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Oscar Terán Historia de las ideas en la Argentina Diez lecciones iniciales, 1810-1980 Siglo XXI Editores siglo veintiuno editores argentina s.a. Tucumán 1621 7° N (C1O5OAAG), Buenos Aires, Argentina siglo veintiuno editores, s.a. de c.v. Cerro del agua 248, Delegación Coyoacán (04310), D.F., México siglo veintiuno de España editores, s.a. c/Menéndez Pida, 3 BIS (28006) Madrid, España ISBN 978-987-629-060-9 © 2008, Siglo XXI Editores Argentina S. A. Impreso en Grafínor Lamadrid 1576, Villa Ballester, en el mes de septiembre de 2008 Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en Argentina // Made in Argentina 1/16

TERÁN - Historia de Las Ideas en La Argentina (Lección 9)

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Historia.Revistas literarias

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  • Oscar Tern

    Historia de las ideas

    en la Argentina Diez lecciones iniciales, 1810-1980

    Siglo XXI Editores

    siglo veintiuno editores argentina s.a.

    Tucumn 1621 7 N (C1O5OAAG), Buenos Aires, Argentina

    siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.

    Cerro del agua 248, Delegacin Coyoacn (04310), D.F., Mxico

    siglo veintiuno de Espaa editores, s.a.

    c/Menndez Pida, 3 BIS (28006) Madrid, Espaa

    ISBN 978-987-629-060-9

    2008, Siglo XXI Editores Argentina S. A.

    Impreso en Grafnor

    Lamadrid 1576, Villa Ballester, en el mes de septiembre de 2008

    Hecho el depsito que marca la ley 11.723

    Impreso en Argentina // Made in Argentina

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    AdministradorCuadro de texto05/076/295 16 Cop.(Pro. Lit. Arg.)

  • Leccin 9

    Rasgos de la cultura durante el primer peronismo.

    Relecturas del peronismo, entre el tradicionalismo y

    la radicalizacin (1946-1969)

    Ms all de sus zonas grises, pareciera que durante el primer peronismo se repite en el

    campo intelectual, invertida, la polarizacin que domina en el resto de la sociedad (una

    minora de intelectuales adhiere al movimiento, mientras que la mayora lo rechaza). Sin

    embargo, esta imagen oculta fenmenos de modernizacin en las diversas disciplinas (la

    historia, la crtica literaria, la sociologa), algunos de los cuales comenzaron durante el

    peronismo. La recepcin de nuevos horizontes tericos -como el existencialismo de Sartre-

    va a confluir con una necesidad en la que distintas voces coinciden: inmediatamente despus

    del 55, se transforma en un imperativo repensar el hecho peronista.

    Esta leccin difiere de las anteriores en algunos aspectos. En primer lugar, ocupa menos

    espacio relativo que las precedentes. Esto se debe a que mis exposiciones anteriores

    dependieron, en buena medida, de conocimientos del pasado producidos por otros

    investigadores a lo largo de mucho tiempo, incluso hasta la actualidad. En cambio, sucede

    que, a medida que nos acercamos a nuestro presente, esos estudios son menores en cantidad

    y sus afirmaciones resultan menos consolidadas.

    Adems, tambin a medida que nos acercamos al presente, yo mismo me encuentro con un

    tiempo y con acontecimientos que fueron parte de mi vida. Se sabe que, cuando ello

    sucede, la distancia con respecto a lo estudiado es mucho menor que cuando hablamos, por

    ejemplo, de Esteban Echeverra, y por ende resulta ms difcil asegurar la objetividad de lo

    que se dice. Claro que eso que llamamos objetividad en ltima instancia no existe, puesto que siempre se piensa desde un conjunto de ideas y valores previos. Pero sin duda la

    distancia temporal ayuda a que ese ideal de objetividad, inalcanzable aunque siempre de-

    seable, resulte ms factible.

    De todos modos, har ese esfuerzo, pero aqu los lectores deben afinar el espritu crtico para

    poder someter a duda aquellos aspectos que les resulten poco confiables en el curso de lo

    que sigue. Mi esfuerzo est representado en el hecho de que he utilizado desarrollos

    propios sobre el tema, lo cual puede haber determinado el carcter menos abierto de la

    exposicin que sigue.

    Con estas prevenciones, ingresamos entonces en la dcada de 1940, nuevamente

    refirindonos a la situacin poltica. Verificamos as que sta es prcticamente una

    constante, o al menos una situacin recurrente. Es decir, que entre nosotros (y

    seguramente en esto no somos originales en el mundo) la poltica ha sido un marco

    condicionante de la prctica intelectual, ya sea porque se inmiscuy directamente en dicho

    quehacer (por ejemplo, dictando desde el estado normas que deban respetarse, a riesgo de

    sufrir desagradables consecuencias) o, ms frecuentemente, porque muchos intelectuales

    mantuvieron una relacin estrecha con ella. Esto no significa que la poltica haya

    determinado el contenido de la produccin intelectual. Significa en cambio que la poltica

    construy los rieles, los caminos, o al menos los contornos, por los que circularon las ideas.

    En lecciones anteriores hemos hablado acerca del principio de la autonoma como

    definicin del intelectual moderno. Si ahora miramos hacia atrs en estas mismas

    lecciones, podremos encontrar, de parte de escritores, artistas e intelectuales en general,

    distancias mayores y menores con respecto a la poltica. Pueden mencionarse asimismo

    casos de escritores que se dedicaron con empeo y xito a mantener la autonoma de su

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  • obra. Pero eso no depende solamente de la vocacin y el deseo de los intelectuales:

    tambin depende en buen grado del papel que la poltica ocupe en un perodo determinado

    en la vida de las sociedades. Es comprensible as que esa autonoma resulte ms difcil

    (aunque por cierto no imposible) en momentos de fuerte politizacin e intensas tensiones

    polticas.

    Aqu quera llegar. Porque la etapa que ahora visitaremos se caracteriza justamente por una

    presencia a veces abrumadora de la poltica en el escenario nacional. Muchos intelectuales se

    vieron involucrados en dicha presencia, e incluso algunos optaron por una plena

    participacin en ella.

    Precisamente, desde los primeros aos de la dcada de 1940, los posicionamientos polticos

    adquirieron crecientes rasgos de un enfrentamiento radical. Esto es claro con respecto al

    plano internacional, definido por la confrontacin de la Segunda Guerra entre el Eje

    (compuesto por la Alemania nazi, la Italia fascista y el Japn autocrtico), por un lado, y los

    Aliados (Estados Unidos, Inglaterra, Francia y fuerzas afines), por el otro.

    A diferencia de prcticamente todos los pases latinoamericanos, en esa contienda la

    Argentina permaneci neutral; a eso se sumaron las conocidas simpatas pro fascistas e

    incluso pro nazis de algunos miembros de los elencos de los gobiernos de facto de la poca.

    En cambio, la mayora de los partidos tradicionales (conservadores, radicales, socialistas,

    comunistas) formaron fila detrs de los Aliados.

    Fueron justamente estas ltimas fuerzas las que, ante las elecciones de 1946, convocadas

    por los ejecutores del golpe militar de 1943, determinaron que la opcin se jugaba entre

    democracia y fascismo. En cambio, el coronel Juan Domingo Pern defini que en ellas se

    dirima un partido de campeonato entre la injusticia y la justicia social. Ms all de quin tuviera mejores razones, lo que se instalaba como hecho definitorio era que se

    trataba de dos consignas que apelaban a distintos e inconmensurables criterios de

    legitimidad. En efecto, la democracia de sufragio universal responde a derechos polticos,

    y la justicia social, a derechos sociales: bien pueden existir la una sin la otra.

    Sea como fuere, lo cierto es que, evaluado en sus rendimientos a partir de su victoria

    electoral, el perodo abierto ese ao se caracteriz por una notable redistribucin

    econmica en favor de las clases populares, medida tanto en el nivel salarial como en

    servicios sociales que otorgaron una amplia gama de beneficios. No se trat solamente de

    indudables beneficios materiales; aquel fenmeno tambin fue acompaado de una cada

    de la deferencia de los sectores populares hacia las escalas superiores de la sociedad. Esto

    es, se quebr el reconocimiento que, en sistemas jerrquicos, los de abajo deben profesar a

    los de arriba. Un ejemplo notorio tuvo lugar ya avanzado el gobierno peronista, en una

    coyuntura fuertemente polarizada, por el incendio del Jockey Club (smbolo por excelencia

    de las clases altas) a manos de adherentes al peronismo. (Podemos remitirnos aqu a la

    leccin sobre la Generacin del 80 para recordar el lamento de Can por la cada de esa deferencia que vea nacer en la sociedad portea).

    Volviendo a los aos 40, digamos que el liderazgo carismtico notoriamente popular de

    Pern se defini por sus rasgos plebiscitarios, esto es, por una relacin directa entre el lder

    y las masas, con la secundarizacin de las mediaciones institucionales. Los actos masivos

    celebrados en la Plaza de Mayo, centrados en el vnculo dinmico pero jerrquico entre el

    balcn y la plaza, entre el lder que habla desde arriba a una masa que responde e interpela

    desde abajo, son la representacin espacial y escenogrfica de ese vnculo.

    Pero he aqu, sin embargo, que el gobierno consensuado por la mayora no dej de apelar a

    la coercin, violando libertades cvicas de los opositores mediante la censura, la obligacin

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  • de adhesin poltica de los funcionarios pblicos, el control de los medios de difusin y

    aun el encarcelamiento de opositores. El peronismo manifest as una voluntad

    monocrtica, donde toda disidencia deba ser eliminada para obtener un apoyo con

    tendencias unanimistas. Se reiteraba as ese carcter de un proceso que marcha

    progresivamente segn la lgica amigo/enemigo que hemos visto en la leccin 7 con

    motivo del advenimiento del radicalismo yrigoyenista al gobierno, y la de cerrada

    oposicin por parte de los dems partidos polticos del momento.

    Al observar el panorama diseado hasta aqu, podemos traducir estos fenmenos en

    trminos objetivos y concluir que, en esa mitad de la dcada de 1940, se efectiviz un

    proceso de inclusin de las masas trabajadoras en la vida nacional por va de un populismo

    con rasgos autoritarios, y que esos dos rostros del peronismo determinaron una evaluacin

    igualmente antittica del perodo, segn se lo mire desde el privilegiamiento de la

    ciudadana poltica o bien de la social; esto es, desde dos escenarios que se presentaron

    superpuestos y simultneos: la violacin de derechos polticos de la oposicin y la

    ampliacin de los derechos sociales de los trabajadores.

    Es fundamental comprender bien esto: antes que atribuir virtudes o maldades innatas a las

    fuerzas polticas actuantes, una visin que pretenda explicar y comprender ms que juzgar

    podr observar as los formidables efectos histricos que se generan en las sociedades a

    partir de circunstancias que incluso los mismos actores ignoran. Este tema fascinante y

    discutible, que aqu slo puedo limitarme a mencionar, nos sirve empero para avanzar

    hacia la siguiente consideracin, porque alrededor de esas miradas opuestas construidas

    sobre el peronismo es posible percibir que, una vez ms en nuestra historia poltica, se

    desat la ya conocida mutua denegacin de legitimidad. Como efecto de esta denegacin,

    emergi el fantasma de las dos Argentinas, ya que, aun contando el oficialismo con un apoyo electoral que en 1954 toc el 63 por ciento, se mantuvo una oposicin irreductible

    siempre dispuesta a negar legitimidad al rgimen gobernante. Insisto, la denegacin era

    mutua: en ese mismo ao, el presidente Pern declar que slo haba dos fuerzas polticas

    en la Argentina, y que ellas eran el pueblo y el anti-pueblo.

    Estos rasgos polticos gravitaron profundamente sobre el mbito cultural. En principio,

    porque la mayora de los intelectuales se encontr de hecho o de derecho y muchos en continuidad con su militancia antifascista formando en las filas del anti-peronismo. Menos son, por tanto, los nombres de intelectuales reconocidos que han de encuadrarse en

    el movimiento gobernante. Podemos mencionar a Leopoldo Marechal, Elias Castelnuovo,

    Nicols Olivari, Carlos Astrada, Manuel Ugarte, Ramn Dol, Ernesto Palacio, Arturo

    Jauretche, Ral Scalabrini Ortiz, Hornero Manzi, Enrique Santos Discpolo, Manuel

    Glvez, Delfina Bunge, Juan Jos Hernndez Arregui, Fermn Chvez, Ctulo Castillo,

    Julia Prilutzky, Csar Tiempo, Mara Grnata, Eduardo Astesano, Hornero Guglielmini.

    Tambin existieron otros intelectuales que, sin incluirse en principio en las filas peronistas,

    les brindaron su apoyo crtico, como Juan Jos Real, Rodolfo Puiggrs o Jorge Abelardo

    Ramos.

    Traducido al terreno de la productividad intelectual, la revista peronista Sexto Continente,

    dirigida por Alicia Eguren y Armando Cascella, resulta ilustrativa, dado que como seal Mariano Plotkin no pasar de ser una mezcla incoherente de nacionalismo, nativismo, catolicismo derechista y elogios al rgimen.

    A su vez, y tambin en continuidad con lineamientos provenientes del golpe de 1943, el

    gobierno peronista comenz por delegar la educacin en manos de la iglesia catlica,

    dentro de la cual se ha subrayado el predominio del nacionalismo integrista, que obtuvo un

    triunfo resonante con la implantacin por ley de la enseanza de la religin catlica en las

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  • escuelas. En verdad, es posible pensar que, carente de un programa estructurado para el

    rea educativa, en este sector la gestin peronista se preocup antes bien por expulsar toda

    voz disidente, por lo que contamin la cuestin cultural con una actitud de control poltico.

    Se produjeron as numerosas cesantas de profesores opositores, y en las universidades la

    suma de renunciantes y expulsados determin una enorme prdida de la planta docente.

    Entonces, los resultados sobre la cultura universitaria fueron claramente negativos: basta

    hojear la Revista de la Universidad de Buenos Aires de la poca para encontrarse no slo

    con un contenido proveniente del rancio integrismo catlico, sino tambin con un nivel

    intelectual escasamente estimulante, en especial si se lo coteja con las radicales

    preocupaciones e innovaciones que habitaban el mundo de la segunda posguerra.

    Pensemos, por ejemplo, que la Argentina permaneca cerrada a las inquietudes que

    atravesaban ese mundo convulsionado, que se expresaban tanto en la literatura como en el

    cine y en las artes en general (el existencialismo, el cine del neorrealismo italiano y de

    Ingmar Bergman, el teatro de Samuel Beckett, el experimentalismo en las artes plsticas, y

    un extenso etctera).

    Por otra parte, la consigna Alpargatas s, libros no represent el abismo abierto entre el mundo de estudiantes e intelectuales y el mundo de los trabajadores, y result un

    eslogan tan sentido que fue entonado en el asalto de una manifestacin peronista a la

    Universidad de La Plata.

    Esa fisura continu profundizndose, con las consecuencias imaginables sobre la

    sociedad entera. Del mismo modo, la designacin de Oscar Ivanisevich como

    interventor de la Universidad de Buenos Aires y ministro de Educacin hasta 1950 es la

    muestra palpable del corte entre estado, por un lado, y cultura progresista y cosmopolita,

    por el otro. Para eso debemos recordar la actitud anti-liberal e irracionalista no exenta

    de histrionismo del funcionario peronista, quien no vacil en calificar de degenerado al arte abstracto. Otro tipo de funcin del autoritarismo en este terreno puede verse en

    la expulsin de los miembros de la Academia de Letras por no haber avalado la

    candidatura al premio Nobel de Literatura de Eva Duarte de Pern por su libro La

    razn de mi vida, as como la circunstancia de que la cesanta penda constantemente

    sobre maestros y profesores que no brindaran demostraciones de fidelidad o al menos de

    obediencia a los mandatos gubernamentales.

    No obstante, llegados a este punto, debemos esforzamos por dar cuenta de las diferencias y

    los matices. As, tambin es cierto que, en 1948, desde el estado, era posible organizar un

    encuentro internacional de filosofa con nombres relevantes dentro del campo, o promover

    luego la participacin de artistas en algunas muestras y polticas culturales, ya que en el

    terreno de las artes plsticas tambin el anti-peronismo nucleaba lo ms significativo de los

    artistas del momento. Muchos de ellos haban participado, en septiembre de 1945, en el

    Saln Independiente, ocasin que Antonio Berni aprovech para vincularlo con la reciente

    manifestacin antiperonista denominada Marcha por la Constitucin y la Libertad. Mientras algunos ponan sus obras al servicio de la causa antifascista y antinazi (es el caso

    de la artista plstica Raquel Forner), los movimientos abstractos geomtricos como Mad y

    Arte Concreto / Invencin, con Gyula Kosice y Toms Maldonado, defendan la autonoma

    del arte mediante el acceso a un mundo de valores abstractos correspondiente al

    internacionalismo sin fronteras de Jorge Romero Brest.

    Se evidencia as que existieron manifestaciones culturales que o bien no fueron reprimidas

    por el estado, o bien llegaron a ser promovidas por ste, preservndose zonas donde

    intelectuales opositores hallaron un espacio para continuar su prctica y su produccin. De

    tal modo, en las artes plsticas continuaron celebrndose exposiciones tanto estatales como

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  • privadas de arte moderno europeo, y hacia 1952 como recuerda Andrea Giunta los artistas abstractos llegan a ocupar un lugar destacado en exposiciones oficiales, mientras la del Museo Nacional de Bellas Artes de 1952/1953 sobre arte argentino incluy todas las

    tendencias, en un mbito de pluralismo ideolgico y esttico. Anloga permisividad as haya sido por desinters puede haber posibilitado, en la poesa, la supervivencia del surrealismo, siempre con la jefatura de Aldo Pellegrini, y la emergencia en 1950 de la

    revista de vanguardia Poesa Buenos Aires, dirigida por Ral Gustavo Aguirre.

    Naturalmente, podra decirse, el gobierno aplic prcticas de control y censura sobre las

    manifestaciones artsticas o intelectuales que alcanzaban a sectores ms amplios que los

    intelectuales, como es el caso del cine. Pero aun all el panorama resulta tambin algo

    ms matizado que lo supuesto. Como ha sealado Clara Kriger, junto con los filmes

    expresamente destinados a la propaganda oficial sobre los logros gubernamentales

    (turismo social, planes de vivienda) o donde se explicitan tpicos del programa peronista

    (conciliacin de clases y de conflictos mediante el arbitraje del estado), existieron otros

    con una problemtica social de denuncia ms amplia, de los cuales Las aguas bajan turbias

    (Hugo del Carril, 1952) es el ejemplo ms citado. De todos modos, en el reverso,

    pelculas antinazis como El gran dictador slo pudieron exhibirse aceptando la censura de

    un pasaje del discurso antiautoritario que enunciaba Charles Chaplin al final del filme. (Si

    se me permite una intromisin personal, entre mis recuerdos de adolescencia figura la

    sorpresa al final de dicha pelcula, cuando, en el cine del pueblo, los espectadores

    veamos que Chaplin gesticulaba pero no podamos escuchar lo que deca porque su

    voz haba sido acallada.)

    Qu ocurri entre tanto con los escritores y artistas opositores? Pues bien, aqu tambin la

    historia es ms matizada de lo que suele suponerse, puesto que ellos encontraron espacios

    de resistencia y produccin cultural desde donde se editaron revistas como Realidad,

    Imago Mundi o Ver y Estimar, mientras Sur configuraba an el principal medio de la

    intelectualidad liberal. Adems siguieron funcionando espacios alternativos como el

    Colegio Libre de Estudios Superiores y el Instituto Libre de Segunda Enseanza, a la par

    que el teatro independiente no slo sobrevivi sino que alcanz desarrollos considerables;

    numerosas y las ms importantes editoriales y libreras fueron otro campo de refugio y creacin para los intelectuales antiperonistas (alguna vez Leopoldo Marechal declar que

    en esa poca le resultaba difcil publicar porque la mayora de las editoriales estaban en

    manos de opositores al peronismo).

    Entonces, hasta aqu hemos delineado un mapa del campo intelectual, que reproduca la

    escisin poltica de la sociedad entre peronistas y antiperonistas. Slo que mientras en ella

    el peronismo era francamente mayoritario, esta proporcin se inverta al llegar al mundo de

    los intelectuales. Pero si bien la polarizacin as planteada era dominante, tambin es

    cierto que no dejaron de existir franjas intermedias, zonas grises, que tuvieron su

    representacin en el campo intelectual.

    As, en un crculo aun ms interior de aquel mapa escindido en dos esferas, podemos

    detectar una lnea de progresiva ruptura e innovacin. Si tomamos el caso de la ciudad de

    Buenos Aires, el fenmeno ms destacado en la investigacin hasta el momento aqu

    tratado es el de una constelacin de estudiantes que se constituye hacia 1950 en el Centro

    de Estudiantes de Filosofa y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Sus posiciones

    pueden seguirse a travs de las revistas Centro y luego Contorno. Son los llamados

    denuncialistas entre quienes podemos mencionar a los hermanos Ismael y David Vias, Carlos Correas, Juan Jos Sebreli, Oscar Masotta, Len Rozitchner, No Jitrik, Ramn

    Alcalde, Adolfo Prieto. Ellos mismos se conciben como tales y tambin como una

    generacin sin padres, aunque hallaron en Ezequiel Martnez Estrada un referente en

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  • cuanto a su abordaje crtico de la realidad nacional, afinado con una tonalidad desgarrada y

    comprometida.

    En algunas notas de la revista Centro es posible percibir que la fuente de ese malestar en la

    cultura se ubica en lo que podramos llamar un cruce de caminos. Dado que, si bien se observa que en otros sitios del mundo tambin los ms jvenes procesaban con furia los

    resultados ms dramticos de la Segunda Guerra Mundial, los jvenes argentinos los

    miraban con envidia al reconocer que aquellos otros podan obtener un beneficio

    compensatorio en la apertura de un espacio de renovacin y experimentalismo. En

    cambio, en la Argentina, estos estudiantes daban cuenta de su desazn ante el ambiente de

    mediocridad imperante en la vida cultural en general y en la universidad peronista en

    particular. Es lo que puede leerse en el nmero de mayo de 1953 de Centro: la enseanza

    es deficiente, la ctedra revela incapacidades intelectuales o ticas, el libre intercambio de

    ideas est bloqueado.

    He aqu que, sin embargo, por senderos complejos y destinados a no encontrarse, el

    existencialismo sartreano brind una estructura de sensibilidad adecuada. Sabemos que la

    introduccin en la Argentina de los escritos literarios y filosficos de esta tendencia, en un

    sentido amplio, haba comenzado tempranamente. Indiquemos a continuacin algunos de

    ellos.

    En 1939, Sur haba presentado una traduccin del cuento El cuarto de Jean-Paul Sartre. Tambin la novela El tnel de Ernesto Sbalo marc con su aparicin, en 1948, la

    presencia de estas influencias entrelazadas con la obra de Albert Camus. Desde la revista

    Capricornio, dirigida por Bernardo Kordon, se present al pblico argentino una clebre

    polmica entre Jean-Paul Sartre y Albert Camus. Incluso la presencia del sartrismo puede

    hallarse a travs de Miguel ngel Virasoro en la Facultad de Filosofa y Letras portea, a

    la cual concurran los denuncialistas y que tenan como eje de su sociabilidad.

    Prontamente, desde la editorial Losada se tradujo la obra de Sartre en forma sistemtica.

    Tambin en la dcada de 1950, desde las mismas pginas de la revista de Victoria

    Ocampo, Juan Jos Sebreli fue quien expres con mayor productividad la aplicacin del

    credo sartreano a temas nacionales.

    Ahora bien, podemos preguntarnos qu temas, estilos o imgenes de intelectual ofreca el

    existencialismo francs a estos jvenes intelectuales. Sin duda, todos ellos se concentraban

    en la nocin del compromiso, central en el credo existencialista. Esta idea formar parte del editorial de presentacin de la revista dirigida por Sartre y titulada Les Temps Modernes,

    en septiembre de 1945: El escritor tiene una situacin en su poca; cada palabra suya repercute. Y cada silencio tambin. Aos despus, Sebreli repetir esa consigna entre nosotros: El hombre es responsable hasta de lo que no hace; todo silencio es una voz, toda prescindencia es eleccin. He aqu un fenmeno claro de recepcin de una misma temtica en contextos heterogneos, porque, en un caso, se hallaba inscripta en el mundo de

    la ocupacin de Francia por Hitler, la resistencia y el colaboracionismo, y la posterior derrota

    del nazismo, mientras en la Argentina se corresponda con el desarrollo y triunfo del

    movimiento nacional-populista peronista.

    El operador que permita esa traduccin se apoyaba precisamente en la nocin de

    compromiso. Para entender esto debemos recordar que, para el canon existencialista sartreano, el intelectual como toda existencia humana est inexorablemente arrojado en una situacin (o un contorno), y debe dar cuenta de lo que hace en esa circunstancia a partir de su libertad, concebida como inexorable. Precisamente, el existencialismo haba

    definido al ser humano a partir de su pura libertad, y por ende estaba condenado a

    construirse a s mismo de manera permanente. Es decir, no hay nada en l que lo

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  • destine a ser algo ya definido, no hay ninguna naturaleza o esencia previa que tenga que

    desarrollarse en l; no es ms que la suma de sus actos. Esto se expresaba en una consigna

    que sonaba de este modo: ser es existir o, ms tcnicamente, la existencia precede a la esencia. Dicho de otra manera: no hay nada hecho de una vez y para siempre en nosotros; no somos sino la sumatoria de nuestros actos.

    Es importante comprender entonces que la teora del compromiso permita as un doble movimiento: involucrarse en una situacin poltico-social determinada, pero sin

    abandonar el campo intelectual. Esto es, el intelectual participa a la Sartre de los debates pblicos, pero lo hace desde su condicin de intelectual, manteniendo distancia

    con la prctica poltica partidaria. Veremos de qu forma esta posicin ir variando en

    los aos siguientes.

    Hemos determinado entonces dos lneas que definen el tipo de participacin de los

    intelectuales de Contorno: una actitud dramticamente denuncialista y un mandato de

    compromiso con su situacin histrica y poltico-social. Summosle un ltimo rasgo, que

    podramos llamar corporalista o materialista en un sentido amplio. Este rasgo est presente en algunos ttulos de las novelas de David Vias, como Dar la cara o Cuerpo a

    cuerpo. Este posicionamiento se colocaba en las antpodas del espiritualismo (tambin dicho en un sentido amplio) de la revista Sur o del suplemento literario del diario La

    Nacin. Es decir, lo que se buscaba era remarcar la densidad del enraizamiento de los

    seres humanos en una realidad compleja, viscosa, inexorable, que no puede ser eludida

    mediante las ensoaciones del espritu o las fugas de las llamadas almas bellas de su condicin terrenal y de las miserias de su poca.

    Comprendemos ahora que algunos trminos que han ido apareciendo en esta leccin

    (palabras como denuncialismo, compromiso y corporalismo) conforman una grilla, una perspectiva que permite organizar un primer sistema de simpatas y rechazos

    dentro de la tradicin intelectual argentina. Desde el rea de los denuncialistas, por

    ejemplo, simpatas hacia Ezequiel Martnez Estrada y Roberto Arlt, as como rechazos

    hacia Eduardo Mallea y Jorge Luis Borges. De tal modo, en el nmero de Contorno de

    diciembre de 1954, David Vias rescata al primero como uno de los que asumieron la dramtica ocupacin de ejercer la denuncia. En cambio, un ao antes y tambin desde Contorno, el mismo Vias caracterizaba a Mallea como miembro de esa

    generacin de 1925 que en su mayora se debate en una introspeccin tan aguda como pasiva y que ha quedado reducida al ejercicio discursivo y a la labor estrictamente esttica. En 1955, desde la misma revista, Len Rozitchner cuestiona en Mallea la

    ausencia de una apertura sobre lo prohibido, por la irreverencia ante el poder actual, por la infraccin que debe caracterizar a todo intelectual crtico.

    Empero, exista un punto de distincin, una diferencia tambin con respecto a Martnez Estrada, que no dejar de ampliarse. Lo que se rechazaba de ste era su visin

    determinista de la realidad nacional a partir del telurismo, es decir (segn vimos en la

    leccin anterior), a partir de los caracteres de la naturaleza argentina o americana, segn

    la cual la pampa apareca como un destino. Sebreli lo seal de ese modo en el epgrafe de

    su libro sobre el autor de Radiografa de la pampa: La naturaleza es de derecha. Y es de derecha porque es inmodificable, mientras que el grupo Contorno apuesta a una

    modificacin, a un cambio de la realidad que denuncia. Este punto de distincin marc

    entonces un pasaje hacia lecturas de la realidad en clave histrica y social, donde aquellas

    lacras nacionales tuvieran no slo una explicacin, sino adems una posible estrategia de

    modificacin.

    Dicha distincin se rebelaba asimismo contra el ontologismo telrico y ahistorizado,

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  • contra la observacin de la realidad americana como una esencia condenada a reiterar

    siempre los mismos males incorregibles. Quien mejor expres esta ltima postura fue

    Hctor A. Murena, quien desde El pecado original de Amrica, publicado en 1948,

    persista en una lnea de anlisis martinezestradiana y extenda su influencia sobre Rodolfo

    Kusch y F. J. Solero dentro de Contorno. En el caso de Murena, su escrito ya registra el

    clima dramtico de la segunda posguerra y su ingreso en el perodo amenazador de la

    guerra fra, para lo cual adoptar el estilo angustiado del existencialismo sartreano de El

    ser y la nada. As, el exilio del mundo del espritu hara pesar sobre argentinos y

    americanos una culpa acompaada por una soledad absoluta.

    Empero, prestemos atencin a que un rasgo fundamental de la cultura intelectual de esos

    aos reside en que este tipo de ensaystica esencialista fue cuestionado y desplazado desde

    dos perspectivas de anlisis. Por un lado, a partir de la ya sealada interpretacin que

    incluye variables sociales e histricas; por otro, debido a la emergencia de la sociologa

    anglosajona importada por Gino Germani.

    De todos modos, no bien se advierten en esta fraccin intelectual actitudes y opiniones

    que revelan un talante diverso del que caracterizaba a la franja liberal, es evidente que

    aquello que los segua reuniendo era la comn oposicin al peronismo. En un ambiente

    de creciente violencia y radicalizacin entre peronistas y antiperonistas, este

    emblocamiento pareca inevitable. De tal modo, la revista del CEFYL convoca para sus

    conferencias y concursos a conspicuos representantes del ala liberal (Francisco

    Romero, Vicente Fatone, Risieri Frondizi) y valora algunas de sus revistas, como

    aquellas que escapan a la mediana generalizada.

    No obstante, es cierto que no se encuentran en estas expresiones la sensacin de casa tomada o de autntico bestiario que Cortzar disear en 1951 en su descripcin de un baile popular en Las puertas del cielo, ni el rencoroso desconocimiento de la legitimidad del peronismo del cuento de Borges y Bioy Casares, La fiesta del monstruo. No obstante, no es menos cierto que el sector intelectual se siente tan agredido por los ocupantes del estado que le resulta muy difcil apreciar y menos an

    justipreciar la ampliacin de la participacin econmica, social y cultural hacia sectores

    sociales subalternos. De all que para que aquellas actitudes, opiniones y diferencias se

    transformaran en un principio de escisin sera necesario que el peronismo dejara de ser

    el factor aglutinante por oposicin, como ocurrir a partir de su derrocamiento en 1955.

    //////////////////////////////////////////////////

    Si algo nos distingua de nuestros mayores, y an de los camaradas que se

    incorporaban sin esfuerzo a la vida literaria, era la idea de que nuestra evolucin

    intelectual deba asimilarse ntimamente a la de nuestro pas. Su destino era el

    nuestro. La humanidad iba a alguna parte, la historia tena un sentido, y por lo

    tanto, tambin lo tena mi existencia. Todo lo individual, salvo ese tributo a la

    circunstancia, tena algo de escandaloso, de obsceno. [...]

    El peronismo, y sobre todo su cada, nos puso dramticamente frente a nosotros

    mismos, frente a una parte de nosotros que procurbamos ignorar. Era difcil,

    s, vivir bajo la lava de abyeccin y estupidez que cubri nuestro pas; pero

    nosotros, no habamos hecho de esa verdad evidente una razn secreta de

    complacencia, una coartada para la inercia y el aislamiento?

    Osiris Troiani, Examen de conciencia, en Contorno, n 7-8, julio de 1956.

    //////////////////////////////////////////////////

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  • Otra estrategia significativa en el campo intelectual progresista fue la transitada por la

    revista Imago Mundi, dirigida por Jos Luis Romero, que produjo doce nmeros entre

    1953 y 1956. En ellos se despliega el proyecto de una universidad en las sombras, alternativa a la oficial cuyas puertas permanecan frreamente clausuradas para estos

    intelectuales, dentro de los cuales figuraban Luis Amar, Jos Babini, Francisco Romero,

    Jorge Romero Brest. Con un contenido centrado en las ciencias sociales y las

    humanidades, hacia las cuales se dirige una labor de conexin y actualizacin desde esta

    parte del mundo, la publicacin abordaba temas vinculados con la situacin argentina que

    apelaban a instalarse en un registro que internacionalizaba la problemtica de esos aos:

    asimilacin del anti intelectualismo con el fascismo, crticas al nacionalismo como

    plataforma del cesarismo, defensa de la tradicin liberal progresista. En este marco, por

    ejemplo, el comentario al libro de Karl Jaspers La razn y sus enemigos en nuestro tiempo

    dio la ocasin para la defensa del legado de la Ilustracin y al mismo tiempo para coincidir

    en que dicho emprendimiento deba tener su mbito privilegiado en la universidad.

    Entre los jvenes, la revista Imago Mundi reclut una buena acogida, contraponindosela a

    la atona e incapacidad para la vida intelectual a que han llegado nuestras llamadas facultades de humanidades, segn expres la revista Centro.

    //////////////////////////////////////////////////

    Yo era todava chico cuando el advenimiento de Pern. He pasado, por tanto,

    esos aos frenticos y desordenados en que intentamos comenzar a vivir en

    momentos en que mi pas intentaba otro tanto. Toda una generacin que es la ma est indisolublemente ligada al peronismo para siempre. Podemos apoyarlo o combatirlo, cruzarnos de brazos creyendo que todo da lo mismo,

    pero no podemos prescindir de l. Es nuestro lote. Est ah, ineludiblemente

    como una esfinge, y tenemos que develar su enigma para saber lo que somos.

    Juan Jos Sebreli, Aventura y revolucin peronista, en Contorno, n 7-8, julio de 1956.

    //////////////////////////////////////////////////

    Era previsible, entonces, que cuando el presidente Pern fue derrocado en 1955 por un

    golpe cvico-militar, muchos de los integrantes de Imago Mundi pasaran a desempear

    cargos fundamentales en la estructura universitaria: sin ir ms lejos, Jos Luis Romero fue

    interventor en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Pero cuando ello ocurri, lejos de

    retomar una situacin artificialmente interrumpida por el fenmeno peronista, se descubri

    que lo sucedido haba develado dimensiones subterrneas, ms profundas, de la realidad

    nacional y que aquella emergencia haba significado un autntico parte aguas en la historia

    de la Argentina moderna. A partir de esta sospecha se inici una vertiginosa relectura del

    hecho peronista que escindi a las fracciones intelectuales de la izquierda respecto de la liberal, y resquebraj incluso las propias estructuras internas de ambas fracciones. Fue un

    cambio de enormes consecuencias, que se proyect hasta la dcada de 1980, por no decir

    hasta el presente.

    Entre la modernizacin, el tradicionalismo y la radicalizacin (1956-1969)

    En ese momento de profunda brecha es posible marcar el nacimiento de otra va de

    prolongadas y profundas resonancias. Nos centraremos aqu en uno de esos giros

    fundamentales, cuando sectores de izquierda juveniles que haban militado en la

    oposicin al gobierno encabezado por Pern comenzaron a desconfiar de los sucesores

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  • de la llamada Revolucin Libertadora. Esto empez a ocurrir cuando estos supuestos libertadores revelaron una actitud dispuesta a cegar autoritariamente hasta las fuentes simblicas de la identidad peronista. De hecho, fue prohibida hasta la mencin misma

    de los nombres de Juan Pern y de Eva Pern. De all que los diarios, para referirse al

    presidente depuesto, debieran nombrarlo como el tirano prfugo. Los ejemplos de este tratamiento de desperonizacin pueden multiplicarse fcilmente. Pero lo que result de semejante poltica fue un autntico boomerang dentro de los sectores de capas medias

    intelectualizadas, y ese movimiento de desconfianza abri paso a una vertiginosa

    relectura del peronismo. Sus consecuencias fueron numerosas y profundas.

    Esa relectura se inscribi sobre, y contrast con las visiones de, la franja liberal y

    socialista, dentro de las cuales haba dominado hasta 1955 una conviccin: que el

    peronismo era un fenmeno accidental y pasajero, y que una vez desalojado del estado se

    abrira una etapa de retorno a la Argentina anterior al 45.

    Existen testimonios puntuales e ilustrativos dentro del campo intelectual que se orientaban

    en esa direccin. Por caso, en el primer nmero posterior al golpe, Imago Mundi consider

    que se trataba entonces de restaurar tanto en la universidad como en el pas la tradicin

    Mayo-Caseros. Del mismo modo, en el ltimo nmero de 1955 de Sur, Borges escribi

    que el perodo peronista constaba de dos historias: [...] una de ndole criminal, hecha de crceles, torturas, prostituciones, robos, muertes e incendios; otra, de carcter escnico,

    hecha de necedades y fbulas para consumo de patanes.

    Por su parte, Victoria Ocampo relataba su detencin en la crcel del Buen Pastor como la

    experiencia que por fin le haba permitido ser ms libre que cuando estaba en las casas y

    calles de Buenos Aires, porque nuestra vida misma era un mal sueo. Entonces, si la crcel permita vivir ms cerca de la verdad, era porque durante el remado peronista lo que

    se crea la realidad era, una vez ms, una ficcin. Es interesante ver en esta ltima

    intervencin el retorno del tema de la simulacin y el engao. Slo que para Ocampo, la

    Argentina real era, en ese contexto, la del autoritarismo y la ausencia de libertad, y el pas

    peronista era una ficcin, una ensoacin de la que se comenzaba a salir.

    En suma, en esta y otras opiniones del arco liberal y de algunos miembros notorios del

    Partido Socialista (como Amrico Ghioldi), se considera que el peronismo ha sido en el

    fondo un fenmeno artificial promovido por la demagogia de un lder, ejercida sobre masas

    ingenuas o ignorantes, y que por ende desaparecera cuando esas mismas masas

    despertaran del engao.

    Sabemos que se trataba de opiniones que muy pronto revelaran sus profundas

    limitaciones. Fue as como otros posicionamientos agitaron rpidamente y de tal modo el

    mbito intelectual que alcanzaron a usurar incluso el frente del grupo Sur. Estas fracturas

    fueron potenciadas por la poltica represiva adoptada por la segunda etapa de la llamada

    Revolucin Libertadora. sta alcanz uno de sus extremos con los fusilamientos de junio de 1956, los que dieron lugar a una investigacin clebre de Rodolfo Walsh cuyo

    ttulo Operacin Masacre era ya un enjuiciamiento de la tcnica calificada de quirrgica, adoptada por el gobierno para extirpar el peronismo.

    Esas fracturas buscaron y encontraron diversas fisuras para expresarse. As, rompiendo

    con el frente liberal, en El otro rostro del peronismo, Ernesto Sbalo opt por una

    estrategia que consisti en exculpar a las masas peronistas y mantener los juicios

    severamente condenatorios hacia Pern. Este escenario construido con la presencia de

    unas masas inocentes y un lder perverso volva a incluir el tpico del histrico divorcio

    entre doctores y pueblo. Para entonces, empero, ya el operativo Frondizi de incorporacin del peronismo le permita a Sabato confiar en un proceso que permitiera

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  • integrar las partes de verdad de los doctrinarios y de los caudillos, reeditando, de algn

    modo, el viejo sueo frustrado de la Generacin del 37.

    Ezequiel Martnez Estrada fue otro de los intelectuales consagrados que intervinieron en la

    toma de posiciones. Este escritor haba, adoptado una franca oposicin al rgimen

    peronista; una ancdota lo ilustra bien: como adoleca en esa poca de una enfermedad de

    la piel, declar que haba padecido de una perontis de la que se haba curado a partir del derrocamiento de 1955. No obstante, aun dentro de su terminante anti-peronismo, su

    mirada sobre el pasado inmediato adopt un carcter problemtico, evidente ya en el ttulo

    mismo de su nuevo libro: Qu es esto? Aqu, junto con la celebracin de la huida del

    supuesto dspota, se inscribe al peronismo dentro de males que involucraban a la totalidad

    de la sociedad y la cultura argentinas, segn el severo enjuiciamiento volcado en

    Radiografa de la pampa. Pero es preciso reparar en que tambin denunciaba la ignorancia

    de los letrados que el 17 de octubre slo vieron lo que les pareca una invasin de gentes de otro pas, hablando otro idioma, vistiendo trajes exticos, cuando en realidad eran parte del pueblo argentino, del pueblo del Himno. En una palabra, que el carcter literalmente diablico que Pern investa para Martnez Estrada no le impeda reconocer

    que gracias a ese proceso los sectores populares haban cobrado conciencia de la injusticia

    social a la que haban sido sometidos por parte de las clases superiores.

    En este recorrido sobre las relecturas del peronismo en ese agitado debate de 1956, una de

    las ms incisivas result desde el campo nacionalista catlico la que Mario Amadeo dio a conocer con el ttulo de Ayer, hoy, maana. Caracterizando la etapa que acababa de

    cerrarse como anloga a una guerra perdida, indicaba que la argentina era una sociedad peligrosamente escindida que albergaba en sus entraas una guerra civil larvada, pronta a

    estallar a menos que se adoptara una poltica que forjase la unidad compacta de toda la

    nacin. Esa poltica no poda ser otra que la de asimilar a la masa peronista crispada y resentida.

    Pero he aqu que la suerte de tal intento dependa de la interpretacin que se ofreciera del

    hecho peronista. El antes funcionario del primer tramo de la Libertadora descarta entonces por incorrectas precisamente aquellas versiones que ven en el peronismo una

    pesadilla pasajera o un producto de la demagogia asociada a los bajos instintos de la plebe,

    corregibles mediante reeducacin y represin. A todas ellas, Amadeo antepone su propia

    interpretacin, y argumenta que el proletariado argentino carece de representacin y

    contencin poltica, porque hasta 1945 nadie se haba ocupado de hablarle su lenguaje, y ello determin que se lanzara tras el caudillo que advirti esa necesidad. Segn esta

    perspectiva, la culpa de Pern residi en que, en lugar de resolver el divorcio entre pueblo

    y clases dirigentes, lo exacerb. En definitiva, el golpe de septiembre no habra hecho ms

    que poner frente a frente a dos Argentinas, escisin de perspectivas catastrficas que slo puede evitarse haciendo un silencio piadoso acerca de lo que puede dividirnos.

    Otra opinin desde el campo catlico se lee en la nueva etapa de la revista Criterio. All

    tambin se consideraba que la marginacin del peronismo inficionaba de ilegitimidad a

    todo el sistema poltico y que, por ende, resultaba imprescindible reincorporarlo, previa

    tarea de eliminacin de sus elementos menos asimilables; tarea de reincorporacin

    imprescindible adems ante el riesgo se deca de que la extrema izquierda capturara a esa fuerza en disponibilidad.

    Es preciso entonces prestar atencin justamente a esta nocin de masas en disponibilidad, puesto que ella jugar un papel estratgico dentro de la interpretacin implementada por Gino Germani en su artculo La integracin de las masas a la vida poltica y el totalitarismo, quien lo har desde la perspectiva que le ofreca la sociologa

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  • estructural funcionalista y la teora de la modernizacin. En la prxima leccin

    aclararemos este concepto; baste ahora con decir que Germani elabor un esquema de

    vasta influencia, que consista en despegar al peronismo de su identificacin con los

    fascismos europeos, debido a su diversa base social, y luego en explicar los motivos por

    los cuales en la Argentina fueron los sectores populares y no las clases medias los que

    constituyeron la base humana del totalitarismo.

    Segn Germani, el veloz proceso de industrializacin de la dcada del 30 haba generado

    un movimiento igualmente veloz de migrantes del campo a la ciudad, los que atravesaban

    as la frontera de una sociedad tradicional hacia otra de estructura moderna. Estos

    migrantes arribaban a sus nuevas residencias sin experiencia sindical ni poltica y

    experimentaron de tal modo la sensacin de haber perdido sus mbitos de referencia, de

    pertenencia y de representacin, que quedaron en estado de disponibilidad para ser capturados por la pseudo-representacin que les ofreca un lder carismtico.

    Esta versin de una nueva clase obrera diferenciada de la clsica proveniente de la inmigracin y proclive a las ideologas de izquierda tendr un xito considerable; de hecho,

    habr que esperar al libro de Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero sobre los orgenes

    del peronismo para que comience a ser cuestionada.

    Empero, es preciso aclarar que la adhesin que Germani reconoca en esas masas hacia el

    lder no deba entenderse a partir del simplismo despreciativo de la teora del plato de lentejas (designacin con que se comprenda una adhesin fundada en los beneficios materiales obtenidos por la clase trabajadora). En cambio, aquella adhesin se apoyaba en

    la experiencia (ficticia o real) de que haba logrado ciertos derechos que afirmaban su dignidad personal y su orgullo frente a la clase patronal. Este reconocimiento no implicaba

    ignorar que, precisamente, la tragedia poltica argentina residi en el hecho de que la integracin poltica de las masas populares se inici bajo el signo del totalitarismo. De all que la tarea que Germani concibe como inmensa resida en retomar esa misma

    experiencia, aunque relacionndola con la teora y la prctica de la democracia y la

    libertad.

    Es evidente que se haban puesto en circulacin diversas relecturas del hecho peronista.

    Precisamente, esta disparidad de interpretaciones ampliaba con rapidez la brecha entre los

    antiguos aliados. Tan evidente era esta circunstancia que, ya a fines de 1956, Sur

    registraba el fenmeno cuando afirmaba: [...] como la oposicin al tirano nos juntaba a todos algunos no se daban cuenta. Hoy aquella fisura alcanza proporciones cismticas.

    As, en los extremos, mientras en el sector liberal persista el enjuiciamiento poco

    dispuesto a los matices, desde las incipientes formaciones de la nueva izquierda se iniciaba

    un viaje interpretativo de vastas consecuencias poltico-culturales. Estos jvenes

    contaron para ello con quienes, como Jorge Abelardo Ramos y Rodolfo Puiggrs, se les

    haban adelantado en la ruptura con la izquierda clsica. Entre fines de 1955 y principios

    de 1956, Puiggrs haba escrito uno de los libros fundamentales para la relectura del

    peronismo (Historia crtica de los partidos polticos argentinos), en el que replicaba la

    acusacin contra esa misma izquierda de la que haba formado parte y a la que culpaba por

    haber coincidido con la oligarqua y el imperialismo en la lucha contra un gobierno democrtico y progresista que contaba con el apoyo de las amplias masas populares.

    En suma, tratando de dar cuenta de la supuesta ceguera de la izquierda ante el 17 de

    octubre del 45 como acto fundacional del nuevo movimiento, aquellos jvenes renegaron

    de la herencia de sus padres y produjeron una autntica ruptura generacional. En el mismo

    movimiento, la presunta ceguera del 45 de la izquierda reactiv una serie de ideologemas

    de la tradicin populista. Uno de ellos remita a la imagen de los intelectuales colocados

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  • siempre de espaldas al pueblo y al pas verdadero. Arturo Jauretche explot exitosamente

    este tpico en libros como El medio pelo en la sociedad argentina o Los profetas del odio,

    texto este ltimo que se abra con un epgrafe de Gandhi denunciando el duro corazn de los hombres cultos.

    Se comprende entonces que con ello se abonaba el terreno para el retorno del tema de las

    dos Argentinas, as como el de una falaz historia oficial y otra verdadera expresamente

    ocultada y falsificada por los vencedores. En este punto se articular el revisionismo

    histrico que, nacido' desde una constelacin poltica opuesta, teir de all en ms la

    cultura poltica de la nueva izquierda.

    Resulta fundamental registrar y comprender la importancia de esta recolocacin del

    significado del proceso histrico reciente. Porque se trataba, en sntesis, de un sntoma y

    un efecto del abandono de dicha izquierda de su relacin con la tradicin liberal, que ya no

    ser considerada como un eslabn dentro de un sendero constructivo, sino como una etapa

    de la dependencia nacional. Este giro tendr tambin extensas consecuencias.

    Descalificado el liberalismo por haber sido la ideologa dominante del anti peronismo, a

    poco andar la descalificacin alcanzara a todo el liberalismo, sin ms. En ese

    emprendimiento se destac Juan Jos Hernndez Arregui, quien en un par de best sellers

    de la poca (Imperialismo y cultura y La formacin de la conciencia nacional) efectiviz

    el cruce entre marxismo y nacionalismo. Incluso desde el ala cultural del Partido

    Comunista, Hctor P. Agosti en El mito liberal y Nacin y cultura, ambos de 1959 diferenci en la tradicin liberal argentina una lnea oligrquica y otra democrtica. Detrs

    de esta toma de distancia, era la misma democracia liberal la impugnada, al ser considerada

    un rgimen poltico ligado a los intereses de la clase dominante, al igual que las libertades

    y los derechos que, por burgueses, pasaron a ser considerados puramente formales. Segn

    esta perspectiva, los orgenes impregnados del mal del cosmopolitismo liberal habran

    llevado por fin a la izquierda a su falta de comprensin de movimientos populares como el

    yrigoyenismo y, naturalmente, el peronismo.

    En este marco, es fundamental recordar que estas nuevas intervenciones no slo tenan

    lugar dentro de nuevos posicionamientos polticos. Por el contrario, se trataba de toda una

    nueva estructura de sensibilidad (ideas y creencias pero tambin valores, sentimientos y

    pasiones) emergente en esos aos de la segunda posguerra. Comprobamos as que, en el

    perodo 1956-1976, en el sector intelectual aunque con extensiones que van ms all hasta abarcar zonas considerables de las clases medias y hasta fracciones populares se sucedieron y cohabitaron estructuras de sentimiento anlogas a las que recorran el arco

    occidental. stas fueron desde las sensaciones de angustia, soledad e incomunicacin

    hasta las de confianza en que la voluntad tecnocrtica o poltica poda modificar, por va

    reformista o revolucionaria, realidades tradicionales. Tambin la cultura juvenil en una

    poca juvenilista imagin y muchas veces realiz una huida gozosa del moderno mundo

    tecnocrtico hacia parasos naturales y artificiales. stas son las cuatro almas que

    habitaron el perodo: el alma Beckett del sinsentido, el alma Kennedy de la Alianza para el

    Progreso, el alma Lennon del flower power, el alma Che Guevara de la rebelda revolucionaria.

    En uno de esos registros, a partir de 1958 y a la par con el programa desarrollista

    encabezado por el presidente Arturo Frondizi, las lites modernizadoras irrumpieron con

    visibilidad en el universo cultural argentino. Desde espacios generados en la sociedad civil

    (editoriales, revistas, asociaciones intelectuales, grupos de estudio) se organizaron diversas

    representaciones de la poltica y de la historia nacional. Precisamente entonces se

    fundaron diversas instituciones estatales y privadas de gravitacin en la reconfiguracin

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  • cultural de la poca (CONICET, Eudeba, Fondo Nacional de las Artes y otras).

    Este espritu modernizador tuvo una expresin notoria en el mbito intelectual de clase

    media por excelencia: la universidad. All la renovacin fue considerable y abarc las

    ascendentes disciplinas humansticas y sociales. Por su parte, la crtica literaria verificaba

    una profunda renovacin: primero, mediante una lectura socio-poltica e histrica de la

    literatura; inmediatamente despus, a travs del enfoque textualista (o intra textual, por el

    cual la obra deba ser analizada y comprendida en s misma sin referencia al contexto).

    Dentro del primer lineamiento, en 1964 David Vias daba a conocer un clsico de la

    poca: Literatura argentina y realidad poltica.

    Por su parte, la historia social, junto con las recin creadas carreras de Psicologa y

    Sociologa, reclutaron numerosos adherentes y tuvieron con Jos Luis Romero, Jos Bleger y Gino Germani sus propios hroes modernizadores. Adems de su importancia estrictamente acadmica, es preciso subrayar que la sociologa desempe un papel

    altamente significativo por el modo en que modific el abordaje de los fenmenos

    nacionales, y lo mismo puede ser dicho con respecto al discurso historiogrfico. As, se

    pas a disputar el espacio del ensayo de interpretacin ontolgico/intuicionista dominante

    desde la dcada de 1930. Ahora, o bien el estudio de la sociedad deba ser cientfico como

    condicin de neutralidad, y deba incluir un anlisis no valorativo, alejado de toda

    ideologa, incluida la poltica, o bien deba comprenderse con una fuerte impregnacin

    poltico-social. De todos modos, el gnero ensaystico no se retir ni dej de gozar de la

    alta recepcin que mostr otro clsico de la poca: Buenos Aires, vida cotidiana y

    alienacin, de Juan Jos Sebreli.

    Pero resultar imposible comprender el despliegue de este y otros movimientos

    intelectuales si no se los proyecta sobre el fondo omnipresente de la revolucin cubana, ya

    que difcilmente podra exagerarse su gravitacin sobre la intelectualidad tanto en la

    Argentina como en toda Latinoamrica.

    En principio, esta revolucin fue leda como la demostracin evidente de que un

    emprendimiento de transformacin radical poda triunfar a partir de un ncleo de militantes

    a pocos kilmetros del territorio norteamericano. Esta emergencia de un estado

    latinoamericano revolucionario coloc a muchos intelectuales ante la misin de brindarle

    su apoyo, aun relativizando o abandonando su clsica posicin como conciencias crticas.

    Estos lineamientos se fueron radicalizando en la reunin de la OLAS en 1967 y en el

    Congreso Cultural de La Habana de 1968.

    Un indicador relevante del cambio de hegemona en el campo intelectual lo constituye el

    hecho de que la revista cubana de Casa de las Amricas result altamente exitosa en su

    capacidad para reclutar adhesiones de intelectuales, artistas y escritores. As, los autores

    del boom literario ya no pasaron por las pginas de Sur, y fue el proceso revolucionario

    cubano el que recogi elogios y adhesiones no slo entre los recin llegados al campo

    intelectual sino entre escritores consagrados provenientes de la generacin anterior, como

    Ezequiel Martnez Estrada, Leopoldo Marechal o Jos Bianco.

    En ese perodo, signado de tal modo en la franja crtica de los intelectuales por la relectura

    del peronismo y por el deslumbramiento de la revolucin cubana, los afanes

    modernizadores en la cultura contaban asimismo con una estela de difusin que

    desbordaba los crculos acadmicos. As lo demuestran las preferencias de un pblico

    ampliado por las lecturas de Marx y de Freud y, en este ltimo sendero, por la presencia

    del lenguaje psicoanaltico en revistas populares, shows televisivos, obras de teatro, ficcin

    y ensayos. As, el psicoanlisis form parte de la corriente de poca en la cual, en un

    ambiente de criticismo y de experimentalismo, la categora de lo nuevo adquiri una

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  • marcada legitimidad. Cont adems con sus propios faros difusores, como Mane Langer,

    Pichn Rivire, Amaldo Rascovsky o Eva Giberti.

    Lo nuevo tambin ingres en la filosofa, con las corrientes del existencialismo, el

    empirismo lgico, el marxismo y el estructuralismo; ingreso que coincidi con un elenco

    acadmico suprstite que los jvenes filsofos descalificaron por tradicional. Siguiendo la

    misma curva biogrfico-intelectual de Jean-Paul Sartre, muchos intelectuales de la franja

    crtica desembocaron, en cambio, en las primeras lecturas en clave humanista del

    marxismo. Las revistas El Grillo de Papel y El Escarabajo de Oro, dirigidas por Abelardo

    Castillo, extendern hasta 1974 este entrecruzamiento entre marxismo, humanismo y

    existencialismo sartreano.

    Pronto, estas inspiraciones resultaron enriquecidas por la superposicin de la teora

    freudiana y el estructuralismo, en una lnea que los desplazamientos tericos de Oscar

    Masotta ilustraron en forma muy precisa. Otra lnea vena configurndose desde la dcada

    anterior en el seno del Partido Comunista Argentino en torno de la traduccin de los textos

    de Antonio Gramsci. All, un sector de la nueva izquierda encontr elementos para releer

    el hecho peronista. Estos lineamientos definieron el carcter distintivo del grupo Pasado y

    Presente mientras, desde inspiraciones tomadas del trotskismo, Silvio Frondizi y Milcades

    Pea promovieron el estudio y la aplicacin del marxismo a la interpretacin socio-

    histrica de la Argentina. Slo la exitosa penetracin de los escritos de Louis Althusser,

    hacia mediados de la dcada de 1960, introdujo otro espacio terico de interlocucin,

    preparado por la exitosa recepcin del estructuralismo en nuestro medio, activada por

    Elseo Vern mediante su presentacin de la Antropologa estructural de Lvi-Strauss y la

    edicin de su propio libro Conducta, estructura y comunicacin en 1967.

    Tal como ocurra en Francia, y segn palabras de Jos Sazbn, tambin en la Argentina el

    estructuralismo en poco tiempo instal un nimo 'cientifizador' y formalizante en la crtica literaria, la teora de la comunicacin y el anlisis de los media, el psicoanlisis, el

    marxismo, la historia de las ideas, los estudios de costumbres, etctera, adems de impulsar

    en el mismo sentido las investigaciones en el propio mbito fundador, la antropologa. En esa lnea, Marta Harnecker produjo en escala latinoamericana el manual marxista de

    mayores alcances pedaggicos y de pblico: Conceptos fundamentales del materialismo

    histrico, de 1969. Al dar cuenta de esa explosin productiva, en esos mismos aos Jos

    Aric certificaba celebratoriamente desde la revista Los Libros la hegemona alcanzada por

    el marxismo dentro del espacio intelectual: El marxismo escribi participa del Saber de nuestra poca y todos somos, de una manera u otra, marxistas.

    Se trataba de una de las caras de aquella realidad, que progresivamente entrara en

    contradiccin (catastrfica) con otros actores, fuerzas e intereses liberados en la sociedad

    argentina de las dcadas del 60 y 70. A este ltimo tramo de nuestro relato se refiere la

    prxima y ltima leccin.

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