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TRIBUNAL SUPREMO Sala de lo Penal SENTENCIA Sentencia Nº: 684/2013 RECURSO CASACION Nº:785/2012 Fallo/Acuerdo: Sentencia Desestimatoria Procedencia: Sección Octava de la Audiencia Provincial de Málaga. Fecha Sentencia: 03/09/2013 Ponente Excmo. Sr. D.: Antonio del Moral García Secretaría de Sala: Ilmo. Sr. D. Juan Antonio Rico Fernández Escrito por: IPR * Modificación de conclusiones de la acusación: límites. Posible reacción de la defensa. *Derecho a no declarar. Utilización como elemento corroborador de la ausencia de explicaciones coherentes del acusado de hechos que le incriminan y que las reclaman. *Delito de cohecho subsiguiente (art. 425 CP). Diferencias frente al cohecho pasivo impropio (art. 426 CP): cuando es el funcionario o autoridad quien adopta la iniciativa, los hechos serán siempre incardinables en el art. 425 (actual art. 421CP). *Relaciones entre el delito defraudación cometido por funcionario con abuso de cargo (art. 438 CP) y el cohecho.

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T R I B U N A L S U P R E M OSala de lo Penal

SENTENCIA

Sentencia Nº: 684/2013

RECURSO CASACION Nº:785/2012

Fallo/Acuerdo: Sentencia Desestimatoria

Procedencia: Sección Octava de la Audiencia Provincial de Málaga.

Fecha Sentencia: 03/09/2013

Ponente Excmo. Sr. D.: Antonio del Moral García

Secretaría de Sala: Ilmo. Sr. D. Juan Antonio Rico Fernández

Escrito por: IPR

* Modificación de conclusiones de la acusación: límites. Posible reacción de ladefensa.*Derecho a no declarar. Utilización como elemento corroborador de la ausenciade explicaciones coherentes del acusado de hechos que le incriminan y que lasreclaman.*Delito de cohecho subsiguiente (art. 425 CP). Diferencias frente al cohechopasivo impropio (art. 426 CP): cuando es el funcionario o autoridad quienadopta la iniciativa, los hechos serán siempre incardinables en el art. 425 (actualart. 421CP).*Relaciones entre el delito defraudación cometido por funcionario con abuso decargo (art. 438 CP) y el cohecho.

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Nº: 785/2012

Ponente Excmo. Sr. D.: Antonio del Moral García

Vista: 04/06/2013

Secretaría de Sala: Ilmo. Sr. D. Juan Antonio Rico Fernández

TRIBUNAL SUPREMOSala de lo Penal

SENTENCIA Nº: 684/2013

Excmos. Sres.:

D. Cándido Conde-Pumpido TourónD. Andrés Martínez ArrietaD. Miguel Colmenero Menéndez de LuarcaD. Manuel Marchena GómezD. Antonio del Moral García

En nombre del Rey

La Sala Segunda de lo Penal, del Tribunal Supremo, constituída por los

Excmos. Sres. mencionados al margen, en el ejercicio de la potestad jurisdiccional

que la Constitución y el pueblo español le otorgan, ha dictado la siguiente

SENTENCIA

En la Villa de Madrid, a tres de Septiembre de dos mil trece.

En los recursos de casación por infracción de Ley y precepto constitucional

que ante Nos pende, interpuestos por GREGORIO GUERRA GIL, y JUAN

MARTÍN SERÓN, contra Sentencia dictada por la Sección Octava de la

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Audiencia Provincial de Málaga, que condenó a los recurrentes de un delito de

cohecho, los Excmos. Sres. Magistrados componentes de la Sala Segunda del

Tribunal Supremo que al margen se expresan se han constituido para

deliberación, votación y Fallo bajo la Presidencia del primero y Ponencia del

Excmo. Sr. D. Antonio del Moral García. Estando dicho recurrente representado

por la Procuradora Sra. Díaz Solano. Ha sido parte también el Ministerio Fiscal.

I. ANTECEDENTES

1.- El Juzgado de Instrucción núm. Dos de los de Coin incoó Procedimiento

Abreviado con el nº 3/09, contra Juan Martín Serón José Gregorio Guerra Gil,

Juan Berdugo Gómez, Ildefonso Domínguez Conejo, José Antonio Fernández

Martín, Diego Fernández Martín, Francisco Moreno Guerrero, Rafael Plaza

Zurita, Rafael Tirado Torres, Manuel Philippe Jose Rohorbach Denogente,

Hilario Ramos Landa, Luis Miguel Gracián Martínez, Manuel Carlos Díaz Mayo,

José Gumersindo Martín Rodríguez, Jorge Sánchez López, José Jiménez Pacheco,

Pedro Martín Plaza, Juan Guerrero Moreno, Antonio Benítez Farfán y Juan

Antonio Pérez Cabrillana, y una vez concluso lo remitió a la Audiencia Provincial

de Málaga (Sec. Octava) que, con fecha dieciocho de enero de dos mil doce, dictó

sentencia que contiene los siguientes Hechos Probados:

<<Resultan probados, y así se declaran, los siguientes hechos: que el

acusado JOSÉ GREGORIO GUERRA GIL, Concejal de Urbanismo, de común

acuerdo para ello con el acusado JUAN MARTIN SERON, que pese a haberle

delegado las competencias en la referida materia al primero le impartía

instrucciones y órdenes al respecto, venía exigiendo con insistencia, al menos

desde el mes de Mayo del año 2006, a JOSE BURGOS LEIVA, con ánimo de

enriquecerse y sirviéndose de la ventaja que les proporcionaba su cargo oficial,

el pago de la suma de 122.000 euros como contrapartida a la licencia de obras

en el expediente administrativo nº 002208/2005-OT concedida por el citado

Concejal mediante Decreto nº 850/2006 con fecha 21/4/2006, para las obras de

construcción de un edificio de 14 viviendas y garajes promovidas por la entidad

"BULEMA S.L.", de la que era socio administrador el Sr. Burgos Leiva, sobre la

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parcela de 253,12 metros cuadrados de superficie en la Calle Azucena de

Alhaurín el Grande.

En el Ayuntamiento de Alhaurín el Grande (Málaga), aproximadamente,

entre los años 2002 a 2006, no ha quedado acreditado que funcionara una trama

cuyo objeto no era otro que el obtener el enriquecimiento personal ilícito del

acusado JUAN MARTIN SERON, como Alcalde, y del acusado JOSÉ

GREGORIO GUERRA GIL, como Concejal, y que consistía en exigir a los

empresarios y promotores inmobiliarios, que estuviesen interesados en realizar

alguna construcción y que por tanto tenían necesariamente que solicitar la

preceptiva Licencia Municipal de Obras, la entrega de ciertas cantidades de

dinero>>.

2.- La Audiencia de instancia dictó el siguiente pronunciamiento:

<<FALLO.- Que debemos absolver y absolvemos a JUAN BERDUGO

GOMEZ, ILDEFONSO DOMINGUEZ CONEJO, JOSE ANTONIO FERNANDEZ

MARTIN, DIEGO FERNANDEZ MARTIN, FRANCISCO MORENO

GUERRERO, RAFAEL PLAZA ZURITA, RAFAEL TIRADO TORRES, MANUEL

PHILIPPE JOSE ROHORBACH DENOGENT, HILARIO RAMOS LANDA, LUIS

MIGUEL GRACIAN MARTINEZ, MANUEL CARLOS DIAZ MAYO, JOSE

GUMERSINDO MARTIN RODRIGUEZ, JORGE SANCHEZ LOPEZ, JOSE

JIMENEZ PACHECO PEDRO MARTIN PLAZA, JUAN GUERRERO MORENO,

ANTONIO BENITEZ FARFAN, Y JUAN ANTONIO PEREZ CABRILLANA, de

los hechos y delitos de contra la ordenación del territorio, cohecho, y

prevaricación por los que venían siendo acusados, con toda clase de

pronunciamientos favorables, y declarando de oficio las costas procesales.

Que absolviendo a JUAN MARTIN SERON Y A JOSE GREGORIO

GUERRA GIL, de doce delitos de cohecho por los que el Ministerio Fiscal

formulaba acusación, debemos condenar y condenamos a JUAN MARTIN

SERON Y A JOSE GREGORIO GUERRA GIL como responsables criminales en

concepto de autores de un delito de COHECHO, ya definidos, a la pena de

200.000 (doscientos mil ) euros de multa, con una responsabilidad personal

subsidiaria de 6 (seis) meses, y suspensión de empleo o cargo público

(municipal) durante un (1) año, y abono de las costas procesales por partes

iguales.

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Hágase entrega de la cantidad de 64.780 euros intervenida a Juan Martín

Seron y su esposa; y de la cantidad de 7.000 euros a la Concejal de cultura y

Turismo, Sra. Antonia Jesús Ledesma Sánchez.

Notifíquese esta resolución a las partes, haciéndoles saber que contra ella

cabe interponer recurso de casación ante la Sala segunda del Tribunal Supremo,

anunciándolo ante esta Audiencia Provincial dentro del plazo de cinco días

contándose a partir del siguiente a la última notificación de la presente

sentencia>>.

3.- Notificada la Sentencia a las partes, se preparó recurso de casación por

infracción de ley y vulneración de precepto constitucional, por los recurrentes,

que se tuvieron por anunciados; remitiéndose a esta Sala Segunda del Tribunal

Supremo las certificaciones necesarias para su sustanciación y resolución,

formándose el correspondiente rollo y formalizándose los recursos, alegando los

motivos siguientes:

Motivos aducidos en nombre de Gregorio Guerra Gil.

Motivo primero.-Por infracción de ley, al amparo del art. 852 LECrim por

vulneración del derecho a la presunción de inocencia del art. 24 CE. Motivo

segundo.- Por infracción de ley, al amparo del art. 849.1 LECrim por indebida

aplicación del art. 425 CP y en su caso, inaplicación indebida del art. 438. Motivo

tercero.- Por infracción de ley por aplicación indebida del art. 425 CP y

correlativa inaplicación de lo dispuesto en el art. 426 CP en su anterior redacción.

Motivos aducidos en nombre de Juan Martín Serón.

Motivo primero.- Por infracción de precepto constitucional al amparo del

art. 5.4 LOPJ y 852 LECrim (vulneración art. 24 CE derecho a un proceso con

todas las garantías, interdicción de indefensión y derecho de defensa, así como

del art. 25 por violación de los principios de oralidad, inmediación y

contradicción en el desarrollo de las pruebas del plenario). Motivo segundo.-

Por infracción de ley, al amparo del art. 852 LECrim, vulneración del derecho a

la presunción de inocencia del art. 24.2 CE. Motivo tercero.- Por infracción de

ley al amparo del art. 849.1 LECrim por indebida aplicación del art. 425 CP.

4.- El Ministerio Fiscal se instruyó del recurso interpuesto por los

recurrentes, interesando la inadmisión de todos los motivos de los recursos; la

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Sala admitió los recursos, quedando conclusos los autos para señalamiento de

Fallo cuando por turno correspondiera.

5.- D. Juan Martín Serón se adhirió a todos los motivos del recurso de D.

Gregorio Guerra.

6.- Realizado el señalamiento para Vista se celebró la misma el día cuatro

de junio de dos mil trece. Con asistencia de los Letrados recurrentes Sres.

Larrañaga Junquera y Apalategui De Isasa, en nombre de Juan Martín Gil y

Gregorio Guerra Serón quienes mantuvieron sus recursos informando. El

Ministerio Fiscal impugnó todos los recursos remitiéndose a su escrito de

instrucción.

7.- Con fechas 13 de junio y 12 de julio de 2013 se dictaron sendos autos de

prórroga para dictar sentencia teniendo en cuenta la complejidad del tema objeto

de estudio y el volumen de documentación y la necesidad de consultar las

actuaciones y visionar el juicio para enmarcar con acierto algunas de las

cuestiones suscitadas en los recursos.

II. FUNDAMENTOS DE DERECHO

I.- Recurso de José Gregorio Guerra Gil.

PRIMERO.- Gregorio Guerra Gil destina el primero de los motivos

de su recurso a debatir sobre presunción de inocencia. El art. 852 LECrim le sirve

de palanca para discutir la suficiencia de la prueba incriminatoria sobre la que la

Sala de instancia edifica su convicción de culpabilidad.

El derecho a la presunción de inocencia se configura como una regla de

juicio que implica la prohibición constitucional de ser condenado sin pruebas de

cargo válidas, revestidas de las necesarias garantías y referidas a todos los

elementos del delito, de las que quepa inferir razonablemente los hechos y la

participación del acusado. Sólo existirá violación de tal derecho cuando no haya

pruebas de cargo válidas o cuando no se motive el resultado de dicha valoración o

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cuando por ilógico o por insuficiente no sea razonable el iter discursivo [SSTC

68/2010, de 18 de octubre, Fundamento Jurídico Cuarto; 107/2011, de 20 de junio

-Fundamento Jurídico Cuarto-, 111/2011, de 4 de julio -Fundamento Jurídico

Sexto a)-, ó 126/2011, 18 de julio -Fundamento Jurídico Vigésimo Primero a-].

El control en casación del respeto a la presunción de inocencia exige como

primer paso depurar el cuadro probatorio para expulsar de él la prueba ilícita (por

violar derechos fundamentales) o no utilizable (por no haber estado revestida su

práctica de las garantías imprescindibles: contradicción, publicidad). A

continuación, ha de valorarse el material probatorio subsistente para comprobar

si, en abstracto, era razonablemente suficiente para que el juzgador racionalmente

pudiese llegar a una convicción, exenta de toda duda, sobre la culpabilidad; y,

luego, si, en concreto, esa indubitada convicción está motivada de forma lógica y

concluyente.

El recurrente admite la valorabilidad del material incriminatorio utilizado

por la Audiencia Provincial, pero trata de mostrar que por sí solo era insuficiente

para generar esa certeza. En la argumentación da el salto de lo abstracto (único en

el que nos podemos mover en casación: si razonablemente el conjunto probatorio

permite sustentar una convicción de culpabilidad), a lo concreto (si in casu el

material probatorio no debería haber merecido el crédito otorgado, o si el

Tribunal de instancia debiera haber albergado alguna duda). Sentada la

suficiencia en abstracto de la prueba y el ajuste a parámetros de lógica del

razonamiento del Tribunal de Instancia, el debate sobre la credibilidad mayor o

menor de unos medios de prueba frente a otros, la interrelación entre todos ellos,

el contraste entre la auto-proclamada inocencia del acusado y los elementos de

prueba testificales o de otro signo que apuntan en dirección contraria, se agota en

la instancia. No puede reproducirse o reabrirse en casación a espaldas de los

principios de inmediación y oralidad, sin traicionar el reparto de funciones que

nuestro legislador procesal ha establecido entre los Tribunales de instancia y el de

casación. El recurrente pretende reiterar ese debate aquí lo que se compadece mal

con la naturaleza extraordinaria de la casación.

Tiene razón el Fiscal cuando explica que “en la exposición del motivo

desarrollado no denuncia el recurrente la ausencia de actividad probatoria

bastante, practicada con las debidas formalidades y garantías para el afectado,

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sino que, contrariamente, lo que efectúa es un ataque frontal a la valoración

llevada a cabo por el Tribunal de instancia de las pruebas existentes. Se infringe

con tal proceder, continúa exponiendo- una ya reiterada doctrina expuesta al

efecto tanto por el Tribunal Constitucional como por esa Excma. Sala, en orden a

que lo que se debe poner de manifiesto es la ausencia de pruebas de tales

características; pero que, una vez constatada en la causa la existencia de dicha

prueba, no cabe, en modo alguno, por vía casacional, combatir la valoración

probatoria efectuada por el órgano jurisdiccional de instancia en uso y

atribución de las facultades privativas (artículo 117.3 de la Constitución) propias

de su función y con arreglo a lo dispuesto en el artículo 741 de la LECrim".

La Audiencia vierte en la sentencia una extensa motivación fáctica,

expuesta de forma ordenada. Arranca de la prueba de cargo nuclear y directa: el

testimonio, "persistente" según apostilla, de José Burgos Leiva. A partir de ahí

desmenuza el rendimiento del resto de la actividad probatoria, buscando

elementos que o bien pudiesen descalificar su versión o bien vengan a

corroborarla. No puede olvidarse que esa prueba testifical directa constituye la

médula del soporte probatorio de la condena. En abstracto por sí sola, aunque

siempre debidamente analizada y sometida al crisol de la crítica, podría ser

suficiente en este plano para una condena acorde con las exigencias de la

presunción de inocencia.

Compensa transcribir la larga justificación del Tribunal a quo. Su lectura se

convierte en el más elocuente desmentido de la tesis del recurrente: <<1.- Que

entre los acusados existe una estrecha relación personal de amistad y de

confianza, lo que seguramente fué determinante para que el Alcalde delegara en

el Concejal las funciones urbanísticas del Municipio de Alhaurín El Grande.

De ello esta Sala extrae la conclusión de que ambos actuaban de común

acuerdo en su designio criminal. Su plan de actuación no era otro que

aprovecharse de una confusión, en cierto modo promovida y fomentada por ellos

mismos (y que ha motivado con razón hasta el último momento una acusación

por un delito contra la ordenación del territorio), sobre la legislación urbanística

aplicable al Ayuntamiento de Alhaurín El Grande, de tal manera que suscitando

el error en el particular, que cree que debe pagar u ofrecer dádiva para

conseguir aquello a lo que tiene derecho, o empleando engaño los acusados, le

exigen al particular la dádiva ocultándole que sin ella el asunto debería,

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legalmente, resolverse de igual manera, o movido por miedo el particular -

fomentado o no por los acusados- de que si no le ofrece una dádiva el asunto se

resolverá de otro modo, o se le impediría el disfrute del acto (en este caso una

licencia de obras) ya concedido, se explica la conducta relatada en los hechos

probados de esta resolución judicial, y que no es otra que el pago de una

cantidad de dinero por un acto conforme a Derecho.

A este respecto es reveladora la conversación telefónica mantenida entre el

Alcalde y el Concejal con fecha 23/11/2.006. En la misma el Alcalde le

manifiesta al Concejal que le diga a Miguel Angel (arquitecto municipal) que le

ponga las cosas "negras" al empresario o promotor de turno, y que le hable claro

pero no en plan "borde"; y que una vez que Miguel Angel se ausente de la

reunión, ya a solas ambos acusados con el promotor o empresario, los mismos le

explicarán a este el gran "favor" que le hace el Ayuntamiento al concederle o

autorizarle la licencia para la obra proyectada.

De dicha conversación se extrae la conclusión de que ambos acusados en

cierto modo "jugaban" no solo con la confusión derivada de la vigencia de las

normas urbanísticas existentes en el Municipio de Alhaurín El Grande sino

también con las diversas interpretaciones (laxa o estricta) de la que era

susceptible, de tal manera que informes (muy farragosos e ininteligibles)

contrarios a la concesión de las licencias del Arquitecto Municipal (que en el

acto del juicio oral se mostraba evasivo en las contestaciones a las preguntas que

se le formulaban) se convertían ("por arte de magia") en favorables merced a la

intervención de los Asesores Jurídicos del Municipio referido. Todo ello, por

supuesto, dentro de la legalidad vigente, pues otra cosa distinta no ha podido ser

acreditada en el juicio oral.

Y sólo así, y no de otra manera, se comprende, que al testigo José Burgos

Leiva, al que se le intentaba hacer creer que sólo podía construir en la parcela

de su propiedad 4 o 5 viviendas, se le concediese una licencia para la

construcción de 14 viviendas, como un favor que se le concedía "graciosamente",

y ello pese a la existencia de informes negativos del arquitecto municipal para

dar viabilidad al proyecto.

Analizando el expediente administrativo n.º 002208/2005-OT de la entidad

"Bulema, S. L.", de la que es administrador el testigo José Burgos Leiva, quien

procedió a solicitar una licencia para la construcción de un edificio de 14

viviendas y garajes en la calle Azucena del Municipio de Alhaurín El Grande

sobre una superficie de parcela de 253,12 metros cuadrados, se constata el

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proceder de los acusados, pues partiéndose de la base (que se extrae de los

archivos informáticos encontrados en el ordenador del despacho profesional del

Concejal) que en dicha parcela tan solo se podían ubicar 4 o 5 viviendas, tras los

preceptivos informes (carentes de toda motivación y ambiguos) del Arquitecto

Municipal desfavorables a la concesión de la licencia proyectada se concede la

misma mediante Decreto n.º 850/06, de 21 de Abril, merced al informe favorable

del Asesor Jurídico del Ayuntamiento, informe este que tan poco constituye un

ejemplo de buena técnica jurídica. Igualmente consta en dicho expediente una

denuncia interpuesta por un particular relativa a la "dudosa legalidad" de la

construcción, y finalmente consta la transmisión de los terrenos y licencia a un

tercero por parte del testigo.

Datos que apoyan tal relación personal entre ambos acusados, son los

siguientes:

La entidad "Conextran, S. L.", supuestamente utilizada como instrumento

para el cobro de la cantidad exigida, está vinculada a la esposa del Alcalde, y a

la gestoría "Martín y Santos, S. L." (de la que son socios el Alcalde y su esposa).

En dicha Gestoría trabajó la esposa de Manuel Márquez Madrid,

administrador de "Conextran, S. L.". También en dicha Gestoría accedió al

mundo laboral, en el año 1.998, el Sr. Concejal y su esposa, recibiendo ambos

retribuciones de la esposa del Sr. Alcalde.

Otra muestra de la estrecha relación del acusado José Gregorio Guerra

Gil y su esposa con el entorno familiar del Sr. Alcalde, es que este le transmitió

la titularidad de sus automóviles.

Por otra parte, la esposa del Alcalde, representó a la entidad "Conextran,

S. L." en las actuaciones inspectoras de comprobación por el I. V. A. de los

ejercicios 1999-2001.

Por todo ello, esta Sala descarta la hipótesis de que el Sr. Concejal actuara

a espaldas del Sr. Alcalde, pues el concierto de voluntades queda acreditado no

sólo por las propias manifestaciones del testigo que alude a que el propio

Alcalde le manifestó que no se preocupara por el tema de la licencia, sino

también por el resto de la prueba practicada, y muy especialmente por el

contenido de las conversaciones telefónicas mantenidas por ambos acusados

(que denota que ambos mantienen un intenso intercambio de datos e impresiones

en temas urbanísticos, y en donde el Alcalde imparte las directrices a seguir por

el tono imperativo que emplea) y por el contenido de la entrevista que mantuvo el

Concejal con el testigo con fecha 18 de Enero de 2.007 en donde el primero le

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manifestó al segundo que: " a mi me dijo Juan,..., tú tiras para adelante " que "

con Pepe no hay problema ".

2.- Que el testigo Sr. Burgos Leiva estuvo en unas reuniones en el

Ayuntamiento con el acusado Sr. Guerra Gil, Concejal de Urbanismo, en las que

se trató el tema de la licencia de obras que se le concedió; dichas entrevistas

personales se concertaron dadas las cautelas que desplegaba el Sr. Concejal

para no tratar los asuntos objeto de las entrevistas por vía telefónica.

Respecto al mismo esta Sala quiere realizar la siguiente precisión: parece

claro que la celebración de las mismas puede aportar un indicio no sólo acerca

del interés que el acusado Sr. Guerra Gil tenía en las mismas, pues acude solícito

a ellas, esto es, cuando el testigo se lo solicita, sino que también aporta un

indicio sobre el contenido probable y previsible de dichas reuniones, que no era

otro que la exigencia de dinero por una licencia ya concedida. Este indicio

considera la Sala que, si resulta acompañado de otros, tiene entidad como

elemento corroborador de la declaración del testigo, máxime cuando se repara

en el contenido de la grabación de las reuniones.

Dichas entrevistas personales se concertaron dadas las cautelas que

desplegaba el Sr. Concejal imputado para no tratar los asuntos objeto de las

entrevistas por vía telefónica. Merece destacarse a este respecto, y es

demostrativa de las cautelas con que obraba dicho acusado, la conversación

telefónica mantenida con fecha 13/12/2.006 entre el Concejal y el denunciante,

en la cual el Concejal referido le manifiesta al Sr. Burgos Leiva que el nombre de

la empresa en donde debía realizar el pago se lo comunicaría personalmente, no

por teléfono.

Es conveniente destacar tres conversaciones personales de sumo interés

mantenidas por el Concejal y el testigo, en el despacho profesional del primero

de ellos. La primera de ellas es la conversación mantenida entre el Concejal y el

testigo con fecha 7 de Noviembre de 2006 en el despacho profesional del

primero, y que fue grabada por la Policía mediante autorización judicial. En ella

el Concejal le recuerda al testigo la "compensación "que tiene que darle al

Ayuntamiento "122.000" euros por el "exceso de viviendas" y por los "problemas

que hubo para poder dar la licencia". Así mismo, en dicha entrevista el testigo le

pregunta al Concejal por la forma de pago de dicha cantidad, y el Concejal le

manifiesta que dicho pago se encubriría mediante el pago de "cosas", por

ejemplo, "suministros que el Ayuntamiento haya hecho o que necesite", un

"parking" o una "actuación deportiva" que haya realizado el Ayuntamiento, y

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que se deban. En la segunda entrevista personal mantenida entre el Concejal y el

testigo con fecha 13 de Diciembre de 2.006, en el despacho profesional del

primero de ellos, se habló de que el "pago" se iba a hacer "a una persona" (o a

"una empresa"), a la que se debían unas "obras", manifestándole el Concejal al

testigo que se le entregaría un "recibí", pero en modo alguno una factura del

Ayuntamiento. Por su parte en la tercera entrevista personal entre el Concejal y

el testigo celebrada con fecha 18 de Enero de 2.007, en el despacho profesional

del primero de ellos, el Concejal le hace entender al testigo todos los esfuerzos

realizados para la concesión de la licencia al manifestarle "a mi me dijo Juan,...,

tú tiras para adelante" que "con Pepe no hay problema", y que "hicimos todo lo

que tuvimos que mover "ya que existían" informes negativos de Miguel Angel que

ha habido que hacerlos positivos"; el Concejal también le manifiesta al testigo

que tiene interés en zanjar el tema pronto pues hay "gente detrás que me están

dando por culo" (en clara alusión a que las obras fueron denunciadas ante la

Consejería de Obras Públicas y Transportes de la Junta de Andalucía por un

vecino, como se puede comprobar del examen del expediente administrativo); y

por último, tras manifestarle el testigo al Concejal que su socio no está dispuesto

a pagar y menos en la forma en la que se ha propuesto el pago por considerar

que no es muy legal, el Concejal le manifiesta que "tampoco es muy legal la

licencia que hemos dado allí" pues "ahí iban 4 casitas o 5 casitas",

terminándose la conversación con claras alusiones del Concejal al testigo -que

constituyen amenazas veladas- relativas a que se puede parar la obra y revisar la

licencia. Los Letrados defensores pueden alegar que está debidamente justificado

mantener unas reuniones con el responsable de urbanismo en un Ayuntamiento,

pues si se trata de llevar a cabo unas obras tras la concesión de una licencia

concedida no es difícil pensar que éstas reuniones pudieran existir a nivel de

trato personal o para hablar o solucionar algún problema de la ejecución de las

obras, pero esta Sala estima que lo afirmado no fue el contenido de las

conversaciones mantenidas en dichas reuniones en el presente caso, máxime

cuando el interesado, el Sr. Concejal, ninguna justificación ni explicación ha

proporcionado de las mismas.

3.- Que en unas notas manuscritas encontradas en el despacho profesional

del Sr. Concejal aparecía en nombre del testigo; y

4.- Que en un archivo informático encontrado en el ordenador del

despacho profesional del Concejal igualmente aparecían aspectos referentes al

testigo y a la licencia de obras que se le concedió.

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Estos datos son reveladores del procedimiento empleado para cuantificar

la dádiva a exigir.

En dichas notas manuscritas figura el nombre del testigo y su apodo

("Perola") unido a "Manuel Márquez Madrid" (Manuel Márquez Madrid), que

no es otro que el administrador de "Conextran, S. L.", entidad esta

supuestamente utilizada como instrumento para el cobro de la cantidad exigida

de 122.000 euros, que también figura anotada.

Por otra parte, a partir del archivo informático del ordenador "proyectos

varios.xls", toma sentido la cantidad exigida, lo anotado en el archivo

informático "José Burgos Leiva.xls", y las notas manuscritas, y de todo ello se

pueden deducir los "precios tasados" a cada metro cuadrado incrementado (80

euros) y a cada vivienda en exceso (6.000 euros), y que se utilizaba para el

cálculo de la dádiva. Así, tratándose de la entidad de la que era socio el testigo,

"Bulema, S. L.", según el informe pericial policial obrante en la causa, se

establecía -en la documentación incautada- un máximo de edificabilidad para el

solar de 465 metros cuadrados con un máximo de 4,5 viviendas a construir,

pasándose con el proyecto presentado por dicha entidad a 1.285 metros

cuadrados y 14 viviendas, respectivamente, consiguiéndose con ello un

incremento de edificabilidad de 820 metros cuadrados y una ampliación del

número de viviendas de 9,5; aplicándose a dichos excesos los parámetros antes

referidos (820 por 80 euros y 9,5 por 6.000 euros) resulta, de una simple

operación aritmética, la cantidad exigida al testigo de 122.600 euros.

Es de destacar la coincidencia entre la cantidad que el testigo manifiesta

que le reclamaron con la cantidad que consta reflejada en las notas manuscritas

y archivos informáticos (tanto en lo referente a metros cuadrados como a las

viviendas), siendo imposible que el testigo conociera, antes de presentar la

denuncia, tales datos para el cálculo del importe de la dádiva.

y 5.- Que la postura que mantuvo, fundamentalmente, el acusado Sr.

Guerra Gil en el plenario, no contestando a las preguntas que se le formulaban

en relación a los hechos, es del todo punto inaceptable...>>.

El desarrollo de este último punto (el quinto), al que se dedicará un

comentario específico pues así lo aconseja el argumentario del recurrente, versa

sobre las sospechas que despierta su silencio, su desmemoria y su actitud procesal

(si constan ahí... "las anotaciones serán suyas; no recuerda su número de

teléfono de aquellas fechas…) ante determinados medios de prueba que no se ha

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preocupado de explicar o rebatir (algunas conversaciones telefónicas, archivos

encontrados en su ordenador, anotaciones manuscritas).

En los tramos finales de su razonamiento la Sala de instancia desciende a

rebatir cada uno de los argumentos esgrimidos por las defensas para menoscabar

el crédito del testigo y lo hace con exquisito escrúpulo motivador: explica por qué

esos elementos no empañan la fiabilidad que le merece su testimonio. La

motivación fáctica es exhaustiva. Rescatar la cuestión sobre la falta de

credibilidad de este testimonio en virtud de datos periféricos tal y como pretende

el recurrente como colofón de este motivo supone otra vez desbordar el marco del

debate casacional. Propone el recurrente comparar su testimonio con otros. Pero

esos otros testigos no han merecido crédito a la Sala que, además, justifica de

manera razonable su criterio. No es "voluntarismo” judicial, sino examen crítico

de la prueba realizado desde una posición de imparcialidad que precisamente ha

llevado a rechazar las tesis de la acusación en todos aquellos supuestos -no pocos-

en que subsistía algún margen de duda.

Conviene advertir que la valoración probatoria la efectúa la Sala

conjuntamente, es decir, para referirse a ambos acusados. Por eso argumentar

como hace este recurrente que las vinculaciones de amistad entre ambos acusados

no aporta nada en relación a su incriminación supone descontextualizar ese

razonamiento conjunto. Son muy significativas desde el punto de vista de la

condena del otro acusado recurrente. Pero también, y esto es de subrayar,

repercuten positivamente en la credibilidad interna de las manifestaciones del

testigo denunciante: el cuadro que describe en el que alude a una sintonía o

actuación conjunta entre los dos acusados es coherente y encaja muy bien con

esos vínculos de amistad y confianza que la Sala sitúa al inicio de su

razonamiento (apartado 1º de los transcritos).

El recurrente al analizar los elementos corroboradores se desliza hacia una

estrategia tan clásica como improcedente: fragmentar el cuadro probatorio; es

decir, examinar separadamente cada uno de los datos para negarles fuerza

incriminadora. Tiene razón si atendiésemos en exclusiva a ese análisis atomizado.

Pero es que en esa idea concuerda también la sentencia de instancia: “cada uno de

los datos expuestos, aisladamente considerado, podría apreciarse como carente

de la necesaria entidad como para ser elemento corroborador suficiente. Pero

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esa inicial apreciación, a juicio de la Sala, se desvanece si consideramos el

conjunto de todos ellos y especialmente alguno de ellos ...".

Esos datos aislados no constituyen el sustento de la condena sino la plural

corroboración de la veracidad del relato del testigo. A la vista de esos elementos

confluyentes, la declaración del Sr. Burgos Leyva adquiere plena credibilidad.

Una condena con esa base probatoria no incide para nada en la constitucional

presunción de inocencia que puede tenerse por legítimamente destruida. No

puede olvidarse, además, que las declaraciones testifícales no necesariamente han

de verse reforzadas por elementos corroboradores externos para justificar una

condena como sí se exige en relación a las declaraciones de coimputados.

Respecto de los indicios representados por las notas manuscritas y archivos

informáticos se dice que son equívocos. Pero es que, por definición, un indicio

será siempre ambiguo o abierto y nunca inequívoco. Si fuese así perdería el

carácter de indicio para erigirse en prueba suficiente. Es obvio que esos

elementos plurales robustecen hasta muy altas cotas la verosimilitud de la versión

de los hechos del testigo: se entienden y cobran pleno sentido desde ella.

Que otras presuntas conductas delictivas no hayan adquirido en la

percepción de la Sala el grado de certeza necesario para dictar una sentencia

condenatoria no echa abajo por sí solo el resto de la pretensión acusatoria

múltiple. Que de un conjunto de hechos objeto de imputación algunos no hayan

resultado acreditados con ese nivel, no arrastra la absolución también por los

acreditados. Es una falacia esa forma de razonar. Las pruebas que respaldaban

unos y otros eran diferentes.

SEGUNDO.- La expresión de la sentencia tachando de inaceptable la

actitud de este recurrente en el acto del juicio oral al eludir la contestación a

algunas preguntas no es seguramente afortunada, aunque por el contexto se

entiende perfectamente que no se trata de un juicio “procesal”: se dirige a él no en

su condición de "acusado", sino en su calidad de "responsable público".

Es archiconocida la doctrina sobre el derecho absoluto del acusado a

guardar silencio. No se opone esa realidad, indiscutida e indiscutible, a que ese

silencio o las explicaciones inverosímiles o demostradamente falsas, puedan jugar

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algún papel en la valoración probatoria. Nunca -y esto se respeta plenamente en la

sentencia analizada- para constituir la prueba de los hechos inculpados; pero sí

como confirmación, ante las evidencias presentadas y de las que solo el acusado

puede ofrecer una explicación coherente, de que carece de ella lo que vendría a

erigir la tesis inculpatoria en la única posible al descartarse cualquier otra que el

acusado no acierta a exponer, o renuncia a hacerlo. Deducir de ahí que carece de

otras explicaciones pausibles es una deducción preñada de lógica. No significa

desplazar la carga de la prueba en absoluto.

La STC 161/1997, de 2 de octubre se hace eco de la doctrina del TEDH

(Sentencia de 17 de diciembre de 1996, caso Saunders contra el Reino Unido,

parágrafo 68; previamente en la Sentencia de 25 de febrero de 1993 caso Funke

contra Francia, parágrafo 44, y en la Sentencia de 8 de febrero de 1996, caso

John Murray contra el Reino Unido, parágrafo 45): el derecho al silencio y el

derecho a no autoincriminarse, no expresamente mencionados en el artículo 6 del

Convenio Europeo de derechos Humanos residen en el corazón mismo del

derecho a un proceso equitativo y enlazan estrechamente con el derecho a la

presunción de inocencia:

«Nuestra Constitución sí menciona específicamente los derechos a no

declarar contra sí mismo y a no confesarse culpable, estrechamente

relacionados, en efecto, con el derecho de defensa y con el derecho a la

presunción de inocencia, de los que constituye una manifestación concreta.

Así, por una parte, el silencio constituye una posible estrategia defensiva

del imputado o de quien pueda serlo, o puede garantizar la futura elección de

dicha estrategia. Mientras que en el viejo proceso penal inquisitivo, regido por el

sistema de prueba tasada, el imputado era considerado como objeto del proceso

penal, buscándose con su declaración, incluso mediante el empleo del tormento,

la confesión de los cargos que se le imputaban, en el proceso penal acusatorio el

imputado ya no es objeto del proceso penal, sino sujeto del mismo, esto es, parte

procesal, de tal modo que la declaración, a la vez que medio de prueba o acto de

investigación, es y ha de ser asumida esencialmente como una manifestación o un

medio idóneo de defensa: En cuanto tal, ha de reconocérsele la necesaria

libertad en las declaraciones que ofrezca y emita, tanto en lo relativo a su

decisión de proporcionar la misma declaración, como en lo referido al contenido

de sus manifestaciones. Los derechos a no declarar contra sí mismo y a no

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confesarse culpable son garantías o derechos instrumentales del genérico

derecho de defensa, al que prestan cobertura en su manifestación pasiva, esto es,

la que se ejerce precisamente con la inactividad del sujeto sobre el que recae o

puede recaer una imputación, quien, en consecuencia, puede optar por

defenderse en el proceso en la forma que estime más conveniente para sus

intereses, sin que en ningún caso pueda ser forzado o inducido, bajo constricción

o compulsión alguna, a declarar contra sí mismo o a confesarse culpable». (Vid

SSTC 229/1999, de 13 de diciembre y 127/2000, de 16 de mayo).

Ese contenido nuclear del derecho a la no autoincriminación es compatible

con la posibilidad de valorar ese silencio como indicio inculpatorio si el conjunto

probatorio reclamaba una explicación por parte del imputado que éste

injustificadamente rehusa ofrecer. No es que se niegue el derecho del acusado a

no declarar, ni que se le sancione por ello. Se trata sencillamente de inferir de ese

dato la convicción de que el acusado alberga razones para ocultar determinados

extremos y que esa actitud se explica perfectamente desde la hipótesis

inculpatoria y sin embargo no encaja en absoluto con una supuesta inocencia

(STEDH 1996/7 de 8 de febrero de 1996 –asunto John Murray–, párrafos 47, 50,

51 y 54 ó STS 207/1999, de 8 de febrero). Como ha subrayado la STS 1755/2000,

de 17 de noviembre, «cuando existen pruebas de cargo suficientemente serias de

la realización de un acto delictivo, la ausencia de una explicación alternativa por

parte del acusado, explicación reclamada por la prueba de cargo y que

solamente éste se encuentra en condiciones de proporcionar, puede permitir

obtener la conclusión, por un simple razonamiento de sentido común, de que no

existe explicación alternativa alguna». A nivel de jurisprudencia constitucional

puede citarse la STC 300/2005, de 21 de noviembre.

Conviene remarcar el carácter meramente accesorio que tendrán ese tipo de

indicios (silencio del acusado o, en su caso, explicaciones inverosímiles o

inveraces). La condena no puede descansar nunca de manera exclusiva o

fundamental en ello como se preocupa de destacar la STC 61/2005, de 14 de

marzo. Como se afirma en la STC 161/1997, de 2 de octubre, acogiendo la

doctrina expresada en la precedente STC 197/1995, de 21 de diciembre, “el

silencio constituye una posible estrategia defensiva del imputado o de quien

pueda serlo, o puede garantizar la futura elección de dicha estrategia” y, por

otra parte, su declaración, “a la vez que medio de prueba o acto de investigación,

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es y ha de ser asumida esencialmente como una manifestación o un medio idóneo

de defensa. En cuanto tal, ha de reconocérsele la necesaria libertad en las

declaraciones que ofrezca y emita, tanto en lo relativo a su decisión de

proporcionar la misma declaración, como en lo referido al contenido de sus

manifestaciones”, de tal forma que “los derechos a no declarar contra sí mismo y

a no confesarse culpable... son garantías o derechos instrumentales del genérico

derecho de defensa, al que prestan cobertura en su manifestación pasiva, esto es,

la que se ejerce precisamente con la inactividad del sujeto sobre el que recae o

puede recaer una imputación, quien, en consecuencia, puede optar por

defenderse en el proceso en la forma que estime más conveniente para sus

intereses, sin que en ningún caso pueda ser forzado o inducido, bajo constricción

o compulsión alguna, a declarar contra sí mismo o a confesarse culpable”. Por

consiguiente, y aunque es cierto que en alguna ocasión este Tribunal ha reputado

lógico, racional y ajustado a las normas de la experiencia, deducir de la

conducta pasiva del imputado un indicio de culpabilidad (vid. la STC 202/2000,

de 24 de julio [RTC 2000, 202], F. 5, si bien ha de subrayarse que en el supuesto

allí examinado la condena se asentó en otras pruebas de cargo válidas), tal

deducción ha de realizarse, en circunstancias muy singulares, en el marco de una

convicción alcanzada al valorar el conjunto de los elementos de prueba

disponibles. Como quiera que, tal como se ha dejado dicho, en el supuesto actual

no existe ningún otro elemento de prueba, la valoración negativa del silencio del

recurrente ha quebrantado su derecho a la presunción de inocencia».

La STC 26/2010, de 27 de abril matiza reiterando el valor corroborador que

en ciertas situaciones puede tener ese silencio: “Como se desprende de la lectura

de las resoluciones impugnadas, la condena se funda esencialmente en las

declaraciones de los funcionarios policiales que habían participado en el proceso

de investigación, detención de la acusada y ocupación de la droga oculta bajo su

ropa, sometidas tales declaraciones a la debida contradicción en el acto del

juicio oral y respecto de las que la recurrente no plantea óbice alguno de

constitucionalidad. Junto a ello, la Audiencia Provincial ha tomado en

consideración el propio silencio de la recurrente, considerando (…) que, ante el

contenido de las grabaciones de las intervenciones telefónicas realizadas y el

restante material probatorio, era exigible una explicación que la recurrente se

negó a proporcionar, negándose a contestar las preguntas de la acusación

formuladas en el acto del juicio. Por lo demás, frente a la relevancia que se

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otorga en la demanda a la declaración prestada por la demandante de amparo

ante la policía, de la lectura de las Sentencias recurridas se puede inferir que tal

testimonio no ha sido tenido en cuenta por el órgano judicial para fundar su

condena, sino que le ha otorgado relevancia únicamente para enervar la

presunción de inocencia de la otra persona coimputada en el proceso penal. Por

ello, no procede entrar a analizar aquí su validez como medio de prueba. Junto a

ello, pone el acento también la demandante en la improcedencia de utilizar su

silencio en juicio como elemento fundamentador del pronunciamiento

condenatorio. A este respecto, hemos afirmado que "ante la existencia de

ciertas evidencias objetivas aducidas por la acusación como las aquí

concurrentes, la omisión de explicaciones acerca del comportamiento

enjuiciado en virtud del legítimo ejercicio del derecho a guardar silencio puede

utilizarse por el Juzgador para fundamentar la condena, a no ser que la

inferencia no estuviese motivada o la motivación fuese irrazonable o

arbitraria" (SSTC 202/2000, de 24 de julio, FJ 5; 155/2002, de 22 de julio, FJ

15); ciertamente, tal silencio no puede sustituir la ausencia de pruebas de cargo

suficiente, pero, al igual que la futilidad del relato alternativo autoexculpatorio,

sí puede tener la virtualidad de corroborar la culpabilidad del acusado (STC

155/2002, FJ 15, citando la STC 220/1998, de 16 de noviembre, FJ 6), tal como

acontece en el presente caso".

También el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha modulado la

doctrina en esa dirección: sentencias de 2 de mayo de 2000 (Condron contra

Reino Unido), 6 de junio de 2000 (Averill contra Reino Unido) y 8 de octubre de

2002 (Beckles v. Reino Unido). Aun reiterando los argumentos de Murray y la

posibilidad de valorar los silencios del acusado en ciertas condiciones y

contextos, se exige que el órgano de enjuiciamiento no ignore que en definitiva es

un derecho. Por eso cuando el imputado calla ante la policía eludiendo toda

explicación que luego sí tratará de articular en sucesivas declaraciones, la actitud

inicial no necesariamente ha de interpretarse en sentido incriminatorio ("el

acusado tenía cosas que callar y necesitaba tiempo para elaborar una

explicación"; "si hubiese sido inocente no hubiese vacilado en exponer su versión

a los agentes"). En ese momento inicial, bien el consejo del letrado, bien la

prudente espera hasta entrevistarse con su letrado pueden explicar ese silencio.

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En el ámbito de la jurisprudencia de esta Sala aborda in extenso la cuestión

la STS 1261/2006, de 20 de diciembre: «Ciertamente no se puede compartir, sin

más, la afirmación de que es un indicio de culpabilidad la decisión de la acusada

de no responder a las preguntas de las acusaciones particulares y sí a las del

resto de las partes. Quien ejercita su derecho a no declarar desde el amparo que

le concede la presunción de inocencia está sencillamente ejercitando un derecho

constitucional, sin que ello suponga, como dice la STS de 20 de julio de 2001 (RJ

2001, 4945) una valoración negativa del ejercicio del derecho al silencio...

(Pero) el silencio del acusado en ejercicio de un derecho, puede ser objeto de

valoración cuando el cúmulo de pruebas de cargo reclama una explicación por

su parte acerca de los hechos».

Las consideraciones de la sentencia sobre lo deseable en el ámbito de la

política municipal no eran necesarias, desde luego, pero tampoco desentonan en

un texto judicial: ayudan a establecer el contexto en que hay que valorar la prueba

que se LE presenta. Ese marco social, conocido por notoriedad, permite entender

mejor el cuadro probatorio desplegado, y proporciona claves que no son ajenas a

la valoración probatoria inexcusable presupuesto de la tarea de enjuiciamiento.

En un escenario social en que no son insólitas desgraciadamente conductas como

la aquí enjuiciada, la declaración del testigo goza de mayor verosimilitud.

Procede la desestimación del primero de los motivos.

TERCERO.- Con el formato del tradicional error iuris (art. 849.1º) se

denuncia en el motivo segundo la aplicación indebida del art. 425 CP: los hechos

no serían constitutivos de tal delito, sino de un delito del art. 438 CP, es decir, una

estafa cometida por funcionario público con abuso de su función. Como de tal

delito no acusó el Fiscal, la secuela insoslayable sería la absolución.

El itinerario argumental sería el siguiente: el acto administrativo por cuya

realización se reclamaba la oportuna “recompensa” o “contraprestación” tendría

naturaleza reglada. Desde esa plataforma habría que convenir que el acusado

carecía de todo margen para decidir una cosa u otra. Su conducta habría

consistido en generar en el Sr. Burgos Leiva la errónea creencia de que gozaba

de cierto ámbito de discrecionalidad. De esa forma habría conseguido un

desplazamiento patrimonial en cuya génesis estaría el engaño así desplegado.

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Sería una estafa en grado de tentativa, pues no se llegó a efectuar el pago. Esa

tipicidad sería más precisa que la establecida en la sentencia que, por cierto, es

más leve.

El alambicado argumento se derrumba ante la lectura del hecho probado y

sin necesidad de adentrarse demasiado en el fondo, que, por otra parte, carece de

solidez dogmática.

De admitirse que concurren todos los elementos del delito del art. 438 CP

(cuyo presupuesto son los del art. 248), lo que no se perfila bien ni en los hechos

probados ni en las actuaciones, estaríamos bien ante un concurso de normas del

art. 8 CP, bien ante un concurso de delitos según otro sector doctrinal. Esta

segunda es la tesis que predomina en la dogmática alemana y que también es

defendida en Italia. A ella se adscribió hace años la STS de 30 de noviembre de

1971: "El hecho de que la solicitud de dádiva por parte del funcionario fuera una

simple maquinación para defraudar al particular no excluye la figura de

cohecho" (vid también STS de 29 de noviembre de 1985).

Desde la segunda opción interpretativa al recurrente no le quedaría más que

felicitarse por no haber sido acusado por esa otra infracción que hubiese supuesto

una penalidad añadida.

Desde la primera de las perspectivas (concurso aparente) quiere ignorar el

recurrente que estaríamos ante una relación bien de alternatividad, bien de

especialidad (art. 8 CP). Sea cual sea la opinión que se suscriba, la falta de

acusación por el delito más grave no obstaculiza la condena por el más leve. Un

ejemplo sencillo ayuda a entender la aseveración: el tribunal ha de condenar por

el delito de lesiones consumadas por el que se acusó, aunque esté convencido de

que la calificación correcta hubiese sido un homicidio en grado de tentativa por

entender presente un propósito homicida. La convicción de que lo procedente era

esa condena, no evapora el delito de lesiones consumadas por los hechos: "como

merecen más pena, procede la absolución "(¡!), sería el absurdo razonamiento que

sustenta esa solución.

De igual forma, el esfuerzo argumental del recurrente haciendo valer una

calificación más grave (¡!), no comporta desinflar el delito de cohecho por el que

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sí se ha acusado. Todos sus requisitos típicos están cubiertos. Nada más puede

discutirse desde esta perspectiva.

Más allá de lo expuesto, como señala el Fiscal, no se corresponden los

hechos probados de la sentencia con el planteamiento del recurrente. Si Burgos

hubiese cedido al requerimiento de pago no lo hubiese hecho por estar en un

error, sino más bien, o agradecido por la licencia concedida; o, en todo caso,

animado por el deseo de que futuros proyectos no encontrasen obstáculos

burocráticos, espontáneos o generados artificialmente. Como explica la sentencia

no se trata solo de la concesión o no de la licencia, sino de la agilidad y facilidad

del trámite. Un retraso deliberado puede ser tan perjudicial o más que una

negativa.

Pero es que aunque hubiese sido así (engaño ocasionado a Burgos), no se

excluiría la condena del art. 425, sino que habría que combinarla con otra por el

delito del art. 438 (con pena privativa de liberad: art. 250, 438 y 62). Solo la

condena expresa por tal delito en caso de que se fuese partidario del concurso de

normas, excluiría la condena por el delito del art. 425.

El motivo decae igualmente.

CUARTO.- Por igual vía (art. 849.1º) en el tercero y último de los motivos

de este primer recurso se denuncia la aplicación indebida del art. 425 del Código

Penal y correlativa inaplicación indebida del art. 426, ambos en su redacción

anterior a la reforma del CP de 2010: los hechos encajarían en la tipicidad del art.

426, más leve. El planteamiento es subsidiario de los motivos anteriores.

El razonamiento tiene algún punto común con el anterior motivo: la

naturaleza discrecional o reglada de los actos servirían de punto de diferenciación

entre los tipos de los arts. 425 y 426 CP 1995. Solo con ese criterio se puede

marcar una frontera clara entre las dos tipicidades que se solapan.

Razona así el recurso:

“Según se desprende de la lectura de ambos, el art. 425 va referido a "los

actos propios del cargo no constitutivos de delito ni injustos" o "recompensas"

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del acto ya realizado, mientras que el art. 426 se reserva a los actos no injustos

obtenidos "en consideración a la función" o para la consecución de "un acto no

prohibido legalmente".

Este punto de partida formal y textual que ofrece el CP para la

delimitación de los arts. 425 y 426 resulta insuficiente, pues ambas clases de

actos pueden ser reconducidos a una categoría común: actos propios del cargo,

como contrapartida a la dádiva, que no revisten carácter delictivo ni injusto. Es

por ello que debe realizarse una delimitación típica de cada precepto, dado que

la pena prevista en el art. 425 CP es notablemente superior a la contemplada en

el art. 426 CP.

Comenzando el análisis de uno y otro precepto en relación a la

contrapartida de la dádiva, que es el núcleo en el cual se centra la diferencia

entre uno y otro precepto, es evidente que cuando la contrapartida de la dádiva,

responde a un acto injusto el funcionario actúa de una forma contraria al

ordenamiento jurídico, al hacer depender su decisión de la obtención de un

beneficio económico; sin embargo, cuando la contrapartida de la dádiva

responde a un acto conforme a Derecho, para la cercenación del principio de

imparcialidad será necesario que la ventaja pueda incidir en el proceso de

decisión del funcionario público, por lo que partimos de que la naturaleza de la

dádiva, respecto de estos preceptos, debe responder a un acto no injusto o no

prohibido legalmente, es en este punto donde se plantea el problema respecto de

la delimitación de uno y otro.

El cohecho cuyo objeto es un acto propio del cargo, tipificado como la

primera modalidad del art. 425 debe interpretarse como que este precepto

comprende aquellos supuestos en los que el acto, la contrapartida de la dádiva,

es un acto objetivamente conforme al ordenamiento jurídico, subsumiéndose los

actos de naturaleza discrecional ajustados a derecho. Es decir aquellos que se

adoptaron conforme a las normas que disciplinan esta clase de actos públicos.

De la estimación subjetiva del funcionario va a depender en buena medida la

concreta decisión, pudiendo influir sobre ella diferentes elementos ajenos, siendo

uno el ánimo de lucro. Es decir, cuando el objeto del cohecho es un acto

discrecional, obviamente el respeto del principio de imparcialidad queda

cuestionado, pues el funcionario se sitúa en una posición parcial respecto a su

futura decisión, con independencia de que ésta finalmente se vea o no afectada

por la dádiva; en estos casos debe subsumirse la conducta en el art. 425 CP

porque prevé una pena mas grave que el art. 426 CP. La contrariedad o

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conformidad del acto al cargo debe medirse con arreglo a parámetros objetivos,

esto es, las normas que lo disciplinan. Si el acto no está expresamente prohibido

en una norma, con arreglo al principio de proporcionalidad, debe entenderse

permitido, y por lo tanto, conforme al cargo. Por lo tanto, el art. 425 CP

constituye un tipo básico que recoge los casos en que la dádiva tiene como

contrapartida el ejercicio de un acto discrecional y siempre que resulte imposible

su inclusión en art. 419 ó 420 CP.

Sin embargo se aplica el art. 426 cuando se trate de actos reglados o

vinculados, como sucede en el presente caso, que al tratarse de la concesión de

una licencia de obra, la misma se trata de un acto administrativo de naturaleza

reglada, en los cuales se habilita a la Administración para fiscalizar los citados

actos con carácter previo a su realización, excluyendo, por tanto, el libre

ejercicio del "ius edificandi y controlando que la actuación que se pretende

realizar esté de acuerdo con la ordenación urbanística aplicable".

El otorgamiento de la licencia será extraño a la capacidad de decisión del

recurrente; por tanto no sería un acto propio de su competencia. era acto reglado.

Pero si eso fuese así, habría que reducir el ámbito de los actos propios del cargo a

los puramente discrecionales, lo que vaciaría los contenidos típicos de forma

inasumible.

En el escrito de instrucción de la impugnación del Fiscal, llega más allá el

recurrente reclamando la absolución. Las exigencias del principio acusatorio

impediría la condena: no se acusó por el delito del art. 426 CP.

Debe cortarse drásticamente el paso a esa petición: el recurrente arguyó esa

calificación como alternativa en sus conclusiones defensivas, lo que abre las

puertas automáticamente a una posible condena por la infracción (STS 745/2012

de 4 de octubre) si es que se compartiese su argumento (art. 426). Pero no se

comparte.

Se adscribe interesadamente el recurrente a una tesis doctrinal que no solo

es minoritaria sino que además no es la asumida por este Tribunal.

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El problema de la punición del cohecho subsiguiente dió lugar a polémica

doctrinales en el texto punitivo anterior, relativamente clarificadas con la

regulación expresa de esa modalidad en el art. 425 del vigente CP.

Se regula el cohecho subsiguiente, pero subsisten algunas lagunas: se

tipifican aquellos supuestos en los que el funcionario solicita o recibe una dádiva

o presente o acepta ofrecimiento o promesa por un acto de su cargo ya realizado

(art. 425.1º CP), o como recompensa de un acto ya realizado si éste fuera

constitutivo de delito (art. 425.2° CP). Pero se plantean dudas ¿Qué ocurre

cuando el acto realizado no sea constitutivo de delito, pero sí constituya un acto

injusto? ¿Y cuando la recompensa lo sea por haberse abstenido el funcionario de

realizar un acto que debiera haber ejecutado? No tiene sentido afirmar que en

estos casos no cabe el cohecho subsiguiente. No es lógico que se establezca pena

para los casos en que se trate de un acto injusto y de un acto constitutivo de delito

y no para los demás supuestos. Es obvio que hay que incluir los casos en los que

el acto realizado constituya un acto injusto en el art. 425. 1° por ser a la vez un

acto propio del cargo del funcionario. Lo que no tiene sentido es la tesis postulada

por el recurrente: solo los actos "injustos" y/o "discrecionales" encajarían en el

art. 425. El art. 426 recogería el resto de supuestos.

Aunque se volverá sobre ello al dar respuesta al otro recurso, es preciso

dejar ya sentadas las bases sobre las que ha de resolverse esta cuestión.

Es verdad que la aparición del art. 425 en el CP de 1995 junto al art. 426

(heredero del anterior art. 390), ha generado polémica. Ambas normas parecen

solaparse en relación a un ámbito de supuestos: aquellos en que el funcionario o

autoridad admite o recibe una dádiva o regalo efectuados en consideración a su

función (art. 426) o a un acto propio de su cargo ya realizado (art. 425). Si se

tiene en cuenta que, en exégesis que esta Sala ha declarado subsistente en relación

al nuevo Código Penal, el delito del art. 426 queda consumado con la aceptación

del regalo no siendo exigible su efectiva recepción; y que la pena señalada es

inferior, tendremos sentadas las bases que alimentan esa polémica (en parte,

aunque con algún matiz diferencial, subsistente en relación a los vigentes arts.

421 y 422 tras la reforma de 2010) que los recurrentes quieren hacer valer en

beneficio propio.

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¿Cuál será el factor que distinga uno de otro precepto en los casos de

admisión de dádivas en atención al acto lícito ya realizado?

Algunos prestigiosos comentaristas han querido encontrar el criterio

diferencial en el carácter reglado o no del acto. Si éste era reglado estaríamos ante

el delito del art. 426 pues la imparcialidad no se vería afectada o al menos no en

la misma forma. El art. 425 solo operaría por dádivas ofrecidas en virtud de la

realización de un acto discrecional.

Al margen de las críticas de que ha sido objeto esta teoría (no sin razón se

ha dicho que en el caso del acto reglado la exigencia parece más injusta desde el

punto de vista del particular), lo cierto es que ese debate que evoca el recurrente

carece aquí de todo interés por cuanto no estamos en un supuesto de recepción o

admisión (art. 426), sino de solicitud. En esos casos solo puede operar el art. 425

(actual art. 421), lo que, por cierto, es una consideración que también alumbra

bastante a la hora de diferenciar el ámbito respectivo de los dos preceptos si se

tratase de conductas de “admisión”. El art. 426 (actual 422) no contempla la

modalidad de “solicitud” del funcionario o autoridad, sino que se limita a

sancionar a los que “admiten” el ofrecimiento. Cuando es la autoridad o

funcionario la que adopta la iniciativa exigiendo la dádiva o recompensa,

entonces solo el art. 425 viene en aplicación. Es indiferente que estemos ante un

acto lícito o ilícito, reglado o discrecional.

El motivo es rechazable.

II.- Recurso de Juan Martín Serón.

QUINTO.- Bajo el paraguas de art. 852 LECrim en relación con los

derechos a un proceso con todas las garantías, defensa y prohibición de toda

indefensión (art. 24 CE) y en un mismo ordinal introduce el recurrente tres líneas

argumentativas diferentes aunque con algún denominador común que va más

lejos de la compartida etiqueta casacional. Considera que se ha lesionado su

derecho a ser informado de la acusación:

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a) Por la falta de concreción del escrito de calificación provisional de la

acusación pública.

b) Por la modificación de conclusiones efectuada por el Fiscal en el acto del

juicio oral sin respetar la acotación que había efectuado la Sala al inicio del

plenario del escrito de acusación inicial.

La secuencia que basa la queja del recurrente se sintetiza así:

a) Durante la fase de instrucción el recurrente fue citado a declarar como

imputado en dos ocasiones, Se le preguntó exclusivamente por el origen de su

patrimonio e ingresos, pero no sobre operaciones concretas, o pagos relacionados

con actuaciones de la Corporación Municipal que presidía.

b) El escrito de acusación del Fiscal se limitaba en relación al recurrente a

hablar de una trama en el seno del Ayuntamiento que describía especificándose

que los hechos eran conocidos por el recurrente “quien va a permitir la conducta

delictiva de su concejal… obteniendo, a cambio de su silencio, la oportuna

participación en el dinero así conseguido”. Luego se describían con detalle los

expedientes administrativos en enumeración en la que para nada se mencionaba a

los acusados. Tan solo se aludía finalmente a las sumas ingresadas en sus cuentas

bancarias, las de su esposa, y de una entidad participada por él, así como algunos

ingresos y adquisiciones llevadas a cabo por el matrimonio. En la segunda de las

conclusiones se diversificaba la subsunción jurídica para el recurrente en dos

grupos: cinco delitos continuados de cohecho pasivo del art. 419 CP y un delito

de prevaricación omisiva del art. 404 CP, pero sin especificarse sobre qué

expedientes –que eran once- se construía esa imputación.

c) Al conocer el escrito de acusación así desarrollado el recurrente

promovió un incidente: denunció indefensión por no estar delimitada la

imputación. Ignoraba cuáles eran los hechos, de todos los relatados, que se

atribuían al recurrente. Se reclamaba mayor concreción.

d) No se dio contestación específica a tal solicitud y el trámite continuó.

Se alega que eso impidió a la parte proponer prueba concreta, limitándose a una

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genérica oposición a la imputación formulada pues se desconocían con precisión

los hechos punibles y sus fundamentos probatorios.

e) La Audiencia desestimó el incidente, que había pasado inadvertido al

Instructor, por Auto de 27 de septiembre de 2010. Esa resolución (unida al final

del Tomo II del Rollo de Sala) adquiere un protagonismo esencial en el

razonamiento del recurso. Alude a las correcciones terminológicas efectuadas por

el Fiscal al inicio del Juicio en el trámite del art. 786 LECrim. A tenor de ellas,

según la Audiencia, los cinco delitos de cohecho pasivos imputados a este

recurrente cabía considerarlos referidos a los hechos en los que según el relato del

Fiscal había quedado acreditado el abono efectivo de cantidades, lo que podía

deducirse del informe policial obrante a los folios 845 y ss. “en donde por la

Policía… se llegó a determinar,.. en cuales de todos los expedientes

administrativos de concesión de licencias se abonó efectivamente la cantidad

demandada, a cambio de un aumento de edificabilidad”. Asimismo se aludía a

que el escrito del Fiscal basaba la acusación en la participación omisiva en una

trama delictiva y que la imputación de incrementos patrimoniales relatada por el

Fiscal en el contexto del escrito se refería indudablemente a los pagos efectuados

por el Concejal como consecuencia de la actividad criminal que describía.

f) En el trámite de conclusiones definitivas el Fiscal retiró la acusación

contra todos los acusados excepto los dos recurrentes. Presentó una nueva

calificación con un novedoso relato de hechos en el que tras una descripción

general del contexto y el acuerdo entre ambos acusados se distinguía entre pagos

efectivamente realizados a cambio de licencias, y otros supuestos en que “los

acusados habrían exigido a otros distintos empresarios ciertas cantidades de

dinero, por la concesión de distintas licencias de obras, sin que se haya podido

acreditar si efectivamente fueron realmente hechos los pagos o no…”. En este

segundo grupo se encuadraría el expediente que ha dado lugar a la condena: la

exigencia a José Burgos Leiva de una cifra no abonada por la resolución

favorable recaída en un expediente. En opinión del recurrente ese hecho no le

había sido imputado antes si se es fiel a los términos del citado Auto de la

Audiencia que se ceñía a los expedientes en que se había efectuado un pago real.

Ahora se le imputaban trece delitos continuados de cohecho del art. 425 como

inductor y cooperador necesario.

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A juicio del recurrente esa secuencia demostraría que se le ha condenado

por unos hechos que no estaban incluidos en la acusación inicial tal y como quedó

delimitada al comienzo del juicio oral.

Primeramente hay que dudar de la capacidad del Tribunal para “filtrar” de

esa forma la acusación del Fiscal a instancia de la defensa. La interpretación que

según la tesis de la defensa hizo de la acusación del Ministerio Público no está del

todo nítida. No se deduce eso con claridad ni de los correctivos terminológicos

introducidos por el Fiscal ni de su alegato inicial, aunque es verdad que la

grabación tiene algún pequeño salto en el tránsito de uno a otro video que impide

perfilar sin sombras la posición de la Acusación Pública tras la denuncia del

recurrente en el trámite de cuestiones previas reproduciendo anteriores peticiones.

La Audiencia entendió que tratándose de cantidades percibidas según el relato del

Fiscal eran esos los supuestos fácticos nucleares: aquellos en que se constataba

entrega efectiva de dinero. Con esa interpretación quedaba al margen el episodio

referido a este denunciante. Ciertamente la redacción del escrito de acusación

inicial era mejorable: era deseable mayor concreción. Así lo reconoció

expresamente el Ministerio Fiscal en el informe dirigido a contestar la cuestión

planteada como previa por ésta y otras defensas. También lo es que la forma

adecuada de reaccionar ante una acusación mal formulada es la utilizada con toda

pertinencia por el recurrente. El Juez de Instrucción y posteriormente la

Audiencia debían haber dado una respuesta inmediata específica. Pero tras las

aclaraciones del Fiscal, la acusación inicial quedó suficientemente delimitada. Y

sobre todo de forma indudable la pretensión que definitivamente blandió el Fiscal

aparecía meridianamente clara. Si esta última hubiese introducido a juicio del

recurrente aspectos que antes no había sopesado o sobre los que no podía haberse

defendido de forma eficaz, tenía en sus manos el expediente del art. 788 LECrim

pensado precisamente para eso. Pero no puede despreciar ese mecanismo para

luego quejarse de una indefensión que, de existir, sería atribuible a su pasividad

en ese momento.

Si se analizan detenidamente las cosas no parece que estemos, ni de lejos,

ante una real indefensión (es difícil intuir una sola diligencia que la defensa

hubiese podido proponer o reiterar o algún aspecto jurídico que no hubiese

podido preparar precisamente por no estar advertido de esa acusación hasta ese

momento final), sino más bien ante una deliberadamente creada apariencia de

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indefensión, lo que constituye una legítima estrategia defensiva. El recurrente no

ha sufrido indefensión alguna, pero una de sus admisibles líneas de defensa puede

pasar por prefabricar esa apariencia de indefensión.

Y es que la cuestión de la corrección del escrito inicial o el confuso

reformateo realizado por la Audiencia que el Fiscal vino a admitir, zanjando

dudas que pueden surgir del visionado del trámite inicial (en su informe final

explica que en efecto ha modificado sus conclusiones iniciales convirtiendo esos

cinco delitos continuados en trece: vídeo 30; 11:45), son hasta cierto punto

cuestiones baladíes. Lo decisivo es que en el momento de la calificación

definitiva se imputaba al recurrente con toda claridad y entre otros el hecho por el

que luego fue condenado, lo que echa por tierra su argumentación basada sobre la

acusación inicial y no sobre la definitiva. La sentencia ha de dar respuesta a las

conclusiones definitivas y no a las provisionales. Son aquéllas las que constituyen

el instrumento real de la acusación.

SEXTO.- Dos líneas de argumentación convergentes sirven de apoyo a

estas afirmaciones. De una parte será preciso mostrar cómo, el Fiscal estaba

habilitado en ese momento para la modificación de conclusiones que efectuó,

introduciendo esa imputación que solo se hacía oficialmente a otro acusado pero

no a él. De otra, será preciso debatir sobre la corrección del trámite seguido a

partir de ese momento por la Audiencia consistente sin más en la continuación del

juicio ante la ausencia de cualquier indicación en otro sentido por parte de esta

defensa; y de la posterior decisión sobre la pretensión acusatoria definitivamente

delimitada. No sobra observar cómo esa "continuación" del juicio, su reanudación

más bien, se produjo más de una semana después, tiempo del que dispuso la

defensa para estudiar esas conclusiones definitivas y preparar el alegato final.

Conviene realizar una advertencia a modo de inciso: de admitirse la

argumentación del recurrente la conclusión procesal lógica y congruente no sería

la absolución, como propugna. Si se concluye que se introdujo tardíamente en la

acusación una imputación, o que sobre los hechos objeto de condena no hubo

acusación válida pues no eran objeto del proceso, habría que incoar nueva causa

(pieza separada) contra el recurrente. Y, si, con otro matiz, lo que se denuncia es

merma del derecho de defensa por haber sido informado demasiado tarde de esa

imputación y haber carecido de tiempo y reposo para preparar la defensa o haber

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sobrevenido imposibilidad de articular nuevas pruebas para oponerse eficazmente

a esa acusación, entonces habría que retrotraer las actuaciones al momento de las

conclusiones definitivas para que pudiese plantear pruebas o para otorgarle un

tiempo adicional que le permitiese estudiar tal “novedosa”, según la presenta,

imputación; lo que es un sinsentido si se comprueba con el visionado del juicio

que entre la modificación en las conclusiones del Fiscal y el informe de los

letrados transcurrieron más de los diez días contemplados en el art. 788.4

LECrim. Sería esperpéntico anular la sentencia para concederle "diez días" para

preparar sus informes, que, por otra parte, estuvo muy bien armado, reflejo de una

excelente dedicación y preparación.

Estas salidas vienen a poner de manifiesto que se trata de una alegación de

indefensión más teórica que real: no se hace difícil intuir que no es eso lo que

pretende el recurrente por cuanto en ningún momento desciende a detallar qué

pruebas concretas hubiese pedido, o qué cuestiones de fondo hubiese podido

alegar si hubiese conocido con claridad esa imputación desde el principio lo que,

dicho sea de paso, no puede dudarse seriamente. A la vista de todas las

actuaciones es difícil admitir que resultase una sorpresa encontrarse con la

imputación de los hechos denunciados por Burgos como se verá más adelante al

referimos a la causa. Es hiperbólico hablar de acusación "sorpresiva" como hace

machaconamente el recurrente, cuando ha sido condenado precisamente por los

hechos que determinaron la incoación de la causa, su detención y su prisión

preventiva.

SÉPTIMO.- Como premisa básica hay que proclamar que el Fiscal en el

trámite de conclusiones definitivas sin apartarse del objeto de la causa (los hechos

punibles que resulten del sumario) puede extender, con ciertos límites, la

acusación a hechos distintos pero conectados, así como ampliarla subjetivamente

frente a quienes ya están imputados y acusados. No sería posible mas que con

ciertas condiciones más estrictas la introducción de unos hechos nuevos ajenos a

la fase de investigación. Pero si se trata de hechos investigados, objeto del

proceso y no excluidos del mismo, no hay obstáculo en ampliar los sujetos

partícipes en uno de los delitos o modificar el título de imputación u otras

alteraciones de esa índole. Cosa diferente y complementaria es que ante esa

novación o mutación de la pretensión la defensa pueda disponer de un mecanismo

que el legislador pone en sus manos para evitar, incluso, el menor atisbo de

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indefensión: puede solicitar la suspensión para plantear alguna prueba que no

hubiese articulado pues se presentaba como innecesaria ante la acusación inicial

pero se hace conveniente ante la definitiva; o para disponer del tiempo necesario

para preparar la contestación a esa imputación. Hacer uso o no de esa posibilidad

entra dentro de las facultades de la defensa. En este caso se intuye que la decisión

de la dirección letrada de prescindir de ese trámite fue la más correcta e

inteligente desde el punto de vista de la estrategia procesal. Promover ese

incidente se revela en un juicio ex post no solo como ineficaz, sino además

perturbador desde el punto de vista de las posibilidades defensivas. No había nada

nuevo ni que alegar ni que proponer. Por el contrario, reclamando esa suspensión

el letrado renunciaba definitivamente a una importante baza de defensa

hábilmente explotada en este recurso de casación y, antes, en el informe

desarrollado en la instancia: la apariencia de indefensión. Barajar la posibilidad

de que el no acudir a ese expediente haya podido ser fruto de inadvertencia o

desconocimiento no es compatible con la acreditada, y demostrada en este

recurso, capacidad técnica de la dirección letrada del recurrente: es obvio que la

omisión no puede ser explicada por un olvido o ignorancia, sino por una decisión

deliberada, meditada y tan legítima como inteligente desde la óptica de las

estrategias procesales. Es destacable que en su inicial alegato de cuestiones

previas la dirección letrada de este recurrente evocó con toda pertinencia y

corrección ese trámite del art. 788 demostrando tanto conocerlo sobradamente

como tenerlo bien presente y manejarlo con soltura al dar réplica también a la

mención del Fiscal en su informe final sobre su uso.

El recurrente insinúa en algún momento en su larga disertación que el

Fiscal no podía modificar en esos términos su escrito de acusación. No es correcta

esa aseveración. No ya solo porque esos hechos estaban reflejados en el escrito

inicial y el Fiscal en todo momento del plenario mantenía viva la acusación por

ellos (basta visionar la grabación en que de manera recurrente aparecen en los

interrogatorios todo lo relacionado con el inicial denunciante y la implicación de

este recurrente en los hechos por él denunciados), sino sobre todo porque, aunque

no fuese así, no existiría esa prohibición o límite a la modificabilidad de las

conclusiones. Que no se hiciesen preguntas al Sr. Martín Serón sobre los

expedientes es un problema de la defensa, no del Ministerio Fiscal que sí

preguntó insistentemente aunque ante el legítimo rechazo por el recurrente de

toda responsabilidad no se entretuvo con cada expediente. La defensa podía

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preguntar o no; y no preguntó ni sobre ese expediente ni sobre los inicialmente

incluidos. No era esa la prueba de la acusación que sí preguntó a testigos y en

concreto al testigo protegido (Burgos Leiva).

Las conclusiones provisionales pueden ser modificadas tras la práctica de la

prueba (art.788.3 LECrim). En principio, las partes gozan de la más absoluta

libertad para realizar en sus conclusiones todas las alteraciones que estimen

convenientes. Tratándose de las partes activas han de fijarse algunos límites. No

caben mutaciones tan esenciales que supongan una alteración de los elementos

básicos identificadores de la pretensión penal tal y como quedó plasmada

provisionalmente en los previos escritos de acusación evacuados en la fase de

preparación del juicio oral. El problema estriba en dilucidar en cada caso qué

rectificación representa una mutación esencial y sustancial de la pretensión y qué

otras alteraciones, por no comportar ese cambio esencial, son plenamente

aceptables.

Existen varios principios que juegan en esta materia y que han de servir de

telón de fondo para llegar a soluciones concretas.

De un lado, el derecho de defensa que exige el conocimiento previo de la

acusación de forma que se proscriba toda acusación sorpresiva en un momento

avanzado del procedimiento, que impida o dificulte la utilización de los medios

pertinentes —de prueba y alegaciones— para una eficaz defensa.

De otro lado, hay que tener en cuenta el principio de unidad de objeto del

proceso penal proclamado en el art. 300 de la LECrim, con las excepciones

derivadas de la conexidad (art. 17) que se mencionan en la misma disposición.

Ambas premisas han sido respetadas aquí. Ni se aprecia ninguna merma del

derecho de defensa, ni se introdujeron hechos ausentes en las fases previas del

proceso.

La STS 1185/2004 de 22 de octubre, con cita de abundantes precedentes,

enseña que… “si el condenado tuvo ocasión de defenderse de todos y cada uno

de los elementos que componen el tipo de delito señalado en la Sentencia... no

existe indefensión”, ya que ningún elemento nuevo sirve de base a la nueva

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calificación. Se añade, citando la STC 33/2003, de 13 de febrero, que “si bien las

modificaciones del escrito de calificaciones provisionales al fijarse las definitivas

que suponga una calificación más grave no lesiona el derecho a no ser

condenado sin acusación, pues al ceñirse a las definitivas el órgano judicial

habrá respetado este derecho, sin embargo, esas modificaciones pueden vulnerar

el derecho de defensa contradictoria si el acusado no ha podido ejercer la

defensa de forma plena en el juicio oral, ni proponer las pruebas que estimara

pertinentes, al no conocer con carácter previo a su apertura dicha acusación

(por todas STC 9/1982, de 10 de marzo). Ahora bien, tampoco esa vulneración se

produce con carácter automático derivada de la introducción de modificaciones

esenciales en el escrito de calificaciones definitivas si el acusado ha ejercido el

derecho de defensa contra dicha acusación a partir de su conocimiento. En este

contexto, es preciso recordar que la Ley de Enjuiciamiento Criminal, en el marco

de la regulación del procedimiento ordinario, establece la posibilidad de que se

modifiquen las calificaciones provisionales al fijarlas de forma definitiva, pues

eso puede resultar necesario en virtud de la prueba practicada (art. 732

LECrim). Y dispone también que el órgano judicial, una vez efectuadas las

calificaciones definitivas, puede someter a las partes una nueva calificación

jurídica, si considera que la efectuada incurre en manifiesto error, en cuyo caso

puede suspender el juicio oral si las partes indicaren que no están

suficientemente preparadas para discutir la propuesta (art. 733 LECrim).

Asimismo, prevé la suspensión del juicio oral a instancia de parte “cuando

revelaciones o retractaciones inesperadas produzcan alteraciones sustanciales

en los juicios, haciendo necesarios nuevos elementos de prueba o alguna sumaria

instrucción suplementaria” (art. 746.6 en relación con el art. 747 LECri). Con

mayor precisión, la Ley de Enjuiciamiento Criminal prevé, para el procedimiento

abreviado (art. 793.7), que “cuando en sus conclusiones definitivas, la acusación

cambie la tipificación penal de los hechos o se aprecie un mayor grado de

participación o de ejecución o circunstancias de agravación de la pena, el Juez o

Tribunal podrá conceder un aplazamiento de la sesión, hasta el límite de diez

días, a petición de la defensa, a fin de que ésta pueda aportar los elementos

probatorios y de descargo que estime convenientes. Tras la práctica de una

nueva prueba que pueda solicitar la defensa, las partes acusadoras podrán, a su

vez, modificar sus conclusiones definitivas. En suma, no toda modificación de las

calificaciones provisionales al fijarse las definitivas que incide en elementos

esenciales del hecho constitutivo de delito o que implica una nueva calificación

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jurídica infringe el derecho de defensa si, utilizando las vías habilitadas al efecto

por la Ley de Enjuiciamiento Criminal, se permite su ejercicio respecto de esos

nuevos hechos y su calificación jurídica”.

La jurisprudencia afirma el principio general de modificabilidad de las

conclusiones provisionales. Su inalterabilidad vaciaría de contenido el art. 732 y

el mismo juicio oral (SSTS de 15 de febrero de 1986; 11 de noviembre y 30 de

diciembre de 1992; 1437/1993, de 9 de junio o 1356/1993, de 10 de junio).

También matiza que esa posibilidad de modificación no es absoluta. La STS de

19 de junio de 1990 dice que la modificación ha de mantenerse «dentro del marco

de la acción penal ejercitada». En los mismos términos se pronuncian la STS de

14 de abril de 1992 ó 7 de septiembre de 1989. Lo básico, según explica la STS

de 18 de noviembre de 1991, es que los hechos nuevos se hayan debatido en el

juicio convenientemente y sin sorpresas. Si es así, nada impide su introducción en

las conclusiones definitivas (STS 1185/2004 de 22 de octubre que perfila con

carácter general las relaciones entre el derecho de defensa y el principio

acusatorio en relación con el trámite procesal de la modificación de conclusiones,

delimitando los recursos de la defensa ante una posible modificación de

conclusiones: suspensión de juicio oral por vía del art. 733 ó 746.

En la STS de 5 de diciembre de 2005 puede leerse “…carece de todo

fundamento legal y doctrinal la alegación de que la modificación de las

conclusiones acusatorias efectuadas en el acto del Juicio Oral, signifique una

reducción de los derechos de defensa del acusado. Dicho trámite, como es

notorio, está previsto tanto en el art. 732 como en el 793.6 LECrim, y, en

términos generales, su inexistencia convertiría poco menos que en inútil toda la

actividad procesal que se desarrolla en el acto trascendental del Juicio Oral y

que constituye la fase esencial de todo el proceso (véanse, por ejemplo, SSTS de

28 de octubre de 1.997, 12 de enero, 20 de julio, 7 de octubre y 18 de noviembre

de 1.998 y, entre las más recientes, 28 de febrero de 2.001). De ahí que en dichas

resoluciones se haya mantenido que el verdadero instrumento procesal de la

acusación es el escrito de conclusiones definitivas, por lo que la sentencia debe

resolver sobre ellas y no sobre las provisionales. El derecho a ser informado de

la acusación, junto con la interdicción de la indefensión -S. de esta Sala de 6 de

abril de 1.995- suponen, de un lado, que el acusado ha de tener pleno

conocimiento de la acusación contra él formulada, tanto en su contenido fáctico

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como jurídico, debiendo tener la oportunidad y los medios para defenderse

contra ella, y de otro, que el pronunciamiento del Tribunal ha de efectuarse

precisamente sobre los términos del debate, tal y como han sido formulados por

la acusación y la defensa. El conocimiento de la acusación se garantiza

inicialmente mediante las conclusiones provisionales y, una vez finalizada la

actividad probatoria en el acto del juicio oral, mediante las definitivas en las

que, naturalmente, se pueden introducir las modificaciones fácticas y jurídicas

demandadas por aquella actividad, siempre que se respete la identidad esencial

de los hechos que han constituido el objeto del proceso. La posibilidad de que en

las conclusiones definitivas de la acusación se operen cambios, incluso

relevantes, se deduce con toda claridad del art. 793.7 LECrim, que concede al

Juez o Tribunal, "cuando la acusación cambie la tipificación penal de los hechos,

o se aprecie un mayor grado de participación o de ejecución, o circunstancias de

agravación de la pena", la facultad de "conceder un aplazamiento de la sesión

hasta el límite de diez días, a petición de la defensa, a fin de que ésta pueda

aportar los elementos probatorios y de descargo que estime convenientes"».

En la jurisprudencia del Tribunal Constitucional también se encuentran

afirmaciones generales sobre la posibilidad de modificación de las conclusiones

provisionales. Buscando en ella encontramos la añeja providencia de 26 de

noviembre de 1990: «El recurrente pretende haber sufrido una lesión en su

derecho a la defensa toda vez que ha sido condenado por un hecho que no se

contenía en el Auto de procesamiento ni del que venía acusado en las

calificaciones provisionales. Como ya le pone de manifiesto el Tribunal Supremo

en su Sentencia, y en concreto en el fundamento jurídico primero, no le asiste la

razón y basa su alegato en una defectuosa concepción de lo que ha de entenderse

por acusación y momento en que ésta se formula con plenitud. Es jurisprudencia

consolidada del Tribunal Constitucional que el verdadero instrumento procesal

de la acusación es el escrito de conclusiones definitivas y por ello ha dicho

reiteradamente que toda Sentencia penal ha de resolver sobre las conclusiones

definitivas de las partes y no sobre las provisionales. La pretendida fijación de la

acusación en el escrito de calificaciones provisionales privaría, por un lado, de

sentido al art. 732 LECrim. y, por otro, haría inútil la actividad probatoria

practicada en el juicio oral. Si el defensor estimó que había hechos nuevos,

traídos al proceso como consecuencia de «revelaciones o retractaciones

inesperadas productoras de alteraciones sustanciales en el juicio» (art. 746.6

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LECrim.), debió pedir la suspensión y solicitar nuevos elementos de prueba o

alguna sumaria instrucción suplementaria (arts. 746.6 y 747 LECrim.) (STC

20/87, f.j. 5º)». La STC 33/2003 recuerda que desde la STC 12/1981, viene

declarando que “la información, a la que tiene derecho el acusado, tiene por

objeto los hechos considerados punibles, de modo que “sobre ellos recae

primariamente la acusación y sobre ellos versa el juicio contradictorio en la vista

oral” pero también la calificación jurídica, dado que ésta no es ajena al debate

contradictorio Ahora bien, ya en aquella primera ocasión señalamos que si bien

de este principio resulta la necesaria congruencia entre acusación y defensa, es,

sin embargo, posible que los órganos judiciales se aparten de la calificación

jurídica fijada por las acusaciones sin que ello suponga automáticamente la

vulneración del derecho de defensa del acusado, siempre que concurran dos

condiciones: “la identidad del hecho punible, de forma que el mismo hecho

señalado por la acusación, que se debatió en el juicio contradictorio y que se

declaró probado en la Sentencia de instancia, constituya el supuesto fáctico de la

nueva calificación”, y “que ambos delitos..... sean homogéneos, es decir, tengan

la misma naturaleza, porque el hecho que configura los tipos correspondientes

sea sustancialmente el mismo”; en definitiva dijimos, “si el condenado tuvo

ocasión de defenderse de todos y cada uno de los elementos que componen el tipo

de delito señalado en la Sentencia... no existe indefensión”, ya que ningún

elemento nuevo sirve de base a la nueva calificación". Puede consultarse también

la STC de 4 de abril de 2005.

La STS 1644/1994, de 14 de septiembre, en pro de esa libertad para

modificar arguye que lo decisivo es lo que en definitiva aparece en las

conclusiones últimas de las partes. La defensa puede pedir la suspensión al

amparo del art. 793.7 LECrim (vigente, 788.4º), pero si se aquieta con la

modificación sin solicitar la suspensión, no puede luego quejarse de indefensión.

En idéntica dirección discurre la STS 1259/2000 de 13 de julio.

Estas ideas pueden predicarse particularmente de los supuestos como el

presente en que existen varios acusados y varias infracciones; algunas de las

cuales se imputan sólo a uno de los acusados. Si, partiendo de la actividad

probatoria del juicio, la acusación considera que en una de las infracciones ha

tenido participación alguno de los acusados a los que inicialmente no se acusaba

por ese delito, podrá ser admisible (no siempre: según los casos) la alteración de

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las conclusiones provisionales en ese sentido. Este es justamente el supuesto

contemplado y admitido por la STC 20/1987, de 19 de febrero. Y es que el escrito

de conclusiones provisionales no puede ser sacralizado. «Ni el procesamiento, ni

la calificación provisional vinculan al Tribunal sentenciador —afirma la

sentencia de 19 de junio de 1990—. Tan solo las conclusiones definitivas. El

instrumento procesal de la acusación es el escrito de conclusiones definitivas y a

él debe referirse la relación o juicio de congruencia del fallo (sentencias de 8 de

marzo de 1987 y 7 de septiembre de 1989)». En la misma línea insisten, entre

muchas otras, las SSTS de 31 de enero de 1992, 1259/2000, de 13 de julio ó

1333/2002, de 15 de julio.

OCTAVO.- Esos criterios relativamente amplios en lo relativo a la

capacidad de modificar la conclusiones por parte de las acusaciones quedan

compensados por la facultad de la defensa, reiteradamente aludida en muchos de

los pronunciamientos citados, que reconoce el art. 788.4 LECrim. Si la eventual

afectación del derecho de defensa se puede evitar con esa posibilidad de

suspensión y la defensa no la reclama, la indefensión será achacable a su

indiligencia.

Sirvan como exponente y colofón de las líneas generales que se acaban de

desarrollar unos fragmentos de la STC 40/2004, de 22 de marzo: "Comenzando

por la primera de las vulneraciones denunciadas en ambos recursos de amparo,

como recientemente afirmábamos en la STC 33/2003, de 13 de febrero, FJ 3,

"desde la STC 12/1981, de 12 de abril, este Tribunal ha reconocido que en el

ámbito de las garantías integradas en el derecho a un proceso equitativo (art.

24.2 CE) se encuentra el derecho a ser informado de la acusación y que éste se

conecta con el derecho de defensa. En concreto, desde entonces hemos declarado

que la información, a la que tiene derecho el acusado, tiene por objeto los hechos

considerados punibles, de modo que 'sobre ellos recae primariamente la

acusación y sobre ellos versa el juicio contradictorio en la vista oral', pero

también la calificación jurídica, dado que ésta 'no es ajena al debate

contradictorio' (FJ 4)".

Ese derecho a ser informado de la acusación, en términos suficientemente

determinados para poder defenderse de ella de manera contradictoria (SSTC

12/1981, de 10 de abril, FJ 4; 95/1995, de 19 de junio, FJ 3.a; 302/2000, de 11

de diciembre, FJ 2), se convierte en un instrumento indispensable para poder

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ejercitar el derecho de defensa, del que forma parte esencial el derecho a

contradecir la pretensión acusatoria (SSTC 105/1983, de 23 de noviembre, FJ 3;

33/2003, de 13 de febrero, FJ 3), pues mal puede defenderse de algo quien no

sabe qué hechos en concreto se le imputan (por todas, SSTC 11/1992, de 27 de

enero, FJ 3; 36/1996, de 11 de marzo, FJ 4; 19/2000, de 31 de enero, FJ 4;

278/2000, de 27 de noviembre, FJ 14; 182/2001, de 17 de septiembre, FJ 4;

170/2002, de 30 de septiembre, FJ 3).

Por ello, hemos sostenido que una modificación de los hechos y de la

calificación jurídica del escrito de calificaciones provisionales, al fijar las

definitivas, puede ocasionar la lesión del derecho de defensa contradictoria,

"pues si, como acabamos de recordar, no puede contradecirse lo que se

desconoce y la defensa se ejerce primeramente en el juicio oral, el acusado no

habrá podido ejercer de forma plena su defensa, respecto de las modificaciones

fácticas y jurídicas introducidas en las calificaciones definitivas, al final del

juicio oral" (STC 33/2003, de 13 de febrero, FJ 4).

Ahora bien, como también afirmábamos en esta Sentencia, ha de

recordarse que dicha vulneración no se produce con carácter automático por la

mera introducción de cualquier modificación en el escrito de calificación

definitiva, sino que se requiere que dichas modificaciones sean esenciales

respecto de la concreta figura delictiva por la que finalmente se condena, porque

las diferentes garantías conectadas con el principio acusatorio se asientan en la

inalterabilidad de los elementos esenciales del hecho constitutivo de infracción

penal a partir de la fijación formal de la acusación en las calificaciones

provisionales (por todas, SSTC 105/1983, de 23 de noviembre, FFJJ 4, 5 y 6;

36/1996, de 11 de marzo, FJ 5; 302/2000, de 11 de diciembre, FJ 3; 87/2001, de

2 de abril, FJ 6; 174/2001, de 26 de julio, FJ 5; 4/2002, de 14 de enero, FJ 4;

228/2002, de 9 de diciembre, FJ 5). En consecuencia, la existencia de diferencias

sobre elementos no esenciales del hecho constitutivo de delito entre las

calificaciones provisionales y las definitivas no suponen la vulneración del

derecho de defensa (STC 33/2003, de 13 de febrero, FJ 4).

E incluso en el supuesto de que se introduzcan modificaciones que

incidan sobre elementos esenciales del hecho constitutivo de delito o que

impliquen una nueva calificación jurídica, para declarar vulnerado el derecho

de defensa hemos exigido que el acusado ejerza las facultades que le otorga la

Ley de enjuiciamiento criminal (arts. 746.6 en relación con el art. 747 y el art.

793.7 LECrim), solicitando la suspensión del juicio, para poder articular

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debidamente su defensa (SSTC 20/1987, de 19 de febrero, FJ 5; 278/2000, de

27 de noviembre, FJ 16), exigencia que responde a la aplicación de la doctrina

general de que la indefensión constitucionalmente proscrita es la que deriva de

la actuación del órgano judicial y no la que ocasiona la falta de diligencia

procesal de la parte en la defensa de sus intereses (STC 33/2003, FJ 4)”.

El derecho constitucional a ser informado de la acusación como elemento

básico del derecho de defensa -sólo hay posibilidades efectivas de defensa si se

conocen los hechos de los que se acusa- y la necesidad de conjugarlo con la

amplitud de la posibilidad de modificar las conclusiones imponen esa concesión a

la defensa. Si en el acto del juicio oral se modifican los términos de la acusación,

se pueden ver afectados ambos derechos de rango constitucional. El acusado ha

centrado su defensa en los hechos y calificación realizados en el escrito de

acusación proponiendo pruebas dirigidas a rebatir la imputación que se le dirigía

entonces, pero no contra la que se puede introducir en el tramo final del juicio por

alguna de las partes acusadoras modificando sus iniciales conclusiones. En la

reforma de 1988 por la que se introdujo el procedimiento abreviado se abordó

directamente este problema con una regulación que inicialmente contenida en el

art. 793.7, pasó sustancialmente tras la reforma de 24 de octubre de 2002 al actual

art. 788.4.

El vigente art. 788.4 dispone:

«Cuando en sus conclusiones definitivas, la acusación cambie la

tipificación penal de los hechos, o se aprecien un mayor grado de participación o

de ejecución o circunstancias de agravación de la pena, el Juez o Tribunal podrá

conceder un aplazamiento de la sesión hasta el límite de diez días, a petición de

la defensa, a fin de que ésta pueda preparar adecuadamente sus alegaciones y,

en su caso, aportar los elementos probatorios y de descargo que estime

convenientes. Tras la práctica de una nueva prueba que pueda solicitar la

defensa, las partes acusadoras podrán, a su vez, modificar sus conclusiones

definitivas».

Para salvaguardar el derecho a ser informado de la acusación y, por ende, el

derecho de defensa, se confiere a la defensa, la facultad de solicitar la suspensión

con una doble finalidad: proposición de nuevas pruebas encaminadas a desmontar

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los nuevos elementos introducidos en las conclusiones de la acusación; o

preparación adecuada para rebatir dialécticamente tal acusación. Si el recurrente

no la pidió no está legitimado para ahora para quejase de una hipotética y

figurada indefensión.

Así pues tenemos:

a) Que los hechos por los que ha sido condenado estaban presentes desde el

inicio de las actuaciones: es a raíz de la denuncia de Burgos como se inician las

diligencias procediéndose a la detención del acusado tras la intervención del

teléfono del co-acusado. No parece serio ni creíble alegar ahora sorpresa porque

esos hechos que motivaron su detención hayan aflorado en el acto del juicio oral.

Del escrito de acusación inicial, y eso fue subrayado por el Fiscal en el

trámite de cuestiones previas, se aludía a un acuerdo de ambos recurrentes. Se

detalló por la acusación pormenorizadamente toda la secuencia de las

actuaciones centradas en la denuncia de José Burgos Leiva (se cita los folios

125, 157, 179, 185: video 3, 59:07), para rechazar la alegación de

desconocimiento de los hechos imputados. Ciertamente el examen de la causa es

bien elocuente. El examen de las declaraciones de este recurrente como

imputado (folios 249 a 251) revela que se le pusieron de manifiesto las

imputaciones, y que se le preguntó explícitamente por José Burgos Leiva. Otra

cosa es que su legítima negativa a reconocer que se hubiese exigido pago alguno

por la concesión de licencias impidiese profundizar más en esa línea de

interrogatorio. En la comparecencia de prisión (folios 253 y 254) se concretaba

claramente esa imputación, de la que se hace eco la propia defensa. No se puede

sostener con seriedad que esos hechos aparecieron sorpresivamente en las

conclusiones definitivas del Fiscal burlando las exigencias del derecho de

defensa.

b) Es clara la inclusión de tales hechos en la acusación definitiva, más allá

de la denunciada imprecisión del escrito inicial. De cualquier forma, sea cual sea

la interpretación efectuada de ese escrito de acusación (que el Fiscal delimitó al

inicio del juicio insistiendo en que la modalidad de acusación -continuidad-

relativizaba la cuestión planteada; y que el Auto de la Audiencia quiso concretar

en los cinco actos en que se constató un pago efectivo), es igualmente claro que

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los hechos denunciados por Burgos Leiva no fueron expulsados del proceso, ni

siquiera en la faceta que afectaba a este recurrente. Estuvieron presentes en todo

momento: desde los interrogatorios, hasta el momento del derecho a la última

palabra en que este recurrente se refirió expresa y personalmente al citado testigo

sembrando dudas sobre su credibilidad y esgrimiendo como prueba de su

inocencia en relación a esos hechos que nunca había hablado de licencias con tal

testigo y que eso quedaba confirmado por una entrevista que aparecía en un

medio periodístico.

c) El recurrente, en efecto, preguntó por tales hechos en el juicio a veces de

forma insistente. En el video 36 (46:35 y ss) se quiere enturbiar la identificación

del “Juan” mencionado en la entrevista con el testigo protegido, grabada

subrepticiamente, con la persona del Alcalde. Al declarar como testigos otros

agentes policiales (92773, 87587), de nuevo, en legítimo ejercicio de su derecho

de defensa (que ahora arguye no haber podido desenvolver) se pregunta de

forma incisiva para romper esa asimilación entre el “Juan” que es citado y el

Presidente de la Corporación local: “¿Por qué entiende que Juan es el alcalde?”:

video 19; “¿Mencionó al alcalde”: video 16, 23:31; 51:38) Cuando declara el

citado testigo protegido (video 21, 23:36 a 47:15), el letrado que ese día, por

encargo expreso, asumió la dirección de la defensa de este recurrente, le

pregunta haciendo protesta explícita de que el inicio de su interrogatorio va

encaminado a defender los intereses de este recurrente. No parece que luego

pueda existir sorpresa, o que sea viable alegar que no ha podido defenderse

cuando en el trámite de conclusiones definitivas se le imputan los únicos hechos

denunciados por este testigo. En el mismo interrogatorio del recurrente se traen a

colación posibles motivos por los que el testigo podría albergar animadversión o

enemistad frente a él. Ese episodio por el que finalmente ha sido condenado (el

denunciado por Burgos Leiva) no estaba excluido ni de su mente, ni de la línea

defensiva adoptada, lo que de otra parte, era susceptible de subsanación a través

del art. 788.4 reclamando la nueva comparecencia del testigo para otras

preguntas u otras posibles pruebas.

d) Y es que, efectivamente, ante la modificación de conclusiones que

realizó legítimamente el Fiscal no se adujo cuestión alguna. Tan solo el otro

letrado pidió una aclaración sobre la desaparición del delito de prevaricación

(final del video 37). A continuación se formuló por ambos conclusiones

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absolutorias. Y se dispuso de más de diez días para preparar el alegato final,

conociendo esas conclusiones definitivas. La audición del informe final

demuestra asimismo la exquisita preparación de la defensa, si bien (se insiste que

legítimamente) se quiso poner el acento en esa aparente, aunque inexistente,

indefensión. Pero en forma alguna se descuidó ninguno de los otros frentes,

incluida la crítica al testimonio de José Burgos Leiva y la posible incardinación

de los hechos imputados en un delito de menor gravedad.

El recurrente no tiene razón y el motivo ha de claudicar en

consecuencia.

NOVENO.- Igual destino y por idénticas razones aguarda a la segunda

vertiente de este primer motivo en todo paralela a la anterior. Se queja el

recurrente de que en la acusación provisional se le reprochaban cinco delitos de

cohecho pasivo por su participación omisiva (autor por omisión) según la

interpretación efectuada por la Audiencia Provincial en el tan mencionado auto

haciéndose eco de las explicaciones ofrecidas por el Ministerio Público en el

trámite de cuestiones previas. En las conclusiones definitivas el Fiscal se refirió a

su autoría como inductor y cooperador necesario Ese cambio del título de

imputación le habría ocasionado igualmente indefensión.

La proyección a esta cuestión de la argumentación blandida para rechazar el

alegato anterior conduce a las mismas conclusiones: la modificación de

conclusiones en ese extremo puntual era correcta. Si el recurrente quería realizar

alegaciones frente a esa nueva modalidad de participación que no podía prever

debiera haber solicitado la suspensión. No hay indefensión. No quiso solicitar

nueva prueba (seguramente por no ser imaginable) y una suspensión para un

estudio más profundo no tenía sentido cuando contaba ya con trece días

determinados por la agenda del Tribunal.

La prueba sobre el origen de los fondos ocupados al recurrente es

irrelevante desde el momento que ha sido absuelto por todos los delitos que

comportaban pago efectivo.

Por otra parte, si el recurrente entiende que los hechos por los que ha sido

condenado no estaban contemplados respecto de él en el escrito de acusación

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inicial, resultará intrascendente que la imputación de otro delito distinto a

aquellos por los que se acusaba inicialmente y por los que ha sido absuelto, lo sea

a título de partícipe omisivo, o de inductor o cooperador necesario.

Por fin una acusación cumulativa alternativa (inductor y/o cooperador

necesario) es correcta: las conclusiones alternativas están autorizadas por la

legislación procesal y de hecho obedecen a un más escrupuloso deseo de

satisfacer todas las exigencias del derecho de defensa. Que la calificación inicial

se fijase en otra forma de participación diferente (omisiva) y que a juicio del

recurrente no se hayan practicado pruebas suficientes para determinar el cambio

de perspectiva que el Fiscal plasmó en sus conclusiones no tiene trascendencia.

Menos todavía en relación a los delitos y hechos por los que ha sido absuelto.

DÉCIMO.- La tercera faceta de este primer motivo tiene un contenido

similar. Ahora la violación del derecho de defensa se ubica en la misma sentencia

y no en la “sorpresiva” modificación de conclusiones: al haber condenado al

recurrente como autor “por su participación directa y voluntaria en la ejecución”

la Audiencia estaría modificando el título de imputación de autoría. La inducción

y cooperación necesaria de la calificación fiscal se habría mutado en una autoría

directa por la que no se acusó.

El recurrente lo que hace es aferrarse a la fórmula estereotipada y de estilo

que se plasma en el fundamento derecho sexto de la sentencia, de una manera

rutinaria lo que conduce incluso a una discordancia gramatical. En tal fundamento

de derecho la sentencia no está introduciendo argumentación relevante alguna,

sino sencillamente extrayendo las consecuencias congruentes con la

argumentación anterior. No puede darse a ese error inadvertido una significación

mayor, ni extraer de esa mención una trascendencia de la que carece. Los hechos

probados explican que este recurrente impartía órdenes e instrucciones a José

Gregorio, y que éste actuaba de común acuerdo con aquél al exigir el pago de esa

cantidad a José Burgos Leiva. Estamos ante un supuesto encajable sin duda

alguna en el art. 28 CP. Desde luego que el adjetivo “voluntaria” que se predica

de la participación del recurrente es una obviedad. Si no hubiese participación

voluntaria no habría responsabilidad por el delito de cohecho. Que se califique a

esa participación de “directa” (que no de “material”, como dice también el

recurrente) a la vista del art. 28 actual, tampoco supone precisar demasiado: es

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una frase habitual casi tópica y estandarizada, con un contenido elemental, de la

que incluso podía prescindirse: la mera cita de los arts. 27 y 28 unida a la

secuencia de los hechos probados justifica la conclusión jurídica de la Sala.

Entrever tras esas palabras una mutación relevante del concepto en que responde

o una discrepancia o apartamiento en ese punto respecto de la calificación del

Fiscal es de una sutileza tan alambicada como ajena a la expresión. No hay

alteración de la acusación ni puede haber indefensión.

El acusado no ha sido condenado por exigir en persona una cantidad a José

Burgos, sino por convenir con el otro co-acusado la reclamación por éste de esa

cantidad.

Tampoco en este aspecto puede prosperar el motivo.

UNDÉCIMO.- Como colofón de este primer y largo motivo se reprocha

parcialidad al Tribunal sentenciador. La pérdida de la imparcialidad vendría

motivada por haber entrado el Tribunal al inicio del Juicio a valorar las

actuaciones sumariales y en concreto el informe policial obrante a los folios 845 y

siguientes al que se remitía expresamente el auto de 27 de septiembre de 2011. La

Audiencia no estaba capacitada para acudir a las actuaciones sumariales, no

invocadas por ninguna de las partes, so pena de contaminarse.

No es verdad que no hubiese sido invocado ese informe, como sostiene el

recurso: lo mencionó expresamente el Fiscal en la exposición inicial dirigida a

combatir las cuestiones previas planteadas; y lo mencionó en el mismo sentido

que es usado por la Sala, es decir, para explicar que desde ese informe se entendía

mejor su escrito de acusación.

Por eso no puede aceptarse la afirmación del recurrente. El Auto analiza ese

informe porque así lo había sugerido expresamente la acusación y, lo menciona

para delimitar e interpretar la acusación del Fiscal dando respuesta a una cuestión

previa. Con eso no está mostrando que ya estaba contaminado y que arrastraba ya

unos prejuicios que lastraban su imparcialidad y lo inhabilitaban para enjuiciar el

asunto, como sostiene el recurrente:

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a) Una cosa es adoptar decisiones que comportan anticipar el juicio sobre el

fondo, lo que puede abocar a un menoscabo de la exigible imparcialidad; y otra,

muy diferente, examinar las actuaciones. Ese contacto con el material instructorio

se torna imprescindible para determinadas actuaciones previas, como la admisión

de la prueba o, en este caso, dar respuesta a una petición de la defensa. El mero

examen aséptico de las actuaciones que componen la causa no “contamina”. Aquí

la Sala se limitó a contextualizar la acusación del Fiscal, sin que la utilización del

informe a esos efectos supusiese en absoluto prejuzgar sobre su valor indiciario.

Es más, lo hizo siguiendo la sugerencia explícita realizada por el Fiscal en el

trámite de cuestiones previas: se remitió a ese informe citando los folios

concretos para indicar que desde él quedaban aclarados algunos puntos que

podrían ser más oscuros de su escrito de acusación. El Tribunal no estaba

sopesando el valor probatorio de tal informe, sino constatando su contenido. ¡Por

supuesto que el tribunal puede consultar la causa en lo que considere necesario

para resolver las cuestiones previas que se le planteen!

b) La defensa no formuló queja alguna al respecto en su momento tras

conocer el auto resolviendo las cuestiones previas.

c) Y, por fin, la prueba más palmaria de la imparcialidad de la Audiencia es

que, precisamente por no dotar de valor suficiente al material probatorio blandido

(entre el que se contaba ese informe), haya absuelto apartándose de las

deducciones de ese informe, por la mayor parte de los hechos que se atribuían al

recurrente. Ha condenado exclusivamente por otro hecho cuya prueba acreditativa

ha encontrado no en ese informe (cuya lectura hubiese perturbado la

imparcialidad en la estimación del recurrente) sino en el testimonio vertido en el

juicio oral por Burgos. La sentencia dictada, desde luego, no trasluce una

predisposición contraria a los acusados que hubiese germinado en la lectura de

ese informe. La Sala afirma que la valoración policial sobre el origen de los

fondos encontrados al acusado es una simple sospecha carente de respaldo

probatorio contundente. En contra de lo que insinúa el recurrente eso es señal de

imparcialidad, que no de parcialidad o prejuicio.

Otra vez estamos ante una alegación más formal que material.

Todo el motivo primero con sus diferentes desarrollos ha de decaer.

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DUODÉCIMO.- En un segundo motivo el recurrente busca la protección

del derecho constitucional a la presunción de inocencia que entiende lesionado.

La contestación que se dio al anterior recurrente sirve de plataforma para

construir la respuesta a éste con igual conclusión desestimatoria. En realidad está

expuesto ya lo nuclear del argumento. Restaría entresacar del razonamiento de la

Sala de instancia los elementos probatorios que apuntan a la participación de este

recurrente para constatar si, en efecto, también se pueden considerar suficientes y

concluyentes. La respuesta es claramente afirmativa.

De entrada conviene sentar que una única prueba directa –como enfatiza

el recurrente- no es necesariamente per se insuficiente para destruir la presunción

de inocencia.

No es línea de argumentación congruente aducir de nuevo que como ese

hecho no estaba presente (en la interpretación del recurrente) en la acusación

inicial eso significa que no existía prueba ni podría haberla después del plenario.

Ese argumento quiere recuperar por una vía indirecta el ya rebatido sobre la

holgura con que cuenta el Fiscal al modificar sus conclusiones.

Antes, obviamente, no había prueba. Ésta se practica en el plenario. Tan

solo podrán existir indicios.

Que la Sala no haya encontrado material probatorio concluyente y

suficiente para proclamar la existencia de una trama continuada que explicaría los

incrementos patrimoniales del recurrente y su esposa, no prejuzga la valoración

de este hecho puntual. No hay lógica alguna en extraer como consecuencia de

aquella falta de prueba una correlativa ausencia de prueba suficiente respecto de

este hecho que sí ha considerado acreditado por las declaraciones del testigo y

elementos concomitantes corroboradores. Tratar de explicar la condena por ese

hecho por la “impresión” que causó en la Sala el examen preliminar del informe

policial, al que luego la sentencia no concede más valor que el de una sospecha o

conjetura insuficiente para fundar una convicción, resulta un ejercicio tan

complicado como estéril.

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Los incrementos patrimoniales no justificados son mencionados en la

sentencia (no podía hacerse otra cosa cuando el Fiscal aludía a ellos y reclamaba

el comiso de esos bienes y ganancias); pero, aún siendo congruentes con la

acusación y también con la condena dictada, no son usados como elementos de

cargo decisivos para justificar tal pronunciamiento. Es congruente pero no es

determinante: al igual que los incrementos patrimoniales no justificados ni

justificables pueden permitir una condena por delito de blanqueo de capitales,

aunque no esté acreditada la participación directa del condenado en el delito de

tráfico de drogas previo.

Que en la denuncia inicial no se mencionase al recurrente sino tan solo al

concejal y al arquitecto municipal, lejos de devaluar la prueba testifical robustece

su valor. Viene a demostrar que tampoco existía una “trama” o un premeditado

propósito de inculpar falsamente al recurrente, que solo será aludido y aparecerá

en la investigación cuando tras la intervención del teléfono del concejal

coacusado, y la grabación de la entrevista que mantuvo con el Sr. Burgos,

aparezca su implicación. El denunciante apunta en su declaración de fecha 22 de

diciembre de 2006 las relaciones de las esposas de ambos coacusados; luego la

policía comienza a sospechar de los estrechos vínculos entre ambos hasta llegar a

valorar que podría ser su testaferro. Esas sospechas unidas a la aparición en la

entrevista grabada con Burgos del recurrente como impulsor de esas actuaciones

conduce a la detención y registros.

Lo que no tiene sentido es que el recurrente se queje de que su teléfono no

fue intervenido. No lo fue porque no era indispensable. Si lo hubiese sido,

seguramente ahora estaríamos resolviendo un motivo por violación del derecho al

secreto de las comunicaciones. Quejarse de la injerencia tiene lógica. Quejarse de

la "no injerencia" es insólito y sorprendente.

No hay incorrección alguna en que el juzgado adoptase esas medidas de

registro domiciliario y detención sin escuchar directamente la grabación sino

basándose en la trascripción que se había efectuado . Pero es que, además, las

declaraciones realizadas en el juicio oral acreditan que sí se oyeron con carácter

previo.

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Más adelante el denunciante reitera como el coacusado le había hecho

comentarios que a las claras traslucían la implicación de este recurrente en los

hechos (folios 368 y ss).

No se llega a descubrir por qué de esta secuencia había de inferirse una

afectación del derecho a la presunción de inocencia; ni en qué medida la solución

procesal adoptada respecto del arquitecto municipal tiene algo que ver con el

derecho a la presunción de inocencia de este recurrente.

La presunción de inocencia no exige que la prueba aparezca al inicio de la

investigación. Hay que sopesar las pruebas practicadas en el acto del juicio oral,

no el nivel probatorio de los indicios existentes en determinado momento de la

investigación. Esto es obvio. Pero el razonamiento del recurrente parece arrastrar

a otras conclusiones poco armonizables con la naturaleza de ese derecho

fundamental que no impide la apertura de una causa penal sino la condena sin

pruebas suficientes. La incoación de un proceso penal, por definición, no puede

afectar al derecho a la presunción de inocencia concebido como regla de juicio.

La prueba testifical acredita que el otro acusado aludió a "Juan". El

contexto de la conversación, los temas tratados y demás circunstancias evidencian

que esa persona mencionada no podía ser otra distinta al alcalde. En ningún

momento se ha insinuado otra hipótesis alternativa concreta. Esa conclusión está

avalada por la condición de Presidente de la Corporación, por ser él quien había

delegado en el otro acusado las competencias relativas a urbanismo, y por la

estrecha amistad entre ambos.

La alusión al “analfabetismo” en materia de urbanismo de los acusados que

molesta al recurrente no hace más que recoger la expresión utilizada por uno de

ellos. Esa palabra -"analfabeto"- -aparece por primera vez en boca de este

recurrente en sus contestaciones al interrogatorio del Fiscal (minuto 08:24; video

7). Carece de significado vejatorio. No tiene razón de ser la queja por esa

expresión, salvo que se esté refiriendo al adjetivo “curiosas” que tampoco es

despectivo sino una forma de reflejar lo que causa perplejidad. Utilizar ese

calificativo para exteriorizar las dudas sobre la sinceridad de las manifestaciones

de un testigo, es tan legítimo como tachar de "contradictorias" las aseveraciones

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de la sentencia o sugerir, en legítimo ejercicio del derecho de defensa, y que la

sentencia se pliega a una cierta presión social.

Las suposiciones sobre la permeabilidad de los Magistrados de la

Audiencia al "aplauso social o institucional” son solo eso: suposiciones sin

fundamento, que sobran en un motivo por presunción de inocencia.

DÉCIMO TERCERO.- En el tercer y último motivo el recurrente por el

cauce del art. 849.1º discute la incardinabilidad de los hechos que se declaran

probados en el art. 425 CP, en dirección que guarda semejanzas con la suscitada

por el otro recurrente.

Se arguye que si las competencias estaban delegadas no estaríamos ante un

acto referido a su esfera de competencias. Pero con eso ignora que el acto está

entre sus competencias: a él correspondía delegarlas como hizo y él mantenía la

capacidad de avocarlas en cualquier momento.

Además el recurrente está condenado como inductor o cooperador

necesario no como autor directo, lo que hace todavía más diáfana la cuestión. Si

se le considera extraneus pese a su condición de Alcalde Presidente, sería

cooperador necesario o inductor del intraneus. Desde luego que su condición de

Alcalde Presidente hace descartable cualquier posibilidad de atemperación

penológica por la vía del art. 65.3 CP.

Por lo demás no son tampoco prosperables los intentos de forzar una

ambigüedad en los hechos probados para tratar de perturbar su sentido. No es

verdad que no se afirme con claridad el acuerdo conjunto: sentado éste, que el

acusado no interviniese de forma personal en la petición de la dádiva es

irrelevante. No es necesario. Como tampoco es necesario que se describa

incidencia alguna sobre el acto previo: estamos ante un cohecho subsiguiente o

impropio.

Por fin, como el anterior recurrente se alude al carácter reglado de acto para

considerar excluida la tipicidad del art. 425. No es así: tal precepto castiga la

recompensa exigida como consecuencia de un acto, pero no contiene limitación

alguna en relación al acto. Da igual que fuese reglado, o que realmente no fuese

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posible la denegación: lo relevante es la existencia de la dádiva. No se desvanece

la antijuricidad por esa naturaleza reglada del acto acordado: es más, se

acrecienta. No plegarse a esa exigencia lleva implícita también la advertencia de

que en el futuro, pese al carácter reglado, podrá denegarse el acto, o de que, al

menos, podrán surgir más dificultades o retrasos o un camino menos expedito.

Lamentablemente esas trabas burocráticas son palpables y visibles en muchas de

nuestras administraciones y no pura hipótesis fabulada.

La interpretación que se hace del art. 425 en el sentido de que si el acto no

es contrario a derecho la aplicación del tipo exigiría un pacto previo de soborno

no es admisible.

También en esos casos hay delito de cohecho y está afectado el bien

jurídico protegido en tales tipos penales.

El CP 1995 reconstruyó la regulación del cohecho pasivo impropio.

Además del tipo tradicional, (art. 426 CP «La autoridad o funcionario público

que admitiere dádiva o regalo que le fueren ofrecidos en consideración a su

función o para la consecución de un acto no prohibido legalmente, incurrirá en

la pena de multa de tres a seis meses»), se introduce un precepto de nueva

planta, el art. 425,1°: "La autoridad o funcionario público que solicitare dádiva

o presente o admitiere ofrecimiento o promesa para realizar un acto propio de

su cargo o como recompensa incurrirá en la pena de multa del tanto al triplo del

valor de la dádiva y suspensión de empleo o cargo público por tiempo de seis

meses a tres años".

El legislador quiso subsanar una laguna: no se recogían aquellos casos en

los que era el propio funcionario el que solicitaba la dádiva o bien aceptaba el

ofrecimiento o la promesa. Aquí encontramos ya un punto de diferenciación que

desmonta la pretensión del recurrente. Cuando la iniciativa parte del funcionario

ya no estamos en el ámbito del art. 426 (actual art. 422) sino en el marco del art.

425 (actual art. 421). Esto viene a disipar las dudas jurídicas que quieren

introducir los recurrentes basándose en una polémica doctrinal. Ciertamente

constituye un problema exegético deslindar el concepto de acto propio de su

cargo» del "acto no prohibido legalmente". Pero aquí ese debate no es relevante

por lo dicho.

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Algunos autores opinan que los actos no prohibidos legalmente del cohecho

pasivo impropio clásico son actos lícitos no propios de la esfera de competencias

del funcionario, pero relacionados de alguna manera con su trabajo (por ejemplo,

la agilización o tramitación de un papel en otra dependencia del Ministerio

donde trabaja el funcionario). También desde esta interpretación sería correcta la

tipificación de la sentencia.

Otros entienden que como en el art. 426 (actual 422) los actos realizados a

cambio de una dádiva o regalo reciben menos pena que la prevista en el art. 425

(421), tratándose en ambos casos de actos conforme al cargo, la diferencia hay

que encontrarla en la distinta entidad o importancia del acto. Pero en cualquier

caso queda claro que cuando es el funcionario o autoridad quien toma la

iniciativa no hay cuestión pues el art. 426 (422) solo contempla la admisión de la

dádiva o regalo, no su exigencia.

Más allá de las sesudas teorías sobre la diferenciación entre el contenido de

los arts. 425 y 426 (hoy modificados) la razón de ser del art. 425 fue la de

solucionar la laguna punitiva que se producía en delito de cohecho pasivo

impropio en el anterior CP respecto de la conducta de solicitud por parte del

funcionario. En vez de colmar correctamente esta laguna el legislador ha

utilizado no sólo dos expresiones diferentes para referirse la misma clase de

actos, sino que además, estableció dos penas distintas. Pero es patente que

cuando la iniciativa nace del funcionario o autoridad no surge esa necesidad de

diferenciar como ha venido a confirmar la reforma de 2010.

Es improcedente de todo punto la invocación del art. 426.

Procede la desestimación.

C) COSTAS

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DÉCIMO CUARTO.- La desestimación de los recursos comporta la

condena de los recurrentes al pago de sus respectivas costas.

III. FALLO

Que debemos declarar y declaramos NO HABER LUGAR al recurso de

casación interpuesto por GREGORIO GUERRA GIL, y JUAN MARTÍN

SERÓN, contra Sentencia dictada por la Sección Octava de la Audiencia

Provincial de Málaga, que condenó a los recurrentes por un delito de

cohecho,condenándoles al pago de las costas ocasionadas en sus respectivos

recursos.

Comuníquese esta resolución al Tribunal Sentenciador a los efectos

procedentes, con devolución de la causa que en su día remitió, interesándole acuse

de recibo.

Así por esta nuestra sentencia, que se publicará en la Colección Legislativa

lo pronunciamos, mandamos y firmamos.

Cándido Conde-Pumpido Tourón Andrés Martínez Arrieta Miguel Colmenero Menéndez de Luarca

Manuel Marchena Gómez Antonio del Moral García

PUBLICACION.- Leida y publicada ha sido la anterior sentencia por el

Magistrado Ponente Excmo. Sr. D Antonio del Moral García, estando celebrando

audiencia pública en el día de su fecha la Sala Segunda del Tribunal Supremo, de lo

que como Secretario certifico.

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