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1 CAPÍTULO 6 ALTERNATIVAS A LA PSICOLOGÍA WUNDTIANA Paralelamente al esfuerzo de Wundt por sentar las bases sistemáticas e institucionales de la psicología, ésta se iba desarrollando rápidamente en una pluralidad de direcciones que se expresaron en la aparición de nuevos enfoques, cursos, laboratorios y revistas, y que divergían de modos diversos de la promovida por el psicólogo alemán. En este capítulo nos ocuparemos de algunas de las principales alternativas y reacciones tempranas a los planteamientos wundtianos que fueron surgiendo en los años finales del siglo XIX y que constituían un temprano anuncio de ese “sino babélico” que, como se ha dicho (Pinillos, 1962: 98), iba a caracterizar en lo sucesivo a la psicología moderna. La psicología del acto: Franz Brentano Una de las primeras fue sin duda la del filósofo y psicólogo alemán Franz Brentano (1838- 1917), sacerdote católico separado de la Iglesia a raíz del Concilio Vaticano I (1869-1870) y profesor de las universidades de Wurzburgo y Viena de accidentada trayectoria académica y personal 1 , cuya obra psicológica capital, La psicología desde el punto de vista empírico, vio la luz en 1874, el mismo año en que aparecía el segundo volumen de los Fundamentos de psicología fisiológica, la gran obra sistemática de Wundt . El interés de Brentano por la psicología respondía, en última instancia, a la pretensión de devolver a la filosofía un esplendor que, en su opinión, había perdido desde Kant. A los excesos especulativos cometidos por el pensamiento idealista alemán había que oponer una filosofía científica, anclada en la experiencia entendida al modo de las ciencias naturales, que por este procedimiento (y al calor del positivismo filosófico reinante) habían alcanzado por entonces un grado de desarrollo extraordinario. Y era precisamente la psicología la que podía proporcionar a la filosofía el fundamento científico que ésta venía reclamando. Brentano reconocía, sin embargo, que la psicología de su tiempo no estaba a la altura de semejante misión. Escindida en numerosas tendencias enfrentadas, cualquier afirmación sobre lo psíquico resultaba inmediatamente cuestionada desde uno u otro sector. Era preciso por tanto hacer frente a esa situación delimitando con nitidez su ámbito propio, definiendo su objeto y sentando así 1 Sobre la vida de Brentano puede verse el vídeo “Franz Brentano (1838-1917)”, en <https://canal.uned.es/mmobj/index/id/10008>

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Alternativas a Wundt

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CAPÍTULO 6

ALTERNATIVAS A LA PSICOLOGÍA WUNDTIANA

Paralelamente al esfuerzo de Wundt por sentar las bases sistemáticas e institucionales de la

psicología, ésta se iba desarrollando rápidamente en una pluralidad de direcciones que se

expresaron en la aparición de nuevos enfoques, cursos, laboratorios y revistas, y que divergían de

modos diversos de la promovida por el psicólogo alemán. En este capítulo nos ocuparemos de

algunas de las principales alternativas y reacciones tempranas a los planteamientos wundtianos que

fueron surgiendo en los años finales del siglo XIX y que constituían un temprano anuncio de ese

“sino babélico” que, como se ha dicho (Pinillos, 1962: 98), iba a caracterizar en lo sucesivo a la

psicología moderna.

La psicología del acto: Franz Brentano

Una de las primeras fue sin duda la del filósofo y psicólogo alemán Franz Brentano (1838-

1917), sacerdote católico separado de la Iglesia a raíz del Concilio Vaticano I (1869-1870) y

profesor de las universidades de Wurzburgo y Viena de accidentada trayectoria académica y

personal1, cuya obra psicológica capital, La psicología desde el punto de vista empírico, vio la luz

en 1874, el mismo año en que aparecía el segundo volumen de los Fundamentos de psicología

fisiológica, la gran obra sistemática de Wundt .

El interés de Brentano por la psicología respondía, en última instancia, a la pretensión de

devolver a la filosofía un esplendor que, en su opinión, había perdido desde Kant. A los excesos

especulativos cometidos por el pensamiento idealista alemán había que oponer una filosofía

científica, anclada en la experiencia entendida al modo de las ciencias naturales, que por este

procedimiento (y al calor del positivismo filosófico reinante) habían alcanzado por entonces un

grado de desarrollo extraordinario. Y era precisamente la psicología la que podía proporcionar a la

filosofía el fundamento científico que ésta venía reclamando.

Brentano reconocía, sin embargo, que la psicología de su tiempo no estaba a la altura de

semejante misión. Escindida en numerosas tendencias enfrentadas, cualquier afirmación sobre lo

psíquico resultaba inmediatamente cuestionada desde uno u otro sector. Era preciso por tanto hacer

frente a esa situación delimitando con nitidez su ámbito propio, definiendo su objeto y sentando así

1 Sobre la vida de Brentano puede verse el vídeo “Franz Brentano (1838-1917)”, en <https://canal.uned.es/mmobj/index/id/10008>

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las bases de una psicología verdaderamente científica capaz de sustituir a todas las demás. Sólo así

podría aspirar a convertirse en el sólido fundamento de la filosofía.

Así, pues, Brentano situaba su indagación en el ámbito de la experiencia, el marco

fenomenista en que se hallaba instalado el pensamiento científico-positivo más reciente. La

psicología tendría que ser una ciencia de fenómenos, la ciencia de los fenómenos psíquicos. Atrás

quedaba, por tanto, la idea de una psicología del alma entendida como sustancia o sustrato unitario

de sus facultades, una concepción filosófica propia de la tradición metafísica anterior que resultaba

claramente insatisfactoria desde el punto de vista científico que la nueva situación parecía exigir.

Ahora bien, los fenómenos psíquicos ¿en qué consisten? ¿En qué se diferencian de los que no

lo son, de los fenómenos físicos? Tras examinar minuciosamente distintas posibilidades que

terminaba rechazando por insuficientes, Brentano llegaba finalmente a la siguiente caracterización

general:

Todo fenómeno psíquico está caracterizado por lo que los escolásticos de la Edad Media han llamado la inexistencia2 intencional (o mental) de un objeto, y que nosotros llamaríamos [...] la referencia a un contenido, la dirección hacia un objeto [...], o la objetividad inmanente. Todo fenómeno psíquico contiene en sí algo como su objeto, si bien no todos del mismo modo. En la representación hay algo representado; en el juicio hay algo admitido o rechazado; en el amor, amado; en el odio, odiado; en el apetito, apetecido, etc. Esta inexistencia intencional es exclusivamente propia de los fenómenos psíquicos. Ningún fenómeno físico ofrece nada semejante. Con lo cual podemos definir los fenómenos psíquicos diciendo que son aquellos fenómenos que contienen en sí, intencionalmente, un objeto (Brentano, 1874/1935: 28-29).

La intencionalidad es pues la clave. En la acepción de Brentano, la intencionalidad nada

tiene que ver con la “intención” o el “propósito”, sino -como se expresa en el fragmento citado-

con la “referencia a un contenido” o la “dirección hacia un objeto” (o, si se quiere en otros

términos, la conciencia que se tiene de él). Brentano distingue, pues, entre los objetos o contenidos

(objetivos) a que remite todo fenómeno psíquico y la acción (subjetiva) de dirigirse o referirse a

ellos. Y es esto último lo decisivo: lo psíquico es propiamente el acto del sujeto, no su objeto o

contenido, por más que éste aparezca siempre necesariamente incluido en aquel. Es el ver, no lo

visto; el desear, no lo deseado, lo característicamente psíquico. Se trata por tanto de un acto

relacional que vincula a sujeto y objeto en una estructura que los refiere mutuamente. No hay

propiamente objeto si no es en un acto subjetivo, intencional, que lo contiene; y no hay acto

2 Por “inexistencia” no hay que entender aquí la “no existencia”, sino la “existencia en”.

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subjetivo que no contenga intencional y necesariamente algún objeto. En el fenómeno psíquico,

sujeto y objeto se coimplican.

Pero no todos los fenómenos psíquicos –había escrito Brentano- contienen sus objetos del

mismo modo. La referencia intencional a los objetos puede hacerse de varias formas, y Brentano

distinguió tres grandes tipos de fenómenos psíquicos en función de esos distintos modos de

referencia: las representaciones, los juicios, y lo que llamó “actos de amor y odio”; una nítida

distinción conceptual a la que no había que pensar que correspondiese una distinción real

igualmente nítida, sin embargo. Porque, en la realidad, estas tres clases de fenómenos se hallan

íntimamente entrelazadas, de modo que no hay acto psíquico en que no estén las tres de alguna

manera implicadas.

La representación es para Brentano el fenómeno psíquico básico, ya que estría supuesto en

todos los demás. En la medida en que todo fenómeno psíquico consiste en la referencia a un

objeto, éste tiene que hacerse presente al sujeto de algún modo como condición previa. La

representación, pues (habría que hablar tal vez mejor de “presentación”), no es otra cosa que la

presencia mental de un objeto, independientemente de que éste sea real o no: un color, un sonido,

una imagen… o un fenómeno psíquico. Porque aunque los fenómenos psíquicos se dirigen

primariamente hacia lo externo, también pueden hacerlo secundariamente hacia lo interno y

volverse hacia los fenómenos psíquicos mismos, convirtiéndolos de este modo en objetos

intencionales suyos. Así, todos los fenómenos psíquicos o son representaciones o se basan en ellas.

Esos objetos presentes o representados pueden además aceptarse o afirmarse como

verdaderos o rechazarse y negarse como falsos. Es esta una segunda manera de referencia que

Brentano denominó “juicio” (un tipo de fenómenos que tradicionalmente se confundía con los

primeros bajo la categoría común de “pensar”). O pueden también admitirse como buenos y

valiosos, o rechazarse como malos y carentes de valor. Es el caso de los “actos de amor y odio”,

dentro de los cuales englobaba Brentano los todos fenómenos emocionales y volitivos,

tradicionalmente separados, cuyas diferencias sin embargo consideraba más bien de grado que

propiamente esenciales.

Brentano sostenía, además, que cada una de estas distintas formas de referencia intencional

tenía un tipo de perfección que le era propio y característico: el de la actividad representativa

estaría en la contemplación de la belleza; el de la judicativa en el conocimiento de la verdad; y el

de la actividad amatoria en el ejercicio del bien o el amor al bien por el bien mismo. La estética, la

ciencia (lógica y teoría del conocimiento) y la ética vendrían a encontrar así su raíz y justificación

en una psicología que se convertía de ese modo en la ciencia fundante de todas las disciplinas no

físicas.

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Como Wundt, por tanto, Brentano quiso convertir la psicología en una auténtica ciencia; una

ciencia empírica interesada en ciertos fenómenos de la experiencia y desentendida en cambio de

supuestas “sustancias” que habrían obligado a fundarla en hipótesis metafísicas sobre la existencia

de algún sustrato permanente situado más allá de toda experiencia posible. Como Wundt,

asimismo, pretendió hacer de la psicología la ciencia fundamental, cimentando en ella la filosofía.

La pretensión de Brentano, sin embargo, se orientaba por derroteros bien distintos de los

wundtianos, expresando así ejemplarmente la diversidad de cauces por los que habría de discurrir

la psicología en lo sucesivo.

En uno de los cursos que profesó en la Universidad de Viena, publicado mucho después de

su muerte (Brentano, 1982/1995), Brentano había distinguido entre dos grandes partes o tareas de

la psicología: una “descriptiva” y otra “genética”. La primera o “psicognosia” (como también la

llamó) era lógicamente prioritaria, pues su objetivo era esclarecer conceptualmente aquello que la

segunda aspiraba a explicar causalmente. Mal podrán investigarse las causas de los fenómenos de

la memoria, escribió por ejemplo, sin tener claras previamente las características principales de

estos fenómenos. La psicología de Brentano fue fundamentalmente una psicología descriptiva

preocupada por establecer con precisión la definición y clasificación de los fenómenos psíquicos

(Gilson, 1955). La de Wundt, por el contrario, se ajustaba más bien a la concepción brentaniana de

una “psicología genética”, esto es, una psicología atenta a descubrir la “génesis” o condiciones

causales a que están sujetos concretamente los fenómenos.

Tampoco la concepción de lo psíquico era en modo alguno semejante en ambos autores.

Wundt había definido la psicología como una “ciencia de la experiencia inmediata” que debía

ocuparse del “contenido total de la experiencia” (Wundt,1896/1902: 11-12), esto es, tanto de los

factores subjetivos como de los objetivos que la integran (las ciencias naturales, en cambio, sólo

atenderían a los objetos de la experiencia, con abstracción de las dimensiones subjetivas de la

misma). Eso convertía a la psicología de Wundt en una psicología especialmente centrada en los

“contenidos”, ya que es este “contenido total” lo que viene a caracterizar y distinguir a los

fenómenos por los que la psicología se interesa. En Brentano, en cambio, como hemos visto, no

son los contenidos los que definen lo psíquico, sino el acto intencional de referirse a ellos. Su

psicología será una psicología de actos en la que no es lo representado, lo juzgado o lo deseado lo

que interesa, sino la acción misma de representarlo, juzgarlo o desearlo.

Tales diferencias en el modo de entender lo psíquico llevaban aparejadas asimismo una

profunda discrepancia en la concepción de los métodos. Porque Brentano había hecho suya la

crítica del filósofo francés Auguste Comte (1798-1857) y había negado todo valor científico a la

introspección. Los fenómenos psíquicos no pueden ser atendidos u observados al modo de los

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físicos, porque la observación los altera sin remedio. Inténtese observar atentamente cualquier

fenómeno emocional propio, por ejemplo, y se advertirá cómo la emoción se esfuma de inmediato

y queda suplantada por la observación misma. Los fenómenos psíquicos son refractarios a la

observación, que exige del objeto una estabilidad y una duración que sólo pueden encontrarse en

los físicos.

Wundt había intentado sortear las dificultades planteadas por la introspección mediante el

establecimiento de rigurosas condiciones de control experimental. Propugnó así la llamada auto-

observación o introspección experimental, que buscaba proporcionar las máximas garantías de

objetividad a la realización de las observaciones e informes introspectivos de los sujetos. Pero para

ello hubo de limitar su indagación a procesos elementales de tipo sensorial o afectivo (los únicos

que, según él, se podían controlar experimentalmente), sacando del laboratorio la investigación de

los procesos mentales superiores, más complejos, que se dejaba finalmente en manos de la

psicología de los pueblos.

A diferencia del enfoque experimental wundtiano, el de Brentano era un “punto de vista

empírico” que aspiraba a obtener sus datos no sólo de la experimentación (aunque también) sino

de toda posible experiencia. Y que los fenómenos psíquicos no fueran susceptibles de ser

atendidos u observados directamente no quería decir que no fueran accesibles a ella. Lo eran,

desde luego, a lo que Brentano llamó la percepción interna, esto es, una noticia inmediata e

infalible, si bien marginal, que tiene el sujeto del acto psíquico cuando éste se produce. En otros

términos, los fenómenos psíquicos van siempre acompañados de un cierto saber o conocimiento de

ellos que tiene lugar en los márgenes de la conciencia. Se trata de una noticia instantánea, limitada

estrictamente al momento mismo de su aparición, por lo que –pensaba Brentano- era preciso

completarla con la memoria, recurrir a la huella que deja en la memoria inmediata, para poder

hacer de esta percepción interna un uso científico (por más que este recurso introdujera un

elemento de falibilidad en el conocimiento resultante que éste no tenía en su origen).

En definitiva, como puede apreciarse, ni en la manera de entender la tarea de la ciencia

psicológica, ni en el modo de concebir su objeto y su método, coincidían estas dos figuras clave de la

psicología moderna. Fue la de Wundt, desde luego, con su ingente obra publicada y su poderoso

respaldo institucional, la que se impuso y alcanzó mayor difusión en los años finales del siglo XIX.

Brentano, en cambio, publicó muy poco. Su psicología carece del desarrollo sistemático que quiso dar

Wundt a la suya y, aunque centrada indudablemente en cuestiones fundamentales, apenas constituye

un ejercicio de propedéutica. Ello no obstante, excelente maestro y dotado de gran atractivo personal,

ejerció una profunda influencia en numerosos discípulos que siguieron sus enseñazas y desarrollaron

su pensamiento en líneas diversas y originales.

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Entre los que han ocupado un lugar importante en la historia de la psicología, debe destacarse a

Edmund Husserl (1859-1938), “padre” de la fenomenología, en cuya base se encuentran ideas tan

brentanianas como las de la conciencia como referencia intencional de un sujeto a un objeto, la

diversidad de las formas que puede adoptar esa referencia, y el examen descriptivo y sistemático de

esas formas como la tarea propia de la psicología. Discípulos de Brentano fueron también dos figuras

señeras de la llamada “escuela austriaca de la psicología del acto”, Alexius Meinong (1853-1920) y

Christian von Ehrenfels (1859-1932), teórico este último de las llamadas “cualidades gestálticas”,

precursoras de las “formas” o “Gestalten” tematizadas más adelante por los psicólogos de la Gestalt.

Mencionemos por último la influyente figura de Carl Stumpf (1848-1936), fundador y director del

Instituto Psicológico de Berlín (donde se formaron, entre otros, Köhler y Koffka, dos de los líderes de

la “escuela de la Gestalt”), que, en la línea de su maestro, abogó por una psicología de los actos o

funciones psíquicas, que debía ir precedida por una fenomenología o estudio de sus contenidos o

fenómenos (Albertazzi, Libardi y Poli, 1996; Spiegelberg, 1965).

El estudio experimental de la memoria: Hermann Ebbinghaus

Con su pionera investigación sobre la memoria, la figura de Ebbinghaus marca el comienzo

del estudio experimental de los procesos mentales superiores, que hasta entonces se habían

considerado demasiado complejos, subjetivos y fugaces como para ser objeto de examen en el

marco del laboratorio.

Hermann Ebbinghaus (1850-1909) nació en Barmen, ciudad alemana próxima a Bonn,

perteneciente por entonces al reino de Prusia. De familia acomodada, cursó estudios humanísticos

(historia antigua, filología clásica, filosofía griega…) en las universidades de Bonn, Halle y Berlín.

Tras el paréntesis de la guerra franco-prusiana (1870-1871), en la que participó como voluntario,

completó esos estudios con otros de antropología y filosofía en la Universidad de Bonn, en la que

obtuvo el título de doctor en filosofía con una tesis sobre La filosofía del inconsciente en

Hartmann (1873). Durante algunos años se dedicó a viajar y a completar su formación mientras

daba clases para ganarse la vida. En Inglaterra (1875-1877) amplió sus conocimientos sobre la

psicología moderna y descubrió los Elementos de Psicofísica de Fechner, que le causaron una

profunda impresión e influyeron luego decisivamente en su obra. Estuvo también en París (1877-

1878) haciendo amplio uso de sus bibliotecas y enseñando alemán a niños de la aristocracia. En

1878 regresó finalmente a Alemania como tutor de francés del príncipe Waldemar de Prusia, hijo

del príncipe heredero alemán, que falleció inesperada y prematuramente al año siguiente. Decidió

entonces acometer de manera sistemática una investigación sobre la memoria en la que venía

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trabajando informalmente desde tiempo atrás; una investigación que, además de procurarle un

puesto de profesor de filosofía en la universidad de Berlín, iba a asegurarle un lugar eminente en la

historia de la psicología.

Emprender un estudio de naturaleza experimental sobre la memoria en1879 no era, desde

luego, tarea fácil. No sólo suponía contravenir la opinión establecida acerca de la imposibilidad

someter los procesos mentales superiores a la disciplina del laboratorio (una opinión sancionada

por la autoridad de Wundt, quien, como hemos visto, proponía para ellos una aproximación

etnopsicológica bien distinta), sino que obligaba a concebir nuevos materiales y procedimientos

frente a los utilizados en los estudios sobre percepción sensorial y tiempos de reacción propios de

la psicología experimental al uso.

Los nuevos materiales estimulares que ideó Ebbinghaus para su investigación fueron las

conocidas como “sílabas sin sentido”, esto es, unas sílabas carentes de todo significado que obtenía

intercalando un sonido vocálico entre dos consonánticos. De este modo construyó unas 2300

sílabas (como gam, nol, dük o buf) que luego mezclaba al azar para formar las series de longitud

variable que iban a servirle de material para cada prueba. Aunque también realizó algunas con

material significativo, trabajar con material carente de significado como el descrito tenía para

Ebbinghaus ventajas considerables. Por lo pronto, permitía neutralizar la influencia de otro modo

incontrolable de numerosos factores, como el interés, la belleza o las múltiples asociaciones que

puede despertar en el sujeto el material significativo interfiriendo en el proceso rememorativo en

cuanto tal. Se trataba además de un material sumamente sencillo que hacía posibles innumerables

combinaciones de carácter homogéneo (frente a la poesía y la prosa, que, en opinión de

Ebbinghaus, tenían siempre algo de incomparable). Por último, el material sin sentido podía ser

sometido a variaciones cuantitativas precisas sin sufrir los efectos perturbadores que aparecían

irremediablemente cuando se alteraba el sentido del material significativo al acortarlo

artificialmente, bien empezándolo a medias o interrumpiéndolo antes de finalizar.

En definitiva, lo que Ebbinghaus pretendía era a llevar a cabo con la memoria algo parecido a

lo que había hecho Fechner con la sensación; esto es, someterla a una medición exacta en

aplicación del llamado “método de la ciencia natural”, del que se manifestó como un defensor

acérrimo. Buscando dar a sus resultados la mayor objetividad y precisión posibles, impuso además

a sus experimentos condiciones extremadamente rigurosas que se esforzó por cumplir

escrupulosamente. Así, por ejemplo, las series de sílabas sin sentido debían leerse a una velocidad

constante (medida por un metrónomo o un reloj) y hacerlo siempre en su totalidad, nunca por

partes; entre el aprendizaje de una serie y el de la siguiente debía dejarse una pausa de 15

segundos; las condiciones objetivas de la vida cotidiana debían mantenerse constantes y las

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pruebas realizarse en distintos momentos del día; etc., etc. De este modo aspiraba a neutralizar la

influencia no deseada de factores ajenos a los problemas estudiados.

Uno de estos problemas era el de la relación entre la cantidad de material a memorizar y la

rapidez de la memorización, y para su resolución ideó el llamado “método del aprendizaje”.

Consistía este en registrar el tiempo y número de lecturas requeridos para memorizar listas de

sílabas sin sentido de distinta longitud hasta lograr reproducirlas una vez sin titubeos ni errores.

Como era de esperar, cuanto mayor era la longitud de las listas, mayor tiempo y esfuerzo exigía su

memorización. Pero Ebbinghaus intentó precisar además en qué medida esto era así. Halló de este

modo que el tiempo de memorización no aumentaba a la par que la longitud de las listas

memorizadas, sino que lo hacía con mayor rapidez. Comparó también los tiempos de

memorización de materiales con y sin sentido, determinando asimismo con exactitud la ventaja de

los primeros sobre los segundos: mientras que para la reproducción sin errores de 6 estrofas de un

poema de lord Byron, de unas 80 sílabas de extensión, solo necesitó 8 lecturas, para memorizar

una cantidad equivalente de sílabas sin sentido habría necesitado entre 70 y 80 repeticiones. Sin

duda el lenguaje significativo empleado en el poema así como su ritmo y su rima eran factores que

favorecían y facilitaban la memorización.

Otro de los problemas planteados fue el de la relación existente entre el número de lecturas

del material y su retención posterior; o, dicho en otros términos, el problema del

“sobreaprendizaje”. Para abordarlo, concibió el “método del ahorro”: se trataba de memorizar

listas de 16 sílabas sin sentido y leerlas un número variable de veces (entre 8 y 64), para

comprobar luego, 24 horas más tarde, cuántas lecturas menos se necesitaban para lograr recordar

esas mismas listas; esto es, cuántas repeticiones “se ahorraban” respecto de las exigidas al

memorizarlas inicialmente (considerando siempre como memorización la posibilidad de reproducir

las listas una vez sin cometer error alguno). Los resultados mostraban la influencia positiva del

sobreaprendizaje (es decir, las repeticiones que sobrepasaban el número mínimo necesario para

lograr una reproducción sin errores), que permitía ahorrar a la memorización del día siguiente

aproximadamente un 1% por repetición (si bien dentro de ciertos límites marcados por factores

como la fatiga y otras limitaciones fisiológicas).

Entre los resultados más duraderos de sus experimentos se cuentan los obtenidos en su

estudio de la influencia que sobre el recuerdo tiene el transcurso del tiempo. Aquí el procedimiento

adoptado era el siguiente: se estudiaban varias listas de un número determinado sílabas sin sentido

y se volvían a estudiar luego, dejando pasar diversos intervalos de tiempo (de 20 minutos a 31

días) y registrando en cada caso el porcentaje de ahorro (y de su contrario, el olvido) que se

producía al reaprenderlas. Los resultados mostraban que el alto porcentaje de olvido observado en

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las primeras sesiones iba disminuyendo en las siguientes hasta que las diferencias entre unas

sesiones y otras desaparecían prácticamente en las últimas. Estos resultados suelen representarse

gráficamente en una curva de fuerte descenso inicial y gradual nivelación subsiguiente que ha

venido conociéndose como “curva del olvido” o “curva de Ebbinghaus”, en reconocimiento al

psicólogo alemán que recabó estos datos por primera vez (Figura 1).

Figura 1. Curva del olvido, de Ebbinghaus (según Garrett, 1962: 145).

Ebbinghaus atendió también a otros problemas, como los del efecto que sobre la retención

tienen el repaso y el orden de los elementos a retener. A todos ellos se aproximó de manera

extremadamente concienzuda y minuciosa, utilizándose siempre a sí mismo como sujeto en los

experimentos que llevó a cabo a lo largo del curso 1879-1880 y que repitió luego, entre 1883 y

1884, para asegurarse de la fiabilidad de los resultados. Su monografía Sobre la memoria,

publicada al año siguiente, fue acogida con general admiración y aplauso, y su aparición

contribuyó a dar un fuerte impulso a la investigación en este terreno, que la tomó como modelo.

No iba a corresponder ya a Ebbinghaus liderar esa investigación, sin embargo, ya que a partir

de entonces dejó definitivamente de trabajar sobre la memoria para centrar su atención en otras

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tareas (principalmente editoriales y docentes, aunque también investigadoras, si bien en otros

campos). Personalidad independiente y alejada de todo espíritu dogmático y de escuela, careció

también de discípulos que continuaran su labor. La antorcha en ese terreno quedó en manos de

Georg Elias Müller (1850-1934), catedrático de la Universidad de Gotinga profundamente influido

por Ebbinghaus e investigador a su vez sumamente influyente, que tenía a su cargo uno de los

laboratorios de psicología experimental mejor equipados de Alemania al que logró atraer a

multitud de discípulos (como Hans Rupp, David Katz, Edgar Rubin o Harry Helson, entre los más

eminentes).

También Ebbinghaus fundó y equipó laboratorios de psicología en aquellas universidades en

las se desempeñó como docente (Berlín, Breslau, Halle), pero su uso se orientaba más a ilustrar

clases que a fines propiamente investigadores. Relación mucho más directa con la investigación

tuvo en cambio su creación, junto al físico y fisiólogo Arthur König (1856-1901), de la Revista de

Psicología y Fisiología de los Órganos Sensoriales (1890), que contó con con la colaboración de

científicos de primera línea como H. Helmholtz, G. E. Müller, W. Preyer y C. Stumpf y que, al

abrir sus páginas a temas y autores alejados de la ortodoxia wundtiana, supuso una alternativa a los

Estudios Psicológicos de Wundt que contribuyó eficazmente a promover y difundir la psicología

como ciencia natural. En sus últimos años, Ebbinghaus dedicó gran cantidad de tiempo y esfuerzo

a la redacción de unos manuales generales, sus Principios de Psicología en dos volúmenes

(1897/1902 y 1908/1913) y el más breve Compendio de Psicología (1908), que tuvieron una

excelente acogida tanto en Alemania como fuera de ella. En cuanto a su labor investigadora

propiamente dicha, merece recordarse también especialmente su elaboración de un test de

inteligencia diseñado para evaluar el efecto de la fatiga en el rendimiento escolar, consistente en

una prueba en la que los niños tenían que completar las frases de un texto insertando en él las

palabras que faltaban. Adaptado luego por Binet y por Terman en sus famosas escalas de

inteligencia, el conocido como “test de terminación de Ebbinghaus” (1897) hace asimismo de su

autor un pionero de la psicología aplicada en un momento en que la tentación utilitaria equivalía

para muchos a la renuncia a los limpios principios de la ciencia pura.

Así pues, como puede apreciarse, la significación psicológica de Ebbinghaus dista mucho de

poder limitarse a su contribución al estudio experimental de la memoria por la que hoy suele

recordársele. Y tampoco debe pasarse por alto que ese recuerdo no siempre ha sido particularmente

elogioso o favorable. En época reciente, por ejemplo, en el marco de la moderna psicología

cognitiva, se le ha reprochado la artificialidad de las situaciones experimentales que diseñó y su

falta de atención a los factores contextuales y semánticos que tan decisivo papel desempeñan en el

funcionamiento de la memoria humana (Neisser, 1982).

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Con todo, ha sido sin duda su trabajo sobre la memoria el que ha terminado dejando una

huella más profunda y duradera. Con su riguroso control de las variables en juego y su amplio uso

de las matemáticas tanto en el tratamiento de los datos como en la discusión de los resultados,

constituyó un convincente argumento a favor de la posibilidad de acercarse a los procesos

mentales más complejos con una metodología objetiva, convirtiéndose así en una poderosa fuente

de inspiración para todos aquellos que, en su época, aspiraban a hacer de la psicología una empresa

genuinamente científica.

El estudio experimental del pensamiento: Oswald Külpe y la escuela de Wurzburgo

Si el trabajo de Ebbinghaus desafiaba la negativa de Wundt a estudiar experimentalmente los

procesos superiores, sometiendo a medición a la memoria, la escuela de Wurzburgo llevará aún

más lejos ese desafío, planteándose el análisis experimental del propio pensamiento. Aunque

Wundt optaba para su estudio por un enfoque histórico-etnográfico, entre sus discípulos y

colaboradores más cercanos y apreciados, algunos se propusieron precisamente romper esa

división, apostando por un estudio del pensamiento mediante introspección experimental. Así lo

hizo Oscar Külpe (1862-1915), uno de los colaboradores más prestigiosos de su laboratorio, que

dejará Leipzig en 1894 para desplazarse a Wurzburgo, donde desarrollará durante quince años todo

un programa de investigación en torno al análisis experimental del pensamiento.

Nacido en Kandau (Letonia), Külpe estudió fisiología, filosofía, psicología e historia en

Leipzig, Gotinga y Berlín, doctorándose con Wundt en 1887. Tras colaborar con él en el

laboratorio durante más de diez, ocupándose sobre todo de cronometría mental y cuestiones

relacionadas en la teoría de los sentimientos, Külpe empezó a separarse de su maestro en varios

puntos. Así, en 1893 publicó su propio manual de Principios de Psicología (Külpe, 1893/1999),

donde rechazaba explícitamente la idea de “causalidad psíquica” de Wundt, acercándose tanto a un

positivismo sensualista como a un cierto reduccionismo fisiológico (Danziger, 1979). Poco

después, en 1902, el mismo Külpe se alejaría de estas tendencias positivas y reduccionistas, pero

no para volver a acercarse a Wundt. Antes bien, se opondrá a la idea wundtiana de que todos los

contenidos mentales son conscientes y representacionales, así como a la idea de que podemos

acceder a ellos de forma inmediata. Külpe tampoco comparte con Wundt la estricta separación

entre fenómenos psíquicos inferiores y superiores –especialmente en lo que se refiere a la

ineficacia de la experimentación para estos últimos (Kusch, 2006).

Tanto él como sus colaboradores se proponen precisamente someter el pensamiento a

introspección experimental, recurriendo a amplios auto-informes que los sujetos ofrecerán de

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forma retrospectiva, una vez finalizada la prueba (recordemos que Wundt exigía que los resultados

se recogieran en el mismo momento y sin tiempo para que el sujeto pudiera reflexionar sobre

ellos). Este es el programa de investigación que desarrollará en Wurzburgo, donde Külpe fundará,

junto a Karl Marbe (1869-1953), otro antiguo alumno de Wundt, otro laboratorio de Psicología

(convertido después en un Instituto de Psicología).

Cronológicamente, el movimiento comienza en 1901, con una investigación sobre la

clasificación de las asociaciones por parte de dos estudiantes de Marbe: Mayer y Orth. Su objetivo

es llevar este problema, propio de la lógica, al laboratorio, para tratar de hacer una clasificación de

tipo “psicológico”. Para ello, diseñan una tarea de asociación libre y piden a los sujetos que relaten

los estados mentales que tengan lugar entre la presentación de los estímulos (verbales) y su

reacción. En el momento de analizar los informes de los sujetos, los investigadores entrevén, más

allá de imágenes y voliciones, un grupo de estados o fenómenos de conciencia difíciles de

describir, que no forman parte de las categorías convencionales. A estos estados los van a llamar

Bewusstseinslagen, que podemos traducir como “actitudes de conciencia”. Ese mismo año, Marbe

encontraría datos parecidos durante una investigación sobre la operación mental que llamamos

“juicio”. Marbe pide a los participantes que levanten dos cuerpos cilíndricos que tienen la misma

apariencia y comparen su peso (de 25 y 110 gramos respectivamente) y digan (juzguen) cuál es el

más pesado. Inmediatamente después de responder, Marbe les pide que informen sobre lo que han

vivido durante la resolución de la tarea. El objetivo es acceder a lo que ha pasado en la conciencia

antes de que den su respuesta. En sus conclusiones, Marbe, además de descartar la naturaleza

psicológica del juicio (oponiéndose a su antiguo maestro de Leipzig, que lo define como el análisis

de una representación compleja) y afirmar su naturaleza puramente lógica (en la línea de las

críticas lanzadas por Husserl a Wundt)3, afirma encontrar en sus informes verbales que el juicio se

acompaña en ocasiones de sensaciones o imágenes, pero también, a menudo, de hechos difíciles de

describir, las llamadas “actitudes de conciencia”.

Siguiendo un método diferente, en 1905, otro investigador del laboratorio, Henry Watt

(1879-1925), va a dar cuenta de otros fenómenos semejantes. En lugar de recurrir a la asociación

libre, la tarea planteada a los sujetos está dirigida por instrucciones precisas, como por ejemplo,

encontrar un concepto supraordenado (por ejemplo, para “paloma” un concepto supraordenado

3 Para Wundt el estudio psicológico del pensamiento era el primer paso necesario para el desarrollo de una lógica científica. Wundt era uno de los objetivos de las críticas de Husserl, en la medida en que defendía una concepción de la lógica como ciencia normativa del pensamiento, que debía fundarse sobre una psicología empírica. Por otra parte, el logicismo de Marbe sería tan pronunciado que llegará incluso a acusar a sus colegas de laboratorio, como Messer o Bühler, de psicologismo cada vez que éstos no se muestran de acuerdo con sus conclusiones. Según Bühler, por ejemplo, los sujetos de Messer no habían podido identificar el aspecto psicológico del juicio a causa de la simplicidad de las tareas. Las tareas simples se resolvían de forma automática e inconsciente. (Kusch, 2006: 67).

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sería “ave”), un concepto subordinado (por ejemplo, para “mueble” podría ser “silla”), un todo o

una parte en relación con un estímulo verbal (palabra) determinado. Se trata del “método de las

instrucciones”, con el que Watt distinguirá cuatro estadios del pensamiento (preparación, aparición

de la palabra inductora, búsqueda de la palabra inducida y aparición de la palabra en cuestión). Ahí

también Watt encontrará estados inefables, de una naturaleza difícil de precisar, como la

“conciencia de una dirección”, de una significación previa a la palabra o la imagen, así como

tendencias, que serían algo así como la mecánica del pensamiento. La unidad del pensamiento

vendría dada por la consigna o instrucción, por el tema, que daría al pensamiento un impulso

organizador.

Con una técnica parecida a la consigna, pero un poco más sutil, que trata de acercarse al

máximo al pensamiento libre, normal y espontáneo, en 1906 August Messer (1867-1937) llevará a

cabo también una serie de investigaciones experimentales. Su objetivo es explorar los fenómenos

que tienen lugar en la conciencia durante una variedad de procesos más o menos simples del

pensamiento. En todos los casos, detecta una especie de saber puro, libre de toda mezcla sensible,

elementos “no representados” muy diversos. Retoma el término de Bewusstseinslagen para

referirse a ellos y trata incluso de clasificarlos. En todo caso, identifica todas estas “actitudes de

conciencia” con el campo de experiencias que otros autores (como Benno Erdmann) habían

llamado “pensamiento no formulado” o “intuitivo”. Finalmente, Messer encuentra que los

procesos del pensamiento conllevan también una dirección, un elemento director, que les da

unidad y continuidad. Finalmente hablará de una especie de “montaje” inconsciente que nos hace

recoger las impresiones exteriores y responder a ellas de ciertas maneras.

Al relacionar las “actitudes de conciencia” con el pensamiento en general, Messer contribuye

definitivamente a la formación de la teoría de la Escuela de Wurzburgo acerca de la existencia de

un “pensamiento sin imágenes”. Las investigaciones de Karl Bühler (1879-1963) vendrán a

culminarla. Si las primeras investigaciones se mostraban aún muy tentativas, con Bühler el

enfoque se va a radicalizar. En su tesis de habilitación, “Datos y problemas relativos a una

psicología de los procesos de pensamiento”, publicada en tres ensayos entre 1907 y 1908, Bühler

parece incluso ironizar sobre el trabajo de sus predecesores: él quiere saber lo que pasa cuando la

gente piensa, y esto no puede estudiarse con técnicas de asociación libre o tareas simples como la

comparación de pesos (Humphrey, 1951). Bühler va a utilizar directamente aforismos filosóficos,

poéticos o problemas filosóficos complejos, y sólo utilizará para sus análisis las repuestas de

sujetos tan entrenados como el propio Külpe. La ventaja de los buenos aforismos, como por

ejemplo “Pensar es tan extraordinariamente difícil que muchos prefieren opinar”, consiste en que

hay que pensar para comprenderlos. Por tanto, se pueden formular preguntas como “¿Comprende

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usted…?”, “¿Es correcto que…?”. Los problemas filosóficos podían ser del tipo: “¿Ha conocido la

Edad Media el teorema de Pitágoras?” o “¿La teoría física de los átomos puede ser falsada por

nuevos descubrimientos?”. Las preguntas, como vemos, eran complejas, pero formuladas de modo

que el sujeto pudiera responder con una respuesta sencilla, de forma que su atención pudiera

concentrarse sobre la observación interna. Además, Bühler elige los enunciados en función de los

gustos y preferencias de los participantes por ciertos filósofos y poetas, pues consideraba que la

motivación y el placer por la tarea eran condición indispensable para provocar el pensamiento.

Aunque Bühler recoge como dato el tiempo entre la lectura del enunciado y la respuesta del sujeto,

no tiene realmente en cuenta estas medidas en el análisis de sus resultados. La investigación apunta

más bien a ver, a través de la introspección, qué ha percibido el sujeto durante el proceso de

pensamiento.

A partir de esos análisis, Bühler concluye que nuestra experiencia de pensamiento está

constituida por representaciones sensoriales de modalidades diferentes, de sentimientos, así como

de “movimientos particulares de la conciencia” (en la línea de los encontrados por sus colegas de

laboratorio), a los que decide llamar también provisionalmente Bewusstseinslagen. Los define

como momentos decisivos del proceso del pensamiento que no tienen ni cualidad ni intensidad

sensorial. En la medida en que las imágenes (representaciones) que encontramos en el pensamiento

son elementos fragmentarios, esporádicos, azarosos, no podemos considerarlos como el vehículo

del pensamiento, que es continuo. Sólo podemos considerar los “pensamientos” como las

verdaderas partes constitutivas de nuestras experiencias. Junto a las sensaciones y los sentimientos,

el pensamiento debe ser considerado, pues, como una nueva categoría mental. Tiene articulaciones

propias y constituye una unidad, formada de partes dependientes. Bühler distingue entre tres tipos,

momentos o rasgos, del pensamiento, a saber: 1) la conciencia de la regla, el hecho de saber el

método que permite resolver un problema, como un conocimiento anticipado del camino a seguir;

2) la conciencia de relación, la noción de relaciones internas que se establecen en el seno de un

pensamiento que se dibuja o que vinculan este pensamiento a otros; nos acordamos de una relación

de oposición o de coordinación entre elementos, sin que sepamos exactamente cuáles eran los

elementos que se coordinaban o se oponían; 3) la intención, la pura significación despojada de su

contenido, la pura dirección hacia un objeto, desvinculada de toda determinación relativa al objeto.

La intención se define precisamente en los términos que encontrábamos en Brentano y

Husserl. De hecho, Bühler recurre a una parte de la terminología empleada por Husserl en sus

Investigaciones Lógicas (1901), cuya metodología elogiaba ya desde el inicio de su trabajo

(Kusch, 2006). Las referencias a Husserl, en todo caso, aparecían ya en los trabajos de Messer de

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1906 así como después, en su libro Sensación y pensamiento, de 1908, que constituye a la vez una

introducción a la psicología moderna y a las Investigaciones Lógicas de Husserl.

Este desplazamiento de la escuela de Wurzburgo hacia una psicología del acto sería sin duda

contestado por Wundt (como ya vimos en el capítulo 5, epígrafe 5.3), que siempre se mostró

contrario a Brentano y sus discípulos. Para Wundt, que había utilizado su autoridad, por ejemplo,

para rechazar la publicación de artículos de A. Meinong en la revista Archiv für Psychologie, se

trataba de una psicología reflexiva y escolástica que haría perder a la revista su carácter científico

(Kusch, 2006: 157-158). La reacción pública de Wundt, en todo caso, se produjo sólo a partir de la

publicación de la primera parte de la tesis de habilitación de Bühler. Lo hizo con un texto donde

atacaba el conjunto de las investigaciones de la escuela, desde Marbe y sus conclusiones sobre el

carácter esencialmente lógico del juicio hasta Bühler. Como adelantábamos ya en el capítulo 5,

Wundt se opone a la utilización del método introspectivo para analizar el pensamiento: si estamos

pensando en la respuesta a una pregunta, no podemos a la vez estar atentos a lo que pasa mientras

lo hacemos. Bühler, por su parte, añadirá un anexo a la publicación de las dos últimas partes de su

trabajo, en respuesta a Wundt, rechazando que su método contradiga sus indicaciones con respecto

al uso de una metodología experimental4.

En realidad, a lo que Wundt se opone frontalmente es a la idea de un pensamiento puro,

absolutamente incompatible con una “psicología de los contenidos”, donde la representación es el

fundamento de toda actividad, incluida la apercepción. Para Wundt, la fenomenología hacía de

todos los contenidos de conciencia actos lógicos de pensamiento o formas lingüísticas; era una

psicología sin psicología. Así, mientras que Husserl combatía el psicologismo (que pretende

fundamentar la filosofía sobre la psicología), Wundt se planteaba como tarea combatir el logicismo

(Kusch, 2006: 154).

Según reconocerá más adelante en un texto dedicado a su maestro Külpe, sería el propio

Bühler el que se habría encargado de introducir la obra de “Brentano y su escuela” en la psicología

del pensamiento de Wurzburgo, en parte contra las dudas y la resistencia inicial de su maestro

(Bühler, 1922, citado por Kusch, 2006). Por otra parte, mucho más tarde, en su muy posterior

Teoría del lenguaje (1934), Bühler lanzará una mirada retrospectiva y crítica sobre estos

experimentos y la idea de un “esquema sintáctico vacío”. Justificará entonces su actitud como una

tentativa de refutación del “incurable sensualismo de cortas miras de la época”, pero oponiéndose

4 Los experimentos de la Escuela de Wurzburgo siguen el esquema de: 1) presentación controlada de estímulos (por el experimentador, en lugar de un aparato); 2) medición de tiempos de respuesta; 3) reacción del sujeto bajo forma de una huella grabada por un aparato, que en este caso se recogen informes verbalizados, algo que el mismo Wundt recogía bajo la categoría de “métodos de reacción” (Friedrich, 2008)

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ya a la idea de una gramática pura del pensamiento, a priori, como la que de hecho defendía el

primer Husserl (Bühler, 1934/2009: 82-86, 387-391).

En esa búsqueda de un pensamiento puro, la Escuela de Wurzburgo terminaría prácticamente

rechazando el valor de las imágenes, reivindicando la existencia de un “pensamiento sin

imágenes”. En ese acto, la Escuela privaría a las imágenes de todo contenido intelectual (reducidas

a elementos puramente sensibles), alejándose de las formas concretas del pensamiento a favor de

una concepción excesivamente abstracta y lógica de la mente. Frente a este panlogicismo, al que se

oponía precisamente Wundt, otras líneas de investigación, igualmente críticas con el sensualismo y

el atomismo psicológico, subrayarán el carácter intelectual y simbólico de las imágenes, así como

la naturaleza esencialmente simbólica del pensamiento en general. Las imágenes, como las

palabras o los símbolos matemáticos, serían signos, herramientas con las que trabaja el

pensamiento en su relación (bidireccional) con el mundo de las cosas. Esas líneas permitirán

vincular el análisis del pensamiento (la significación) con el análisis de los productos culturales,

entendidos como expresión y molde del pensamiento a la vez, a los que se dirigía Wundt con su

Psicología de los Pueblos. La idea de una naturaleza simbólica del pensamiento encontrará una

importante (aunque poco conocida) vía de desarrollo en la psicología francesa, de la mano de

Henri Delacroix, especialmente en su obra sobre El lenguaje y el pensamiento (1924), así como de

su discípulo Ignace Meyerson (Las funciones psicológicas y las obras, 1947). Otra vía de

desarrollo, sin duda, se encontrará en la psicología soviética, de la mano principalmente de

Vigotsky, autor de otra obra de igual título bastante más conocida (Pensamiento y Lenguaje,

1934), al que nos referiremos en el capítulo 12.

Por lo que respecta a las investigaciones de la Escuela de Wurzburgo y su investigación

experimental del pensamiento, éstas se encontraron en su momento con el claro obstáculo de

Wundt, figura de autoridad del momento, que entendía que ésa no era la vía que debía seguir una

psicología científica, y así lo dejó entender a la hora de aceptar o rechazar publicaciones así como

de apoyar o no ciertas candidaturas. Los investigadores de la Escuela, en todo caso, encontraron el

modo de seguir desarrollando su trabajo. Bühler dejaría Wurzburgo en 1909 para seguir a Külpe a

Bonn (1909-1913). Juntos se volverán a desplazar a Munich, donde organizaron el Instituto de

Psicología. A partir de 1922, Bühler se trasladará a Viena, donde fundará su propio Instituto. Allí

alcanzará un notable reconocimiento internacional, con trabajos como su ya mencionada Teoría

del lenguaje (próxima a la concepción simbólica del pensamiento arriba señalada), que sin

embargo se difuminará con su forzada huida a los EEUU, con la entrada de los nazis en Viena en

1938.

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Entre tanto, en el panorama de las discusiones en torno a una psicología científica, desde los

primeros años veinte, la psicología de la Gestalt (ampliamente influida, por otro lado, por la propia

Escuela de Wurzburgo)5 se iría imponiendo al “pensamiento sin imágenes”. Las investigaciones de

la Escuela de Wurzburgo sobre los procesos de pensamiento, en todo caso, volverían a despertar

interés a partir de los años 50, cuando tras la larga hegemonía conductista, la psicología busca la

forma de volver a ocuparse de los procesos cognitivos (como muestra el propio trabajo de

Humphrey, 1951). Esta “recuperación”, sin embargo, se dará de forma casi anecdótica, pues para

ese momento el análisis del pensamiento, atravesado ya por la metáfora del ordenador y el

procesamiento de la información, excluirá la posibilidad de toda forma de introspección. Esta

última, en todo caso, viene despertando en los últimos años el interés de una parte de la

fenomenología (Friedrich, 2008).

El estructuralismo: Edward Bradford Titchener

Más que una alternativa a la psicología de Wundt, la de Titchener quiso ser un desarrollo o

prolongación de la wundtiana; o, por mejor decir, de su vertiente fisiológica o experimental. La

psicología de los pueblos, en efecto, esa pieza angular del sistema psicológico de Wundt, se halla

por completo ausente del de Titchener. Conviene hacer esta precisión porque durante algún tiempo

Titchener pasó por ser el genuino representante de la perspectiva wundtiana en los Estados Unidos,

una creencia que el propio Titchener y sus discípulos contribuyeron a fomentar, pero cuya

inexactitud y límites ha puesto de manifiesto la crítica historiográfica (Blumenthal, 1975;

Bringmann y Tweney, 1980; Leahey, 1981). Hoy se ve claro que, aunque dedicara buena parte de

su obra a la exposición y sistematización del punto de vista wundtiano, Titchener distó mucho de

atenerse estrictamente a él. No sólo llevó a cabo una lectura de Wundt desde esquemas

interpretativos propios de la tradición intelectual empirista y asociacionista británica (en la que el

propio Titchener se había formado) que eran completamente ajenos al psicólogo alemán, sino que

rechazó algunas de las concepciones clave del wundtismo (como la apercepción) y se esforzó en

cambio en incorporar otras procedentes de otras fuentes (Brentano, por ejemplo) en un tardío

esfuerzo por construir un sistema psicológico propio que, sin embargo, no consiguió completar.

Edward Bradford Titchener nació en 1867 en Chichester, una pequeña ciudad del sur de

Inglaterra, y se formó como estudiante de filosofía y filología clásica en la Universidad de Oxford.

Durante el último año de sus estudios universitarios se interesó también por la fisiología y la

psicología, en particular por la obra de Wundt, de cuyos Fundamentos de Psicología realizó una

5 Uno de los fundadores de la Psicología de la Gestalt, Max Wertheimer (1880-1843), fue discípulo de Külpe.

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traducción al inglés que no llegó a publicar nunca. En 1890 se trasladó a Leipzig para ampliar allí

su formación psicológica bajo la dirección del gran maestro alemán, con quien se doctoró dos años

más tarde con una tesis sobre el efecto de la estimulación monocular en la visión binocular. De

vuelta en Inglaterra y tras fracasar sus intentos de lograr un puesto en Oxford donde poder enseñar

la psicología fisiológica aprendida en Alemania (no había aún cátedras de esta disciplina en la

universidad inglesa), decidió aceptar el ofrecimiento del que dejaba vacante en la Universidad de

Cornell (en Ithaca, Estados Unidos) su amigo y condiscípulo en Leipzig Frank Angell (1857-

1939), que se trasladaba a su vez por entonces a la recién creada Universidad de Stanford. A partir

de ese momento, y hasta su muerte acaecida en 1927, Titchener iba a permanecer ya en Cornell,

cuyo laboratorio de psicología se convertiría bajo su dirección en un centro sumamente activo de

investigación experimental “a la alemana” en el que se formaron algunos de los psicólogos

norteamericanos más distinguidos e influyentes de su época (como Margaret F. Washburn, que se

haría famosa por sus trabajos sobre “la mente animal”; o Edwin G. Boring, el gran historiador de

la psicología).

Como otros psicólogos de su generación (Ebbinghaus, Külpe), Titchener reclamaba para la

psicología un punto de vista científico que permitiera insertarla en el marco de las ciencias

naturales. En este sentido, el nuevo positivismo científico del físico y filósofo austriaco Ernst

Mach (1838-1916) le iba a proporcionar una herramienta legitimadora inestimable. Porque Mach

defendía una concepción de la realidad radicalmente empirista, según la cual lo que

verdaderamente hay no es ninguna entidad substancial que subyazga a la experiencia y le sirva de

soporte (llámese ésta “materia”, “espíritu”, “cosa en sí” o de cualquier otro modo que los filósofos

quisieran imaginar) sino tan sólo la experiencia misma; más aún, la experiencia sensorial. De

manera que la distinción entre el mundo físico “de las cosas” y el mundo psíquico “de los

pensamientos” o “estados mentales” no radicaría en el tipo de realidad de que están hechos cada

uno (que sería una y la misma: la experiencia sensorial), sino en el punto de vista que se adopte

para aproximarse a ella. La física (y, en general, las llamadas “ciencias de la naturaleza”)

estudiaría las sensaciones en sí mismas y en sus relaciones sin tener en cuenta al sujeto que las

experimenta; la psicología haría otro tanto, pero tomándolo en consideración. En ambos casos, sin

embargo, será la experiencia el objeto de estudio, y no habrá por tanto razón alguna para

considerar la psicología y las ciencias naturales como disciplinas de distinto rango.

Al definir la psicología como la “ciencia de la mente” entendida como “la suma total de la

experiencia humana en cuanto dependiente de la persona experienciante” (que es como la definió

en cierta ocasión) (Titchener, 1910: 9), Titchener se alineaba claramente con Mach y se

distanciaba de Wundt. Rechazaba, en efecto, la distinción que este último hacía entre “experiencia

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mediata” y “experiencia inmediata” porque entendía que la noción de experiencia implicaba ya la

inmediatez, lo que hacía de la “experiencia mediata” una noción contradictoria. No sería, sin

embargo, su único rechazo, ya que se opuso también a cuantas ideas wundtianas (la causalidad

psíquica, el voluntarismo filosófico, la resistencia a extender los métodos experimentales más allá

del estudio de los procesos psicológicos más simples…) consideraba incompatibles con la

condición científico-natural que defendía para la psicología (un objetivo que, evidentemente,

Wundt no compartía).

Este planteamiento “cientificista” condicionaba asimismo el método con que la psicología

debía aproximarse a su objeto. Según Titchener no podía ser otro que el característico de las demás

ciencias naturales, el método observacional que en psicología recibe el nombre de “introspectivo”.

Porque, en efecto, la introspección psicológica no es otra cosa que observación. Eso sí,

observación científica, y, por tanto, rigurosa, atenta y limpia de los prejuicios propios de la

observación cotidiana o “de andar por casa”; y observación interna, de procesos mentales sólo

accesibles al propio individuo y siempre en riesgo de ser alterados por el ejercicio de la propia

introspección. Estas (y otras) dificultades del método introspectivo que Titchener reconocía

abiertamente, le llevaban a exigir una serie de precauciones metodológicas que creía

imprescindibles si se quería mantener para la psicología la pretensión de cientificidad a la que él

aspiraba. Era preciso, por lo pronto, que los observadores estuviesen bien entrenados, de modo que

el adiestramiento previo les permitiese sobreponerse a la ligereza y los sesgos de la observación

habitual, no científica, cotidiana (por ejemplo, el tan frecuente “error del estímulo”, típico del

observador no entrenado, consistente en confundir el objeto percibido, siempre cargado

significativamente de todo lo que el observador cree saber previamente sobre él, con la experiencia

real y efectiva que se tiene de ese objeto en un momento dado). Era preciso, por otra parte, que la

observación misma se llevarse a cabo siempre sobre procesos mentales ya pasados, si bien

inmediatamente acontecidos, para evitar que la introspección pudiese llegar a alterarlos (lo cual,

claro está, convertía la introspección en “retrospección”, y no fueron precisamente escasas las

críticas que el método llegó a recibir por este motivo). Era preciso, por último, que los resultados

de la introspección se obtuviesen en condiciones estandarizadas, iguales para todos los

observadores, que pudieran garantizar la neutralización de la estimulación no deseada o irrelevante

y la posibilidad de repetir la experiencia en distintos momentos y por distintos sujetos e

investigadores (es decir, era preciso que la introspección fuese experimental).

Así, pues, Titchener concebía la psicología como una ciencia (esto es, un conocimiento

ordenado, metódico, exhaustivo, sistemático) cuyo objeto era la mente (entendida, ya lo hemos

visto, como la totalidad de la experiencia en cuanto dependiente de un sujeto que la tiene o

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experimenta; a la que experimenta o tiene en un momento concreto dado –o, como escribió alguna

vez, “la mente ahora”- la llamó Titchener “conciencia”) (Titchener, 1898: 19-20), y su método, la

introspección experimental (que es la realizada en el laboratorio bajo estrictas condiciones de

control).

Pues bien, ante la psicología así concebida se ofrecía una doble tarea, descriptiva y

explicativa, a la que Titchener se refirió como “el problema de la psicología”.

La tarea descriptiva debía desplegarse a su vez en dos momentos distintos: uno analítico y

otro sintético. Como cualquier otra ciencia, en efecto, la psicología tenía que comenzar por el

análisis de su material, es decir, por su desmenuzamiento en los elementos que lo componen. La

cuidadosa observación del científico pone de manifiesto que lo que a primera vista parece simple

en realidad no lo es, y debe por tanto ser analizado, troceado en partes cada vez más simples que

faciliten su comprensión. La finalidad del análisis es llegar a descubrir los componentes últimos,

los que ya no pueden dividirse más o reducirse a otros, del fenómeno estudiado. En psicología el

material del que se parte es la conciencia (las experiencias mentales concretas), y el análisis deberá

hacer posible identificar los componentes elementales de esas experiencias a fin de determinar su

número y naturaleza. Sólo entonces se podrá dar paso a la síntesis, al esfuerzo por recomponer en

su integridad primera lo previamente analizado, que en el caso de la psicología deberá consistir y

concretarse en la formulación de las leyes que rigen la conexión de los elementos mentales

descubiertos para formar las experiencias mentales de las que se obtuvieron. Si en su momento

analítico la psicología debe proporcionarnos los elementos constitutivos de la conciencia, en su

momento sintético deberá ofrecernos los distintos modos que esos elementos tienen de combinarse

para constituirla.

La segunda gran tarea, la tarea explicativa, igualmente tomada del modo de proceder de las

demás ciencias, consistirá en psicología en establecer las condiciones fisiológicas o corporales en

las que se dan o aparecen los procesos mentales investigados y descritos. No se quería decir con

ello que estos fueran causados por aquellas, sin embargo. Titchener rechazaba tajantemente la idea

de una relación causa-efecto entre los procesos corporales y los mentales. Asumió en cambio el

llamado principio del paralelismo psicofísico (que ya Wundt había sostenido), que se limitaba a

afirmar la correspondencia entre ambos tipos de procesos. A todo proceso mental, pues, habría de

corresponderle algún otro corporal; y en identificar los correspondientes a los procesos mentales

en estudio, aquellos que se dan cuando estos están ocurriendo, consistirá para Titchener la

explicación psicológica.

El “problema de la psicología” era, pues, de una magnitud considerable y ofrecía múltiples

dimensiones. De todas ellas, Titchener iba a concentrar su atención principalmente en la más

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básica, en aquella de la que según su propio planteamiento científico-sistemático dependían

necesariamente todas las demás: el análisis de la conciencia en sus componentes elementales (y, de

manera particular, el estudio de las sensaciones).

Sin duda influido por la tradición empirista y asociacionista del pensamiento británico, en los

análisis introspectivos realizados por él mismo y por sus discípulos distinguía Titchener dos tipos

fundamentales de elementos mentales: las sensaciones, o elementos de las percepciones; y los

afectos, o elementos de las emociones (a los que añadió después un tercer tipo: las imágenes o

elementos de las ideas, recuerdos y pensamientos). Estos elementos, a su vez, estaban dotados de

ciertos atributos o propiedades (cualidad, claridad, intensidad, duración y, en algunos casos,

extensión) que permitían identificarlos y distinguirlos entre sí. Titchener realizó una minuciosa

clasificación de las sensaciones atendiendo al órgano corporal del que proceden (visuales,

olfativas, gustativas, etc.), al origen externo o interno de la estimulación (sensaciones de los

sentidos especiales, sensaciones orgánicas y sensaciones comunes) y a la naturaleza física del

estímulo, que permite diferenciar tipos distintos de sensaciones entre los procedentes de un mismo

órgano sensorial (como las de brillo y color, dentro de las visuales; o las de ruido y sonido, dentro

de las auditivas). Titchener calculó que se habían podido identificar en total más de 40000

sensaciones distintas, de las que unas 31000 estarían relacionadas con el sentido de la vista y unas

11500 con el del oído, sin duda los más investigados en los laboratorios psicológicos de la época

(Titchener, 1896: 67).

El tratamiento que hace Titchener de los afectos difiere notablemente del de las sensaciones.

No encontramos aquí, en efecto, nada parecido a la detallada clasificación que ofrecía de ellas.

Porque si en este último caso la clasificación se justificaba por la gran variedad de órganos

sensoriales existente, cada uno su propio grupo o grupos de sensaciones, en el caso de los afectos

es el cuerpo en su totalidad el único órgano implicado. Además, así como existe un número muy

elevado de cualidades sensoriales (la gran variedad de colores, sonidos, etc.), la introspección

únicamente permite identificar dos cualidades afectivas (correspondientes a los procesos orgánicos

de anabolismo o síntesis y catabolismo o degradación): el agrado y el desagrado. A ellas redujo

Titchener las otras dos dimensiones (excitación-inhibición y tensión-relajación) que había

reconocido anteriormente Wundt en el proceso afectivo.

Pues bien, a partir de este conjunto de elementos sensoriales y afectivos pretendió Titchener

dar cuenta de la estructura de la mente en su totalidad. Así, fenómenos más complejos como las

percepciones o las ideas no serían sino el resultado de la “conexión y mezcla” de sensaciones

(Titchener, 1896: 92); los sentimientos resultarían de la unión de una percepción o una idea con un

afecto en la que el componente afectivo desempeñaría un papel preponderante; y las emociones

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estarían constituidas por un sentimiento intenso asociado a un conjunto de ideas (sobre el mundo

externo) y sensaciones (orgánicas). En cuanto a los fenómenos mentales de mayor complejidad

(recogemos aquí los abordados en su Outline of Psychology [Esbozo de psicología] de 1896, su

primera gran obra sistemática), el reconocimiento, la memoria y la imaginación, la conciencia de sí

y la intelección (juicio, formación de conceptos y razonamiento) y los sentimientos complejos

(intelectuales o lógicos, éticos o sociales, estéticos y los religiosos), Titchener se esforzó por

mostrar cómo cada uno de ellos se edificaba sobre la base de otros más simples y anteriores. De

este modo, por ejemplo, el razonamiento consistiría en una asociación sucesiva de juicios (la forma

más simple de intelección), que serían, a su vez, asociaciones sucesivas de ideas consistentes, por

su parte, en conjuntos de sensaciones.

Titchener proponía así una visión de la mente que denominó “estructural” y que, en un

célebre artículo de 1898, llegaba a identificar con la psicología experimental misma, en

contraposición crítica con la orientación “funcional” que veía tomar a la psicología

norteamericana:

El objetivo primordial del psicólogo experimental es hacer un análisis de la estructura de la mente; desenredar los procesos elementales de la madeja de la conciencia, o (cambiando la metáfora) aislar las partes constitutivas de una determinada formación consciente. La tarea del psicólogo experimental es la vivisección que produzca resultados estructurales, no funcionales. Le interesa descubrir, en primer lugar, qué es lo que hay y en qué cantidad; no para qué sirve (Titchener, 1898b/1982: 210).

El acento debía ponerse, pues, en el “qué” de la conciencia y no en su “para qué”, como parecía

defender el “funcionalismo” (vid. capítulo 7); un punto de vista que Titchener consideraba

legítimo, pero también prematuro y peligrosamente próximo a las posiciones filosóficas de las que,

en su opinión, la psicología se debía alejar.

A este distanciamiento de la filosofía quiso contribuir Titchener definiendo en sus escritos

una estricta ortodoxia científico-experimental que iba a calar hondo en la psicología

norteamericana de su tiempo. Hito fundamental en este proceso fue la publicación de su

monumental Psicología Experimental: Manual de Práctica de Laboratorio en 4 volúmenes (1901-

1905), un prodigio de erudición con el que su autor aspiraba a despejar cualquier duda que pudiese

haber sobre la respetabilidad científica de la psicología. Junto a esta obra, que se mantuvo durante

décadas como el manual estándar de laboratorio (Boring, 1950), otros manuales suyos (Esbozo de

psicología, 1896; A Primer of Psychology [Manual básico de psicología], 1898; A Text-Book of

psychology [Manual de psicología], 1910; A beginner’s psychology [Psicología para principiantes],

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1915) en los que defiende su enfoque estructuralista con idéntico afán de rigor y voluntad de

sistema se cuentan asimismo entre los más influyentes de su época (Heidbreder, 1933/1971).

Pero los efectos de esta influencia no fueron solo positivos. La aproximación titcheneriana

también suscitó acusadas reacciones en contra que facilitaron la definición misma y la toma de

conciencia de otros movimientos alternativos (funcionalismo, conductismo) que lograron

afianzarse precisamente frente al estructuralismo y terminaron por prevalecer sobre él en la

psicología norteamericana. Porque la psicología de Titchener, con su insistencia en acercarse a los

procesos mentales a través de sus elementos, las combinaciones de esos elementos y las

combinaciones de esas combinaciones, le resultaba a muchos “casi opresivamente sistemática”,

como se ha dicho (Wozniak, 1999: 131). Además, la restricción de su enfoque a la mente “normal,

adulta, humana, individual” (Titchener, 1896: 17), la única accesible al método introspectivo

experimental por él propugnado, limitaba excesiva e injustificadamente el ámbito de la mirada

psicológica para cuantos venían esforzándose por extenderla también a los dominios de lo

patológico, lo evolutivo, lo animal y lo social. Por último, su empeño de adoptar un punto de vista

científico-natural que se venía a identificar con el experimental imponía a la psicología un

confinamiento en el marco del laboratorio que la alejaba sin remedio de las preocupaciones

crecientemente prácticas y utilitarias de los psicólogos norteamericanos, cada vez más

comprometidos con la tarea de desarrollar las posibilidades de una psicología aplicada al servicio

de la sociedad.

De este modo, Titchener fue poco a poco quedándose al margen de los desarrollos más

característicos y dinámicos de la psicología norteamericana del momento. Es muy significativo,

por ejemplo, que renunciara voluntariamente a participar en las tareas de la Sociedad Psicológica

Americana (APA), la institución que, fundada en 1892 bajo el impulso Granville Stanley Hall

(1844-1924) de la Universidad de Clark, ha venido articulando en buena medida la vida

profesional y científica de la psicología en América desde entonces. En lugar de ello, prefirió

rodearse de un pequeño número de psicólogos experimentales “ortodoxos” a fin de mantener vivo

su ideal de la psicología como ciencia pura y desinteresada, frente a lo que consideraba como

prematura y escasamente científica deriva de la APA hacia la aplicación de conocimientos

psicológicos insuficientemente fundados. “Los Experimentalistas”, como se conoció a este selecto

grupo, empezaron a reunirse en 1904, y continuaron haciéndolo en encuentros anuales de carácter

informal a los que se asistía previa invitación personal del propio Titchener. A la muerte de éste, el

grupo siguió reuniéndose, si bien con una organización ya más formal que adoptó el nombre de

Sociedad de Psicólogos Experimentales (Boring, 1967).

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En los últimos años de su vida Titchener inició una revisión a fondo de su sistema que

apuntaba a una cierta flexibilización de su enfoque. La magnitud de la tarea, sin embargo, se reveló

superior a sus fuerzas, que atraídas por otros intereses (como el coleccionismo numismático, en el

que llegó a convertirse en un auténtico experto) se fueron alejando de la psicología. De su

ambicioso proyecto de revisión no han quedado sino unos “Prolegómenos”, que se publicaron

póstumamente, como testimonio de la gran obra sistemática que no llegó a escribir (Titchener,

1929).

La aventura estructuralista de Titchener no tuvo continuidad. Tras varias décadas de

presencia ininterrumpida y protagonista en la escena psicológica norteamericana, a lo largo de las

cuales contribuyó decisivamente a consolidar en ella una cultura científica centrada en el

laboratorio, resultaba claro que el proyecto titcheneriano no sobreviviría a su creador. La

extremada rigidez de su sistema, las críticas recibidas a la fiabilidad del método introspectivo y el

avance incontenible de otros enfoques psicológicos más amplios y flexibles que el suyo (el

funcionalismo, el conductismo, la psicología aplicada…) hacían inviable su prosecución. Que

terminase muriendo con Titchener, sin embargo, no debe impedir reconocer el importante papel

que el estructuralismo llegó a desempeñar en la psicología americana, siquiera sea –como ha

dejado dicho la psicóloga e historiadora Edna Heidbreder- como “error brillante e instructivo”

(Heidbreder, 1933: 118).

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