Un centro excéntrico análisis PDC

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    PolticaUniversidad de Chile

    [email protected] (Versin impresa): 0716-1077

    CHILE

    2005Bernardo Navarrete

    UN CENTRO EXCNTRICO. CAMBIO Y CONTINUIDAD EN LA DEMOCRACIACRISTIANA 1957-2005

    Poltica, primavera, nmero 045Universidad de Chile

    Santiago, Chilepp. 109-146

    Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina y el Caribe, Espaa y Portugal

    Universidad Autnoma del Estado de Mxico

    mailto:[email protected]://redalyc.uaemex.mx/mailto:[email protected]
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    45Volumen 45 - Primavera 2005, pp. 109-146

    C

    Un centro excntrico.Cambio y continuidad en la

    Democracia Cristiana 1957-2005

    Bernardo NAVARRETE

    Introduccin

    omo lo seal Ascanio Cavallo, profetizar la decadencia de laDemocracia Cristiana ha sido el erotismo secreto de la derechadesde los aos 40 y la frustracin de la izquierda desde los 60

    (Saffirio, 1999: 68). A nivel internacional se ha profetizado lo mismo deeste partido, que est a punto de desaparecer por completo del paisajepoltico (Portelli, 2000: 2), o en palabras del historiador ingls Martin

    Conway, la DC ahora es objeto del estudio histrico ms bien que unarealidad contempornea (Bale, 2005: 380)

    A nivel nacional su decadencia sera un proceso a largo plazo, entregan-do a sus militantes, simpatizantes y adherentes una cierta tranquilidad(Gazmuri, 1999: 2), la que podra ser revertida por la va de volver amirar sus orgenes En el fondo, nada menos que una exigencia imposi-

    ble: volver a nacer (Micco, 2001: 3) o marginarse del poder por ms deuna dcada, para emprender su modernizacin (Halpern, 2002: 60).

    Ms all de las propuestas de solucin, el problema en los argumentos ylas predicciones de crisis y decadencia es que no entregan mayores razo-nes; lo ms comn es asociar el PDC con el Partido Radical, con el argu-mento de que son partidos de centro, gobernaron por un largo perodode tiempo y sufrieron una decadencia electoral y poltica (Huneeus,2002: 1). Esto significa asumir que:

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    ...los movimientos polticos tienen sus perodos de iniciacin, progreso,auge, triunfo y cada...; la Democracia Cristiana fue triunfante durantemucho tiempo... pero se producen los desencantos... se produce una espe-cie de cansancio, junto con el ejercicio del poder... un proceso corriente,

    un proceso de difcil superacin... es... como la ley de la Historia... (Entre-vista a Jaime Castillo Velasco, 2002).

    Un ciclo vital a la que est sometida toda organizacin a la que inclusose le puede aplicar la conocida ley de hierro de las oligarquas (Cua-dra, 2000: 45).

    Estas tesis olvidan que las repercusiones electorales de la crisis de repre-sentacin que afecta a los partidos tradicionales han resultado ms bienlimitadas; quienes han sostenido lo contrario expresan ms bien un es-tado de nimo que no se condice con los datos electorales y asume la

    conviccin de que a Chile se le aplican todo tipo de teoras, reglas yexperiencias vlidas en el resto del mundo. No extraa que la mayorade las explicaciones sean funcionalistas: las causas son explicadas porresultados, que se extienden desde la industrializacin al liberalismo,incluyendo la secularizacin, el socialismo, y la modernidad (Kalyvas,1998: 294). Ms localmente, est la tendencia de sus militantes, y muyespecialmente de sus dirigentes y candidatos a estos cargos, a dramati-zar los males de la DC (Arriagada, 2002: 2).

    La tendencia a profetizar una cada ms rpida o ms lenta, se explica

    en parte porque la DC ha tenido un fuerte impacto en la historia polti-ca reciente de Chile. Dos hitos as lo demuestran. En primer lugar, elreemplazo de los radicales por la Democracia Cristiana, es para variosautores la causa que explica la cada del rgimen democrtico existentehasta 1973 (Valenzuela, 1978: 115; Sigmund, 1980: 23), ya que el PDCnunca desempe bien su papel mediador y el vaco de centro quese gener fue el preludio del quiebre de la democracia (Sartori,1987b: 202), ya que en los aos del gobierno DC (1964-1970) se articula-ron los tres bloques electorales, que buscaron resolver la contradiccin

    entre acumulacin y distribucin en la sociedad chilena (De Riz, 1979:197). El segundo hito est en la llamada tesis Aylwin, que sostuvoPatricio Aylwin en 1984, en torno a acatar la Constitucin de 1980 comoun hecho, con lo cual, y sin desconocer la ilegitimidad de la misma,se asuma el marco institucional que la Carta Fundamental estableci(Jocelyn-Holt, 2000: 124-125) y con ello model la transicin y la rede-mocratizacin.

    Tambin debemos agregar la desconfianza que genera un partido queocupa el centro. En palabras de Bobbio (1996: 57), la izquierda lo percibi-

    r como una derecha disfrazada y sta, a su vez, lo definir como unaizquierda que tiene miedo de asumirse como tal. Adems estn los in-dependientes, aqullos que se sitan sobre el bien y el mal (Huneeus,2002: 2) pero que expresan inequvocos sentimientos de desconfianza,pesar y crtica que se han logrado mantener en el tiempo. Esta descon-fianza en el sistema de partidos y en los independientes es una varia-

    ble que est pendiente en el mainstream de la investigacin politolgica,

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    la que ha sido, sin embargo, bien documentada en un nmero importan-te de ensayos y autobiografas.

    Es obvio para cualquier observador, que desde mediados de los noventa

    se ha producido un deterioro de la imagen del PDC en la mayora de lasdimensiones polticas relevantes: liderazgo, credibilidad, transparencia yconfianza. No obstante, se le reconoce como necesario para la gobernabi-lidad y estabilidad del pas por su moderacin y respeto por los valorestradicionales. El problema del PDC afecta a la Concertacin y al go-

    bierno, y al actual sistema de partidos (Corts Terczi, 2002: 1). Si no, porqu en slo nueve horas se despach el proyecto que le permiti al PDCreinscribir sus candidatos para las elecciones parlamentarias de 2001 yque signific postergar hasta el 18 de diciembre de ese ao los comicios?(Maldonado, 2001).

    Para construir este artculo, hemos optado por el cambio y continuidaddel PDC entre la vieja democracia y la llamada democracia de losacuerdos post-rgimen autoritario. Queremos examinar simultnea-mente las semejanzas y las diferencias, frmula que pone claramente demanifiesto que la comparacin supone la existencia, al mismo tiempo, desemejanzas y diferencias; no se comparan dos cosas absolutamente idn-ticas ni dos cosas completamente diferentes (Duverger, 1981: 412). Eneste mismo contexto, Sartori nos advierte que no est escrito en ningntexto sagrado que quien compara debe buscar semejanzas en vez de

    diferencias. Adems, las dos operaciones, en todo caso, son complemen-tarias (Sartori, 1987a: 267).

    Nuestra eleccin, a la hora de definir el problema a estudiar, ha sido elpartido Demcrata Cristiano chileno en dos perodos: 1957-1973 y 1989-2001, lo que nos parece una comparacin dentro de un tiempo prximo,que evitara lo artificial que tanto preocupaba a Duverger, ya que silos perodos confrontados son bastante prximos, la comparacin es v-lida, pero a medida que se alejan, la comparacin se hace aventurada(Duverger, 1981: 417; Sartori y Morlino, 1994: 12).

    Los conceptos de cambio y continuidad aparecen bsicos para este traba-jo, considerando que ambos conceptos se han convertido en nocionescentrales de la reflexin poltica en cuanto caras de la misma moneda(Morlino, 1985: 13). Para entender estos dos conceptos, se debe conside-rar que conllevan alguna transformacin y por lo tanto son categoras derelacin: es decir, slo son observables en la relacin entre un antes y undespus (Morlino, 1985: 47.) As, el cambio y la continuidad que nosinteresan estn ligados especficamente a un perodo de tiempo largo dedemocratizacin, el que ser interrumpido por un golpe de Estado yque, tras diecisiete aos, reinicia este proceso ahora en el formato deredemocratizacin.

    Por lo anterior este artculo no abordar el declive electoral del PDC nilas causas que lo explican, trabajo que ha sido tratado por Eugenio Orte-ga Frei (1995; 2001 y 2003a-b), Carlos Huneeus (2002a-b y 2003) y GenaroArriagada (2001: 3-6) entre otros.

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    Este artculo se inicia con una aproximacin al lugar que tiene la Demo-cracia Cristiana en la teora de partidos, a efecto de dar a conocer lasprincipales discusiones sobre lo que la DC es y sobre su futuro especfi-camente en Europa. Posteriormente, el lector encontrar la institucionali-

    zacin del PDC en la vieja democracia existente hasta 1973, buscandosu explicacin a partir de ocho causas. La segunda parte compara loanterior en una lgica de cambio y continuidad, para as entender elestado de la Democracia Cristiana en la llamada democracia de losacuerdos que caracteriz la transicin (redemocratizacin) chilena.

    La Democracia Cristiana en la teora de partidos

    Una mirada a la literatura poltica demuestra la obvia carencia de unateora acerca de la Democracia Cristiana, y la existente no siempre hasido cientficamente vlida (Caciagli, 1991: 23), siendo asombrosa-mente pasados por alto a pesar de ser partidos que han sido, y siguensiendo, predominantes de la poltica europea y hasta cierto punto dela latinoamericana (Kalyvas, 1998: 293). Una explicacin para lo ante-rior es que la investigacin histrica sobre partidos en Europa tendia concentrarse en los de izquierda, especialmente el socialismo y lademocracia social. En cambio, la historia del catolicismo poltico y lademocracia cristiana en el siglo XX en Europa, han estado ms bien

    subdesarrolladas (Kaiser, 2004: 127).

    Los intentos de clasificacin en Europa son varios. Uno de los ms lla-mativos es el de las familias espirituales de Von Beyme, un intento decomparacin histrica que busc determinar la existencia de cambios deobjetivos o slo aproximaciones a un objetivo (1986: 37). Esta tendencia aubicar a la DC en la derecha, para algunos se explica porque a comien-zos de este siglo el espacio ideolgico entre democratacristianos y con-servadores era semejante y en oposicin al espacio ideolgico de lossocialistas o los laboristas (Uriarte, 2002: 318). Otra explicacin posiblees el xito de la DC post-guerra. All donde los democratascristianos seconvirtieron en partidos fuertes, tendieron a eliminar la competencia dederecha, absorbiendo con ello la mayor parte de su electorado (Von Bey-me, 1986: 133)

    Despus de la Segunda Guerra Mundial y principalmente en Italia yAlemania, la Democracia Cristiana se convirti en una fuerza polticaque ofreci a las personas un refugio seguro, frente a la poltica ideolgi-ca que haba destruido sus pases, basado en dos pilares que se explicanen su nombre: la democracia y el cristianismo (Scruton, 1998: 8). Perocon la desaparicin del comunismo, los democratacristianos dejaron deaglutinar el voto del miedo, de contencin frente al peligro rojo, ycon la cada del muro de Berln dejaron de jugar un papel relevante(Vallespn, 2000: 4) y su funcionalidad como partido (Tusell, 1997: 124).El caso italiano es un buen ejemplo de lo anterior, ya que la cada delcomunismo liber a los votantes italianos, tradicionalmente leales a los

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    democratacristianos, para cambiar sus votos a los nuevos partidos, enprotesta contra el sistema corrupto e ineficaz del que fueron parte losDC, lo cual se demostr en 1992 con la votacin obtenida por la Liga delNorte (Golden, 2004). La DC:

    tena un espacio muy claro cuando en el mundo haba dos grandes fuer-zas, que eran la derecha y el comunismo; entonces la democracia cristianase planteaba simplemente como un espacio al medio, yo no soy capitalis-ta, yo no soy comunista, quiero un sistema diferente. Mucha gente que nose senta interpretada por ninguno de esos dos mundos empezaba a verlacomo una opcin posible y esto cambia fundamentalmente cuando laUnin Sovitica deja de ser una potencia importante... (Entrevista a An-drs Aylwin, 2000).

    Esto tambin afect profundamente a las izquierdas y derechas.

    Lo anterior ha llevado a sostener que los partidos democratacristianosen Europa estn en declive. Las explicaciones son contrapuestas ya que,por un lado, ello no se debera tanto a la secularizacin de las socieda-des, sino a la imposibilidad de mantener una postura centrista en mate-ria de economa distributiva (Kitschelt, 2004: 25-26). Para otros, es lasecularizacin la que influy en que los partidos democratacristianoshayan perdido la capacidad de adaptarse a la realidad generada en lasltimas dcadas del siglo XX, lo que ha llevado a sostener a algunos quecomo forma de catolicismo poltico, sta ha concluido (Walter, 1999: 11).

    Sin embargo, esto ltimo olvida que una definicin fuerte sobre los par-tidos democratacristianos es ser atrapa todo (catch allu mnibus), yaque fueron formados en base a razones religiosas ms que de clase y conello su origen fue socialmente heterogneo (Kalyvas, 1998: 308). No obs-tante, el trmino atrapa todo tiene la limitacin de haber sido utilizadocomo una categora residual, que parece ser ms flexible y adaptable alas circunstancias contemporneas que los anteriores modelos clsicosde partido (Gunther y Diamond, 2003: 169). Tambin se olvida, siguien-do a Kees van Kersbergen, que dichos partidos no pueden considerarsenicamente conservadores bajo diversos nombres, partidos de centro sinun perfil programtico claro o atrapa todo, ya que tenan tradicionesque asimilaron, hasta cierto punto, los elementos del individualismo li-

    beral y del colectivismo socialista, pero con sus propias ideas guiadaspor el personalismo, la solidaridad y el rol subsidiario (Kaiser, 2004:132). Esto ltimo no slo debe entenderse como una limitacin de laexpansin de los poderes del Estado, sino tambin como un lmite alpoder social organizado (Von Beyme, 1986: 128).

    Retomando el tema anterior, los democratacristianos eran seglares y mez-claban valores catlicos con pragmatismo electoral (Ware, 2004: 74). Dehecho, es importante recordar que la Iglesia perdi rpidamente el pococontrol que tena sobre las organizaciones polticas que supuestamentefueron creadas en su nombre (Bale, 2005: 380) ya que, tal como muestraKalyvas (1996), los partidos DC fueron un derivado imprevisto y no de-seado de los pasos estratgicos tomados por la Iglesia Catlica en lacontestacin a los ataques del anticlericalismo liberal (Mitchell, 1998: 896).

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    Si fuera posible una sntesis preliminar por cierto, el anlisis mayorita-rio que ofrecen distintos autores es una prediccin pesimista del futurode la democracia cristiana, ms all de las realidades nacionales, debidoentre otras razones a que el capitalismo social (como democracia so-

    cial) ha alcanzado sus lmites y afectar negativamente las perspectivasfuturas de partidos democratacristianos y de la clase de sociedades queconstruyeron (Kalyvas, 1997: 1170). Sin embargo, y como hemos sosteni-do antes, las repercusiones electorales de la crisis de representacin queafecta a los partidos tradicionales han resultado ms bien limitadas y lospartidos democratacristianos europeos han demostrado una capacidadconsiderable para la adaptacin (Hanley, 2002: 478), poniendo el acentoen su carcter de partidos populares. Esto se demuestra en el giro delPartido Popular Europeo (PPE o European Peoples Party) hacia el libe-

    ralismo econmico (Von Beyme, 1986: 125). El PPE, ms especficamente,fue pensado para facilitar el acercamiento con los partidos de centro-derecha, y aunque las incorporaciones sucesivas provocaron dificulta-des, la mayora acept la estrategia expansionista. Sus resultados hansido impresionantes; a inicios de esta dcada era el grupo parlamentarioms numeroso (Hanley, 2002: 467, 470). Es ms, los democratacristianoshicieron una contribucin de gran alcance al desarrollo poltico europeo,recordando su importancia en un momento en que el retraimiento y elutilitarismo pudo haber sido la opcin ms fcil (Furlong, 2004: 581).

    En Amrica Latina la situacin parece ser distinta. Para ScottMainwaring (2003), los partidos democratacristianos han sido menosexitosos en Amrica Latina que en Europa occidental; de hecho, sus dasde gloria estaran quedando en el pasado, tendiendo a ponerse menosprogramticos e ideolgicamente ms heterogneos y convirtindose enpartidos atrapa todo (Jones, 2004).

    Un tema central para entender la DC chilena es que a diferencia de suspares europeos, no slo compite con partidos de izquierda, sino tambinde derecha, constituyndose en un partido excepcional en Amrica Lati-

    na, dada su capacidad para sobrevivir como protagonista por ms decincuenta aos (Huneeus, 2003: 2-3).

    Paralelamente a la discusin sobre el declive, surge aqulla sobre la De-mocracia Cristina como partido de centro. Si aceptamos que las derechase izquierdas como criterios de decisin importan cada vez menos, cules el sentido actual del centro? De hecho, lderes como Adenauer nosintieron la necesidad de acentuar insistentemente que la DemocraciaCristiana Alemana (CDU) era el partido de centro (Schwarz, 2001:115). Pero los partidos democratacristianos se consideran de centro o

    centristas. El problema surge cuando el centro lo asumen partidosconservadores. Ello ha generado una identificacin con la afirmacin deGeorges Bidault, sobre que los democratacristianos deban gobernar enel centro y llevar a cabo una poltica de izquierdas con medios de dere-cha (citado en Von Beyme, 1986: 129). Estas contradicciones estabanpresentes tras la Segunda Guerra Mundial, pero a inicios de esta dcada

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    cabe preguntarse cul es el sentido de rescatar el concepto de centro.Planteado de otra manera, la autoubicacin en ejes de izquierda, centroy derecha es til para el posicionamiento en el arco ideolgico? En estesentido, el ciudadano de a pie europeo reconoce ideolgicamente el

    centro, ms all de la sensacin de un punto medio? Ms grficamente,distingue el ciudadano a un liberal de un socialista o de un conserva-dor? (Schwartz, 1987: 48).

    En el caso chileno, la definicin de partido de centro no es muy tilpara orientar la accin, primero porque la DC nunca adopt esa nomen-clatura, lo cual le quitaba riqueza conceptual y fuerza poltica (Walker,1999: 158-159), y segundo porque cada vez menos ciudadanos se sientende centro, de acuerdo a su propia autoubicacin ideolgica, tal como seobserva en el grfico 1. De hecho, quienes se identifican con este partido,

    en el arco ideolgico, se posicionan ms en la izquierda o la derecha queen el centro poltico (Hinzpeter y Lehmann, 1999: 2, 5-6)

    Grfico 1

    Autoubicacin ideolgica: Identificacin con el centro.Con cul posicin poltica Ud. se identifica ms? (1990-2005)

    Fuente: Elaboracin propia a partir de las encuestas nacionales Centro de Estudios Pblicos.

    Lo anterior nos recuerda que el modelo de competencia espacial pronos-tica que el elector votar al partido que est ubicado a una menor distan-cia de su propia autoubicacin ideolgica, buscando maximizar la utili-dad que le reporta el sufragio (Anduiza y Bosch, 2004: 232); si esto sepudiera demostrar para el caso chileno, entonces el futuro de la DC tieneun pronstico.

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    Tampoco ayuda la discusin sobre si la DC chilena tiene un electoradonatural de clase media, consideracin absurda ya que tanta clase me-dia hay en la DC como en el Partido por la Democracia, el PartidoSocialista o la Unin Demcrata Independiente (Gazmuri, 2002: 1). Esto

    choca frontalmente con la tendencia de buena parte de los dirigentes DCde reconstruir un discurso hacia la clase media.

    No extraara al lector a esta altura del artculo que contextualizar anal-ticamente el centro como ubicacin ideolgica es un trabajo difcil. Losintentos de algunos autores por aclarar la terminologa en base a susignificado griego y latino resultan frgiles (Rodrguez-Arana, 2001: 31).Para el caso chileno, esto se resuelve en los trabajos de Timothy Scully,ya que como plantea una conocida historiadora este politlogo demues-tra que existe un centro y que los partidos polticos de centro tienen

    una funcin (Correa, 1992: 183), distancindose de las tesis de Duvergery Sartori al mostrar que la existencia de un centro que acte de media-dor entre los extremos, puede ser necesario para mantener cohesionadoel sistema de partidos, ya que ambos autores subestiman la capacidaddel centro para generar una identidad y un proyecto propio (Duverger,1994: 242, 243). En el caso chileno el PDC es percibido por los parlamen-tarios de las otras colectividades que componen el sistema de partidoscomo un partido claramente de centro (Alcntara, 2004: 18).

    El partido Demcrata Cristiano en la vieja democracia

    El PDC represent la aparicin de un centro programtico que, desde ladcada del cincuenta, se comprometi con un conjunto de polticas decambio social y econmico, que generaron tensiones y conflictos con

    buena parte de las colectividades del sistema de partidos. Sera injustosostener que el PDC, desde siempre, no estuvo dispuesto y no admitacompromisos con otros partidos o movimientos, sin embargo, en susrelaciones con las dems colectividades polticas, tuvo una psicologa de

    partido pequeo (Arriagada, 1985: 62).Para Scully, la ambiciosa estrategia electoral de un partido de centrocomo la DC, de ninguna manera puede ser descrita como dbil, ms unreflejo de exclusiones a partir de los dos extremos que de un polo decentro positivo (Scully, 1992: 21 y 24), ya que la funcin de centro queejercieron los liberales, y muy especialmente los radicales, fue alteradapor los efectos que tuvo para el sistema de partidos la aparicin de laDemocracia Cristiana (Godoy, 1992: 188), que represent un cambio cua-litativo en las prcticas polticas de la poca (De Riz, 1979: 73).

    Existi un mesianismo que si bien no ha estado ajeno a la historia polti-ca del pas (Tironi, 1998: 57), expres la bsqueda de un gobierno detreinta aos, siendo el nico partido que gobern sin estructurar unaalianza de gobierno (Garretn, 1992: 4-5). Esto se explica porque el PDCera un actor poltico diferente, tanto en su ideologa y estrategia, comoen su estilo poltico y habra desarrollado un mesianismo incompati-

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    ble con el pluralismo existente en esa poca, cuyo origen estara en suhistoria e ideologa, surgido de las enseanzas de la Iglesia y retroali-mentado en su contacto con ella, donde las verdades y mensajes de sal-vacin influiran en su estilo de hacer poltica. Este mesianismo que lo

    impulsaba al aislamiento poltico y a rechazar los entendimientos esta-bles con la izquierda (Garretn, 1982: 372) se expresaba tambin en lostonos que empleaban los activistas que recorran el pas, lo que corres-ponda con la estrategia de ampliacin del universo electoral y la corres-pondiente movilizacin hacia las urnas en el momento de sufragar (Co-rrea et al., 2001: 207). Todo ello fue sustentado por un espectacularcrecimiento electoral. Por otra parte, el PDC mostraba cuadros tcni-cos que aportaban a sus soluciones una apariencia cientfica, lo quellev a un plan de reformas estructurales que habran de cambiar la

    realidad chilena (Gazmuri, 1986: 64-65).En 1964, el PDC lleg a la primera Magistratura del pas y fue el primerpartido de su tipo en llegar al poder en Amrica Latina (Collier y Sater,1996: 265). Sera entendido para algunos como una expresin de insur-gencia poltica, ya que inici otra etapa en la vida institucional del pas,un estilo de gobernar sustentado en el anhelo de pureza doctrinaria quecaracteriz a los miembros fundadores del partido (Urza, 1992: 607-609). Al acceder al gobierno, la poltica chilena tom otro estilo, caracte-rizado por la influencia de los cientistas sociales y de la posturas de la

    Comisin Econmica para Amrica Latina (CEPAL) (Gngora, 1994: 249)

    Algunas causas de la institucionalizacin del PDC. 1957-1973

    En la arena poltica nacional, a mediados de los sesenta se empez adesarrollar un creciente inters de los cientistas sociales por el laborato-rio de experiencias de gobiernos desarrolladas con la Revolucin enLibertad del gobierno democratacristiano de Eduardo Frei Montalva(1964-1970) y luego la va chilena de transicin al socialismo de la Uni-dad Popular de Salvador Allende (1970-1973). Con ello, la dcada de lossesenta y principios de los setenta se caracteriz en lo poltico por lo queMario Gngora llamara la poca de proyectos globales y excluyentes,y en lo econmico movimientos pendulares entre estatismo y mercadis-mo extremo (Muoz, 1991: 7), siendo ste ltimo una de las caractersti-cas del rgimen autoritario (1973-1990).

    Los partidos polticos intermediaban entre los sectores privado y pbli-co y provean de organizacin, movilizacin y canales de participa-cin, reclutamiento y liderazgo, a la cada vez ms compleja sociedad ypoltica chilena (Chaparro, 1986: 2). El sistema de partidos fue estable,representativo, inclusivo, altamente ideologizado, con una fuerte imbri-cacin con el liderazgo de organizaciones sociales, lo que le rest auto-noma a stas y una fuerte tendencia a la polarizacin (Garretn, 1989:462). As, la participacin fue canalizada casi exclusivamente por lospartidos polticos.

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    El crecimiento de la Falange Nacional se dio en el contexto histrico delsegundo gobierno del general Ibez (1952-1958). El triunfo de este lti-mo se obtuvo bajo una campaa antipartidos, producto del desprestigiode stos, en particular el Radical, que haba detentado el poder entre los

    aos 1938 a 1952. La ciudadana le dio el respaldo al viejo dictador con laesperanza de barrer la politiquera que haba llevado al pas a unacrisis econmica. La escoba para barrer a los polticos y limpiar la ad-ministracin pblica fue el emblema de la campaa ibaista (Aylwin etal., 1990: 190; Scully, 1992: 153). La Falange Nacional, en 1953, haba

    bajado a cuatro diputados y segua obteniendo escaso apoyo. La disper-sa fuerza gubernamental, pese a los buenos resultados en esos comicios,no logr conseguir las mayoras necesarias en la Cmara de Diputados yel Senado. Luego de algunos aos de gobierno, se comenzaron a sentir

    las primeras muestras de descontento frente al rgimen. Las promesaselectorales incumplidas, la endmica crisis econmica y la heterogneacoalicin de gobierno, contribuyeron a la prdida de apoyo y despresti-gio de Ibez. Con el derrumbe del ibaismo, se incorporaron al parti-do diversas fracciones de esa extraccin, algunos tambin con resabioscorporativistas (Villalobos, 2001: 865).

    Simultneamente a la declinacin de los partidos de derecha, los parti-dos de izquierda y el nuevo partido Demcrata Cristiano comenzaron acrecer electoralmente. A esto se sumaron las importantes reformas elec-

    torales a fines de los cincuenta, que hacen retornar a la legalidad alPartido Comunista, y la reforma a la ley electoral con el objetivo deevitar el cohecho, procurndole un gran golpe a los partidos tradicio-nales.

    El sistema de partidos tradicional comenzaba a hacer crisis por todoslados:

    los partidos (Conservador, Liberal y Radical)... no estaban en una posi-cin... para poder mantener la hegemona. Adems, ... haba gente quepensaba que haba que fortalecer un centro, dado que el centro radical

    estaba bastante derechizado y... desprestigiado..., haba que buscar gentede centro equilibrada que pudiera cambiar la situacin poltica y esa vi-sin era aceptada por muchos... (Entrevista a Francisco Cumplido, 2002).

    El rol de centro del partido radical, ms pragmtico, fue siendo reem-plazado por un nuevo tipo de partido de centro, ms doctrinario(Aylwin, 1990: 197)

    La dispersin en diversos partidos polticos de grupos de inspiracinsocialcristiana no haba producido los dividendos electorales que se es-peraban; al contrario, los haba perjudicado, otorgndole una escasa

    representacin en el Parlamento. La unidad de los partidos socialcristia-nos no slo era un imperativo poltico, sino una necesidad para la sobre-vivencia. Los resultados electorales de 1953 empujaron a la Falange Na-cional y al Partido Conservador Socialcristiano a formar la FederacinSocialcristiana. Fue el primer paso para constituir, en 1957, el PartidoDemcrata Cristiano.

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    Qu factores influyeron para que el recin creado partido se convirtiera,desde 1963 hasta el 2001, en la primera fuerza electoral de Chile? Clara-mente los factores nacionales pesaron ms que los internacionales, todosellos diferenciados pero claramente complementarios, tal como se ver a

    continuacin.

    El liderazgo carismtico de Eduardo Frei

    La Falange tena grandes lderes que se destacaban por diversos mbi-tos. El papel jugado por Eduardo Frei fue fundamental, se haba desta-cado mucho en el Senado, haba sido elegido el senador del ao por loscronistas... tena mucho prestigio (Entrevistas a Jos de Gregorio, 2002;

    Aylwin, 2000). No es extrao que se plantee que, en buena medida,gracias al carisma de Frei, la Falange finalmente se haba puesto lospantalones largos (Moulian y Guerra, 2000: 61).

    Los falangistas se haban familiarizado tempranamente con los textospontificios, en los cuales se destacaba claramente el rol de quienes ejer-can la poltica. En palabras de Po XI: la forma ms alta de la Caridad,del amor a Dios en el Servicio al prjimo, despus del estado religiosomismo, es la poltica, es la accin poltica. Esto tendr una enormeinfluencia en la construccin retrica de la poltica como vocacin y en la

    capacidad de reclutar una elite.En efecto, el PDC, como partido en formacin, y especialmente frente aelecciones, requera generar y afrontar los efectos de las nuevas ideasque propona. Primero, asumir el efecto directo de persuasin, queno es ms que la adopcin de una nueva teora por quienes estn traba-

    jando el tema, y segundo, el de reclutamiento, que atrae a algunos delos miembros ms inteligentes, enrgicos y dedicados de su generacin,lo que se analizar a continuacin. Sin embargo, un problema que no sepoda prever es cundo el efecto de reclutamiento invade el de persua-

    sin y los nuevos tericos generan ideas muy diferentes a las que lossedujeron inicialmente (Hirschman, 1996: 95). Esto ltimo es lo quellevar al fraccionamiento del PDC, tema que no trataremos en esteartculo.

    La calidad de la elite

    Es sostenible asumir que el xito electoral e influencia poltica del PDCse bas en la calidad de sus dirigentes y lderes polticos, que se funda-

    mentaba en una imagen de austeridad, de rigor analtico y de poseer unavisin nacional de los problemas. Uno de los aspectos sobresalientes delos jvenes falangistas, que ayud a la adhesin ciudadana que tuvo laFalange aos despus, fue en gran medida la calidad de su elite, parti-cularmente, el nivel educacional de sus dirigentes, candidatos y parla-mentarios (entrevista a Jaime Castillo Velasco, 2003). Los falangistas eran

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    un grupo de intelectuales universitarios santiaguinos, catlicos, cuyo es-tilo de vida, menos gregario y ms austero y moralista, fue imprimin-dole un carcter a la colectividad (Adler Lomnitz, 2002: 10).

    Esta caracterizacin es transversal al credo religioso, posicin poltica yvisin de la sociedad que se sustente. De hecho, Toms Moulian, unhombre de izquierda y precandidato presidencial del Partido Comunista,deca que la:

    Falange era un partido sin poder estatal significativo pero que haba con-seguido una cierta influencia poltica, bastante superior a su fuerza elec-toral. Esa influencia se basaba en la calidad de sus dirigentes y lderespolticos, casi todos provenientes del campo profesional, estudiosos y cul-tos. Tambin se basaba en que haba logrado constituir una imagen depureza y limpieza poltica y poseer una visin nacional de los problemas,

    ajena al particularismo y a la mezquindad de los partidos clientelsticos(Moulian, 1986: 11).

    En esta descripcin se observan dos hechos importantes: primero latendencia a dar peso especfico a los intelectuales en los partidos chile-nos, lo que acentuaba el factor ideolgico en la poltica de los partidos(Angell, 1986: 9), y segundo, que desde los 90 el ethos y el estilo dehacer poltica que identifica Moulian se pondr en cuestin.

    Ahora bien, la calidad de los candidatos es en s mismo un tema polis-mico, aunque existe consenso en que el xito electoral de los partidos

    parece depender de manera creciente de la imagen pblica de sus ldereso candidatos. Si bien para algunos, ninguna generacin posterior estuvoa la altura (Micco, 2001: 2), al asumir muchos democratacristianos estediscurso se desconoci lo poco que se saba del funcionamiento real deeste grupo, creando una leyenda que tendi a quedarse con las inne-gables cualidades intelectuales, pero dejando de lado los estilos de lide-razgo no siempre democrticos e inclusivos que algunos viejos falangis-tas tuvieron. De hecho, se construyo un ethos donde los militantesreconocan una tradicin que les enseaba que no se buscaban las cuali-

    dades personales del candidato, sino asegurar su compromiso de defen-der intereses del partido que, a su vez, representaba a grupos ms biende clase media. El compromiso del candidato se manifestaba en su ads-cripcin a un programa y a un partido. Ello haca que toda consideracinsobre la representacin poltica deba tener en cuenta la posicin que elpartido ocupaba entre electores y elegibles. La distancia que creciente-mente se va forjando entre candidatos y militantes es una fuente deconflicto que cobrar especial relevancia a partir de la administracinAylwin.

    El trabajo falangista y del Partido Demcrata Cristiano en los sesenta

    Durante un buen perodo, la Falange Nacional no pas de ser un peque-o partido, sin ningn grado de significacin nacional. La representa-cin parlamentaria que tena era mnima y no era fundamental su respal-

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    do a los distintos gobiernos para garantizar la gobernabilidad democr-tica; al contrario, en muchos casos, la representacin que tena en losdistintos gobiernos que integr, en pasajeras alianzas polticas, estabasobrevalorada. Pese a ello, los esfuerzos que se realizaban en el mundo

    social eran importantes. El trabajo con los sindicatos (Grayson, 1968: 339;Hofmeister, 1995: 47), las mujeres, los estudiantes, comenzaron a tenerresultados. Por eso su base social fue muy amplia, comprendiendo asectores medios, profesionales, obreros, campesinos, mujeres y aun algu-nos empresarios (Aylwin et al., 1990: 197; Yocelevzky, s/f: 51-52). Parael ex diputado Andrs Aylwin, el punto fundamental del crecimiento sedebi al gran trabajo desarrollado en la base, con los trabajadores, losestudiantes, las mujeres:

    ese trabajo que se ha ido haciendo por pequeos grupos, por pequeos

    lderes, empieza a producir resultados, empieza a delinearse muy clara-mente como una alternativa distinta a la Derecha. Pero tambin distintaal marxismo, y empieza haber un sector de la opinin pblica que co-mienza a ser interpretado por ese mensaje que transmite la Falange...(Entrevista a Andrs Aylwin, 2000).

    El PDC, a partir de 1957, se compromete con un proceso de extender laciudadana a los sectores populares, a los campesinos y a los jvenes ycon ello se benefici de la intensa y extensa movilizacin electoral(Huneeus, 1988: 95). Del mismo modo, la sindicalizacin fue una fuenteimportante de reclutamiento poltico que desarroll la DC, y tendr im-portantes efectos, como se ver ms adelante, tanto en el mundo rural yurbano como en las organizaciones poblacionales.

    Su capacidad para insertarse en el mundo popular urbano y con ello disputarleel voto a la izquierda

    El sistema de partidos en Chile surge segn Scully a partir de trescoyunturas crticas: el conflicto religioso, que se resuelve formalmente

    con la separacin de la Iglesia y el Estado mediante la Constitucin de1925, tema no abarcado en este trabajo; la irrupcin de la clase trabajado-ra urbana, y finalmente la rural, posibilitando con ello las condicionespara el nacimiento de determinados partidos polticos.

    La segunda coyuntura, que se manifest a principios del siglo XX, fue lacuestin social, que surgi a raz de la irrupcin de la clase obreraurbana, cuyas demandas sobrecargaron una institucionalidad, que notuvo la capacidad y rapidez para responder efectivamente a ese procesode cambio social. Los partidos Partido Comunista, Socialista, Partido

    Nacionalsocialista y Falange Nacional que se incorporaron a partir deese momento, configuraron un sistema que tuvo vigencia por treintaaos (1932-1957).

    Entre 1960 y 1973 existieron tres intentos de generar participacin y or-ganizacin a escala local. Primero, el movimiento urbano o movimientode pobladores que se expresaba principalmente en las tomas de terre-

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    nos tendientes a construir viviendas. Su importancia para los partidos decentro e izquierda era la misma, aunque a nivel de discurso se presenta-

    ba distinta: para la DC, la cuestin de la vivienda le permita objetivaruna necesidad que afectaba a diversas clases sociales, permitindole mo-

    vilizar principalmente a los ms pobres, mientras que a la izquierdarevolucionaria le permita una ventaja tctica en la lucha reivindicativaurbana, que le abra una va de penetracin en la clase obrera (Castells,1974: 2001).

    El segundo intento fue el que llev a cabo la Democracia Cristianadurante el gobierno de Eduardo Frei Montalva, al proponer la creacinde Juntas de Vecinos, uno de los postulados bsicos de su programaelectoral el ao 1964 y parte de la Promocin Popular y se bas en elmodelo de integracin social de los grupos marginales que desarroll

    el Centro Econmico y Social de Amrica Latina (DESAL), fuertementevinculado a la DC, dirigido por el sacerdote jesuita Roger Vekemans.DESAL planteaba que las estructuras socioculturales, econmicas y po-lticas existentes, impedan la integracin de los grupos marginales,cuya situacin se caracterizaba, adems, por una desintegracin inter-na. La marginalidad impedira a los hombres mejorar su situacin enforma voluntaria y racional; por ello es que los marginales dependerande la ayuda externa para mejorar su situacin (Hofmeister, 1995: 122).Para Alfredo Rehren (1991: 217), ste fue el nico intento de democrati-

    zar el sistema municipal.La idea central era garantizar legalmente el reconocimiento de esta ins-tancia, como rgano representante de los vecinos, al permitirle estable-cer demandas oficiales ante el municipio, los parlamentarios y el go-

    bierno central. Con ello se dejara de lado las solicitudes de favorespersonales (Petras, 1974: 211-212). La ley estableca que los presidentesvecinales podan asistir a las sesiones del Concejo Municipal o las Comi-siones con derecho a voz (Artculo 2). Adems, por medio de la UninComunal de Juntas de Vecinos podan determinar, junto al alcalde, cada

    segunda quincena de agosto, el orden definitivo de prelacin de lasobras comprendidas en el Plan Comunal (Artculo 25) o aportar recursospara obras de adelanto. La resistencia de los regidores y los funcionariosmunicipales gener que la integracin de las juntas fuera mnima (Fer-nndez Richard, 1981: 29).

    Debido al temor de la oposicin por la posible manipulacin de la DC, elproyecto de ley sufri importantes restricciones, especialmente la pro-puesta de dotar a las Juntas de Vecinos de infraestructura nacional y definanciamiento. Esto porque se estara creando una estructura social para-

    lela a la estructura poltico-administrativa (Vanderschueren, 1971: 72). Dehecho, la promulgacin de la ley slo fue posible en noviembre de 1968,cuatro aos despus de que asumiera Frei Montalva. La debilidad centralde la Promocin Popular habra sido que su proyecto de desarrollo socialnecesitaba un crecimiento econmico dinmico, condicin que el siste-ma chileno no era capaz de ofrecer (Petras, 1971: 323, 327, 213).

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    Las organizaciones no escaparon, en el corto plazo, a la fuerte mediacinentre las demandas locales y el Estado, que realizaban quienes tenancargos de representacin en la estructura vecinal y de stos con los par-lamentarios. Ello porque, ante la proliferacin de Juntas en las poblacio-

    nes y con la necesidad de gestionar los innumerables problemas de equi-pamiento, se comenzaron a utilizar las recomendaciones ante la

    burocracia, dadas por algn dirigente poltico y que permitan obtenerun trato preferencial en la presentacin y posterior resolucin de lasdemandas (Gallardo, 1989: 11). Aunque importantes, al no existir infor-macin disponible, no es posible saber si por medio de las juntas devecinos existi un aprendizaje poltico que permitiera a los ciudadanosalcanzar cargos ms importantes al nivel local (Botella, 1992: 142).

    La penetracin en el mundo rural

    A fines de la dcada del cincuenta, donde se expresa la tercera coyun-tura crtica, la incorporacin progresiva de la clase rural al sistemapoltico termin por consolidar y estructurar el sistema de partidos quehaba surgido aproximadamente un siglo antes. Con ello se comenz aresolver la exclusin del sector campesino (Valenzuela, 1998: 268-269),proceso por lo dems lento, ya que slo pudieron sindicalizarse legal-mente en 1967 (Vial, 1999: 4). Por una parte, existi una estructura

    seorial forjada postindependencia que perdur hasta la dcada delsesenta (Jocelyn-Holt, 1997: 147). Esto se debi por otra parte a la pos-tura de los partidos polticos, donde los radicales, que mantenan la-zos con empresarios agrcolas, rechazaron la sindicalizacin rural y ur-

    bana, manifestando de esta manera un desinters en la participacin yel perfeccionamiento de la representatividad, por cuanto pondra enpeligro su estabilidad electoral (Moulian, 1983: 52 y 57), mientras laizquierda no incluy las reivindicaciones del proletariado rural hastafines de los cincuenta (Petras, 1971: 152), debido a que sus preocupa-

    ciones polticas estaban en el proletariado urbano y la importancia dela implantacin electoral (Moulian, 1983: 52) de los sectores minerose industriales.

    Fueron los democratacristianos, durante del gobierno de Frei Montalva(1964-1970), quienes, segn James Petras (1971: 323), impulsaron laagremiacin de los trabajadores asalariados del campo, efecto que ha-

    bra sido ms importante que la Reforma Agraria (Chaparro, 1980: 40-41). La sindicalizacin campesina contribuy fuertemente a la polariza-cin del sistema poltico en el campo, donde una mayora decisiva se

    volc hacia la izquierda, favoreciendo la creciente expresin de unapoltica radical (Petras, 1971: 327). La gran transformacin en el sistemade partidos que se produjo a fines de los aos 50, fue la expresin de uncambio social profundo, que incorpor a aquellos sectores marginadoshasta ese momento, terminando de paso con la base de poder de lospartidos polticos tradicionales (Jocelyn-Holt, 1998: 90-93). Como plantea

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    Moulian, esto refleja la etapa de profundizacin democrtica que abarcael perodo comprendido entre 1958 y 1973 (1982: 106).

    Su capacidad para interpretar a los sectores medios catlicos

    Pginas atrs plantebamos que la DC no tiene un electorado naturalen la clase media, lo cual debe entenderse en dos momentos histricosdistintos. En la vieja democracia la clase media era consideradacomo la columna vertebral del Chile del siglo XX. Desde 1920 todoslos presidentes han tenido su origen en esta clase social, del mismomodo que la mayora de los intelectuales del arte y la cultura (Gazmu-ri, 2002b: 1).

    La DC entra a competir por ella con el Partido Radical (Urza Valenzue-la, 1992: 516). No obstante, es necesario recordar que el concepto clasemedia es altamente heterogneo en su composicin y en sus vnculoscon la estructura social, as como por la variedad de los distintos seg-mentos que la componen: empleados, empresarios rurales y urbanos,agricultores, comerciantes, industriales de la pequea y mediana empre-sa, etc.

    En una encuesta aplicada en las elecciones presidenciales de 1958, lasclases medias (alta y baja en promedio) votaban en un 33% por la dere-

    cha, en un 25,3% por el centro y en un 18,8% por la izquierda (Valenzue-la, 1985: 151).

    As expuesto, es necesario precisar que la clase media que logr agluti-nar el PDC fue esencialmente catlica. Esto afect en parte al PartidoRadical, que vio mermado su poder electoral y de escaos frente al PDC.

    La capacidad de disputarle los votos catlicos a la derecha

    Scully (1992: 154-155) muestra cmo el cambio de posicin de la Iglesiafrente a la fisura de clases tuvo profundas consecuencias en la formacomo el campesinado fue incorporado en el sistema de partidos, ya queal tomar distancia como aliado social y poltico clave de la oligarquarural y de sus representantes polticos, el Partido Conservador perdiel elemento esencial de su identidad histrica: su conexin con la Igle-sia Catlica (Valenzuela, 1995: 43, 57; Etchepare, 2001: 154), disminu-yendo sus votos frente a la Democracia Cristiana (DC), aunque parad-

    jicamente, las polticas que implementara la DC consolidaron la unidad

    de la derecha, y con ello la fundacin del Partido Nacional en 1967(Correa, 1986: 30). La nueva Doctrina Social de la Iglesia empez acristalizar en la dcada de los 30, lo cual fue acercando crecientementeal Magisterio con la Democracia Cristiana, llegando a establecerse unafuerte alianza en temas sociales y programticos. El mayor compromisode la Iglesia con los ms desposedos urbanos y rurales tenda puentescon la DC, ya que mientras la Iglesia fortaleca sus vnculos organizati-

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    vos con los sectores hasta ese entonces descuidados pastoralmente, laFalange, antecesora de la DC, se ocupaba de formar cuadros de lderesdentro de los mismos grupos, extrayendo militantes para sus filas apartir de los programas relacionados con la Iglesia; de hecho, la DC

    adopt un perfil partidario que atraa al electorado de dos maneras: eraun partido cristiano sin definirse confesional, es decir, no se identifica-

    ba como un partido catlico ni como un nexo orgnico similar al quela Iglesia haba tenido con el Partido Conservador (Valenzuela, 1995:58; Smith, 1982: 107), logrando con ello autonoma de la Iglesia y, porotra parte, era percibido como el nico obstculo viable al continuocrecimiento electoral de los partidos marxistas (Scully, 1992: 196-199,146-147, 177 y 195).

    El cambio de rol de la Iglesia Catlica en la historia nacional, particular-

    mente en la dcada del cincuenta, tuvo profundas repercusiones en elsistema de partidos (Scully, 1992: 145-146). La incorporacin de elemen-tos progresistas al clero signific un giro en su discurso y en sus priori-dades (Scully, 1992: 177). De esta forma, la Iglesia comenz a separarsede su tradicional aliado poltico, el Partido Conservador. El voto catlicono era, como en otros tiempos, monopolio del Partido Conservador. Apartir de mediados de la centuria, la Iglesia levant un acta de defun-cin sobre sus relaciones con el mundo poltico conservador. El naci-miento de la Democracia Cristiana y el apoyo ciudadano que recibi

    desde entonces, reflejaba la evolucin de la Iglesia Catlica de la posgue-rra (Aylwin, 1986: 197).

    En sntesis, el PDC ocup un espacio predefinido que mezclaba posturassocioeconmicas reformistas, con una subcultura generalmente catlica(Valenzuela, 1995: 63)

    La captura de la votacin femenina

    A principios de 1949 se dict la Ley N 9.292, la cual otorgaba el derechouniversal de voto a la mujer. Paradjicamente, esta ley gener la disper-sin del movimiento femenino al perder su carcter reivindicativo; ade-ms, aquellas mujeres que se incorporaron a los partidos no obtuvieronsignificativos puestos ni relevancia nacional. Basta mencionar que, entre1952 y 1973, slo 30 mujeres ocuparon escaos parlamentarios: 27 dipu-tadas y 3 senadoras. En cuanto a la proporcionalidad de la votacin, laizquierda fue el sector que aument mayormente, aunque la DemocraciaCristiana fuera, en nmeros absolutos, el partido con ms parlamenta-rias electas.

    La escasa representacin de gnero se puede explicar porque las distin-tas opciones polticas, constituidas alrededor de cuestiones pblicas, nolograron tocar el entorno cotidiano, privado y, menos an, movilizar alas mujeres (Molina, 1986: 20) porque, en virtud de las orientacionestradicionales imperantes en relacin con el rol extrafamiliar de la mujer,stas se inscriben y participan en una proporcin mucho menor de lo

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    que hubieran podido hacerlo (Born, 1972: 28). Si bien la incorporacinfue gradual, que en ninguna de las Constituciones Polticas se prohi-

    ba el voto femenino de forma expresa y que, por lo tanto, la no partici-pacin tendra su explicacin en la tradicin y costumbre jurdica (Moro-

    do, 1968: 20), las mujeres que se inscriban votaban en un alto porcentaje,mayor incluso que los hombres.

    Los resultados electorales mostraron sistemticamente, respecto de lospartidos de izquierda, una votacin femenina menor que la votacinmasculina en aproximadamente un diez por ciento, tendencia que semantuvo hasta 1973, lo que podra expresar una inclinacin hacia lotradicional y, en algn sentido, lo conservador (Flisfisch, 1990: 1).

    En contraposicin a esta visin, las autoras Mariana Aylwin, Sofa Co-

    rrea y Magdalena Piera (1986: 61-67) plantean que no existira una bajaparticipacin poltica de la mujer, en proporcin con su tardo ingresoformal al sistema poltico, agregando que la votacin femenina no habrasido predominantemente conservadora. Para ellas, el mito de que el votofemenino es conservador, es casi un lugar comn. Lo cierto es que elanlisis histrico demuestra otra cosa, ya que la votacin femenina tuvoun comportamiento similar al de la votacin general, en el sentido deque se tradujo en una divisin en tres tercios del electorado femenino. Ylo ms importante, en las elecciones parlamentarias las mujeres votaronprincipalmente por aquellos partidos que propiciaron cambios, proceso

    que se fue acentuando durante los aos sesenta. Sumados los votos fe-meninos de la Democracia Cristiana, del Partido Radical y de la izquier-da (partidos Socialista y Comunista) en las elecciones de 1969, sobrepa-saron el 80% del total (Aylwin, 1986: 66).

    No obstante, esto no ocurri en las parlamentarias de marzo 1973, dondeexisti votacin claramente diferenciada entre hombres y mujeres. Mien-tras los varones votaron en un 49,9% por la Confederacin Democrtica(CODE) y en un 48,1% por la Unidad Popular (UP), la votacin femeninafavoreci en un 59,6% al CODE y slo con un 38,8% a la Unidad Popular(Cruz-Coke, 1984: 25). Es importante recordar que la CODE inclua a laDemocracia Cristiana, que fue el partido que obtuvo la ms alta vota-cin, pero lo que se quiere hacer notar aqu es el hecho de que, ante unasituacin de posiciones extremas, las mujeres no se inclinaban por lospartidos de izquierda, sino por el centro y la derecha.

    La votacin femenina por el PDC desde 1965 lo trasforma en el partidoms votado y, con la salvedad de ese ao, se mantiene estable en un 29%para los aos 1969 y 1973.

    Por qu las mujeres votaron mayoritariamente por el PDC respecto deotras colectividades polticas? Siguiendo la lnea argumental de la in-fluencia de la Iglesia Catlica, los electores con fuerte identificacin reli-giosa, como sera el caso de las mujeres, votaban por el Partido Conser-vador y posteriormente por el PDC (Valenzuela, 1965: 102). Por lo tanto,la variable independiente no es el gnero, sino la religin

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    Otra posible explicacin est dada por la calidad de los liderazgos delPDC, y en este sentido el liderazgo carismtico de Eduardo Frei Mon-talba fue un importante catalizador de las preferencias electorales fe-meninas, logrando traspasar la intencin de voto a candidatos de su

    partido.Resumiendo, hemos expuesto ocho argumentos para explicar la institu-cionalizacin y crecimiento electoral de la DC, en la vieja democracia ycorresponde ahora avanzar en la lgica de cambio y continuidad hacia lallamada democracia de los acuerdos, modelo que se implementa apartir de 1990.

    Las continuidades y los cambios en la Democracia de los acuerdos:

    1989-2005

    La Democracia Cristiana a diferencia del Partido Nacional que se auto-disolvi al poco tiempo del golpe militar busc preservar la organiza-cin de la red partidaria, adoptando una inusual estrategia de sobrevi-vencia clandestina (Caas, 1997: 76) que fue posible, en primer lugar,porque, a diferencia de los partidos de izquierda, el PDC fue toleradopor el rgimen autoritario, que sopes los altos costos nacionales e inter-nacionales que implicara reprimir a un partido que estaba asociado con

    la oposicin al gobierno de Allende, y, en segundo lugar, por la referen-cia permanente que hizo la prensa durante los primeros tiempos delrgimen a sus lderes ms connotados. Adems, posea canales de comu-nicacin masiva una revista semanal, una estacin de radio, una edito-rial y el apoyo de la Iglesia Catlica (A. Valenzuela y S. Valenzuela, 1982:601). Lo anterior le permiti enfrentar las futuras elecciones de mejormanera que el resto de los partidos, liderar la transicin y ser percibidocomo la marea azul, frase que reconoca la capacidad de articulacinque ningn partido tuvo hasta 1988.

    Sin embargo, en los ochenta reflorecen dos visiones distintas de cmoenfrentar al rgimen militar, que en principio surgen por divergencias deestrategia poltica. Por un lado, estaban los chascones y grupos pro-gresistas, encabezados por Gabriel Valds y Ricardo Hormazbal, queproponan una movilizacin social pacfica ascendente (Otano, 1995:14) para derribar a Pinochet, y la otra, adoptada por Patricio Aylwin yAdolfo Zaldvar, de aceptar las reglas del juego de la Constitucin de1980, esto es, la inscripcin del partido y explorar la posibilidad de agru-parse en una coalicin de centro o chica, excluyendo a los socialistas y

    a los sectores polticos ms radicalizados. Esta tesis finalmente se impu-so (Huneeus, 2002: 8).

    No extraa entonces que no se haya logrado nunca una coalicin departidos en la oposicin al rgimen autoritario. En 1983 se constituy laAlianza Democrtica (Republicanos, Liberales, Socialdemocracia, Demo-cracia Cristiana, Partido Radical, Unin Socialista Popular, Partido So-

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    cialista, sector Briones o Nez); paralelamente surge el MovimientoDemocrtico Popular (Partido Socialista, sector Almeyda, Partido Comu-nista, MIR y otros grupos menores). El intento ms importante de re-agrupamiento fue el Acuerdo Nacional, a mediados de 1985 y a instan-

    cias del cardenal Fresno, donde se agregaron a los partidos de la Alianzados partidos de derecha el Partido Nacional y la Unin Nacional y laIzquierda Cristiana. En 1986 este Acuerdo Nacional se ampli a variosgrupos socialistas y al MAPU, pero se sustrajeron la Unin Nacional y laIzquierda Cristiana (Garretn, 1987: 40).

    La Alianza Democrtica, al inicio de la campaa plebiscitaria, dio origena la Concertacin de Partidos por el NO, antecedente inmediato de laConcertacin de Partidos por la Democracia (Saffirio, 1994: 68-69). Entodo este proceso el PDC se transform en el partido eje de la alianza

    electoral, la que se estructur en una nueva dimensin diferenciadora delos partidos, sobre la base del apoyo o rechazo al gobierno militar, rele-gando las fuentes tradicionales de conflicto entre los partidos (Scully yValenzuela, 1993: 203).

    Si bien este partido inicia los aos noventa con Patricio Aylwin comoPresidente de la Repblica y es el partido ms votado y con ms diputa-dos y senadores, enfrenta al igual que el resto de los partidos una crisisde representacin, pero que en la DC tendr su mxima expresin y seruna de las variables que ms explican el deterioro de la imagen del PDC

    en la mayora de las dimensiones polticas relevantes: credibilidad,transparencia y confianza.

    El PDC en un contexto de crisis generalizada de los partidos

    Los partidos se han visto enfrentados al dilema de que los que siguendefendiendo estrategias anteriores a la crisis de los ochenta se autocon-denan al fracaso, pero los que desarrollan nuevas estrategias, desdibujan

    su propia identidad y pagan el precio de una crisis de representacinentre sus seguidores, adems de previsibles crisis o tensiones internas(Paramio, 1996: 104-114).

    Los partidos polticos que eran la columna vertebral de la sociedadchilena, ni concertan, canalizan, median ni representan a la base so-cial frente al Estado (Garretn, 1987: 64). Tampoco proporcionan orga-nizacin, movilizacin, canales de participacin, reclutamiento y lideraz-go (Chaparro, 1985: 6), tal como lo hicieron hasta 1973. En este contexto,existe una notable discontinuidad respecto al sistema de partidos de los

    noventa, aunque se mantuvo en el tiempo un fuerte sentimiento antipar-tidista (Angell, 1993: 29), una imagen desfavorable de ellos y un bajointers por la poltica (Bao, 1993: 35 y 16). Se reconoce una paradojaque se ha mantenido en el tiempo: la importancia de los partidos erainversamente proporcional a la opinin negativa que manifestaban laspersonas respecto a su actuacin.

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    La Democracia Cristiana, ms que cualquier otra agrupacin, encarnala crisis de los partidos (Halpern, 2002: 58). Las lealtades polticas deantao han desaparecido en importantes sectores de la ciudadana:...cada da son ms escasos quienes votan regularmente por el mismo

    partido poltico.... A ello se suma el reemplazo de las utopas colectivaspor los proyectos personales (Informe PNUD 2000: 22 y 27).

    El votante de centro, sector que tradicionalmente fue democratacristia-no, empez a ser fuertemente disputado por un aliado, el Partido porla Democracia (PPD), y, fundamentalmente, por la Unin DemcrataIndependiente (UDI), que con un fuerte trabajo en los sectores popula-res, slidos recursos econmicos y una estrategia meditica-comunica-cional potente, ha ido captando significativos espacios. Esta disputa entorno al voto de centro signific una prdida importante en este sector

    para el PDC (Tironi, 2002: 34 y 154).Es importante recordar que diagnosticar malestares no es nuevo en Chi-le, hecho que viene siendo observable desde el Centenario de la Inde-pendencia (Jocelyn Holt, 2001: 11). En parte por lo anterior y por lacultura poltica nacional, las repercusiones electorales de esta crisis derepresentacin de los partidos tradicionales como el PDC son ms bienlimitadas. De hecho, el nmero de partidos que actualmente posee repre-sentacin parlamentaria no se diferencia significativamente de la situa-cin del perodo 1969-73: la cifra ha fluctuado entre siete y ocho partidos

    (Saffirio, 1994: 10).

    Siguiendo a Huneeus (2002b: 5-10), cuatro factores provocan los proble-mas del PDC: los costos de la democratizacin; el impacto de factoresinstitucionales provenientes del rgimen presidencial; el papel de unaprensa escrita hostil a ste; y, por ltimo, el sentimiento antipartido exis-tente en ciertos sectores de la elite y en la poblacin.

    Existen adems otros hechos que han ocasionado un gran impacto p-blico, que sirven como factores para explicar la menor adhesin electo-

    ral a la DC. El escndalo de las indemnizaciones, ocurrido a mediadosde 2000, que involucr a ex ejecutivos de empresas pblicas, funda-mentalmente militantes del PDC, produjo un fuerte impacto. En pala-

    bras del senador Jorge Pizarro: Desde el punto tico, lo peor fueronlas indemnizaciones. Miles de democratacristianos hemos pagado porcinco u ocho que usaron y abusaron de la confianza que se les dio(Pizarro, 2000).

    El actual presidente de la Democracia Cristiana, Adolfo Zaldvar, resumela situacin actual de su partido de la siguiente forma: en 1989 la DC

    compiti en 45 distritos y obtuvo el 33% de los votos; en la eleccin del2001, compiti en 57 y logr el 18% de los preferencias electorales. Trasdoce aos, ms de un milln de chilenos dej de votar por este partidode centro (Zaldvar, 2001: 1).

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    Las continuidades

    La renovacin ideolgica: mucha prensa, poco programa

    El primer congreso ideolgico de la DC se realiz en 1959, dos aosdespus de constituirse como partido, y en 1991 el ltimo. Desde esafecha, las distintas mesas directivas han planteado la necesidad y conve-niencia de convocar nuevamente a esa instancia de reflexin y reencuen-tro con sus bases ideolgicas y doctrinarias, reconociendo una opcinms cercana a lo contingente que a la actualizacin doctrinaria (entrevis-ta a Francisco Cumplido, 2002). De hecho, en 1997 se adopt la decisinde realizar un congreso ideolgico y programtico, cuya comisin orga-nizadora presidi el senador Gabriel Valds, el cual deba convocarse

    para 1998; sin embargo, a la fecha an no se ha realizado.La falta de innovacin programtica acenta la crtica sobre un partidocarente de definiciones (Gonzlez, 1989: 50), lo que se expresa en unaambigedad o mltiples discursos frente a los principales problemas dela poltica nacional. Paralelamente, no se observa una poltica sistemti-ca de confrontacin de posiciones dentro de la propia colectividad, conlos partidos de la Concertacin y con los de la derecha. El debate internoes coyuntural y normalmente reactivo a posiciones que adoptan sus fi-guras nacionales y muy especialmente sus parlamentarios; las posiciones

    sobre temas centrales tienden a no mantenerse como un debate en eltiempo y con ello no se revitaliza la agenda programtica.

    Las antiguas tesis partidarias de ir ms all de las izquierdas y lasderechas, no se van renovando y con ello para algunos las preocupa-ciones van ms bien por las pegas, el pituto, que de hacer valer nues-tras ideas (Pizarro, 2002), existiendo una verdadera obsesin por loscargos pblicos de parte de numerosos militantes (Burgos, 2001), dondeimporta ms mirarse a s mismos, buscar puestos para su gente, lucharpor tener cargos (Valds, 2000). Con aoranza se escucha ...en mis tiem-

    pos se entraba a la DC por idealismo (Aylwin, 2000). Ya Eduardo FreiMontalva sealaba que cuando el partidismo predomina pasa a serms una agencia de empleos o de influencias burocrtico-administrati-vas, que un medio de expresin de ideas (1956: 77). En esta lnea argu-mental, falta asumir la tendencia de los partidos a profesionalizarse opresumir que existe un club de militantes que se saluda, premia y cele-

    bra mutuamente, la mayor de las veces ms en privado que en pblico,pero que no olvida la existencia de una clientela de militantes y simpati-zantes. Se observa una contradiccin entre la fuerza poltica e intelec-tual de sus lderes polticos y la percepcin que el pas tiene de ser elpartido que ms se preocupa de pegas y pitutos y, paralelamente, latendencia de muchas de sus directivas, parlamentarios y figuras nacio-nales a concentrarse en temas menores: pugnas internas; luchas por sercandidatos parlamentarios; influir en nombramientos de funcionariospblicos y querellas y descalificaciones de partidos y dirigentes (Arria-gada, 2002: 3).

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    En la bsqueda de renovar las ideas, Gutenberg Martnez (2001) presi-dente de la DC y presidente de la Organizacin Demcrata Cristiana deAmrica (ODCA) propuso un camino alternativo al liberalismo, al con-servadurismo compasivo y la tercera va; plante un centro reformista

    inserto en un profundo proceso de reflexin de las democracias cristia-nas europeas. Cules eran las diferencias? y cul era el aporte origi-nal?; estas preguntas estn an abiertas.

    Es importante recordar que el reformismo fue uno de los criterios quelegitim las decisiones de polticas sociales en los sesenta y setenta; esta-

    ba dentro de los criterios de desarrollo dominantes en la historia deAmrica Latina y era entendido como un proceso paulatino respecto dela propuesta revolucionaria ms radicalizada. Tiene prestigio, hoy porhoy, el reformismo como criterio de desarrollo respecto al liberalismo, o

    ms bien neoliberalismo? Claramente no, ms an, cabe preguntarse si elreformismo, como criterio de desarrollo seduce o no, en especial a loseconomistas democratacristianos.

    La propuesta de un Nuevo Centro Humanista y Reformista no ha teni-do la energa y vitalidad necesarias en la bsqueda de ideas, ya que elseminario organizado en Santiago en el mes de octubre de 2000 no se havuelto a repetir y no se han visto nuevas publicaciones en Chile. Estoconfirma la tendencia del PDC de marginarse del debate pblico y sucarencia de recursos para la renovacin programtica (Huneeus, 2003b: 3).

    Pueden los probados valores y las ideas de los partidos democratacristia-nos proveer el instrumental espiritual, material e institucional que se ne-cesitara en el futuro? (Thesing, 2001: 125). La respuesta es ms bien pesi-mista; los centros acadmicos ligados a la Democracia Cristiana como elInstituto Chileno de Estudios Humansticos (ICHEH) se han debilitadoperdiendo en calidad; la revista Poltica y Espritu perdi regularidadsin dar a luz artculos que dieran cuenta de los esfuerzos sistemticos derenovacin de ideas (Huneeus, 2002: 7-8). Si bien cabe diferenciar entre loque los partidos son y lo que los partidos hacen, y aunque no hubiera una

    inevitable correspondencia, el programa de un partido define lo que es yno lo que un partido hace (Alcntara, 2004: 2).

    Bancadas ms disciplinadas, pero ms controladoras del partido

    Al ser el principal partido de la Concertacin y del pas, y ser adems elpartido del Presidente de la Repblica, gener que entre 1990 y el 2000los dirigentes y parlamentarios del PDC apoyaran las medidas de losgobiernos de la Concertacin, incluyendo las impopulares, y se abstuvie-

    ron de criticarlas pblicamente (Aninat, 2001). Esto constituy un cam-bio muy importante respecto a su desempeo durante el gobierno deEduardo Frei Montalva, cuando un puado de senadores y diputados seacostumbr a cuestionar pblicamente sus polticas.

    El que Patricio Aylwin renunciara temporalmente a su militancia en elPDC, mientras ejerca la primera magistratura del pas no tuvo un im-

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    pacto real en el estilo e independencia que ejercieron sus dirigentes yparlamentarios. Por ello es entendible que Eduardo Frei Ruiz-Tagle norenunciara a su militancia.

    Lo anterior explica el fuerte disciplinamiento que ejerci el Ejecutivosobre los parlamentarios oficialistas en el proceso de redemocratiza-cin, lo que no signific en modo alguno renunciar a sus interesescorporativos a la hora de enfrentar los mecanismos de seleccin de can-didatos. Buen ejemplo de esto fueron las elecciones parlamentarias del2001, donde se produjo una expropiacin a la base partidaria del dere-cho a elegir a los candidatos. Los parlamentarios formaron un virtualsindicato, que exigi no introducir cambios va primarias u otra moda-lidad en sus postulaciones (Arriagada, 2002: 2) Si bien esta situacin noes nueva en la historia electoral de Chile, ni tampoco propia del PDC, s

    lo fue la forma y el fondo de la discusin que se ventil a travs de laprensa escrita.

    Cinco de los presidentes del PDC desde 1990 eran parlamentarios enejercicio. Andrs Zaldvar, su hermano Adolfo y Eduardo Frei, senado-res. Gutenberg Martnez y Enrique Krauss, diputados. En general losparlamentarios han tendido a colonizar la estructura partidaria y conello le han restado autonoma en todos aquellos temas directamente rela-cionados con sus intereses.

    Votacin femenina

    En las elecciones que cubrieron el perodo 1989-2005 el PDC obtuvo msvotos en mujeres que en hombres. Esto se ha presentado como una de lasgrandes continuidades para el partido. Incluso, aunque contaminado porel discurso de la derrota, en las parlamentarias 2005 el PDC incrementasu votacin entre las mujeres, superando el nmero de votos alcanzadoen 1997 y 2001. Las explicaciones son mltiples, pero la ms relevante es

    que el PDC, producto de la negociacin, fue capaz de competir en latotalidad de los distritos, cuestin que no se produjo en el resto de lospartidos de la Concertacin. Dicho de otra manera, todos los electoresdel pas tuvieron la posibilidad de votar por un candidato del PDC, perolas mujeres lo hicieron en mayor medida que los hombres.

    De lo anterior surge una pregunta aparentemente obvia: qu explica lacada del PDC en mujeres en el 2001 y su recuperacin en el 2005 entrminos de votos? Ms all de la presencia del PDC en todos los dis-tritos, es difcil encontrar una explicacin concreta de por qu las muje-

    res votan por este partido. Una conjetura que se obtiene a partir deencuestas de opinin est marcada por el tema religioso. El PDC incre-mentara su votacin dependiendo de cun religiosa es la persona en-cuestada. Pero stas son slo conjeturas que an no tienen un trasfon-do explicativo slido.

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    Cuadro 1

    Votacin hombre y mujeres por ao de eleccin

    Eleccin parlamentaria Hombres Mujeres

    1989 867.937 898.410

    1993 861.189 966.184

    1997 617.352 714.393

    2001 546.679 615.531

    2005 630.940 723.691

    Fuente: SERVEL y www.elecciones.gov.cl

    Al observar este cuadro vemos que la votacin femenina ha presentadoaltibajos muy pronunciados entre las distintas elecciones, aunque siem-pre sobrepasando la votacin de los hombres. En 1993 el PDC obtuvo67.774 sufragios ms que en 1989 entre las mujeres. En las siguientesvotaciones de 1997, esa cantidad descendi en 251.791 votos. En el ao2001 volvi a bajar y esta vez lo hizo en 98.862 votos. En las recienteselecciones de diciembre de 2005, el repunte fue de 108.160.

    La votacin masculina, por el contrario, present cambios menos sustan-ciales en su votacin y, a diferencia de las mujeres, fue bajando en cadaeleccin: en 1993 disminuy 6.748 votos, en 1997 243.837 y en el 2001volvi a disminuir, con 70.673. En el 2005, y al igual que las mujeres, loshombres votaron ms por el PDC: 84.261 votos. Para ambos casos laposibilidad de votar por un DC en cada uno de los distritos explicafuertemente este aumento.

    La calidad de su elite

    No son pocos los analistas del acontecer nacional que reconocen la diver-sidad y riqueza del liderazgo que presenta la DC (Navia, 2004: 310). Dehecho, la mayora de quienes se han referido o analizado la situacin delPDC as lo han expresado.

    Si bien la DC es el partido poltico que ha contado con el mayor nmerode personajes destacados, con un promedio de aproximadamente 5 per-sonajes por ao (1990-2005), no es menos cierto que est sufriendo unaconstante cada. En 1999 lleg a su punto mximo con 6 personalidadesy, a partir de esa fecha, comenz su descenso, llegando al mnimo de tresen el 2003. Los personajes ms destacados de la DC y que a su vez gozande una mayor continuidad en el tiempo son principalmente cuatro:Eduardo Frei, quien, a excepcin de julio del 2002, se encuentra presentedurante toda la frecuencia. Le siguen Patricio Aylwin y Gabriel Valds,

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    los cuales desde junio de 2001 desaparecen de la lista de personajespblicos con ms futuro. Alejandro Foxley, desde diciembre 2001 ha apa-recido intermitentemente para salir de la lista a partir de diciembre 2004.Estos cuatro personajes comparten un rasgo en comn, una edad avan-

    zada: Frei y Foxley tienen ms de sesenta aos, Aylwin y Valds ms deochenta.

    Grfico N 2

    Evaluacin de personajes pblicos.Nmero de personajes pertenecientes a la DC

    Fuente: Elaboracin propia en base a las encuestas nacionales del Centro de EstudiosPblicos.

    La nica figura que se mantiene y acrecienta su posicin es SoledadAlvear, quien se incorpora en la encuesta de junio-julio de 1996. Llama laatencin que ni Adolfo Zaldvar ni su hermano Andrs aparecen en un

    ao de forma continuada, y tampoco la nueva generacin de diputadostiene mayor presencia. Cabe esperar que la nueva generacin de alcaldesproduzca la necesaria renovacin. La crisis de liderazgo, ha sido, enton-ces, bien diagnosticada y, en cierta medida, ya es un lugar comn referir-se a ella.

    Si bien la calidad de sus elites es una continuidad en la DC, los datosanalizados anteriormente indican que, dentro de poco tiempo, deberser incorporada como una discontinuidad, al parecer inexorable.

    Los cambios

    La presidencia del partido en los noventa

    En 1993 se produca la primera eleccin directa de presidente nacionaldel PDC, obteniendo Eduardo Frei un 70% de las preferencias partida-

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    rias. Esa postulacin quiebra la tendencia a que los grupos internos im-pusieran los candidatos, no obstante seguan funcionando.

    Con la llegada de Frei a La Moneda, Alejandro Foxley asume la presi-

    dencia del PDC, enfrentando en 1996 la primera gran merma electoral,que se produjo en las elecciones municipales de ese ao (de 28,91% obte-nido en 1992 a un 26,22%), provocando alarma interna y un proceso deprofundas disputas pblicas. Buen ejemplo de esto fue el Consejo Nacio-nal desarrollado en Jahuel y que constituira el primer sntoma de que, afuturo, los problemas internos se haran pblicos.

    Posteriormente, los estrechos resultados de la eleccin para presidentedel partido, en 1997, entre el ex ministro del Interior Enrique Krauss y eldiputado Gutenberg Martnez, tensionaron ms el ambiente la eleccin

    se dirimi en segunda vuelta con una alta tasa de participacin de lamilitancia, obteniendo un estrecho triunfo Enrique Krauss Rusque. Alos buenos resultados en el nmero de escaos conseguidos ese ao (lo-gr 38 diputados), se contrapuso la derrota de Andrs Zaldvar en lasprimarias de mayo de 1999 frente a Ricardo Lagos, para resolver la suce-sin presidencial en la Concertacin. Esto trajo como consecuencia lacada de la directiva encabezada por Krauss y su reemplazo por Guten-

    berg Martnez, quien introdujo reformas que involucraron aspectos org-nico-estatutarios y temticos (Valenzuela, 2001).

    La reforma a los estatutos incorpor los principios de: homogeneidad delas estructuras ejecutivas; eliminacin de burocracias; transferencia depoder de rganos superiores a inferiores y ms participacin organizadade la militancia. En este proceso se destac la creacin de estructurasregionales, distinta a la que exige la Ley de Partidos Polticos, a las quese les traspasaron atribuciones que, hasta ese entonces, estaban en ma-nos de la directiva nacional. Otra reforma histrica fue la introduccinde un mecanismo distinto para la seleccin de los candidatos del PDC acargos de eleccin popular. Una norma permanente estableci la realiza-cin de primarias abiertas a todos aquellos que quisieran participar. Lareforma temtica busc responder a una de las grandes crticas al PDC,la falta de una oferta programtica. Tras el trabajo de las ComisionesPoltico-Tcnicas, instancias permanentes de asesora tcnica a la directi-va del PDC, se elabor un documento que contena diez grandes temas.En octubre de 1999, los militantes del partido a nivel nacional votaronlas seis mayoras temticas, que se transformaron en un mandato, tantopara los militantes como para sus dirigentes: Derecho a la salud: un pasde personas saludables; Superar las desigualdades; Educacin: libertad eidentidad del ser humano; Familia: un compromiso de pas; Paz social y

    seguridad ciudadana; Hacer de Chile una comunidad democrtica y par-ticipativa.

    A Gutenberg Martnez le correspondi, adems, dirigir la difcil campa-a desde su partido, para que Ricardo Lagos se transformara en el aban-derado de la Democracia Cristiana, ya que, por primera vez desde 1952,el PDC no presentaba candidato propio.

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    En abril de 2000 hubo elecciones internas para definir la directiva nacio-nal. Los resultados de esta cuarta eleccin directa arrojaron un triunfopara Ricardo Hormazbal, frente a la candidatura del diputado AndrsPalma. Cerca de las elecciones municipales de octubre de ese mismo ao,

    estalla el escndalo de las indemnizaciones, que significa la salida delvicepresidente Marcelo Rodrguez, donde tambin estn involucradosotros militantes democratacristianos, como lvaro Garca Alamos. Elerror de las inscripciones de los candidatos a parlamentarios en julio del2001 y su posterior solucin, provocan una fuerte reaccin del mundopoltico. La prensa jug un rol central en la discusin y en el enrostrar lasolucin. Este error significa la cada de la mesa.

    El ex presidente Aylwin tuvo que asumir la presidencia del partido enmedio de este adverso clima. Por su parte, el ex presidente Frei lo acom-

    pa desde la vicepresidencia. En este complejo escenario, la DC tuvoque enfrentar los comicios. Las elecciones parlamentarias de diciembrede 2001 significaron un retroceso electoral significativo. El PDC dej deser la primera fuerza poltica del pas, debido a que la Unin DemcrataIndependiente (UDI) obtuvo un 25,24%, frente a un 18,92% del primero.Ni siquiera los pronsticos ms negativos tuvieron la posibilidad de pre-decir esta debacle. Algunos sostienen que la prdida fue multicausal.Ellas van desde la prdida del sentido (Entrevista a Osvaldo Olgun y

    Jaime Castillo Velasco); el olvido de la doctrina (Entrevista a Osvaldo

    Olgun); la falta de nuevos liderazgos, dada la tendencia de los viejoslderes a frenar la posibilidad de que la generacin entre cuarenta ycincuenta aos accediera a los cargos directivos (entrevista a FranciscoCumplido, 2000); hasta el aislamiento al interior de la Concertacin. Enenero de 2002, una vez que el ex presidente Aylwin dejaba la presidenciadel partido y se retiraba de la vida poltica activa, la Junta Nacionalrecuperaba el histrico poder de nombrar a la mesa nacional; AdolfoZaldvar obtuvo la presidencia nacional, con un discurso que prometainiciar un proceso de rectificacin del partido.

    Cmo han sido evaluadas estas presidencias? En general hay ms crticas ymalas evaluaciones. De hecho, las presidencias de Foxley, Krauss, Martnezy Hormazbal no pueden ser recordadas por sus xitos (Huneeus, 2002: 3)

    La parlisis decisoria que afecta a la DC puede atribuirse a que padecede un problema de liderazgo, lo cual lleva a que buena parte de lascrticas han estado dirigidas a los presidentes de partido que ha tenidodesde 1994. Esto se demuestra a lo menos en dos hechos significativos: laescasa capacidad de renovacin de los cuadros dirigenciales por un lado;y por el otro, la impericia de las decisiones que se han tomado en los

    ltimos aos por las elites que han conducido el partido. En palabras dePablo Halpern (2001):

    En materia de recambio, lo ms sano para la DC es aceptar que hay unageneracin en torno a los cincuenta aos, que tuvo amplias oportunida-des para reciclar el partido y que por falta de liderazgo y pericia polticafracas en el intento.

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    Esta tendencia o ms bien incapacidad para renovar y ampliar la elitedirigente, se hace evidente al observar quines han compuesto la directi-va del partido desde 1990 (Aninat, 2001). Ejemplo de esto es el actualpresidente del PDC, senador Adolfo Zaldvar, quien fue segundo vice-

    presidente en la directiva presidida por Eduardo Frei, primer vicepresi-dente en la mesa de Enrique Krauss y, finalmente, presidente del PDCdesde enero 2002. Con esto es posible sostener que buena parte de sucarrera poltica ha sido dentro de la estructura partidaria, la misma quehoy trata de rectificar.

    Si bien calificar la gestin de Zaldvar como mediocre (Huneeus, 2003:3) es una exageracin, es importante recordar que, si bien ha frenado lacada del PDC en la opinin pblica, ella tampoco ha crecido de formasignificativa. Su gestin ha sealado un cambio importante respecto a

    los estilos prevalecientes en las directivas de los partidos en la viejademocracia.

    Finalmente, cabe destacar que este presidente enfrent como ningunoel partido transversal que tienden a formar militantes democratacris-tianos que ejercen cargos de confianza en el Ejecutivo, y que son aliadosnaturales de la oposicin, ms conocida como disidencia, a la gestinde Adolfo Zaldvar. Su principal ventaja en este escenario son las leccio-nes aprendidas durante sus largas vicepresidencias en los noventa: seestaba produciendo una erosin poltico-electoral por la identificacin/

    fusin entre el partido y el gobierno y enfrentar este problema le resultms fcil al no tener un presidente democratacristiano post-2000.

    No al fraccionamiento, pero s a la agudizacin de las diferencias internas

    Un partido abrumado por las diferencias internas es una de las imgenesque se proyectan ms ntidamente, tanto a la militancia como al pas. Enesto no existen opiniones contrapuestas. Al contrario, la prensa y desta-

    cados dirigentes del PDC tienen coincidencias en estas materias. De he-cho, un elemento que se ha mostrado letal para la mayora de lospartidos democratacristianos ha sido su acentuado correntismo inter-no (Aguilera de Prat, 1998: 291), que en el caso chileno no se ha resuelto

    bien en los equilibrios programticos y menos an en el reparto de cuo-tas de poder al interior del gobierno, taln de Aquiles del actual presi-dente del partido y fortaleza de quienes le son opositores.

    La gnesis de las diferencias internas no obedece a proyectos o visionesideolgicas adversas, como antao, sino que a matices de tctica o a

    afinidades personales; dicho de otro modo, sus lgicas de poder sonms originales que su doctrina. La prensa hace eco de las diferenciasinternas y las proyectan: Las voces disidentes y las controversias p-

    blicas entre democratacristianos, se sostiene en este partido, han pro-vocado mucho dao interior y exterior (DiarioEl Mercurio,martes 31de julio de 2001).

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    Destacados ex dirigentes y militantes coinciden sobre lo negativo de es-tas pugnas. Alejandro Foxley, ex presidente nacional del PDC, seala alrespecto: Yo estuve un ao y medio en la presidencia de la DemocraciaCristiana y la lucha por el poder interno era incesante y a ratos implaca-

    ble. Las energas terminaban yndose en eso y la gente ah se desgasta.El ex secretario nacional, Francisco Frei, se suma a estas crticas: Lo quems dao nos ha hecho, son las peleas pblicas. Jorge Pizarro (2002)sostiene: Nuestro mensaje es difuso, con muchas divisiones y peleasinternas, con ms desarrollo de proyectos personales....

    La expresin de estas diferencias internas se grafica bien en el estilo queha implementado el actual presidente de la colectividad. Cuando Sole-dad Alvear le gana a Adolfo Zaldvar la eleccin interna para ir a unaprimaria con Michelle Bachelet, ste no pone los cargos de la mesa direc-

    tiva a disposicin de la candidata, a efecto de que ella imponga el mejordiseo para enfrentar la campaa, lo que rompe cierta tradicin mante-nida desde la Falange Nacional. Se separa, en definitiva, al candidato dela directiva y con ello se introduce incertidumbre sobre el principal acti-vo del candidato: su partido.

    Finalmente, Adolfo Zaldvar, como la mayora de los presidentes delPDC, explic los resultados electorales de diciembre 2005, con un discur-so ms propio de un jefe de campaa, el cual se sustenta en un principio:las elecciones no se ganan ni se pierden, sino que sus resultados se expli-

    can bajo el axioma de torturar las cifras hasta que confiesen (Arriaga-da, 1997). El problema en este estilo es que no resuelve un dilema bsico:a mayor poder electoral, mayor poder de escaos, el cual en el caso delPDC es independiente del sistema electoral mayoritario binominal. Enefecto, el PDC postul candidatos en los sesenta distritos electorales anivel de diputados y aunque aumenta en votos baja en escaos, dejandode ser un partido con homogeneidad territorial a travs del pas. Losresultados contrariaron la mayora de los anlisis que se realizaron y quepresagiaron victoria electoral (Auth, 2005: 26).

    Conclusiones

    Aunque parezca paradjico, el PDC no necesita en el corto plazo reno-varse o morir, ya que las repercusiones electorales de la crisis de repre-sentacin que afecta a los partidos tradicionales han resultado ms bienlimitadas. En este contexto, el anlisis de Gazmuri (1999) parece ajustar-se ms a la realidad, a la idea de los largos plazos.

    El cmo enfrentar este doble proceso, si se descartan problemas que soncompartidos con el resto del sistema de partidos chileno, parece depen-der crecientemente del liderazgo. Pero ste arrastra una leyenda falan-gista no siempre ajustada a la realidad que establece una sobreexigen-cia conduccional en la cual la mayora de quienes han presidido laDemocracia Cristiana han fracaso ya sea en el plano electoral como en el

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    de las definiciones programticas, ya que en ambos niveles esta colecti-vidad compite no slo con partidos de izquierda, sino tambin de dere-cha, lo cual es una excepcionalidad en Amrica Latina.

    Pero para la izquierda no es ms que una derecha disfrazada, y sta, a suvez, lo definir como una izquierda que tiene miedo de asumirse comotal. La desconfianza hacia la DC tambin es una sobreexigencia conduc-cional que se resuelve mal al rescatar el concepto de centro, ya que elmodelo de competencia espacial pronostica que el elector votar al parti-do que est ubicado a una menor distancia de su propia autoubicacinideolgica, buscando maximizar la utilidad que le reporta el sufragio, yes un hecho que cada vez menos chilenos se autoubican ideolgicamenteen el centro. Tampoco ayuda el discurso hacia un electorado naturalde clase media, el cual tena sentido hace cuarenta aos pero que hoy es

    menos especfico tanto para quienes se asumen de clase media comoquienes aspiran a ser parte de ella.

    Finalmente, es posible suponer que las elecciones 2005 no han dichotodo lo que tenan que decir y difcilmente se postergar hasta nuevoscomicios el anlisis de los problemas, los cambios y continuidades deeste centro excntrico.

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