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Actas XV Congreso AIH (Vol. II). GUADALUPE TORRES IBARRA. Sigüenza y Góngora, el convento, la p... - SIGÜENZA Y GÓNGORA, EL CONVENTO, LA POBREZA Y EL PODER El Paraíso Occidental1 de Sigüenza y Góngora que apareció en la ciudad de México en 1684, fue escrito a petición de las religiosas del Convento de Jesús María al cumplir éste cien años de su fundación. Además de detallar la construcción del convento reúne un gran número de "vidas" de monjas que vivieron ahí en clausura Estas narraciones siguen el modelo hagiográfico tradicional que contiene los elementos modelísticos de la vida de un hombre o mujer ejemplar con tópicos invariables que permiten construir un modelo de santidad a seguir. En este modelo se mezclan los datos reales o biográfi- cos con las experiencias de la vida religiosa por lo que la historia y la literatura se entrecruzan en las diferentes voces y testimonios de las que el autor hace uso para narrar las "vidas". Dice Michel de Certau que "la hagiografía es un género literario [que] favorece a los actores de lo sagrado (los santos) y tiene por fin la edificación (una «ejemplaridad») ... La vida de un santo se inscribe dentro de la vida de un grupo, Iglesia o comunidad" 2 , que en el caso particular de este trabajo es el Convento de Jesús María. Debido a lo anterior, las vidas de las monjas aquí narradas siguen un esquema muy parecido. En primer lugar se relata la genealogía de la monja seguida de las eventuales vicisitudes ocurridas a su madre durante el embarazo. Después de esto viene su nacimiento e infancia, una vocación religiosa temprana y su ingreso en el convento. Da enseguida cuenta de su Profesión de Fe y se ocupa luego de su vida cotidiana, oficios desempeñados y rutinas diversas. Parte muy importante en esta etapa son, además, las penitencias, disciplinas, ayunos y oración, y la descripción de las visiones que tuvieron y las tentaciones a la que se vieron expuestas. También narra las relaciones de carácter variado con otras monjas, preladas y confesores así como las enfermedades diversas padecidas a lo largo de su vida. Finalmente, recoge todos los detalles de 1 CARLOS DE SIGÜENZA Y GóNGORA, Paraíso Occidental, Conaculta, México, 1995. (Las referencias posteriores a esta obra pertenecen a esta edición). 2 MICHEL DE CERTAU, La escritura de la historia, UIA, México, 1999, p. 257. -11- Centro Virtual Cervantes

Sigüenza y Góngora, el convento, la pobreza y el poder · Por lo anterior, es de llamar la atención que en la narración de la vida de Marina de la Cruz -a quien el autor escoge

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Actas XV Congreso AIH (Vol. II). GUADALUPE TORRES IBARRA. Sigüenza y Góngora, el convento, la p...-

SIGÜENZA Y GÓNGORA, EL CONVENTO, LA POBREZA Y EL PODER

El Paraíso Occidental1 de Sigüenza y Góngora que apareció en la ciudad de México en 1684, fue escrito a petición de las religiosas del Convento de Jesús María al cumplir éste cien años de su fundación. Además de detallar la construcción del convento reúne un gran número de "vidas" de monjas que vivieron ahí en clausura

Estas narraciones siguen el modelo hagiográfico tradicional que contiene los elementos modelísticos de la vida de un hombre o mujer ejemplar con tópicos invariables que permiten construir un modelo de santidad a seguir. En este modelo se mezclan los datos reales o biográfi-cos con las experiencias de la vida religiosa por lo que la historia y la literatura se entrecruzan en las diferentes voces y testimonios de las que el autor hace uso para narrar las "vidas".

Dice Michel de Certau que "la hagiografía es un género literario [que] favorece a los actores de lo sagrado (los santos) y tiene por fin la edificación (una «ejemplaridad») ... La vida de un santo se inscribe dentro de la vida de un grupo, Iglesia o comunidad"2

, que en el caso particular de este trabajo es el Convento de Jesús María.

Debido a lo anterior, las vidas de las monjas aquí narradas siguen un esquema muy parecido. En primer lugar se relata la genealogía de la monja seguida de las eventuales vicisitudes ocurridas a su madre durante el embarazo. Después de esto viene su nacimiento e infancia, una vocación religiosa temprana y su ingreso en el convento. Da enseguida cuenta de su Profesión de Fe y se ocupa luego de su vida cotidiana, oficios desempeñados y rutinas diversas. Parte muy importante en esta etapa son, además, las penitencias, disciplinas, ayunos y oración, y la descripción de las visiones que tuvieron y las tentaciones a la que se vieron expuestas. También narra las relaciones de carácter variado con otras monjas, preladas y confesores así como las enfermedades diversas padecidas a lo largo de su vida. Finalmente, recoge todos los detalles de

1 CARLOS DE SIGÜENZA Y GóNGORA, Paraíso Occidental, Conaculta, México, 1995. (Las referencias posteriores a esta obra pertenecen a esta edición).

2 MICHEL DE CERTAU, La escritura de la historia, UIA, México, 1999, p. 257.

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su muerte y, tras de ella, los prodigios y milagros concedidos por su intercesión3

Es, pues, casi un modelo a armar con piezas intercambiables donde sólo el nombre, las fechas y algunas circunstancias especiales las diferencian.

Por lo anterior, es de llamar la atención que en la narración de la vida de Marina de la Cruz -a quien el autor escoge para inaugurar estos relatos ejemplares- en el capítulo titulado "Nacimiento y buenos principios de Marina hasta tomar estado", el primer, larguísimo párrafo, lo dedique Sigüenza y Góngora a reflexionar sobre la pobreza.

Todavía no sabemos ni dónde ni cuándo nació, no nos hemos enterado que su nombre era Marina Navas ni conocemos quienes eran sus padres y sus hermanos y ya nos está informando de la primera condición que la define: es pobre, nació pobre, de padres pobres "aunque españoles y muy limpios por todos sus abolengos, no sólo humildes en el linaje ... sino pobrísimos de los bienes temporales" (p. 122).

La pobreza de Marina le sirve de pretexto al autor para reflexionar sobre las desigualdades sociales que sólo se explican por los designios inescrutables de Dios quien decide que uno nazca "entre holandas en la majestad de un palacio [y otro] en una desaliñada choza entre sayales toscos". Se apresura, sin embargo a explicar cómo estas desigualdades son sólo aparentes, un "don gratuito que la providencia divina distribuye a los hombres según el beneplácito de su gusto" (p. 121 ).

Como veremos enseguida, en este texto se pueden encontrar la forma en que esta distribución divina da como resultado varios tipos de pobreza.

En primer lugar está lo que podemos llamar la "pobreza real". Ésta es la que hace su aparición de manera notoria en la primera de las vidas relatadas.

Cuando Sigüenza y Góngora nos habla de la pobreza de Marina de Navas, se está refiriendo a la pobreza económica. Marina nació en una familia pobre, y se casó también con un pobre. Por esta razón su esposo decide salir de España para tratar de encontrar en el nuevo continente una mejor vida, y lo consigue. Sin embargo, esto no significa que la riqueza abundara para todos en este lugar.

El autor, el historiador, el hombre de su tiempo, veía con claridad la situación en la Nueva España y en la ciudad de México de su época. La pobreza de los indígenas, negros, mulatos y mestizos, pero de los

3 Cf. MARGARITA PEÑ A, "Prólogo" a Paraíso Occidental, p . 14.

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primeros en especial, era más que evidente. Tiempo después, en su Alboroto y motín de los Indios de México el mismo Sigüenza dejaría constancia de un levantamiento popular propiciado por las terribles condiciones de "pobreza real" en que vivía una gran parte de la población.

Aparece enseguida, después del anterior, otro tipo de pobreza: la percepción que el autor tiene de sí mismo como pobre. Esta es la que podemos llamar "pobreza relativa".

En el "Prólogo al lector", Sigüenza se queja de tener muchos escritos que no pueden ser publicados "(pues jamás tendré con qué poder imprimirlos por mi gran pobreza}" (p. 48).

Ciertamente en esos tiempos era muy caro imprimir un libro y se necesitaba, si no se tenía dinero, de influencias para conseguirlo. Sigüenza no tenía ninguno de los dos, pues a pesar de que "el 17 de octubre de 1660 a los quince años, Sigüenza y Góngora ingresó a la Compañía de Jesús ... No pudo preservar en la Compañía por razones disciplinarias, por lo que fue formalmente despedido de la orden el 15 de agosto de 1668"4

Fue expulsado, en las muy descriptivas palabras de un maestro mío, "por azoteh u el ero", es decir por tratar de escaparse por las azoteas. Irving A. Leonard llama a este incidente, con más caridad cristiana, "una indiscreción juvenil"".

El resultado de lo anterior fue que a pesar de sus múltiples esfuerzos nunca fue aceptado su reingreso en la poderosa e influyente Compañía.

Leonard comenta al respecto que "amargos remordimientos dieron permanentemente a su personalidad cierta melancolía e irascibilidad" (p. 24).

En realidad, su melancolía e irascibilidad debió ser provocada, además de por sus remordimientos, por verse excluido de la posibilidad de pertenecer a la elite criolla, la que después de los españoles peninsula-res detentaban el poder y la riqueza. Estrictamente hablando, entonces, Sigüenza era pobre sólo por comparación, pues fue catedrático en la Real y Pontificia Universidad de México y después

4 MANUEL RAMOS MEDINA, "Prólogo", Parayso Occidental. Plantado y cultivado por la liberal benéfica manos de los muy catholicos y poderosos Reyes de España Nuestros Señores en su magnífico Real Convento de Jesús María de México, facs. de la 1 ª ed. (México, 1684), UNAM-CONDUMEX, México, 1995, p. ix.

5 IRVING A. LEONARD, Don Carlos de Sigüenza y Góngora. Un sabio mexicano del siglo XVII, F.C.E., México, 1984, p. 23.

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en tiempos de Aguiar y Seijas obtuvo una prebenda mejor remunera-da y con alojamiento incluido en el Hospital del Amor de Dios, donde permaneció como capellán, hasta su muerte. Fue también limosnero de este arzobispo. (Además fue) coleccionista de códices, mapas y antigüedades diversas, [y tenía una] valiosa biblioteca [de] instrumentos científicosº.

Podemos ver aquí, entonces, esta otra cara de la pobreza de la que se sentían participes un buen número de criollos como él. La pobreza de la exclusión de los círculos del poder y del dinero.

Una tercera categoría que aparece en esta obra de Sigüenza, es la pobreza como virtud, como uno de los cuatro votos, junto con el de la obediencia, castidad y clausura, que hacían las religiosas al profesar.

Aquí, sin embargo, es necesario hacer al menos tres diferenciaciones en el estilo de vida de las Religiosas del Convento de Jesús María.

En el cap. 22 (pp. 154-157) encontramos, en las propias palabras de Sigüenza, el primer tipo de pobreza: la "pobreza suma". Marina de la Cruz

se desnudó de todo, que pudo ser ejemplo aun de los más austeros. Apretábase los cilicios de pechos y espaldas con un corpiño de anejo, sin usar camisa, y cubría lo restante del cuerpo con un faldellín muy estrecho de puño burdo, y encima el hábito. En todo el tiempo de su religión ni gastó medias ni calzó zapatos, durándole los chapines, faldellín, corpiño, hábito, velo de burato y una única toca de lienzo, desde el día que comenzó su noviciado hasta el de su muerte. El tablón sobre el que dormía era prestado, como también una frazada con que en tiempo de grandes fríos solía cubrirse. Las botijas en las que llevaba el agua, las macetas en que tenía las flores, los libros en que leía, todo era ajeno; nada poseía de la tierra (p. 198).

Por otra parte, y en el extremo opuesto, había muchas religiosas que practicaban una "falsa pobreza" pues a pesar de que al hacer este voto se habían comprometido a sacrificar sus haberes y riquezas no lo hacían así ya que "el dinero, imprescindible en la sociedad colonial, hacía que ni aun en los conventos de regla más rígida, se respetara al pie de la letra el voto de pobreza"7

l i /bid., p. xii. 7 MAGO GLANTZ, Sor Juana Inés de ÚJ Cruz. ¿Hagiografía o autohiografia?,

Grijalbo-UNAM, México, 1995, p. 65.

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Dentro del claustro, entonces, se seguían respetando las jerarquías sociales que tenían las monjas en el mundo exterior. Las religiosas de familias ricas podían recibir dinero o propiedades. María de San Nicolás, otra de las monjas cuya vida se narra en esta obra, usaba el dineró para obras de caridad, "por la abundancia con que le asistían sus padres y parientes, que eran muy ricos y de quienes recabó pusiesen renta para este efecto" (p. 270). Pero no todas las religiosas de familias ricas actuaban así. Muchas usaban joyas, ropa elegante bajo sus hábitos, comían lo que quisieran en vajillas muy finas y poseían celdas que en· ocasiones eran de varios cuartos. Además, tenían sirvientas y esclavas. En fin, llevaban una vida muy ajena a la pobreza.

Constantes eran los exhortos de confesores en contra de estos malos ejemplos y eran también constantes las prohibiciones entre las que se encontraban, por ejemplo, las de fumar tabaco y tener mascotas. No se privaban de nada y contra ellas, especialmente, se dirigía la santa indignación de las religiosas cuyas vidas se relatan en esta obra, como en el caso de Marina de la Cruz quien con su pobreza

era una muda y continuada reprensión a la que, quizás para tener dijes y juguetes con que adornarse, solicitaban las diversiones y correspondencias de seculares ... ¿Cómo parecerá a los ojos de Dios una esposa suya arrebolado el rostro, oprimidas las muñecas con pulseras, embarazados los dedos con las sortijas y toda ella tan ocupada de pies a cabeza de indecentes trastes que no parece sino tienda de buhonería o parador de platero? (p. 199).

Ahora bien, Sor Marina no era en absoluto una "muda reprensión'', pues constantemente llamaba la atención a sus hermanas que se dejaban llevar por este camino, situación que la hacía enormemente impopular pues como además poseía el don de "conocer aun las más ocultas acciones y pensamientos" (p. 212) esto le permitía "que no ignorase cosa alguna de cuanto hablaban las monjas aun en los más ocultos retiros" (p. 200).

Por supuesto lo anterior atraía hacia ella constantes injurias, calumnias y todos tipo de vejaciones de parte de estas "falsas pobres", quienes comenzaron "a escabrosearse concibiéndole odio mortal a la que no procuraba otra cosa de ellas sino su bien" (p. 152).

Por otra parte, en el convento también se practicaba la "pobreza como una opción de vida sencilla" que no llegaba a los excesos de las "falsas pobres" ni a los extremos de la "pobreza suma".

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Finalmente, existe en este texto un tipo de pobreza que ocupa un lugar preponderante en las "vidas" de las monjas: "la pobreza de espíritu". Me parece interesante analizarla por las diversas interpretacio-nes que se le ha dado.

En la composición de la Biblia hubo tres idiomas: el hebreo, el arameo y el griego. El hebreo es la lengua de la mayor parte del Antiguo Testamento. El arameo sólo se halla en algunos capítulos ( cf. Esdras, Daniel, Jeremías y Génesis), pero, sin duda alguna ha sido la lengua original de varios escritos que sólo se han conservado en griego ... lengua en la que se escribió todo el Nuevo Testamento8

Tanto en el Antiguo, como en el Nuevo Testamento, aparecen con mucha frecuencia la palabra pobre y también la palabra espíritu, pero en hebreo la palabra ruah significa el espíritu como una fuerza vital y no como una abstracción separada del cuerpo físico.

La combinación de estas dos palabras las dice Jesús, quien hablaba arameo, en el Sermón de la Montaña, y son recogidas y escritas en griego por Mateo: "Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos"9

Ahora bien, en hebreo existe una relación entre pobreza y "humil-dad". En los textos de Qumrán se encuentra la expresión "espíritu de pobre" (anwey ruah) equivalente hebráico de la expresión griega de Mateo ptojos to pneumati1º.

Por otra parte, Dupont dice que en los salmos "los anawim son los "justos", los "piadosos'', los "inocentes", "los que buscan a Dios", "los que aman su nombre". Este mismo autor, más adelante dice que la traduc-ción real de pobres de espíritu es la de "pobres con espíritu"11

La traducción de la Biblia a las lenguas vernáculas de los católicos que se hizo en la segunda mitad del siglo pasado, es directamente del hebreo, arameo y griego, pero Sigüenza y Góngora leía la Vulgata en latín, donde dice pauperi in spiritu.

8 BENJAMÍN FERREIRA, ¿Qué es la Biblia?, Librería Parroquial de Clavería-Editorial Basilio Núñez, México, 1996, p. 63.

9 Mateo 5: 3, Biblia dejerusalén, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1975, p. 1393. 10 JORGE DOMÍNGUEZ, Macarismos y ética de la liberación, Centro Antonio de

Montesinos, México, 1992, p. 4. 11 Cf. JAQUES DUPONT, El mensaje de las bienaventuranzas, Estrella, Madrid,

1981, pp. 12-14.

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Como vemos, entonces, esta "pobreza de espíritu" puede tener al menos dos acepciones: como humildad y también como la pobreza con el espíritu vital de la ruah hebrea. La combinación de éstas dos caracterís-ticas es lo que les da un poder especial a sus poseedoras, las monjas del Convento de Jesús María.

Veamos lo anterior en el texto mismo. En el cap. 22 "¿Qué es la humildad?" Sigüenza hace hincapié en que

no es humildad la pequeñez... del corazón humano... como ni tampoco lo será el encogimiento que en algunos reina y que le estorba se atrevan a empeños grandes ... ni es ... el carecer de gracia y habilidades ... Niñería es todo esto, pusilanimidad, cobardía, bajeza, miedo cuando en nada de esto se emplea primariamente el verdadero humilde ... La humildad -como la define San Agustín [es) una pobreza de espíritu voluntaria (p. 200).

Marina de la Cruz era tan humilde que tenía un "despreciable concepto de sí... persuadiéndose ella la más delincuente criatura que habitaba el mundo'', por lo que Sigüenza se pregunta "¡Qué sentiría en su alma verse necesitada por el mandato de Dios a sindicar y corregir a sus hermanas de sus defectos!" (p. 201 ).

Es aquí donde está el meollo del asunto. La pobreza de espíritu, la humildad, trae aparejada un espíritu que les da poder. Y es un poder de facto, pues no solamente se sentían en la obligación de reprender a sus hermanas, sino que, con la autorización y el mandato nada menos que de Dios, con quien se comunicaban en sus raptos místicos, ejercían en ocasiones control dentro y fuera del convento y se atrevían a llamar la atención hasta a virreyes y arzobispos, aunque reiteraran, como en el caso de Marina de la Cruz "la humildad profunda, con que se reconocía inferior a todas, [por lo que) padecía por ello en su espíritu extraordina-rias congojas" (p. 150).

Por ejemplo, en una ocasión y "revelándole [Dios) el próximo riesgo en que se hallaba [una mujer) mandó decir ... que sin dilación alguna, viniese a verla" (p. 207). Por supuesto la señora le respondió que no tenía por que ir a ver a una monja que ni siquiera conocía. Insistió con un segundo recado al cual tampoco hizo caso y entonces "envióle tercer recaudo de que luego al instante viniese, si no quería perder la vida del cuerpo y también del alma. Atemorizada con tan rigurosa ... sentencia fue a verla ... y la previno de un gran peligro" (p. 208).

El poder que detentaba esta monja era grande "siendo el conocimien-to de lo distante y oculto atributo sólo de Dios ... por lo que hasta a uno

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de sus confesores, estimado de todos por sus letras y autoridad, le reveló cosas suyas muy ocultas dignas de enmienda" (p. 213).

Inés de la Cruz, por su parte, constantemente repite que en su convento era considerada la Abadesa, pues llevaba a cabo las funciones de ésta.

Incluso, en ocasiones, parece que esta religiosa hasta se jacta de su poder, cuando dice:

Tenía gran entereza en las cosas que me persuadía eran buenas de tal manera que no me moviera en contrario todo el mundo. Siendo definidora contradije el que una mujer entrase monja, porque vi no convenía, y, aunque me lo rogó mi padre, y otras personas no lo pudieron recabar, y con ser yo la menor persuadí a las otras y no se recibió (p. 246).

En otra ocasión relata que "cuando aquellos grandes temblores de tierra, dióme el Señor a entender era por los toros que el arzobispo virrey corría en viernes ... sentí una gran inspiración de escribirle, como lo hice, y dentro de un cuarto de hora le había enviado la carta por manos de nuestro vicario" (p. 244).

Aclara, sin embargo, que es "mi gran vileza y pobreza [la que ] movió a las piadosas entrañas de Dios a lástima, dándome de pura gracia tantos bienes y dones como me dio" (p. 248). Es decir, el poder le viene de su pobreza de espíritu, de su humildad.

Llegó a ser tan grande su fama y prestigio que antes de morir "reverenciasen los virreyes marqueses de Cerralbo a nuestra M. Inés de la Cruz ... En su última enfermedad se venía la marquesa a servirla de rodillas, con sus propias manos sacaba las bacinillas y ella le administra-ba la comida" (p. 254 ).

Otra religiosa, María de San Nicolás, en una ocasión le mandó decir al arzobispo D. Francisco del Manzo que no se regresara a España, como era su propósito, y "tanto era el concepto que tenía de sus palabra que, sin hacer examen de su fundamento, la obedeció" (p. 275). Su don de conocer el futuro se confirmó al saberse que la flota en que hubiera viajado el arzobispo se había perdido en el mar.

El doble discurso se refiere constantemente a la pobreza de espíritu, es decir a la humildad de estas mujeres que se dedicaban a "los más humildes empleos" (p. 147) y se llaman a sí mismas de "poco valor, mucha bajeza, grandes imperfecciones, indigna o villana y despreciable criatura" (p. 151 ), entre otras cosas. Pero, como vimos, lo anterior les permitía tener pobreza con espíritu, respaldada en los dones de profecía,

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conocimiento de los pensamientos íntimos, visiones y trato directo con Dios, lo que les daba la oportunidad de ejercer el poder de una forma difícilmente imaginable en mujeres de su condición.

En este texto de Sigüenza y Góngora se pueden pues apreciar diferentes tipos de pobreza: la "real", la "relativa'', la que se practicaba como una opción de vida, la "suma pobreza" y la "falsa pobreza".

Sin embargo, la "pobreza de espíritu", la humildad, fue el instrumen-to del que se sirvieron algunas de estas mujeres encerradas de por vida para ejercer una influencia, lograr un lugar en el mundo, prestigio en la sociedad, fama dentro y fuera del convento e, insisto, detentar un poder real ejercido gracias al atributo adicional que ésta les confería: la "pobreza con espíritu" que les permitió dirigirse sin miedo, y hasta con temeridad, desde a sus hermanas religiosas hasta, como vimos, a arzobispos y virreyes y, lo que es más importante, ser en muchas ocasiones escuchadas, obedecidas y temidas.

El Paraíso Occidental de Sigüenza y Góngora nos permite ver con claridad lo anterior, de manera que las "vidas", modelos de santidad, también pueden leerse como modelos del poder ejercido desde el encierro, escondido en pobrísimas celdas y guardado en herméticos conventos.

GUADALUPE TORRES !BARRA

Universidad Nacional Autónoma de México

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