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Somos testigos de la Misericordia del Padre Se acerca un tiempo especial para la Iglesia. Un tiempo para darnos cuenta la necesidad que tenemos de la misericordia de Dios. El Papa Francisco nos llama a participar con entusiasmo del Jubileo de la Misericordia, que iniciará solemnemente el 8 de diciembre con la apertura de la puerta de la Misericordia. Todo aquél que pase por ella podrá experimentar el amor de Dios que consuela, perdona y ofrece esperanza 1 . A veces la tentación de pretender solamente la justicia, nos ha hecho olvidar que la misericordia siempre es lo inicial. “Dios nos amó primero” 2 es el origen de todo, Dios da ese primer paso. El principio general de la gracia contiene una verdad que se constata una y otra vez: Dios toma siempre la iniciativa: Él nos ama, nos llama y nos regala una misión. Con Santa Teresa de Lisieux podemos decir que centrar la caridad solo en nuestras justicias sería un grave error 3 . Reconocer nuestra debilidad y pequeñez es el camino para agradar a Dios y eso nos hace mansos y humildes de corazón para anunciar las maravillas que Dios hace en nuestras propias vidas. En primer lugar, es importante ser conscientes de la necesidad que tenemos de la misericordia del Padre, que se nos ofrece cada vez que optamos por no permanecer en la mentira, es allí cuando recibimos el abrazo del Padre y se nos abre la posibilidad de una verdadera conversión. Si ponemos el acento solamente en las buenas obras realizadas, en las “propias justicias”, nos quedamos muy cortos: justicia y misericordia; justicia y caridad en Dios van siempre de la mano 4 . En segundo lugar, es bueno contemplar el ejemplo de los santos, que reflejan la misericordia de Dios de diversos modos: 1 Cfr. FRANCISCO, Papa – Misericordiae Vultus nro 3. 2 1Jn 4, 10. 3 “Todas nuestras justicias tienen manchas ante sus ojos” SANTA TERESA DE LISIEUX (Pri 6 [Or 1]) 4 Justicia y misericordia, justicia y caridad son dos realidades diferentes solamente para nosotros, los hombres, que distinguimos cuidadosamente un acto justo de uno de amor. Justo para nosotros es “eso que para otro es debido”, mientras que misericordioso es cuando se dona con bondad. Pareciera que una cosa excluyera a la otra, pero para Dios no es así: en Él, justicia y caridad coinciden; no hay una acción justa que no sea también un acto de misericordia y de perdón y, al mismo tiempo, no hay una acción misericordiosa que no sea perfectamente justa” BENEDICTO XVI, Papa – Charla con los presos en la cárcel de Rebibbia, diciembre 2011.

Somos testigos de la Misericordia del Padre - P. Nicolás Retes 2015

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Page 1: Somos testigos de la Misericordia del Padre - P. Nicolás Retes 2015

Somos testigos de la Misericordia del Padre

Se acerca un tiempo especial para la Iglesia. Un tiempo para darnos cuenta la necesidad que tenemos de la misericordia de Dios. El Papa Francisco nos llama a participar con entusiasmo del Jubileo de la Misericordia, que iniciará solemnemente el 8 de diciembre con la apertura de la puerta de la Misericordia. Todo aquél que pase por ella podrá experimentar el amor de Dios que consuela, perdona y ofrece esperanza1.

A veces la tentación de pretender solamente la justicia, nos ha hecho olvidar que la misericordia siempre es lo inicial. “Dios nos amó primero”2 es el origen de todo, Dios da ese primer paso.

El principio general de la gracia contiene una verdad que se constata una y otra vez: Dios toma siempre la iniciativa: Él nos ama, nos llama y nos regala una misión. Con Santa Teresa de Lisieux podemos decir que centrar la caridad solo en nuestras justicias sería un grave error3. Reconocer nuestra debilidad y pequeñez es el camino para agradar a Dios y eso nos hace mansos y humildes de corazón para anunciar las maravillas que Dios hace en nuestras propias vidas.

En primer lugar, es importante ser conscientes de la necesidad que tenemos de la misericordia del Padre, que se nos ofrece cada vez que optamos por no permanecer en la mentira, es allí cuando recibimos el abrazo del Padre y se nos abre la posibilidad de una verdadera conversión. Si ponemos el acento solamente en las buenas obras realizadas, en las “propias justicias”, nos quedamos muy cortos: justicia y misericordia; justicia y caridad en Dios van siempre de la mano4.

En segundo lugar, es bueno contemplar el ejemplo de los santos, que reflejan la misericordia de Dios de diversos modos: Santa Faustina Kowalska, Santa Teresa de Lisieux, Santo Cura de Ars, San Damian de Veuster, Beata Teresa de Calcuta, San Camilo de Lellis; una lista que es interminable con los seguidores de Jesús que se han visto cautivados por la mirada tierna y el obrar misericordioso de Cristo.

Quisiera detenerme en uno de estos santos que vivieron con intensidad la misericordia de Dios: San Pedro Claver5. Jesuita joven que escucha el llamado de Dios a través del portero de su convento y dándose cuenta que las almas de los indios en el “nuevo mundo” tienen un valor infinito, resuelve salir en su búsqueda, éstas tienen el precio de la sangre de Cristo.

Se traslada así a Cartagena de Indias (hoy Colombia), cuyo puerto es el centro de desembarque de millares de esclavos provenientes en su mayor parte de África. Si bien no tenía posibilidades de obrar en lo social o político, se pone al servicio de los más pobres,

1 Cfr. FRANCISCO, Papa – Misericordiae Vultus nro 3.2 1Jn 4, 10.3 “Todas nuestras justicias tienen manchas ante sus ojos” SANTA TERESA DE LISIEUX (Pri 6 [Or 1])4 “Justicia y misericordia, justicia y caridad son dos realidades diferentes solamente para nosotros, los hombres, que distinguimos cuidadosamente un acto justo de uno de amor. Justo para nosotros es “eso que para otro es debido”, mientras que misericordioso es cuando se dona con bondad. Pareciera que una cosa excluyera a la otra, pero para Dios no es así: en Él, justicia y caridad coinciden; no hay una acción justa que no sea también un acto de misericordia y de perdón y, al mismo tiempo, no hay una acción misericordiosa que no sea perfectamente justa” BENEDICTO XVI, Papa – Charla con los presos en la cárcel de Rebibbia, diciembre 2011.5 1580-1654.

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presentándose como “el esclavo de los negros para siempre”, buscando devolverles una dignidad a la cual jamás se imaginaban que podían acceder: la de saberse amados.

Con el tiempo Pedro Claver aprendió numerosos dialectos para comunicarse con los esclavos que sobrevivían a los largos viajes y llegaban a Cartagena, allí los acompañaba dándoles esperanzas y enseñándoles catequesis. Una catequesis basada en imágenes: grandes carteleras pintadas con colores en las cuales se retrataba la vida y misericordia de Jesús crucificado. Les explicaba las verdades de la fe y los mandamientos de Dios. Les daba una nueva esperanza para vivir: ¡Cristo!

Pedro Claver responde con todas sus fuerzas al llamado de Dios, vive a fondo la vocación recibida poniendo al servicio de los más necesitados y olvidados los dones que Dios le ha concedido.

Muchos son los que, en nuestra querida Iglesia Católica, se han animado a responder con un valiente “SI” al llamado de Dios.

Celebrar con intensidad el Jubileo de la Misericordia es una excelente oportunidad para convertir nuevamente nuestros corazones, sabiéndonos recibidos por el amor de Dios, que siempre perdona cuando nos arrimamos a Él. Algo importante, que no debemos olvidar, es que el acento no debe estar puesto solamente en el perdón de nuestros pecados y en la posibilidad de volver a Dios como signo de misericordia; sino principalmente en el amor entrañable que Dios tiene por cada uno de nosotros.

La génesis de toda vocación es el amor eterno con el que hemos sido amados, llamados y enviados. Celebrar el Jubileo de la Misericordia es también hacer memoria, hacer pasar por el corazón los gestos e intervenciones de Dios en la propia vida. Como Dios me sostuvo, como me salvó, como me guio en tal o cual momento de mi historia personal. Se trata de celebrar a un Dios cercano que camina con nosotros y que nos invita a vivir compartiendo los dones recibidos, con la certeza de que en cada obra buena, por humilde y pequeña que sea, el Reino de Dios crece a paso firme.

Ser testigos de la misericordia del Padre es experimentar en la propia vida el amor sin límites de Dios, es recibir el perdón que nos abre las puertas a la vida de la gracia, es valorar los dones que el Espíritu Santo nos ha dado en el bautismo y la confirmación, aceptando con un SI confiado la misión de contagiar a todos la ternura de Dios.

No te dejes ganar por el desánimo que ofrece muchas veces el mundo de hoy. Como Iglesia en salida tenemos mucho para ofrecer y compartir, no dejes de contar a los demás como el Señor te sostiene con su misericordia.

P. Nicolás Retes.