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Triple C El Descensor Triple Ceis El número de la bestia microrrelatista

Triple ceis

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Ceis Ceis Ceis, el conjuro perfecto para, en treinta minificciones ilustradas, liberar a la bestia microrrelatista. Para descarga ir a http://sites.google.com/site/revistaeldescensor/numeros

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Triple C El Descensor

Triple Ceis El número de la bestia microrrelatista

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Relatos:

Adolfina Abad Juan Badaya

Débora Benacot Lore Citón

Caro Fernández Luisa Hurtado González

Hernán Indiveri Luz Leira Rivas

Sara Lew MA

Francisco Manuel Marcos Roldán Patricia Mejías

Leo Mercado Beto Monte Ros

Sandra Montelpare Juan Manuel Montes

Patricia Nasello Jesús Humberto Olague Alcalá

José Manuel Ortiz Soto Amparo Pérez Arrospide

Ilustraciones:

Diego Iglesias Solano Juan Luis López Anaya

Jesús Humberto Olague Alcalá Luisa Olguín

José Luis Sandín

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El número de la bestia microrrelatista

Triple C

2013

El Descensor

TRIPLE CEIS

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Triple Ceis. Idea original: Juan Manuel Montes. Coordinación: Jesús Humberto Olague Alcalá. Revisión de textos: Triple C. Revisión de la antología: Juan Manuel Montes. Diseño: Jesús Humberto Olague Alcalá. Imagen de fondo: Luisa Olguín Ilustraciones: Diego Iglesias Solano, Juan Luis

López Anaya, Jesús Humberto Olague Alcalá, Luisa Olguín y José Luis Sandín.

Corrección de imágenes: Carlos Alberto Olague Alcalá. http://diezpuntocinco.com.mx Todos los derechos reservados. De los textos e imágenes: Los Autores. De la antología: Triple C. Para distribución gratuita en medios electrónicos.

http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/deed.es

Triple Ceis se comparte bajo un acuerdo de licencia Creative Commons versión 3.0. Puede ser difundido o distribuido par-cial o totalmente siempre que se reconozca de manera pública el crédito de los autores, se utilice para fines no comerciales y se otorgue una licencia similar en caso de que de su uso re-sulte una obra derivada.

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Prefacio o Epitafio [Caro Fernández]

–según la resistencia del lector en las

próximas páginas–

Una malvada invitación al terror: es lo que

propone esta serie. O la turbadora lectura

de hechos que parecerían ficcionales si

no se basaran en experiencias reales, si

no trascendieran las circunstancias de los

personajes, si no resultaran tan espanto-

samente familiares. Confiando en la mor-

bosidad del lector y sabiendo de la invi-

sible complicidad que nos une, me atrevo

a decir que esta publicación provocará

esa retorcida necesidad de releerla gra-

cias a las horrorosas, irónicas, lúdicas y

hasta humorísticas combinaciones que

permite el género del microrrelato.

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Después de deleitarlos con las recetas

del erotismo culinario y de transportarlos

al mundo de los hermanos Grimm, llega

esta tercera edición digital de Triple C, La

Cofradía del Cuento Corto, segunda en

colaboración con El Descensor. Bajo la

macabra coordinación de Jesús Olague y

basada en una idea de la perversa mente

de Juan Manuel Montes, los invitamos a

ser parte de la brevedad demoníaca de

Triple Ceis: microrrelatos de terror.

Caro Fernández

Dirección general

Cofradía del Cuento Corto

TRIPLE-C

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El último cuento [Adolfina Abad]

Ilustración: Juan Luis López Anaya

―¿Se ha dormido?

―Creo que sí, pero le he dejado la

luz encendida por si se despierta.

―¿Te ha pedido que miraras debajo

de la cama?

―Hoy no.

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Asesino en casa [Juan Badaya]

Ilustración: Luisa Olguín

Levantó los ojos para ver al dueño de la

sombra que se cernía sobre ella. Quedó

petrificada. Un desconocido, puñal en ris-

tre, la observaba con intenciones nada

dudosas. Supo que había llegado su

hora. Cerró los ojos, se cubrió el rostro

con las manos, con los antebrazos el pe-

cho y esperó entregada. Era consciente

de que una hoja afilada se abriría paso en

sus carnes, que se desangraría en medio

de la brutalidad del ataque, que sucum-

biría al dolor… Y esperó inmovilizada por

el pánico.

Tan largo se le hizo aquel instante

que se atrevió a abrir un ojo y vio un

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rostro duro y despiadado concentrado en

estudiar sus puntos más débiles, el flanco

por donde iniciar la embestida. Abrió más

sus pupilas y trató de pedir clemencia con

su boca reseca y, sorprendentemente,

reconoció unos rasgos familiares.

―No he querido molestarte mientras

hacías yoga en la alfombra –le dijo su

padre, que se ocupaba de pelar unas

patatas para la cena y que, desde aquel

día aún más, renunció a entender los

repentinos ataques de llanto de su hija

adolescente.

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Palabras que se llevó el viento [Juan Badaya]

Ilustración: José Luis Sandín

El pensamiento le brotó con la fuerza de

un relámpago. Allí estaba ella, detrás de

su marido concentrado en el abismo que

se abría bajo sus pies. Podría liberarse

para siempre de tanto maltrato, bastaba

un empujón y aquel bastardo ocuparía

apenas un renglón en el capítulo de suici-

dios de la memoria anual de la fiscalía. Le

hirvió la sangre con tal furor que no dudó

en empujar a su verdugo hacia las

profundidades del Gran Cañón.

Éste reaccionó sorprendido, giró en

el aire y lanzó una mirada acusadora

mientras gritaba con odio infinito ¡Asesi-

naaaa! El grito, largo y desgarrado, fue

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perdiendo fuerza en el abismo, pero no

claridad para los presentes, pues el eco

repitió machaconamente cada sílaba,

como si fuera un juez dictando la sen-

tencia definitiva.

Ella palideció, se vio perdida y dela-

tada para siempre cuando el público se

acercó expectante e incrédulo, sintió que

se adentraba en una vorágine de poli-

cías, jueces, cárcel, pero erró. La dificul-

tad de los circundantes para entender

otro idioma que no fuera el propio la

salvó de un testimonio terrible. Definiti-

vamente su marido se acababa de

suicidar.

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El diablo en el umbral [Débora Benacot]

Ilustración: Diego Iglesias Solano

La pequeña lo ve cada noche asomado al

marco de su puerta. Sabe que está ahí

esperando. Si lo mira fijo caerá en la

trampa, será arrastrada al infierno. El

único antídoto es girar y dormir de espal-

das al miedo. El umbral es del diablo; la

pared, del ángel de la guarda, repite como

un mantra. Este conjuro funciona hasta

que una noche el muro se deshace y en

su lugar cientos de puertas se abren. Allí,

la sombra de una cola. Más allá, un tri-

dente, unas patas de macho cabrío. La

sonrisa de un ángel traidor. Unas alas

oscuras como sangre.

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Casa tomada [Lore Citón]

Ilustración: José Luis Sandín

La sábana le cubría el rostro y se hume-

decía con su aliento. Tenía los ojos cerra-

dos con fuerza y el pulso acelerado.

Entonces se decidió: tenía que encender

la luz.

Giró su cabeza lentamente y, sin

abrir los ojos, sacó la mano temblando.

Tocó la mesa de luz buscando la perilla

de la lámpara y se le congeló la sangre al

rozar los dedos fríos que desde el suelo

buscaban desesperadamente lo mismo.

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Destapa la felicidad [Caro Fernández]

Ilustración: Luisa Olguín

La promotora me ofreció la gaseosa y la

esquivé, sin más, murmurando que ya

quisiera que con sólo destapar una botella

me aumentaran el sueldo, el mecánico

arreglara mi auto de una maldita vez, la

maestra de mi hijo dejara de citarme para

quejarse y mi obra se apreciara.

Como la muchacha insistía, la des-

tapé. De la botella surgieron fantasmagó-

ricas figuras que montaron un terrorífico

show predictivo. Una sombra alada le

arrancaba las entrañas a mi jefe, retor-

ciéndolo de dolor. La sangre del mecánico

salpicaba los autos y el gnomo verde no

dejaba de pegarle rítmicamente con un

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martillo. Una araña gigante succionaba el

cerebro de la maestra de mi hijo, mientras

ella tiritaba en el piso, aún con vida. Final-

mente, un ogro irlandés torturaba a todos

los que me subestimaron, arrancándoles

las uñas con morbosa lentitud. Horrori-

zada con mis oscuros pensamientos,

puse fin a la escena. Uno a uno los

monstruos retornaron a su encierro. Tem-

blando de miedo, la tapé y se la devolví a

la promotora, justo antes que el ogro

irlandés entrara a la botella.

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La cena [Luisa Hurtado González]

Ilustración: Diego Iglesias Solano

Fue una suerte encontrar la posada en

mitad del campo. La débil luz que había

sobre su puerta nos había salvado de dor-

mir bajo la lluvia.

Cuando entramos, los parroquianos

nos miraron con una mezcla de curiosidad

y reserva. Por otro lado y, aunque la se-

ñora de la casa ni nos dirigió la palabra ni

tan siquiera nos miró, no tardó en servir-

nos un plato de sopa caliente y

acompañarnos a esta habitación en el se-

gundo piso.

Ahora acabamos de despertarnos

con lo que parece ser el ruido de unos

arañazos en la puerta, la oscuridad es

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total porque el cuarto carece de ventanas

y hemos descubierto con horror que esta-

mos paralizados. Ya entran. Parecen las

pisadas de perros, oímos sus respira-

ciones, olemos nuestro miedo. Unos hoci-

cos inspeccionan mi piel. Alguien me

lame, alguien me muerde.

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Ya estamos aquí [Luisa Hurtado González]

Ilustración: Juan Luis López Anaya

Siempre he sido débil, lo sé, por eso no

opuse demasiada resistencia y dejé que

me transformasen en uno de ellos.

Ahora llamo a la puerta de la vecina,

oigo sus pasos leves y siento cómo posa

su mirada en mí, sonrío:

―Soy el vecino, no tengas miedo.

Duda un momento.

―¿Qué quieres?

―Todo y nada. Quiero poner en con-

tacto a todos los que seguimos vivos en el

inmueble, que unamos fuerzas y comparta-

mos víveres, que no estemos solos.

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Dejo que una nueva sonrisa ilumine

mi rostro, pero ésta es de verdad, la

metamorfosis ha empezado por dentro,

soy mucho más osado y lo celebro. Sin

embargo, he de tener cuidado, no quiero

que vea mis nuevas garras.

―¡Enséñame el cuello!

Sé a qué se refiere, todos los sabe-

mos, por eso he venido con la camisa

desabrochada desde casa, para ganar

tiempo. Me acerco a la mirilla, quiero que

me vea bien, es una verdadera suerte que

mis nuevos compañeros de vida hayan

empezado la conquista difundiendo infor-

mación errónea en todos los medios.

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Demasiado tarde [Hernán Indiveri]

Ilustración: Diego Iglesias Solano

La habitación fría, olor a azufre en el am-

biente y Matías habla en una lengua ex-

traña. Ningún médico encuentra explica-

ción y recurren a un cura, quien ingresa

con la cruz en la mano mientras reza, los

ojos del niño se vuelven completamente

negros. El exorcismo era inevitable, aun-

que Matías ya había conjurado la invoca-

ción de siete demonios que se alimentan

de pecados capitales.

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Extraterrestres [Luz Leira Rivas]

Ilustración: José Luis Sandín

—Tranquila, hija. Subiré a ver.

Aún oía pasos en el piso superior

cuando papá puso la mano sobre su

hombro.

—¿Ves, cariño? No existen.

Otro papá le sonreía desde la cocina.

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Invisible [Sara Lew]

Ilustración: Diego Iglesias Solano (a Klaus Nomi)

Un rasgo que me caracteriza es la tem-

planza en situaciones difíciles. Sin em-

bargo, esa noche de estío y sudor entre

las sábanas no pude más que gritar

cuando sucedió. Sus finísimos tentáculos

se introdujeron como agujas en mi piel,

buscando más que unas venas colmadas

de sangre. Él echó raíces en mí, plantando

su enorme peso sobre mi cuerpo, estruján-

dome vigorosamente contra la cama. De

mi boca borbotaron palabras ágilmente

acalladas con la suya. Solo mis ojos,

abiertos de pavor, no lo percibieron.

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Noche de terror [Sara Lew]

Ilustración: Jesús Humberto Olague Alcalá (alteración de la fotografía The Room de Jesse Therrien)

Ahogaba sus gimoteos en la almohada y,

ciñendo las rodillas contra su pecho, se

acurrucaba temeroso de la oscuridad. La

luz se encendió de pronto, exponiendo así

su indefensión. Se incorporó en la cama

para observar el cuarto en el que se ha-

llaba encerrado. La austera decoración no

ocultaba el estado decadente de las pare-

des. Las manchas de humedad esboza-

ban extrañas figuras que parecían tener

vida propia. Recreándose en sus miedos,

las sombras emergieron de la pintura

agrietada y apagaron la luz.

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Dulces sueños [MA]

Ilustración: Luisa Olguín

Lo noto durante la noche, cuando

duermo. Una horrorosa mano que sube

sigilosa, y que se apoya levemente sobre

las sábanas; que intenta agarrarme, tirar

de mi pelo, tocarme. Pero cuando des-

pierto no está. Noto su enorme peso so-

bre mi pecho, ahogándome, y su olor des-

agradable cerca de mí. Estoy absoluta-

mente convencida, sé que está ahí, y que

alguien en mi casa lo ha visto… Mis pa-

dres insisten en que no hay nada, que

son excusas mías para evitar ir a la cama.

Pero yo lo sé, porque mi abuela mira to-

dos los días, noche tras noche, dentro del

armario, tras las cortinas adamascadas,

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bajo el colchón, y cuando ha acabado su

inspección, me arropa en la cama, con

una sonrisa que no acierto a interpretar.

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Casa en venta [Francisco Manuel Marcos Roldán]

Ilustración: José Luis Sandín

El cielo oscurece y el ocaso invade cada

rincón de la alacena. La niña se postra

frente al altar y pide por enésima vez que

no quiere sobresaltos, que está cansada

de escuchar voces que invadan su intimi-

dad. Marta, compungida y con el terror en

sus ojos implora exhaustivamente a sus

devotos santos que le concedan su peti-

ción justo antes de meterse en la cama.

Cuando acaba se dirige firme con pasos

bien marcados a la habitación, retira las

sábanas tapándose hasta las orejas, no

cierra los ojos, se mantiene en vilo, por-

que sabe que en cuanto entra en el sueño

más profundo, las visitas inesperadas la

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acaban despertando de la forma que me-

nos puede predecir. Desde allí mira al

resquicio de la puerta, a la misma hora,

minutos arriba o abajo, esperando no

venga nadie. Un grito se le escapa de sus

pulmones encogidos, cuando los ve lle-

gar. Marta los mira, hoy no son los de

ayer. Marta tira la ropa hacía atrás al

encender la luz los visitantes, que gritan

al ver las sábanas volar. Y Marta ¡grita!,

¡grita! y ¡grita!, viéndolos huir despavori-

dos. Esta tarde ha vuelto a ahuyentarlos.

Teme por su vida. No es la primera vez

que ha sentido hablar a la vendedora de

traer un exorcista, no pueden perder la

venta. Marta siempre se queda pensativa,

porque no le gustan las bromas ni las

intromisiones en su vida.

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Desmembrada [Patricia Mejías]

Ilustración: Juan Luis López Anaya

Desde el borde la cama, la mano me hace

un gesto de ayuda, justo en el momento en

que es arrastrada hacia abajo por la fila de

hormigas que siguió su rastro sangrante

desde el cementerio.

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Cría cuervos [Leo Mercado]

Ilustración: Diego Iglesias Solano

El monstruo observa expectante, desde

las primeras líneas del relato, cómo su

propia historia se va desarrollando. Es-

pera agazapado detrás de una oración,

en apariencia, intrascendente. Su respira-

ción hace una pausa y, cuando el joven

escritor se distrae un segundo, salta por

encima de una línea, sortea velozmente

dos o tres verbos, un sustantivo simple y

sin piedad lo engulle.

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Posología [Leo Mercado]

Ilustración: Luisa Olguín

Martes. 8:00 hs. Ordoñez apoya los pies

en el suelo y se frota los ojos. Bosteza.

Junta fuerzas y baja las escaleras. Al lle-

gar a la cocina ve sillas desparramadas,

platos rotos, la heladera abierta y, detrás

de la mesa, encuentra el cuerpo de su

mujer en medio de un charco de sangre.

Corre presuroso al teléfono en busca de

auxilio y al llegar encuentra en la pantalla

un recordatorio que sentencia: “lunes

22:00 hs. pastilla para la esquizofrenia”.

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Abusador [Beto Monte Ros]

Ilustración: José Luis Sandín

Desde que desapareció, el barrio vive

tranquilo. El tipo era un hueso duro de

roer, mis perros dan fe de eso.

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El Bacá [Beto Monte Ros]

Ilustración: Diego Iglesias Solano

Se ajustó el nudo de la corbata y pensó

en el contrato que estaba a punto de fir-

mar. Hacía algún tiempo que las cosas no

iban bien, esta oportunidad tenía que

aprovecharla. Al salir besó a su mujer y a

su hijo, su activo más preciado.

Llegó a la cita con el individuo, quien

de primera impresión se veía buena

gente, y del que le habían advertido que

bajo esa fachada se escondía alguien

duro, implacable con quien intentara

engañarlo. Había acudido a él en un acto

de desesperación cuando todo empezó a

irle mal.

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Luego de los saludos de rigor y con-

cluida la firma de los papeles, el otro puso

sobre la mesa una caja que contenía un

gatito negro: un regalo para el vástago,

pero él sabía que esto no era un simple

obsequio, sino la forma de asegurarse de

que cumpliría con su parte y que, llegado

el momento, tendría que entregarle al

primogénito de la familia. “Negocios son

negocios”, pensó, y se alegró de que su

esposa fuera una mujer fértil.

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Búsqueda del tesoro [Sandra Montelpare]

Ilustración: Juan Luis López Anaya

El juego se terminó justo cuando encontré

el cuerpo de Martita dentro de la heladera

vieja del galpón.

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Juego de niños [Sandra Montelpare]

Ilustración: Luisa Olguín

Mamá no entiende eso de los amigos

imaginarios, dice que ya soy grande para

esas cosas. Tiene razón. Hoy me des-

hice de ellos para siempre. Espero que

no se enoje por las manchas de sangre

en la alfombra.

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A la hora muerta [Juan Manuel Montes]

Ilustración: José Luis Sandín

Pactaron encontrarse antes de las tres de

la mañana. Adentro, la casa se quejaba

con su voz de madera debajo de sus pies.

Fueron llegando de a poco y mudos de

miedo. La habitación central era antigua y

sucia, una enorme puerta de doble hoja

custodiaba la entrada.

Cuando al fin estuvieron los cinco,

Cecilia dibujó con tiza un pentagrama y los

hizo sentarse a cada uno en sus vértices.

En el centro dibujó un círculo y luego tres

curvas, como si fueran tres números seis

unidos. Abrió su gran libro y comenzó a

leer unas frases extrañas. Todos se toma-

ron de las manos con miedo.

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A las tres de la mañana en punto se

miraron, sonriéndose, al ver cómo aquel

ser de fuego lamía el parqué desgastado.

Al fin habían podido hacer contacto con el

reino de lo demoníaco.

No pudieron hacer contacto de nue-

vo con el mundo de los vivos.

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Gusto por lo afilado [Juan Manuel Montes]

Ilustración: Jesús Humberto Olague Alcalá

A Caro Fernández por darme el virus de esta idea

Mutilé mi cuento original, lo cercené desde

el encabezado hasta el pie de página. En

el camino enterré a tres posibles protago-

nistas que nada valían y por último (con un

exceso de cólera) encadené a un perso-

naje sin nombre en esta historia que nunca

terminaré de escribir.

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El encuentro [Patricia Nasello]

Ilustración: Luisa Olguín

Camina penosamente a través de la

vegetación torva. Desconoce qué sucedió

con sus compañeros de equipo, ahora au-

sentes; tampoco recuerda el motivo por el

cual carece tanto de sus instrumentos de

trabajo, como de su mochila y cantim-

plora. Ardiendo de fiebre, busca un río.

Con dificultad, razona en lo absurdo que

resultaría morir de sed en este sitio que

juzga maldito de tan húmedo. Los insec-

tos buscan sus labios, sus ojos, sus oí-

dos. Con el izquierdo se ensañan, es el

que escurre sangre.

—Estamos derruidos –balbucea ante

las ruinas que de pronto aparecen en un

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claro frente a sus ojos. Aún conserva la

costumbre de bromear a su propia costa.

Buscando refugio camina hacia la

escombrera del templo.

La sacerdotisa lo ve acercarse. Lle-

gado el momento oportuno salta y se en-

rosca alrededor de él hasta que su pecho

se aquieta. Comienza a comerlo por la ca-

beza, como haría con cualquier venado.

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El espejo roto [Jesús Humberto Olague Alcalá]

Ilustración: Diego Iglesias Solano

Siempre supe que mamá mentía, yo no

era único, ni especial, ni nada; que papá

se equivocaba, mi amigo no era imagina-

rio; que la abuela estaba en un error,

aquel niño no era mi reflejo; que mis

hermanos algún día se arrepentirían de

decirme loco; que todos cometían un

grave error al no escucharme... No me

dejaron más alternativa que romper el es-

pejo y dejar escapar al niño parecido a

mí. Ahora, mientras él toma venganza por

su encierro, yo hago oídos sordos a los

gemidos y estertores de sus gargantas

cercenadas.

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Testigo silencioso [Jesús Humberto Olague Alcalá]

Ilustración: José Luis Sandín

Solo un hilillo de sangre que busca esca-

patoria sabe lo que sucede detrás de la

puerta.

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Charla entre amigos [José Manuel Ortiz Soto]

Ilustración: Diego Iglesias Solano

―Desvarías –dijo el Flaco.

―Les juro que es verdad –se defen-

dió el Gordo.

―Ni una copa más –agregué en to-

no burlón.

―¡Ya, cabrones, estoy hablando en

serio! –chilló el Gordo.

―Está bien… –concilió el Flaco–,

pero ¿de dónde sacas que tu suegra es

bruja?

―En cierta forma, todas lo son,

¿no? –rematé.

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El silencio que siguió a nuestra char-

la fue roto por el chasquido de la enorme

lengua del Gordo, que atrapó una mosca

al vuelo, frente a nuestras caras.

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Sonámbulo [José Manuel Ortiz Soto]

Ilustración: Juan Luis López Anaya

Al fin podré dormir en paz, pensó el al-

bañil mientras colocaba sobre sí el último

ladrillo de su tumba.

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El barbero de Montgomery [Amparo Pérez Arrospide]

Ilustración: José Luis Sandín

He venido a que me corten el bigote y las

patillas que, según mi Betty, me envejecen.

Pálidos como sus batas, ni el barbero

ni su mujer son amistosos. Pero una vez

sentado en el sillón, no hay vuelta atrás.

―Ahora incline la cabeza, así…

Uno de esos días en que el mundo

es extraño. La radio no se escucha bien y

es una pena, me ayudaría a escapar del

silencio viscoso donde estoy hundiéndome

y ellos no van a salvarme. Hacen que me

sienta como una cosa, un objeto.

―Apaga eso –oigo decir, mientras la

brocha circula con suavidad por mi mejilla.

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La mujer está junto a nosotros, soste-

niendo el recipiente lleno de espuma. Re-

celo su recíproca mirada de complicidad.

... Ahora es la hoja de la navaja la

que desciende por mi mentón, tan fría

como ellos y las toallas de una blancura

inmaculada. En la amenaza que se

cierne sobre mí, transpiro como un ani-

mal acorralado. Cierro los ojos, pero no

logro borrar la imagen de una cruz ar-

diente y, entre un gentío de caperuzas y

túnicas, un negro como yo que conducen

a las llamas.

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No traspase el cordón de seguridad [Amparo Pérez Arrospide]

Ilustración: Jesús Humberto Olague Alcalá (a Ceija Stojka)

De nada les valió estar a la distancia que

impone el cordón de seguridad; al contra-

rio, facilitó la operación. Llevábamos años

soportando el mismo discurso: En la pa-

red de la izquierda puede admirarse el

mural donde el gran artista plasmó los he-

chos desencadenantes de nuestra revolu-

ción nacional: el asesinato del presidente

y los fusilamientos del pueblo que salió en

su defensa. Observen en segundo plano

a los soldados: autómatas despersonali-

zados, sin rostros y en perfecta y discipli-

nada formación. Por su parte, las víctimas

expresan el horror y sus cuerpos se api-

lan sobre el suelo ensangrentado.

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Ni siquiera tuvimos que planearlo. El

efecto final fue, modestia aparte, excelente;

logramos un paralelismo armónico con la

obra de arte. Llegada la hora de máxima

concentración de visitantes, apuntamos

con los rifles –nos bastó con desviarlos ha-

cia el nuevo objetivo unos pocos centíme-

tros– y los baleamos a todos.

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Epílogo [Juan Manuel Montes]

Sólo aquello que se ha ido

es lo que nos pertenece

J.L. Borges

Luego de estos pequeños sustos sólo nos

queda reflexionar sobre ¿qué es la mini-

ficción de terror?, quizá sea cómo ese pe-

queño dardo envenenado que nombra

Laura Pollastri, en su libro El límite de la

palabra, haciendo alusión a la minificción

en general, o quizá estos textos sean aún

más incisivos o más venenosos.

Lo breve a mi entender tiene una

cuota de misterio y de sorpresa que no

tiene lo extenso. Lo breve nos muerde

rápidamente la curiosidad, es sólo lo que

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Triple Ceis Triple C

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vemos de manera furtiva. Yo temo a esa

cosa que se esconde en un rincón

amontonado de sombra, a un cuervo so-

bre un busto de Palas Atenea, a una man-

cha oscura en la piel o a esos parásitos

que nos esperan en los almohadones de

plumas; pero temo sobre todo a los textos

breves porque nos sueltan rápidamente la

mano como lector y nos obligan a ir y ve-

nir del relato.

La minificción da miedo ya que nos

quitan la sensación de confort atemporal

de leer, porque leer es cumplir con un rito

que se ha mantenido íntimo e inalterable

durante siglos. Es lo más próximo que te-

nemos a la eternidad y en este libro,

veinte autores nos dan su grito de ahogo

que se apaga, inmediatamente, con el si-

guiente grito.

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Treinta textos se han ido y ahora nos

pertenecen. Desde hoy se han convertido

en esa parte de nosotros que nos buscará

cuando intentemos dormir, y que se ocul-

tará en el armario más oscuro de nuestro

recuerdo.

Ahora, lector, que estás leyendo

una última página, un breve epílogo; se-

rás exiliado del mundo de la ficción y

deberás convivir con ese terror mayor (el

Mayor Terror) que es saber que, durante

la lectura de este libro, el tiempo se ha

ido y que a cada momento viene la

muerte tan callando.

Juan Manuel Montes

Cofradía del Cuento Corto

TRIPLE-C

Mendoza, Argentina

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Contenido

Prefacio o Epitafio [Caro Fernández] ..................................... 5

El último cuento [Adolfina Abad] ............................................ 7

Asesino en casa [Juan Badaya] ............................................. 8

Palabras que se llevó el viento [Juan Badaya] ..................... 11

El diablo en el umbral [Débora Benacot] .............................. 14

Casa tomada [Lore Citón] .................................................... 16

Destapa la felicidad [Caro Fernández] ................................. 18

La cena [Luisa Hurtado González] ....................................... 21

Ya estamos aquí [Luisa Hurtado González] ......................... 23

Demasiado tarde [Hernán Indiveri]....................................... 26

Extraterrestres [Luz Leira Rivas] .......................................... 28

Invisible [Sara Lew] .............................................................. 30

Noche de terror [Sara Lew] .................................................. 32

Dulces sueños [MA] ............................................................. 34

Casa en venta [Francisco Manuel Marcos Roldán] .............. 36

Desmembrada [Patricia Mejías] ........................................... 39

Cría cuervos [Leo Mercado] ................................................. 40

Posología [Leo Mercado] ..................................................... 42

Abusador [Beto Monte Ros] ................................................. 44

El Bacá [Beto Monte Ros] .................................................... 45

Búsqueda del tesoro [Sandra Montelpare] ........................... 48

Juego de niños [Sandra Montelpare] ................................... 49

A la hora muerta [Juan Manuel Montes] .............................. 51

Gusto por lo afilado [Juan Manuel Montes] .......................... 53

El encuentro [Patricia Nasello] ............................................. 54

El espejo roto [Jesús Humberto Olague Alcalá] ................... 57

Testigo silencioso [Jesús Humberto Olague Alcalá] ............ 59

Charla entre amigos [José Manuel Ortiz Soto] ..................... 60

Sonámbulo [José Manuel Ortiz Soto] ................................... 62

El barbero de Montgomery [Amparo Pérez Arrospide] ........ 63

No traspase el cordón de seguridad [Amparo Pérez Arrospide] ....................................................................... 66

Epílogo [Juan Manuel Montes] ............................................. 68

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