Tatián definitivo

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    II. La reflexin acerca del carcter poltico del perdn y la reconciliacin que,

    bajo la pregunta Cmo fundar una comunidad despus del crimen?, elabora el texto

    de Claudia Hilb que ahora nos ocupa -discutible en el mejor sentido de la palabra-,

    considera temas de enorme relevancia para sociedades marcadas por daos irreparables

    que no solo deben establecer una paz sino tambin producir una comprensin y activar

    la justicia o ms precisamente un castigo, que en rigor jams restablece la justicia, ni la

    produce y cuya funcin es puramente negativa: evitar los efectos insoportables de la

    impunidad. Al mismo tiempo, la puesta en relacin de la justicia, la comprensin y la

    paz se halla acosada por condiciones polticas, culturales, jurdicas o lingsticas que, de

    permanecer intactas, permitiran la reproduccin o la repeticin del crimen. El

    proceso democrtico argentino no solo estuvo orientado por una voluntad institucional

    de reparacin jurdica en relacin al pasado, sino tambin por una preocupacin por el

    futuro comn que hall su cifra ms precisa en una simple locucin adverbial: Nunca

    ms, expresin que designa hasta hoy la desembocadura de una militancia

    extraordinaria sostenida por uno de los movimientos de derechos humanos ms

    importantes y persistentes en el mundo entero.

    Quisiera comenzar por la pregunta misma, e interrogarla a su vez, en sus tres

    trminos: fundaruna comunidad?; fundaruna comunidad? fundar una comunidad?

    La pregunta original [Cmo fundar?], en efecto, encierra presupuestos no

    menores, el principal de los cules es que una comunidad -se entiende aqu: que incluya

    a quienes han sido objeto de de crmenes atroces y quienes los perpetraron- es posible, y

    es deseable. Si el problema planteado es cmo hacerlo, se da por descontado, en

    primer lugar, que esa comunidad no es inevitable, necesaria ni imposible sino una

    posibilidad, y en segundo lugar que es una posibilidad deseable.

    En mi opinin esa comunidad despus del crimen no es posible, ni es deseable

    sin las mediaciones necesarias, que no son nicamente narrativas. S es posible la mera

    coexistencia en una misma ciudad de personas que han cometido crmenes atroces -en la

    medida en que hayan quedado impunes y sus perpetradores libres-, y las vctimas de

    esos crmenes, que jams -o muy excepcionalmente- aceptaran la va de una amnista

    como forma de restituir lo comn con quienes torturaron y desaparecieron a sus hijos o

    a sus padres. Esa coexistencia no podra llevar el nombre de comunidad.

    Una observacin inmediata que cabra formular en relacin a nuestro

    interrogante sera esta: a diferencia del arquetipo totmico del banquete fraternal que

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    fragmenta el fundamento hasta entonces mon-rquico del padre (o cualquier otra

    variante del mito de la fundacin), una sociedad dada que emerge del crimen no puede

    ser, propiamente, fundada -como si esta decisin de fundar pudiera hacer tabula rasa de

    una historia abierta de hechos dramticos por los que una poblacin se halla capturada,

    a veces capturada hasta la demencia-, sino siempre intervenida, transformada,

    reestablecida, resguardada, enmendada. Despus de la dictadura -y hasta ahora- la

    sociedad argentina no se vio tanto confrontada con el problema de cmo comenzar, sino

    ms bien con la pregunta por cmo seguir y por las inmensas dificultades que en esta

    consecucin comporta la herencia social del crimen.

    Por ello, no es irrelevante la adopcin del pronombre indefinido una, cuyo

    referente -la comunidad en cuestin- es mentado en la pregunta como si se tratase de

    algo indeterminado y no como una sociedad daada muy concreta, confrontada con la

    necesidad de hacer algo consigo misma tras la violencia. La pregunta bajo la que yo

    podra el problema -aunque filosficamente menos interesante y aunque desmesurada en

    su formulacin- sera esta: cules acciones jurdicas, polticas y narrativas es

    necesario que la sociedad argentina lleve adelante para contrarrestar los efectos del

    Terror que daan -de manera irreversible en lo profundo- los cuerpos, los vnculos y la

    vida misma de muchos de sus miembros, habida cuenta de una historia especfica de

    impunidades, en modo de crear las condiciones de posibilidad de una democracia ms

    extensa y ms intensa, ininterrumpida en el futuro o dicho negativamente: para

    impedir en cuanto sea posible el resurgimiento del Terror ejercido desde el Estado?

    El texto sobre Cmo fundar una comunidad despus del crimen? parte de

    discriminar de manera que no es obvia el anhelo social y poltico de castigo a los

    responsables de delitos considerados contra la humanidad, respecto de un conjunto de

    conceptos -verdad, comprensin, arrepentimiento, perdn, reconciliacin, capacidad de

    pensar y de juzgar-, que seran impedidos por el castigo efectivo o sacrificados a l.

    Sin embargo, en mi opinin el proceso judicial no impide la verdad, ni la comprensin

    ni el arrepentimiento (tampoco la comprensin ni el perdn abjuran necesariamente del

    castigo), ni es la razn por la que ha sido imposible para represores y guerrilleros

    revisar su propia accin, ni la causa por la que, despus de tantos aos, no contemos

    con la palabra de los victimarios sobre el destino de las vctimas, cuyo esclarecimiento

    sera de tanta importancia para sus familiares.

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    III. La conjetura de que los militares argentinos se hubieran arrepentido de sus

    crmenes de haberse producido un proceso semejante al de Sudfrica -y que adems ese

    proceso hubiera favorecido un relato verdico de los victimarios- no resulta evidente; de

    hecho, cuando las leyes de punto final y obediencia debida se hallaban vigentes, se

    realizaron juicios por la verdad histrica sin que se obtuviera de ellos nada interesante ni

    diferente. De igual modo, salvo excepciones, entre los protagonistas de las

    organizaciones armadas de izquierda casi no hubo un proceso de revisin de sus

    acciones (esa revisin e incluso el arrepentimiento se produjo ms entre quienes

    participaron en la lucha poltica que entre quienes fueron protagonistas directos de la

    lucha armada) aunque desde hace mucho no estn sometidos a procesos judiciales.

    La discusin que propone Claudia Hilb -como siempre que una reflexin llega al

    ncleo de un problema, que en este caso es filosfico, poltico y tambin biogrfico-

    pone en marcha interrogantes que no objetan necesariamente la argumentacin central

    sino ms bien dan prueba de su fecundidad: por qu no universalizar la va de una

    reconciliacin que restaure la comunidad prescindiendo del castigo a toda clase de

    delitos comunes -leves o atroces- y restringirla slo a casos de crmenes asociados a un

    objetivo poltico? Por qu no extender la tarea de crear condiciones para una

    reconciliacin entre delincuentes y vctimas de cualquier tipo de hechos criminales que

    suceden todos los das, condiciones de una reconciliacin que nicamente pasaran por el

    tamiz del lenguaje y prescribieran la obligacin de un relato verdico que confronte al

    delincuente consigo mismo en el modo de una inscripcin pblica de sus actos

    criminales en una narracin, con total prescindencia del sistema punitivo?

    Y por qu dificultades y de qu orden Hannah Arendt no consider pertinente

    su reflexin acerca del perdn y de la reconciliacin para el caso de Adolf Eichmann,

    sino ms bien por el contrario -aunque diferencindose en su argumentacin de los

    jueces israeles que llevaron adelante el proceso de Jerusaln- justific en la clebre

    pgina final de su reporte la condena a muerte de quien se presentaba a s mismo

    como un simple tcnico, cuyo trabajo haba tenido por efecto el exterminio de

    millones de judos?2. Nos conducira una perspectiva arendtiana a perdonar a

    Eichmann, en el caso contrafctico de que su relato durante el juicio en lugar de haber

    estado inscripto en la banalidad, la mala fe, la cobarda y la estupidez, hubiera ofrecido

    un arrepentimiento verdadero ante la opinin pblica mundial? Por qu, en rigor,

    2 Hannah Arendt, Eichmann en Jerusaln. Un estudio sobre la banalidad del mal, Lumen, Barcelona,

    2000, pp. 419-421.

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    ningn miembro de la raza humana puede desear compartir la tierra con l? Y a la

    inversa: por qu no sera aplicable a quienes ejercieron el Terrorismo de Estado en la

    Argentina, la misma conclusin a la que llega Arendt en relacin a Eichmann? 3.

    La primera cuestin remite a la discusin que plantea la posicin abolicionista,

    cuya variante ms radical desestima el castigo en particular el encierro penitenciario-

    como respuesta a delitos de cualquier ndole (incluso los de lesa humanidad), y ha

    producido un conjunto de trabajos de mucho inters, cuya consideracin nos desviara

    de nuestro objeto y no sera pertinente aunque s lo es la pregunta de fondo: por qu

    no extender las condiciones de reconciliacin y de perdn a delitos comunes, etc.?

    El segundo problema -referido a los lmites del perdn y de la reconciliacin-

    remite a la pregunta por lo imperdonable y lo irreconciliable, que a su vez convoca el

    motivo kantiano del mal radical, reelaborado por Arendt en su reflexin acerca del

    totalitarismo. Esta ltima temtica no es impertinente para nuestro asunto. El

    Terrorismo de Estado argentino no fue simplemente ejecutado por actores que

    perseguan un objetivo poltico y que en ese propsito no saban lo que hacan, antes

    bien ni sus procedimientos ni el relato que los justificaba -hasta hoy intacto- estaban

    exentos de estupidez y de maldad. De existir lo imperdonable -actos imperdonables-, los

    sujetos que los perpetraron slo podran obtener perdn en una dimensin tica, o

    religiosa, mas no jurdica y esto relativamente, pues quienes en su intimidad podran

    perdonar ya no estn, y los familiares y compaeros de quienes ya no estn podran, a lo

    sumo, perdonar por su dolor pero no por el dolor de quien ya no puede perdonar. No es

    posible perdonar por otro. En cuanto al perdn jurdico, no es tal si se decreta de manera

    externa y contra la voluntad explcita de quienes portan un dao -no obstante existir un

    mecanismo constitucional que as lo prevea-, ni se impone desde el Estado, y por ello en

    mi opinin no puede tener un estatuto solo jurdico. Puede ser concedido por voluntad y

    decisin de quien ha sido objeto de un dao y se encuentra afectado por l. Si ocurre lo

    primero sin lo segundo, la amnista ser indistinguible de la impunidad.

    Ciertos actos resisten ser elaborados por un puro procedimiento voluntario de

    verdad, y mucho ms por una decisin gubernamental abstracta que privilegie la

    conveniencia pragmtica de cerrar el pasado como si no hubiera existido, a partir de

    considerar la imposibilidad -o la interminabilidad- de su revisin jurdica y poltica.

    3 Y del mismo modo que t apoyaste y cumplimentaste una poltica de hombres que no deseabancompartir la tierra con el pueblo judo ni con ciertos otros pueblos de diversa nacin como si t y tus

    superiores tuvirais el derecho de decidir quin puede y quin no puede habitar el mundo-, nosotrosconsideramos que nadie, es decir, ningn miembro de la raza humana puede desear compartir la tierra

    contigo. Esta es la razn, la nica razn por la que has de ser ahorcado (Ibid., p. 421).

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    Ms bien lo imposible es que esa decisin revista eficacia, y que la sociedad sobre

    -contra- la que se aplica no quede capturada en la injusticia (concepto que, a diferencia

    del de justicia, comprendemos muy bien) e inmersa en una constante irrupcin de

    sntomas sociales de autodestruccin y de violencia, en los que se manifestara, de

    manera imprevisible, el dao.

    IV. La alternativa entre la Verdad y la Justicia como opciones ejemplares para

    salir del crimen, as como la comparacin misma entre la va sudafricana y la va

    argentina en tanto experiencias que afrontan de diferente modo una circunstancia que

    sera similar, no obstante su productividad filosfica, encuentran limitaciones que

    resultan a mi entender de no considerar con la necesaria prioridad subjetividades

    polticas e historias que son completamente distintas y en ltimo trmino por

    considerar que se trata de opciones. La sugerencia de recurrir al contraejemplo

    sudafricano para iluminar una zona oscura de la escena argentina no me parece

    exenta de equvocos. Esa oposicin -o comparacin- permitira preguntarnos acerca del

    precio que la opcin por la justicia, opcin notable, pag sin embargo, en su

    cristalizacin posterior, en Argentina, en lo que concierne al restablecimiento de una

    escena pblica asentada en la asuncin, por parte de sus actores, de una responsabilidad

    comn. La pregunta inversa -que el texto no se formula- acerca del precio de la

    opcin sudafricana por la amnista probablemente revelara que fue mucho ms alto y

    sus zonas oscuras mucho ms oscuras (ms an: resulta improbable que en Sudfrica

    se haya verificado efectivamente un proceso social conformado por un real

    reconocimiento del crimen, el arrepentimiento, el perdn y finalmente la

    reconciliacin).

    Sin embargo, esta pregunta inversa me parece igualmente equvoca por cuanto la

    comparacin misma -que por lo dems no es nunca una mera comparacin- lo es. Y en

    todo caso, ms ajustada resultara esa comparacin con la manera en que los pases

    latinoamericanos -cuya historia reciente es similar a la nuestra- elaboraron (o dejaron de

    hacerlo) los efectos inferidos a sus sociedades por sus respectivas dictaduras militares,

    que actuaban en coordinacin por el Plan Cndor. Una comparacin, pues, con el

    contraejemplo chileno ms bien que con la va sudafricana acaso revelara

    conclusiones de mayor pertinencia para la autorreflexin poltica argentina, por cuanto

    la deriva chilena (con sus variantes, tambin pueden considerarse aqu

    comparativamente las transiciones democrticas en Uruguay, Paraguay o Brasil) es la

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    alternativa real -y no la sudafricana- que hubiera podido adoptar la democracia

    argentina en 1983 -de hecho esa alternativa era la que entonces explicitaba la propuesta

    electoral del Partido Justicialista-, y continuado hasta ahora. En cambio, la poltica

    argentina de derechos humanos es invocada como una constante referencia por muchas

    fuerzas democrticas en Latinoamrica, y ha ejercido una influencia no menor en los

    comparativamente escasos avances para desactivar los efectos del terrorismo de Estado

    en los pases de la regin.

    Ms que afirmar la opcin por la Verdad y la opcin por la Justicia como

    alternativas, y ms que establecer una comparacin entre las marchas y contramarchas

    de la democracia argentina en relacin al Terrorismo de Estado y el proceso sudafricano

    impulsado por Mandela -que no es meramente descriptiva y no est exenta de efectos

    polticos en el momento en el que se producen juicios en todo el pas largamente

    esperados por los organismos de derechos humanos-, me inclinara a remarcar la

    singularidad incomparable y la excepcionalidad del proceso poltico argentino en el

    modo de elaborar su propia historia reciente. Y secundariamente me pregunto si la

    opcin sudafricana por la amnista (condicionada a la verdad) no es una va -la nica

    posible en este caso- impulsada por Mandela con inteligencia habida cuenta las

    condiciones de impotencia poltica, tras el apartheid, para una sancin jurdica de

    crmenes atroces.

    Mi hiptesis por tanto es diferente, si no contraria, a la que se sugiere en el texto

    de Claudia Hilb: la Argentina es un pas ms justo y ms verdadero a la vez, por el

    hecho -singular en la historia latinoamericana hasta entonces y hasta ahora- de haber

    asumido la intermitente decisin poltica, social y judicial -siendo imprescindibles las

    tres- de condenar los crmenes del Terror ejercido desde el Estado entre 1974 y 1983

    (escribo este comentario cuando se lleva adelante el juicio por la masacre de Trelew,

    por lo que debera retrotraerse a 1972 el ao en el que tiene inicio el Terror estatal que

    ahora se juzga). Los hitos fundamentales de esa decisin fueron el juicio de 1985 a las

    Juntas que gobernaron el pas durante la dictadura, y la actual reapertura de los juicios a

    crmenes contra la humanidad desde la anulacin por inconstitucionales de las llamadas

    leyes del perdn en 2004. No se trata, segn creo, de hechos que puedan contraponerse,

    como si los juicios de los aos ochenta estuvieran dotados de enormes virtudes

    originarias que la actual insistencia en la va judicial hubiera perdido, cristalizado

    o malversado, y cuyo solo efecto fuera el bloqueo de una posible reconciliacin

    (ajustado y prudente, el artculo de Claudia Hilb no afirma directamente esta

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    contraposicin pero, si no leo mal, la sugiere). Antes bien, ambos episodios establecen

    una lnea de continuidad indudable -que el actual gobierno en muchas ocasiones omite,

    como omite otras conquistas sociales obtenidas en los aos 80 que antecedieron y en

    cierto modo permitieron la radicalizacin de derechos en curso- y deben ser

    considerados como partes de un mismo proceso de consolidacin democrtica. Si el

    segundo debe mucho en su posibilidad al primero (y a la valenta del Presidente

    Alfonsn de afrontar la va institucional de la justicia no obstante la debilidad objetiva

    de la democracia recin recuperada para emprender juicios de semejante magnitud

    poltica, seguramente los ms importantes de la historia institucional argentina), a la vez

    contina lo que fue interrumpido por la extorsin militar que oblig al Parlamento a

    sancionar las leyes llamadas del perdn.

    Esta laboriosa tarea de la justicia no ha impedido ni bloqueado la verdad, sino

    recabado, tambin laboriosamente, las -sin duda insuficientes- informaciones de las que

    se disponen, y colaborado con la recuperacin de ciento siete de las aproximadamente

    quinientas identidades de nios robados, que con toda probabilidad hubieran quedado

    ocultas para siempre si la deriva argentina hubiera prosperado hacia una amnista en

    cualquiera de sus modalidades: autoamnista, amnista extorsiva o amnista

    condicionada a la verdad (en una variante semejante a la sudafricana en 1995).

    V. La capacidad de pensar y de juzgar el pasado reciente y de formular las

    preguntas correctas con relacin a l -que es en efecto una capacidad de no sucumbir a

    la mera reproduccin, a la repeticin mecnica y a la consigna necia- se libera gracias a

    -y se conjuga con- la paciencia de un trabajo cuando obtiene sus frutos institucionales y

    sociales y permite as al pensamiento y a la conversacin pblica adoptar finalmente

    una forma distinta del reclamo y la demanda.

    Cmo es posible liberar la capacidad de juzgar de su captura en la demanda?

    En mi opinin solo el cumplimiento de la accidentada va judicial emprendida por la

    democracia argentina hace veintisiete aos y el consiguiente castigo de quienes fueron

    los responsables de la decisin de aniquilar y exterminar desde el Estado a los

    miembros de las organizaciones armadas y otros opositores polticos por fuera de todo

    marco legal, es la nica posibilidad de la que disponemos para crear las condiciones que

    permitan la tarea colectiva de comprender por fuera de clichs y frases hechas; la tarea

    de emprender un relato menos simple, diferente del que presenta las cosas como si se

    tratara del Mal que se abati sobre el Bien; la tarea de indagar la responsabilidad de la

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    violencia insurreccional en el establecimiento del Terror, y desarrollar de otro modo la

    pregunta acerca de cmo, por qu, pudo suceder lo que nunca debi haber sucedido.

    Esas tareas y esta pregunta seran a mi entender imposibles -social y polticamente

    imposibles- de haber persistido una situacin de impunidad decidida desde el Estado por

    accin o por inaccin (incluso si esa decisin llegara a ser resultado de una consulta

    plebiscitada).

    El castigo compensa de algn modo -insuficiente y necesario modo- a vctimas y

    sobrevivientes inmersos en el continuo de la tortura y el dolor, que son esencialmente

    atemporales y continan sucediendo sin perder su inmediata intensidad, al punto de que

    -cientos de testimonios de familiares as lo corroboran- no se inscriben ni suceden en el

    tiempo sino al revs: el tiempo y lo que trae su cotidiano transcurso suceden en el dolor

    que, por tanto, nopasa en sentido cronolgico de la palabra.

    Diego Tatin