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Todas mis variables, por Adriana Reid

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"Escribir para permanecer al cerrar la puerta, para que la palabra no nos consuma. Escribir reconociendo que el espejo no tiene memoria..."

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Todas mis variables

Adriana Reid

La ronda de los solosCOLECCIÓN

Colección La ronda de los solosTodas mis variables

D.R. © 2013, Óscar Tagle, editorAl gravitar rotandoBerilo 2582, Verde Valle. CP 44560. Guadalajara, Jalisco. Mé[email protected]

Primera edición 2013Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución 2.5 México

Dirección editorialÓscar Tagle

Cuidado editorialChristopher Estrada

Diseño, diagramación e imagen de portadaMarcela Gámez

Impreso y hecho en MéxicoPrinted in Mexico

Tira de nuevo

Tira de nuevo

Un mañana que se fue

Arreglar el barco

De mares y sepulcros

Los dos reinos

Todas mis variables

No había más grillos

Las palabras apenas pronunciadas

Dijeron irse

Uno

Invención y renacimiento

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Índice

Con la boca abierta

Rondar las letras

Nos llegaron

Bien tocado

Tómate mi tiempo

Vienes y significas

Si no nos recorre

Abrace en caso

Un tranvía

No es que sea

Claro que no

Amanecer es

No es tanto

Qué triste pensar

Si tus palabras

Cayeron en mi jardín

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Tira de nuevo

Tira de nuevo

Otra vez un par, no, de nuevo, tira de nuevo, par, par otra vez, no sé si es por el sonido de los dados en el va-sito aquel, por la incertidumbre, un resultado aleatorio que no siempre es el azar, o sí, o la probabilidad, o acaso la seguridad de que será otra vez par, y otra y otra más. Quiero, deseo, si lo miro fijamente, si se queda bailando en una arista, el dado, otra vez el dado, par, par, que si debo irme, que si no, que si el par, que si siempre el mismo par, qué me dice, qué camino sigo, el par, y de nuevo el crujir en el vasito, el par, si fuera otro número, si me indicara la ruta pero el par es ida y vuelta, es no mirar atrás pero volver sobre los pasos, el par, par de dos, de dos, y tan certeros, dónde quedaron los hubiera habido, los a veces, los vuelta a empezar, dónde, si siem-pre es este par, el mismo que avanza, que decide, que me dicta que sean dos, somos dos, seamos dos, un par que en el vaso es uno, en la mesa dos, un par que me lleva a ti, volver a ti hasta que tires los dados, otros dados, los tuyos, los cargados, tira tus dados donde siempre, siempre, y maldito seas, maldito cubilete, siempre fui-mos tres.

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Un mañana que se fue

Somos estos ayeres haciéndonos hoy, tantos hoy que se repiten, claudican y se vuelven un ayer que espera a ma-ñana, que se despereza en un bostezo como dentellada de la noche. Madrugadas que se devoran desoyendo el tic tac, la caída de la tarde que cruje descarapelada, hinchada de humedad, de hierba inútil que muere como ceniza al viento, que no llega a mañana, y si llega, es ya un hoy, un arrugado ayer despreciable de tan cerca, tan deseable si distante, es recuerdo de un mañana que se fue, o llegó, como siempre, demasiado tarde.

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Arreglar el barco

Y es que un día amaneces ahí, donde nunca conciliaste el sueño. Abres los ojos en una ciudad que no es la tuya pero está poblada de barcos; abres la ventana y solo barcos, velas, mástiles y hombres de mar. No elegiste despertar ahí donde las anclas, las cuerdas y los nudos, ahí donde las gaviotas y sus nidos te dan hogar. No hay mucho más, se pesca de madrugada, se ofrece por la mañana y el resto del día es entregarse a la cerveza, al chiste fácil, al que escuchaste una y otra vez, a las faldas que pasan. Y a las que no pasan. Alguna tarde arreglar el barco, alguna otra componer una canción. Despertaste ahí porque no podía ser de otro modo, porque entre pescadores hay que despertar para no ser más ola sino naufragio, para no ser canto de sirena sino maldición, no ser nunca más faro sino ancla oxidada, no ser red sino helada corriente. Para no ser ya ceniza sino sal y como sal volver al mar.

De mares y sepulcros

No había llovido así en años. La tormenta los sorprendió en el momento en el que las rejas del cementerio se abrían a su paso. Se cerraron detrás de ellos, pero eso a nadie importó. Los sepultureros los esperaban ya. Todos de negro para ahuyentar a las ánimas que pueblan el lugar. Picos, palas, cuerdas y trapos sobre un montón de tierra recién movida, semejante a una embarcación. Ahí, impávido, lúgubre, un agujero que rápidamente se llenó de agua. Y es que nunca se supo si el abuelo se moría o naufragaba. O inundaba a su familia con histo-rias fantásticas del mar, de ballenas, de cantos y sirenas, de playas, cañones y piratas. Con la cuerda amarrada a sus cuerpos bajaban la caja o se resbalaban con ella. A saber. Llovía como no llovió en toda la vida del abuelo. La caja y sus garigoles apenas se hacían espacio; el peso del difunto, la tierra mojada y los zapatos desvencijados. La voz del abuelo en la memoria colectiva, amenazante:

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si me voy, no me voy solo. Y el estruendo del rayo sobre el mástil sin bandera. Los fieles sepultureros que queda-ron debajo del barco, aplastados por el peso del destino, mucho más de seis metros bajo mar.

Dio un paso al frente con valor. Era un soldado y había sido entrenado para ello, para proteger a los monarcas, descendientes de dioses. Sabios, infalibles. Fue rebasado por otros como él, descendientes de otra casta, iban a caballo y lucían señoriales, invencibles. Sus lanzas de acero parecían poder perforar montañas enteras, si fuera necesario. Su majestad la reina les impulsaba a avanzar, era notable su valor, daba órdenes, organizaba a sus tro-pas. La sangre azul y la herencia monárquica de siglos y siglos la poseían el rey y su descendencia. Era su des-tino, su obligación. Los hombres a caballo avanzaban velozmente derribando a los soldados del reino enemi-go, sitiaron su castillo y sus torres acompañados de sus sacerdotes, los mensajeros de su dios. El rey antes atrin-cherado caminaba firme sobre la campiña para tomar el reino vecino. Un gran temblor, ¿una tormenta? Ambos reinos, ambas sangres y el tablero rodaron por los suelos del enorme salón del castillo.

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Los dos reinos

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Todas mis variables

No había ecuación perfecta. Todas sus incógnitas, a pesar de haber sido despejadas, dibujaban en sus ojos una X perfecta que la hacía lucir gaseosa. El peligro en el área bajo sus curvas no permitía la integración, tampoco concentrarse. Me precipitaba a un infierno sin tregua donde no podría derivar más que quebrándome o multiplicándome por cero. No había más solución que cambiar de estado, hacerme sólido en sus líquidos, concentrar todas mis variables tendiendo a infinito. La presión era tal que las probabilidades solo me permitían explorar cada forma geométrica en su cuerpo. Imposible sumarse. No hay amor posible entre un químico y una matemática.

El silencio era perfecto, solo se escuchaba el dulce cru-jir de la madera y ese aroma a canela que despide un leño mojado. Sabía que tarde o temprano el agua lo hincharía, se apoderaría de él. Ahora flotaba y reía con las algas y pececillos que recorrían sus piernas, sus bra-zos, hasta su aguda nariz. No había cetáceo que lo res-guardara esta vez. No había más grillos. Adiós Pinocho.

No había más grillos

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La maldita hoja en blanco parecía devorar las palabras. Así devoraba mis manos esa vieja máquina de escribir. Rompía mis uñas y levantaba la piel de la punta de mis dedos. Si tan solo la sangre, como tinta, dibujara letras en el papel, diría de mi angustia, de mi soledad; si la mancha se dibujara, serían las voraces fauces de un monstruo que me intimida, cuya pureza me agrede, cuyo silencio me adormece en un sueño mutuo, ese en el que la hoja sueña ser recorrida por estos dedos que se hacen agua, que se hacen sangre, que esperan volverse tinta en las historias recién nacidas, las palabras apenas pronunciadas y el grito acallado del poema que espera ser contado.

Las palabras apenas pronunciadas

Dijeron irse

Quién cuenta las palabras, cuántas son, cuáles, todas las que quedan sin decir. Cuáles, las que nos pronun-cian, quién recuerda ahora lo que leía a mi abuelo en su lecho de muerte, sabe Sabines que Me encanta Dios lo acompañó a morir; sabe alguien qué recuerdo yo, lo que musitaba cuando agónico, saben las palabras con-tarse, reencontrarse en una boca. Cuando dijeron amor, dijeron irse y volvieron, saben el poema de la infancia, el amoroso, saben las palabras del contestatario, del dis-curso del líder, quién cuenta las palabras que nos cuen-tan.

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Uno

Busco en mi presente en mi pasado en mi futuro un recuerdo deseo olvido anhelo que me hable grite susurre señale encamine a llegar salir partir abandonar encon-trar inventar una forma de viajar de perder de volver de caer de huir de esto eso aquello y lo de más allá que nos une nos ata nos da vida nos libera nos impulsa a volar a resbalar a navegar a tirarnos al abismo al cielo a la vía al trapecio a la hoguera que nos impulsa limita empuja resiste mejora la vida la muerte la agonía la risa el gozo el llanto de sabernos sentirnos creernos continente con-tenido cauce ribera desembocadura de agua de lluvia de lágrima de fuerza de ganas de ausencia que quema que endulza que agrieta que saluda que se va cada vez que te invento te siento te miro pasar fumar reír volver so-bre tus pasos tus sueños tu vida perdida vacía dispersa remota con ella en ella sin ella por ella el día la noche el siempre el nunca el antes el ahora donde estamos donde

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somos donde fuimos perecimos nacimos cambiamos encontramos que somos si soy si eres si estamos si deja-mos de ser dos ajenos lejanos distantes aparte para ser nosotros uno.

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Invención y renacimiento

Que todas las palabras mueran de pie. Que se acerquen al pie de página dignas, de ojos bien abiertos. Que no se enteren, que bajen sabiéndose en una escalera que solo sube. Que pasen de largo al verdugo aunque él, de espaldas y avergonzado, les cubra los ojos, las encapuche cuando el dedo inquieto juegue con una esquina de la hoja, queriéndose ir.

Que las letras, todas, las mismas, sepan de reacomodos, de invención y renacimiento, que no mueran al borde de la página, bajo el dedo ensalivado de tal o cual, su ejecutor, el que corta espacios y silencios, el que nos ca-lla para siempre. El censor asesino que salvó las palabras holocausto y exterminio, el que se llevó bajo la manga la dictadura y el genocidio. Que se salven las palabras flor, ave, tigre de bengala, té de azahares. O que mueran de pie, mirándonos dormir, desaparecer.

Con la boca abierta

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Rondar las letras, disfrutar sus curvas y huir de su sentido. Hasta que nos signifiquen.

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Nos llegaron tarde y de golpe todos los destiempos.

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Bien tocado, el tiempo solo es música que escuchamos una y otra vez.

Tómate mi tiempo. En los labios.

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Vienes y significas todas las palabras con la boca abierta.

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Si no nos recorre, entonces es tiempo, no camino.

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Abrace en caso de incendio en la piel.

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Un tranvía llamado Teseo a las puertas del laberinto.

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No es que sea profundo. Es solo que está vacío.

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Claro que no me escondo. Socializo en soledad.

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Amanecer es pasar de la invisibilidad a la transparencia repasando solo los bordes.

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No es tanto que se me partan los labios sino que se me rompen los besos.

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Qué triste pensar que el mar no vuelve porque quiere, sino porque no tiene a dónde ir.

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Si tus palabras no besan, no las pongas en mi boca.

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Cayeron en mi jardín sus hojas de árbol maduro, de libro de cabecera.

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Todas mis variables se terminó de imprimir en los talleres de Editorial Pandora en julio de 2013

en Guadalajara, Jalisco, México.Esta edición consta de 100 ejemplares.

Para su formación se utilizó la fuente Garamond, puntos 8 y 10.