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Cuento by Leslie Keith N. 2006
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S in t í tu lo por nefasto by LKN
No deseaba tanto ese día, volver a su casa tras el trabajo. Había estado sintiendo
unas ganas insaciables de fumarse uno de los cigarillos que guardaba desde aquel día en el hotel, cuando Nacho Ramírez le había propuesto matrimonio.
En las penumbras del paisaje urbano, luego de haberle dado la negativa, se besaron
por última vez. No fue un beso cualquiera, fue apasionado, como si supieran que de verdad se verían nunca más.
- Creo que no nos volveremos a ver...- dijo Nacho al separarse definitivamente de los
brazos que alguna vez le habían parecido frágiles y lozanos. Ahora en la oscuridad, no le parecían más que unos esqueléticos fragmentos que colgaban de unos hombros que ya no le eran conocidos.
Caramelo no dijo palabra alguna, sólo alcanzó a pensar, con la celeridad de las
circunstancias, que cuando se lo encontrase casualmente en la calle o se hallaran víctimas del azar en la calle, no le vendría la maldita sensación de incomodidad reprimida que suele venir en esos casos... la despedida había sido breve, pero satisfactoria.
Daba lo mismo ensuciarse los zapatos que alguna vez le habían guiñado el ojo tras la
vitrina de una tienda de exclusividades traídas de Europa. Sólo caminó empapando sus lindos tacos por charcos de indeseables fluidos hasta la entrada del hotel. Fue allí que tuvo la sensación de haber vivido ese momento con anterioridad. “Otro deja vú”, pensó mientras recordaba las muchas clases de psicología en las cuales se habían conocido, miradas fijas y extensas.
Ahora Caramelo sólo quería fumarse un cigarro. No le gustaban mucho, era una
fumadora “social”, sin embargo, sus pulmones no estaban para nada libres de tabaco. Nacho era un fumador empedernido, y pese a los constantes esfuerzos de Caramelo para que dejara el vicio, nunca lo logró. El mayor tiempo que había alcanzado sin la nicotina habían sido dos días y medio.
Caramelo observó el cigarrillo, aplastado y desfigurado, parte de los estragos de la
lucha contra el vicio de Nacho, pues tendía a quitarle los cigarros de la boca. Buscó en sus bolsillos por un encendedor y no encontró ni uno, decidió ir en su auto a algún local de comida rápida. Sacó las llaves del automóvil abrió la puerta y condujo hasta llegar a una tienda que quedaba sólo a unos tres minutos de su lugar de trabajo. Bajó, cerró la puerta con llave e ingresó al lugar. Había poca gente y nadie le puso atención al entrar. Creyó haber perdido sus encantos de antaño, pero prefirió no seguir enredándose en laberintos mentales que afectaran su vanidad tan directamente. Saludó al vendedor y le preguntó si tenía encendedor, pero antes de que intentara prender fuego al cigarro - que por ansiedad - ya tenía colgando de sus labios, apareció por la derecha a la altura de su pecho una mano con lumbre. Era Nacho Ramírez.
- Nunca pensé que te vería en estos pasos Caramelo, muriendo por fumarte un cigarrito -
Ella se quedó observándolo como a un fantasma... Todo lo que había ensayado en su mente para estas ocasines, se esfumaba.
- Parece que ya no tienes tantas ganas – dijo Nacho al verla confundida y tomó el cigarro de su boca - Mejor me lo das... Además me lo debes, te apuesto que éste era mío.
- Probablemente – respondió tratando de reconfigurarse. - Bueno, me tengo que ir, sólo venía por un cigarro. Nos vemos Caramelo - y le besó la
mano húmeda y fría. - Adiós - le contestó aún algo paralizada.
Caramelo decidió que era hora de marcharse, agradeció a quien la atendió - quien insistió en que bebiera un vaso de agua por la palidez de su rostro - y salió del negocio, abrió la puerta de su auto, encendió el motor, quedó un rato pensativa y luego se fue a su casa. No fumó esa noche, ni la siguiente, ni nunca más. De humos sólo supo al encender inciensos en su oficina. A Nacho Ramírez se lo encontró de nuevo en la calle, dos años más tarde, pero esta vez, en vez de palabras, quedáronse observando unos segundos. Nacho Ramírez creyó verla sonreir y le dio de vuelta un saludo con la mano. Caramelo – quien no había sonreido – sintió un remolino en el pecho y forzó una gran y temblorosa sonrisa. Ambos siguieron sus caminos. Ramírez continuó con sus viajes de negocios; Caramelo finalmente se instaló en Madrid. Sólo se cruzaron una última vez, cada uno de vacaciones, en un café bonaerense, pero ninguno divisó al otro.
Leslie Keith N. 2006