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B. Pérez Galdós. Torquemada en la hoguera http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/torquemada- en-la-hoguera-el-articulo-de-fondo-la-mula-y-el-buey-la- pluma-en-el-viento-la-conjuracion-de-las-palabras-un- tribunal-literario-la-princesa-y-el-granuja-junio--0/html/ ff61d324-82b1-11df-acc7-002185ce6064_7.html http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/torquemada- en-la-hoguera-el-articulo-de-fondo-la-mula-y-el-buey-la- pluma-en-el-viento-la-conjuracion-de-las-palabras-un- tribunal-literario-la-princesa-y-el-granuja-junio--0/html/ ff61d324-82b1-11df-acc7-002185ce6064_4.html - VI - Pues, señor, ahí va D. Francisco hacia la casa del señor aquel, que, a juzgar por los términos aflictivos de la carta, debía de estar a punto de caer, con toda su elegancia y sus tés, en los tribunales, y de exponer a la burla -71- y a la deshonra un nombre respetable. Por el camino sintió el tacaño que le tiraban de la capa. Volviose... ¿y quién creéis que era? Pues una mujer que parecía la Magdalena por su cara dolorida y por su hermoso pelo, mal encubierto con pañuelo de cuadros rojos y azules. El palmito era de la mejor ley; pero muy ajado ya por fatigosas campañas. Bien se conocía en ella a la mujer que sabe vestirse, aunque iba en aquella ocasión hecha un pingo, casi indecente, con falda remendada, mantón de ala de mosca y unas botas... ¡Dios, qué botas, y cómo desfiguraban aquel pie tan bonito! -¡Isidora!... -exclamó D. Francisco, poniendo cara de regocijo, cosa en él muy desusada-. ¿A dónde va usted con ese ajetreado cuerpo?

Un Continuará... Para Isidora. Dos Capítulos de Torquemada en La Hoguera (1889)

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B. Prez Galds. http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/torquemada-en-la-hoguera-el-articulo-de-fondo-la-mula-y-el-buey-la-pluma-en-el-viento-la-conjuracion-de-las-palabras-un-tribunal-literario-la-princesa-y-el-granuja-junio--0/html/ff61d324-82b1-11df-acc7-002185ce6064_7.htmlhttp://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/torquemada-en-la-hoguera-el-articulo-de-fondo-la-mula-y-el-buey-la-pluma-en-el-viento-la-conjuracion-de-las-palabras-un-tribunal-literario-la-princesa-y-el-granuja-junio--0/html/ff61d324-82b1-11df-acc7-002185ce6064_4.html- VI -Pues, seor, ah va D. Francisco hacia la casa del seor aquel, que, a juzgar por los trminos aflictivos de la carta, deba de estar a punto de caer, con toda su elegancia y sus ts, en los tribunales, y de exponer a la burla -71- y a la deshonra un nombre respetable. Por el camino sinti el tacao que le tiraban de la capa. Volviose... y quin creis que era? Pues una mujer que pareca la Magdalena por su cara dolorida y por su hermoso pelo, mal encubierto con pauelo de cuadros rojos y azules. El palmito era de la mejor ley; pero muy ajado ya por fatigosas campaas. Bien se conoca en ella a la mujer que sabe vestirse, aunque iba en aquella ocasin hecha un pingo, casi indecente, con falda remendada, mantn de ala de mosca y unas botas... Dios, qu botas, y cmo desfiguraban aquel pie tan bonito!

-Isidora!... -exclam D. Francisco, poniendo cara de regocijo, cosa en l muy desusada-. A dnde va usted con ese ajetreado cuerpo?

-Iba a su casa. Sr. D. Francisco, tenga compasin de nosotros... Por qu es usted tan tirano y tan de piedra? No ve cmo estamos? No tiene tan siquiera un poquito de humanidad?

-Hija de mi alma, usted me juzga mal... Y si yo le dijera ahora que iba pensando en usted... que me acordaba del recado que me mand ayer por el hijo de la portera... y de lo que usted misma me dijo anteayer en la calle?

-Vaya, que no hacerse cargo de nuestra situacin! -dijo la mujer, echndose a llorar-. Martn, murindose... el pobrecito... en aquel guardilln helado... Ni cama, ni medicinas, ni con qu poner un triste puchero para darle una taza de caldo... Qu dolor! D. Francisco, tenga cristiandad y no nos abandone. Cierto que no tenemos crdito; pero a Martn le quedan media docena de estudios muy bonitos... Ver usted... el de la sierra de Guadarrama, precioso... el de La Granja, con aquellos arbolitos... tambin, y el de... qu s yo qu. Todos muy bonitos. Se los llevar... pero no sea malo y compadzcase del pobre artista...

-Eh... eh!... No llore, mujer... Mire que yo estoy montado a pelo... tengo una afliccin tal dentro de mi alma, Isidora, que... si sigue usted llorando, tambin yo soltar el trapo. Vyase a su casa, y espreme all. Ir dentro de un ratito... Qu...? Duda de m palabra?

-Pero de veras que va? No me engae, por la Virgen Santsima.

-Pero la he engaado yo alguna vez? Otra queja podr tener de m; pero lo que es sa...

-Le espero de verdad?... Qu bueno ser -73- usted si va y nos socorre!... Martn se pondr ms contento cuando se lo diga!

-Vyase tranquila... Agurdeme, y mientras llego pdale a Dios por m con todo el fervor que pueda.

- VII -No tard en llegar a la casa del cliente, la cual era un principal muy bueno, amueblado con mucho lujo y elegancia, con vistas a San Bernardino. Mientras aguardaba a ser introducido, el Peor contempl el hermoso perchero y los soberbios cortinajes de la sala, que por la entornada puerta se alcanzaban a ver, y tanta magnificencia le sugiri estas reflexiones: En lo tocante a los muebles, como buenos, lo son... vaya si lo son. Recibiole el amigo en su despacho; y apenas Torquemada le pregunt por la familia, dejose caer en una silla con muestras de gran consternacin. Pero qu le pasa? -le dijo el otro. No me hable usted, no me hable usted, Sr. D. Juan. Estoy con el alma en un hilo... Mi hijo...!

-Pobrecito! S que est muy malo... Pero no tiene usted esperanzas?

-No, seor... Digo, esperanzas, lo que se llama esperanzas... No s, estoy loco; mi cabeza es un volcn...

-S lo que es eso! -observ el otro con tristeza-. He perdido dos hijos que eran mi encanto: el uno de cuatro aos, el otro de once.

-Pero su dolor de usted no puede ser como el mo. Yo, padre, no me parezco a los dems padres, porque mi hijo no es como los dems hijos: es un milagro de sabidura. Ay, D. Juan, D. Juan de mi alma, tenga usted compasin de m! Pues ver usted... Al recibir su carta primera no pude ocuparme... la afliccin no me dejaba pensar... Pero me acordaba de usted y deca: Aquel pobre D. Juan, qu amarguras estar pasando!.... Recibo la segunda esquela, y entonces digo: Ea, pues lo que es yo no le dejo en ese pantano. Debemos ayudarnos los unos a los otros en nuestras desgracias. As pens; slo que con la batahola que hay en casa no tuve tiempo de venir ni de contestar... Pero hoy, aunque estaba medio muerto de pena, dije: Voy, voy al momento a sacar del purgatorio a ese buen amigo D. Juan.... Y aqu estoy para decirle que aunque me debe usted setenta y tantos mil reales, que -75- hacen ms de noventa con los intereses no percibidos, y aunque he tenido que darle varias prrrogas, y... francamente... me temo tener que darle alguna ms, estoy decidido a hacerle a usted ese prstamo sobre los muebles para que evite la peripecia que se le viene encima.

-Ya est evitada -replic D. Juan, mirando al prestamista con la mayor frialdad-. Ya no necesito el prstamo.

-Que no lo necesita! -exclam el tacao, desconcertado-. Repare usted una cosa, D. Juan. Se lo hago a usted... al doce por ciento.

Y viendo que el otro haca signos negativos, levantose, y recogiendo la capa, que se le caa, dio algunos pasos hacia D. Juan, le puso la mano en el hombro y le dijo:

-Es que usted no quiere tratar conmigo por aquello de que si soy o no soy agarrado. Me parece a m que un doce! Cundo las habr visto usted ms gordas?

-Me parece muy razonable el inters; pero, lo repito, ya no me hace falta.

-Se ha sacado usted el premio gordo, por vida de...! -exclam Torquemada con grosera-. D. Juan, no gaste usted bromas conmigo... Es que duda de que le hable con seriedad? Porque eso de que no le hace falta... -76- rbano!... a usted! que sera capaz de tragarse no digo yo este pico, sino la Casa de la Moneda enterita... D. Juan, D. Juan, sepa usted, si no lo sabe, que yo tambin tengo mi humanidad como cualquier hijo de vecino, que me intereso por el prjimo y hasta que favorezco a los que me aborrecen. Usted me odia, D. Juan, usted me detesta, no me lo niegue, porque no me puede pagar; esto es claro. Pues bien: para que vea usted de lo que soy capaz, se lo doy al cinco... al cinco!

Y como el otro repitiera con la cabeza los signos negativos, Torquemada se desconcert ms, y alzando los brazos, con lo cual dicho se est que la capa fue a parar al suelo, solt esta andanada:

-Tampoco al cinco!... Pues, hombre, menos que el cinco, caracoles!... a no ser que quiera que le d tambin la camisa que llevo puesta... Cundo se ha visto usted en otra?... Pues no s qu quiere el ngel de Dios... De esta hecha me vuelvo loco. Para que vea, para que vea hasta dnde llega mi generosidad, se lo doy sin inters.

-Muchas gracias, amigo D. Francisco. No dudo de sus buenas intenciones. Pero ya nos hemos arreglado. Viendo que usted no me -77- contestaba me fui a dar con un pariente, y tuve nimos para contarle mi triste situacin. Ojal lo hubiera hecho antes!

-Pues aviado est el pariente... Ya puede decir que ha hecho un pan como unas hostias... Con muchos negocios de esos... En fin, usted no lo ha querido de m, usted se lo pierde. Vaya diciendo ahora que no tengo buen corazn; quien no lo tiene es usted...

-Yo? Esa s que es salada.

-S, usted, usted -con despecho-. En fin, me las guillo, que me aguardan en otra parte donde hago muchsima falta, donde me estn esperando como agua de mayo. Aqu estoy de ms. Abur...

Despidiole D. Juan en la puerta, y Torquemada baj la escalera refunfuando: No se puede tratar con gente mal agradecida. Voy a entenderme con aquellos pobrecitos... Qu ser de ellos sin m!...

No tard en llegar a la otra casa, donde le aguardaban con tanta ansiedad. Era en la calle de la Luna, edificio de buena apariencia, que albergaba en el principal a un aristcrata; ms arriba, familias modestas, y en el techo, un enjambre de pobres. Torquemada recorri el pasillo obscuro buscando una puerta. Los nmeros de stas eran intiles, -78- porque no se vean. La suerte fue que Isidora le sinti los pasos y abri.

Ah! Vivan los hombres de palabra. Pase, pase.

Hallose D. Francisco dentro de una estancia cuyo inclinado techo tocaba al piso por la parte contraria a la puerta; arriba, un ventann con algunos de sus vidrios rotos, tapados con trapos y papeles; el suelo, de baldosn, cubierto a trechos de pedazos de alfombra; a un lado un bal abierto, dos sillas, un anafre con lumbre; a otro, una cama, sobre la cual, entre mantas y ropas diversas, medio vestido y medio abrigado, yaca un hombre como de treinta aos, guapo, de barba puntiaguda, ojos grandes, frente hermosa, demacrado y con los pmulos ligeramente encendidos; en las sienes una depresin verdosa, y las orejas transparentes como la cera de los exvotos que se cuelgan en los altares. Torquemada le mir sin contestar al saludo y pensaba as: El pobre est ms tsico que la Traviatta. Lstima de muchacho! Tan buen pintor y tan mala cabeza... Habra podido ganar tanto dinero!.

-Ya ve usted, D. Francisco, cmo estoy... Con este catarrazo que no me quiere dejar. Sintese... Cunto le agradezco su bondad!

-No hay que agradecer nada... Pues no faltaba ms. No nos manda Dios vestir a los enfermos, dar de beber al triste, visitar al desnudo?... Ay! Todo lo trabuco. Qu cabeza!... Deca que para aliviar las desgracias estamos los hombres de corazn blando... s, seor.

Mir las paredes del guardilln, cubiertas en gran parte por multitud de estudios de paisajes, algunos con el cielo para abajo, clavados en la pared o arrimados a ella.

-Bonitas cosas hay todava por aqu.

-En cuanto suelte el constipado voy a salir al campo -dijo el enfermo, los ojos iluminados por la fiebre-. Tengo una idea, qu idea!... Creo que me pondr bueno de ocho a diez das, si usted me socorre, D. Francisco, y en seguida al campo, al campo...

-Al camposanto es a donde t vas prontito -pens Torquemada; y luego en alta voz: -S, eso es cuestin de ocho o diez das... nada ms... Luego saldr usted por ah... en un coche... Sabe usted que la guardilla es fresquita?... Caramba! Djeme embozar en la capa.

-Pues asmbrese usted -dijo el enfermo incorporndose-. Aqu me he puesto algo -80- mejor. Los ltimos das que pasamos en el estudio... que se lo cuente a usted Isidora... estuve malsimo; como que nos asustamos, y...

Le entr tan fuerte golpe de tos, que pareca que se ahogaba. Isidora acudi a incorporarle, levantando las almohadas. Los ojos del infeliz pareca que se saltaban; sus desechos pulmones agitbanse trabajosamente, como fuelles que no pueden expeler ni aspirar el aire; crispaba los dedos, quedando al fin postrado y como sin vida. Isidora le enjug el sudor de la frente, puso en orden la ropa que por ambos lados del angosto lecho se caa y le dio a beber un calmante.

-Pero qu pasmo tan atroz he cogido!...-exclam el artista al reponerse del acceso.

-Habla lo menos posible -le aconsej Isidora. -Yo me entender con D. Francisco: vers cmo nos arreglamos. Este D. Francisco es ms bueno de lo que parece, es un santo disfrazado de diablo, verdad?

Al rerse mostr su dentadura incomparable, una de las pocas gracias que le quedaban en su decadencia triste. Torquemada, echndoselas de bondadoso, la hizo sentar a su lado y le puso la mano en el hombro, dicindole: -81- Ya lo creo que nos arreglaremos... Como que con usted se puede entender uno fcilmente; porque usted, Isidorita, no es como esas otras mujeronas que no tienen educacin. Usted es una persona decente que ha venido a menos, y tiene todo el aquel de mujer fina, como hija neta de marqueses... Bien lo s... y que le quitaron la posicin que le corresponde esos pillos de la curia...

-Ay, Jess! -exclam Isidora, exhalando en un suspiro todas las remembranzas tristes y alegres de su novelesco pasado-. No hablemos de eso... Pongmonos en la realidad. D. Francisco, se ha hecho usted cargo de nuestra situacin? A Martn le embargaron el estudio. Las deudas eran tantas, que no pudimos salvar ms que lo que usted ve aqu. Despus hemos tenido que empear toda su ropa y la ma para poder comer... No me queda ms que lo puesto... mire usted qu facha!, y a l nada, lo que le ve usted sobre la cama. Necesitamos desempear lo preciso; tomar una habitacin ms abrigada, la del tercero, que est con papeles; encender lumbre, comprar medicinas, poner siquiera un buen cocido todos los das... Un seor de la beneficencia domiciliaria me trajo ayer -82- dos bonos, y me mand ir all, adonde est la oficina; pero tengo vergenza por presentarme con esta facha... Los que hemos nacido en cierta posicin, Sr. D. Francisco, por mucho que caigamos, nunca caemos hasta lo hondo... Pero vamos al caso; para todo eso que le he dicho y para que Martn se reponga y pueda salir al campo, necesitamos tres mil reales... y no digo cuatro porque no se asuste. Es lo ltimo. S, D. Francisco de mi alma, y confiamos en su buen corazn...

-Tres mil reales! -dijo el usurero poniendo la cara de duda reflexiva que para los casos de benevolencia tena; cara que era ya en l como una frmula dilatoria, de las que se usan en diplomacia-. Tres mil realetes!... Hija de mi alma, mire usted.

Y haciendo con los dedos pulgar e ndice una perfecta rosquilla, se la present a Isidora, y prosigui as: No s si podr disponer de los tres mil reales en el momento. De todos modos, me parece que podran ustedes arreglarse con menos. Pinselo bien, y ajuste sus cuentas. Yo estoy decidido a protegerlos y ayudarlos para que mejoren de suerte... llegar hasta el sacrificio y hasta quitarme el pan de la boca para que ustedes maten el -83- hambre; pero... pero reparen que debo mirar tambin por mis intereses...

-Pongamos el inters que quiera, don Francisco, -dijo con nfasis el enfermo, que por lo visto deseaba acabar pronto.

-No me refiero al materialismo del rdito del dinero, sino a mis intereses, claro, a mis intereses. Y doy por hecho que ustedes piensan pagarme algn da.

-Pues claro, -replicaron a una Martn e Isidora.

Y Torquemada para su coleto: El da del juicio por la tarde me pagaris; ya s que ste es dinero perdido.

El enfermo se incorpor en su lecho, y con cierta exaltacin dijo al prestamista:

-Amigo, cree usted que mi ta, la que est en Puerto Rico, ha de dejarme en esta situacin cuando se entere? Ya estoy viendo la letra de cuatrocientos o quinientos pesos que me ha de mandar. Le escrib por el correo pasado.

Como no te mande tu ta quinientos puales, pens Torquemada. Y en voz alta:

-Y alguna garanta me han de dar ustedes tambin... digo, me parece que...

-Toma! los estudios. Escoja los que quiera.

Echando en redondo una mirada pericial, Torquemada explan su pensamiento en esta forma: Bueno, amigos mos, voy a decirles una cosa que les va a dejar turulatos. Me he compadecido de tanta miseria; yo no puedo ver una desgracia semejante sin acudir al instante a remediarla. Ah! Qu idea tenais de m? Porque otra vez me debieron un pico y los apur y los ahogu, creen que soy de mrmol? Tontos, era porque entonces le vi triunfando y gastando, y, francamente, el dinero que yo gano con tanto afn no es para tirarlo en francachelas. No me conocis, os aseguro que no me conocis. Comparen la tirana de esos chupones que les embargaron el estudio y os dejaron en cueros vivos; comparen eso, digo, con mi generosidad y con ese corazn tierno que me ha dado Dios... Soy tan bueno, tan bueno, que yo mismo me tengo que alabar y darme las gracias por el bien que hago. Pues vern qu golpe. Miren....

Volvi a aparecer la rosquilla, acompaada de estas graves palabras: Les voy a dar los tres mil reales, y se los voy a dar ahora mismo... pero no es eso lo ms gordo, sino que se los voy a dar sin intereses... Qu tal, es esto rasgo o no es rasgo?

-Don Francisco -exclam Isidora con efusin-, djeme que le d un abrazo.

-Y yo le dar otro si viene ac -grit el enfermo, queriendo echarse fuera de la cama.

-S, vengan todos los carios que queris -dijo el tacao, dejndose abrazar por ambos-. Pero no me alaben mucho, porque estas acciones son deber de toda persona que mire por la Humanidad, y no tienen gran mrito... Abrcenme otra vez, como si fuera vuestro padre, y compadzcanme, que yo tambin lo necesito... En fin, que se me saltan las lgrimas si me descuido, porque soy tan compasivo... tan...

-Don Francisco de mis entretelas -declar el tsico arropndose bien otra vez con aquellos andrajos-, es usted la persona ms cristiana, ms completa y ms humanitaria que hay bajo el sol. Isidora, trae el tintero, la pluma y el papel sellado que compraste ayer, que voy a hacer un pagar.

La otra le llev lo pedido; y mientras el desgraciado joven escriba, Torquemada, meditabundo y con la frente apoyada en un solo dedo, fijaba en el suelo su mirar reflexivo. Al coger el documento que Isidora le presentaba, mir a sus deudores con expresin paternal y ech el registro afeminado -86- y dulzn de su voz para decirles: Hijos de mi alma, no me conocis. Pensis sin duda que voy a guardarme este pagar... Sois unos bobalicones. Cuando yo hago una obra de caridad, all te va de veras, con el alma y con la vida. No os presto los tres mil reales, os los regalo, por vuestra linda cara. Mirad lo que hago: ras, ras...

Rompi el papel. Isidora y Martn lo creyeron porque lo estaban viendo, que si no, no lo hubieran credo.

-Eso se llama hombre cabal... D. Francisco, muchsimas gracias -dijo Isidora, conmovida. Y el otro, tapndose la boca con las sbanas para contener el acceso de tos que se iniciaba:

-Mara Santsima, qu hombre tan bueno!

-Lo nico que har -dijo D. Francisco levantndose y examinando de cerca los cuadros-, es aceptar un par de estudios, como recuerdo... ste de las montaas nevadas y aqul de los burros pastando... Mire usted, Martn, tambin me llevar, si le parece, aquella marinita y este puente con hiedra...

A Martn le haba entrado el acceso y se asfixiaba. Isidora, acudiendo a auxiliarle, -87- dirigi una mirada furtiva a las tablas y al escrutinio y eleccin que de ellas haca el aprovechado prestamista.

-Los acepto como recuerdo -dijo ste apartndolos-; y si les parece bien, tambin me llevar este otro... Una cosa tengo que advertirles: si temen que con las mudanzas se estropeen estas pinturas, llvenmelas a casa, que all las guardar y pueden recogerlas el da que quieran... Vaya, va pasando esa condenada tos? La semana que entra ya no toser usted nada, pero nada. Ir usted al campo... all, por el puente de San Isidro... Pero qu cabeza la ma...! se me olvidaba lo principal, que es darles los tres mil reales... Venga ac, Isidorita, entrese bien... Un billete de cien pesetas, otro, otro... (los iba contando y mojaba los dedos con saliva a cada billete para que no se pegaran). Setecientas pesetas... No tengo billete de cincuenta hija. Otro da lo dar. Tiene ah ciento cuarenta duros, o sean dos mil ochocientos reales...

- VIII -Al ver el dinero, Isidora casi lloraba de gusto, y el enfermo se anim tanto que pareca -88- haber recobrado la salud. Pobrecillos, estaban tan mal, haban pasado tan horribles escaseces y miserias! Dos aos antes se conocieron en casa de un prestamista que a entrambos los desollaba vivos. Se confiaron su situacin respectiva, se compadecieron y se amaron: aquella misma noche durmi Isidora en el estudio. El desgraciado artista y la mujer perdida hicieron el pacto de fundir sus miserias en una sola y de ahogar sus penas en el dulce licor de una confianza enteramente conyugal. El amor les hizo llevadera la desgracia. Se casaron en el ara del amancebamiento, y a los dos das de unin se queran de veras y hallbanse dispuestos a morirse juntos y a partir lo poco bueno y lo mucho malo que la vida pudiera traerles. Lucharon contra la pobreza, contra la usura, y sucumbieron sin dejar de quererse: l siempre amante, solcita y cariosa ella, ejemplo ambos de abnegacin, de esas altas virtudes que se esconden avergonzadas para que no las vean la ley y la religin, como el noble haraposo se esconde de sus iguales bien vestidos.

Volvi a abrazarles Torquemada, dicindoles con melosa voz: Hijos mos, sed buenos y que os aproveche el ejemplo que os -89- doy. Favoreced al pobre, amad al prjimo, y as como yo os he compadecido, compadecedme a m, porque soy muy desgraciado.

-Ya s -dijo Isidora, desprendindose de los brazos del avaro- que tiene usted al nio malo. Pobrecito! Ver usted cmo se le pone bueno ahora...

-Ahora! Por qu ahora?-pregunt Torquemada con ansiedad muy viva.

-Pues... qu s yo... Me parece que Dios le ha de favorecer, le ha de premiar sus buenas obras...

-Oh!, si mi hijo se muere -afirm don Francisco con desesperacin-, no s qu va a ser de m.

-No hay que hablar de morirse -grit el enfermo, a quien la posesin de los santos cuartos haba despabilado y excitado cual si fuera una toma del estimulante ms enrgico-. Qu es eso de morirse? Aqu no se muere nadie. Don Francisco, el nio no se muere. Pues no faltaba ms. Qu tiene? Meningitis? Yo tuve una muy fuerte a los diez aos, y ya me daban por muerto cuando entr en reaccin, y viv, y aqu me tiene usted dispuesto a llegar a viejo, y llegar, porque lo que es el catarro, ahora lo largo. -90- Vivir el nio, D. Francisco, no tenga duda; vivir.

-Vivir -repiti Isidora-; yo se lo voy a pedir a la Virgencita del Carmen.

-S, hija, a la Virgen del Carmen -dijo Torquemada, llevndose el pauelo a los ojos-. Me parece muy bien. Cada uno empuje por su lado, a ver si entre todos...

El artista, loco de contento, quera comunicrselo al atribulado padre, y medio se ech de la cama para decirle: D. Francisco, no llore, que el chico vive... Me lo dice el corazn, me lo dice una voz secreta... Viviremos todos y seremos felices.

-Ay, hijo de mi alma! -exclam el Peor; y abrazndole otra vez-: Dios le oiga a usted. Qu consuelo tan grande me da!

-Tambin usted nos ha consolado a nosotros. Dios se lo tiene que premiar. Viviremos, s, s. Mire, mire: el da en que yo pueda salir, nos vamos todos al campo, el nio tambin, de merienda. Isidora nos har la comida, y pasaremos un da muy agradable, celebrando nuestro restablecimiento.

Iremos, iremos -dijo el tacao con efusin, olvidndose de lo que antes haba pensado respecto al campo a que ira Martn -91- muy pronto-. S, y nos divertiremos mucho y daremos limosnas a todos los pobres que nos salgan... Qu alivio siento en mi interior desde que he hecho ese beneficio!... No, no me lo alaben... Pues vern, se me ocurre que an les puedo hacer otro mucho mayor.

-Cul?... A ver, D. Francisquito.

-Pues se me ha ocurrido... No es idea de ahora, que la tengo hace tiempo... Se me ha ocurrido que si la Isidora conserva los papeles de su herencia y sucesin de la casa de Aransis hemos de intentar sacar eso...

Isidora le mir entre aturdida y asombrada. Otra vez eso? -fue lo nico que dijo.

-S, s, tiene razn D. Francisco -afirm el pobre tsico, que estaba de buenas, entregndose con embriaguez a un loco optimismo-. Se intentar... Eso no puede quedar as.

-Tengo el recelo -aadi Torquemada- de que los que intervinieron en la accin la otra vez no anduvieron muy listos o se vendieron a la marquesa vieja... Lo hemos de ver, lo hemos de ver.

-En cuantito que yo suelte el catarro. Isidora, mi ropa; ve al momento a traer mi -92- ropa, que me quiero levantar... Qu bien me siento ahora!... Me dan ganas de ponerme a pintar, D. Francisco. En cuanto el nio se levante de la cama, quiero hacerle el retrato.

-Gracias, gracias... sois muy buenos... los tres somos muy buenos, verdad? Venga otro abrazo y pedid a Dios por m. Tengo que irme, porque estoy con una zozobra que no puedo vivir.

-Nada, nada, que el nio est mejor, que se salva -repiti el artista, cada vez ms exaltado-. Si le estoy viendo, si no me puedo equivocar.

Isidora se dispuso a salir con parte del dinero, camino de la casa de prstamos; pero al pobre artista le acometi la tos y disnea con mayor fuerza, y tuvo que quedarse. Don Francisco se despidi con las expresiones ms cariosas que saba, y cogiendo los cuadritos sali con ellos debajo de la capa. Por la escalera iba diciendo: Vaya, que es bueno ser bueno!... Siento en mi interior una cosa, un consuelo...! Si tendr razn Martn! Si se me pondr bueno aquel pedazo de mi vida!... Vamos corriendo all. No me fo, no me fo. Este botarate tiene las ilusiones de los tsicos en ltimo -93- grado. Pero quin sabe!, se engaa de seguro respecto a s mismo y acierta en lo dems. A donde l va pronto es al nicho... Pero los moribundos suelen tener doble vista, y puede que haya visto la mejora de Valentn... voy corriendo, corriendo. Cunto me estorban estos malditos cuadros! No dirn ahora que soy tirano y judo, pues rasgos de stos entran pocos en libra!... No me dirn que me cobro en pinturas, pues por estos apuntes, en venta, no me daran ni la mitad de lo que yo di. Verdad que si se muere valdrn ms, porque aqu cuando un artista est vivo nadie le hace maldito caso, y en cuanto se muere de miseria o de cansancio le ponen en las nubes, le llaman genio y qu s yo qu... Me parece que no llego nunca a mi casa. Qu lejos est, estando tan cerca!