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ñ .3 el espejo PUNTO CRITICO EDUARDO VILLAR “Nada es casual”. Una frase que se suelta a cada rato y a la que no suele oponerse mucha resistencia para evitar áridas discusiones de tono psicoa- nalítico, esotérico, metafísico o new age, pero que obviamen- te es un error. Muchas cosas son casuales. Otras no. Por ejemplo, que tantos artistas plásticos sean tan longevos. Hace rato que me pregunto por las causas de ese envidiable privilegio. No por casualidad la pregunta volvió a visitarme hace días, cuando la esculto- ra francesa Louise Bourgeois murió a los 98 años. Quizá haya un principio de res- puesta en algo que dicen que dijo Dalí, que vivió 85 años: “El verdadero pintor es aquel que es capaz de pintar escenas ex- traordinarias en medio de un desierto vacío. Aquel que es capaz de pintar pacientemente una pera, rodeado de los tumul- tos de la historia.” Por un lado, crear algo en medio del vacío, en medio de la nada, sentido donde no lo había. Buscar vi- da en medio de la muerte. Por el otro, preferir la paciencia y la pera a las urgencias y los “tumultos de la historia”. Otra manera, en fin, de conectarse con el mundo, con la vida, con uno mismo. Claro, hay verda- deros pintores –Goya (82), Pi- casso (92)– que pintaron bom- bardeos y fusilamientos, pero también naturalezas muertas. Es fácil imaginarlos pintando, ajenos a sus tumultuosas his- torias personales, metidos en esa otra realidad de sus telas; sus vidas suspendidas o, más bien, vividas en sus peras, si entendemos lo de Dalí como una metáfora. A Joseph Albers (88) no le gustaban las peras. Tal vez las comía, pero no las pintaba. Como el resto de los pintores concretos –¿casualmente más longevos aún que los otros pin- tores?– proponía la autonomía de las obras de arte respecto de la realidad. Sus abstraccio- nes eran color, forma, compo- sición; no representaciones de otros objetos. Nada de peras. “La abstracción es real, pro- bablemente más real que la naturaleza”, dijo Albers. Otro mundo, otra realidad. Tan leja- nos de los golpes de la muer- te como una pera pintada con tierna, infinita paciencia. La larga vida de los artistas UNA MANERA DISTINTA DE CONEXION CON LA REALIDAD 19.6.2010 FLORA Y FAUNA POR PATRICIA KOLESNICOV “Tengo una tía que no tiene esposo y no quiere tener”, dice la protagonista del cuen- to. “Tiene muchas amigas mi tía. Eso sí”. “A veces viene con una que tiene el pelo rojo, bien chistoso y también unos zapatos grandes como para trabajar en el campo”. “Se que la quiere mucho porque un día las vi besarse en la boca”. ¡UY! ¡Una lesbiana en un libro para chicos! Sipi: el libro se llama Tengo una tía que no es monjita, su autora es la hondureña Melissa Cardosa y lo sacó, en México, Edi- ciones Patlatonalli, que viene a ser el brazo ilustrado del grupo Patlatonalli, una orga- nización de lesbianas que lleva veintipico de años defendiendo “el derecho a una vida sexual, afectiva, erótica, libre de po- breza, discriminación, violencia, coerción e inequidad en las relaciones de género, así como con el respeto íntegro a sus demás derechos humanos, incluidos los derechos sexuales y los derechos reproductivos”. La tía no es monjita, no es infeliz ¡no es asexuada! Es tranquilamente lesbiana. “Fui a visitar a mi sobrina de 8 años de edad y me dijo que si yo no quería tener hijos y no quería casarme, entonces yo era monjita”, contó la autora a la prensa. “Creo que pa- ra ella no había más opciones y le causaba sorpresa que fuera una monja que no usara hábitos ni rezara. “Le dije que, además de Arroz con leche, mi tía no es monjita y se quiere casar Amores perros Acaban de conocerse, hace días que hicieron el amor por primera vez y ya le está gritando que no la toque. _¡No me toques!– le grita Marta a Albertina. Y sangra. Retengan esta imagen que les di- go cómo llegamos hasta acá. La periodista Marta Dillon y la ci- neasta Albertina Carri –lo cuenta Laura Ramos en su libro La niña guerrera– se habían visto por pri- mera vez en una cena y una cierta electricidad había corrido entre ellas. Se habían besado, se habían alejado, se habían mandado mensa- jes, se habían desencontrado, se ha- bían encontrado de una manera que no era cualquier manera, que no era para un día, que no era light. “Odio a los militantes”, había di- cho Carri, que es hija de desapare- cidos. “Yo milito por todo”, había contestado Dillon, que encerrada en un cuarto oyó cómo un grupo de tareas se llevaba a su mamá. Entonces llega el encuentro, se presiente el amor, Dillon va a la casa de Carri y le salta el perro. El mastín napolitano de la amada. Le salta al brazo, lo mastica, la sangre se desparrama por las paredes de la cocina. Es entonces, con el brazo herido, con el dolor subiendo por los ner- vios, cuando Dillon grita: –¡No me toques! Es que Albertina no sabe –o ella no sabe si sabe– que Marta es VIH positiva. “Más preocupada por el contagio que por las heri- das”, dice Laura Ramos. Es una de las historias de vida que Ramos coleccionó para este libro de retratos reales pum-pum-pum- pum, con ritmo de semicorcheas. Gabriela Cabezón dice que son (todas) como heroínas de manga. Intimo recital de fado a la luz de la lágrima Tarugo musical No hay muchos lugares más per- fectos que el Caribe, que un hotel en la playa en el Caribe, pileta, bar libre por todas partes, esas cosas. Pero póngale música ambiente en todas partes, como una per- secución, y la felicidad baja unos puntos. Es un disco que vuelve y vuelve, con el orden de los temas cambia- dos, como un loop. Una semana y a Juan Luis Guerra no ha parado de subirle la bilirrubina; hoy en el desayuno, al rato y a todo volumen en la clase de aquagym, más tarde en el bar de la playa. ¿Para qué ponen (me ponen) la música como un tarugo de 8 mm en el cerebro?, ¿qué pensaron quienes lo han pensado todo? Rellenar espacio, abolir el vacío, pienso: all inclusive, panza llena, no hay vacío. Y el tarugo ¿sale? Corre la voz de que en casas ocultas hay ver- daderos auditorios. Que es un club mucho más exclusivo que el Jockey Club. Que uno se entera por mail y con santo y seña entra a magníficos conciertos. Esto es más o menos así, en pequeña es- cala. Dieciséis sillas, un par de botellas de vino, una jarra de té de jazmín, una cama en el living de un departamento antiguo. Cama; una cama. Desde el recibidor llega la guitarra de Federico Mercado. Enseguida, la voz de Gabriela González López. Juntos se llaman Luz de Lágrima y hacen un sutil, chiquito, delicioso recital de fado. Lo más ruidoso son los aplausos. no ser monjita, era lesbiana y le expliqué que yo tenía novia y que las mujeres podía- mos hacer eso”. Así es nomás: las Patlatonalli producen libros para que niñas y niños vean que existen op- ciones sexuales y amorosas –y si las tiene la tía, por qué no ellos –que no tienen por qué doler. Pero algo más: ahora pelean para que estos libros –ya sacaron tres títulos– entren en los planes del Ministerio de Educación. Porque la nena tiene una tía que no es mon- jita, como mis nenes (uno y una) tuvieron una madre que no lo era. Y después dos. Como los nenes de mi amiga la lunga. La nena de mi amiga cocinera. El nene de la fan de Betanhia. Y etcétera y etcétera y et- cétera y etcétera. Llegará el día en que libros como éste se lean en la escuela y ese montón de purretes deje de ser extranjero en una ficción familiar mo- delo Ingalls que, a esta altura de la familia ensamblada y el hogar monoparental, exclu- ye también a tantos de sus compañeros. Por la felicidad y la salud de los grandes, por la protección y las certezas de los chi- cos, por la libertad de los chicos que serán gays y lesbianas mañana, esta columna está enérgicamente a favor de la ampliación del derecho de casarse a todo el mundo. Matri- monio con adopción. Los mismos derechos con los mismos nombres.

Tengo una tía que no es monjita y se quiere casar

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Page 1: Tengo una tía que no es monjita y se quiere casar

ñ.3 el espejo

punto critico

EDUARDO VILLAR

“Nada es casual”. Una frase que se suelta a cada rato y a la que no suele oponerse mucha resistencia para evitar áridas discusiones de tono psicoa-nalítico, esotérico, metafísico o new age, pero que obviamen-te es un error. Muchas cosas son casuales. Otras no. Por ejemplo, que tantos artistas plásticos sean tan longevos. Hace rato que me pregunto por las causas de ese envidiable privilegio. No por casualidad la pregunta volvió a visitarme hace días, cuando la esculto-ra francesa Louise Bourgeois murió a los 98 años. Quizá haya un principio de res-puesta en algo que dicen que dijo Dalí, que vivió 85 años: “El verdadero pintor es aquel que es capaz de pintar escenas ex-traordinarias en medio de un desierto vacío. Aquel que es capaz de pintar pacientemente una pera, rodeado de los tumul-tos de la historia.” Por un lado, crear algo en medio del vacío, en medio de la nada, sentido donde no lo había. Buscar vi-da en medio de la muerte. Por el otro, preferir la paciencia y la pera a las urgencias y los “tumultos de la historia”. Otra manera, en fin, de conectarse con el mundo, con la vida, con uno mismo. Claro, hay verda-deros pintores –Goya (82), Pi-casso (92)– que pintaron bom-bardeos y fusilamientos, pero también naturalezas muertas. Es fácil imaginarlos pintando, ajenos a sus tumultuosas his-torias personales, metidos en esa otra realidad de sus telas; sus vidas suspendidas o, más bien, vividas en sus peras, si entendemos lo de Dalí como una metáfora. A Joseph Albers (88) no le gustaban las peras. Tal vez las comía, pero no las pintaba. Como el resto de los pintores concretos –¿casualmente más longevos aún que los otros pin-tores?– proponía la autonomía de las obras de arte respecto de la realidad. Sus abstraccio-nes eran color, forma, compo-sición; no representaciones de otros objetos. Nada de peras. “La abstracción es real, pro-bablemente más real que la naturaleza”, dijo Albers. Otro mundo, otra realidad. Tan leja-nos de los golpes de la muer-te como una pera pintada con tierna, infinita paciencia.

La larga vida de los artistas

UNA MANErA DiSTiNTA DE CONExiON CON LA rEALiDAD

19.6.2010

flora y fauna

PORPATRICIA KOLESNICOV

“Tengo una tía que no tiene esposo y no quiere tener”, dice la protagonista del cuen-to. “Tiene muchas amigas mi tía. Eso sí”. “A veces viene con una que tiene el pelo rojo, bien chistoso y también unos zapatos grandes como para trabajar en el campo”. “Se que la quiere mucho porque un día las vi besarse en la boca”.¡UY! ¡Una lesbiana en un libro para chicos! Sipi: el libro se llama Tengo una tía que no es monjita, su autora es la hondureña Melissa Cardosa y lo sacó, en México, Edi-ciones Patlatonalli, que viene a ser el brazo ilustrado del grupo Patlatonalli, una orga-nización de lesbianas que lleva veintipico de años defendiendo “el derecho a una vida sexual, afectiva, erótica, libre de po-breza, discriminación, violencia, coerción e inequidad en las relaciones de género, así como con el respeto íntegro a sus demás derechos humanos, incluidos los derechos sexuales y los derechos reproductivos”.La tía no es monjita, no es infeliz ¡no es asexuada! Es tranquilamente lesbiana. “Fui a visitar a mi sobrina de 8 años de edad y me dijo que si yo no quería tener hijos y no quería casarme, entonces yo era monjita”, contó la autora a la prensa. “Creo que pa-ra ella no había más opciones y le causaba sorpresa que fuera una monja que no usara hábitos ni rezara. “Le dije que, además de

Arroz con leche, mi tía no es monjita y se quiere casar

Amores perrosAcaban de conocerse, hace días que hicieron el amor por primera vez y ya le está gritando que no la toque._¡No me toques!– le grita Marta a Albertina. Y sangra.Retengan esta imagen que les di-go cómo llegamos hasta acá. La periodista Marta Dillon y la ci-neasta Albertina Carri –lo cuenta Laura Ramos en su libro La niña guerrera– se habían visto por pri-mera vez en una cena y una cierta electricidad había corrido entre ellas. Se habían besado, se habían alejado, se habían mandado mensa-jes, se habían desencontrado, se ha-bían encontrado de una manera que no era cualquier manera, que no era para un día, que no era light.“Odio a los militantes”, había di-cho Carri, que es hija de desapare-cidos. “Yo milito por todo”, había contestado Dillon, que encerrada en un cuarto oyó cómo un grupo de tareas se llevaba a su mamá.Entonces llega el encuentro, se presiente el amor, Dillon va a la casa de Carri y le salta el perro. El mastín napolitano de la amada. Le salta al brazo, lo mastica, la sangre se desparrama por las paredes de la cocina.Es entonces, con el brazo herido, con el dolor subiendo por los ner-vios, cuando Dillon grita:–¡No me toques!Es que Albertina no sabe –o ella no sabe si sabe– que Marta es VIH positiva. “Más preocupada por el contagio que por las heri-das”, dice Laura Ramos.Es una de las historias de vida que Ramos coleccionó para este libro de retratos reales pum-pum-pum-pum, con ritmo de semicorcheas. Gabriela Cabezón dice que son (todas) como heroínas de manga.

Intimo recital de fado a la luz de la lágrima

Tarugo musicalNo hay muchos lugares más per-fectos que el Caribe, que un hotel en la playa en el Caribe, pileta, bar libre por todas partes, esas cosas. Pero póngale música ambiente en todas partes, como una per-secución, y la felicidad baja unos puntos.Es un disco que vuelve y vuelve, con el orden de los temas cambia-dos, como un loop. Una semana y a Juan Luis Guerra no ha parado de subirle la bilirrubina; hoy en el desayuno, al rato y a todo volumen en la clase de aquagym, más tarde en el bar de la playa. ¿Para qué ponen (me ponen) la música como un tarugo de 8 mm en el cerebro?, ¿qué pensaron quienes lo han pensado todo? Rellenar espacio, abolir el vacío, pienso: all inclusive, panza llena, no hay vacío. Y el tarugo ¿sale?

Corre la voz de que en casas ocultas hay ver-daderos auditorios. Que es un club mucho más exclusivo que el Jockey Club. Que uno se entera por mail y con santo y seña entra a magníficos conciertos.Esto es más o menos así, en pequeña es-cala. Dieciséis sillas, un par de botellas de vino, una jarra de té de jazmín, una cama en el living de un departamento antiguo. Cama; una cama. Desde el recibidor llega la guitarra de Federico Mercado. Enseguida, la voz de Gabriela González López. Juntos se llaman Luz de Lágrima y hacen un sutil, chiquito, delicioso recital de fado. Lo más ruidoso son los aplausos.

no ser monjita, era lesbiana y le expliqué que yo tenía novia y que las mujeres podía-mos hacer eso”.Así es nomás: las Patlatonalli producen libros para que niñas y niños vean que existen op-ciones sexuales y amorosas –y si las tiene la tía, por qué no ellos –que no tienen por qué doler. Pero algo más: ahora pelean para que estos libros –ya sacaron tres títulos– entren en los planes del Ministerio de Educación.Porque la nena tiene una tía que no es mon-jita, como mis nenes (uno y una) tuvieron una madre que no lo era. Y después dos. Como los nenes de mi amiga la lunga. La nena de mi amiga cocinera. El nene de la fan de Betanhia. Y etcétera y etcétera y et-cétera y etcétera.Llegará el día en que libros como éste se lean en la escuela y ese montón de purretes deje de ser extranjero en una ficción familiar mo-delo Ingalls que, a esta altura de la familia ensamblada y el hogar monoparental, exclu-ye también a tantos de sus compañeros. Por la felicidad y la salud de los grandes, por la protección y las certezas de los chi-cos, por la libertad de los chicos que serán gays y lesbianas mañana, esta columna está enérgicamente a favor de la ampliación del derecho de casarse a todo el mundo. Matri-monio con adopción. Los mismos derechos con los mismos nombres.