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Temporada de zopilotes

Paco Ignacio Taibo II

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Para José Emilio Pacheco, con quien comparto curiosidades y pasiones porla historia de México.

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«Todo el mal que puede desplegarse en el mundo se esconde en un nido detraidores».

FRANCESCO PETRARCA

Los zopilotes (Coragyps atratus) son aves carroñeras que en zonas urbanastambién se alimentan de basura. Con las alas abiertas llegan a medir metro ymedio; de aguda vista y pico curvo, cabeza y cuello grises, con plumajenegro.

Un testigo afirmó que durante febrero de 1913, viniendo de quién sabedónde, aparecieron por la ciudad de México miles de ellos.

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ÍndicePortadaPágina de títuloDedicatoriaEpígrafe1 «No se puede ser la mitad de bueno»2 Reyes y Díaz, los golpistas erráticos3 «El ejército se ha vendido a los porfiristas»4 El hermano incómodo5 «Hay por ahí muchos cabrones…»6 La incógnita no es si se va a producir el golpe7 El ejército en la calle8 El viejo con ataque de gota9 Uno pide un caballo, el otro se estaba afeitando10 ¡Váyase al carajo!11 «Una oscura equivocación»12 Aparentemente, el golpe ha fracasado13 El general Victoriano Huerta14 La Ciudadela15 Cuernavaca16 El segundo día, el plan de ataque17 Extrañas reuniones, cargas suicidas18 Sábanas que se rasgan19 Henry Lane Wilson20 ¿Una reunión de generales?21 No renuncio22 «Nervioso, pálido y con gestos extraños»23 «Tiro para mañana»24 «Ustedes están precipitando la situación al correr esas bolas»25 El segundo golpe

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26 «Allá ellos, que se arreglen solos»27 Treinta y siete heridas bajo la Osa Mayor28 Promesas, traiciones y borrachera29 «Con tantos soldados no dejan dormir»30 «Nunca saldríamos con vida de Palacio»31 El asesinato32 EpílogosNota sobre las fuentesAcerca del autorPágina de créditos

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1«No se puede ser la mitad de bueno»

Francisco I. Madero

Gustavo, su hermano, que no tenía pelos en la lengua, por eso Pancho Villalo quería tanto, solía decir: «De todos los Madero, fueron a elegir presidenteal más tonto», medio en broma cariñosa, medio en terrible confesión. Tontono, pero insoportablemente naíf a veces. Pancho, el presidente, llamado porsus enemigos (y en aquellos días del inicio de 1913, lo eran muchos): elEnano del Tapanco y el Presidente Pingüica (medía un metro con 48)parecía soportar estoicamente el vendaval que su revolución, una experienciaa tercias, a medias con suerte, había desatado. Habría que decir en sudesahogo que era más bueno que el pan y que no bailaba mal. Espiritistapracticante y adicto al vegetarianismo, convencido de que había muchamenos mala fe en el mundo de la que obviamente existía, había intentadoconciliar con todos y así le había salido. Como diría Tolstoi, al que FranciscoIgnacio Madero seguramente había leído: «No se puede ser la mitad debueno».

Pero no simplifiquemos. Hay abundante nobleza en el personaje. No lefalta razón al historiador coahuilense Roberto Orozco cuando dice quePancho era a la vez «sencillo y complejo». Un hombre que poseía unaextraña mezcla de bondad, inocencia, tenacidad y valor civil y físico. Sin

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duda, todo eso no bastaba.Sus ex compañeros maderistas con Vázquez Gómez a la cabeza se le

habían rebelado, Pascual Orozco en Chihuahua también, Zapata, que exigía elcumplimiento del Plan de Ayala y el reparto de las tierras de las haciendas asus verdaderos dueños, estaba en armas en una guerra de guerrillas queparecía eterna. Madero había dejado a Pancho Villa en la cárcel a causa de uncrimen que no había cometido y por más que éste se empeñó en enviarlecartas en las que le contaba de conspiraciones de espadones militares, no lehizo caso; Villa se había fugado y estaba triste, solo y desesperado en elexilio, enojado porque el Chaparro no había hecho caso a la frecuenteadvertencia: «Te van a matar esos curros».

¿Y quiénes eran los curros que lo querían matar? De todas lasconspiraciones en marcha –y eran varias– la más peligrosa para el régimenmaderista surgido a la caída de la dictadura de Porfirio Díaz, se había iniciadoen La Habana en octubre de 1912 en una reunión en la que participaron elgeneral Manuel Mondragón, el diputado y general en retiro Gregorio Ruiz yel ingeniero Cecilio Ocón, un joven mazatleco de madre inglesa y familia deoligarcas, que había sido extraordinariamente activo en la resistencia a larevolución de 1910 y ahora volvía por el desquite. ¿La Habana? Vaya usted asaber por qué y para qué hacer conspiraciones tan lejos de casa.

El hombre fuerte de esa conspiración era un general de artillería de 54años, Manuel Mondragón, «hijo de honorabilísima y virtuosa familia deIxtlahuaca», según su apólogo Fernández Reyes. Hijo también del ColegioMilitar, había crecido a la sombra de la dictadura porfirista, donde adquirióuna enorme fama gracias a sus innovaciones en la industria bélica. No erangrandes inventos, sino más bien modificaciones y ajustes de armas francesas,por ejemplo del cañón Bange. Sus máximas hazañas fueron elperfeccionamiento del cañón de 75 mm Saint Chaumond, una carabina y unfusil automático llamado oficialmente «Fusil Porfirio Díaz sistemaMondragón», en honor claro está a la memoria de su patrón. Mondragóntambién escribió un par de manuales de artillería y se dedicó a los proyectosde la defensa de las costas, en particular la de Salina Cruz, Oaxaca y PuertoMéxico, en el Golfo, labores que sus críticos describieron como el intentofrustrado de hacer un gran negocio. Durante esos años, Mondragón no sólohabía innovado técnicamente, también se había hecho de una buena fortuna alsolicitar a las casas proveedoras extranjeras que aumentaran (se decía que un20 por ciento) el precio de cada pieza de artillería adquirida por el gobierno

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mexicano, cantidad que iba directo a su bolsillo.Hombre de mundo, había estado en Bélgica y Francia comprando y

estudiando cañones; incluso se contaba que se había entrevistado con el Shade Persia para mostrarle las bondades del fusil Porfirio Díaz. Combatió alalzamiento maderista y en la derrota pidió una licencia del Ejército Federal,pero en 1913 ya se había reincorporado.

Una foto de la época muestra a un personaje muy flaco, con las cejaspobladas, bigote prusiano y orejas lupinas, todo ello cerrado por una mediasonrisa que nunca parecía abandonarlo.

Victoriano Huerta dejará un retrato de Mondragón en seis palabras:«activo, activísimo, pero no era inteligente».

El plan inicial era dar un golpe militar en la ciudad de México y sacar dela cárcel a las dos grandes figuras de la reacción, los generales BernardoReyes y Félix Díaz, los militares emblemáticos del viejo régimen, para queasumieran la dirección del movimiento.

El viejo dictador es prescindible: nadie le informa de la conspiración enmarcha a Porfirio Díaz, quien en el exilio parisino se limita a dar grandespaseos y a vivir de la memoria. Es el tiempo de los cachorros, si alguien va ahablar a nombre del porfirismo y la buena sociedad ya no será él. En esarevuelta del viejo orden, los «cachorros» no son jóvenes, pero son hijos delejército derrotado por los maderistas casi tres años antes, cuyos mandosmedios habían ascendido por rutina y antigüedad parasitaria («oficiales quese limitaban a cobrar las decenas») y tenían mucho tiempo libre paraconspirar.

Generales, coroneles, mayores y capitanes de bigote engominado, laspuntas hacia el cielo, las medallas y quincalla que les pesan en el pecho, latradición de represiones a alzamientos indígenas a sangre y fuego, herederosinfieles de la gran guerra contra los franceses y el imperio de Maximiliano.Han resuelto sus contradicciones, no importa que Reyes haya estado encontra de Porfirio en los últimos años y que Félix se considere sucesor delviejo dictador: su antimaderismo los amalgama.

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2Reyes y Díaz, los golpistas erráticos

Félix Díaz

Bernardo Reyes

Bernardo Reyes había nacido en Guadalajara, en 1850, en el momento deiniciarse esta historia tenía, por tanto, 63 años. Ingresa a los 15 al ejército yparticipa en la guerra contra el imperio. Coronel en 1878 y general en 1885,Porfirio lo acomoda en el gobierno de Nuevo León, que conservareeligiéndose durante muchos años hasta que es nombrado por el dictador

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secretario de Guerra y Marina de 1900 a 1903. Vuelve a la gubernatura deNuevo León y la conserva hasta 1909. Es sin duda el número dos del régimeny termina de candidato a la vicepresidencia compitiendo contra loscientíficos. La jugada le sale mal cuando sus bases se enfrentan al dictador ytermina en Europa en 1909, en un semiexilio dictado por Díaz. No combate almaderismo y cuando retorna a México busca su lugar en una sociedad que hacambiado profundamente sin contar con él.

Su hijo, cuenta José Emilio Pacheco, «el predilecto Rodolfo lo instaba aencabezar el descontento de los empresarios, los hacendados, losinversionistas extranjeros y, en primer término, de la oficialidad federal quejamás perdonaría su derrota a manos de la chusma y el peladaje». Era otro delos moralmente damnificados por la revolución de 1910.

En diciembre de 1911, lanza un manifiesto desde los Estados Unidos, selevanta en armas convocando a la población a seguirlo y, Pacheco de nuevo,«cuando cruzó la frontera […] se halló completamente solo. Vagó por eldesierto y al fin tuvo que rendirse ante un rural que había sido sucaballerango en sus años de gloria. El rural rompió a llorar ante elespectáculo de tanta grandeza derrumbada». Todo se desmorona en Linares,Nuevo León. Martín Luis Guzmán se pregunta: «¿Era sólo un iluso el generalBernardo Reyes? ¿Era sólo un ambicioso engañado por el falso concepto quetenía de su personalidad?».

Reyes impone, las fotos de la época muestran a una figura patriarcal conuna piocha espectacular, grisácea. Era tuerto.

Félix Díaz tenía 45 años y lo llamaban el Sobrino de su tío, como paradejar claro que pocos méritos tenía más allá del parentesco con el dictador,porque era hijo del hermano de Porfirio, el Chato Díaz. En octubre de 1912,acaudillando las nostalgias del viejo régimen, se alzó en armas contra Maderoen Veracruz y llegó a capturar el puerto, en una rebelión que duró cinco días.Fue detenido, juzgado por un consejo de guerra y condenado a muerte. Elrégimen, en su eterna benevolencia, conmutó su condena por cadenaperpetua.

Las fotos muestran a un caballero pasado de peso, de cara redonda ypotente bigote, que más bien parece el dependiente de una tienda de lujo o unabogado sin muchas luces, lo cual es sin duda, no abogado, pero sí pocoiluminado por la vida. Curiosamente tiene enormes simpatías populares y ungran arrastre en los sectores acomodados del país, quizá porque heredagratuitamente la imagen benevolente y todopoderosa del dictador ausente.

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3«El ejército se ha vendido a los

porfiristas»

Manuel Mondragón

Los conspiradores originales, ya en la ciudad de México, sumaron fuerzasclaves: el abogado Rodolfo Reyes, quien tras el fracasado alzamiento deLinares se declaró co-culpable y pasó seis meses en la cárcel con su padre,para al salir actuar como defensor de Félix Díaz; el diputado y general GoyoRuiz, los generales Servín y Velázquez, el doctor Samuel Espinosa de losMonteros, el licenciado Fidencio Hernández y decenas de coroneles ymayores de la guarnición de la ciudad de México. Los enlaces con los dosencarcelados comienzan a fluir rápidamente a través de Rodolfo, que seentrevistaba con su padre en la prisión militar de Santiago Tlatelolco ygracias a que, en un acto de inocencia suicida, el 24 de enero el gobiernotrasladó a Félix Díaz de la prisión de Ulúa en Veracruz, a la penitenciaría delDF, el famoso Palacio Negro de Lecumberri. Félix Díaz, al que Ocón visitaba

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con frecuencia, diría: «Yo no participé en la conspiración, un día sepresentaron varios amigos y me hicieron saber…».

Ocón y Mondragón intentaron captar en las primeras fases de laconspiración al general Victoriano Huerta, al fin y al cabo hombre de Reyes.Usaron como intermediario a Aureliano Urrutia, un médico militar de 42años, compadre y padrino de su primer hijo. Huerta convalecía en esosmomentos en el hospital de Urrutia de una operación de cataratas en un ojo.Aunque en posteriores entrevistas Félix Díaz dirá que: «Huerta era uno de losconspiradores», parece evidente que el general no quiso poner la carne en elasador, algunos dicen que porque le daban un papel de subordinado, otrosque porque pensaba que aunque «Madero no le gustaba», no era el momento.De entrada Victoriano se negó a participar, pero no denunció a loscomplotados. Dicen que dijo: «Miren, yo quiero al general Reyes y lorespeto… yo jalo si los otros jalan, porque la verdad [y carcajada] no quierometerme entre las patas de los caballos… las pezuñas de el Chaparro[Madero] me parecen blandas, pero Ojo Parado [Gustavo, su hermano] lastiene duras…».

Detrás de la conspiración, a su vera, posiblemente colaborando comofinancieros, se encontraban dos industriales extranjeros, el magnate petrolerotexano William F. Buckley, que tenía intereses en los campos de Tampicodesde los años 90 del siglo pasado y autor de mil y una intrigas contra elgobierno mexicano; íntimo amigo del embajador estadounidense Henry LaneWilson y muy antimaderista, porque el aumento de los impuestos del petróleohabía afectado a sus empresas. Junto a él, un magnate ferroviario británicollamado Weetman Pearson. No serán los únicos, una parte de los dineros dela vieja colonia española, como cuenta Andrés Molina Enríquez, estáapoyando el proyecto.

El 30 de enero, Cecilio Ocón celebró un banquete al que invitó a cercade sesenta oficiales del ejército para convocarlos a levantarse contra Madero.Se dice que los asistentes se juramentaron para alzarse en armas, pero esinevitable que con tantos invitados, tantas acciones semipúblicas, tantosmovimientos y chismes, las noticias del golpe se filtraran. Al iniciarse el año,Defensa del pueblo, un diario dirigido por J.D. Ramírez Garrido, advertía:«El ejército se ha vendido a los porfiristas» y en un artículo contaba las líneasmaestras del golpe militar: levantar los cuarteles de la ciudad de México,sacar de la cárcel a Reyes y Díaz, detener a Madero.

¿Detener a Madero? ¿Fusilar a Madero? ¿Por qué el encono? Cuando los

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conspiradores hablan del presidente Madero destilan un furor singular, unarabia potente que alimentan día a día los periódicos conservadores. Escurioso, cuando intentan darle razón a sus odios, no logran gran cosa. FélixDíaz dirá muchos años después que tuvo «una impresión desfavorable […]Me pareció un hombre sumamente nervioso» y Rodolfo Reyes argumentaráen sus memorias que Madero no dio respuesta a la revolución ni al podereconómico, que no resolvía nada, que era un desastre…

¿Por qué entonces esta unanimidad virulenta contra el presidente? ¿Porqué este odio encarnizado? Martín Luis Guzmán sugiere: «Nunca una claseconservadora, por simple odio a quien no la trituraba pudiendo hacerlo, ansiótanto la caída de un hombre». Los hombres del viejo régimen no sólo sesentían amenazados, se sentían afrentados, no perdonaban Ciudad Juárez y larendición de Díaz. Madero le había agitado en las narices a la oligarquía elmiedo a la revolución, pero sin tener a la revolución entre las manos y muchomenos ponerla en marcha contra el viejo orden.

A diferencia del alzamiento maderista de 1910, la clave del golpe militarestá en la ciudad de México, conservadora y mojigata, donde se concentranuna docena de batallones en varios cuarteles. Los conspiradores no van arepetir los errores de Reyes en Nuevo León y Díaz en Veracruz. Tienen claro,y aciertan, que si un golpe militar puede triunfar tiene que darse en el corazóncorrompido del ejército, con la solidaridad de la oligarquía.

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4El hermano incómodo

Gustavo Adolfo Madero

Gustavo Madero tiene 38 años, es el hermano incómodo del presidente, suala izquierda, el azote de los reaccionarios. Lo llaman Ojo Parado porque estuerto, ha perdido la visión en la infancia a causa de un accidente. Antes de larevolución era un industrial, dirigía una papelera en Monterrey, fue el cerebrofinanciero del maderismo armado y no dudó en sacar la pistola más de unavez. Con Francisco en el poder organizó políticamente la base social delpresidente, dirigió el periódico Nueva Era. Usó la palabra en la tribuna parasacudir a la reacción y se fue distanciando de su hermano que prefería a otrosparientes como su tío Ernesto Madero en Hacienda y su primo Rafael L.Hernández en Gobernación, los más blandos del maderismo, que en sumomento habían sido leales a Porfirio Díaz y habían estado en contra delalzamiento militar.

La reacción lo eligió como su blanco. Ramón Puente registraba: «La

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campaña periodística contra Gustavo Madero es terrible, inhumana, vulgar».Se le acusaba de estar en todos los negocios turbios a la sombra de surelación con Pancho, de haber negociado el amueblado de la Secretaría deComunicaciones y de haber obtenido un contrato para surtir las bodegas delCastillo de Chapultepec y de Palacio Nacional. Ambas historias, como tantasotras, eran falsas. Manuel Bonilla certificaba: «No era rico, ni dejó protegidosricos, ni botó fortunas durante su vida, como lo habían hecho muchos de losque lo calumniaban». Sus continuas advertencias de que se preparaba ungolpe militar y la incredulidad de su hermano, más las presiones de la prensade derecha, habían decidido al presidente a distanciarse de él y terminóenviándolo a Japón a cubrir un acto protocolario, pero Gustavo habíapospuesto el viaje, convencido de que flaco favor le haría a Pancho si se ibaen medio de un golpe militar.

A partir del 5 de febrero, Gustavo Madero comenzó a visitardiscretamente los cuarteles de la ciudad de México. Una de esas noches, uncoronel amigo suyo le ofreció una lista de 22 generales que según él estabanen la conspiración; desde luego Mondragón, pero la lista también incluía losnombres de Victoriano Huerta y Aureliano Blanquet, aunque al lado de susnombres estaba escrito: «no están seguros».

En versión de Adrián Aguirre Benavides, Gustavo se entrevistó deinmediato con su hermano y tuvieron la siguiente conversación:

GUSTAVO: He venido a tratar de despertarte para salvarte la vida y si teaferras a no obrar, vamos a acabar tú y yo colgados de los árboles delZócalo; si no estuviera mi vida de por medio, no hubiera venido.

PANCHO: Me dolería tu muerte, a mí nunca me ha importado morirme.

Y hasta ahí llegó la cosa. El presidente no mandó a tomar disposicionesextras. Gustavo le escribió a su mujer, que se encontraba en Monterreyhaciendo los últimos preparativos para la salida a Japón, el 7 de febrero: «Lasituación política sigue empeorando, los complots se suceden unos a otros yel gobierno es impotente para detenerlos».

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5«Hay por ahí muchos cabrones…»

Madero: «No, esto no puede ser»

Un maderista fuera de toda sospecha como Juan Sánchez Azcona contaba:«el presidente […] incapaz por su temperamento de sospechar malos manejosde los demás, no daba crédito a las repetidas y crecientes delaciones que lecomunicábamos y llegaba a incomodarse ante nuestra insistencia». Parecieracomo si Madero estuviera haciendo buena la reflexión de San Agustín: «Errares humano, perseverar en los errores es diabólico».

Años más tarde, Federico González Garza, gobernador de la ciudad deMéxico, quizá con una memoria que matizará acontecimientos futuros,recordaba que en esos días el presidente Francisco Madero decía que habíacometido dos grandes errores: «haber querido contentar a todos y no habersabido confiar en mis amigos». Repetía: «No, esto no puede ser, estoshombres no pueden ser traidores».

Mientras tanto los traidores, que venían creciendo en número e

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influencia, se reunían en la casa de Mondragón en Tacubaya, en el HotelMajestic frente al Zócalo, que acaba de comprar Ocón, y en la casa deRodolfo Reyes. El plan se iba precisando: alzar varios cuarteles, concentrarseen dos columnas, liberar a Reyes y Díaz, tomar Palacio Nacional, detener aMadero en el Castillo de Chapultepec e interceptar en su casa al generalLauro Villar, jefe de las fuerzas militares en la ciudad de México. BernardoReyes le había encargado a Rodolfo que redactara la proclama que leeríanconjuntamente él, Mondragón, Félix Díaz y Ruiz. La fecha del alzamiento sefijó, tras algunas dudas, para la noche del 8 al 9 de febrero.

El viernes 7 de febrero por el despacho de Sánchez Azcona en PalacioNacional, la Secretaría del presidente, circulaban los rumores y losrumorosos. Se había entrevistado con él el general José Delgado, queaseguraba que estaba en marcha un golpe militar y que varias guarnicionesdel DF estaban comprometidas, especialmente las de artillería. Hasta unmesero amigo suyo le había contado acerca de cenas de altos mandos delejército donde se discutían los planes con precisión. Sin embargo, el jefe depolicía desmentía los rumores. No así el jefe de la plaza, el general LauroVillar que le comentó: «Aunque el inspector de policía diga que no, yo sícreo que lo que usted sabe es cierto, pues hay por ahí muchos cabrones…».

De que había muchos cabrones que juraban fidelidad con un lado de laboca y complotaban con el otro no había duda, pero el problema es que no sesabía en quién se podía confiar, ni siquiera en los militares consideradoscomo fieles al régimen como el ministro de Guerra, García Peña, comoDelgado o Lauro Villar, como Huerta y Blanquet, porque al fin y al cabo,todos eran hombres del viejo régimen y con múltiples ataduras de casta yclase social.

Ese día, Lauro Villar conferenció con el ministro de Guerra y le dijo quehabía que traer tropas del interior del país con oficiales de confianza, que nose podían quedar en manos de las guarniciones de la ciudad de México. Lerespondieron: «Pues conténtate con lo que hay». Madero minimizaba lasituación, se tomaban medidas a medias. En una reunión del gabinete sedecidió liberar órdenes de aprehensión contra el general Mondragón y que seaumentara la vigilancia de los cuarteles que se sospechaban tocados por elcomplot.

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6La incógnita no es si se va a producir el

golpe

Victoriano Huerta, general fuera del servicio activo

En la noche del sábado 8, la ciudad de México fue sacudida por terriblestolvaneras. El novelista Francisco Urquizo, en esos días subteniente de lasguardias presidenciales, recuerda: «El viento, preñado de polvo salitroso,levantado de las resecas playas de Texcoco, penetrando por cualquierintersticio, por insignificante que fuere […] Las rachas de vientoarremolinado en las esquinas, en los cruces de calles y callejones». Hacíamucho frío.

A horas de iniciarse el golpe hay dudas entre los conspiradores, elgeneral Velázquez anda desaparecido. En algunos lugares los mandos no sedefinen, Mondragón se impone, no hay vuelta atrás.

Los agentes del jefe de la policía López Figueroa, que estabanobservando los extraños movimientos que se producían afuera del cuartel deartillería de Tacubaya, le advirtieron a su jefe que algo estaba a punto de

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suceder, que no era normal tanta entrada y salida de civiles y militares. Unapatrulla de soldados interceptó a uno de los coches de la policía y detuvo asus ocupantes.

López Figueroa se lo comunicó a Madero. El gobierno sabe que hay ungolpe militar a punto de producirse, de mil y una maneras la información seha filtrado pero García Peña, el ministro de Guerra, está confiado; Madero asu vez confía en Lauro Villar, quizá el único de los militares leales que se loestá tomando en serio y quien hacia las doce de la noche le dice al capitánTorrea, al que manda a hacerse cargo del cuartel de zapadores cercano aPalacio: «Ya sabe usted: mucha vigilancia y en caso de alteración del orden,mucha bala», y repite las dos palabras finales: «Mucha bala, mucha bala».

A la una de la mañana en el colegio de aspirantes en Tlalpan tambiénconocido como San Fernando, una de las dos escuelas militares que existenen la ciudad de México, hasta las sombras tenían vida propia. La mayoría delos oficiales estaba en el complot para tirar al presidente y había narcotizadoal director de la escuela. Entre los jóvenes corrían rumores, unos estaban enla verdad y simpatizaban con el golpe, otros se creían lo que algunos de susmandos les habían dicho, que probablemente hubiera que salir para reprimiruna asonada. Un solo oficial, en absoluta minoría, se opuso: el capitánEnrique de la Mora, al que no le quedó otra que fugarse de la escuela.

Victoriano Huerta, que llevaba cinco meses fuera del servicio activo, seentrevista con el ministro de Gobernación, le dice que «hace mal el gobiernoen desconfiar de mí y en postergarme». Tiene información exacta de lo queestá pasando en los cuarteles de Tacubaya. Sale sin lograr que le den unacomisión de servicio.

Aquella noche, la plana mayor del maderismo se repartía entre unafunción de lucha grecorromana y un banquete en el restaurante Sylvain,donde el menú estaba en francés y entre otras cosas, los asistentes iban acomerse un sole mornau y un filete de boeuf roti, tras un consomé italiano yuna ensalada romaine, para terminar con pequeños mousses y una bombeJosephine. Pero los rumores de que en el cuartel de Tacubaya había entradoel general Mondragón para hacerse cargo del levantamiento eran continuos.Gustavo dejó el banquete cuando pasó a buscarlo el jefe de la policía y en unpar de automóviles, con amigos de confianza, se movilizó hacia Tacubaya. Alllegar observaron que en las puertas del cuartel había un gran movimiento deautomóviles, con civiles que entraban y salían. Mandaron por delante a unmirón, que fue detenido; tras eso, los militares salieron del cuartel para

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interceptarlos. Se produjo un tiroteo y Gustavo y sus compañeros salieronhuyendo. Para Gustavo Madero no hay ninguna duda: el asunto está enmarcha.

Durante la noche, en la ciudad de México la incógnita no es si se va aproducir el golpe militar, sino cuántas guarniciones de la capital lo van asecundar.

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7El ejército en la calle

General Ángel García Peña, ministro de Guerra

Un golpe de Estado protagonizado por militares ofrecerá siempre unaextraña puesta en escena. La iniciativa desciende de los altos mandos, tieneque contar con una oficialidad comprometida; se produce una inercia quearrastra a los más débiles, a los más timoratos; se impone el rango y elespíritu de cuerpo. En las bases, el desconcierto: pocos son los que saben loque están haciendo y para quién trabajan. La clave estará en la decisión ypresencia de generales, coroneles, mayores y en la complicidad de capitanesy tenientes. A las cuatro de la mañana los capitanes de la escuela deaspirantes ordenan a los muchachos, uniformados de caqui y con gorraalemana, que comiencen a formarse ante el cuartel, en las calles de SanFernando. Los adolescentes serán una de las fuerzas clave del golpe. Una delas columnas de caballería avanza por Tlalpan hacia Palacio Nacional. Losrestantes comienzan a buscar medios de transporte ante la ausencia del par detranvías que supuestamente debería haber estado allí. Primero toman por

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asalto dos lecheras que cargan con ametralladoras y municiones, y un pocomás tarde una compañía de cadetes, a paso de carga y con la bayoneta calada,se apodera de los famosos tranvías, cada uno con un remolque. Losconductores, espantados ante el despliegue de armas, arrancan hacia el centrode la ciudad.

A esa misma hora suena la diana en el cuartel de San Diego en labarriada de Tacubaya. Los generales Mondragón y Ruiz, que han pasado lanoche en el cuartel coordinando con los oficiales el levantamiento yreuniendo a los voluntarios civiles, a los que se ha sumado el general ManuelVelázquez, ordenan que la tropa se forme en el patio equipada para elcombate. Curiosamente, los protagonistas del golpe no traen uniformemilitar: Mondragón usa un sombrero de ala corta, saco largo, pantalón demontar y polainas; luce en el rostro afilado unas tremendas ojeras. Hay vagostestimonios de las arengas, se habla del honor militar, como siempre, del malgobierno maderista y de salvar a la patria. Testigos parciales comentan el«delirante regocijo» y mencionan la «multitud entusiasta de civiles». Extrañahora para que una «multitud» de paisanos se encuentre en un cuartel. Lo quesin duda es claro es la abundancia de ciudadanos sin uniforme, fervientesfelixistas y reyistas encabezados por Cecilio Ocón.

La desorganización es grande y a los alzados les toma mucho tiempoponer en orden la columna, sobre todo por la necesidad de montar las piezasde artillería en sus armones. Finalmente la guarnición de Tacubaya, con el 2°Regimiento de artillería, 300 dragones del Primer Regimiento de caballería yla guarnición del 5° de artillería, unos 700 hombres, más un par de centenaresde civiles, salen rumbo a la prisión militar de Tlatelolco.

Los alzados tienen un primer golpe de suerte, la vanguardia de losaspirantes llega a Palacio Nacional y con la complicidad de algunos mandosque estaban en la conspiración desarman a la guardia, a la que incluso sumanal movimiento. En esos momentos aparece en Palacio el ministro de Guerra,el general Ángel García Peña, que trata de imponerse con su rango, pero entreinsultos y chanzas le dejan claro que allí no manda nada; intercambiadisparos con un oficial montado y un tiro, que acierta a un cristal a susespaldas, le produce heridas en la cara y el cuello. Los alzados controlan lastres puertas de acceso a Palacio Nacional y el ministro es conducido comoprisionero al cuarto de vigilancia, que daba a la puerta principal.

No será la única presa importante que capturen los aspirantes. GustavoMadero, que se ha pasado la noche tratando de descubrir la profundidad de la

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conspiración y que viene del encontronazo en Tacubaya, tras detenerse atelefonear al presidente al Castillo de Chapultepec va hacia Palacio. Lograentrar, pero para su sorpresa descubre que la nueva guarnición sólo obedeceórdenes de los alzados. Es detenido y amenazado con un fusilamientoinmediato. Lo meten en una de las cocheras con Adolfo Bassó, el intendentede Palacio, un capitán de fragata campechano de más de 60 años, de narizprominente y rostro anguloso.

Todo parece estar resultando extremadamente fácil para los golpistas.

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8El viejo con ataque de gota

General Lauro Villar

El primer militar leal en reaccionar es el general Lauro Villar, el jefe de laplaza, un tamaulipeco cuya barba gris lo hace mucho más viejo de lo que es:sólo tiene 64 años y ha servido en el ejército desde la intervención francesa.

Villar, que había pasado las primeras horas de la noche en cama, condolores en una pierna por un ataque de gota, al recibir las primeras noticiasdel levantamiento se viste de civil, toma un automóvil y le pide que lo lleve aPalacio Nacional. Cuando un retén lo desvía se da cuenta de que el golpe estáen marcha. Dando una vuelta al Zócalo se dirige al cercano cuartel de SanPedro y San Pablo, sede del 24° Batallón, que los conspiradores han dejadoafuera de sus planes por su poca importancia militar. Un soldado mediodormido se cuadra sorprendido, la guarnición está dispersada en variascomisiones, no se encuentra el oficial al mando. Sólo hay tres oficiales y 84soldados, la mayor parte reclutas.

Villar hace la pregunta obligada: «¿Saben disparar esos reclutas?».

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Cuando le dicen que sí, que han tenido entrenamiento básico, Villar ordenaque los municionen con doscientos cartuchos por cabeza. En doble fila, por lacalle del Carmen, el improvisado ejército de Villar avanza y toma el cuartelde zapadores que está a espaldas de Palacio. Ahí se le suma el capitán Torreacon sólo con un escuadrón del 1° de caballería y aparece el general Villarreal,al que manda a hacerse cargo de La Ciudadela, donde están los grandesdepósitos de armas de la ciudad de México.

Como no quiere chocar contra los insurrectos con la pequeña fuerza quelo acompaña, unos sesenta hombres, decide entrar a Palacio por la partetrasera, rompiendo con unos pedazos de riel un acceso clausurado que une elcuartel de zapadores con uno de los jardines interiores del edificio. Loscapitanes Morales y Torrea serán clave en la operación y ayudan al general,que avanza arrastrando la pierna enferma.

Pistola en mano (Torrea dirá: «una pequeña pistola que en manos deotro poco hubiera significado») y con sus hombres a bayoneta calada entra enla sala de armas y ordena a los aspirantes que entreguen las suyas. Elmomento es extraño, hay algunos disparos y forcejeos, pero al final el militarque más grita es el que gana y Lauro Villar sabe gritar, ordenando a losaspirantes que se formen de inmediato. En una situación que bordea elridículo, les ordena que se numeren de a cuatro y luego los lleva marchandohasta las caballerizas.

Al oír los disparos y gritos el ministro de Guerra García Peña saca unapistola que traía oculta y desarma a su guardia. Él, Gustavo y Bassó se unen aVillar, quien sin muchos miramientos ordena a los hombres del 24° que si losaspirantes se mueven, fusile a «los mequetrefes».

Palacio Nacional está en manos de los leales. ¿Por cuánto tiempo? Villarordena a sus escasas fuerzas que se formen en dos líneas de tiradores antePalacio, una de ellas pecho a tierra. Se instalan ante la puerta principal dosametralladoras hotchkiss, una queda en manos del intendente Bassó; GustavoMadero sólo trae una pistola.

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9Uno pide un caballo, el otro se estaba

afeitando

Bernardo Reyes en la puerta de la prisión de Santiago Tlatelolco

Frente a la prisión militar de Santiago Tlatelolco se encuentran tres grupos:una columna de ametralladoristas del cuartel de San Cosme, la caballería delos aspirantes dirigida por el capitán Escoto y un grupo nutrido de civilesencabezado por Rodolfo Reyes. Todos reclaman airadamente la liberación delgeneral Bernardo Reyes. No les cuesta mucho trabajo obtenerla, la guarniciónde unos cien hombres se les pliega. Lo primero que pregunta Reyes al salir dela cárcel, entre aplausos y honores de los oficiales, es:

–¿Tienen un caballo para mí?Se ha uniformado para la ocasión, Hurtado y Olín lo describe: «vestido

de traje negro, botas federicas con capa española […] que le había regalado elrey de España, Alfonso XIII». Martín Luis Guzmán le añade un «pequeñosombrero de fieltro gris».

Los informantes dirán que lo esperaban con su caballo llamado Lucero.Blanco según uno, negro según otro; en las versiones más precisas, retinto (o

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sea castaño muy oscuro según los diccionarios); como siempre en estashistorias, los caballos cambian de color.

El general Mondragón, encabezando la columna que viene de Tacubaya,llega en esos instantes y le reporta a Reyes, sin duda y sin que nadie lo diga,el nuevo dirigente de la rebelión:

–El triunfo es nuestro, general –y describe las fuerzas alzadas, entreotras las que Villar había enviado a defender la prisión.

Todavía no ha amanecido.Los teléfonos en el Zócalo y en la residencia oficial del presidente en el

Castillo de Chapultepec no paran de sonar. Madero sabe que han tomadoPalacio y que Reyes está libre y en la calle con una enorme columna dealzados.

A las siete de la mañana llega al Castillo de Chapultepec unensangrentado García Peña a contarle al presidente que se ha recuperadoPalacio; en los patios y al pie del Castillo se ha reunido un grupo de fieles,miembros de la escolta, el mayor López Figueroa con varios policías; elgobernador del DF, Federico González Garza; Ernesto Madero, tío delpresidente; el ministro de Comunicaciones, ingeniero Manuel Bonilla; elcapitán de navío, Hilario Rodríguez Malpica y Pedro Antonio de los Santos,diputado federal potosino.

Mientras tanto, los amotinados van hacia Lecumberri; en el caminollegan al cuartel de San Ildefonso y suman a las tropas allí acantonadas. Todoel levantamiento parece un desfile. A las siete y media de la mañana losalzados llegan a la prisión. Félix Díaz cuenta: «El 9 de febrero en la mañanaestaba rasurándome en mi celda de Lecumberri cuando supe que mis amigosestaban a las puertas de la Penitenciaría».

Ante los reclamos de los amotinados el licenciado Liceaga, director de laPenitenciaría, se niega a entregarlo. Llama por teléfono al ministro deGobernación que le ordena resistir, pero sólo tiene veinte hombres. Leordenan que al menos retrase durante un tiempo a la columna de los alzados,que frente al Palacio Negro sigue creciendo, porque se le han sumado nuevosgrupos de soldados con los oficiales que se han separado de sus cuarteles.

El general Reyes ordena entonces que una pieza de artillería se monteante la puerta. El gesto es suficiente. Frente a la entrada de la prisión,Bernardo Reyes y Félix Díaz se abrazan, se disparan las salvas al aire. Elporfirismo desvanecido reaparece y con banda de guerra al frente. La historiase corrige y vuelve a empezar. Hay fiesta en el encuentro de los dos caudillos

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de la reacción, vivas y gritos de una muchedumbre en la que sigue creciendoel número de civiles. No hay duda de que Reyes y Ocón habían tenido éxitoen implicar en el golpe a una buena parte de la juventud burguesa de laciudad de México. «¡A Palacio!», gritan y la columna se pone nuevamente enmarcha.

En Palacio Nacional, Villar continúa organizando la resistencia. Son lassiete y veinte de la mañana. Una fotografía tomada al amanecer por manodesconocida muestra a los soldados leales tendidos frente a Palacio en líneade tiradores; el intendente Bassó se hace cargo de una de las ametralladoras.Luego, los exagerados que nunca faltan, contarán que había seis y no las doshotchkiss de las que se ha dado noticia y, por si fuera poco, añadirán seismorteros. A Villar se le han sumado el coronel Morelos y el vicealmiranteÁngel Ortiz Monasterio, un chilango de 64 años que se había formado con elliberalismo español.

En un país que ha hecho obsesión de su centro político y geográficodurante muchos años, parece normal que en el centro de ese centro se definael futuro, que sea en Palacio Nacional donde se juegue la vida la revoluciónde 1910 o el retorno del porfirismo rampante.

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10 ¡Váyase al carajo!

General Gregorio Ruiz

Entre tanto, Francisco Madero se ha decidido. El centro de la contienda seha de situar en Palacio Nacional. Y él tiene que estar allí. Si los golpistas enalgún momento habían dispuesto un ataque al Castillo de Chapultepec paradetener al presidente, éste no se ha producido por desorganización o miedo dealgunos de los conspiradores. Madero, al que le gustan sobremanera lossímbolos, le pide al director del Colegio Militar que le proporcione unaescolta. El presidente arenga a los muchachos: «La escuela de aspirantes haechado por tierra el honor de la juventud en el ejército. Este error sólo puedeenmendarlo otra parte de la juventud militar…». No sabe que, según variasversiones, hay varios oficiales del Colegio Militar implicados en laconspiración y que sólo la actitud de los civiles del gabinete en estas primerashoras y el discurso del presidente los neutraliza. Luis G. Bayardi, uno de losmuchachos, dice que había quinientos de ellos formados; la cifra debe deestar exagerada porque la mayoría de las versiones habla de tan sólo unostrescientos cadetes, dos compañías. Sara Pérez, la esposa del presidente le

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pide a su marido que le permita acompañarlo; Madero se niega. Al pie delCastillo de Chapultepec se forma la columna a la que se suman muchosciviles. Descienden por el bosque perdiendo la formación. Madero, a caballo,marca el paso, los cadetes a pie lo intentan flanquear. El grupo toma por laavenida Reforma.

Mientras tanto, otra columna de caballería entra al Zócalo por la calleMoneda. Bernardo Reyes ha mandado por delante al general Gregorio Ruizcon ochenta jinetes del Regimiento de caballería número 1.

Cachetón y pasado de peso, con sombrero de charro y un bigote blancoinmenso cuyas puntas se elevan, el general veracruzano de más de 60 años hasido también veterano de las guerras contra la invasión francesa y el imperio,y más tarde usado por Porfirio en las guerras menores de «pacificación» enPuebla, Oaxaca, Tepic y Sinaloa. Renuncia al ejército en 1911 y al añosiguiente es diputado por Coahuila.

Lauro Villar sale de la relativa protección de la puerta y avanza hacia élrenqueando; apoyándose en el general Delgado, trae la pistola en la mano.Gregorio intenta una explicación: «Lauro, nos hemos alzado, atrásvienen…».

Villar va retrocediendo, Ruiz lo sigue en el caballo; cuando están en elpórtico de Palacio, el jefe de la plaza dice:

–Estoy con el supremo gobierno y usted está detenido.Ruiz hace el ademán de llevarse la mano a la pistola, Villar lo frena:

tomando las riendas y apuntándole lo hace bajar del caballo. El gordo tienedificultades para descender. Ese es el momento en que una parte de la tropade Ruiz deserta y se suma a los leales.

El coronel Anaya, que ha quedado al mando de los alzados tras lasorprendente rendición de su jefe, recibe la orden de claudicar, pero contestacon un «¡Váyase al carajo!». Las versiones son contradictorias, unos dicenque Villar ordenó hacer fuego y el grupo se dispersó. El propio reporte deLauro Villar no lo dejará claro. Martín Luis Guzmán contará que se creó unimpasse, que el grupito de hombres a caballo con la fila de tiradores anteellos ni se iba ni se retiraba. Se miraban y se apuntaban, observaban a susmutuos jefes. Hasta en la tragedia hay espacio para el absurdo.

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11«Una oscura equivocación»

El cadáver de Bernardo Reyes… «una oscura equivocación»

Sin que los protagonistas lo sepan, en esos momentos dos columnas designo opuesto avanzan hacia el Zócalo. La del presidente que quiere ponerseal frente de la resistencia: Madero viene por Reforma, causando la sorpresa yla adhesión de los mirones; y la de los generales golpistas: Reyes, Díaz yMondragón, que está entrando por la calle de Moneda.

Cuando le dijeron que Ruiz estaba detenido y que Lauro Villar estaba enPalacio, Reyes respondió: «Lauro es de los nuestros» y dio órdenes deavanzar. Rodolfo, su hijo, trató de retenerlo, Reyes se zafó. «La suerte estáechada», dicen que dijo, y puso su caballo al trote; «por imprudente yengreído», diría Mondragón más tarde. Sólo una parte de la columna lo sigue,la artillería no se despliega. Rodolfo Reyes dirá en sus memorias que supadre «estaba como encantado». Manuel Mondragón y Félix Díaz se quedanen el acceso al Zócalo con la inmensa mayoría de los alzados. ¿Cautela?¿Subordinación al nuevo líder del alzamiento? ¿Dejar que otro saque lascastañas del fuego que han encendido?

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Aunque futuras crónicas dirán que Bernardo Reyes «lanzó una carga decaballería contra las palaciegas puertas», las cosas no fueron así.

Reyes, espada en mano y a la cabeza de sus hombres, se acercó a la filade tiradores que, de rodillas y pecho a tierra, formaban la primera línea dedefensa. Nuevamente Villar salió al paso rebasando a sus hombres y dejandoatrás la puerta de Palacio. «Avancé solo hasta mitad de la calle». Los dosgenerales se encuentran como a treinta pasos. Tres veces Villar le da la ordende deponer las armas. Mientras argumenta acerca de la sabiduría y honradezdel golpe, Reyes le intenta echar el caballo encima. Villar dirá que «cuandoReyes trata de envolverlo con el caballo» da la orden de fuego. Es unfusilamiento por ambos lados, los hombres se disparan a diez y veinte metros.Una de las ametralladoras, la manejada por Bassó, acierta de lleno en elgeneral rebelde, que se desploma de la cabalgadura. La otra ametralladora seencasquilla. A Rodolfo Reyes los disparos le matan el caballo; retrocedearrastrándose hacia el quiosco que hay en el centro de la plaza y en medio delos árboles. Los alzados se desbandan. El tiroteo ha durado no más de diezminutos. Entre los leales muertos se encuentra un coronel y Villar ha quedadoherido por un disparo que le entró por el cuello fracturándole la clavículaderecha. Los leales han sufrido 43 muertos y heridos. Ha quedado tendido enla plaza uno de los cuadros civiles de la insurrección, el doctor SamuelEspinosa de los Monteros, herido de ocho disparos, y cinco oficialesrebeldes, entre ellos un coronel. Las bajas de los alzados son difíciles deprecisar; analizando el informe del Hospital Militar y viendo a qué batallónpertenecen los caídos, al menos tuvieron ochenta heridos y cerca de 35muertos. Los caballos sin jinete corren sin rumbo por la plaza.

No serán los militares de ambos bandos las únicas víctimas. Casi todoslos muertos sobre las calles y la plaza arbolada del Zócalo, en las cercaníasdel quiosco, son civiles que salían de misa en Catedral, o mirones que sehabían acercado demasiado y que serían atrapados por el fuego cruzado.Stanley Ross da la cifra de quinientos muertos y cien heridos en elenfrentamiento. La mayoría de las fuentes ofrece cifras similares. Lavirulencia del enfrentamiento invita a la exageración, más tarde a algunos lesinteresará aumentar los números. Sin embargo la proporción es absurda,porque es imposible que en un enfrentamiento de este tipo hubiera másmuertos que heridos. Aun así, la carnicería ha sido tremenda.

El escritor Alfonso Reyes, hijo de Bernardo, habría de poner en papel enBuenos Aires, en 1930, diecisiete años después de los acontecimientos, un

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escrito titulado «Oración del 9 de febrero», que no sería publicado en vida yse daría a conocer póstumo en 1963.

Aunque el texto tiene frases muy afortunadas como «una oscuraequivocación es la relojería moral de nuestro mundo», está dominado por laretórica reaccionaria: «Con la desaparición de mi padre, muchos, entreamigos y adversarios, sintieron que desaparecía una de las pocas voluntadescapaces, en aquel instante, de conjurar los destinos. Por las heridas de sucuerpo, parece que empezó a desangrarse para muchos años, toda la patria[…] Cuando la ametralladora acabó de vaciar su entraña, entre el montón dehombres y caballos a media plaza y frente a la puerta de Palacio, en unamañana de domingo, el mayor romántico mexicano había muerto». Hace faltamucho amor filial para convertir a un general golpista en el mayor románticomexicano.

Los generales Manuel Mondragón y Félix Díaz se achican. Tienenfuerzas sobradas, ametralladoras y artillería para fácilmente tomar Palacio,donde Villar y Gustavo Madero tras el encontronazo no tienen más decentenar y medio de hombres hábiles, pero se repliegan. En un primermomento no está claro hacia dónde, se habla de que alguien propuso laestación de tren para abandonar la ciudad, alguien más sugiere La Ciudadela–situada a un kilómetro de donde se encuentran–, hacia allá se dirigirán.

Villar aprovecha el respiro, no tiene fuerzas para ordenar la persecución.Cubriéndose la herida con un pañuelo entrega la defensa de Palacio al generalJosé María de la Vega y sube a la azotea del edificio; ya han sido demasiadasemociones brutales en unas horas para el viejo general.

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12Aparentemente, el golpe ha fracasado

Madero avanza hacia Palacio Nacional

El resultado de la escabechina del Zócalo deja una secuela insólita; el diariode José Juan Tablada (antimaderista de pro, periodista, autor de obrassatíricas contra el presidente) la registra: «Por las calles corren caballos sinjinete». La columna que Madero encabeza los verá bajando la calle 16 de

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Septiembre, desbocados y «en vertiginosa carrera».Cuando el grupo del presidente avanza por la avenida Juárez, a la altura

del Teatro Nacional, desde el edificio de la Mutua, le disparan. Losfrancotiradores, probablemente un grupo de la escuela de aspirantes queretorna del Zócalo, casi tienen éxito en matar al presidente. Un gendarme queestaba al lado de Madero cae herido, entre otros; los cadetes responden elfuego. La tensión cruza a las guardias militares y civiles del presidente.Madero desciende del caballo y acepta la invitación de los solícitospropietarios de la casa Foto Daguerre, sobre la avenida Juárez. Cuando cesael tiroteo, el ministro Bonilla sale al balcón del estudio fotográfico y arenga ala multitud, que pide que el presidente salga también.

Se han seguido sumando al grupo civiles armados con pistolas, entreellos Gustavo Madero, que viene de Palacio con noticias frescas. Tambiéndesciende de un automóvil el general Victoriano Huerta vestido de civil, conun abrigo negro muy elegante y los lentes tintados; ha llegado en automóvildesde su casa en la colonia San Rafael, en los últimos minutos de la marcha.Juntos aparecerán en la ventana. El presidente Madero, sonriente, saluda a lamultitud. Abajo, Mariano Duque, un agitador maderista, llama a «acabar conla reacción».

La columna vuelve a ponerse en marcha. Al pasar frente al Caballito unhombre le entrega al presidente una bandera nacional. Se van sumando máscontingentes: grupos de la gendarmería montada, un grupo de bomberosarmados, algunos ministros, los maderistas más duros. Toman por la avenidaSan Francisco hacia Palacio Nacional.

Al retirarse los alzados del Zócalo, un grupo de aspirantes, que se hansubido a la torre de Catedral y han actuado como francotiradores, quedanaislados. Se producen esporádicos tiroteos entre ellos y los soldados lealesque se encuentran en las azoteas de la Secretaría de Hacienda.

Una avanzada de la columna de Madero, formada por una escuadra decadetes del Colegio Militar, llega a Palacio y da noticia de que se aproxima elpresidente. A Villar se le salen las lágrimas. Han sido sin duda muchas lasemociones y las suertes.

Hay varias fotografías del último tramo del viaje de Madero haciaPalacio: un trayecto casi triunfal, en el que el presidente a caballo vasaludando con la mano derecha en la que trae un medio bombín. Sonimágenes que muestran el caos que imperó en la marcha, una pequeñamultitud en la que se mezclan los cadetes del Colegio Militar, los maderistas

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más fieles y como siempre –al fin y al cabo esto es México–, una multitud decuriosos desarmados y excitados. Una de ellas es quizá una de las fotografíasmás populares de la historia nacional, tomada probablemente por JerónimoHernández, fotógrafo de Nueva Era: Madero, sonriente, saluda; en un tercerplano una bandera mexicana ondea tras de él. Y el primer plano es ocupadopor un adolescente despistado y dos niños de la plebe, uno con cachuchita deferrocarrilero (papelero, dirán algunos) y otro absolutamente pelón,probablemente rapado para quitarle los piojos. Las fotos varían según la zonaen la que fueron tomadas: algunas en San Francisco (la calle que añosdespués llevaría su nombre), otras sin duda en la entrada al Zócalo, con laCatedral a espaldas, pero en todas Francisco Madero sonríe benévolo ysaluda con el sombrero a los que lo deben de estar aclamando. Lo terrible esque en ese tramo de su trayecto se ha cruzado, con pocas cuadras dediferencia, con la columna de Félix Díaz y Mondragón, que se repliega.

Madero llega a Palacio, ha pasado una hora y media desde el tiroteo conReyes. La línea de tiradores está en posición, los cadáveres llenan la plaza. Elpresidente verá tendido sobre la mesa de una oficina el cadáver de BernardoReyes. «Esto no debió suceder», dirán que dijo, quizá recordando cuandoReyes estaba en la oposición blanda al porfiriato y Madero lo visitaba enMonterrey para hablar de literatura y de ocultismo.

Lauro Villar ensangrentado, cubriéndose el hombro con un pañuelo,recibe en la azotea al presidente. Tras escuchar las obligadas felicitaciones deMadero, «es usted muy hombre, general», Villar acepta ir a curarse. Antes,un breve conciliábulo entre el ministro García Peña, Villar y el presidente,donde se decide transferirle el mando a Victoriano Huerta como jefe militarde la plaza. Ahí mismo le informan. «Mucho cuidado, Victoriano», dirá elgeneral Villar al entregarle el mando. Victoriano da su primera orden: que sebaldeen los patios de Palacio Nacional para limpiarlos de sangre. Ladesignación no causa júbilo entre los maderistas más duros: Huerta provocamuchas dudas.

En este mundo chiquito que es el México post-1910, todos se conocen.En uno de esos encuentros que desfiguran la supuesta precisión y moraleja detodas las historias, Victoriano Huerta, que vivía en Monterrey en aquellosaños a la sombra del general Bernardo Reyes, se reunía en una cantina conGustavo Madero, que dirigía una papelera, para tomar unas copas.

Y será Gustavo, entre otros, el que le diga al presidente que Huerta no leda confianza. Pero en esos momentos, la cosa no parece tan trascendente.

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Aparentemente, el golpe ha fracasado.

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13El general Victoriano Huerta

General Victoriano Huerta

El personaje que entra en escena, Victoriano Huerta, merece sercontemplado. Ha nacido en 1844 en Colotlán, Jalisco, hijo de mestizo e indiahuichol. Adoptado como secretario por un general, estudia en el ColegioMilitar. Sus compañeros de milicia lo apodan el Chichimeca; excelenteingeniero y topógrafo, tiene calificaciones particularmente buenas enastronomía. Sirve como teniente encargado de fortificaciones, luego estarábajo el mando de Bernardo Reyes. Trabaja durante nueve años comocartógrafo, haciendo estudios geográficos y mineralógicos dentro del ejército.En 1893 pasa al activo como coronel a cargo de la represión de revueltasantiporfirianas en Guerrero. Regresa al pasivo y dedica dos años a latopografía. En 1900 participa en la liquidación de la revuelta de lainsurrección yaqui; en 1903 en la represión de la guerra de castas en Yucatán.¿Cuántos asesinatos? ¿Cuántas comunidades arrasadas? Ha servido en las dosgrandes guerras sucias del fin de siglo mexicano haciendo méritos suficientes

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para ser designado subsecretario, pero el día en que lo van a nombrar, lacaída de Bernardo Reyes lo impide. Termina desplazado y puesto endisponibilidad. Por despecho se dedica a conspirar contra Porfirio Díaz sinmayor éxito. Para compensarlo, Bernardo Reyes le da la concesión de lapavimentación de Monterrey, donde se le atribuyen negocios turbios a lasombra de su padrino: de general represor a negociante de influencias yreceptor de mordidas. José Emilio Pacheco reconstruye: «Desempleadodespués de 1909, pasaba el tiempo en la antesala del Bufete Reyes en 5 demayo. El pasante Alfonsito se negaba a recibirlo. Lo detestaba por pegajoso[…] “porque me quitaba el tiempo y me impacientaba con sus frases nuncaacabadas”». Está casado con Emilia Águila, una joven de familia acomodadade Jalapa, educada y fea. Es casi un espectador en la revuelta maderista de1910 (en 1911, jefe en Morelos y Guerrero). Sin embargo, al renunciar elgeneral Díaz, lo distingue eligiéndolo jefe de la escolta que lo conduce aVeracruz. Huerta está al pie del Ipiranga y discursea: «Si Díaz volviera algúndía, mis tropas siempre estarían a su disposición». En el interinato de De laBarra estará encargado de la persecución de los zapatistas que no se habíandesarmado. Bajo Madero se hace cargo de la División del Norte que combatela revuelta de Orozco, choca con Pancho Villa, que maneja a los irregulares.Pancho dirá: «Huerta me dio la corazonada de que no obraba por la buena, nonos quería a los maderistas». Tan no los quería que trata de fusilar a Villa ytermina enviándolo a la cárcel. Madero finalmente sacará a Victoriano de lalínea de mando.

Fernández Mc Gregor lo describe así: «Era de estatura media, cuadrado,vigoroso, con aspecto de soldadón; tenía las piernas cortas y zambas delbulldog, ancho de pecho, los brazos más largos de lo normal; se parabasólidamente sobre los talones con los pies bien separados; su cara de indioladino parecía pétrea; usaba el cabello cortado en cepillo y sus pupilasinquisitivas le bailaban en las conjuntivas irritadas tras unos lentes oscurosque se le resbalaban a menudo de la nariz, por el sudor alcohólico que lerezumaba de toda la faz; los tomaba nerviosamente con el pulgar y el índicepara volver a calárselos abriendo los resortes que los ajustaban y repetía elacto hasta convertirlo en un tic. Su voz era marcial, pero hablaba con el dejosocarrón del pelado, empleando sus mismos giros burdos».

Pero el personaje es mucho más complicado de lo que parece: esmelómano. Aficionado en extremo al coñac Hennessy (lo normal, una docenade coñacs tras la comida) y a decir malas palabras, cuando se emborrachaba

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se volvía locuaz y hablaba de mecánica celeste e historia militar. AunqueNemesio García Naranjo lo matiza: «Huerta era como Mitrídates, teníadomesticado al alcohol», e Ignacio Muñoz, para demostrar que Huerta no eraun borracho, utiliza una cita no muy afortunada del general Gorostieta:«Nunca vi en mi azarosa vida de soldado, un cerebro más resistente que el demi general Huerta. Podía tomar hasta tres botellas de coñac en un solo día ysu lucidez no se opacaba nunca».

Manuel Bonilla rescata el retrato de Huerta que un amigo de ambos lehizo: «ambicioso, de poquísimos escrúpulos, empedernido dipsómano, ladinoy taimado, para quien la vida humana tenía un valor insignificante. Eraademás un hábil mimetista […] era valiente y no carecía de ingenio». Pridadirá: «Por instinto natural es mentiroso, pero procura aparentar que es no sólosincero, sino hasta ingenuo». Vera Estañol (su futuro colaborador)completará: «amoral por idiosincrasia, abúlico por los efectos delalcoholismo habitual, disoluto en su conducta personal y desordenado en elmanejo de los negocios públicos». Sólo García Naranjo desde su ópticahiperconservadora dará una nota positiva: «El pueblo también, con esaclarividencia que le caracteriza, se dio cuenta de su vigorosa personalidad».Eduardo Galeano dirá muchos años después, que tenía «cara de muertomaligno».

Como se ha visto, ni la trayectoria ni los retratos son generosos con elpersonaje que acaba de ser nombrado jefe militar de la ciudad de México yresponsable de acabar con el golpe militar.

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14La Ciudadela

Fachada de La Ciudadela

Felixistas en la azotea

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Félix Díaz recordará años después: «Aunque La Ciudadela no era un recintomilitar, ahí se encontraban los pertrechos de guerra que necesitábamos».¿Para qué los querían? ¿Para batir a una fuerza casi diez veces inferior ennúmero y armas? El caso es que los acobardados golpistas, ciertamente sedirigían hacia un imponente depósito. En La Ciudadela hay nada menos que27 cañones, 85 mil rifles, 100 ametralladoras, 5 mil obuses y 20 millones decartuchos.

La Ciudadela, un recinto de fuertes muros que ya había sido escenariode asonadas y motines militares en el siglo XIX, estaba a cargo del generalDávila y, previsoramente, Lauro Villar había mandado horas antes al generalVillarreal a hacerse cargo del fortín.

Los golpistas arriban a la enorme plaza que se encuentra ante el recinto.Mondragón manda emplazar dos cañones y le pide la rendición al generalDávila. Ante la negativa se hicieron dos disparos. Fue suficiente. La traicióndesde el interior resuelve el enfrentamiento. Los oficiales que dirigían lasametralladoras en la azotea se voltearon y comenzaron a tirar hacia elinterior. Cae herido el general Villarreal, al que rematan de un tiro en laespalda. La traición abre las puertas.

El diario de Tablada permite fijar la hora aunque se equivoca en lainterpretación: «11:30 am. J.M.A. me habla por teléfono. Dice que estántirando con metralla sobre la ciudad desde La Ciudadela». No, estabantomando La Ciudadela.

Mondragón y Félix Díaz organizan la defensa, reparten y sitúanametralladoras y cañones, arman a los civiles. ¿Qué pretenden? ¿Por qué nopasan a la ofensiva? Nadie los está hostigando. Cuentan con la mayoría de laguarnición de la ciudad de México y no saben qué hacer con ella fuera deencerrarla entre los muros de La Ciudadela.

En el Zócalo hacen su aparición camionetas de la Cruz Blanca y elcoche del embajador de Japón, que se ofrece para sacar y llevar a varioshospitales a los heridos.

Madero, mientras tanto, ha logrado reunir a la mayoría de los ministrosde su gabinete, que en una sesión de emergencia hacen un primer balance dela situación. Se decide enviar a La Ciudadela al jefe de la policía LópezFigueroa para que pida la rendición de los rebeldes; suspender el servicioparticular de telégrafos hacia el interior y el teléfono suburbano, paradificultar las comunicaciones de los alzados. La medida se organiza casi de

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inmediato, porque en el diario de Tablada se registra que a las 10:50,«pretendo volver a hablar por teléfono y me contestan de la Central que estánrompiendo las líneas y que ya no hay en servicio más que una sola…».

La acción fundamental será llamar a la ciudad de México al generalVasconcelos, al general Blanquet que se encuentra en Toluca con el 29°Batallón, al general Medina Barrón con el 30° Batallón situado enTeotihuacán, al numeroso cuerpo de voluntarios que comandaba en el estadode Puebla el coronel Ocaranza, y por último, al coronel Rubio Navarrete. Elministro de Guerra García Peña señala que los leales, además de ser muypocos, se están quedando sin cartuchos. Madero decide además no repartirarmas a los civiles que se las demandan ante Palacio. Un nuevo desaciertoque lo hace depender totalmente de los militares.

Los periodistas no tienen ningún problema para acercarse a LaCiudadela, gracias a esto será posible ver, años más tarde, las primeras fotosde los alzados: desde luego Cecilio Ocón, que ha sido nombrado responsableeconómico del movimiento, pagador y comprador; Mondragón y Félix Díazvestidos de civil junto a sus subordinados, que portan toda la variedad deuniformes del ejército mexicano pero que no desentonan, porque en las fotosproliferan los civiles, que contrastan la ropa lujosa con las cartucherasterciadas. El subteniente Urquizo, que dejará escritas las mejores páginassobre esos días terribles y cuyo cuartel de guardias presidenciales estáenfrente del cuartel de los rebeldes, da cuenta de los «elegantes civiles»:sacos ajustados y muy largos, pantalones entallados y bombín. Y Tabladaregistra en su diario que a las dos de la tarde «mi amigo B.B. (que vive cercade La Ciudadela) me cuenta que al volver a su casa y al pasar por una de lasbocacalles inmediatas de dicho establecimiento, distinguió a un grupo deseñoras y señoritas de familias muy conocidas, repartiendo cigarros ygolosinas a soldados y oficiales de las tropas sublevadas». Sánchez Azconaañadirá el dato de que muchos de los jóvenes presentes de la burguesía eranespañoles o hijos de españoles residentes en México: gachupines. Laoligarquía se ha revolucionado y mandado a sus vástagos a la guerra, amuchos de ellos los acompaña su chofer, el jardinero o el mayordomo.

José C. Valadés, con una acritud que no es habitual en él, define a lasfuerzas civiles que se sumaron a los encerrados en La Ciudadela: «vagos,despechados y catrines […] Aquí el petimetre que constituyó la clase másadornante y favorecida de las postrimerías del régimen porfirista, aparece enorgía sediciosa. Nada hay entre estos petimetres sublevados que denote el

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dolor social, ni la ambición justa y racional, ni la convicción política, ni losideales de un futuro».

Los guardias presidenciales privados de oficiales superiores no sabencómo actuar. Finalmente serán capturados y llevados por los sublevados a LaCiudadela. De ahí se escapa Urquizo, no sin antes testificar que es detenido elmayor López Figueroa, quien viene a pedirle a los alzados que se rindan, queha arribado buena parte de la policía montada para sumarse al movimiento yque conforme avanza la tarde, circula abundantemente el alcohol.

¿Qué están celebrando?

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15Cuernavaca

Madero y Felipe Ángeles

A las tres de la tarde, el presidente Francisco Madero tomó una decisióninusitada: comprendiendo que la ciudad de México estaría perdida si nosumaba fuerzas, y que éstas estaban fuera de la capital, salió haciaCuernavaca en un coche abierto. Friedrich Katz comenta: «Madero tomó unadecisión que no sólo era peligrosa sino que, en cierto modo, podíaconsiderarse temeraria. En un automóvil con unos cuantos hombres, sinescolta militar, Madero se trasladó a Cuernavaca, donde estaba FelipeÁngeles con sus tropas. Era una empresa muy riesgosa y llena de peligros,dado que grandes trechos de la ruta entre ambas ciudades estaban bajo elcontrol o bajo ataques frecuentes de tropas zapatistas hostiles a Madero».Adolfo Gilly, sin embargo, dice: «Aunque, pensándolo bien, tal vez ir en unsolo auto y sin escolta era el modo más seguro para que Madero se lanzara enplena guerra al riesgo de cubrir el trayecto entre ambas ciudades y llegar atiempo». Fuera la desesperación o la certeza, el presidente abandonó laciudad envenenada por la conspiración y buscó el oxígeno que necesitaba a

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setenta kilómetros de Palacio.En Tres Marías, Madero se trepó a un tren de reparaciones con varios

soldados de escolta. Abordó más tarde un tren militar. En la estación loesperaba el general Ángeles.

Felipe de Jesús Ángeles, ese hombre delgado, enjuto, elegante, que iba acumplir 45 años, nació en un pueblo del estado de Hidalgo, hijo de un exmilitar juarista convertido en agricultor acomodado. A los 13 años entró alColegio Militar de donde salió como teniente de ingenieros. Hizo ascensosescalafonarios en el ejército, más por antigüedad que por méritos. Retornó alcolegio como profesor, donde enseñó balística, matemáticas y artillería. Alinicio del siglo viajó a Francia para estudiar la manufactura de los cañonesSchneider Canet de 75 mm que había comprado Porfirio Díaz, en 1902 volviópara estudiar ahora los Saint Chaumont de Mondragón. Ya como tenientecoronel viajó a los Estados Unidos para estudiar la pólvora sin humo. Larevolución lo sorprendería con grado de coronel. Más profesor que militar, nointervino en la represión del alzamiento del 10. Madero lo nombró directordel Colegio Militar, pero sorpresivamente el 3 de agosto de 1911 lo envió areprimir el alzamiento zapatista en Morelos con cuatro mil soldados. Se diceque a diferencia de Victoriano Huerta, que lo había antecedido, Ángeles tratócaballerosamente a los alzados. Pero al fin y al cabo era el general de unejército porfirista levemente reciclado, un ejército que, ante la revuelta social,defendía a los grandes hacendados morelenses.

En Cuernavaca, Ángeles alojó al presidente en el Hotel Bellavista,propiedad de una inglesa amiga suya. Durante la cena se congregó un grupode manifestantes en la plaza que gritaba: «¡Muera Madero!». Hasta ahí habíallegado el odio de la oligarquía, a pesar de que Madero había sido su escudocontra el zapatismo.

¿De qué hablaron Ángeles y el presidente? ¿Por qué Madero habíaelegido a Felipe Ángeles y no a otro de los generales que se encontraban enciudades tan próximas como Cuernavaca? Quizá porque era de los pocosmilitares que le daban confianza; quizá por razones más simples, porque adiferencia de la mayoría de los generales porfirianos, Ángeles era un hombreculto y además (y quizá algo tan anecdótico como esto había sido la clave),porque Felipe había sido su habitual compañero de paseos a caballo porChapultepec, cuando era director del Colegio Militar.

Madero ha dejado atrás una ciudad en armas en la que sin embargo no secombate. Huerta en Palacio. Díaz y Mondragón en La Ciudadela, sin

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intención de pasar a la ofensiva. Quietos y observándose. Los militares estáninmóviles pero la base radical del maderismo incendia los periódicos de laderecha conservadora: El Imparcial, El País, La Tribuna y El Heraldo; ardentambién los restos de la prisión militar de Tlatelolco.

Sea porque quiere librarse de un testigo incómodo de sus previasconversaciones con los golpistas o porque quiere dar muestra de su absolutafidelidad, Victoriano Huerta ordena el fusilamiento del general Gregorio Ruizjunto con quince de los aspirantes detenidos. Luego se dirá que la consignaprovino de Gustavo Madero, cosa improbable dada la estructura jerárquicadel ejército, que un civil sin cargo en el gabinete, por más hermano delpresidente que fuere, pudiera tomar esa decisión. Se dice, y Urquizo lo relata,que Ruiz ordenó su propia ejecución, dando la orden de fuego a la escuadrade fusilamiento.

En la noche, Madero regresó en automóvil a la ciudad de México,cubierto con varias mantas y con Ángeles a su lado. Los dos mil hombres dela tropa del general se han estado concentrando en Cuernavaca y lentamentecomienzan a movilizarse hacia la capital. A esa misma hora el embajadornorteamericano, Henry Lane Wilson, del que habrá mucho que contar en lospróximos días, pidió al gobierno que cerrara cantinas y pulquerías en laciudad de México. Como si el gobierno desangelado por las muertes, lascapturas y las deserciones pudiera ocuparse de desarmar físicamente a losborrachos de una ciudad en la que se acostumbraba beber con singularalegría.

El primer día ha terminado con una derrota parcial para los sublevados.Cuando meses más tarde el general Manuel Mondragón ajustó cuentas consus compañeros golpistas, escribió: «Nadie ignora, amigo Félix [Díaz], queyo fui quien concibió primero el pensamiento de la revolución; que yo mismocomprometí a la oficialidad; que yo asalté los cuarteles de Tacubaya y formélas columnas que se dirigieron a la Penitenciaría y al cuartel de Santiago; queyo igualmente abrí las bartolinas en que se encontraban el general Reyes yusted; que yo puse a ustedes dos en libertad; que yo, por fin, después deldesastre frente a Palacio Nacional, ocasionado por el impulsivismo de Reyesy la impericia de usted, reuní la fuerza dispersa y ataqué La Ciudadela,logrando su inmediata rendición. En la fortaleza, yo dirigí la defensa, con unaconstancia que pueden atestiguar todos los revolucionarios. Yo construíparapetos, abrí fosos, levanté trincheras y dirigí personalmente todas lasoperaciones militares». Lo que a Mondragón le faltaba decir en su

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autoelogioso resumen es que una vez iniciado el movimiento, el golpe militartenía demasiadas cabezas y que él cedió el mando a quién sabe cuál de ellas;que esas cabezas actuaron sin coordinación provocando el fracaso y desdeluego, lo que tampoco dirá es que los alzados tenían tres mil hombres yartillería abundante ante un Palacio Nacional defendido por 300, y que sefueron a esconder a La Ciudadela y allí habrían de permanecer 48 horas antesde ser atacados.

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16El segundo día, el plan de ataque

Las tropas leales emplazando la artillería

Madero y Ángeles entraron a la ciudad el lunes 10 de febrero al amanecerpor el rumbo de Xochimilco y Tepepan, donde los esperaba el general yministro de Guerra, Ángel García Peña. El presidente le ordenó a García Peñaque tomara el mando de las tropas leales y designara a Felipe Ángeles comojefe de su Estado Mayor a cargo de las operaciones. García Peña, timorato, seresistió. En ese Ejército Federal de estirpe porfiriana no se podía violentar elescalafón y Ángeles era apenas general brigadier; nombrarlo por encima demuchos otros sería perturbar al ya perturbado ejército. Se decidió manteneren la jefatura de la plaza, y por lo tanto a cargo de la fuerza combatiente, aVictoriano Huerta. Derrotado el punto de vista de Madero, éste intenta almenos tener algún hombre de confianza en el Estado Mayor y propone queFelipe se quede al lado de Huerta y se convirtiera en el enlace con lapresidencia. El ministro de Guerra ignoró la propuesta del presidente.

Esa misma mañana se celebró un consejo militar al que asistieron losgenerales Cauz, Sanginés, Delgado, Ángeles, Mass, el coronel Castillo yVictoriano Huerta. Huerta propuso un plan para el ataque a La Ciudadela que

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consistía en el avance simultáneo de cuatro columnas dirigidas por Ángeles,Gustavo Mass, Cauz y José María Delgado, con los rurales a caballo comoreserva y Rubio Navarrete a cargo de la artillería leal. El plan era muy pocoimaginativo y bastante poco serio. Nadie en ese consejo de guerra sabe lo quetiene enfrente. La Ciudadela no está cercada. No se ha realizado ningún tipode exploración y no se sabe cómo son las defensas y si los que se encuentranen La Ciudadela han creado reductos avanzados; no se precisa la disposiciónde la artillería para apoyar a las columnas de infantería y no se toma encuenta que los alzados tienen cuatro veces más cañones que los atacantes.Peor aún: no se toma en cuenta el centenar de ametralladoras con las quecuentan los alzados y el peligro que significa que las líneas de aproximacióndesde la Alameda y Balderas esten expuestas a un fuego directo en callesmuy anchas.

Hacia las seis de la tarde, las tropas de Ángeles, unos dos mil hombres yuna batería de artillería, habían llegado de Cuernavaca escalonadamente, muycansados del viaje porque una parte del trayecto se había hecho a pie.También habían arribado cuatro regimientos de rurales de Celaya y deTeotihuacán (que fueron concentrados en los llanos de la Tlaxpana) y lastropas de Rubio Navarrete, que venían de Querétaro. Había un ciertooptimismo entre los leales porque se habían logrado reunir a casi seis milcombatientes, en contraste con los dos mil que –se suponía– mantenían LaCiudadela. Pero la lentitud de la contraofensiva dará a los golpistas dos díaspara organizarse.

Noche de tensión mientras las fuerzas leales se van aproximando atomar las posiciones ordenadas.

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17Extrañas reuniones, cargas suicidas

Uno de los rurales herido

En la mañana del martes 11 de febrero, a las diez, media hora despuéssegún otros testimonios, se escuchó el primer cañonazo. El diario de Tabladalo registra: «Ha comenzado el cañoneo en México; con intervalos de unminuto se perciben fragores resonantes; sin duda se trata de piezas de grancalibre y luego sonoridades más secas y débiles; tal vez ametralladoras ofuego de fusilería».

Huerta, uniformado de caqui y cubierto con un gran capote, dio la ordende iniciar el fuego de artillería, pero Ángeles, encargado de la principalsección de cañones, encontró que sólo tenía obuses de metralla (granadasshrapnel) que poco o ningún daño podrían hacerle al edificio. Decideentonces intentar incendiar el techo de La Ciudadela. La artillería de RubioNavarrete no tiene claramente fijados sus objetivos. ¿Debe bombardear LaCiudadela o apoyar el avance de la infantería?

Las primeras fotos de los atacantes muestran el desconcierto de laaproximación, el quién es quién, las dudas respecto hasta dónde han

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adelantado sus defensas los alzados. ¿Sólo ocupan el edificio o han avanzadolíneas? Pronto descubrirán que tienen multitud de posiciones en las callesaledañas. ¿Dónde están los francotiradores? ¿De dónde surge el fuego?

Urquizo, que ha sido habilitado como mensajero, da la dirección deataque a la tropa del coronel Castillo que está a la vanguardia de la columnade Ángeles: calle Morelos, Bucareli hacia La Ciudadela. Se espera que losalzados hayan colocado avanzados a un par de cuadras, pero la zona quecontrolan es mucho más amplia. «El dominio de los rebeldes se habíaextendido bastante […] Súbitamente, un vivo fuego de ametralladoras cayósobre nosotros. Quedó muerto el coronel Castillo. Yo caí a tierra lanzado pormi caballo encabritado, que herido por varios proyectiles cayó tambiénmuerto. Fue una sorpresa tremenda, una verdadera siega. Los caídos en tierraprobablemente pasaban de un centenar […] Aquello era el infierno». Lasametralladoras y la artillería de los alzados disparando al ras hacen estragos.

Las cuatro columnas son frenadas. Después del fracaso de los ataquesfrontales, se combate casa a casa, en las azoteas, rompiendo paredes ysaltando por encima de los pretiles, escondiéndose en los tendederos. Laconfusión de civiles y uniformes es terrible. ¿Esos soldados son leales oalzados?, hay que esperar a ver hacia dónde disparan para saberlo. ¿Esosciviles de qué lado están?

Muchos autores que han narrado la historia de lo que luego se llamaría«la Decena Trágica», aseguran que ese día se celebró una entrevista entreFélix Díaz, general en jefe de los rebeldes y Victoriano Huerta.

Hay muchas versiones, desde los que aseguran que «se podía ver alpropio general Díaz, sin mayor hostigamiento y a plena luz del día, pasearsepor las calles capitalinas para asistir a una entrevista con un enviado deHuerta, Manuel Huasque, en el restaurante El Globo», hasta los que aseguranque a esa primera reunión de enlace siguió otra en la que Huerta se reuniócon Félix Díaz en la casa de su compadre, compañero del Colegio Militar yde borracheras, Enrique Cepeda, en la colonia Roma. Los protagonistas de lahistoria en futuras declaraciones negarían la existencia de tal reunión.Acontecimientos posteriores demostrarían que la reunión entre los dosgenerales nunca existió, pero que el rumor tenía sustento. Enrique Cepeda yun felixista se reunieron y hablaron por sus generales. Y sin duda el enviadode Díaz trató de convencer al portavoz de Huerta de que se sumara al golpe.Probablemente el hombre de Huerta no dio seguridades y se dejó querer. Aunasí, se abrieron las puertas de un diálogo que excluía al presidente y a las

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autoridades republicanas y se situaba en el terreno de la traición.Lo cierto es que en la tarde se produjo uno de los actos más absurdos de

toda la batalla de La Ciudadela. Victoriano Huerta dio la orden de lanzar unacarga de rurales. Urquizo describe los toques de clarín y cómo lentamente dosregimientos de rurales, vestidos elegantemente de charros, en una línea de 16hombres y con 40 filas de fondo, fueron pasando del paso al trote hastalanzarse a galope por la calle Balderas.

El recinto de La Ciudadela tenía frente a sí un amplio espacio abiertoque doblaba su tamaño, en cuyo centro se encuentra la estatua de Morelos.Para llegar al edificio una vez entrado en la zona descubierta había querecorrer trescientos metros a pecho abierto. Ni siquiera lograron llegar hastaahí. Sable en mano los rurales cayeron en medio de un fuego cruzado deametralladoras, situadas en las bocacalles, que los despedazaron. Habían sidousados como «simples blancos de entrenamiento». Urquizo resume: «Sólosiendo muy animal se podía creer que pudiera tomarse una fortalezamontados a caballo y caminando por un lugar barrido por lasametralladoras». La calle queda tapizada de cadáveres de hombres y decaballos

Los rumores dominan la ciudad, Tablada los registra. Ante la ausenciade periódicos la voz popular añade e inventa, se apropia de la desinformadasituación: «que Huerta ha sido herido y Blanquet muerto; que el HotelImperial, frente al Café Colón, el nuevo teatro, el Correo y Palacio estándestrozados por los proyectiles de artillería; que Díaz ha llegado a Palacio».

Esa misma tarde está a punto de producirse un motín entre las tropas deFelipe Ángeles. Los soldados acusan al general de haber enviado al coronelCastillo directo a la muerte en una zona extremadamente peligrosa. Laintervención de otros oficiales disculpa al general, pero cuando aún están losánimos calientes, un joven de la burguesía (venía con su chofer), sobrino delgobernador del estado de México, trata de amotinar a la tropa llamándola aque se sume a los alzados, Ángeles ordena su detención. Nunca quedará clarosu destino: o el general ordenará su fusilamiento, el joven intentará huir y suescolta lo ejecutará o los que lo conducían detenido deciden por su cuenta yriesgo ejecutarlo. Sea uno o lo otro, esta historia perseguirá al general FelipeÁngeles en el futuro.

Hacia el final de la tarde se puede hacer un balance de la jornada. Uncronista reseña: «amargura, desolación y desesperanza en las filasgobiernistas, mientras que en La Ciudadela festejaron jubilosamente».

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Madero recibe el informe del fracaso de labios de Huerta y la inmensalista de bajas. No sólo hay descontento por el desastre de las operaciones.Madero le reclama al general en jefe que esté dejando entrar víveres a LaCiudadela; Huerta al principio lo niega, pero enfrentado a testigos que lo hanvisto, termina diciendo que es una táctica para concentrar allí a los rebeldes yluego rematarlos.

¿Los resultados de la reunión entre Cepeda y el enviado de Díaz estándirigiendo las operaciones militares? ¿Existe un pacto secreto? ¿Osimplemente Victoriano Huerta es simultáneamente un inepto que desprecialas vidas de sus hombres y que no quiere que el conflicto desestabilizador dela presidencia de Madero termine?

Ángeles comentaría: «Huerta estaba conduciendo las operaciones demanera tan disparatada, que la conducta de aquel parecía más quesospechosa». Hasta Rodolfo Reyes reconocería en sus memorias que si laartillería de los leales maderistas se hubiera colocado correctamente, eledificio hubiera quedado hecho pedazos.

La actitud de Huerta provoca muchas suspicacias entre los maderistas,pero el presidente decide confirmarlo en el mando. Se decide tambiénavanzar perforando paredes en los edificios para aproximarse a La Ciudadela,hasta poder tomar posiciones que les permitieran a los leales lanzar un asaltofrontal. Huerta dice que será complicado por la «falta de ingenierosmilitares».

Una sola buena noticia para el presidente: los aspirantes que estabanactuando como francotiradores en la torre de Catedral se han fugado con lacomplicidad de los sacerdotes y disfrazados de curas, claro.

Según los informes periodísticos, la jornada dejó quinientos muertos. Enun reporte, el embajador japonés manejaba otra cifra: «Durante ocho horas,hubo terribles combates en las calles del centro, resultando más de trescientosmuertos y quinientos heridos de los dos bandos […] La fábrica de cigarrosdel Buen Tono prestó sus camionetas para recoger cadáveres. El alumbradopúblico estaba completamente apagado; pocos transeúntes por las calles; devez en cuando se oían disparos aislados de fusil».

A lo largo de la noche el fuego de artillería iría disminuyendo.

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18Sábanas que se rasgan

Las tropas del cerco

A las seis de la mañana del miércoles 12 de febrero, el fuego de artillería sevolvió muy intenso y duró prácticamente todo el día con tan sólo unairrupción hacia las doce y media de la mañana. Dos personajes, a varioskilómetros de distancia, registraban que bajo el tronar de los cañones, lasametralladoras tenían un sonido muy peculiar. Tablada dirá que «el tableteo,la crepitación peculiar de las ametralladoras es muy perceptible» y elperiodista norteamericano John Kenneth Turner, famoso entonces en el paíspor su México bárbaro y que está en la ciudad trabajando como reportero,recordará que Felipe Ángeles le dijo que las ametralladoras suenan comosábanas que se rasgan.

¿Y a quién disparan los cañones y las ametralladoras de leales yalzados? Supuestamente la artillería gubernamental está intentando dañar eledificio de La Ciudadela con poco éxito, los edificios de la demarcación depolicía, la YMCA y la iglesia de Campo Florido, donde tienen una avanzadalos rebeldes. La artillería de La Ciudadela parece no tener objetivos claros ysus bombas alcanzan indiscriminadamente a blancos civiles y militares, como

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si crear el caos fuera su destino esencial.En esos bombardeos, los rebeldes ponen especial intención en la cárcel

de Belén y uno de los impactos perfora los muros. Se produce un motín y unintento de fuga masiva; habrá detenidos, muertos y capturados, pero FélixDíaz contará que muchos de los presos irían a La Ciudadela a sumarse alalzamiento. Tablada, desde una visión pequeñoburguesa, añadirá: «comosalen hambrientos y soliviantados por los sucesos, no sería difícil quepartidas de ellos intentaran incursiones a los pueblos limítrofes de la capital».

La batalla se ha convertido en una serie de pequeños combates en lazona periférica de La Ciudadela. Se pelea por el control de la sextadelegación de policía en Revillagigedo y Victoria. Los rebeldes se hacen conella y desmontan tres cañones federales. La recapturan los leales e intentanprogresar, pero la artillería los hace retroceder. Ya se habla de metros paracalibrar los avances.

Huerta no ha organizado la intendencia, los combatientesgubernamentales no tienen cocinas de campaña ni un sistema de abasto.Gustavo Madero consigue dinero para pagar diez mil emparedados yorganiza comisiones de civiles para que repartan tortillas, pan y carne asada alos soldados. Muchos cadáveres permanecen tirados en las calles.

A media tarde, Huerta lanza una segunda carga de rurales a caballo conlos mismos desastrosos resultados del día anterior. No es posible que nosupiera lo que iba a suceder. Y si lo sabe, en su lógica de mantener elconflicto vivo y sin resolución, ha sacrificado a un centenar de hombres. Elcaos domina la escena. Los rebeldes se limitan a defenderse y a causar elmáximo daño posible a los combatientes gubernamentales y a la ciudad y sushabitantes, con una táctica que más que militar parece política: demostrar queel gobierno de Madero es impotente para frenarlos, que el presidente nopuede detener la guerra civil.

Y en esta operación encuentran a un aliado que será fundamental: elembajador estadounidense Henry Lane Wilson quien, en sus cables algobierno de su país y en sus comunicados a la prensa mexicana y a otrosembajadores, comienza a decir en voz alta que el gobierno es impotente parasofocar la rebelión. Utiliza toda clase de argumentos, desde engordar lascifras de las bajas –dirá en un reporte telegráfico al State Department que hay1,200 heridos en la Cruz Blanca, lo cual era absurdo porque las instalacionesde la sociedad benéfica no podían albergar ni una décima parte; o que «sobrequinientos o seiscientos americanos han sido arrojados de sus casas por las

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tropas o por las balas y han buscado refugio en la embajada» (de nuevomultiplicando por diez)– hasta la envenenada medida de hacer llegar a lealesy sublevados el mensaje de que el presidente de los Estados Unidos estápensando en desembarcar marines en los puertos mexicanos para proteger lavida y propiedades de norteamericanos. Y, llegando al límite de laintromisión en los asuntos nacionales, encabeza una comisión diplomáticaque visita Palacio, habla con el ministro de Relaciones Exteriores y luego seentrevista con Félix Díaz en La Ciudadela, quien recibe a los diplomáticosextranjeros con todos los honores militares.

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19Henry Lane Wilson

El embajador estadounidense

Henry Lane Wilson había presentado sus credenciales como embajador delos Estados Unidos el 5 de marzo de 1910 ante Porfirio Díaz y le tocaríarepresentar a su país ante el gobierno de la primera revolución. A su vez,Henry representaría a su país en México al servicio de dos presidentes:William Howard Taft y Woodrow Wilson.

Nacido en 1857 –tenía por tanto, 56 años– era abogado y había sidopropietario de un periódico en Indiana y embajador en Bélgica y Chile. Eraun republicano de derecha que hablaba correctamente el español. Unafotografía tomada en 1911 y que se encuentra en los archivos del Congresode los Estados Unidos lo muestra muy elegante, con un gabán muy porfirianoy en la mano derecha un bombín; la mirada ceñuda, el pelo peinado partido ala mitad, pañuelo en bolsillo superior. Parece lo que es: un diplomático. Perono resulta muy diplomático ni en las formas ni en el estilo.

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Según Martín Luis Guzmán, el odio de Henry contra el presidenteMadero se originaba en una petición fallida y muy poco ortodoxa. La esposade Wilson le había dicho a Sara Pérez, la fiel compañera de Madero, que sumarido necesitaba un negocio que le proporcionara el gobierno mexicano yque le diera unos 50 mil pesos anuales, pues «el sueldo que le daba la CasaBlanca no le bastaba para mantener la dignidad de su cargo». Madero decidióignorar el mensaje. Sara recordaría más tarde que cuando sus allegados lepedían al presidente que solicitara la expulsión de Henry Lane, quiencomenzaba a intervenir de manera cada vez más agresiva en la políticamexicana, Madero contestaba: «Va a estar aquí poco tiempo y es mejor nohacer nada que contraríe a él o a su gobierno».

Wilson, mientras tanto, comenzó a decir a todo aquel que quisiera oírloque Madero era un lunático incapaz de dirigir el país.

Su momento llegó con el golpe militar.

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20 ¿Una reunión de generales?

El reloj de Bucareli

El jueves 13, un cañonazo disparado desde La Ciudadela destruyó una delas puertas de Palacio Nacional. No causó bajas, pero demostró que laartillería de los rebeldes tenía a Madero a su alcance. Había logrado con aquelobús solitario un efecto psicológico inmenso. Desde el primer día del golpe,el presidente había estado viviendo en Palacio, sin abandonarlo ni por uninstante.

A las 11 de la mañana, dos batallones de las fuerzas gubernamentales, el2° y el 7°, progresaron hasta la esquina de Victoria y Morelos; los frenó lametralla. El combate más importante se produjo entonces en la iglesia deCampo Florido, en la calle Doctor Vértiz, una batalla de una hora en la quelas tropas leales defendieron el campanario contra los ataques de lossublevados.

Urquizo cuenta: «El cañoneo era tan intenso que muchos de los cristales

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de las ventanas de las casas se rompían por vibración atmosférica. Por todoslados se oía el zumbar de las balas. Los proyectiles de la artillería cruzabanpor todos los rumbos de la ciudad enviando innumerables fragmentos ybalines que iban a incrustarse en las ventanas, en los muros de las casas yhacían cientos de víctimas entre la gente no combatiente». Tablada añade:«Durante todo el día ha seguido el cañoneo, exasperante, rabioso, infernal,sembrando la muerte en la ciudad y arruinando las propiedades […] Cincodías de diabólico cañoneo dentro de una ciudad, es algo de inaudita barbarie[…] Lloran en estos instantes centenares de viudas y de huérfanos; sufren lasmujeres y los niños, comienza el hambre a sentirse en los hogares de la gentepobre que no come porque no trabaja. ¡Y mañana vendrá la peste! Laperspectiva no puede ser más desoladora».

Nuevamente no existe en la dirección de las tropas del gobierno unaclara idea de qué es lo que se está haciendo y por qué o de cómo utilizar susuperioridad numérica, ni siquiera aparece una voluntad de cercar totalmenteel reducto rebelde, en la perspectiva de rendirlo por hambre; y en los alzadosno hay más que una motivación desestabilizadora que pone todos sus huevosen la canasta de una reacción política. Victoriano Huerta y los generales deLa Ciudadela están moviendo nuevas cartas bajo la mesa.

Wilson sigue enviando y difundiendo informes alarmistas: «Durante elfuego de esta mañana el Club Americano fue completamente destruido». Laversión era falsa, no habían sido más que unas balas perdidas que dieron en lafachada y dos bombas que estallaron en el patio rompiendo algunas ventanasy muebles. Lo que sí voló parcialmente, alcanzado por un impacto directo deartillería que le dejó el esqueleto descascarado, fue el emblemático reloj de lacalle Bucareli.

En la noche del 13 al 14, el cónsul estadounidense Arnold Shanklin, queestaba atendiendo a sus paisanos en el patio de la embajada, recibe la visitade un enviado de Huerta, el ingeniero Enrique Cepeda –al que identificaerróneamente como el hijo ilegítimo del general y quien era realmentecompadre de Victoriano–. Cepeda le pide que lo comunique con elembajador. Wilson lo recibe rápidamente y el enviado de Huerta le da aconocer los detalles de un plan que permitiría que Huerta y Félix Díaz seencontraran y cerraran filas eliminando a Madero. Huerta le pregunta porintermedio de Cepeda cuál es la opinión del embajador y si aprobaría dichomovimiento. Wilson debe de haberse frotado las manos de júbilo: ¡Unareunión de generales con Madero al absoluto margen!

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Wilson no conocía a Victoriano Huerta, pero tenían un importanteamigo en común que le ofrecería todo tipo de referencias: el principal asesory compañero de borracheras del embajador estadounidense, WilliamBuckley, solía tomar con el general Huerta más de una copa y era tambiénuno de sus habituales compañeros de borrachera.

La reunión culmina cuando Wilson y Cepeda acuerdan que unmensajero confidencial mantendría el contacto.

Esta reunión, que está plenamente documentada, confirma que Huerta yDíaz no se habían visto anteriormente y que Huerta no sólo está buscando elcontacto, que ya existe, sino el visto bueno de la embajada.

En México, las traiciones, como los cojones y los ovarios, vienen de apares.

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21No renuncio

F. I. Madero

El viernes 14, los leales reciben un respiro: se anuncia la llegada de tropasque vienen desde Oaxaca y arriban a la ciudad de México dos millones decartuchos de Veracruz. Ese mismo día, un nuevo personaje entra en escena: elgeneral Aureliano Blanquet, al mando del 29° Batallón, que tras su arribodesde Toluca, acampa en los llanos de Tlaxpana y está fresco. Ese día entraráen combate.

Blanquet había nacido en Morelia en 1849 y debía su fama a una historiaque se contaba por todos lados, y en la que se aseguraba que cuando era unjoven voluntario fue miembro del pelotón de fusilamiento de Maximiliano ymás aún, que él fue el que le dio el tiro de gracia. La historia eracontrovertida y muchos aseguraban que era una falacia. En las fotografías quese conservan del pelotón nadie podía reconocer a Blanquet y sabido era que

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el tiro de gracia lo daba el oficial al mando, cosa que el joven no era. Pero laleyenda prevalecía, sin duda estimulada por el propio Aureliano.

En 1877 ingresó formalmente en el ejército como subteniente y eracapitán primero durante la guerra de castas. En su expediente podía leerse:«de conducta dudosa», lo que algunos traducían como «indisciplinado». JoséEmilio Pacheco sumaría años después: «De él se contaba que después de lacampaña de Quintana Roo desollaba a los rebeldes mayas y los abandonabaen la tierra quemada por el sol».

En diciembre de 1911, al recibir de Madero la banda de general debrigada había declarado: «Malas inteligencias nos han extraviado al extremode suponer un mal gobierno en el legítimamente emanado del pueblo, esegobierno sintetiza la legalidad y esto obliga al Ejército Nacional a honrarsesosteniéndolo enérgicamente o a morir por él y es deber de todo mexicano,sostener ese mismo gobierno, que para nosotros representa la legalidad máspura».

En México, frente a discursos tan ampulosos la voz popular suele decir:«de lengua me como un taco». Pero en fin, parecía que Madero podía contarcon Blanquet.

Las nuevas tropas entraron ese día en acción con un resultadodesastroso: a la hora de iniciarse el fuego, dos compañías con todo yametralladoras se pasaron de bando. Otros ataques fracasaron igualmente sinhaber logrado ni un palmo de avance.

Ante Madero, el general Huerta se deshizo en explicacionesargumentando que sólo contaba con tres mil hombres y que la crisis se debíaa la falta de fusiles que le impedía «dar de alta a los voluntarios que sepresentaban en los cuarteles». La cifra era inexacta, Huerta contaba en esemomento con más de cinco mil soldados armados.

Ya comenzaban las presiones en el interior del gobierno, tanto de partede algunos ministros como por parte de la diplomacia estimulada por Wilson.El embajador estadounidense era incansable en la conspiración: creó unfrente diplomático al que sumó a los embajadores de Inglaterra y España,amenazó con la intervención norteamericana, pidió públicamente y encomunicaciones al State Department la renuncia de Madero, conspiró con losalzados en La Ciudadela, intercambió mensajes con el general Huerta,ablandó a los sectores más tibios del gabinete de Madero y mintiódescaradamente en sus comunicaciones a Washington engordando las cifrasde heridos, muertos y daños, y hablando de una falsa unanimidad existente en

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el cuerpo diplomático.Sujeto a tantas presiones, Madero aceptó una mediación con los alzados

a propuesta de De la Barra y del embajador español Cólogan, la idea eraestablecer un cese el fuego para que los civiles salieran de la zona decombate. Desde La Ciudadela el general Mondragón, engreído y al que leimportan un bledo los civiles, dijo que para empezar a hablar Madero teníaque renunciar.

Las presiones más fuertes caerían sobre el ministro de RelacionesExteriores, Pedro Lascuráin, que muy pronto se ablandó y reunió con unaparte de los miembros del Senado, a espaldas del presidente, para estudiar laconveniencia de pedir la renuncia de Madero. De la reunión quedaronexcluidos algunos maderistas que pensaban que no era momento dedebilidades ante los golpistas y las voces extranjeras.

Ante estos primeros ataques políticos, que van mucho más allá del golpemilitar, Madero se mantendrá firme, dirá que él ha sido elegido y que norenunciará de ninguna manera, y enviará un mensaje al presidente de losEstados Unidos, William Howard Taft, para deshacer las amenazas de HenryLane Wilson acerca de la posibilidad de una intervención de su país.

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22«Nervioso, pálido y con gestos

extraños»

La casa de Madero incendiada

En la mañana del sábado 15 de febrero, Henry Lane Wilson convocó a losembajadores de Inglaterra, España y Alemania y les lanzó un discursoincendiario: Madero era incompetente, la chusma estaba a punto de saquear laciudad, los zapatistas se encontraban a la vuelta de la esquina. El panoramaera tan holocáustico que Bernardo Cólogan, el embajador español, casi quedóconvencido y decidieron llevar las presiones diplomáticas ante el pococonfiable ministro de Relaciones Exteriores, Pedro Lascuráin. Poco despuésse le presentaron en Palacio, para preguntar retóricamente si el gobiernopodía ofrecer garantías a los extranjeros, diciendo que lo responsabilizabande cualquier daño a ciudadanos o propiedades de sus países. El mensaje llegóhasta Francisco Madero que, con elegancia pero con dureza, respondió que

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los diplomáticos extranjeros no debían inmiscuirse en asuntos nacionales.Los embajadores, a iniciativa de Wilson y del alemán Von Hintze, pidieronentonces una reunión con el jefe de la guarnición, Victoriano Huerta, yMadero aceptó con la condición de que Lascuráin estuviera presente.

Paralelamente, el Senado se reúne sin quorum, pero un grupo de 24senadores, en sesión privada, acuerdan que hay que pedir la renuncia deMadero y se presentan en Palacio. El presidente no los recibe. Los senadoresentonces arengan a una multitud fuera del edificio y agitan el fantasma de quela destitución del mandatario es lo único que puede evitar una intervenciónmilitar de los Estados Unidos.

Aunque no hay enfrentamientos importantes en torno a La Ciudadela, elbombardeo indiscriminado sigue potente. La casa particular de los Madero esincendiada, aunque no se encuentra en el interior ni en las cercanías de lazona rebelde. ¿Quiénes son los autores del hecho? Huerta es cuestionado yresponde que fue producto de una granada incendiaria, pero nadie habíaescuchado el impacto.

A lo largo del día las tropas de Blanquet del 29° Batallón, muy dañadaspor el combate del día anterior, son destacadas por orden de VictorianoHuerta para cuidar Palacio Nacional y la seguridad del presidente, relevandoa los que lo defendieron el día nueve y a los cadetes del Colegio Militar;sustituye también los pases de ingreso a Palacio que estaba dando laSecretaría de Madero por pases del gobierno militar. Huerta, continuando laoperación de controlar al presidente, trata de inmiscuirse en la logística dePalacio y de poner a un hombre de su confianza en la intendencia, peroAdolfo Bassó no lo permite porque tiene miedo de que intenten envenenar aMadero.

Finalmente y sin que quede claro de quién es la iniciativa, se pacta unarmisticio de 24 horas desde las dos de la madrugada del sábado al domingo.

El embajador español Cólogan, cuenta que a la una de la mañana de lanoche de sábado a domingo, Wilson lo citó intempestivamente en laembajada gringa. «Se me condujo misteriosamente en un coche con las lucesapagadas […] Wilson, nervioso, pálido y con gestos extraños» le informa quela caída de Madero es cuestión de horas y depende de un acuerdo que se estánegociando entre Huerta y Félix Díaz.

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23«Tiro para mañana»

Mondragón y Díaz preparando los bombardeos

En la mañana del domingo 16 entran en La Ciudadela 18 carros cargados deprovisiones, violando el armisticio. Los golpistas avanzan y ganan terreno enla periferia, instalando nuevas ametralladoras. El presidente Madero recibiráun informe de todos estos movimientos, convoca al general Huerta a supresencia y lo confronta. Victoriano intenta desmentir la información, peropuesto frente a un testigo termina diciendo que se trata de una maniobratáctica que prefiere que los felixistas se concentren y no se disgreguen por laciudad. Rubio Navarrete es nombrado nuevamente responsable de la artilleríacon la orden de concentrar el fuego sobre el edificio de La Ciudadela, pero elmilitar argumenta que no tiene ni las granadas correctas ni un observatorioadecuado. Todo se disuelve, nada se concreta, todo se desvanece en palabrasy disculpas, estorbos y supuestas dificultades; pareciera claro para unobservador, que no fuera Madero y su eterna inocencia, que los militares

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acaudillados por Victoriano no quieren pelear. En esa misma reunión sebloquea un plan del coronel Rubén Morales, asistente militar del presidente,para concretar un asalto nocturno.

Poco después, el secretario del presidente, Sánchez Azcona, sorprende aHuerta en plena conferencia con García Granados, connotado conservador.También lo ha visto con Enrique Cepeda, al que todo el mundo señala comoel correveidile de los sublevados. Sánchez Azcona confronta al generalHuerta, que de nuevo hace magia con las explicaciones: Cepeda es sucompadre y precisamente le trae noticias de los alzados, y remata hablandode sí mismo en tercera persona: «Antes de que alguien le tocara el pelo anuestro Chaparrito, tendría que pasar por el cadáver de Huerta».

La casi totalidad de los personajes civiles en torno a Madero no tiene yaninguna duda: Huerta está preparando la traición, pero el presidente noreacciona ante sus denuncias y reclamos.

Mientras tanto, en La Ciudadela se toma una singular foto: ManuelMondragón y Félix Díaz se dejan retratar ante una pizarra en uno de loscuartos. En el pizarrón que tienen frente a ellos un letrero reza: «Tiro paramañana» y un esquema muy sencillo muestra una serie de blancos entre losque destaca Palacio Nacional. Pareciera un juego de ajedrez. No pretendensalir a combatir, sólo resistir y bombardear la ciudad. Poco después detomada la fotografía, a las dos de la tarde, los dos personajes darán orden deabrir fuego, de nuevo violando la tregua.

Los bombardeos están causando graves daños a la población civil.Alberto J. Pani cuenta que las brigadas de la sección de panteones no teníancapacidad para enterrar a tantos muertos. Tablada registra en su diario: «Loscadáveres de combatientes y víctimas ocasionales están siendo llevados porel rumbo de Balbuena donde se hacinan y, rociándolos con petróleo, se tratade incinerarlos en previsión de epidemias. La gran exedra del monumento aJuárez es, según me cuentan, un enorme amontonamiento de cuerpos sinvida. Los árboles del Zócalo están destrozados por el huracán de plomo yhierro y en torno a la Plaza de Armas […] palacios convertidos encaballerizas, llenos de estiércol y de soldaderas que preparan el rancho ocuran a los juanes. El Palacio Municipal es una ruina […] Por todas partessangre, luto y desolación».

Y Armando Bartra añade la historia del periodista John Kenneth Turner:«El domingo 16 se suspenden las hostilidades y los chilangos salen de susmadrigueras al recuento de los daños. Entre caballos destripados, montones

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de cascajo y cadáveres humeantes, un hombre de bigote y perfil afilados tratade equilibrar su cámara fotográfica frente a los restos del Reloj Chino. Unasúbita descarga de fusilería rompe la paz dominical y el armisticio. Elfotógrafo corre rumbo al Caballito, cuando una brigada felixista le arrebata lacámara y se lo lleva al cuartel. En La Ciudadela se identifica como periodistaestadounidense, pero el general Mondragón lo envía a la bartolina, un agujerorepleto de soldados ebrios».

Henry Lane Wilson escribe a Washington: «El general Huerta me haexpresado el deseo de hablarme y lo veré durante el día». Huerta le manda unmensaje cancelando la cita, pero diciéndole que tomará medidas para resolverla situación. ¿De qué situación habla? Obviamente de un segundo golpemilitar para destituir al presidente Madero.

Alberto J. Pani, amigo y colaborador del presidente contaría: «En lanoche del 16, además de rendir al presidente Madero mi habitual informediario […] referido a las activas labores de limpia desempeñadas en la zonade fuego, le comuniqué nuestra impresión […] de un entendimiento, contra elgobierno, entre los sitiados y los sitiadores […] El presidente Madero mecalificó de demasiado suspicaz y, con la ingenuidad que lo caracterizaba, meinvitó a que repitiera, delante del general Huerta –que, a la sazón, se acercabaa nosotros– lo que acababa de comunicarle. Procurando no incurrir en unapeligrosa alusión directa, dije: “La gente, en la ciudad, no alcanza aexplicarse –quizá por ignorancia– la tardanza en la recuperación de LaCiudadela y, sobre todo, este hecho: mientras que las fuerzas del Gobiernopermanecían inactivas durante el armisticio, las rebeldes mejoraban elemplazamiento en su artillería, introducían abundantes provisiones”».

Huerta se deshizo en explicaciones. «Yo soy, señor presidente, siempreel mismo, fiel hasta la muerte». Poco después saldría de Palacio para unareunión en la casa de su compadre Enrique Cepeda, Cepedita, que segúnSánchez Azcona, «en cantinas y prostíbulos denostaba al presidente Madero»y al que el periodista Ignacio Muñoz define como: «un desequilibrado capazde los mayores abusos». ¿Asisten a esa reunión Félix Díaz o Mondragón? ElSobrino del tío lo negará en el futuro, pero sin duda alguno de sus hombres lohizo. Ya no se trata de qué hacer, derribar a Madero, sino de cómo y cuándo.Y sobre todo se trata de negociar el poder que seguirá, el futuro, entre losprimeros golpistas y los nuevos.

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24«Ustedes están precipitando lasituación al correr esas bolas»

La artillería federal «descansando»

El lunes 17 febrero, las presiones para derrocar a Madero continuaron: enuna más de las intromisiones de los embajadores, el alemán Von Hintze, seentrevistó con Lascuráin y le propuso que el gobierno nombrara a Huertagobernador general de México para que terminara con el caos. Dos senadoresse entrevistan con Blanquet. Éste les dice que ha hablado con Huerta y queserían necesarios diez mil hombres para tomar La Ciudadela. O sea que entrelíneas estaba admitiendo que no había una salida militar contra lasublevación.

Juan Sánchez Azcona y Madero se encuentran conversando en el balcónde la esquina sureste de Palacio y contemplan a las tropas de Blanquetorganizadas ante el recinto. También observan a Victoriano Huerta yAureliano Blanquet allá abajo, dialogando animadamente. El presidente y susecretario no pueden menos que preguntarse de qué trata la conversación.

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Azcona está convencido de que Huerta está montado en una conspiraciónpara derrocar al presidente. ¿Estará también Blanquet? ¿Madero sigueprisionero de su candor o al menos duda? Victoriano se despide de susubordinado con un apretón de manos vigoroso.

Poco después habrá de celebrarse una reunión del Estado Mayor a la queasisten García Peña, Huerta, Maas, Yarza, García Hidalgo y Delgado, en laque se planifica una operación de aproximación a La Ciudadela para el díasiguiente. Supuestamente el plan se basaba en la toma del local de la YMCA,con lo cual según Huerta decía: «Todo habrá terminado».

Tras la reunión, el presidente se entrevista con el general Huerta.Madero le suelta de sopetón: «Acabo de saber que algunos senadores,enemigos míos, lo invitan a que imponga mi renuncia». «Sí, señor presidente–responde Huerta– pero no les haga usted caso porque son unos bandidos.Las tropas acaban de ocupar el edificio que es la llave de asalto a LaCiudadela». Huerta miente y gana tiempo. Madero vuelve a dudar, pero noactúa.

El que no dudará será su hermano, Gustavo, que pistola en mano detieneal general Victoriano Huerta en el interior de Palacio. Hay tres versionessobre el origen de los hechos:

La primera y más simple es que Gustavo A. Madero se enteró de lareunión en casa de Cepeda y eso lo motivó a intervenir. La segunda (queviene de varias fuentes, entre ellas de Urquizo) es que el capitán Henríquez,asistente de Huerta, oyó casualmente una conversación del general, en la quequedaba claro que estaba preparando un nuevo golpe militar y se lo contó aGustavo. Existe una tercera versión, poco sustentable y originada en el choferAlanís, muy cercano a los Madero, según la cual Gustavo logró infiltrar en LaCiudadela a un espía vestido de soldado, que oyó conversaciones sobre lasnegociaciones de Huerta con Félix Díaz.

Lo que parece cierto es que, fuera por una u otra causa, Gustavo a puntade pistola había detenido a Huerta acusándolo de traición. Alguien le llevó lainformación al presidente que ordenó que ambos comparecieran ante él y lepidió a Huerta que se defendiera de las acusaciones de Gustavo, que entreotras cosas decía que en los combates en torno a La Ciudadela el másinteresado en la derrota de los leales era su propio general. Huerta jurófidelidad y el presidente le dio 24 horas más para que tomara el recinto, ledevolvió la pistola y reprendió a su hermano por impulsivo.

Victoriano se había salvado. En la versión de Urquizo, Huerta regresó a

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su despacho y fustigó al capitán Henríquez, que colocado en una situaciónextremadamente difícil esa noche se suicidó.

Huerta (o al menos su supuesta voz en su diario apócrifo) comentaríaaños más tarde los problemas que tuvo para elegir a las tropas que darían elgolpe: «No me convenía utilizar a Delgado, ni a Romero, éste habíasospechado algo y el primero era maderista y a Ángeles no podía ni darle unaorden […] Blanquet había llegado y confié en él para mi combinación final[…] este jefe se mostró reservado y poco amigo de la sublevación».

Si así fue no le costó demasiado trabajo convencerlo. Además, contabacon la simpatía o al menos la apatía de los generales Mass, Yarza, GarcíaHidalgo y el coronel Rubio Navarrete; contaba con el grupo de senadores ydesde luego con el embajador Henry Lane Wilson y parte del cuerpodiplomático, quien en esos momentos solicitaba al presidente WilliamHoward Taft la intervención militar: «No hay duda de la inmediata necesidadde enviar formidables unidades de guerra a los puertos mexicanos, consuficiente número de soldados que puedan desembarcar con destino a lospuertos del Atlántico y del Pacífico. También deben darse señales visibles deactividad y prevención en la frontera. Aquí estamos formando una guardia deextranjeros. Pronto podré anunciar que ha quedado organizada, porque esteestado de cosas ya no puede continuar». Y a los embajadores les decía:«Madero es un loco, un tonto, un lunático que debe ser legalmente declaradosin capacidad para el ejercicio de su cargo. Madero está irremisiblementeperdido. Esta situación es intolerable, pero yo voy a poner orden». Elembajador se transmutaba en regidor de los destinos de México.

Bartra cuenta que Henry Lane visitó ese día La Ciudadela para continuarsu labor de mediación entre Huerta y Félix Díaz, y que entrevistó alperiodista estadounidense que tenían detenido, «quien en confianza reconocellamarse John Kenneth Turner y haber ocultado su nombre: “Mi vida novaldrá nada si la gente de Félix Díaz se entera de que soy el autor de Méxicobárbaro”. Colérico como de costumbre, Wilson lo conmina a sincerarse consus carceleros y se compromete a liberarlo esa misma noche. En cuantoTurner se identifica, Mondragón lo condena a muerte por conspirar para elasesinato de Félix Díaz […] El periodista espera un fusilamiento que sepospone hasta tres veces».

Los bombardeos continuaban y afectaban sobre todo a los civiles.Decenas de fotos de los periodistas locales registran los cadáveres tendidos amitad de las calles; los edificios derruidos. Aunque los muertos deberían de

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ser numerosos, los informes de los embajadores, en particular de Wilson,exageraban enormemente la cantidad. Llegaron a hablar en sus despachos aWashington de hasta de ocho mil muertos, «mortandad que sabíamos todoslos que estábamos en la ciudad que no existía», según la frase de RamónPrida, quien ofrece la lista de las 44 personas cuyas actas de defunción seencuentran en el registro civil, cifra que lo único que indica es que la ciudad,bajo las bombas, no estaba produciendo actas de defunción a todos loscaídos.

El capitán Garmendia, asistente de Madero, ante la ineptitud de lasoperaciones de los generales, había formulado un plan para volar el edificiode La Ciudadela minándolo con dinamita y utilizando los túneles de la redcloacal; el grupo de Pani en la Secretaría de Comunicaciones consiguió ladinamita en Pachuca y buscó los planos del alcantarillado, incluso llegaron ahacerse exploraciones en el colector número cuatro. Otra iniciativa de un parde aviadores, Lebrija y Villasana, para bombardear desde el aire LaCiudadela, fue ignorada por los generales.

Así se llegó al final del lunes. Madero, que no había vuelto aChapultepec desde que se inició el golpe, dormía en un catre en un gabineteanexo a su despacho. A mitad de la noche, Sánchez Azcona recibió alingeniero Alfredo Robles Domínguez, uno de los cuadros políticos másimportantes del maderismo original, que dijo que tenía que hablarurgentemente con el presidente. Juan duda, Madero no ha dormido más quetres horas. Finalmente lo despierta. Robles le contará al presidente que tienepruebas de que Huerta y Félix Díaz han cerrado en principio un pacto.Madero no le hace mucho caso, rumores… «ustedes están precipitando lasituación al correr esas bolas».

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25El segundo golpe

El patio de Palacio tras el segundo golpe

Hay que escaparse de los lugares comunes, de la retórica tradicional que loconvierte en «el chacal», el prototipo nacional del traidor, el marrano general,pero francamente resulta extremadamente difícil. Victoriano Huerta no sóloes un traidor en todos los sentidos del término, es realmente sinuoso,canallesco en sus procedimientos. En la mañana del martes 18 de febrero, contodos los elementos del golpe en sus manos, no enfrentará personalmente aMadero sino que coordinará una operación a cuatro bandas: detener alpresidente, neutralizar a Gustavo Madero, detener a Felipe Ángeles y usar aWilson para negociar el pacto definitivo con Díaz y Mondragón.

Invita a Gustavo Madero a desayunar en el restaurante Gambrinus, envíaun mensaje a Wilson, da instrucciones a Aureliano Blanquet y sale de PalacioNacional dejando la coordinación de la operación a su compadre, el eternoEnrique Cepeda. Henry Lane Wilson reportará a su gobierno: «El generalHuerta es sobre todo un soldado, un hombre de acero, de gran valor, que sabelo que quiere y cómo alcanzar su objetivo. No creo que sea muy escrupulosoen sus procedimientos, pero lo creo un patriota sincero y, hasta donde misobservaciones del momento me permiten formar una opinión, se separará

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gustoso de las responsabilidades de su puesto tan pronto como la paz y elrestablecimiento de las condiciones financieras del país lo permitan. Él acabade enviarme un mensajero anunciándome que puedo estar seguro de que va atomar medidas que den por resultado la remoción de Madero, esto es, sucaída del poder y que el plan ha sido perfectamente meditado…».

El general Blanquet, poco después de mediodía (algunos dirán que a launa de la tarde) convocó al segundo jefe del 29° Batallón, el coronel TeodoroJiménez Riveroll, y le dio órdenes de que apresara a Madero. El coronel, conel mayor Pedro Izquierdo y cincuenta soldados, guiado por Enrique Cepeda,subió las escaleras de Palacio e irrumpió en una reunión en la que seencontraba el presidente, parte del gabinete y algunos de sus asistentes. Nohay constancia de las frases que se intercambiaron, aunque en algunasversiones Riveroll, ante las preguntas de Madero, le habría dicho que elgeneral Huerta quería verlo y el presidente contestó que entonces viniera. Enlo que coinciden los testigos es que en un determinado momento el coronel ledijo al presidente que se diera por preso.

Alguno de los miembros de la escolta de Madero le gritó a los soldadosque acompañaban al coronel golpista: «¡Media vuelta!» y estos obedecieron.Riveroll repitió la orden y los soldados, desconcertados, volvieron a apuntar aMadero y sus acompañantes.

Hay veces, en situaciones confusas como estas, en que un gesto resultadefinitorio; en medio de una mezcla de hombres exaltados y desconcertados,de soldados que no saben a ciencia cierta qué hacer cuando su jefe les daórdenes pero el presidente les da la contraria, la reacción más rápida define lasituación.

Se intercambiaron disparos y Marcos Hernández, cubriendo con sucuerpo al presidente, cayó muerto. Gustavo Garmendia, uno de los asistentesde Madero, un capitán oaxaqueño con cara de niño al que sólo lo salva elbigote, disparó a su vez matando a Riveroll y al mayor Izquierdo. Algunoscronistas han afirmado que fue el propio Madero quien disparó, pero comotodos los que lo conocían podían atestiguar, Madero nunca portaba armas. Seprodujeron más disparos, Enrique Cepeda quedó levemente herido. Maderose escurrió de la sala ante los soldados que no sabían qué hacer. El primerconato del golpe parecía haber fracasado.

Azcona, que llegaba en esos momentos, se encontró a Madero en elmomento en que con toda sangre fría salía al balcón del salón verde, que da ala plaza, para arengar a un grupo de rurales que estaba intercambiando

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disparos con los del 29°. El presidente, acompañado por media docena depersonas, decidió bajar al patio para hablar con la tropa que estaba deguardia. Un pequeño grupo tomó el elevador, los que no cabían, encabezadospor Garmendia que traía la pistola en la mano, descendieron por las escaleras.

Cuando Madero aparece en el patio, un pelotón del 29° le presentaarmas. Por fin, ¿golpistas o fieles republicanos? En ese momento se acerca unnuevo grupo de soldados, cerca de un centenar, encabezado por Blanquet,pistola en mano, y el general García Hidalgo. Madero trata de hablar con latropa, Blanquet, que tenía la cara completamente pálida y le temblaban lasmanos, lo interrumpe agarrándolo del brazo. Los testimonios coinciden en lasfrases pronunciadas. El general le dice al presidente: «Es usted miprisionero». Madero le responde: «¡Es usted un traidor!». El general baja lamirada y repite: «Es usted mi prisionero».

Reina la confusión. Blanquet se da cuenta de que no puede desperdiciarla oportunidad y ordena la detención del vicepresidente Pino Suárez y lamayor parte de los ministros; más tarde serán aprehendidos los generalesFrancisco Romero y José Delgado. En la confusión, Sánchez Azcona, junto aJesús Urueta y al capitán Gustavo Garmendia, logran fugarse. Tras unmomento de desconcierto deciden ir al cuartel general de Felipe Ángeles paramovilizar a sus tropas hacia Palacio y combatir el golpe.

Madero y Pino Suárez son encerrados en uno de los departamentos de lacomandancia militar y trasladados después a la intendencia de Palacio, uncuarto alfombrado, con algunas horribles estatuas de bronce y varios sillonesde cuero.

Poco antes de que esto sucediera, Victoriano Huerta almorzaba enGambrinus con Gustavo Madero. Ramón Puente cuenta que «ya en elcomedor y servido el aperitivo, Huerta finge un llamado urgente telefónico ycomo dice estar desarmado pide una pistola, Gustavo le ofrece galantementela suya y se despiden». La historia de la pistola no resulta muy creíble y lasrelaciones en esos momentos se han enfriado a tal grado entre Victoriano yGustavo, que difícilmente podría ser cierta, pero vaya uno a saber: todopuede ser posible.

En algunas versiones Huerta regresa después de haber confirmadotelefónicamente que el golpe en Palacio había sido un éxito; en los relatosmás confiables se cuenta que Huerta salió hacia el Zócalo y poco después ungrupo de veinticinco guardabosques armados (la corporación que se hacíacargo de la vigilancia del bosque de Chapultepec y estaba comandada por un

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cuñado de Huerta) entra en Gambrinus, detiene a Gustavo, lo amarra y lomete en un cuartito en la parte trasera del restaurante.

Mientras tanto, Blanquet pronuncia en los patios de Palacio Nacional undiscurso a una multitud integrada por soldados y curiosos que se ha venidocongregando al conocer las noticias. La perorata, en un alarde de cinismo, seinicia con: «Los caprichos de un solo hombre…» y se refiere a la«terquedad» de Madero, que al no haber querido renunciar, ha provocado lasituación que vive la ciudad.

Huerta llegará a Palacio muy poco después y convocará por teléfono algeneral Felipe Ángeles a su oficina para «recibir órdenes». Sin saber lo queestá sucediendo, Ángeles recorrerá el par de kilómetros que lo separa delZócalo cruzándose con Azcona y Garmendia. Al llegar, descubre que Maderoestá detenido. Huerta le suelta de sopetón: «Contra usted, general, no haynada, sólo que tiene usted muchos enemigos porque vale mucho […] Estáusted en libertad», en la eterna lógica de que perro no come perro y que al finy al cabo Ángeles es un militar del viejo régimen como él. Victoriano leofrece a Ángeles tres opciones: que asuma la dirección del Colegio Militar,que acompañe a Madero a Veracruz y se exilie con él, posiblemente a Cuba,o que acompañe a Madero y luego regrese a hacerse cargo del puesto dedirector. Ángeles le dice que prefiere irse al extranjero. El embajador chilenoestá de testigo. Huerta termina la reunión ordenándole que se reporte conBlanquet. La promesa de libertad se desvanece al instante. Blanquet lo arrestay lo envía bajo guardia a reunirse con Madero y Pino Suárez.

Márquez Sterling, embajador de Cuba, verá a Ángeles: «Echado en unsofá, el general Ángeles sonreía con tristeza», estaba vestido de paisano, nocreía en el posible viaje a Cuba.

Gustavo es llevado bajo escolta a Palacio, conducido por EnriqueCepeda y los guardabosques. Una muchedumbre felixista quiere lincharlo.Huerta permite que la multitud entre al patio y se produce un nuevo mitin.Parece que a los generales que acaban de dar el golpe les gusta hablar enpúblico. El centro de su discurso es informar que Madero está arrestado y que«ya llegó el orden». «Soy un hombre que no tiene otra ambición que servir asu país».

A las dos de la tarde, Wilson recibe a Cepeda que le trae un recado de sucompadre en donde le informa que Madero y «sus secretarios» están presosen Palacio y le pide que se lo comunique a Taft y le informe a Félix Díaz, enLa Ciudadela. El hombre de Huerta, aún con manchas de sangre, le cuenta de

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la detención de Gustavo en Gambrinus. Wilson, en pleno júbilo, al fin y alcabo él ha hecho tanto como Díaz o Huerta para derrocar a Madero, dice quelo hará de inmediato y le transmite a Cepeda una felicitación al general «porsu patriotismo». El embajador encarga a uno de sus asistentes, HenryBerlinguer, que a bordo de un gran automóvil se vaya a La Ciudadela. Luegoordena que pongan una bandera blanca y otra con las barras y las estrellas enlos costados de su coche y se va para Palacio. En las cercanías del Zócalo losnuevos golpistas lo vitorean. El corresponsal de The New York Times escribe:«es poco frecuente que en México se celebre a un estadounidense». Lefaltaría decir: y menos cuando es el principal colaborador de un golpe deEstado.

En La Ciudadela, la noticia es recibida con ráfagas de ametralladora yfuego de fusiles que disparan al cielo. Félix Díaz le confesará al mismocorresponsal estadounidense que hasta ese momento no sabía nada del arrestode Madero. En las cercanías, los vecinos temen que se hayan reiniciado loscombates.

A las cuatro de la tarde, «grupos abigarrados de manifestantes felixistasa bordo de carretelas y de automóviles recorrían en júbilo» el centro de laciudad. Pronto harán arder las instalaciones de Nueva Era, el periódico de losmaderistas.

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26«Allá ellos, que se arreglen solos»

Los cuatro generales: Mondragón, Huerta, Díaz y Blanquet

A las nueve y media de la noche, Henry Lane Wilson recibe en la embajadade los Estados Unidos a Victoriano Huerta, que llega acompañado de EnriqueCepeda, el general Maas y Félix Díaz, que llega flanqueado por suslicenciados: Fidencio Hernández y Rodolfo Reyes. Mientras los golpistas deldía 9 y los del día 18 se reúnen en privado durante un par de horas, en laantesala, se encuentra parte del cuerpo diplomático convocado por Wilson.

Rodolfo Reyes cuenta que en un determinado momento «Huerta hablópor lo bajo con Félix Díaz y ambos nos suplicaron que los dejáramos solos.Pasó una media hora». Luego serán llamados los asesores y Rodolfo seencargará de redactar el pacto a máquina, que será firmado por los dosgenerales. Es un documento muy sencillo en que ambos declaran lasbondades del golpe militar. Huerta: «En virtud de ser insostenible la situaciónpor parte del gobierno del señor Madero, para evitar más derramamiento desangre y por sentimientos de fraternidad nacional, he hecho prisionero adicho señor, a su gabinete y a algunas otras personas más». Félix Díaz: «Sumovimiento no ha tenido más objeto que lograr el bien nacional y que en talvirtud está dispuesto a cualquier sacrificio que redunde en bien de la patria».

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Se acuerda que Victoriano será el presidente provisional con un gabineteen el que estarán Manuel Mondragón en la Secretaría de Guerra, RodolfoReyes en Justicia y una combinación de felixistas y opositores blandos aMadero, como León de la Barra, en los cargos restantes. Y al final dejan claroque: «El señor general Félix Díaz declina el ofrecimiento de formar parte delgabinete provisional, en caso de que asuma la presidencia provisional elseñor general Huerta, para quedar en libertad de emprender sus trabajos en elsentido de sus compromisos con su partido en las próximas elecciones,propósito que desea expresar claramente y del que quedan bien entendidoslos firmantes».

O sea, Huerta presidente y Díaz futuro presidente.Wilson se presentó en el salón contiguo ante los diplomáticos con el

pacto en la mano y declaró: «Señores, los nuevos gobernantes de Méxicosometen a nuestra aprobación el ministerio que van a designar, y yo desearíaque si ustedes tienen alguna objeción que hacer, la hagan para trasmitirla alos señores generales Huerta y Díaz, que esperan en el otro salón. Con estodemuestran el deseo que los anima, de marchar en todo de acuerdo connuestros respectivos gobiernos y así creo firmemente que la paz en Méxicoestá asegurada».

Era el delirio final, el gobierno de México pasaba por la aprobación deun grupo de embajadores extranjeros. Márquez Sterling, el embajadorcubano, se atrevió a disentir: «No creo que nosotros debamos rechazar niaprobar nada, sino simplemente tomar nota de lo que se nos comunica ytrasmitirlo a nuestros gobiernos». Nadie le hizo mayor caso.

Luego, golpistas y diplomáticos se reunieron y se dio lectura aldocumento que fue recibido con aplausos. Huerta se despidió y fue luegoacompañado hasta la puerta por Wilson, que al regreso no se privó de gritar:«¡Viva el general Díaz!, salvador de México», para luego invitar a lospresentes a tomar champaña.

El documento se haría público como «Pacto de La Ciudadela»,simulando que allí se había firmado, en lugar del más preciso «Pacto de laembajada». Los golpistas no estaban exentos de un minúsculo sentido delridículo.

Márquez Sterling registra que poco después a Huerta lo siguieron loshombres de La Ciudadela y, ya solos los embajadores, alguien preguntó si noirían a matar a Madero y a Pino Suárez, a lo que Wilson respondió: «Oh no, aMadero lo encerrarán en un manicomio: el otro sí es un pillo y nada se pierde

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con que lo maten». Ante las protestas de algunos, remató: «En los asuntosinteriores de México no debemos mezclarnos: allá ellos que se arreglensolos».

A medianoche, Wilson informó a su gobierno: «Invité al general Huertay al general Díaz, para que vinieran a la embajada con objeto de considerar lacuestión de preservar el orden en la ciudad. Cuando llegaron vi que habíamuchas otras cosas que discutir y resolver y después de enormes dificultadesconseguí que se pusieran de acuerdo […] de manera que Huerta fuera elpresidente provisional y Díaz nombre el gabinete y enseguida [Huerta] ledará todo su apoyo para que sea elegido presidente».

Esa noche, Sara Pérez, las hermanas solteras y los padres de Madero serefugiaron en la embajada de Japón. Horas después, Aureliano Blanquet fueascendido a general de división.

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27Treinta y siete heridas bajo la Osa

Mayor

Adolfo Bassó

De regreso en Palacio, pasada la medianoche, Huerta recibió a un emisariodel general Manuel Mondragón que le exigía la entrega de los presos quetenía en su poder. Prida cuenta que cuando Félix Díaz regresó de la embajadaestadounidense e informó del pacto, se habían desatado los festejos y habíacorrido el alcohol en La Ciudadela. Al calor de las borracheras y los odios,muchos pidieron a Félix Díaz que le exigiera a Huerta la entrega de loshermanos Madero. Mondragón tomó la iniciativa y mandó un ayudante enautomóvil a Palacio con la demanda. Huerta se resistía, de alguna maneraquería cubrirse con un manto de legalidad y para eso necesitaba de lasrenuncias del presidente y el vicepresidente. Hubo varios intercambios demensajes con el ayudante que iba y venía en el automóvil cubriendo elkilómetro y medio que separan a La Ciudadela de Palacio.

Finalmente, Victoriano cedió parcialmente y envió a Gustavo Madero y

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al intendente Adolfo Bassó, custodiados por el teniente Revilla, con la ordende que fueran entregados personalmente al general Mondragón, quien enpresencia de Félix Díaz, le dijo al capitán Zurita de la escuela de aspirantes:«Háganles lo que ellos le hicieron al general Ruiz».

Gustavo se resistió agarrándose del marco de una puerta y tratando deconvencerlos, se dice que desesperado les ofreció dinero: no valieron losgritos, uno de los aspirantes le dio un tiro de pistola hiriéndolo en el maxilar.Un grupo de cerca de cien soldados y civiles, estimulados por los gritos deCecilio Ocón y en medio de un delirio contagioso, lo sacaron al patio.Alfonso Taracena cuenta: «A empellones, entre gritos soeces, colmado deinjurias y de golpes […] y a puntapiés, a bofetadas y a palos…», gritándoleOjo Parado, cobarde, llorón, lo sacaron del edificio a la gran explanadadonde se encuentra la estatua de Morelos. Un desertor del 29° Batallón,apellidado Melgarejo, hundió la punta de su espada en el ojo bueno deGustavo, dejándolo ciego.

Entre los observadores, según algunos relatos, se encontraba el generalManuel Mondragón. Gustavo, tambaleándose, llegó ante la estatua queconmemora no sólo al hombre de la independencia sino a la heroicaresistencia contra los gringos del general Balderas y allí se desplomó. Uncapitán que estaba borracho sacó su pistola y disparó. Tras él, otros soldadoshicieron fuego sobre el cuerpo con sus fusiles. Alguien se acercó con unalinterna para constatar que estuviera muerto. Luego el grupo se dedicó a laburla; le cortaron los cojones, le arrojaron tierra y estiércol encima.

El cadáver de Gustavo tenía treinta y siete heridas. Había en susbolsillos sesenta y tres pesos, tres cartas de su esposa Carolina y un libro deapuntes cuya última frase era: «Todo está perdido. Los soldados no quierenpelear».

Poco después, supuestamente en venganza porque había sido el ejecutorde su padre, Rodolfo Reyes pediría el fusilamiento del intendente de Palacio,Adolfo Bassó. Lo llevaron al paredón y cuando iban a vendarle los ojos, senegó. Marinero al fin, pidió a sus asesinos que le permitieran mirar por últimavez la Osa Mayor, en aquel DF en el que todavía podían verse las estrellas. Elpelotón se formó. Bassó, dicen que dijo: «Tengo 62 años de edad. Que consteque muero a la manera de un hombre. ¡Hagan fuego!». Y se abrió el sacopara recibir las balas.

A lo largo de la noche en ese mismo lugar asesinarían al periodista yjefe político de Tacubaya, Manuel Oviedo, contra el que Mondragón, que era

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su vecino, tenía viejos agravios.El cadáver de Gustavo quedó abandonado hasta el amanecer, cuando lo

sepultaron en un agujero que hicieron en el mismo patio.

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28Promesas, traiciones y borrachera

El gabinete de Victoriano Huerta

Una inmensa multitud se reúne en la mañana del 19 de febrero ante Palacioal conocerse la detención de Madero. Hay de todo, desde los que vienen acelebrar hasta los que vienen a rendir honores al presidente caído, y desdeluego, millares de curiosos. Las fotos registran al gentío cuando bloquea lagran avenida. Se trata, curiosamente, de una multitud silenciosa.

En sus memorias, José Vasconcelos registra sin embargo, que no todoseran tan silenciosos: «Bandas de felixistas recorrían aquellos días la ciudad,obligaban a los transeúntes a dar vivas a Félix Díaz; asesinaban a capricho».El que tendrá mejor suerte será John Kenneth Turner. Bartra cuenta: «hubierasido inoportuno que los ex amotinados fusilaran a un periodista gringo». Ypor lo tanto, lo dejan libre; el periodista «asqueado, toma el tren a Veracruzpara embarcarse de regreso a los Estados Unidos».

Al mediodía, los embajadores de España y Cuba, que tieneninstrucciones precisas de no reconocer al nuevo gobierno, inician una nuevamediación, ahora con Huerta. Márquez Sterling ofrece que si el general envíaa Madero a Veracruz, el crucero Cuba que se encuentra fondeado en el

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puerto, lo exiliará en La Habana junto con el vicepresidente Pino Suárez.Huerta les da garantías de que se respetará la vida de Madero y acepta laoferta cubana. El general necesita la renuncia formal de Madero y PinoSuárez para favorecer la transición y quitarle el tufo golpista. Usará estapromesa como instrumento de negociación con el presidente derrocado.

A las cuatro de la tarde, el «desfile de la victoria» sale de La Ciudadelapor la calle Balderas hasta avenida Juárez. Félix Díaz a caballo y vestido deazul, con Mondragón, el general Velázquez y los aspirantes montados en loscaballos que les han robado a los guardias presidenciales; automóviles conlos civiles que combatieron, gritos y palmadas. Una muchedumbre secongrega para vitorearlo en la calle Bucareli. No hay duda de que el golpe esmuy popular entre amplios sectores de la ciudadanía conservadora de laciudad de México, que no son pocos. En Palacio Nacional los recibe Huertacon un discursito dirigido a Félix: «Querido hermano, Dios quiera quetengamos la fortuna de que jamás vuelvan a registrarse sucesos sangrientos».

En esos momentos, Huerta tiene ya en la mano las renuncias de Maderoy Pino Suárez obtenidas bajo amenaza de muerte y con la oferta de enviarlosal exilio. La puñalada final del golpe la dará la Cámara de Diputados en unasesión vespertina. 123 diputados votan por aceptarla, sólo cinco tienen elvalor de enfrentarse a los golpistas y rechazarla, sus nombres se escapan a laignominia: Escudero, Pérez, Rojas, Alardín y Hurtado Espinoza. Algunosdiputados maderistas del grupo renovador se encuentran ocultos temiendo larepresión. La renuncia de Pino Suárez es aceptada por 118 votos contra 10.

Constitucionalmente, el ministro de Relaciones Exteriores, PedroLascuráin, asume la presidencia. Luego diría que lo hizo para tratar desalvarle la vida a Madero. Será presidente por cuarenta y cinco minutos, delas 17:15 a las 18:00 horas de ese mismo día. El presidente de mandato másbreve en la historia de México. En ese lapso nombra secretario de RelacionesExteriores a Huerta y después renuncia. Mecánicamente, José VictorianoHuerta Márquez es el presidente interino de México; poco después laSuprema Corte de Justicia lo reconoce por mayoría. Cubiertos todos lostrámites la Cámara de Diputados, llama a Victoriano a rendir protesta comopresidente de México. Lo acompañan varios soldados, las malas lenguasdicen que está borracho.

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29«Con tantos soldados no dejan dormir»

Intendencia de Palacio donde dormían Madero, Pino Suárez y Ángeles

En la tarde del jueves 20 Sara Pérez, esposa del presidente Madero, seentrevistó con Henry Lane Wilson acompañada de una de sus cuñadas, parapedirle que presione a Huerta e impida el asesinato de Madero.

Henry Lane respondió:–Vuestro marido, señora, no sabía gobernar; jamás me pidió ni quiso

escuchar mis consejos. El señor Huerta hará lo que mejor convenga.–Señor, otros ministros se esfuerzan por evitar esa catástrofe.–Ellos… ellos no tienen ninguna influencia.En el salón de la intendencia de Palacio, Madero, Pino Suárez y Felipe

Ángeles han intentado crear lo más parecido a un dormitorio con sillones ysofás. Ángeles ha logrado montar una cama con dos sillones apoyados contrala pared, Madero ha elaborado algo más complejo usando seis sillas. Elembajador cubano se ha quedado a dormir con los detenidos como una formade protegerlos; la operación para llevarlos a Cuba está dispuesta, sólo faltaque Huerta los traslade a Veracruz.

Márquez Sterling registra que el presidente le dijo:

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–Pero ministro querido, ¿va usted a dormir con zapatos?Prolijo, Madero acomoda su ropita en orden. Usa los brazos de las sillas

para colgar la chaqueta, los pantalones bien doblados y la camisa.A cargo de la custodia se encuentra el coronel Joaquín Chicarro, quien

más tarde contaría que Francisco, que aún no sabe que han asesinado a suhermano Gustavo, de vez en cuando bromeaba: «Coronel, quítenos estoscentinelas, con tantos soldados no dejan dormir».

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30«Nunca saldríamos con vida de

Palacio»

El vicepresidente José Ma. Pino Suárez

El viernes 21 de febrero, vestida de negro, Mercedes, la madre de Maderovisita en Palacio a su hijo detenido.

–Mataron a Gustavo.Pancho cayó de rodillas «como si lo hubiera golpeado un rayo», dirá el

narrador de la entrevista.–Perdóname, mamá, yo fui el culpable.No sólo Madero se entera del asesinato de su hermano, la historia ha

trascendido públicamente, los cuadros del maderismo que quedan libres seesconden en la ciudad de México o la abandonan; los generales, todos ellos,incluso los que fueron fieles al gobierno en un primer momento, se plieganante Huerta. Sólo habrá una excepción: Felipe Ángeles.

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Entre siete y ocho de la noche se celebra una reunión del flamanteconsejo de ministros, Félix Díaz asiste como invitado. Se discute entre otrascosas qué hacer con los dos detenidos: el presidente y el vicepresidente. Casitodos los asistentes concuerdan en afirmar que la reunión no ofreció certezas,tan sólo muchas dudas. Alguien sugirió que los juzgara un consejo de guerray se les fusilara por traición. Alberto Robles Gil, uno de los ministros dirá:«Ninguno de los asistentes tenía claro qué hacer con los prisioneros» yseñalaba que «la ejecución, al margen de la ley, de Madero y Pino Suárez, alparecer de todos, incluido Díaz, terminaría revirtiéndose contra el gobierno».Huerta intervino diciendo que había dado su palabra de preservar la vida deMadero. Algo debe de haberse comentado de la situación en Veracruz, dondelas tropas y la marina no reconocían a Huerta si no se pronunciaba a su favorel Senado y se daba legalmente la transición. Para Huerta mandar a Madero aVeracruz se volvía peligroso. Todo terminó con el ambiguo acuerdo dellevarlos a la Penitenciaría, mientras se tomaba una decisión en firme.Supuestamente, Rodolfo Reyes, de Justicia y Rafael Martínez Carrillo, deGobernación, quedaban a cargo de darle solución al «problema».

Los asistentes se fueron sin haber tomado una decisión, aunqueconvencidos de que «los partidarios de los señores Madero y Pino Suárezhabían disminuido en gran cantidad, sin embargo, eran numerosos ypolíticamente no convenía al Gobierno echárselos de enemigosirreconciliables, siendo preferible que lucharan por un vivo que podía volvera ponerse a prueba y no por un mártir idealizado».

Tras la reunión del gabinete y a unos cuantos metros de la intendenciadonde estaban Ángeles, Madero y Pino Suárez, vestido de civil y con levita(de su apariencia surgiría más tarde el apodo de la Cucaracha y la célebrecanción), Victoriano Huerta, ahora presidente, recibió en una recepción alcuerpo diplomático acreditado en México que tanto había hecho por su causa.Henry Lane Wilson se acomodó los lentes y leyó un discurso repleto dehalagos y de «sinceras felicitaciones». Huerta respondió enfatizando que susfuturos esfuerzos irían hacia «garantizar las vidas y los intereses de loshabitantes del país, nacionales y extranjeros» y luego todos muy contentosparticiparían en lo que se llamaba en aquellos días «un lunch champagne».

Una gestión más para proteger a los detenidos se puso en marcha esanoche. Luis Manuel Rojas, diputado maderista y Gran Maestro grado 33 de lalogia de México, se reunió en la sede masónica con varios diputados ydecidieron intentar una última mediación. No sólo Madero y Pino Suárez

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eran masones, también lo eran Henry Lane Wilson y Félix Díaz. En lareunión, Rojas descubrió que la mayoría de los asistentes «había sidoporfirista» y no podía disimular su placer por lo que estaba sucediendo. Rojasintentó hablar con el embajador estadounidense recordándole la obligaciónmasónica de proteger a un correligionario, pero Wilson se limitó a insultar aMadero sin comprometerse a ayudarlo.

En la intendencia donde se encuentran Madero, Pino Suárez y Ángeles,esa noche llegaron unos catres que habían de sustituir a las sillas y lossillones. Pino Suárez se preguntaba en voz alta: «¿Yo qué les he hecho paraque intenten matarme?». Luego escribiría una carta a su amigo SerapioRendón, que de alguna manera sería su testamento: «Querido Serapio:Dispensa que te escriba con lápiz y en burdo papel. No te apenes si te digoque tal vez no nos volvamos a ver. Como tú sabes, hemos sido obligados arenunciar a nuestros respectivos cargos. Pero no por esto están a salvonuestras vidas […] El cuarto que ocupamos tiene una claraboya que mira alpatio; la luz entra con timidez cual temerosa de ser también aprisionada. Doscatres de lona nos hacen a veces de lecho; el del presidente es más angostoque el mío y anoche hicimos un cambio. Dos sillas desvencijadas componennuestro mueblario. Hoy en la mañana tuvimos que suplicar mucho para quese nos trajera una sartén con agua pura para hacer abluciones matinales. A lapuerta hay dos centinelas de vista que día y noche nos vigilan: cada dos horasson relevados con estrépito de sables y espuelas. No me gusta la cara delsargento: es cara de hiena con ojos de tigre. Cada vez que nos mira nosinsulta con la mirada […] El presidente no es tan optimista como lo soy yo,pues anoche al retirarnos me dijo que nunca saldríamos con vida de Palacio».

Don Francisco lloró toda la noche la muerte de su hermano.

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31El asesinato

Las piedras marcan el lugar del asesinato de Madero

Hoy es posible reconstruir con bastante precisión lo que sucedió en la tardey las primeras horas de la noche de aquel sábado 22 de febrero de 1913. Alpaso de los años una docena de actores rindió de manera más o menosconflictiva su testimonio y dio lugar a un rompecabezas apasionante. Másallá de las pequeñas contradicciones, sólo ha quedado una potenteinterrogación. ¿En qué momento los cuatro generales claves del momento,Victoriano Huerta, Manuel Mondragón, Félix Díaz y Aureliano Blanquettomaron la decisión? Porque sin lugar a dudas, los cuatro acordaron elasesinato. No podía producirse un crimen de esa magnitud sin que al menosestuvieran los cuatro informados, además, muchos testimonios directos eindirectos los involucran en uno y otro momento de las acciones de esesábado en la tarde.

Que la operación estaba previamente decidida y Cecilio Ocón, eloperador civil de Mondragón y Félix Díaz, fue el coordinador político de ella,lo prueba el que a primeras horas de la tarde un felixista llamado AlbertoMurphy, le prestó su automóvil Protos Washington, uno de los mejores

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automóviles que se movían por la ciudad de México, similar al coche oficialde Madero y que era anunciado como el «gran vencedor en la carreraMéxico-Puebla de 1911». El chofer Ricardo Romero cuenta que lo acompañóen una extraña gira: primero a Palacio, luego a la casa de Félix Díaz ydespués a la Secretaría de Guerra, donde habló con Mondragón,evidentemente para coordinar las acciones futuras.

Francisco Cárdenas era un mayor de rurales, con quince años deantigüedad, cuyo gran mérito había sido el asesinato del guerrilleromagonista veracruzano Santana Rodríguez. Declarado admirador de PorfirioDíaz, había prometido vengar el derrocamiento. La foto más conocida deCárdenas impone: una mirada serena, uniforme de lujo de rural, de charroelegante con bordados y espiguillas, un bigote fiero, ojos claros, pelo rizado.El día anterior a los sucesos había pedido su traslado al ejército regular y sinduda entonces surgió su nombre.

Cárdenas, en una de sus varias versiones (dio al menos cuatro) contará:«Ese día como a las seis de la tarde, me mandaron a llamar a los salones de laPresidencia…» y en el Salón Amarillo (o en la Comandancia Militar) seentrevista primero con el general Blanquet quien le dice que el país necesitade un gran servicio de él y lo lleva al Ministerio de Guerra donde seencuentra Manuel Mondragón.

En una de las versiones, Cárdenas sitúa allí también a Félix Díaz yCecilio Ocón, pero el primero estaba en su casa y el segundo aún no habíallegado, o sea que lo más probable es que la reunión se haya celebrado tansólo con Blanquet y Mondragón, quien le dijo:

–Sabemos, Cárdenas, que usted es hombre y sabe hacer lo que se lemanda. El que mató a un Santanón, debe con facilidad matar a un Madero.

En otra versión añadiría:–No se haga remilgos, que no ha de ser la primera vez que despache

usted a un hombre.Cárdenas diría que le contestó:–Sí, mi general, pero no de ese tamaño.–Pues bastante chaparrito es.Y le aclararon que «no se trataba de un fusilamiento en forma, sino de

simular un asalto a la escolta y que en la refriega muriera el presidente, elvicepresidente y el general Ángeles».

Cárdenas aceptó la comisión, pero dijo que quería oír la orden de vozdel presidente Huerta. Lo llevaron al comedor donde estaba el general Huerta

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quien, tomándolo del brazo, después de darle una copa de coñac, lo llevo a unpasillo donde estaba colocada una silla de peluquería y ahí le dijo que elConsejo de Ministros había tomado aquella resolución por el bien de lapatria. Cárdenas preguntó si sólo habrían de morir los tres y Huerta le dijo:

–Bueno, pues que se quede Ángeles, pero a los otros dos hay quematarlos hoy mismo sin falta.

Y luego agregó: «Lo que ha de ser… que sea».Después Mondragón le indicó que estuviera listo y que los que hicieran

la operación deberían ser de confianza porque «el primero que dijera unafrase de lo que se iba a hacer sería fusilado».

Mientras se estaba produciendo esta reunión, un empleado de la casaTorre y Mier (propiedad del conocido felixista Nacho de la Torre, yerno dedon Porfirio) llamado Alanís, alquiló un automóvil Peerles de siete asientosen el negocio de renta de autos del inglés Frank Doughty, en el callejón deLópez. Cerca de las ocho de la noche, el chofer del negocio, RicardoHernández, recibió la indicación de presentarse en Palacio Nacional yponerse a las órdenes de un mayor llamado Francisco Cárdenas.

Alejandro Rosas apuntará certeramente que «hacia 1913, la ciudad deMéxico contaba con un millón de habitantes y poco más de 2,500automóviles. Con excepción de las familias acomodadas y que contaban conauto propio, la mayoría de los vehículos eran de alquiler». Pero en esareflexión no se incluirá la inmensa cantidad de autos con que contaba lapresidencia o el ejército. ¿Para qué conseguir dos coches de civiles para untraslado oficial? Nuevamente, la tragedia se tiñe de absurdo.

Casi al mismo tiempo, el cabo Rafael Pimienta recibió órdenes dereportarse ante el general Blanquet en Palacio Nacional, quien le ordenó a suvez recoger su rifle y ponerse al mando de Cárdenas, lo que hizo deinmediato. Los dos militares se tomaron unas copas en la cantina La Esquina,que estaba en el costado norte de Palacio. Cárdenas contaría que «después dehaber hecho beber unas copas a Rafael Pimienta [le contó] la comisión quetenía, sin que el oficial le dijera una sola palabra».

Huerta, como era habitual en él, en esa perpetua lógica de esconder lamano tras arrojar la piedra, tras haber dado inicio a la operación, tomódistancia y se presentó hacia las siete de la tarde en una recepción en laembajada estadounidense donde se celebraba el aniversario del natalicio deGeorge Washington. Allí se encontró con Félix Díaz. Hacia las ocho de latarde, el nuevo presidente tuvo una conversación privada con Wilson.

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Poco después, Cecilio Ocón llegó a Palacio, se entrevistó con el mayorCárdenas e hizo pasar a los dos automóviles al patio de honor y estacionarlosante la intendencia; los choferes no tenían idea de lo que estaba pasando ypara qué habían sido requeridos sus servicios.

El embajador cubano Manuel Márquez Sterling, recogiendo la narraciónde Felipe Ángeles, cuenta que «sobre las diez de la noche, se acostaron losprisioneros: a la izquierda del centinela, el catre de Ángeles; el de PinoSuárez al frente; a la derecha, el de Madero […] Don Pancho, envuelto en sufrazada, ocultó la cabeza. Se apagaron las luces. Yo creo que lloraba porGustavo».

Mondragón ordenó que los prisioneros fueran sacados de la intendencia.Eran las 10:20 de la noche. Entró al cuarto encendiendo las luces, el oficial acargo de la custodia, el coronel Joaquín Chicarro, iba acompañado por unhombre al que los presos no conocían, el mayor Francisco Cárdenas.

Seguimos la narración de Felipe Ángeles:«–Señores, levántense.»Alarmado, pregunté:»–Y esto ¿qué es? ¿Adónde piensan llevarnos?»–Los llevaremos afuera –balbuceó Chicarro–. A la Penitenciaría.»Pino Suárez, ya en pie, se vestía con ligereza. Madero, incorporándose

violentamente, hizo esta pregunta:»–¿Por qué no me avisaron antes?»La frazada había revuelto los cabellos y la negra barba de don Pancho y

su fisonomía me pareció alterada. Observé la huella de lágrimas en el rostro.Pero en el acto, recobró su habitual aspecto, resignado a la suerte que letocara; insuperable es el valor y la entereza de su alma. Pino Suárez pasó alcuarto de la guardia, en donde lo registraron minuciosamente […] DonPancho, sentado en su catre, cambiaba conmigo sus últimas palabras […] yyo sólo alcancé a preguntarle a los oficiales:

»–¿Voy yo también?»A lo que Cárdenas me respondió:»–No, general, usted se queda aquí. Es la orden que tenemos».Madero y Ángeles se despidieron con un abrazo. Los dos detenidos

fueron conducidos hacia el patio entre una escolta con bayonetas. Ángelescierra la historia: «Pino Suárez advirtió que no se había despedido. Y, desdelejos, agitando la mano sobre las cabezas de la indiferente soldadesca, gritó:“Adiós, mi general”».

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Cárdenas contará en una de sus versiones que «el señor Maderoincorporándose, me dijo encolerizado: “¿Qué van a hacer conmigo?Cualquier atropello que se haga no será a mí sino al Primer Magistrado de laNación”». Cárdenas no contestó. Pino Suárez se limitó a pedir que avisaran asu familia hacia dónde los estaban trasladando.

Eran pasadas las diez y media de la noche, los choferes que seencontraban en el patio verían salir escoltados al ex presidente y al exvicepresidente. Para cualquier observador el traslado es muy extraño: encoches particulares, con una mínima escolta: Cárdenas, Pimienta yposiblemente, según algunas fuentes, el cabo Francisco Ugalde y un oficialcacarizo de artillería de origen cubano, el capitán Agustín Figueres oFigueras.

Suben a Madero acompañado de Cárdenas al automóvil Protos; PinoSuárez, custodiado por el teniente Rafael Pimienta, subió al Peerles.

Cecilio Ocón los verá salir de Palacio Nacional. Son poco menos de lasonce de la noche. Luego reportará a Blanquet y éste, a su vez, llamará alcoronel Luis Ballesteros, director de la Penitenciaría: «Mi amigo, te estoyenviando dos palomitas peligrosas. Ponlas a buen recaudo en un par de celdasy cuídamelas». La llamada queda registrada.

Los autos tomaron por la calle Moneda y dieron vuelta en Ferrocarril deCintura para llegar a la Penitenciaría de Lecumberri. Dos reporteros,Leopoldo Roquero, de Excélsior y un compañero, siguen los coches adistancia, pero en la oscuridad los van perdiendo.

Al llegar a la entrada principal, los automóviles se detuvieron; RománRojas, el jefe de carceleros le indica algo a Cárdenas y los coches dan unamedia vuelta alrededor de la Penitenciaría. La oscuridad es absoluta, los autosse detienen ante el muro del costado Oriente.

Son las once y media de la noche.Cárdenas le grita a Madero: «Baje usted, carajo» y casi inmediatamente,

contará Cárdenas (aunque la autopsia muestra que hubo un forcejeo porqueMadero tiene varios golpes en el rostro y el cráneo, probablementepropinados con la cacha de la pistola), le dispara dos tiros en la parteposterior de la cabeza. El mayor registra: «La sangre me saltó sobre eluniforme».

Pino Suárez, que va custodiado por Rafael Pimienta, escucha losdisparos y se resiste a bajar. A punta de pistola Pimienta lo obliga. Elvicepresidente trata de correr y Pimienta le dispara, hiriéndolo. Pino Suárez le

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grita: «¡No me tire, no me tire!», tropieza con un tubo que estaba al borde deuna zanja y cae al suelo, quebrándose una pierna. Cárdenas, que acababa dematar a Madero le ordena que lo remate. Pimienta duda: «No, yo a un caídono le pego». Cárdenas le vacía el cargador, Pimienta también le dispara. Laautopsia revelará que Pino Suárez tenía trece impactos de bala.

Ángeles contará más tarde que: «En la Penitenciaría algunos presos, dequienes a poco fui compañero, escucharon doce o catorce balazos disparadossucesivamente». Los periodistas, que no se atreven a acercarse, tambiénescuchan los disparos.

Cárdenas cuenta que «después los pusimos en el automóvil y al llegar alas calles de Lecumberri, bajé a mis guardias y ordené que dispararan sobre elvehículo». Los asesinos se limpiaron luego las manchas de sangre en latapicería. Con los dos muertos en los coches. La comitiva se acerca a laspuertas de Lecumberri y entrega los cadáveres al director de la Penitenciaría.

El cadáver de Madero es depositado sobre un sarape gris, el de PinoSuárez será envuelto en una frazada roja con cuadros negros. Cuando laautopsia se realice descubrirán que traía trescientos pesos metidos en uncalcetín.

Los choferes, que han sido testigos involuntarios del atentado, recibenórdenes de retirarse. Cárdenas y Pimienta se quedan. Los gendarmes cavandos fosas de muy poca profundidad en las afueras de la prisión y sobre ellascolocan un montón de piedras.

Cárdenas se va a informar a Palacio. La hora debe establecerse entre las12:30 y la una de la mañana. Curiosamente, antes de que llegue el mayor,Victoriano Huerta está dando una conferencia de prensa informando que«una multitud, iracunda y ansiosa de vengar las afrentas que comogobernantes les habían ocasionado, asaltó a la escolta que los custodiaba»cerca de la Penitenciaría. Supuestamente y, según la versión de uno de susministros, los asesinatos tomaron por sorpresa al propio Huerta y a sugabinete. Huerta convocó esa noche a una reunión en la que participaron losministros de Justicia, Rodolfo Reyes, el de Guerra, Manuel Mondragón y elde Relaciones Exteriores, Francisco de la Barra. Todos anunciaron luego quese disponían a realizar una investigación para esclarecer los hechos.

La versión se irá modificando hasta que la «multitud iracunda» seconvierte en un gran grupo de maderistas que trataba de liberar al expresidente; luego, el informe oficial dirá que se había disparado un centenarde tiros entre los misteriosos desconocidos y la escolta de Madero, pero sobre

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el terreno no había más de diez cartuchos. Finalmente, el centenar dedesconocidos se redujo a tres y los tres se convirtieron en cadáveresanónimos sacados de la morgue.

Hay dos versiones sobre cómo se pagó a los asesinos. Cárdenas diría que«muertos los dos, así lo participé al general Mondragón, quien metió la manoen el bolsillo y me dio un rollo de billetes agregando: “Eso es para usted y sugente”». Toribio Esquivel contaría al paso de los años que «el doctor Urrutiadijo en París que Huerta había pagado 18 mil pesos a los soldados y oficialesque formaban la escolta que condujo a Madero y a Pino Suárez a laPenitenciaría y que, como Huerta no tenía la tesorería a su disposición, elmismo Urrutia había tenido necesidad de prestar ese dinero».

Desde el amanecer grupos de curiosos, impulsados por el rumor, seacercaron al montón de piedras que marcaban el lugar del asesinato deMadero y Pino Suárez en el exterior de la Penitenciaría para retratarse frentea él. La multitud va variando, las fotos así lo muestran. Se iniciaba un cultolaico maderista que persiste hasta nuestros días.

Probablemente, ni ellos ni los asesinos sabían que Madero era de unafamilia de ricos hacendados pero curaba a los peones de su hacienda conhomeopatía; vestía frac en las recepciones oficiales, pero se mordía la puntade los dedos sobre los guantes blancos; que su máxima pasión comopresidente eran las largas cabalgatas por el bosque de Chapultepec; que secomunicaba con los espíritus aunque no le contestaran y que casi todos losmexicanos, o al menos muchos de ellos, sabían que era más bueno que el pan.

Es temporada de zopilotes.

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32Epílogos

Huerta triunfante

La madre y la viuda de Francisco Madero tuvieron que vender el caballodel presidente para pagar su entierro en el Panteón Francés.

La familia tardó seis días en saber dónde se encontraba el cadáver deGustavo Madero. Luego de varias gestiones y con la advertencia de ManuelMondragón de que podrían enterrarlo si el velorio se hacía sin prensa niamigos, les dieron acceso al cuerpo que había sido llevado al panteón deDolores. Alberto J. Pani lo identificó por un pedazo de camiseta con susiniciales y el ojo de esmalte.

A pesar de las decenas de denuncias que le habían hecho en vida, losasesinos no pudieron mostrar, escudriñando los bienes de Gustavo, ningunaprueba de sus supuestas corrupciones. Lo único que le dejó a Carolina, suviuda, fue un seguro de vida por 100 mil pesos. José Vasconcelos haría ensus memorias un apretado resumen: «Ni uno solo de los parientes de Maderoconstruyó casa propia durante el período de su gobierno. Ningún maderistafuncionario se había enriquecido».

El 26 de febrero, cuatro días después del asesinato, la Secretaría de Guerra

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respondió a la petición del mayor Francisco Cárdenas, de pasar de los ruralesal ejército señalando que no existían «antecedentes del solicitante», perocomo estaba a las órdenes de Blanquet y había prestado recientemente«buenos servicios» era conveniente que se lo premiara.

Sin embargo, bajo la enorme presión del rumor que decía que Maderohabía sido asesinado en Palacio tras tener un encontronazo verbal con Huertay haberle escupido en la cara, y que un capitán que acompañaba al generalahí mismo lo apuñaló, Victoriano ordenó una investigación sobre losasesinatos. El 13 de septiembre, el Tribunal Militar dictaminó que la muertede Madero y Pino Suárez había sido responsabilidad de tres desconocidos,que resultaron a su vez muertos al tratar de liberarlos, y libró de culpas aCárdenas, Pimienta y Cecilio Ocón.

Sin embargo en esos momentos, Cárdenas ya no se encontraba en laciudad de México. El general Manuel Mondragón le había dado variasmonedas de oro y le había ordenado ocultarse en Michoacán. No se escondiódemasiado y andaba en cantinas y burdeles de Morelia mostrando una balacon la que según él había matado a Madero. Maderistas airados tres vecesintentaron matarlo. Huyó a Guatemala disfrazado de traficante de mulas. Elpresidente guatemalteco lo encarceló durante un breve tiempo hasta que en1920 el presidente de México, Adolfo de la Huerta, pidió su extradición.Cárdenas fue detenido por un conflicto de faldas. Cuando era conducido porla policía en plena Plaza de Armas de la ciudad de Guatemala logró soltarse yen un intento de suicidio se disparó a través de la boca frente a sus captorescon una pequeña pistola que traía escondida en la bota. No murióinmediatamente y en plena agonía confesó ante un representante de laembajada mexicana, afirmando con la cabeza, que había sido el asesino deMadero.

Cárdenas a lo largo de los años había dado al menos cuatro versiones delo sucedido, una de ellas «en momentos de excitación alcohólica a un policíaconfidencial, disfrazado de periodista». Su diario, en manos del ministerio deRelaciones Exteriores de Guatemala, permanece inédito.

El otro autor material de los asesinatos, Rafael Pimienta, fue tambiénsometido al juicio falaz por el asesinato de Pino Suárez y lo absolvieron.Declaró de nuevo en septiembre de 1914 en la investigación abierta por losrevolucionarios triunfantes. Luego se desvaneció. No hay noticias de suparadero. Uno de sus hermanos, Enrique, terminaría casado con una de lashijas de Huerta. El tercer personaje clave, Cecilio Ocón, prosperó en la vida

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privada. Muchos años más tarde intentaría ser empresario televisivo.Una segunda encuesta, realizada tras el triunfo de la revolución

constitucionalista, llegó hasta los choferes Ricardo Hernández y RicardoRomero, participantes involuntarios en el asesinato, los que dieron muchosdatos de cómo se habían producido los hechos. Entre otras cosas, gracias aellos se pudo llegar hasta los automóviles.

Frank Doughty, al recibir el automóvil Peerles en un estado lamentable,con balazos y manchas de sangre, le reclamó una indemnización a Ignacio dela Torre, quien lo mandó a Palacio Nacional para que le pagaran. Rosascuenta que «El nuevo gobierno, encabezado por Victoriano Huerta, se negó asoltar un peso. Doughty insistió en repetidas ocasiones, hasta que el gobiernofinalmente autorizó la compostura del auto y, gracias a la intervención de lalegación inglesa, logró que le pagaran una indemnización de cuatro milpesos».

Romero, el chofer del Protos de Murphy, trató de reparar el vehículo,que quedó en la cochera hasta septiembre de 1914 cuando lo decomisó larevolución triunfante.

Si la lógica del golpe fue la conquista de la ciudad de México, la lógica de laresistencia armada ante la nueva dictadura huertista sería gestada en laperiferia. Mientras el maderismo oficial se desmoronaba (gobernadores,diputados, senadores, presidentes municipales, jueces, burócratas, militares,policías) el maderismo real, el que había nacido en las armas y en el norte,reaccionó velozmente: Carranza se declaró en rebeldía en Coahuila y con éllos irregulares Lucio Blanco, Pablo González y Cesáreo Castro; en Sonora seprodujeron varios alzamientos, al igual que en Chihuahua donde se alzaronlos milicianos maderistas Chao, Maclovio Herrera, Toribio Ortega y RosalíoHernández; el 8 de marzo, Pancho Villa cruzó la frontera con una partida dehombres armados, mientras que en la Laguna se levantaba en armas CalixtoContreras y otros hombres en Zacatecas y San Luis Potosí. La dictadura deVictoriano Huerta no lograría pactar con los zapatistas y en menos de dosmeses habría levantamientos armados en medio país. Algunos de lossupervivientes de la Decena Trágica y protagonistas de esta historia comoPani, el capitán Garmendia, los hermanos González Garza, Manuel Bonilla,Pedro Antonio de los Santos y Miguel Alessio Robles, se irían al norte asumarse a la rebelión.

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Victoriano Huerta se libró muy pronto de sus incómodos compañeros deaventuras. El 8 de abril, un congreso purgado decidió el aplazamiento de laselecciones y dejó colgando de la brocha a Félix Díaz, que ya nunca pudo serpresidente de México.

Tras nombrar ministro de Guerra al general Manuel Mondragón, pocosmeses después Huerta lo despidió sin mayores amores, y el autor del golpe deLa Ciudadela se fue al exilio. Al salir de México, dirigió una carta a FélixDíaz: «ustedes resolvieron olvidar los antiguos servicios y sólo barrieron paraadentro». Manuel Mondragón moriría en San Sebastián, España, en 1922; loúnico bueno que dejaría tras de sí sería su hija Carmen, mejor conocida comoNahui Olín, que no lo acompañó al exilio.

Otros tuvieron en lo inmediato mejor suerte: el coronel Chicarro recibiócomo premio su ascenso a general y fue nombrado gobernador de Querétarodurante el régimen huertista. Enrique Cepeda (cuyo nombre aparece en lascrónicas indistintamente con c o con z), Cepedita, fue gobernador del DistritoFederal y ganó breves méritos como asesino y torturador, hasta que losescándalos obligaron a Huerta a librarse de él; algunas fuentes afirman quefue el propio Victoriano quien ordenó su asesinato.

Rodolfo Reyes se exilió en España y regresó para seguir actuando en lapolítica mexicana durante muchos años, dejando un libro de memorias en elque rendía culto a la figura de su padre. Un culto que al paso de los años hatenido entre el conservadurismo latinoamericano una importancia ridícula(Agapito Maestre: «El general liberal Bernardo Reyes se opuso a la barbarietotalitaria de la revolución y precisamente por eso lo mataron»).

Tras la caída de Huerta, Blanquet se refugió en Cuba. En 1918 regresó aMéxico para sumarse a un alzamiento que dirigía Félix Díaz; perseguido porlas tropas del general Guadalupe Sánchez se despeñó por una barranca. Loscarrancistas le cortaron la cabeza, que fue exhibida en Veracruz.

Mayor suerte tuvo el general Félix Díaz, que sobrevivió a todas lasaventuras y murió en su cama, apaciblemente, en julio de 1945. En 1943había concedido a José C. Valadés la primera gran entrevista sobre suintervención en el golpe de La Ciudadela.

Henry Lane Wilson escribió a su gobierno, muy poco después del asesinato,que aceptaba la versión del gobierno mexicano sobre la muerte de Madero «apesar de todos los rumores que corrían». Parecía haber ganado totalmente subatalla personal contra el muerto Francisco, pero, tres meses después, un

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enviado del presidente de los Estados Unidos, W.B. Hale, llegó a Méxicopara investigar la actuación del embajador durante la Decena Trágica; elreporte secreto que elaboró comprometía seriamente a Henry Lane. Elpresidente Woodrow Wilson lo sacó de México en julio de ese mismo año ypoco después lo obligó a renunciar como embajador. Pero el nefasto Henrynunca reconoció que sus actos en México habían sido un desastre criminal yen 1916 demandó por calumnias (pidiendo 350 mil dólares deindemnización) a la revista Harper’s Weekly por la serie de artículos:«Huerta and the two Wilsons», que lo implicaban no sólo en el golpe deEstado, sino también en el asesinato de Madero. Años más tarde en susmemorias escribió: «Tras años de madura consideración, no dudo en decirque si me enfrentara a la misma situación bajo similares condiciones, tomaríaprecisamente el mismo rumbo de acción». Su amigo William F. Buckleydeclaró mucho años después a la revista Time: «es impensable paracualquiera que conociera al embajador creer que había participado de algunamanera impropia en el derrocamiento de Madero». Es el mismo Buckley quesiguió en los negocios petroleros y continuó conspirando en la políticamexicana, donde años más tarde se le vincularía con el asesinato de ÁlvaroObregón y de la madre Conchita.

Huerta reincorporó a muchos de los militares que se habían mantenido fielesal maderismo, entre ellos a Rubio Navarrete, Delgado y Romero. LauroVillar, que murió en 1923, terminó representándolo en los tratados deTeoloyucan. Lo mismo intentó con el general Felipe Ángeles quien seentrevistó con Mondragón tras la muerte de Francisco Madero. Don Manuelera su padrino, pero estaban muy distanciados porque Ángeles a veces habíadictaminado contra las compras de cañones que el general proponía. Huertadecidió enviarlo a Bélgica en una comisión, pero antes de que abandonara elpaís lo detuvieron de nuevo y lo enjuiciaron, acusado del fusilamiento deljoven felixista durante los combates de La Ciudadela. Tras meses de cárcel,fue a Francia y allí decidió unirse a la revolución. Terminó como manoderecha de Pancho Villa y general en la División del Norte.

¿Y el propio Huerta? Ramón Puente contaría que, tras el asesinato deMadero, José Victoriano Huerta vagaba en las noches solo y sin escolta por laciudad de México, que se había negado a vivir en el Castillo de Chapultepecy que nunca había salido en operaciones a combatir a los rebeldes. El día en

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que cayó Torreón a manos de Pancho Villa celebró la derrota «tomándose uncoñac doble». A mitad de la guerra reunió a los ricos y al clero de la ciudadde México en el Jockey Club, para pedirles dinero que lo ayudara a detener larevolución; no le soltaron nada. «Que Dios los ayude a ustedes y a mítambién». La dictadura de Victoriano Huerta no dio para más que 17 meses.La revolución constitucionalista lo echó del país en julio de 1914. Se exilióen Europa, luego en los Estados Unidos. Acusado de violar las leyes deneutralidad por intentar organizar una intervención armada en México, fuerecluido en Fort Bliss, Texas. Tenía 71 años y el alcoholismo había llegado algrado de producirle noche a noche delirium tremens. Su hígado se rindió yfalleció de cirrosis hepática, atendido por su compadre Aureliano Urrutia, el13 de enero de 1916.

Victoriano Huerta se convirtió en el imaginario popular mexicano en lafigura del villano, aunque sorprendentemente, no en forma total y no paratodos; en una página que se le dedica en Internet(http://colotlandehuerta.blogspot.com) se dice: «Victoriano Huerta fue elmilitar duro, el padre amoroso y responsable, el hombre que jamás lloró;aquel que resistió el dolor sin quejas y los oprobios con resignación; elhombre que se alimentó, como su pueblo, comiendo fritangas en la calle, quebebió coñac sin embriagarse y hasta morir».

Por cierto que en el año 2000 sus paisanos, bajo el argumento de que erael único presidente nacido en Jalisco (donde hay una calle y una estatua consu nombre), pidieron la repatriación de sus restos desde el panteón Evergreen,en El Paso. Las autoridades federales mexicanas no hicieron mucho caso,más allá de las simpatías y afinidades que pudieran o no tenerle al personaje.

Su viuda, Emilia Águila de Huerta, lo sobrevivió muchos años y solíacontarle a sus nietos que había sido un «borracho, mal hablado y mujeriego»,que los dejó con muchas deudas; no les decía nada del asesinato de Madero yPino Suárez.

Sara Pérez y Carolina Villarreal, viudas de Francisco y Gustavo, vistieron deluto hasta el último de los días de sus vidas.

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NOTA SOBRE LAS FUENTES

Las dos fuentes más ricas sobre los acontecimientos de la Decena Trágicason los múltiples escritos de Francisco L. Urquizo: Tropa vieja, ¡VivaMadero!, Páginas de la revolución, La Ciudadela quedó atrás, Memorias decampaña y los varios reportajes y entrevistas de José C. Valadés: «La decenatrágica según Félix Díaz», «La muerte de Madero a través del archivo dePablo González», «Francisco I. Madero, recuerdos de un revolucionario» y«De la Decena Trágica a la muerte de Madero».

Los acontecimientos del primer día del golpe pueden ser seguidos en lanarración de Juan Hurtado y Olín (Estudios y relatos sobre la revoluciónmexicana), ordenando los trabajos de Taracena y sus propias vivencias deadolescente que vivía frente al Zócalo, así como en el libro del entoncescapitán Juan Manuel Torrea (La Decena Trágica) que incluye el informe deLauro Villar. Es muy bueno el Febrero de 1913, de Martín Luis Guzmán(que curiosamente llegó a la ciudad de México cuando el golpe acababa determinar).

El archivo Casasola cuenta con varios centenares de fotografías, lomismo que el Fondo Osuna del AGN, y hay muy valiosos testimonioscinematográficos en el Archivo Salvador Toscano.

Invaluables son las biografías de Madero por Valadés (Imaginación yrealidad), Stanley Ross (Madero), Adrián Aguirre Benavides (Madero, elinmaculado), Roberto Orozco (Madero, iniciador de la Revolución) yAlfonso Taracena (Vida de acción y sacrificio de Francisco I. Madero).

Sobre Gustavo A. Madero y su asesinato se puede consultar la biografíade Daniel Molina, Don Gustavo A. Madero, biografía de un revolucionario;Gustavo A. Madero, epistolario con prólogo de Nacho Solares; de RamónPuente: La dictadura, la revolución y sus hombres; de Alberto Morales:«Cómo fue el brutal sacrificio de don Gustavo A. Madero» (recorte de prensade El Nacional); de Jorge Flores: «Mosaico histórico» (Excélsior, 24 demarzo 1959); de Fernando Rodarte: «Los sangrientos sucesos ocurridos enesta capital hace 25 años» (Excélsior, 20 febrero 1938), y de Luis AguirreBenavides: «Cómo rescaté el cadáver de don Gustavo Madero» (Siempre!, 8de marzo 1961).

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Sobre Victoriano Huerta abundan los materiales, partiendo de suautobiografía Yo, Victoriano Huerta (atribuida a Joaquín Piña), que no porapócrifa deja de estar bien informada; la semblanza de Diego Arenas Guzmán(«Un boceto de Victoriano Huerta al estilo de Rembrandt»), la biografía deMichael C. Meyer (Huerta. Un retrato político), aunque a ratos sufre delsíndrome de Estocolmo, y las pintorescas notas sobre Huerta de IgnacioMuñoz (Verdad y mito de la Revolución Mexicana.) Es interesante también elartículo de Claudia Villegas: «Dinastía Huerta», en Internet.

Sobre el embajador Henry Lane Wilson, sus memorias (DiplomaticEpisodes in Mexico, Belgium, and Chile), el libro de Eugene FrankMassingill (The Diplomatic Career of Henry Lane Wilson in Latin America)y el libro de Ramón Prida (La culpa de Lane Wilson). El archivo privado deHenry Lane mide 70 centímetros cúbicos y se encuentra en la Universidaddel Sur de California en Los Ángeles.

Dan una idea del comportamiento del único general consecuentementemaderista: Katz («Felipe Ángeles y la Decena Trágica»), Mathew Slattery(Felipe Ángeles and the Mexican revolution), Federico Cervantes (FelipeÁngeles en la revolución), la antología de Adolfo Gilly (Ángeles en larevolución), además de su artículo «La lealtad del general solitario» en LaJornada.

Hay tres expedientes interesantes en el Archivo Histórico de la DefensaNacional: «Documentos correspondientes a los sucesos y defensa de LaCiudadela» (XI/481.5/89) y «Documentos de los acontecimientos ocurridosen febrero de 1913 contra Francisco I. Madero y José María Pino Suárez»(XI/481,5/88), así como la «Causa contra Félix Díaz, Ocón y compañíainstruida en 1916–1917» (XI/481,5/92).

Hay algunos elementos importantes en el recuento de Rodolfo Reyes(De mi vida, memorias políticas), el diario de J.J.Tablada, las memorias deVasconcelos, el cursi Diario de Federico Gamboa, el breve testimonio deQuerido Moheno (Mi actuación durante la Decena Trágica) y las memoriasde Alberto J. Pani (Apuntes autobiográficos).

La literatura ha aportado: «Oración del 9 de febrero», de Alfonso Reyes,que está en la edición del FCE de sus Obras Completas. Juan Tovar tiene uncuento que se llama «La plaza»; José Santos Chocano escribió un poemallamado Sinfonía heroica, dedicado a Madero y Pino Suárez, presuntuoso yengolado, y Luis Spota una novela: La pequeña edad. Quizá la mejorreconstrucción literaria es Madero, el otro, de Ignacio Solares. Guillaume

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Apollinaire en Francia escribió en el Mercure una crónica mexicana debida alos informes de su hermano; entre otras cosas cuenta el arresto de GustavoMadero, con no demasiada precisión histórica, en «El bardo maderistaUrueta».

Los asesinatos de Madero y Pino Suárez en Los últimos días delpresidente Madero de Manuel Márquez Sterling. Los testimonios de loschoferes en Francisco I. Madero ante la historia, y en los artículos deRicardo Arizti en La Prensa de febrero de 1938. Además, dos artículos deAlejandro Rosas: «La muerte viaja en automóvil» y «Quien a hierro mata…»,en Internet; Mateo Podán: («¿Quién mató al señor Pino Suárez?» –recorte deprensa); de Rubén García: «La declaración de Pimienta sobre el asesinato delvicepresidente Pino Suárez» (El Nacional, 26 febrero 1961) y «Murder ofMadero told after 18 years» (en The New York Times del 19 marzo 1937); deMiguel Alessio Robles: «En consejo de ministros se discute la suerte de losprisioneros» (El Universal, 29 noviembre 1937); Rip rip: «La confesión delasesino de Madero» (El Universal, 22 febrero 1941), y de Diego ArenasGuzmán: «Los automóviles de la muerte» (El Universal, 20 febrero 1944).

Dos cartas importantes, la del general Manuel Mondragón dirigida aFélix Díaz, fechada en el puerto de Veracruz el 6 de junio de 1913, y la cartatestamento de Pino Suárez a Serapio Rendón; copias de ambas puedenencontrarse en Internet.

Versiones de amigos y allegados a Madero y el maderismo: «Yo fuicorneta de órdenes de Francisco I. Madero» (Novedades, 28 enero 1966);Juan Sánchez Azcona: «18 de febrero de 1938» (recorte de prensa); AuroraUrsúa (la taquígrafa de Madero): «Francisco Madero Sr. y Francisco I.Madero» (El Nacional, 9 agosto de 1938); «La esposa de Madero increpóduramente a Huerta echándole en cara su vil traición» (versión de AntonioAlanís, chofer del hermano de Madero en La Prensa, 23 febrero 1938); LuisAguirre Benavides: «De Francisco Madero a Francisco Villa», y RubénMorales (uno de los ayudantes militares del presidente): «Días trágicos»(Novedades, 22 y 24 de febrero de 1948).

Muy interesante es el libro de Luis Liceaga: Félix Díaz. Hay extractosde éste en El Universal (del 23 y 25 febrero de 1959) y en Impacto (8, 15 y22 de febrero de 1961).

Entre febrero y abril de 1960, Efrén Núñez Mata publicó en El Nacionaluna serie de artículos muy detallados sobre los hechos. Resultan tambiénútiles los artículos de Miguel Alessio Robles: «La bandera de la legalidad»

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(recorte de prensa de El Universal, 1937); Lucio Tapia: «Don Francisco I.Madero en la Decena Trágica» (Revista del Ejército y Marina, 20 de febrerode 1916); Armando Bartra: «John Kenneth Turner: un testigo incómodo» (enInternet); José Emilio Pacheco: «Reyes en la hora de Tienanmen» (Proceso,12 de junio de 1989); Tomás Mojarro: «La situación de Méxicointolerable»(Internet); J. Fernández Reyes: «La revolución mexicana»(Internet); «Los sucesos sangrientos de ayer» (Nueva Era, 10 de febrero de1913), y «Blanquet led coup D état» (The New York Times, 20 de febrero de1913).

Además, Manuel Servín Massieu: Tras las huellas de Urrutia, «GustavoA. Madero: el hermano incómodo» (Tiempo digital, Internet); Ciro Bianchi:«Cuba quiso salvar a Madero» (Internet); Manuel Bonilla Jr.: Diez años deguerra, de cómo vino Huerta y cómo se fue. Apuntes para la historia de unrégimen militar; Diego Arenas Guzmán: El régimen del general Huerta enProyección histórica; Horacio Labastida: Belisario Domínguez y el Estadocriminal; María del Carmen Collado: La burguesía mexicana, el emporioBraniff, Emigdio S. Paniagua: El combate de La Ciudadela narrado por unextranjero.

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Acerca del autorPACO IGNACIO TAIBO II es narrador, periodista, historiador y fundadordel género neopoliciaco en América Latina. Sus libros se publican enveintinueve países y una docena de lenguas.

Ha ganado tres veces el Premio Dashiell Hammett, además del PremioPlaneta en México, el Premio Bancarella en Italia y el Premio 813 enFrancia, entre otros.

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Diseño de portada: Marco Xolio

© 2009, Paco Ignacio Taibo II

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Primera edición: abril de 2009ISBN: 978-607-07-0116-0

Primera edición en formato epub: mayo de 2011ISBN: 978-607-07-0775-9

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