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Tomas Kulka comienza su texto, “El Kitsch”, haciendo referencia a la posible etimología de la palabra ‘Kitsch’―mientras que unos creen que procede del término inglés ‘sketch’ (boceto), otros lo relacionan con la expresión alemana ‘etwas verkitschen’ (vender barato). Empero, se asegura que la palabra ‘Kitsch’, desde su surgimiento en la segunda mitad del siglo XIX, se ha utilizado para referir a arte sin valor, indecente o de mala calidad ―aun cuando no todo arte malo se considera Kitsch. El Kitsch, de acuerdo con Kulka, no es meramente fracaso artístico. Lo que distingue al Kitsch del resto del artel arte de mala calidad, es su eficacia para gustar a mucha gente y competir comercialmente con el arte de calidad. El atractivo del Kitsch ―dice Kulka― parece ser de naturaleza estética; pues se obtiene de él un placer semejante al otorgado por la obra de arte. Pero de ser así, de poseer el Kitsch un atractivo estético, por el cual también se aprecia la obra de arte, ¿por qué se considera que carece de valor? Según Kulka, son dos cuestiones las que orientan el análisis del Kitsch: la primera es su indudable atractivo popular, que conlleva a la pregunta de en qué consiste dicho atractivo; la segunda es que es considerado malo, y lleva a la pregunta de en qué consiste tal mala calidad. En otras palabras, se intenta explicar por qué atrae a tanta gente y por qué, a pesar de ello, no merece ser calificado como arte de calidad. Kulka señala que determinados elementos se ajustan mejor al Kitsch que otros, tales elementos (un gatito peludo, un niño llorando, cachorros, etc.) tienen una carga emocional que suscita de forma inmediata reacciones conocidas. Las cosas que muestra el auténtico Kitsch son comprendidas fácilmente. Además, confirma creencias y sentimientos básicos compartidos universalmente. En pocas palabras, el Kitsch representa un objeto o tema tenido por comúnmente bello y que suscita emociones comunes.

Tomás Kulka - El Kitsch (resumen de artículo)

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Tomas Kulka comienza su texto, “El Kitsch”, haciendo referencia a la posible etimología de la palabra ‘Kitsch’―mientras que unos creen que procede del término inglés ‘sketch’ (boceto), otros lo relacionan con la expresión alemana ‘etwas verkitschen’ (vender barato). Empero, se asegura que la palabra ‘Kitsch’, desde su surgimiento en la segunda mitad del siglo XIX, se ha utilizado para referir a arte sin valor, indecente o de mala calidad ―aun cuando no todo arte malo se considera Kitsch.

El Kitsch, de acuerdo con Kulka, no es meramente fracaso artístico. Lo que distingue al Kitsch del resto del artel arte de mala calidad, es su eficacia para gustar a mucha gente y competir comercialmente con el arte de calidad. El atractivo del Kitsch ―dice Kulka― parece ser de naturaleza estética; pues se obtiene de él un placer semejante al otorgado por la obra de arte. Pero de ser así, de poseer el Kitsch un atractivo estético, por el cual también se aprecia la obra de arte, ¿por qué se considera que carece de valor?

Según Kulka, son dos cuestiones las que orientan el análisis del Kitsch: la primera es su indudable atractivo popular, que conlleva a la pregunta de en qué consiste dicho atractivo; la segunda es que es considerado malo, y lleva a la pregunta de en qué consiste tal mala calidad. En otras palabras, se intenta explicar por qué atrae a tanta gente y por qué, a pesar de ello, no merece ser calificado como arte de calidad.

Kulka señala que determinados elementos se ajustan mejor al Kitsch que otros, tales elementos (un gatito peludo, un niño llorando, cachorros, etc.) tienen una carga emocional que suscita de forma inmediata reacciones conocidas. Las cosas que muestra el auténtico Kitsch son comprendidas fácilmente. Además, confirma creencias y sentimientos básicos compartidos universalmente. En pocas palabras, el Kitsch representa un objeto o tema tenido por comúnmente bello y que suscita emociones comunes.

El siguiente punto que Kulka estudia es cómo consigue el Kitsch evocar tales emociones. Para que esto ocurra, el espectador debe poder reconocer lo representado, identificarlo, conocerlo de antemano. El kitsch consigue provocar la identificación inmediata ajustándose a las convenciones gráficas más reiteradas. Sin embargo, esta necesidad de identificación inmediata imposibilita la innovación artítica. El kitsch no se arroja con estilos aún no asimilados, lo cual habla de su carácter estilísticamente reaccionario.

Kulka prosigue planteando la siguiente pregunta: ¿Qué hace diferente a la obra Kitsch de las obras buenas que también representan objetos considerados bellos o emotivos, y que se ajustan a los esquemas gráficos aceptados? Pues bien, la obra de arte aísla una experiencia, evoca algo que hemos sentido o advertido antes, pero el objeto de su representación es transformado por el artista, de modo que las asociaciones habituales con las que nuestra memoria vincula el objeto son evocadas de manera amplificada o modificada; se trata de una nueva respuesta

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emocional. La obra Kitsch, por otro lado, produce siempre el mismo efecto, no enriquece nuestras asociaciones mentales ligadas al objeto, funciona únicamente como un estímulo.

Kulka identifica, pues, tres condiciones de la obra Kitsch: 1) representa un objeto que se tiene comúnmente por bello o emotivo; 2) el objeto representado es reconocible rápida y fácilmente; 3) no enriquece sustancialmente nuestras asociaciones mentales ligadas al objeto representado. La primera y segunda condición responden al porqué del atractivo del Kitsch, la tercera explica por qué es malo. El Kitsch tiene un carácter parasitario y es transparente; su atractivo se debe directamente al atractivo de su objeto representado, no a los méritos artísticos de su representación. De acuerdo con Kulka, el consumidor de arte Kitsch creerá que gusta de la representación artística del objeto, pero lo que verdaderamente le gusta es el objeto representado, a cuyas asociaciones está, por demás, predispuesto. El Kitsch no hace nuevos mundos, porque no funciona.