA ESPIRITUALIDAD. . .

Figuras y doctrina sacerdotal antes del Vaticano II

La riqueza espiritual de los siglos anteriores produciría sus frutos en las figuras de santos sacerdotes durante los siglos XIX y XX. Son muchos los obispos y presbíteros beatificados, cano­nizados, o con fama de santidad, que pertenecen a esos siglos. Estas figuras son maestros de pastoral, que "nos siguen hablan­do a cada uno de nosotros" (Juan Pablo II, carta del Jueves Santo de 1979).

Las figuras sacerdotales son modelo de seguimiento evan­gélico y, por ello mismo, de una disponibilidad incondicional para la acción apostólica y caritativa. Habrá que recordar que la inmensa mayoría de esas figuras quedarán siempre en el ano­nimato, como en el caso de tantos misioneros y de tantos párro­cos y educadores que sembraron el evangelio y suscitaron con su testimonio numerosas vocaciones sacerdotales. El resurgir sacer­dotal inmediatamente anterior al concilio se apoya en la calidad de estas figuras sacerdotales, así como en la doctrina del magis­terio y en los estudios sobre el sacerdocio20.

Entre estas figuras sobresale San Juan Ma. Bautista Vian-ney, Cura de Ars (1786-1859), declarado patrono de los párro-

Monseñor Lebeurier y la Unión Apostólica, Vitoria, 1951. La figura sacerdotal del danés Beato Niels Stensen (1638-1686), científico y obispo (en Munich y Hamburgo), tuvo gran influencia en diversos países europeos. Fuera de Euro­pa, además de las figuras latinoamericanas mencionadas más arriba (y en la no­ta 15), habría que recordar a innumerables figuras de sacerdotes en la Iglesia oriental y entre los misioneros de ultramar, como el sacerdote indio José Vaz (1651-1711) misionero en Sri Lanka (Caylán) en momentos de persecución.

20 Ver biografía y escritos de estas figurasen: Dictionnaire de Spiritualitá (Beau-chesne) y Dizionario degli Instituti di perfezione, Roma, Paoline, 1973 s$: Bibliotheca Sanctorum, Roma, 1961-1987. Algunas figuras sacerdotales en: F. M. ALVAREZ, Perfiles sacerdotales, Barcelona, Herdcr, 1959; G. BARRA, Héroes del sacerdocio moderno, Barcelona, Casulleras, 1957 ;B. JIMÉNEZ, ¿o espiritualidad española en el siglo XIX español, Madrid, FUE, 1974; J. RI-CART, Jornaleros de Cristo, Barcelona, 1960. Sobre figuras sacerdotales en América Latina, ver la nota 15 de este capítulo.

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eos por Pío XI en 1929. Juan XXIII, con ocasión del centenario de la muerte del santo párroco, publicó la encíclica Sacerdotü nostri primordia (1959), en la cual lo presenta como modelo de virtudes sacerdotales, pobreza, castidad y obediencia, a la luz de la caridad del Buen Pastor, así como de celo pastoral, cari­dad, predicación, catequesis, reconciliación.

El resurgir evangelizador de esta época cuenta con grandes figuras misioneras, que supieron abrir nuevos cauces a la evange-lización, como San Antonio Ma. Claret en Cuba (1807-1870) y los mártires San Pedro Chanel (1803-1841) y el Beato Juan Mazzuconi (1826-1855) en Oceanía, y el Beato Valentín de Be-rrío-Ochoa (1827-1861) en China, etc.21.

San Pío X, José Sarto (1835-1914), párroco, obispo y Pa­pa, es otra figura sobresaliente que resume la actuación de tan­tos párrocos y catequistas anónimos. Es el Papa del catecismo, de la eucaristía, de la reforma de la Curia y de la reorganización de los Seminarios. Su vida fue un gesto profético: "nacido po­bre, vivido pobre y seguro de morir pobre" (testamento). Prepa­ró el resurgir misionero de principios del siglo XX. La exhorta­ción Haerent animo (1908) es propiamente el primer documen­to del magisterio en que se expone sistemáticamente el tema sa­cerdotal.

Los santos sacerdotes de esta época son innumerables. To­dos se santificaron en el cumplimiento de su deber ministerial,

21 Estas figuras forman ya una lista interminable, especialmente entre fundadores de instituciones y movimientos misioneros: Marión de Biesillac, Eugenio Ma-zenod, San Miguel.de Garricoits, Francisco Libermann, Teófilo Verbist, Juan Claudio Colin, Daniel Comboni, Carlos Lavigerie, Francisco Pfanner, Agustín Planque, Bto. Amoldo Janssen, Carlos de Foucauld, José Allamano, Guido María Conforti, Pablo Manna, Miguel Ángel Builes, Santiago Spagnolo, Gerar­do Villota,. . . Algunos figuras, como el P. Damián de Veuster, el apóstol de los leprosos, y el P. Alberto Peryguére, apóstol de Marruecos, se han hecho prover­biales. Además de la bibliografía citada en la nota anterior, ver: G. SOLDATI, I grandi missionari, Bologna, EMI, 1985; G. ZANANIRI, Figures missionnaires modernes, París, Casterman, 1963.

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como San José Cafasso, confesor en Turín, o como el Beato Ezequiel Moreno, obispo de Pasto en Colombia. Algunos abrie­ron nuevos cauces de caridad asistencial y promocional, como San Juan Bosco, San José Benito Cottolengo y el Beato Luis Orione. No pocos fundaron instituciones sacerdotales, como San Vicente Palotti, el Beato Manuel Domingo y Sol y el Beato Antonio Chevrier, o también congregaciones femeninas consa­gradas a diversos campos de caridad y de educación, como los Beatos Enrique de Ossó, Francisco Coll, Francisco Palau, Luis María Palazzolo, Pedro Bonilli, Juan Calabria, José Manyanet i Vives, Marcelo Spínola, etc. No han faltado los mártires, co­mo San Maximiliano Kolbe y el Beato Miguel Agustín Pro. Son muchos también los escritores que han legado reflexiones pro­fundas sobre el sacerdocio22.

Estas figuras sacerdotales ayudarán a adoptar actitudes de autenticidad y de audacia, para aplicar la doctrina conciliar y para construir la figura sacerdotal entre dos milenios. Las figu­ras sacerdotales de América Latina presentan las mismas carac­terísticas, con el acento en la cercanía a las circunstancias con­cretas a la luz de un encuentro vivencial con Dios23.

22 No es fácil encontrar estos escritos que pasarán a ser clásicos en la literatura es­piritual sobre el sacerdote: El sacerdote según el evangelio (A. Chevrier), El sa­cerdocio eterno (E. Manning), El embajador de Cristo (G. Gibbons), Jesucristo ideal del sacerdote (C. Marmion), El alma de todo apostolado (J. B. Chautard), La perennidad de nuestra fuerza (I. Goma), Lo que puede un cura hoy, El co­razón de Jesús al corazón del sacerdote (M. González), Dios, Iglesia, sacerdocio (M. Suhard), Apostólica vivendi forma (J. Calabria, La santificación del sacer­dote, La unión del sacerdote con Cristo Sacerdote y Víctima (R. Garrigou-Lagrange), etc. Ver otros más en la nota 27 bis.

23 En la bibliografía citada en la nota 15 podrán encontrarse algunas de estas fi­guras más salientes durante los siglos XIX y XX. Añadimos algunas de esta época: Ángel Velarde y Bustamante, obispo de Popayán (1789-1809); Clemen­te Mungía (1810-1868), primer arzobispo de Michoacán; Antonio Planearte y Labastida (1840-1898), abad del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe y fundador de las Hijas de la Inmaculada; Beato Ezequiel Moreno (1848-1906), obispo de Pasto; Leonardo Castellanos (1861-1912), obispo de Tabasco; José

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Lá teología sobre el sacerdocio y especialmente sobre la espiritualidad sacerdotal, encuentra un momento fuerte a fina­les del XIX y a principios del siglo XX, gracias a eminentes pas­tores y teólogos. En este ambiente doctrinal enmarca el resurgir del clero diocesano al servicio de la Iglesia particular. Las ense­ñanzas pontificias sobre el sacerdocio alentaron, canalizaron, garantizaron y también aprovecharon esta profundización doc­trinal.

En primer lugar hay que destacar los estudios teológicos de M. J. Scheeben (1835-1888), quien ha merecido el título de pa­dre de la teología moderna. En el contexto de su teología sobre la encarnación, como momento de la consagración sacerdotal de Cristo, destaca la importancia del sacerdocio del Señor y la par­ticipación en el mismo por medio del bautismo y especialmente del sacramento del Orden. La doctrina de Scheeben es eminen­temente eclesial: "El misterio del carácter sacramental empalma de un modo especial con el misterio de la encarnación y de la prolongación de la misma en el misterio de la Iglesia". De esta línea eclesial arranca la relación del sacerdote con la maternidad de la Iglesia y de María: "El sacerdocio ha de dar nuevamente a luz a Cristo en el seno de la Iglesia, en la eucaristía y en el co­razón de los fieles mediante la virtud del Espíritu Santo que

Gabriel Brochero (1840-1914), cura de la diócesis de Córdoba, Argentina; Ra­món Ibarra y González (1853-1917), Arzobispo de Puebla; Silviano Carrillo Sánchez (1861-1921), obispo de Sinaloa; Mariano Eusse Hoyos (1845-1926), de Santa Rosa de Osos, Colombia; Beato Miguel Agustín Pro (1891-1927), mártir; Rafael Guízar y Valencia (1878-1938), obispo de Veracruz; Félix de Jesús Rougier (1859-1938), fundador de los Misioneros del Espíritu Santo y Religiosas; Ismael Perdomo (1872-1950), arzobispo de Bogotá; Luis María Martínez (1881-1956), arzobispo de México; Miguel Ángel Builes (1888 1971), obispo de Santa Rosa y fundador de misioneros y misioneras. ... Des­pués del concilio, Mons. Osear A. Romero (1917-1980), obispo de San Salva­dor, asesinado por defender la justicia, mientras celebraba la Santa Misa, y que murió perdonando, puede ser el símbolo de una labor y figura sacerdotal que debe completarse con la cooperación de todos. La lista de sacerdotes queda siempre incompleta. Algunas figuras sacerdotales latinoamericanas estuvieron ligadas al Pontificio Colegio Pío Latino de Roma, fundado el 1 de noviembre de 1858. El Papa Juan Pablo II recordó algunas de estas figuras históricas en su discurso al CELAM, Santo Domingo, 1984.

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SÍNTESIS Y EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA ESPIRITUALIDAD. . .

opera en la Iglesia, y de esta manera formar orgánicamente el cuerpo místico, así como María por vitud del Espíritu Santo dio a luz al Verbo en su propia humanidad y le dio su cuerpo verda­dero"24 .

En el campo práctico de la espiritualidad y renovación sa­cerdotal, destaca el Cardenal D. Mercier (1851-1936), arzobispo de Malinas, quien hizo hincapié en la espiritualidad específica del sacerdote y en su llamada a la perfección. Su preocupación principal fue la de concientizar al sacerdote diocesano sobre su exigencia de santidad, no menos que para el estado religioso. El medio específico de santidad sacerdotal es el ejercicio del minis­terio, puesto que entonces el sacerdote realiza la caridad pasto­ral. Las virtudes o líneas de religión y de caridad se postulan mutuamente25.

El resurgir del clero diocesano fue debido a la profundiza­ción de su espiritualidad, a la luz de la figura del Buen Pastor y de los santos sacerdotes de la historia eclesial. Los teólogos que exponían al tema centraban esta espiritualidad en la caridad pas­toral, señalando algunas concretizaciones: puesta en práctica de la vida apostólica en el Presbiterio y al servicio de la Iglesia par­ticular, colaboración con el propio obispo según la doctrina de San Ignacio de Antioquía (unidad del Presbiterio), realidades de gracia que fundamentan esta espiritualidad específica y medios para ponerla en práctica26.

24 M. J. SCHEEBEN, Los Misterios del cristianismo, Barcelona, Herder, 1953, VII. Ver más datos doctrinales y bibüográficos en; Historia de la espiritualidad sacerdotal. Burgos, 1985 ("Teología del Sacerdocio", vol. 19), 168-170.

t

25 Card. MERCIER, La vida interior, Barcelona, Edit. Políglota, 1940; F. VAN STEENBERGHEN, El sacerdocio según el cardenal Mercier, en J. COPPENS, Sacerdocio y celibato, Madrid, BAC. 1971. Ver otTOS datos y estudios en: His­toria de la espiritualidad sacerdotal, o. c , 170-172.

26 Ver la situación de la teología sobre la espiritualidad del sacerdote diocesano tal como se presentaba antes del concilio Vaticano II: I. CAPMANY. Espiri­tualidad del sacerdote diocesano. Barcelona, Herder. 1962; A. M. CHARLE, El clero diocesano, Vitoria, 1961: J. C. FENTON, Concepto del sacerdocio

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La espiritualidad sacerdotal se presentaba principalmente en el contexto de la teología sobre el sacerdocio, con una base bíblica y patrística, con una síntesis amplia sobre el sacerdocio de Cristo, el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los fieles. De esta teología es deudor el mismo Vaticano II27.

No sería justo olvidar algunos escritos sobre la espirituali­dad sacerdotal a nivel de conferencias, meditaciones, exposicio­nes sencillas y directas. A veces han sido estas publicaciones las que más han influido en la persona del sacerdote27 t>¡s.

diocesano, Barcelona, Herder, 1956; J. PROTAT, Prétres diocésains, París, Fleurus, 1961; A. RENARD, Prétres diocésains aujourd'hui, Bruges, Desclée, 1963; A. SIMONET, El sacerdote diocesano en la Iglesia, Salamanca, Sigúeme, 1966; G. THILS, Naturaleza y espiritualidad del clero diocesano, Salamanca, Sigúeme, 1961.

27 Además de la bibliografía anterior, ver: L. BOUYER, El sentido de la vida sa­cerdotal, Barcelona, 1952; A.M. CARRE, El verdadero rostro del sacerdote, Salamanca, 1959; Cl. DILLENSCHNEIDER, Teología y espiritualidad del sa­cerdote, Salamanca, cígueme, 1965; J. LECUYER, El sacerdocio en el miste­rio de Cristo, Salamanca, Sigúeme, 1960; J. LEMAITRE, El gran don del sa­cerdocio, Bilbao, 1953; P. MONTALBAN, los Cristos de la tierra, Bilbao, 1952. Un resumen de esta teología preconciliar, en: R. ARNAU, El plantea­miento del sacerdocio ministerial desde San Pío X al Concilio Vaticano II, Anales Valentinos 12 (1980) 253-280. También en: Historia de la espirituali­dad sacerdotal, o. c. en notas anteriores, y en Enciclopedia del sacerdocio, Ma­drid, Taurus, 1957ss.

27 Algunos de estos escritos los hemos citado en la nota 22 de este capítulo. Aña­dimos algunos más: E. DUBOIS, El sacerdote santo, Madrid, 1942: V. ENRI­QUE Y TARANCON, El sacerdote y el mundo de hoy, Salamanca, Sigúeme, 1959; Card. GOMA, Jesucristo Redentor, Barcelona, 1944; I. VAN HOU-TRYE, La vida sacerdotal, Madrid, 1962; B. JIMÉNEZ, Problemas actuales del sacerdote, Madrid, 1959; J. M. MARCELO, El buen combate, Santander 1961; L. M. Martínez, El sacerdote, misterio de amor, México, 1953; J. MARTÍNEZ, Reflexiones sobre la espiritualidad sacerdotal, Santander, 1961; Card. MER-CIER, A mis seminaristas, Barcelona, Edit. Gil;P. MILLET, Jesucristo viviente en el corazón del sacerdote, Barcelona, sin fecha; A. MORTA, Vida interior y dirección espiritual, Bilbao, 1955; F. PAGES, La mística de nuestro sacer­docio, Bilbao, 1959; P. PHILIPPE, La Virgen Santísima y el sacerdocio, Bil­bao, 1955; M. RAYMONS, El doble del hombre Dios, Madrid, 1955; C. SAU-VE, El sacerdote íntimo, Barcelona, 1952; C. SPICQ, Espiritualidad sacerdotal según San Pablo, Bilbao, 1954; L. TRESE, Vasos de arcilla. El pastor de su re­baño, Sacerdote al día, Madrid, Edit. Pez, 1955; (Anónimo), Manete in dilec-tione mea, Bibao 195?; (Anónimo), A mis sacerdotes, México, 1929.

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Los grandes documentos magisteriales sobre el sacerdocio comienzan a principios del siglo XX, aunque ya León XIII había publicado dos breves encíclicas, dirigidas respectivamente a los obispos franceses, en 1899, y a los obispos italianos, en 190228.

La exhortación apostólica Haerent Animo, 8 de agosto de 1908, de San Pío X (1903-1914) es el primer documento papal que resume la doctrina sacerdotal de modo sistemático, presen­tando la santidad del sacerdote: exigencia, naturaleza y medios concretos. Se basa en la oración sacerdotal de Jesús, en la tradi­ción patrística y en el rito de la ordenación. La santidad sacer­dotal es configuración con Cristo; sin ella, el sacerdote perdería gran parte de su razón de ser como instrumento de la gracia.

La encíclica Ad Catholici Sacerdotii (20 de diciembre de 1935), de Pío XI (1922-1939), es un amplio estudio bíblico, pa-trístico y teológico sobre la naturaleza del sacerdote, sus minis­terios, exigencia y características de la santidad, vocación sacer­dotal. El punto de partida es Cristo Sacerdote y Víctima, único Mediador, que se prolonga en la Iglesia especialmente por medio del sacrificio eucarístico. El sacerdote es alter Chistus de modo especial, es decir, como ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios, por medio de la predicación, celebración eu-carística y sacramentos, oración, pastoreo. Se acentúan las virtu-

28 Documentos y estudios sobre el magisterio pontificio preconciliar acerca del sacerdocio: (Consejo de redacción), El sacerdocio según las encíclicas. , ., en Sacerdocio y celibato, Madrid, BAC, 1971; H. DNIS, La théologie de presby-térat de Trent a Vatican II, en Les prétres, París, Cerf. 1968; J. ESQUERDA, El sacerdocio hoy, documentos del magisterio eclesiástico, Madrid, BAC, 1985; A. NAVARRO, El sacerdocio redentor de Cristo, Salamanca, Sigúeme, 1957; A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, Madrid, Palabra, 1970; F. SALA BALUST, F. MARTIN HERNÁNDEZ, La formación sacerdotal en la Iglesia, Barcelona, Flors, 1966; A. SEQUÍA, De formatione clericorum docu­menta quaedam recentiora, Vitoriae, 1958-1961; P. VEUILLOT, Notre sacer-doce, París, 1954, 2 vol. Ver también: Enciclopedia del sacerdocio, Madrid, Taurus, 1957, t. IV. Documentos de diversas épocas: Enchiridium Clericorum (Sacra Congregatio pro Institutione Catholica, Typ. Pol. Vaticanis, 1975. Do­cumentos posconciliares, en: DEVYM, OSLAM, La formación sacerdotal, Bo­gotá, 1982.

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des del Buen Pastor, especialmente la caridad pastoral. Llama la atención sobre los problemas de la época y la necesaria colabo­ración con los seglares, familia, Acción Católica. Da suma im­portancia a la selección de las vocaciones y a la formación en el Seminario, que es la niña de los ojos del obispo.

La exhortación apostólica Mentí nostrae (23 de septiembre de 1950), de Pío XII (1929-1958) se centra en la santidad y en la formación sacerdotal, subrayando la dimensión litúrgica y es­piritual, incluso en su aspecto místico, que ayudará ala dimen­sión sociológica o de cercanía a los problemas de los hombres. Es una llamada a la reforma de los Seminarios y a la preocupa­ción por la formación permanente del clero joven: directores es­pirituales para sacerdotes, vida comunitaria, medios culturales, convictorios, etc. No hay que olvidar que Pío XII publicó las encíclicas Mystici Corporis Christi (1943, dimensión eclesial), Mediator Dei (1947, dimensión litúrgica), Sacra Virginitas (1954, dimensión de vida consagrada); Haurietis Aquas (1956, dimensión de intimidad con Cristo), Evangelü praecones y Fidei donum (1951 y 1957, respectivamente, dimensión misionera).

La encíclica Sacerdotii nostri primordia (1 de agosto de 1959), de Juan XXIII (1958-1963), es una apología del Santo Cura de Ars, presentándole como modelo de ascesis, virtudes evangélicas, oración, especialmente eucarística y caridad o celo apostólico, pastor, predicador, catequista, confesor. Se subrayan las virtudes de la obediencia, castidad y pobreza a partir de la caridad del Buen Pastor. La santidad de los sacerdotes debe ser la principal preocupación de los obispos, como responsables de que encuentren "condiciones de vida y de trabajo ministerial tales, que puedan mantener incólume su generosidad". El "Papa Juan", que anunció en 1959 la convocación del concilio, acen­tuaría la espiritualidad sacerdotal con ocasión del Sínodo Ro­mano (1960). Su dimensión social aparece en las encíclicas Ma-ter et Magistra (1961) y Pacem in tenis (1963).

Al comienzo de la segunda etapa conciliar del Vaticano II (octubre de 1963), Pablo VI (1963-1978) publicó una carta

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apostólica sobre la vocación sacerdotal: Summi Dei Verbum (4 de noviembre de 1963). Es una síntesis teológica sobre la voca­ción, naturaleza, señales, cualidades, como puente entre la doc­trina preconciliar y posconciliar del Vaticano II29.

Concilio Vaticano II y postconcilio

Juan XXIII anunció el concilio en 1969 y lo convocó en 1961. La asamblea conciliar se desarrolló en cuatro etapas, des­de 1962 a 1965. Pablo VI sucedió al Papa Juan entre la primera y segunda etapa (1963). Los documentos directamente sacerdo­tales se promulgaron en 1965, durante la cuarta y última etapa conciliar.

Son tres los documentos conciliares dedicados directa y en­teramente al sacerdocio: Prebyterorum Ordinis, sobre la vida y el ministerio de los presbíteros; Optatam totuis, sobre la forma­ción de los futuros sacerdotes; Christus Dominus, sobre el oficio pastoral de los obispos. La constitución Lumen Gentium le de­dica el capítulo III, además de otros fragmentos sobre la santi­dad (LG 41). Para el sacerdocio ministerial son de mucho inte­rés las constituciones Dei Verbum, Sacrosantum Concilium, Gaudium et Spes, así como el decreto misional Ad Gentes y otros documentos de gran importancia pastoral.

La perspectiva de la vida, espiritualidad y ministerio del sacerdote gira en torno a la idea básica del concilio: la Iglesia como sacramento o signo transparente y portador de Cristo (LG 1). El sacerdote anuncia la Palabra de Dios (DV), celebra el misterio pascual (SC) y se inserta en las situaciones del mun­do para iluminarlas y transformarlas con el evangelio (GS).

29 Ver el texto de todos estos documentos sacerdotales, con introducciones y es­tudios sintéticos, en El sacerdocio hoy, documentos del magisterio eclesiástico. Madrid, BAC, 1985.

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El sacerdote es signo de Cristo Sacerdote, Cabeza y Buen Pastor, obrando en su nombre o en persona suya (PO 1-3), para prolongar su palabra, sus signos salvíficos y su acción pastoral directa (PO 4-6). Es signo de comunión con el propio obispo, con los demás sacerdotes y al servicio de la comunidad eclesial (PO 7-8; LG 28; CD 28), con una misión sin fronteras (PO 10-11). Debe ser signo del Buen Pastor (PO 12-14), también en las virtudes concretas que derivan de la caridad pastoral (PO 15-17). Es un signo que se debe potenciar con la puesta en práctica de los medios adecuados de vida espiritual, pastoral, cultural y económica (PO 18-22).

Esta realidad e identidad convierte al sacerdote en máximo testimonio del amor (PO 11), que vive del gozo pascual (ibídem) de ser su instrumento vivo (PO 12), con la característica de la caridad pastoral o ascesis propia del pastor de almas (PO 13), cuya santidad se realiza ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo (ibídem) y en "unión de vi­da" con El (PO 14).

Hay que destacar la importancia de la fraternidad sacra­mental en el Presbiterio (PO 8), como signo eficaz de santifica­ción y de evangelización y en virtud de la comunión y común misión (LG 28). Por este camino se encuentra la espiritualidad específica del sacerdote en cuanto miembro del Presbiterio de la Iglesia particular (cf. cap. VII).

La espiritualidad sacerdotal indicada por el Concilio Vati­cano II tiene, pues, estas características:

— Identidad como participación en la consagración y mi­sión totalizante de Cristo,

— Actitud de servicio, — Consagración como cercanía y dedicación plena, — Espiritualidad en el ejercicio del ministerio, — Comunión o fraternidad especialmente en el Presbiterio, ' — Fisonomía de caridad pastoral con las virtudes concretas

del Buen Pastor,

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SÍNTESIS Y EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA ESPIRITUALIDAD.

- Servicio en una Iglesia particular y para la Iglesia univer­sal30 .

Mientras la doctrina conciliar se fue aplicando paulatina­mente, con claras señales de renovación sacerdotal, inmediata­mente después del concilio, hacia los años 1967 y siguientes, se produjo un fenómeno que ha sido calificado de crisis sacerdotal. Anteriormente al concilio, ya se notaban unos síntomas de in­quietud. La situación sociológica y cultural había cambiado, sin encontrar un clero preparado para estos cambios, produciendo tendencias secularizantes que sobrevaloraban la eficacia inme­diata y el bienestar de una sociedad de consumo. Surgió la duda sobre la identidad sacerdotal, es decir, sobre su razón de ser. Es­ta duda no dejaba ver la parte positiva que, bien orientada, po­día ser renovadora: dudas sobre la metodología apostólica y so­bre el estilo de vida del sacerdote. Este fenómeno, complejo y nuevo, tuvo una repercusión rápida y universal, con un número elevado de secularizaciones, debido a los intercambios culturales y sociales, así como a los medios de comunión social.

A esta crisis respondió Pablo VI (1963-1978) con la encí­clica Sacerdotalis coelibatus (1967), el "Mensaje a los sacerdo­tes" (1968), la convocación del Sínodo Episcopal sobre el sa-

30 En el desarrollo de los diversos capítulos hemos aprovechado al máximo la doctrina sacerdotal del Concilio Vaticano. Sobre el decreto Presbyterorum Or-dinis, ver los resúmenes ofrecidos en: cap. I, nn. 4 y 5; cap. V, nn. 1 y 4. El de­creto Optatam totius, en el capítulo VIII. La bibliografía sobre temas y puntos concretos queda dispersa en las notas y, especialmente, en la orientación bi­bliográfica final de cada capítulo. Anotamos aquí solamente algunos comenta­rios en colaboración sobre los documentos sacerdotales del concilio: Los pres­bíteros a los diez años de "Presbyterorum Ordinis, Burgos, Facultad de Teolo­gía, 1975 (y en el volumen 7 de "Teología del Sacerdocio"); Los presbíteros, ministerio y vida, Madrid, Palabra, 1969; /preti, Roma, AVE, 1970; I sacerdo-ti nello spirito del Vaticano II, Torino, Leumann, 1969; Le ministére et la vie des prétres, París, Mame, 1969; Les prétres, formation, ministére et vie, París, Cerf, 1968; Sacerdotes y religiosos según el Vaticano II, Madrid, FAX, 1968; Concilio Vaticano II, Comentarios al decreto "Optatam totius" sobre la forma­ción sacerdotal, Madrid, BAC, 1970; La charge pastorale des Evéques, París, Cerf, 1969.

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cerdocio ministerial y la justicia en el mundo (1971), así como con otros documentos y actuaciones31.

La encíclica Sacerdotalis coelibatus (24 de junio de 1967) aprovecha los materiales ofrecidos por los Padre del concilio pa­ra que el Papa escribiera una encíclica sobre la castidad sacerdo­tal. Este tema sólo se capta a partir de un enamoramiento de Cristo, dimensión cristológica, para el servicio incondicional de la Iglesia, dimensión eclesial, que hace de la persona llamada una donación, dimensión antropológica y que indica una reali­dad futura de resurrección (dimensión escatológica). La castidad es el signo de la caridad pastoral. La escasez de vocaciones debe analizarse a la luz del sacerdocio como don de Dios, que debe pedirse y como camino de generosidad y totalidad en la entrega.

En el "Mensaje a los sacerdotes" (1968), al terminar el año de la fe, el Papa presentó cuatro dimensiones del sacerdocio que se postulan mutuamente: sagrada, apostólica, místico ascética (espiritual) y eclesial. Viviendo estas dimensiones armónicamen­te, todo sacerdote encontraría "en su ministerio la serenidad y la alegría" ("Mensaje", repetido parcialmente en el congreso eu-carístico de Bogotá, 1968).

El Sínodo Episcopal de 1971 fue convocado por Pablo VI para tratar del sacerdote y de la justicia en el mundo. La doble

31 Ver los documentos sacerdotales de Pablo VI (también la carta apostólica Summi Dei Verbum de 1963), con instrucciones y estudios, así como el docu­mento del Sínodo de 1971, en: El sacerdocio hoy, documentos del magisterio eclesiástico, Madrid, BAC, 1985. Sobre la doctrina sacerdotal de Pablo VI: M. CAPRIOLI, // sacerdozio nel magistero diPaolo VI (1963-1979), "Ephemeri-des Carmelitanae" 30 (1979) 319-383; J. ESQUERDA, Transfondo teológico y actual del mensaje del Papa Pablo VI a los sacerdotes, 'Teología del Sacerdo­cio" 1 (1969) 239-276; G. M. CARROÑE, La spiritualité sacerdotale dans la pensée de Paul VI, "Seminarium" (1977) 1056-1067; J. GUITTON, El con­cepto de sacerdocio según Pablo VI, en Sacerdocio y celibato, Madrid, BAC, 1971. En tiempo de Pablo VI tiene lugar la segunda conferencia general del episcopado latinoamericano (CELAM) en Medellín (1968); ver especialmente los documentos XI (sacerdotes) y XII (formación sacerdotal); comentarios: Reflexiones sobre el CELAM, Madrid, BAC, 1977.

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SÍNTESIS Y EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA ESPIRITUALIDAD. . .

temática puso de relieve su relación armónica y enriquecedora. El documento sinodal, El sacerdocio ministerial, aprobado por el Papa, describe la situación en la que se encontraba el sacerdo­te, analizando algunas causas e indicando algunas soluciones. La primera parte del documento relaciona el sacerdote ministro con Cristo Sacerdote y con la Iglesia sacramento de Cristo, para recalcar la permanencia del sacerdocio ministerial, por medio del carácter, como signo del amor mutuo y permanente entre Cristo y su Iglesia; a partir de ahí, el sacerdote vive la comunión de Iglesia y puede responder a las situaciones concretas en que se encuentra todo el Pueblo de Dios. La segunda parte presenta orientaciones prácticas de actualidad: relación entre evangeliza-ción y vida sacramental, trabajo civil, opciones políticas o so­ciales, vida espiritual, celibato, fraternidad en el Presbiterio, cuestiones económicas. "En medio de la comunidad cristiana que vive del Espíritu, y no obstante sus deficiencias, el sacerdo­te es prenda de la presencia salvífica de Cristo" (documento si­nodal, parte primera, n. 5). La vida espiritual del sacerdote, des­crita por el Sínodo, renovando las directrices del Vaticano II, es una llamada a mayor vivencia del sacerdocio para responder a nuevas formas y posibilidades de evangelizadón32.

Juan Pablo II, cuyo pontificado inició en octubre de 1978 ha presentado el tema sacerdotal especialmente a través de las cartas del Jueves Santo. El sacerdocio es tema frecuente en sus discursos durante los viajes apostólicos, las visitas ad Límina, las homilías durante las ordenaciones sacerdotales, etc. Este magis­terio se encuadra dentro del conjunto de sus encíclicas y exhor-

32 Ya antes del Sínodo, algunos episcopados publicaron documentos sobre el sacerdocio: El ministerio sacerdotal (Conferencia Episcopal alemana), Sala­manca, Sigúeme, 1970; Documento colectivo del Episcopado español sobre el ministerio sacerdotal (1970). Documento sinodal: El sacerdocio ministerial, Typ. Pol. Vaticanis, 1971 (ver el texto en El sacerdocio hoy, o. c ) . Estudios: J. ESQUERDA, El sacerdocio ministerial en el Sínodo de los Obispos de 1971, "Teología del Sacerdocio" 4 (1972) 433-453; ídem, Estudio comparativo en­tre la doctrina sacerdotal del Sínodo de 1971 y el Decreto "Presbyterorum Ordinis", "Teología del Sacerdocio" 7 (1975) 569-584; B. KLOPPENBURG, O Sínodo dosBisposde 1971, "Rev. Ecles. Brasileira" 31 (1971) 891-936.

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taciones apostólicas sobre temas que son de sumo interés pas­toral.

El documento que marca la pauta en todo el magisterio de Juan Pablo II sobre el sacerdocio, es su primera carta a los sacer­dotes, con ocasión del Jueves Santo de 1979 (Vobis Episcopus). Es una síntesis doctrinal que aprovecha las orientaciones del Va­ticano II y del Sínodo Episcopal de 1971. A partir de Cristo Sa­cerdote, se hace resaltar el carácter sacramental, que hace partí­cipes del ser, del obrar y del estilo sacerdotal del Señor. Los san­tos sacerdotes de la historia continúan siendo modelos de cari­dad pastoral, para afrontar situaciones nuevas de hoy. Cuando surgen las dudas sobre la identidad sacerdotal, es que "no ha ha­bido bastante valor para realizar el mismo sacerdocio a través de la oración, para hacer eficaz su auténtico dinamismo evangéli­co" (n. 10). Una renovación eclesial auténtica necesita la reno­vación sacerdotal, que nace de una comunión orante o fraterni­dad presidida por María en el cenáculo (n. 11).

Las líneas trazadas por Juan Pablo II se resumen en las si­guientes:

— El gozo de ser sacerdote y de seguir una llamada que es don de Dios y declaración de amor,

— seguimiento generoso y de entrega evangélica, — disponibilidad misionera universal, — fraternidad sacramental en el propio Presbiterio, — sintonía con las comunidades eclesiales necesitadas o

perseguidas, — unión con los sacerdotes que sufren martirio por anun­

ciar y vivir el evangelio. . ,33.

33 Ver documentos en: El sacerdocio hoy. . ., Madrid, BAC, 1985. J. A. ABAD, Juan Pablo II al sacerdocio, Pamplona, 1981. Estudios: J. ESQUERDA, Iden­tidad apostólica: trasfondo histórico de la carta de Juan Pablo II a los sacer­dotes, "Teología del Sacerdocio" 12 (1980) 107-149; J. A. MARQUES, O sacerdocio ministerial no Magisterio de Joáo Paolo II, "Theologica" 15 (1980) 81-224; M. VINET, Le prétre et sa mission dans l'enseignement du papelean Paul II, "Bulletin du Saint Sulpice" 8 (1982) 63-76.

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SÍNTESIS Y EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA ESPIRITUALIDAD. . .

Durante el pontificado de Juan Pablo II, aunque con una preparación anterior ya desde Pablo VI, tuvo lugar la tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM), celebrada en Puebla (1979), a la que precedió el discurso inau­gural del Papa (28 de enero de 1979). El documento de "Pue­bla", elogiado y recomendado por Juan Pablo II el 23 de mar­zo de 1979, tiene como título: La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina. Lo hemos citado frecuente­mente en los diferentes capítulos de nuestro libro. Respecto al sacerdocio ministerial, describe una situación relativamente po­sitiva de mayor clarificación (n. 670), instando a una actitud evangelizadora y comprometida, que nace de la experiencia de Dios vivo (n. 693). Si se pone en práctica la fraternidad sacra­mental en el Presbiterio (PO 8), entonces "la plena unidad en­tre los ministros de la comunidad es ya un hecho evangelizador" (Puebla, n. 663). De esta renovación sacerdotal dependerá, en parte, la aportación misionera de América Latina a la Iglesia uni­versal. El documento continúa y profundiza la segunda asam­blea celebrada en Medellín (1968), inaugurada por Pablo VI en la catedral de Bogotá, con ocasión del congreso eucarístico in­ternacional34 .

El nuevo Código de Derecho Canónico (1983) plasma en normas concretas algunas directrices conciliares y posconciliares sobre la vida y el ministerio sacerdotal. Hemos citado frecuente­mente estas normas en nuestro libro. Son pautas de trabajo para una construcción responsable por parte de todos. Ya desde el Seminario, los futuros sacerdotes deben formarse en el sentido y amor de Iglesia, expresado en vida comunitaria, como prepa­ración para vivir la unión fraterna en el Presbiterio diocesano (can. 245, par. 2). A los sacerdotes, este vínculo de fraterni-

34 Documento "Puebla": La evangelización en el presente y en el futuro de Amé­rica Latina, Bogotá, 1979 y Madrid, BAC, 1979. Ver fragmentos sacerdotales (junto con otros documentos): La formación sacerdotal, Bogotá (DEVYM, OSLAM), 1982. Citamos estudios sobre el sacerdote en América Latina, en el capítulo I, notas 12 y 21.

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dad", concretado en oración y múltiple cooperación (can. 275), les ayudará a conseguir su santidad propia en relación al minis­terio, con tal que no dejen los medios comunes y peculiares de santificación (can. 276). Cierta vida comunitaria (can. 280), que podrá favorecerse con experiencias de encuentros y de asocia­ciones, siempre en unión con el propio obispo, (can. 278), les ayudará a perseverar en las virtudes del Buen Pastor (can. 273, 277, 282, 286), y en la disponibilidad misionera local y univer­sal (can. 245, 257, 529). El Consejo Presbiteral será un medio muy a propósito para conseguir estos objetivos (can. 495-502)35.

La formación inicial y permanente del sacerdote (ver cap. VIII) es el tema del Sínodo Episcopal de 1990. La historia es siempre fuente y maestra de vida en todos los niveles: litúrgico y pastoral, teológico y cultural, comunitario y espiritual36.

Toda la historia de la espiritualidad sacerdotal, a partir de la persona y del mensaje del Buen Pastor, en un proceso de Igle­sia peregrina, que va delineando cada vez más claramente el sa­cerdote de cada época histórica:

— Línea de servicio, es decir, ministerial, que tiene como fuente, modelo y maestro a Cristo Sacerdote, que "no vino para ser servido, sino para servir" (Me 10,45).

— Línea de evangelización sin fronteras, que arranca del sacerdocio como consagración y misión participada de

35 Ver temas sacerdotales según el nuevo Código: AA. W. , El sacerdocio en el nuevo Código de Derecho Canónico, "Teología del Sacerdocio" 18 (1985); AA. W. , Lo stato giurídico dei ministri sacri nel nuovo codex furis canonicis, Lib. Edit. Vaticana, 1984; O. SANTAGADA, Formación sacerdotal según el nuevo Código de Derecho Canónico, "Medellín" 10 (1984) 479-500.

36 Son de mucho interés sacerdotal algunos documentos publicados por los dife­rentes dicasterios romanos. Ver los más importantes en: (DEVYM, OSLAM) Formación sacerdotal, Bogotá, 1982.

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Jesús, y de la misma naturaleza misionera de la Iglesia como Pueblo sacerdotal.

— Línea de comunión fraterna en el Presbiterio, como sig­no colectivo del Buen Pastor, al servicio de la comuni­dad eclesial local y universal.

— Línea de transparencia y testimonio del Buen Pastor, como santificación a través del ministerio y como signo y estímulo del seguimiento de Cristo para todos los cre­yentes.

Construir el estilo sacerdotal en América Latina en esta época concreta, supondrá captar las luces del Espíritu Santo du­rante la historia eclesial y en la actualidad: a partir de la Palabra de Dios que ilumina los acontecimientos y situaciones, construir una comunidad eclesial sensible a la presencia de Dios y a los problemas de los hermanos, haciéndola comunidad evangeliza-dora y comprometida en la evangelización universal. Será, pues, una espiritualidad sacerdotal de profetismo y de inserción, de pluralismo auténtico en la comunión de la Iglesia, de inmanen­cia y trascendencia, de misión sin fronteras y sin exclusivismos, de testimonio y de martirio, de esperanza como el grito del Mag­níficat que brota de todo santuario mañano, en toda comunidad eclesial, de todo hogary y de cada corazón.

GUIA PASTORAL

Meditación bíblica

— Sentido de la historia: El Espíritu Santo, recibido en la or­denación, guía hacia la verdad plena en Cristo: Jn 16,13.

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La presencia de Cristo en la vida e historia sacerdotal, en­ciende el corazón y abre los ojos a la luz para partir el pan con los hermanos: Le 24,13-35.

El sacerdote no está nunca solo en el camino histórico: Mt 28,20.

Ministerio sacerdotal de preparar a toda la humanidad para un encuentro definitivo con Cristo al final de la historia: Apoc 22,17-21.

Estudio personal y revisión de vida en grupo

— ¿Cuáles han sido las líneas de fuerza de la espiritualidad sa­cerdotal durante la historia?

— ¿Cuáles son los elementos permanentes en la historia de la espiritualidad sacerdotal?

— ¿Qué posibilidades encontramos en estos elementos para nuestro estilo sacerdotal de hoy y para colaborar en la cons­trucción del estilo sacerdotal del futuro?

— ¿Qué importancia puede tener el redescubrimiento de las figuras sacerdotales de la historia?

— Individuar los elementos básicos para América Latina (cf. Puebla 659-720).

ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA

Anotamos aquí solamente algunos estudios de síntesis histórica so­bre la espiritualidad sacerdotal. Para autores concretos, períodos históricos y otros datos específicos, ver las notas de este capítulo: Santos Padres (no-

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SÍNTESIS Y EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA ESPIRITUALIDAD. . .

tas 2-7), Edad Media (notas 7-10), época de Trento (notas 11-18), época inmediatamente anterior al Concilio Vaticano II (notas 20-29), sobre el Vaticano II y posconcilio (notas 30-36).

ALVAREZ, J. Perfiles sacerdotales, Barcelona, Herder, 1959; Las grandes escuelas de espiritualidad en relación al sacerdocio, Barcelona, Her­der, 1963.

COLSON, J. Ministre de Jésus-Christ ou le sacerdoce de l'évangile, París, Beauchesne, 1966.

Enciclopedia del sacerdocio, Madrid, Taurus, 1957.

Etudes sur le sacrement de l'Ordre, París, Cerf. 1957.

ESQUERDA, J. Historia de la espiritualidad sacerdotal, Burgos, Facultad de Teología, 1985 ("Teología del Sacerdocio" 19); Teología de la es­piritualidad sacerdotal, Madrid, BAC, 1989, cap. XIII (síntesis histó­rica).

GRELOT, P. Le ministére de la nouvelle alliance, París, Cerf. 1968.

Ipreti per gli uomini d'oggi, Roma, AVE, 1975, 25-255.

La Tradition sacerdotal, París, Mappus, 1959.

LEMAIRE, A. Les ministéres aux origines de l'Eglise, París, Cerf, 1971.

MOHLER, J. A. Origen y evolución del sacerdocio, Santander, Sal Terrae, 1971.

LECUYER, J. El sacerdocio en el misterio de Cristo, Salamanca, Sigúeme, 1960.

OÑATIBIA, I. La espiritualidad presbiteral en su evolución histórica, en Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987, 23-68.

OTT, L. Le sacrement de l'Ordre, París, Cerf, 1971 (historia).

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Page 163: Signos Del Buen Pastor

SIGLAS

AA: Decreto conciliar Apostolicam Actuosi'atem AG: Decreto conciliar Ad Gentes CD: Decreto conciliar Christus Dominus CFL: Exhortación Apostólica Christifideles Laici (Juan Pablo II) CT: Exhortación Apostólica Catechesi Tradendae (Juan Pablo II) DEV: Encíclica Dominum et Vivificantem (Juan Pablo II) DM: Encíclica Dives in Misericordia (Juan Pablo II) DV: Constitución conciliar Dei Verbum ES: Encíclica Ecclesiam suam (Pablo VI) EN: Exhortación Apostólica EvangeliiNuntiandi (Pablo VI) ET: Exhortación Apostólica Evangélica Testificatio (Pablo VI) FC: Exhortación Apostólica Familiaris consortio (Juan Pablo II) GS: . Constitución conciliar Gaudium et Spes IM: Decreto conciliar ínter mirifica LG: Constitución conciliar Lumen Gentium LE: Encíclica Laborem excercens (Juan Pablo II) Medellín: Documento de la II Conferencia del Episcopado Latinoamerica­

no, CELAM, 1968. MC: Exhortación Apostólica Marialis Cultus (Pablo VI) MD: Carta Apostólica Mulieris Dignitatem (Juan Pablo II) OT: Decreto conciliar Optatam Totius PC: Decreto conciliar Perfectae Caritatis PO: Decreto conciliar Presbyterorum Ordinis Puebla: Documento de la III Conferencia del Episcopado Latinoamerica­

no, CELAM, 1979. RD: Exhortación Apostólica Redemptionis Donum (Juan Pablo II) RH: Encíclica Redemptor Hominis (Juan Pablo II)

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RM: Encíclica Redemptoris Mater (Juan Pablo II) RP: Exhortación Apostólica Reconcüiatio et Paenitentia (Juan Pablo

II). SA: Encíclica Slavorum Apostoli (Juan Pablo II) SC: Constitución conciliar Sacrosantum Concilium SRS: Encíclica Sollicitudo Rei Socialis (Juan Pablo II) UR: Decreto conciliar Unitatis Redintegratio

Nota: Prescindimos de las siglas más conocidas: Dz (Denzinger, Enchiri-dion Symbolorum), PG (Patrología Griega), PL (Patrología Lati­na), siglas bíblicas, etc. Las revistas las citamos por entero, sin usar sigla.

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ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA GENERAL

Nota preliminar: En cada capítulo de esta publicación hemos indica­do una orientación bibliográfica específica. Así mismo, en las notas se han aportado estudios más concretos. El lector podrá encontrar fácilmente esta bibliografía específica con sólo prestar atención al índice de materias (por ejemplo, la palabra Diocesano o Presbiterio, buscando el capítulo y el pá­rrafo correspondiente allí anotado. En esta orientación bibliográfica gene­ral no citamos algunas publicaciones referentes al sacerdocio ministerial en sí mismo (ver la orientación bibliográfica del cap. III), como tampoco cita­mos todos los libros de antes del Concilio Vaticano II (ver capítulo X, no­tas 22 a 27 bis). Ofrecemos, pues, un elenco de publicaciones que tengan el valor de una síntesis doctrinal actual sobre la espiritualidad del sacerdote:

ANTWEILER, A. El sacerdote de hoy y del futuro, Santander, Sal Terrae, 1969 (estilo sacerdotal).

Aspetti della teología del sacerdozio dopo il concilio, Roma, Cittá Nuova, 1974 (temas posconciliares, en colaboración).

ARIZMENDI, F. ¿Vale la pena ser hoy sacerdote?, México, 1988 (síntesis de ideas y motivaciones).

BANDERA, A., El sacerdocio en la Iglesia, Vülaba, Ope, 1968 (resumen actualizado).

BOUYER, L. El sentido de la vida sacerdotal, Barcelona, Herder, 1962 (ideas espirituales).

CAPMANY, J. Espiritualidad del sacerdote diocesano, Barcelona, Herder, 1962 (teología).

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Page 165: Signos Del Buen Pastor

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CAPRIOLI, M. Sacerdocio e san tita, Roma, Tere sianum, 1983 (algunos te­mas teológicos de espiritualidad sacerdotal posconciliar).

CELAM, DEVYM, Espiritualidad presbiteral hoy, Bogotá, 197'5; Espiritua­lidad del clero diocesano, Bogotá, OSLAM, 1986 (resumen doctrinal y directrices para América Latina).

COLSON, J. Sacerdote y pueblo sacerdotal, Bilbao, Mensajero, 1970 (resu­men bíblico).

COPPENS, J., etc. Sacerdocio y celibato, Madrid, BAC, 1971 (diversos te­mas, doctrinas e históricos, con una segunda parte dedicada al celi­bato).

DELICADO, J. El sacerdote diocesano a la luz del Vaticano II, Madrid, ZYX, 1965 (resumen conciliar).

DELORME, J., LEÓN DUFOUR, X. El ministerio y los ministerios según el Nuevo Testamento, Madrid, Cristiandad, 1975 (estudios bíblicos).

DILLENSCHNEIDER, Cl. Teología y espiritualidad del sacerdocio, Sala­manca, Sigúeme, 1965 (resumen de espiritualidad).

DORADO G. El sacerdote hoy y aquí, Madrid, PS, 1972 (temas de actuali­dad).

El ministerio sacerdotal (Conf. Episcopal Alemana), Salamanca, Sigúeme, 1970 (síntesis teológica).

El ministerio del presbítero en la comunidad eclesial, Bogotá, 1978 (varios estudios).

ENRIQUE TARANCON, V. El sacerdote a la luz del Concilio Vaticano II, Salamanca, Sigúeme, 1966 (reflexiones a modo de conferencias).

Espiritualidad del clero diocesano, Bogotá, OSLAM, 1985 (resumen doctri­nal y directrices para América Latina).

Espiritualidad presbiteral hoy, Bogotá, DEVYM, 1975 (diversos temas).

Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987 (conferencias de un "Symposium" nacional sobre el tema).

ESQUERDA, J. Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC, 1989 (síntesis teológicae histórica); Te hemos seguido, Madrid, BAC, 1988 (síntesis para retiros y reflexiones).

328

ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA GENERAL

FAVALE, A. Spiritualitá del ministero presbiterale, Roma, LAS, 1985 (re­sumen teológico; trad. castellano: Soc. Ed. Atenas, Madrid, 1989).

FERNANDEZ, A. Sacerdocio común y sacerdocio ministerial, Burgos, Fa­cultad de Teología, 1979 (estudio teológico).

FLORES, J. A. Vivamos nuestro sacerdocio, La Vega,Sto. Domingo, 1982.

GALOT, J. Prétre au nom du Christ, Chambray, CLD, 1985; Teología del sacerdocio, Florencia, 1981 (resumen teológico).

GARCÍA VELASCO, J. El sacerdocio en el plan de salvación, Salamanca, Sigúeme, 1974 (reflexiones sobre diversos temas).

GOICOECHEAUNDIA, J. Espiritualidad sacerdotal, Vitoria, Unión Apos­tólica, 1976 (síntesis breve y densa).

GRELOT, P. El ministro de la Nueva Alianza, Barcelona, Herner, 1969 (re­sumen bíblico).

HENRIQUEZ, L. E. El ministerio sacerdotal, Caracas, 1985 (resumen doc­trinal).

I sacerdoti nello spirito del Vaticano II, Turin, LDC, 1968 (resumen con­ciliar).

/ preti per gli uomini d'oggi, Roma, AVE, 1975 (verdadera encicplopedia de temas sacerdotales actuales).

IRABURU, J. Ma. Fundamentos teológicos de la figura del sacerdote, Bur­gos, Facultad de Teología, 1972 (tesis doctoral).

JIMÉNEZ, B. Testigos del misterio, reflexiones acerca del ministerio sacer­dotal, Avila, TAU, 1986 (síntesis doctrinal).

LARRABE, J. M. Sacerdocio actual y pueblo de Dios, Madrid, Studium, 1974 (resumen actual).

LASZLO, S. Priesterliche Spiritualitát, Freiburg, Herder, 1977 (resumen doctrinal).

LATRELLE, J. La joie du prétre, París, Edit. Ouvriéres, 1968 (respuesta positiva a las dudas).

LECUYER, J. El sacerdocio en el misterio de Cristo, Salamanca, Sigúeme, 1960 (estudio teológico e histórico amplio).

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Page 166: Signos Del Buen Pastor

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Los presbíteros a los diez años del "Presby tero'um Ordinis", Burgos, Fa­cultad de Teología, 1975 (comentario ampj^ al decreto conciliar).

LUCAS, J. S. La vida sacerdotal y religiosa, antropología y existencia, Ma­drid, Soc. Educ. Atenas, 1986 (dimensión antropológica cristiana).

LUQUERO, D. Homo Dei, el sacerdote hoy, Madrid, Studium, 1968, (re­flexión doctrinal).

MANARANCHE, A. Al servicio de los hombres, Salamanca, Sigúeme, 1969 (síntesis para responder a la problemática actual).

MARCUS, E. Les prétres, París, Desclée, 1984 (síntesis doctrinal).

MARTÍNEZ, J. Reflexiones sobre la perfección sacerdotal, Santander, Sal Terrae, 1961 (manual de espiritualidad inmediatamente antes del concilio).

MARTÍNEZ CEPEDA, J. J. La educación integral de los presbíteros, Mé­xico, 1982 (para una formación permanente).

NICOLAU, M. Ministros de Cristo, sacerdocio y sacramento del Orden, Madrid, BAC, 1971 (teología sacramentaría).

OKOYE, G.M.P. The glories of the priesthood, Enugu, 1972 (síntesis de espiritualidad).

PIRONIO, E. Espiritualidad sacerdotal, en Escritos pastorales, Madrid, BAC, 1973, 143-166 (reflexiones doctrinales en el contexto actual).

PORTILLO A. DEL, Escritos sobre el sacerdocio, Madrid, Palabra, 1970 (documentos magisteriales).

RHANER, K. Siervos de Cristo, Barcelona, Herder, 1970 (meditaciones de retiro).

ROGÉ, J. Simple sacerdote, Madrid, FAX, 1967 (reflexiones doctrinales).

ROMANIUK, C. Le sacerdoce dans le Nuoveau Testarnent, París, Mappus, 1966 (resumen bíblico).

Sacerdotes para evangelizar, Madrid, EDICE, 1987.

SALAUNE, E. MARCUS, Nosotros los sacerdotes, Barcelona, Península, 1967 (estilo y problemática sacerdotal).

330

ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA GENERAL

SANTAGADA, O. Presbíteros para América Latina, Bogotá, OSLAM, 1986.

SEMMELROTH, O. El ministerio espiritual, Madrid, FAX, 1967 (reflexio­nes doctrinales).

SPIAZZI, R. Los fundamentos teológicos del ministerio pastoral, Madrid, Studium, 1962 (teología pastoral).

SUAREZ, F. El sacerdote y su ministerio, Madrid, Rialp, 1969 (considera­ciones espirituales).

THILS, G. Naturaleza y espiritualidad del clero diocesano, Salamanca, Si­gúeme, 1961 (estudio teológico).

TRAPE, A. II sacerdote, uomo di Dio e servo della Chiesa, Milano, Ancora, 1968 (reflexiones de actualidad).

VOLK, H. Priestertum heute, Communio Verlag, 1972 (resumen de actua­lidad).

VORGRIMMLER, H. Das Priestertum, Freiburg, Herder, 1970 (reflexiones doctrinales).

WUERL, D. W. The priesthood, the catholic concept today, Roma, Angeli-cum, 1974 (tesis doctoral basada en el Sínodo sobre el sacerdocio, 1971).

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ÍNDICE DE MATERIAS

Acción pastoral: IV, 1-6. Actualidad: I, 1-5. América Latina: I, 1-5; VI, 3; IX, 4; X, 3-5. Amistad con Cristo: III, 1; V, 1; VIII, 1-3. Apostolado: IV, 1-6. Apóstoles: III, 1, 3. Arciprestazgo: VI, 2. Asociaciones sacerdotales: VII, 4. Bautismo: II, 3-4. Biblia: IV, 2. Bienaventuranzas: I, 5; IV, 6. Buen Pastor: II, 1-2; V, 1-4. Cambios: I, 1-4. Carácter sacerdotal: II, 3 ; II, 2. Caridad pastoral: II, 1-2; III, 3; V, 2-3. Castidad: V, 3. Celibato (castidad): V, 3. Celo apostólico: I, 1,3. Cercanía (inserción): I, 1,3; IV, 6. Comunidad de base: VI, 2. Comunisda eclesial: IV, 4; VI, 4. Comunidad sacerdotal: VI, 2-4. Comunión: VI, 1;VII, 2. Confesión (sacramento): IV, 4; VIII, 5 (medios de santificación). Consejo Presbiteral: VII, 2, 4; X, 5. Consejos evangélicos: V, 3.

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Corazón sacerdotal de Cristo (B. Pastor): II, 1-3; IX, 1. Cristo Sacerdote, Mediador (Buen Pastor): II, 1-3; IX, 1. Cruz: V, 2. Diáconos: VII, 1. Diálogo: IV, 6;V, 3; VII, 2. Dimensiones de la espiritualidad sacerdotal: I, 4. Diocesano: VI, 2; VII, 1-4; VIII, 2. Diócesis: (Iglesia particular): VI, 2-3; VII, 1. Dirección espiritual: III, 4; VIII, 3,5. Discernimiento del Espíritu: III, 4. Distribución del clero: VI, 3. Doctrina social: I, 2-3; IV, 6. Edad Media: X, 2. Encarnación: I, 1,2. Equipo: VII, 2,4. Escritura: IV, 2. Escuelas de espiritualidad: X, 2-3. Esperanza: I, 2, 3; IV, 6. Espíritu Santo: III, 2, 4; VI, 4. Espiritualidad: I, 2, 5 (naturaleza); DC, 2 (mariana);X, 2

3 (escuelas). Espiritualidad sacerdotal: I, 5; III, 3-4; V, 4; VII, 1 -4; X, 4 Estudio: VIII, 3-4. Eucaristía: II, 4; III, 1;IV;3. Evangelización: I, 3; IV, 1-6. Familia: II, 4. Fe: V, 4; VI, 4. Fidelidad (Espíritu Santo). Figuras sacerdotales: X, 1-5. Formación inicial: VIII, 3. Formación misionera: VI, 3. Formación permanente: VIII, 4. Fraternidad sacerdotal: III, 3; VII, 2-4. Gracia sacramental: III, 2. Grupo (equipo). Hebreos (carta): II, 2. Historia: I, 2, 4 (sentido); X, 1-5 (sacerdotal). Homilía: IV, 2.

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ÍNDICE DE MATERIAS

Humanismo integral: I, 1,3; IV, 6. Humildad ministerial: V, 3. Identidad: I, 4. Iglesia: I, 1-2 (hoy, solidaria); II, 3 y X, 2 (Pueblo sacerdotal);

VI, 1 (fundada por Cristo); I, 2 y VI, 2 (títulos bíblicos); I, 2 y II, 3 y VI, 1 (misterio), comunión y misión); VI, 1, 4 y X, 2 (maternidad); VI, 2 (particular, local diócesis); I, 2; VI, 3 (universal, misionera); VI, 4 (sentido y amor).

Incardinación: VI, 2; VII, 3. Inculturación: I, 3. Inserción (insertarse): IV, 6. Justicia social: I, 2-3; IV, 6. Laicado: II, 4. Latinoamérica (América Latina) Liturgia: IV, 3-5. Liturgia de las horas: IV, 5. Magisterio: X, 4-5. María: IX, 1-4. Martirio: IV, 6;V, 2. Medellín: X, 5. Medios de espiritualidad: VIII, 5. Ministerios: II, 3 (nuevos ministerios); IV, 1-6. Misión: III, 1; IV, 1-6; VI, 3. Misterio pascual: I, 1; III, 3 ; IV, 3-4. Nueva evangelización: I, 1 y 3. Obediencia: V, 4. Obispo: VI, 1-3; VII, 1. Oración: IV, 5. Oración sacerdotal: IV, 5; V, 1. Orden (sacramento): II, 3 ; III, 2. Pablo: III, 3. Pablo VI: X, 5. Padres, patrística: X, 1. Palabra (Escritura): IV, 2. Papa: VI, 2 ,4 ; X, 4-5. Parroquia: VI, 2. Pacua: II, 2; III, 3-4; IV, 3-4. Pastoral: IV, 4, 6.

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Pastoral de conjunto: VI, 2. Pastoral sacerdotal: VIII, 4. Pastoral vocacional: VIII, 3. Penitencia (confesión, sacrificio). Personalidad: V, 4. Pobres (opción preferencial): I, 3 ; IV, 6. Pobreza (virtud): V, 3. Predicación: IV, 2. Presbiterio: VII, 1-4; 1. Presbíteros: VII, 1. Profetismo: IV, 2, 6. Puebla: I, 2-3;IV;6;X, 5. Pueblo sacerdotal: V, 4. Reconciliación (confesión). Reino: I, 2; IV, 4; VI, 1. Religiosos: II, 4; V, 3; VII, 3; VIII, 2. Renovación: I, 1-5; VII, 4; X, 4. Revisión de vida: VII, 4. Sacerdocio común (fieles): II, 3-4. Sacerdocio ministerial: III, 1-2; X, 3-5. Sacramentos: IV, 4. Sacrificio: II, 2 (A. T.); IV, 3; VIII, 5. Santos sacerdotes: X, 1-5. Santidad: I, 5;V, 1-4. Secularismo: I, 4. Seguimiento evangélico: III, 1. Seminarios: VIII, 3. Servidores, servicio: III, 2; IV, 4. Signo de Cristo: I, 5; V, 1-4. Signos de los tiempos: I, 1. Situación sociológica: I, 1-5. Testimonio: IV, 1, 6; V, 2. Trabajo: II, 4;V, 3. Trento: X, 3. Unión Apostólica: VII, 4. Unidad (principio de): VI, 2; VII, 1-4. Vaticano II: I, 2; X, 5. Vida apostólica: III, 1-3; V, 1-4; VII, 4; X, 1-2.

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ÍNDICE DE MATERIAS

Vida comunitaria: VII, 2 y 4. Vida religiosa (religiosos). Virginidad (castidad). Virtudes: V, 2-4. Virtudes humano-cristianas: V, 4. Vocación: I, 4 (actualidad), 5 (diversidad); II, 4 (diferentes vo­

caciones); III *en el evangelio); VIII, 1-5 (naturaleza, señales, formación. . .).

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ÍNDICE GENERAL

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CONTENIDO 5 OFRECIMIENTO • • 7

I. ESPIRITUALIDAD E IDENTIDAD SACERDOTAL PARA UNA NUEVA EVANGELIZACION 13

Presentación 15 Tiempo de gracia en un mundo que cambia 16 Una Iglesia solidaria de los gozos y esperanzas 20 Hacia una nueva evangelización 27 Ser sacerdote hoy. Identidad sacerdotal 32 Espiritualidad cristiana y espiritualidad sacerdotal 38 Guía pastoral . 42 Orientación bibliográfica 43

II. CRISTO SACERDOTE Y BUEN PASTOR PROLONGADO EN SU IGLESIA 47

Presentación 49 El Buen Pastor 50 Cristo Mediador, Sacerdote y Víctima 55 Jesús prolongado en su Iglesia, Pueblo sacerdotal 61 El sacerdocio común de todo creyente 67

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Guía pastoral 74 Orientación bibliográfica 75

III. EL MINISTERIO APOSTÓLICO AL SERVICIO DEL PUEBLO DE DIOS 79

Presentación 81 Elección, seguimiento y misión de los Apóstoles 82 Los servidores del Pueblo sacerdotal: Sacerdotes ministros . 85 Líneas de fuerza del seguimiento evangélico de los Apóstoles 90 Fidelidad a la misión del Espíritu Santo 94 Guía pastoral 98 Orientación bibliográfica 100

IV. SACERDOTES PARA EVANGELIZAR 103

Presentación 105 Llamados para evangelizar 106 Prolongar la palabra de Cristo 111 Prolongar el sacrificio pascual de Cristo 115 Prolongar la acción salvífica y pastoral de Cristo 119 Prolongar la oración de Cristo 124 La cercanía al hombre concreto 130 Guía pastoral 136 Orientación bibliográfica 137

V. SER SIGNO TRANSPARENTE DEL BUEN PASTOR 141

Presentación 143 Signo del Buen Pastor: relación, seguimiento y transparencia 144 La caridad pastoral 148 Las virtudes concretas del Buen Pastor 153 Santidad y líneas de espiritualidad sacerdotal 162 Guía pastoral 167 Orientación bibliográfica 169

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ÍNDICE GENERAL

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VI. SACERDOTES AL SERVICIO DE LA IGLESIA PARTICULAR Y UNIVERSAL 173

Presentación ¡75 En la Iglesia fundada y amada por Jesús 176 El sacerdote ministro en la Iglesia particular o local 180 Al servicio de la Iglesia universal misionera 186 Sentido y amor de Iglesia 191 Guía pastoral 195 Orientación bibliográfica . 196

VIL ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL PRESBITERIO DIOCESANO 199

Presentación , 201 Obispo, presbíteros y diáconos para la comunidad eclesial . 202 En la comunidad sacerdotal del Presbiterio 207 Espiritualidad del clero diocesano 213 La construcción de la vida apostólica 216 Guía pastoral 222 Orientación bibliográfica 223

VIII. VOCACIÓN Y FORMACIÓN SACERDOTAL 225

Presentación t 227 Cristo sigue llamando 228 Señales de vocación sacerdotal 232 Formación sacerdotal inicial 235 Formación sacerdotal permanente 242 Medios comunes y peculiares de la espiritualidad sacerdotal 246 Guía pastoral 250 Orientación bibliográfica 251

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IX. ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL MINISTRO DE CRISTO 253

Presentación 255 La Madre de Cristo Sacerdote i. 257 La Madre de la Iglesia Pueblo sacerdotal 260 La Madre del sacerdote ministro 264 En la vida espiritual y ministerio del sacerdote 268 Guía pastoral 273 Orientación bibliográfica 274

X. SÍNTESIS Y EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL 277

Presentación 279 Espiritualidad sacerdotal en la época patrística 281 Vida clerical en la Edad Media 287 Reforma sacerdotal en tiempos nuevos 294 Figuras y doctrina sacerdotal antes del Vaticano II 305 Concilio Vaticano II y Postconcilio 313 Guía pastoral 321 Orientación bibliográfica 322

SIGLAS 325

ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA GENERAL 327

ÍNDICE DE MATERIAS 333

ÍNDICE GENERAL 339

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Esta obra se terminó de imprimir el día 12 de noviembre de 1989

en los talleres gráficos de Arte y Fotolito "ARFO" Ltda.

Editores- Impresores Bogotá-Colombia

Editado por el Centro de Publicaciones del Celam Transversal 67 No. 173-71 A.A. 51086

Bogotá — Colombia