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Laura Guerrero Torres EIII204I – Sociales Nos entregamos a la boca del lobo Colombia, a lo largo de su historia, más específicamente a finales del siglo XX, ha presenciado hechos que más que recuerdos, hoy son olvido. Sucesos que han sido la base de anécdotas que al ser contadas pueden pasar por ficción de lo increíble que pueden llegar a sonar o por lo aterradoras que pueden ser. Vivimos en una sociedad entregada a la indiferencia, sumida en el silencio o peor, el terror, con el alma llena de dolor, impotencia y aun así, perdón, con personas que tienen los ojos llenos de brillo y la esperanza de poder seguir a pesar de; un país en donde hablar de nosotros lastima, donde abrir los ojos pesa, donde hablar y exigir justicia cuesta; donde la paz es un anhelo pero la fe es más fuerte en cada rincón de cada pueblo. Es difícil determinar, con precisión, en qué momento las FARC y los paramilitares transformaron sus principios, valores e ideologías de “una sociedad más justa y equitativa” a una guerra de intereses, dinero y poder, en donde las masacres en Colombia se empezaron a generar por las diferencias en cuestión de términos de adquisición, las estrategias políticas, sociales, económicas, militares o de cualquier otra índole con un fin determinado o por motivos que quizá, para algunos o la gran mayoría, aún son desconocidos. Las masacres en la cuales participaron grupos tanto insurgentes, paramilitares, como oficiales (ejército) tienen registro desde mucho tiempo atrás, desde la década de los 80 y hasta el presente, el número de vidas que han sido cobradas sobrepasa las 220.000 personas; refiriéndome claro, a la violentas maneras en que estos personajes decidieron atacar a poblaciones, grupos y personas de forma directa y despiadada, sin mencionar que fueron inhumanas y bastas; como las innumerables víctimas que dejaron atentados en pueblos como el Urabá cuando asesinaron a 22 sindicalistas del

Somos un país de fe

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Laura Guerrero Torres

EIII204I – Sociales

Nos entregamos a la boca del lobo

Colombia, a lo largo de su historia, más específicamente a finales del siglo XX, ha presenciado hechos que más que recuerdos, hoy son olvido. Sucesos que han sido la base de anécdotas que al ser contadas pueden pasar por ficción de lo increíble que pueden llegar a sonar o por lo aterradoras que pueden ser. Vivimos en una sociedad entregada a la indiferencia, sumida en el silencio o peor, el terror, con el alma llena de dolor, impotencia y aun así, perdón, con personas que tienen los ojos llenos de brillo y la esperanza de poder seguir a pesar de; un país en donde hablar de nosotros lastima, donde abrir los ojos pesa, donde hablar y exigir justicia cuesta; donde la paz es un anhelo pero la fe es más fuerte en cada rincón de cada pueblo.

Es difícil determinar, con precisión, en qué momento las FARC y los paramilitares transformaron sus principios, valores e ideologías de “una sociedad más justa y equitativa” a una guerra de intereses, dinero y poder, en donde las masacres en Colombia se empezaron a generar por las diferencias en cuestión de términos de adquisición, las estrategias políticas, sociales, económicas, militares o de cualquier otra índole con un fin determinado o por motivos que quizá, para algunos o la gran mayoría, aún son desconocidos.

Las masacres en la cuales participaron grupos tanto insurgentes, paramilitares, como oficiales (ejército) tienen registro desde mucho tiempo atrás, desde la década de los 80 y hasta el presente, el número de vidas que han sido cobradas sobrepasa las 220.000 personas; refiriéndome claro, a la violentas maneras en que estos personajes decidieron atacar a poblaciones, grupos y personas de forma directa y despiadada, sin mencionar que fueron inhumanas y bastas; como las innumerables víctimas que dejaron atentados en pueblos como el Urabá cuando asesinaron a 22 sindicalistas del campo bananero (1988), en el Nilo, Cauca (1992) cuando mataron a 21 indígenas por “invadir” un territorio “supuestamente” ancestral, en el Aro, Antioquia (1998) cuando quemaron el pueblo entero y dejaron a 27 personas sin vida o en Buenavista, Santa Marta (2001) donde mataron a decenas de inocentes, culpables de ser algo que nunca fueron, y así miles más.

El resultado de esta guerra en unas estadísticas logradas a pesar de la invisibilidad de los crímenes, de la negligencia por parte del estado, del poco esclarecimiento en pruebas y procesos, de la imposición de silencio y terror a los testigos, del ocultamiento y negación por parte de los culpables y de una indiferencia social que desvía todo el tiempo la atención, ha dejado en cifras al año 2013: 25.007 desaparecidos, 1.754 víctimas de violencia sexual, 6.421 niños, niñas y adolescentes reclutados, 4.744.046 personas desplazadas, 27.023 secuestros y 10.189 víctimas de minas anti-persona.

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Masacres realizadas en un 58,9% por grupos paramilitares, en un 17,3% por guerrilla, en un 8% por la fuerza pública y el 14,8% por grupo armados de los cuales aún se desconoce su identidad; asesinatos cometidos en un 38,4% por grupos paramilitares, 27,7% por grupos armados desconocidos, 16,8% por guerrillas y 10,1% a manos de la fuerza pública. En secuestros el trofeo se lo lleva la guerrilla con 90,4% a cargo de ellos y el otro 9,4% a cargo de paramilitares mientras que en desapariciones ganan las fuerzas públicas con un 42,9%, seguido de los paramilitares con 41,8% y 19,9% a cargo de grupos armados desconocidos. Aunque en daños contra bienes civiles se destacan las guerrillas con 84,1% y los demás con porcentajes cercanos al 5%. Formas inigualables de ordenar el territorio al “debilitar al adversario y acumular fuerzas…” 1.

Una guerra que ha transcurrido a lo largo y ancho del país pero que sin embargo resuena tan poco que el impacto se recibe solo a nivel local y no regional, donde la tendencia se dirige a la indiscriminación de métodos y víctimas con la prolongación de un sufrimiento que deja de ser individual para volverse colectivo, además de ser un ente despreciado en la memoria de las personas que se acostumbran al conflicto y se habitúan a una secuencia interminable. Nuestra gente sufre de amnesia colectiva y aun así, se resigna, se entrega a la boca del lobo porque de a pocos se ha perdido la esperanza de creer en una sociedad más equilibrada socialmente, un país que prefiere unirse al enemigo porque sabe que intentar vencerlo implica más dolor, humillación y decepción.

¿Será la Sociología el camino a seguir? No sé, creo que es una pregunta difícil de responder ahora que solo tengo vagas ideas de lo que es y sin embargo espero con ella, poder aprender a ver las dinámicas desde varias perspectivas; con los conocimientos que adquiriera, tal vez, poder ayudar a hacer del país un lugar donde las personas puedan volver a sus tierras, dormir sin miedo y levantarse sin angustias. O quizá, llegue a comprender la situación nacional para poder decir con certeza que solo y cuando dejemos de ser la madre patria de los creyentes, el país empezará a tener personas valientes y con coraje, que serán las que decidan enfrentar estás problemáticas y transformarlas desde el cambio propio con el fin de generar uno mayor en la realidad.

Auto-evaluación: 10

Bibliografía

1 http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/descargas/informes2013/bastaYa/capitulos/basta-ya-cap1_30-109.pdf

2 http://www.verdadabierta.com/nunca-mas/202-masacres-el-modelo-colombiano-impuesto-por-los-