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ALÉTHEIA DE SERO: El Palacio de Lúachrán

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ALÉTHEIA DE SERO

Nº 01

El Palacio de Lúachrán

De Julieta M. Steyr

ALÉTHEIA DE SERO por Julieta M. Steyr se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-

NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

© 2014

Dedicado a: Ana por ser parte de mi inspiración en uno de los personajes y tan amablemente me

compartió información personal que me tengo que sacar el sombrero, a Eugenia porque conforma una

pequeña parte de la mentalidad de otro de los personajes y porque me insultó por no darle una dedicatoria,

a la mujer que me motivó a que me “enloquezca” literalmente, mil gracias. A las que leyeron parte de esto

y no lo entendieron porque… no sé por qué, yo no sirvo para la novela romántica.

Se me saltó el tornillo con esto que no es una única historia, sépanlo, lleva más de trescientos (¿o

seiscientos?) días en mi mente y tiene una base fundamentada, con un montón de narraciones en su haber.

La seguidilla de ALÉTHEIA DE SERO en mis discos rígidos es una clara muestra de cuán obsesiva me

puse. Entonces, si se preguntan por qué no busqué que lo editen es porque no hay, al menos ahora, una

historia significativamente parecida a esta en las editoriales, menos teniendo la controversia de su

personaje principal con su abierta y desfachatada homosexualidad (y no es la única), con el estilo de

escritura (con el que mandé al diablo a todos) y porque creo que, teniendo en cuenta todo esto, sería casi

un milagro que lo aprobaran.

Si me quieren buscar o dejar mensaje háganlo a: Julieta M. Steyr (también conocida como “Meltryth”) o a

mi Twitter @VsHombreMasa. De otro modo medio difícil saber si les gusta o no. No doy mi mail por

tener en los últimos tiempos mensajes indeseados.

Comencemos con el pandemónium…

*****

"Dejen que el destino diga la verdad y evalúe a cada uno de acuerdo a sus trabajos y a sus

logros. El presente es de ellos, pero el futuro, por el cual trabajé tanto, es mío".

Nikola Tesla.

*****

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Julieta M. Steyr

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Primer manuscrito de “La ascensión de Ciar”. Sin fecha.

Aius Tír Laighin

Nadie creyó que desde los confines mismos de la nada, del sitio más asolado por el

Cataclismo, alguien podría ejercer una resistencia como la que surgió desde Ciar.

Los ignoraron por estar en un sitio muerto, donde sus posibilidades de sobrevivir eran

ínfimas.

Los ignoraron porque poblacionalmente estaban diezmados.

Los ignoraron porque pensaron que eran un conjunto de desequilibrados que pronto la

naturaleza se encargaría de finiquitar.

Ciar se convirtió de ese modo en uno de los Cúige, uno de los cinco reinos, como el

territorio de Ailech no era considerado como tal por ser un principado. Sin embargo, cabe

destacar que éste fue considerado con la categoría de “reino” aun cuando no existía un

monarca en el territorio, sino que Ciar era regido por la milicia local.

Peor aún para sus múltiples detractores, cuantos más embestidas sufría Ciar, mayor poder

adquiría.

En un momento, desde la Agencia Internacional de Seguridad (mejor conocida por sus

siglas AIS) consideró a la líder de Ciar, la Almirante Morrigan, como un objetivo de alto

nivel mundial, poniendo gran parte de su capital en pos de derrocarla. Así se dio inicio de

los ataques perpetrados por un método experimental que denominaron “EMK”, método

que en las tierras del reino fue conocido bajo la denominación de “Enlace Mental” (o por

sus siglas EM).

Desde el Consejo de Ancianos de Aislinn también se decidió un accionar, interviniendo al

instruir a la entonces Teniente Melisa Bressan, quién era el agente operativo a cargo del

EMK, otorgándole insinuaciones sobre cómo era el mejor modo de atacar a Morrigan.

Téngase en cuenta que Aislinn juraba sobre la neutralidad en las contiendas por lo que no

podía entrometerse directamente en ese asunto.

Ambos grupos desconocieron ciertos detalles. La encargada de instruir a Bressan era la

sacerdotisa Ériu, quién conocía a la Almirante de Ciar, detalle que los Elders de Aislinn

pasaron por alto. En cuanto a la pareja laboral de Bressan, la Subteniente encargada del

área técnica operacional del EMK era una fervorosa fanática en rebuscar información en

todos los medios posibles sobre la entonces misteriosa Morrigan.

Debo señalar sin embargo que la interminable lista de enemigos que la Almirante había

cosechado se extendía mucho más allá que estos dos grupos. Desde el reino de Uladh,

desde el reino de Connachta y desde el mismísimo reino de Ciar que gobernaba con tanta

vehemencia…

Como ya dije, mientras mayor presión todos ellos ejercían sobre Morrigan, más vigorizaba

su propio reino. Fueron las contingencias las que generaron ese Ciar magnánimo, fue la

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ALÉTHEIA DE SERO: El Palacio de Lúachrán

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fórmula para la creación de la gran cantidad de energía que se gastó en crear “El Reino”,

con mayúscula.

Nota de Callisto Tír Ciar.

Aius:

¿Por qué simplemente no pusiste que Darkie les jodió los planes?

Y veo que no mencionaste a Niamh, a los líderes de las Fianna. Oh, y no nos olvidemos de

Tommy Pretty Boy.

Nota de Aius Tír Laighin.

¿Quieres relatar tú misma las memorias de Ciar, Callie?

Nota de Callisto Tír Ciar.

Okay. No te ofendas, pero creo que deberíamos discutirlo personalmente. ¿Vienes o voy?

Nota de Morrigan Tír Ciar.

Primero que nada, ¿me hacen un favor? ¿Podrían dejar de utilizarme para flirtear entre

ustedes? Usen otra excusa que yo no soy una celestina. Segundo, ¿quién demonios leería

esto?

Sinceramente, chicas, tenemos cuestiones más importantes de las que ocuparnos. Nos

vemos en la sala de guerra.

Nota de Cloendé Tír Midhe.

¡Hey! ¡No me invitaron! ¿Qué es esto? Se ve bonito. ¿Es acaso que nadie se acordó de

nombrarme? Tanta belleza desperdiciada.

Nota de Niamh Tír Ailech.

Personalmente creo que no es una mala idea, es preferible que se cuente el lado B de la

historia, antes que otros se encarguen de mancillar las memorias y distorsionar los hechos.

Denle una oportunidad.

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Julieta M. Steyr

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Nota de Aius Tír Laighin.

¡Gracias Niamh!

Nota de Morrigan Tír Ciar.

Como quieran.

*****

Año 0, 11º luna grande.

Morrigan Tír Ciar

Me encontraba durmiendo a mitad de la noche, una vez en la vida que me acostaba a una

hora medianamente apropiada para el resto de las personas cuando una gota, una simple

partícula líquida proveniente de algún lugar encima de mi cuerpo me despertó. Quizá la

vieja madera había dejado traspasar a la irruptora de mi frágil descanso, quizá la

anticuada piedra tenía surcos entre sus uniones, o quizá tan sólo…

Estiré mi mano aun adormilada, entonces lo sentí, la frialdad, el deslizamiento acuoso

sobre la palma de mi mano.

- ¡¡¡Lluvia!!! – grité sin pensar.

Lluvia, una simple palabra que habíamos olvidado por completo todos nosotros. La

primera en saltar de su lecho fue Callie, cuchillo en mano, provocándome una ligera risa.

- No estamos bajo ataque, Cal, es sólo lluvia – le dije con diversión.

Ella parpadeó sin comprender por unos momentos, entonces hizo un “oh” con su boca,

llevando la cabeza hacia atrás y regresando a su sitio para sonreír. La mujer y el niño nos

miraban abrazados desde el suelo.

Caminé hacia lo que considerábamos una puerta, que no era más que una abertura en la

vieja edificación, posando una mano en la piedra y mirando hacia la oscuridad reinante

fuera con destellos apenas visibles de la copiosa lluvia. Era algo tan simple, pero tan

llamativo ahora que todo había cambiado, hacía largo tiempo que nadie veía más que un

sol inclemente y ahora, como por arte de magia… Finalmente algo del ambiente se había

condensado regalando este pequeño presente. ¿Cómo? Quizá fue el calor del océano a mis

espaldas, era una posibilidad tangible, pero al no haber casi vegetación viva nuestras

esperanzas se apagaron un poco más lento que el antes y el después de un día particular.

Vi un rayo atravesar el cielo con furia, aclarando momentáneamente las dunas frente a mis

ojos que rememoraba las miles de centellas en el cielo que anteriormente habíamos

visualizado todos nosotros, mostrándome una vez más cómo la naturaleza podía hacerse

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ALÉTHEIA DE SERO: El Palacio de Lúachrán

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cargo de nuestros destinos. Escuché el llorisqueo del niño a mis espaldas, al que

llamábamos simplemente Tuan por tener un nombre tan raro para nosotros como el de su

madre, a la que llamábamos Mary.

- Mamá, ¿esto es igual que la última tormenta? – preguntó el niño.

Fruncí el ceño. La última tormenta, no había sido una tormenta común y corriente, fue el

día del apagón, el que cambió nuestras vidas para mendigarle a la naturaleza sustento,

seguridad y un poco menos de quemaduras solares. “Cataclismo” sería una palabra

apropiada para describirlo. Una gran tragedia que sacudió los cimientos de la civilización

conocida y nos redujo a un par de insignificantes seres luchando por sus vidas. Nadie

estuvo a salvo, no hubo distinciones cuando la hoz natural arrasó con la tierra fértil y

verdosa que conocíamos, arrebatando su esplendor en cuestión de horas.

Todo cambió desde entonces.

- No creo, mi bebé, no lo creo – dijo la madre, intentando tranquilizarlo – Estamos a

salvo.

Era normal que ella temiera, ahora seguramente cada vez que alguien viese una tormenta

el terror sería una constante en sus mentes, aferrándose en sus corazones. “A salvo” es lo

que nadie estuvo en aquella oportunidad. Un viento se elevó con fuerza en ese instante y

deseé, aunque no temía a esa tormenta, tener puertas y ventanas que cerrar, no enormes

rendijas en una construcción abandonada que habíamos obtenido como refugio.

Instintivamente me corrí desde la abertura hacia dentro, escuchando el zumbido del aire y

el crujir de las vigas de madera sobre mi cabeza, mirando hacia arriba como rogaba que la

estructura aguantase, que no cediera y terminase mis días aplastada por piedras en el sitio

más recóndito del territorio donde nadie jamás me encontraría.

- ¿Darkie? – dijo Callie con nerviosismo en su voz.

- Pongámonos contra la pared, alejados del viento – sugerí.

A veces me podía sorprender como tomaba decisiones en los momentos más tensos tan

racional y fríamente que me asustaba a mí misma. No confiaba más en el estado

meteorológico. Así lo hicimos, todos acurrucados contra una pared, con metros de piedra

elevándose sobre nuestras cabezas en lo que había sido un lugar con varios pisos ahora

inexistentes. El murmullo fue en aumento como todos nos sentamos, con nuestras rodillas

protegiendo nuestros cuerpos, uno al lado del otro, yo en el lado más alejado al lado de

Callie, ella al lado de la mujer y el más protegido, el niño. La arena irrumpió dentro de la

estructura azotándola y podíamos oír el estrepitoso ruido de la marea chocando por

debajo, a metros de donde estábamos en la pendiente.

- Maldito castillo, resiste – le dije como si pudiera oírme, con los dientes apretados

por el frío y la tensión.

Echando un vistazo a la rubia, reconociendo que ella también tenía la misma tensión en el

cuerpo. Era algo con lo que simplemente no podíamos luchar cuerpo a cuerpo, algo que

nos dejaba impotentes. Escuchamos el arrullo, la canción de cuna que Mary le cantaba al

chico para calmarlo, aunque no había más que hacer que soportar esa inclemencia y darle

tiempo a que se sosegara.

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Julieta M. Steyr

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Envolviendo mis piernas, coloqué la cabeza mirando en dirección a las personas que

estaban conmigo. La mujer y el niño que habían perdido a su marido y padre

respectivamente, yo creía que ellos estaban dementes cuando nos siguieron hasta aquí y

vieron en este lugar una especie de hogar. El temblor me recordó que mi nuevo refugio

estaba en ruinas y sonreí, para mí era una porquería llena de rendijas, descalabrada, que

olía a excremento de ratas, gaviotas y demás animales que rondaban la zona, henchida de

moho, con una probabilidad de derrumbe bastante elevada, pero sin embargo que

demostraba haber tenido muy buenos cimientos para no caer por completo tras aquel

fatídico día. Sí, este lugar era más de lo que aparentaba y de hecho, comenzaba a

agradarme.

Al menos aquí no tenía que correr buscando oficiales asesinos, aquí tenía un sitio en el que

podría forjar algo, quizá un futuro si el destino nos permitía.

Me acurruqué más sobre mí misma y me sentí caer en sueño sin pensar en el indómito

temporal fuera de allí. Lo último que me dije a mí misma fue: «Este podría ser mi nuevo

hogar, con un par de mejoras aquí y allá».

Al día siguiente me desperté por un rayo solar apuntando directamente hacia mi cabeza.

Era difícil decir a ciencia cierta cuanto había afectado el temporal el territorio, frente a mis

ojos las dunas amarillentas brillaban nuevamente con el fulgor del astro rey haciendo

difícil visualizar correctamente el paisaje.

- Buenos días – dijo la voz a mis espaldas.

Callie estaba sentada en un nuevo agujero en la estructura por el que ahora se veía

claramente el océano, era un hermoso paisaje azulado teñido de manchas blanquecinas,

aunque claro, lejos estaba que yo apreciase el día o cualquier cosa que tuviese que ver con

el sol, como así tampoco era amante de los saludos a toda hora con personas que había

visto hacía unos momentos atrás.

- Eso es nuevo – dije con la voz todavía grave.

- Sí, creí que un poco de decoración vendría bien en este basurero – comentó con

diversión, saltando del hueco.

La rubia con su cabello al viento lucía tan sucia como yo seguramente, con su rostro

cubierto de polvo, pero al parecer se había quedado allí esperando por mí, ella tampoco

era muy afecta a andar con cualquier persona como sabía confesarlo a menudo. Bostecé y

me rasqué la cabeza, estirando mi cuerpo mientras mis huesos crujían, miré a mí

alrededor pedregoso para no ver a los otros dos que siempre nos escoltaban.

- ¿Y la FF? – le dije por no mencionar juntas las palabras “familia” y “feliz”.

- Abajo, refrescándose.

Me giré para ir abajo también, no había otro remedio allí que gastar demasiada energía en

cosas simples y cotidianas, murmurando maldiciones mentales.

- Me voy a lavar la cara.

- ¡Hey, D! También instalé una pileta para tu comodidad.

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ALÉTHEIA DE SERO: El Palacio de Lúachrán

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Lentamente me di vuelta como ella sonreía y apuntaba un lado del edificio que se había

colmado de agua, una pileta improvisada. Me encogí de hombros caminando hacia allí

torpemente, como pensaba en cuánto extrañaba un cepillo de dientes con pasta dental,

además de mi café matutino, de los periódicos, o la simplicidad de abrir una canilla al

despertar para remojar mi rostro. Todo perdido.

Necesitaba hacer algo y pronto con este lugar.

*****

La ascensión de Ciar.

Aius Tír Laighin

El por qué Morrigan y Callisto se refugiaron en el que sería conocido como el “Palacio de

Lúachrán” es simple: tras el Gran Cataclismo necesitaban un sitio seguro en el cual vivir.

Cuando tras las persecuciones en medio de las dunas de los personajes de más alto rango

de las Fuerzas Internacionales, que habían sido cómplices del desastre ecológico – fuerzas

a las que perteneció la mismísima Morrigan –, se dirigieron hacia el oeste y entonces, al

llegar a la que un día fue conocida como Península de Dingle, éstos sujetos se adentraron

más hacia el oeste, buscando perderlas de vista.

Fue entonces que Morrigan y Callisto descubrieron en una improvisada vivienda realizada

de automóviles completamente arruinados y un par de toldos a una mujer y a su vástago,

los cuales las siguieron al dúo en su arduo peregrinar. Ambas afirman que fue sin su

consentimiento, sin embargo y parafraseando a Morrigan, “tampoco lo impidieron”.

Así, ellas encontraron las ruinas abandonadas de la edificación que, sin saberlo siquiera, se

convertiría en el corazón mismo del Reino de Ciar.

*****

Diario personal. Año 0, 11º luna grande.

Callisto Tír Ciar

Darkie asaltó una librería hoy.

Encontramos lo que fue alguna vez una ciudad con todos sus habitantes muertos. Algunas

cosas pudimos rescatar y llevarlas a nuestra casita costera. Telas, algunos herrajes, un

caballo, algunos muebles, cosas que pensamos que podrían sernos útiles pero

evidentemente algo de feminidad interior surgió con esa cantidad de objetos gratis a

nuestra disposición.

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Nos fue bastante bien teniendo en cuenta que esas cosas ya no tienen dueño. El problema

fue la interminable cantidad de viajes de ida y vuelta, incluso me conseguí una espada

afilada y todo. ¿Puedes creerlo? Oh, ahora pueden temerme.

PD: Esta escritura es auspiciada por librerías “El Gran Cataclismo”, ese fue el chiste del día

entre Darkie y yo cada vez que conseguíamos alguna baratija más. Seguro volveremos por

más cosas.

*****

Año 0, 11º luna grande.

Callisto Tír Ciar

Hacía tanto calor durante la tarde que todos estábamos acostados haciendo nada, incluso

el ir cuesta abajo a lanzarnos en el océano estaba fuera de discusión. Estaba extendida en

el suelo, con un brazo bajo mi cabeza y el otro sobre mi frente, soñando con el pasado

perdido.

- Daría cualquier cosa por tener un aire acondicionado en estos momentos –

murmuré – Un ventilador al menos.

- Sería excelente – contestó Darkie.

La madre y el niño nos miraban cuando comenzábamos a soñar en voz alta, ellos ya habían

dejado atrás cualquier tipo de esperanza y a menudo me preguntaba cómo era que

sobrevivieron tanto tiempo fuera. Destino quizá.

- ¿Qué es ese ruido? – dije levantándome por la mitad.

Era algo como un ruido conjunto, algo que…

- ¿Caballos? – dijo Darkie con el ceño fruncido, aguzando su audición.

De un salto ruidoso, ella corrió a la entrada al igual que yo.

Una polvareda amarillenta dejaba apenas entrever figuras negras, jinetes, levantando el

polvo alrededor como nubes.

- ¡Son ellos! – murmuró Mary.

La mujer nos había mencionado que su marido había sido asesinado por una horda,

personas que aun iban tras las huellas de ella y su hijo pero nosotras las consideramos

exageraciones, elementos de una imaginación muy vívida, sumada a la deshidratación

desértica y sus espejismos. No esto. Lo que veíamos frente a nosotras eran al menos diez

hombres cabalgando directo hacia donde nos encontrábamos, a toda prisa.

- A mí nadie me mata sin pelear, yo no les daré el gusto de que me venzan así de fácil

– dijo Darkie.

- Entonces probemos mi nueva espada – contesté, desenfundando el arma y

haciéndola girar en mi mano con determinación.

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ALÉTHEIA DE SERO: El Palacio de Lúachrán

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Nos miramos y asentimos. Tampoco iríamos a interponernos en su camino para que los

bastardos nos pasasen por encima como una rama que cayó de un árbol y cualquiera pisa,

no, los esperaríamos allí mismo.

- Son como veinte – susurró Darkie, con la vista fija en ellos.

Podía sentir mi pecho tronando con fuerza y anticipación, los músculos agarrotarse ante la

descarga de adrenalina que preparaba mi cuerpo para la batalla. Maldije los trajes

enterizos que hacían las veces ropa, eran bastante incómodos esos overoles para una

batalla cuerpo a cuerpo, pero era lo que habíamos encontrado en la ciudad, como nuestras

propias prendas estaban tan roídas que eran inútiles.

De la situación, me pareció insólito que a la hora de mayor actividad solar viniesen unos

bandidos, sobretodo porque ahora las temperaturas eran elevadísimas a lo que estábamos

acostumbrados todos nosotros, en la que antes del desastre era plena temporada otoñal.

Ella salió fuera, un metro más allá de la estructura y me puse a su lado. Creo que ambas

estábamos rogando por salir vivas de esa situación como hundimos nuestros pies en la

arena, posicionándonos con firmeza en el terreno.

El problema fue que ellos eran más de los que originalmente calculamos.

La arena haciendo las veces de nubarrones amarillentos alrededor de los caballos no nos

permitieron ver, menos aun cuando frenaron frente a nuestros ojos, arrojándonos el sílice

en las pupilas, cegándonos temporalmente.

- ¡Mierda! – dije, restregando mis ojos con furia.

Entonces escuché las espadas desenvainando, la demente de Darkie en cuestión de

segundos se había metido en medio de ellos.

- ¿¿¿Qué estás haciendo??? – le grité.

Corrí entre medio también, uno llevaba un arma de fuego que en uno de los tantos

disparos con bastante mala puntería me rozó la pierna, haciéndome caer de rodillas en la

arena. Dolía como los mil demonios y la infeliz estaba allí sola. Uno de los caballos de ellos

cayó también a causa de otro de los disparos.

Entonces sucedió.

Ella desenvainó la espada que llevaba en la espalda y ¡pum! Una luz nos cegó a todos, la

luminiscencia no cesó sino que era como ráfagas de destellos continuos, yo podía

escucharlos a ellos cayendo al suelo como me tapé los ojos con un brazo para mitigar los

efectos luminosos e intenté localizarla en medio del caos. Uno por uno ellos caían como

moscas, siendo sombras para mí. No me pregunten cómo o por qué, esa cosa liberaba tanta

luz que apenas podía ver algo más allá de mi propia nariz. La secuencia duró muy poco

tiempo, tan poco como para que no cesara mi aturdimiento, los gritos, maldiciones y

ruidos metálicos eran claros, los caballos escaparon asustados.

Y luego silencio.

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Julieta M. Steyr

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Miré a los lados, ella tenía su arma en la funda colgando de su espalda y estaba en medio

de un reguero de sangre ajena, sucia con manchas rojas en todo el traje enterizo, con

salpicaduras color rubí en el rostro y la mirada perdida, como si tampoco comprendiese lo

que acababa de suceder.

- ¿Qué fue eso? – dije sin aliento.

- No sé – fue la simple réplica casi sin aliento.

Ella escaneó los alrededores con la vista con las cejas elevadas, una y otra vez volviendo a

los mismos lugares. Yo podía ver claramente su pecho subiendo y bajando por el esfuerzo

de ingresar oxígeno en sus pulmones. Me levanté del suelo con una mueca de dolor, no era

tan grave la herida según pude ver, una rasgadura en la ropa y un poco de sangre cayendo,

pero molestaba como el infierno y ardía muchísimo. Entonces vi una espada de ellos sobre

la arena, levantándola con curiosidad a la altura de los ojos, con el corte perfecto, casi

realizado por un diamante y caliente, ella había cortado al medio. Pasé un dedo por la

quebradura y era completamente lisa.

- Increíble. Malditamente increíble. ¿Cómo me dijiste que se llamaba tu “cosita”? –

pregunté cómo continuaba analizando el trazo.

- Katana, no es “cosita” – repitió molesta – Es una katana.

- Consígueme una, mi amiga – bromeé – Tiene un corte perfecto.

Ella se acercó a ver qué era lo que miraba tanto, yo corría el dedo sobre el acero de

superficie completamente llana, ella me imitó y nuevamente sus cejas subieron mientras

silbaba. «Realmente no tiene idea», medité.

- ¿De dónde la sacaste?

- La encontré, Cal, así que no te puedo decir de dónde proviene o quién la hizo.

Simplemente estaba ahí y la tomé.

- Me gusta – dije sonriendo.

Le di el arma ajena y la dejé allí de pie con sus reflexiones. Habíamos vencido a una

cantidad impensada de personas en tiempo récord. Bueno, ella los había vencido, yo debía

ir a curarme la maldita herida, pero la próxima me juré que los “cerditos” no escaparían.

*****

Morrigan Tír Ciar

No regresé.

Me fui a enjuagar mi cuerpo tras la pelea al océano, reviviendo vívidamente una y otra vez

las imágenes en mi cabeza. El destello me debería haber cegado por completo, como a

todos los demás pero por algún motivo no lo hizo, sin embargo estando allí abajo los

reflejos de la luz sobre la superficie marina me ardían los ojos por la claridad. Me quité el

overol, desnudándome y zambulléndome en el agua fresca con un chapoteo leve, dejando

la katana bajo la ropa en la pequeña playa.

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ALÉTHEIA DE SERO: El Palacio de Lúachrán

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Me preguntaba las alternativas de respuestas a la pregunta que le podía haber dado a mi

compañera de caminos, sin encontrar una satisfactoria.

No sabía qué era exactamente esa arma que con tanto celo llevaba conmigo, tampoco sabía

qué era lo que la accionaba de ese modo. Sí, yo lo había visto una vez anteriormente, pero

no lo confesaría, no estaba lista para ello, era demasiado difícil para mí asimilar aquellas

memorias como algo más que una fantasía nacida de la ceguera provocada por una ira

extrema. La katana tenía un signo de interrogación constante sobre mi mente. ¿Qué era

aquella cosa? Tenía la facilidad de atravesar objetos que… Sus cuerpos habían sido

cortados como si no fueran más que algo débil y difuso, no miembros recubiertos de

cantidades de músculos, huesos, membranas, líquido, nervios, tendones y venas. Todo eso

no era nada comparado con aquel objeto que ahora mismo me aterrorizaba.

Era mentira y verdad. No la había encontrado exactamente, el objeto tenía dueño, mi

mentor de hecho, pero ¿lo había soñado? Quizá si el mundo fuese un sitio como antes, me

hubiera encerrado a mí misma en una institución mental hasta aclarar mis dudas o

asistido a algún psicólogo. ¡Dioses y cómo los odiaba! Ellos y sus malditos test, siempre

diciéndonos qué era lo correcto para pensar y qué no, creyéndose dioses omnipotentes…

Jugando con nuestras vidas.

Me restregué con rabia la piel, enrojeciéndola como mis uñas rastrillaron la dermis. Me

sentía absolutamente sucia y no había nada que me tranquilizase. ¿Era comparable a esas

personas de las Fuerzas Internacionales? ¿Era posible que aquel objeto hubiera

detenido…? «No vayas ahí», me advertí a mí misma, conociendo dónde concluían siempre

los pensamientos. Únicamente en dos personas, una a la que odiaba, otra a la que había

perdido.

Sus rostros petrificados aparecieron nuevamente, los hombres esos con sus ojos abiertos

por completo, sus bocas a la par haciendo juego, podía ver sus múltiples dientes, la mirada

de absoluto pavor, lo desconcertados que ellos estaban por aquella pequeña pieza de

metal que sin piedad acababa con sus vidas. Sí, esa cosa, mi katana, me había salvado la

vida pero bien podría ser nuestra perdición. No sabía nada de aquel objeto, ni su origen

real, ni su artífice, ni cómo era que hacía aparecer esa centella, ni cómo era que realmente

la había conseguido. ¿Sería todo un sueño? ¿Todo esto? Entonces quizá despertaría con

una pesadilla en mi cama del Trinity College y la vida continuaría a su ritmo normal, yo

con mis clases, corriendo de aquí para allá, asistiendo a las fiestas, saliendo a pasear en mi

moto o simplemente escuchando música como leía un libro. Yo continuaría siendo Capitán,

continuaría con las constantes amenazas de mi madrastra sobre mi dinero, llamaría a mi

hermanastra de vez en cuando o tal vez, iría a ver un partido de hockey en la temporada.

Sí, posiblemente era eso.

El sol se ponía como daba vuelta a los pensamientos.

«Si tan solo tuviera una maldita señal, una revelación, un punto de partida…»

Nada era claro.

Lavé la ropa a la orilla del agua, creyendo que despertaría sin lugar a dudas de todo

aquello. Era sencillamente imposible lo que sucedía, no habíamos llegado casi al punto de

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Julieta M. Steyr

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la extinción como especie, podríamos vivir cómodamente, incluso iría por una gaseosa a la

máquina en los pisos inferiores de mi habitación y me reiría con mi compañera sobre lo

estrambótico de mis propios estados oníricos, entonces veríamos televisión y me dormiría

con una sonrisa en el rostro.

*****

Diario personal. Año 0, 11º luna grande.

Callisto Tír Ciar

Encontré a la tonta de Darkie en medio de la arena de la playa de noche, su cuerpo

cubierto por ampollas como su piel enrojecida había estado expuesta al sol una cantidad

de tiempo extraordinaria. Estaba inconsciente pero noté que aun respiraba. Ella estaba

viva.

¡Yo no sirvo para cuidar gente!

No sé qué más hacer. Está roja como la luz de detención de un semáforo, un rojo brillante.

Ella me había dicho que el sol le hacía mal pero… ¿Por qué demonios no se fijó? ¡Maldita

estúpida!

Dos familias llegaron, por eso no había ido por ella antes. Nosotros discutimos pero no los

pude persuadir de continuar su camino, ocho personas más, de diferentes edades, habían

escuchado que alguien asesinó a los bandidos. De seguro que había uno más escondido

que consiguió escapar.

Ahora uno de ellos está mirando las heridas de ella, pero no hay mucho que podamos

hacer. La bañamos en barro. ¡Si ella se viera! No encontré crema alguna en el pueblo

cercano que ayudase con su estado y trajimos un balde cargado con agua para colocar

paños en su cabeza pero… No sé qué va a suceder después de esto.

*****

Año 0, 11º luna grande.

Morrigan Tír Ciar

La oscuridad me envolvió una vez más, sentí mi cuerpo más ligero, alejándose del dolor.

Era un sitio familiar.

Vi una mañana, un lugar similar a un templo, antiguo, personas allí congregadas en lo que

supuse que era algún tipo de ceremonia religiosa. Lo confirmé segundos más tarde, como

caminé entre ellos como un fantasma, un espectro viendo una escena en particular. El sol

caía en diagonales doradas lineales sobre el altar, dándole una hermosa esencia etérea al

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ALÉTHEIA DE SERO: El Palacio de Lúachrán

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sitio, más de una treintena estaban allí congregados y me sorprendí porque no veía a

tantas personas juntas desde antes del Cataclismo.

Caminé por la alfombra amarillamente asquerosa, yo siempre había odiado el amarillo

particularmente esa tonalidad chillona.

A los lados pude ver soldados con el mismo color de casaca e hice una mueca de disgusto,

prefería morir a ver a la milicia vestida así, después de todo, esto no era una Gay Pride, era

una ceremonia formal y ellos desencajaban por completo con mal gusto.

A los pies del altar, dos figuras. «Ah… Un casamiento», pensé y me acerqué más, sin prisa

como escuchaba al sacerdote murmurar las palabras de enlace sin el menor ánimo de

realizarlo. «Tiene menos vocación que yo de maestra de niños», pensé, riéndome del

hombre.

Cuando estuve justo detrás de la novia vi cómo se movía su vestido, con respiración

irregular. Más curiosa que antes, me gire a ver su rostro.

El aliento desapareció de mi cuerpo por la impresión. Los mismos ojos celestes, la misma

piel blanca y el mismo cabello dorado ahora casi invisible tras el velo, lo más llamativo

eran las claras lágrimas sobre sus mejillas y la falta absoluta de sonrisa. Eso no era alegría,

era otra cosa.

- ¡Niamh! – grité – ¿Puedes verme?

Pasé una mano frente a sus ojos tres veces y nada, no hubo respuesta.

- ¡Maldita sea, mujer! ¡Estoy aquí! ¿Quién es este infeliz?

El enojo, aun cuando no conocía a su acompañante brotó de mis entrañas, entorné los ojos

y vi a su ladero con desconfianza. Un hombre de ojos marrones al cual podía oler su

soberbia a kilómetros de distancia, lo sabía porque era la clase de personas que vivía

fastidiando sus planes, los conocía hasta por sus gestos aun cuando no dijesen palabra

alguna, ellos siempre fueron objetivo de bromas, trucos y de mi retórica casi

constantemente durante la mayor parte de mi vida.

- ¡Reventado hijo de re mil zorras malparidas! ¡Le haces daño a ella y no verás el fin

de tu agonía! – amenacé inútilmente con el índice apuntando hacia su cuerpo.

Miré de nuevo el rostro a su lado, deslizando mi mano invisible sobre su mejilla derecha.

- Te juro que si este imbécil te lastima yo misma haré que lo pague muy caro – hice

una pausa, quitando mi mano – ¿Niamh? – y me acerqué a su oído a susurrar –

Recuerda esto, por favor: jamás permitas que te pisoteen, eres demasiada persona

para permitir que un estúpido te joda la vida. Si ellos no te saben apreciar,

mándalos al demonio. ¿Sí?

Di un paso hacia atrás con tristeza y vi que el infeliz le daba los anillos al sacerdote, cerré

los ojos, pensando que podía ser peor que lo que ya había vivido, ella estaba a punto de

casarse con un gusano. Entonces el sacerdote preguntó si ellos deseaban contraer

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Julieta M. Steyr

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matrimonio, él rápidamente asintió, justo en el momento en el que ella dudó y yo sonreí

con malicia.

- No te la mereces, hijo de perra – le dije al novio riendo.

Él estaba visiblemente molesto, con el ceño fruncido y la frustración a flor de piel,

acercándose a su oído le dijo.

- Es esto o tu maldito pueblo muerto de hambre.

- ¡Lo sabía! – grité.

- Yo…

- ¿Niamh? – dijo él.

El sacerdote carraspeó para que se apresurasen.

- Ella acepta – dijo el hombre, enderezándose.

- Pe… Pero señor – protestó el clérigo.

- ¡Anótalo! – le ordenó.

- S… Sí, mi señor – dijo el cura bajando la cabeza con servilismo.

- ¿¿¿Qué??? – grité a su vez – ¡Es un matrimonio sin consentimiento de la novia! ¡Es

nulo!

Mi indignación se incrementó hacia el hombre que ahora notaba que tenía la misma casaca

amarilla que los soldados en los costados, ahora concluía que todo esto era orquestado por

él, de hecho, miré al público y no había ni uno solo de los familiares de Niamh o personas

que se le pareciesen, nadie, todos tenían facciones distintas de las de ella. De ser visible lo

hubiese golpeado en medio de su rostro.

El sacerdote dijo que podían besarse y rápidamente centré mi atención nuevamente en la

pareja. Ella le corrió el rostro, otorgándole la mejilla, como yo estallé en risas.

- Me casé por mi reino – dijo finalmente ella cuando él se corrió – Tenlo en cuenta.

- Uh, uh, uh – me reí de él.

Esa era su mirada fulminante, con los ojos brillando por la ira. Una de sus características

que más me gustaban de ella: la chica sabía cómo cuidarse por sí misma, no como la

mayoría que recurría a la victimización para conseguir las cosas. Ella era un torbellino

cuando estaba enfadada.

- Ella no será tu trapo de piso, chico listo – le susurré a él.

Ellos se tomaron del brazo para salir de la capilla, como los presentes se levantaron de sus

asientos para aplaudir a los recién casados. Yo fui al lado de ella, con la esperanza que al

menos podría sentir mi presencia, quizá, con un poco de suerte a favor, e infundirle algo de

ánimos y compañía que le faltaba en toda esa farsa.

La seguí fuera y me senté a su lado en el carruaje que los condujo a ambos, la seguí cuando

se separaron por los pasillos desconocidos, en el momento en el que unas cuantas mujeres

fueron a felicitarla y ella les dio una triste sonrisa, continuamos más allá de los pasillos

como ella dijo que deseaba arreglar su apariencia. Entonces quedó en una habitación

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ALÉTHEIA DE SERO: El Palacio de Lúachrán

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vacía, cerrando la puerta con el pestillo y comenzó a llorar en el suelo, con la cabeza sobre

el colchón.

- Shhh, aquí estoy, aunque no me veas… ¿Finalmente escogiste el peor de los males o

era todo malo? Apuesto que fue lo primero – dije con una sonrisa triste – Me

gustaría que me vieras, así sabrías que no estás sola, esto ya es una tortura.

Comencé a acariciar su cabello con una mano invisible, como escuchaba el llanto acallado

por el cobertor. Así nos quedamos un largo rato.

- Cuando quieras puedo pegarle, yo lo haría con gusto. Es más, ¿recuerdas cuando

paseábamos por el College Park riéndonos de la poca suerte amorosa que

teníamos? Creo que esto no es muy distinto ¿eh? Niamh… – dije para llamar su

atención – si quieres te llevo al baile, y no me refiero a cualquier baile sino al

Trinity Ball. ¿Qué te parece? Mataríamos a más de una persona por la impresión.

Escuché una risa ahogada. Lo que fuera que sea que ella estuviera pensando, me alegraba

por ello, yo haría cualquier cosa por hacerla reír.

- En verdad te iba a invitar al Trinity Ball – dije con tristeza, mirando el suelo de

madera – pero no llegamos a cambiar de año.

Ella de pronto elevó la cabeza de la cama, fijando la vista hacia arriba y suspirando.

- Si Darkie me viera así me mataría. ¡Que bobería casarme con ese personaje! Yo lo

supe cuando vino su consejero, ¿y qué hice al respecto? – se regañó a sí misma –

Me metí en la maldita capilla.

- ¿Así que todavía te acuerdas de mí, eh? – sonreí conforme – Me alegro.

Sus palabras se cortaron como suspiró audiblemente varias veces.

- Me siento timada.

Niamh se alzó del suelo fatigosamente, recostándose sobre la cama como abrazaba a la

almohada con un brazo. Yo di la vuelta a la cama y me arrimé a su lado también, mirando a

los ojos rojizos e hinchados frente a mí, solo embelesada de aquella visión que era una

mezcla extraña de nociones encontradas, debatiéndome internamente en cuán bueno o

malo era todo aquello. El sosiego de tan solo estar allí hizo que mi respiración se

profundizase, que me fundiera en el momento, disfrutándolo aunque fuese irreal. Sus ojos

comenzaban a cerrarse, como los míos.

- Pequeño ruiseñor de Wilde – le dije a ella – Ya es hora que te devuelvan la rosa por

la que tanto te sacrificaste y cuando la tengas, esa rosa creada por el canto al claro

de luna de tu trino, revivirás con el más fuerte poder que nadie en la vida haya

visto. Te prometo que te daré la rosa, pequeño ruiseñor, si esto no es un sueño, la

tendrás.

Ella verdaderamente me recordó cuánto sacrificio puede realizar una persona y sin

siquiera obtener los agradecimientos por las que lo realizaba. La ingratitud con la que le

habían pagado la mayor parte de su vida era lo que me había jurado borrar tras ver los

ojos neblinosos de dolor interno, la desazón de que no había nadie allí para darle un hálito,

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Julieta M. Steyr

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una palabra de cariño y apoyo. Eso atravesaba mi pecho con una punzada de angustia tan

grande, me encontré cautivada entre el anhelo de perseguir a los culpables y estar allí a su

lado, simplemente… estando.

Fue en aquel momento cuando comencé a sentir que mi piel estiraba, dolía.

Y regresé a la misma orilla, con Niamh lejos del panorama. Vi mi cuerpo, vi el agua, la ropa

tirada sin cuidado tras ser enjuagada de la sangre, yo misma a un lado como muerta y el

hombre, moviéndose como un ser rastrero tomando mis cosas.

Él corrió lejos y yo debía despertar, no sabía cómo pero tenía que hacerlo.

*****

“La grandeza de Uladh”. Año 25.

Oscar Tír Uladh

En la onceava luna grande del año cero, nuestro Señor de las tierras de Uladh, el rey Oísin

O’Cumhaill, hijo de Fionn, nieto de Cumhaill, contrajo nupcias sagradas con la princesa

Niamh, gobernante de las tierras de Ailech, comenzando una etapa de prosperidad para

nuestro queridísimo reino.

*****

“Los secretos en El Reino”. Año 100.

Anónimo

La mayoría de los escritos habla desconociendo que el calendario que actualmente

utilizamos, el que cuenta desde el antes y después del Gran Cataclismo se debe a los

Ciarraighe y su cultura popular.

Ellos fueron quiénes comenzaron una nueva cuenta, tomando ya a los antes conocidos

“meses” y transformándolos en “lunas grandes”, cambiando los días por “lunaciones o

lunas pequeñas”.

Para los Ciarraighe, en particular para la Almirante Morrigan de Ciar, fue un nuevo

comienzo desde cero como sus tierras se vieron radicalmente alteradas.

*****

“Y entonces comencé a definir a la oscuridad como un estado perpetuo de consciencia”.

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ALÉTHEIA DE SERO: El Palacio de Lúachrán

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Extracto del “Alétheia” de Joan Lacroix Van der Tuer.

Alétheia. Año 0, 11º luna grande.

Morrigan Tír Ciar

En un inicio no comprendí lo que estaba sucediendo a mí alrededor. Era medianoche,

estaba repleto de personas, demasiadas para mi gusto, Callie estaba allí también y mi

cuerpo parecía haber sido metido en el asador dejando que se quemase. Supe que había

algo fuera de sitio, mi sueño me había advertido: faltaba la katana. Era lo único que

recordaba.

Me levanté intentando no alertar a nadie, mordiéndome el dolor que sentía y salí a

hurtadillas a mitad de la noche a buscar a esa persona que había visto tomarla,

oníricamente hablando, claro. Lo último de lo que realmente tenía recuerdos era de estar

en la playa, no del cómo había aparecido en el edificio o quiénes eran todas esas personas

junto a mí.

Seguí la arena enfriada y humedecida en mis pies descalzos, más allá hacia el noreste,

donde las montañas ahora recubiertas por la arena y comenzaban a elevarse en el

horizonte, yo había visto al desconocido correr hacia allí y, créase o no, lo único que me

había salvado la vida en todos estos años de situaciones espectaculares era mi intuición y

mis propios sueños, que me alertaban.

No recuerdo en qué momento comencé a correr, aun con el cuerpo cubierto de llagas y

herido, sin sentir nada en la planta de los pies. Nadie me iba a quitar aquel objeto, ni

siquiera mi mentor. Me convertí en pura determinación. La oscuridad me cubrió como el

sol del este no podía dejarse ver por completo por la cadena montañosa, la luz dorada se

encontraba muy por encima de mi cuerpo y yo estaba más que agradecida de ello, no

pudiendo exponer más mi piel al sol.

Pero cuando encontré al infeliz y su pandilla…

Sentí que los vellos en todo el cuerpo se erizaban de pronto, mi energía personal se

magnificaba y perdí la noción… Una vez más.

Cuando volví a parpadear lo que quedaban de ellos eran solo pedazos de carne rojiza y

sanguinolenta, restos óseos también en partículas, todo destrozado en el suelo, bañando

las paredes de una caverna de vísceras, llenando de imágenes macabras el lugar. Miré mi

mano y allí estaba, mi bebé, mi preciada katana pendiendo de mi mano derecha como si

jamás se hubiera ido. Los ejecuté, aparentemente. ¿Cómo? Seguramente tomé mi arma

poniéndome en acción, lo shockeante era que no recordaba nada en absoluto o el por qué

los había reducido a pedazos con saña, eran cosas inexplicables hasta que recordé que uno

de ellos había intentado utilizar mi arma contra mí.

Escuché un graznido.

Entonces la luminiscencia de nuevo desprendiéndose por sobre la funda del arma,

lanzando figuras sombrías a las paredes rocosas, y yo aproveché la oportunidad colmada

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Julieta M. Steyr

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de la ira interna porque ellos tuvieron la osadía de atacarme con algo que no les

pertenecía, al punto en el que la indignación se confundió con la rabia y la noción que

debía aleccionarlos.

Maldita espiral sombría.

Bien, creo que finalmente lo hice. Todo porque me recordaron tiempos pasados.

¿Cómo controlas el sentirte como Doctor Jekyll y Mister Hide? Yo nunca pude hacerlo y sin

embargo, desde temprano tengo la noción que hay una parte en lo profundo de mi ser a la

que las personas jamás deberían aproximarse, una parte indómita que no reconoce a las

personas entre amigos o enemigos, como el tigre, atacando solo por el placer de matar. Yo

soy mi mayor enemigo, mi propia pesadilla personal. Y ellos eran únicamente una muestra

visible de la huella del paso de mi sombra interna.

Caí con cansancio al suelo, con mis brazos colgando de mis rodillas, tan solo observando

toda la escena sangrienta.

Escuché los graznidos cada vez más cerca, como una bandada de cuervos llegó al lugar y

comenzó a darse un festín con aquello. Uno de ellos me miró con ojos oscurecidos y yo

incliné la cabeza, sonriéndole, poseía un hermoso con su plumaje absolutamente negro y

su pico curvado, sus ojos bien abiertos, escrutándome, saltando entre lo que para él era su

propio banquete, seleccionando qué consumiría. Sus compañeros hacían lo mismo.

Curioso. Jamás había pensado en esos animales carroñeros como bellos. Pero ahí estaban,

dando una sinfonía al ciclo de vida, poniendo las cosas en su sitio como la naturaleza se

encargaba de reciclar los despojos convirtiéndolos en vida nuevamente.

Entonces éste que tenía mi atención movió con su pico una mano, cortada perfectamente

desde las falanges de los dedos hacia la muñeca. «Media mano», me corregí. Sabía que yo

no lo había hecho, observando nuevamente aquel extraño objeto que para mí era como la

caja de Pandora. Y el sentido me golpeó nuevamente, recordando al hombre que

desenfundó la katana, pensando que podría atacarme con ésta, el arma volviéndose en su

contra.

Me quedé con los restos sin sentir absolutamente nada por éstos hasta que volvió a

oscurecer, admirando a mis compañeros de locación como salía de mi bruma de confusión

interna.

*****

“Los secretos en El Reino”. Año 100.

Anónimo

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ALÉTHEIA DE SERO: El Palacio de Lúachrán

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Los primeros días en el Palacio de Lúachrán serían una lucha constante contra la

naturaleza y las hordas de bárbaros que intentaban aplastar a las personas con fuerza

bruta.

Lo que ni siquiera es mencionado en “La ascensión de Ciar”, libro redactado por una de las

Medjay de Ciar aproximadamente entre el año 04 y el año 10 de nuestra era es que, el día

que Morrigan eliminó al primer gran grupo de atacantes del lugar fue el día en el que su

misteriosa arma desapareció.

Encontrada en la arena entre sus ropas, la afamada katana fue capturada por personas que

buscaban, tal como ella y Callisto lo hacían, objetos para utilizar. Un arma en aquel

momento era un pedazo de poder otorgado que haría sus vidas un poco más sencillas.

Morrigan fue ella sola tras las personas que la robaron, el ladrón había perdido una mano

al intentar extraer el arma de su funda, dando inicio a la tradición Ciarraighe de que los

ladrones debían ser castigados con la pérdida de dedos o incluso su mano. Era, sin lugar a

dudas, un objeto sumamente peligroso que por alguna extraña razón únicamente obedecía

a su nueva poseedora. Más adelante, se especularía toda clase de poderes sobre ese objeto,

con teorías sobre su poder, su magia, su nivel tecnológico, incluso sugiriendo que la

espada surgió desde las tinieblas.

La verdad es que su futura sucesora, Faith Tír Ciar, podría utilizarla tal y como Morrigan lo

había hecho y es algo comprobado en varios testimonios de la época.

Sin embargo, el poder soberano de Ciar estuvo lejos de basarse en una simple arma como

sugieren algunos investigadores, Morrigan ideó estrategias, combatió en batallas sin

desenfundar su arma e incluso, fundó un escalafón que obedecía a sus propósitos al idear

primero a los Medjay y, tras éstos, a los Alexos y oficiales, todos respondiendo al régimen

militarizado de Ciar. Más aún, influenció a los reinos, especialmente al de Ailech, pero eso

no sería posible hasta varios años más delante de la fundación.

El más visible legado de Morrigan es, sin lugar a dudas, el Palacio de Lúachrán y la

fortaleza con el mismo nombre, con su triple muralla. Pero de la misteriosa katana no se

sabe a ciencia cierta qué fue lo que sucedió.

Tanto es así el misterio que rodea a “El Reino” sobre la identidad verdadera de Morrigan, o

Darkie como la llamaban sus allegados, está envuelta en un velo de misterio.

*****

La ascensión de Ciar.

Aius Tír Laighin

Cualquiera apostaría que la primera persona que se enfrentaría a Morrigan abiertamente

sería Oísin, pero estarían terriblemente equivocados. Eso es un mito.

La primera en enfrentarla fue Maeve, futura reina de Connachta.

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Julieta M. Steyr

20

A veces el destino podía ser muy curioso.

*****

Diario personal. Año 0, 12º luna grande.

Callisto Tír Ciar

Las personas continuaron llegando a nuestro incómodo rincón del mundo. A veces miraba

el rostro ceñudo por demás de Darkie ante la cantidad de personas y moría de risa, ella

que odiaba a las multitudes que se le pegaban como si fuera un imán.

Oh, fue gracioso ver que tras que sus llagas sanasen, se le empezó a caer la piel, grandes

trozos se desprendían como ella jugaba con el pedazo y se reía diciendo que ahora parecía

una víbora mudando su piel. Poco a poco volvió a la normalidad, ahora tenía mucho más

cuidado con la luz solar que antes, por lo que supuse que al menos eso la había

escarmentado de su descuido.

Un viejo llegó un día con viejas leyendas en su mente, su familia toda la vida había nacido y

sido criada en esa zona. El llamó al lugar “Lúachrán”, explicándonos que era la

antiguamente mítica capital de ese lugar, un sitio que nadie jamás había encontrado, así

como también mencionó que esa edificación no existía antes del Cataclismo, como ahora

llamábamos al “Día cero”.

- Bueno – dijo Darkie socarronamente – Ya que dices que este es Lúachrán y la

capital del lugar, supongamos que tienes razón, después de todo no es un nombre

tan desagradable. Además, como verás ya tengo guerreros – mencionó

señalándome.

- Soy Callisto, su Medjay – me presenté al hombre con una inclinación.

- ¿Y ella es? – mencionó él.

- Soy Morrigan – comentó en broma –, Almirante de estas tierras a las que

denominamos mmm… Ciar.

- ¿Ciar? – preguntó escéptico.

- Ciar. Tómalo o déjalo – Darkie se rió.

Para su desventura, de todo aquello que comenzó como una broma aquel día, un intento

que el hombre no se quedase allí, nació la leyenda de Ciar. Ni yo lo creería si no lo hubiese

visto y escuchado con mis propios sentidos, el rumor se expandió, demasiado al parecer.

Eso había sido una historia vieja, del día en que nos reencontramos, que las personas

tomaron muy en serio, no entiendo por qué.

Darkie, supongo que para entretenerlos, hizo que limpiásemos y comenzáramos a

reconstruir el lugar. Sin embargo dimos prioridad a dejarlo medianamente habitable y

quitarnos de encima a tantas personas como podíamos. Con los desechos que

encontrábamos, objetos retirados de las que una vez fueron ciudades, comenzamos a

construir viviendas circulares, como serían menos propensas a ser derribadas si una

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ALÉTHEIA DE SERO: El Palacio de Lúachrán

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tormenta de arena – a las que ya nos habíamos acostumbrado –, sacudía sus cimientos. Así,

las pequeñas casas circulares revestidas con piedras del acantilado fueron sumándose, a la

par que mejorábamos el interior del Palacio de Lúachrán, como continuábamos

encontrando sobrevivientes que querían vivir con nosotros.

Una locura total.

Teníamos las manos ajeadas, ampolladas, adoloridas por el duro trabajo. Yo caía rendida

en un montón de dolor en mi improvisada cama, completamente exhausta por la jornada

laboral. Uno de ellos supo realizar un intento de brea y alquitrán, con el que comenzamos a

sellar las fisuras de a poco, verdaderamente no es un mito que el Palacio de Lúachrán

contiene restos óseos como eran parte de ese preparado.

Y como curiosidad puedo decir que el día que regresó con una apariencia de salida del

infierno por las múltiples llagas, los pies descalzos y la sangre chorreante ya seca, fue el

día en el que nos invadieron los cuervos. Ella dijo que serían sus mascotas y nadie quiso

discutir su alocado punto de vista.

*****

Alétheia. Año 0, 12º luna grande.

Morrigan Tír Ciar

Increíble. Se suponía que para estas alturas deberíamos estar preparando un árbol

navideño, comida para atiborrar nuestros estómagos durante dos meses consecutivos y

escuchando hasta que los tímpanos nos sangrasen los infernales temas navideños en todas

partes, peor aún, en las malditas lucecitas.

Algo bueno surgió de todo esto, ¿no?

Apenas si tengo movilidad en la mano debido a que estuvimos todo el día levantando

piedras, picando la roca en el acantilado, clavando maderas, colmando nuestras fosas

nasales con el aroma al alquitrán para sellar los recovecos. Sin embargo, es más como una

mezcla que incluye huesos, yuyos diversos y madera recolectada de pinos caídos durante

el Cataclismo. Ah, y me olvidaba de los cortes lacerantes que arden como la mierda cada

vez que me olvido que están allí. Es lo que hay.

Hace al menos una luna comenzamos las tareas, después de que pude moverme con

correctamente y tras la tormenta en la que me juré a mí misma que no sufriría más de lo

necesario las lluvias, tormentas de arena o el frío nocturno. El hecho es que mientras

continúe teniendo que vivir en un mundo como éste, bien podría hacerlo como me

merezco y eso significa no convivir en un lugar que es un nido de alimañas.

Los cuervos anidaron en las cercanías, son los únicos bienvenidos. También tenemos

gaviotas pero, ellas ya estaban allí.

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Julieta M. Steyr

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Las personas continúan llegando, espero que no sea una epidemia.

*****

Año 0, 12º luna grande.

Callisto Tír Ciar

Fuimos de excursión con Darkie con ayuda del nuevo mimado del grupo al que bautizó

Damocles. El pobre caballo iba a tener su descanso después de un largo trayecto, todos

habíamos ido a la ciudad en busca de cosas para utilizar, todos excepto Mary y Tuan.

Llegamos cuando la tarde caía, sin que el niño corriese a saludarnos como de costumbre,

ya que en esos días había tenido fiebre y posiblemente había enfermado de algo que no

sabíamos qué podía ser, como ninguno de nosotros se había dedicado anteriormente al

área de la medicina.

Las primeras en llegar a Lúachrán, por supuesto, fuimos nosotras dos como teníamos la

ayuda del pequeño Damocles. Yo podía ver cómo estaba quedando la labor en aquel

edificio desde la lejanía y las cinco casas que ahora compartían parte del espacio a orillas

del océano. La piedra negra que habíamos comenzado a colocar en el palacio le daba un

aspecto sombrío que me agradó bastante, solo era un metro, pero lo hacía lucir como

nuevo.

- Está quedando bonito – dijo Darkie, admirando lo mismo.

- ¿Y después de esto?

- Primero deberíamos recubrirlo todo y más tarde veremos qué depara la fortuna.

Me pareció una buena idea, pronto llegamos. Lentamente ella desmontó, tomando consigo

una bolsa con medicinas que consideramos que podrían ser útiles para el niño, yo salté,

tomando las riendas del caballo para llevarlo a la sombra, el pobre animal merecía un

descanso así como también un poco de comida.

Darkie se dirigió a la actual casa de Mary con largas zancadas, como yo continué con la

atención de Damocles cuando escuché que ella me llamaba.

- ¿¿¿Callie??? – otra vez.

- ¿Qué pasa? Estoy con Damocles.

- ¡Ven! ¡Ahora!

Me apresuré a ir a la casa, ojeando hacia dentro. Todo revuelto, los muebles caídos y

ninguna persona dentro. Miré a Darkie con el ceño fruncido en concentración, meditando

dónde podían estar ellos y ambas tuvimos la misma idea: correr hacia Lúachrán.

Entré unos dos metros en la estructura apresuradamente, cuando me frené en seco. Mary

y Tuan, yacían atravesados por una espada en el suelo, ella aparentemente había tratado

de defender a su hijo enfermo huyendo hacia el palacio. Era la única explicación posible.

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ALÉTHEIA DE SERO: El Palacio de Lúachrán

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- ¡Por los mil demonios! ¿Darkie? ¿Estás ahí? – dije sin darme la vuelta.

- Sí – fue un susurro.

Los miles de pensamientos que corrían por mi mente decían lo mismo: «No debimos irnos,

no debimos dejarlos solos». Ellos estuvieron indefensos de sus atacantes, ella no sabía

luchar, él era sólo un niño enfermo, eran una familia que jamás había atacado a nadie, ellos

nunca se metían en las rencillas como nosotras, eran pacifistas, personas tranquilas con un

pasar casi imperceptible. Ellos no estaban armados. «¿Por qué?»

Culpa. Sencilla y cruel apuñalando mis entrañas.

Entonces escuché un sonido de algo cayendo e instintivamente quité la espada de mi

espalda, irreflexivamente preparada para la contienda. Tres de ellos se habían quedado

escondidos en nuestro hogar. Darkie tomó a uno del brazo, quitándose de su camino como

se abalanzó hacia ella y lo quebró a la altura del hombro con un golpe por detrás, haciendo

gritar de dolor al hombre mientras ella pateó en su espalda, provocando que cayese de

bruces. Al siguiente lo atravesé horizontalmente con la espada como corrió hacia mí,

manteniendo la presión en su cuerpo con odio puro, extrayendo lentamente la vida de su

ser, dejando que sus entrañas se derramasen en el suelo sin piedad.

Ellos eran los culpables de las muertes de Mary y Tuan, me decía mi mente.

- Cal – dijo ella llamándome la atención con un ladeo de cabeza hacia el hombre que

estaba en el suelo.

Yo elevé la espada y lo acribillé en medio por detrás, con un crujido satisfactorio a huesos

quebrándose y un poco de sangre manchando mi mejilla.

- Hijos de perra – dije entre dientes.

Uno se subió a la espalda de Darkie, saltando desde la parte más elevada de la estructura y

ella lo giró en su espalda, haciéndolo volar y cuando cayó sufrió la misma suerte que el

primero.

Levanté la mirada hacia los ojos cerúleos de mi compañera, extrañamente inhumanizada,

con la mirada fría y perdida en algún sitio de su mente, inerte, vistiendo el maldito overol

color azul marino que habíamos encontrado hacía una luna aproximadamente, igual que

yo misma. Su cuerpo reaccionaba, pero parecía desprovista de toda emoción, yo sin

embargo, me sentía bullir por dentro.

- ¡Suelten las armas o lo asesino! – dijo la voz detrás.

Por encima del hombro de Darkie visualicé a una mujer rubia de cabello largo y ondulado,

alta, con una pequeña espada sosteniendo a uno de los hombres que vivían allí con

nosotras por el cuello.

- Mátalo – dijo secamente Darkie – Una boca menos que alimentar, nos harás un

favor, Maeve.

La mujer abrió los ojos con sorpresa.

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Julieta M. Steyr

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- ¿Quién eres tú? – le preguntó titubeante.

- Tu peor pesadilla – le contestó Darkie, girándose lentamente hacia ella, como una

media sonrisa se dibujó en su rostro levemente ensombrecido por la inclinación de

su cabeza.

La boca de la mujer cayó, así como su mano apenas un centímetro de la garganta de su

presa, Darkie elevó el mentón entonces.

- Pensar que no volví a saber de ti y me dije a mi misma que el Cataclismo me había

hecho el favor de erradicar a todas los gusanos sobre la tierra, pero veo que sigues

con vida.

- ¿Darkie? – balbuceó.

- ¡¡¡No soy Darkie para ti!!! ¡¡¡Soy Morrigan!!! – entonces continuó entre dientes, en

un tono peligrosamente bajo – Y tú, maldita hija de perra, será mejor que corras y

rápido, porque me cobraré el atropello que me hiciste en el Trinity y la vida de

estas personas que eran de los míos. Todo junto.

El cuerpo de Darkie estaba tenso y listo para la batalla, la mujer no supo cómo responder a

aquello e inconscientemente dio un paso hacia atrás. Por un instante me di cuenta que me

había confiado un apodo para ella que únicamente, según comprobaba por mí misma,

utilizaban las personas más allegadas a su persona. Algo casi exclusivo. Y rememoré que

no permitía que los demás la llamasen de ese modo, salvo yo. Ellos solían decirle

“Almirante”.

- ¿Qué demonios te sucedió en el rostro? ¿Y esos ojos? – continuó ella.

«¿Quién es esta perra?», inquirió mi mente. Lo único que estaba logrando era

provocándola.

- ¿La conoces, D? – le pregunté con desconfianza.

- Es mi ex – contestó entre dientes.

Los nudillos de Darkie crujieron cuando cerró la mano en un puño. Un hombre se asomó

detrás de la mujer, un extraño.

La desconsideración de esta intrusa no tenía nombre, uno no andaba por ahí señalando los

defectos de los demás. Había sido dura la confesión sobre la cicatriz que ocupaba la mitad

del rostro de mi compañera, bajando en diagonal; entonces llegaba esta mujer arrojando

las palabras cual si saludase, sin pensar en que quizá la afectaría. Menos aun cuando

Darkie parecía lista para arrancarle los ojos con sus propias manos. Pero medité, por un

segundo, que quizá era una estratagema toda esta charla.

- ¡Mátalo o corre! – avivé a la inoportuna – ¡Decide! ¡Maldita sea! ¿Quieres vivir o

morir por algo estúpido?

- Ellos lo hicieron, no yo – soltó la excusa titubeante.

Solo esperaba que fuese una estrategia para distraerla tanta palabrería.

La mujer comenzó a empujar el arma al cuello de él, entonces Darkie emitió un alarido

agudísimo, asustándolos a todos, en aquel momento de distracción aproveché para arrojar

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ALÉTHEIA DE SERO: El Palacio de Lúachrán

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mi espada por el lado de mi compañera y orando porque no golpease a nuestro amigo. Un

lado del brazo de Maeve fue alcanzado por el filo, provocándole un buen corte así como

quitando un chillido desde lo profundo de su garganta, Darkie corrió hacia ella, con el

brazo inclinándose a su espalda y extrayendo la katana. La maldita luz de nuevo, esta vez

supe que era algo positivo. Maeve consiguió utilizar a su compinche como escudo,

cortando la yugular de él. Ella corrió lejos de nosotras, con su lado derecho chorreante de

sangre entre el cuello y el hombro donde aparentemente la había alcanzado la “cosita”,

dejando a sus compañeros sin saber si continuaban o no con vida, demostrando la clase de

persona que era.

Miré hacia abajo, a nuestro compañero de residencia que estaba aterrorizado.

- ¿Estás bien? – le dije, arrodillándome junto al hombre asustado.

El asintió con la cabeza torpemente, Darkie aun sostenía su espada en mano que iba

perdiendo luminiscencia, como un foco que se apaga lentamente.

- Gracias, “cosita” – dije al objeto de reojo.

Ella se movió, escondiendo su propia arma en la funda, caminando unos pasos, Darkie

tomó mi espada y me la entregó con las dos palmas abiertas casi ceremonialmente, la miré

a los ojos inescrutables con una mueca de confusión. Perseguíamos a los soldaditos por las

dunas pero venía una ex, asesinaba a uno de los nuestros, ¿y la dejaba salirse con la suya?

No tenía sentido para mí.

- ¿Ex? ¿Y no la fuiste a matar? – le pregunté, señalando las dunas con mi espada –

¿Le creíste que no los mató?

- No lo hizo, es demasiado cobarde para quitarle la vida a alguien y cargar con la

culpa de ello – me dijo – No cualquiera puede hacer un acto semejante teniendo en

cuenta que deberá convivir con su consciencia de por vida, ella para empezar

siempre blofeaba sobre todo. Es y será por siempre una niña mimada, cobarde

hasta la médula. Hay cosas que jamás cambian.

- ¡Tienes que contarme esa maldita historia! Y no me respondiste por qué no fuiste

tras ella – reproché.

Ayudó a que el hombre a mi lado se pusiera de pie, extendiendo su brazo, él salió de la

estructura apresuradamente. Su semblante se tranquilizó, colocando las manos en su

cintura suavemente, como si el pensamiento de mi pregunta hubiera pasado miles de

veces por su cabeza, como algo que sale de una historia a la que has repasado para no

volver a repetir.

- Hay personas que merecen algo peor que la muerte – dijo con una media sonrisa

de lado como yo me ponía de pie también –, y eso es vivir. La vida trae más

sufrimiento que alegrías, Maeve no se merecía que la asesine, se merece vivir una

malditamente larga vida, llena de desventuras. ¿Y sabes qué? Ella me recordará

por el resto de sus días – sonrió.

«Como para no recordar ese extraño objeto con lucecita o el encontrarse con un ex»,

pensé, riéndome interiormente por colocar ambos en la misma categoría.

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Julieta M. Steyr

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- Tiene sentido – le dije tras un momento de reflexión – ¿Qué pasaba si yo la

asesinaba?

Ella se encogió de hombros.

- Quizá era su hora si eso sucedía, yo lo dudaba.

Nos giramos hacia las dunas, contemplando la figura oscurecida yendo por encima de las

montañas de arena en el horizonte.

- ¿Todas tus ex novias son así o esta es simplemente un caso especial? – bromeé,

golpeándola en el hombro.

- Ah, no lo sé. Ruega a los dioses que no estén todas con vida para que debamos

averiguarlo. Odiaría tener una convención de ex dando vueltas por estos lares.

Lo peor fue cuando volvimos a mirar el interior. Tuvimos que quitar los cuerpos de dos

personas que habían estado con nosotras desde el principio, nadie quería hacer el trabajo

sucio por lo que dos mujeres hicieron lo que todos aquellos no deseaban, darle digna

sepultura a nuestros acompañantes. Todo lo realizamos en completo silencio. Una mujer,

de las más nuevas en el lugar fue quién limpió las manchas con agua del acantilado, para

cuando regresamos no había marcas de la lucha dentro. Los amigos de Maeve sufrieron

peor suerte: ellos fueron arrojados a un lado del acantilado para ser devorados por los

cuervos y gaviotas, así lo dispuso Darkie con malicia.

Esa misma noche, con los sobrevivientes reunidos alrededor de una fogata discutimos el

tema y decidimos realizar la primera mega obra de arquitectura: la primera muralla de

Lúachrán, dando el primer paso para construir la fortaleza improvisada. Necesitábamos

que las personas que allí vivían estuviesen seguros aun cuando estábamos fuera por

cualquier motivo, no podíamos vivir todo el tiempo vigilando sobre nuestros hombros.

Todos coincidimos en aquello.

Esto había sido la gota que rebalsó el vaso.

*****

Diario personal. Año 1, 1º luna grande.

Callisto Tír Ciar

Así simplemente, con la muerte de Mary y Tuan, el reencuentro de Darkie con su ex novia

Maeve, que no hace muchos años atrás había conocido, marco el comienzo de la muralla.

Un semicírculo delimitó el exterior del Palacio de Lúachrán, dejando sitio para futuras

casas y varias cosas más, pero en algún error de cálculo, estado adormilados o lo que fuera,

la muralla pequeña se volvió en un trazado de kilómetros de muralla semicircular con el

punto central en el palacio y con el beneficio del océano protegiéndonos en la retaguardia.

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ALÉTHEIA DE SERO: El Palacio de Lúachrán

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En un momentos todos nos miramos como la enorme cantidad de kilómetros era

suficiente para albergar una ciudad completa y estábamos algo confundidos por ello,

originalmente eran solo un par de kilómetros, no este trazado que teníamos enfrente.

Nadie comprendía nada de lo que sucedía, pero creo que continuamos adelante

únicamente por no trazar nuevamente el límite.

Como quiera que fuera, era demasiado extenso para las pocas personas que éramos.

*****

Alétheia. Año 0, 12º luna grande.

Morrigan Tír Ciar

Con total seguridad podía haber vencido a Maeve.

Aparentemente a Callie le salió la vena protectora hoy, lo noté en su tono cuando me

preguntó si la conocía, mi pobre amiga cree que no noto esas particularidades de ella, que

dice ser fría como el hielo pero es pura bazofia. Creo que fue el hecho de la mención de mi

cicatriz. ¡Como si alguien la pudiese obviar! Me recordó un poco en ese instante a mi

anterior amiga.

Maeve y Niamh no se llevaban nada bien; aún recuerdo cuando Maeve quería hacer algo X

día exponiéndolo como si fuera una hazaña, Niamh simplemente se lo arruinaba o la

dejaba luciendo como una estúpida. Claro que tras eso, tenía que escuchar la letanía

interminable de Maeve quejándose de mi compañera de cuarto, monólogo del cual atendía

menos de la mitad. Y cuando retornaba a mis habitaciones (si es que había salido

finalmente), mi compañera me miraba divertidamente y me decía: «¿Te divertiste?» y yo

entornaba los ojos mientras bufaba, desplomándome en la cama con agrado, entonces era

como dar vuelta la página hacia un instante más agradable. Siempre era la misma escena.

Nunca me distraía realmente con Maeve, de hecho si lo meditaba un poco, ni siquiera sabía

por qué motivo comencé a salir con ella, como sus horas pasaban aburridamente entre

esmaltes de uña e infructuosos análisis de temas intrascendentes de personajes

descerebrados en la televisión.

Miles de veces yo prefería subir los pies a la pared y quedarme en una L invertida,

simplemente recostada leyendo algún libro. Incluso prefería ir a esperar a mi compañera a

la cafetería, intentando adivinar la vida de las personas que frecuentaban el lugar solo por

su aspecto o su mirada.

Es inevitable que me formule mentalmente la pregunta: ¿Qué hubiera dicho Niamh si viera

nuevamente a Maeve allí? De solo imaginarlo me estoy riendo, lástima que nunca podré

averiguarlo. La tensión generada en una habitación en la que ambas estaban a la par era

casi tangible. Quizá ese hecho podría haberle dado luz gratis a todo el campus.

En una sola cosa tenía razón la pobre Maeve: yo sí le daba siempre la razón a mi

compañera de cuarto, pero jamás se lo admití en su rostro, de hacer eso hubiese tenido un

discurso unilateral más largo que la edición especial del Señor de los Anillos en DVD.

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Julieta M. Steyr

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Espero que no sea el comienzo de una seguidilla de apariciones de personas del pasado,

puesto que no me gusta demasiado que las personas no sepan dejar las cosas atrás, en el

olvido. Algunos simplemente son incompetentes soltando lastres. Yo no seré la mejor

persona del mundo, pero jamás le dedicaría mi tiempo a personas que no se lo merecieran

en absoluto; esa siempre había sido mi filosofía, una vez fuera de mi camino dejabas de

existir, te absorbía la esencia eterna de la nada misma, fluyendo con ella, los pensamientos

mismos se desfiguraban, se deshacían como si jamás hubiesen estado allí dejando tan solo

una enseñanza.

En fin.

Decidimos hacer una muralla de piedra, un vallado que nos apartase del mundo que se

empeñaba en desafiarnos, en atacarnos, en asesinarnos. Nos sentimos responsables por la

muerte de esos dos, todos nosotros. No volverá a suceder, no puedo permitirlo. No una

tercera vez con la muerte riéndose por mi total incompetencia.

Y apuesto mi cabeza que Maeve no se quedará de brazos cruzados, ella regresará por la

venganza que jamás tuvo, la revancha de una relación pisoteada y efímera que esta tan

pasada de moda como un megáfono.