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1 La poesía es un gran juego que conduce al asombro La imaginación es la imaginación y los niñitos tienen ese prodigio del asombro, y se imaginan cosas. Tú le dices a un niño: A ver, hijito, hágame el mundo, y no tiene por qué hacerlo redondo. Lo puede hacer con tres o cuatro palabras. Él imagina, juega. Entonces la poesía es un gran juego, ahí prevalece la imaginación, la libertad imaginaria y esa vibración sensitiva de la sensibilidad, y esto te lleva al asombro. La palabra asombro no es mía, ni de nadie, ni siquiera de Platón, que la usó en uno de los diálogos cuando dijo que la actitud filosófica por excelencia es el asombro; él dice que el asombro implica admiración y admiración implica una actitud activa y pasiva frente a las cosas. La gente torpe a perturbado el prodigio imaginativo de los niños y los viejos también, con las trampas que ofrecen los llamados medios informativos que estropean la fascinación. Como si ya no hubiera fascinación por nada. El niñito se asombra por ejemplo cuando aparece la libido, cuando se le para el “pajarito”, cuando hay una muchacha bonita, cuando tiene el primer trato con su cuerpo; o se asombra cuando más adelantito una chica lo encandila con su gracia y su hermosura. Esos son los gérmenes de un ejercicio intrasexual y erótico. Erótico en el sentido más alto del Eros y del Amor. Porque amor sin asombro es una mierda y, en ese sentido, cuando uno se casa con libreta de matrimonio, la libreta vale más que la mujer. El encantamiento es una cosa distinta, y el amor para mí es un fundamento donde se está dando siempre ese prodigio del redescubrimiento del asombro. Esteban Ascencio, Memorias de un Poeta: diálogo con Gonzalo Rojas, México, Laberinto, 2011.

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La poesía es un gran juego que conduce al asombro

La imaginación es la imaginación y los niñitos tienen ese prodigio del asombro, y se

imaginan cosas. Tú le dices a un niño: A ver, hijito, hágame el mundo, y no tiene por qué

hacerlo redondo. Lo puede hacer con tres o cuatro palabras. Él imagina, juega.

Entonces la poesía es un gran juego, ahí prevalece la imaginación, la libertad

imaginaria y esa vibración sensitiva de la sensibilidad, y esto te lleva al asombro.

La palabra asombro no es mía, ni de nadie, ni siquiera de Platón, que la usó en uno

de los diálogos cuando dijo que la actitud filosófica por excelencia es el asombro; él dice

que el asombro implica admiración y admiración implica una actitud activa y pasiva frente

a las cosas. La gente torpe a perturbado el prodigio imaginativo de los niños y los viejos

también, con las trampas que ofrecen los llamados medios informativos que estropean la

fascinación. Como si ya no hubiera fascinación por nada. El niñito se asombra por ejemplo

cuando aparece la libido, cuando se le para el “pajarito”, cuando hay una muchacha bonita,

cuando tiene el primer trato con su cuerpo; o se asombra cuando más adelantito una chica

lo encandila con su gracia y su hermosura.

Esos son los gérmenes de un ejercicio intrasexual y erótico. Erótico en el sentido

más alto del Eros y del Amor. Porque amor sin asombro es una mierda y, en ese sentido,

cuando uno se casa con libreta de matrimonio, la libreta vale más que la mujer.

El encantamiento es una cosa distinta, y el amor para mí es un fundamento donde se

está dando siempre ese prodigio del redescubrimiento del asombro.

Esteban Ascencio, Memorias de un Poeta: diálogo con Gonzalo Rojas, México, Laberinto,

2011.

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AMOR DE CIUDAD GRANDE

José Martí

De gorja son y rapidez los tiempos.

Corre cual luz la voz; en alta aguja,

Cual nave despeñada en sirte horrenda,

Húndese el rayo, y en ligera barca

El hombre, como alado, el aire hiende.

¡Así el amor, sin pompa ni misterio

Muere, apenas nacido, de saciado!

¡Jaula es la villa de palomas muertas

Y ávidos cazadores! Si los pechos

Se rompen de los hombres, y las carnes

Rotas por tierra ruedan, ¡no han de verse

Dentro más que frutillas estrujadas!

Se ama de pie, en las calles, entre el polvo

De los salones y las plazas; muere

La flor el día en que nace. Aquella virgen

Trémula que antes a la muerte daba

La mano pura que ha ignorado mozo;

El goce de temer; aquel salirse

Del pecho el corazón; el inefable

Placer de merecer; el grato susto

De caminar de prisa en derechura

Del hogar de la amada, y a sus puertas

Como un niño feliz romper en llanto;

Y aquel mirar, de nuestro amor al fuego,

Irse tiñendo de color las rosas,

¡Ea, que son patrañas! Pues ¿quién tiene

Tiempo de ser hidalgo? ¡Bien que sienta,

Cual áureo vaso o lienzo suntuoso,

Dama gentil en casa de magnate!

O si se tiene sed, se alarga el brazo

¡Y a la copa que pasa se la apura!

Luego, la copa turbia al polvo rueda,

Y el hábil catador -manchado el pecho

De una sangre invisible- sigue alegre

Coronado de mirtos, su camino!

¡No son los cuerpos ya sino desechos,

Y fosas, y jirones! Y las almas

No son como en el árbol fruta rica

En cuya blanda piel la almíbar dulce

En su sazón de madurez rebosa,

¡Sino fruta de plaza que a brutales

Golpes el rudo labrador madura!

¡La edad es ésta de los labios secos!

¡De las noches sin sueño! ¡De la vida

Estrujada en agraz! ¿Qué es lo que falta

Que la ventura falta? Como liebre

Azorada, el espíritu se esconde,

Trémulo huyendo al cazador que ríe,

Cual en soto selvoso, en nuestro pecho;

Y el deseo, de brazo de la fiebre,

Cual rico cazador recorre el soto.

¡Me espanta la ciudad! ¡Toda está llena

De copas por vaciar, o huecas copas!

¡Tengo miedo ¡ay de mi! de que este vino

Tósigo sea, y en mis venas luego

Cual duende vengador los dientes clave!

¡Tengo sed; mas de un vino que en la tierra

No se sabe beber! ¡No he padecido

Bastante aún, para romper el muro

Que me aparta ¡oh dolor! de mi viñedo!

¡Tomad vosotros, catadores ruines

De vinillos humanos, esos vasos

Donde el jugo de lirio a grandes sorbos

Sin compasión y sin temor se bebe!

¡Tomad! ¡Yo soy honrado, y tengo miedo!

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LAS AVES DEL CARIBE

Pablo Neruda

En esta breve ráfaga sin hombres

a celebrar los pájaros convido,

el vencejo, veloz vela del viento,

la deslumbrante luz del tucusito,

el limpiacasa que bifurca el cielo,

para el garrapatero más sombrío

hasta que la sustancia del crepúsculo

teje el color del aguaitacaminos.

Oh, aves, piedras preciosas del Caribe,

quetzal, rayo nupcial del Paraíso,

pedrerías del aire en el follaje,

pájaros del relámpago amarillo

amasados con gotas de turquesa

y fuegos de desnudos cataclismos:

venid a mi pequeño canto humano,

turpial del agua, perdigón sencillo,

paraulatas de estilo milagroso,

chocorocay en tierra establecido,

mínimos saltarines de oro y aire,

tintora ultravioleta y cola de hilo,

gallo de rocas, pájaro paraguas,

compañeros, misteriosos amigos,

¿cómo la pluma superó a la flor?

Máscara de oro, carpintero invicto,

qué puedo hacer para cantar en medio

de Venezuela, junto a vuestros nidos,

fulgores del semáforo celeste,

martines pescadores del rocío,

si del Extremo Sur la voz opaca

tengo, y la voz de un corazón sombrío,

y no soy en la arena del Caribe

sino una piedra que llegó del frío?

¿Qué voy a hacer para cantar el canto,

el plumaje, la luz, el poderío

de lo que vi volando sin creerlo

o escuché sin creer haberlo oído?

Porque las garzas rojas me cruzaron:

iban volando como un rojo río

y contra el resplandor venezolano

del sol azul ardiendo en el zafiro

surgió como un eclipse la hermosura:

volaron estas aves desde el rito.

Si no viste el carmín del corocoro

volar en un enjambre suspendido

cuando corta la luz como guadaña

y todo el cielo vuela sacudido

y pasan los plumajes escarlata

y dejan un relámpago encendido,

si tú no viste el aire del Caribe

manando sangre sin que fuera herido,

no sabes la belleza de este mundo,

desconoces el mundo en que has vivido.

Y por eso es que cuento y es que canto

y por todos los hombres veo y vivo:

es mi deber contar lo que no sabes

y lo que sabes cantaré contigo:

tus ojos acompañan mis palabras

y se abren mis palabras en el trigo

y vuelan con las alas del Caribe

o se pelean con tus enemigos.

Tengo tantos deberes, compañero,

que me voy a otro tema y me despido.

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CANCIÓN IV

Garcilaso de la Vega

El aspereza de mis males quiero

que se muestre también en mis razones,

como ya en los efetos s'ha mostrado;

lloraré de mi mal las ocasiones,

sabrá el mundo la causa porque muero,

y moriré a lo menos confesado,

pues soy por los cabellos arrastrado

de un tan desatinado pensamiento

que por agudas peñas peligrosas,

por matas espinosas,

corre con ligereza más que el viento,

bañando de mi sangre la carrera.

Y para más despacio atormentarme,

llévame alguna vez por entre flores,

adó de mis tormentos y dolores

descanso y dellos vengo a no acordarme;

mas él a más descanso no me espera:

antes, como me ve desta manera,

con un nuevo furor y desatino

torna a seguir el áspero camino.

No vine por mis pies a tantos daños:

fuerzas de mi destino me trujeron

y a la que m'atormenta m'entregaron.

Mi razón y jüicio bien creyeron

guardarme como en los pasados años

d'otros graves peligros me guardaron,

mas cuando los pasados compararon

con los que venir vieron, no sabían

lo que hacer de sí ni dó meterse,

que luego empezó a verse

la fuerza y el rigor con que venían.

Mas de pura vergüenza costreñida,

con tardo paso y corazón medroso

al fin ya mi razón salió al camino;

cuanto era el enemigo más vecino,

tanto más el recelo temeroso

le mostraba el peligro de su vida;

pensar en el dolor de ser vencida

la sangre alguna vez le callentaba,

mas el mismo temor se la enfrïaba.

Estaba yo a mirar, y peleando

en mi defensa, mi razón estaba

cansada y en mil partes ya herida,

y sin ver yo quien dentro me incitaba

ni saber cómo, estaba deseando

que allí quedase mi razón vencida;

nunca en todo el proceso de mi vida

cosa se me cumplió que desease

tan presto como aquésta, que a la hora

se rindió la señora

y al siervo consintió que gobernase

y usase de la ley del vencimiento.

Entonces yo sentíme salteado

d'una vergüenza libre y generosa;

corríme gravemente que una cosa

tan sin razón hubiese así pasado;

luego siguió el dolor al corrimiento

de ver mi reino en mano de quien cuento,

que me da vida y muerte cada día,

y es la más moderada tiranía.

Los ojos, cuya lumbre bien pudiera

tornar clara la noche tenebrosa

y escurecer el sol a mediodía,

me convertieron luego en otra cosa,

en volviéndose a mí la vez primera

con la calor del rayo que salía

de su vista, qu'en mí se difundía;

y de mis ojos la abundante vena

de lágrimas, al sol que me inflamaba,

no menos ayudaba

a hacer mi natura en todo ajena

de lo que era primero. Corromperse

sentí el sosiego y libertad pasada,

y el mal de que muriendo estó engendrarse,

y en tierra sus raíces ahondarse

tanto cuanto su cima levantada

sobre cualquier altura hace verse;

el fruto que d'aquí suele cogerse

mil es amargo, alguna vez sabroso,

mas mortífero siempre y ponzoñoso.

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De mí agora huyendo, voy buscando

a quien huye de mí como enemiga,

que al un error añado el otro yerro,

y en medio del trabajo y la fatiga

estoy cantando yo, y está sonando

de mis atados pies el grave hierro.

Mas poco dura el canto si me encierro

acá dentro de mí, porque allí veo

un campo lleno de desconfianza:

muéstrame l'esperanza

de lejos su vestido y su meneo,

mas ver su rostro nunca me consiente;

torno a llorar mis daños, porque entiendo

que es un crudo linaje de tormento

para matar aquel que está sediento

mostralle el agua por que está muriendo,

de la cual el cuitado juntamente

la claridad contempla, el ruido siente,

mas cuando llega ya para bebella,

gran espacio se halla lejos della.

De los cabellos de oro fue tejida

la red que fabricó mi sentimiento,

do mi razón, revuelta y enredada,

con gran vergüenza suya y corrimiento,

sujeta al apetito y sometida,

en público adulterio fue tomada,

del cielo y de la tierra contemplada.

Mas ya no es tiempo de mirar yo en esto,

pues no tengo con qué considerallo,

y en tal punto me hallo

que estoy sin armas en el campo puesto,

y el paso ya cerrado y la hüida.

¿Quién no se espantará de lo que digo?,

qu'es cierto que he venido a tal estremo

que del grave dolor que huyo y temo

me hallo algunas veces tan amigo

que en medio d'él, si vuelvo a ver la vida

de libertad, la juzgo por perdida,

y maldigo las horas y momentos

gastadas mal en libres pensamientos.

No reina siempre aquesta fantasía,

que en imaginación tan varïable

no se reposa un hora el pensamiento:

viene con un rigor tan intratable

a tiempos el dolor que al alma mía

desampara, huyendo, sufrimiento.

Lo que dura la furia del tormento,

no hay parte en mí que no se me trastorne

y que en torno de mí no esté llorando,

de nuevo protestando

que de la via espantosa atrás me torne.

Esto ya por razón no va fundado,

ni le dan parte dello a mi jüicio,

que este discurso todo es ya perdido,

mas es en tanto daño del sentido

este dolor, y en tanto perjüicio,

que todo lo sensible atormentado,

del bien, si alguno tuvo, ya olvidado

está de todo punto, y sólo siente

la furia y el rigor del mal presente.

En medio de la fuerza del tormento

una sombra de bien se me presenta,

do el fiero ardor un poco se mitiga:

figúraseme cierto a mí que sienta

alguna parte de lo que yo siento

aquella tan amada mi enemiga

(es tan incomportable la fatiga

que si con algo yo no me engañase

para poder llevalla, moriría

y así me acabaría

sin que de mí en el mundo se hablase),

así que del estado más perdido

saco algún bien. Mas luego en mí la suerte

trueca y revuelve el orden: que algún hora

si el mal acaso un poco en mí mejora,

aquel descanso luego se convierte

en un temor que m'ha puesto en olvido

aquélla por quien sola me he perdido,

y así del bien que un rato satisface

nace el dolor que el alma me deshace.

Canción, si quien te viere se espantare

de la instabilidad y ligereza

y revuelta del vago pensamiento,

estable, grave y firme es el tormento,

le di, qu'es causa cuya fortaleza

es tal que cualquier parte en que tocare

la hará revolver hasta que pare

en aquel fin de lo terrible y fuerte

que todo el mundo afirma que es la muerte.