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MASTER UNIVERSITARIO EN CIENCIAS PARA LA FAMILIA NIVEL AVANZADOS_____________________________________________________ Tomás Melendo Gabriel Martí

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Tomás Melendo

Gabriel Martí

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_____Gabriel Martí Andrés_______________________2______________________Tomás Melendo Granados______

¡Para mantenerte todavía en forma!

¡Alerta!

No te molestes si insisto en que existen muchas maneras de estudiar un es-crito, como también de observar la realidad. A menudo no advertimos la

existencia de algo o dejamos sin percibir ciertos atributos de una personapor el sencillo hecho de que no estamos atentos.

Con los libros sucede algo parecido. Es preciso poner la mente en marcha ysin desmayo para aprovechar lo que contienen. De lo contrario, muy proba-

blemente ni siquiera advirtamos cuestiones claramente expuestas, pero que,por nuestra falta de interés, para nosotros no significan nada.

Por eso, también antes de comenzar el presente apartado, me gustaría quete detuvieras a pensar

sobre el contenido de estas preguntas.

Si es que los hay, explica los motivos que pueden llevarte a no procurar unbien real a las personas que quieres. Matiza la respuesta y explica cuanto creasconveniente.

¿Piensas que existe algún modo de compendiar o resumir los bienes quehemos de otorgar a las personas amadas? Inténtalo.

A tu parecer, ¿dónde está el inicio del verdadero amor? ¿Qué sería lo primeroy más radical que experimenta alguien cuando se enamora o a medida que se sigueenamorando más y más? ¿Cómo expresarías lo que siente o lo que desea que lesuceda a aquel a quien más ama?

Según afirma Cicerón, el «amor noes otra cosa sino querer al que se ama sininterés y sin buscar ningún provecho». Setrata de una afirmación bastante corriente yque seguro que no te causa asombro. Perocuando añade que los beneficios de laamistad se producen justamente en la me-dida y proporción en que menos se andatras ellos, ¿no te suena a una simple fraseretórica, a una especie de adorno sin fun-damento real?

Sin embargo, cuando estudiemos la fe-licidad, nos toparemos una y otra vez consugerencias en la misma línea. ¿Qué opi-nas de todo ello?

Antes de alejarme todavía más del tema, te invito a introducirte en él.

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Los bienes del amado…

Sugería antes que el núcleo de este escrito consistiría en esclarecer la siguientepregunta: ¿cuál debe ser el bien deseado y perseguido para aquel a quien amo?,¿cómo se concreta el amor al otro, a los demás?

A la hora de iniciar una respuesta, dos caminos se abren ante nosotros: el delanálisis y el de la síntesis.

Si nos introducimos por el primero, el de la descripción fotográfica y pormenori-zada de los beneficios que hemos de proporcionar a los seres queridos, el senderose tornará infinito; pues, en efecto, para las personas que estimo, y en la medida enque estén a mi alcance, debo perseguir todos los bienes que les aprovechen.

Aunque con una condición, ya mencionada: que se trate de ayudas reales, obje-tivas, capaces de perfeccionar de veras la grandeza personal de aquellos a quienesse las procuro.

Pero, entonces, nuestra tarea deviene inacabable: el número de esos bienes notiene límite.

Pues, ¿por qué razón habría yo de abstenerme de suministrar una ventaja a mimujer, a mis hijos, a mis amigos más íntimos, a mis vecinos, incluso a mis simplesconocidos… siempre que ese apoyo esté en mi mano y contribuya de alguna mane-ra a su mejora o perfeccionamiento? ¿No hemos visto en otras ocasiones que hacerel bien (aprobarlo y promoverlo) es una de las exigencias que la realidad misma —en particular, las personas— imponen al ser humano?

De suerte que embocar esta vereda nos introduce en un callejón, no sin salida,sino sin término. En lo que los clásicos llamaban una aporía.

Para las personas que estimo, y en la medida en que estén a mialcance, debo perseguir todos los bienes que les aprovechen

… se reducen a dos

Probemos, pues, la otra vía, la de la síntesis. Y, entonces, la cuestión se simpli-fica.

Podremos afirmar que todos los bienes del ser querido se reducen, en fin decuentas, a dos:

1º Que esa persona sea, que exista.

2º Y que sea buena, que vaya alcanzando su plenitud como persona, su per-fección y, con ella, lo que hoy llamamos felicidad o dicha.

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Si lo pensamos despacio, todo lo que de auténticamente provechoso podríamosanhelar para alguien se engloba en estos dos propósitos capitales: que sea y quesea bueno… y cuanto contribuya a alcanzar esos objetivos, en la misma medida enque lo haga.

Todos los bienes del ser querido se reducen a dos: que sea y quesea bueno

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1. Que exista

¡No te rindas todavía, no te rindas, por favor…!

¡Ojo avizor!

¡Cuántas maneras hay de leer o estudiar un escrito y de observar la propiarealidad! Muy a menudo, no advertimos la existencia de algo o dejamos sinpercibir ciertas propiedades o caracteres de una persona, animal o cosa…,

sencillamente, porque no los buscamos en serio.

Con los libros sucede algo parecido. Es preciso despertar en nosotros unasana curiosidad para encontrar lo que son capaces de enseñarnos. Si estono sucede, resulta bastante fácil que nos quedemos sin ni siquiera advertir

cuestiones evidentes y bien desarrolladas.

Por eso, antes de comenzar el presente apartado, me gustaría que intenta-ras responder a estas preguntas o, al menos, que reflexionaras sobre ellas.

Te aseguro que me lo agradecerás, si de veras deseas saber.

Es probable que este modo de enfocar el amor te parezca excesivamente in-telectual y frío. Lo de buscar el bien puede pasar. Pero ¿dónde queda la pasión, elentusiasmo, el estremecimiento propio de los enamorados? ¿Hay lugar en este plan-teamiento para semejantes fenómenos, que realmente no pueden negarse? Intentatú mismo buscarles un hueco en las coordenadas que te he marcado.

Para ponértelo más difícil y ayudarte a reflexionar. ¿En qué proporción y dequé modo puede amarse a una persona infradotada o autoenvilecida: buscando subien, a pesar de los pesares, o con el enardecimiento propio de los enamorados ro-mánticos? ¿No podría ser de ambas maneras?

De nuevo con lo mismo. Eso de querer que el amado sea bueno, como mani-festación fundamental de que lo quiero, ¿no resulta demasiado ñoño y un poco ale-jado de lo que hoy pedimos al amor? Te confieso, por si te consuela, que la menorde mis hijas comentó un día, mientras comíamos, que ella no quería parecerse a sushermanas, «porque ser buena es demasiado aburrido». Piensa qué es lo que túpiensas.

En resumen: ¿se puede amar apasionadamente buscando tan solo que laotra persona sea mejor cada día?

Si tu respuesta es que no, pues yo te digo que sí.

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a) Decir que sí

Como ya he apuntado, amar a una persona es, en esencia, confirmarla, decirleque sí, no tanto con palabras, aunque en ocasiones también, sino con la vida entera:con nuestras cualidades… y con nuestros defectos, cuando los reconocemos y nosenfrentamos a ellos de la manera adecuada.

Amar es apuntalar con todo nuestro ser —entendimiento, voluntad, afectividad,actitudes, habilidades, posesiones, capacidad de entrega y servicio, ilusiones…— elser de la persona a la que queremos.

Derramar, volcar cuanto somos, sentimos, podemos, anhelamos, tenemos e in-cluso deseamos remotamente conseguir, en apoyo de quien amamos, con el fin deque este se despliegue y desarrolle hasta su culmen perfectivo.

La cuestión viene de antiguo, almenos desde la época de Aristóteles.Pero, en nuestros tiempos, quizás seaJosef Pieper el que con más determi-nación ha puesto de relieve lo siguien-te: cuando nos enamoramos —o se-guimos más y más enamorados, quetal es el destino del matrimonio, pues sino, no tendría sentido contraerlo— loprimero que surge en uno son senti-mientos y convicciones de este estilo:¡es fabuloso que existas!, ¡yo quiero,con todas las veras de mi alma, que tú

existas!, ¡qué maravilla, qué gozada, qué acierto, el que hayas sido creado o creada!

Así enfocada la cosa, amar vendría a consistir, en última instancia, se sepa ono, en «aplaudir a Dios». Decirle: «con este, o con esta, sí que te has lucido»; «aho-ra sí que has demostrado lo que vales»; «¡bien, enhorabuena, chapeaux!»

Lo que, con expresión más culta, eternizó Bécquer con su

… hoy la he visto, la he visto y me ha mirado, ¡hoy creo en Dios!

Y por eso el amor, si es de ley —y no esas tristes falsificaciones centradas en elyo, tan habituales—, acerca siempre a Dios, también cuando uno no tiene concien-cia de ello y ni siquiera de la existencia del Amor infinito: Dios siempre alienta, y esoes en definitiva lo importante, aun cuando tú, lector, o yo lo desconozcamos.

Platón lo había entrevisto, con su grandeza y con sus límites. Para él, tanto la fi-losofía como el amor —eros—, tienen la función de elevarnos hasta el Bien sumo,aunque de formas distintas: a través del entendimiento, la primera; con la vida vivida,el amor.

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Giovanni Reale lo expresa con estas palabras:

Así, el Eros es una fuerza que eleva hacia el Bien, y la erótica a su vez se manifiestacomo una vía alógica que lleva hasta lo Absoluto.

Amar a una persona es, en esencia, decirle que sí, no tanto conpalabras, sino con la vida entera

1. Eficazmente

Por otra parte, la confirmación en el ser generada por el amor no se configuracomo una veleidad, una suerte de deseo inconsistente: muy al contrario, de manerasimilar a lo que sucede en el acto creador, el amor entre seres humanos tiene comoprincipal e inevitable efecto hacer realmente real (para el que ama) a la persona que-rida; conseguir que, para mí, exista de veras.

Aunque esta afirmación resulte de entrada un tanto abstrusa, es fácil de ilustrarmediante un ejemplo.

Bastantes de nosotros, cuando damosun paseo o hacemos un viaje, cuando nostrasladamos de un lugar a otro o acudimos aun espectáculo o a una reunión, nos cruza-mos con cientos e incluso miles de personasde las que no podremos decir nada en abso-luto, a las que ni siquiera seríamos capacesde reconocer más tarde, y que en nada haninfluido ni influirán en nuestro comportamien-to. Cabría afirmar, entonces, que ninguna deellas existe para nosotros: «nos daría exac-tamente igual» si no hubieran nacido o, envez de ellas, hubiera otras distintas.

Por el contrario, cuando entro en casa oen mi lugar de trabajo, cuando me reúno conel grupo de amigos o conocidos, a los que sí aprecio, todos existen para mí,despiertan sentimientos y reflexiones, me instan a ocuparme de ellos, modifi-can mi conducta, que es la manifestación más clara de la presencia real yconsecuente del otro ante mí. En otras palabras, me llevan a estar en los de-talles materiales y espirituales que hagan más fecunda y gozosa sus vidas…porque sí que los advierto como reales.

La idea ha sido egregiamente expresada por Juan Ramón Jiménez, con unosacentos que no solo componen un insigne canto a la dignidad de cualquier existen-cia humana, sino toda una grandiosa exaltación de la maternidad:

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Siempre que volvíamos por la calle de San José—se lee en Platero y yo— estaba el niño tonto a lapuerta de su casa, sentado en su sillita, mirando elpasar de los otros. Era uno de esos pobres niños aquienes no llega nunca el don de la palabra ni elregalo de la gracia; niño alegre él y triste de ver; todopara su madre, nada para los demás.

Estas últimas palabras subrayan la colosalrealidad de que para una madre, como paracualquiera que ama de veras, el hijo, el hermanoo el amigo constituye en efecto su todo, lo queavalora y hace ser al resto del universo. Y queese todo no es exclusivo de uno solo de los hijos,o del marido, sino que cada uno de los seres aquienes íntimamente se estima, en fuerza delafecto y sin que en ello haya contradicción, com-pone el todo para la esposa y madre enamorada.

(Una vez más se comprueba que, en los dominios propiamente humanos, las le-yes cuantitativas fallan: la persona es, por decirlo de algún modo, el reino de la cua-lidad-cualidad.)

El amor entre seres humanos tiene como principal e inevitable efectohacer realmente real (para el que ama) a la persona querida

2. Lo más opuesto al amor

Confirmar en el ser, por tanto, hacer del sujeto querido alguien realmente real.

Cosa que se advertirá aún mejor si enfocamos el asunto, por contraste, desde elextremo opuesto.

Lo contrario del amor, al que se encuentra aparejada la vida, son: a) por un lado,la indiferencia, que actúa como si el otro no existiera: lo «ningunea», en la eficazexpresión mexicana; b) y, por otro, en su sentido más sobrio y certero, y menosemotivo y visceral, el odio, al que va unida la muerte.

Por tanto, la indiferencia es en cierto modo más radical, puesto que supone la no-existencia del otro y obra en conformidad con ello. Mientras que el odio —de entra-da menos hiriente, pues no ignora a la otra persona, sino muy al contrario— resultamás activo: busca aniquilar al sujeto odiado y, si puede y es auténtico y radical, llevaa cabo esa supresión.

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(Piénsese, por ejemplo, en las guerras fratricidas, en los diversos tipos de terro-rismo, en los ajustes de cuentas de ciertos grupos étnicos o familias, en los distintosgenocidios…).

3. Eliminar a quien se odia

Pues bien, cuando alguien no solo no ama, sino que odia, y odia de veras, loque pretende en última instancia, y con más o menos conciencia, es eliminar el serde lo no-querido, al menos de dos maneras:

Suprimirlo en cuanto otro, valorándolosolo en la medida en que sirve a mis pro-pios gustos, pasiones o intereses: configu-rándolo, en certera expresión de Delibes,como un apéndice de nuestro egoísmo,como una prótesis del propio yo.

O anularlo de forma radical, arroján-dolo fuera del conjunto de los existentes oimpidiendo que llegue a entrar en el festínde la vida (eutanasia, aborto, contracepti-vos, terrorismo, fobias racistas o de otrotipo, violencia en general…).

Y cuando es toda una civilización la que, por una excesiva y a veces neuróticaatención de cada uno de sus miembros a sí mismo y a lo suyo (ahí está la preocu-pante expresión, tan extendida: «ese no es mi problema»), se encuentra de algúnmodo dominada por el desamor, no debe extrañarnos que dé a luz a una auténticacultura del desinterés, del egoísmo, y, si me apuran, como se nos recuerda con fre-cuencia, incluso de la muerte.

Cuando alguien odia, y odia de veras, pretende en última instanciaeliminar el ser de lo no-querido

b) Decir un sí absoluto

Pero volvamos a las dimensiones afirmativas. El amor intachable, acreditado, nosolo confirma o corrobora en el ser a quien ama, sino que lo hace con tal franquezay radicalidad, que aquel que nos enamora nos resulta imprescindible —sin que seestablezca por ello una malsana dependencia psíquica— para todo: desde lo másmenudo y en apariencia intrascendente hasta el conjunto del universo (y también ensemejante sentido se configura como nuestro todo).

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Esta vez ha sido Ortega quien lo ha expuesto con maestría, en el párrafo quesigue de sus Estudios sobre el amor:

Amar a una persona [él dice: una “cosa”, pero no me parece correcto] es estar empe-ñado en que exista; no admitir, en lo que depende de uno, la posibilidad de un universodonde aquella persona [“aquella cosa”] esté ausente.

A raíz de lo cual, cabría formularse un interrogante práctico, de enorme caladoexistencial. Sobre todo a los esposos (y a su manera a los novios), podría pregun-társeles: ¿eres capaz de concebir la vida sin tu cónyuge?; ¿te ves a ti mismo «fun-cionando» con relativa normalidad si él o ella faltan?

Puntualizo:

No se trata de que si, pordesgracia, tiene lugar el tránsitodel marido o la mujer, uno no serehaga, con la ayuda de Dios y delas restantes personas que lo quie-ren y arropan.

Sino si ahora mismo, en estepreciso instante, te sientes capazde seguir viviendo eliminado de tuentorno aquel a quien dices amarcon locura, si te imaginas sin él.

Porque si la respuesta fuereafirmativa, cabría intuir que eseamor no ha madurado todo lo quesería de desear.

(A este respecto, me contaba emo-cionado un amigo de más que medianaedad: «después de muchos años de con-vivencia y de trabajo esforzado para sa-car adelante sin suficientes recursos auna familia numerosa, mi madre se pusoenferma de cierta gravedad; tuvimos quetrasladarla, desde donde vivíamos, a unaciudad lejana pero importante, donde fue intervenida; durante la operación, sentadoen una banqueta en medio del pasillo, vi por primera y última vez en mi vida a mipadre —un metro noventa y más de cien quilos de peso— llorando, desconsolado, alágrima viva; intenté mitigar su dolor, y solo logré escuchar una y otra vez de suslabios temblorosos y estremecidos: “pero yo, ¿qué voy a hacer sin tu madre?, ¿quéva a ser de mí si se me muere?”».

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No es un hecho infrecuente, todo lo contrario. Pero la emoción de mi amigo,bastantes lustros después de que ocurriera el suceso, me transmitía con fuerza in-comparablemente más viva de lo que yo alcanzo a exponer la realidad que con laanécdota intento iluminar).

Amar a una persona es estar empeñado en que exista; no admitir, enlo que depende de uno, la posibilidad de un universo donde aquella

persona esté ausente

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2. Comprobación positiva

¡Pongámonos de nuevo en forma!

¡Alerta!

Existen muchas maneras de leer o estudiar un escrito y de observar la reali-dad. Con relativa frecuencia, dejamos sin percibir ciertas propiedades o ca-

racteres de una persona, animal o cosa por simple falta de interés o deatención.

También con los libros. Si no activamos activamente nuestra inteligencia,nos quedaremos sin percibir lo mejor que pudieran contener.

Por eso, no estaría de más que intentaras responder a estas preguntas.

Si estás conforme lo que vengo diciendo, será porque de un modo u otro lohas experimentado en tu vida o en la de quienes te rodean. ¿Podrías mencionar al-guna de esas experiencias? ¿Has sentido alguna vez que el mundo entero se trans-formaba, para bien o para mal, por la presencia o la falta de alguien muy querido?¿No te parece una reacción desmedida?

En cualquier caso, y siempre según lo que a ti te ha ocurrido, ¿considerasque el amor se manifiesta mejor en los momentos de júbilo o en los de tristeza, enlos de exaltación o en los de melancolía y desencanto? Extiéndete un poco y da lasrazones de tu respuesta.

En tu opinión, ¿son más fuertes y hondas las alegrías que provoca el amor olas penas y sinsabores que origina su ausencia, total o parcial, una vez que lo hasprobado? Si te dieran a elegir entre un gran amor, con sus luces y sus sombras, yuna existencia no baqueteada por ningún cariño, ¿cuál elegirías? Suponiendo quehas optado por el amor —que es, sin duda, lo que yo haría—, intenta responderte yresponderme: ¿por qué?

Y ahora me toca a mí, no te preocupes.

Cuanto vengo exponiendo presenta dos claras ratificaciones: una afirmativa yotra, lógicamente, negativa.

Vayamos con la primera, con la comprobación gozosa.

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a) «Quando m’innamoro…»

Se da, de una forma paladina, en el enamoramiento: cuando uno se enamora —o, cuando después de veinticinco, treinta o más años de unión matrimonial sigueincrementando su amor apasionado—, no solo es que el ser querido resulte maravi-lloso, excepcional, sino que el conjunto de cuanto le rodea y existe resplandece conuna luz nueva, con un esplendor, con unas irisaciones… absolutamente desconoci-dos fuera de la condición de enamorado.

Y aquí podrían recordarse un sin-número de poemas y canciones quemanifiestan intuitivamente el brillo par-ticular de la entera naturaleza comoconsecuencia de la transformación quequien enloquece de amor experimentaal hilo de ese cariño.

Paradigmática resulta, a los efec-tos, la conocida canción latinoamerica-na:

♫ ♪ Hoy todo me parece más bonito, hoy canta con más fuerza el ruiseñor…Estoy contento, yo no sé qué es lo quesiento, voy cantando como el río y comoel viento… ♪ ♫

Y, en ámbitos más cultos y con términos rimbombantes, la siguiente afirmaciónde Lucrecio:

Sin ti nada nace a la clara luz del día, ni hay cosa alguna jocunda ni amable.

O, con otra traducción, más serena:

… y sin ti nada emerge a las divinas riberas de la luz, y no hay sin ti en el mundoamor ni alegría.

O, por fin, con las certeras palabras de un sociólogo italiano:

El enamorado desea amor incluso si sufre, incluso si se atormenta. La vida sin amorle parece estéril, muerta e insoportable. La persona a la que amamos no es solamentemás hermosa y deseable que las otras. Es la puerta, la única puerta para penetrar en es-te nuevo mundo, para acceder a esta vida más intensa. Es a través de ella, en presenciade ella, gracias a ella, como encontramos el punto de contacto con la fuente última de lascosas, con la naturaleza, con el cosmos y con lo absoluto. Entonces nuestro lenguajehabitual se vuelve inadecuado para expresar esta realidad interior. Espontáneamentedescubrimos el lenguaje del presagio, de la poesía y del mito.

Pues, como señala Gautier:

Supone ya una gran felicidad poder amar, aun no siendo correspondido.

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_____Gabriel Martí Andrés_______________________14______________________Tomás Melendo Granados______

El amado es la puerta, la única puerta que nos da acceso a unmundo enriquecido

1. ¿Razones?

Intentaré apuntar los motivos de este hecho.

Hace ya algún tiempo, en untrabajo especializado cuyo temaera la belleza, llegué a la conclu-sión de que esta podía definirsecomo «el ser llevado a plenitud yhecho presencia»: brillantementemanifiesto.

Y hacía ver, de acuerdo con latesis más clásica de la historiade Occidente, que semejanteplenitud requiere la integridad;que una obra (artísticamente)inacabada difícilmente es bella; yque, por el contrario, lo que co-

nocemos como toque maestro, ese detalle final propio del genio, es capaz de trans-formar un trabajo incluso mediocre, por (estéticamente) inconcluso, en un prodigiode hermosura.

Pues bien, aquel a quien amo vendría a ser como el toque genial del propiocosmos: el que completa al mundo, me lo acerca, y hace que todo él reverbere conun vigor y una intensidad, con unos resplandores y centelleos que unos momentosantes de enamorarnos resultaban imposibles de atisbar.

La persona amada es como el toque genial del propio cosmos, quecompleta al mundo, me lo acerca, y hace que reverbere con un vigor

y una intensidad que unos momentos antes de enamorarme nopodía ni suponer

2. Transfiguración

Cuando el amor hace presa en nosotros, todo se transfigura y transmuta, incre-menta su categoría, manifiesta su radiante brillantez.

En relación con la vida matrimonial, lo ha expresado certeramente Rafael Mora-les:

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_____Gabriel Martí Andrés_______________________15______________________Tomás Melendo Granados______

Yo estaba junto a ti. Calladamente /se abrasaba el paisaje en el ocaso / yera de fuego el corazón del mundo / enel silencio cálido del campo. // Un no séqué secreto, sordo, ciego, / me colmabade amor; yo ensimismado, / estaba fijoen ti, no comprendiendo / el profundomisterio de tus labios. // Puse mi boca ensu insistencia pura / con un temblor caside luz, de pájaro, / y vi el paisaje conver-tirse en ala / y arder mi frente contra elcielo alto. // ¡Ay, locura de amor!, ya todoestaba / en vuelo y en caricia transfor-mado… / Todo era bello, venturoso,abierto… / y el aire ya tornóse casi hu-mano.

También resultan reveladoras estas palabras de Alberoni, en un libro un tantodesigual, como casi todos los suyos, pero con pasajes realmente logrados. Cuandoel amor se aposenta en nosotros, viene a decir,

… toda nuestra vida física y sensorial se dilata, se hace más intensa; sentimos oloresque no sentíamos, percibimos colores, luces que no veíamos habitualmente, y tambiénse amplía nuestra vida intelectual porque descubrimos relaciones que antes creíamosopacas. Un gesto, una mirada, un movimiento de la persona amada nos habla hasta lomás íntimo, nos habla de ella, de su pasado, de cuando era un niño o una niña; com-prendemos sus sentimientos, comprendemos los nuestros. En los otros y en nosotrosmismos intuimos de pronto lo sincero y lo que no lo es y solo porque nos hemos vueltosinceros.

(He aquí, certeramente expresada, la relación entre amor y conocimiento, quemás tarde desarrollaré.)

Experimentamos entonces —prosigue Alberoni— deseos

… de estar en el cuerpo del otro, un vivirse y un ser vivido por él en una fusión corpó-rea, que se prolonga como ternura por las debilidades del amado, sus ingenuidades, susdefectos, sus imperfecciones. Entonces logramos amar hasta una herida de él transfigu-rada por la dulzura.

Y, en otro lugar, anticipando ideas que veremos de inmediato:

El enamoramiento nos hace amar al otro por lo que es, hace amables incluso sus de-fectos, incluso sus carencias, incluso sus enfermedades. Cuando nos enamoramos escomo si abriéramos los ojos. Vemos un mundo maravilloso y la persona amada nos pa-rece un prodigio del ser. Cada ser es, en sí mismo, perfecto, distinto de los otros, único einconfundible. Así agradecemos a nuestro amado que exista, porque su existencia nosenriquece no solo a nosotros mismos, sino también al mundo. Escribe Propercio: “Tumihi sola domus, tu, Cynthia, sola parentes, omnia tu nostrae tempora laetitiae”. No dicesolo “me gustas, te deseo”, sino “Tú sola eres mi casa, Cintia, solo tú mis padres; tú, to-dos los momentos de mi dicha”.

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b) Los defectos del cónyuge

Aunque más adelante vuelva quizá sobre el asunto, no estarán de más un parde reflexiones en torno a los defectos del ser querido. En concreto, de los del cónyu-ge.

Medio en broma, medio en serio, me decía un amigo que con ellos ocurre algobien curioso.

• Durante la época de noviazgo, podemos llegar al convencimiento de que talescarencias no existen en la persona amada; o, más bien, partir de semejante convic-ción y mantenernos firmes e inconmovibles en ella:

Y no porque nuestro novio o novia haga nin-gún tipo de esfuerzo particular para ocultarlas osimplemente las disimule.

Sino porque los ratos que pasamos juntos,precedidos del anhelo por encontrarnos con quienqueremos, son los mejores del día: nos hallamosespecialmente relajados y llenos de júbilo y, movi-dos por auténtico cariño, justo para hacerlo feliz,le mostramos nuestra faz más amable.

• Más adelante, incluso en el mismo viaje de novios o en la noche de boda —me comentaba con gracia—, esos defectos se nos muestran con toda su crudeza,tercos y mostrencos: podrían ser el inesperado ronquido de aquel a quien queremos,su continuo dar vueltas en la cama, la tendencia inadvertida a ocupar en ella el lugarque nos corresponde…

• Y como no los habíamos descubierto en los me-ses previos al matrimonio, como nos desconciertan ytienden a desfigurar la imagen un tanto idílica que noshabíamos forjado, y como a nosotros nos resulta tanfácil evitarlos —porque no son los nuestros, los querealmente nos parecen invencibles—, podemos inclusollegar a concluir, pasando al extremo contrario, quenuestro cónyuge obra de esa manera desafortunadaprecisamente para molestarnos.

(No me lo estoy inventando: lo he oído un buen montón de veces de labios deun marido o de una esposa que piensan que su matrimonio no está funcionando).

Del «no tiene defectos» podríamos pasar al «solo lo hace parafastidiarme»

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1. ¡Más defectos!

Aunque en el fondo constituya una verdad de Perogrullo, a menudo no adverti-mos que los únicos defectos que a cada uno nos suponen esfuerzo y lucha, son losnuestros; y estos se nos presentan como insuperables, y fácilmente los disculpamos:¡cuesta tanto vencerlos!

Por el contrario, los de los demás, si no coinciden con los propios, nos parecensencillísimos de suprimir: de ahí que, en cuanto nos descuidamos, los califiquemoscomo manías, chiquilladas o, según apuntaba, como una manera especialmente hi-riente e inoportuna que utilizan quienes nos rodean para hacernos la vida imposible.

De otro lado, vale la pena advertir que no cabe considerar como defecto de otrapersona simplemente «algo que nos molesta» porque choca contra nuestro propiomodo de ser, sino un déficit que de hecho suponga para ella una merma real o laincapacite para el armónico desarrollo de su humanidad.

Y agregar que, de ordinario, habiendo vivido durante años en el seno de la pro-pia familia, con unos modos de actuar relativamente estables, de manera incons-ciente —puesto que no conocemos otro— concluimos que ese, el de siempre ennuestro hogar, es el modo normal y bueno de hacer las cosas.

Lo que lleva consigo que, en la práctica totalidad de los casos, tras la boda exis-ta un buen número de comportamientos de nuestro cónyuge —y su familia— quenos desconciertan, nos incomodan o incluso nos parecen inadecuados e incorrectos¡y éticamente reprobables!

Si todo esto no lo tenemos en cuenta,minucias como las de dormir con la venta-na abierta o cerrada, leer o no en la cama,disponer la mesa y la comida de un modou otro, tener un horario inamovible o unaelasticidad en función de las necesidades,de la simple disponibilidad o incluso de lamera costumbre, pueden transformarse enmontañas insuperables que acaban pordar al traste con un matrimonio que conta-ba con todas las posibilidades de salir ade-lante y hacer muy felices a sus componen-

tes, en buena medida gracias justo a la amable superación de tales obstáculos.

Lo cual me lleva a hacer todavía un comentario (casi iba a decir que lo siento).Unas páginas atrás afirmaba que amamos con todo lo que somos… ¡y con todoaquello de lo que carecemos! Y me refería, muy particularmente, a este tipo de insu-ficiencias: nuestros defectos.

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La verdad es que pueden transformarse en algo insoportable, en particular paranosotros mismos. Pero también que, con la experiencia que da el paso de los años yun sereno batallar contra ellos, podemos convertirlos en instrumento de amor:

En primer término, porque —después de lo dicho— deberían hacernosmás comprensivos con las manías de los otros.

Además, porque no es muy difícil —conun tanto de buen humor: riéndonos de noso-tros mismos— utilizarlos como medio parahacer más amable la vida a quienes nos ro-dean, trayéndolos a colación, precisamente,cuando alguno de nuestros hijos, o nuestropropio cónyuge, se sienten desanimados porla reiteración de sus propias faltas.

Cuando los dos miembros del matrimonio están dispuestos a luchar de veras —si no, por favor, detenga aquí la lectura—, el propio combate sirve como lenitivo parael batallar del esposo o la esposa, consigo mismo/a… y con cada uno de los hijos.

Cuando los dos miembros del matrimonio están dispuestos a lucharde veras, el propio combate ayuda a cada uno de ellos comprender

el del otro/a consigo mismo/a… y con cada uno de los hijos

2. ¡Y más todavía!

Volviendo a los defectos y al itinerario normal de un matrimonio normal (en elque los dos quieren eficazmente la felicidad del otro), con el tiempo, sobre todocuando se continúa alimentando y crece el auténtico cariño, las aguas vuelven a sucauce o, más bien, se adentran por las vías definitivas.

• Marido y mujer, movidos por un amor más templado y de más quilates, gue-rrean efectivamente por evitar todo aquello que pudiera perturbar la paz y la armoníafamiliar.

No cambian de manera radical excepto en ocasiones muy contadas,porque esto es muy difícil entre los seres humanos.

Pero mejoran: buscan los medios de hacer que aquellos detalles que enbuena medida no pueden soslayar, se tornen para el otro cónyuge menosgravosos (cada vez estoy más convencido de que uno se acerca al momentode la muerte con los mismos defectos que lo han acompañado durante años,pero mejor conocidos y muy «luchados»).

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• Y ese empeño por complacernos, a la vista de su congénita flaqueza, provocaen el otro componente del matrimonio auténtica ternura. Entonces —como afirmabaAlberoni— logramos amar hasta una herida de él transformada por la dulzura.

(Quizá a bastantes de los que me leen este conjunto de afirmaciones se les an-toje ingenuo o utópico. No quiero apelar, para convencerlos de lo contrario, ni a mipropia experiencia ni a la de tantos buenos amigos que lo viven mucho mejor queyo.

Simplemente les pediría que reflexionen sobre el hecho de que semejante acti-tud la adoptamos de manera natural y nada forzada con nuestros hijos pequeños yno tan pequeños. Y recordarles, tras la huella de un sacerdote santo del siglo pasa-do que a nuestro cónyuge —¡especialmente al marido!— hemos de verlo tantas ve-ces como al menor y más necesitado de nuestros hijos.

Cualquier ser humano, por más adulto ymaduro que nos parezca y en efecto lo sea,resulta a la vez tan frágil que solo una miradarepleta de comprensión y cariño aviva su feli-cidad y su crecimiento como persona).

• Y esa nueva visión del ser amado, másrealista y mucho más cordial, sigue transfigu-rando el universo y el conjunto de aconteci-mientos de la vida dentro y fuera del hogar,que se nos tornan cercanos y familiares, tam-bién ellos afectados por déficits y lagunas cu-ya principal misión acaba por ser la de realzar,

por contraste, la bondad y la belleza constitutivas de todo cuanto existe: luces queno pueden sino proyectar también las respectivas sombras, más conforme sigueaumentando su fulgor.

Las personas somos capaces de mejorar en proporción directa alamor que nos dan: es decir, mejoramos mucho cuando nos quieren

mucho y es casi imposible que mejoremos si nadie nos ama de veras

3. La propia actitud

Conviene aquí recordar hasta qué extremos la actitud que adoptamos antenuestro entorno —personas, cosas y situaciones— interviene en la percepción quede todo ello tenemos. Como afirma Kümelin,

La felicidad de la vida está condicionada generalmente menos por los factores exter-nos que por estados fundamentales que predominan sobre el ánimo.

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Más ampliamente, enseña Elisabeth Lukas, la principal discípula y continuadorade V. Frankl:

De la actitud que una persona adopta frente a su destino depende casi todo el dañoque este pueda ocasionarle. La actitud interior tiene una enorme importancia. Con unaactitud positiva se puede sacar provecho hasta de la situación más amenazadora, mien-tras que, con una actitud negativa, hasta una estancia en el Paraíso puede resultar inso-portable. Hay un chiste que retrata sabiamente esta realidad. En un autobús atiborradode pasajeros, una chica le dice a su novio: «¡Es espantoso este gentío!», a lo que suacompañante le contesta: «Pues anoche, en la discoteca, lo llamabas “ambiente”». Laactitud interior ejerce un poder sobre el bienestar y la infelicidad, las esperanzas y lasexpectativas.

Aunque ya lo haya esbozado y más adelante lo estudiaré con detenimiento, ad-vierto de nuevo que en cualquier familia el tono de alegría y buen humor, que lleva aver lo bueno que siempre anida incluso en las circunstancias más adversas, consti-tuye una de las claves fundamentales para que los problemas se relativicen y disuel-van, incluso antes de aparecer, y asegura una pacífica, divertida y muy jugosa con-vivencia.

Ese ver lo bueno puede tener raíces diversas, pero se torna prácticamente infa-lible cuando estas son muy hondas o, pues viene a ser lo mismo, muy altas.

Lo muestra este texto de San Agustín:

… porque es buena la tierra con sus altasmontañas, sus onduladas colinas, sus camposllanos; bueno es el terreno variado y fértil, buenala casa amplia y luminosa, con sus habitacionesdispuestas con armoniosas proporciones; buenoslos cuerpos animales dotados de vida; bueno es elaire templado y saludable; buena la comida sa-brosa y sana; […] bueno es el hombre justo ybuenas las riquezas que nos ayudan a quitarnosproblemas de encima; bueno el cielo con el Sol, laLuna y las estrellas; buenos los ángeles por susanta obediencia; buena la palabra que instruyede modo agradable e impresiona de manera con-veniente al que la escucha; bueno el poema ar-monioso por su ritmo y majestuoso por sus sen-tencias.

[Y también es bueno, que me perdone San Agustín, lo que advertimos en noso-tros que no es bueno, precisamente porque lo vemos.]

A un nivel superior se sitúa este otro pasaje de un santo contemporáneo:

Acostúmbrate a elevar tu corazón a Dios, en acción de gracias, muchas veces al día.—Porque te da esto y lo otro. —Porque te han despreciado. —Porque no tienes lo quenecesitas o porque lo tienes.

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Porque hizo tan hermosa a su Madre, que es también Madre tuya. —Porque creó elSol y la Luna y aquel animal y aquella otra planta. —Porque hizo a aquel hombre elo-cuente y a ti te hizo premioso…

Dale gracias por todo, porque todo es bueno.

Con una actitud positiva se puede sacar provecho incluso de lasituación más amenazadora, mientras que, con una actitud negativa,

hasta una estancia en el Paraíso puede resultar insoportable

c) Nuestra propia mejora

Pero hay más. Con el amor no solo se pule, acrisola y acrece aquello que nosrodea y, muy en particular, el ser a quien queremos. El embellecimiento es total. Portanto, también nos completamos nosotros, cambiamos de clave, de calidad.

En un libro dirigido a adolescentes, asegura el doctor Carnot:

Un buen día, sin saber por qué, está uno alegre,se siente mejor. Todo parece más amable en derre-dor. Se tienen ganas de reír y de cantar, de caminara grandes pasos a través de las calles. Se está mejordispuesto para el trabajo. Al mismo tiempo, descu-brimos en nosotros mismos una fuerza desconocidaque nos empuja al deseo de realizar algo grande.Tenemos necesidad de salir de nosotros mismos, deabrirnos. Nos volvemos más cordiales, más genero-sos, más entusiastas, más benévolos para con todoel mundo. ¡Ha nacido el amor!

Acaso estas palabras adolezcan de un tonoen exceso sentimental o aparentemente hiperbó-lico. Pero lo que dicen no es una simple metáfora.Veremos que una de las verdades más profundasde la antropología de todos los tiempos, y en laque han insistido los mejores de nuestros con-

temporáneos, es que el amor nos perfecciona, que nos hace crecer hasta límitespocas veces sospechados.

Más aún, como suelo repetir por activa y por pasiva, solo el amor inteligente escapaz de hacer progresar al hombre, no desde puntos de vistas parciales o sectoria-les —profesión, aptitudes, capacidades físicas, imagen…—, sino justo en cuantopersona.

Lo que acabo de señalar ha tenido diversas manifestaciones a lo largo de la his-toria. A la espera de un desarrollo temático posterior, valga como botón de muestrala siguiente reflexión de Julián Marías respecto al amor cortés:

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El hombre va a desear y admirar ciertas condiciones en la mujer: la gentileza, la com-pasión, si es posible el intelletto d’amore; pero la mujer va a exigir también: cortesía, des-trezas, esfuerzo, valor, sacrificio, decir cosas hermosas [¡Qué bien queda esto último re-flejado en Cyrano de Bergerac!]. Es el doble motor de la mutua perfección, que se des-pliega, enriquece y transforma en el Renacimiento, y se diversifica en estilos nacionales.

(Por eso, cuando la mujer resulta demasiado «fácil», cuando se entrega sin pe-dir apenas nada a cambio, impide al varón el crecimiento del esfuerzo de la conquis-ta… o, al menos, no lo provoca. Y lo mismo puede decirse de este en relación conella.)

Es lo que, como resumen de la confirmación alborozada del amor que corroboraen el ser a cuanto con él se relaciona, recogen estas nuevas palabras de Rafael Mo-rales, que nos aseguran que todo, hombre y mundo, tocado por el nervio alado delamor, despliega su propia energía configuradora, hasta alcanzar, de forma paulatina,su plenitud final.

Nos dice el poeta:

Pero tú no eres libre, no lo eres, / hombre sin nadie, hombre que no amas; / estás so-lo en la tierra: nada eres, / oh, prisionero de divina ansia. // Llena de amor tus labios y tufrente / y confunde tu alma en otra alma, / y todo el cosmos girará contigo, / pleno de di-cha, como inmensa ala.

También lo afirma Alberoni:

El amor no solo crea en nuestra mente metáforas poéticas, sino que agudiza nuestrogusto estético, nuestra capacidad de percepción. Los enamorados saben ver cosas quenunca jamás volverán a ver, colores que ya no podrán encontrar. Y esas sensacionesson indelebles. Incluso cuando un amor acaba mal. La remoción no puede nada contraesta transfiguración del mundo.

Solo el amor inteligente es capaz de hacer progresar al hombre, nodesde puntos de vistas sectoriales, sino justo en cuanto persona

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3. Comprobación negativa

¡Ánimo, que estamos a punto de pasar el Ecuador!

¡Alerta!

Antes de recordarte que existen muchas maneras de leer o estudiar un es-crito, como también de observar la realidad, quiero preguntarte si estás aldía con tus deberes. Y sigo: con frecuencia, no advertimos lo que tenemosante nuestra vista por la sencilla razón de que no le prestamos el suficiente

interés.

Y lo mismo ocurre con los libros. Si no atendemos activamente a lo que enél se expresa, nos resultará insulso y sin garra.

De ahí que te pida, una vez más que le des vueltas a lo que viene a conti-nuación.

Sé que las páginas anterioreshan mostrado tal vez la cara más ama-ble del amor. No la utópica y falsa; sinola que podemos cada uno lograr si enefecto nos convencemos de que so-mos capaces y de que lo son cuantosnos rodean, siempre que nos apoye-mos mutuamente. Ahora me gustaríaque recordaras los pesares y desen-cantos que amar lleva consigo: no por-que falte el cariño —que también pu-diera ser—, sino justamente porqueamamos y somos amados, y eso da unmayor relieve a lo positivo, pero tam-bién a lo negativo: nuestro y del serquerido.

Por eso, antes de proseguir la lectura, te recomiendo que pienses en la sanadependencia que el amor lleva consigo. En que justo aquellos que mejor aman seexponen más que nadie, y de manera voluntaria, a sufrir con el mal del ser querido(el que se hace a sí mismo). No será difícil que en tu vida hallas encontrado perso-nas de semejante grandeza; pero, por si te hiciera falta, te recuerdo que esto es jus-tamente lo que ganó Dios cuando, movido por su Amor infinito, decidió crearnos: uncúmulo de problemas —hasta la muerte—… ¡que Él ya conocía de antemano!

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Y eso que, según afirman, y estoy de acuerdo, amar es precisamente decir:«¡no morirás!»

a) Amar es decir: «no morirás»

Acabamos de examinar algunas de las verificaciones gozosas de que el cometi-do principal del amor es pronunciar un sí decisivo a la persona del amado: confirmar-la en su ser, refrendar la acción divina creadora, re-crearla.

También existen manifestaciones punzantes, dolorosas y, en ocasiones, des-tructivas. Y la más clara es la desaparición, la muerte del amado o, de manera relati-vamente similar, pero que ahora no debe ocuparnos, el amor no correspondido.

Cuando fallece un ser al que apre-ciamos de veras —marido, esposa, hijo,novio o novia, amigo o amiga bien proba-dos…—, no solo es que sintamos comoun vacío auténtico su pérdida, sino que eluniverso todo, que el amor había hechoresplandecer, se torna de repente, y almenos por algunos momentos, un absolu-to sinsentido, tedioso, anodino y falto decolor, de hondura y de relieve.

Nada de lo que nos rodea, nada de lo que hacemos y con lo que otras veceshemos gozado, tiene ahora razón de ser. Nada. Parece como si todo se desvanecie-ra junto con la persona a la que, según recuerda Agustín de Hipona, «habíamosamado como si nunca hubiera de morir».

En este extremo, la experiencia común no puede ser más reveladora. Aunque laexpresión resulte un tanto irreverente, cruel e incluso blasfema, es difícil encontrar aun padre o a una madre de cinco hijos que, ante la muerte inopinada de uno deellos, reaccione afirmando: «todavía me quedan un 80%». Al contrario, mil que tuvie-ran no bastarían para compensar el vacío desgarrador del que los ha dejado.

Cuando fallece la persona amada, no solo sentimos el vacío de supérdida, sino que el universo todo se torna un auténtico sinsentido,

tedioso, anodino y falto de color, de hondura y de relieve

1. Nuevos testimonios

Por su parte, la historia y la literatura nos ofrecen multitud de testimonios en lamisma línea, a la par semejantes y diversísimos.

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Quiero decir que los distintos intentos de explicar el amor —por más que difieranentre sí, y por más que se aparten de la versión que aquí vengo esbozando— co-munican en esta propiedad concreta: en cualquiera de ellos, la falta del ser queridoprovoca la carencia de significado de uno mismo y sus actividades y de todo y todoslos que lo circundan.

Entres los clásicos, lo manifiestan estos cuatro célebres versos de Garcilaso dela Vega:

Echado está por tierra el fundamento / que mi vivir cansado sostenía. / ¡Oh cuántobien se acaba en solo un día! / ¡Oh cuántas esperanzas lleva el viento!

Algo similar experimentó otro poeta, este contemporáneo. Según narra JoséLuis Cano,

… en Soria, Machado se convierte en enfermero de su mujer, cuya salud es lo únicoque le preocupa. Tras una aparente mejoría, Leonor vuelve a agravarse, pero antes demorir, aún tiene un momento de alegría al recibir de manos de Antonio el primer ejemplarde Campos de Castilla. Pocos días después, el 1 de agosto, muere Leonor en brazos delpoeta. La muerte de su esposa hunde a Machado en un dolor tan hondo que el éxito deCampos de Castilla —cuya publicación es recibida con entusiasmo por la crítica madrile-ña, Ortega y Azorín al frente— no logra atenuar.

En algún momento pensósuicidarse, según le confiesa enuna carta a Juan Ramón:“Cuando perdí a mi mujer pen-sé pegarme un tiro. El éxito demi libro me salvó, y no por va-nidad, ¡bien lo sabe Dios!, sinoporque pensé que si había enmí una fuerza útil, no tenía de-recho a aniquilarla”.

Y en otra carta, ésta a suadmirado Unamuno: “La muertede mi mujer dejó mi espíritudesgarrado. Mi mujer era unacriatura angelical, segada por lamuerte cruelmente. Yo tenía adoración por ella; pero por sobre el amor está la piedad.Yo hubiera preferido mil veces morirme a verla morir, hubiera dado mil vidas por la suya.No creo que haya nada de extraordinario en este sentimiento mío. Algo inmortal hay ennosotros que quisiera morir con lo que muere. Tal vez por esto viniera Dios al mundo.Pensando en esto me consuelo algo. Tengo a veces esperanza. Una fe negativa es tam-bién absurda. Sin embargo, el golpe fue terrible y no creo haberme repuesto. Mientrasluché a su lado contra lo irremediable me sostenía mi conciencia de sufrir mucho másque ella, pues ella, al fin, no pensó nunca en morirse y su enfermedad no era dolorosa.En fin, hoy vive en mí más que nunca y algunas veces creo firmemente que la he de re-cobrar. Paciencia y humildad”.

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La falta del ser querido provoca la carencia de significado de unomismo y sus actividades y de todo y todos los que lo circundan

b) Una «fractura» en el ser

Aun a riesgo de cortar por un momento el hilo del discurso y de tornarlo un pocomenos comprensible (por lo que ningún lector debería preocuparse si estas reflexio-nes por ahora lo superan), me aventuro a hacer un par de comentarios de estas pa-labras de Machado, enlazándolas con las que antes apuntaba y en seguida volve-remos a ver.

• Y es que, de manera no siempre expresa pe-ro tremendamente eficaz, quienes aman de verasponen en comunicación el núcleo más íntimo desus respectivas realidades: el acto personal de ser.

• Lo que se ama es el ser de la persona queri-da desde y con el propio ser. Y, por tratarse de per-sonas, los actos de ser de una y otra, si no propia-mente eternos —atributo exclusivo de Dios—, sonsiempre inmortales.

• Por eso ha podido afirmarse que el amor in-terpersonal —el único verdadero amor— o naceeterno o lo hemos positivamente matado o es queen realidad no ha nacido: pues no puede confirmar-se un ser-para-siempre de forma provisional.

Y tal vez esa intimísima dimensión de sempi-ternidad, junto con la real identificación entre losamantes explique el que la desaparición de la per-sona amada esboce e incluso incite a la disoluciónde nuestro ser, al suicidio.

En tal impulso se manifiesta, por un lado, el tremendo y aparente enga-ño de un amor que surge para siempre y al que, con la muerte, parece faltarel objeto de sus desvelos.

Y también, hasta la hipérbole machadiana de la muerte de Dios, se ex-plica por una suerte de solidaridad entre los que se aman, que pretenden par-ticipar en el acontecimiento más escandaloso para el amor de los enamora-dos: la pérdida de los seres queridos.

Nada tiene de extraño, entonces, que algo semejante experimentara en el pasa-do siglo Simone de Beauvoir, cuya concepción del amor se sitúa casi en las antípo-

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das de la que desarrolla este escrito. Cuando la amante de Sartre cree, equivocada,que él ha muerto a raíz de una huelga de hambre, no puede sino exclamar:

Ya no había hombres, ya no los habría nunca, y yo no sabía por qué sobrevivía ab-surdamente.

Y en un contexto todavía más apartado del nuestro, y dentro ahora de la narrati-va de ficción —lo que, en cierto modo resulta aún más representativo de la universa-lidad del sentimiento—, François Sagan, con términos un tanto feroces y casi agresi-vos, pone en boca de uno de sus personajes, refiriéndose en primer lugar al pasodel tiempo y a la muerte:

No pienso más que en esto. Pero cuando tú estás conmigo de noche; cuando juntostenemos calor, entonces me tienen sin cuidado. Solo entonces. Me importa un bledo mo-rir; lo único que me da miedo es que tú mueras. Mucho más importante que cualquiercosa, que cualquier idea, tu aliento sobre mí. Como un animal, estoy en vela. Tan prontocomo te despiertas, me escondo en ti, en tu conciencia; me lanzo sobre ti. Vivo de ti.

El amor interpersonal o nace eterno o es que en realidad no hanacido o lo hemos positivamente matado

1. ¿Es esto paganismo desgarrado?

Quizás en lo que expresamente sostiene, pero no en lo que subyace a esosasertos.

Porque, en verdad, la radical energía quenos hace ser a cada uno proviene directamen-te de Dios, que nos crea y conserva amoro-samente (nuestra presencia en el mundo y latan traída y llevada autoestima quedan legiti-madas desde su misma raíz cuando somosconscientes de que hemos venido a la vidacomo fruto de un Amor infinito que sigue sos-teniéndonos con igual intensidad en cada mo-mento de nuestra existencia).

Pero Él mismo quiere que esa fuerza pri-migenia también se nos transmita a través del ser de la persona amada, reflejo yparticipación del infinito Ser divino.

Una vez más aquí, la absoluta dependencia respecto a Dios no elimina, sino quefundamenta, la real e inequívoca consistencia de lo creado, de modo análogo a co-mo la gracia no suprime, sino que sana y perfecciona la naturaleza.

Y de ahí que resulten doblemente significativas las exclamaciones agustinianasque a continuación transmito. Reveladoras, de una parte, por cuanto con ellas Agus-

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tín no se refiere ni a su madre, ni a su hijo ni a su amante, sino a un chico que fue sumejor amigo, durante aproximadamente seis meses, allá por los tiempos de la ado-lescencia. Y, de otra, porque no solo fueron escritas muchísimos años después de lapérdida de aquel muchacho, sino, por lo mismo, justo tras la conversión del santo: yel inconmensurable amor a Dios que ahora tiene no torna impuros a sus ojos lossentimientos de entonces.

Con el tono un poco retórico que le caracteriza, San Agustín recuerda:

¡Qué terrible dolor para mi corazón! Cuantomiraba era muerte para mí: la ciudad se me ha-cía inaguantable, mi casa insufrible y cuantohabía compartido con él se me volvía sin élcrudelísimo suplicio. Lo buscaba por todas par-tes y no aparecía, y llegué a odiar todas las co-sas, porque no lo tenían ni podían decirme co-mo antes, cuando venía después de una au-sencia: “he aquí que ya viene” [...]. Solo el llan-to me era dulce y ocupaba el lugar de mi amigoen las delicias de mi corazón [...]. Me maravilla-ba que la gente siguiera viviendo, muerto aquela quien yo había amado como si nunca hubierade morir; y más me maravillaba aún que, muer-to él, siguiera yo viviendo, que era otro él. Biendijo el poeta Horacio de su amigo que era “lamitad de su alma”, porque yo sentí también,como Ovidio, que “mi alma y la suya no eranmás que una en dos cuerpos”; y por eso meproducía tedio el vivir, porque no quería vivir amedias, y a la vez temía quizá mi propia muertepara que no muriera del todo aquel a quien yotanto amaba.

Con terminología y estructura más actuales, otro espléndido testimonio, trasla-dado hoy al celuloide en Tierra de penumbras, lo ofrece Clive Staple Lewis —autorde Crónicas de Narnia e inspirador de las respectivas películas—, pocas semanasdespués de que falleciera su esposa.

No es verdad que esté pensando siempre en H. —explica—. El trabajo y la conversa-ción me lo hacen imposible. Pero los ratos en que no estoy pensando en ella pueden quesean los peores. Porque entonces, aunque haya olvidado el motivo, se extiende por en-cima de todas las cosas una vaga sensación de falsedad, de despropósito. Como enesos sueños en que no ocurre nada terrible —ni siquiera que parezca digno de menciónal contarlos a la hora del desayuno—, y sin embargo la atmósfera y el sabor del conjuntoson mortíferos. Pues igual. Veo rojear las bayas del fresno silvestre y durante unos ins-tantes no entiendo por qué precisamente ellas pueden resultar deprimentes. Oigo sonaruna campana y una cierta calidad que antes tenía su tañido se ha esfumado de él. ¿Quépasa con el mundo para que se haya vuelto tan chato, tan mezquino, para que parezcatan gastado? Y entonces caigo en la cuenta.

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La radical energía que nos hace ser proviene directamente de Dios,pero Él mismo quiere que esa fuerza primigenia se nos transmita

también a través de la persona amada

2. Morir

Se trata de un golpe duro, certero, que al-canza el núcleo más íntimo de la persona queama, al menos por unos instantes, incluso cuan-do quien sufre tiene una fe sólida y está porcompleto abandonado en Dios: repito que la gra-cia no suprime la naturaleza.

Aunque, sin duda, esa fe y ese amor a Dios,junto con la confianza en el gozo imperecederodel ser querido, facilita enormemente el que sesupere la desolación inicial.

Es más, pienso que el destrozo provocadopor la ausencia de las personas amadas solopuede eliminarse radicalmente, después del pri-mer e inevitable zarpazo, cuando uno está enri-quecido por un amor muy cabal al otro en cuantootro y, de forma todavía más neta, a Dios, queengloba en Sí, de manera sublimada, todos losamores.

Como explica Gustave Thibon:

Más allá de la persona del cónyuge que no se puede amar, queda la persona de Diosque es amor, y lo que aborta en el tiempo, siempre puede crecer en lo eterno.

Hay en estas afirmaciones un deje de ambigüedad, puesto que quien fallecepuede seguir siendo objeto de nuestro cariño aunque habite en el otro mundo. Peroes que la situación resulta, en sí misma, tremendamente compleja.

La muerte constituye una pérdida real, incluso para quien cree en la inmortalidaddel alma y en un destino de Amor infinito en el Cielo. Según afirman los creyentes, elpropio Jesucristo sintió en cuanto hombre pavor ante ella, pues, como explica y justi-fica Tomás de Aquino, la pérdida de la vida corporal resulta «naturalmente horrible ala naturaleza humana: naturaliter horribilis humanae naturae». Y solo en la medidaen que uno ame mucho y muy de veras a Dios, y a aquel que le ha sido arrebatado,verá menos difícilmente mitigado el delito contra el ser en que el morir consiste.

Más que extenderme en explicaciones y comentarios, me limito a transcribir es-tas nuevas palabras de Lewis:

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Y C., el pobre, me repite: “No te aflijas como los que no tienen esperanza”. Me dejaperplejo esa forma en que somos invitados a aplicarnos a nosotros mismos unas pala-bras evidentemente dedicadas a los mejores. Lo que dice San Pablo solamente puedeconfortar a quien ame a Dios más que a sus muertos y a sus muertos más que a sí mis-mo. Si una madre está llorando no por lo que ha perdido, sino por lo que ha perdido suhijo muerto, será un consuelo para ella pensar que el hijo no ha perdido la finalidad parala que fue creado. Y otro consuelo pensar que ella misma, al perder el principal motivode su felicidad, el único natural, no ha perdido algo que vale mucho más, el poder con-servar su esperanza de “glorificar a Dios y gozar de Él para siempre”. Consolarse en elespíritu imperecedero de “Dios como meta” que dentro de la madre habite. Pero esteconsuelo no sirve para su maternidad. Lo específico de su felicidad maternal tiene quedarlo por perdido. Nunca ya, en ningún sitio ni en ningún tiempo, volverá a sentar a su hi-jo en sus rodillas, ni a bañarlo, ni a contarle un cuento, ni a hacer proyectos para su futu-ro, nunca conocerá a los hijos de su hijo.

(No querría empañar con un comentario impertinente la hermosa verdad queseñalan las líneas recién citadas. Pero deseo apuntar que una profunda concepciónde Dios como plenitud indivisa de toda perfección relativizaría, sin quitarles su valor,las afirmaciones de Lewis: en Dios, de un modo ciertamente inefable, obtendremostodo el gozo y todos los gozos que en nuestra existencia concreta —la mía, la tuya—«hubiéramos debido» lograr.

La otra vida, la eterna, no es independiente de nuestro paso por este mundo,sino que lleva a plenitud lo que aquí, siempre de modo imperfecto —casi nulo, si locomparamos con la Plenitud de la Vida futura—, hemos logrado.)

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El destrozo provocado por la pérdida de las personas amadas solopuede eliminarse cuando uno está enriquecido por un amor muycabal al otro en cuanto otro y, de forma todavía más neta, por un

gran amor a Dios

3. Testimonios complementarios

De ahí que estime imprescindible aducir un par de testimonios donde la fuerzadel amor parece superar, ¡y supera de hecho!, incluso a la muerte posible o real.

Es el caso de Viktor Frankl, cuando en el campo de concentración se aferra alamor que otorga vida a su esposa —cuyo destino desconoce— y, a través de ella,recupera la vida él mismo:

Pero mi mente se aferraba a la imagen de miesposa, imaginándola con una asombrosa preci-sión. Me respondía, me sonreía y me miraba consu mirada cálida y franca. Real o irreal, su miradalucía más que el sol del amanecer.

En ese estado de embriaguez nostálgica secruzó por mi mente un pensamiento que me petri-ficó, pues por primera vez comprendí la sólidaverdad dispersa en las canciones de tantos poe-tas o proclamada en la brillante sabiduría de lospensadores y de los filósofos: el amor es la metaúltima y más alta a la que puede aspirar el hom-bre.

Entonces percibí en toda su hondura el signifi-cado del mayor secreto que la poesía, el pensa-miento y las creencias humanas intentan comuni-carnos: la salvación del hombre sólo es posible enel amor y a través del amor. Intuí cómo un hom-bre, despojado de todo, puede saborear la felici-dad —aunque solo sea un suspiro de felicidad—si contempla el rostro de su ser querido.

Aun cuando el hombre se encuentre en una situación de desolación absoluta, sin laposibilidad de expresarse por medio de una acción positiva, con el único horizonte vitalde soportar correctamente —con dignidad— el sufrimiento omnipresente, aun en esa si-tuación ese hombre puede realizarse en la amorosa contemplación de la imagen de supersona amada. Ahora sí entiendo el sentido y el significado de aquellas palabras: “Losángeles se abandonan en la contemplación eterna de la gloria infinita”.

La experiencia se completa con este otro texto del propio Frankl, que declara alamor más poderoso que la muerte:

Mi mente todavía se aferraba a la imagen de mi mujer. De pronto me asaltó una in-quietud: no sabía si aún vivía. Sin embargo, ahora estaba convencido de una cosa, algo

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que había aprendido demasiado bien: el amor trasciende la persona física del ser amadoy encuentra su sentido más profundo en el ser espiritual del otro, en su yo íntimo. Queesté o no presente esa persona, que continúe viva o no, de algún modo pierde su impor-tancia. Ignoraba si mi mujer vivía y carecía de medios para averiguarlo (a lo largo de micautiverio jamás tuvimos contacto postal con el exterior); aunque en ese momento esacuestión tan vital dejó de importarme. No sentía ninguna necesidad de comprobarlo: na-da podía afectar a la fuerza de mi amor, de mis pensamientos o a la mirada amorosa desu figura espiritualizada. Si por aquel entonces hubiera conocido la muerte de mi mujer,creo que aun así me habría entregado —insensible a la realidad— a la contemplación desu imagen y mentalmente habría conversado con ella con la misma viveza y satisfacción.“Sella conmigo tu corazón... pues fuerte como la muerte es el amor” (Cantar de los Can-tares 8,6).

Tranquilidad.

El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se compren-de del todo lo que se lee por primera vez. Lo medio-entendido enton-ces prepara para estudiar lo que sigue, y el nuevo saber aclara lo yaaprendido. A menudo es preciso volver bastantes veces sobre lo mis-

mo. Pero el resultado final suele provocar una satisfacción gozosa.

Te invito a que lo compruebes.

Ayuda para la reflexión personal

Las páginas que preceden han tratado bastante del amor, y algo del odio, unode sus contrarios (el otro sería la indiferencia). Te invito a que reflexiones de nuevosobre lo que distingue a ambas actitudes negativas.

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Después, te agradecería que dedicaras unos minutos a pensar sobre estepunto concreto: el odio radical desea y, si puede, procura la muerte al ser aborreci-do; pero, ¿qué efectos tiene sobre el que odia?

Escribí antes, más o menos: «… el amor intachable, acreditado, no solo con-firma o corrobora en el ser a quien ama, sino que lo hace con tal franqueza y radica-lidad, que aquel que nos enamora nos resulta imprescindible… para todo». ¿Impres-cindible? ¿No late a lo largo de cuanto llevamos visto la idea de que el crecimientopersonal es, a la par y en fin de cuentas, un aumento en nuestra condición de sereslibres, autónomos? ¿Cómo casan ambas cosas? Merece la pena que lo consideresunos minutos y des una respuesta a esta pregunta: tal vez te ayude a encontrar elpunto débil de algunas maneras de argumentar hoy muy de moda (¿incluidas lasmías?).

«… cuando uno se enamora (...) no solo es que el ser querido resulte maravi-lloso, excepcional, sino que el conjunto todo de cuanto le rodea y existe resplandececon una luz nueva, con un esplendor, con unos armónicos absolutamente descono-cidos fuera de la condición de enamorado». Además de un tanto pretenciosa, que loes, ¿te parece exagerada esta afirmación? Si así fuera, ¿en qué sentido? Si, por elcontrario, la consideras ajustada, ¿sabrías justificarla?

«Lo que se ama es el ser de la persona querida desde y con el propio ser».Cualquiera que no sea un especialista en antropología filosófica, e incluso en meta-física, puede considerar lo que acaba de leer como una frase vacía, sin contenido, o,como mínimo, trivial o redundante. ¡Ojalá a ti no te suene así, sino que te diga algo,bastante… ¿mucho?!

Si tan improbable hecho está sucediendo, ¿podrías aclarar el sentido, alcancee implicaciones de esa afirmación?

Por si te sirve, personalmente considero que el ser es el acto más radical queexiste en cualquier realidad: «el acto de todos los actos y la Perfección de todas lasperfecciones», solemos decir quienes nos dedicamos a la metafísica. Y, aunque laexpresión resulte un tanto ardua, no es imposible entender que, al menos, apunta aalgo de enorme relevancia: que amar desde el propio ser al ser de la persona queri-da implica, por nuestra parte, ponernos totalmente en juego, en intensidad y en ex-tensión —con todo lo que somos—, así como acoger plenamente a aquel a quienqueremos, con sus virtudes y sus defectos (acto de todos los actos y perfección detodas las perfecciones…).

Nueva ayuda para la reflexión personal

Un poco de todo ello —y mucho más— puedes hallar en esta nueva cita deSpaemann, que te propongo a modo de reto:

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«La identidad hacia la que trascendemos, la otra persona, se halla con nosotrosen una relación de reciprocidad. Yo soy parte de su mundo como ella lo es del mío,

yo soy para ella como ella es para mí, y a míme resulta evidente que yo soy para ella yque ella sabe que es para mí. En esta reci-procidad se funda el realismo metafísico, elcual es constitutivo de la persona y unacondición necesaria de la intencionalidad,aunque no reductible a ella.

Cuando la identidad se manifiesta, lohace necesariamente en determinadas cua-lidades, ante todo en la mirada. Todo aque-llo en lo que se manifiesta es susceptible enprincipio de simulación. Todo lo cualitativo,todo lo fenoménico, se puede simular. Lapersonalidad se constituye renunciando a

tener al otro por una simulación o por un sueño, es decir, por “algo” que es esen-cialmente para mí, sin que yo sea, simultáneamente para él.

El amor y la aceptación implican esta renuncia. Ambos son incompatibles con laduda en la realidad del otro, o sea, con el solipsismo, y también con la reducción delrealismo a la condición de hipótesis. En Nietzsche podemos observar cómo la nega-ción de la relación con la realidad coincide con la disolución de la persona y la nega-ción de su unidad. Si no soy alguien que pueda ser “pensado” como tal, entonces nosoy nadie en absoluto, sino exclusivamente algo. Pero como algo no poseo un prin-cipio de necesaria unidad interna. Si no soy un “tú”, tampoco puedo ser un “yo”, sinoque soy un conglomerado de estados de nadie, soy el “placer de ser el sueño denadie bajo abundancia de párpados”».

También te vendrá bien reflexionar sobre estas palabras de Philippe, relacio-nadas con el fundamento último de la tan traída y llevada autoestima:

«La autoestima necesita un fundamento: la certeza de que, ocurra lo que ocurra, soyamado y puedo amar. Solo Dios puede garantizar absolutamente esta certeza.

El núcleo sólido de nuestra personalidad, el fondo de seguridad íntima que todos ne-cesitamos, consiste en esta doble certeza: la de ser amado y la de poder amar. Ambasson necesarias: por una parte, saberse amado de un modo incondicional, lo que liberade la angustia de preguntarse permanentemente si se os digno de amor, si se está a laaltura o no, etc. Pero eso no basta. Es preciso, por otra parte, saberse capaz de amar,de darse, de desinterés, etc. Eso es necesario para detectar el precio y el valor de nues-tra vida. Para existir de una manera libre y feliz, tenemos necesidad no solo de ser ama-dos, sino también de amar, de devolver, de dar fruto, de dar la vida, etc. Solo Dios puedegarantizarnos esta doble certeza: solo Él nos ama con un amor absolutamente incondi-cional y solo Él nos da la seguridad de que, a pesar de nuestras limitaciones, su graciapuede sembrar en nuestros corazones una auténtica capacidad para amar, una disponi-bilidad para recibir y una generosidad para entregarse».