Tabucchi, Antonio - Sueños de sueños

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Sueos De Sueosseguido de

Los tres ltimos das de Fernando PessoaAntonio Tabucchi

Traduccin de Carlos Gumpert Melgosa y Xavier Gonzlez Rovira Ttulo de las ediciones originales: Sogni di sogni Sellerio editore Palermo, 1992 Gli ultimi tre giorni di Fernando Pessoa Sellerio editore Palermo, 1994 Portada: Julio Vivas Ilustracin: foto de Sara Moon Primera edicin: mayo 1996 Segunda edicin: junio 1996 Tercera edicin: octubre 1996 EDITORIAL ANAGRAMA, S.A., 1996 Pedro de la Creu, 58 08034 Barcelona ISBN: 84-339-0822-7 Depsito Legal: B. 39609-1996 Printed in Spain Liberduplex, S.L., Constituci, 19, 08014 Barcelona

SUEOS DE SUEOS

A mi hija Teresa, que me regal el cuaderno donde naci este libro

Bajo el almendro de tu esposa, cuando la primera luna de agosto surge por detrs de la casa, podrs soar, si los dioses te sonren, los sueos de otro. Antigua cancin china

NOTAA menudo me ha asaltado el deseo de conocer los sueos de los artistas a los que he admirado. Por desgracia, aquellos de quienes hablo en este libro no nos han dejado las travesas nocturnas de su espritu. La tentacin de remediarlo de algn modo es grande, convocando a la literatura para que supla aquello que se ha perdido. Y, sin embargo, me doy cuenta de que estas narraciones vicarias, que un nostlgico de sueos ignotos ha intentado imaginar, son tan slo pobres suposiciones, plidas ilusiones, intiles prtesis. Que como tales sean ledas, y que las almas de mis personajes, que ahora estarn soando en la Otra Orilla, sean indulgentes con su pobre sucesor. A. T.

SUEO DE DDALO, ARQUITECTO Y AVIADORUna noche de hace miles de aos, en un tiempo que no es posible calcular con exactitud, Ddalo, arquitecto y aviador, tuvo un sueo. So que se encontraba en las entraas de un palacio inmenso, y estaba recorriendo un pasillo. El pasillo desembocaba en otro pasillo y Ddalo, cansado y confuso, lo recorra apoyndose en las paredes. Cuando hubo recorrido el pasillo, lleg a una pequea sala octogonal de la cual partan ocho pasillos. Ddalo empez a sentir una gran ansiedad y un deseo de aire puro. Enfil un pasillo, pero ste terminaba ante un muro. Recorri otro, pero tambin terminaba ante un muro. Ddalo lo intent siete veces hasta que, al octavo intento, enfil un pasillo largusimo que tras una serie de curvas y recodos desembocaba en otro pasillo. Ddalo entonces se sent en un escaln de mrmol y se puso a reflexionar. En las paredes del pasillo haba antorchas encendidas que iluminaban frescos azules de pjaros y de flores. Slo yo puedo saber cmo salir de aqu, se dijo Ddalo, y no lo recuerdo. Se quit las sandalias y empez a caminar descalzo sobre el suelo de mrmol verde. Para consolarse, se puso a cantar una antigua cantinela que haba aprendido de una vieja criada que lo haba acunado en la infancia. Los arcos del largo pasillo le devolvan su voz diez veces repetida. Slo yo puedo saber cmo salir de aqu, se dijo Ddalo, y no lo recuerdo. En aquel momento sali a una amplia sala redonda, con frescos de paisajes absurdos. Aquella sala la recordaba, pero no recordaba por qu la recordaba. Haba algunos asientos forrados con lujosos tejidos y, en el centro de la habitacin, una ancha cama. En el borde de la cama estaba sentado un hombre esbelto, de complexin gil y juvenil. Y aquel hombre tena una cabeza de toro. Sostena la cabeza entre las manos y sollozaba. Ddalo se le acerc y pos una mano sobre su hombro. Por qu lloras?, le pregunt. El hombre liber la cabeza de entre las manos y lo mir con sus ojos de bestia. Lloro porque estoy enamorado de la luna, dijo, la vi una sola vez, cuando era nio y me asom a una ventana, pero no puedo alcanzarla porque estoy prisionero en este palacio. Me contentara slo con tenderme en un prado, durante la noche, y dejarme besar por sus rayos, pero estoy prisionero en este palacio, desde mi infancia estoy prisionero en este palacio. Y se ech a llorar de nuevo.

Y entonces Ddalo sinti un gran pesar y el corazn comenz a palpitarle fuertemente en el pecho. Yo te ayudar a salir de aqu, dijo. El hombre-bestia levant otra vez la cabeza y lo mir con sus ojos bovinos. En esta habitacin hay dos puertas, dijo, y vigilando cada una de las puertas hay dos guardianes. Una puerta conduce a la libertad y otra puerta conduce a la muerte. Uno de los guardianes siempre dice la verdad, el otro miente siempre. Pero yo no s cul es el guardin que dice la verdad y cul es el guardin que miente, ni cul es la puerta de la libertad y cul es la puerta de la muerte. Sgueme, dijo Ddalo, ven conmigo. Se acerc a uno de los guardianes y le pregunt: Cul es la puerta que segn tu compaero conduce a la libertad? Y entonces se fue por la puerta contraria. En efecto, si hubiera preguntado al guardin mentiroso, ste, alterando la indicacin verdadera del compaero, les habra indicado la puerta del patbulo; si, en cambio, hubiera preguntado al guardin veraz, ste, dndoles sin modificar la indicacin falsa del compaero, les habra indicado la puerta de la muerte. Atravesaron aquella puerta y recorrieron de nuevo un largo pasillo. El pasillo ascenda y desembocaba en un jardn colgante desde el cual se dominaban las luces de una ciudad desconocida. Ahora Ddalo recordaba, y se senta feliz de recordar. Bajo los setos haba escondido plumas y cera. Lo haba preparado para l, para huir de aquel palacio. Con aquellas plumas y aquella cera construy hbilmente un par de alas y las coloc sobre los hombros del hombre-bestia. Despus lo condujo hasta el borde del jardn y le habl. La noche es larga, dijo, la luna muestra su cara y te espera, puedes volar hasta ella. El hombre-bestia se dio la vuelta y lo mir con sus mansos ojos de bestia. Gracias, dijo.

Ve, dijo Ddalo, y lo ayud con un empujn. Mir cmo el hombrebestia se alejaba con amplias brazadas en la noche, volando hacia la luna. Y volaba, volaba.

SUEO DE PUBLIO OVIDIO NASN, POETA Y CORTESANOEn Tomi, a orillas del Mar Negro, una noche del 16 de enero del ao 18 despus de Cristo, una noche glida y tempestuosa, Publio Ovidio Nasn, poeta y cortesano, so que se haba convertido en un poeta amado por el emperador. Y como tal, por milagro de los dioses, se haba transformado en una inmensa mariposa. Era una enorme mariposa, tan grande como un hombre, de majestuosas alas azules y amarillas. Y sus ojos, unos desmesurados ojos esfricos de mariposa, abarcaban todo el horizonte. Lo haban subido sobre una carroza de oro, preparada especialmente para l, y tres parejas de caballos blancos lo estaban llevando hacia Roma. Intentaba mantenerse en pie, pero sus dbiles patas no lograban sostener el peso de las alas, de manera que se vea obligado a reclinarse sobre los cojines de vez en cuando, con las patas agitndose al aire. En las patas llevaba alhajas y brazaletes orientales que mostraba con satisfaccin a la multitud vitoreante. Cuando llegaron a las puertas de Roma, Ovidio se levant de los almohadones y con gran esfuerzo, ayudndose con sus patas puntiagudas, rode su cabeza con una corona de laurel. La multitud estaba extasiada y muchos se postraban porque crean que era una divinidad de Asia. Entonces Ovidio quiso advertirles de que era Ovidio, y empez a hablar. Pero de su boca sali un extrao zumbido, un zumbido agudsimo e insoportable que oblig a la multitud a taparse los odos con las manos. No os mi canto?, gritaba Ovidio, ste es el canto del poeta Ovidio, aquel que os ense el arte de amar, que habl de cortesanas y de cosmticos, de milagros y de metamorfosis! Pero su voz era un zumbido uniforme y la multitud se apartaba delante de los caballos. Finalmente, llegaron al palacio imperial y Ovidio, sostenindose torpemente sobre sus patas, subi la escalinata que lo conduca frente al Csar. El emperador lo esperaba sentado en su trono y beba una jarra de vino. Escuchemos qu has compuesto para m, dijo el Csar. Ovidio haba compuesto un breve poema de giles versos afectados y placenteros para que alegraran al Csar. Pero cmo decirlos, pens, si su voz era tan slo el zumbido de un insecto? Y entonces pens en comunicar

sus versos al Csar mediante gestos y empez a agitar suavemente sus majestuosas alas coloreadas en una danza maravillosa y extica. Las cortinas del palacio se agitaron, un molesto viento barri las habitaciones y el Csar, con irritacin, estrell la jarra contra el suelo. El Csar era un hombre rudo, al que le gustaba la frugalidad y la virilidad. No poda soportar que aquel insecto indecente ejecutara delante de l aquella danza afeminada. Llam con unas palmadas a los pretorianos y stos acudieron. Soldados, dijo el Csar, cortadle las alas. Los pretorianos desenvainaron la espada y con pericia, como si podaran un rbol, cortaron las alas de Ovidio. Las alas cayeron al suelo como si fueran suaves plumas y Ovidio comprendi que su vida finalizaba en aquel momento. Movido por una fuerza que senta era su destino, tom impulso y balancendose sobre sus atroces patas sali de nuevo a la balconada del palacio. A sus pies haba una multitud enfurecida que reclamaba sus restos, una multitud vida que lo aguardaba con las manos furiosas. Y entonces Ovidio, tambalendose, baj la escalinata de palacio.

SUEO DE LUCIO APULEYO, ESCRITOR Y MAGOEn una noche de octubre del 165 despus de Cristo, en la ciudad de Cartago, Lucio Apuleyo, escritor y mago, tuvo un sueo. So que se encontraba en una pequea ciudad de Numidia, era la noche de un trrido verano africano, estaba paseando cerca de la puerta principal de la ciudad cuando unas risas y una algaraba llamaron su atencin. Atraves la puerta y vio que cerca de los rojizos muros de arcilla un grupo de saltimbanquis representaban su espectculo. Un acrbata semidesnudo, con el cuerpo pintado de albayalde, mantena el equilibrio sobre una cuerda fingiendo estar a punto de caer. La gente rea y se asustaba, y los perros ladraban. Entonces el acrbata perdi el equilibrio, pero se sujet a la cuerda con una mano y permaneci colgando. La gente lanz un grito de miedo y despus aplaudi contenta. Los saltimbanquis hicieron girar el rgana que mantena tensa la cuerda y el acrbata descendi al suelo haciendo mil muecas. Un flautista avanz en el crculo de tierra iluminada por los resplandores de las antorchas y empez a tocar una meloda orientalizante. Y entonces de un carromato sali una mujer de generosos senos, cubierta de velos, que llevaba un ltigo en la mano. La mujer avanz azotando el aire y enroll el ltigo a su cuerpo. Era una mujer de cabellera oscura y de ojeras profundas, y el maquillaje de la cara, a causa del sudor, le corra por las mejillas. Apuleyo hubiera deseado marcharse, pero una fuerza misteriosa le obligaba a quedarse, a mantener los ojos fijos sobre aquella mujer. Los tambores comenzaron a sonar, primero lentamente y despus con frenes, y en aquel momento, por debajo del teln tras el que estaban los animales, salieron cuatro majestuosos caballos blancos y un pobre asno cansado. La bailarina chasque el ltigo y los caballos se encabritaron, dando inicio a una veloz carrera en crculos. El asno se apart hacia un lado, cerca de las jaulas de los monos, y se puso a espantar lentamente las moscas con la cola. La bailarina hizo chasquear nuevamente el ltigo y los caballos se detuvieron y se arrodillaron lanzando largos relinchos. Entonces, la bailarina, con una insospechada agilidad para su corpulencia, dio un brinco y, con un pie en un caballo y un pie en otro, comenz a cabalgar sobre los dos animales mantenindose erguida con las piernas abiertas sobre ambas grupas. Y al cabalgar mova obscenamente la empuadura del ltigo sobre su vientre, mientras la gente murmuraba divertida. Entonces los tambores dejaron de sonar y el cansado asno, como si obedeciera una orden invisible,

se tumb de espaldas, con las patas al aire, y exhibi ante el pblico su falo erecto. La mujer, mientras caminaba a su alrededor, gritaba que al resto del espectculo slo podan asistir aquellos que pagaran con monedas contantes y sonantes, y dos saltimbanquis vestidos de guardias y provistos de fustas echaron a los nios y los mendigos. Apuleyo se encontr solo, en el escaso crculo de gente que quedaba. Sac de su bolsa dos monedas de plata, pag y se puso a mirar el espectculo. La mujer aferr el falo del asno y restregndoselo con lujuria sobre el vientre empez a bailar una lnguida danza, apartndose los velos para mostrar sus encantos. Apuleyo se acerc y levant una mano, y en aquel momento el asno abri la boca, pero en lugar de rebuznar emiti palabras humanas. Soy Lucio, dijo, no me reconoces? Qu Lucio?, pregunt Apuleyo. Tu Lucio, dijo el asno, el de tus aventuras, tu amigo Lucio. Apuleyo mir a su alrededor, convencido de que la voz proceda de las proximidades, pero la puerta de las murallas ya estaba cerrada, los centinelas dorman y detrs de l respiraba silenciosa la profunda noche africana. Esta bruja me ha hecho un maleficio, dijo el asno, me ha apresado bajo esta apariencia, slo t puedes liberarme, t que eres escritor y mago. Apuleyo se aproxim al fuego y cogi un tizn ardiente, traz algunos signos en el aire, pronunci las palabras que saba que deba pronunciar. La mujer chill, en su boca se dibuj una mueca de disgusto y su rostro empez a arrugarse adquiriendo el aspecto de una vieja. Entonces, como por encanto, la mujer se disolvi en el aire y con ella desaparecieron los saltimbanquis, el cerco de las murallas, la noche africana. De repente, fue de da: era una esplndida y luminosa jornada, en Roma, Apuleyo paseaba por el Foro y a su lado paseaba su amigo Lucio. Paseaban charlando y, mientras tanto, contemplaban las esclavas ms bellas que deambulaban por el mercado. En cierto momento, Apuleyo se detuvo y. sujetando a Lucio por la tnica, lo mir a los ojos y le dijo: Esta noche he tenido un sueo.

SUEO DE CECCO ANGIOLIERI, POETA Y BLASFEMOUna noche de enero de 1309, mientras yaca sobre un colchn de paja del lazareto de Siena, envuelto en vendas nauseabundas, Cecco Angiolieri, poeta y blasfemo, tuvo un sueo. So que era un trrido da de verano y que pasaba por delante de la catedral. Sabiendo que aqul era un lugar fresco, pens en entrar all para huir de la cancula, pero en lugar de hacer una genuflexin y mojarse los dedos en agua bendita, cruz los dedos en un gesto de conjuro porque tema que aquel lugar le trajera mala suerte. En la primera capilla de la derecha haba un pintor que estaba pintando una Virgen. El pintor era un joven rubio y estaba sentado en un taburete, con la paleta entre los brazos, en una actitud de reposo. El cuadro sacro estaba casi acabado: era una Virgen con los ojos almendrados y una sonrisa imperceptible que sostena sobre sus rodillas, recostado entre los pliegues del vestido, al nio Jess. El pintor lo salud con desenfado y Cecco Angiolieri respondi con una carcajada. Despus se puso a contemplar el cuadro y sinti un profundo malestar. Le molestaba la expresin de aquella seora altiva que miraba al mundo con soberbia, como si desdeara las cosas terrenales. Fue ms fuerte que l: se acerc al cuadro y, extendiendo el brazo derecho, le hizo un gesto obsceno. El joven pintor salt de su taburete e intent detenerlo, pero Cecco Angiolieri, como si fuera un poseso, se liber e hizo un gesto obsceno tambin con el brazo izquierdo. Entonces la Virgen movi los ojos como si fueran ojos humanos y lo fulmin con la mirada. Cecco Angiolieri sinti un extrao escalofro por todo el cuerpo, empez a entumecerse y a empequeecerse, vio que sus miembros se le iban recubriendo de un pelaje negro, se dio cuenta de que una larga cola despuntaba entre sus piernas e intent gritar, pero, en lugar de un grito, de su boca sali un maullido espantoso y l, pequeo y furibundo a los pies del pintor, comprendi que se haba convertido en un gato. Dio un salto hacia adelante y otro hacia atrs, como si hubiera enloquecido en la monstruosa prisin de aquel nuevo cuerpo, hizo rechinar los dientes con furia y escap de la iglesia maullando salvajemente. Entretanto, la noche haba descendido sobre la plaza. Al principio, Cecco Angiolieri se desliz a lo largo de las paredes, despus mir a su alrededor para ver si alguien haba reparado en l. Pero la plaza estaba casi desierta. En la esquina, cerca de una taberna, haba un grupo de jvenes con aspecto de bribones que haban sacado fuera las jarras y estaban bebiendo. Cecco

Angiolieri pens en pasar por delante de la taberna, porque tena hambre y quiz podra encontrar alguna corteza de queso. Se desliz junto al muro de la taberna y pas por delante de la puerta, que estaba iluminada por dos antorchas sobre el estpite. En ese momento, uno de los jovenzuelos lo llam, haciendo el tpico ruido que se hace a los gatos con los labios, y le ense una corteza de jamn. Cecco Angiolieri se precipit a sus pies y cogi con la boca la corteza, pero en ese instante los jvenes lo cogieron y, sujetndolo con fuerza, lo llevaron al interior de la taberna. Cecco Angiolieri intent morder y araar, pero los jovenzuelos lo tenan asido firmemente: uno le sujetaba la boca y otros le inmovilizaban las patas, de manera que nada pudo hacer. Cuando estuvieron dentro, los jovenzuelos cogieron el recipiente de pez utilizada para las antorchas y le embadurnaron a conciencia el pelo con el ungento. Despus, con una antorcha, le prendieron fuego y lo liberaron. Cecco Angiolieri, transformado en una bola de fuego, corri fuera maullando de un modo terrible, se lanz contra las paredes de las casas, rod por los suelos, pero el fuego no se apagaba. Comenz a recorrer como una saeta los oscuros callejones de Siena, iluminndolos a su paso. No saba adonde ir, se dejaba llevar por el instinto. Dobl dos esquinas, recorri tres calles, atraves una plaza, subi una escalinata, lleg ante un edificio. All viva su padre. Cecco Angiolieri subi la escalera, pas junto a los criados asustados, entr en el comedor, donde su padre estaba cenando, y grit: Padre mo, me he convertido en fuego, os lo ruego, salvadme! Y en aquel momento Cecco Angiolieri se despert. Los mdicos le estaban quitando las vendas y su cuerpo, recubierto por las terribles llagas del fuego de San Antonio, le quemaba como una llama.

SUEO DE FRANOIS VILLON, POETA Y MALHECHORAl amanecer de la Navidad de 1451, cuando estaba sumido en el ltimo sueo, Franois Villon, poeta y malhechor, tuvo un sueo. So que era una noche de luna llena y que estaba atravesando un pramo desolado. Se detuvo para comer un pedazo de pan que sac de sus alforjas y se sent sobre una piedra. Mir hacia el cielo y sinti un gran desasosiego. Despus prosigui su camino y lleg a una posada. La casa estaba a oscuras y en silencio, quizs an dorman todos. Franois Villon llam con insistencia a la puerta y le abri la mujer del posadero. Qu buscas a estas horas, caminante?, dijo la mujer del posadero iluminando con la lmpara el rostro de Villon. Busco a mi hermano, respondi Franois Villon, estaba por aqu cuando lo vieron por ltima vez y quiero encontrarlo. Entr en la oscura posada, iluminada slo por un dbil fuego, y se sent a una mesa. Quiero carnero y vino, pidi, y se qued esperando. La mujer del posadero le llev un plato de judas hervidas y una jarra de sidra. Es todo lo que tenemos esta noche, dijo, confrmate, caminante, porque los guardias recorren estas tierras y han acabado con toda nuestra comida. Mientras Villon coma entr un viejo con la cara cubierta de harapos. Era un leproso y se apoyaba en un bastn. Villn lo mir y no dijo nada. El leproso se sent en la otra punta de la sala, cerca del fuego, y dijo: Me han dicho que buscas a tu hermano. La mano de Villon se dirigi rpidamente hacia el pual, pero el leproso lo detuvo con un gesto. Yo no estoy del lado de los guardias, estoy del lado de los malhechores y puedo guiarte hasta tu hermano. Se acerc hasta la puerta apoyndose en su bastn y Villon lo sigui. Salieron al fro del invierno. Era una noche clara y la nieve de los campos se haba helado. A su alrededor haba un pramo desnudo recortado por el negro perfil de colinas recubiertas de bosques. El leproso tom un sendero y se dirigi fatigosamente hacia las colinas. Villon lo segua, y mientras tanto, para su seguridad, mantena la mano sobre el pual. Cuando el camino se empin, el leproso se detuvo y se sent sobre una piedra. Sac de su zurrn una ocarina y empez a tocar una msica nostlgica. De vez en cuando, se interrumpa y cantaba algunas estrofas de una balada de bandoleros que hablaba de estupros y de malhechores, de

rapias y de gendarmes. Villon lo escuchaba y senta escalofros, porque saba que aquella balada le incumba. Y entonces sinti una especie de temor que le atenaz las entraas. Pero de qu senta temor? No lo saba, porque l no tema a los gendarmes, no tema a la oscuridad ni al leproso. Y sinti que aquel miedo era una especie de aoranza y de dolor sutil. Despus el leproso se levant y Villon lo sigui hacia el bosque. Cuando llegaron al primer rbol, Villon vio que de sus ramas colgaba un ahorcado. Tena la lengua fuera y la luna iluminaba lvidamente el cadver. Era un desconocido y Villon sigui adelante. En el rbol ms cercano tambin colgaba un ahorcado, pero era igualmente un desconocido. Villon mir a su alrededor y vio que el bosque estaba lleno de cadveres que colgaban de los rboles. Los mir uno a uno, con serenidad, deambulando entre los pies que oscilaban mecidos por la brisa, hasta que dio con su hermano. Lo descolg cortando la cuerda con el pual y lo deposit sobre la hierba. El cadver estaba rgido debido a la muerte y al hielo. Villon lo bes en la frente. Y en ese momento su hermano le habl. Aqu la vida est llena de mariposas blancas que te esperan, dijo el cadver, y todas ellas son larvas. Villon levant la cabeza desorientado. Su compaero haba desaparecido y desde el bosque, como un gran coro fnebre cantado en sordina, ascenda la balada que cantaba el leproso.

SUEO DE FRANOIS RABELAIS, ESCRITOR Y FRAILE RETIRADOUna noche de febrero de 1532, en el hospital de Lyon, mientras dorma en su austera celda de mdico, tras siete das de ayuno siguiendo las reglas de la vida conventual que continuaba observando a pesar de haber abandonado los hbitos, Franois Rabelais, escritor y fraile retirado, tuvo un sueo. So que se encontraba bajo la prgola de una taberna del Prigord y que era el mes de septiembre. Haba una mesa alargada y estrecha, preparada con un blanco mantel y repleta de botellas de vino, y l estaba sentado en una punta de la mesa. La otra punta de la mesa estaba preparada para otra persona, pero l no saba de quin se trataba, slo saba que tena que esperar. Mientras esperaba, el hostelero le llev un plato de olivas aliadas y una jarra de sidra fra, y l empez a picar, bebiendo a pequeos sorbos aquella exquisita sidra que tena un hermoso color ambarino. De repente, oy un ruido de cascos y vio una nube de polvo que se acercaba por la calle principal. Era una carroza de aspecto regio, con un cochero vestido de rojo y dos lacayos de pie sobre los estribos. La carroza se detuvo en el prado de delante de la taberna y los dos lacayos emitieron dos toques de trompeta y despus descendieron a toda prisa, extendiendo una alfombra roja ante la puerta de la carroza. Se pusieron en posicin de firmes y gritaron: Su majestad el seor Pantagruel, rey de la comida y el vino! Franois Rabelais se puso de pie porque comprendi que haba llegado su comensal, quien entretanto iba avanzando majestuosamente por la alfombra roja que los lacayos desenrollaban a sus pies. Era un hombre de estatura gigantesca, que caminaba sujetndose la barriga con las manos, un barrign grueso como un odre que se balanceaba a derecha e izquierda. Tena una poblada barba negra que le enmarcaba el rostro y en la cabeza llevaba un sombrero de ala ancha. Su majestad el seor Pantagruel ensanch la boca en una sonrisa cordial, se recogi las mangas de su vestido real y se sent en la otra punta de la mesa. El hostelero se acerc precediendo a una humeante sopera transportada por los dos lacayos y empez a servir. Sopa de cebada, trigo y judas, anunci mientras les serva, algo ligerito para ir preparando el estmago. Su majestad el seor Pantagruel se anud una servilleta tan grande como una sbana alrededor del cuello e indic con un gesto a Franois Rabelais que se poda empezar. Era una sopa de cereales en la cual flotaban hojas de laurel y dientes de ajo, algo verdaderamente exquisito. Franois Rabelais se tom un plato con

gusto, mientras que su majestad el seor Pantagruel, tras haber pedido permiso educadamente, se acerc la sopera y empez a beber la sopa directamente de ella. Entretanto, los lacayos llegaron con otro plato, mientras el hostelero, con premura, llenaba de nuevo los platos. Esta vez se trataba de ocas rellenas. A Franois Rabelais le correspondieron dos, a su majestad el seor Pantagruel, diecinueve. Hostelero, dijo el majestuoso convidado, tienes que ensearme cmo se preparan estas ocas, no a m, quiero decir a mi cocinero. El hostelero se atus los poderosos mostachos, se aclar la voz y dijo: En primer lugar, se coje una buena choucroute y se pone a hervir durante cuatro o cinco minutos. Despus se deja que las ocas suelten la grasa y se pone a cocer dentro de la choucroute manteca, bayas de enebro, clavo, sal y pimienta, cebolla trinchada, y se deja cocer todo durante tres horas. Despus se aade jamn, los hgados de las ocas bien troceaditos y se liga la salsa con miga de pan. Se rellenan las ocas con este relleno y se meten en el horno durante unos cuarenta minutos. Hay que acordarse, a media coccin, de recoger la grasa crepitante y echarla sobre el relleno, y el plato ya est listo. Al escuchar aquella descripcin, a Franois Rabelais se le haba despertado de nuevo el apetito, y tambin a su comensal, al menos daba esa impresin viendo cmo se relama el bigote con su lengua gigantesca hasta que pregunt: Y ahora, hostelero, qu nos sugieres? El hostelero dio una palmada y los lacayos llegaron trayendo unas bandejas humeantes. Capones con aguardiente de ciruelas y gallinas de Guinea al roquefort, dijo el hostelero con satisfaccin, y comenz a servirles. Franois Rabelais empez de buena gana a comer un capn y una gallina, mientras su majestad el seor Pantagruel devoraba una decena. No s por qu, dijo su majestad el seor Pantagruel, pero me parece que a estos capones les ira bien una salsita de sesos, a usted qu le parece, mi querido comensal? Franois Rabelais asinti y el hostelero, como si no esperara otra cosa, dio una palmada. Los lacayos aparecieron con dos bandejas rebosantes de salsa de sesos. Su majestad el seor Pantagruel unt una bandeja entera sobre un pan de un metro de largo y, entre bocado y bocado de capn, le dio tales mordiscos que en dos minutos se lo termin todo. Cuando hubieron acabado, el hostelero pidi permiso para recoger los platos sucios y pregunt: Qu me diran los seores de un poco de jabal a la cazadora, o prefieren solomillos de liebre rellenos y fritos? Para quedar bien, Franois Rabelais propuso que les trajeran ambas cosas. Y su majestad el seor Pantagruel bostez para indicar que tena apetito todava. El hostelero dio una palmada y los lacayos llegaron con los nuevos platos. Ah, consigui farfullar Franois Rabelais mientras coma, qu suprema exquisitez era ese jabal a la cazadora! Una salsa cazadora ligeramente agridulce, con olivas verdes y una pizca de guindilla que resaltaba el aroma silvestre. Y los solomillos de liebre rellenos y fritos, respondi entre un

bocado y otro su majestad el seor Pantagruel, acaso no podran definirse como divinos? El hostelero miraba con expresin beatfica cmo coman. Era septiembre y el sol dibujaba manchas claras en las sombras de la prgola. Su majestad el seor Pantagruel tena los ojos entrecerrados y de vez en cuando cerraba los prpados como si estuviera a punto de dormirse. Despus se percuti la barriga con golpecitos de la palma de la mano, pidi educadamente permiso y emiti un eructo formidable, un estruendo que pareca un trueno y que reson en la campia. Y con el estruendo del trueno Franois Rabelais se despert, comprendi que era una noche de tormenta, encendi a tientas la vela y cogi de la cmoda un pedazo de pan seco que se permita cada noche para romper el ayuno.

SUEO DE MICHELANGELO MERISI, LLAMADO CARAVAGGIO, PINTOR Y HOMBRE IRACUNDOLa noche del primero de enero de 1599, mientras se encontraba en la cama de una prostituta, Michelangelo Merisi, llamado Caravaggio, pintor y hombre iracundo, so que Dios le haca una visita. Dios lo visitaba a travs de Cristo y lo sealaba con un dedo. Michelangelo estaba en una taberna y jugaba apostando dinero. Sus compaeros eran unos bribones y alguno estaba borracho. Y l, l no era Michelangelo Merisi, el clebre pintor, sino un cliente cualquiera, un rufin. Cuando Dios lo visit estaba blasfemando contra el nombre de Cristo, y rea. T, dijo sin decir el dedo de Cristo. Yo?, pregunt con estupor Michelangelo Merisi, yo no tengo vocacin de santo, soy slo un pecador, no puedo ser un elegido. Pero el rostro de Cristo era inflexible, no haba posibilidad de escape. Y su mano tendida no dejaba lugar a dudas. Michelangelo Merisi baj la cabeza y mir el dinero sobre la mesa. He fornicado, dijo, he asesinado, soy un hombre con las manos manchadas de sangre. El mozo de la hostera lleg trayendo judas y vino. Michelangelo Merisi se puso a comer y a beber. Todos estaban inmviles a su alrededor, slo l mova las manos y la boca como un fantasma. Incluso Cristo estaba inmvil y tenda inmvil su mano con el dedo sealndolo. Michelangelo Merisi se levant y lo sigui. Salieron a un sucio callejn, y Michelangelo Merisi se puso a orinar en un rincn todo el vino que haba bebido aquella noche. Dios, por qu me buscas?, pregunt Michelangelo Merisi a Cristo. El hijo del hombre lo mir sin responder. Caminaron a lo largo del callejn hasta desembocar en una plaza. La plaza estaba desierta. Estoy triste, dijo Michelangelo Merisi. Cristo lo mir y no respondi. Se sent en un banco de piedra y se quit las sandalias. Se dio un masaje en los pies y dijo: Estoy cansado, he venido a pie desde Palestina para buscarte. Michelangelo Merisi estaba vomitando apoyado en la pared de una esquina. Pero yo soy un pecador, grit, no debes buscarme. Cristo se acerc y le toc un brazo. Yo te he hecho pintor, dijo, y quiero un cuadro pintado por ti, despus podrs seguir la senda de tu destino.

Michelangelo Merisi se limpi la boca y pregunt: Qu cuadro? La visita que te he hecho esta tarde en la taberna, slo que t sers Mateo. De acuerdo, dijo Michelangelo Merisi, lo har. Y se dio la vuelta en la cama. Y en aquel momento la prostituta lo abraz roncando.

SUEO DE FRANCISCO DE GOYA Y LUCIENTES, PINTOR Y VISIONARIOLa noche del primero de mayo de 1820, mientras su intermitente locura lo visitaba, Francisco de Goya y Lucientes, pintor y visionario, tuvo un sueo. So que estaba con su amante de juventud bajo un rbol. Era la austera campia de Aragn y el sol estaba en lo alto. Su amante estaba sentada en un columpio y l la empujaba por la cintura. Su amante llevaba un pequeo parasol de encaje y rea con risas breves y nerviosas. Despus su amante se dej caer y l la sigui, rodando por el prado. Se deslizaron por la pendiente de la colina hasta que llegaron a un muro amarillo. Se asomaron por encima del muro y vieron a unos soldados, iluminados por un farol, que estaban fusilando a un grupo de hombres. El farol era una incongruencia en aquel paisaje soleado, pero iluminaba lvidamente la escena. Los soldados dispararon y los hombres cayeron, cubriendo los charcos de su propia sangre. Entonces Francisco de Goya y Lucientes sac el pincel de pintor que llevaba en el cinturn y avanz blandindolo amenazadoramente. Los soldados, como por encanto, desaparecieron, asustados ante aquella visin. Y en su lugar apareci un gigante horrendo que devoraba una pierna humana. Tena el pelo sucio y el rostro lvido, dos hilos de sangre se deslizaban por las comisuras de su boca, sus ojos estaban velados, pero se rea. Quin eres?, le pregunt Francisco de Goya y Lucientes. El gigante se limpi la boca y dijo: Soy el monstruo que domina a la humanidad, la Historia es mi madre. Francisco de Goya y Lucientes dio un paso y blandi su pincel. El gigante desapareci y en su lugar apareci una vieja. Era una bruja sin dientes, con la piel apergaminada y los ojos amarillos. Quin eres?, le pregunt Francisco de Goya y Lucientes. Soy la desilusin, dijo la vieja, y domino el mundo, porque todo sueo humano es un sueo breve. Francisco de Goya y Lucientes dio un paso y blandi su pincel. La vieja desapareci y en su lugar apareci un perro. Era un pequeo perro sepultado en la arena, de la que slo sobresala la cabeza. Quin eres?, le pregunt Francisco de Goya y Lucientes. El perro alz el cuello y dijo: Soy la bestia de la desesperacin y me burlo de tus penas.

Francisco de Goya y Lucientes dio un paso y blandi su pincel. El perro desapareci y en su lugar apareci un hombre. Era un viejo grueso, con el rostro hinchado e infeliz, Quin eres?, le pregunt Francisco de Goya y Lucientes. El hombre esboz una sonrisa cansada y dijo: Soy Francisco de Goya y Lucientes, contra m no podrs hacer nada. En aquel momento Francisco de Goya y Lucientes se despert y se encontr solo en su cama.

SUEO DE SAMUEL TAYLOR COLERIDGE, POETA Y OPIMANOUna noche de noviembre de 1801, en su casa de Londres, presa del delirio del opio, Samuel Taylor Coleridge, poeta y opimano, tuvo un sueo. So que se encontraba en un barco atrapado entre los hielos. l era el capitn, y sus hombres, repartidos por la cubierta, intentaban miserablemente protegerse del fro cubrindose con harapos y mantas rotas. Tenan el rostro demacrado, ojeras profundas y la enfermedad en los ojos. Un poderoso albatros, que se haba posado en un obenque de la nave, tena las alas completamente abiertas y proyectaba una sombra amenazadora sobre el puente. Samuel Taylor Coleridge llam al segundo oficial y le orden que le trajera un fusil, pero ste respondi que ya no quedaba plvora y le ofreci una ballesta. Entonces Samuel Taylor Coleridge cogi la ballesta y apunt. Pensaba que matando al albatros podra dar de comer a sus agotados marineros, evitndoles el escorbuto y la muerte. Apunt y dispar la flecha. El albatros, con el cuello atravesado por el dardo, cay sobre el puente y su sangre salpic el hielo a su alrededor. Y entonces, de la sangre cada sobre el hielo naci una serpiente marina que levant su cabeza cimbreante y se asom sobre las amuras silbando con su lengua bfida. Samuel Taylor Coleridge cogi el sable de capitn que llevaba colgando a un costado y con celeridad le cort la cabeza. Y entonces, de aquella cabeza seccionada, naci una mujer esbelta y vestida de negro, con la cara plida y los ojos febriles. La mujer llevaba en la mano unos dados, se sent en el alczar de la nave y llam al capitn. Ahora tenemos que jugar a dados, dijo, si t ganas, tu barco ser libre; si yo gano, me llevar conmigo a tus marineros. El segundo oficial se precipit hacia Samuel Taylor Coleridge y sujetndolo por un brazo le rog que no escuchara a aquella mujer funesta, porque sera la ruina de todos, pero l avanz con osada hacia la mujer y haciendo una reverencia se declar preparado para jugar. La mujer le ofreci el cubilete con los dados y Samuel Taylor Coleridge lo cogi y lo apret contra su pecho. Despus lo agit furiosamente y tir los dados sobre las tablas. Los marineros lanzaron un viva!: once eran los puntos que su capitn haba sacado. La mujer funesta se arranc los cabellos y llor, despus ri malignamente, despus volvi a llorar lamentndose como un perro que aullara. Al final, cogi los dados y con un gesto amplio, como si su brazo quisiera barrer el puente, los lanz. Los dados rodaron sobre las tablas y se detuvieron mostrando seis puntos

en una de las caras y seis puntos en la otra. En aquel momento se levant un viento helado que los embisti con glidas rfagas, y con aquel viento desaparecieron los marineros, la mujer funesta y el barco, una columna de humo gris se extendi sobre todo y Samuel Taylor Coleridge abri los ojos para ver un alba neblinosa que se asomaba a su ventana.

SUEO DE GIACOMO LEOPARDI, POETA Y LUNTICOUna noche de primeros de diciembre de 1827, en la hermosa ciudad de Pisa, en la calle de la Faggiola, durmiendo entre dos colchones para protegerse del terrible fro que atenazaba la ciudad, Giacomo Leopardi, poeta y luntico, tuvo un sueo. So que se encontraba en un desierto, y que era un pastor. Pero, en lugar de tener un rebao que lo segua, estaba cmodamente sentado en una calesa tirada por cuatro ovejas blancas, y aquellas cuatro ovejas eran su rebao. El desierto y las colinas que lo circundaban eran de una finsima arena de plata que reluca como la luz de las lucirnagas. Ya haba anochecido, pero no haca fro, es ms, pareca una de esas suaves noches de primavera tarda, de manera que Leopardi se quit el gabn con el que se cubra y lo apoy en el brazo de la calesa. Adonde me llevis, mis queridas ovejillas?, pregunt. Te llevamos de paseo, respondieron las cuatro ovejas, somos ovejas vagabundas. Pero qu lugar es ste?, pregunt Leopardi, dnde estamos? Luego lo descubrirs, respondieron las ovejas, cuando te hayas encontrado con la persona que te espera. Quin es esa persona?, pregunt Leopardi, me gustar/a saberlo. Ja, ja, rieron las ovejas mirndose entre s, no podemos decrtelo, tiene que ser una sorpresa. Leopardi tena hambre, y le habra gustado tomar algo dulce, un buen pastel de piones era justamente lo que ms le apeteca. Quisiera un pastel, dijo, no hay ningn sitio en el que pueda comprarse un pastel en este desierto? Justo detrs de aquella colina, respondieron las ovejas, ten un poco de paciencia. Llegaron al final del desierto y bordearon la colina, a los pies de la cual haba una tienda. Era una hermosa pastelera completamente acristalada y reluca con una luz plateada. Leopardi se puso a mirar el escaparate, sin saber qu escoger. En primera fila estaban los pasteles, de todos los colores y de todos los tamaos: pasteles verdes de pistacho, pasteles rojizos de frambuesa, pasteles amarillos de limn, pasteles rosas de fresa. Detrs estaban los mazapanes, con sus formas divertidas o apetitosas: hechos con manzana y naranja, hechos de cereza, o con forma de animales.

Y al final estaban los merengues cremosos y densos, con una almendra encima. Leopardi llam al pastelero y compr tres dulces: un pastelito de fresa, un mazapn y un merengue. El pastelero era un hombrecillo completamente de plata, con los cabellos nveos y los ojos azules, que le dio los dulces y le regal una caja de chocolatinas. Leopardi subi a la calesa y mientras las ovejas reemprendan la marcha l se puso a degustar las exquisiteces que haba comprado. La carretera haba empezado a empinarse y ahora ascenda por la colina. Y, qu extrao, tambin aquel terreno reluca, era translcido y emanaba un resplandor de plata. Las ovejas se detuvieron ante una casita que refulga en la noche. Leopardi descendi porque comprendi que haba llegado, cogi la caja de chocolatinas y entr en la casa. Dentro haba una muchacha sentada en una silla que bordaba sobre un bastidor. Entra, entra, te estaba esperando, dijo la muchacha. Se dio la vuelta y le sonri, y Leopardi la reconoci. Era Silvia. Slo que ahora era toda de plata, tena las mismas facciones de antao, pero era de plata. Silvia, querida Silvia, dijo Leopardi cogindole las manos, qu dulce es volver a verte, pero por qu eres toda de plata? Porque soy una selenita, respondi Silvia, cuando uno muere viene a la luna y se transforma de este modo. Pero por qu estoy yo tambin aqu?, pregunt Leopardi, acaso estoy muerto? T no eres ste, dijo Silvia, es slo tu idea, t permaneces todava en la tierra. Y desde aqu puede verse la tierra?, pregunt Leopardi. Silvia lo condujo hasta una ventana donde haba un telescopio. Leopardi acerc un ojo a la lente y lo primero que vio fue un palacio. Lo reconoci: era su palacio. Una ventana tena todava luz, Leopardi mir a travs de ella y vio a su padre, con el camisn puesto y el orinal en una mano, que se diriga hacia la cama. Sinti una punzada en el corazn y desplaz el telescopio. Vio una torre inclinada, sobre un gran prado y, en sus cercanas, una calle tortuosa con un edificio donde se vea una dbil luz. Se esforz por ver a travs de la ventana y vio una modesta habitacin, con una cmoda y una mesa sobre la que haba un cuaderno junto al cual se estaba consumiendo un cabo de vela. Se vio a s mismo metido en la cama durmiendo entre dos colchones. Estoy muerto?, pregunt a Silvia. No, dijo Silvia, slo ests durmiendo y sueas con la luna.

SUEO DE CARLO COLLODI, ESCRITOR Y CENSOR TEATRALLa noche del veinticinco de diciembre de 1882, en su casa de Florencia, Cario Collodi, escritor y censor teatral, tuvo un sueo. So que se encontraba en un barquito de papel en medio del mar y que arreciaba una tempestad. Pero el barquito de papel resista, era un barquito testarudo, con dos ojos humanos y los colores de Italia, que Collodi amaba. Una voz lejana, desde el acantilado de la costa, gritaba: Carlino, Carlino, vuelve a la orilla! Era la voz de la esposa que nunca tuvo, una dulce voz femenina que lo llamaba con un llanto de sirena. Ah, cunto hubiera querido volver! Pero no lo consegua, las olas eran demasiado grandes y el barquito navegaba a merced del mar. Despus, de improviso, vio al monstruo. Era un enorme tiburn con las fauces completamente abiertas que lo observaba, que lo estudiaba, que lo esperaba. Collodi intent accionar el timn, pero tambin el timn era de papel y estaba completamente mojado, se haba quedado ya inservible. Y as se resign a navegar directamente hacia las fauces del monstruo y, tapndose los ojos con las manos a causa del miedo, se puso en pie y grit: Viva Italia! Qu oscuro estaba en la barriga del monstruo! Collodi empez a caminar a tientas, tropez con algo que no pudo ver y, tocndolo con las manos, descubri que era una calavera. Despus choc contra unas tablas y comprendi que otra barca antes que l haba naufragado en las fauces del monstruo. Ahora se mova ya con mayor desenvoltura, porque desde la boca abierta del tiburn llegaba un dbil resplandor. Adelantando a tientas la rodilla choc con una caja de madera. Se agach y, palpando, se percat de que estaba llena de velas. Todava conservaba su mechero, por suerte, que prendi inmediatamente. Encendi dos velas y con ellas en la mano mir a su alrededor. Se encontraba sobre la cubierta de una nave que haba naufragado en la barriga del monstruo, el castillo de popa estaba lleno de esqueletos y en el mstil se agitaba una bandera con la calavera y las tibias. Collodi avanz y descendi por unas escaleras. Encontr enseguida la bodega, que estaba llena de ron. Con gran satisfaccin abri una botella y bebi directamente de ella. Ahora se senta mejor. Bastante reconfortado, se levant y guindose con las velas sali del barco. La panza del monstruo era resbaladiza, llena de pececillos muertos y de cangrejos. Collodi avanz

chapoteando en el agua. A lo lejos vio una lucecita, un tmido resplandor que lo llamaba. Se dirigi hacia all. Junto a l pasaban esqueletos, naves naufragadas, barcas desfondadas, enormes peces muertos. La claridad se acerc y Collodi divis una mesa. Ante la mesa se encontraban sentadas dos personas, una mujer y un nio. Collodi avanz tmidamente, y vio que la mujer tena el pelo azul turquesa y el nio un sombrero hecho con miga de pan. Corri hacia ellos y los abraz. Y tambin ellos lo abrazaron, y rieron, y se pellizcaron en las mejillas y se hicieron mil carantoas. Y no hablaron. Y de repente la escena cambi. Ahora ya no se encontraba en la panza del monstruo, sino bajo una prgola. A su alrededor era verano. Y ellos estaban sentados en torno a una mesa, era una casa en las colinas de Pescia, las cigarras cantaban, todo estaba inmvil en la cancula del medioda, beban vino blanco y coman meln. Sentados en un rincn de la prgola, se hallaban un gato y un zorro que los miraban con ojos dciles. Y Collodi, con cortesa, les dijo: Ustedes gustan?

SUEO DE ROBERT LOUIS STEVENSON, ESCRITOR Y VIAJEROUna noche de junio de 1865, cuando tena quince aos, mientras se encontraba en una habitacin del hospital de Edimburgo, Robert Louis Stevenson, futuro escritor y viajero, tuvo un sueo. So que se haba convertido en un hombre maduro y que se hallaba en un velero. El velero tena las velas hinchadas por el viento y navegaba a travs del aire. El estaba a cargo del timn y lo pilotaba como se pilota un globo aerosttico. El velero pas sobre Edimburgo, despus atraves las montaas de Francia y comenz a sobrevolar un ocano azul. Saba que haba tomado aquella nave porque sus pulmones no conseguan respirar, y necesitaba aire. Y ahora respiraba perfectamente bien, los vientos le llenaban de aire limpio los pulmones y su tos se haba calmado. El velero se pos sobre el agua y comenz a avanzar velozmente. Robert Louis Stevenson haba desplegado todas las velas y se dejaba guiar por el viento. En un momento determinado vio una isla en el horizonte, y numerosas canoas alargadas, conducidas por hombres oscuros, le salieron al encuentro. Robert Louis Stevenson vio cmo las canoas se ponan a su flanco y le indicaban la ruta a seguir; y mientras lo hacan, los indgenas entonaban cantos de alegra y lanzaban al puente de la nave coronas de flores blancas. Cuando lleg a cien metros de la isla, Robert Louis Stevenson arroj el ancla y descendi por una escala de cuerda hasta la canoa principal, que lo esperaba al pie de las amuras. Era una canoa majestuosa, con un ttem gigantesco en la proa. Los indgenas lo abrazaron y lo abanicaban con anchas hojas de palmera, mientras le ofrecan fruta dulcsima. Esperndolo en la isla haba mujeres y nios que danzaban riendo y que le pusieron guirnaldas de flores al cuello. El jefe del poblado se le acerc y le seal la cumbre de la montaa. Robert Louis Stevenson comprendi que deba llegar hasta all, pero no saba por qu. Pens que con su mala respiracin no conseguira nunca llegar hasta la cumbre, e intent explicrselo a los indgenas por seas. Pero stos ya lo haban comprendido y le haban preparado una silla entrelazando juncos y hojas de palmeras. Robert Louis Stevenson se acomod en ella y cuatro robustos indgenas se colocaron la silla sobre los hombros y comenzaron a ascender hacia la montaa. Mientras suban, Robert Louis Stevenson vea un panorama inexplicable: vea Escocia y Francia, Amrica y Nueva York, y

toda su vida pasada que an deba suceder. Y a lo largo de las laderas de la montaa, rboles benficos y flores carnosas llenaban el aire de un perfume que le abra los pulmones. Los indgenas se detuvieron frente a una gruta y se sentaron en el suelo cruzando las piernas. Robert Louis Stevenson comprendi que deba penetrar en la cueva, le dieron una antorcha y entr. Haca fresco, y el aire ola a musgo. Robert Louis Stevenson avanz por el vientre de la montaa hasta una habitacin natural que lejanos terremotos hablan excavado en la roca y de la que colgaban enormes estalactitas. En medio de la habitacin haba un cofre de plata. Robert Louis Stevenson lo abri de par en par y vio que dentro haba un libro. Era un libro que hablaba de una isla, de viajes, de aventuras, de un nio y de piratas; y en el libro estaba escrito su nombre. Entonces sali de la cueva, orden a los indgenas que volvieran al poblado y ascendi hasta la cumbre con el libro bajo el brazo. Despus se tumb sobre la hierba y abri el libro por la primera pgina. Saba que se iba a quedar all, en aquella cumbre, leyendo aquel libro. Porque el aire era puro, la historia era como el aire y abra el alma; y all, leyendo, era hermoso aguardar el final.

SUEO DE ARTHUR RIMBAUD, POETA Y VAGABUNDOLa noche del veintitrs de junio de 1891, en el hospital de Marsella, Arthur Rimbaud, poeta y vagabundo, tuvo un sueo. So que estaba cruzando las Ardenas. Llevaba su pierna amputada bajo el brazo y se apoyaba en una muleta. La pierna amputada estaba envuelta en papel de peridico, en el cual, en titulares de gran tamao, estaba impresa una de sus poesas. Era casi medianoche y haba luna llena. Los prados eran de plata, y Arthur cantaba. Lleg hasta las cercanas de un casero en el que se vea una luz encendida a travs de la ventana. Se tumb en la hierba, bajo un enorme almendro, y sigui cantando. Cantaba una cancin revolucionaria y errabunda que hablaba de una mujer y de un fusil. Al poco rato la puerta se abri y sali una mujer que avanz hacia l. Era una mujer joven, y llevaba el pelo suelto. Si quieres un fusil como el de tu cancin, yo puedo drtelo, dijo la mujer, lo tengo en el granero. Rimbaud se aferr a su pierna amputada y ri. Voy a la Comuna de Pars, dijo, y necesito un fusil. La mujer lo gui hasta el granero. Era una construccin de dos plantas. En el piso de abajo haba ovejas, y en el piso de arriba, al que se suba por una escalera de travesaos, estaba el granero. No puedo subir hasta ah arriba, dijo Rimbaud, te esperar aqu, entre las ovejas. Se tumb sobre la paja y se quit los pantalones. Cuando la mujer baj, lo encontr preparado para hacer el amor. Si quieres una mujer como la de tu cancin, dijo la mujer yo puedo drtela. Rimbaud la abraz y le pregunt: Cmo se llama esa mujer? Se llama Aurelia, dijo la mujer, porque es una mujer de sueo. Y se desabroch el vestido. Se amaron entre las ovejas, y Rimbaud mantena siempre cerca su pierna amputada. Cuando se hubieron amado, la mujer dijo: Qudate. No puedo, respondi Rimbaud, tengo que marcharme, sal fuera conmigo, para ver cmo nace el alba. Salieron a la explanada mientras empezaba a clarear. T no oyes esos gritos, dijo Rimbaud, pero yo los oigo, vienen de Pars y me llaman, es la libertad, es la llamada de la lejana. La mujer segua desnuda, bajo el almendro. Te dejo mi pierna, dijo Rimbaud, cuida de ella. Y se dirigi hacia la carretera principal. Qu maravilla, ahora ya no cojeaba. Caminaba como si tuviera dos piernas. Y, bajo sus zuecos, la

carretera resonaba. El alba era roja por el horizonte. Y l cantaba, y era feliz.

SUEO DE ANTN CHJOV, ESCRITOR Y MDICOUna noche de 1890, mientras se encontraba en la isla de Sajaln, adonde haba ido a visitar a los detenidos, Antn Chjov, escritor y mdico, tuvo un sueo. So que estaba en el pabelln de un hospital y que le haban puesto una camisa de fuerza. Junto a l haba dos viejos decrpitos que representaban su locura. El estaba despierto, lcido, seguro, y hubiera querido escribir la historia de un caballo. Lleg un doctor vestido de blanco y Antn Chjov le pidi papel y lpiz. Usted no puede escribir porque tiene demasiada teortica, dijo el doctor, usted es solamente un pobre moralista, y los locos no pueden permitrselo. Cmo se llama usted?, le pregunt Antn Chjov. No puedo decirle mi nombre, respondi el doctor, pero sepa usted que odio a los que escriben, especialmente si tienen demasiada teortica. Es la teortica lo que estropea el mundo. Antn Chjov sinti ganas de abofetearlo, pero entretanto el doctor haba sacado un lpiz de labios y se estaba retocando la boca. Despus se puso una peluca y dijo: Soy su enfermera, pero usted no puede escribir, porque tiene demasiada teortica, usted es solamente un moralista, y ha venido a Sajaln en camisn. Y, diciendo esto, le liber los brazos. Usted es un pobre diablo, dijo Antn Chjov, pero no sabe ni siquiera qu son los caballos. Y para qu quiero conocer los caballos?, pregunt el doctor, yo conozco slo al director de mi hospital. Su director es un asno, dijo Antn Chjov, no un caballo, una bestia de carga que ha soportado mucho en su vida. Y despus aadi: Permtame escribir. A usted no se le permite escribir, dijo el doctor, porque est loco. Los viejos que estaban junto a l se dieron la vuelta en la cama y uno de ellos se levant para evacuar en el orinal. No importa, dijo Antn Chjov, le voy a regalar un pual, para que se lo pueda meter entre los dientes; y con ese pual en la boca besar al director de su clnica y se intercambiarn un beso de acero. Y despus se dio la vuelta y comenz a pensar en un caballo. Y en un cochero. Y el cochero era infeliz, porque quera contar a alguien la muerte de su hijo varn. Pero nadie lo escuchaba, porque la gente no tena tiempo

y le consideraba un pelmazo. Y entonces el cochero se lo contaba a su caballo, que era un animal paciente. Era un viejo caballo que tena ojos humanos. Y en aquel momento llegaron al galope dos caballos alados montados por dos mujeres a las que Antn Chjov conoca. Eran dos actrices y llevaban en la mano un ramo de cerezo en flor. El cochero at los dos caballos a su land, Antn Chjov se acomod en el asiento y la carroza despeg de la habitacin del hospital, enfil uno de los ventanales y se elev por el cielo. Y mientras volaban entre las nubes vean al doctor con su peluca que haca gestos de berrinche y les lanzaba maldiciones. Las dos actrices dejaron caer dos ptalos de flor de cerezo y el cochero sonri diciendo: Tengo una historia que contar, es una historia muy triste, pero creo que vos podis comprenderme, querido Antn Chjov. Antn Chjov se apoy en el respaldo, se tap el cuello con una bufanda y dijo: Tengo todo el tiempo del mundo, soy muy paciente y me gustan las historias de la gente.

SUEO DE ACHILLE-CLAUDE DEBUSSY, MSICO Y ESTETALa noche del veintinueve de junio de 1893, una lmpida noche de verano, Achille-Claude Debussy, msico y esteta, so que se encontraba en una playa. Era una playa de la costa toscana, ribeteada de monte bajo y de pinos. Debussy lleg con unos pantalones de lino y un sombrero de paja, entr en la caseta que le haba asignado Pinky y se quit la ropa. Entrevi a Pinky en la playa, pero en vez de hacerle un gesto de saludo, se desliz hacia la sombra de la caseta. Pinky era una bella seora propietaria de una villa, se ocupaba de los escasos baistas de su playa privada y paseaba por el litoral cubierta por un velo azul que le caa del sombrero. Perteneca a la antigua nobleza y tuteaba a todo el mundo. Eso no le gustaba a Debussy, quien prefera ser tratado con frmulas de cortesa. Antes de ponerse el baador flexion varias veces las rodillas y despus se acarici largo rato el sexo, que tena semierecto, porque la visin de aquella playa solitaria, con el sol y el azul del mar, le produca cierta excitacin. Se puso un baador sobrio, de color azul, con dos estrellitas blancas en los hombros. Y en aquel momento vio que Pinky, ella y los dos alanos que la acompaaban siempre, haba desaparecido y en la playa no haba nadie. Debussy atraves la playa con una botella de champagne que llevaba consigo. Cuando lleg junto a la toalla, excav un pequeo agujero en la arena y meti en l la botella para que se mantuviera fresca, despus entr en el mar y se puso a nadar. Sinti de inmediato el benfico influjo del agua. Le gustaba el mar por encima de cualquier cosa y hubiera querido dedicarle alguna pieza musical. El sol estaba en su cenit y la superficie del agua resplandeca. Debussy regres pausadamente, con amplias brazadas. Cuando lleg a la orilla desenterr la botella de champagne y se bebi casi la mitad. Le pareca como si el tiempo se hubiera detenido y pens que era eso lo que la msica deba lograr: detener el tiempo. Se dirigi hacia la caseta y se desnud. Mientras se estaba desnudando oy ruidos en el boscaje y se asom. Entre los matorrales, pocos metros por delante de l, vio a un fauno que cortejaba a dos ninfas. Una ninfa acariciaba los hombros del fauno, mientras la otra, con gran languidez, ejecutaba algunos movimientos de danza. Debussy sinti una gran laxitud y empez a acariciarse muy despacio. Despus avanz en el boscaje. Cuando lo vieron llegar, los tres

seres le sonrieron y el fauno comenz a tocar un pfano. Era exactamente la msica que a Debussy le hubiera gustado componer, y la grab mentalmente. Despus se sent sobre las agujas de los pinos, con el sexo erguido. Entonces el fauno tom a una ninfa y se enlaz con ella. Y la otra ninfa se acerc a Debussy con un gil paso de danza y le acarici el vientre. Era medioda y el tiempo estaba inmvil.

SUEO DE HENRI DE TOULOUSE-LAUTREC, PINTOR Y HOMBRE INFELIZUna noche de marzo de 1890, en un burdel de Pars, despus de haber pintado el cartel para una bailarina a la que amaba sin ser correspondido, Henri de Toulouse-Lautrec, pintor y hombre infeliz, tuvo un sueo. So que estaba en los campos de su Albi, y que era verano. Se hallaba bajo un cerezo cargado de cerezas y hubiera querido coger algunas, pero sus piernas cortas y deformes no le permitan llegar hasta la primera rama cargada de fruta. Entonces se puso de puntillas y, como si fuera la cosa ms natural del mundo, sus piernas comenzaron a alargarse hasta que alcanzaron una longitud normal. Una vez que hubo cogido las cerezas, sus piernas comenzaron de nuevo a encogerse y Henri de Toulouse-Lautrec volvi a encontrarse a su altura de enanito. Vaya, exclam, as que puedo crecer a voluntad. Y se sinti feliz. Empez a atravesar un campo de trigo. Las espigas lo superaban y su cabeza abra un surco entre las mieses. Le pareca que estaba en una extraa selva por la que avanzaba a ciegas. Al final del campo haba un arroyo. Henri de Toulouse-Lautrec se reflej en l y vio un enano feo con las piernas deformes vestido con pantalones de cuadros y un sombrero en la cabeza. Entonces se puso de puntillas y sus piernas se alargaron grcilmente, se convirti en un hombre normal y el agua le devolvi la imagen de un joven apuesto y elegante. Henri de Toulouse-Lautrec se encogi de nuevo, se desnud y se sumergi en el arroyo para refrescarse. Cuando hubo acabado el bao, se sec al sol, se visti y se puso de nuevo en camino. Estaba cayendo la tarde, y al fondo de la llanura vio una corona de luces. Se dirigi hacia all caracoleando sobre sus cortas piernecitas y, al llegar, se dio cuenta de que estaba en Pars. Era el edificio del Moulin Rouge, con sus aspas de molino iluminadas girando en el techo. Una gran multitud se agolpaba a la entrada, y junto a la taquilla un enorme cartel de colores chillones anunciaba el espectculo de la velada, un cancn. El cartel reproduca una bailarina que danzaba sobre el escenario sujetndose la falda levantada, justo delante de las candilejas de gas. Henri de ToulouseLautrec se sinti satisfecho, porque aquel cartel lo haba dibujado l. Despus evit mezclarse con la multitud y accedi por la entrada trasera, recorri un pequeo corredor mal iluminado y apareci entre bastidores. El espectculo acababa de comenzar. La msica era estrepitosa y Jane Avril, en el escenario, bailaba como una endemoniada. Henri de Toulouse-

Lautrec sinti un feroz deseo de salir a escena l tambin y de tomar por la mano a Jane Avril para bailar con ella. Se puso de puntillas y sus piernas se alargaron inmediatamente. Entonces se lanz fogosamente al baile, su chistera rod hacia un lado y l se dej llevar por el frenes del cancn. Jane Avril no pareca en absoluto sorprendida de que hubiera alcanzado una estatura normal, bailaba y cantaba y lo abrazaba, y era feliz. Entonces cay el teln, el escenario desapareci y Henri de Toulouse-Lautrec se encontr con su Jane Avril en los campos de Albi. Ahora era de nuevo medioda y las cigarras cantaban como enloquecidas. Jane Avril, exhausta por el calor y la danza, se dej caer bajo una encina y se levant las faldas hasta las rodillas. Despus le tendi los brazos y Henri de ToulouseLautrec se dejo caer en ellos con voluptuosidad. Jane Avril lo abraz contra su seno y lo acun como se acuna a un nio. A m me gustabas incluso con las piernas cortas, le susurr al odo, pero ahora que tus piernas han crecido me gustas todava ms. Henri de Toulouse-Lautrec sonri y la abraz a su vez, y, apretando la almohada, se dio la vuelta y sigui soando.

SUEO DE FERNANDO PESSOA, POETA Y FINGIDORLa noche del siete de marzo de 1914, Fernando Pessoa, poeta y fingidor, so que despertaba. Tom un caf en su pequea habitacin de realquilado, se afeit y se visti con un traje elegante. Se puso su impermeable porque fuera estaba lloviendo. Cuando sali, eran las ocho menos veinte y a las ocho en punto se encontraba en la estacin central, en el apeadero del tren que se diriga a Santarm. El tren parti con absoluta puntualidad, a las ocho y cinco. Fernando Pessoa encontr sitio en un compartimiento en el cual estaba sentada, leyendo, una seora que aparentaba unos cincuenta aos. La seora era su madre pero no era su madre, y estaba sumida en la lectura. Tambin Fernando Pessoa se puso a leer. Aquel da tena que leer dos cartas que le haban llegado de Sudfrica y que le hablaban de una infancia lejana. Fui como la hierba y no me arrancaron, dijo en cierto momento la seora que aparentaba unos cincuenta aos. A Fernando Pessoa le gust la frase, de modo que la anot en un cuaderno. Mientras tanto, frente a ellos, pasaba el paisaje llano del Ribatejo, con arrozales y praderas. Cuando llegaron a Santarm, Fernando Pessoa cogi un simn. Sabe usted dnde se encuentra una solitaria casa encalada?, pregunt al conductor. El conductor era un hombrecillo grueso, con la nariz roscea a causa del alcohol. Claro, dijo, es la casa del seor Caeiro, la conozco muy bien. Y fustig al caballo. El caballo empez a trotar sobre la carretera principal flanqueada por palmeras. En los campos se vean cabaas de paja con algunos negros en la entrada. Pero dnde estamos?, pregunt Pessoa al conductor, adonde me lleva? Estamos en Sudfrica, respondi el conductor, y estoy llevndolo a casa del seor Caeiro. Pessoa se sinti ms tranquilo y se apoy en el respaldo del asiento. Ah, conque estaba en Sudfrica, era justo lo que l quera. Cruz las piernas con satisfaccin y vio sus tobillos desnudos bajo los pantalones de marinero. Comprendi que era un nio y eso lo alegr mucho. Era magnfico ser un nio que viajaba por Sudfrica. Sac un paquete de cigarrillos y encendi uno con delectacin. Ofreci uno al conductor, quien lo acept vidamente.

Estaba cayendo el crepsculo cuando llegaron a la vista de una casa blanca que estaba sobre una colina salpicada de cipreses. Era una tpica casa ribatejana, alargada y baja, con un tejado inclinado de color rojo. El simn enfil el camino de los cipreses, la grava cruji bajo las ruedas, un perro ladr en el campo. En la puerta de la casa haba una viejecita con gafas y una toca blanca. Pessoa comprendi enseguida que se trataba de la ta abuela de Alberto Caeiro, y alzndose sobre las puntas de los pies la bes en las mejillas. No permita que mi Alberto se canse demasiado, dijo la viejecita, tiene una salud muy delicada. Se hizo a un lado y Pessoa entr en la casa. Era una habitacin amplia, decorada con sencillez. Haba una chimenea, una pequea librera, un aparador lleno de platos, un sof y dos sillones. Alberto Caeiro estaba sentado en uno de los sillones y tena la cabeza reclinada hacia atrs. Era el Headmaster Nicholas, su profesor en la High School. No saba que Caeiro fuera usted, dijo Fernando Pessoa, y salud con una ligera inclinacin. Alberto Caeiro le indic con un gesto cansado que entrara. Adelante, querido Pessoa, dijo, he hecho que viniera hasta aqu porque quera que supiera usted la verdad. Mientras tanto, la ta abuela lleg con una bandeja en la que haba t y pastas. Caeiro y Pessoa se sirvieron y cogieron las tazas. Pessoa se acord de que no deba levantar el meique, porque no era elegante. Se arregl la esclavina de su traje de marinero y encendi un cigarrillo. Usted es mi maestro, dijo. Caeiro suspir y despus sonri. Es una larga historia, dijo, pero es intil que se la cuente con pelos y seales, usted es inteligente y la comprender aunque me salte algunos pasajes. Sepa slo esto: Yo soy usted. Explquese mejor, dijo Pessoa. Soy la parte ms profunda de usted, dijo Caeiro, su parte oscura. Por eso soy su maestro. Un campanario, en el pueblo cercano, dio las horas. Y qu debo hacer?, pregunt Pessoa. Debe usted seguir mi voz, dijo Caeiro, me escuchar en la vigilia y en el sueo, a veces lo molestar, otras veces no querr orme. Pero tendr que escucharme, deber tener la valenta, de escuchar esta voz, si quiere ser un gran poeta. Lo har, dijo Pessoa, se lo prometo. Se levant y se despidi. El simn estaba esperndolo en la puerta. Ahora se haba transformado de nuevo en adulto y le haba crecido el bigote. Dnde tengo que llevarlo?, pregunt el conductor. Llveme hasta el fina] del sueo, dijo Pessoa, hoy es el da triunfal de mi vida.

Era el ocho de marzo, y por la ventana de Pessoa se filtraba un tmido sol.

SUEO DE VLADMIR MAIAKOVSKI, POETA Y REVOLUCIONARIOEl tres de abril de 1930, el ltimo mes de su vida, Vladmir Maiakovski, poeta y revolucionario, tuvo el mismo sueo que desde haca un ao soaba todas las noches. So que se encontraba en el metro de Mosc, en un tren que corra a una velocidad de vrtigo. l estaba fascinado por la velocidad, porque adoraba el futuro y las mquinas, pero ahora senta unas enormes ganas de bajar y daba vueltas con insistencia a un objeto que llevaba en el bolsillo. Para calmar su ansiedad pens en sentarse y escogi un asiento cerca de una viejecita vestida de negro que llevaba la bolsa de la compra. Cuando Maiakovski se sent a su lado la viejecita dio un respingo asustada. Tan feo soy?, pens Maiakovski, y sonri a la viejecita. Y al mismo tiempo le dijo: No tenga miedo, no soy ms que una nube y no pretendo otra cosa que bajar de este tren. Por fin el tren se detuvo en una estacin cualquiera y Maiakovski baj sin prestar atencin. Entr en el primer lavabo que encontr y sac el objeto que llevaba en el bolsillo. Era un trozo de jabn amarillo, como el que usan las lavanderas. Abri el grifo y comenz a frotarse concienzudamente las manos, pero la suciedad que le pareca sentir en las palmas no desapareca. Entonces se volvi a meter el jabn en el bolsillo y sali al andn. La estacin estaba desierta. Al fondo, bajo un gran cartel, haba tres hombres que se dirigieron hacia l apenas lo vieron. Llevaban impermeables negros y sombreros de fieltro. Polica poltica, dijeron los tres hombres al unsono, control de seguridad. Maiakovski levant los brazos y dej que lo registraran. Y esto qu es?, pregunt uno de los hombres con expresin despectiva, blandiendo el trozo de jabn. No lo s, dijo Maiakovski con orgullo, yo no s nada de estas cosas, yo soy slo una nube. Esto es jabn, susurr con perfidia el hombre que lo interrogaba, y es evidente que t te lavas las manos a menudo, el jabn est todava mojado. Maiakovski no respondi nada y se sec la frente baada en sudor. Ven con nosotros, dijo el hombre, y le agarr del brazo mientras los otros dos los seguan.

Subieron una escalinata y desembocaron en una gran estacin al aire libre. Bajo la estacin haba un tribunal, con jueces vestidos de militares y un pblico de nios vestidos de colegiales. Los tres hombres lo condujeron hasta el estrado de los acusados y depositaron el jabn ante uno de los jueces. El juez tom un megfono y dijo: Nuestros servicios de seguridad han sorprendido a un reo en flagrante delito, llevaba todava en el bolsillo el instrumento de su despreciable actividad. El pblico de colegiales core su desaprobacin. El reo queda condenado a la locomotora, dijo el juez, golpeando sobre el estrado con su martillo de madera. Dos guardias avanzaron, desnudaron a Maiakovski y lo vistieron con una enorme blusa amarilla. Despus lo condujeron hacia una locomotora resoplante conducida por un fogonero semidesnudo con aspecto ferino. Sobre la locomotora haba un verdugo con capirote de verdugo que sostena en la mano una fusta. Ahora veremos lo que sabes hacer, dijo el verdugo, y la locomotora parti. Maiakovski mir afuera y se dio cuenta de que estaban atravesando la gran Rusia. Inmensos campos y llanuras donde yacan en el suelo hombres y mujeres macilentos con grilletes en las muecas. Esta gente espera tus versos, dijo el verdugo, canta, poeta. Y lo azot. Y Maiakovski comenz a recitar sus peores versos. Eran versos estentreos de exaltacin y de retrica. Y mientras los recitaba la gente levantaba los puos y lo maldeca y maldeca a su madre. Entonces Vladmir Maiakovski se despert y fue al bao para lavarse las manos.

SUEO DE FEDERICO GARCA LORCA, POETA Y ANTIFASCISTAUna noche de agosto de 1936, en su casa de Granada, Federico Garca Lorca, poeta y antifascista, tuvo un sueo. So que se encontraba en el escenario de su teatro ambulante y que, acompandose con el piano, estaba cantando canciones gitanas. Iba vestido de frac, pero en la cabeza llevaba un sombrero de ala ancha. El pblico estaba formado por viejas vestidas de negro, con mantones sobre los hombros, que lo escuchaban absortas. Una voz, desde la sala, le pidi una cancin y Federico Garca Lorca comenz a interpretarla. Era una cancin que hablaba de duelos y naranjales, de pasiones y de muerte. Cuando acab de cantar, Federico Garca Lorca se puso en pie y salud a su pblico. Baj el teln y slo entonces se dio cuenta de que detrs del piano no haba bastidores, sino que el teatro se abra hacia un campo desierto. Era de noche y haba luna. Federico Garca Lorca mir entre los cortinajes del teln y vio que el teatro se haba quedado vaco como por encanto, la sala estaba completamente desierta y las luces se estaban apagando. En aquel momento oy un aullido y descubri detrs de l un pequeo perro negro que pareca estar esperndolo. Federico Garca Lorca sinti que deba seguirlo y dio un paso. El perro, como ante una seal convenida, empez a trotar lentamente abriendo camino. Adonde me llevas, pequeo perro negro?, pregunt Federico Garca Lorca. El perro aull lastimosamente y Federico Garca Lorca sinti un escalofro. Se dio la vuelta y mir hacia atrs, y vio que las paredes de tela y madera de su teatro haban desaparecido. Slo quedaba una platea desierta bajo la luna mientras el piano, como si lo rozaran dedos invisibles, continuaba tocando por s solo una vieja meloda. El campo estaba cortado por un muro: un largo e intil muro blanco tras el cual se vea ms campo. El perro se detuvo y aull nuevamente, y tambin Federico Garca Lorca se detuvo. Entonces de detrs del muro surgieron unos soldados que lo rodearon rindose. Iban vestidos de oscuro y llevaban tricornios en la cabeza. Sostenan el fusil en una mano y en la otra una botella de vino. Su jefe era un enano monstruoso, con la cabeza llena de protuberancias. T eres un traidor, dijo el enano, y nosotros somos tus verdugos. Federico Garca Lorca le escupi en la cara mientras los soldados lo sujetaban. El enano ri de un modo obsceno y grit a los soldados que le quitaran los pantalones. T eres una mujer, dijo, y las mujeres no deben llevar pantalones, deben permanecer encerradas entre las

paredes de casa y cubrirse la cabeza con una mantilla. A un gesto del enano los soldados lo ataron, le quitaron los pantalones y le cubrieron la cabeza con un chal. Asquerosa mujer que te vistes de hombre, dijo el enano, ha llegado la hora de que reces a la Santa Virgen. Federico Garca Lorca le escupi a la cara y el enano se sec riendo. Despus sac del bolsillo la pistola y le introdujo el can en la boca. Por los campos se oa la meloda del piano. El perro aull. Federico Garca Lorca oy el estampido y despert con sobresalto en su cama. Estaban golpeando la puerta de su casa de Granada con las culatas de los fusiles.

SUEO DEL DOCTOR SIGMUND FREUD, INTRPRETE DE LOS SUEOS AJENOSLa noche del veintids de septiembre de 1939, el da antes de morir, el doctor Sigmund Freud, intrprete de los sueos ajenos, tuvo un sueo. So que se haba convertido en Dora y que estaba cruzando una Viena bombardeada. La ciudad estaba destruida, y de las ruinas de los edificios se alzaba una nube de polvo y de humo. Cmo es posible que esta ciudad haya sido destruida?, se preguntaba el doctor Freud, e intentaba sujetarse los senos, que eran postizos. Pero en aquel momento se cruz, en la Rathausstrasse, con Frau Marta, que avanzaba con el Neue Frei Presse abierto ante s. Oh, querida Dora, dijo Frau Marta, acabo de leer precisamente ahora que el doctor Freud ha vuelto a Viena desde Pars y vive justo aqu, en el nmero siete de la Rathausstrasse, quiz le sentara bien que lo visitara. Y mientras lo deca, apart con el pie el cadver de un soldado. El doctor Freud sinti una gran vergenza y se baj el velo del sombrero. No s por qu, dijo tmidamente. Porque tiene usted muchos problemas, querida Dora, dijo Frau Marta, tiene usted muchos problemas, como todos nosotros, necesita confiarse a alguien, y, crame, nadie mejor que el doctor Freud para las confidencias, l lo comprende todo acerca de las mujeres, a veces parece incluso una mujer, de tanto como se ensimisma en su papel. El doctor Freud se despidi con amabilidad pero con rapidez y retom su camino. Un poco ms adelante se cruz con el mozo del carnicero, que la mir con insistencia y le solt un piropo grosero. El doctor Freud se detuvo, porque hubiera querido darle un puetazo, pero el mozo del carnicero le mir las piernas y le dijo: Dora, a ti te hace falta un hombre de verdad, para que dejes de estar enamorada de tus fantasas. El doctor Freud se detuvo irritado. Y t cmo lo sabes?, le pregunt. Lo sabe toda Viena, dijo el mozo del carnicero, t tienes demasiadas fantasas sexuales, lo ha descubierto el doctor Freud. El doctor Freud levant los puos. Eso ya era demasiado. Que l, el doctor Freud, tena fantasas sexuales. Eran los dems quienes tenas esas fantasas, los que acudan a hacerle sus confidencias. l era un hombre ntegro, y aquel tipo de fantasas era un problema de nios o de perturbados.

Venga, no seas tonta, dijo el mozo del carnicero, y le pellizc suavemente la mejilla. El doctor Freud se pavone. Despus de todo, no le disgustaba ser tratado con familiaridad por un viril mozo de carnicero, y despus de todo l era Dora, que tena problemas nefandos. Continu avanzando por la Rathausstrasse y lleg ante su casa. Su casa, su bella casa, ya no exista, haba sido destruida por un obs. Pero en el pequeo jardn, que haba quedado intacto, estaba su divn. Y en el divn se hallaba tumbado un palurdo con zuecos y la camisa por fuera, que estaba roncando. El doctor Freud se le acerc y lo despert. Qu hace usted aqu?, le pregunt. El palurdo lo mir fijamente, con los ojos muy abiertos. Busco al doctor Freud. El doctor Freud soy yo, dijo el doctor Freud. No me haga rer, seora, respondi el palurdo. Muy bien, dijo el doctor Freud, le confesar una cosa, hoy he decidido asumir la apariencia de una de mis pacientes, por eso voy vestido as, soy Dora. Dora, dijo el palurdo, pero si yo te amo. Y diciendo esto la abraz. El doctor Freud sinti una gran turbacin y se dej caer sobre el divn. Y en aquel momento se despert. Era su ltima noche, pero l no lo saba.

LOS QUE SUEAN EN ESTE LIBRODDALO. Arquitecto y el primer aviador, es tal vez uno de nuestros sueos. PUBLIO OVIDIO NASN. Naci en Sulmona en el 42 a.C. Creci en Roma, donde estudi retrica y ocup diversos cargos pblicos. Fue un gran poeta, dotado de una exquisita cultura helenstica, y en las Metamorfosis cant la apoteosis de Augusto describiendo su transformacin en astro. Pero su carrera, quizs a causa de un escndalo cortesano en el que se vio envuelto, fue interrumpida por un decreto imperial que lo confin en Tomi, en el Mar Negro. Y en Tomi muri Ovidio, en soledad, en el 18 d.C., a pesar de todas las splicas enviadas a Augusto y a su sucesor Tiberio. LUCIO APULEYO. 125-180 d.C. Nacido en Madaura, en el norte de frica, estudi retrica en Cartago, en Roma y en Atenas, y se inici en los cultos mistricos. Habindose casado con la viuda Pudentila, fue acusado por los parientes de sta de haberla empujado al matrimonio con artes diablicas para apoderarse de su dote. Sus libros nos revelan a un hombre misterioso, misticista, proclive al esoterismo. Su libro ms conocido, El asno de oro, es una suerte de biografa inicitica que narra las peripecias del joven Lucio, transformado en asno por artes mgicas, que al final reconquistar su apariencia humana. CECCO ANGIOLIERI. Siena, 1260-1310. Fue un toscano iracundo y blasfemo. Fue objeto de multas y procesos, dilapid la herencia paterna, muri en la miseria. Mientras la poesa de su tiempo celebraba a la donna angelicata, l urda el encomio de la zafia hija de un curtidor. Cultiv el vituperio y el improperio, cant al juego, al vino, al dinero, al odio hacia su padre y a la maldicin del mundo. FRANOIS VLLON. Naci en 1431 y es incierta la fecha de su muerte. Se llamaba Francois de Montcorbier, y asumi el nombre del tutor que hizo las veces de su padre. Fue hombre de vida desordenada y turbulenta, mat a un sacerdote en una pelea, particip en robos y asaltos, sufri una condena a muerte que le fue conmutada despus por el exilio. En sus baladas celebr la jerga de los malhechores, a los que tan bien conoca.

Con Le Testament cant al amor y a la muerte, al odio, a la pobreza, al hambre, a la mala vida y al arrepentimiento. FRANOIS RABELAIS. 1494-1553. Fue monje dominico, colg los hbitos y se convirti en un famoso mdico del hospital de Lyon. Pero no abandon jams las costumbres de la vida monstica. Era un culto latinista y fue mal visto por las autoridades de su tiempo a causa de sus ideas progresistas. Tal vez para sublimar los ayunos que le imponan sus reglas monsticas escribi un libro que se hara famoso, inventando dos gigantes, Garganta y Pantagruel, que son los mayores comilones y vividores de toda la literatura occidental. MICHELANGELO MERISI, llamado CARAVAGGIO. Caravaggio, 1573 - Porto Ercole, 1610. Desde su pueblo natal se traslad a Roma, donde vivi en la miseria hasta que fue acogido por el Caballero de Arpino, quien le encarg los primeros trabajos. Tras haberse medido con las naturalezas muertas, comenz a pintar sus grandes telas dramticas y religiosas, con su inimitable tcnica del claroscuro. La Vocacin de San Mateo es tal vez su obra maestra. Fue hombre de pendencia y de cuchillo. Tras haber cometido un homicidio en una reyerta, huy a Npoles, y despus a Malta, donde fue encarcelado y de donde consigui fugarse. Perseguido por unos sicarios, con el rostro desfigurado, lleg hasta Porto Ercole, donde muri de fiebres. FRANCISCO DE GOYA Y LUCIENTES. Zaragoza, 1746 Burdeos, 1828. Naci pobre y muri pobre. Estudi pintura en Madrid; viaj a Italia, donde visit Roma y Venecia. En la corte de Espaa conoci favores y desgracias, xitos galantes y ardientes amarguras. Fue protegido de la duquesa de Alba, a la que inmortaliz en sus cuadros. Lo visit una espordica locura. Sus Caprichos, dibujados en 1799, le costaron un proceso ante la Inquisicin. Retrat visiones aterradoras, los desastres de la guerra y las desventuras de los hombres.

SAMUEL TAYLOR COLERIDGE. 1772-1834. Estudi en Cambridge, pero no lleg a licenciarse. Por una desilusin amorosa se enrol en un regimiento de caballera bajo el falso nombre de Silas Tomkyn Comberbacke y fue rescatado gracias al dinero de su hermano. Fue hombre posedo por el anhelo de la utopa: fue unitario en religin y fundador de la pantisocracia, un proyecto comunista que aspiraba a redimir a los hombres de la desigualdad. Con el opio, por el que se sinti atrado, conoci los parasos artificiales, pero, al contrario que su amigo De Quincey, no presumi jams de su vicio y lo vivi en soledad. Visionario,

soador y metafsico, nos ha dejado, entre otras cosas, un poderoso delirio en forma de balada, The Rime of the Ancient Mariner. GIACOMO LEOPARDI. Recanati, 1798 - Npoles, 1837. Naci en una familia noble, estudi vorazmente en la biblioteca paterna ciencias, filosofa y lenguas clsicas, creci infeliz en cuerpo y en espritu. Sufri el hasto de la prisin provinciana en la que haba crecido, detest la grosera y la mezquindad, am el arte, la ciencia, el pensamiento ilustrado, la pasin civil. Fue insigne fillogo, amargo filsofo y altsimo poeta. Cant al amor, al tiempo que huye, a la infelicidad de los hombres, al infinito y a la luna. CARLO COLLODI. Se llamaba Cario Lorenzini, naci en Collodi, en la Toscana, en 1826 y muri en Florencia en 1890. Fue hombre de fervientes ideas mazzinianas, particip en las campaas militares para la unidad de Italia, am la libertad y la independencia y, sin embargo, tuvo que trabajar como censor teatral para el gobierno toscano desde 1859 en adelante. Era un hombre arisco, solitario, que amaba los excesos de la comida y del vino. Fue atacado por el reumatismo, las manas y el insomnio, pi vida inmortal a una mueco de madera. ROBERT LOUIS STEVENSON. Naci en Edimburgo en 1850. De salud precaria, su juventud estuvo marcada por largas enfermedades e interminables convalecencias. Padeca de los pulmones y muri de tisis. Viaj por Europa, por los Estados Unidos y por el Pacfico. La isla del tesoro es su libro ms clebre. Para morir escogi una isla remota, Upolu, en las islas Samoa. Fue sepultado en la cumbre de una montaa. Tena cuarenta y cuatro aos. ARTHUR RIMBAUD. Charleville, 1845 - Marsella, 1891. Nacido en una familia dominante, gazmoa y conservadora, a los diecisis aos huy a Pars para tomar parte en la Comuna e inici una vida inquieta y desordenada, de vagabundo y aventurero. Como un cometa atraves la poesa francesa, dejando versos visionarios y de misterioso lirismo. Am al poeta Paul Verlaine, quien en una pelea lo hiri de un disparo. Conoci la infamia y el hospital. Vag por Europa en compaa de un circo. Tras abandonar la poesa, estuvo en Abisinia como contrabandista. Volvi a Francia a causa de un tumor en una rodilla, sufri la amputacin de una pierna y muri en el hospital de Marsella. ANTN PVLOVICH CHJOV. 1860-1904. Escritor y dramaturgo ruso. Fue mdico, pero ejerci su profesin slo en tiempos de carestas y epidemias. Padeca tisis. En 1890 atraves Siberia para llegar hasta la remota isla de Sajaln, sede de una colonia penitenciaria, y escribi

un libro sobre las terribles condiciones de los forzados. Am a una actriz de teatro. Escribi relatos, dramas y comedias. Habl de la cotidianidad, de la gente corriente, de Los pobres, de los nios, de las pequeas grandes cosas de la vida. ACHILLE-CLAUDE DEBUSSY. Saint-Germain-en-La-ye, 1862 Pars, 1918. Estudi con los maestros Marmontel y Guiraud, obtuvo el Prix de Rome, residiendo durante tres aos en Villa Medici; al principio se entusiasm por la msica de Wagner y despus perdi su entusiasmo. Descubri la msica oriental, que tanto le influy, en la Exposicin Universal de Pars. Admir a los simbolistas, a los impresionistas, a los decadentes. Llev una vida elegante y apartada, dedicado solamente a la msica y al arte. HENRI DE TOULOUSE-LAUTREC. Albi, 1864 - Malrom, 1901. Perteneciente a una antigua y noble familia francesa, fue pintor, dibujante y litgrafo. Deforme de cuerpo, llev en Pars una existencia inquieta, infeliz y desordenada, convirtindose en asiduo de los tabarins, los music-halls y las casas de lenocinio. Odi las escuelas y las academias. Dibuj payasos, actores, bailarinas, borrachos, prostitutas, el vicio, la miseria, la soledad. FERNANDO PESSOA. Lisboa, 1888-1935. Qued hurfano de padre siendo muy pequeo, se educ en Sudfrica, donde su padrastro era cnsul de Portugal, y tuvo siempre la conciencia de ser un genio y el temor de volverse loco como le haba sucedido a su abuela paterna. Saba que era plural y acept este hecho tanto en la escritura como en la vida, dando voz a muchos poetas distintos, sus heternimos, el maestro de todos los cuales era Alberto Caeiro, un hombre de salud precaria que viva con una anciana ta abuela en una casa de campo del Ribatejo. Pas su existencia empleado en empresas de exportacin e importacin, traduciendo cartas comerciales. Vivi casi siempre en modestas habitaciones como realquilado. En su vida tuvo un nico amor, breve e intenso, con Ophlia Queiroz, que era mecangrafa en una de las empresas en las que trabaj. El da triunfal de su vida fue el ocho de marzo de 1914, cuando los poetas que lo habitaban comenzaron a escribir a travs de su mano. VLADMIR MAIAKOVSKI. Nacido en una aldea de Georgia en 1893, estudi pintura, arquitectura y escultura. Siendo muy joven ingres en el clandestino Partido Bolchevique y conoci la crcel. Conquistado por las ideas de la modernidad, pronto se convirti en el corifeo del futurismo y emprendi una gira en locomotora a travs de Rusia vestido con una blusa anaranjada. Se adhiri con entusiasmo a la revolucin bolchevique y ocup

importantes cargos en los cuadros artsticos revolucionarios. Fue promotor, propagandista, diseador de carteles y autor de versos furibundos y heroicos. En 1925 public una infeliz y breve composicin exaltadora de la figura de Lenin. Pero en su pas los tiempos se estaban haciendo difciles para los artistas de vanguardia. Desilusionado y atemorizado, comenz a acusar una grave forma de neurosis obsesiva. Se lavaba continuamente las manos y sala de casa con una pastilla de jabn en el bolsillo. La versin oficial sostiene que se suicid de un disparo en 1930. FEDERICO GARCA LORCA. Nacido en la provincia de Granada en 1898, estudi en Madrid y fue amigo de los mejores artistas de su generacin. Fue poeta, pero tambin msico, pintor y dramaturgo. En 1932 el gobierno de la Repblica espaola le confi el encargo de crear un grupo teatral que difundiera los clsicos entre el pueblo. Naci as La Barraca, una especie de Carro de Tespis, con la que Lorca recorri toda Espaa. En 1936 fund la Asociacin de Intelectuales Antifascistas. En su Poema del Cante Jondo y en casi toda su poesa celebr las tradiciones de los gitanos de Andaluca, sus cantos y sus pasiones. En 1936 fue asesinado en los alrededores de Granada por la polica franquista. SlGMUND FREUD. Freiberg, 1856 - Londres, 1939. Era neurlogo. Primero estudi la histeria y la hipnosis de Charcot, despus interpret los sueos de los hombres (La interpretacin de los sueos, 1900), con la pretensin de remontarse a travs de ellos hasta la infelicidad que nos persigue. Sostuvo que el hombre, dentro de s, posee un cogulo oscuro que denomin Inconsciente. Sus Casos clnicos pueden ser ledos como ingeniosas novelas. El Ello, el Yo y el Sper-Yo son su Trinidad. Y, tal vez, todava la nuestra.

LOS TRES LTIMOS DAS DE FERNANDO PESSOA (UN DELIRIO)

28 DE NOVIEMBRE DE 19351 Antes tengo que afeitarme, dijo l, no quiero ir al hospital con esta barba, se lo ruego, vaya a llamar al barbero, vive en la esquina, es el seor Manacs. Pero es que no hay tiempo, seor Pessoa, replic la portera, el taxi est ya en la puerta, sus amigos han llegado ya y estn esperndolo en el recibidor. No importa, respondi, todava queda tiempo. Se arrellan en la pequea butaca donde el seor Manacs acostumbraba afeitarlo y se puso a leer las poesas de S-Carneiro. El seor Manacs entr y le dio las buenas noches. Seor Pessoa, dijo, me han dicho que no se encuentra bien, espero que no se trate de nada grave. Le coloc una toalla alrededor del cuello y empez a enjabonarlo. Cunteme algo, dijo Pessoa, usted, seor Manacs, conoce muchas ancdotas interesantes y ve a mucha gente en su establecimiento, cunteme algo. Pessoa se puso un traje oscuro que se haba hecho confeccionar haca poco, se anud la pajarita, se coloc las gafas. No haca fro, pero fuera estaba lloviendo. Por eso se puso su gabardina amarilla, cogi una pluma y una libreta y empez a bajar las escaleras. En mitad de las escaleras se encontr con sus amigos Francisco Gouveia y Armando Teixeira Rebelo. Tenan una expresin preocupada y sostenan en las manos sus paraguas goteantes. Vamos contigo, dijeron al unsono. Pessoa esboz una sonrisa distrada. Senta un agudo dolor en el costado derecho que le impeda ser cordial. Los dos amigos le ofrecieron el brazo para ayudarlo a bajar, pero l no lo acept y se sujet a la baranda. En el vestbulo vio al seor Moitinho de Almeida, su jefe, que estaba cuchicheando con el taxista. Yo tambin voy, seor Pessoa, dijo con premura el seor Moitinho de Almeida, prefiero ir yo tambin, no puedo dejarlo marchar as. No se moleste, seor Moitinho de Almeida, respondi Pessoa con un susurro, ya tengo dos amigos que me acompaan, no se moleste. Pero el seor Moitinho de Almeida pareca estar decidido, le abri la puerta delantera, Pessoa entr junto al taxista y sus tres acompaantes se acomodaron en el asiento de atrs. Mientras iba en el coche, mir despaciosamente por la ventanilla la cpula de la baslica de la Estrela. Era hermosa, aquella baslica, con su

inmensa cpula barroca y la fachada ornamentada. Era all, delante mismo, en el jardn, donde muchos aos antes se citaba con Ophlia Queiroz, su nico gran amor. En el banco del jardn de la Estrela se intercambiaban tmidos besos y solemnes promesas de amarse para siempre. Pero mi vida ha sido ms fuerte que yo y que mi amor, musit Pessoa, perdname, Ophlia, pero yo deba escribir, deba slo escribir, no poda hacer otra cosa, y ahora todo ha concluido. El taxi pas delante del Parlamento y despus enfil la Calada do Combro. En aquella zona haba vivido un tiempo, muchos aos antes, en una habitacin de alquiler. La propietaria era doa Maria das Virtudes, se acordaba perfectamente, era una seora de sesenta aos, de pecho abundante y pelo teido de rubio, que por las noches lo invitaba a beber su licor de cerezas y a participar en sus sesiones de espiritismo. Se pona en contacto con su difunto marido, el brigada Pereira, y mantena largas conversaciones con l sobre las guerras de frica y sobre el precio de los pimientos. Despus beban un vasito de ginjinha, coman una guinda y Pessoa se despeda diciendo: Buenas noches, doa Maria das Virtudes, y que tenga felices sueos. Se retiraba a su alcoba. En aquellas noches estaba en contacto con Bernardo Soares y escriba en su lugar El libro del desasosiego. Se despertaba al amanecer para ver las gradaciones de las luces que cambiaban sobre Lisboa y las anotaba en un pequeo cuaderno forrado en piel que le haba mandado su madre desde Sudfrica. Cuando llegaron a Ra Luz Soriano los hizo parar un polica. No se puede pasar, dijo el polica, la calle se encuentra ocupada por un acto nacionalista, hay una banda y todas esas cosas, hoy la ciudad est de fiesta. El seor Moitinho de Almeida se asom por la ventanilla. Soy el seor Moitinho de Almeida, dijo con autoridad, tenemos que llegar hasta la clnica de So Lus dos Franceses, llevamos a un enfermo. El polica se quit la gorra y se rasc la cabeza. Mire, seor, dijo, les permito que hagan un pequeo desvo, es direccin prohibida, pero dadas las circunstancias pueden hacerlo, giren aqu por la derecha, despus cojan a la izquierda y se e