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Sonata de Primavera Memorias del Marqués de Bradomín Por Ramón María del Valle-Inclán

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SonatadePrimaveraMemoriasdelMarquésdeBradomín

Por

RamónMaríadelValle-Inclán

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Anochecía cuando la silla de posta traspuso la Puerta Salaria ycomenzamosacruzarlacampiñallenademisterioyderumoreslejanos.Eralacampiñaclásicade lasvidesyde losolivos, consusacueductos ruinosos,ysuscolinasquetienenlagraciosaondulacióndelossenosfemeninos.Lasillade posta caminaba por una vieja calzada: Las mulas del tiro sacudíanpesadamente las colleras, y el golpe alegre y desigual de los cascabelesdespertaba un eco en los floridos olivares. Antiguos sepulcros orillaban elcaminoymustioscipresesdejabancaersobreellossusombravenerable.

Lasilladepostaseguíasiempre laviejacalzada,ymisojos fatigadosdemirar en la noche, se cerraban con sueño. Al fin quedéme dormido, y nodesperté hasta cerca del amanecer, cuando la luna, ya muy pálida, sedesvanecíaenelcielo.Pocodespués, todavíaentumecidoporlaquietudyelfríodelanoche,comencéaoírelcantodemadruguerosgallos,yelmurmullobullentedeunarroyoqueparecíadespertarseconelsol.Alolejos,almenadosmurossedestacabannegrosysombríossobrecelajesdefríoazul.Eralavieja,lanoble,lapiadosaciudaddeLigura.

EntramosporlaPuertaLorencina.Lasilladepostacaminabalentamente,yelcascabeleodelasmulashallabaunecoburlón,casisacrílego,enlascallesdesiertas donde crecía la yerba. Tres viejas, que parecían tres sombras,esperaban acurrucadas a la puerta de una iglesia todavía cerrada, pero otrascampanasdistantesyatocabanalamisadealba.Lasilladepostaseguíaunacalledehuertos, de caseronesyde conventos, una calle antigua, enlosadayresonante.Bajolosalerossombríosrevoloteabanlosgorriones,yenelfondodelacalleelfaroldeunahornacinaagonizaba.EltardopasodelasmulasmedejóvislumbrarunaMadona:SosteníaalNiñoenelregazo,yelNiño,rienteydesnudo,tendíalosbrazosparaalcanzarunpezquelosdedosvirginalesdelamadrelemostrabanenalto,comoenunjuegocándidoyceleste.Lasilladepostasedetuvo.EstábamosalaspuertasdelColegioClementino.

OcurríaestoenlosfelicestiemposdelPapa-Rey,yelColegioClementinoconservabatodassuspremáticas,susfuerosysusrentas.Todavíaeraretirodeilustres varones, todavía se le llamaba noble archivo de las ciencias. Elrectorado ejercíalo desde hacía muchos años un ilustre prelado: MonseñorEstefanoGaetani, obispo deBetulia, de la familia de los PríncipesGaetani.Paraaquelvarón,llenodeevangélicasvirtudesydecienciateológica,llevabayo el capelo cardenalicio. Su Santidad había querido honrar mis juvenilesaños, eligiéndome entre sus guardias nobles, para tan alta misión. Yo soyBibienadiRienzo,porlalíneademiabuelapaterna.JuliaAldegrina,hijadelPríncipeMáximodeBibiena,quemurióen1770,envenenadopor lafamosacomedianta Simoneta la Corticelli, que tiene un largo capítulo en lasMemoriasdelCaballerodeSentgal.

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**

Dosbedelesconsotanaybirretapaseábanseenelclaustro.Eranviejosyceremoniosos.Alvermeentrarcorrieronamiencuentro:

—¡Unagrandesgracia,Excelencia!¡Unagrandesgracia!

Medetuve,mirándolesalternativamente:

—¿Quéocurre?

Losdosbedelessuspiraron.Unodeelloscomenzó:

—Nuestrosabiorector...

Yelotro,llorosoydoctoral,rectificó:

—¡Nuestro amantísimo padre, Excelencia!... Nuestro amantísimo padre,nuestro maestro, nuestro guía, está en trance de muerte. Ayer sufrió unaccidentehallándoseencasadesuhermana...

Yaquíelotrobedel,quecallabaenjugándoselosojos,rectificóasuvez:

—LaSeñoraPrincesaGaetani.UnadamaespañolaqueestuvocasadaconelhermanomayordeSuIlustrísima.ElPríncipeFilipoGaetani.Aúnnohaceelañoquefallecióenunacacería.¡Otragrandesgracia,Excelencia!

Yointerrumpíunpocoimpaciente:

—¿MonseñorhasidotrasladadoalColegio?

—NolohaconsentidolaSeñoraPrincesa.Yaosdigoqueestáentrancedemuerte.

Inclinémeconsolemnepesadumbre:

—¡AcatemoslavoluntaddeDios!

Losdosbedelessesantiguarondevotamente.Alláenelfondodelclaustroresonaba un campanilleo argentino, grave, litúrgico. Era el viático paraMonseñor,ylosbedelessequitaronlasbirretas.Pocodespués,bajolosarcos,comenzaron a desfilar los colegiales: Humanistas y teólogos, doctores ybachilleres formaban larga procesión. Salían por un arco divididos en doshileras, y rezaban con sordo rumor. Sus manos cruzadas sobre el pecho,oprimíanlasbirretas,mientraslasflotantesbecasbarríanlaslosas.Yohinquéuna rodilla en tierra y los miré pasar. Bachilleres y doctores también memiraban. Mi manto de guardia noble pregonaba quién era yo, y ellos locomentabanenvozbaja.Cuandopasarontodos,melevantéyseguídetrás.

Lacampanilladelviáticoyaresonabaenelconfíndelacalle.Detiempoen tiempo algún viejo devoto salía de su casa con un farol encendido, yhaciendolaseñaldelacruzseincorporabaalcortejo.Nosdetuvimosenuna

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plaza solitaria, frente a un palacio que tenía todas las ventanas iluminadas.Lentamenteelcortejopenetróenelanchozaguán.Bajolabóveda,elrumordelos rezossehizomásgrave,yelargentinosonde lacampanilla revoloteabagloriososobrelasvocesapagadasycontritas.

Subimoslaseñorialescalera.Hallábansefrancastodaslaspuertas,yviejoscriadosconhachasdeceranosguiarona travésde los salonesdesiertos.LacámaradondeagonizaMonseñorEstefanoGaetaniestabasumidaenreligiosaoscuridad.Elnoblepreladoyacía sobreun lechoantiguocondoselde seda.Teníacerradoslosojos:Sucabezadesaparecíaenelhoyodelasalmohadas,ysu corvo perfil de patricio romano destacábase en la penumbra, inmóvil,blanco, sepulcral, como el perfil de las estatuas yacentes.En el fondo de laestancia, donde había un altar, rezaban arrodilladas la Princesa y sus cincohijas.

LaPrincesaGaetanieraunadamatodavíahermosa,blancayrubia:Teníala boca muy roja, las manos como de nieve, dorados los ojos y dorado elcabello.Alvermeclavóenmíunalargamiradaysonrióconamabletristeza.Yomeinclinéyvolvíacontemplarla.AquellaPrincesaGaetanimerecordabael retrato de María de Médicis, pintado cuando sus bodas con el Rey deFrancia,porPedroPabloRubens.

**

Monseñor apenas pudo entreabrir los ojos y alzarse sobre las almohadascuando el sacerdote que llevaba el viático se acercó a su lecho:Recibida lacomunión, su cabeza volvió a caer desfallecida, mientras sus labiosbalbuceaban una oración latina, fervorosos y torpes. El cortejo comenzó aretirarse en silencio:Yo también salí de la alcoba.Al cruzar la antecámara,acercóseámíunfamiliardeMonseñor:

—¿Vos,sinduda,soiselenviadodeSuSantidad?...

—Asíes:SoyelMarquésdeBradomín.

—LaPrincesaacabadedecírmelo...

—¿LaPrincesameconoce?

—Haconocidoavuestrospadres.

—¿Cuándopodréofrecerlemisrespetos?

—LaPrincesadeseahablarosahoramismo.

Nosapartamosparaseguirlapláticaenelhuecodeunaventana.Cuandodesfilaron los últimos colegiales y quedó desierta la antecámara, miréinstintivamente hacia la puerta de la alcoba, y vi a la Princesa que salíarodeada de sus hijas, enjugándose los ojos con un pañuelo de encajes. Me

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acerquéylebesélamano.Ellamurmuródébilmente:

—¡Enquétristeocasiónvuelvoaverte,hijomío!

La voz de la Princesa Gaetani despertaba en mi alma un mundo derecuerdos lejanos que tenían esa vaguedad risueña y feliz de los recuerdosinfantiles.LaPrincesacontinuó:

—¿Quésabesdetumadre?Deniñoteparecíasmuchoaella,ahorano...¡Cuántasvecestetuveenmiregazo!¿Noteacuerdasdemí?

Yomurmuréindeciso:

—Meacuerdodelavoz...

Y callé evocando el pasado. La Princesa Gaetani me contemplabasonriendo,ydepronto,eneldoradomisteriodesusojos,yoadivinéquiénera.Ámivezsonreí:Ellaentoncesmedijo:

—¿Yateacuerdas?

—Sí...

—¿Quiénsoy?

Volvíabesarsumano,yluegorespondí:

—LahijadelMarquésdeAgar...

Sonriótristementerecordandosujuventud,ymepresentóasushijas:

—María del Rosario, María del Carmen, María del Pilar, María de laSoledad,MaríadelasNieves...LascincosonMarías.

Conunasolayprofundareverencialassaludeatodas.Lamayor,MaríadelRosario,eraunamujerdeveinteaños,ylamáspequeña,MaríadelasNieves,unaniñadecinco.Todasmeparecieronbellasygentiles.MaríadelRosarioerapálida,conlosojosnegros,llenosdeluzardienteylánguida.Lasotras,entodosemejantesasumadre,teníandoradoslosojosyelcabello.LaPrincesatomóasientoenunanchosofádedamascocarmesí,yempezóahablarmeenvoz baja. Sus hijas se retiraron en silencio, despidiéndose de mí con unasonrisa,queeraa lavez tímidayamable.MaríadelRosariosalió laúltima.Creoqueademásdesuslabiosmesonrieronsusojos,perohanpasadotantosaños, que no puedo asegurarlo. Lo que recuerdo todavía es que viéndolaalejarse,sentíqueunanubedevagatristezamecubríaelalma.LaPrincesasequedó un momento con la mirada fija en la puerta por donde habíandesaparecidosushijas,yluego,conaquellasonrisadedamaamableydevota,medijo:

—¡Yalasconoces!

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Yomeincliné:

—¡Sontanbellascomosumadre!

—Sonmuybuenasyesovalemás.

Yoguardésilencio,porquesiemprehecreídoquelabondaddelasmujereses todavía más efímera que su hermosura. Aquella pobre señora creía locontrario,ycontinuó:

—María Rosario entrará en un convento dentro de pocos días. ¡Dios lahagallegaraserotraBeataFranciscaGaetani!

Yomurmuréconsolemnidad:

—¡Esunaseparacióntancruelcomolamuerte!

LaPrincesameinterrumpióvivamente:

—Sindudaqueesundolormuygrande,perotambiénesunconsuelosaberquelastentacionesylosriesgosdelmundonoexistenparaeseserquerido.Sitodas mis hijas entrasen en un convento, yo las seguiría feliz...¡DesgraciadamentenosontodascomoMaríaRosario!

Calló,suspirandoconlamiradaabstraída,yenelfondodoradodesusojosyo creí ver la llamadeun fanatismo trágicoy sombrío.En aquelmomento,unodelosfamiliaresquevelabanaMonseñorGaetaniasomósealapuertadelaalcoba,yallíestuvosinhacerruido,dudosodeturbarnuestrosilencio,hastaquelaPrincesasedignóinterrogarle,suspirandoentredesdeñosayafable:

—¿Quéocurre,DonAntonino?

DonAntoninosonrióconbeatitud:

—Ocurre, Excelencia, que Monseñor desea hablar al enviado de SuSantidad.

—¿Sabequeestáaquí?

—Losabe,sí,Excelencia.LehavistocuandorecibiólaSantaUnción.Auncuandopudieraparecerlocontrario,Monseñornohaperdidoelconocimientounsoloinstante.

Á todoestoyomehabíapuesto enpie.LaPrincesamealargó sumano,quetodavíaenaqueltrancesupebesarconmásgalanteríaquerespeto,yentréenlacámaradondeagonizabaMonseñor.

**

Elnoblepreladofijóenmílosojosmoribundosyquisobendecirme,perosumano cayó desfallecida a lo largo del cuerpo, almismo tiempo que unalágrima le resbalaba lenta y angustiosa por la mejilla. En el silencio de la

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cámara, sólo el resuello de su respiración se escuchaba. Al cabo de unmomentopudodecirconafanosobalbuceo:

—SeñorCapitán,quieroque llevéisel testimoniodemigratitudalSantoPadre...

Calló, y estuvo largo espacio con los ojos cerrados. Sus labios secos yazulencos,parecíanagitadosporeltemblordeunrezo.Alabrirdenuevolosojos,continuó:

—Mis horas están contadas. Los honores, las grandezas, las jerarquías,todo cuanto ambicioné durante mi vida, en este momento se esparce comovanacenizaantemisojosdemoribundo.DiosNuestroSeñornomeabandona,y me muestra la aspereza y desnudez de todas las cosas... Me cercan lassombras de la Eternidad, pero mi alma se ilumina interiormente con lasclaridadesdivinasdelaGracia...

Otraveztuvoqueinterrumpirse,yfaltodefuerzascerrólosojos.Unodelosfamiliaresacercóseyleenjugólafrentesudorosaconunpañuelodefinabatista.Después,dirigiéndoseamí,murmuróenvozbaja:

—SeñorCapitán,procuradquenohable.

Yoasentíconungesto.Monseñorabriólosojos,ynosmiróalosdos.Unmurmullo apagado salió de sus labios:Me incliné para oírle, pero no pudeentender loquedecía.El familiarmeapartó suavemente, ydoblándose a suvezsobreelpechodelmoribundo,pronuncióconamableimperio:

—¡AhoraesprecisoquedescanseSuIlustrísima!Nohabléis...

Elpreladohizoungestodoloroso.Elfamiliarvolvióapasarleelpañuelopor la frente, y al mismo tiempo, sus ojos sagaces de clérigo italiano, meindicabanquenodebíacontinuarallí.Comoelloeratambiénmideseo,lehiceuna cortesía yme alejé. El familiar ocupo un sillón que había cercano a lacabecera,yrecogiendosuavementeloshábitos,sedispusoameditar,oacasoadormir, pero en aquel momento advirtió Monseñor que yo me retiraba, yalzándoseconsupremoesfuerzo,mellamó:

—¡Notevayas,hijomío!QuieroquellevesmiconfesiónalSantoPadre.

Esperóaquenuevamentemeacercase,yconlosojosfijosenelcándidoaltarquehabíaenunextremodelacámara,comenzó:

—¡Dios mío, que me sirva de penitencia el dolor de mi culpa y lavergüenzaquemecausaconfesarla!

Los ojos del prelado estaban llenos de lágrimas. Era afanosa y ronca suvoz. Los familiares se congregaban en torno del lecho. Sus frentesinclinábansealsuelo:Todosaparentabanunagranpesadumbre,yparecíande

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antemano edificados por aquella confesión que intentaba hacer ante ellos elmoribundoobispodeBetulia.Yomearrodillé.Elpreladorezabaensilencio,con los ojos puestos en el crucifijo que había en el altar. Por sus mejillasdescarnadas las lágrimas corrían hilo á hilo. Al cabo de un momento,comenzó:

—Nació mi culpa cuando recibí las primeras cartas donde mi amigo,MonseñorFerrati,meanunciabaeldesignioquedeotorgarmeelcapeloteníaSuSantidad.¡Cuánflacaesnuestrahumananaturaleza,ycuánfrágilelbarrode que somos hechos! Creí que mi estirpe de Príncipes valía más que lacienciayquelavirtuddeotrosvarones:Nacióenmialmaelorgullo,elmásfataldelosconsejeroshumanos,ypenséquealgúndíaseríamedadoregiralaCristiandad.PontíficesySantoshuboenmicasa,yjuzguéquepodíasercomoellos.¡DeestasuertenosciegaSatanás!Sentíameviejoyesperéquelamuerteallanase mi camino. Dios Nuestro Señor no quiso que llegase a vestir lasagrada púrpura, y, sin embargo, cuando llegaron inciertas y alarmantesnoticias, yo temí que hiciese naufragarmis esperanzas lamuerte que todostemían de Su Santidad... ¡Dios mío, he profanado tu altar rogándote quereservasesaquellavidapreciosaporque, segadaenmás lejanosdías,pudierasermepropiciasumuerte!¡Diosmío,cegadoporelDemonio,hastahoynohetenidoconcienciademiculpa!¡Señor,túqueleesenelfondodelasalmas,túqueconocesmipecadoymiarrepentimiento,devuélvemetuGracia!

Calló, y un largo estremecimiento de agonía recorrió su cuerpo. Habíahabladoconapagadavoz, impregnadade apacibley serenodesconsuelo.Lahuella de sus ojeras se difundió por la mejilla, y sus ojos, cada vez máshundidosenlascuencas,senublaronconunasombrademuerte.Luegoquedóestirado, rígido, indiferente, la cabeza torcida, entreabierta la boca por larespiración,elpechoagitado.Todospermanecimosderodillas,irresolutos,sinosarllamarlenimovernos,pornoturbaraquelreposoquenoscausabahorror.Allá abajo exhalaba su perpetuo sollozo la fuente que había enmedio de laplaza,yseoíanlasvocesdeunasniñasquejugabanalarueda:Cantabanunaantigua letra de cadencia lánguida y nostálgica. Un rayo de sol, abrileño ymatinal, brillaba en los vasos sagrados del altar, y los familiares rezaban envoz baja, edificados por aquellos devotos escrúpulos que torturaban el almacándida del prelado... Yo, pecador demí, empezaba a dormirme, que habíacorridotodalanocheensilladeposta,ycansacuandoeslargaunajornada.

**

AlsalirdelacámaradondeagonizabaMonseñorGaetani,hallémeconunviejomayordomoquemeesperabaenlapuerta.

—Excelencia, mi Señora la Princesa, me envía para que os muestrevuestrashabitaciones.

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Yoapenaspudereprimirunestremecimiento.Enaquelinstante,nosédecirquévagoaromaprimaveraltraíaamialmaelrecuerdodelascincohijasdelaPrincesa.Muchome alegraba la idea de vivir en el Palacio Gaetani, y, sinembargo,tuvevalorparanegarme:

—Decid a vuestra Señora la Princesa Gaetani, que me hospedo en elColegioClementino.

Elmayordomoparecióconsternado:

—Excelencia,creedmequelacausáisunagrancontrariedad.Enfin,siosnegáis, tengo orden de llevarle recado. Os dignaréis esperar algunosmomentos.Estáterminandodeoírmisa.

Yohiceungestoderesignación:

—No ledigáisnada.DiosmeperdonarásiprefieroestePalacio,consuscincodoncellasencantadas,alosgravesteólogosdelColegioClementino.

El mayordomo me miró con asombro, como si dudase de mi juicio.Despuésmostródeseosdehablarme,pero trasalgunasvacilaciones, terminóindicándomeelcamino,acompañandolaaccióntansóloconunasonrisa.Yoleseguí.Eraunviejorasurado,vestidoconlargolevitóneclesiásticoquecasile rozaba los zapatos, ornados con hebillas de plata. Se llamaba Polonio,andabaen lapuntade lospies, sinhacer ruido,yacadamomentosevolvíaparahablarmeenvozbajayllenademisterio:

—PocasesperanzashaydequeMonseñorreservelavida...

Ydespuésdealgunospasos:

—YotengoofrecidaunanovenaalaSantaMadona.

Yunpocomásallá,mientraslevantabaunacortina:

—Noestabaobligadoamenos.MonseñormehabíaprometidollevarmeaRoma.

Yvolviendoacontinuarlamarcha:

—¡NoloquisoDios!...¡NoloquisoDios!...

De esta suerte atravesamos la antecámara, y un salón casi oscuro y unabibliotecadesierta.Allíelmayordomosedetuvo,palpándose las faltriquerasdesucalzón,anteunapuertacerrada:

—¡VálgameDios!...Heperdidomisllaves...

Todavía continuó registrándose: Al cabo dió con ellas, abrió y apartósedejándomepaso:

—LaSeñoraPrincesadeseaquedispongáisdelsalón,delabibliotecayde

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estacámara.

Yo entré.Aquella estanciamepareció en todo semejante a la cámara enque agonizaba Monseñor Gaetani. También era honda y silenciosa, conantiguoscortinajesdedamascocarmesí.Arrojé sobreun sillónmimantodeguardia noble, yme volvímirando los cuadros que colgaban de losmuros.Eran antiguos lienzos de la escuela florentina, que representaban escenasbíblicas:—Moiséssalvadode lasaguas,Susanay losancianos,Judithcon lacabezadeHolofernes.—Paraquepudieseverlosmejor,elmayordomocorriódeunladoalotrolevantandotodosloscortinajesdelasventanas.Despuésmedejó contemplarlos en silencio:Andaba detrás demí como una sombra, sindejar caer de los labios la sonrisa, una vaga sonrisa doctoral.Cuando juzgóqueloshabíamiradoatodosaborytalante,acercóseenlapuntadelospiesydejóoírsuvozcascada,másamableymisteriosaquenunca:

—¿Quéosparece?Sontodosdelamismamano...¡Yquémano!...

Yoleinterrumpí:

—¿Sinduda,AndreadelSarto?

ElSeñorPolonioadquirióuncontinentegrave,casisolemne:

—AtribuidosáRafael.

Mevolvíadirigirlesunanuevaojeada,yelSeñorPoloniocontinuó:

—Reparadquetansólodigoatribuidos.EnmihumildeparecervalenmásquesifuesendeRafael...¡YoloscreodelDivino!

—¿QuiéneselDivino?

Elmayordomoabriólosbrazosdefinitivamenteconsternado:

—¿Yvosme lopreguntáis,Excelencia? ¡Quiénpuedeser sinoLeonardodeVinci!...

Y guardó silencio, contemplándome con verdadera lástima. Yo apenasdisimulé una sonrisa burlona: el Señor Polonio aparentó no verla, y, sagazcomouncardenalromano,comenzóaadularme:

—Hastahoynohabíadudado...Ahoraosconfiesoquedudo.Excelencia,acasotengáisrazón.AndreadelSartopintómuchoeneltallerdeLeonardo,ysus cuadros de esa época se parecen tanto, que más de una vez han sidoconfundidos...EnelmismoVaticanohayunejemplo:LaMadonadelaRosa.Unos la juzgan del Vinci y otros del Sarto. Yo la creo delmarido de doñaLucreciadelFede,perotocadaporelDivino.Yasabéisqueeracosafrecuenteentremaestrosydiscípulos.

Yo leescuchabaconungestode fatiga.ElSeñorPolonio,al terminar su

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oración,mehizounaprofundareverencia,ycorrióconlosbrazosenalto,deunaenotraventana, soltando loscortinajes.Lacámaraquedóenunamedialuz,propiciaparaelsueño.ElSeñorPoloniosedespidióenvozbaja,comosiestuvieseenunacapilla,ysaliósinruido,cerrandotrassílapuerta...Eratantamifatiga,quedormíhastalacaídadelatarde.MedespertésoñandoconMaríaRosario.

**

Labibliotecateníatrespuertasquedabansobreunaterrazademármol.Enel jardín las fuentes repetían el comentario voluptuoso que parecen hacer atodoslospensamientosdeamor,susvoceseternasyjuveniles.Alinclinarmesobrelabalaustrada,yosentíqueelhálitodelaPrimaveramesubíaalrostro.Aquel viejo jardín de mirtos y de laureles mostrábase bajo el sol ponientellenodegraciagentílica.Enelfondo,caminandoporlostortuosossenderosdeun laberinto, las cincohermanas se aparecían con las faldas llenas de rosas,comoenuna fábulaantigua.A lo lejos, surcadopornumerosasvelas latinasqueparecíandeámbar, extendíaseelMarTirreno.Sobre laplayadedoradaarenamoríanmansas lasolas,yelsonde loscaracoles,conqueanunciabanlos pescadores su arribada a la playa, y el ronco canto del mar, parecíanacordarseconlafraganciadeaqueljardínantiguodondelascincohermanassecontabansussueñosjuvenilesalasombradelosrosáceoslaureles.

Se habían sentado en un gran banco de piedra a componer sus ramos.Sobre el hombro de María Rosario estaba posada una paloma, y en aquelcándido suceso yo hallé la gracia y el misterio de una alegoría. Tocaban áfiestaunascampanasdealdea,ylaiglesiaseperfilabaalolejos,enloaltodeuna colina verde, rodeada de cipreses. Salía la procesión, que anduvoalrededor de la iglesia, y distinguíanse las imágenes en sus andas, con losmantosbordadosquebrillabanal sol, y los rojospendonesparroquialesqueiban delante, flameando victoriosos como triunfos litúrgicos. Las cincohermanassearrodillaronsobrelayerba,yjuntaronlasmanosllenasderosas.

Los mirlos cantaban en las ramas, y sus cantos se respondíanencadenándoseenunritmoremoto,comolasolasdelmar.Lascincohermanashabíanvueltoasentarse:Tejíansusramosensilencio,yentrelapúrpuradelasrosas revoloteaban como albas palomas susmanos, y los rayos del sol quepasaban a través del follaje, temblaban en ellas como místicos hacesencendidos. Los tritones y las sirenas de las fuentes borboteaban su risaquimérica, y las aguasdeplata corrían con juvenilmurmullopor las barbaslimosas de los viejosmonstruosmarinos, que se inclinaban para besar a lassirenas,presasensusbrazos.LascincohermanasselevantaronparavolveralPalacio.Caminabanlentamenteporlossenderosdellaberintocomoprincesasencantadas que acarician unmismo ensueño.Cuandohablaban, el rumor desusvocesseperdíaenlosrumoresdelatarde,ysólolaondaprimaveraldesus

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risasselevantabaarmónicabajolasombradelosclásicoslaureles.

CuandopenetréenelsalóndelaPrincesayaestabanlaslucesencendidas.En medio del silencio resonaba llena de gravedad la voz de un ColegialMayor, que conversaba con las señoras que componían la tertulia de laPrincesa Gaetani. El salón era dorado y de un gusto francés, femenino ylujoso. Amorcillos con guirnaldas, ninfas vestidas de encajes, galantescazadoresyvenadosdeenramadacornamenta,poblabanlatapiceríadelmuro,ysobrelasconsolas,engraciososgruposdeporcelana,duquespastoresceñíanelfloridotalledemarquesasaldeanas.Yomedetuveunmomentoenlapuerta.Alverme,lasdamasqueocupabanelestradosonrieronyelColegialMayorsepusoenpie:

—PermítameelSeñorCapitánquelesaludeennombredetodoelColegioClementino.

Yme alargó sumano carnosa y blanca, que parecía reclamar la pastoralamatista. Por privilegio pontificio vestía beca de terciopelo que realzaba sufigurapróceryllenademajestad.Eraunhombrejoven,peroconloscabellosblancos.Teníalosojosllenosdefuego,lanarizaguileñaylabocadeestatua,firme y bien dibujada. La Princesa me lo presentó con un gesto lleno delanguidezsentimental:

—MonseñorAntonelli.¡Unsabioyunsanto!

Yomeincliné:

—Sé, Princesa, que los cardenales romanos le consultan las más arduascuestionesteológicas,ylafamadesusvirtudesatodaspartesllega...

ElColegialinterrumpióconsugravevoz,reposadayamable:

—Nosoymásqueunfilósofo,entendiendolafilosofíacomolaentendíanlosantiguos:Amoralasabiduría.

Después,volviendoasentarse,continuó:

—¿HabéisvistoaMonseñorGaetani?¡Quédesgracia!¡Tangrandecomoimpensada!...

Todosguardamosunsilenciotriste.Dosseñorasancianas,lasdosvestidasdesedaconnobleseveridad,interrogaronaunmismotiempoyconlamismavoz:

—¿Nohayesperanzas?

LaPrincesasuspiró:

—Nolashay...Solamenteunmilagro:

Denuevovolvió el silencio.En el otro extremodel salón lashijasde la

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Princesabordabanunpañodetisú, lascincosentadasenrueda.Hablabanenvoz baja las unas con las otras, y sonreían con las cabezas inclinadas: SóloMaríaRosariopermanecía silenciosa, ybordaba lentamente como si soñase.Temblabaenlasagujaselhilodeoro,ybajolosdedosdelascincodoncellasnacíanlasrosasylosliriosdelafloracelestequepueblalospañossagrados.Deimproviso,enmediodeaquellapaz,resonarontresaldabadas.LaPrincesapalideció mortalmente: Los demás no hicieron sino mirarse. El ColegialMayorsepusoenpie:

—Permitirán que me retire: No creí que fuese tan tarde... ¿Cómo hancerradoyalaspuertas?

LaPrincesarepusotemblando:

—Nolashancerrado.

Ylasdosancianasvestidasdesedanegra,susurraron:

—¡Algúninsolente!

Cambiaronentreellasunamirada tímida, comopara infundirseánimo,yquedaronatentas,conunligerotemblor.Lasaldabadasvolvíanasonar,peroestavezeradentrodelPalacioGaetani.Unaráfagapasóporelsalónyapagóalgunasluces.LaPrincesalanzóungrito.Todoslarodeamos:Ellanosmirabaconloslabiostrémulosylosojosasustados:Insinuóunavoz:

—CuandomurióelPríncipeFilipo,ocurrióesto... ¡Yél locontabadesupadre!

EnaquelmomentoelSeñorPolonioaparecióenlapuertadelsalón,yenella se detuvo. La Princesa incorporóse en el sofá, y se enjugó los ojos:Después,connobleentereza,leinterrogó:

—¿Hamuerto?

Elmayordomoinclinólafrente:

—¡YagozadeDios!

Una onda de gemidos se levantó en el estrado.Las damas rodearon a laPrincesa,yelColegialMayorsesantiguó.

**

MaríaRosario,conlosojosarrasadosdelágrimasguardabalentamentesusagujasysuhilodeoro.Yolaveíaenelotroextremodelsalón,inclinadasobreun menudo y cincelado cofre que sostenía abierto en el regazo: Sin dudarezaba en voz baja, porque sus labios semovían débilmente. En sumejillatemblaba la sombrade laspestañas,yyosentíaqueenel fondodemialmaaquelrostropálidotemblabaconelencantomisteriosoypoéticoquetiembla

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enel fondodeun lago, el rostrode la luna.MaríaRosario cerró el cofre, ydejandoenéllallavedeoro,lopusosobrelaalfombraparatomarenbrazosala más niña de sus hermanas que lloraba asustada. Después se inclinó,besándola. Yo veía cómo la infantil y rubia guedeja de María NievesdesbordabasobreelbrazodeMaríaRosario,yhallabaenaquelgrupolagraciacándida de esos cuadros antiguos que pintaron los monjes devotos de laVirgen.Laniñamurmuró:

—¡Tengosueño!...

—¿Quieresquellameatudoncellaparaqueteacueste?

—Malvina me deja sola. Se figura que estoy durmiendo y se va muydespacio,ycuandoestoysolatengomiedo.

MaríaRosarioalzóseconlaniñaenbrazos,ycomounasombrasilenciosay pálida atravesó el salón. Yo acudí presuroso a levantar el cortinaje de lapuerta. María Rosario pasó con los ojos bajos, sin mirarme: La niña, encambio,volvióhaciamísusclaraspupilas llenasde lágrimas,ymedijoconunavozmuytenue:

—Buenasnoches,Marqués,hastamañana.

—Adiós,preciosa.

YconelalmaheridaporeldesdénqueMaríaRosariomemostrara,volvíal estrado, donde la Princesa seguía con el pañuelo sobre los ojos. Lasancianas de su tertulia la rodeaban, y de tiempo en tiempo se volvíanaconsejadorasyprudentesparahablarenvozbajaconlasniñas,quetambiénsuspiraban,peroconmenosdolorquesumadre:

—Hijasmías,debéishacerqueseacueste.

—Hayquedisponerloslutos.

—¿DóndehaidoMaríaRosario?

ElColegialMayortambiéndejabaoíralgunavezsuvozgraveyamable:Cadapalabrasuyaproducíaunmurmullodeadmiraciónentrelasseñoras.Laverdadesquecuantomanabadesuslabiosparecíallenodecienciateológicaydeuncióncristiana.Deratoenratofijabaenmíunamiradarápidaysagaz,yyocomprendía,conunestremecimiento,queaquellosojosnegrosqueríanleerenmialma.Yoeraelúnicoqueallípermanecíasilencioso,yacasoelúnicoque estaba triste. Adivinaba, por primera vez en mi vida, todo el influjogalante de los prelados romanos, y acudía amimemoria la leyenda de susfortunas amorosas. Confieso que hubo instantes donde olvidé la ocasión, elsitioyhasta loscabellosblancosquepeinabanaquellasnoblesdamas,yquetuvecelos,celosrabiososdelColegialMayor.Deprontomeestremecí:Hacíaun momento que callaban todos, y en medio del silencio, el Colegial se

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acercabaamí:Posófamiliarsudiestrasobremihombro,ymedijo:

—CaroMarqués,esprecisoenviaruncorreoaSuSantidad.

Yomeincliné:

—Tenéisrazón,Monseñor.

Yélrepusoconextremadacortesía:

—Me congratula que seáis del mismo consejo... ¡Qué gran desgracia,Marqués!

—¡Muygrande,Monseñor!

Nos miramos de hito en hito, con un profundo convencimiento de quefingíamosporigual,ynosseparamos.ElColegialMayorvolvióalladodelaPrincesa,yyosalídelsalónparaescribiralCardenalCamarlengo,queloeraentoncesMonseñorSassoferrato.

**

María Rosario, en aquella hora, tal vez estaba velando el cadáver deMonseñorGaetani!Tuveestepensamientoalentrarenlabiblioteca,llenadesilencio y de sombras.Vino delmundo lejano, y pasó sobremi alma comosoplo de aire sobre un lago demisterio. Sentí en las sienes el frío de unasmanosmortales,y,estremecido,mepusedepie.Quedóabandonadosobrelamesaelpliegodepapel,dondesolamentehabía trazado lacruz,ydirigímispasoshacialacámaramortuoria.ElolordelacerallenabaelPalacio.Criadossilenciososvelabanenloslargoscorredores,yenlaantecámarapaseabandosfamiliares, queme saludaron con una inclinación de cabeza. Sólo se oía elrumordesuspisadasyelchisporroteodelosciriosqueardíanenlaalcoba.

Yolleguéhastalapuertaymedetuve:MonseñorGaetaniyacíarígidoensulecho,amortajadoconhábitofranciscano:Enlasmanosyertassosteníaunacruz de plata, y sobre su rostromarfileño la llama de los cirios, tan prontoponíaunresplandorcomounasombra.AlláenelfondodelaestanciarezabaMaríaRosario:Yopermanecíunmomentomirándola:Ellalevantólosojos,sesantiguótresveces,besólacruzdesusdedos,yponiéndoseenpievinohacialapuerta:

—¿Marqués,quedamimadreenelsalón?

—Allíladejé...

—Es preciso que descanse, porque ya lleva así dos noches... ¡Adiós,Marqués!

—¿Noqueréisqueosacompañe?

Ellasevolvió:

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—Acompañadme,sí...LaverdadesqueMaríaNievesmehacontagiadosumiedo...

Atravesamos la antecámara. Los familiares detuvieron un momento elsilencioso pasear, y sus ojos inquisidores nos siguieron hasta la puerta.Salimos al corredor, que estaba sólo, y sin poder dominarme estreché unamanodeMaríaRosario,yquisebesarla,peroellalaretiróconvivoenojo:

—¿Quéhacéis?

—¡Queosadoro!¡Queosadoro!

Asustada,huyóporellargocorredor.Yolaseguí.

—¡Osadoro!¡Osadoro!

Mialientocasi rozabasunuca,queerablancacomoladeunaestatua,yexhalabanoséquéaromadeflorydedoncella.

—¡Osadoro!¡Osadoro!

Ellasuspiróconangustia:

—¡Dejadme!¡Porfavor,dejadme!

Ysinvolverlacabeza,azorada,trémula,huíaporelcorredor.Sinalientoysinfuerzassedetuvoenlapuertadelsalón.Yotodavíamurmuréasuoído:

—¡Osadoro!¡Osadoro!

María Rosario se pasó la mano por los ojos y entró. Yo entré detrásatusándomeelmostacho.MaríaRosariosedetuvobajolalámparaymemiróconojosasustados,enrojeciendodepronto:Luegoquedópálida,pálidacomolamuerte.Vacilandoseacercóasushermanas,ytomóasientoentreellas,queseinclinaronensussillasparainterrogarla:Apenasrespondía.Sehablabanenvozbajacontímidamesura,yenlosmomentosdesilenciooíaseelpéndulodeun reloj.Poco apocohabía idomenguando la tertulia:Solamentequedabanaquellasdosseñorasde loscabellosblancosy losvestidosdegronegro.YacercademedianochelaPrincesaconsintióenretirarseadescansar,perosushijascontinuaronenel salón,velandohastaeldía,acompañadaspor lasdosseñoras,quecontabanhistoriasdesujuventud:Recuerdosdeantiguasmodasfemeninasyde lasguerrasdeBonaparte.Yoescuchabadistraído,ydesdeelfondodeunsillón,ocultoenlasombra,contemplabaaMaríaRosario:Parecíasumida en un ensueño: Su boca, pálida de ideales nostalgias, permanecíaanhelante como si hablase con las almas invisibles, y sus ojos inmóviles,abiertossobreel infinito,mirabansinver.Alcontemplarla,yosentíaqueenmicorazónselevantabaelamor,ardienteytrémulocomounallamamística.TodasmispasionessepurificabanenaquelfuegosagradoyaromabancomogomasdeArabia. ¡Hanpasadomuchosaños,y todavíael recuerdomehace

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suspirar!

**

Ya cerca del amanecer me retiré a la biblioteca. Era forzoso escribir alCardenalCamarlengo,ydecidíhacerloenaquellashorasdemonótonatristeza,cuando todas las campanas de Ligura se despertaban tocando á muerto, yprestes y arciprestes encomendaban a Dios el alma del difunto Obispo deBetulia.

En mi carta, dile a Monseñor Sassoferrato cuenta de todo muyextensamente,yluegodehaberlacradoypuestoloscincosellosconlasarmaspontificias,llaméalmayordomoyleentreguéelpliego,paraquesinpérdidademomento,uncorreolollevaseaRoma.Hechoesto,medirigíaloratoriodelaPrincesa,dondesinintervalosesucedíanlasmisasdesdeantesderayarelsol. Primero habían celebrado los familiares que velaran el cadáver deMonseñor Gaetani, después los capellanes de la casa, y luego algún obesocolegialmayorquellegabaapresuradoyjadeante.LaPrincesahabíamandadofranquear las puertas del Palacio, y a lo largo de los corredores sentíase elsordo murmullo del pueblo que entraba a visitar el cadáver. Los criadosvigilaban en las antesalas, y los acólitos pasaban y repasaban con su ropónrojoysuroqueteblanco,metiéndoseaempujonesporentrelosdevotos.

Al entrar en el oratoriomi corazónpalpitó.Allí estabaMaríaRosario, ycercanoaellatuvelasuertedeoírmisa.Recibidalabendiciónmeadelantéasaludarla.Ellamerespondiótemblando:Tambiénmicorazóntemblaba,perolosojosdeMaríaRosarionopodíanverlo.Yohubiéralerogadoquepusiesesumano sobre mi pecho, pero temí que desoyese mi ruego. Aquella niña eracruelcomotodaslassantasquetremolanenlatersadiestralapalmavirginal.Confiesoqueyo tengopredilecciónpor aquellasotrasqueprimerohan sidograndespecadoras.DesgraciadamenteMaríaRosarionuncaquisocomprenderqueerasudestinomuchomenosbelloqueeldeMaríadeMagdala.Lapobrenosabíaquelomejordelasantidadsonlastentaciones.Quiseofrecerleaguabendita,ycongalanteapresuramientomeadelantéa tomarla:MaríaRosariotocóapenasmisdedos,yhaciendolaseñaldelacruz,saliódeloratorio.Salídetrás,ypudeverlaunmomentoenelfondotenebrosodelcorredor,hablandoconelmayordomo.Alparecerledabaórdenesenvozbaja:Volviólacabeza,yviendoquemeacercaba,enrojecióvivamente.Elmayordomoexclamó:

—¡AquíestáelSeñorMarqués!

Yluego,dirigiéndoseamíconunaprofundareverencia,continuó:

—Excelencia,perdonadqueosmoleste,perodecidsiestáisquejosodemí.¿Hecometidoconvos,algunafalta,acasoalgúnolvido?...

MaríaRosarioleinterrumpióconenojo:

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—Callad,Polonio.

Elmelifluomayordomoparecióconsternado:

—¿Quéhiceyoparamerecer?...

—Osdigoquecalléis.

—Yosobedezco,perocomome reprocháishaberdescuidadoel serviciodelSeñorMarqués...

MaríaRosario,conlasmejillasllameantesylavoztimbradadecóleraydelágrimas,volvióainterrumpir:

—Osmandoquecalléis.Soninsoportablesvuestrasexplicaciones.

—¿Quéhiceyo,cándidapaloma,quéhiceyo?

MaríaRosario,conunpocomásdeindulgencia,murmuró:

—¡Basta!...¡Basta!...Perdonad,Marqués.

Y haciéndome una leve cortesía, se alejó. El mayordomo quedóse enmediodelcorredorconlasmanosenlacabezaylosojosllorosos:

—Hubiérame tratado así una de sus hermanas, yme hubiera reído... Lamáspequeñanoignoraqueesprincesina.No,nomehubierareído,porquesonmisseñoras...Peroella,ellaquejamáshareñidoconnadie,venirareñirhoyconestepobreviejo...¡Yquéinjustamente,Señor,quéinjustamente!

Yolepreguntéconunaemociónparamídesconocidahastaentonces:

—¿Eslamejordesushermanas?

—Y la mejor de las criaturas. Esa niña ha sido engendrada por losángeles...

YelSeñorPolonio,enternecido,comenzóun largo relatode lasvirtudesqueadornabanelalmadeaquelladoncellahijadepríncipes,yeraelrelatodelviejo mayordomo ingenuo y sencillo, como los que pueblan la LeyendaDorada.

**

Llegaban por el cadáver deMonseñor...Y elmayordomopartióse demilado muy afligido y presuroso. Todas las campanas de la histórica ciudaddoblabanauntiempo.Oíaseelcantolatinodelosclérigosresonandobajoelpórtico del Palacio, y elmurmullo de la gente que llenaba la plaza. Cuatrocolegiales mayores bajaron en hombros el féretro y el duelo se puso enmarcha.MonseñorAntonellimehizositioasuderecha,yconhumildad,quemeparecióestudiada, comenzóadolersede lomuchoquecon lamuertedeaquelsantoydeaquelsabioperdíaelColegioClementino:Yoatodoasentía

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con un vago gesto, y disimuladamente miraba a las ventanas, llenas demujeres:Monseñor tardó poco en advertirlo, yme dijo con una sonrisa tanamablecomosagaz:

—Sindudanoconocéisnuestraciudad.

—No,Monseñor.

—Sipermanecéisalgúntiempoentrenosotrosyqueréisconocerla,yomeofrezcoaservuestroguía.¡Estállenaderiquezasartísticas!

—Gracias,Monseñor.

Seguimos en silencio.El sonde las campanas llenaba el aire, y el gravecántico de los clérigos parecía reposar en la tierra, donde todo es polvo ypodredumbre.Jaculatorias,misereres,responsoscaíansobreelféretrocomoelagua bendita del hisopo. Encima de nuestras cabezas las campanas seguíansiempresonando,yel sol,unsolabrileño, joveny rubiocomounmancebo,brillabaenlasvestidurassagradas,enlasedadelospendonesyenlascrucesparroquialesconunalardedepoderpagano.

Atravesamoscasi toda la ciudad.Monseñorhabíadispuestoque sediesetierra a su cuerpo en el Convento de los Franciscanos, donde hacíamás decuatro siglos tenían enterramiento los Príncipes Gaetani. Una tradiciónpiadosa,dicequeelSantodeAsísfundóelConventodeLigura,yquevivióallíalgúntiempo.Todavíafloreceenelhuerto,elviejorosalquesecubríaderosas en todas las ocasiones que visitaba aquella fundación, el DivinoFrancisco. Llegamos entre dobles de campanas. En la puerta de la iglesia,alumbrándose con cirios, esperaba la Comunidad dividida en dos largashileras. Primero los novicios, pálidos, ingenuos, demacrados: Después losprofesos, sombríos, torturados,penitentes:Todos rezabancon lavistabajaysobrelassandaliaslosciriosllorabangotaagotasuceraamarilla.

Dijéronse muchas misas, cantóse un largo entierro, y el ataúd bajó alsepulcroqueesperabaabiertodesdeel amanecer.Cayó la losaencima,yuncolegialmebuscócondeferenciacortesana,para llevarmea lasacristía.Losfrailes seguían murmurando sus responsos, y la iglesia iba quedando ensoledad y en silencio. En la sacristía saludé a muchos sabios y venerablesteólogosquemeedificaronconsuspláticas.LuegovinoelPrior,unancianode blanca barba, que había vivido largos años en los Santos Lugares. Mesaludó con dulzura evangélica, y haciéndome sentar a su lado comenzó apreguntarmepor lasaluddeSuSantidad.Losgravesteólogoshicieroncorroparaescucharmisnuevas,ycomoeramuypoco loquepodíadecirles, tuveque inventar en honor suyo toda una leyenda piadosa y milagrera: ¡SuSantidadrecobrandolalozaníajuvenilpormediodeunareliquia!ElPriorconelrostroresplandecientedefe,mepreguntó:

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—¿DequéSantoera,hijomío?

—DeunSantodemifamilia.

TodosseinclinaroncomosiyofueseelSanto:Eltemblordeunrezo,pasópor las luengas barbas, que salían delmisterio de las capuchas, y en aquelmomentoyosentíeldeseodearrodillarmeybesarlamanodelPrior.Aquellamanoquesobretodosmispecadospodíahacerlacruz:EgoTeAbsolvo.

**

Cuando volví al Palacio hallé aMaríaRosario en la puerta de la capillarepartiendo limosnas entre una corte demendigos que alargaban las manosescuálidasbajo los rotosmantos.MaríaRosarioerauna figura idealquemehizo recordar aquellas santas hijas de príncipes y de reyes: Doncellas desoberanahermosura,queconsusmanosdelicadascurabana los leprosos.Elalmadeaquellaniñaencendíaseconelmismoanhelodesantidad.Aunaviejaencorvadaledecía:

—¿Cómoestátumarido,Liberata?

—¡Siemprelomismo,señorina!...¡Siemprelomismo!

Y después de recoger su limosna y de besarla, retirábase la viejasalmodiandobendiciones,temblonasobresubáculo.MaríaRosariolamirabaunmomento,yluegosusojoscompasivossetornabanhaciaotramendigaquedabaelpechoaunniñoescuálido,envueltoeneljiróndeunmanto:

—¿Estuyoeseniño,Paula?

—No,Princesina:Eradeunacurmanaquesehamuerto:Treshadejadolapobre,ésteeselmáspequeño.

—¿Ytúlohasrecogido?

—¡Lamadremelorecomendóalmorir!

—¿Yquéesdelosotrosdos?

—Por esas calles andan. El uno tiene cinco años, el otro siete: Pena damirarlos,desnudoscomoángelesdelCielo.

MaríaRosario tomóenbrazosalniño,y lobesócondos lágrimasen losojos.Alentregárseloalamendiga,ledijo:

—VuelveestatardeypreguntaporelSeñorPolonio.

—¡Gracias,miseñorina!

Unmurmulloardientecomounaoración,entreabriólasbocasrenegridasytristesdeaquellosmendigos:

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—¡LapobremadreseloagradeceráenelCielo!

MaríaRosariocontinuó:

—Ysiencuentrasalosotrosdospequeños,tráelostambiéncontigo.

—Losotros,hoynosédóndepoderhallarlos,miPrincesina.

Unviejodecalvasieny luengabarbanevada,serenoyevangélicoensupobreza,seadelantógravemente:

—Los otros, aunque cativo, tienen también amparo. Los ha recogidoBarberinalaPrisca.Unaviudalavanderaquetambiénamímetienerecogido.

Y el viejo, que insensiblemente había ido algunos pasos hacia delante,retrocedió tentando en el suelo con el báculo, y en el aire con una mano,porqueeraciego.MaríaRosariollorabaensilencio,yresplandecía,hermosaycándidacomounaMadona,enmediodelasórdidacortedemendigos,queseacercaban de rodillas para besarle las manos. Aquellas cabezas humildes,demacradas,miserables, tenían una expresión de amor.Yo recordé entonceslos antiguos cuadros, vistos tantas veces en un antiguo monasterio de laUmbría: Tablas prerrafaélicas que pintó en el retiro de su celda un monjedesconocido,enamoradodelosingenuosmilagrosqueflorecenlaleyendadelaReinadeTuringia.

MaríaRosariotambiénteníaunahermosaleyenda,ylosliriosblancosdela caridad también la aromaban. Vivía en el Palacio como en un convento.Cuandobajabaaljardíntraíalafaldallenadeespliegoqueesparcíaentresusvestidos, y cuando sus manos se aplicaban a una labor monjil, su mentesoñabasueñosdesantidad.EransueñosalboscomolasparábolasdeJesús,yelpensamientoacariciabalossueños,comolamanoacariciaelsuaveytibioplumajedelaspalomasfamiliares.MaríaRosariohubieraqueridoconvertirelPalacio en albergue donde se recogiese la procesión de viejos y lisiados, dehuérfanos y locos que llenaban la capilla pidiendo limosna y salmodiandopadrenuestros. Suspiraba recordando la historia de aquellas santas princesasqueacogíanensuscastillosalosperegrinosquevolvíandeJerusalén.

En laviejaciudadhablábasedeellacomodeunasanta lejana,unasantatriste y bella que de nadie se dejase ver. Sus días se deslizaban como esosarroyos silenciosos que parecen llevar dormido en su fondo el cielo quereflejan: Reza y borda en el silencio de las grandes salas desiertas ymelancólicas:Tiemblan las oraciones en sus labios, tiembla en sus dedos laaguja,queenhebraelhilodeoro,yenelpañodetisúflorecenlasrosasylosliriosquepueblanlosmantossagrados.Ydespuésdeldía,llenodequehacereshumildes, silenciosos, cristianos, por las noches se arrodilla en su alcoba, yrezaconfeingenuaalNiñoJesús,queresplandecebajounfanal,vestidoconalbade seda recamadade lentejuelasy abalorios.Lapaz familiar se levanta

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como una alondra del nido de su pecho, y revolotea por todo el Palacio, ycantasobrelaspuertas,alaentradadelasgrandessalas.MaríaRosariofueelúnicoamordemivida.Hanpasadomuchosaños,yalrecordarlaahoratodavíasellenandelágrimasmisojosáridos,yacasiciegos.

**

QuedabatodavíaelolordelaceraenelPalacio.LaPrincesatendidaenelcanapé de su tocador, se dolía de la jaqueca. Sus hijas, vestidas de luto,hablabanenvozbaja,ydetiempoentiempo,entrabaosalíasinruido,algunadeellas.Enmediodeungransilencio,laPrincesaincorporóselánguidamente,volviendo haciamí el rostro todavía hermoso, que parecíamás blanco bajounatocadenegroencaje:

—¿Xavier,túcuándotienesquevolveraRoma?

Yomeestremecí:

—Mañana,señora.

YmiréaMaríaRosario,quebajólacabezaysepusoencendidacomounarosa.LaPrincesa, sin repararenello,apoyó la frenteen lamano,unamanoevocacióndeaquellasqueenlosretratosantiguossostienenavecesunaflor,yavecesunpañolitodeencaje:Entanbellaactitudsuspirólargamente,yvolvióainterrogarme:

—¿Porquémañana?

—Porquehaterminadomimisión,señora.

—¿Ynopuedesquedartealgunosdíasmásconnosotras?

—Necesitaríaunpermiso.

—PuesyoescribiréhoymismoaRoma.

Miré disimuladamente a María Rosario: Sus hermosos ojos negros mecontemplaban asustados, y su boca intensamente pálida, que parecíaentreabierta por el anhelo de un suspiro, temblaba. En aquel momento, sumadrevolviólacabezahaciadondeellaestaba:

—MaríaRosario.

—Señora.

—Acuérdate de escribir en mi nombre a Monseñor Sassoferrato. Yofirmarélacarta.

MaríaRosario, siempre ruborosa, repuso con aquella serena dulzura queeracomounaroma:

—¿Queréisqueescribaahora?

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—Comoteparezca,hija.

MaríaRosariosepusoenpie.

—¿YquédebodecirleaMonseñor?

—Lenotificasnuestradesgracia,yañadesquevivimosmuysolas,yqueesperamos de su bondad un permiso para retener a nuestro lado por algúntiempoalMarquésdeBradomín.

María Rosario se dirigió hacia la puerta: Tuvo que pasar pormi lado yaprovechandoaudazmentelaocasión,ledijeenvozbaja:

—¡Mequedo,porqueosadoro!

Fingiónohabermeoído,ysalió.VolvímeentonceshacialaPrincesa,quememirabaconunasombradeafán,ylepreguntéaparentandoindiferencia:

—¿CuándotomaelveloMaríaRosario?

—Noestádesignadoeldía.

—LamuertedeMonseñorGaetani,acasoloretardará.

—¿Porqué?

—Porquehadeserunnuevodisgustoparavos.

—Nosoyegoísta.Comprendoquemihijaseráfelizenelconvento,muchomásfelizqueamilado,ymeresigno.

—¿EsmuyantigualavocacióndeMaríaRosario?

—Desdeniña.

—¿Ynohatenidoveleidades?

—¡Jamás!

Yomeatuséelbigoteconlamanounpocotrémula.

—EsunavocacióndeSanta.

—Sí, de Santa... Te advierto que no sería la primera en nuestra familia.Santa Margarita de Ligura, Abadesa de Fiesoli, era hija de un PríncipeGaetani. Su cuerpo se conserva en la capilla del Palacio, y después decuatrocientosañosestácomosi acabasedeexpirar:Parecedormida. ¿Túnobajastealacripta?

—No,señora.

—Puesesprecisoquebajesundía.

Quedamosensilencio.LaPrincesavolvióasuspirarllevándoselasmanosalafrente:Sushijas,alláenelfondodelaestancia,sehablabanenvozbaja.

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Yo lasmirabasonriendoyellasme respondíanen idéntica forma,conciertaalegría infantil yburlona, que contrastaba con susnegrosvestidosdeduelo.Empezabaadecaerlatarde,ylaPrincesamandóabrirunaventanaquedabasobreeljardín.

—¡Memareaelolordeesasrosas,hijasmías!

Y señalaba los floreros que estaban sobre el tocador.Abierta la ventana,unaligerabrisaentróenlaestancia:Eraalegre,perfumadaygentilcomounmensajedelaPrimavera:Susalasinvisiblesalborotaronlosrizosdeaquellascabezas juveniles, que allá en el fondo de la estancia me miraban y mesonreían.¡Rizosrubios,dorados,luminosos,cabezasadorables,cuántasvecesos he visto en mis sueños pecadores más bellas que esas aladas cabezasangélicasquesolíanverensussueñoscelestialeslossantosermitaños!

**

Laprincesaseacostóalcomienzode lanoche,pocodespuésdel rosario.Enelsalón,medioapagado,hablabanenvozbajalasviejasdamasquedesdehacía veinte años acudían regularmente a la tertulia del Palacio Gaetani:Comenzabaasentirseelcalor,yestabanabiertas laspuertasdecristalesquedabanaljardín.DoshijasdelaPrincesa,MaríaSocorroyMaríaPilar,hacíanloshonores:Laconversacióneralánguida,deunalanguidezapocadaybeata.Afortunadamente,alsonarlasnueveenelrelojdelaCatedral,lasseñorasselevantaron,yMaríaSocorroyMaríaPilarsalieronacompañándolas.Yoquedésoloenelvastosalón,ynosabiendoquéhacer,bajéaljardín.

Era una noche de Primavera, silenciosa y fragante. El aire agitaba lasramas de los árboles con blando movimiento, y la luna iluminaba por uninstantelasombrayelmisteriodelosfollajes.Sentíasepasarporeljardínunlargoestremecimiento,yluegotodoquedabaenesaamorosapazdelasnochesserenas. En el azul profundo temblaban las estrellas, y la quietud del jardínparecía mayor que la quietud del cielo. A lo lejos, el mar, misterioso yondulante, exhalaba su eterna queja. Las dormidas olas fosforecían al pasartumbando los delfines, y una vela latina cruzaba el horizonte bajo la lunapálida.

Yo recorría un sendero orillado por floridos rosales: Las luciérnagasbrillabanalpiedelosarbustos,elaireerafragante,yelmáslevesoplobastabaparadeshojarenlostalloslasrosasmarchitas.Yosentíaesavagayrománticatristeza que encanta los enamoramientos juveniles, con la leyenda de losgrandesy trágicosdoloresque sevistena lausanzaantigua.Consideraba laheridademicorazóncomoaquellasquenotienencura,ypensabaquedeunmodofataldecidiríademisuerte.Conextremosverterianossoñabasuperaratodos los amantes que en el mundo han sido, y por infortunados y lealespasaronalahistoria,yaúnasomaronmásdeunavezlafazlacrimosaenlas

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cantigas del vulgo.Desgraciadamente, quedéme sin superarlos, porque talesromanticismosnuncafueronotracosaqueunperfumederramadosobretodosmis amores de juventud. ¡Locuras gentiles y fugaces que duraban algunashoras,yque,sindudaporeso,mehanhechosuspirarysonreírtodalavida!

De pronto huyeronmis pensamientos.Daba las doce el viejo reloj de laCatedral,ycadacampanada,enel silenciodel jardín, retumbóconmajestadsonora.Volvíalsalón,dondeyaestabanapagadaslasluces.Enloscristalesdeunaventanatemblabaelreflejodelaluna,yallá,enelfondo,brillabalaesferade un reloj, que con delicado y argentino son daba también las doce. Medetuve en la puerta, para acostumbrarme a la oscuridad, y poco a pocomisojoscolumbraronlaformainciertadelascosas.Unamujerhallábasesentadaenelsofádelestrado.Yosólodistinguíasusmanosblancas:Elcuerpoeraunasombranegra.Quiseacercarme,yvicómosinruidoseponíaenpieycómosin ruido se alejaba y desaparecía.Hubiérala creído un fantasma engaño demisojos, si aldejardeverlano llegasehastamíunsollozo.Alpiedel sofáestabacaídounpañueloperfumadoderosasyhúmedodellanto.Lobeséconafán.NodudabaqueaquelfantasmahabíasidoMaríaRosario.

Pasélanocheenvela,sinconseguirconciliarelsueño.Virayarelalbaenlasventanasdemialcoba,ysóloentonces,enmediodelalegrevolteardeunesquilónquetocabaamisa,medormí.Aldespertarme,yamuyentradoeldía,supe con profundo reconocimiento cuánto por la salud de mi alma seinteresabalaPrincesaGaetani.LanobleseñoraestabamuyafligidaporqueyohabíaperdidoelOficioDivino.

**

Alcaerdelatardellegaronaquellasdosseñorasdeloscabellosblancosylosnegrosycrujientesvestidosdeseda.LaPrincesaseincorporósaludándolasconamableydesfallecidavoz:

—¿Dóndehabéisestado?

—¡HemoscorridotodaLigura!

—¡Vosotras!

AnteelasombrodelaPrincesa,lasdosseñorassemiraronsonriendo:

—Cuéntaletú,Antonina.

—Cuéntaletú,Lorencina.

Y luego las dos comienzan el relato al mismo tiempo: Habían oído unsermónenlaCatedral:HabíanpasadoporelConventodelasCarmelitasparapreguntar por la Madre Superiora que estaba enferma: Habían velado alSantísimo.AquílaPrincesainterrumpió:

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—¿YcómosiguelaMadreSuperiora?

—Todavíanobajaallocutorio.

—¿Aquiénhabéisvisto?

—AlaMadreEscolástica.¡Lapobresiempretanbuenaytancariñosa!Nosabescuántonospreguntóportiyportushijas:NosenseñóelhábitodeMaríaRosario:Ibaamandárseloparaqueloprobase:Lohacosidoellamisma:Dicequeseráelúltimo,porqueestácasiciega.

LaPrincesasuspiró:

—¡Yonosabíaqueestuvieseciega!

—Ciegano,perovemuypoco.

—Puesnotieneañosparaeso...

LaPrincesaacabóconungestodefatiga,llevándoselasmanosalafrente.Después se distrajo mirando hacia la puerta, donde asomaba la escuálidafiguradelSeñorPolonio.Detenidoenelumbral,elmayordomosaludabaconunaprofundareverencia:

—¿DasupermisomiSeñoralaPrincesa?

—Adelante,Polonio.¿Quéocurre?

—Ha venido el sacristán de las Madres Carmelitas con el hábito de laSeñorina.

—¿Yellalosabe?

—Probándoseloqueda.

Aloíresto,lasotrashijasdelaPrincesa,quesentadasenrueda,bordabanelmantodeSantaMargaritadeLigura,habláronseenvozbaja, juntandolascabezas,y salieronde la estancia conalegremurmullo, enungrupocastoyprimaveralcomoaquelquepintóSandroBoticelli.LaPrincesa lasmiróconmaternalorgullo,yluegohizounademándespidiendoalmayordomo,que,enlugardeirse,adelantóalgunospasosbalbuciendo:

—Yahe dado el últimoperfil al Paso de lasCaídas...Hoy empiezan lasprocesionesdeSemanaSanta.

LaPrincesareplicócondesdeñosaaltivez:

—Ysindudahascreídoqueyoloignoraba.

Elmayordomoparecióconsternado:

—¡LíbremeelCielo,Señora!

—¿Puesentonces?...

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—Hablandodelasprocesiones,elsacristándelasMadresmedijoquetalvezesteañonosaliesenlasquecosteaypatrocinamiSeñoralaPrincesa.

—¿Yporquécausa?

—PorlamuertedeMonseñor,yellutodelacasa.

—Nadatienequeverconlareligión,Polonio.

AquílaPrincesacreyódelcasosuspirar.Elmayordomoseinclinó:

—Cierto,Señora,ciertísimo.Elsacristán lodecíacontemplandomiobra.YasabelaSeñoraPrincesa...ElPasodelasCaídas...EsperoquemiSeñorasedigneverlo...

Elmayordomosedetuvosonriendoceremoniosamente.LaPrincesaasintióconungesto,yluegovolviéndoseamípronuncióconligeraironía:

—¿Túacasoignorasquemimayordomoesungranartista?

Elviejoseinclinó:

—¡Unartista!...Hoydíayanohayartistas.Loshuboenlaantigüedad.

Yointervineconmijuvenilinsolencia:

—¿Perodequéépocasois,SeñorPolonio?

Elmayordomorepusosonriendo:

—Vostenéisrazón,Excelencia...Hablandoconverdad,nopuedodecirqueésteseamisiglo...

—Vospertenecéisalaantigüedadmásclásicaymásremota.¿Ycuálartecultiváis,SeñorPolonio?

ElSeñorPoloniorepusoconsumamodestia:

—Todas,Excelencia.

—¡SoisunnietodeMiguelÁngel!

—Elcultivarlastodasnoquieredecirqueseamaestroenellas,Excelencia.

La Princesa sonrió con aquella amable ironía que al mismo tiempomostrabaseñorilycompasivoafectoporelviejomayordomo:

—Xavier, tienes que ver su última obra: ¡El Paso de las Caídas! ¡Unamaravilla!

Lasdosancianasjuntaronlassecasmanosconinfantiladmiración:

—¡SicuandojovenhubieraqueridoiraRoma!...¡Oh!

Elmayordomollorabaenternecido:

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—¡Señoras!...¡MisnoblesMecenas!

Deprontoseoyómurmullodejuvenilesvocesqueseaproximaban,yunmomento después el coro de las cinco hermanas invadía la estancia.MaríaRosariotraíapuestoelblancohábitoquedebíallevardurantetodalavida,ylasotrasseagrupabanen tornocomosi fueseunaSanta.Alverlasentrar, laPrincesaseincorporómuypálida:Laslágrimasacudíanasusojos,yluchabaenvanoporretenerlas.CuandoMaríaRosarioseacercóabesarlelamano,leechó los brazos al cuello y la estrechó amorosamente. Quedó despuéscontemplándola,ynopudocontenerungritodeangustia.

**

Yo estaba tan conmovido que, como en sueños, oí la voz del viejomayordomo:Hablabadespuésdeunprofundosilencio:

—Si merezco el honor... Perdonad, pero ahora van a llevarse esa pobreobrademismanospecadoras.Siqueréisverla,apenasquedatiempo...

Las dos señoras se levantaron sacudiéndose las crujientes y arrugadasfaldas:

—¡Oh!...Vamosallá.

AntesdesaliryacomenzaronlasexplicacionesdelSeñorPolonio:

—ConvienesaberqueelNazarenoyelCirineosonlosmismosquehabíaantiguamente.Demimanosonúnicamentelosjudíos.Loshicedecartón.Yaconocenmiantiguamaníadehacercaretas.Unamaníayde laspeores.ConelladigranimpulsoalosCarnavales,queeslafiestadeSatanás.¡Aquí,antesnadie se vestía de máscara, pero como yo regalaba a todo el mundo miscaretasdecartón!¡Diosmeperdone!LosCarnavalesdeLigurallegaronaserfamososenItalia...VenganporaquísusExcelencias.

Pasamosaunagransalaqueteníalasventanascerradas.ElSeñorPolonioadelantóseparaabrirlas.Despuéssevolviópidiendomilperdones,ynosotrosentramos.Misojosquedaronextasiadosalverenmediodelasalaunasandascon JesúsNazareno, entre cuatro judíos torvos y barbudos.Las dos señorasllorabandeemoción:

—¡SiconsiderásemosloqueNuestroSeñorpadeciópornosotros!

—¡Ay!...¡Siloconsiderásemos!

En presencia de aquellos cuatro judíos vestidos a la chamberga, eraindudableque lasdevotas señorasprocurabanhacersecargodeldramade laPasión.ElSeñorPoloniodabavueltasentornodelasandas,yconlosnudillosgolpeabasuavementelasfierascabezasdeloscuatrodeicidas:

—¡De cartón!... Sí, señoras, igual que las caretas. Fue una idea queme

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vinosinsabercómo.

Lasdamasrepetíanjuntandolasmanos:

—¡Inspiracióndivina!...

—¡Inspiracióndeloalto!...

ElSeñorPoloniosonreía:

—Nadie, absolutamentenadie, esperabaquepudiese realizar la idea...Seburlaban de mí... Ahora, en cambio, todo se vuelven parabienes. ¡Y yoperdonoaquellossarcasmos!¡Hellevadomiideaenlafrenteunañoentero!

Oyéndole,lasseñoras,repetíanenternecidas:

—¡Inspiración!...

—¡Inspiración!...

JesúsNazareno,desmelenado,lívido,sangriento,agobiadobajoelpesodelacruz,parecíaclavarennosotros sumiradadulceymoribunda.Loscuatrojudíos, vestidos de rojo, le rodeaban fieros. El que iba delante tocaba latrompeta. Los que le daban escolta a uno y otro lado, llevaban sendasdisciplinas,yaquelquecaminabadetrás,mostrabaalpueblo la sentenciadePilatos.Eraunpapeldemúsica,yelmayordomotuvocuidadodeadvertirnoscómoenaqueltiempodegentiles, losescribanoshacíanunosgarabatosmuysemejantes a los que hacen los músicos. Volviéndose a mí con gravedaddoctoral,continuó:

—Los moros y los judíos todavía escriben de una manera semejante.¿Verdad,Excelencia?

CuandoelSeñorPolonio sehallabaenesta erudita explicación, llegóunsacristáncapitaneandoacuatrodevotosqueveníanparallevarsealaiglesiadelosCapuchinosaquelfamosoPasodelasCaídas.ElSeñorPoloniocubriólasandasconunacolcha,ylesayudóalevantarlas.Despuéslosacompañóhastalapuertadelaestancia:

—¡Cuidado!...Notropezarconlasparedes...¡Cuidado!...

Enjugóse las lágrimas, y abrió una ventana para verlos salir. La primerapreocupacióndelsacristán,cuandoasomóen lacalle, fuemiraralcielo,queestabacompletamenteencapotado.Luegosepusoalfrentedesutropa,yechópormedio.Loscuatrodevotosibancasicorriendo.Lasandasenvueltasenlacolcha roja bamboleaban sobre sus hombros. El Señor Polonio se dirigió anosotros:

—Sincumplimiento:¿Quéleshaparecido?

Lasdosseñorasestuvieron,comosiempre,deacuerdo.

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—¡Edificante!

—¡Edificante!

El Señor Polonio sonrió beatíficamente, y se volvió a la ventana con lamanoextendidahacialacalleparaenterarsesillovía.

**

Aquella noche las hijas de la Princesa habíanse refugiado en la terraza,bajo la luna,como lashadasde loscuentos:Rodeabanaunaamiga jovenymuy bella, que de tiempo en tiempo me miraba llena de curiosidad. En elsalón, las señoras ancianas conversaban discretamente, y sonreían al oír lasvoces juveniles que llegaban en ráfagas, perfumadas con el perfume de laslilasque se abríanalpiede la terraza.Desdeel salóndistinguíase el jardín,inmóvil bajo la luna, que envolvía en pálida claridad la cimamustia de loscipresesyelbalconajede la terraza,dondeunpavorealabríasuabanicodequimeraydecuento.

Yo quise varias veces acercarme aMaría Rosario. Todo fue inútil: Ellaadivinabamisintenciones,yalejábasecautelosa,sinruido,conlavistabajaylas manos cruzadas sobre el escapulario del hábito monjil que conservabapuesto. Viéndola a tal extremo temerosa, yo sentía halagado mi orgullodonjuanesco,yalgunasveces,sóloporturbarla,cruzabadeunladoalotro.Lapobre niña al instante se prevenía para huir: Yo pasaba aparentando noadvertirlo.

Algunasvecesentrabaenelsalón,ydeteníamealladodelasviejasdamas,que recibían mis homenajes con timidez de doncellas. Recuerdo que mehallaba hablando con aquella devotaMarquesa de Tescara, cuando,movidoporunoscuropresentimiento,volvílacabezaybusquéconlosojoslablancafiguradeMaríaRosario:laSantayanoestaba.

Unanubede tristeza cubriómi alma.Dejé a la vieja linajuday salí a laterraza. Mucho tiempo permanecí reclinado sobre el florido balconaje depiedra,contemplandoeljardín.Enelsilencioperfumadocantabaunruiseñor,y parecía acordar su voz con la voz de las fuentes. El reflejo de la lunailuminabaaquelsenderodelosrosalesqueyohabíarecorridootranoche.Elaire suave y gentil, un aire a propósito para llevar suspiros, pasabamurmurando, y a lo lejos, entre mirtos inmóviles, ondulaba el agua de unestanque.YoevocabaenlamemoriaelrostrodeMaríaRosario,ynocesabadepensar:

—¿Quésienteella?...¿Quésienteellapormí?...

Bajé lentamente hacia el estanque. Las ranas que estaban en la orillasaltaronalaguaproduciendounligeroestremecimientoeneldormidocristal.

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Habíaallíunbancodepiedraymesenté.Lanocheylalunaeranpropiciasalensueño, y pude sumergirme en una contemplación semejante al éxtasis.Confusos recuerdos de otros tiempos y otros amores se levantaron en mimemoria. Todo el pasado resurgía como una gran tristeza y un granremordimiento. Mi juventud me parecía mar de soledad y de tormentas,siempre en noche. El alma languidecía en el recogimiento del jardín, y elmismopensamientovolvíacomoelmotivodeuncantolejano:

—¿Quésienteella?...¿Quésienteellapormí?

Ligerasnubesblancaserrabanentornodelalunaylaseguíanensucursofantástico y vagabundo: Empujadas por un soplo invisible, la cubrieron yquedósumidoensombraseljardín.Elestanquedejódebrillarentrelosmirtosinmóviles: Sólo la cima de los cipreses permaneció iluminada. Como paraarmonizar con la sombra, se levantó una brisa que pasó despertando largosusurroen todoel recintoy trajohastamíelaromade las rosasdeshojadas.Lentamente volví hacia el Palacio: Mis ojos se detuvieron en una ventanailuminada, y no sé qué oscuro presentimiento hizo palpitar mi corazón.Aquellaventanaalzábaseapenassobrelaterraza,permanecíaabierta,yelaireondulaba lacortina.Meparecióqueporel fondode laestanciacruzabaunasombra blanca. Quise acercarme, pero el rumor de unas pisadas bajo laavenidadeloscipresesmedetuvo:Elviejomayordomopaseabaalaluzdelaluna sus ensueños de artista. Yo quedé inmóvil en el fondo del jardín. Ycontemplandoaquellaluz,elcorazónlatía:

—¿Quésienteella?...¿Quésienteellapormí?

¡PobreMaríaRosario!Yolacreíaenamorada,y,sinembargo,micorazónpresentía no sé qué quimérica y confusa desventura. Quise volver asumergirme en mi amoroso ensueño, pero el canto de un sapo repetidomonótonamente bajo la arcada de los cipreses, distraía y turbaba mipensamiento. Recuerdo que de niño he leído muchas veces en un libro dedevocionesdonderezabamiabuela,queeldiablosolíatomareseaspectoparaturbar la oración de un santo monje. Era natural que a mí me ocurriese lomismo.Yocalumniadoymalcomprendido,nuncafuiotracosaqueunmísticogalante, comoSan Juan de laCruz.En lomás florido demis años, hubieradadogustosotodaslasgloriasmundanasparapoderescribirenmistarjetas:ElMarquésdeBradomín,ConfesordePrincesas.

**

Enachaquesdeamor,quiénnohapecado.Yoestoyconvencidodequeeldiablo tienta siempre a losmejores. Aquella noche el cornudomonarca delabismoencendiómisangreconsualientodellamasydespertómicarneflaca,fustigándola con su rabo negro. Yo cruzaba la terraza, cuando una ráfagaviolentaalzólaflameantecortina,ymisojosmortalesvieronarrodilladaenel

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fondodelaestancialasombrapálidadeMaríaRosario.Nopuedodecirloqueentoncespasópormí.Creoqueprimero fueun impulsoardiente,ydespuésunaaudaciafríaycruel:LaaudaciaqueseadmiraenloslabiosyenlosojosdeaquelretratoquedeldivinoCésarBorgia,pintóeldivinoRafaeldeSanzio.Mevolvímirandoentorno:Escuchéuninstante:EneljardínyenelPalaciotodoerasilencio.Lleguécautelosoa laventana,ysaltédentro.LaSantadióungrito:Sedoblóblandamentecomounaflorcuandopasaelviento,yquedótendida, desmayada, con el rostro pegado a la tierra. En mi memoria vivesiempre el recuerdode susmanosblancasy frías: ¡Manosdiáfanas como lahostia!...

Alverladesmayadalacogíenbrazosylallevéasulecho,queeracomoaltar de lino albo, y de rizado encaje. Después, con una sombra de recelo,apagué la luz: Quedó en tinieblas el aposento y con los brazos extendidoscomencéacaminarenlaoscuridad.Yatocabaelbordedesulechoypercibíalablancuradelhábitomonjil,cuandoelrumordeunospasosenlaterrazahelómi sangre, yme detuvo.Manos invisibles alzaron la flameante cortina y laclaridad de la luna penetró en la estancia. Los pasos habían cesado: Unasombraoscurasedestacabaenelhuecoiluminadodelaventana.Lasombraseinclinó mirando hacia el fondo del aposento, y volvió a erguirse. Cayó lacortina,yescuchédenuevoelrumordelospasosquesealejaban.

Inmóvil,yerto,anhelante,permanecísinmoverme.Detiempoentiempolacortina temblaba: Un rayo de luna esclarecía el aposento, y con amorososobresaltomisojosvolvíanadistinguir el cándido lechoy la figuracándidaque yacía como la estatua en un sepulcro. Tuve miedo, y cauteloso lleguéhastalaventana.Elsapodejabaoírsucantobajolaarcadadeloscipreses,yeljardín, húmedo y sombrío, susurrante y oscuro, parecía su reino. Salté laventanacomounladrón,yanduvealolargodelaterrazapegadoalmuro.Depronto,mepareciósentirleverumor,comodealgunoquecaminarecatándose.Medetuveymiré,peroen la inmensasombraqueelPalacio tendíasobre laterraza y el jardín, nada podía verse. Seguí adelante, y apenas había dadoalgunos pasos cuando un aliento jadeante rozómi cuello, y la punta de unpuñaldesgarrómihombro.Mevolvícon fierapresteza:Unhombrecorríaaocultarseeneljardín.Lereconocíconasombro,casiconmiedo,alcruzarunclaroiluminadopor la luna,ydesistídeseguirle,paraevitar todoescándalo.Más, mucho más que la herida, me dolía dejar de castigarle, pero ello eraforzoso,yentrémeenelPalacio,sintiendoelcalortibiodelasangrecorrerpormicuerpo.Musarelo,micriado,quedormitabaenlaantecámara,despertósealruidodemispasosyencendiólaslucesdeuncandelabro.Despuéssecuadrómilitarmente:

—Alaorden,miCapitán.

—Acércate,Musarelo...

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Ytuvequeapoyarmeen lapuertaparanocaer.MusareloeraunsoldadoveteranoquemeservíadesdemientradaenlaGuardiaNoble.Envozbajayserena,ledije:

—Vengoherido...

Memiróconojosasustados:

—¿Dónde,Señor?

—Enelhombro.

Musarelo levantó los brazos, y clamó con la pasión religiosa de unfanático:

—¡Atraiciónsería!...

Yo sonreí. Musarelo juzgaba imposible que un hombre pudiese herirmecaraacara:

—Sí,fueatraición.Ahoravéndame,yquenadieseentere...

El soldado comenzó a desabrocharme la bizarra ropilla. Al descubrir laherida,yosentíquesusmanostemblaban:

—Notedesmayes,Musarelo.

—No,miCapitán.

Ytodoeltiempo,mientrasmecuraba,estuvorepitiendoporlobajo:

—¡Yabuscaremosaesebergante!...

No, no era posible buscarle. El bergante estaba bajo la protección de laPrincesa, y acaso en aquel instante le refería las hazañas de su puñal.Torturado por este pensamiento, pasé la noche inquieto y febril. Queríaadivinarlovenidero,yperdíameencavilaciones.

Aúnrecuerdoquemicorazóntemblócomoelcorazóndeunniño,cuandovolvíavermeenfrentedelaPrincesaGaetani.

**

Fuealentrarenlabiblioteca,queporhallarseaoscurasyohabíasupuestosolitaria,cuandooílavozapasionadadelaPrincesaGaetani:

—¡Cuántainfamia!¡Cuántainfamia!

Desdeaquelmomentotuveporciertoquelanobleseñoralosabíatodo,y,cosaextraña,aldejardedudardejéde temer.Con la sonrisaen los labiosyatusándomeelmostachoentréenlabiblioteca:

—Meparecióoíros,ynoquisepasarsinsaludaros,Princesa.

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LaPrincesaestabapálidacomounamuerta:

—¡Gracias!

Enpie,traselsillónqueocupabaladama,hallábaseelmayordomo,yenlapenumbra de la biblioteca, yo le adivinaba asaetándome con los ojos. LaPrincesa inclinóse hojeando un libro. Sobre el vasto recinto se cernía elsilenciocomounmurciélagodemaleficio,quesóloseanunciaporelairefríode sus alas. Yo comprendía que la noble señora buscaba herirme con sudesdén, y un poco indeciso,me detuve enmedio de la estancia.Mi orgullolevantábase en ráfagas, pero sobre los labios temblorosos estaba la sonrisa.Supedominarmidespechoymeacerquégalanteyfamiliar:

—¿Estáisenferma,señora?

—No...

La Princesa continuaba hojeando el libro, y hubo otro largo silencio.Alcabosuspiródolorida,incorporándoseensusillón:

—Vamos,Polonio...

El mayordomo me dirigió una mirada oblicua que me recordó al viejoBandelone, que hacía los papeles de traidor en la compañía de LudovicoStraza:

—Avuestrasórdenes,Excelencia.

YlaPrincesa,seguidadelmayordomo,sinmirarme,atravesóellargosalóndelabiblioteca.Yosentílaafrenta,perotodavíasupedominarme,yledije:

—Princesa,esperadqueoscuentecómoestanochemehanherido...

Ymivoz, heladaporun temblornervioso, tenía cierta amabilidad felinaquepusomiedoenel corazónde laPrincesa.Yo lavipalidecerydetenersemirando al mayordomo: Después murmuró fríamente, casi sin mover loslabios:

—¿Dicesquetehanherido?

Sumiradaseclavóenlamía,ysentíelodioenaquellosojosredondosyvibrantescomolosojosdelasserpientes.UnmomentocreíquellamaseasuscriadosparaquemearrojasendelPalacio,pero temióhacerme talafrenta,ydesdeñosasiguióhastalapuerta,dondesevolviólentamente:

—¡Ah!...NotuvecartaautorizandotuestanciaenLigura.

Yorepusesonriendo,sinapartarmisojosdelossuyos:

—Seráprecisovolveraescribir.

—¿Quién?

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—Quienescribióantes:MaríaRosario...

La Princesa no esperaba tanta osadía y tembló. Mi leyenda juvenil,apasionadayviolenta,poníaenaquellaspalabrasunnimbosatánico.Losojosde laPrincesa se llenaron de lágrimas, y como eran todavíamuybellos,micorazóndeandantecaballerotuvounremordimiento.PorfortunalaslágrimasdelaPrincesanollegaronarodar,sóloempañaronelclaro irisdesupupila.Teníael corazóndeunagrandamay supo triunfardelmiedo:Sus labios seplegaron por el hábito de la sonrisa, sus ojos me miraron con amableindiferencia,ysurostrocobróunaexpresióncalma,serena, tersa,comoesassantasdealdeaqueparecenmirarbenévolamentealosfieles.Detenidaenlapuerta,mepreguntó:

—¿Ycómotehanherido?

—Eneljardín,señora...

La Princesa, sin moverse del umbral, escuchó la historia que yo quisecontarle.Atendía sinmostrar sorpresa, sindesplegar los labios, sinhacerungesto.Poraquelcaminodemutismointentabaquebrantarmiaudacia,ycomoyo adivinaba su intención,me complacía hablando sin reposo para velar susilencio.Misúltimaspalabrasfueronacompañadasdeunaprofundacortesía,peroyanotuvevalorparabesarlelamano:

—¡Adiós,Princesa!...AvisadmesitenéisnoticiasdeRoma.

Crucé lasilenciosabibliotecaysalí.Después,meditandoasolassidebíaabandonarelPalacioGaetani,resolvíquedarme.QueríamostraralaPrincesaquecuandosuelenotrosdesesperarse,yosabíasonreír,yquedondeotrossonhumillados,yoeratriunfador.¡Elorgullohasidosiempremimayorvirtud!

**

Permanecí todo el día retirado en mi cámara. Hallábame cansado comodespuésdeunalargajornada,sentíaenlospárpadosunaaridezfebril,ysentíalospensamientosenroscadosydormidosdentrodemí,comoreptiles.Avecesse despertaban y corrían sueltos, silenciosos, indecisos:Ya no eran aquellospensamientos de orgullo y de conquista, que volaban como águilas con lasgarrasabiertas.Ahoramivoluntadflaqueaba,sentíamevencidoysóloqueríaabandonar el Palacio. Hallábame combatido por tales bascas, cuando entróMusarelo:

—MiCapitán,unpadrecapuchinodeseahablaros.

—Dilequeestoyenfermo.

—Selohedicho,Excelencia.

—Dilequemehemuerto.

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—Selohedicho,Excelencia.

Miré á Musarelo que permanecía ante mí con un gesto impasible ybufonesco:

—¿Puesentoncesquépretendeesepadrecapuchino?

—Rezaroslosresponsos,Excelencia.

Ibayoareplicar,peroenaquelmomentounamanolevantóelmajestuosocortinajedeterciopelocarmesí:

—Perdonadqueosmoleste,jovencaballero.

Unviejodeluengabarba,vestidoconelsayaldeloscapuchinos,estabaenelumbraldelapuerta.Suaspectovenerablemeimpusorespeto:

—Entrad,ReverendoPadre.

Yadelantándome leofrecíun sillón.El capuchino rehusó sentarse,y susbarbasdeplata se iluminaron con la sonrisagraveyhumildede losSantos.Volvióarepetir:

—Perdonadqueosmoleste...

HizounapausaesperandoaquesalieseMusarelo,ydespuéscontinuó:

—Joven caballero, poned atención en cuanto voy a deciros, y líbreos elCielodemenospreciarmiaviso.¡Acasopudieracostaroslavida!Prometedmequedespuésdehabermeoídonoquerréissabermás,porqueresponderosmeseríaimposible.Voscomprenderéisqueestesilencioloimponeundeberdemiestadoreligioso,quetodocristianohaderespetarlo.¡Vossoiscristiano!...

Yorepuseinclinándomeprofundamente:

—Soyungranpecador,ReverendoPadre.

Elrostrodelcapuchinovolvióailuminarseconindulgentesonrisa:

—Todoslosomos,hijomío.

Después, con las manos juntas y los ojos cerrados, permaneció unmomentocomomeditando.Enlashundidascuencas,casisetransparentabaelglobode losojosbajo el velodescarnadoy amarillentode lospárpados.Alcabodealgúntiempocontinuó:

—Mi palabra y mi fe no pueden seros sospechosas, puesto que ningúninterés vil me trae a vuestra presencia. Solamente me guía una poderosainspiración,ynodudoqueesvuestroÁngelquiensesirvedemíparasalvaroslavida,nopudiendocomunicarconvos.Ahoradecidmesiestáisconmovido,ysipuedodaroselconsejoqueguardoenmicorazón:

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—¡Nolodudéis,ReverendoPadre!Vuestraspalabrasmehanhechosentiralgosemejantealterror.Yojuroseguirvuestroconsejo,siensuejecuciónnohallonadacontramihonordecaballero.

—Estábien,hijomío.Esperoqueporunsentimientodecaridad,sucedaloquesuceda,anadiehablaréisdeestepobrecapuchino.

—Loprometopormifedecristiano,ReverendoPadre...Perohablad,osloruego.

—Hoy, después de anochecido, salid por la cancela del jardín, y bajadrodeando lamuralla.Encontraréisunacasa terreñaque tieneenel tejadouncráneo de buey: Llamad allí. Os abrirá una vieja, y le diréis que deseáishablarla:Conestosoloosharáentrar.Esprobablequenisiquieraospreguntequiénsois,perosi lohiciéseis,dadunnombresupuesto.Unavezenlacasa,rogadle que os escuche, y exigidle secreto sobre lo que vais a confiarle. Espobre,ydebéismostrarosliberalconella,porqueasíosservirámejor.Veréiscómoinmediatamentecierrasupuertaparaquepodáishablarsinrecelo.Vosentonces,hacedleentenderqueestáisresueltoarecobrarelanillo,ycuantoharecibido con él. No olvidéis esto: El anillo y cuanto ha recibido con él.Amenazadlasiseresiste,peronohagáisruido,niladejéisquepidasocorro.Procuradpersuadirlaofreciéndoledobledinerodelquealguienlehaofrecidopor perderos. Estoy seguro que acabará haciendo aquello que lemandéis, yquetodooscostarábienpoco.Peroauncuandoasínofuese,vuestravidadebeserosmáspreciadaque todoelorodelPerú.Nomepreguntéismás,porquemás no puedo deciros... Ahora, antes de abandonaros, juradme que estáisdispuestoaseguirmiconsejo.

—Sí,ReverendoPadre,seguirélainspiracióndelÁngelqueostrajo.

—¡Asísea!

El capuchino trazóen el aireuna lentabendición,yyo incliné la cabezapararecibirla.Cuandosalió,confiesoquenotuveánimosdereír.Conestupor,casi conmiedo, advertí que enmimano faltabaunanilloque llevabadesdehacíamuchosaños,ysolíausarcomosello.Nopuderecordardóndelohabíaperdido.Eraunanilloantiguo:Teníaelescudograbadoenamatista,yhabíapertenecidoamiabueloelMarquésdeBradomín.

**

Bajé al jardíndondevolaban losvencejos en la sombra azul de la tarde.Las veredas de mirtos seculares, hondas y silenciosas, parecían caminosidealesqueconvidabanalameditaciónyalolvido,entrefrescosaromasqueesparcían en el aire las yerbas humildes que brotaban escondidas comovirtudes.Llegabaamísofocadoycontinuoelrumordelasfuentessepultadasentre el verde perenne de los mirtos, de los laureles y de los bojes. Una

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vibraciónmisteriosa parecía salir del jardín solitario, y un afán desconocidomeoprimíaelcorazón.Yocaminababajoloscipreses,quedejabancaerdesucima un velo de sombra. Desde lejos, como a través de larga sucesión depórticos,distinguíaMaríaRosariosentadaalpiedeunafuente,leyendoenunlibro:Seguíandandoconlosojosfijosenaquellafelizaparición.Alruidodemispasosalzólevementelacabeza,ycondosrosasdefuegoenlasmejillasvolvióa inclinarla,ycontinuó leyendo.Yomedetuveporqueesperabaverlahuir, y no encontraba las delicadas palabras que convenían a su graciaeucarística de lirio blanco.Al verla sentada al pie de la fuente, sobre aquelfondodebojesantiguos, leyendoel libroabiertoensusrodillas,adivinéqueMaríaRosarioteníaporengañodelsueño,miapariciónensualcoba.Alcabode un momento volvió a levantar la cabeza, y sus ojos, en un batir depárpados,echaronsobremíunamiradafurtiva.Entoncesledije:

—¿Quéleéisenesteretiro?

Sonriótímidamente:

—LaVidadelaVirgenMaría.

Toméellibrodesusmanos,yalcedérmelo,mientrasunatenuellamaradaencendíadenuevosusmejillas,meadvirtió:

—Tened cuidado que no caigan las flores disecadas que hay entre laspáginas.

—Notemáis...

Abrí el libro con religioso cuidado, aspirando la fragancia delicada ymarchitaqueexhalabacomounaromadesantidad.Envozbajaleí:

—«LaCiudadMísticadeSorMaríadeJesús,llamadadeAgreda.»

Volvíaentregárselo,yella,alrecibirlo,interrogósinosarmirarme:

—¿Acasoconocéisestelibro?

—LoconozcoporquemipadreespiritualloleíacuandoestuvoprisioneroenlosPlomosdeVenecia.

MaríaRosario,unpococonfusa,murmuró:

—¡Vuestropadreespiritual!¿Quiénesvuestropadreespiritual?

—ElCaballerodeCasanova.

—¿Unnobleespañol?

—No,unaventureroveneciano.

—¿Yunaventurero?...

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Yolainterrumpí:

—Searrepintióalfinaldesuvida.

—¿Sehizofraile?

—Notuvotiempo,auncuandodejóescritassusconfesiones.

—¿ComoSanAgustín?

—¡Lo mismo! Pero humilde y cristiano, no quiso igualarse con aqueldoctordelaiglesia,ylasllamóMemorias.

—¿Voslashabéisleído?

—Esmilecturafavorita.

—¿Seránmuyedificantes?

—¡Oh!... ¡Cuánto aprenderíais en ellas!... Jacobo de Casanova fue granamigodeunamonjaenVenecia.

—¿ComoSanFranciscofueamigodeSantaClara?

—Conunaamistadtodavíamásíntima.

—¿Ycuáleralaregladelamonja?

—Carmelita.

—Yotambiénserécarmelita.

MaríaRosariocallóruborizándose,yquedóconlosojosfijosenelcristalde la fuente, que la reflejaba toda entera.Era una fuente rústica cubierta demusgo:Teníaunmurmullotímidocomodeplegaria,yestabasepultadaenelfondodeunclaustrocircular,formadoporarcosdeantiquísimosbojes.Yomeinclinésobre la fuente,ycomosihablasecon la imagenque temblabaenelcristaldeagua,murmuré:

—¡Vos,cuandoestéisenelconvento,noseréismiamiga!...

MaríaRosarioseapartóvivamente:

—¡Callad!...¡Callad,oslosuplico!...

Estaba pálida, y juntaba las manos mirándome con sus hermosos ojosangustiados.Mesentí tanconmovido,que sólo supe inclinarmeendemandadeperdón.Ellagimió:

—Callad,porquedeotrasuertenopodrédeciros...

Sellevólasmanosalafrenteyestuvoasíuninstante.Yoveíaquetodasufigura temblaba.De repente,conuna fuerza trágicasedescubrióel rostro,yclamóenronquecida:

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—¡Aquívuestravidapeligra!...¡Salidhoymismo!

Ycorrióareunirseconsushermanas,queveníanporunahondacarrerademirtos,lasunasenposdelasotras,hablandoycogiendofloresparaelaltardelacapilla.Mealejélentamente.Empezabaadeclinarlatarde,ysobrelapiedrade armas que coronaba la puerta del jardín, se arrullaban dos palomas quehuyeronalacercarme.Teníanadornadoelcuelloconalegreslistonesdeseda,tal vez anudados un día por aquellas manos místicas y ardientes que sólohicieronelbiensobrelatierra.Matasdeviejosalelíesflorecíanenlasgrietasdelmuro,yloslagartostomabanelsolsobrelaspiedrascaldeadas,cubiertasde un liquen seco y amarillento. Abrí la cancela y quedé un momentocontemplandoaqueljardínllenodeverdorumbríoyderepososeñorial.Elsolponientedejabaunreflejodoradosobreloscristalesdeunatorrequeaparecíacubiertadenegrosvencejos,yenelsilenciodelatardeseoíaelmurmullodelasfuentesylasvocesdelascincohermanas.

**

Siguiendoelmurodeljardín,lleguéalacasaterreñaqueteníaelcráneodebueyeneltejado.Unaviejahilabasentadaenelquiciodelapuerta,yporelcamino pasaban rebaños de ovejas levantando nubes de polvo. La vieja alvermellegarsepusoenpie:

—¿Quédeseáis?

Y al mismo tiempo, con un gesto de bruja avarienta, humedecía en loslabiosdecrépitoseldedopulgarparaseguirtorciendoellino.Yoledije:

—Tengoquehablaros.

Alavistadedossequines,laviejasonrióagasajadora:

—¡Pasad!...¡Pasad!...

Dentrodelacasayaeracompletamentedenoche,ylaviejatuvoqueandara tientas para encender un candil de aceite. Luego de colgarle en un clavo,volvióseámí:

—¿Veamosquédeseatangentilcaballero?

Ysonreíamostrando lacavernadesdentadadesuboca.Yohiceungestoindicándolequecerrase lapuerta,yobedeciósolícita,nosinecharantesunamiradaalcaminopordondeunrebañodesfilabatardo,alsondelasesquilas.Despuésvinoasentarseenuntaburete,debajodelcandil,ymedijojuntandosobreelregazolasmanosqueparecíanunhazdehuesos:

—Porsabidotengoqueestáisenamorado,yvuestraeslaculpasinosoisfeliz.Anteshubiéseisvenido,yantestendríaiselremedio.

Oyéndola hablar de esta suerte comprendí que se hacía pasar por

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hechicera, y no pude menos de sorprenderme, recordando las misteriosaspalabrasdelcapuchino.Quedéunmomentosilencioso,y lavieja,esperandomi respuesta, nome apartaba los ojos astutos y desconfiados. De pronto legrité:

—Sabed, señora bruja, que tan sólo vengo por un anillo que me hanrobado.

Laviejaseincorporóhorriblementedemudada:

—¿Quédecís?

—Quevengopormianillo.

—¡Nolotengo!¡Yonoosconozco!

Yquisocorrerhacialapuertaparaabrirla,peroyolepuseunapistolaenelpecho,yretrocedióhaciaunrincóndandosuspiros.Entoncessinmovermeledije:

—Vengo dispuesto a daros doble dinero del que os han prometido porobrarelmaleficio,ylejosdeperder,ganaréisentregándomeelanilloycuantoostrajeronconél...

Se levantó del suelo todavía dando suspiros, y vino a sentarse en eltaburetedebajodelcandil,quealoscilartanprontodejabatodalafiguraenlasombra, como la iluminaba el pergamino del rostro y de las manos.Lagrimeandomurmuró:

—Perderé cinco sequines, pero vos me daréis doble cuando sepáis...Porqueacabodereconoceros.

—¿Decidentoncesquiénsoy?

—Sois un caballero español, que sirve en la Guardia Noble del SantoPadre.

—¿Nosabéisminombre?

—Sí,esperad...

Yquedóunmomento con la cabeza inclinada,procurandoacordarse.Yoveíatemblarsobresuslabiospalabrasquenopodíanoírse.Deprontomedijo:

—SoiselMarquésdeBradomín.

Juzguéentoncesquedebíasacardelabolsalosdiezsequinesprometidosymostrárselos.Laviejaalverloslloróenternecida:

—Excelencia, nunca os hubiera hechomorir, pero os hubiera quitado lalozanía...

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—Explicadmeeso.

—Venidconmigo...Mehizopasartrasuncañizonegroyderrengado,queocultabaelhogardondeahumabaunalumbremortecinaconolordeazufre.

**

La vieja había descolgado el candil: Alzábale sobre su cabeza paraalumbrarsemejor,ymemostrabaelfondodesuvivienda,quehastaentonces,porestarentresombras,nohabíapodidover.Aloscilar la luz,yodistinguíaclaramentesobrelasparedesnegrasdehumo,lagartos,huesospuestosencruz,piedras lucientes, clavos y tenazas. La bruja puso el candil en tierra y seagachórevolviendoenlaceniza:

—Vedaquívuestroanillo.

Y lo limpió cuidadosamente en la falda, antes de dármelo, y quiso ellamismacolocarloenmimano:

—¿Porquéostrajeroneseanillo?

—Para hacer el sortilegio era necesaria una piedra que lleváseis desdehacíamuchosaños.

—¿Ycómomelarobaron?

—Estandodormido,Excelencia.

—¿Yvosquéintentábaishacer?

—Ya antes os lo dije... Me mandaban privaros de toda vuestra fuerzaviril...Hubiéraisquedadocomounniñoacabadodenacer...

—¿Cómoobraríaiseseprodigio?

—Vaisaverlo.

Siguió revolviendo en la ceniza y descubrió una figura de cera todadesnuda,acostadaenelfondodelbrasero.Aquelídolo,esculpidosindudaporel mayordomo, tenía una grotesca semejanza conmigo. Mirándole yo reíalargamente,mientraslabrujarezongaba:

—¡Ahoraosburláis!Desgraciadodevossihubiesebañadoesafiguraensangre demujer, segúnmi ciencia... ¡Ymás desgraciado cuando la hubiesefundidoenlasbrasas!...

—¿Eraesotodo?

—Sí...

—Tenedvuestrosdiezsequines.Ahoraabridlapuerta.

Laviejamemiróastuta:

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—¿Yaosvais,Excelencia?¿Nodeseáisnadademí?Simedaisotrosdiezsequines yo haré delirar por vuestros amores a la Señora Princesa. ¿Noqueréis,Excelencia?

Yorepusesecamente:

—No.

La vieja entonces tomó del suelo el candil, y abrió la puerta. Salí alcamino, que estaba desierto. Era completamente de noche, y comenzaban acaer gruesas gotas de agua, quemehicieron apresurar el paso.Mientrasmealejaba iba pensando en el reverendo capuchino que había tenido tan cabalnoticiadetodoaquello.Hallécerradalacanceladeljardínytuvequehacerunlargorodeo.Daban lasnueveenel relojde laCatedralcuandoatravesabaelarco románico que conducía a la plaza donde se alzaba el PalacioGaetani.Estabaniluminadoslosbalcones,ydelaiglesiadelosDominicos,salíaentrecirios el Paso de laCena.Aún recuerdo aquellas procesiones largas, tristes,rumorosas,quedesfilabanenmediodegrandeschubascos.Habíaprocesionesalrayareldía,yprocesionesporlatarde,yprocesionesalamedianoche.Lascofradíaseraninnumerables.EntonceslaSemanaSantateníafamaenaquellaviejaciudadpontificia.

**

Laprincesa,durantelatertulia,nomehablónimemiróunasolavez.Yo,temiendoqueaqueldesdénfueseadvertido,decidíre-retirarme.Conlasonrisaen los labios llegué hasta donde la noble señora hablaba suspirando. Cogíaudazmentesumano,ylabesé,haciéndolesentirlapresióndecididayfuertedemis labios.Vipalidecer intensamentesusmejillasybrillarelodioensusojos, sin embargo, supe inclinarme con galante rendimiento y solicitar suveniapararetirarme.Ellarepusofríamente:

—Eresdueñodehacertuvoluntad.

—¡Gracias,Princesa!

Salí del salón enmedio de un profundo silencio. Sentíame humillado, ycomprendíaqueacababadehacerseimposiblemiestanciaenelPalacio.Paséla noche en el retiro de la biblioteca, preocupado con este pensamiento,oyendobatirmonótonamenteelaguaenloscristalesdelasventanas.Sentíamepresadeunafándolorosoycontenido,algoqueerainsensataimpacienciademí mismo, y de las horas, y de todo cuanto me rodeaba. Veíame comoprisionero en aquella biblioteca oscura, y buscaba entrar en mi verdaderaconciencia,parajuzgartodoloacaecidoduranteaqueldíaconserenayfirmereflexión.Queríaresolver,queríadecidir,yextraviábasemipensamiento,ymivoluntaddesaparecía,ytodoesfuerzoeravano.

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¡Fueron horas de tortura indefinible! Ráfagas de una insensata violenciaagitaban mi alma. Con el vértigo de los abismos me atraían aquellasasechanzas misteriosas, urdidas contra mí en la sombra perfumada de losgrandessalones.Luchabainútilmentepordominarmiorgulloyconvencermequeeramásaltivoymásgallardoabandonaraquellamismanoche,enmediode la tormenta, el Palacio Gaetani. Advertíame presa de una desusadaagitación,yalmismotiempocomprendíaquenoeradueñodevencerla,yquetodas aquellas larvas que entonces empezaban a removerse dentro de mí,habían de ser fatalmente furias y sierpes. Con un presentimiento sombrío,sentíaquemimaleraincurableyquemivoluntaderaimpotenteparavencerlatentacióndehaceralgunacosaaudaz,irreparable.¡Eraaquelloelvértigodelaperdición!...

Apesardelalluvia,abrílaventana.Necesitabarespirarelairefrescodelanoche.El cielo estabanegro.Una ráfaga aborrascadapasó sobremi cabeza:Algunos pájaros sin nido habían buscado albergue bajo el ala, y conestremecimientos llenos de frío sacudían el plumaje mojado, piandotristemente. En la plaza resonaba la canturía de una procesión lejana. Laiglesiadel convento tenía laspuertas abiertas,y enel fondobrillabael altariluminado.Oíaselavozsenildeunacarraca.Lasdevotassalíandelaiglesiayse cobijabanbajo el arcode la plazapara ver llegar la procesión.Entre doshilerasdecirios,bamboleabanlasandas,alláenelconfíndeunacalleestrechayalta.En laplazaesperabanmuchoscuriososcantandounaoración rimada.Lalluviaredoblandoenlosparaguas,yelchapoteodelospiesenloscharcascontrastabacon lanota tibiaysensualde lasenaguasblancasqueasomabanbordeandolosvestidosnegros,comoespumasquebordeansombríooleajedetempestad. Las dos señoras de los negros y crujientes vestidos de seda,salierondelaiglesia,ypisandoenlapuntadelospies,atravesaroncorriendola plaza, para ver la procesión desde las ventanas del Palacio. Una ráfagaagitabasusmantos.

Caíangruesasgotasdeaguaquedejabanunlamparónoscuroenlaslosasdelaplaza.Yoteníalasmejillasmojadas,ysentíacomounavagaefusióndelágrimas. De pronto se iluminaron los balcones, y las Princesas, con otrasdamas,asomaronenellos.Cuandolaprocesiónllegababajoelarco, llovíaátorrentes.Yo lavidesfilardesdeelbalcónde labiblioteca, sintiendoacadainstanteenlacaraelsalpicardelalluviaarremolinadaporelviento.PasaronprimerolosHermanosdelCalvario,silenciososyencapuchados.DespuéslosHermanos de la Pasión, con hopas amarillas y cirios en las manos. Luegoseguían losPasos:JesúsenelHuertode lasOlivas,JesúsantePilatos,JesúsanteHerodes,JesúsatadoalaColumna.Bajoaquellalluviafríaycenicientateníanunaausteridadtristeydesolada.ElúltimoenaparecerfueelPasodelasCaídas. Sin cuidarse del agua, las damas se arrastraron de rodillas hasta labalaustradadelbalcón.Oyóselavoztrémuladelmayordomo:

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—¡Yallega!¡Yallega!

Llegaba,sí,perocuándiferentedecómolohabíamosvistolaprimeravezenunasaladelPalacio.Loscuatro judíoshabíandepuestosufierezabajo lalluvia. Sus cabezas de cartón se despintaban: Ablandábanse los cuerpos, yflaqueaban las piernas como si fuesen a hincarse de rodillas. Parecíanarrepentidos.Lasdoshermanasdelosranciosvestidosdegro,viendoenellounmilagro,repetíanllenasdeunción:

—¡Edificante,Antonina!

—¡Edificante,Lorencina!

La lluvia caía sin tregua como un castigo, y desde un balcón vecinollegabanconvaguedaddepoesíaydemisterio,losarrullosdedostórtolasquecuidaba una vieja enlutada y consumida que rezaba entre dos ciriosencendidosenaltoscandeleros,trasloscristales.BusquéconlosojosalSeñorPolonio:Habíadesaparecido.

**

Pocodespués,apesadumbradoydolorido,meditabaenmicámaracuandounamanobatióconlosartejosenlapuertaylavozcascadadelmayordomovinoasacarmeunmomentodelpenosocavilar:

—Excelencia,estepliego.

—¿Quiénlohatraído?

—Uncorreoqueacabadellegar.

Abrí el pliego y pasé por él una mirada. Monseñor Sassoferrato meordenabapresentarmeenRoma.Sinacabardeleerlomevolvíalmayordomo,mostrandounprofundodesdén:

—SeñorPolonio,quedisponganmisilladeposta.

Elmayordomopreguntóhipócritamente:

—¿Vaisapartir,Excelencia?

—Antesdeunahora.

—¿LosabemiseñoralaPrincesa?

—Voscuidaréisdedecírselo.

—¡Muy honrado, Excelencia! Ya sabéis que el postillón está enfermo...Habráquebuscarotro.Simeautorizáisparaelloyomeencargodehallarunoqueosdejecontento.

La voz del viejo y su mirada esquiva, despertaron en mi alma una

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sospecha.Juzguéqueeratemerarioconfiarseatalhombre,yledije:

—Yoveréamipostillón.

Mehizounaprofundareverencia,yquisoretirarse,peroledetuve:

—Escuchad,SeñorPolonio.

—Mandad,Excelencia.

Ycadavezseinclinabaconmayorrespeto.Yoleclavélosojos,mirándoleensilencio:Meparecióquenopodíadominar su inquietud.Adelantandounpasoledije:

—Comorecuerdodemivisita,quieroqueconservéisestapiedra.

Ysonriendomesaquédelamanoaquelanillo,queteníaenunaamatistagrabadasmisarmas.Elmayordomomemiróconojosextraviados:

—¡Perdonad!

Ysusmanosagitadasrechazabanelanillo.Yoinsistí:

—Tomadlo.

Inclinólacabezaylorecibiótemblando.Conungestoimperiosoleseñalélapuerta.

—Ahorasalid.

Elmayordomollegóalumbral,ymurmuróresueltoyacobardado:

—Guardadvuestroanillo.

Coninsolenciadecriadoloarrojósobreunamesa.Yolemiréamenazador:

—Presumoquevaisasalirporlaventana,SeñorPolonio.

Retrocedió,gritandoconenergía:

—¡Conozco vuestro pensamiento! No basta a vuestra venganza elmaleficioconquehabéisdeshechoaquellosjudíos,obrademismanos,yconeseanilloqueréisembrujarme.¡YoharéqueosdelatenalSantoOficio!

Yhuyódemipresenciahaciendo la señalde lacruzcomosihuyesedelDiablo.Nopudemenosdereírmelargamente.LlaméaMusarelo,yleordenéqueseenterasedelmalqueaquejabaalpostillón.PeroMusarelohabíabebidotanto,quenoestabacapazparacumplirmimandato.SólopudeaveriguarqueelpostillónyMusarelohabíancenadoconelSeñorPolonio.

**

Quétristeesparamíelrecuerdodeaqueldía.MaríaRosarioestabaenelfondodeunsalónllenandoderosaslosflorerosdelacapilla.Cuandoyoentré

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quedóseunmomento indecisa:Susojosmiraronmedrososhacia lapuerta,yluego se volvieron a mí con un ruego tímido y ardiente. Llenaba en aquelmomentoelúltimoflorero,ysobresusmanosdeshojóseunarosa.Yoentoncesladije,sonriendo:

—¡Hastalasrosassemuerenporbesarvuestrasmanos!

Ella también sonriócontemplando lashojasquehabíaentre susdedos,ydespuésconlevesoplolashizovolar.Quedamossilenciosos:Eralacaídadelatarde y el sol doraba una ventana con sus últimos reflejos:Los cipreses deljardínlevantabansuscimaspensativasenelazuldelcrepúsculo,alpiedelavidrierailuminada.Dentroapenassisedistinguíalaformadelascosas,yenelrecogimiento del salón las rosas esparcían un perfume tenue y las palabrasmorían lentamente igual que la tarde.Mis ojos buscaban los ojos deMaríaRosarioconelempeñodeaprisionarlosenlasombra.Ellasuspiróangustiadacomo si el aire le faltase, y apartándose el cabello de la frente con ambasmanos,huyóhacialaventana.Yo,temerosodeasustarla,nointentéseguirla,ysóloledijedespuésdeunlargosilencio:

—¿Nomedaréisunarosa?

Volvióselentamenteyrepusoconvoztenue:

—Silaqueréis...

Dudóuninstante,ydenuevoseacercó.Procurabamostrarseserena,peroyoveíatemblarsusmanossobrelosflorerosalelegirlarosa.Conunasonrisallenadeangustiamedijo:

—Osdarélamejor.

Ellaseguíabuscandoenlosfloreros.Yosuspiréromántico:

—Lamejorestáenvuestroslabios.

Memiróapartándosepálidayangustiada:

—Nosoisbueno...¿Porquémedecísesascosas?

—Porverosenojada.

—¡AlgunasvecesmeparecéiselDemonio!...

—ElDemonionosabequerer.

Quedóse silenciosa. Apenas podía distinguirse su rostro en la tenueclaridaddelsalón,ysólosupequellorabacuandoestallaronsussollozos.Meacerquéqueriendoconsolarla:

—¡Oh!...Perdonadme.

Ymi voz fue tierna, apasionada y sumisa. Yo mismo, al oírla, sentí su

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extraño poder de seducción. Era llegado el momento supremo, ypresintiéndolo,micorazónseestremecíaconelansiadelaesperacuandoestápróximaunagranventura.MaríaRosariocerrabalosojosconespanto,comoalbordedeunabismo.Subocadescoloridaparecíasentirunavoluptuosidadangustiosa. Yo cogí sus manos que estaban yertas: Ella me las abandonósollozando,conunfrenesídoloroso:

—¿Por qué os gozáis en hacerme sufrir?... ¡Si sabéis que todo esimposible!...

—¡Imposible!...Yonuncaesperéconseguirvuestroamor... ¡Yaséquenolomerezco!... Solamentequieropedirosperdónyoír devuestros labiosquerezaréispormícuandoestélejos.

—¡Callad!...¡Callad!...

—Os contemplo tan alta, tan lejos de mí, tan ideal, que juzgo vuestrasoracionescomolasdeunaSanta.

—¡Callad!...¡Callad!...

—Mi corazón agoniza sin esperanza. Acaso podré olvidaros, pero esteamorhabrásidoparamícomounfuegopurificador.

—¡Callad!...¡Callad!...

Yo tenía lágrimas en los ojos, y sabía que cuando se llora, las manospuedenarriesgarseaseraudaces.¡PobreMaríaRosario,quedósepálidacomounamuerta,ypenséqueibaadesmayarseenmisbrazos!AquellaniñaeraunaSanta, y viéndome a tal extremo desgraciado, no tenía valor paramostrarsemáscruelconmigo.Cerrabalosojos,ygemíaagoniada:

—¡Dejadme!...¡Dejadme!...

Yomurmuré:

—¿Porquémeaborrecéistanto?

Me miró despavorida, como si al sonido de mi voz se despertase, yarrancándose demis brazos huyó hacia la ventana que doraban todavía losúltimosrayosdelsol.Apoyólafrenteenloscristalesycomenzóasollozar.Eneljardínselevantabaelcantodeunruiseñor,queevocabaenlasombraazuldelatarde,unrecuerdoingenuodesantidad.

**

MaríaRosariollamóalamásniñadesushermanas,queconunamuñecaenbrazos,acababadeasomarenlapuertadelsalón:Lallamabaconunafánangustiosoypudorosoqueencendíasucarnecondivinasrosas:

—¡Entra!...¡Entra!...

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Lallamaba tendiéndole losbrazosdesdeel fondode laventana.Laniña,sinmoverse,lemostrólamuñeca:

—MelahizoPolonio.

—Venaenseñármela.

—¿Nolavesasí?...

—No,nolaveo.

MaríaNievesacabópordecidirse,yentrócorriendo:Loscabellosflotabansobre su espalda como una nube de oro. Era llena de gentileza, conmovimientos de pájaro, alegres y ligeros: María Rosario, viéndola llegar,sonreía, cubierto el rostro de rubor y sin secar las lágrimas. Inclinóse parabesarla,ylaniñaselecolgóalcuello,hablándoleconagasajoaloído:

—¡Silehiciesesunvestidoamimuñeca!...

—¿Cómoloquieres?...

MaríaRosario le acariciaba los cabellos, reteniéndola a su lado.Yoveíacómosusdedos trémulosdesaparecíanbajo la infantilyolorosacrencha.Envozbajaledije:

—¿Quétemíaisdemí?

Susmejillasllamearon:

—Nada...

Yaquellosojos,comonohevistootroshastaahora,nilosesperoverya,tuvieronparamíunamirada tímidayamante.Callábamosconmovidos,y laniñaempezóareferirnoslahistoriadesumuñeca:SellamabaYolanda,yeraunareina.Cuandolehiciesenaquelvestidode tisú, lepondrían tambiénunacorona. María Nieves hablaba sin descanso: Sonaba su voz con murmulloalegre,continuo,comoelborboteodeunafuente.Recordabacuántasmuñecashabía tenido, y quería contar la historia de todas: Unas habían sido reinas,otraspastoras.Eranlargashistoriasconfusas,dondeserepetíancontinuamentelasmismascosas.Laniñaextraviábaseenaquellosrelatoscomoenel jardínencantadodelogrolastresniñashermanas,Andara,MagalonayAladina...Deprontohuyódenuestrolado.MaríaRosariolallamósobresaltada:

—¡Ven!...¡Notevayas!

—Nomevoy.

Corríaporelsalón,ylacabelleradeorolerevoloteabasobreloshombros.Comocautivos,laseguíanatodasparteslosojosdeMaríaRosario:Volvióasuplicarle:

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—¡Notevayas!...

—Sinomevoy.

La niña hablaba desde el fondo oscuro del salón. María Rosario,aprovechandoelinstante,murmuróconapagadoacento:

—Marqués,saliddeLigura...

—¡Seríarenunciaraveros!

—¿Y acaso no es hoy la última vez? Mañana entraré en el convento.¡Marqués,oídmiruego!...

—Quiero sufrir aquí... Quiero quemis ojos, que no lloran nunca, llorencuandoosvistanelhábito,cuandooscortenloscabellos,cuandolasrejassecierren ante vos. ¡Quién sabe, si al veros sagrada por los votos, mi amorterrenonoseconvertiráenunadevoción!¡VossoisunaSanta!...

—¡Marqués,nodigáisimpiedades!

Ymeclavólosojostristes,suplicantes,guarnecidosdelágrimascomodeoracionespurísimas.Entoncesyaparecíaolvidadadelaniña,quesentadaenun canapé, adormecía a su muñeca con viejas tonadillas del tiempo de lasabuelas. En la sombra de aquel vasto salón donde las rosas esparcían suaroma, lacanciónde laniña teníaelencantodeesas ranciasgalanteríasqueparecesehayandesvanecidoconlosúltimossonesdeunminué.

**

Como una flor de sensitiva, María Rosario temblaba bajo mis ojos. Yoadivinabaensuslabioselanheloyeltemordehablarme.Deprontomemiróansiosa, parpadeando como si saliese de un sueño.Con los brazos tendidoshaciamí,murmuróarrebatada,casiviolenta:

—Salid hoy mismo para Roma. Os amenaza un peligro y tenéis quedefenderos.HabéissidodelatadoalSantoOficio.

Yorepetí,sinocultarmisorpresa:

—¿DelatadoalSantoOficio?

—Sí, por brujo... Vos habíais perdido un anillo, y por arte diabólica lorecobrásteis...¡Esodicen,Marqués!

Yoexclaméconironía:

—¿Yquienlodiceesvuestramadre?

—¡No!...

Sonreítristemente:

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—¡Vuestramadre,quemeaborreceporquevosmeamáis!

—¡Jamás!...¡Jamás!...

—¡Pobreniña!,vuestrocorazóntiemblapormí,presientelospeligrosquemecercan,yquiereprevenirlos.

—¡Callad,porcompasión!...¡Noacuséisamimadre!...

—¿Acaso ella no llevó su crueldadhasta acusaros avosmisma? ¿Acasocreyó vuestras palabras cuando le jurabais que no me habíais visto unanoche?...

—¡Sí,lascreyó!

María Rosario había dejado de temblar. Erguíase inmaculada y heroica,comolasSantasantelasfierasdelCirco.Yoinsistí,contristeacento,gustandoelplacerdolorosoysupremodelverdugo:

—No,nofuisteiscreída.Voslosabéis.¡Ycuántaslágrimashanvertidoenlaoscuridadvuestrosojos!

MaríaRosarioretrocedióhaciaelfondodelaventana:

—¡Soisbrujo!...¡Handicholaverdad!...¡Soisbrujo!...

Luego,rehaciéndose,quisohuir,peroyoladetuve:

—Escuchadme.

Ellamemirabaconlosojosextraviados,haciendolaseñaldelacruz:

—¡Soisbrujo!...¡Porfavor,dejadme!

Yomurmurécondesesperación:

—¿Tambiénvosmeacusáis?

—¿Decidentonces,cómohabéissabido?...

Lamirélargoratoensilencio,hastaquesentídescendersobremiespírituelnumensagradodelosprofetas:

—Lo he sabido, porque habéis rezadomucho para que lo supiese... ¡Hetenidoenunsueñorevelacióndetodo!...

María Rosario respiraba anhelante. Otra vez quiso huir, y otra vez ladetuve.Desfallecidayresignada,miróhaciaelfondodelsalón,llamandoalaniña:

—¡Ven,hermana!...¡Ven!

Yletendíalosbrazos:Laniñaacudiócorriendo:MaríaRosariolaestrechócontra supechoalzándoladel suelo,peroestaba tandesfallecidade fuerzas,

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queapenaspodíasostenerla,ysuspirandoconfatigatuvoquesentarlasobreelalféizar de la ventana. Los rayos del sol poniente circundaron como unaaureolalacabezainfantil:Lacrenchasedeñayolorosafuecomoondadeluzsobre los hombros de la niña. Yo busqué en la sombra la mano de MaríaRosario:

—¡Curadme!...

Ellamurmuróretirándose:

—¿Ycómo?...

—Juradquemeaborrecéis.

—Esono...

—¿Yamarme?

—Tampoco.¡Miamornoesdeestemundo!

Y su voz era tan triste al pronunciar estas palabras, que yo sentí unaemoción voluptuosa como si cayese sobre mi corazón rocío de lágrimaspurísimas.Inclinándomeparabebersualientoysuperfume,murmuréenvozbajayapasionada:

—Vos me pertenecéis. Hasta la celda del convento os seguirá mi cultomundano. Solamente por vivir en vuestro recuerdo y en vuestras oraciones,moriríagustoso.

—¡Callad!...¡Callad!...

María Rosario, con el rostro intensamente pálido, tendía sus manostemblorosashacialaniñaqueestabasobreelalféizar,circundadaporelúltimoresplandordelatarde,comounarcángelenunavidrieraantigua.Elrecuerdodeaquelmomento,aúnponeenmismejillasunfríodemuerte.Antenuestrosojosespantadosseabriólaventana,conesesilenciodelascosasinexorablesqueestándeterminadasenloinvisibleyhandesucederporundestinofatalycruel.Lafiguradelaniña,inmóvilsobreelalféizar,sedestacóunmomentoenel azul del cielo donde palidecían las estrellas, y cayó al jardín, cuandollegabanatocarlalosbrazosdelahermana.

**

¡Fue satanás! ¡Fue Satanás!... Aún resuena en mi oído aquel gritoangustiado de María Rosario: Después de tantos años, aún la veo pálida,divinaytrágicacomoelmármoldeunaestatuaantigua:Aúnsientoelhorrordeaquellahora:

—¡FueSatanás!...¡FueSatanás!...

Laniñaestabainertesobrelaescalinata.Elrostroaparecíaentreelvelode

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loscabellos,blancocomounlirio,ydelarotasienmanabaelhilodesangrequelosibaempapando.Lahermana,comounaposeída,gritaba:

—¡FueSatanás!...¡FueSatanás!...

Levantéa laniñaenbrazosysusojosseabrieronunmomentollenosdetristeza.Lacabezaensangrentadaymortal,rodóyertasobremihombro,ylosojossecerrarondenuevo,lentoscomodosagonías.Losgritosdelahermana,resonabanenelsilenciodeljardín:

—¡FueSatanás!...¡FueSatanás!...

Lacabelleradeoro,aquellacabellerafluidacomolaluz,olorosacomounhuerto,estabanegradesangre.Yolasentípesarsobremihombrosemejantealafatalidadenundestinotrágico.Conlaniñaenbrazossubílaescalinata.Enloaltosalióamiencuentroelcoroangustiadodelashermanas.Yoescuchésullantoysusgritos,yosentílamudainterrogacióndeaquellosrostrospálidosqueteníanelespantoenlosojos.Losbrazossetendíanhaciamídesesperados,yellosrecogieronelcuerpodelahermana,ylollevaronhaciaelPalacio.Yoquedé inmóvil, sinvalorpara irdetrás,contemplando la sangreque teníaenlasmanos. Desde el fondo de las estancias llegaba hastamí el lloro de lashermanasylosgritosyaroncosdeaquellaqueclamabaenloquecida:

—¡FueSatanás!...¡FueSatanás!...

Sentímiedo.Bajéalascaballerizasyconayudadeuncriadoenganchéloscaballosa lasilladeposta.Partíalgalope.Aldesaparecerbajoelarcodelaplaza, volví los ojos llenos de lágrimas para enviarle un adiós al PalacioGaetani. En la ventana, siempre abierta, me pareció distinguir una sombratrágica y desolada. ¡Pobre sombra envejecida, arrugada, miedosa que vagatodavía por aquellas estancias, y todavía cree verme acechándola en laoscuridad!Mecontaronqueahora,alcabodetantosaños,yarepitesinpasión,sinduelo,conlamonotoníadeunaviejaquereza:

¡FUÉSATANÁS!

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