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1 MANUEL SACRISTAN Tres lecciones sobre La Universidad y la División del Trabajo Sevilla, 1972 Biblioteca Omegalfa

Tres lecciones sobre La Universidad y la División del Trabajo · Hutchins ha recogido en su ensayo La Uni-versidad de Utopía un testimonio de la «multiversi-dad» norteamericana

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MANUEL SACRISTAN

Tres lecciones sobreLa Universidad y la División del Trabajo

Sevilla, 1972

Biblioteca Omegalfa

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MANUEL SACRISTAN

Tres lecciones sobreLa Universidad y la División del Trabajo

Depósito Legal: SE — 90 — 1972.

Esc. Gráfica Salesíana — María Auxiliadora, 18 — Sevilla

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CRISIS E IDEAL EN LA

UNIVERSIDAD CONTEMPORANEA

Es inútil proponerse una descripción más de la si-tuación de crisis y protesta en que se encuentran lasuniversidades. Util, en cambio, llamar la atenciónsobre algo que se nota menos: que esta situación noimpide a muchos académicos —incluso liberales oprogresistas— seguir satisfechos con ideales univer-sitarios clásicos, como si la crisis no lo fuera tam-bién de éstos. Autores muy conocidos e influyentes,como Perroux, permiten incluso que su optimismoacerca de los principios les contagie el juicio dehecho sobre la realidad universitaria, hasta el puntode afirmar, por ejemplo (como se lee en el librito-epistolario de Marcuse), que la universidad es «elhogar de la libertad». Desde luego que la universidades una de las zonas sobrestructurales de dialécticamás animada e imprevisible. Pero para comprobarque el optimismo de Perroux no refleja la prácticacontemporánea no es necesario siquiera indicar lafrecuencia con que las fuerzas represivas de los Es-tados practican hoy la ocupación militar de las uni-versidades, sino que basta con recordar cómo sesometió y sirvió al nazismo la más clásica universi-dad del occidente moderno, o lo fácil que fue, a par-tir de 1939, convertir la universidad española en unaparato de represión ideológica mediante las «oposi-ciones patrióticas» a que se ha referido Aranguren.Las vicisitudes personales de los numerosos univer-sitarios españoles que emigraron tras la victoria delfascismo y los esfuerzos de unos pocos desde enton-

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ces no son «glorias de la universidad», sino modestoselementos de la resistencia del pueblo español.

En realidad, los académicos liberales satisfechos,como Perroux, son, aunque no pocos, sí minorita-rios. Los más hablan de la universidad de un modocrítico o melancólico, o crítico y melancólico a la vez.El elemento más frecuente de la actitud académicaliberal es hoy la crítica de la «multiversidad», de lafragmentación de la universidad clásica. Esta críticaempezó en Norteamérica (y precisamente en boca deun antiguo rector o presidente, Clark Kerr) porque elfenómeno mismo de la «multiversidad» se desarrollóallí antes que en ninguna otra parte, y de un modomuy característico, a causa de la influencia de nece-sidades o conveniencias mercantiles en la organiza-ción de la universidad, que ha llegado a hacer deésta lo que se ha llamado «la gran empresa acadé-mica» (1). Hutchins ha recogido en su ensayo La Uni-versidad de Utopía un testimonio de la «multiversi-dad» norteamericana de la segunda mitad del sigloXX que merece recuerdo: «Días pasados vi en Ber-keley algo que nunca pensé ver en mi vida. Vi a undoctor en filosofía especializado en Educación deconductores. Ningún alumno de la Universidad deCalifornia puede graduarse sin seguir un curso so-bre conducción de automóviles. Dichos cursos debentener maestros, y éstos, a su vez, deben estudiar losmétodos para enseñar a manejar automóviles. Losmaestros de estos maestros deben tener profesoresen los colleges y universidades. Los profesores deestas instituciones deben poseer el título de Ph. D.

1 BEN-DAVID, Joseph, y otros, La Universidad en transforma-ción, Barcelona, 1966. pág. 52.

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(doctor en filosofía). Por lo tanto, en California tieneque haber algún Ph. D. especializado en Educaciónde conductores» (2).

El mismo Hutchins y, en general, los críticos pro-gresistas perciben por debajo de la anécdota mul-tiversitaria la disgregación de la cultura moderna.Ortega formuló ya en Misión de la Universidad la re-lación entre el problema universitario y la crítica si-tuación disgregada de la cultura capitalista madura:«Todo aprieta para que se intente una nueva integra-ción del saber que hoy anda hecho pedazos por elmundo. Pero la faena que ello impone es tremenda yno se puede lograr mientras no exista una metodo-logía de la enseñanza superior» (3). No es fácil encon-trar exposiciones del tema tan clarividentes y preci-sas como la de Ortega, que llega a contemplar la ne-cesidad de una especulación de la universidad en la«construcción de una totalidad» (4).

2 HUTCHINS, Robert M., La Universidad de utopía. 3.a ed.Buenos Aires, 1968. pág. 38.

3 ORTEGA Y GASSET, José, Misión de la Universidad, en ObrasCompletas. La ed., Madrid, 1947. Vol IV. Pág. 347.

4 Ibid., pág. 348. «La necesidad de crear vigorosas síntesis ysistematizaciones del saber para enseñarlas en la «Facultadde Cultura» irá fomentando un género de talento científicoque hasta ahora sólo se ha producido por azar: el talento in-tegrador. En rigor, significa éste -como ineluctablemente todoesfuerzo creador- una especialización, pero aquí el hombre seespecializa precisamente en la construcción de una totalidad.Y el movimiento que lleva a la investigación a disociarse inde-finidamente en problemas particulares, a pulverizarse, exigeuna regulación compensatoria -como sobreviene en todo or-ganismo saludable- mediante un movimiento de dirección in-versa que contraiga y retenga en un rigoroso sistema la cien-cia centrífuga.»

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Pero el motivo se encuentra también en los escri-tos de numerosos autores cuya limitación doctrinal(en comparación con Ortega) revela más directa-mente las dimensiones prácticas del problema y dela tendencia liberal a resolverlo mediante una pa-radójica conversión del humanismo tradicional ennueva especialidad. La tendencia suele tomar laforma de una contraposición entre sabiduría o saberglobal y conocimientos fragmentarios. La paradójicatendencia acaba por admitir una radicalización sor-prendente de la división del trabajo, incluso en ladoctrina de los autores más progresistas. Así, porejemplo, Hutchins arranca de las ridículas especia-lizaciones que ha observado entre los doctores enfilosofía norteamericanos y generaliza el plantea-miento. «El gran problema de la universidad es elproblema de su objeto. ¿Para qué existe? Si se com-promete a enseñar las triquiñuelas de algunos ofi-cios, ¿por qué no habría de estar dispuesta a asumirla misma responsabilidad con respecto a todos? Pero¿por qué habría de intentarlo? A menos que sus pro-fesores se dediquen a la práctica de la [profesión], noes probable que estén al tanto de las últimas nove-dades, y, si la ejercen activamente, no es fácil quesean buenos profesores» (5). Desde un punto de vistaque no aceptara como dato permanente la sociedadcapitalista contemporánea se podría objetar a esoque la planificación socialista de la economía y de laevolución social puede conseguir criterios para dis-tinguir (sin duda con zonas periféricas de impreci-sión) entre oficios socialmente necesarios y profesio-nes y actividades que son principalmente costes so-

5 HUTCHINS, op. cit., pág. 55.

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ciales de los superbeneficios de las grandes empre-sas, y que, por lo tanto, esa planificación podría lle-gar muy bien a conclusiones acerca de que «triqui-ñuelas» de oficio son dignas de inversión social. Peroobjetar eso sería probablemente jugar con ventaja,aprovechando el elocuente ejemplo de los doctoresen filosofía que, especializados en enseñar a profeso-res de conducción, son un grotesco monumento alpoder de la industria automovilística norteamerica-na. La tensión entre conocimientos más generales ycontemplativos («teóricos») y conocimientos más es-peciales y operativos («técnicos») subsiste, aunque seprescinda de esos filósofos de la General Motors. Yen la misma solución propuesta por Hutchins yotros progresistas la renovada división entre sabi-duría y conocimiento, la paradójica creación de laespecialidad «sabiduría»— hay que distinguir entre laevidente articulación capitalista de la fórmula —quees la atribución directa de la enseñanza técnica alcapitalismo (escuelas de empresa) y de la ideología o«sabiduría» al agente político del capitalismo (el Es-tado)— y el hecho de que el problema a que respon-de no ha nacido con la burguesía ni desaparecerásin más con ella. La propuesta dice, en la formula-ción de Hutchins: «La mejor manera de dividir laresponsabilidad entre la universidad y la educaciónsería dejar el contenido intelectual, si lo hay, en ma-nos de la primera, y permitir que la segunda [lasempresas] se encarguen de familiarizar a sus propiosneófitos con las operaciones técnicas que debenaprender»(6). La idea aparece con formas menos cau-tas cuando escriben ensayistas conservadores o re-

6 Ibid., pág. 56.

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accionarios, y también cuando se apoya en la des-mesura especulativa de los filósofos europeos conti-nentales. Ejemplo de los primeros puede ser el ar-gentino Patricio H. Randle, para el cual «todo cono-cimiento pragmáticamente aplicado, toda técnicaque no participa intensamente de la interdisciplina yde una cierta universalidad, no tienen por qué serenseñadas en la Universidad» (7), porque «la razón deser de la Universidad, aquello que no puede compar-tir con otras instituciones de enseñanza superior, esel rigor tanto como la «universalidad» de su quehacerintelectual» (8). Por el otro lado, filósofos como Sche-ler o Jaspers manipulan con la misma tranquilidadla vulgar falsedad etimológica de la «universalidad»universitaria. Scheler habla de la «universitas del sa-ber y la cultura» (9), y Jaspers declara, proclamandoexplícitamente el equívoco lingüístico, que “la uni-versidad, de acuerdo con su nombre, es universitas,el conocer e investigar subsisten [ ... ] sólo como untodo […]” (10). Como es obvio, «universitas» se aplicó alos grupos de estudiantes y profesores, de indivi-duos, no de saberes, para significar «gremio», es de-cir, precisamente la particularidad, la no universali-dad de un grupo que gozaba de determinados privi-legios estamentales. Y en sus comienzos las univer-sidades fueron precisamente es—cuelas profesiona-les especializadas de médicos, juristas y teólogos.

7 RANDLE, Patricio H., ¿Hacia una nueva universidad? BuenosAires, 1968. pág. 28.

8 Ibid., pág. 17.9 SCHELER, Max, «Universidad y Universidad popular» en La

idea de la universidad alemana. Buenos Aires, 1959. Pág.346.

10 JASPERS, KARL, «La idea de la universidad», ibid, pág. 429.

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«En su nacimiento, escribe Mondolfo (11), «las prime-ras universidades, a pesar de su vinculación con lasescuelas de artes, no se modelan según el plan y laclasificación de estudios de éstas; antes bien, el pro-ceso histórico de creación de las universidades másantiguas, lejos de obedecer a una exigencia sistemá-tica de distinción y vinculación mutua de las dife-rentes ramas del saber, obedece en cada caso a unanecesidad particular diferente de uno a otro lugar.Las tres primeras universidades, que son (en ordencronológico) las de Salerno, de Bolonia. y de París,nacen cada una como sede de un estudio particularque la caracteriza: medicina en Salerno, derecho enBolonia […] y teología en París [...], y la de Salernoqueda por toda su duración limitada a la escuelamédica, mientras que las de Bolonia y París, vincu-ladas desde su comienzo con la escuela de artes, vandesarrollando de ésta sus estudios». La «universali-dad» no nace de la universitas gremial, que es parti-cularidad. Toda universitas, igual la de los sastresque la de los teólogos, presenta «la distinción de ma-estros y discípulos, y todas tienen como fin esencial,junto con el ejercicio de su arte y la protección desus asociados, también la exigencia de ir convirtien-do continuamente a los discípulos en maestros, paraman tener la continuidad del gremio» (12).

Algunos autores liberales son demasiado críticos ydemasiado historiadores para cantar ingenuamenteal mito de la universalidad sapiencial universitaria.Antonio Tovar interpreta la realización de ese ideal

11 MONDOLFO, Rodolfo, Universidad: pasado y presente. Bue-nos Aires, 1966. Pág. 15.

12 Ibid., págs. 11 y 12.

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—no en la universidad europea, pero sí en la educa-ción antigua greco-romana— como causa de lacatástrofe de ésta, y revela brevemente la naturalezaobjetivamente clasista del ideal de la sabiduría puraen condiciones de escasez: «Es seguro que entre lasdeficiencias de la educación de la antigüedad, quedesde grandes alturas se hundió en niveles casi in-fantiles, estuvo muy en primer lugar el marcadocarácter selectivo, clasista, orientado hacia los «hom-bres libres» y con la finalidad de formar a «un hom-bre libre», es decir, ocioso»(13). Pero, en general, elideal de la sabiduría pura y «universal» frente a losconocimientos particulares es la solución de la crisisuniversitaria que prefieren los autores liberales, in-cluso algunos cuyos trabajos históricos o cuyo opti-mismo progresista parecen poco compatibles conaquel mito estático. La tendencia es precisamentellamativa en estos casos, cuando corona argu-mentaciones llenas de confianza en la división deltrabajo existente y en el progreso de la educación. Laobra de Mondolfo es un ejemplo muy interesante deesta actitud.(14) El y otros autores documentan laafirmación de Angel Latorre según la cual «lo quemás ha fascinado a las generaciones posteriores esla unidad cultural que reflejan las universidades me-dievales»(15). No se trata, en efecto, de que la insti-tución medieval sea «universal» en sí misma y por símisma, ni de que haya realizado la «conciliaciónarmónica» a que se refiere Mondolfo «entre espe-

13 TOVAR, Antonio, Universidad y educación de masas. Barce-lona, 1968. Pág. 125.

14 MONDOLFO, R., op. cit., págs. 33, 69, 70 y 7115 LATORRE, Angel, Universidad y sociedad. Barcelona, 1964.

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cialización y sistema universal de los conocimientos».Se trata de que la sociedad que se transparenta através de aquella institución —o, al menos, las capasde la sociedad presentes en la universidad me-dieval— tiene una gran capacidad de integracióncultural productiva y directa, potencia de la que ca—rece la cultura del capitalismo imperialista, aunquedisponga de poderosas técnicas inhibidoras de laautoconsciencia de los explotados y oprimidos. Pordebajo de la infundada admiración por una univer-salidad del conocimiento, que nunca ha existido, estála nostalgia, consciente o no, de la integrada culturaeuropea pre-capitalista, de un mundo lo suficiente-mente «formado» (según decía demagógica—mente elcanciller Erhard hablando de la sociedad alemanadel milagro económico de los años 60) como paraque la variedad de los individuos y países no impi-diera percibir inequívocamente los valores y las je-rarquías. (La nostalgia medievalizante tiene siempredos caras, como toda utopía: puede ser crítica delpresente, pero también, y al mismo tiempo, negativadisfrazada a intentar transformar el presenteapoyándose en las regularidades de su propia dialéc-tica, en sus gérmenes de futuro. Hoy es útil subra-yar que la utopía puede ser reaccionaria, y, sobretodo, que lo es indefectiblemente cuando la procla-man no hambrientos semianalfabetos iluminados,sino caballeros letrados instalados cómodamente eneste tópos, en esta sociedad, y cautos en sumo gradoen cuanto a tomar riesgos por cambiarla. ThomasMünzer perdió la vida por su utopía; Th. W. Adorno—y es un ejemplo particularmente digno— ganó conla suya cátedra e instituto).

Probablemente no sería justo ver en la utopía de

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la universidad sapiencial y universalista sólo esejuego ideológico acaso inconsciente. Sobre todo si setiene en cuenta que los académicos liberales se en-frentan con el demagógico cinismo o la conformistatorpeza de los académicos ya comúnmente llamadostecnócratas, organizadores activos de las alie-naciones del estudiante y del científico y de las fe-tichizaciones de la ciencia-técnica señaladas por losliberales(16). Pero en las doctrinas de éstos hay unelemento de autocontrariedad que impone un análi-sis orientado a descubrir el fundamento social desus inconsistencias. La autocontradicción liberal esexpresión del moderantismo característico de esatradición de pensamiento. El intento de compromisointelectual, tan frecuente en ella, da aquí resultadosinconscientes. Hutchins, por ejemplo, piensa que «loque necesitamos son instituciones especializadas yhombres no especializados» (17). Pero si de verdadningún hombre es especializado, los departamentoso las cátedras no lo podrán ser realmente más allá,por ejemplo, de la especialización de una escuela deartes medieval (y ya eso es conceder mucho). Ortega,por su parte, parece no percibir lo imposible de supostulación de que «lo más ineludible» es «la ense-

16 El economista Jesús Prados Arrarte ejemplifica esta actitudde una fama casi sorprendente pero se puede comprobar quese trata literalmente de palabras del señor Prados acudiendoa la pág. 112 del volumen de la ed. Ciencia Nueva La Univer-sidad. Madrid, 1969, y leyendo allí: «Si queremos averiguar loque ha de hacer la Universidad española en el futuro inme-diato, la conclusión es (...): ¡dedicarse intensivamente a laformación profesional, aunque ello afecte a la ciencia y aun-que sea perjudicial para la cultura!»

17 Hutchins, op.cit., pág.63

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ñanza de la cultura» (18). Una cultura, aunque el in-dividuo la asimile en un proceso de aprendizaje, nose puede enseñar en sentido técnico-didáctico. «En-señar una cultura» sólo tiene sentido —en el contex-to de Ortega— si se entiende por «cultura» la llamada«cultura superior», un conjunto de conocimientosmás o menos especiales y de formas de tráfico de lascapas dirigentes de la clase dominante. Sólo redu-ciendo la realidad social cultura a la subcultura dela burguesía ilustrada hegemónica se puede cons-truir con sentido (pero no sin crear nuevas dificulta-des) la expresión que usa Ortega. Eso revela la limi-tación, el moderantismo de la propuesta, que se datambién, por lo demás, en la de Hutchins recién ci-tada; «enseñar cultura» o formar «hombres no espe-cializados» en «instituciones especializadas» sería enla práctica, una vez despojada la idea de su ininteli-gibilidad literal, dedicar un equipo, que se sacri-ficaría en especializarse como científicos (Hutchins)o como maestros de cultura (Ortega), a la tarea deperpetuar la existencia de una capa ilustrada, ali-mentada por especialismos compensadores de sugratuidad social: el especialismo de sus maestros, elde los administradores económicos y políticos delcapitalismo (de un capitalismo que tendría en lagran capa ilustrada su más firme sostén integrador)y el especialismo de los trabajadores industriales yrurales productores de la plusvalía.

Este breve repaso de la temática consideradaacumula más cuestiones de las que es posible exa-minar al hilo de un discurso rápido. Vale la penadetenerse a examinarlas de nuevo más de cerca.

18 Ortega, op.cit., pág. 332.

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UNIVERSIDAD, HEGEMONIAY DIVISION DEL TRABAJO

La actitud liberal contiene siempre y explícitamen-te una aspiración a componer la fragmentada vidamoral de los individuos de la sociedad capitalista.En eso estriba, como queda dicho, su superioridadsobre el reformismo tecnocrático. Pero, como tam-bién se ha indicado, la aspiración liberal es am-bigua, porque la misma fragmentación o descompo-sición de la vida moral en el capitalismo, la «falta decobijo» a que justificadamente se refieren los escrito-res medievalizantes, es un fenómeno bifronte: nohay que olvidar que la desorganización de la vidamoral en el capitalismo es el reverso de la rotura dela orgánica servidumbre feudal, ni que con la des-trucción de ésta se universalizó la idea de libertad.Por eso el intento explícito liberal de recomponer lavida moral de los individuos puede muy bien dege-nerar en un esfuerzo implícito por recomponer la or-ganicidad, la integración social, sin plantearse elproblema básico de la previa subversión de los órde-nes jerárquicos de dominio que hasta ahora, por tra-tarse de sociedades de clase, son los elementos acti-vos inevitables de toda organicidad social. Así labúsqueda anticapitalista de la recomposición o rein-tegración de la vida moral puede desembocar en unalegitimación implícita —explícita en el anticapitalis-mo reaccionario— de la autoridad social organizado-ra o «vertebradora». Y como ésta, en ausencia de re-volución socialista, no puede ser hoy —cualesquieraque sean las ilusiones de los autores— sino una au-

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toridad capitalista, el resultado final de esa línea depensamiento y de acción es el robustecimiento delpoder de la gran burguesía, beneficiada ahora por larepresión autoritaria y militar de las manifestacionesde descomposición y fragmentación de la sociedadcapitalista, por la «superación del parlamentarismo»o por la «superación» de la «democracia inorgánica».El resultado de la crítica medievalizante, irraciona-lista, del capitalismo es la ideología fascista. En estainterpretación obvia de la historia ideológica europeapueden coincidir escritores tan dispares comoLukács, Russell o Della Volpe, etc.

Es fácil observar esa dialéctica en textos propa-gandísticos, directamente apologéticos del capita-lismo. Pero instruye poco. Enriquece, en cambio, laexperiencia social, estudiar el núcleo de la cuestiónde la mano de algún desarrollo doctrinal importante.La Misión de la Universidad de Ortega no sólo es unensayo insuperado en la literatura de lengua caste-llana sobre el tema, sino probablemente uno de losescritos ideológicos más claros, sólidos y coherentesde la abundante bibliografía mundial sobre la crisisuniversitaria.

El esquema general de Ortega se basa en una dis-tinción de tres funciones históricas de la Univer-sidad. Primera, la transmisión de cultura; segunda,la enseñanza de las profesiones; tercera, la investi-gación científica y la educación de nuevos hombresde ciencia. Sobre esa observación organiza Ortegauna serie de valoraciones programáticas que cons-tituyen su propuesta de solución del problema uni-versitario. La tercera función de su esquema, la in-vestigación científica, se rechaza de la universidad,no por hostilidad a la ciencia, que ha de ser, según

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Ortega, la periferia nutricia de la institución univer-sitaria, sino porque la tarea científica no correspon-de a la «misión de la universidad», a lo que «debe ser»el «hombre medio». Pues éste es el léxico de Ortega.«No veo razón ninguna densa para que el hombremedio necesite ni deba ser un hombre científico.Consecuencia escandalosa: la ciencia, en su sentidopropio, esto es, la investigación científica, no perte-nece de una manera inmediata y constitutiva a lasfunciones primarias de la universidad ni tiene quever sin más ni más con ellas» (19). Obsérvese que eluso por Ortega de la expresión «hombre medio»,aunque sin duda en la estela de las tendencias aris-tocratizantes que prepararon la ideología fascista, noes particularmente reaccionaria, sino, por el contra-rio, liberal y progresista. Pues, aunque reserve laciencia para el hombre no-medio, el esquema de Or-tega implica que la universidad está a disposicióndel «hombre medio»: «La universidad consiste, prime-ro y por lo pronto, en la enseñanza superior que deberecibir el hombre medio» (20).

De éste afirma Ortega —por lo que hace a la se-gunda «función histórica» de la universidad— que«hay que hacer [de él] un buen profesional» (21). Perolo que caracteriza la concepción de Ortega es laacentuación de la primera «función histórica» de launiversidad: «Hay que hacer del hombre medio, antetodo, un hombre culto —situado a la altura de lostiempos. Por tanto, la función primaria y central dela Universidad es la enseñanza de las grandes dis-

19 Ibid., pág. 336.20 Ibid., pág. 335.21 Ibid., pág. 335.

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ciplinas culturales. Estas son: 1.ª Imagen física delmundo (Física). 2.ª Los temas fundamentales de lavida orgánica (Biología). 3.ª El proceso histórico de laespecie humana (Historia). 4.ª La estructura y elfuncionamiento de la vida social (Sociología). 5.ª Elplano del Universo (Filosofía)» (22). Los cinco temascomponen en Misión de la Universidad lo que Ortegallama «Facultad de Cultura», «núcleo de la Uni-versidad y de toda la enseñanza superior». La conse-cuencia con que Ortega llega al detalle de su pro-grama, la resolución de ese programa no debe hacerolvidar el carácter nostálgico de sus fines: es un pro-grama que aspira a reintegrar la cultura, a recom-poner un alma laica a éste que Marx llamó «mundodesalmado», sin tocar para nada sus fundamentos.La nostalgia explica que no falten en el gran ensayode Ortega ni el error histórico sobre la «universali-dad» universitaria ni siquiera el lamento utópico-regresivo o involutivo de la burguesía post-ilustrada.Ortega cree, por raro que parezca a quien admirasus conocimientos históricos y ha aprendido deellos, que «la Universidad medieval no investiga» yque «se ocupa muy poco de profesiones», porque enella todo es «cultura general» —teología, filosofía, «ar-te- (23). Pero en realidad, la universidad medieval hasido, por el contrario, la reunión de unas pocas «es-cuelas técnicas superiores» profesionales, corporati-vas o de gremio (teólogo fue y es una profesión). Y enel siglo XX ni el más anticlerical de los historiadorespuede negar importancia a la investigación —filosófica y teológica, desde luego, pero también físi-

22 Ibid., pág. 335.23

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ca y, sobre todo, lógica— realizada en las universi-dades medievales. Mas el secreto de la eficacia deesas falsas imágenes de la universidad medieval hasido recordado ya: lo que echa de menos el liberal,incapaz (dicho sea en honor suyo) de una apologíatecnocrática del capitalismo maduro, es la integra-ción u organicidad de la sociedad medieval. Ortegamismo declara ese motor de su pensamiento sobre launiversidad, aunque sea poniendo, al modo idealis-ta, la carreta delante de los bueyes: «Comparada conla medieval, la Universidad contemporánea ha com-plicado enormemente la enseñanza profesional queaquélla en germen proporcionaba, y ha añadido lainvestigación quitando casi por completo la ense-ñanza o transmisión de la cultura. Esto ha sido evi-dentemente una atrocidad. Funestas consecuenciasde ello que ahora paga Europa. El carácter catastró-fico de la situación presente se debe a que el inglésmedio, el francés medio, el alemán medio son incul-tos, no poseen el sistema vital de ideas sobre elmundo y el hombre correspondientes al tiempo» (24).El idealismo «espontáneo» del intelectual europeomoderno ignora que es la atomización inorgánica dela base social la que no permite una sobrestructuraideológica integrada, sino sólo la proliferación deideologías cambiantes que caracteriza el mundo so-brestructural capitalista. Ortega parece olvidar queno existe hoy el sistema vital de ideas (propiamente,de creencias, si se usa con cuidado su propio léxico)y pasa aquí por alto que lo que impide la vigencia deun sistema de creencias no es la multiplicidad de lasideas (por ejemplo, de los conocimientos) —pues esa

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multiplicidad es un dato permanente desde tiemposremotos—, sino la estructura atomizada de la basecapitalista madura, pero a pesar de eso se acercamás de una vez a una formulación realista del pro-blema. La siguiente, por ejemplo, aunque desembo-que en la común ilusión idealista, contiene ya, sinembargo, implícitamente, realidad bastante paraapuntar a una práctica política: «Hay que recons-truir con los pedazos dispersos —disiecta membra—la unidad vital del hombre europeo», dice, por lopronto, llegando finalmente a la realidad social ele-mental, la vida del individuo. La fórmula resolutoriade esa tarea será idealista: «¿quién puede hacer estosino la Universidad?».

Pero entre esas dos frases, entre el plantea—miento de la tarea y su solución, aparece la media-ción política —aquí sólo incoada— que da realidadincluso a la solución idealista universitaria. La me-diación hacia la política empieza al «evitar utopis-mos». «Es preciso lograr que cada individuo o —evi-tando utopismos— muchos individuos lleguen a ser,cada uno por sí, entero ese hombre» (25).

Ortega llega por este camino al tema de la hege-monía: es necesario, para reorganizar una sociedadde clases en fragmentación, que una capa de indi-viduos —«muchos individuos»— se mantenga en ten-sa integración interior y, segura de sí misma, dicte alresto de la población valores y creencias concordescon las dominantes sociopolíticas de la base social.«La sociedad», escribe Ortega, «necesita buenos pro-fesionales —jueces, médicos, ingenieros—, y por esoestá ahí la Universidad con su enseñanza profesio-

25 Ibíd., pág. 325.

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nal. Pero necesita antes que eso y más que eso ase-gurar la capacidad de otro género de profesión: la demandar. En toda sociedad manda alguien —grupo oclase, pocos o muchos—. Y por mandar no entiendotanto el ejercicio jurídico de una autoridad como lapresión e influjo difusos sobre el cuerpo social. Hoymandan en las sociedades europeas las clases bur-guesas, la mayoría de cuyos individuos es profesio-nal. Importa, pues, mucho a aquéllas que estos pro-fesionales, aparte de su especial profesión, sean ca-paces de vivir e influir vitalmente según la culturade los tiempos. Por eso es ineludible crear de nuevoen la Universidad la enseñanza de la cultura o sis-tema de las ideas vivas que el tiempo posee. Esa esla tarea universitaria radical. Eso tiene que ser antesy más que ninguna otra cosa la Universidad» (26).

La universidad es una institución que produce yorganiza hegemonía, acertadamente distinguida deldominio político-estatal propiamente dicho. El desa-rrollo de Ortega desemboca así en una verdad ele-mental e importante que, si llevara otra firma, es-candalizaría a más de un entusiasta suyo. Hay queañadir que el carácter burgués de la formulación deOrtega no está en la alusión a la burguesía hoy do-minante, alusión que es en su texto muy imprecisa ygenérica. Pues, aparte de que su adhesión clasistaconsciente era más bien aristocratizante, como ya losugiere su liberalismo no-democrático, Ortega añadea lo dicho: «Si mañana mandan los obreros, la cues-tión será idéntica; tendrán que mandar desde la al-tura de su tiempo; de otro modo, serán suplanta-

26 Ibid., pág. 323.

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dos»(27). El que lea estas palabras podrá oir en ellasun retintín sardónico, sobre todo si se imagina alDuque de Alba leyendo el ensayo de su amigo el filó-sofo. Pero para entender un texto hay que empezarpor tomarlo al pie de la letra. Literalmente tomado,el texto revela su carácter conservador en su afirma-ción implícita de la eternidad de la sociedad de cla-ses y del estado. Ortega lleva razón al pensar que sila sociedad es siempre clasista —presupuesto paraél obvio—, siempre habrá estado y siempre habrá,como manifestación integradora, interiorizadora deldominio político, necesidad o conveniencia al menosde poder no-jurídico ni económico, sino ideal, men-tal.

Ortega apunta incluso a una precisa función delos académicos dentro del aparato general de lahegemonía: esa función sería la de un afinamientocrítico del grosero ejercicio hegemónico que practicala prensa (en este contexto utiliza Ortega, refiriéndo-la a la universidad, la precisa expresión «poder espi-ritual» [28). Pero la especialización de los universita-rios dentro de la organización de la hegemonía de lasclases dominantes no es sólo programa, sino unhecho ya conocido. Hecho que significa, por de pron-to, que el aparato hegemónico de la sociedad moder-na rebasa la universidad. La posición de ésta en di-cho aparato no es exactamente la misma en todaslas sociedades. En la inglesa, por ejemplo, la univer-sidad tradicional ha practicado la producción dehegemonía en una forma todavía más pura que lacontemplada en el proyecto de Ortega: la universi-

27 Ibid., pág. 323.28 Tbid., pág. 353.

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dad inglesa tradicional educaba principalmente a sergentleman, modelo que seguir (por los miembros dela misma clase) o que respetar (por las clases domi-nadas). La universidad alemana clásica se situó deotro modo en el dispositivo hegemónico: a través desu prestigio científico (no tanto educativo, como en elcaso de la inglesa) produjo, además de hombres, ide-as, instrumentos conceptuales de la hegemonía. (29).

En la realidad universitaria anterior a la segundaguerra mundial y en el pensamiento de los grandesautores liberales —por ejemplo, en el de Ortega, aquítomado como modelo— la universidad tiene una di-visión interna del trabajo que da complejidad y ex-tensión a su posición en el cuadro más amplio de ladivisión técnica y social del trabajo en la sociedad.La transmisión o «producción» de cultura es la fun-ción hegemónica inmediata: trabajo de Ios académi-cos más teorizadores, más especulativos o más pro-pagandistas. La enseñanza de las profesiones (salvopor lo que hace a las claramente parasitarias) estrabajo mediatamente productivo y también media-tamente organizador de hegemonía a través de lafunción representativa y estabilizadora de los profe-

29 V .aI respecto BEN-DAVID, op. cit., págs. 4Q y 41.(29 bis) Carlos Blanco Aguinaga llama la atención sobre esto: «Es

notable, sin embargo, que de vez en cuando haya catedráti-cos que defender. ¿Contra qué? Contra toda acusación depensamiento subversivo, contra campañas periodísticas ocontra las publicaciones que resultan de las investigacionesperiódicas de las distintas sucursales permanentes del Co-mité de Actividades Antiamericanas, no hay que olvidar quelos más de quienes en los Estados Unidos tienen todavía lafunesta manía de pensar se encuentran en las universidades(...)». En el volumen de Ciencia Nueva La Universidad, cit.,pág. 102.

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sionales. Por último, la producción de ideas científi-cas, la investigación, es un trabajo realmente distin-to, en la sociedad moderna, de un modo antes des-conocido: como fuerza productiva que ella misma es,la ciencia es fundamento necesario de las profesio-nes no parasitarias. Y por el prestigio que ha adqui-rido ya desde siglos, la ciencia es imprescindible,aunque sea falseada, para construir cualquierhegemonía. Los médicos falsamente investigadoresde los campos de concentración nazis son una docu-mentación macabra y elocuente de este hecho.

(Este esbozo de la división interna del trabajo uni-versitario requiere dos correcciones, derivadas am-bas de la complicada dialéctica de las sobrestruc-turas ideológicas con la base social. La primera serefiere a la función hegemónica de la universidad.Los contenidos sobrestructurales ideológicos tienenen la base social esencialmente su fundamento, larazón de su posibilidad, sus causas «cuasi-formales»,como habría dicho algún lógico medieval, pero no sucausación eficiente e inmediata. Eso implica que loscontenidos sobrestructurales ideológicos no son ex-clusivamente funcionales a la base, al dominio enesa base, sino que también pueden ser disfunciona-les con la base, contrarios al dominio dado en ella:una misma base social ha podido ser y ha sido fun-damento del fascismo y del leninismo en la Europacentral y occidental. Consecuencia de ello es para lafunción hegemónica de la universidad la posibilidadde que los académicos refuercen las potencialidadesde hegemonía de las clases dominadas. Lo que de-cide acerca del logro (infrecuente) de esa posibilidady de sus dimensiones no es sólo la sobrestructurauniversitaria misma, sino también, por un lado, la

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base social en lo que afecta al cuerpo académico (elorigen social de la población universitaria) y, porotro, la sobrestructura política propiamente di—cha,el Estado, que reprime las manifestaciones aca-démicas disfuncionales con la base. En sí misma, lasobrestructura universitaria, por la presencia de laciencia en ella, es de las más capaces de produciroposición a la base social (29 bis).

La otra corrección imprescindible se refiere a laciencia, universitaria o, en general, institucionalista.Aquí la automonía dialéctica o relativa de las sobres-tructuras ha de traerse a colación para explicar unode los fenómenos más perversos de la cultura capi-talista moderna: el carácter parasitario de una bue-na parte de la «investigación» científico-experimental,determinada por la necesidad de «publicar» para ga-nar cátedras, becas, honores en la carrera universi-taria. Muchos investigadores experimentales admi-ten ya en privado que gran parte de las publicacio-nes de su especialidad no tiene valor de conocimien-to del mundo, sino que es un conjunto de meras pie-zas del expediente académico de sus autores. Ciertoque esa volatilización del «valor de uso» de las publi-caciones se daba ya en el carácter casi exclusiva-mente gremial de la mayoría de las tesis doctoralesen letras. Pero las clases trabajadoras pagan másraramente el breve «paper» ocioso del físico o biólogoque la tesis gruesa e inútil del literato).

Toda la complicación de la división interna deltrabajo universitario, que complica a su vez inevita-blemente la posición de la universidad en la divisióngeneral del trabajo, desaparece prácticamente en lasangustias ideológicas de la crisis de la institución.La urgencia de la crisis estrecha, en efecto, la visión

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de los autores: no sólo en las publicaciones de apo-logistas, sino también en las de autores considera-bles, salta a la vista que la única preocupación serefiere ya a la función hegemónica inmediata o direc-ta de la universidad. (Por eso desplazaron probable-mente los acentos de un modo equivocado los secto-res del movimiento estudiantil europeo que, comoocurrió principalmente en Italia, vieron el nudo polí-tico del problema de la universidad contemporáneaen la división técnica del trabajo para la valorizacióndel capital). La ansiedad es tanta que los autores nose sienten incómodos, como ya se indicó, ante la or-ganización explícita de la función de hegemonía co-mo especialidad reglamentada, ya en la forma deuna «facultad de cultura», ya en la reducción de launiversidad entera a esa función política de integra-ción de la sociedad. Pero la concepción de la funciónde hegemonía como una especialidad reglamentadaes la consagración programática de una minuciosa(y paradójica) división del trabajo político-intelectualdentro de una capa de las clases o alianzas domi-nantes en la sociedad (la capa de los intelectuales).Se trata de una aceptación de la división social deltrabajo —inevitablemente conservadora de la actualdistribución de las clases— en formas extremas,porque afectan a la vida moral del individuo de unmodo directo, abierto. Impresiona encontrar las con-secuencias de ello en liberales de la mejor intención.Escribe, por ejemplo, Hutchins: «La universidad sefunda en el supuesto de que, en alguna parte delEstado, debe existir una organización cuyo propósitosea meditar profundamente sobre los problemas in-telectuales más importantes. Su finalidad es ilumi-nar todo el sistema educativo y las cuestiones teóri-

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cas y prácticas que se plantean a los pensadores es-peculativos y a los hombres de acción. Es una co-munidad que piensa» (30). Desde luego que molestamenos encontrar esos mismos motivos en los apolo-gistas del capitalismo, por ejemplo, en los escritos deRandle, para el cual «si la Universidad todavía tienealguna razón de ser, es justamente porque siguesiendo el refugio de lo más selecto intelectualmente»(31). Este profesor que tanto repite la ilusa falsedadde la universidad universitaria razona muy elocuen-temente su aristocraticismo con argumentos carac-terísticamente particulares, gremiales, realmentepropios de una estrecha corporación (universitas) demaestros y discípulos para el suministro de hege-monía a la clase dominante. Randle considera que«el acceso limitado a la Universidad es una utopía oun desastre nacional». Y entre las razones de esatoma de posición rotundamente antidemocrática dala que durante tanto tiempo ha garantizado (en lamayoría de los casos) que los técnicos superioresseguirían recibiendo ellos mismos, en forma de suel-do los unos y otros por la mediación de sus «clien-tes», la cuota de plusvalía bastante para que no sin-tieran veleidad alguna de cambiar de campo en lalucha de clases. El corporativismo del numerus clau-sus puede ignorar su función consolidadora del do-minio y de la explotación. Pero es siempre muyexplícito en la defensa de la casta: «La formación deun proletariado universitario (una masa que no po-see otro patrimonio que su mero diploma, sin opor-tunidades de ejercerlo) atenta contra la jerarquía, las

30 HUTCHINS, op. cit., págs. 55 y 56.31 RANDLE, op. cit., pág. 39.

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normas éticas y la dignidad de las profesiones uni-versitarias, estableciéndose una verdadera compe-tencia comercial basada en la cruda relación entreoferta y demanda, y de la cual se beneficia injusta-mente el empleador, sean los servicios públicos, lasempresas privadas o los particulares» (32).

Seguramente es bueno conocer el pensamiento delenemigo en su forma más clara. Pero como esta for-ma máximamente clara es también la máximamentepobre, tiene el inconveniente de adormecer en unaagradable sensación de superioridad, lo que puedecegar respecto de los problemas reales a los que sedebe la eficacia ideológica o propagandística de lasconstrucciones más crudamente apologéticas. Lafuerza del académico más conservador, del tecnócra-ta menos reformista, arraiga en la aproblemáticaaceptación de algo que es un dato de la civilizaciónpresente: la división social (no sólo técnica) del tra-bajo. En este punto lo que se encuentra a un lado yotro de la línea divisoria no puede ser simplementela afirmación, por un lado, y la negación, por otro,de la actual inevitabilidad de la división del trabajo.La mera negación de ese hecho no tiene valor algunode conocimiento. El Coco deja de existir cuando elniño crece y decide dejar de creer en él. Pero eso noocurre con la base productora de la vida de la espe-cie.

En cualquier caso, el problema de la división so-cial y clasista del trabajo es la raíz del interés quetiene el tema de la universidad para la clase obreraen general y para el movimiento socialista en parti-cular. Otros planteamientos del tema -señalada-

32 Ibid., págs. 19 y 20.

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mente el paternalista de la «universidad popular» ola «universidad obrera»— pueden tener algún interéssecundario, tal vez, en algún momento, como objeti-vos intermedios, o acaso como instrumento de laformación de cuadros obreros. Y aun eso con la con-dición de que esa universidad popular u obrera nose realizara bajo la dirección de los académicos tra-dicionales que, por buena que fuera su intención,comunicarían sobre todo a los alumnos obreros —según la experiencia de varios países europeos antesde la primera guerra mundial— la pasión pequeño-burguesa por el ascenso modesto a la dorada me-dianía.

El planteamiento adecuado del tema de la uni-versidad desde el punto de vista de la clase obrera esel que lo contempla en el marco de la división socialclasista del trabajo, porque esta clase es la que so-porta las consecuencias negativas de esa división.

Por otra parte, el movimiento obrero ha vivido casidesde el primer momento en la perspectiva de termi-nar con la presente división social clasista del traba-jo (presente, aproximadamente, desde el siglo XVII).Esa perspectiva se suele emplear en la tradiciónmarxista usando un término que el propio Marxhabía recibido de Hegel: Aufhebung. Este términosignifica, unas veces, «abolición», otras todo lo con-trario, o sea, «preservación», y otras «elevación». Yeso en los mismos contextos, y también simultá-neamente, como es el caso en su uso técnico porHegel y por Marx. El hecho de que Marx tomara (entodas las épocas de su vida) ese término inicialmentetecnificado por Hegel para expresar con él, como estefilósofo, la complicación de la crisis resolutoria delcambio social, tiene que ver con la dialéctica históri-

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ca. Nada es nunca en la historia abolido sin resto,porque el objeto y el agente del cambio histórico son(en un sentido que requiere precisiones, o sea, limi-taciones) el mismo, tal o cual parte de la especiehumana, tal o cual sociedad, o la especie entera, sise adopta el punto de vista de la historia universal.Cuando es abolida una determinada configuraciónhistórica (más o menos general), la situación nuevaconserva de la vieja, al menos, el dinamismo trans-formador que se originó en ésta y todos sus requisi-tos o condiciones previas de conocimiento y volun-tad. Pero, por encima de todo, conserva el funda-mento de la posibilidad material del cambio y de lamisma configuración nueva, es decir, el cuadro defuerzas productivas inmediatamente anterior, quechocó con las relaciones de producción. Posiblemen-te se ampliará ese cuadro, pero, al menos, se con-servará, salvo en los casos en que el cambio es ca-tastrófico o no autógeno.

Aufheben en el sentido de Marx es abolir una de-terminada objetividad social perseverando (al menos)su productividad o su valor de uso y elevándola,haciéndola más intensa, o más coherente en sí o consu contexto, o, en el caso principal (el caso revolu-cionario) cualitativamente nueva, dotada de otrafunción en la sociedad. (Una traducción literal de«aufheben» sería «sobrealzar», pero este término noda la idea de abolición, «abolición», por su parte, norecoge la idea de preservación, ni la de elevación, lomás práctico es, quizás, seguir usando el términotradicionalmente utilizado, «superación», a pesar desus inconvenientes, que no es necesario discutiraquí).

Debería estar claro, por último, que este concepto

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de superación queda falseado si se interpreta ensentido conservador o reformista, pues lo que no sepuede preservar/elevar de una formación superada—del capitalismo, por ejemplo— es precisamente loque la totaliza y concreta, o sea, su sistema de rela-ciones de producción.

Cuanto mayor es la ilusión mecánica de aboliciónsin resto, sin dialéctica histórica, tanto más proba-ble es que la instancia abolida voluntariamente seconserve (aunque con otro nombre) sin mutaciónfuncional alguna, sin elevación, sin reproducciónque la renueve en otro contexto social. Uno de losejemplos más notables de este hecho se encuentraen la misma historia de la universidad: la instituciónuniversitaria no ha sido abolida más que una vez; lofue por la burguesía revolucionaria francesa, que vioen la universidad una fortaleza de la hegemoníaclérico-feudal. El resultado de esa abolición fue launiversidad burocrática napoleónica, que al princi-pio no se llamó universidad, pero heredó formalmen-te la función antigua.

“Tomemos el mundo tal como es, no seamos ide-ológicos” (33). De ese principio hay que partir, comopartió Marx, principio clásico del problema que dainterés socialista al tema de la universidad: el pro-blema de la división de trabajo.

33 Marx, «Das Verbo' der Leipziger Allgemeinen Zeitug fiir denpreussischen Staat». Rheinische Zeitung, 1—1—1843, 15—1—1843. Marx—Engels Werke (sigla MEW). Vol. 1. Pág. 158.

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SOBRE LA SUPERACION DE LA DIVISIONSOCIAL CLASISTA DEL TRABAJO

El problema ha sido objeto de la atención de Marxya mucho antes de la época de redacción del Capitaly de las grandes investigaciones que le preceden.Pero, al igual que ocurre con otros muchos temas desu obra, los escritos anteriores —principalmente losjuveniles— son sobre todo importantes para la defi-nición de las intenciones prácticas e intelectuales deMarx. Aceptando que ninguna exposición limitadapuede ser completa, aquí se supondrá una familiari-dad con los objetivos fundamentales del pensamien-to y la práctica de Marx.

Por otra parte, en El Capital mismo se encuentrantodavía expresiones que reproducen en lo esencialdeclaraciones críticas o programáticas de los Manus-critos de 1844 o de La Ideología Alemana. Lo queocurre es que el libro no es su «lugar adecuado»: «Noes éste el lugar adecuado para seguir probandocómo [la división manufacturera del trabajo] aferra,junto a la economía, todas las demás esferas de lasociedad y pone en todas partes el fundamento deldesarrollo de las especialidades y de una parcelacióndel hombre que sugirió ya a A. Ferguson, el maestrode Adam Smith, la exclamación: «Estamos haciendouna nación de khilotas, y no hay entre nosotrosningún hombre libre» (34). Este breve texto del Capi-tal recuerda, dicho sea de paso, que Marx no haabandonado los motivos ni los temas de su primera

34 Das Kapital, 1, en Marx—Engels Werke (li'IEW), Berlín, DietzVer—lag. 1962 y ss., vol. 23. Pág. 375.

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reflexión revolucionaria, sino que ha escrito pensan-do que había un «lugar adecuado» para cada uno delos múltiples trabajos de una sola construcción, ytambién enseña que no es posible ver la peculiaridadrevolucionaria del marxismo en la crítica de la divi-sión social moderna del trabajo y en el programa desu abolición; pues Marx sabe, como lo muestran laslíneas citadas, que esa crítica y ese ideal son heren-cia recibida de la burguesía ilustrada, representadaen la cita por Ferguson. Lenin ha dejado en suspóstumos unas líneas al respecto que complementanel texto de Marx. Leyendo la 5.a lección de Feuer-bach Sobre la esencia de la religión Lenin tropiezacon la siguiente frase exaltada: «¡Que nuestro idealno sea un ser castrado, sin cuerpo, abstracto, sino elhombre completo, real, universal, perfecto, cultiva-do!», ajeno —tal es el sentido del paso de Feuer-bach— a toda división del trabajo. Las edificantespalabras de Feuerbach recuerdan a Lenin la ideo-logía del liberal ruso Mijailovski. Y comenta: «El idealde Mijailovski se limita a recoger, vulgarizándolo,este ideal de la democracia burguesa avanzada, de lademocracia revolucionaria» (35). Desde luego que lanaturaleza genéticamente burguesa del pathos con-trario a la división del trabajo desarrollada por laburguesía misma en el capitalismo no quita valor aese motivo. Primero, porque génesis de un hecho noes, sin más, valor y posibilidades de ese hecho (valory posibilidades dependen del todo, del contextohistórico). Segundo, porque algunas aspiraciones —ésta entre otras— de la burguesía ilustrada revolu-cionaria son, con el mismo título que ciertas oscuras

35 LENINE, V. 1., Cahiers philosophiques (trad. Vernant—Bottigelli). París, 1955. Pág. 51.

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iras de Bartolomé de las Casas o que algunas claraspasiones de Galileo, parte de la tradición conceptualo de la tradición imaginativa de la milenaria luchacontra el mal social. Lo peculiar del marxismo escontinuar ese intento de milenios sirviéndose delpensar científico, intentando basar la lucha en cono-cimiento obtenido con las cautelas analíticas de laciencia antes de integrarlo en la totalización de laperspectiva revolucionaria.

Por eso Marx no vacila en reconocer, con los ojosdel científico, un «fundamento natural de la divisiónsocial del trabajo» (36), y que ésta se encuentra entre«las circunstancias que aumentan el producto decada jornada de trabajo»(37). Marx no ignora —almenos en la época de redacción de los materialesque luego irían al libro III del Capital— la invenciónde falsas necesidades por razones económicas, por loque ahora se llama ambiguamente «consumismo» yes en realidad productivismo al servicio de la menosfecunda reproducción ampliada imaginable. Pero esono le impide ver el activo de la división social mo-derna del trabajo en el aumento, primero, de la fuer-za productiva de las industrias afectadas por ella (38)y, segundo, en el aumento de la eficacia económicade la totalidad del sistema. Un paso del libro III delCapital, típico de los que contienen descripcionesgenerales en realidad futuristas —descripciones desituaciones aún no dadas con generalidad en tiem-pos de Marx, pero que se han producido más tarde—expone la función progresiva totalizadora de la divi-

36 Das Kapital, 1, loc. cit., pág. 356.37 Das Kapital, II. MEW 24. Pág. 237.38 Das Kapital, 1. Pág. 368.

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sión del trabajo, incluyendo en ella la ciencia o eltrabajo intelectual en general con una función quesólo en el siglo XX ha revelado sus dimensiones: «Locaracterístico del tipo de economía del capital cons-tante que nace del progresivo desarrollo de la indus-tria es que aquí el aumento de la tasa de beneficioen una rama de la industria se debe al desarrollo dela fuerza productiva del trabajo en otra rama. Lo queaquí beneficia al capitalista es también una ganan-cia producto del trabajo social, pero no producto delos trabajadores directamente explotados por él.Aquel desarrollo de la fuerza productiva se recondu-ce siempre en última instancia al carácter social deltrabajo puesto en obra, a la división del trabajo den-tro de la sociedad, al desarrollo del trabajo intelec-tual, señalada—mente la ciencia de la naturaleza. Loque aquí aprovecha el capitalista son las ventajasdel entero sistema de la división social del trabajo»(39).

El planteamiento político final del tema de la divi-sión del trabajo en El Capital descansa y se concretaen un desarrollo histórico. Esquemáticamente sepuede decir que Marx se interesa principalmente pordos formas de la división capitalista del trabajo: ladivisión manufacturera del trabajo y la división deltrabajo en la gran industria maquinista. En este se-gundo terreno Marx enuncia anticipaciones respectode su época. Pero el estudio de la división del trabajoen el capitalismo manufacturero es de especial in-terés porque evita la adhesión a tópicos hoy a me-nudo atribuidos erróneamente a Marx. Así, porejemplo, Marx insiste cuidadosamente en evitar la

39 Das Kapital, III. MEW 25. Pág. 92.

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identificación de la división social del trabajo con laproducción mercantil: «En la totalidad de los variosvalores de uso o cuerpos de las mercancías apareceuna totalidad de trabajos útiles no menos múltiples,diferentes por su género, especie, familia, subespe-cie, variedad, una división social del trabajo. Esta esuna condición de existencia de la producción demercancías, pero la producción de mercancías no es,a la inversa, la condición de existencia de la divisiónsocial del trabajo. En la vieja comunidad india eltrabajo está socialmente dividido, sin que los pro-ductos se conviertan en mercancías. O bien, por to-mar ejemplo más próximo, en toda fábrica el trabajoestá sistemáticamente dividido, pero esa división noestá mediada por un intercambio de los productosindividuales de los trabajadores» (40).

La división manufacturera del trabajo —como lue-go la de la gran industria maquinista— es una inno-vación del capitalismo: «Mientras que la división deltrabajo en el seno de una sociedad, mediada o nomediada por el intercambio de mercancías, pertene-ce a las más diversas formaciones sociales económi-cas, la división manufacturera del trabajo es unacreación totalmente específica del modo de produc-ción capitalista» (41). Ya la división manufactureradel trabajo, primera y más primitiva forma capitalis-ta del fenómeno (si se admite, como parece natural,que la cooperación simple no tiene una gran impor-tancia en el desarrollo del sistema, no, al menos,como para caracterizarlo), ejerce las agresiones alindividuo características de esta formación económi-

40 Das Kapital, I. Págs. 56 y 57.41 Das Kapital, I. Pág. 380.

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co-social. Marx las describe, brevemente, en El Capi-tal desde el mismo punto de vista y con las mismasmotivaciones que en sus escritos de juventud:«Mientras que la cooperación simple deja intacto engeneral el modo de trabajar de los individuos, la ma-nufactura lo revoluciona desde sus fundamentos yaferra la fuerza de trabajo individual en sus raíces.Hace del trabajador un tullido abnorme, desarro-llando como en un invernadero su habilidad de deta-lle mediante la represión de todo un mundo de im-pulsos y predisposiciones productivas, igual que enel Río de la Plata sacrifican una res entera para ob-tener el pellejo o las mantecas» (42).

La atención del Capital a la división del trabajo enel capitalismo manufacturero se debe principalmen-te (además de a la pasión historiadora de Marx) arazones de economía expositiva. Pero un elementoesencial de la división capitalista del trabajo que tie-ne particular importancia para el problema de launiversidad está presente en ese sistema antes de lamanufactura, y sigue estándolo después, en la granindustria que, como dice Marx anticipándose a suépoca, «separa del trabajo la ciencia como autónomapotencia de produción y la pone al servicio del ca-pital»: «Es producto de la división manufacturera deltrabajo el que las potencias intelectuales del procesomaterial de producción se contrapongan [a los traba-jadores] como propiedad ajena y como poder que losdomina». (Dicho sea de paso, he aquí literalmente eltema de la alienación en El Capital). «Este proceso dedivisión empieza en la cooperación simple, en la cualel capitalista representa frente a los trabajadores

42 Das Kapital, I. Pág. 381.

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individuales la unidad y la voluntad del cuerpo so-cial del trabajo. Se desarrolla en la manufactura,que mutila al trabajador para hacer de él un traba-jador parcial. Y se consuma en la gran industria,que separa del trabajo la ciencia como autónomapotencia de producción y la pone al servicio del capi-tal» (43).

Marx fecha en la primera fase de la industria ca-pitalista los comienzos de la división moderna entretrabajo físico y trabajo intelectual, no, naturalmente,las formas antiguas de esa división. La novedad queintroduce el capitalismo es la generalización de lainserción directa del trabajo intelectual en la pro-ducción. El fenómeno tiene, según Marx, su origenen la producción capitalista pre-manufacturera. Porotra parte, su plena generalización no se ha produ-cido hasta el siglo XX: sólo ahora, en efecto, se hacedel todo visible la diferencia entre los intelectualesde tipo tradicional —«literatos», «mandarines» en ge-neral— y los intelectuales de la producción —loscientíficos, por un lado, los técnicos y admi-nistradores, por otro, los trabajadores de la ense-ñanza generalizada, por otro, etc.— Tal vez hubieraque distinguir, propiamente, más que entre profe-siones, entre ejercicio tradicional y ejercicio modernodel trabajo intelectual. Pero no es necesario detener-se ahora a discutir esto.

La gran industria maquinista implicaba ya uncambio de situación que más tarde, con los desarro-llos cibernéticos, va resultando ser una reconstitu-ción y reorganización de las fuerzas productivas, em-pezando por la de trabajo. Marx, como se ha visto,

43 Das Kapital, I. Págs. 382, 383.

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percibe ese cambio, en la introducción de la cienciacomo fuerza productiva inmediata. De esa novedadinfiere que la base económica requeriría ya otro dis-positivo de división del trabajo: el desarrollo del ma-quinismo científico, por el aumento de productividaddel trabajo y por la misma simplificación de la ma-yoría de las operaciones, posibilitaría un comienzode superación de la división manufacturera del tra-bajo, más tiempo para la educación y la instrucciónde los trabajadores y, consiguientemente, un proce-so de reabsorción de la división entre trabajo intelec-tual y trabajo físico en la producción. Pero la realidaddel maquinismo industrial capitalista no presenta enabsoluto esa evolución. Ya en el libro I del Capitalexplica Marx el hecho mediante una dialéctica en laque interviene, junto con la fundamentación básica,el motivo político del dominio en la lucha de clases.Por eso ya el maquinismo de la segunda mitad delsiglo XIX (aunque visto con la capacidad de proyec-ción hacia el futuro que caracteriza El Capital) pre-senta según Marx la contradicción entre relacionesde producción y fuerzas productivas que señala lacrisis de una formación económico—capitalista (ma-nufacturera) en la gran industria maquinista, social:para mantener la división del trabajo típicamente elcapitalista ha de «abusar» de la máquina, que por símisma tendería a superar aquella división: «Aunquela maquinaria arroja técnicamente por la borda elviejo sistema de división del trabajo, ese sistema pa-sa al principio, por costumbre, como tradición de lamanufactura, a la fábrica, para ser allí reproducido yconsolidado luego sistemáticamente por el capital,como medio de explotación de la fuerza de trabajo,de una forma aún más repulsiva. La especialidad de

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manejar de por vida una herramienta parcial [manu-factura, M.S.] se convierte en la especialidad de ser-vir de por vida a una máquina parcial [gran indus-tria maquinista, M.S.]. Se abusa de la máquina paraconvertir al trabajador, ya desde niño, en parte deuna máquina parcial. No sólo se rebajan así nota-blemente los costes de reproducción del trabajador,sino que se completa al mismo tiempo su impotentedependencia del todo de la fábrica, o sea, del capita-lista» (44).

Marx ha arrancado de esa concepción del maqui-nismo como fuerza productiva revolucionaria —con-cepción que hace tan implausible la lectura marcu-siana del marxismo— para trazar la perspectiva his-tórica y política del movimiento obrero inspirado porél. Su construcción conoce, sin embargo, en el ma-quinismo capitalista desviaciones complicadas queno siempre se recuerdan como es debido, pese a quealgunas indicaciones de ellas se encuentran inclusoen el volumen más leído del Capital, el I. En todo ca-so, la reflexión sobre la división social clasista deltrabajo en la moderna industria maquinista y lacomprensión de ella como motor básico de la trans-formación socialista ha dado pie a varias formula-ciones breves que son verdaderos compendios delmarxismo. Esta, por ejemplo, del vol I: «La industriamoderna no considera ni trata nunca como definiti-va la forma presente de un proceso de producción.Por eso su base técnica es revolucionaria, mientrasque la de todos los modos de producción anterioresera esencialmente conservadora. Mediante la ma-quinaria, los procesos químicos y otros métodos,

44 Das Kapital, I. Págs.444,445.

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transforma constantemente, junto con el fundamen-to técnico de la producción, las funciones de los tra-bajadores y las combinaciones del proceso del traba-jo. Con ello revoluciona no menos permanentementela división del trabajo en el interior de la sociedad, ylanza incesantemente masas de capital y masas detrabajadores de una rama a otra de la producción»(45). Marx registra en este punto los aspectos negati-vos de esa dinámica, no sólo los fenómenos de parotecnológico, sino también el despilfarro privado-competitivo y hasta el que hoy se llamaría «consu-mista», o sea, parasitario y publicitario, y continúa:«Ese es el aspecto negativo. Pero aunque eI cambiode trabajo no se impone ahora sino como avasalla-dora ley de la naturaleza que tropieza con obstáculospor todas partes, sin embargo, la gran industria, porsus mismas catástrofes, convierte en una cuestiónde vida o muerte el cambio de los trabajadores y, porlo tanto, la mayor multilateralidad posible de losmismos y el reconocimiento, como ley social de laproducción, de la adaptación de la situación a larealización normal de aquel cambio [ ... ] No hay […]duda alguna de que la forma de producción capita-lista y las relaciones y situaciones económicas de Iostrabajadores que le son correspondientes se encuen-tran en diametral contradicción con esos fermentosrevolucionarios y con su meta, la superación [Auf-hebung] de la vieja división del trabajo. Pero el desa-rrollo de las contradicciones de una forma históricade producción es el único camino de su disolución yrecomposición» (46).

45 Das Kapital, I. Págs.510,511.46 Das Kapital, 1. Págs. 511, 512.

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La superación de la vieja división social clasistadel trabajo es lo que se ofrece en la perspectiva deMarx, basada en el carácter revolucionario —pese asu «aspecto negativo»— de la base industrial mo-derna. Esa es, en efecto, la única perspectiva quearranca del mundo tal como es, no de la ideología.Superación de la vieja división social del trabajo, node toda división social (por no hablar ya de la técni-ca) del trabajo. El fundamento de la abolición/ supe-ración posible de la división capitalista madura detrabajo está en la contradicción de unos determi-nados «fermentos revolucionarios» —el imponerseobjetivamente «la mayor multilateralidad posible delos trabajadores» y la «ley social general» de la «adap-tación de la situación a la realización» de aquellamultilateralidad— con las relaciones y condiciones(Verhi ltnisse) de la producción capitalista-ma-quinista.

La clave dialéctica resolutoria de esa contradic-ción se encuentra apuntada en la última frase delpárrafo de Marx: «Pero el desarrollo de las contradic-ciones de una forma histórica de producción es elúnico camino de su disolución y recomposición».

Esas palabras han sido muchas veces citadas enla historia del movimiento obrero, pero casi siemprecon una intención parcial: la refutación de las de-gradaciones «izquierdistas» del pensamiento marxis-ta. Efectivamente, el sentido más directo de la frasees que ninguna formación histórica sucumbe si nose han desarrollado sus contradicciones. Pero estesentido directo no alude a un mecanismo fatal dedesarrollo de la contradicciones, como parece ser lainterpretación socialdemócrata de Marx —presentetambién en algunos izquierdismos clásicos, señala-

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damente el de Bordiga—, que espera pasivamente elmomento revolucionario, pensando que su madu-ración es un proceso ajeno a la acción consciente declase, ajeno, en suma, a la subjetividad revolu-cionaria. La realidad social no encaja en ese esque-ma antidialéctico, mecánico, de «necesidad» histórica(necesidad naturalista) que explica tanto el aban-dono socialdemócrata de la perspectiva revoluciona-ria cuanto la fatalista inhibición izquierdista en lalucha cotidiana e intermedia que es la «normalidad»de la lucha de clases materialmente revolucionaria.Se puede, sin duda, practicar el juego teórico —noinútil, por lo demás— de analizar qué pasaría si lascontradicciones de la formación capitalista se des-arrollaran autónomamente, «espontáneamente». Peroen la realidad, casi toda la acción del poder capi-talista —incluido el trabajo de sus ideólogos y, cosamás importante, el de sus científicos, esto es, nosólo el de Rópke, por ejemplo, sino también el deKeynes— está destinada a frenar y desviar el desa-rrollo de las contradicciones, y la mayor parte de laacción obrera tiende —ha de tender—, consiguien-temente, a agudizarlas. Nada más peligroso para elmovimiento obrero que olvidar esta situación. Pueslas posibilidades de frenar o de celar, con efectos deduración acaso grandes, las contradicciones de unaformación no son nada despreciables. En un escritoque no ha recibido la atención que merecía, el filóso-fo alemán Georg Klaus construyó hace diez años -casi incidentalmente— un modelo político de crista-lización o momificación de las contradicciones delcapitalismo contemporáneo, basado en una reedi-ción del panem et circenses romano, para toda laépoca en que el imperialismo pueda mantener unas

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condiciones de explotación sustanciosa de los pue-blos dependientes, e incluso, tal vez, para más tarde.El ensayo de Klaus se encuentra en los números 2 y3 de la Deutsche Zeitschrift f ür Philosophie del año1961.

En esta cuestión, como en cualquier otra, la reaIi-dad básica, la contradicción, es sólo fundamento oposibilitación del proceso revolucionario. Elementossobrestructurales —la política conscientemente revo-lucionaria y la contrarrevolucionaria— son el otrocampo necesario de la dialéctica del cambio. No hayque confundir, ciertamente, la práctica revoluciona-ria de la sociedad con el abstracto activismo politi-quero que cree poder producir el cambio históricocon una epidérmica agitación de «alta política» co-yuntural. Pero la verdad de fondo en esta problemá-tica es que el fatalismo mecanicista, ya sea social-demócrata, ya sea extremista, es una concepciónfalsa del proceso histórico y un fruto de las situacio-nes de derrota temporal —desorganización, aplasta-miento represivo, falta de objetivos intermedios cla-ros— de la clase ascendente.

La comprensión de la dialéctica del cambio revo-lucionario, de la dialéctica entre la contradicción bá-sica y la intervención de factores sobrestructurales(la política de la clase dominante y la de la clase do-minada) en su maduración y desarrollo, da inme-diatamente uno de los dos factores principales de laabolición/superación de la división capitalista deltrabajo. La acción de la clase obrera, la clase inte-resada en la agudización o «desarrollo» de la con-tradicción básica, tiene que neutralizar y rebasar laacción de la clase dominante, destinada —con parti-cular consciencia desde la Revolución de Octubre y

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el keynesianismo— a quitar filo a aquella contradic-ción. Ahora bien, el instrumento de esa acción delcapitalismo, de manera creciente con la concen-tración de capitales y su interpenetración con el Es-tado, es el poder político, el poder estatal. Por lo tan-to, la lucha más real y fundamental de la clase obre-ra por superar esta división social del trabajo seplantea en eI terreno del poder estatal. Del mismomodo que, según una reflexión de Togliatti, el conte-nido concreto del concepto marxista de libertad es,mientras se viva en sociedad de clases, la acción deliberarse, la liberación, así también bajo el capita-lismo y en el régimen de transición entre él y la so-ciedad sin clases, el contenido práctico de la aboli-ción/superación de la división social del trabajo da-da en cada momento, es la actividad política orien-tada a combatir los fundamentos sociales de aquelladivisión y las formas políticas mentales y culturalesque le correspondan en cada caso.

La anterior argumentación no arranca de la con-sideración del individuo ni desemboca aún en ella.Pero también en la consideración del individuo —sinla cual no tiene sentido el pensamiento político— seimpone una conclusión análoga. Tampoco le es po-sible al individuo —paciente concreto de la divisióndel trabajo— conseguir directamente la superaciónde los efectos de esa división, de las «escisiones» y«mutilaciones» que ha descrito Marx, con esas pala-bras, en Sobre la cuestión judía, en El Capital y aúnmás tarde. El capitalista, de un modo, y algunosgrupos de intelectuales, de otro —por ejemplo, losdirectores de empresa, los científicos, los artistas—,pueden, sin duda, construirse auto-satisfaccionesbasadas en su situación de privilegio, pero sobre la

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base de su actividad profesional no pueden sustraer-se a los efectos de la división clasista del trabajo.Sobre esa base lo más que se puede construir es lapseudo-felicidad del éxito, que, si el triunfador «es»estúpido, acaba por hacer de él un déspota, y, si «es»inteligente, lo suele hundir tarde o temprano en al-guna forma de consciencia desgraciada. El esfuerzopolítico por superar la base de la división clasista deltrabajo es la única actividad en la que el individuose acerca a una generalidad, a una integración desus actividades que supere su idiosincracia no sóloen la ilusión ideológica por la que el científico o elcontemplativo se sienten universales, sino en lapráctica por la que el individuo se hace y hace reali-dad social, realidad «específica», como decía el jovenMarx.

El otro factor principal de la abolición/superaciónde la división clasista del trabajo no se suma exter-namente al anterior, sino que está íntimamente rela-cionado con él. Su base se encuentra en la «mul-tilateralidad posible de los trabajadores» fundamen-tada y exigida por la producción moderna. La ten-dencial mutación de la consciencia obrera posibili-tada por aquella multilateralidad tiene, entre otras,dos manifestaciones importantes: primera, el pro-greso intelectual de la clase obrera por comparacióncon el estadio de la manufactura o del primer ma-quinismo, y aún más en comparación con la aisladalimitación o idiotismo del medio agrícola precapitalis-ta, varias veces aludida por Marx. Segunda, la apa-rición manifiesta de un fundamento objetivo deligualitarismo propio de todas las tradiciones socialesrevolucionarias, también de la socialista, aunquecon ciertas peculiaridades que son resultado de la

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crítica científica. La capacidad de cambiar de ramade producción o incluso, cada vez más, de estadio enla producción, posibilitada y crecientemente im-puesta a la clase obrera por el industrialismo avan-zado, muestra la tendencia a que las diferencias deposición en el proceso productivo sean meramentefuncionales, no jerárquicas ni clasisticamente deter-minadas, como en la división del trabajo de origenmanufacturero.

La necesidad de la lucha política contra la for-mación social capitalista está al alcance de los co-nocimientos y los hábitos intelectuales de toda claseobrera moderna. Pero, además, la «multilateralidad»promovida por el industrialismo y sus dos conse-cuencias principales refuerzan esa capacidad polí-tica, esa capacidad de practicar la única forma hoyposible, incluso en sociedades capitalistas, de supe-rar algunos efectos individuales importantes de ladivisión clasista del trabajo, la capacidad de opo-nerse a esa división del trabajo, la capacidad de rea-lizar incoativamente la libertad empezando a liberar-se.

Estas últimas consideraciones han hecho inter-venir factores como los de comprensión o grado deintelección de la realidad social o, en general, el co-nocimiento de los hechos sociales y tecnológicos,que tienen directamente que ver con el terreno alque hay que llevar finalmente el problema discutido,eI terreno de la actividad universitaria.

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LA SUPERACION DE LA INSTITUCIONUNIVERSITARIA COMO FACTORDE LA DIVISION CLASISTA DEL TRABAJO

La principal función de la universidad desde elpunto de vista de la lucha de clases es tradicional-mente la producción de hegemonía mediante la for-mación de una élite y la formulación de unos crite-rios de cultura, comportamiento, distinción, pres-tigio, etc. Este hecho es percibido y expresado nosólo por escritores socialistas, sino también por li-berales: el ensayo de Ortega sobre la universidad esprecisamente un modelo de exposición precisa deesa función principal.

Una función así es incompatible con el socialismosi se entiende por socialismo el conjunto de objetivosdel movimiento obrero marxista, pues esos objetivosincluyen una «fase» socialista «superior», llamadacomunismo, que excluye por definición una hege-monía producida y organizada institucionalmente.La función de hegemonía de la sociedad es, en unasociedad capitalista, manifestación de la división deltrabajo que ya puede ser abolida y superada, a sa-ber, la división jerárquica, física y coactiva que Marxdescribió como propia de la manufactura.

Las demás funciones históricas que tiene la uni-versidad —por usar la expresión de Ortega— no in-tervienen sino mediatamente en la perpetuación delsistema y, consiguientemente, de la división socialclasista del trabajo. Esta es la principal razón por laque parece desorientada la tendencia, antes aludida,de algunos sectores del movimiento estudiantil de

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finales de los años 60 a centrar la lucha sobre losproblemas de la división técnica del trabajo directa-mente relacionados con las condiciones técnicas devalorización de los capitales. Las ciencias y los ofi-cios son, vistos abstractamente, herramientas parala administración de las cosas; la hegemonía, encambio, es un instrumento que organiza la interiori-zación del poder sobre los hombres. La enseñanza delas profesiones y la trasmisión del conocimientocientífico, así como el aprendizaje de la investigación,

no perpetúan por sí mismos y en toda circunstanciaimaginable el sistema social dado y el dispositivo dela división clasista del trabajo, sino que lo hacen,como los mismos factores naturales, mediados por elcontexto estructural básico, esto es, por el hecho deque, cualquiera que sea su abstracto ser «puro»aunque este ser sea potencialmente revolucionarioen el plazo largo y medio, sólo pueden actuar en lamedida en que se inserten en el sistema y se haganfuncionales por término medio a éste. Su concreciónsocial en el sistema en el que operan no arrebataabsolutamente al conocimiento y a las prácticasproductivas su potencialidad revolucionaria. Pero lacontradicción entre esa potencialidad revolucionariay la organicidad dominante del sistema que la en-marca no puede ser resuelta aisladamente por facto-res como la ciencia o el ejercicio profesional, en au-sencia de cualesquiera otros. El fenómeno, tan co-nocido por la historia, de logros científicos o tecnoló-gicos que se pierden para siglos porque la formacióneconómico-social no permite su desarrollo ilustraesta situación. Por eso es verdad que toda ciencia ytoda técnica llevan un coeficiente de clase, corres-ponden a un determinado sistema de dominio (lo

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cual no implica afirmación alguna sobre su valor deconocimiento). Pero también es real el otro frente deesta dialéctica: la investigación científica y la técnicatienen siempre —particularmente desde que se pu-dieron en principio en la Europa moderna— unafunción revolucionaria que, como dice Marx, tiende aalterar constantemente la división del trabajo.

No se trata de creer —pasando a la universidad—que lo que concretamente ocurre en un aula de me-cánica, por ejemplo, sea todo y siempre trasmisiónde conocimiento y ejercitación en el investigar, mien-tras que en un aula de ética todo haya de ser pro-ducción de hegemonía para las clases dominantes.En el marco de la formación social capitalista y desu organización de la enseñanza es probable que enambas aulas se produzca o transmita ideología deconsolidación hegemónica, aunque no sea más quepor la discriminación clasista del reclutamiento de lapoblación académica y por los principios jerárquicosde la dialéctica en acto. El mismo marco cultural dela disciplina más «apolítica» —de la mecánica, porseguir con el ejemplo— puede bastar para cargarideológicamente su enseñanza, convirtiéndola, porejemplo, en transmisora de conservadurismo positi-vista.

Pero, reduciendo el problema a sus elementosesenciales, se puede decir que lo incompatible con elestadio superior del socialismo es la función his-tórica principal de la institución universitaria, la«enseñanza de la cultura», la producción y reproduc-ción institucional del dispositivo hegemónico, de lascreencias dominantes, del consenso, del mando cul-tural o moral, de los elementos o factores no inme-diatamente políticos del poder. Y eI ejercicio de esa

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función en las condiciones dominantes del capita-lismo es incompatible incluso con la transición so-cialista, con el estadio inferior del socialismo.

Obsérvese que si esta función principal de la uni-versidad presente se practicara sola, sin la coberturay el apoyo que le prestan las actividades científicas yde educación profesional, sería muy difícil organizar-la institucionalmente, dotarla de un cuerpo adminis-trativo. (La audacia que hace tan admirable el ensa-yo de Ortega consiste en que llega a intentar esaempresa, con la «Facultad de Cultura» o el posterior«Instituto de Humanidades»). Es muy natural que lasustancia de la universidad tradicional y burguesaparezca una nebulosa si se piensa con conceptosprocedentes del campo de la organización adminis-trativa. Pues la sustancia de una institución es elprincipio político, «ético-jurídico», como decíaGramsci, de su contenido de clase. Por eso lo quehay que contraponerle —por de pronto— no es unaconstrucción institucional imaginada a priori, sinootro principio «ético-jurídico». Ese principio no puedeser sino el socialismo. Pues lo único que se puedeoponer al principio de la división clasista, jerárquicay fijista, manufacturera, del trabajo, que ya en lagran industria capitalista entra en contradicción conla movilidad y la consciencia de los obreros, es unadivisión no fijista ni jerárquica, sino simplementefuncional a la producción y, sobre todo, despojadade sanción represiva estatal y de protección hege-monizadora, interiorizadora. Y una nueva divisiónasí, pese a que se practicaría aún en medio de uncomplicado cuadro de relaciones de clase, sería yaincipientemente socialista, como toda transforma-ción democrática material o radical.

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Pero antes de poder completar la perspectiva esnecesario precisar el tipo de conceptos con que hayque hacer frente a la situación, si se quiere inter-venir en ella realmente, materialmente. Gramsci haexplicado que la diferencia más visible entre los so-cialistas utópicos y Marx se presenta en este punto:los utópicos construyen acríticamente proyectos deorganización detallada de la sociedad, los cuales fra-casan porque se basan en un error de lógica, a sa-ber, el de creer que todos los datos suficientes parala construcción son anticipables. Marx, en cambio,reacio a hablar constructiva o positivamente del de-talle futuro, describe principios de la sociedad socia-lista, no las instituciones de ésta. Walter Benjamínllegaría también, en su reflexión aún más solitariaque la de Gramsci, a la misma convicción de méto-do, y precisamente a propósito de la universidad: «Elúnico camino para tratar la posición histórica delestudiantado y de la universidad es el sistemático.Mientras faltan tantas condiciones para ello, lo úni-co que se puede hacer es reconocer lo futuro en lasretorcedoras formas de lo presente y librarlo deellas» (46 bis).

El escritor marxista alemán Leo Kofler ha formu-lado los principios socialistas sobre la división deltrabajo que se contraponen a la función tradicionalde la universidad. Lo ha hecho con una brevedadtan acertada que su texto merece ser recogido in-cluso por quien no concuerda con la orientación ge-neral filosófica de su marxismo. La reflexión de Ko-fler es muy próxima al tema de la universidad. Koflerempieza por precisar una implicación de la existen-cia de élites: «Hay élite donde existe masa tenida enincapacidad, dividida por su pertenencia a cla-

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ses»(47). Luego enuncia a su respecto el principio so-cialista: «En un mundo de auténtica libertad, en unmundo sin alienación, han de desaparecr los pro-ductos del mundo alienado, ya superado, o sea, laelite, la intelectualidad y la burocracia; desaparecencomo categorías sociológicas. Y como, al mismotiempo, esas categorías constituyen el Estado, éstetambién desaparece» (48). Nótese que en la desapari-ción de las categorías sociológicas burocracia, inte-lectualidad, elite no hay nada que implique la des-aparición de todo tipo de división del trabajo y que,en cambio, con esa misma condición quedaría abo-lido el Estado. Esta diferencia enseña a ser cautos ycríticos cuando se habla de abolir la división socialdel trabajo. Por lo demás hay que precisar, siguiendouna útil práctica inaugurada por Engels al hablar dela igualdad en el socialismo, que el principio socia-lista de la división de trabajo implica la aboli-ción/superación de las categorías sociales intelec-tualidad, burocracia, etc., no la desaparición deltrabajo intelectual, ni del administrativo, etc.

Construir la fase superior del socialismo no es, enefecto, suprimir la función investigación o la funciónadministración (de cosas), del mismo modo que noes —en el ejemplo de Engels— suprimir toda dife-rencia entre individuos, sino conseguir que el ejerci-cio de aquellas funciones no esté clasísticamentecondicionado y fijado, conseguir que las desigualda-des entre los individuos no se deban a la organiza-

(46 bis) BENJAMIN, WALTSR, «Das Leben der Studenten», en Illu-niinationen, Franklurt am Main, 1961. Pág. 9.

47 KOFLER, LEO Staat, Gesellsciaft und Elite zwischen Hwna-nismus und Nihilismus. Sttugart, 1960. Pág. 385.

48 KOFLER, op. cit., págs. 386, 387.

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ción social dada.Pero el movimiento socialista no se puede limitar a

enunciar el principio que hay que contraponer a lafunción de la universidad en la división del trabajo.Con la afirmación de principios queda realizada latarea del profeta antiguo y del intelectual tradicional.Las clases en lucha —y sus «intelectuales colecti-vos», sus organizaciones políticas— tienen que con-seguir, además, no modelos utópicos, pero sí orien-taciones para la práctica. La zona de mediación en-tre los principios —que son formulaciones de fines—y la decisión práctica, la zona en que se consiguenorientaciones generales de la actividad, es el espaciode una dialéctica en la que intervienen los fines oprincipios y el conocimiento de los hechos. Sin dudaeste conocimiento ha intervenido ya antes, de modomás o menos explícito, en la concepción de los finesmismos. Pero el conocimiento dela sociedad quecualquiera necesita para proponerse objetivos notiene por qué rebasar un plano empírico de anchurareducida. Los trabajadores de las capas menos culti-vadas han tenido siempre —aunque fueran analfa-betos— ciencia de sobra para saber de algún modoqué querían. En cambio, hace falta conocimientopropiamente científico para descubrir si los finestienen verosimilitud histórica y para orientarse haciasu realización.

El problema más básico sobre el que hay que con-seguir orientación se refiere a la concepción de aqué-llos que son superables en la fase histórica en que sevive. Lo abolible y superable no es la división deltrabajo como tal, a menos de aceptar la hipótesis deun regreso a una imaginaria prehistoria de completoaislamiento individual. Sobre la base de las presen-

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tes fuerzas productivas, la frase «abolición de la divi-sión del trabajo», sin más precisiones, no tiene si-quiera sentido. Quien la usa no como idea regulado-ra incompletamente formulada, sino con pretensio-nes programáticas, no está hablando, sino sólohaciendo ruido con la boca. La gran intensificaciónde la división técnica y social del trabajo en los paí-ses que intentan construir el socialismo es un datode importancia a este respecto. Pues no se trata sólode países atrasados al comienzo del proceso, comoChina, Albania, Bulgaria, Rumanía, Polonia, Hun-gría o la URSS de los primeros tiempos. En estospaíses el desarrollo intensivo de una división deltrabajo análoga a la conocida en los países con his-toria de tipo europeo-occidental se podría explicarsimplemente por la presencia de una misma necesi-dad, la de acumular. Pero se trata también de losEstados no capitalistas que arranca—ron de unabase civilizatoria más adelantada desde el punto devista histórico-europeo, como, por ejemplo, la Re-pública Democrática Alemana. El Consejo de Estadode este país no pretendía, al introducir su recientereforma de la enseñanza superior, que estuviera yasuperando la división social del trabajo más funda-mental, la división entre el trabajo intelectual y elfísico, sino que declaraba, con veracidad y con deci-sión de orientarse científicamente, que «ha empezadouna nueva etapa de la política científica del partido ydel Gobierno y (...) que, con la organización socialis-ta de la ciencia, se constituye un estadio superior dela división social del trabajo entre la producción ma-terial y la científica» (49). Por lo que hace a la URSS,

49 RüHLE, Otto. Idee und Gestalt der deutsclaen Universitdt.Berlín (Este), 1966. Pág. 12.

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es evidente que el desarrollo y la ampliación de labase socialista van de par con el desarrollo de la di-visión social y técnica del trabajo: en 1936 había enla URSS 169 ramas de producción; en 1944 eran172; y en 1960 alcanzaban el número de 250 (50). Encuanto a China, se puede decir que ha sido propia-mente la toma del poder por las fuerzas socialistas loque ha generalizado en el país elementos de la divi-sión técnica del trabajo organizado por el capitalis-mo en la Europa occidental.

Lo superable es la existente división del trabajo,que sigue siendo fundamentalmente —como explicaMarx— la división manufacturera, impuesta a nue-vas fuerzas productivas, las de la gran industria ma-quinista (y hoy cibernética), por el poder de las cla-ses dominantes.

El fundamento de aquella superabilidad se en-cuentra, como se vio, en que la producción modernaimpone tendencialmente una gran movilidad del tra-bajador y posibilita, por otra parte, una mejor for-mación intelectual de éste. Con eso están puestaslas condiciones fundamentadoras (no realizadoras)de un proceso en el curso del cual la división téc-nica, primero, y la social después dejan de ser je-rárquicas para convertirse en funcionales, esto es:para que la distribución de los trabajos deje de sermediada por algún status de los individuos y lo estésólo por la funcionalidad colectiva, sin fijación ma-terial ni formalmente coactiva de los individuos.

No tiene interés ponerse a especular sobre fechaso épocas en las que pueda concretarse, por la me-

50 SPIRIDONOVA y otros. Curso superior de economía política.Vol 11. México, 1965. Pág. 622.

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diación de la lucha de clases, la tendencia a superarla división clasista del trabajo presente en la baseproductiva moderna. Esa especulación es desacon-sejable no porque verse sobre acontecimientos obje-tivamente remotos. Todo lo contrario: objetiva—mente, esos acontecimientos se habrían podido pro-ducir ya —en los países de capitalismo avanzado—poco después de empezado el siglo, y hacia 1930 lomás tarde. Pero las clases dominantes fueron másfuertes subjetivamente, sobreestructuralmente, quelas dominadas, lo cual no tiene nada de sorprenden-te: la maduración objetiva de una formación nuevapuede alargarse durante muchos decenios en elmarco de la formación antigua, y también puedecuajar muy rápidamente, apenas apuntado el fun-damento objetivo, si una crisis externa se suma a lainterna y hace vacilar la sobreestructura política,como ocurrió en 1917 en Rusia. Por eso es vana laespeculación cronológica.

En cambio, es posible estudiar en un caso mo-délico el incipiente hundimiento de la división «ma-nufacturera», clasista y jerárquica, del trabajo: setrata precisamente de la universidad. La presentecrisis de esta institución está obviamente relaciona-da con el gran aumento del número de estudiantes.Aunque este aumento sea sobre todo visible (en lospaíses de capitalismo más o menos avanzado) a par-tir de la década de 1950, cuando quedaron estre-chas incluso las primeras ampliaciones de la post-guerra, el cambio cuantitativo había rebasado yaumbrales cualitativos mucho antes. Incluso en paí-ses relativamente atrasados, como España, RafaelLapesa ha recordado «el esfuerzo para hacer frente alas exigencias de la reforma y la apertura a ma-

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sas»(51) realizado por la universidad española du-rante la II República. Lapesa indica la primera am-pliación sociológicamente cualitativa de la licencia-tura en letras por Madrid: en 1927 habían sido sietelos graduados, en 1935 fueron «cincuenta o sesen-ta», y el «aumento enorme» se debió en gran parte ala incorporación de estudiantes que procedían delmagisterio, de «estudiantes maestros», o sea, dehombres procedentes de una capa social antes ma-terialmente excluida de la universidad.

El aumento «enorme» de la población universitariaes la base de la crisis universitaria. No una baseúltima, desde luego, pues está a su vez visiblementefundamentada en la productividad de la gran in-dustria moderna (a través, también, de los efectos deésta en la agricultura). Sin duda tiene su impor-tancia en la génesis de la nueva situación universi-taria la reivindicación del derecho al conocimientopor parte de las clases trabajadoras y populares,como suelen subrayarlo los comunistas italianos, ytambién la tiene la «difusión del saber» a la que, demodo muy análogo, apela André Gorz (52). Pero lacausa más básica está en la energía productiva libe-rada por la gran industria, incluso en medio de lascatástrofes (sin olvidar ya hoy la degradación delmedio natural), que produce su organización en for-ma capitalista. Resistirse a decirlo por miedo a reco-nocer progresos productivos del capitalismo es olvi-dar que el único camino por el que se supera unaformación histórica es «el desarrollo de sus con-

51 Rafael Lapesa en La Universidad. Madrid, 1969, Pág. 36.52 GORZ, André. Détruire l'Oniversité» en Les Tentps Modernes,

n.o 215, abril de 1970. Pág. 154.

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tradicciones» (53), en este caso la contradicción entrela productividad de la gran industria maquinista eincipientemente cibernética y la división del trabajode tradición manufacturera.

El gran capital reaccionó primero eufóricamente alsalto cualitativo de la población estudiantil. En paí-ses adelantados las clases dominantes pudieroncontemplar con satisfacción un aumento considera-ble de la presencia de jóvenes de origen popular enla universidad. Los ideólogos del capitalismo tuvie-ron, desde los años 50, algo que oponer al salto alfa-betizador y culturizador de la URSS. Cuando a fi-nales de esa década el aumento se hizo explosivo, encoincidencia con la gran expansión económica y conla inminente transformación de importantes ramasproductivas por una revolución de la tecnología, lapropaganda capitalista insertó triunfalmente el temade la ampliación y la reforma de la universidad en elmarco del «desarrollismo», idealización del simplecrecimiento económico.

Pero en las sociedades capitalistas avanzadas laeuforia duró poco, menos de diez años. Ya a finalesde la década de 1960 se pone de manifiesto en esospaíses que la sociedad no absorbe los resultados dela explosión universitaria de un modo concorde conel sistema, sino que empieza a «devaluar» los títulosuniversitarios. A la larga, si se generalizara, esefenómeno acarrearía la pérdida del «valor de cambio»de los títulos y, por lo tanto, su completa pérdida devalor en cuanto piezas de la organización social capi-talista. Sociólogos no siempre socialistas llegan deeste modo a descubrir la presencia de una contra-

53 Das Kapital, 1. Ed. cit., pág. 512.

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dicción del problema de la universidad que es insu-perable con categorías capitalistas. Así escriben losinvestigadores italianos G. Martinoli y G. de Rita, ensu ponencia ante el Congreso de Milán de 1967 so-bre «Ciencias sociales y reforma de la sociedad ita-liana»: «Sería oportuno que los jóvenes y las familiasse convencieran de que los estudios universitariosno pueden servir al individuo más que como base deulteriores conquistas y afirmaciones personales (...).En países cuyo nivel de instrucción media es máselevado que el nuestro se empieza a plantear el pro-blema de utilizar a los licenciados para funcionescorrespondientes a la preparación recibida, de modoque se prefigura un tipo de sociedad en la cual elacceso a niveles más elevados de instrucción res-ponderá sólo a la aspiración de poseer una base cul-tural» (54). Pero eso significa que el «acceso a nivelesmás altos, ingresos superiores, más poder, etc., ensuma, que dejará de tener sentido capitalista. Launiversidad presenta así, más perceptiblemente, latendencia implícita, ya indicada por Marx, en la mo-vilidad y en la mayor instrucción del obrero de lagran industria. Pues que el título y, sobre todo, elconocimiento dejen de tener para el titulado mediouna repercusión inmediata en su situación en laproducción y la administración querrá decir abier-tamente que es injustificable la jerarquización de lasfunciones: el hecho de que el titulado X ocupe el lu-gar 1 y el igualmente titulado Y el lugar 100, si estoslugares siguen implicando remuneración, status ypoder diferentes, no se podrá argumentar sino con lafuerza bruta del «jus primi occupantis». Fuera de

54En ROSSANDA, R., L'anno degli stcudenii. 13ari, 1968. Págs. 133 4.

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ella, sólo podrán admitirse motivos funcionales queno impliquen privilegio económico, social ni político,ni tampoco carácter fijado de la situación. De estemodo la crisis de la universidad deja traslucir la detodo el sistema, la quiebra del principio del benefi-cio. Por eso los universitarios socialistas no se pue-den proponer ya una estrategia democrático-formal,sino sólo una estrategia democrático-material, socia-lista. Lo cual no excluye, de acuerdo con una conso-lidada experiencia del movimiento obrero, la posibleconveniencia, en determinadas situaciones, de queesa estrategia cuente entre sus tácticas con la im-plantación y la ampliación de situaciones sólo for-malmente democráticas. Por lo demás, esta conclu-sión no se refiere sólo a la universidad, sino a todasociedad capitalista no muy atrasada. Pues, aunquela situación sea particularmente visible en la uni-versidad y entre los trabajadores intelectuales engeneral, su base está en la producción en revoluciónpermanente desde la generalización del maquinismo,desde la revelación de la ciencia como fuerza pro-ductiva directa.

La crisis de la institución que organiza la ense-ñanza anuncia que el conocimiento está socialmentemaduro para dejar de ser un valor de cambio. Lasdos funciones directamente afectadas por la crisisson las no esenciales a la universidad: la formacióncientífica y la formación profesional. Pero la crisis deéstas ilumina la crisis de la función esencial apoya-da en ellas, la crisis de la producción de hegemonía.Pues Io radicalmente puesto en crisis es la divisiónjerárquica del trabajo, a cuya interiorización sirve,con su creación de prestigio social, el aparato hege-monizador que es tradicionalmente la institución

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universitaria.La nueva formación social está gestándose en el

seno de la vieja. Pero el que nazca o no nazca de-pende de lo que ocurra en la lucha de clases, no deun hado providencialmente decretado desde el co-mienzo de los tiempos. Este fatalismo es teología.Bienintencionadamente socialista, pero teología. Loque hace falta es conocimiento operativamente re-volucionario. Y la experiencia histórica muestra quedesde principios de siglo se van dando casos de cri-sis capitalista no siempre tan patentes como el uni-versitario, pero a veces más básicos que él, sin queninguno de esos focos conflictivos haya acarreado lacaída de ningún capitalismo medianamente avan-zado. Eso debe refrescar un conocimiento ya antiguodel movimiento obrero: es verdad que ninguna for-mación social desaparece sin haber desarrollado sucontradietoriedad dialéctica, pero tampoco desapa-rece con sólo eso: ha de ser, además, activamentederribada. Si esto no ocurre, puede empezar un per-íodo de pudrimiento social, cuya duración dependede la intervención de fuerzas externas a la sociedadconsiderada.

De esos hechos se desprende una segunda orien-tación general: la superación de esta división deltrabajo pasa por el derrocamiento del poder políticodel capitalismo, condición imprescindible para ven-cer la resistencia a abandonar los principios tradi-cionales —«manufactureros—» de la división socialdel trabajo. La crisis de la universidad ilustra modé-licamente la de aquella división del trabajo. Pero estacrisis no fructificará sin la anulación del poder polí-tico que puede bloquear su desarrollo, sin la tomadel poder político por la o las clases interesadas en

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llevar la crisis hasta su final dialéctico, hasta la abo-lición/superación de la contradicción entre la pre-sente división del trabajo y la potencialidad de lasmodernas fuerzas productivas. Esto es tanto comodecir que la crisis de la división tradicional del tra-bajo ejemplificada por la universidad no se resuelvesino con el socialismo. Y ni siquiera en las primerasfases de éste, ni, sobre todo, en la fase de transición:la experiencia de todos los países no capitalistas queintentan construir el socialismo muestra, si no sepretende dorarla ideológicamente, que la superaciónde la antigua división del trabajo no es —ni siquierapor lo que hace al trabajo intelectual— un aconteci-miento previo a las grandes transformaciones cuali-tativas propias del socialismo, sino un aspecto deéstas, y un aspecto de los que requieren más madu-ración.

Pero esa comprobación no significa que sea nece-sario una actitud de espera mesiánica. Eso sería ca-er en el fatalismo que traduce siempre la derrota in-terna del movimiento. No hay «marcha de la historia»si no marchan constantemente las clases. Y las cla-ses sociales no marchan si no lo hacen los indivi-duos que las forman. Sólo si las clases ascendentesluchan sin pausa puede nacer la formación nuevadel seno de la vieja, pues esa lucha es decisiva parael mismo proceso de gestación. Por lo que hace a lospaíses de capitalismo avanzado o relativamenteavanzado, Gramsci realizó por los años 20 y 30 unanálisis de la fase de gestación del socialismo queestá siendo esencialmente confirmado por los acon-tecimientos de los años posteriores, y muy llamati-vamente por los de la década de 1960. Gramsci ar-gumentaba que la misma toma del poder político en

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Estados de esas características exige una previa pe-netración de la «sociedad civil», una conquista de losfundamentos no inmediatamente político-estatalesde esos poderes. Dede los tiempos de Gramsci, elEstado del capitalismo monopolista ha penetrado la«sociedad civil» aún más profundamente, lo quecomplica la perspectiva estratégica abierta porGramsci, pero la hace aún más esencial. La crisis deinstituciones de esta sociedad —ante todo de la uni-versitaria— es una buena prueba de ello. Por eso noes sorprendente que en el movimiento estudiantiluropeo de los años 60 se redescubriera la estrategiagramsciana aun sin conocer a Gramsci. Cuando Ru-di Dutschke usó la formulación de la «larga marchaa través de las instituciones de la sociedad capitalis-ta» no parecía haber leído a Gramsci. (Lo que inte-resa de esa frase no es su alusión histórica, sin du-da desacertada, pues la Larga Marcha de los comu-nistas chinos fue una retirada estratégica, mientrasque la conquista de la sociedad civil capitalista esuna «guerra de trincheras» para destruir la hege-monía de la clase dominante, su poder no inmedia-tamente político, y dar base a la ofensiva.) La luchaya hoy, bajo el capitalismo, contra la división deltrabajo instituida y, por lo tanto, contra la universi-dad como institución de esa división del trabajo, esun sendero que desemboca en el camino principaldel cambio histórico, de la lucha directa por el poderpolítico.

Esa es una razón para no despreciar o remitir lalucha contra esta división del trabajo y sus ins-tituciones (entre ellas la universidad) a una fase fu-tura que tal vez sólo pueda ser abierta (en paísescapitalistas maduros) mediante esa misma lucha.

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Pero hay otra razón más: la base material para unasuperación de la vieja división del trabajo está, enrealidad, más avanzada en un país capitalista ma-duro que en Cuba, Albania o Rumanía. (Lo que estáocurriendo estas mismas semanas con los técnicos ycientíficos puestos en paro por la reducción de fon-dos de la NASA en los Estados Unidos es una ilus-tración interesante de ello.) Por lo tanto se puedepensar que, una vez producido el cambio de conte-nido de clase del Estado, Ios proletariados de socie-dades de capitalismo avanzado podrían progresardeprisa hacia la superación de los restos de división«manufacturera», fijista y jerarquizada del trabajo(prescindiendo aquí, por abstracción simplificadora,del contexto político internacional). Por último, laposibilidad de que la clase obrera de estos paísesvea, ya bajo el capitalismo, que esta división del tra-bajo se podría superar con sólo que el poder políticono la eternizara, pone este tema entre los principalesfactores de educación revolucionaria del proletariadode los países capitalistas avanzados.

La lucha contra la presente división social del tra-bajo es también contra la universidad; ésta es, enefecto, uno de los principales centros de producción—a veces meramente pasiva, por su mera es-tructura— de ideología hegemonizadora al serviciode la clase dominante, al servicio de la interioriza-ción de esta división del trabajo, y la misma divisióntécnica del trabajo para la que la universidad prepa-ra está inevitablemente cualificada por aquella fun-ción esencial. Se trata, pues, de superar esta uni-versidad, no de mejorarla. Esto parece fuera de du-da. Pero es sólo una comprobación básica, primaria,de la que no se desprende más que una orientación

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general. Y mientras no se tengan orientaciones másprecisas, «destruir la universidad» o «abolirla» seráuna de esas músicas decorativas con las que el áni-mo desclasado intenta poner confort en su desaso-siego. La primera precisión se consigue recordando,como se ha dicho, que lo nuevo nace de lo viejo y enlo viejo. La superación real de la universidad arran-cará de la base social dada, no de decretos. Por de-creto, como también se recordó, ya fue «abolida» unavez la universidad. Y el resultado está a la vista. Laabolición de la universidad por decreto es, por lodemás, algo que también podría permitirse hoy elpoder capitalista. Hasta es verosímil que le convinie-ra (prescindiendo de inconvenientes de otro tipo)confiar ya a las grandes empresas la formación me-dia y superior de una parte considerable de la pobla-ción. Precisamente aboliendo de un modo formal launiversidad o reduciendo su dimensión y su alcan-ce, el poder capitalista frenaría el desarrollo de lacrisis social en la enseñanza. La agresión externa,por así decirlo, a la institución universitaria, la es-trategia que se limita a pedir su «abolición», sin arti-culación táctica alguna, puede servir perfectamenteaI poder capitalista para dispersar los focos de con-tradicción por una infinidad de centros y subcentros(muchas veces confiados directamente al capital) depreparación profesional y de investigación que sereparten de uno u otro modo también la funciónhegemónica de producir ideología y élites.

Pero, por el momento, el poder capitalista parecepreferir estrategias más flexibles para bloquear lacrisis universitaria. Su intento principal se dirige afrenar las consecuencias sociológicamente cuali-tativas del aumento de la población estudiantil. Los

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agentes más primitiva y groseramente fascistas delcapitalismo preferirían anular pura y simplemente elproceso. Así, por ejemplo, Fabián Estapé proponíarecientemente: «En la universidad hay que ir po-niendo, como en los bares, el «Reservado el derechode admisión» (55). Pero la táctica que se impondrá noserá, probablemente, la de esa torpe zafiedad. Igualen los USA que en Francia o España, el poder capi-talista se propone enfrentarse a la presión del pue-blo hacia el conocimiento mediante un malthu-sianismo mucho más sutil. Se trata de recomponerla universidad tradicional introduciendo o reforzan-do barreras horizontales que produzcan aún másestratificación, estamentalización intrauniversitaria:graduados de 1.a, de 2.a, de 3.a. Esa política es inte-ligente: tiende a anular precisamente el sentido re-volucionario de la masificación de la universidad, asaber, que esa masificación, al provocar subempleoo paro intelectual, y, consiguientemente, si el fenó-meno se hace crónico, pérdida de valor de cambio delos títulos y del conocimiento, tiende a destruir lajustificación de la jerarquía en la división del traba-jo. La estrategia capitalista reacciona reforzando lajerarquía ya en la misma titulación, reforzando másel prestigio ideológico del principio jerárquico. Elmodelo es el sistema norteamericano. La clase do-minante de los Estados Unidos vivió el problemadécadas antes que las europeas y desvió la significa-ción social del mismo mediante la conocida prolife-ración de títulos, niveles y grados. Las estratificacio-nes previstas en la ley de Educación española, ayu-dadas ideológicamente por trabajos como el informe

55V. El Correo Catalán del 9—11—1971. Pág. 9.

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Matut, tienen el mismo sentido clasista; claro que noes la multiplicación de ramas de la investigación ode la práctica profesional lo que tiene ese contenidode clase, sino su estratificación jerárquica, con elcorrespondiente apoyo interiorizador del pesohegemónico del prestigio académico.

La lucha contra la universidad de la hegemoníacapitalista, modelo de lucha contra la vieja divisiónsocial del trabajo, se define por contraposición a laestrategia del poder capitalista: contra el malthu-sianismo fascista puro, contra la «reserva del dere-cho de admisión», hay que luchar por la democra-tización formal y material del acceso y la estancia enla universidad, en concordancia con la liberación defuerza de trabajo juvenil que posibilita la industria ;contra la estratificación «manufacturera» de la uni-versidad hay que levantar ya ahora y al mismo tiem-po el principio socialista de desjerarquización de lasfunciones; éste es el sentido revolucionario de lu-chas aparentemente sólo estamentales, como la delos aparejadores. Pero la consciencia o lucidez deesas luchas es todavía escasa. Los aparejadoreshacen bien en oponerse a una jerarquización que losperjudica. Pero todos los estudiantes en general de-ben considerar ya como reivindicación socialmenteposible la destrucción de su propio privilegio jerár-quico, que tiende a ser ya aparente (por la «plétora»de la profesión organizada por el capitalismo) y sólose podría reconstituir, para una ínfima mayoría deellos, si se realizara el proyecto estratificador de lapresente reforma de la enseñanza universitaria.Frente a esa involución respecto de lo que posibilitala base productiva es reivindicable ya hoy una ense-ñanza superior generalizada, con práctica parcial del

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trabajo físico; toda la juventud, incluidas la obrera yla campesina, podría participar ya de esa enseñanza.Eso es reivindicable ya hoy no porque el poder capi-talista pueda concederlo, sino porque la viabilidadde una organización así de la enseñanza superior —cubierto el período necesario para la previa trans-formación de la enseñanza media— está dada por labase productiva moderna en los países de capitalis-mo avanzado. Reivindicaciones de esa dimensiónimplican, como es natural, la democratización de laorganización universitaria existente, de la posicióndel profesorado, etcétera. Pues es imposible que unapoblación universitaria constituida como queda di-cho —o al menos, convencida de aquella estrategiade destrucción de la universidad de la hegemoníaburguesa— pudiera desarrollarse en relaciones anti-democráticas.

¿Se debería seguir llamando «universidad» a unaorganización de la enseñanza superior que trabajarasin que la sociedad diera valor de cambio a sus pro-ductos? Eso es lo de menos. Es posible que la nuevaorganización de la enseñanza superior mantenga lafunción clasista de la universidad —con signo inver-tido— en el primer estadio de la construcción socia-lista. Eso depende del rigor que haya de tener en ca-da sociedad la dictadura proletaria de transición. Enlas sociedades menos adelantadas en el momentorevolucionario —esto es, en el momento en quecambie el contenido de clase del poder político— senecesitarán seguramente técnicas de interiorizaciónde las nuevas relaciones sociales. El que esta nece-sidad tenga los riesgos que se conocen ya por la his-toria de los países socialistas no anula su funda-mento material. En casos así, la organización de la

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enseñanza superior mantendrá verosímilmente ras-gos institucionales tradicionalmente universitariosdurante décadas acaso.

Pero al principio estuvo y está la acción. Tanto pa-ra llegar directamente, donde ello sea posible, a unaorganización de la enseñanza, del investigar y de lasprofesiones que rompa con la contaminación ideoló-gica hegemonizadora de hombres y eternizadora deuna división del trabajo ya innecesaria, cuanto paraacelerar, donde eso sea lo históricamente viable, elproceso de autodisolución de la tradición clasistamediante el poder de los trabajadores, lo primero esplantear acertadamente la fase previa: luchar contrala yugulación del empuje de los pueblos hacia el co-nocimiento —posibilitado por la producción moder-na— y contra los intentos de esterilizarlo mediantela estratificación aparentemente técnica, pero enrealidad inteligentemente clasista que intentan im-plantar las reformas universitarias de todos los paí-ses de capitalismo más o menos avanzado, incluidoel nuestro. Los pueblos tienen que seguir llegandoacrecentadamente a la enseñanza superior y tienenque impedir que los fraccionen jerárquicamente enella. Por esa vía seguirá agudizándose la contradic-ción entre las presentes relaciones de producción ylas fuerzas productivas ya en obra. El movimientoestudiantil tiene seguramente muchos otros camposde acción. Pero para que las demás luchas den re-sultados importantes es esencial que se muevan so-bre aquella contradicción de fondo. ■

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Se acabó de imprimir este libroel día 7 de marzo de 1972, enlos talleres de Imprenta de laEsc. Gráfica Salesiana. MaríaAuxiliadora núm. 18. - Sevilla.