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ANTIGUO IMPERIO INCAICO – TRADUCCIÓN (Desde pág 4-hasta el final) ..y parientes de cada hombre; mientras la familia crecía o decrecía, su parte fue ampliada o restringida. Nadie estaba permitido de mantenerse, más de lo suficiente, asimismo, sea noble o plebeyo, inclusive una cantidad de tierra hubiera sido dejada para un barbecho o inculto; este método de dividir las tierras es practicado, hasta el día de hoy, en las provincias del Collao y en otros lugares, y he estado presente el día en el que se realizó en la provincia del Chucuito… Cuando era época de sembrar o de cultivar en los campos, todas las otras actividades se cesaban para que así todos los contribuyentes, sin que nadie esté ausente, puedan ser parte y talvez realizar actividades en caso de emergencia, como una guerra u otro asunto urgente, los otros indios de otras comunidades trabajaban, por su cuenta, los campos que les correspondían a otros, sin pedir alguna recompensa más allá que comida, y tras terminada esta labor empezaban a trabajar su parte de tierras.” (Cobo 1979:212-213) Por lo menos al inicio de la conquista de un pueblo étnico o señorío, el Inca fue captado por la estratégica importancia con respecto a las nociones nativas de la autonomía de la comunidad y la determinación de sus parientes. Aunque el Inca hubiera expropiado tractos de tierra substanciales para propósitos del estado, ellos lo hicieron al mismo tiempo para que la suficiente cantidad de tierra fuera asignada para ayudar a las comunidades locales. Más importante aún, en muchas instancias ellos, con perspicacia, eligieron no usurpar la prerrogativa tradicional de los curacas y decidieron como su tierra sería asignada en todos los miembros de la comunidad. Una vez que la tierra había sido redistribuida, el Inca también impuso un impuesto por labor en sus aldeanos. Este impuesto por labor en la agricultura no fue invención del Inca, pero si fue una antigua característica del paisaje andino social (Moseley 1992). A lo largo de los Andes, los líderes políticos y jefes étnicos han extraído excelente labor en los campos por parte de sus aldeanos por generaciones antes de la llegada del Inca. El Inca, utilizó un idioma familiar a cualquier agricultor pre-colombino, que trabajaba para él, antes que el dinero, lo cual fue la esencia de la deuda del descargo económico y social, simplemente evaluaba las labores adicionales en las comunidades locales. Aunque los administradores provinciales incaicos fijaban cuotas para el impuesto tributario en cada vila y provincia, también supervisaban la contabilidad de los bienes agrícolas que fluían en los almacenes estatales, era responsabilidad general de los

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Descripción de una obra basada en el pasado Incaico

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ANTIGUO IMPERIO INCAICO – TRADUCCIÓN (Desde pág 4-hasta el final)

..y parientes de cada hombre; mientras la familia crecía o decrecía, su parte fue ampliada o restringida. Nadie estaba permitido de mantenerse, más de lo suficiente, asimismo, sea noble o plebeyo, inclusive una cantidad de tierra hubiera sido dejada para un barbecho o inculto; este método de dividir las tierras es practicado, hasta el día de hoy, en las provincias del Collao y en otros lugares, y he estado presente el día en el que se realizó en la provincia del Chucuito… Cuando era época de sembrar o de cultivar en los campos, todas las otras actividades se cesaban para que así todos los contribuyentes, sin que nadie esté ausente, puedan ser parte y talvez realizar actividades en caso de emergencia, como una guerra u otro asunto urgente, los otros indios de otras comunidades trabajaban, por su cuenta, los campos que les correspondían a otros, sin pedir alguna recompensa más allá que comida, y tras terminada esta labor empezaban a trabajar su parte de tierras.” (Cobo 1979:212-213)

Por lo menos al inicio de la conquista de un pueblo étnico o señorío, el Inca fue captado por la estratégica importancia con respecto a las nociones nativas de la autonomía de la comunidad y la determinación de sus parientes. Aunque el Inca hubiera expropiado tractos de tierra substanciales para propósitos del estado, ellos lo hicieron al mismo tiempo para que la suficiente cantidad de tierra fuera asignada para ayudar a las comunidades locales. Más importante aún, en muchas instancias ellos, con perspicacia, eligieron no usurpar la prerrogativa tradicional de los curacas y decidieron como su tierra sería asignada en todos los miembros de la comunidad. Una vez que la tierra había sido redistribuida, el Inca también impuso un impuesto por labor en sus aldeanos. Este impuesto por labor en la agricultura no fue invención del Inca, pero si fue una antigua característica del paisaje andino social (Moseley 1992). A lo largo de los Andes, los líderes políticos y jefes étnicos han extraído excelente labor en los campos por parte de sus aldeanos por generaciones antes de la llegada del Inca. El Inca, utilizó un idioma familiar a cualquier agricultor pre-colombino, que trabajaba para él, antes que el dinero, lo cual fue la esencia de la deuda del descargo económico y social, simplemente evaluaba las labores adicionales en las comunidades locales. Aunque los administradores provinciales incaicos fijaban cuotas para el impuesto tributario en cada vila y provincia, también supervisaban la contabilidad de los bienes agrícolas que fluían en los almacenes estatales, era responsabilidad general de los curacas el asignar los trabajos individuales a los dueños de casa, quienes distribuían las tareas entre los integrantes del hogar, incluyendo los hombres, mujeres y niños.

Con el inicio de la temporada de plantación en los andes en Agosto y Setiembre, las dos clases de campos que pertenecían al estado, aquellos que estaban reservados para apoyar los cultos religiosos y los del imperio, donde trabajaron primero seguido de los campos que restaban para apoyar a los pobladores. Los campos estaban divididos en largas tiras y secciones los cuales fueron denominados, por el Inca, suyos, y cada sección se volvió la responsabilidad de un hogar o grupo o casa aledañas. Al incorporarse los líderes locales en la supervisión de los impuestos de labor agrícola, el Inca redujo sus propios costos administrativos. Más importante aún, sin embargo, esto fue minimizado por la intrusión del Inca en la vida cotidiana de las villas provinciales y de los pueblos, permitiendo a estas comunidades el mantener la ilusión políticamente valiosa que retenía su autonomía local. Este patrón de reglas indirectas significó que el nuevo jefe subordinante era incorporado en el idioma familiar de gobierno emanado del Cuzco. Los jefes locales intercambiaban regalos con los Incas y sus representantes. Estos regalos eran enmarcados como publicidad recíproca, las prestaciones familiares principalmente ubicaban a los jefes provincialas en una postura de colaboración. Pero esta técnica de fallo a través de los jefes nativos de grupos conquistados no aplicó a todas las provincias, o en todos los contextos geopolíticos. En áreas de obstinada resistencia, como

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los jefes aimaras de la cuenca del Lago Titicaca, o donde los poderosos imperios representaban una potencial amenaza política al dominio del Inca, como el imperio costero de Chimor, los Incas ejecutaron o simplemente reemplazaron a los jefes nativos con curacas complacientes y leales, familiares pertenecientes a la nobleza cuzqueña. El nivel de riqueza extraída en las provincias, además, no se mantuvo estática. Con el paso del tiempo, en tours repetitivos de sus provincias conquistadas, los incas incrementaron sus tierras mediante la expropiación de tierras adicionales para sus estados, para operaciones militares y para cultos del imperio. La expansión dinámica imperial requirió el aumento de la extracción de ambas tierras y los trabajos que serían base de las actividades. Es por esto que el presupuesto inevitablemente de expandió juntamente con el Imperio, lo cual hizo que los incas adquirieran tierras adicionales para incrementar el tributo de las cargas a las provincias. Rostworowski provee un claro ejemplo de este proceso incremental en el Valle de Chincha, citando “Relación de Chincha” por Castro y Ortega Morejón (1558) en el que:

“El general Capac Yupanqui fue llamado el primer habitante cusqueño en aparecer en el señorío en cuestión. Como resultado de esta visita, la reciprocidad fue establecida entre Cusco y Chincha. Un año más tarde, Tupac Yupanqui llegó con su ejército; entre sus imposiciones estaba el requerimiento de tierras del estado. Tiempo después, Huayna Capac hizo lo mismo ubicando límites que incrementaron el número de tierras del fallo.” (Rostworowski 1999:187)

Para las sociedades andinas basadas en intenso apego a la tierra, el Inca, que constantemente crecía en necesidad de expropiar tierras patrimoniales en sus territorios conquistados, necesitaba generar tensión política substancial y, probablemente, fue el factor principal en la erupción de las rebeliones frecuentes en las provincias. Las cargas del imperio fueron pesadas para ambos, aldeanos e Incas, los primeros sufrieron de una pérdida de autonomía local y de un incremento en las fuertes cuotas del tributo, mientras que el último tuvo que sostener, continuamente, los costosos ejércitos en el campo para mantener su autoridad suprema. En las demás partes de su comentario, Cobo llegó al punto principal de la tremenda capacidad de producción del Imperio Incaico. Después que el Inca expropiara una cierta porción de tierras cultivables en los nuevos territorios conquistados para apoyar en los cultos religiosos, el inca y la nobleza, “la labor de siembra y cultivo de las tierras y de cosecha de los productos formaron parte del tributo en el que pagaba impuestos, le pagaba al Inca”. En adición al labrado de las tierras por parte de las provincias conquistadas, el Inca estimó que la contribución anual por parte de los aldeanos y pobladores sería en forma de labores. Los que

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no eran habitantes eran requeridos para preparar, plantar y quitar y cosechar en los campos (FIGURE 4.1). Así como Cobo lo describió, los productos de estos campos eran procesados, labrados y almacenados bajo los ojos de los supervisores del Inca en graneros inmensos. En otras palabras, en un mundo pre capitalista, donde el dinero no era una principal característica de transacciones económicas, los impuestos tomaban forma de labor al estado. A pesar que los pagos, de ese tipo, tales como: cantidades de plumas de aves tropicales, miel, sal, pescado, moluscos y otros productos crudos, eran asesorados por los administradores del Inca en algunas provincias; la fuente principal de ingresos, para el estado Incaico, era el impuesto más alla que la expropiación directa de bienes. A parte del impuesto por labor en las tierras del estado que evaluaba el nivel de la comunidad, el Inca también demandaba un segunda forma de labor anual por parte de los aldeanos. Esta obligación llamada mit’a, varió en tipo y magnitud dependiendo del servicio. El Inca usó la mit’a para proveer cuadrillas de trabajo temporales para la construcción de grandes monumentos públicos, para llenar las filas de los tropas del Inca en sus frecuentes campañas en las provincias, para cultivar en los estados privados de la élite Incaica, para extraer metales preciosos de las minas del imperio y para muchos otros servicios que el estado requiriese como labor. La escala de las operaciones de la mit’a era realmente asombrosa. Los cronistas españoles relataban que más de 30000 hombres eran simultáneamente movilizados a la construcción de Saqsawaman, la gran fortaleza-santuario, que enmarcaba las laderas de las montañas que surcaban la imperial ciudad del Cuzco. Similarmente, según Betanzos, el Inca Wayna Qhapaq convocó 50000 aldeanos bajo el comando de los jefes de diversas provincias para laborar en el redesarrollo del Valle Yucay así como su retirada (Betanzos 1996:170). Aunque las fuentes españoles puedan haber exagerado estos números para un efecto dramático, la magnitud de la movilización del trabajo en favor al estado y a proyectos privados para la familia imperial fue claramente enorme y sin precedentes en el mundo antiguo. La “tasa de impuesto” de la mit’a variaba dependiendo de las necesidades políticas del Inca y su corte. De acuerdo a Cobo: “No existía otra tasa o límite, ni tampoco las personas de las provincias daban por el servicio mit’a o en otros requerimientos excepto en la voluntad del Inca. No se solía pedir a las personas que hagan una contribución involuntaria de algún tipo, pero todos ellos necesitaban ser llamados para los trabajos previamente mencionado, algunas veces en grandes números; otras, en cantidades menores, de acuerdo a los deseos del Inca; el resultado de esas labores era el tributo imperial y los ingresos” (Cobo 1979:235). El sistema de pago de tributos mediante labores, llamado mit’a, tenía un número de características andinas únicas qu se distinguían de un día sin pago y de otras formas de rutinas de labor forzada utilizadas por los imperios en casi todo el mundo antiguo. Similar al impuesto por labor agrícola, el sistema mit’a fue principalmente administrado por oficiales locales de varios grupos étnicos sujetos al Inca. Cuando el grupo de hombres suplentes era necesitados para una campaña militar, o para construir un puente o la irrigación de un canal, el Inca gobernador, en la provincia afectada, podía llamar a cada una de las cabezas de varias villas, pueblos y grupos étnicos quienes estaban en la responsabilidad de suministrar un número designado de contribuyentes para completar la tarea. Estos oficiales locales podrían seleccionarse por entre todos los contribuyentes elegibles (padres de familia que eran la cabeza del hogar) en su comunidad o en cuencas rotacionales para suministrar la cuota. De esta forma, la obligación de trabajo era distribuida de manera equitativa entre los diferentes grupos étnicos en la provincia y entre los grupos mismos. Ningún contribuyente era forzado a servir en la mit’a de manera más frecuente que otros, fuera de algunas excepciones, todas la comunidades y grupos étnicos participaban en el sistema, contribuyendo en forma laboral acorde al tamaño de su población.

La autonomía local en la implementación del tributo de la mit’a, fue una de las características especiales del sistema que ha mejorado su eficiencia y flexibilidad. Pero existía otro principio

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en el sistema de tributos que revelaba el carácter como institución nativa por excelencia. Para los indígenas de los Andes, la mit’a no era percibida de forma simple, una deuda tributaria evaluada por un solo lado para sus superiores políticos. Preferiblemente, ellos miraban a la mit’a como una maraña compleja de obligaciones reciprocas. Si el Inca los obligó a contribuir con trabajos o proyectos públicos, o en los estados privados de la élite decisiva, el estado, tenían la obligación de proveer a los contribuyentes con comida, bebida, vestimenta, herramientas y refugio si el proyecto era muy lejos de su hogar o comunidad. Para el hatun runa, la mit’a incaica era una variante de un patrón antiguo de reciprocidad entre familias, parientes y vecinos que, hasta el día de hoy, se mantiene como un principio vital de las relaciones sociales en los asentamientos andinos. En este sistema, en primera instancia, una pareja recién casada, con la ayuda de oficiales locales, podían llamar a sus familiares y amigos para ayudar los a construir su primera casa. En retribución por la ayuda, la pareja, y talvés algunos familiares directos, les ofrecían comida, bebidas y hospedaje mientras el trabajo estaba en curso. Ellos inclusive incurrían en futuras obligaciones para contribuir con algunos servicios equivalentes para aquellos que participaron en el levantamiento de su hogar. Este conjunto de servicios mutuos y hospitalidad permitía a los aldeanos movilizarse más allá de lo permitido en sus hogares y contribuía con la solidaridad comunitaria. Cuando el Inca evaluaba la mit’a, ellos reconocían la natural reciprocidad de las obligaciones sociales mediante la gran ceremonia de banquetes en el centro principal administrativo de la provincia. Los líderes políticos y los plebeyos fueron agasajados con grandes cantidades de comida y cerveza de maíz de los almacenes imperiales. En ciertos momentos de estas celebraciones, los administradores del Inca también contribuían con la distribución de la vestimenta y sandalias para los trabajadores de la mit’a. Aunque estaba claro, si uno compara el valor económico del servicio contribuido por los plebeyos con la hospitalidad y prendas de vestir lujosas otorgadas por parte de los gobernadores, no había punto de comparación. El propósito del sistema, sin embargo, no era el intercambio de labores por un equivalente en bienes, sino reafirmar simbólicamente el principio social fundamental de la RECIPROCIDAD. Este simbolismo era proyectado de manera vivaz mediante convenciones ritualistas. Teóricamente, el Inca y sus manifestaciones políticas eran obligados a “requerir” personal para la mit’a de los curacas; ellos podían no obligar el servicio laboral directamente por autorización. En la práctica, esta convención era más pequeña que en la ficción. En cualquier momento el Inca podía tener la suficiente fuerza coercitiva para forzar a las comunidades a estar conformes con él. Mediante un atractivo gesto simbólico de reciprocidad y generosidad ritualista, el Inca confirmaba, en cierto sentido, la autoridad y autonomía sobre los líderes locales y sus comunidades, alcanzando, en el proceso, un gran golpe propagandista. El Imperio Incaico, como cualquier otro estado imperial, mantuvo un fuerte poder para mandar mediante la intimidación por el uso de la fuerza. Inclusive, cuando era posible, elegían gobernar a través de la persuasión e incentivos positivos a lo largo de toda la cadena de comando, por lo menos, daban la apariencia de que respetaban las instituciones básicas de las sociedades andinas tradicionales. Analíticamente, podemos entender que sus elección era un estrategia consiente de la nobleza incaica para transformar la coacción física costosa y la asimilación de poblaciones (hegemonía laminar) en una más duradera, regímenes asociados en los cuales los aldeanos accedían de buena manera su autonomía política y, por ende, la esperanza de obtener la adición del valor a sus relaciones sociales con el Inca (la ganancia intencional de un hegemonía viral).

El pedido del Inca para la mit’a laboral encerraba una variedad de tareas necesarias apara la expansión y consolidación del imperio. Podemos pensar en la mit’a como un periodo

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institucional, de impuestos rotacionales en el imperio, la tarea precisa de la cual dependía el desplazamiento de los deseos y necesidades del Inca. Aunque la mit’a, substancialmente, eraun inversión en el trabajo agrícola en el estado y el culto en los campos propios, la mit’a también desarrolló unas circunstancias específicas; tales como, un episodio de guerra para proveer a los soldados, porteros, conductores, cocineros, enfermeros y otros tipos de servicios que eran necesitados para mantener al ejército en movimiento por las campañas. La mayoría de proyectos encargados por el Inca y su linaje como las construcciones y mantenimiento de palacios, templos, carreteras, puentes, almacenes, redes de irrigación y terrazas agrícolas eran logradas con el ingreso de grandes cantidades trabajadores en la mit’a extraídos de ciertas comunidades.

A parte del trabajo que se encontraba en curso constantemente en los campos, una segunda forma de mit’a universal impuesta en todas las comunidades centradas en la producción de objetos importantes para la economía en el mundo andino después de la labor del hombre, claro está: vestimenta. Los escolares tenían amplio conocimiento del complejo rol, instrumental, simbólico, semiótico social, religioso y político, de los textiles en los Andes. El Inca no era el único que se fijaban de manera obsesiva en la producción y la circulación de la lana, algodón, cordones de espuma, herramientas de tejer y textiles finalizados. Algunos de los los tapices más finos y complejamente hechos en el mundo eran diseñados y tejidos en las sociedades judiciales en el mundo antiguo, siendo predominante el Imperio Incaico por los últimos 2000 años. Pero el Inca parece haber tomado la producción de utilitaria, ceremonial y lujosa vestimenta a una escala industrial. Adicionalmente a la obligación de laboral en las tierras del Inca, la nobleza, los cultos del estado, las comunidades requerían llevar la vestimenta del estado, la cual utilizaba lana y fibras de algodón extraídas de los almacenes. Como la obligación de trabajar en las parcelas de tierras, la mit’a textil impuesta por el Imperio Incaico, era intensificación de las labores tradicionales que las comunidades locales debían a los curacas, quienes proveían de productos no manufacturados para los miembros de la comunidad para producir una cantidad designada de productos textiles: túnicas, fajas, sombreros, cinturones, taparrabos, mantas, bolsos, adornos de pared, mortajas, y manojos para rituales. Producción de fibra, cardadura, hilado y tejido donde actividades culturales eran compartidas por los hombres y las mujeres, involucrando el trabajo de un hogar completo en base continua para satisfacer sus propias necesidades de consumo así como también los requerimientos de los curacas locales y del estado Incaico. De acuerdo a Cieza de León, anualmente cada vivienda estaba en la obligación de producir una manta y un polo por cada persona en el hogar para entregar su mit’a textil al estado. (Cieza de León 1976). Pero esta cuota precisa de la producción aplicada a todos los individuos en el imperio parece improbable desde que la mayoría de formas laborales extractivas eran en un contexto específico y preferiblemente relativo antes que elaborado. Era más probable que otras fuentes afirmaran que los individuos “simplemente tejieron lo que les ordenaban tejer y así fue siempre” (citado por Murra 1962:716). Cualquiera que sea el impuesto textil, la gran escala de producción generada por esta mit’a textil universal que maravilló a los españoles. Primeramente los participantes en la invasión española de los Andes, como Pedro Pizarro, describieron, con evidente asombro, miles de almacenes de la familia real, la nobleza incaica y los cultos del estado llenaron el techo con prendas concebibles y otros ítems fabricados de ropa atadas en fajos. Khipu kamayuqkuna rastreó asiduamente el flujo de los textiles que se vertieron en los almacenes, manteniendo la cuenta de estos excepcionales y valiosos ítems. Las prendas entraron en cada aspecto de la vida cotidiana del imperio Incaico. Vestimenta y otros tipos de textiles marcaron transiciones

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en ciclos de vida de los jóvenes y niños. Eran intercambiables en ceremonias matrimoniales, eran puestos en truques a cambio de bienes valiosos y distribuidos como regalos para establecer o consolidar relaciones sociales entre parientes o simplemente aldeanos con sus jefes. Eran tomados como emblemas de la identidad social y estaban a cargo de los nobles los cuales los usaban de manera ostentosa para reafirmar sus estatus. (FIGURE 4.2). Enterrados con los muertos en una ceremonia fúnebre donde no faltó las ropas de acuerdo a la ocasión, santuarios fúnebres y fajos de momias, los textiles se convirtieron un medio para expresar la más profunda antología para los plebeyos y las élites, aunque, claro está, la gran cantidad de diferencias en la cantidad y calidad de las prendas estaba acompañada de la muerte claramente indexada en esta situación. Los textiles fueron los más lujosos y preciosos ítems consumidos en entregas a los hogares y cultos. No menos importante, los textiles finos que eran objeto del resalte de la belleza, por entre todos los vehículos que expresaban la sutil estética y sensibilidad de sus creadores. En los Andes, y ciertamente para el Inca, la vestimenta podía ser entendida como un artefacto ejemplar del deseo, un material único que indexaba, en cierto sentido, era dotad y reproducía miméticamente las cualidades políticas y sociales de los humanos. Jhon Murra (1962:722) aptamente resumió lo comprensible del rol cultural de la prenda de vestir en el mundo Incaico:

“Una fuente primaria de ingresos estatales, un coro anual entre las obligaciones campesinas, un sacrificio común, una prenda que podía servir en diferentes momentos y ocasiones como símbolo de estatus o una muestra ciudadanía forzada, un mueble fúnebre, una dote, un sellador armisticio. Ningún evento ya sea político, social o religioso estaba completo si no se habían textiles para ser otorgados, quemados, intercambiados o puestos en sacrificio. En este tiempo, tejer se convirtió en una creciente carga del campesino de cada vivienda, una mayor especialidad ocupacional y, eventualmente, un factor de en la emergencia de retener los grupos campesinos como el aclla, las mujeres camtejedoras, una categoría social inconsistente que clamaba, en la prevaleciente ciudad del Cusco, que los servicios al estado no eran más que reciprocidad campesina escrita con mayúsculas.”

Los comentarios de Murra en el crecimiento de la categoría especializada del aqlla, como producto de la obsesión del Inca en producir y acumular vestimentas en enormes cantidades, enfatizó el rol primario de las labores, general y especializada, en el orden económico Incaico. Aunque los

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impuestos agrícolas y la mit’a laboral eran uno de las principales fuentes de ingresos para el Inca, instituciones especializadas como el mitmaq, aqlla, kamayuq y yana, que eran tipos de labores que emergieron en el imperio, contribuyeron substancialmente a la energía productiva del estado Incaico. La obligación general de la mit’a juntamente con esos tipos de labores generaba un enorme flujo de bienes y servicios en el Imperio Incaico. Adicionalmente a sus funciones como herramientas de producción,, estas instituciones realizaban roles estratégicos en el barco de estrellas Incaico, enfatizando el íntimo nexo entre el comportamiento económico y político del régimen incaico. No tenemos los registros censales exactos del imperio incaico que revelaban cual era el tamaño real de la fuerza laboral que comandaban los Incas. Desafortunadamente para los historiadores del imperio,el Inca mantuvo los registros de las viviendas codificados en los khipus. Esto presenta a los escolares con dos problemas virtualmente insuperables. Primero, la vasta mayoría de khipus que fueron destruidos luego de las secuelas de la conquista española (y en menor grado, los incas antes de la conquista quienes deseaban que se reescribiera la historia de acuerdo a su interese políticos). Segundo, todavía no se puede descifrar, definitivamente, la información numérica y narrativa codificada en algunos khipus que se han mantenido intactos, a pesar de estos avances importantes (Ascher and Ascher 1981; Salomón 2004; Urton 2003). En pocas palabras, nuestra información principal en lo demografía del imperio incaico está prácticamente perdido. Es por esto que debemos apoyarnos en estimados de tamaño popular que datan del periodo administrativo de la colonia española, documentos con aproximaciones de los extremos índices de mortalidad en los primeros años de conquista (Cook 2004), basados en ciertos casos de búsqueda arqueológica en el tamaños de los asentamientos pre-Hispánicos y sus respectivas distribuciones. En su mayoría, esta subóptima metodología podía generar una aproximación para la población del imperio; pero, por un momento, esta es nuestra única alternativa. Usando esta aproximación, la probable población estimada en el imperio incaico variaba en el rango de los 9 millones a los 16 millones de personas. Si tomamos este rango como una aproximación razonable, el número de varones por vivienda del hatun runa sujetos al tributo por labor podrían haber bordeado los 1.8 a 3.2 millones, junto con el número equivalente en mujeres que participaron activamente en la mit’a laboral como miembros de vivienda. El tributo por labor le debía al estado fue calculado en las bases de las viviendas, no en miembros individuales del hogar. Por esta razón, una pareja con muchos hijos y parientes que residían con ellos podían realizar su labor de manera más rápida al momento de compartir labores entre todos los integrantes de la casa. De la forma en como Cobo describe el sistema, los plebeyos “dividieron el trabajo que tenían para realizarlo en líneas, cada sección era llamada suyo (un tipo de división), y luego de la división, cada hombre ponía en su sección a sus hijos y a sus esposas y a todas las personas que lo ayudaron a construir su casa, además era considerado una persona adinerada; el hombre pobre que era quien no tenía a nadie para que lo ayudara en su trabajo tenía que

trabajar por mucho más tiempo” (Cobo 1979:212).

En ese sentido, su labor fue un punto importante en la creación de riqueza para los plebeyos, así como para la nobleza. No podemos estar seguros de la cantidad de personas, hombres y mujeres, que rindieron tributo por labor a través de la mit’a, o conocido como mitmaqkuna, yanakuna, kamayuqkuna o aqllakuna en ves. Podemos asumir, con cierta confianza, que el número de personas, comprometidas en las cuatro categorías de tributo por servicio, creció a la par con la extensión del imperio. Asumiendo que los cronistas españoles y documentos administrativos eran razonablemente correctos con respecto a los números de trabajadores que estaban involucrados en los proyectos del estado incaico, el mitmaq y yana, en particular, constituyeron un porcentaje importante de la población obrera, talvez alcanzar como 1/3 del

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total. Esta proporción importante de la población en el estatus del estado (mitmaqkuna) y retenedores personales (yanakuna) parece ser plausible, dada a la trayectoria en el imperio incaico de ampliar reclamos de la propiedad privada de la familia Incaica, la aristocracia y a los sacerdotes de cultos. Las aceleradas privatizaciones de tierra, recursos naturales y labor sutil transformada y principios tradicionales no estabilizados de regímenes comunes, la ayuda mutua y la práctica de reciprocidad generalizada entre las comunidades nativas. La identificación personal con el ayllu de nacimiento, particularmente para los yanaconas y los aqllakuna, quienes eran reemplazados por afiliación y lealtad a las casas nobles e instituciones donde los retenedores eran unidos. En otras palabras, las economías domésticas del mimaq, yana, kumayuq y aqlla se convirtieron en una política económica dependiente de la aristocracia.

LA ECONOMÍA AGRÍCOLA

Las principales fuentes de riqueza y sistemas relacionados de producción que generaron la fortuna en el imperio Incaico? En amplios términos, como una sociedad, principalmente, agrícola el Inca dependió en la agricultura para la subsistencia y como excedente. Las cosechas agrícolas de ambas, productos políticos y comida de primer consumo que circularon a través de la redistribución en el estado y constituyó la principal fuente de riqueza en el imperio. Los Incas constantemente invertían en grandes proyectos de tierra que intensificaban la producción de una amplia variedad de materias primas como el maíz, las papas, quinua y granos; condimentos como el ají, cosechas especiales como la coca que era usada para rituales y con propósitos medicinales; además de las cosechas e industriales como el algodón y calabazas. En el altiplano, el estado Inca creó y expandió terrazas agrícolas y red de irrigación en canales, reservorios, presas y compuertas. Estas empresas masivas consumían el labor de miles de plebeyos movilizados mediante la mit’a, mitmaq y el yana del cual resultaron extraordinarias hazañas de ingeniería agrícola que transformaron grandes estiramientos en la cadena de los Andes en un paisaje sustancialmente antropológico (Figures 4.3, 4.4 y 4.5). Las inversiones del Inca en el imperio enfatizó el intento de expropiar la tierra, labor extractiva y alienar los recursos naturales de las comunidades; ellos se enfocaron, en otras palabras, la extracción del imperio y dimensiones coaxivas. En muchos contextos, particularmente en la tierra de reclamación de proyectos, el imperio Incaico que fue también un estado de desarrollo, creando un nueva infraestructura y técnicas de implementación que incrementaron los recursos agrícolas, no simplemente extraerlos. (Chepstow-Lusty et al. 2009). Dado la fragmentación, topográficamente complejo del paisaje de los Andes, estas reclamaciones de reclamación de proyectos cuando entre los más técnicos y la intensiva labor que se haya hecho antes del imperio. Aunque un dramático retrato exacto de la agroecología de la región que enfatizaba el ambiente, retaba y encontraba oportunidades para los agricultores nativos en el altiplano y explicaba de forma implícita lo racional de la reclamación de proyectos que estaban designados al incremento de la productividad agrícola del imperio:

“La región andina era un poco diferente a las diferentes regiones que eran grupos de cosechas que habían sido domesticadas. Aquí no había planes sin fin de uniformidad fértil, tierra bien irrigada en Asia, Europa y el Medio Este. En cambio, había una carencia total de piso fértil e irrigado. Los aldeanos hicieron crecer sus cosechas en millones de parcelas dispersas en varios de kilómetros y encaramaron una ladera sobre otra alzando miles de metros. Lo complicado del mosaico ecológico creado por incontables microclimas, incluyendo algunos de los más secos o más húmedos, fríos y calientes, hondos y altos, que se hayan encontrado en el mundo. Talvéz ningún otra región ha tenido este amplio rango de

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medio ambientes en el antiguo imperio. Y la región está tan fragmentada que la lluvia, la nieve, el sol y tipo de suelo puede variar en distancias en pocos metros. Por ejemplo, el piso del valle puede ser un piso delgado, el abundante sol en el día y severa nieve en la noche. Para protegerse de una falla en la cosecha, los antiguos agricultores andinos utilizaron los microambientes que pudieron. Los agricultores mantuvieron, deliberadamente, en diferentes elevaciones y verticalmente diversificadas fomentando el desarrollo de una cornucopia de la variedad de cosecha, cada uno con pequeñas diferentes tolerancias de tipo suelo, humedad, temperatura, insolación y otros factores. La diversidad resultante de cosechas sirvió como una forma de agricultura, pero los ciclos de crecimiento de diferentes elevaciones

permitieron al trabajo ser escalonado y por ende más área sea cultivada.” (National Research Council 1989:16)

Este pasaje combina el, único y altamente diverso, ambiente confrontando a los agrícolas indígenas, así como algunas técnicas de manejo agrícola que ellos usaron para maximizar la producción y minimizar la vulnerabilidad de las condiciones climáticas y meteorológicas. En cierta versión de agricultura de teoría, una técnica común era la diversificar las tierras para que las propiedades físicas tuvieran la más amplia variedad posible de características topográficas, suelo, agua e irrigación solar (FIGURE 4.6). La mayoría de las personas incorporadas por el Inca en el Tahuantinsuyo eran agricultores autosuficientes, generalmente capaces de producir comida suficiente para satisfacer sus requerimientos calóricos

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Los habitantes de las cuencas del altiplano por encima de 3000 msnm, a diferencia, estaban más constreñidos por tipos de cosechas de alimentos que podían cultivar. La agricultura en las partes altas de los Andes era inherentemente riesgosa, propenso a debilitarse por la nieve, granizo, viento, sequía e inundaciones. Solo los más fuertes, los tubérculos más adaptados a la

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altura como las papas, la oca, el olluco, el mashwa y los granos como la quinua, kiwicha y kañawa que crecían bien en el ambiente (FIGURA 4.7). En los términos más directos, aproximadamente 95% de los alimentos cosechas en los Andes podían ser cultivados por debajo de los 1500 metros, pero únicamente 20% eran cultivados por encima de los 3000 metros. La implicancia del contraste de la distribución de los recursos era clara. Para ampliar la variedad y cantidad de los productos alimenticios y reducir el riesgo de la subsistencia de la agricultura, las personas vivían en zonas altas buscando acceder a los productos cultivados en mayor profundidad, que estaban en zonas más cálidas. Pero el deseo de los habitantes de los Andes, para acceder a las tierras de menor altitud, no era exclusivo o, principalmente llevado de forma imperativa a producir las cosechas. Los granos ricos en proteínas (kiwicha, kañawa y quinua), tubérculos (papa, oca, achira y mashwa) y legumbres (tarwi), conjunto a la carnes frescas y preservadas, formaban una dieta substanciosa. La política, sociedad y rituales participaron en el sistema diversificado agrícola de los Andes tanto como el deseo por la variedad culinaria o la necesidad de bienes sustanciosos. Respecto a este aspecto, el precio más alto de las cosechas lo tuvieron el maíz y la coca. Así como Murra (1960) demostró, el maíz y la coca fueron altamente valorados como cosechas ceremoniales en los Andes: por debajo del Inca, estaban las cosechas del estado por excelencia, que eran producidas en muchas áreas bajo el control centralizado del gobierno a través de la mano de obra de los colonos reseteados por la fuerza. El maíz fue un producto esencial; pero, aún más importante, fue la chicha, o maíz morado, que fue un componente esencial de los festines políticos que los curacas ofrecían en el imperio Incaico. La coca era una planta prioritariamente ritualista en los Andes y era indispensable para las ceremonias de las comunidades relacionadas a la agricultura, fertilidad en los animales y transiciones en el ciclo de vida humana y por multiplicidad de los ritos informales que fueron hechos por individuos y sus hogares. En las tierras altas, el deseo, de obtener el acceso a estas cosechas producidas únicamente en zonas cálidas, casi siempre significaba que las comunidades y los hogares tenían múltiples elevaciones de tierra. Estos dominios variaban desde el más alto, los pastizales más azotados por el viento en la puna por encima de los 4000 metros, era recomendado para el pastoreo, el cultivo de tubérculos y la producción de granos, desde las más altas y medias altitudes de Suni (3500 a 4000 metros), zonas ecológicas en las cuales la amplia variedad de granos, tubérculos y legumbres podrían ser producidos, hasta las tropicales chaupiyangas y zonas de selva que cedieron muchas de las cosechas de zonas cálidas así como también la amplia variedad de vegetales (pimientos, calabazas y tomates), frutas (bayas, chirimoyas, papayas, lúcuma, pacay, granos, maracuyá, pepino y tamarillo) y nueces entre otros productos de tierra cálida como la miel, madera aromática y plumas de aves tropicales. La estrategia de los ayllus y de los grupos étnicos de los dominios de tierra dispersos por todo el terreno, usualmente ofrecían la tierra y los recursos de un microclima en particular con otra ayllu y grupos étnicos, ha sido aptamente llamado por territorios discontinuos. Es por esto, el territorio reconocido y defendido de muchas ayllus consistían en pequeños y bloques continuos de tierra, pero de pequeños y diversos dominios de tierra intercalados en mosaico, y patrones pixelados de dominios de otros grupos étnicos. Luego de la conquista del Inca, los virreyes españoles y administradores coloniales eran confundidos por estos patrones de dominios discontinuos, un tipo de sistema de tenencia de tierras que no tenía algún antecedente en Iberia. Ellos trataron restablecer a los habitantes en pueblos centrales y villas con territorio contiguo para una mayor facilidad de impuesto, vigilancia e instrucción religiosa. Porque el eje principal del ambiente y de la variedad de recursos naturales en los Andes derivaba de un cambio altitudinal, la estrategia indígena de acceso directo a un máximo número de zonas ecológicas por grupo individual ha sido llamada “verticalidad”, economía

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vertical complementaria (Murra 1972; Salomón 1985). Incluso, hasta el día de hoy, algunas comunidades rurales, a lado de las laderas orientales de la Cordillera de los Andes, mantuvo el uso de derechos simultáneamente a los pastizales para llamas y alpacas en el altiplano, en los prados helado de las montañas por encima de los 4000 metros, como los campos de papa, oca y quinua en las cuencas montañosas que estaban por encima de los 2800 metros, y las parcelas de maíz, coca y otras cosechas de tierra cálida en regiones por debajo de los 2000 metros. La explotación de los recursos estratificados por elevación tomaba muchas formas especializadas en los Andes, pero podemos identificar dos variaciones principales que capturaban la esencia de esta remarcable práctica económica. El primero era lo que se refiere a la verticalidad, en la que una villa o grupo étnico residía en ajustes físicos que permitían a la comunidad el rápido acceso de zonas ecológicas cercanas. Las diferentes zonas de cosechas, pastizales y otros recursos localizados, como la sal, miel y árboles tropicales, estaban a uno o dos días de camino de las comunidades. Generalmente, la comunidad estaba situada en una cuenca montañosa productiva agrícolamente por encima de los 2000 metros; aunque los miembros de la comunidad, y en momentos, la villa entera podía residir temporalmente en uno de las zonas ecológicas para manejar la extracción de productos no disponibles en las zonas altas. Las villas mantenían viviendas temporales en número de “pisos” ecológicos y residencias rotativas entre estas de acuerdo al ciclo agrícola y pastoral por temporadas. La eficiencia de este sistema recaía, fuertemente, en la solidaridad del grupo en esta forma de verticalidad era caracterizada por fuertes lazos de parentesco y una ayuda ética con uno mismo. La segunda variación se parecía a la verticalidad compresiva en que cada grupo mantenía residencias en múltiples zonas ambientales estratificadas. Pero en esta estratagema, que ha sido llamado archipiélago vertical, el grupo étnico o recursos explotados en zonas que son ampliamente dispersas y no continuas, constituían una serie de “islas” independientes de producción. En algunas villas comprometidas con esta estrategia, los miembros de las comunidades debían emigrar de 10 a 14 días de su hogar a las montañas para llegar a campos distantes en las tierras tropicales. Esta forma de tierra usada era la más desarrollada en el periodo pre-hispánico por sociedades complejas como los imperios aimaras de la cuenca del Titicaca. En estos imperios, los archipiélagos verticales eran transformados en un formal y especializado sistema de producción en el que el satélite de comunidades de los territorios donde eran enviados a vivir permanentemente como colonizadores en bosques tropicales de la costa pacífica. Ahí los colonizadores hacían crecer cosechas y productos extractivos para su propio consumo y para el transbordo de vuelta de sus compatriotas andinos. Al establecer esta política de colonización permanente, estos gobiernos han mejorado la eficiencia de la efectividad de su sistema económico produciendo cosechas y otros bienes en múltiples zonas ecológicas. En este sistema, las cosechas, los alimentos crudos y otros productos, más que las personas, circulaban a través de un archipiélago. Los colonizadores de las zonas altas, frecuentemente, compartían, con los habitantes indígenas, los recursos de tierras extranjeras las cuales habían restablecido, de las cuales habían adoptado la vestimenta y costumbres de los pobladores. Los colonizadores, sin embargo, mantenían los derechos básicos de matrimonio, residencia, tierras familiares y propiedad en sus comunidades de origen en distintas zonas del altiplano. El número y parentesco de los colonizadores mantenida por los imperios de los Andes, en diferentes islas de producción, era altamente variable y podría variar desde familias extensas hasta un par de personas de villas enteras. Preferiblemente a desmantelar completamente la tradición nativa de economías discontinuas territorialmente y de archipiélagos locales cuando ellos empezaron a reorganizar la población y producción en su naciente imperio, el Inca expandió e intensificó su estrategia económica en algunos contextos geopolíticos. Este trato de cooperación y adaptación de instituciones locales, creencias y patrones de comportamiento

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económico y político para las necesidades del imperio del distinguido Inca. El éxito de la expansión del Imperio Incaico se debió, en gran parte, a la manipulación perceptiva de la élite al preservar valores, estrategias económicas y conceptos políticos correspondientes a la relación recíproca de derechos y obligaciones entre los líderes de la comunidad y sus gente así como ellos lo hicieron son sus superiores. La adopción Inca y gran desarrollo de economías de archipiélagos territorialmente discontinuos fue un ejemplo. Podemos observar que existen otros aspectos de esta estrategia política cuando examinemos las instituciones políticas y religiosas y las prácticas promovidas por el Inca en la reorganización imperial en el tiempo andino antiguo. En este mismo tiempo, sin embargo, en diferentes áreas estratégicamente distribuidas por todo el imperio, el Inca transformó completamente los arreglos de tenencia de tierras para crear campos a larga escala y estados personales (FIGURE 4.8). En estos casos, los campos agrícolas consistían en bloques largos e ininterrumpidos de tierra que eran trabajados por colonizadores del mitmaq y los yanaconas se establecieron en tierras expropiadas de comunidades locales y grupos étnicos. La expulsión del Inca Wayna Qhapaq de la población, la reorganización del régimen de tenencia de tierras y el restablecimiento de las 14000 mitmaqkuna para producir maíz en el valle fértil de Cochabamba en Bolivia, representaba una instancia arquetípica de esta estrategia geopolítica, la cual debía más a la audacia de fuerza que a las sutilezas de la diplomacia. El abuelo Wayna Qhapaq, el Inca Pachacutec, ejerció el mismo poder de coacción cuando expulsó a los habitantes autóctonos de todo Cuzco para crear la irrigación de los distritos chapas para los ayllus imperiales de la aristocracia incaica. La tecnología incaica y la organización incaica de la producción agrícola generaron un enorme flujo de cosechas diversas y comida procesada que suscribieron la economía de este gran imperio agrario. De acuerdo a una evaluación, “en un tiempo de la conquista española, el Inca cultivó casi todas las especies de plantas que los agricultores de toda Asia o Europa. E las laderas por encima de cuatro kilómetros por encima de la columna de todo el continente y en climas variantes de tropical a polar, ellos cultivaron raíces saludables, granos, legumbres, vegetales, frutas

y nueces” (National Research Council 1989:1). El impuesto, incaico de los plebeyos, por labor en los campos del estado y la apropiación de una vasta cantidad de tierras del estado, estados privados, y cultos religiosos. Varios de estos estados agricultores estaban dedicados a la producción del maíz como la principal prestigiosa cosecha en el imperio Inca.

ECONOMIA GANADERA

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Aunque la agricultura fue la piedra angular de la economía en el Imperio y la principal ocupación de la población de este; otro sector contribuyó de manera importante con la riqueza del estado Inca: la crianza, cuidados y el manejo del ganado. Único en la América pre-hispánica, los Andes fueron el hogar de una vasta cantidad de rebaños de camélidos domesticados y salvajes: la llama, la alpaca y la vicuña. Estos animales han cedido su lana, cuero, leche y carne. La llama sirvió como un animal de carga en el comercio y en operaciones militares como el transporte de productos a granel, cosechas agrícolas, alimentos procesados, madera, minerales, textiles cerámicas y muchos más bienes en el accidentado y tortuoso terreno de los Andes (FIGURA 4.9 “Llama comiendo”). Pero los usos económicos que se le dieron a los camélidos solo eran superficiales comparados con el emotivo y místico rol que, realmente, cumplían en la mente de los aldeanos de los Andes. La relación entre los humanos y camélidos en el Altiplano andino proviene desde tiempo atrás, es persuasivo e implica de manera peculiar una forma de simbiosis. La llama fue una fuente de alimentación, herramientas, vestido y transporte; también fue considerado como un avatar de lo supernatural, representado como una criatura animada de dos bandos, sagrada y profana. El corazón, hígado y pulmones de la llama eran extraídos y examinados para interpretar augurios y pronosticaciones del futuro. El sacrificio de la llama marcó uno de los episodio más críticos en el ciclo de vida del ser humano y puede haber puntuado y definido transiciones temporales en el calendario lunar agrícola (Zuidema 1983c). La labranza de la llama, rituales para sacrificarla y fertilidad agrícola fueron íntimamente asociados con el sistema calendario, reflejando relaciones sociales, simbólicas y ecológicas entre la ganadería y la agricultura en el Altiplano. Notas de Zuidema: “Mientras las cosechas van creciendo los animales eran alejados de los campos, una vez terminada la cosecha eran introducidos para permitir que las llamas se alimenten del sobrante rastrojo y de esta manera mejorar la fertilidad de los campos con la ayuda de estiércol… la cosecha y los animales eran alternados en los mismos campos”. Las ecologías sociales y físicas de la agricultura y ganadería, aunque eran antagónicas, fueron integradas por el ritual del calendario: los ritmos del rito, cosechas y manadas fueron introducidos en la sincronía productiva.

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Aproximadamente 7000 años atrás, los aldeanos andinos domesticaron dos de sus cuatro tipos de camélidos nativos del altiplano: la llama y la alpaca. La llama fue criada para múltiples propósitos y las partes del cuerpo del animal durante su vida y después de su muerte eran integradas en la vida del dueño. La alpaca, que era más pequeña, fue criada principalmente por su lana, que era menos gruesa que la de la llama y era más adecuada para el tejido de vestidos. Los otros dos camélidos, el guanaco y la vicuña, permanecieron sin domesticar. El guanaco fue cazado por deporte y por su imponente sabor y jugosa carne. Aunque nunca fue realmente domesticada, las manadas de las vicuñas fueron de cierta manera controladas por los aldeanos para obtener su codiciada, suave y sedosa lana. En el imperio incaico, la lana de la vicuña estaba reservada para la realeza para ser usada como hermosas y ostentosas túnicas (FIGURA 4.10). Aunque la vicuña es una especie protegida en la actualidad su lana aún es considerada, prácticamente, como un símbolo mítico en el mundo del alta costura inclusive más valiosa que el cashmere, la lana común de la cabra del Himalaya.

En el altiplano, las manadas de las llamas domesticadas y de las alpacas eran la principal fuente de riqueza y su excepcional abundancia sobre el milenio era un testamento de su rol principal en el ganado nativo (FIGURE 4.11). El tamaño de las manadas durante el apogeo del imperio incaico, y por algunas décadas anterior a este, fue increíblemente asombroso. Una completa generación luego de la conquista de los españoles que había inducido a un masivo colapso demográfico entre todas las poblaciones nativas, registros de censos de la mitad del siglo XXVI reportaron que plebeyos a lo largo de costas occidentales del Lago Titicaca eran dueños de varias cantidades de animales. Don Juan Alanoca, un curaca aimara étnico en 1567, era dueño de cincuenta mil animales. El mismo documento reportó estas exorbitantes cantidades de manadas de animales en el periodo

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colonial de animales en posesiones de nativos residentes en asentamientos indígenas alrededor del Lago Titicaca, incluyendo los municipios de Juli, Pomata, Zepita, los cuales fueron capitales de organizaciones políticas aimaras previo a la incorporación del Inca. Estas marcas aimaras, en ciudades principales, aún controlaban las manadas en grupos de diez mil inclusive después del trauma de la conquista que ocasiono muertes y perdida de grandes cantidades de población. En los primeros años de la conquista de los españoles, los dioses del Wanka, acérrimos rivales del Inca y aliados de los europeos, amueblaron enormes trenes llenos de llamas para transportar suplementos y como carne en el casco de ejércitos invasores. Nuevamente, los registros contemporáneos refirieron a grupos de diez mil animales que servían a estos críticos y estratégicos objetivos de los conquistadores. Uno podría imaginar que las manadas de camélidos en la era pre-hispánica deben haber sido más grandes inclusive y que el total de camélidos que eran cedidos en cualquier momento al imperio incaico sumaban millones. La llama, aunque no era alpaca, que es más sensible a los cambios en su hábitat y que prefiere las alturas y el clima del altiplano, fue también criada y mantenida en las cortas del desierto del Pacífico, a pesar de que no eran enormes cantidades de manadas notorias en el Altiplano. La manada de la llama costera pastó microambientes de las lomas, una flecha sensacionalmente húmeda banda de vegetación en los márgenes entre la costa llana y las estribaciones de los Andes. Este especial microambiente fue un punto de convergencia para las poblaciones de las tierras altas y las de la costa junto con sus respectivas manadas de llamas que tenían la función principal de transporte de bienes entre las zonas altas y bajas del macizo Ande.

Dada la gran antigüedad de la explotación de los camélidos, su substancial significancia económica, social y religiosa para las poblaciones nativas y su mutualismo con otros habitantes, no debería sorprendernos el descubrir que el Inca desarrolló técnicas de administración y protocolos culturales para su relación con los camélidos. La extensa cuenta de administración de manadas de Bernabé Cobo bajo el Inca ofrece algunos puntos claves en la logística y muestra ciertas reglas culturales para la crianza de camélidos y explotación de estos en el imperio:

“El inca tuvo la misma división hecha para todo el ganado domesticado (llama y alpaca), asignando una parte destinado para la religión, otro para él y otra para la comunidad; y no solo dividió y separó cada una de estas partes mencionadas anteriormente, sino también lo hizo para las zonas de pasto en los cuales el ganado era pastado, ayudando, de esta manera, a que las manadas de ambos no se mezclaran. El Inca dividió las mimas zonas de pasto en cada una de las provincias. Las zonas de pasto pertenecientes a la religión y del Inca, respectivamente, eran llamadas moyas. Era ilegal poner ganado de la religión en las moyas del Inca y de manera opuesta, por esto se entiende que cada manada pertenecía a un distrito específico. Por ejemplo, existían zonas de pasto pertenecientes a la provincia de Chucuito (en el norte del altiplano) donde el ganado del Inca era criado, y los animales, pertenecientes también al Inca, de la provincia de Pacajes (alrededor del sur de las costas del Lago Titicaca) no podían cruzar a la otra zona a pastorear. En estos animales se puso bastante cuidado, del cual eran encargados pastores asignados y capataces que mantenía la cuenta del incremento de las manadas y de los animales muertos, y de manera contributiva la gente de estos pueblos pagaban cierta cantidad considerable de su tributo con estas actividades realizadas para el Inca. La parte de las manadas que pertenecían a la comunidad era mucho más pequeña que cualquiera de las otras partes y eran notorias por los nombres que se les asignaban. Las manadas que pertenecían a la religión y al Inca eran llamadas capac llama, y las que pertenecían a la comunidad, sea de forma privada o pública, eran llamadas huacchac llama. La etimología mostraba la notoria división, donde capac llama significa “manadas pudientes” y huacchac llama, “manadas pobres”. Por otra parte, el Inca tomó parte de los animales pertenecientes a la comunidad y se los entregó a los caciques y a las personas que le sirvieron como forma de retribución a sus servicios; además, ordenó que a los residentes les fuera asignado un número

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de animales que necesitaran. Ninguno de los animales que el Inca entregaba como retribución, para ser criado y formar manadas, podía ser dividido o transferido ni tampoco las zonas de pasto; por tanto, los herederos del primer dueño poseían las mismas manadas que este. Este ganado domesticado de llamas fue uno de los más ricos que los indios hayan tenido. En favor de conservar y las manadas siempre estén en crecimiento, el Inca ordenó dos puntos importantes. En primer lugar, cualquier animal que tuviera caracha (cierta enfermedad similar a la sarna o costra que los animales podían contraer y muchas veces era causante de su muerte) debía ser quemado vivo y de manera prolongada y nadie podía tratar de curar a un animal enfermo o matarlo para utilizarlo como comida. Esta primera orden salvaguardaba la higiene y la prevención de que dicha enfermedad se propagara dado que era extremadamente contagiosa. En segundo lugar, las hembras no debían ser matadas para ser ofrecidas en sacrificio o cualquier otra razón. Gracias a estas órdenes el vasto número de estos animales durante el imperio fue increíble.” (Cobo 1979:215-216)

Este pasaje comunica de forma elocuente la obsesión de la élite incaica con el éxito reproductivo y la salud de las manadas de las llamas; y, de manera explícita, describe algunos de los mecanismos y sociología de la administración y manejo de las manadas. De igual manera como ellos hicieron con el paisaje agrícola, el Inca dividió las manadas de camélidos en tres grandes categorías de posesión, control y uso: propiedad pública y privada del Inca y de la familia imperial, propiedad de la religión y propiedad a comunidad local. Estas tres principales categorías de manadas fueron rígidamente segregadas espacialmente como una técnica contable para realizar un seguimiento de los animales y de su fluctuación anual en la población y, más probable, como una reacción a la escasez localizada de buenos pastorales. La codificación del color de las manadas facilitó el sistema de contabilidad que sirvió para registrar el número de animales en las diversas categorías mencionadas. Las llamas eran separadas en colores, blanco, negro, marrón y manadas de colores mezclados que tenían tipeados los mismos colores de cables de cuidado de registros que eran mantenidos por el khipu kamayuqkuna. En el caso de las tierras agrícolas, la otra fuente crítica de economía indígena, dedicadas manadas fueron distribuidas a grupos locales étnicos, señores locales, oficiales de las provincias incaicas y para el uso privado de la familia imperial. Ambos, curacas locales y el monarca incaico, también dotados de cultos religiosos con manadas de animales para el soporte de la clase sacerdotal y los retenedores responsables para mantener los cultos. Existía, en paralelo, un sistema de asignación, redistribución y contabilidad para tierras agrícolas y manadas de camélidos, reflejando la gran interdependencia social y ritualista de la agricultura y ganadería. Así como Cobo reafirma, similar al sistema de la fiscalización del trabajo para cultivar campos, muchas ciudades, particularmente en los Andes del altiplano, descargaban el tributo correspondiente a sus obligaciones proveyendo pastores para la élite del imperio y para los cultos religiosos.

El tributo de labor correspondiente al Inca previsto por las ciudades las cuales redistribuían periódicamente llamas a los curacas locales y a sus comunidades. En otras palabras, la fiscalización inca de la economía ganadera no implicó directamente la expropiación de cierta cantidad del porcentaje de animales distribuidos en las ciudades y las organizaciones políticas. Así como la producción en una comunidad agrícola, el tributo no estaba enmarcado por cantidades específicas para una comodidad en particular, en este caso, animales o productos provenientes de estos como lana, carne y cuero. Preferentemente, el Inca demandó únicamente labores físicas para las comunidades, quien trabajó de forma dedicada en los pastizales expropiados del gobierno local durante su incorporación en el Imperio Incaico. Con respecto a esto, las estrategias tributarias del Inca y los protocolos eran astutos. Una vez la expropiación de los recursos de las organizaciones políticas fueron alcanzadas, subsecuentemente la extracción de la comunidad no estaba implicada con una alienación

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adicional de fuentes críticas naturales, inclusive la carga adicional de trabajar en los campos y pastizales del estado era claramente pesado. La carga psicológica que generaba la fiscalización fue disminuida en el sentido de que los productos producidos en tierras privadas de aldeanos de las comunidades no podían ser llevados o comprados para llevarlos hasta Cuzco. Miembros de la comunidad mantenían lo que sería su propia producción; pero, por supuesto, la cantidad de lo que ellos podrían haber producido para su propio beneficio fue reducida substancialmente por la original expropiación incaica de sus tierras. Aun así, a través de las generaciones, las memorias de autonomía y de la posesión original de más tierras y recursos que habían retrocedido y de un “nuevo normal” de la producción establecida que ya había sido establecida en los trabajos dirigidos para el Inca. Por lo menos, estas comunidades no tuvieron que presenciar a los gobernadores incaicos apoderándose, de manera forzosa, de cultivos, manadas de camélidos y otros productos de la comunidad para luego agruparlas y enviarlas a los señores del Cusco. En este proceso de recalibración memorial, podemos observar la sutil transformación de la conciencia histórica inducida por la aplicación de una estrategia de hegemonía viral por parte de la élite incaica. Vestimenta, ganado y acceso a las tierras donde las tres principales fuentes de manejable y estable riqueza que sustentaba en forma social el poder del Imperio Incaico. Pero, en el final, el acceso a la mano de obra, desplegado en muchas formas y movilizado a través de distintas instituciones, fue la moneda del imperio. El trabajo que estaba acumulado y manejado de forma local, fue la clave para el éxito de las aspiraciones del Imperio Incaico y fundamentalmente, la fuente principal de la riqueza de este.

LA LOGÍSTICA DEL IMPERIO INCAICO

Cómo hizo el Inca para administrar su economía? Como es que coordinaron la producción, mantenimiento, circulación y consumo de bienes y servicios a escala imperial? Nuevamente, las palabras de Cieza de León, escritas en franca admiración de la audacia de las organizaciones de imperio incaico, nos ofrecen importantes pistas:

“En más de 1200 ligas de la costa en las que ellos mandaron tenían sus representantes y gobernantes, y muchos de sus alojamientos y grandes almacenes suplidos con todo lo necesario. Esto fue proveído por sus soldados, en uno de estos almacenes habían lanzas; en otros, dados; en otros, sandalias y en otros, diferentes armas que se usaban. De igual manera, ciertos edificios estaban suplidos con finas prendas de vestir; otros, con prendas más gruesas y otras con comida y diversos tipos de víveres. Cuando el señor estaba alojado en sus aposentos sus soldados resguardaban el lugar, desde el más importante y el más insignificante, pero igual proveían” (Cieza de León 1976:68)

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Talvez más de lo que cualquier otro estado nativo del América antigua, el Inca era simplemente renovado para la escala y eficiencia de la comodidad de su elaborado sistema de almacenamiento. El progreso de la conquista española de los Andes, realmente, podría haber sido disminuida sustancialmente de no ser por las interminables filas de almacenes, conocidas en quechua como qollqas, llenas de comida, vestimenta, armas y suplementos que los conquistadores encontraron ataviadas en las afueras de la ciudad.(FIGURE 4.12). Bernabé Cobo, al igual que Cieza de León, describió el sistema de almacenamiento incaico y él nos muestra ideas intrigantes en la organización interna. “Los almacenes correspondientes al imperio y a la religión eran diferentes”, escribió, “aunque estos siempre estaban juntos, como los dueños de lo que estaba almacenado y de sus usos respectivos. Los almacenes de los Incas eran mucho más grandes y largos que los de la Religión; esto implicaba que los Incas podían compartir mayor cantidad de tierras y de animales que por el parte de los religiosos.” (Cobo 1979:218). Este pasaje perceptivo sugiere que cuando el Inca incorporó una nueva provincia en su imperio ellos conectaban la construcción de almacenes enormes junto con la reorganización del sistema de tenencia de tierras, del cual se trató previamente, estaba particionado territorialmente en tres divisiones principales, gobierno central, cultos y autóctonos latifundios. Productos provenientes de las dos particiones territoriales fluyeron es qollqas segregadas espacialmente. Un set de trasteros fue designado directamente para los cultos y otro set para el uso del gobierno central. Si Cobo estaba en lo correcto, las qollqas gubernamentales eran más largas y más numerosos y contenían una variedad más amplia de bienes crudos y manufacturados a comparación de los que estaban designados para el soporte de los cultos religiosos.

Las qollqas eran substancialmente estructuras circulares o rectangulares construidas a base de piedra, madera o paja, y estos eran provistos frecuentemente con sistemas de ventilación para ayudar a la preservación de alimentos a granel como las papas y el maíz. El procesamiento especial de las papas, otros tubérculos y la carne de la llama extendieron la capacidad de los almacenes para adecuarse a las necesidades dietéticas a largo plazo de los pobladores. Una primera técnica, aún ampliamente utilizada en comunidades indígenas de los Andes, consistía en liofilizar las raíces de la cosecha; por ejemplo, la papa convertida a un producto llamado chuño. Después de que la cosecha, papas y otros tubérculos son expuestos a la intemperie durante noches frías y días secos característicos de los Andes y el altiplano. Agricultores pisoteaban los tubérculos expuestos durante el día para eliminar el agua filtrada por la el congelamiento de la noche anterior. El proceso resultó en peso ligero, producto liofilizado que tiene excepcionales propiedades de almacenamiento, reteniendo valores nutricionales por años sin refrigeración. Similarmente, la carne fresca era puesta a secar en tiras y procesada a charqui, un producto similar a la carne seca, que puede ser fácilmente transportada largas distancias. El chuño y el charqui eran críticos en la logística del imperio porque los ejércitos del Inca estaban preparados para comer sus meriendas mientras se

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encontraban en la marcha. En tiempos de sequías, inundaciones, heladas mortales y otros desastres naturales, estas comidas procesadas se convirtieron una póliza de seguros que permitieron al imperio soportar la hambruna regional y los disturbios políticos que acompañaban a la hambruna y desesperación popular. Actualmente, el chuño sirve como un alimento que combate la hambruna, que comprende una parte substancial para la dieta de los pobladores nativos del altiplano durante épocas donde la cosecha ha fallado. En la capital de la provincia Huánuco Pampa en el norte central de los Andes del Perú, la investigación arqueológica sistemática ha documentado más de dos mil almacenes con distintas características arquitectónicas relacionadas con sus funcionalidades de almacenamiento. Las qollqas circulares eran utilizadas para almacenamiento de maíz. Las cerámicas restantes que se descubrieron en los almacenes indicaban que el maíz era almacenado en unas jarras herméticas, como núcleos largos. Las qollqas rectangulares, según investigaciones, podrían haber sido almacenamiento de tubérculos. Los tubérculos que eran guardados eran, previamente, puestos en esteras de pajas y atados a manojos ligados a cordones. Los almacenes de Huánuco tenían características estructurales especializadas tales como, umbrales, doble gravado, pisos de piedra y conductos de piedra que estaban alineados con el aire predominante facilitaba la ventilación (MORRIS 1992a). Estas características han mejorado la capacidad de las estructuras para minimizar el impacto del moho, hongos, insectos y daños de roedores para almacenar las materias primas. Las distinciones espaciales y arquitectónicas entre los almacenes circulares y rectangulares podrían, además, haber tenido la facilidad de una rápida khipu contabilidad para el almacenamiento de materias primas. En el caso de las grandes manadas de camélidos, se mantuvo el tedioso tiempo consumido por los inventarios anuales que eran mandados por el Inca. Para controlar el ritmo de alimentos a granel y productos manufacturados a través del sistema de almacenamiento, el Inca mantenía las cosechas de sus sirvientes, los “representantes” y “gobernantes” mencionados por Cieza de León, que mantenían la contabilidad para la colección y transbordo de los bienes valiosos. En términos logísticos del imperio, la clase de los sirvientes civiles que era particularmente importante, era el “khipu kamayuq”. Como se ha visto previamente, los khipus eran ingeniosos aparatos mnemotécnicos que codificaban, mediante una serie de patrones recursivos de cables anidados y coloridos, un amplio arreglo económico, político, social, ritualista y narrativa información crítica al excelente funcionamiento de la burocracia del estado. Los khipus kamayuqkuna eran hereditarios, era una clase de hombres en el imperio Incaico que era especializada ocupacionalmente (kamayuq) y se encargaba de registrar los cables anidados que contenían información esencial correspondiente a la cantidad de los bienes que circulaban dentro y fuera de los almacenes. Además realizaban tareas análogas para los escribientes en otros estados arcaicos. El khipu kamayuqkuna reportó directamente a los funcionarios de escalones superiores, desde los curacas hasta los gobernadores territoriales e inclusive hasta el propio Inca.

La escala de almacenamiento comandado por el imperio Incaico fue extraordinario y no falló en impresionar a los conquistadores españoles. Dos breves pasajes, uno de un testigo ocular de la conquista española y otro proveniente de un cronista, ambos combinan la excepcional diversidad y la cantidad de productos almacenados a lo largo del reino, así también como también una de sus principales funciones. Alrededor de Cuzco existían varios “almacenes llenos de mantas, lana, armas, metales y vestimenta, y todo lo que había sido cosechado y hecho en el reino…y existía una casa en la cual se guardaban más de 100,000 aves disecadas, de las cuales se hacían prendas de vestir a base de sus plumas…Existían escudos, vigas que soportaban tiendas, cuchillos y otras herramientas; sandalias y armaduras para las personas

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que iban a la guerra in tanta cantidad que no es posible comprender como habían sido capaces de tributar tantas cosas diferentes ”. (SANCHO DE LA HOZ 1917, citado de Morris 1992b: ix-x). Del mismo modo, “El Inca ordenó que el capitán, quien tomó a los soldados, tuviera grandes almacenes hechos por los tambos (posada o estación de paso) cada cuarenta ligas desde la ciudad del Cuzco hasta el último lugar que él alcanzó. Estos almacenes deberían tener todos los tipos de alimentos, incluyendo el maíz, chuño, papas, quinua, ají, pimientos, carne seca aderezada, pescado y ganado. Esta comida estaba destinada para los soldados que arribaron a la campaña de la conquista o quienes estuvieron pacificando algunas provincias que se rebelaron. Cada uno de estos soldados deberían habérseles entregado tanta comida como ellos necesitaran” (BETANZOS 1996:108). Estos dos pasajes revelaron, no solamente, la cantidad y la diversidad de los productos almacenados por el Inca, pero también el emplazamiento de las instalaciones de almacenamiento junto con las carreteras del imperio para facilitar las campañas militares, así como también el movimiento del Inca y de su corte imperial. Evidencia arqueológica corrobora las descripciones de la vasta capacidad del almacenamiento incaico. Muchos de las provincias centrales como las cuencas del Mantaro (FIGURE 4.13), Huánuco, Huamachuco y Cajamarca contenían miles de almacenes construidas a base de arreglos lineales encima de laderas rodeando las importantes ciudades. El Valle del Mantaro tiene 2750 almacenes arqueológicos aproximadamente (D’Altroy 2002:281). Las facilidades del almacenamiento de similar escala eran construidas cerca de los campos incaicos, estados reales y santuarios religiosos. En primer instancia, D’Altroy se dio cuenta que el almacenamiento en Cotopachi que se encuentra adyacente al campo imperial en Bolivia llamado Cochabamba desarrollado por el inca Wayna Qhapaq el cual incluía 2400 almacenes y el número de almacenes del campo de Pucará en Argentina alcanzaron 1717 (D’Altroy 2002:281). Estos números nos dan un vistazo de la gran magnitud de la habilidad del imperio de producir, almacenar y circular alimentos de primera necesidad, lujosos productos y estratégicos bienes necesarios para las campañas militares.

El regular y estratégico emplazamiento de las facilidades de almacenamiento revelaba que el mantenimiento de las vastas cantidades de la facilidad de despliegue de productos fue un clave elemento del arte de gobernar del Inca, un tema que se explorará más adelante. El vasto peso de las facilidades de almacenamiento fue construido en la capital imperial del Cuzco, en importantes ciudades, provincias, campos, estados imperiales y santuarios religiosos de particular renombre a lo largo de Qhapaq Ñan o la carretera real del Inca (FIGURE 4.14). El Qhapaq Ñan fue formado por dos norte-sur rutas, una en las tierras altas y otras a lo largo de las costas del Pacífico, ligados junto a una serie de este-oeste vínculos laterales a través de principales pasos montañosos de una

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parte de la Cadena de los Andes, la Cordillera Negra. Las tierras altas de la ruta del Qhapaq Ñan se extienden en más de 4800 kilómetros, desde Chile a Ecuador, mientras todo el conjunto de carreteras llegaría a cubrir un aproximado de 41000 kilómetros, integrando de manera separada, paisajes intratables incluyendo los desiertos de la costa del Pacífico; las cuencas bolsillas de los Andes del Perú y Ecuador; la vertiginosa montaña cuesta abajo de los flancos de la zona este de la gran Cordillera Blanca y la ruta desconocida de la llanura plana de Bolivia y Chile. Irradiando desde las plazas centrales de Cuzco, las numerosas ramas del Qhapaq Ñan unidas a los cuatro segmentos principales del imperio Incaico, llamados suyos: Chinchaysuyo, Antisuyo, Collasuyo y Contisuyo. Un extenso pasaje de Cieza de León combina de manera brillante la majestosa imagen, la importancia militar y el significado político, social y simbólico de la red de carreteras incaicas:

“Existen muchas de estas carreteras por todo el imperio, en ambos relieves, el altiplano y llanuras. Todas las cuatro son consideradas las carreteras principales, de las cuales nace la ciudad de Cuzco, desde las esquinas, como encrucijada y se dirigen a diferentes partes del imperio Incaico. Mientras los monarcas sostienen una gran opinión de ellos mismos, cuando establecieron una de estas carreteras, a persona de mayor rango con el guardia necesario resguardaban una y el resto se encargaba de las restantes. Así que grande era el orgullo que cuando uno de ellos fallecía, su cabello, si tuviese que viajar grandes distancias se le creaba su propia ruta más grande y amplia que la de su predecesor; pero esto solo se aplicaba si el Señor Inca hubiera establecido alguna conquista, o hubiera tenido un notable acto por el cual se hubiera hecho merecedor de tener una carretera más larga. Esto podría notarse claramente dado que tres del total de cuatro carreteras están cerca del Vilca…. Uno de estas es llamada la ruta del Pachakuti, la otra es conocida como Topa Inca y una que se encuentra en uso actualmente y la cual era siempre requerida, era la que fue creada por orden de Huayna Capac, se despliega cerca del río Angasmayo al norte y al sur donde ahora se le llama Chile, donde las carreteras son tan largas que existe una distancia mayor a las 1200 ligas entre ellas. Huayna Capac ordenó que esta carretera fuera construida más larga y amplia que la que su padre mandó a crear, tan amplia como la distancia de viajar hasta la ciudad de Quito, donde planeaba viajar y que los alojamientos típicos, los almacenes y los postes fueran transferidos a esta. Así que para que se supiera que todas esas tierras eran consideradas su voluntad, los mensajeros eran enviados para notificarlo y los Orejones (Incas nobles) se daban cuenta de que su voluntad era acatada, y que la carretera más fina en el mundo fue construida, era la más larga dado que empezaba desde el Cuzco y llegaba hasta Quito para desembocar

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en Chile. En memoria de las personas, yo dudo que se haya llegado a registrar algún ande que se compare con esta carretera, ya que su recorrido atravesaba valles y subía grandes montañas, a través de pilas de nieve, atolladeros, piedras vívidas conjunto a ríos turbulentos en otras partes, sobre las sierras, cortaba las piedras con zócalos de ríos y con grandes pasos donde descansaba la nieve. Todo estaba barrido y limpio y libre de basura, con alojamientos y almacenes, templos que veneraban al Sol y postes a lo largo del camino. Oh! Puede algo compararse con lo dicho por Alexander, o es que de todos los reyes que han gobernado este mundo, como es que ellos pudieron creer dicha carretera, o proveer de tantos suplementos encontrados en esta?! La carretera construida por los romanos que recorre España y otras rutas es nada comparada a esta.” (Cieza de León 1976:137-138)

El sistema víal incaico, particularmente en el tortuoso terreno de los Andes, fue un logro ingeniero ambicioso y, sobre todo, la construcción más importante que se haya intentado construir en el antiguo América. El Qhapaq Ñan, junto con sus alimentadores laterales, fue una poderosa herramienta de integración política para el imperio Incaico. Los mensajes ser enviados a lo largo de la carretera incaica, que va entre Cuzco y sus extensas provincias, con gran rapidez, usando un sistema de corredores en relevo llamados chasquis, quienes se esperaban unos entre otros en puntos determinados de la carretera. Adicionalmente a la rapidez de transmisión de información crucial, el extensivo y sofisticado tecnicismo del sistema de carreteras facilitaron el movimiento eficaz de carga y bienes manufacturados, mitmaq colonizadores, oficiales provinciales y, por supuesto, la tropa Incaica a lo largo del

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imperio. Entonces, su sistema vial, como cualquier otro artefacto físico de la infraestructura del imperio, sirvió para múltiples propósitos, desde el mayor instrumento económico hasta el más político simbólico. En un sentido real, podemos considerar la infraestructura misma, imbuido con cualidades sociales, políticas y religiosas, como agente en la extensión y consolidación del poder incaico. (FIGURE 4.15)

Templos provinciales y precintos gubernamentales, tales como, Xauxa, Cajamarca y Pachacamac, fueron establecidos a lo largo del largo de ambas rutas, andinas y costeras de Qhapaq Ñan, para coordinar la administración local y la explotación económica de recursos naturales. En regiones donde no había asentamiento local que pudiese servir como una provincia capital apropiada, el Inca creaba ciudades tales como, Huánuco Pampa, construyéndolos, frecuentemente, por encima de un plan de red simétrico, o modelando largas secciones de estas en el área central de la capital imperial, Cuzco. (FIGURE 4.16). En territorios conquistados que ya poseían centros urbanos substanciales, el Inca simplemente absorbía el pueblo nativo en la red de ciudades en las cuales su administración estaba enfocada. Mientras los asentamientos de la costa ancestral de Pachacamac cercaban a la Lima moderna (FIGURE 4.17), los gobernantes incas usualmente construían el culto solar, trasteros, compuestos residenciales para la élite incaica y, talvez, un aqllawasi reemplazándolos por unas locaciones prominentes las cuales tenían internamente los pueblos para marcar y simbolizar su incorporación dentro del imperio Incaico. A lo largo de la carretera imperial en las provincias que se encontraban entre las ciudades principales, pueblos y capitales, el estado Inca mantuvo una serie de posadas o estaciones de paso llamadas tambos (FIGURE 4.18). Cada tambo ofrecía alojamiento temporal y alimentos para oficiales incas que viajaban y podían proveer comida a los ejércitos durante las campañas militares. Los tambos, usualmente, consistían en una serie de estructuras largas y rectangulares que eran utilizadas como pasillos residentes para viajeros y alrededor de la plaza central eran ataviadas cocinas comunitarias y grupos de almacenes que eran suplidos con gran cantidad de comida. Los tambos más elaborados que se encontraban, más cerca de las provincias capitales, incluían baños de piedra, frecuentemente. Los tambos también incluían santuarios para cutos del estado. Estas posadas que estaban a lo largo de la carretera incaica eran construidas, mantenidas, provisionadas y, sobre todo, surtidas de m’ita local para rodear la región. Los tambos eran eslabones esenciales en la cadena de comando y comunicación que unían las provincias incaicas con la capital imperial, Cuzco. Por lo tanto, la red de provincias, pueblos, templos, precintos y tambos, el grupo centralizado de almacenes y el sistema vial altamente desarrollado, todos

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construidos y mantenidos mediante esfuerzos coordinados del trabajo de la mit’a local, constituyeron una infraestructura efectiva para la empresa imperial incaica. Pero, el sistema organizacional, ideado por el Inca, para administrar el imperio no fue tan impresionante como los artefactos físicos visibles. Esta infraestructura política del estado Incaico será tópico del capítulo 6.

COMERCIANTES, MERCADOS Y EL MODELO ECONÓMICO INCAICO

Cuando analizamos el orden económico del estado Incaico, no podemos evitar notar que una institución fundamental de la integración económica, una herramienta en común para el intercambio y la circulación de bienes y servicios compartidos por la sociedad, antigua y moderna, parece ausente. La institución es el mercado. De todos los recursos en el concurrir Inca que intercambiaba bienes y servicios en el imperio que no tomó lugar en mercados formales, a pesar que el comportamiento de los mercados y el mercadeo se daba, aparentemente, en las provincias del norte del imperio Incaico tardío, que es ahora Ecuador (Salomón 1986). Los mercados en sociedades preindustriales eran espacios designados y procesos sociales en el que los vendedores de bienes o servicios particulares podían interactuar con los compradores, con el propósito de completar la transacción que era presuntamente satisfactoria de manera mutua. En teoría, las fuerzas de oferta y demanda fijaron el precio de los bienes y servicios que eran intercambiados en el mercado. Los precios enviaban “señales”, a los vendedores, correspondientes a las preferencias de los clientes y a su disponibilidad de pago. Si las personas deseaban más de algún producto que estaba disponible para comprar, los precio se elevaban, por ende los vendedores estaban más deseosos de producir o elevar la demanda del producto. Las preferencias de los vendedores y compradores eran reflejados en las curvas de la oferta y demanda de varios mercados y fijaban el precio de los bienes y servicios. Esto, por supuesto, era la teoría de un “mercado libre”. Ninguno de esos mercados existió en el mundo pre-moderno, y por eso tampoco existen en la actualidad. Siempre hubo algunas “distorsiones” en el mercado en forma de colusión, monopolios, ajustes de precio y regulaciones gubernamentales. Incuso las economías capitalistas más inocentes fijaban restricciones en el intercambio de productos. Sin embargo, la teoría del mercado libre se refería a la famosa referencia de Adam Smith, “la mano invisible” manejando el mercado por la virtud de actos individuales “racionales” en el propio interés y por ende promover su

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propio bienestar así como el de la sociedad como unidad. Esa es la teoría, pero en la realidad es diferente. Ciertamente en el mundo pre-moderno, la mano invisible de Sam Smith nunca hubiera existido. Vendedores y compradores nunca actuaron enteramente independientes en el mercado. La mayoría de los estados pre modernos establecieron fuerte control sobre la bolsa y los mercados, convirtiéndolos en mercados administrativos más que mercados libres. Estos tipos de mercados administrativos existieron a lo largo de la antigua Mesoamerica, entre los aztecas (Berdan 1985; Hassing 1985; Hodge y Smith 1994; Smith 1980, 2004), mayas (Coe 2005; Demarest 2004) y los zapotecas (Joyce 2010), entre otros. El relato de un testigo del mercado en la capital azteca, Tenochtitlan-Tlatelolco, por el conquistadoe español Bernal Díaz combina la vitalidad y complejidad de la institución social en la civilización mexico-azteca y, más probable, representativo de los bienes, servicios y organización administrativa de los mercados en la antigua América:

“En el momento que llegaron al inmenso mercado, estábamos perfectamente impactado por el vasto número de personas, la profusión de la mercancía, que era expuesta para la venta, y todos los excelentes oficiales que hacían que reinara el orden a lo largo del mercado… Cada una de las especies de mercancías tenía un puesto separado para su venta. Primero visitamos cada una de las divisiones del mercado, apropiadas para la venta de cerámicas de oro y plata, de joyería, de prendas de vestir con plumas y otros bienes manufacturados, acompañados de esclavos de ambos sexos. Este mercado de esclavos estaba por encima de una gran escala de mercado portugués que tenía esclavos de Guinea. Para prevenir que ellos no huyeran, se los ataba con collarines a la altura del cuello, y algunos estaban permitidos de caminar a lado de la visita al mercado. Junto a estos venían los distribuidores con mercancía pesada, como algodón, hilo y cacao. Para no extendernos, todas las especies y bienes que producía España se encontraban ahí…. Si tuviera que enumerar cada uno de ellos, nunca terminaría. Y todavía no he mencionado el papel, el cual era conocido, en esta ciudad, como amatl; los tubérculos llenos de líquido color ámbar y tabaco, los bálsamos de dulce esencia y cosas similares, ni las varias semillas expuestas para la venta en el pórtico del mercado, ni tampoco, las hierbas medicinales. En este mercado también existían cotes de justicia donde tres jueces y varios alguaciles eran citados para inspeccionar los bienes puestos a la venta. Casi olvido mencionar la sal, y aquelos que hacían los cuchillos de piedra; también el pescado y tipos de masa de pan, similares al fango o una especie de lodo que se recolectaba de la orilla de los lagos, que se comían de esa forma y tenían un sabor parecido a nuestro queso. Adicionalmente, se encontraron instrumentos de latón, cobre y estaño, tazas, pintadas de un tono de madera; ciertamente desearía poder terminar de enumerar todo el tipo de mercancía que aprecié. La variedad era tan amplia que ocuparía más espacio del que podemos tomar en este pasaje; además, el mercado estaba tan concurrido de gente y el amontonamiento era excesivo que llegaba hasta los porticones que era imposible terminar la visita en un día.” (Díaz del Castillo 1844:235-237)

El intercambio en el gran mercado de Tenochtitlan ocurrió en forma de trueque, un producto era intercambiado por otro que era acorde a los gustos de los vendedores y compradores, pero también, a través el intercambio monetario se realizaba utilizando una moneda estandarizada que podía tomar diferentes representaciones como: semillas de cacao y canillas de pavo embadurnadas con polvo de oro, convirtiéndolos en las dos primeros tipos de moneda. Como mencionó Díaz, jueces nombradas y alguaciles vigilaban el mercado para mantener el orden a causa de los miles compradores y vendedores presentes, para adjudicar controversias, para asegurar que los vendedores conozcan bien los precios de los productos y para hacer cumplir leyes suntuarias que prohibían a plebeyos y a nobleza de bajo rango de adquirir bienes prestigiosos, como plumas quetzales, jade y otros problemas lujosos emblemáticos de la policía y nobleza. Contadores españoles relataron que más de 60000 personas compraron y vendieron esta “mezcla de mercancía” en el mercado Tenochtitlan cada día. Desde que los aztecas no poseían animales de tiro, la logística de marketing a esta escala debe haber ocupado la labor de muchos porteros que llevaban los bienes en sus espaldas, o

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en el caso del cruce del canal de la ciudad de Tenochtitlan, ambos se juntaban en pequeños botes. El intercambio del mercado en la antigua Mesoamerica estaba muy ligado con una clase rica y políticamente poderosa de mercantes llamados pochteca, que se especializaban en el comercio de productos lujos a larga distancia. La pochteca era como una especie de agente del estado que era independiente del comercio de los mercaderes con respecto a sus cuentas personales. Estaban afiliados y trabajaban como comerciantes en favor a las casas de los nobles aztecas, pero también trabajaban como agentes provocadores, repartiendo en sus expediciones escoltas fuertemente armadas para encuestar la isla, fuentes y defendiendo las políticas vecinas como potenciales destinos para la expansión militar azteca. Este rol dual, de comerciantes y espía, ilustraba que la forma política así como la económica, ambos, el rol social de pochteca, su estatus y los mercados a los que servían. El Inca no tenía mercados como Tenochtitlan, ni tampoco usaron una moneda oficial. Por otra parte, no existió alguna clase endógena de mercantes como la pochteca en el orden social Incaico. Los mercantes cumplían una función similar a los de la pochteca y trabajaban en favor de las casas nobles en el norte de los Andes, donde eran llamados mindalá, pero no eran iguales a los que habían en la mayoría del imperio Incaico. Otra posible excepción concierne al adinerado gobierno peruano llamado Chincha. María Rostworonwski ha publicado un extenso documento denominado RELACIÓN DE CHINCHA (o el Aviso), el cual describía este complejo gobierno como una división de 30000 tributarios especializados en distintas ocupaciones repartidas en agricultura, pesca y comercio de larga distancia. Algunos 6000 tributos al Seños de Chincha se comprometían en el comercio (Rostworonwski 10970,1989). El documento los describe a ellos como “muy atrevidos, diligentes y de buena crianza” y acorde Rostworonwski, “el único que podía usar el dinero en el imperio del Inca, desde la compra y venta del cobre” (Rostworonwski 1999:209). Este dinero podría estar refiriéndose a las pequeña y estandarizadas “hachas” que estaban hechas de láminas de cobre (y por ende no utilitario, al menos a las hachas auténticas) encontrados en carios contextos arqueológicos a lo largo de la costa norte del Perú y las costa de Ecuador, incluyendo en gran escala a las fundiciones del Valle de Lambayeque (Shimda 1985a, 1985b) (FIGURE 4.19). La extensión en el cual el dinero, de las hachas de cobre, fue circulado, la moneda generalizada priorizó antes de un medio de intercambio especializado en el cual el valor era calibrado, pero en su eficacia simbólica y ritualista, era poco clara. Pero el hecho que muchos paquetes llenos de dinero de las hachas de cobre fuera encontrado en las tumbas elitistas daba a pensar que esta moneda podría haber sido restringida a ciertas personas de estatus social y desplegada en cierta clase política y contexto ritualista, específicos.

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Podemos entender, por el Aviso, que los comerciantes chinchanos operaban en una red de comercio geográficamente expansiva que irradiaba por encima de la costa central del Perú hasta los Andes y el Altiplano, unido con los buques que navegaban del norte y hacia las costas sureñas del Ecuador. El comercio andino por tierra parecía concentrarse en conseguir cobre, plata, oro y otros minerales en intercambio de bienes prestigiosos. La logística de la tierra articulada y la ruta comercial marina exigían caravanas terrestres de miles de llamas y de sus respectivos arrieros, y por buques capaces tecnológicamente de virar y velas en contra de las imponentes corrientes oceánicas. Una sofisticada balsa hecha de madera y equipada con timón y velas fue capturada por el capitán marino español, Bartolomé Ruiz en 1528 durante el segundo viaje explorador de Francisco Pizarro por las costas del Ecuador. La descripción del encuentro indicaba que los buques indígenas llevaban un aproximado de 20 personas y una carga substancial de bienes lujosos, tales como: paños hechas de qompi, lana hilada y algodón, tapices, objetos de oro y plata, joyería hecha a mano con incrustaciones de esmeraldas y otras piedras preciosas y semipreciosas, buques cerámicos finos y muchas conchas Spondylus o mullu, el agua tibia encontrada en las costa de Ecuador (Rostworonwski 1992:211). La hermosa y ritualista carga de mullu fue codiciosa por la élites andinas por milenios como un emblema de la autoridad social, como un símbolo de entrega de vida a las fuerzas de la naturaleza y como un medio del intercambio político. El cargo de la expedición comercial fue originado en Chincha, era altamente reveladora. Inclusive si se tomara en cuenta el particular interés de los españoles en describir los productos que tenían valor en su propia policía económica, el cargo parece haber sido dominado por los bienes lujosos que, en el contexto nativo andino, nunca fueron ampliamente circulados por todas las clases sociales. Aunque, el pescado y otros bienes substanciales, como la papa quinua y maíz, fueron, aparentemente, parte del cargo de buques costeros comercializadores, la mayoría de los objetos comercializados no estaban destinados al trueque en los mercados locales. Es por esto que los mercaderes de Chincha, claramente, no servían al mercado universal de consumidores, de todas las clases y estatus sociales, ni tampoco traían sus bienes a os mercados para la venta desinteresada donde se hacían transacciones anónimas con compradores deseosos. No eran parte de una institución mercantil monetizada. Preferian, como los mindalá norteños, servir a los intereses de señores particulares que les daban comisión por conseguir bienes valiosos por la élite gubernamental. Estos bienes, posteriormente, se volvieron fuentes importantes de capitales políticos como ítems de estatus visual e intercambio de regalos. Cuando el Inca incorporó al gobierno de Chincha en su imperio, la mayoría en el siglo XV, antes de desarticular este sistema, excelentemente desarrollado, de intercambio a larga distancia, prefirió negociar con los señores chinchanos para continuar consiguiendo e intercambiando objetos deseados, particularmente las conchas preciosas Spondylus que solo se encontraban en las aguas de Ecuador. Como parte de esta negociación, el Inca otorgó a los supremos señores del Chincha el exclusivo privilegio de manejar coches amoblados repletos de regalos imperiales al lado del Inca durante las campañas militares o cuando el Inca y su corte circulaban por todo el imperio en tours de inspección o visita. Mientras los señores del Chincha rendían homenaje y tributo al Sol, eran libres de manejar su comercio lucrativo. Como resultado, se puede considerar que se volvieron adinerados, en esa época, después de su incorporación a este imperio geopolítico. Con respecto a esto, el Imperio no era, solamente, un motor de extracción económica; pero, en algunos contextos, fue el polo del desarrollo y creación de riqueza. La intimidación militar fue,

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ciertamente, una técnica en el repertorio político del Inca, pero también lo fue la sutil inducción de la avaricia, el potencial de las élites para asegurar nuevas fuentes de riqueza y poder. Que se puede concluir del orden económico del Imperio Incaico? Por lo que hemos visto, el Inca operó una economía política que se diferenció en amplio grado, por no decir en todo, de otros imperios pre moderno en América y en otras partes del mundo. Es extremadamente raro el encontrar una sociedad tan complejamente organizada como era este Imperio, que no tenía una economía monetaria establecida ni tampoco tan inmersos en la red de transacciones mercantiles. Por otro lado, muchos estados e imperios enfatizaban el tributo en forma de productos. Un enfoque intenso en la ejecución de obligaciones para el estado mediante el servicio laboral antes que el pago mediante dinero, sino mediante bienes manufacturados u otro tipo de moneda distinta y conocida en los Andes. La política de los estados pre-modernos, como el Incaico, requería un flujo de mano de obra excelente canalizado a las clases elitistas que permanecían en los centros urbanos. La estructura organizacional del proceso extractivo varió en cierto grado y en cierta forma de acuerdo al contexto social y las circunstancias históricas. Una distinción fundamental fue la extracción de la naturaleza: un tipo de intercambio formal (tributo coaccionado o voluntario) que ocurrió entre las élites urbanas y los plebeyos rurales (especie de tributo). Este era el caso del imperio Azteca, en el cual las cantidades designadas de los bienes tributados fluyó de vuelta a la capital de Tenochtitlan de 38 provincias tributarias en un periodo, usualmente semi anual o anual, básicamente. Los aldeanos produjeron y consiguieron ítems para tributarlos en sus propias tierras y prestaron tributo a los oficiales locales e imperiales en forma de sacos de maíz, pimientos, grano amaranth y otro tipo de carga y bienes procesados. Los aztecas también evaluaron el tributo de los trabajos públicos, pero esta no fue la forma principal de pagar impuestos, como en el Imperio Incaico. En un sentido, por supuesto, el argumento puede haber hecho que esta distinción no fuera terriblemente significativa dado que el tributo era una simple forma de labor: una forma objetiva de trabajo valorado y excelente. Sin embargo, la gran importancia social del servicio laboral de los plebeyos para la élite el antiguo mundo andino merece un escrutinio más de cerca. El tributo de forma laboral representa de forma más sutil, y al mismo tiempo, más forzada, la incorporación de colonias en el régimen hegemónico, que el tributo a través de productos. La involuntaria desposesión de un producto puede tomarse como una experiencia o forma de rechazo, un opresivo acto de extracción. Por otra parte, la labor que fue invertida en producir alimentos era expropiada con el producto en sí. Las relaciones sociales que rodeaban la organización por esta labor; sin embargo, eran internos en la comunidad de los cuales los productos eran extraídos. En contraste, un requerimiento para laborar directamente a favor de personas dominantes o para una comunidad era más pasable y externamente una expresión de subordinación social, económica y política. Actos repetidos de servicio laboral creaban y cosificaban lazos jerárquicos. Una labor doméstica cambiaba las propiedades sociales de su propio e inalienable manejo a ser controlado y alienable externamente. La estructura de las relaciones sociales de la extracción laboral eran externizadas y formadas en gran parte por actores sociales y fuerzas externas al tributo comunitario. Generaciones que sirvieron de manera laboral, extraídas de muchas colonias por sus jefes, sirvieron para transformar la conciencia histórica de ambos, aldeanos y jefes, hasta que la relación coaxionada se convirtió en cierta forma “natural”. En otras palabras, el tributo por productos aunque, posiblemente, tenía una desventaja económica con el tributo por labor, no tenían la misma capacidad de transformar la conciencia de los pobladores dado que ellos percibían que el tributo era por obligación mas no como una forma natural y como un elemento constitucional de su relación con las élites, locales y externas. Con respecto a esto, la obligación de laborar en favor al imperio se convirtió, no

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solamente en una fuente instrumental de concentración de riqueza para el hogar imperial, sino también, en un mecanismo cultural efectivo de adoctrinamiento político y moral. Ya acostumbrados a laborar para el rey, curacas y la comunidad, los aldeanos se inmersaron en el orden económico que a su vez era invisiblemente un orden social, político y moral. Es por esto que el orden Incaico, en un sentido realista, fue constituido por relaciones fundamentalmente sociales y políticas y centralmente con valores culturales. El principal valor cultural que proveyó la lógica para la economía, política y transacciones ritualistas era de mutua obligación y reciprocidad, reciprocidad entre parientes, entre aldeanos y jefes, hombres y su medio ambiente, personas y sus dioses.