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SOMOS SIEMBRA DE DIOS TEXTO ILUMINADOR PARA LA ETAPA DE EVALUACIÓN DEL PLAN DIOCESANO DE PASTORAL ARQUIDIÓCESIS DE MENDOZA 2012

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SOMOS SIEMBRA DE DIOS

TEXTO ILUMINADOR PARA LA ETAPA DE

EVALUACIÓN DEL PLAN DIOCESANO DE PASTORAL

ARQUIDIÓCESIS DE MENDOZA

2012

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SOMOS SIEMBRA DE DIOS Mt 13, 1–9. 19–23

I. INTRODUCCIÓN

Como Iglesia diocesana nos disponemos a una etapa de

evaluación de nuestro Plan Diocesano de Pastoral (PDP), Discípulos misioneros de Jesucristo, en comunión, para la vida de nuestro pueblo, 2008–2012.

Para mejor orientar nuestra oración y reflexión sobre el paso de

Dios en nuestra vida personal y comunitaria en estos años de actividad pastoral, proponemos la parábola del sembrador del evangelio de Mateo. Queremos ofrecer aquí una herramienta sencilla para la interpretación del texto, especialmente desde la tarea de renovar nuestro camino pastoral.

II. ELEMENTOS PARA LA LECTURA

1 Aquel día, Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. 2 Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. 3 Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: «El sembrador salió a sembrar. 4 Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. 5 Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; 6 pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. 7 Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. 8 Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta.9 ¡El que tenga oídos, que oiga!» […]

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18 Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. 19 Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. 20 El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, 21 pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. 22 El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. 23 Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno».

El evangelio de Mateo presenta la parábola del sembrador luego de una intensa actividad de Jesús. Ha anunciado con valentía y entusiasmo el Reino del Padre, curando enfermos, llamando a los primeros discípulos y mostrando con claridad las exigencias de su seguimiento. Durante esta actividad el Señor no sólo causa la perplejidad de algunos, sino que también se enfrenta con la cerrazón de algunos y la confabulación de otros para «buscar la forma de acabar con Él» (12, 14).

Es en ese contexto de anuncio, aceptación de algunos, rechazo

de otros, en que encontramos a Jesús ofreciéndonos una serie de parábolas sobre el Reino. El Señor nunca ofrece una definición exacta del Reino de los Cielos; sino que lo describe, lo presenta de modo velado por medio de parábolas. Por ello siempre encontramos la introducción «El Reino es como…; se parece a…; se puede comparar con…». El Reino, visto a lo largo de todas las parábolas, se trata de un nuevo orden de cosas, una nueva situación para el hombre, está ya presente y ha sido inaugurado por Jesús.

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III. LA PARÁBOLA Y EL PLAN DIOCESANO DE PASTORAL

La parábola del sembrador puede muy bien iluminar la situación

actual en que, como diócesis, nos encontramos frente a la evaluación de un tiempo pastoral determinado. Para la evaluación pastoral que pretendemos es necesario el discernimiento pastoral. No es suficiente una evaluación rápida de aciertos y falencias; necesitamos discernir el paso de Dios entre nosotros observando con agradecimiento la semilla arrojada por Él en nuestro campo. Una mirada creyente, y no simplemente calculadora, podrá ayudarnos a contemplar el Reino ya presente entre nosotros y los nuevos desafíos que éste nos despierta.

A continuación vienen propuestas algunas claves de

interpretación del texto evangélico desde nuestro camino de renovación y evaluación pastoral.

Es una parábola sobre la Palabra del Reino (v. 19): nuestro PDP

nos recuerda desde dónde evaluamos: «Es importante no perder nunca de vista el horizonte grande desde el cual evaluamos nuestra acción pastoral: el Reino de Dios. La esperanza cristiana nos sostiene cada día, en la labor nunca acabada de realizar el bien, la justicia y la caridad. Ninguna acción humana alcanzará, en esta historia, la perfección absoluta» (5.2.1). Nuestra mirada sobre los frutos recogidos deberá siempre tener el acento fuerte de la esperanza que el Reino de Dios tiene las características del accionar de Jesús, sus luchas, sus afanes, sus logros y fracasos, sus tiempos; y no los de un proyecto meramente humano. En definitiva, el hilo sutil que mantiene unida y llena de sentido la trama del Reino, no lo hilvana el hombre, sino Dios con la cooperación del hombre.

El sembrador salió a sembrar (v. 3): la imagen elegida para este

tiempo de revisión y programación muestra la mano del Señor Jesús, Sembrador del Padre, arrojando generosamente la semilla al campo.

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Sembrar para el Reino es lo que hacemos en nuestra tarea evangelizadora. Como la siembra de Jesús, la nuestra busca ser también amplia, generosa, confiada en ese Sembrador que confía aún en el terreno más árido y le regala su siembra. No la considera simplemente desperdiciada, sino que la siembra en la esperanza.

La semilla en el campo: el tiempo de observar el paso de Dios en

estos años de aplicación del PDP estará muy marcado por la mirada contemplativa (es decir, desde Dios) del campo de la pastoral ordinaria de nuestra diócesis. Es allí, en las tareas y acciones de parroquias, movimientos, asociaciones, organismos, colegios, etc. donde podremos observar el crecimiento de la semilla sembrada, los espacios escasamente regados, los frutos ya recogidos o la simiente malograda. En El Espíritu que nos anima hemos hecho referencia expresa a “revitalizar la pastoral ordinaria” (PDP 1.2.4) a favor de una mejor evangelización. Son variados los frentes de la acción cotidiana y ordinaria de la Iglesia en Mendoza; por ello, su observación requerirá espíritu atento y esfuerzo de análisis e interpretación por parte de sus actores. Con esto también ponemos el acento de la evaluación no tanto en el texto escrito del PDP, sino en la vida que ha podido cobrar en la pastoral de estos años de aplicación.

Distintos terrenos (vv. 4–8): Como en la parábola, la siembra del

Evangelio en nuestra diócesis tiene distintos niveles de aceptación y acogida. Los desafíos pastorales del PDP (capítulo 2) especifican diversas situaciones de la vida actual de los mendocinos que son un reto para la tarea evangelizadora. Nuestro campo y terreno de acción no es homogéneo en sus estructuras, ni simple en su interpretación. ¡Es realmente un campo de diversos terrenos! Es un consuelo y un desafío saber que la misma tarea de Jesús se vio sometida a estos vaivenes.

La realidad pastoral de una diócesis es compleja, variada, rica de

matices. Reducirla o cercarla por afán de comprenderla o enjuiciarla

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de modo rápido y simple, sería como matarla un poco. Se impone un discernimiento sereno y sabio de lo que vivimos.

Por otro lado, siempre será un desafío que, como agentes pastorales, sigamos dejando que la Palabra sea interpelación de nuestra propia vida.

IV. APORTES ESPIRITUALES PARA LA EVALUACIÓN PASTORAL

1. Algunos criterios para la evaluación pastoral

Al momento de evaluar la pastoral debemos considerar que lo hacemos desde un ángulo particular. Como comunidad eclesial, seguidores de Jesús, hay una serie de criterios que nos pueden servir de guía. Los criterios a seguir: nuestros criterios son los de Jesús y su Evangelio, interpretados en la Iglesia. Él es quien guía nuestro caminar pastoral. La medida no será el mero reclamo que la sociedad haga a la comunidad eclesial o lo que simplemente consensuamos entre todos. Las elecciones de Jesús, sus prioridades, sus criterios, sus opciones deberán ser las nuestras a la hora de evaluar nuestra tarea y misión. De aquí la importancia de empaparnos suficientemente de la vida y el mensaje del Señor Jesús. La comunidad que formamos: Los intereses personales o de grupos son observados desde una comunidad mayor. Es la comunidad diocesana quien ora y discierne lo que Dios le pide. Por ello es importante que todos los espacios pastorales y los estados de vida, ofrezcan, según su competencia, sus aportes bien discernidos y comprometidos en la vida de la Iglesia diocesana. El conocimiento que tenemos: algunos agentes pastorales y fieles en general han ido conociendo el PDP en el último tiempo. Muchos

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quedan aún por conocerlo. La evaluación del Plan debe estar precedida de un conocimiento suficiente del mismo. Con ello evitaremos volver sobre pasos ya dados en etapas anteriores. Los aportes a realizar: a la hora de formular el camino a recorrer es importante la lucidez y la claridad en las propuestas. Por ello dejamos de lado la opinión infundada o sesgada. Es fundamental que demos razones sólidas de nuestros aportes; ello ayuda a que los caminos propuestos se transmitan con mayor seguridad y sensatez.

2. El Espíritu del Hijo clama en nosotros

«La prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo ¡Abba!, es decir, ¡Padre!» (Gál 4,6).

Como la semilla sembrada busca la luz desde la profundidad de la

tierra, nuestro espíritu tiene ansias de la Luz, que es Cristo. Todo camino pastoral cuenta con la garantía de este «gemido inefable» del Espíritu que «viene en ayuda de nuestra debilidad» (Rm 8, 26).

La acción del Espíritu Santo en la Iglesia une nuestras tareas a la

misión única del Hijo, al tiempo que fortalece y anima el trabajo de tantos operarios de la mies.

«El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la

tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo» (Mc 4, 26-27). Tampoco nosotros sabemos cómo, pero el Espíritu hace germinar, en el silencio y en el secreto de la noche, la sencilla tarea que de día realizamos los simples servidores. Ésta es la esperanza que guardamos y la certeza que se adelanta a nuestra labor: el Espíritu es quien vivifica y hace germinar lo que sembramos.

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3. Algunos textos bíblicos Personal o comunitariamente será importante que el tiempo de

revisión del PDP esté marcado por la oración. Contemplar al Señor nos ayudará a conocer su voluntad y saber optar por ella.

Con este fin es que les proponemos a continuación una serie

variada de textos que podrán utilizarse en momentos de oración o reflexión en torno a la tarea de evaluación. Gál 5, 22-25: Los frutos del Espíritu. La experiencia de Dios nos hará sentir amor, paz, gozo, vida. Una pastoral guiada por el Espíritu da también sus frutos. Mc 16, 15; Mt 28,20; Lc 24, 46-49: Jesús confía a sus discípulos la misión de presentar su Reino. Que vayan a todo el mundo; se dirijan a todos los hombres, les hablen de la buena nueva y hagan discípulos de Cristo. El estará con ellos, con los que se dedican al servicio del Evangelio. Su principal misión será la de ser testigos con sus vidas de todo lo que les predicó Jesús. Lc 17, 20-21: El Reino de Dios está en medio de nosotros, en las circunstancias concretas de nuestra vida. Estamos invitados a vivir en ellas el Evangelio con el testimonio de vida. 1 Cor 3, 21-23: Cristo nos señala el criterio para el uso de todas las cosas creadas y a nuestro alcance: todas están a nuestra disposición, podremos servirnos de ellas, pero en cuanto nos ayuden a ir a Cristo, al ideal que Él nos propone, y entonces Cristo nos llevará al Padre.

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ANEXOS

Presentamos a continuación algunas ayudas que pueden servir

para la lectura e interpretación del texto bíblico elegido.

1. El texto en el contexto

El capítulo 13 de Mateo nos presenta una serie de parábolas sobre el Reino. Unas están dirigidas a la multitud en general. Otras están orientadas a sus discípulos más cercanos.

Parábolas dirigidas a la

multitud

«Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de

parábolas» (v. 34)

El sembrador vv. 1–23

La buena semilla y la cizaña vv. 24–30

El grano de mostaza vv. 31–32

La levadura v. 33

Parábolas dirigidas a los

discípulos.

«Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a casa

con sus discípulos…» (v. 36)

El tesoro escondido v. 44

La perla fina vv. 45–46

La red echada al mar vv. 47–50

El escriba convertido vv. 51–52

Todas las parábolas presentadas son de discernimiento, es decir,

nos dan una pista sobre cómo Dios mismo interpreta la compleja realidad que nos toca vivir y echan algo de luz respecto de nuestra postura ante las reiteradas invitaciones del Señor a compartir su vida divina.

Igualmente, estas parábolas, y especialmente la del sembrador, muestran el modo sencillo, fecundo y respetuoso en que el Reino se hace presente. No es de un modo impositivo, tampoco triunfal. Entra en la realidad del hombre tal y como es: marcada por la resistencia, el egoísmo y el aturdimiento de muchas otras realidades

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que se consideran más urgentes. Y el Reino, actuante ya en Jesús, no alardea con su presencia. Sólo espera ser reconocido y acogido. El Reino como propuesta de Dios es garantía de la libertad otorgada al hombre, al tiempo que signo de la confianza que el Padre tiene en que sus hijos pueden optar por el bien y seguirlo con fidelidad.

2. Otros textos bíblicos

A los textos ya presentados agregamos algunos más.

Hch 17, 22-28: ¿Quién es Dios? ¿Dónde está Dios? ¿Cómo encontrarle? San Pablo habla a los atenienses: Dios es el que ha hecho el mundo y todas las cosas; todos los que le buscan le encuentran; está siempre cerca de nosotros: en verdad no está lejos de ninguno, pues en El vivimos, nos movemos y existimos. 1Cor 9, 22-27: Somos llamados a vivir libres para servir a nuestros hermanos y al Evangelio, “me he hecho todo a todos, con el fin de salvar, sea como sea, a algunos. Lo hago por el Evangelio y con la esperanza de participar en sus promesas” (vv. 22-23). Libertad que pide esfuerzo y sacrificios. Rom 8, 28-30: Para ser testigos veraces del Evangelio, Dios Padre nos ha destinado a ser como su Hijo Jesucristo. Hemos sido llamados a ser otros Cristos para anunciar su mismo Evangelio. Comprender a Cristo y su misión es comprender nuestra vocación cristiana y el Reino. Cualquiera forma de vida cristiana implica la identificación con Cristo. Mt 4, 18-22; Lc 5, 1-11: Cristo busca e invita colaboradores. Hay entre ellos toda clase de personas de cualidades y caracteres diferentes. A todos invita con frases como “sígueme”, “los haré pescadores de hombres”. Y le siguen dejándolo todo.

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Mt 5, 1-25: Las bienaventuranzas. Los valores del Reino: pobreza, justicia, misericordia, etc. Las bienaventuranzas señalan la radicalidad del Evangelio: piden mucho, pero ofrecen más. Las bienaventuranzas son una norma clara para nuestras opciones pastorales.

3. Algunos textos de la Tradición

Los padres de la Iglesia, creyentes y misioneros de la primera

hora del cristianismo, son siempre una ayuda y referencia para nuestra oración y reflexión. Acercamos aquí algunos textos que pueden servir.

a. Cristo semilla

«Cristo es el rey, porque es la fuente de todo dominio. Cristo es el reino, porque en Él está la toda la gloria del reino. Cristo es el hombre, porque en Él toda la humanidad es renovada. Cristo es la semilla en la cual toda la grandeza de Dios aparece pequeña, con toda la pequeñez del hombre. ¿Y qué más diremos? Él se ha hecho todo para renovar todo en sí. Cristo, el hombre, tomó la semilla: es decir la humanidad de Cristo tomó el reino de Dios, que Él como Dios, poseía desde siempre. La arrojó en su huerto, es decir, en la Iglesia. La Iglesia es el huerto, bien cuidado, extendido sobre toda la tierra por la predicación del Evangelio».

SAN PEDRO CRISÓLOGO, Sermones sobre el evangelio de San Lucas, 35

b. El buen trabajo en el campo

«Entonces, después de todo el buen trabajo del campo, debemos sembrar enseguida la buena semilla para que produzca buen fruto. Pero además el cultivador que siembra su campo debe, al tirar la semilla, esconderla y hundirla en la tierra, porque si no los pájaros vendrán a comerla y se perderá. Después de haberla escondido, esperará de la misericordia de Dios la lluvia y el crecimiento del

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grano. Porque podrá tomarse todos los trabajos de limpiar, remover la tierra y sembrar, pero si Dios no manda lluvia sobre su sembradío, toda la labor será vana. Es así como debemos obrar. Si hacemos algún bien, escondámoslo por humildad y pongamos en manos de Dios nuestra debilidad, suplicándole mirar nuestros esfuerzos, que de otra manera serían inútiles».

DOROTEO DE GAZA, Conferencias 12

c. El grano de mostaza del Evangelio

«El Reino, pues, es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. En este hombre que siembra en su campo muchos ven al Salvador porque siembra en las almas de los fieles. Otros piensan que es el hombre mismo que siembra en su propio campo, es decir en sí mismo, en su corazón. ¿Quién es el que siembra sino nuestra inteligencia, nuestra alma que al recibir el grano de la predicación y fecundando la siembra por la humedad de la fe la hace multiplicarse en el campo de su corazón? La predicación del Evangelio es la menor de todas las doctrinas. A primera vista no parece verosímil esta doctrina que predica a un Dios hombre, un Cristo muerto y el escándalo de la cruz. Compara esta doctrina con los principios de los filósofos, con sus libros, con el esplendor de su elocuencia y su estilo armonioso y verás cuán inferior a las otras es la semilla del sembrador del Evangelio. Pero aquellos cuando crecen no muestran ningún vigor, ninguna vida, ninguna vitalidad. Totalmente flácidos, marchitos, producen legumbres y hierbas que pronto se secan y caen por tierra. En cambio esta predicación que al principio parecía insignificante, una vez sembrada en el alma del creyente en todo el mundo, no crece como legumbre sino que se desarrolla hasta hacerse árbol de modo que las aves del cielo -por las que debemos entender las almas de los creyentes o bien las potencias sometidas al servicio de Dios-, vienen a habitar en sus ramas».

SAN JERÓNIMO, Comentario al evangelio de San Mateo, Libro II (Mt 13)