Teodora Emperatriz de Bizancio (Gillian Bradshaw)

Embed Size (px)

Citation preview

Teodora, emperatriz de Bizancio

2

Gillian Bradshaw

Teodora, emperatriz de Bizancio

emec editoresBarcelona

Ttulo original: The Bearkeeper's Daughter

Traduccin: Ma Jos Gass

Copyright 1987 by Gillian BradshawCopyright Emec Editores, 1996

Emec Editores Espaa, S. AEnrique Granados, 63 08008 Barcelona Tel. 454 10 72

ISBN: 847888243X

Depsito legal: B2. 3881996

Printed in Spain

Impresin: PURESA, Girona 139, 08203 Sabadell

A JUDY,

en agradecimiento por sus consejos sobre equitacin y otras cosas ms.

Aunque morir es la condicin de nacer, es insoportable pasar del poder imperial a la ilegalidad. Dios no permita nunca que se me prive de la prpura; no sobreviva yo al da que se me deje de aclamar como emperatriz. Si lo que quieres, emperador, es seguridad, eso es fcil de conseguir. Disponemos de dinero en abundancia; est el mar; estn nuestros barcos. Pero cuidado!, no vayas a descubrir, una vez a salvo, que habra sido preferible la muerte. Prefiero la vieja mxima: La prpura es un bello sudario.

(palabras de la emperatriz Teodora)Procopio, B. P. I, XXIV 3538.

NDICE

HYPERLINK \l "_Toc78902148" I La emperatriz Teodora3

HYPERLINK \l "_Toc78902149" II El secretario del chambeln14

HYPERLINK \l "_Toc78902150" III Caballos29

HYPERLINK \l "_Toc78902151" IV Los archivos de la prefectura39

HYPERLINK \l "_Toc78902152" V Revelaciones49

HYPERLINK \l "_Toc78902153" VI Los hrulos61

HYPERLINK \l "_Toc78902154" VII Brbaros y romanos76

HYPERLINK \l "_Toc78902155" VIII Cruel como la tumba90

HYPERLINK \l "_Toc78902156" IX Victoria!103

HYPERLINK \l "_Toc78902157" X Conde de la caballera113

HYPERLINK \l "_Toc78902158" XI La esposa del protector124

HYPERLINK \l "_Toc78902159" XII El prncipe de este mundo138

HYPERLINK \l "_Toc78902160" Eplogo150

ILa emperatriz Teodora

Constantinopla era ms grande de lo que l se haba imaginado.

El barco se acercaba lentamente, mecindose sobre el suave oleaje bajo el caluroso sol de septiembre, impulsado por la suave brisa que empujaba las remendadas velas. El pequeo grupo de pasajeros, agarrado a la barandilla en medio del buque, gritaba con entusiasmo y sealaba unos jardines, un prtico de tiendas, el puerto; la cruz dorada que brillaba desde la alta cpula de una iglesia; la estatua del emperador encaramada a una columna. Es como un espejismo en el desierto susurr Juan, agarrndose con fuerza a la barandilla como los dems. Es resplandeciente y demasiado extensa y hermosa para ser real.

Forma parte del Gran Palacio dijo el capitn, acercndose a Juan al tiempo que sealaba un edificio junto a la orilla. Juan sinti que se le encoga el estmago al contemplarlo.

Dos hileras de columnas de mrmol rodeaban un edificio central cubierto por tejas de piedra pulida que brillaba en medio de los jardines como una piedra preciosa envuelta en papel de seda. Las altas murallas de la ciudad lo rodeaban, separndolo del resto de casas comunes a la vez que creaban, con aire protector, una ciudad propia. Juan movi la cabeza y mir hacia abajo. Se fij en sus manos agarradas a la barandilla del barco. Manos delgadas, amarillentas por la enfermedad, las uas negras de suciedad. Intent imaginarlas acariciando los tesoros del palacio enjoyado, pero no pudo.

En realidad, casi toda esta parte de la ciudad pertenece al complejo del palacio agreg el capitn, sonriente. La emperatriz don ese sector a algunos de sus monjes. Tiene un par de casas ms para ella sola, cada una del tamao de una catedral, y el emperador cuatro o cinco ms. Aparte estn las capillas y los cuarteles para los guardias: es enorme el Gran Palacio. Con quin dijiste que queras hablar?

Con un funcionario del palacio de la emperatriz murmur Juan. No haba dicho otra cosa en todo el viaje cada vez que le preguntaban. Ahora deseaba que fuera verdad.

Bueno, tendrs que preguntar a los guardias de la Puerta de Bronce. Es la nica entrada al palacio. Atracaremos en el puerto Neorio en el Cuerno de Oro. Para llegar a palacio, camina hacia el mercado de Constantino, luego tuerce a la izquierda por la Calle Media hasta el mercado Augusteo; la Puerta de Bronce del palacio est al otro extremo del mercado. Slo tienes que informar a los guardias para qu vas y te dejarn entrar. Dispones de algn lugar donde alojarte mientras ests en la ciudad?

Juan baj la cabeza murmurando un s.

Supongo que para esta noche ya tendr algn sitio donde quedarme pens mientras el capitn iba a supervisar el barco. Oh, Seor, cmo deseara que fuera ya de noche! Dios inmortal, qu hacer con mis cosas? No puedo ir al Gran Palacio, a la corte de la emperatriz, con un saco lleno de ropa vieja!

Despus de que el barco virara hacia el Cuerno de Oro y atracara, pregunt al capitn si poda dejar sus pertenencias a bordo por esa noche.

Por qu no las llevas a tu alojamiento? pregunt el capitn con sensatez.

Yo... preferira ir a palacio primero repuso Juan.

El capitn se encogi de hombros.

En ese caso..., pero t crees que te admitirn, presentndote as, directamente? A los funcionarios les encanta hacer esperar a la gente.

No lo s respondi Juan. Bien puede ser. De todos modos, por ahora puedo dejar las cosas aqu?

Por supuesto; no hay ningn problema. Pero se har bastante tarde antes de que llegues a palacio. Primero tendrs que obtener del funcionario de aduanas un permiso para entrar en la ciudad.

Por qu? No vengo a vender nada.

El capitn se ech a rer socarronamente.

En esta ciudad, todos han de conseguir un permiso. Hasta para mendigar se necesita y no es nada fcil conseguirlo. No se conceden a los que no vivan en la ciudad, si no pagan una buena cantidad por l. Todo el que llega a Constantinopla debe demostrar que tiene negocios en la ciudad o algn otro medio de subsistencia. Si no, lo envan al instante a su casa (a no ser que necesiten obreros para alguna obra pblica, en cuyo caso te ofrecern trabajo y te inscribirn all mismo en los registros). Aunque seas un caballero y no tengas que preocuparte por eso, tambin tendrs que obtener un permiso.

Ya veo dijo Juan, mirndose nuevamente las manos. Eran manos suaves, sin los callos propios del trabajo manual. Slo una pequea protuberancia en el dedo medio de la mano derecha delataba sus horas de trabajo de oficina. Soy una especie de caballero se dijo con amargura. El bastardo de un caballero. Bueno, espero parecer lo suficientemente caballero como para que el funcionario de aduanas sea amable conmigo; slo tengo dinero para una semana y no quiero que acaben reclutndome en una panadera o para reparar cisternas.

Por supuesto, si tanta prisa tienes, yo podra hacer que el funcionario te viera a ti antes que la carga o que a los dems... agreg el capitn, mirando a Juan con una sonrisa expectante.

Juan contuvo un suspiro, busc lentamente en su bolsa y entreg al hombre una gran moneda de bronce; despus aadi otra ms. El capitn volvi a sonrer y se las guard en la propia bolsa.

Ver lo que puedo hacer dijo.

Ahora ya no tengo ni siquiera lo suficiente para vivir una semana pens Juan con amargura. Qu estupidez acabo de hacer! Podra haber esperado hasta maana. Tambin fui estpido al pedir un camarote privado en el barco, claro que pareca ridculo viajar a la corte de Sus Majestades en una tienda de lona con otros seis pasajeros, un tropel de nios, cuatro cabras y no s cuntos camellos! Si lo hubiera soportado y hubiera mantenido la boca cerrada, ahora tendra lo suficiente para sobrevivir un mes, tiempo suficiente para encontrar trabajo si no me reciben en palacio.

Pero si no me reciben, tampoco querr trabajo.

El funcionario de aduanas apareci al poco rato: era un hombre pequeo, de piel oscura, canoso, con tnica corta y manto rojo hasta la rodilla. El capitn pareca conocerlo: se estrecharon las manos y se dieron palmadas en la espalda, intercambiando noticias mientras Juan los observaba desde la barandilla, sin exteriorizar su impaciencia. El capitn hizo una mueca e indic al funcionario:

ste es uno de mis pasajeros; tiene prisa por despachar unos asuntos en palacio; puedes hablar con l primero dijo. Retrocedi para observarlos con sonrisa de dueo de la situacin, como el anfitrin que presenta a sus dos invitados ms interesantes en una cena.

El funcionario dirigi a Juan una mirada escrutadora, de pocos amigos. Entre veinte y veinticinco aos. Lo clasific mentalmente, como si fuera a redactar un certificado. Bajo y delgado; cabello negro, bien afeitado, ojos oscuros; una dbil cicatriz en el rabillo del ojo izquierdo. Tez plida, algo amarillenta, por cierto. Habr estado enfermo recientemente? La tnica y el manto se supone que son negros, aunque me parece que su color es terroso, ms que otra cosa: lleva luto. Ya s, procede de una de las zonas azotadas por la peste. Su ropa es de buena calidad, sin embargo, y el borde de la tnica es de seda de verdad: no es pobre. El turbante que porta con el cordn trenzado alrededor es de estilo sarraceno y el barco viene de Beirut. As que lo que tenemos aqu... supongo que es algn tipo de rabe, venido para solucionar algn asunto sobre alguna herencia. Sonri secamente a Juan, sacando el estilete y las tablillas de cera.

Tu nombre? pregunt con amabilidad.

Juan, hijo de Diodoro contest nerviosamente. De la ciudad de Bostra, en la provincia de Arabia.

El funcionario volvi a sonrer, satisfecho.

Qu te trae a Constantinopla?

Vengo a ver a un funcionario de la corte de la emperatriz, para... para unos asuntos personales.

De la corte de la emperatriz? pregunt el funcionario, bajando el estilete y enarcando las cejas.

S replic Juan tragando saliva. Esta... esta persona lleg a conocer a mi padre; en su lecho de muerte, mi padre me pidi que le hiciera llegar un mensaje, un mensaje personal. Volvi a sentir que se le encoga el estmago ante tal mentira y record la habitacin oscura y calurosa, el hedor a enfermedad y a descomposicin y la voz cascada de su padre diciendo: Jams se te ocurra ir all. Promteme que no irs. Sinti un escalofro.

El funcionario baj las cejas.

Ya veo. Se trata de un asunto personal de tu padre con un viejo amigo.

No iba muy desencaminado, pens el funcionario, satisfecho.

Y cundo muri tu padre?

En junio dijo Juan secamente. La peste se lo llev.

Hubo una breve pausa bajo el clido sol del otoo, y una paralizacin producida por la sola palabra: peste. Aquella sonrisa de dueo de la situacin del capitn se desvaneci y la mirada agria del funcionario se ensombreci. Nadie la menciona jams. Yo tampoco debera haberlo hecho. Demasiada gente ha muerto a causa de ella; los turba hasta or su nombre, pens Juan.

Nosotros tambin la tuvimos aqu en junio replic el funcionario con suavidad. Mir hacia el norte, hacia el puerto. No haba espacio para enterrar a tanto muerto. Los apilaban en las atalayas de las murallas. Cuando el viento vena del norte se poda oler la hediondez de la podredumbre. Era como si el mundo entero se desintegrara. Llegu a pensar que todos los seres de la tierra estaban murindose aqu. Yo perd un hermano, y casi pierdo un hijo.

Yo estuve a punto de morir agreg Juan. Y no se atrevi a decir: Fue mi padre quien me atendi durante la enfermedad hasta el final. Me cuid, y despus fue l quien se muri de la peste.

Entonces has sobrevivido a ella! El funcionario observ por un momento a Juan con atencin. Y lo has hecho bien, pens con amargura, evocando a su hijo de diez aos, a quien la peste haba dejado medio lisiado y con dificultades para hablar. Pero el nio se est reponiendo se dijo convencido. Seguir mejorando; est mejor ahora que hace un mes! Tal vez el mes que viene ya lo vea como a ste, algo amarillento, pero normal.

Suspir y mir a Juan con una sonrisa cansada. No haba motivos para rechazarlo. Coloc un pedazo de pergamino sobre las tablillas, desliz el estilete dentro del estuche que le colgaba del cuello, tom una pluma, la moj en el tintero que llevaba junto al estuche y extendi un certificado.

No hay razn para molestarte ms, entonces le dijo, entregndoselo a Juan. Esto te sirve de salvoconducto para permanecer en la ciudad hasta que soluciones tus asuntos personales en la corte. Llvalo constantemente; si lo pierdes, informa a la oficina del cuestor en el Augusteion. Eso es todo. Que disfrutes de tu estancia en la ciudad.

Era medioda cuando Juan abandon la nave; sus pasos sonaban huecos y vacilantes en la plancha de madera. Recorri los muelles de piedra, ense su permiso a los funcionarios que haba a la entrada del puerto y prosigui su camino a la ciudad. Las calles eran estrechas, lo que impeda el paso de la luz, las casas elevadas, y los balcones casi se tocaban. Unas mujeres sentadas en los balcones hilaban y miraban la gente pasar entre la ropa tendida que se agitaba al comps de la brisa. Por lo dems, todo estaba quieto, adormecido en la quietud del medioda. Lentamente fue subiendo la colina desde el puerto; a medida que avanzaba hacia la cima las casas se volvan ms altas y lucan imponentes fachadas.

Cuando lleg al mercado, tras haber pasado por las callejuelas en sombra, la luz del sol le result casi cegadora. Se detuvo en la esquina para recuperar el aliento. El mercado estaba casi desierto; en el centro, el cao de la fuente se perciba claramente a travs del silencio. Sobre una columna de prfido, una estatua de oro del emperador Constantino contemplaba las columnas de mrmol, las sirenas e hipogrifos de bronce dorado y las tiendas con postigos que vendan objetos de plata, perfumes y joyas.

A la izquierda, haba dicho el capitn. Juan mir hacia la izquierda a travs del mercado. Las columnas de mrmol blanco se abran hacia una calle ancha, como un campo de desfiles, donde los prticos aparecan coronados de estatuas: emperadores y emperatrices, hroes, senadores y diosas paganas, acomodados en medio de la magnificencia. A lo lejos, una iglesia se ergua como un monte, con su fachada de mrmol rosado y una altsima cpula dorada. Pese al fuerte sol, tuvo fro. Respir hondo y empez a caminar.

Las tiendas acababan de abrir cuando lleg al mercado Augusteo. La cpula impresionante de la iglesia se asomaba a su izquierda; a su derecha se elevaba la fachada de columnas encumbradas del hipdromo y, cerca de ste, al otro lado del mercado, un edificio imponente enclavado entre impresionantes murallas, con techumbre de bronce baado en oro y puertas tambin de bronce: la Puerta de Bronce del Gran Palacio. Juan se detuvo al otro lado de la plaza para contemplarla. El escalofro que sinti le entumeci las manos; le dio miedo seguir adelante.

Debo de estar loco pens. Tena que haber pedido a mis hermanastros que me ayudaran a encontrar trabajo: no se habran negado; no lo he hecho por orgullo y tozudez, por no quedar en deuda con ellos. Sin duda habra conseguido un puesto de escriba en el concejo de la ciudad; el salario no era tan malo; habra podido vivir de eso y quiz, al cabo de dos aos, me habran ascendido. Mi padre tena razn: no deb haber venido. Aunque sea verdad, probablemente me matarn y cmo saber si es verdad? Ya deliraba cuando me lo dijo. La carta podra ser falsa, o quizs sea una broma. Oh, Dios mo, debera volver, ahora mismo; volver a casa...

Pero se qued donde estaba.

Si no sigo, nunca lo sabr se dijo. Pasar el resto de mi vida preguntndome quin soy en realidad, demasiado cobarde para averiguarlo. Y no tengo ninguna casa propia a donde volver, ahora que mi padre ha muerto.

Cruz lentamente la amplia plaza pblica.

Las enormes puertas de bronce estaban entornadas y un pelotn de guardias, apoyados en sus lanzas, miraban el mercado con expresin de indecible aburrimiento. Por encima de sus cabezas, un friso pintado representaba al emperador Constantino, con la corona imperial y la cruz cristiana, aplastando a un dragn. Los severos ojos del emperador parecan fijarse en Juan de un modo acusador a medida que ste se iba acercando, pero casi se dio de narices contra la gran puerta antes de que los guardias repararan en l. Uno de ellos le cort el paso con su lanza, escupi y dijo pausadamente:

Algn asunto de palacio?

S susurr Juan.

Tienes cita?

No..., o sea...

Bueno, ve al prtico y di a los guardias a dnde quieres ir.

La lanza volvi a alzarse y el guardia retrocedi un paso. Juan parpade, lo mir indeciso y finalmente pas junto a l por la puerta exterior. Tras sta haba un pasadizo empinado en cuyo fondo, muy a lo lejos, haba otra puerta de bronce, esta vez cerrada. A mitad de camino, a la derecha, se encontraba otra puerta igualmente cerrada, toda ella de bronce pulido. Se detuvo y mir atrs por la puerta entreabierta al mercado. Nadie le prestaba atencin. Sigui adelante; gir el pomo de la puerta y los goznes chirriaron al abrirse lentamente.

Se encontr ante una sala rectangular abovedada, magnficamente revestida de mosaicos. Unos brbaros cautivos aparecan arrodillados en medio de una tremenda confusin perteneciente a ciudades exticas: Cartago, ley Juan en una pared y Ravena, en otra. En el centro de ambas un rey con manto de prpura ofreca su corona al emperador, triunfante, en la cpula central. Cerca de ste se ergua la figura de una mujer con manto de prpura y diadema, rodeada por el aura sagrada de una emperatriz: su rostro, mscara de dignidad y poder, era el rostro de una mujer real. Era hermoso, esbelto, plido, de larga nariz, mejillas y barbilla ligeramente redondeadas y labios firmes. Sus ojos de prpados cados, oscuros y penetrantes, hacan caso omiso de los reyes de los mosaicos y parecan escrutar el interior de Juan. Se ech hacia atrs, como hechizado.

Qu asunto te trae aqu? pregunt una voz.

Juan desvi la mirada del mosaico y vio cmo algunos guardias ms haraganeaban en el otro extremo de la sala y cmo una multitud de hombres y mujeres esperaban en un banco situado bajo los cautivos brbaros. La voz provena de uno de los guardias: llevaba un collar de oro y pareca ser el capitn. Ahora miraba a Juan, esperando su respuesta.

Yo... yo quiero una audiencia con la emperatriz respondi Juan. Una audiencia privada y sbitamente se sinti mal. Lo haba dicho!

Con la emperatriz? pregunt el soldado, incrdulo.

Los otros soldados y los que esperaban en la sala se volvieron para mirarlo. Ellos esperaban al secretario del prefecto pretoro para preguntar por los impuestos que les correspondan; al escriba del jefe de las oficinas por un trabajo para un amigo; al chambeln del emperador con un aviso de desalojo en una de las propiedades imperiales; para entrevistarse con alguno de los muchos funcionarios y subordinados imperiales. No quitaban ojo al joven con tnica de color terroso que peda audiencia con la emperatriz.

Quin eres? pregunt el capitn de la guardia. Te ha concedido una cita?

Tengo un mensaje para ella respondi Juan, pasando por alto la primera pregunta y esforzndose por mantener firme la voz de parte de un amigo suyo, un viejo amigo que ha muerto. Sin poder mantener quietas sus manos entumecidas, se retorca el borde de seda de la tnica, consciente, eso s, de cunto se haba desteido. Haba sido su mejor tnica, en otro tiempo verde con bordes rojos y blancos, e incluso despus de haberla teido de negro por primera vez le haba quedado muy elegante. Pero ahora...

Quit sus manos de ella.

De todas maneras, la tnica no hubiera impresionado a nadie aqu se dijo. Si yo fuera un patricio vestido de blanco y prpura, majestuosamente transportado en un carruaje hasta la Puerta de Bronce con un grupo de sirvientes, tal vez esperara que los guardias se impresionaran, pero esta chusma difcilmente presta atencin a nada que sea inferior a eso, y menos aqu, en una ciudad como sta. Con que tenga un aspecto presentable, eso debera bastar. Y creo que lo tengo. Se irgui de hombros e intent pasar por alto los ojos que lo observaban.

Es un monje cort tajante el jefe de los guardias. De negro, con ese aspecto de fantico, de ojos centelleantes y de aire tan voluntarioso, qu, si no? S, es uno de esos malditos monjes monofisitas de alguna provincia oriental, algn preferido de la emperatriz que trae noticias de uno de sus padres espirituales de Egipto o Siria. Y si le ponemos obstculos, tendremos problemas: ella protege a esos herejes ms que el emperador a sus guardias. Bueno, tendr que hacerlo entrar. Y si no es uno de sus monjes, los sirvientes se encargarn de l.

Se oblig a sonrer, aunque detestaba a los herejes.

Muy bien, mi buen seor. Dionisio! llam a un guardia. Haz pasar a este... caballero... a la corte de la serensima Augusta, en el palacio Dafne.

Sorprendido por tan fcil victoria, Juan sigui al guardia hasta el primer patio silencioso del Gran Palacio.

Despus no pudo recordar por dnde haba pasado: cuarteles y jardines, capillas y prticos, cpulas, columnas y fuentes, todo despeda una sola sensacin de majestuosidad ante la cual se senta impotente, como un ratn atravesando una iglesia. Por fin se encontr ante una sala revestida con cortinajes de prpura e iluminada con lmparas de oro puro. Un muchacho (no, un hombre, pero delicadamente lampio: un eunuco), sentado ante un escritorio, tomaba notas en un libro. El guardia golpe el extremo de su lanza en el suelo de mosaicos y el eunuco levant la vista.

S? pregunt. El timbre agudo de su voz pausada semejaba al de una mujer.

Este caballero desea una audiencia con la piadossima y sagrada soberana, nuestra Augusta Teodora dijo el guardia, guardando las formas. No se le ha concedido audiencia.

El eunuco apoy la pluma en los labios y examin a Juan.

Y quin eres t?

Mi nombre es Juan respondi con voz enronquecida; intent aclararse la garganta. Yo... traigo una noticia para la emperatriz. Una muerte..., un viejo amigo de ella ha muerto.

Qu viejo amigo? pregunt amablemente el eunuco.

Diodoro de Bostra, mi padre. Ella... lo conoci hace mucho tiempo. Pens...

Pensaste que a ella le interesara? Acaso ella lo conoca bien?

Juan trag saliva. Busc dentro de su bolsa y sac la carta doblada que llevaba consigo desde la muerte de su padre. Con mano temblorosa se la entreg al eunuco, que la ley para s. Juan no necesitaba or las palabras en voz alta; se las saba de memoria. A Diodoro de Bostra, de parte de Teodora, emperatriz, Augusta, consorte de su Sagrada Majestad el emperador Justiniano. S, querido, soy yo. Pero si alguna vez te atreves a venir a Constantinopla, o siquiera a pretender que me conoces all en tu agujero de Bostra, juro por Dios, que todo lo oye, que ser el ltimo da o el ltimo alarde que hagas. Eso era todo.

El eunuco frunci el ceo ante la carta y verific el sello. La ley nuevamente.

No parece considerarlo un amigo dijo por fin, delicadamente. Yo creo, seor, que sera mejor que no la molestaras. Si lo deseas, yo le informar a ella de su muerte en el momento apropiado.

Tengo que verla.

Juan cerraba y abra las entumecidas manos. El eunuco lo observaba, rgido e impasible. Juan trag saliva de nuevo, debilitado y mareado por el miedo, y dijo con voz clara:

Mi padre me asegur que ella es mi madre.

La cara delicada del eunuco cambi. Ech un vistazo rpido a la carta y una vez ms examin a Juan. Detrs de l poda or el murmullo de los guardias, intentando ver nuevamente aquel rostro para compararlo con el otro, el que lo haba contemplado a l desde el mosaico.

Espera aqu dijo el eunuco. Con la carta entre las manos, desapareci tras las cortinas de prpura.

Juan se qued en la antesala por un tiempo que le pareci eterno. Se pregunt si debera sentarse; senta que las piernas se le volvan flojas y poco firmes. Pero el nico asiento era el del eunuco frente al escritorio y no se atreva a sentarse all. Mir otra vez a su alrededor. El guardia de la Puerta de Bronce estaba junto a la entrada, sin apartar la mirada de Juan, como fascinado. Juan respondi con una sonrisa forzada y automticamente el guardia mir para otro lado.

Antes de que transcurrieran quince minutos, el eunuco reapareci. Su rostro apareca ligeramente sonrojado y daba la sensacin de faltarle el aliento; dirigi a Juan una sonrisa radiante y le anunci:

Ella te recibir en seguida. Juan se pregunt si se desmayara.

El guardia golpe el suelo con la punta de su lanza dispuesto a marcharse, pero el eunuco lo retuvo con un gesto rpido.

T qudate aqu esperando rdenes.

El guardia pareci alarmarse, pero Juan no tuvo tiempo de preguntarse por qu. El eunuco lo cogi del brazo y lo condujo a paso ligero por el pasillo que se extenda tras las cortinas.

Te han concedido audiencia alguna vez? pregunt a Juan.

No, claro que no! Ella... va a recibirme? Ahora? Es demasiado pronto pens. No tengo tiempo...

Cuando se te haga pasar, da tres pasos y arrodllate el eunuco le daba las instrucciones, apremindolo. Pasaron por una antecmara con divanes de cedro; varios hombres ricamente vestidos, uno de ellos de blanco y prpura, miraron con odio a Juan mientras era materialmente arrastrado por la sala. chate al suelo, como el sacerdote que se postra ante el altar durante los misterios sagrados continu el eunuco, sin prestarles atencin. Mantn los brazos alrededor de la cabeza. La seora extender su pie hacia ti, momento que aprovechars para besar la suela de su sandalia; despus, puedes quedarte de pie o arrodillarte, pero no te sientes. No le hables hasta que ella no te d permiso. Y otra cosa ms, no la llames emperatriz, llmala seora, como un esclavo. Es la costumbre.

S, pero...

Estaban al final de otro pasillo y a las puertas de otra habitacin. Todo pareca brillar: las pinturas en las paredes, las baldosas doradas en el suelo de mosaico, los tapices rutilantes y, al fondo, la seda prpura de las cortinas. No tard en rodearles un grupo de eunucos, haciendo gestos con la cabeza y cuchicheando con aquellas extraas voces agudas. Advirti que algunos llevaban espadas; uno vesta el blanco y prpura de los patricios. Ola a incienso. El acompaante de Juan le solt el brazo, le hizo un gesto con la cabeza y corri la cortina que estaba al otro extremo del saln. La luz entr sbitamente en la habitacin; era la luz del sol, difusa pero brillante, de alguna ventana escondida, acompaada del aroma a mirra. Ante la vacilacin de Juan, el eunuco patricio le dio un suave empujn. Al borde de las cortinas titube y mir a los ojos de la emperatriz Teodora.

Tres pasos adelante pens, sin ponerse nervioso. Ya estoy casi.

Dio los tres pasos y baj la cabeza hasta el mrmol pulido del suelo. Se qued un instante con la mejilla apoyada en la fra piedra, sintiendo cmo se le aceleraba el ritmo cardaco; luego una sandalia prpura, tachonada de oro y joyas, apareci ante l. Roz la suela con los labios (el cuero era nuevo, suave como la lana) y se incorpor de rodillas, mirando nuevamente a los oscuros ojos.

El retrato del mosaico era mejor de lo que haba apreciado: arrodillado frente a ella, vio primero a la emperatriz, luego a la mujer. La diadema imperial, una banda de seda prpura bordada con oro y joyas, cubra por completo su cabellera y dejaba caer perlas que le llegaban hasta los hombros. El manto prpura, sujeto con un broche de esmeraldas, llevaba un grueso ribete de oro y joyas. Incluso la mitad de la larga tnica que luca bajo el manto pareca estar hecha de oro. Estaba medio sentada medio reclinada en un elevado divn de prpura y bano, con cierta gracia indolente. Se haba inclinado hacia adelante para observarlo, aferrada con tal fuerza al divn, que las uas se le haban vuelto blancas. Tambin los labios de la emperatriz palidecieron al ver que el joven lo haba advertido; sus fulgurantes ojos miraban alternativamente a Juan y a los eunucos, que permanecan inmviles detrs de ste. La carta entregada al eunuco se hallaba sobre un divn junto a la augusta seora.

Quin eres? pregunt la emperatriz. Su voz era suave y serena, con el cortante acento de Constantinopla.

Mi nombre es Juan, seora respondi.

Ya no se estremeca de pnico y sinti que su mente se aclaraba a medida que transcurra el tiempo. Ahora que haba llegado el momento, real e irreversible, de poder hablar, hasta recordaba las instrucciones del eunuco. Slo una catstrofe poda detenerlo, no todas aquellas fantasas.

Soy el hijo de Diodoro de Bostra. Me dijo mi padre que lo recordaras.

La emperatriz suspir.

Por qu has venido hasta aqu?

Permaneci un momento arrodillado con la mirada puesta en la soberana. La suave luz de la ventana oculta lo invadi; desde algn lugar detrs de ella llegaba el murmullo de una fuente.

Tambin me dijo que t eras mi madre exclam por fin.

De verdad te dijo eso? La voz era spera. Acaso cont esta historia a mucha gente? Y t, a quin se la has contado?

Seora, l slo me la cont a m y nicamente cuando estaba agonizando. Si deliraba, no lo hagas responsable a l, atribyeselo a la peste. Por mi parte, yo no se lo he contado a nadie. Tema creerlo. Los nicos que lo han odo, aparte de ti, son tus propios sirvientes.

Se sent nuevamente en su divn y lo observ con detenimiento. Tom la carta doblada y la arroj a los pies de sus sirvientes.

Destruye esto orden. Luego se dirigi a Juan: Y t, qu has dicho a los guardias de la puerta?

Que quera una audiencia contigo, seora, por un asunto personal.

Alguno de ellos te acompa hasta aqu? Juan asinti y ella volvi a mirar a los eunucos.

Yo le indiqu que aguardara en la antesala esperando rdenes dijo un sirviente al instante.

Bien. La emperatriz sonri.

El eunuco patricio tosi, incmodo, y agreg:

Desgraciadamente, haba mucha gente esperando a tu sublime presencia en la segunda antesala. Han visto que hemos hecho pasar en seguida al joven y casi con certeza deben de estar averiguando por qu.

Teodora se encogi de hombros.

Preguntarn sin duda al guardia quin es el joven. Dile t al guardia que el joven menta y que yo he ordenado que lo expulsen y castiguen severamente por su insolencia. Di que te he ordenado azotarlo, expulsarlo de la ciudad por el puerto privado y embarcarlo rumbo a una mazmorra en Cherson. Di que estoy muy descontenta con el guardia y con su capitn por haber dejado pasar a un joven aduciendo que es un insulto inadmisible y que ambos sern trasladados a otro lugar.

Juan sinti que la sangre se le iba del rostro y de las manos.

Pero la carta era real pens, es evidente que era real. Y parece ser verdad que ha conocido a mi padre. Debe de ser cierto...

Los eunucos lo miraban, indecisos. Juan oy un ruido metlico cuando uno de ellos afloj la espada dentro de la vaina. No tena escapatoria. Pero eso lo saba desde que traspas la Puerta de Bronce.

Se clav los dedos en las rodillas. Mi padre me advirti que esta mujer me matara, que careca de instinto maternal; despus de todo, me abandon cuando yo tena apenas unos meses. Y por otra parte, no puede presentar a un bastardo de otro hombre ante los ojos del emperador.

Pero pens, con dolor, podra al menos admitir que es verdad. Aunque despus me mande matar. Simplemente me har azotar por insolente y luego... Oh, Dios mo!

Y bien? prosigui Teodora. A qu esperas? Ve y habla con el guardia.

Uno de los eunucos se inclin.

Llevamos al joven fuera y lo castigamos como has ordenado, seora?

Se le qued mirando un instante y acto seguido ech la cabeza atrs prorrumpiendo en una sonora carcajada.

Santo Dios, Santo Fuerte, Sagrado Inmortal! Qu creis que soy, una malvada? De ninguna manera. Dejadlo aqu; dejadme a solas con l, y no digis una palabra sobre l. No lo digis a nadie, ni siquiera a vuestros amigos en la corte del emperador. Comprendis lo que os digo? Ni una palabra. Un joven se comport con insolencia. Desapareci y nadie lo volver a ver jams. Y otro joven podr desenvolverse muy bien por el mundo con mi ayuda, pero nadie ha de decir que es hijo mo. Podis iros.

Atnito, sin poder dar crdito a sus ojos, Juan vio que los eunucos sonrean, no con sonrisas forzadas, sino con miradas de verdadera satisfaccin y afecto. Se prosternaron ante la emperatriz y se fueron.

Y decidles a esos pobres diablos que esperan en la segunda antesala que se vayan a sus casas! grit la emperatriz mientras salan; se inclinaron de nuevo, an sonrientes, y se alejaron en silencio. Alguien corri la cortina prpura.

La emperatriz, recogiendo las piernas, se incorpor y se quit la diadema. Su cabello era espeso y muy negro. Era ms joven de lo que l haba pensado (cuarenta y cinco como mucho).

Bien, levntate. Coloc la diadema en su regazo, sostenindola con sus delicadas manos, mientras lo contemplaba. Cundo muri tu padre?

En junio dijo tragando saliva, sin saber cmo dirigirse a ella ahora.

Junio. Mi marido tambin tuvo la peste en junio, pero sobrevivi a ella, gracias al cielo. Es extrao que los dos hombres que yo ms he amado hayan estado enfermos al mismo tiempo. Lo mir una vez ms, lade ligeramente la cabeza y orden: Ven aqu.

Se acerc, pero se senta inseguro. Le pareca impropio estar de pie al lado de la emperatriz, pero no se atreva a sentarse en el trono imperial. Sin saber qu hacer, se dej caer de rodillas. Observ cmo la mano de Teodora soltaba la diadema y rpidamente le acariciaba el rostro, bajaba hasta el hombro y volva a caer sobre el oro que brillaba en su regazo.

Juan dijo ella, sacudiendo la cabeza.

Quiere esto decir que es cierto? pregunt, deseando desesperadamente or una respuesta afirmativa.

S, por supuesto. Si no lo fuera, estaras an aqu? Yo no tolero ni la insolencia ni los insultos. T eres hijo mo. Mi hijo! La mano veloz de Teodora acarici el rostro y volvi a alejarse bruscamente. Tu padre, antes de decirte la verdad, qu te dijo acerca de tu madre?

Me dijo que era hijo de una prostituta, una actriz cmica de un circo, la hija de un cuidador de osos que conoci cuando estudiaba leyes en Beirut.

Ella sonri, complacida.

Eso es absolutamente cierto. Oh, Dios de todas las cosas, eso era tpico de l! Cmo poda mentir, aun diciendo la verdad! Pero para eso estn los jurisconsultos. Solt una risita y aadi: Pero es evidente que no pudo haber sabido que yo haba llegado a ser quien soy, hasta que le envi la carta. Lo mir fijamente, casi ansiosa. Y supongo que te dijo que cuando me quiso llevar a Bostra con l lo dej a l y a ti te abandon, no es cierto?

S balbuce Juan.

Las comisuras de los labios imperiales se fruncieron y su mirada ansiosa se endureci.

Qu ms te cont?

Juan pens en todo lo que saba de esa mujer por lo que le haba odo a su padre o a los amigos y conocidos de su padre: conversaciones presenciadas por l y otras odas al pasar, las bromas despiadadas sobre la perra de Diodoro, la madre de su bastardo. Ella se levantaba la tnica en fiestas de mucho alcohol y caminaba sobre las manos bajo la mesa, meneando sus nalgas desnudas. Una puta desvergonzada, pero Dios mo, cmo envidiaba a Diodoro! No me habra importado, lo que se dice nada, dar yo mismo alguna vez en el blanco; despus de todo, ya dieron en l algunos hombres. Rabelo, estando de visita en Beirut, quiso seducirla; como a ella no le gust, se fue directa a l y a punto estuvo de arrancarle las pelotas. Despus haca bromas al respecto delante de su amante. Diodoro se limit a rerse, pero le dijo a Rabelo que como intentara repetir la hazaa, lo matara. O que cuando ella lo dej, se llev cinco piezas de oro y tres vestidos de seda autntica que l le haba regalado, todas las alhajas y la mayor parte de los muebles, pero dej con l al nio. Una vez me dijo ste era el relato de su padre, solo y amargado, en respuesta a alguna pregunta lamentablemente audaz de Juan que en una ocasin represent una parodia sobre Leda y el cisne ante miles de espectadores en un teatro pblico de Constantinopla. Se esparci granos por todo el cuerpo y tambin bajo la faja de cuero que cubra sus partes ntimas, lo nico que llevaba puesto. Trajeron un ganso, y ste comenz a picotear todos los granos, mientras ella se retorca en el suelo gritando que la violaban. Luego dio a luz un huevo. Teodora aseguraba que encant a la multitud. "Rugan!", deca con deleite. Realmente te gustara tenerla aqu? Para que todo el pueblo de Bostra ruja ante ella? Yo estuve lo suficientemente loco como para querer traerla aqu. Algrate de que nunca haya venido.

Pero ante la mujer sentada en medio de su prpura imperial, que lo miraba con ojos feroces, estas descripciones, que lo haban atormentado durante aos, le parecan fabulaciones locas y sin sentido.

Me cont que habas querido renunciar a una loca carrera cuando os conocisteis, que le fuiste fiel, que te haba prometido que no se casara con nadie mientras estuviera contigo y que lo dejaste al descubrir que haba cometido perjurio y que se iba a desposar con la hija de Elthemo comunic a la emperatriz con cautela.

Ella enarc las cejas.

Deba de estar en un momento inusualmente honesto para admitirlo.

Juan baj la mirada. La confesin se haba producido tras la historia del ganso, cuando Juan se haba alejado con ganas de vomitar y zumbndole los odos. Senta el coro que le susurraba, el coro que siempre le haba perseguido: hijo de una puta, bastardo. Su padre corri tras l dicindole: No..., espera!.

l intentaba ser justo dijo pero te odiaba por haberlo abandonado.

Ella suspir, entre sonriente y disgustada.

Apostara mi vida a que me odiaba por eso! Crea que estbamos enamorados el uno del otro y que por eso yo deba estar dispuesta a ir a vivir a cualquier casucha sofocante de algn callejn de Bostra, para criar a su hijo y esperar a que me concediera los escasos momentos que no pasara con su mujer. Mi esposo dijo alzando la cabeza vale mucho ms que l, aun dejando de lado el rango. Y no le avergonz casarse conmigo.

Me dijo que te amaba susurr Juan, confuso y consciente de que intentaba defender a su padre, el funcionario de Bostra, honrado y respetable. Me dijo que t eras la nica mujer que haba amado de verdad, que slo se haba casado con su mujer por dinero y por la influencia de su familia.

Ella sonri, pero esta vez le dur poco.

Tambin a m me dijo eso. Y yo le cre. Pero por qu supuso que el hecho de que prefiriera el dinero y el poder al amor me convencera de ir a Bostra con l, no lo s. Se restreg los ojos, Bueno, as que est muerto ahora. Pobre Diodoro! Dej caer la mano, acariciando las joyas de la diadema. Lo am de verdad agreg al cabo de un rato. Tanto como hubiera amado a cualquiera. Pero al final no me dio pena dejarlo y no fue difcil hacerlo. Sacudi la cabeza y volvi a mirar a Juan. Acarici su rostro una vez ms. Pero s fue difcil dejarte a ti! Dios, cmo llor por ti!; creo que llor durante todo el trayecto entre Beirut y Constantinopla. Mi pobre hijo, abandonado! Pero ahora, aqu est, veintitrs aos han pasado, y aqu ests t. Lo mir absorta. Mi propio hijo. Entrecerr los ojos rpidamente y pregunt: Por qu has venido aqu?

Para... para verte.

S, por supuesto, pero qu buscas? Dinero? Posicin? Vengarte de alguien?

Quera verte!

Ella le lanz una mirada cnica.

Y jams se te cruz por la mente que yo podra hacer algo por ti? S sincero conmigo si quieres que te ayude.

Se me ocurri admiti Juan. Pero no poda pensar en eso. No lo poda creer. No saba si era verdad, si... si te ibas a ofender por mi llegada.

Pensaste que yo poda haber mandado que te mataran? pregunt, divertida.

T habas amenazado a mi padre.

Lo mir pensativa.

Tal vez lo hubiera hecho si yo me hubiera sentido amenazada... pero ni siquiera lo has intentado. Entonces, si creas que te poda matar y no pensabas sacar provecho de m, por qu has venido?

Juan se mordi los labios.

Quera verte repiti, despus de un largo silencio. Con mi padre muerto... Trag saliva, y volvi a encontrarse con la fra mirada de Teodora. Con pavor se dio cuenta de que tendra que continuar y decir cosas que sera doloroso slo pensarlas y que no haba dicho a nadie por vergenza.

Se detuvo, intentando reunir valor para hablar. La emperatriz, con la diadema en el regazo, esperaba, recostada sobre el brazo del divn, con la barbilla apoyada en una mano aguardando su respuesta. Me est dando una soga para ahorcarme, pens Juan.

Un bastardo vive por la tolerancia de los dems dijo por fin. Yo saba que podran haberme dejado morir al nacer, o abandonado o vendido cuando me dejaste. Muchos decan que era lo que deban haber hecho. En cambio, mi padre me consigui una niera, me cri en su propia casa, me educ casi tan bien como a sus hijos legtimos. Pero yo era... no, no era odiado; ni la esposa de mi padre me odia realmente. No me aceptaban. El hijo de una prostituta no deba ser tratado como los hijos legtimos de una mujer respetable. Ni como persona a su cargo, porque yo no tena ningn derecho en la casa. Nadie puede tener derechos si est vivo gracias a la caridad ajena. Yo trabajaba para mi padre de secretario; siempre me deca que me conseguira un buen trabajo en otro lado con un sueldo y con posibilidades, pero nunca hubo nada. Nunca tuvo el dinero preparado para comprarme un puesto decente, o si lo tuvo, no pudo prescindir de m justo en ese momento. Yo pensaba... bueno, pensaba que no se le poda molestar y que l crea que yo fracasara si me consegua un trabajo bueno. Poda ser generoso y amable conmigo, pero en general era impaciente e irritable.

Sin embargo, cuando la peste lleg a Bostra y me contagi, mi padre lo abandon todo y me cuid. Nadie ms quera hacerlo: mi vieja niera tambin estaba enferma; nadie en la casa pens que vala la pena correr el riesgo de contagiarse por mi culpa, ni siquiera los esclavos. Pero mi padre se qued conmigo durante toda mi convalecencia. "T eres mi hijo favorito", me deca. "Al diablo los otros hijos; vive t!" Y eso hice. Apenas me estaba reponiendo cuando l cay enfermo. Lo cuid lo mejor que pude, a mi vez..., pero t has visto la enfermedad, sabes cuntos... cuntos han muerto por ella.

Cuando se estaba muriendo, me habl de ti y me ense tu carta. Dios inmortal, la emperatriz, la sagrada Augusta! Siempre me haban... despreciado, por culpa tuya. Pero si t eras... Sabes?, eso tambin cambiaba lo que yo era, me converta en algo totalmente diferente de lo que haba sido.

Cuando mi padre muri, desapareci tambin la tolerancia con que l me haba tratado. Mis hermanastros habran respetado los deseos de mi padre, al menos para buscarme algn trabajo, pero su madre no me quera en la casa. Sent que yo mismo haba muerto por la peste. Era como un fantasma en aquella casa. Ya no saba quin era o qu deba hacer. Entonces decid dejar Bostra y venir aqu, a esta ciudad, a conocerte.

La emperatriz lo observ por un momento; suspir y levant la cabeza.

Pobre hijo mo! As que t tambin sabes lo que es ser despreciado. No importa. Sus ojos se iluminaron. Ahora podremos repararlo. Juan advirti un brillo en su sonrisa. Dentro de unos aos podrs volver a visitar a tus hermanastros y a la puta de su madre llevando la banda prpura en tu manto, con mil sirvientes a tu alrededor. Entonces hars que se arrastren hasta ti. Slo espera un poco! Se apart el cabello de los ojos, pos la mano en el hombro de Juan y aadi: Yo me encargar de que as suceda. Confa en m.

Juan no saba qu decir. Acaso ella hara que sus hermanastros y su madrastra se arrastraran hasta l? Intent imaginrselo, y su mente retrocedi con horror al pensar en la esposa de su padre, con el rostro amargado, rgido, de eterna desaprobacin contrayndose de terror mientras le manoseaban las rodillas. No haba vuelta atrs y no tena sentido humillar a los dems y ponerse a s mismo en tal situacin. Pero se encontr con la mirada brillante de la emperatriz y asinti.

Confiaba en que Diodoro cuidara de ti dijo despus de un instante. Conocindolo, te debe de haber educado en algo til. Hblame de ti. Qu sabes hacer, qu te gustara hacer?

Juan se sonroj y baj la mirada.

l no me..., o sea, no estudi derecho, como l. Ni retrica, ni filosofa. Fueron mis hermanastros los que aprendieron ese tipo de cosas...

Al diablo con esas cosas, entonces. Si hay mucho de m en ti, tampoco te gustaran de todos modos. Has dicho que eras secretario de tu padre: debes de saber escribir, entonces, y quizs un poco de contabilidad, no es cierto?

Contabilidad y taquigrafa.

Taquigrafa! Madre de Dios, puedo conseguirte un trabajo maana mismo! Para qu diablos sirve el derecho, comparado con la taquigrafa? Se ech a rer, saltando del divn; Juan se qued boquiabierto. Sabes cuntas oficinas estatales hay en esta ciudad? Y la mitad de los altos funcionarios han perdido sus secretarios privados por la peste y no pueden encontrar a alguien lo suficientemente de confianza para reemplazarlos. Ahora, donde puede ser...

No s si quiero ser secretario dijo Juan ponindose en pie, alarmado.

No seas ridculo. Esto no ser como escribir para tu padre cartas sobre impuestos por una acequia en las provincias o cosas por el estilo. No, te conseguiremos un puesto con alguien importante y si t destacas... Djame ver. Descorri a un lado la cortina, abri la puerta que daba a la galera y bati las palmas. Al instante entr un eunuco haciendo una reverencia. Era el patricio: deba de ser el chambeln principal, el jefe de los sirvientes. Eusebio dijo con una sonrisa, haz preparar una de las habitaciones secretas para este joven y bscale ropa adecuada. He decidido que ser secretario de un alto funcionario. Preprame una lista de los cortesanos ms importantes que necesiten uno, qu quiere cada uno que haga y en el caso de que esperen algo a cambio por el puesto, qu es lo que quieren. Tremela maana por la maana.

Pero... dijo Juan indeciso. No s si...

Confa en m aadi dirigindole una sonrisa radiante. Tom la diadema y se la volvi a colocar en la cabeza, atusndose el cabello bajo su brillante escudo. Tengo que cenar con mi esposo esta noche. Ahora no hay ms tiempo para hablar. Maana desayunars conmigo y decidiremos a dnde irs.

Juan permaneca all quieto, mirndola, nuevamente atemorizado. Se haba puesto en sus manos y tena que confiar en ella, pero senta como si estuviera conduciendo un carro a toda velocidad y se le hubieran soltado las riendas. Ella se qued de pie: una imagen de prpura y oro, con la sonrisa bailndole en los labios. Era hermosa; pareca contenta con la llegada de su hijo. Ella, la Serensima Augusta, cogobernante del mundo. Deba seguir complacindola. Se inclin haciendo una reverencia.

S, seora. Pero no... no s cul es mi posicin aqu. Te lo ruego, explcamelo. No quiero hacer nada que no sea lo apropiado.

Teodora lo mir con desconfianza, pero tranquilizada al ver la confusin de Juan, se ech a rer.

Ah, pobre nio mo! Por ahora no gozas de ninguna posicin aqu. Y si llegara a saberse que eres hijo mo, jams la tendras. Nadie podra matarte; al menos, yo no creo que nadie quisiera hacerlo. Pero yo tuve una hija, una hermanastra tuya. La mantuve como bastarda reconocida. Claro, es mucho ms fcil con una nia, porque se espera que una nia respetable se quede en su casa. Pero no slo tuve que mantenerla fuera de la vista de todos para evitar ofender los delicados sentimientos de los senadores, que creen que las putas deben estar en los burdeles, sino que la tuve que casar joven con un muchacho de un rango inferior de lo que yo hubiera deseado. Para que no nos pusiera en aprietos, comprendes? Pero era realmente demasiado joven y muri al dar a luz. Si yo te reconociera pblicamente... Dio un paso hacia l. Juan advirti entonces que era una mujer menuda. Te enviaran a alguna finca en el campo y estaras escondido all en medio de un lujo oscuro, y sera lo ltimo que se sabra de ti. Y eso porque no est bien que un emperador tenga los bastardos de su esposa en palacio, sobre todo teniendo en cuenta que no tiene hijos propios. No nos busques problemas, te lo advierto la voz volvi a endurecerse.

Juan trag saliva y se inclin. La emperatriz aadi:

Si mantenemos en secreto quin eres en realidad, podrs tener pronto una buena posicin. Disimular mi inters hacia ti diciendo que eres el primo de un amigo y procurar que tengas de todo para que ests bien aqu. Puedes confiar en mis sirvientes: saben guardar un secreto. Y hasta que te consigamos un trabajo, t eres un secreto. Olvida todo lo que pas antes de atravesar la Puerta de Bronce. Eres un hombre nuevo ahora.

Yo... dej mis cosas en el barco replic, inseguro.

No vuelvas por ellas. Recuerda a Orfeo y nunca mires atrs. Heu, noctis propter terminos Orpheus Eurydicem suam vidit, perdidit, occidit... quidquid praecipuum trahit perdit, dum videt inferes. Eusebio! El eunuco hizo una reverencia. Ocpate de este joven.

El eunuco volvi a hacer una reverencia mientras la emperatriz sala de la sala con paso majestuoso.

Cuando el eunuco le ense la habitacin secreta, Juan se anim y finalmente le pregunt:

Qu es lo que dijo en latn? Era latn, verdad?

As es respondi sonriente el eunuco. Lo aprendi para complacer al Augusto. Deca: En el lmite de la noche Orfeo vio, perdi, mat a su Eurdice. Cualquiera que sea el honor que se obtenga, l lo pierde al bajar la mirada. sta es la habitacin de Su Seora. Lamento que no est preparada para ti. En un momento vendrn los esclavos.

Juan se sent a esperar en la cama an sin hacer. Una "habitacin secreta", pens. Iluminada con la luz indirecta de una claraboya, era lo bastante amplia como para poder dividirla en dos mediante unas cortinas. Una pared estaba cubierta de imgenes de Cristo y de la Virgen. Una de las habitaciones secretas, haba dicho la emperatriz. Cuntas haba y quines ms las utilizaban?

Se cogi la cabeza entre las manos, se senta dbil a causa del agotamiento y atnito por el desconcierto, adems de estar (tuvo que admitirlo) muy asustado. Sin embargo, lo que l no se haba atrevido a creer era cierto y la emperatriz estaba complacida, quera ayudarlo, hasta lo incitaba a que destacara; todo estaba saliendo mucho mejor de lo que l se haba imaginado. Entonces, por qu deseaba estar en Bostra?

No debo fracasar se dijo, intentando no pensar en Orfeo. Teodora es la hija de un hombre que criaba osos para el circo, una actriz, una prostituta que ahora ha llegado a emperatriz. Y yo soy su hijo. Debo ser capaz de lograr alguna clase de gloria. Eso le gustara y yo debo complacerla. Se aferr al recuerdo de su sonrisa y se incorpor. Los esclavos entraron a preparar la habitacin.

IIEl secretario del chambeln

Juan no durmi bien aquella noche y se despert antes de que la luz griscea de la maana entrara por la claraboya. Sin poder conciliar el sueo encendi una luz del portalmparas dorado y deambul por el aposento, sin atreverse a salir. La noche anterior haba visto un estante de libros bajo los iconos y ahora revis el contenido: una coleccin de evangelios, otra de epstolas, un libro de los salmos; los escritos de Basilio de Capadocia, los de Severo de Antioqua y los de Juan Filoponos; solamente obras de teologa. Se qued perplejo por un momento, pero luego, al comprender el propsito de la habitacin secreta, se sonri. En Bostra se saba perfectamente que la emperatriz simpatizaba con la teologa monofisita; segn se deca en las provincias orientales, como Arabia, era amante de la piedad y la ortodoxia. El emperador, sin embargo, y la mayora de la poblacin de Constantinopla eran diofisitas y reconocan la verdadera doctrina del concilio de Calcedonia (la hereja atea, como la llamaba el obispo de Bostra, por sostener dos naturalezas en Cristo y negar a la madre de nuestro Seor su honor de Madre de Dios). La piedad y la ortodoxia estn proscritas en Constantinopla, gritaban los monjes en las calles de Bostra. Monjes piadosos y santos, obispos devotos, son encerrados y ejecutados por orden del emperador ateo... a menos que la venerada emperatriz los proteja. Y as era como la sagrada majestad de la emperatriz los protega: con habitaciones secretas, puertos privados y barcos para llevarlos a otro lugar y un grupo de servidores de confianza que saba ser discreto. Y adems (en ese momento se dio cuenta), guardias que saban lo que ocurra pero que hacan la vista gorda. Por eso pens, me dejaron entrar ayer tan pronto.

Sumamente contento por haberse percatado de la situacin, se sent y se puso a leer el libro de salmos hasta que los esclavos entraron a anunciarle que el bao estaba listo.

Cuando lo llamaron a desayunar con la emperatriz, el sol estaba ya alto. Los esclavos lo haban baado y cortado el cabello y le haban dado ropa limpia. Eran ropas suntuosas: la corta tnica roja llevaba medallones de seda trabajados con figuras de oro y los hombros del manto largo eran duros por el brocado, y ambas telas estaban cosidas con seda. Adems, llevaba pantalones. Nadie los usaba en Arabia y se senta torpe e incmodo con ellos. Por otro lado, senta la nuca como desnuda sin el turbante al que estaba acostumbrado. Pero por fin lleg el anuncio y fue llevado a lo largo de otro pasillo a una sala privada para los desayunos. La emperatriz estaba encantada.

Djame verte! dijo, saltando de su divn. Tena el cabello suelto, hmedo despus de su bao, y la capa de prpura colgaba de su divn, abandonada. En su tnica bordada pareca delgada, joven y hasta ms pequea que el da anterior. Le miraba, risuea. El saln de desayunos daba a un jardn donde el agua de una fuente corra bajo una higuera y los pjaros trinaban bajo el radiante sol. Dios Todopoderoso! dijo Teodora despus de caminar en torno a l con admiracin. No me salieron tan mal los hijos! Eres mucho ms refinado que el hijo de Passara, esa mujerzuela! Cmo me gustara presentarte a ella! Su hijo es una bestia horrible, con un crneo tan tosco como una vasija, que, segn cree ella, ser el prximo emperador. Ya veremos! Pero sintate aqu, cerca de m, y desayuna.

Juan se sent torpemente en el divn. Ella se sent en el otro extremo recogiendo las piernas bajo su cuerpo. Sobre la mesa dorada haba pan blanco, tortas de ssamo, leche de cabra e higos frescos. Teodora se sirvi un higo y se puso a masticarlo a pequeos mordiscos y con evidente placer.

Quin es Passara? pregunt Juan, nervioso.

A Teodora se le escap una risita.

La esposa de Germano, el primo de mi marido. Has odo hablar de l? Es un perfecto pelmazo y su esposa es la ms presumida de Constantinopla. Anicia Passara, descendiente de emperadores! Tambin se imaginaba a s misma esposa de un emperador, cuando el viejo Justiniano fue investido con la prpura imperial. Pero mi esposo es el emperador, mientras que Germano hace lo que le dicen. Passara no me soporta y yo tampoco a ella. Pero cambiemos de tema. Adelante, srvete!

Juan se sirvi un higo y busc una taza. Una de las jvenes esclavas se precipit a ofrecerle una taza a l; se la llen con leche de cabra y se la entreg haciendo una reverencia. Juan la miraba, desorientado. Estaba ms acostumbrado a llenarse l mismo las tazas a que los dems se las sirvieran.

He pensado qu decirle a la gente acerca de ti dijo Teodora, terminando su higo y enjuagando sus dedos en una palangana de agua de rosas. Un esclavo le extendi una toalla para secarse. Dir que mi padre, Akakios, tena un hermanastro, persona respetable, que viva en Beirut, y que t eres su nieto. Tom una torta de ssamo y la mordi.

Cul era el nombre de tu primo? pregunt Juan cautelosamente.

Teodora se encogi de hombros.

Qu te parece Diodoro? l no existi, amor mo. Yo no tengo ninguna relacin respetable, excepto las que he adquirido a partir de mi matrimonio. Pero nadie, salvo mi hermana, sabr que eso es mentira, y Komito corroborar esta historia si le explico la razn. Contuvo una risita burlona. Komito te podr contar toda la historia de nuestro respetable to Diodoro cuando la conozcas. Empuj el resto de la torta de ssamo dentro de su boca y se sacudi las migas de los dedos.

Juan tom un pedazo de pan blanco. Mi ta Komito pens, mi abuelo, Akakios. l debi de ser el cuidador de osos. Qu raro es tener de repente tantos parientes nuevos!

Me gustara conocerla le dijo a Teodora.

La emperatriz sonri, hacindole un gesto con el dedo en alto para que esperara a que terminara de masticar.

A su debido tiempo dijo despus de tragar ruidosamente. Primero tenemos que conseguirte un puesto. Pero le enviar a Komito una nota sobre ti hoy por la maana. Chasque los dedos y los esclavos se precipitaron para atenderla. Ve corriendo a buscar a Eusebio orden a uno. Pdele que traiga la lista que le encargu ayer.

En unos minutos el eunuco volvi con un rollo de pergamino. Se prostern ante Teodora y le bes el pie. Juan se sonroj al darse cuenta de que se haba olvidado de hacer eso. Pero ella se le haba acercado con tanta rapidez... ! Bueno, al menos no pareca estar molesta por el descuido.

Teodora tom el rollo y lo despleg, estudiando la lista de nombres.

Teodatos, no, cielo santo, con l slo aprenderas a estafar. Addaio, no, es curioso e instigador y responde demasiado a mi marido. Psst! Se interrumpi mientras miraba a Juan y alzaba la cabeza hacia un lado. Para qu clase de funcionario te gustara trabajar?

Juan se humedeci los labios.

Me... me gustara entrar en el ejrcito, en la caballera. S montar y tambin aprend a tirar al arco, cuando estaba en Bostra...

Teodora se ri.

Una educacin muy persa: montar, tirar con arco y decir la verdad. Acaso todos los jvenes desean ser vistosos oficiales de caballera? Todos los hombres de menos de treinta aos con los que he hablado ltimamente parecen tener una desmedida ambicin por montar a caballo y esgrimir la espada. Bueno, supongo que impresiona. Y si eres bueno, es un camino de ascenso regio. Eusebio dijo, volvindose al eunuco. El secretario de Belisario tuvo la peste, verdad? Ha muerto?

Juan se incorpor, con el rostro encendido. Belisario! El general ms grande que haya podido existir, el conquistador de los vndalos y de los godos, el terror de los persas!

Pero el eunuco movi la cabeza.

No, seora. Creo que el del muchacho fue un caso particularmente leve y se repuso.

Qu pena! Ese adulador falso y amargado estara mejor muerto. No entiendo cmo Belisario lo soporta. Supongo que no sabe lo que ese hombre dice de l a sus espaldas. Se deja engaar fcilmente; al menos eso es lo que piensa su esposa. Solt una risa maliciosa. Sin embargo, me imagino que es para bien. Belisario dice que puede conquistar Italia slo con sus colaboradores ms cercanos y su propio dinero, pero yo eso lo creer cuando lo vea hecho; adems, asociarse a una guerra perdida de antemano jams ayud a nadie. Encontraremos algn otro. Examin el papiro nuevamente.

Juan se hundi en el asiento, profundamente desilusionado. Record con punzante dolor el caballo que su padre le haba regalado: una hermosa yegua rabe, un regalo de la tribu de Ghassan en Jabiya. Se la regalaron siendo una potranca y la entren y mont siempre que pudo. Todava era joven cuando la llev a Beirut y la vendi para comprar su pasaje a Constantinopla. Record los ejrcitos del duque de Arabia pasando por Bostra hacia el norte, con la armadura brillante, con sus lanzas iluminadas como una constelacin de estrellas y con sus caballos desfilando por las calles entre la multitud que los miraba. Marchar para combatir a los persas y sus aliados, para defender el imperio. El resto del mundo compraba y venda y esperaba su triunfo. Ellos batallaban, ponan a prueba su coraje y tranquilizaban a sus compatriotas con una victoria, o con la muerte. Eso era la gloria y no quedarse sentado en un despacho de Constantinopla tomando notas taquigrficas.

Aqu est! dijo bruscamente Teodora. Empuj el rollo hacia l, sealando un nombre.

Prae. s. cub. Narss ley Juan. Slo pide eficiencia. No tena idea de lo que significaba la abreviatura. El nombre, Narss, era extranjero. Persa, o quizs armenio. No le sonaba familiar.

Yo pensaba que Narss ya haba encontrado a alguien dijo ella, mirando a Eusebio.

Eusebio tosi.

Encontr a un hombre que demostr no valer para el cargo y se le dio otro destino.

S, supongo que es un trabajo muy exigente. Qu hace tu secretario, Eusebio?

Oh, no hay punto de comparacin entre mi trabajo y el de Narss. Yo sirvo a Tu Serenidad. l sirve a todo el imperio.

Sera ideal dijo Teodora. Tom nuevamente el rollo de las manos de Juan y lo mir atentamente, entornando los ojos. Lo intentaremos aadi al cabo de un rato. Si cree que t no puedes hacer el trabajo y no te acepta, probaremos con otro. Devolvi el rollo a Eusebio.

Quin es Narss? pregunt Juan en vano.

La emperatriz y su asistente lo miraron azorados.

No entend la abreviatura agreg, ponindose a la defensiva.

Praepositus sacri cubiculi indic Eusebio rpidamente. Chambeln mayor. El mismo cargo que ocupo yo en realidad, pero en la corte del emperador y con responsabilidades adicionales.

Supona que habras odo hablar de l coment Teodora, pero me imagino que en un lugar como Bostra nadie sabe quin est a cargo del imperio. Me encantara que pudieras tener un trabajo con Narss. Estaras bajo la atenta mirada de Pedro tambin, y eso es importante. Te enviar all tan pronto como tu estancia aqu sea oficial.

Eh... Juan se mordi la lengua para no hablar. Por qu me consulta se preguntaba, si ya ha decidido que debo redactar cartas para el jefe de eunucos del emperador? No es trabajo para un hombre. Supongo que dentro de un ao ya habr aprendido a sonrer forzadamente a todo el mundo y a recibir sobornos. Sienta el culo y hazte rico, buen trabajo para un eunuco. Quin es Pedro? pregunt, ya sin saber qu hacer.

Mi marido. El chambeln entreg a la emperatriz un libro de citas, que ella hoje.

Tu marido? Pero, yo pens...

Ella levant la cabeza, sonriente.

Pensabas que su nombre es Justiniano Augusto? Augusto es un ttulo; l se llam a s mismo Justiniano cuando su to, el emperador Justino, lo adopt como heredero suyo. Su nombre es Pedro Sabatio. Pero t no intentes llamarlo as. Nadie, excepto yo, lo llama de ese modo.

Se qued mirando a Teodora. Su negro cabello caa sobre otro papel que Eusebio le enseaba. Pendientes de perlas brillaban sobre el cuello. La emperatriz sonri al chambeln y le pregunt algo, para asentir al final. El eunuco le devolvi la sonrisa, sac un plumero y le pidi a un esclavo que trajera pergamino: se iba a responder a una peticin o se haba tomado una decisin sobre algn asunto. Juan se sinti abrumado de repente, avergonzado por el resentimiento. Aqu estaba l, el hijo bastardo de Diodoro de Bostra, desayunando con la emperatriz, mirando cmo resolva asuntos de estado. l era bastante ignorante e inexperto: poda llegar a ser una molestia para ella. Deba estar agradecido de que quisiera ayudarlo. Deba esforzarse para que le fuera bien en cualquier trabajo que ella le consiguiera y deba demostrar que era merecedor de tal ayuda.

Termin el desayuno, haciendo esfuerzos por or lo que la emperatriz deca y saborear su nuevo trabajo. Pero volvi a verse a s mismo como un auriga que pierde las riendas, asindose desesperadamente a su frgil carro mientras los caballos lo llevaban a su antojo.

Una semana despus lo llevaron ante el chambeln mayor del emperador para una entrevista. Haba dedicado todo ese tiempo a urdir una trama de mentiras donde basar la razn de su presencia all. Juan se vio totalmente transformado: haba cambiado de nacionalidad, origen, educacin e historia. La emperatriz lleg a pensar en cambiarle el nombre, pero finalmente decidi que el nombre de Juan era lo suficientemente comn como para no preocuparse. Pero le pidieron que se dejara la barba, para descartar la posibilidad de que alguien lo reconociera.

Adems replic Teodora, est de moda ahora. Ya ningn joven se afeita en Constantinopla; todos intentan parecerse a Belisario. Ahora deba ser hijo legtimo de un escriba municipal en Beirut; haba perdido a sus padres por la peste y haba acudido a su prima segunda, a quien la familia haba desairado; Teodora lo haba recibido en su palacio de verano, en Herin; haba llegado desde Herin seis das despus de su verdadera llegada y se le haba dado diligentemente un cuarto de huspedes, con menos esclavos confidenciales para atenderlo, en otra parte del palacio. A la maana siguiente, Eusebio pas a buscarle temprano y lo acompa a otro edificio dentro del Gran Palacio.

Le hemos explicado tu nueva situacin a Narss le dijo el eunuco mientras bajaban por una escalinata de mrmol veteado a travs de un jardn de rosas marchitas y con suave aroma a tomillo, y la sagrada Augusta le ha escrito una carta expresando su complacencia si te considerara apto para el trabajo. Pero me temo que eso no nos asegura nada. Narss controla personalmente su propia oficina, de ah que insista en un alto nivel de eficiencia. Desde la muerte de su secretario tom dos jvenes a prueba, uno de ellos por recomendacin de la emperatriz, pero ninguno demostr ser adecuado para la tarea, de ah que se les asignara un trabajo en otro lugar. Es una pena que no sepas latn, porque eso te ayudara.

Juan asinti en silencio. Toda aquella trama lo haba dejado desorientado y deprimido y, despus de una semana de observar a Teodora y a sus colaboradores, se senta perdido. Aunque mantena una apariencia de lujo, Teodora no era solamente una dama elegante: era tambin una gobernante real y eficiente, subordinada solamente al emperador. De todo el imperio le escriban gobernadores para pedirle su apoyo o para someter complejos problemas administrativos a su sagrada y augusta decisin. Sus respuestas eran inmediatas, sagaces y decisivas. Reciba embajadores, conceda audiencias e imparta rdenes a las oficinas de Estado. Controlaba grandes propiedades en Asia y Capadocia y empleaba la renta que obtena en mantener un ejrcito de espas y agentes. Sobre sus propios sirvientes su autoridad era suprema; ni el emperador poda entrar en su palacio sin su permiso. Habra sido mejor pens Juan que me hubiera reconocido como su hijo y me hubiera enviado al "oscuro lujo" de alguna finca de provincia. Dios lo sabe, nunca pens en ser rico ni poderoso antes de venir aqu. Vine porque quera saber quin era yo realmente; y en vez de averiguarlo, me estoy convirtiendo en una completa ficcin. Por cierto, que en este trabajo no tengo la mnima oportunidad. Qu s yo que me faculte para ser secretario privado de un ministro de estado? Un hombre tan poderoso como parece ser este Narss puede tener varios secretarios expertos y elocuentes. No me querr y ella, la Augusta, se desilusionar. Con todo, dudan de que yo pueda conseguir el trabajo, as que no se desilusionarn tanto.

Mantuvo la cabeza erguida y trat de aparentar seguridad mientras Eusebio lo conduca al ala del Gran Palacio denominada el Magnaura.

La oficina del chambeln mayor estaba en el centro del palacio: del lado que daba a la Puerta de Bronce estaban las labernticas oficinas de la administracin imperial; del otro lado, hacia el interior, los salones de audiencias y las viviendas privadas del emperador y su corte. Todos los asuntos del mundo exterior para el emperador tenan que pasar por all. Los palacios de Teodora, sin embargo, quedaban hacia el interior, por lo que Eusebio ense a Juan la mitad de la casa del emperador antes de llegar a la oficina del chambeln. Tras la magnificencia suntuosa de los departamentos privados (las lmparas como rboles dorados con pjaros adornados con piedras preciosas; las cortinas de seda prpura; las alfombras diseminadas por el suelo; la inestimable coleccin de estatuas y pinturas), el despacho del chambeln pareca desnudo. Sus paredes presentaban escenas pintadas de la Ilada y el suelo apareca recubierto por un mosaico veteado en rojo y verde. En un rincn se vea una imagen de la Madre de Dios. Debajo, un hombre, vestido con un manto blanco y prpura a rayas, escriba sentado ante un escritorio. Dos escribas sentados a una mesa cerca de la puerta, copiaban algo en un libro.

Eusebio dej caer la cortina prpura que ocultaba las habitaciones privadas del emperador; ante el frufr de la seda, todos alzaron la mirada.

Mi querido Eusebio! exclam el hombre vestido con el manto patricio. Se levant de un salto, rode su escritorio y tom clidamente la mano de Eusebio. Era un eunuco pequeo, de aspecto frgil, de voz aguda y dulce, como la de un nio. Tena el cabello fino, con mechones blancos, y los ojos oscuros. Poda tener entre treinta y sesenta aos; era imposible mirar su rostro suave y precisar su edad. Su voz y su aspecto tan poco naturales incomodaron a Juan: nunca le haba gustado la gente rara. Y t debes de ser Juan de Beirut prosigui Narss, sonrindole. Gracias por venir tan temprano. Me temo que el resto de la maana ya est ocupada con diversos asuntos. Si hay alguien que necesite otro ayudante, se soy yo.

Uno de los escribas asinti. Juan not aliviado que ni ste ni su compaero eran eunucos, slo jvenes de su misma edad, bien vestidos. Le recordaban un poco a sus hermanastros.

La Serensima Augusta me inform que t eras su primo segundo le dijo Narss. Me asegur que tenas cierta experiencia como secretario y que podas tomar notas taquigrficas, lo cual es ciertamente algo muy til y muy poco comn en quienes se presentan a este puesto. Qu idiomas sabes?

No s latn dijo Juan incmodo.

Narss sonri cortsmente.

Quiz sera de ms ayuda que nos dijeras lo que s sabes hacer. Si eres de Beirut, quiz sepas algo de sirio.

Un poco contest Juan. Haba tenido que valerse de esa lengua en los viajes de negocios de su padre a Beirut. Y un poco de arameo y de persa. Y adems rabe.

Narss levant las cejas.

Has dicho persa?

S, mi padre sola tener negocios al otro lado de la frontera, antes de la guerra, por supuesto! Yo atenda la correspondencia y por eso aprend tambin el arameo. Comenz a sentirse nervioso. Bostra era una ciudad de comercio, y su padre, como la mayora de sus convecinos, haba invertido en las caravanas. Hasta se haba permitido hacer contrabando con seda y especias, pero eso slo despus de iniciada la guerra con Persia. En aquella poca las provisiones autorizadas se haban acabado y con ellas las caravanas de las que siempre haba vivido Bostra, de ah que el comercio ilegal fuera casi esencial para la supervivencia de la ciudad. Pero era peligroso admitir que conoca algo de ese comercio, adems de que no se esperaba que l, el hijo de un escriba, hubiera de tener alguna experiencia en esos lances.

Narss permaneci en silencio y finalmente le pregunt en persa:

Se trataba acaso de comercio de seda, joven?

S, excelencia contest Juan en el mismo idioma, tras un instante de perplejidad. Slo durante la guerra, por supuesto. Nosotros enviamos seda desde Beirut; las caravanas proceden de Bostra y Damasco, por eso mi padre quera incrementar sus ganancias con una pequea inversin en el comercio. Las frases en persa eran las que haba empleado muchas veces en la correspondencia con los socios de su padre, por lo que le salan con mucha facilidad.

Me sorprende, sin embargo, tu conocimiento del rabe. Narss continuaba hablando en persa. Su acento era diferente del de los persas que Juan haba conocido en Bostra. Tambin responde eso a razones comerciales?

Juan se ruboriz.

S, a veces tenamos que... tratar con el rey de Jabiya, comprendes? El rabe era su lengua verncula, la que haba aprendido de su niera y la que se hablaba en su casa, ms que el griego.

Con el rey... ? pregunt Narss, un poco perplejo.

AlHarith ibnJabalah de Ghassan aclar Juan. El rey de los sarracenos en Jabiya.

El filarca Aretas! dijo Narss, volviendo al griego con un tono divertido. Yo no lo llamara rey aqu.

Juan se inclin en seal de disculpa.

All hay que llamarlo rey.

Estoy seguro de eso. Bueno, un secretario que sabe persa y rabe nos podra ser til sin duda. Siempre se puede aprender latn aqu; hay muchos hombres que pueden ensertelo, pero es ms difcil encontrar a alguien que hable persa. Y puedes escribirlo?

No en taquigrafa dijo Juan apresuradamente. Puedo tomar notas taquigrficas slo en griego.

Narss sonri.

Creo que no hay un sistema de taquigrafa para el persa. Yo no puedo escribir nada en ese idioma, aunque aprend a hablarlo antes que el griego. Es una molestia enviar al jefe de las oficinas a buscar un traductor cada vez que tengo que mandar una carta. Bien, bien. Qu ms sabes hacer? Quizs aprendiste algo de retrica en la escuela en Beirut?

Juan volvi a sonrojarse.

No, Ilustrsima. Mi padre no tena tantas ambiciones para m. Comenc a trabajar cuando termin la escuela elemental a los quince aos. Me dieron algunas clases particulares sobre cartas, pero aparte de eso... Hizo un ademn de rechazo y pens: Aparte de eso, he sido apenas mejor educado que un esclavo domstico. Quizs debera fingir que me han enseado lo mismo que a mis hermanos: dos o tres aos de retrica y luego derecho. Pero no s ni una cosa ni la otra y jams podra sostener esa mentira.

Aparte de eso... ? pregunt Narss, sonriendo.

Aparte de eso, slo aprend lo que sabe un secretario: taquigrafa, trabajo de archivo, algunos idiomas, contabilidad...

Narss enarc las cejas y dio un largo suspiro. Se volvi hacia Eusebio, que estaba junto a la cortina prpura, sonriendo satisfecho.

Llvale mis mayores saludos a la sagrada Augusta y exprsale mi gratitud por su inters en este asunto. Yo estar encantado de tomar a su pariente, empezando por un perodo de prueba de una semana; tengo la firme confianza de que trabajaremos bien juntos. Y gracias por venir tan temprano por la maana.

Eusebio se inclin.

Siempre es un placer verte. La seora, anticipndose a tu decisin, te invita a ti y a su pariente a cenar con ella esta noche. Te veremos por all entonces?

La invitacin me honra y me complace aceptarla.

Los dos eunucos se estrecharon nuevamente las manos y Eusebio se retir detrs de la cortina prpura, para volver a la corte de la emperatriz.

Un perodo de prueba de una semana pens Juan. Qu significa eso? Qu objeto tiene un perodo de prueba si la emperatriz le ha pedido que me acepte?, pero qu contento pareca Eusebio! Estara impresionado slo por el persa? Y qu pretende Narss? Yo no podra decir si est satisfecho o irritado conmigo.

Narss le sonri inspirndole confianza y le dijo:

Ahora te voy a ensear dnde vas a trabajar.

Del lado de la gran oficina que daba a la calle haba otra, ms pequea, con una decoracin similar, donde Juan y Narss encontraron un escriba saturado de trabajo luchando con un abultado libro de peticionarios de audiencias. De ms edad que los de la oficina interior, Anastasio era un funcionario canoso con mucha experiencia en palacio. En la antesala contigua esperaba una ingente multitud. Narss tom el libro, verific algo y llam a dos personas. Dos distinguidos caballeros se acercaron a toda prisa, cada uno seguido por dos o tres asistentes.

Cuando mi puerta se abra, haz pasar a los dos siguientes del libro dijo Narss a Juan. Anastasio te explicar tus otras obligaciones.

El escriba saturado de trabajo mir a Juan con desgana. Otro joven tonto pens, observando el brocado del manto de Juan. Cundo llegar el da en que mi Ilustrsimo seor consiga un secretario de verdad? Hemos estado haciendo todo el trabajo dos hombres solos sin saber nada de esto, pero ya conozco yo el percal. El primero se pasaba todo el tiempo componiendo dsticos elegiacos; era bastante malo, pero al menos no trataba de interferirse en el trabajo. El ltimo, all se pudra cuanto antes!, estrope un ao de archivos en una sola tarde con su "racionalizacin". Me pregunto qu intentar ste.

Supongo pregunt a Juan, con un deje de esperanza, porque pese a todo no la haba perdido completamente que no sabes manejar un archivo.

Por supuesto que s. Juan hoje el abultado libro. Pero no entiendo ninguna de estas abreviaturas; me las tendrs que explicar.

Hacia el medioda Juan estaba exhausto, lo que dio pie a que el escriba Anastasio le sonriera.

En el libro de entrevistas figuraban los nombres en dos columnas: los que queran una audiencia con el emperador y los que slo solicitaban entrevistarse con el chambeln. A algunas personas, segn su categora se las reciba directamente sin esta entrevista; a otras se les permita saltar la lista ms o menos turnos. Anastasio no se recat de decirle: Y, si es necesario, puedes dejar que te sobornen y los pones en primer lugar. Al lado de cada nombre haba una abreviatura que remita al lector al archivo que contena la ocupacin de esa persona. El sistema de archivos era engorroso y complejo y se extenda por todas las sagradas oficinas que regan el imperio. Nunca podr entenderlo, pens Juan asustado. Por su parte, Anastasio pensaba de forma diferente: Dentro de una semana ya lo sabr manejar. Conoce los principios del sistema, sabe para qu sirve; en realidad, est realmente preparado para el trabajo. Gracias a Dios! Slo ruego que no tenga demasiados pjaros en la cabeza; aunque parece bastante cauto por ahora. Hasta con miedo, como si no estuviera acostumbrado a estar cerca del emperador, me da la sensacin. Gracias a Dios! Ahora podr resolver el dao ocasionado por su predecesor.

Juan volvi a mirar el libro de solicitudes de audiencias y se estremeci al ver los nombres: patricios, obispos, senadores, cnsules, enviados de grandes ciudades, gobernadores de provincias, ministros de estado se agolpaban en la antesala del chambeln.

Es as todos los das? pregunt a Anastasio.

Oh, la mayora de los das es aun peor contest el escriba. Pero el seor no ha recibido ltimamente a tanta gente como sola hacer, porque an est reponindose de su enfermedad. Cuando haya que hacer las listas para nuevas entrevistas, recuerda esto e intenta interceptarles el camino.

El seor no era Narss, sino el emperador.

Interceptarles el camino? pregunt Juan indeciso. Cmo? Si un senador desea ver al Augusto, de qu manera el secretario del chambeln va a detenerlo?

Bueno, hay varias maneras respondi el escriba. Ya aprenders.

Fue casi un alivio cuando Narss pidi a Juan que le tomara unas cartas en taquigrafa; una de esas cartas se refera a una enorme suma de dinero prometida a un rey brbaro (el Tesoro no haba logrado entregarlo) y la otra a una apelacin contra una sentencia criminal de un gobernador. Tomar cartas taquigrficamente y transcribirlas a escritura normal le era tarea familiar; despus los dos escribas de la oficina interior hacan todas las copias.

Alrededor del medioda se dieron por terminadas las audiencias. Finalmente Narss se asom a la puerta de su oficina y vio que no haba nadie esperando. Dirigi una de sus enigmticas sonrisas.

Puedes ir a comer ya dijo a Juan y se hizo a un lado cuando los dos escribas pasaron delante de l entre empellones.

Qu maanita! exclam uno alegremente. Me duelen los pulgares!

El otro sonri a Juan.

Vamos a una taberna del mercado le dijo. Preparan unas salchichas maravillosas y el vino tampoco es malo. Quieres venir con nosotros?

Ummm... ! respondi Juan, mirando indeciso a Narss y a Anastasio. Ninguno pareca pensar que el ofrecimiento fuera inslito y ninguno le ofreci ir con ellos a ningn otro sitio. Sin saber qu hacer, acept. S, gracias. Puso en el estuche la pluma que haba utilizado, dejndolo a guisa de pisapapeles sobre una carta a medio transcribir, y se fue con los otros dos jvenes a la taberna.

Narss regres de nuevo a su oficina. Anastasio estaba sentado en su escritorio con un pedazo de pan y una jarra de vino aguado. Pos su mirada en la carta; la cogi y la mir. Bien hecha, ordenada, letra clara, bien dispuesta y con ortografa correcta. Las tablillas de cera estaban cubiertas con los garabatos ininteligibles de la escritura taquigrfica. Le pareci bien: un hermoso y complejo sistema de abreviaturas, sumamente erudito y til. Movi de un tirn las tablillas y vio que al dorso el nuevo secretario haba hecho anotaciones sobre el sistema de archivo. Con las tablillas en la mano, se levant y se fue.

El chambeln del emperador estaba de rodillas ante el icono de la Madre de Dios. Anastasio se esperaba esto y tosi suavemente para llamar la atencin de su superior. La delicada figura vestida de blanco y prpura se puso de pie, se frot la frente y dirigi una mirada inquisitiva aunque apacible al empleado. Anastasio levant las tablillas de cera.

Ya entiende mi sistema de archivo. Lo vas a conservar, verdad?

Narss sonri.

Me parece que s. Te parece bien? Cuando Anastasio asinti, aadi: Sabe persa.

De veras? Cmo lo has encontrado?

Parece ser un pariente de la sagrada Augusta, que ha decidido ayudarlo en su carrera.

Un pariente de la emperatriz! Bien! Jams lo hubiera imaginado!

Un pariente lejano. Narss sonri con su sonrisa indescifrable. En mi opinin, hay un sorprendente parecido entre ambos. Y pienso tambin que tiene algo de la inteligencia de la emperatriz, aunque l no se ha dado cuenta todava. La sonrisa se distendi y se torn ms humana. Yo en tu lugar estara atento. El jovencito podra tener algunas ideas sobre cmo deben hacerse las cosas.

Espero que no dijo Anastasio apasionadamente, pero le devolvi la sonrisa. Se inclin y cerr rpidamente la puerta al salir para almorzar.

La taberna elegida por los compaeros de Juan era un establecimiento pulcro y servicial, parecido a los que haba conocido en compaa de su padre cuando ste le peda que tomara nota de sus encuentros de negocios. Nunca haba tenido mucho dinero, de ah que sintiera la pesada bolsa que Teodora le haba entregado como si se tratara de un objeto extrao. Sin embargo, los dos escribas parecan cmodos en su opulencia y pidieron al tabernero lo de siempre con alegre familiaridad. En seguida, Juan se encontr sentado a una mesa de mrmol junto a una ventana con una copa de vino en la mano. Sobre la mesa estaban dispuestas una vasija con agua y una jarra de vino para mezclar; una nia trajo una fuente con salchichas, otra con pan y un cuenco con verduras en abundante salsa.

Cmo te gusta el vino, muy fuerte? le pregunt uno de los escribas, levantando la jarra. Era un joven alto, con aspecto atltico, de cabellos castaos y ojos azules; muy pagado de su belleza.

No muy fuerte respondi Juan rpidamente. No puedo trabajar bien si lo tomo con ms de la mitad.

El joven se encogi de hombros, pero verti diligentemente slo la mitad del vino en la vasija. Su compaero sirvi la mezcla en los tres vasos con un pequeo cazo y, sonriendo tmidamente, llen su propia copa con vino.

No me gusta flojo explic. Era de estatura media, rollizo y moreno. A propsito, el nombre de mi amigo es Diomedes y yo soy Sergio, aunque todo el mundo me llama Baco. Como los mrtires benditos, sabes? Se ri alegremente.

Juan lo mir sin comprender.

Sergio y Baco!, entiendes? La iglesia que est cerca del hipdromo.

Lo... lo siento dijo Juan, incmodo. Me temo que an no conozco bien Constantinopla. Llegu ayer.

Los otros dos suspiraron.

Bueno, qu te parece? pregunt Diomedes parsimonioso. Llegar a Constantinopla un da y conseguir un trabajo como el tuyo al da siguiente! Lo que es tener recomendaciones!

Dicen que eres el primo segundo de la emperatriz acot Sergio, tambin llamado Baco. Sabes cunto pag tu ilustrsima prima por el trabajo? Se sirvi un poco de pan y salchichas.

No respondi Juan, horrorizado al pensar cunto habra podido pagar. No lo s.

Apostara a que por lo menos quinientos dijo Sergio en tono autoritario. Mi padre pag doscientos cincuenta por mi trabajo, por lo que el tuyo debe de valer por lo menos el doble.

Por lo menos coincidi Diomedes, asintiendo.

Quinientos, doscientos cincuenta qu? Solidi de oro? Dios Todopoderoso, eso es lo que ganan todos los funcionarios de Bostra juntos! No pueden ser solidi.

Qu hace tu padre? pregunt cauteloso, sirvindose un poco de pan.

Es banquero. Sergio se sirvi con una cuchara un trozo de salchicha sobre el pan y sigui hablando con la boca llena. Demetriano (a quien de broma apodan Pulgar de Oro) se gana honradamente su dinero. Me dijo en cierto modo algo muy sensato sobre mi trabajo: que doscientas cincuenta monedas de oro no es tanto si lo ves como una inversin que se recupera con creces.

El problema es que no paga mucho dijo Diomedes. A Su Ilustrsima no le importa ganar bajo mano vendiendo puestos como los nuestros, pero le disgusta que nosotros recibamos sobornos.

Se molesta mucho si intentamos vender el acceso al seor o alterar un documento al copiarlo explic Sergio, aunque se trate de una alteracin trivial, como algunos cientos de solidi ms para un amigo. Se vuelve distante y formal y nos echa un sermn. Y si a alguien se le ocurre hacerlo demasiadas veces, lo despide. Pero todos los eunucos son tacaos.

Y debemos advertirte de algo: siempre se da cuenta de todo. Tiene ojos hasta en la nuca.

Lo que ocurre es que trabaja como un condenado corrigi Sergio. Llega a la oficina antes de que se haga de da y se queda hasta la noche, sin interrupcin apenas.

Eso es lo que est haciendo ahora? Trabajar? pregunt Juan.

No, a la hora de la comida primero reza un poco y luego trabaja respondi Diomedes.

De que es devoto, no hay duda. Sergio pronunci estas palabras con evidente desagrado.

Y no totalmente ortodoxo, aunque supongo que no debera decir esto delante de ti, que vienes del este. Nadie es muy ortodoxo al sur de Antioqua. A m no me importa en absoluto. Quin se preocupa por la naturaleza de Dios?

Casi todos, pens Juan sorprendido, pero slo pregunt:

Y Anastasio?

Oh, l slo permanece en su oficina rumiando pan seco y admirando sus archivos replic Sergio con desprecio. Es un don nadie. Durante aos fue un empleado subalterno en las oficinas del otro extremo del pasillo. Es el bastardo de no s quin; una vez le compraron un puesto subalterno y lo abandon. Nunca pudo comprarse el ascenso por su cuenta. Fue Su Ilustrsima quien lo trajo a la corte imperial. l mismo pag el precio, slo para tener a alguien que pudiera manejar archivos. Est satisfecho contigo porque no sabes retrica; l prefiere la taquigrafa. La voz haba adquirido un deje de malicia; Sergio se detuvo sbitamente y tom algo para comer. Pens: No debera haber hablado de eso. Tengo que llevarme bien con el muchacho. Si quiero sacar algn provecho de l, no puedo permitir que se d cuenta de que lo considero un campesino ignorante.

Juan mir el plato con las verduras, y aunque se percat de la malicia, adivin la razn y no se sorprendi. Se preguntaba si se trataba de col o de verduras silvestres. Moj un poco de pan en ella y la prob, pero todava no estaba seguro de lo que era.

Su Ilustrsima es un loco del trabajo dijo Diomedes rindose.

Sergio disimul su risa.

Bueno, qu otra cosa puede hacer de su vida? Y cambiando de conversacin, qu es lo que hablasteis en persa? Espero que no tengamos que copiar cartas en ese galimatas!

Slo me pregunt por el comercio de sedas. De dnde es l? De Armenia? pregunt Juan.

De la Armenia persa respondi en seguida Sergio. Pero hace mucho que est en la corte imperial. Fue comprado como esclavo cuando era nio, por eso slo Dios sabe la edad que tiene. Es mayor de lo que aparenta. El seor confa su vida en l y dicen que tambin la emperatriz lo aprecia.

Cmo es ella? pregunt Diomedes. Lo bueno de estar trabajando para Su Ilustrsima es que se conoce a todos los hombres importantes, pero yo jams he visto a la Augusta. Dicen que es la mejor protectora del mundo, pero eso s, que Dios ampare a sus enemigos!

Juan no poda responderle de inmediato, porque todo lo que se relacionaba con la emperatriz lo suma en un mar de emociones confusas y conflictivas. Prob un bocado de salchicha, aunque tena la boca seca, y lo mastic para disimular su indecisin.

Ha sido muy buena conmigo termin por decir.

Ya lo creo! dijo Sergio. Te ha conseguido un trabajo excelente. Y te ha convertido en un caballero pens para sus adentros. Apostara a que t no usabas un manto como se cuando eras el hijo de un empleado en Beirut.

No saba que la emperatriz tuviera parientes en Beirut intervino Diomedes.

Dicen que su familia es de Paflagonia, pero que ella naci aqu, en la ciudad.

Sergio se ech a rer disimuladamente.

En..., eh..., digamos que en circunstancias que es mejor no recordar. Como toda su vida anterior a su matrimonio. Ayer o una historia... Se interrumpi, dirigiendo a Juan una mirada escrutadora.

Juan sinti calor en el rostro.

Ha sido muy buena conmigo repiti, irritado. Mi familia estaba contenta de no conocerla antes de su matrimonio, pero tan pronto como se convirti en Augusta, buscaron sus favores. Ella los rechaz sin ms. Yo estaba convencido de que hara lo mismo conmigo, pero me ha tratado mucho mejor de lo que me haba imaginado.

Y yo, contando mentiras para defenderla, pens con tristeza. Se estremeci al darse cuenta de que lo miraban con recelo y como ponindolo a prueba. En el futuro, pondran ms cuidado al opinar delante de l sobre la emperatriz, por temor a que fuera a contrselo.

Quiz deberamos volver al trabajo dijo con aire avergonzado. Vamos, permitidme pagar la comida.

Juan no record que haba sido invitado a cenar con la emperatriz esa misma noche, hasta su regreso al palacio de Teodora una hora antes del crepsculo. Las cenas con la Augusta, eso ya lo saba, eran algo diferentes de los desayunos. Generalmente la emperatriz cenaba con su esposo y al menos seis comensales ms; Juan no haba sido invitado