2
Sintaxis Carlos YUSTI Por algún tiempo estuve metido en la poesía. Es decir estuve escribiendo poemas. Era joven y formaba parte de un grupo que se reunía todas las tardes en algún café de la ciudad en Valencia. Este sarampión poético, que me infectó por meses, dio como resultado un buen número de poemas desgarrados y con mucho malditismo entrelíneas. Terminé quemándolos en una plaza pública con algunos amigos y todos los integrantes del grupo, en una especie de aquelarre aguardentoso y poético. “Darle el último toque a una obra, es decir, quemarla”, sentencia un aforismo de Lichtenberg. De mis poemas juveniles sólo quedó un montón de cenizas que guarde por un tiempo en un envase de vidrio. Con ellos quemé algo más que una obra. Hice que ardiera mi intención de escribir poesía. O más bien mi pretensión de ser poeta. Sin duda que eran poemas malos, refritos insufribles de mis lecturas, pero sobre todo mi pedantería de asumir la poesía desde ese costado de la inteligencia sin tomar en cuenta otros sentimientos. La poesía no se redacta, sino que viene a quemarropa dictada desde el alma. Escribir poemas y devenir en poeta municipal, o sea en poeta menor con una calle cerca de los merenderos de camioneros y microbuseros, es un tanto aterrorizante. No obstante conozco y he leído mucho poeta malo, he soportado demasiado poeta orillero, los cuales (como escribió Roque Daltón) sólo “comen mucho ángel en mal estado” y el poema les queda un tanto retorcido de ripios e imágenes de peluquería mal afeitadas. El otro día un señor le dijo a un amigo, quien se atrevió a decir que el era poeta. que recitara un poema, que a le gustaba mucho Justo Brito y Juan Tabare, hombres de vera y peinilla como no pare otra madre… Mi amigo un tanto incomodo dijo que él no era un poeta de esos. El señor atónito pregunto: ¿Qué de cuál tipo de poeta era?

Sintaxis

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Sobre el estilo.

Citation preview

Page 1: Sintaxis

Sintaxis

Carlos YUSTI

Por algún tiempo estuve metido en la poesía. Es decir estuve escribiendo poemas. Era joven y formaba parte de un grupo que se reunía todas las tardes en algún café de la ciudad en Valencia. Este sarampión poético, que me infectó por meses, dio como resultado un buen número de poemas desgarrados y con mucho malditismo entrelíneas. Terminé quemándolos en una plaza pública con algunos amigos y todos los integrantes del grupo, en una especie de aquelarre aguardentoso y poético.

“Darle el último toque a una obra, es decir, quemarla”, sentencia un aforismo de Lichtenberg. De mis poemas juveniles sólo quedó un montón de cenizas que guarde por un tiempo en un envase de vidrio. Con ellos quemé algo más que una obra. Hice que ardiera mi intención de escribir poesía. O más bien mi pretensión de ser poeta. Sin duda que eran poemas malos, refritos insufribles de mis lecturas, pero sobre todo mi pedantería de asumir la poesía desde ese costado de la inteligencia sin tomar en cuenta otros sentimientos. La poesía no se redacta, sino que viene a quemarropa dictada desde el alma.

Escribir poemas y devenir en poeta municipal, o sea en poeta menor con una calle cerca de los merenderos de camioneros y microbuseros, es un tanto aterrorizante. No obstante conozco y he leído mucho poeta malo, he soportado demasiado poeta orillero, los cuales (como escribió Roque Daltón) sólo “comen mucho ángel en mal estado” y el poema les queda un tanto retorcido de ripios e imágenes de peluquería mal afeitadas.

El otro día un señor le dijo a un amigo, quien se atrevió a decir que el era poeta. que recitara un poema, que a le gustaba mucho Justo Brito y Juan Tabare, hombres de vera y peinilla como no pare otra madre… Mi amigo un tanto incomodo dijo que él no era un poeta de esos. El señor atónito pregunto: ¿Qué de cuál tipo de poeta era?

Cada escritor arde como puede. Algunos arden a tiempo, otros se resisten al fuego y algunos se ahogan en la sintaxis profesoral (o en la prosa bostezante de las revistas arbitradas). El que no se quema nunca en ese poema al decir de Paul Valéry, que se escribe con esa sintaxis del alma.