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Un triste asesinato Valentín García Yebra (Crónica) Los plátanos son árboles muy bellos y beneficiosos: decoran y hacen más vivideras las ciudades. Antiguamente se pensaba que, donde había muchos, no entraba la peste. Del plátano occidental, nativo de Norteamérica, se dice que es el más alto e imponente de los árboles de hoja caduca. La Encyclopedia Americana (véase plane tree) asegura que en Indiana hay uno que mide cincuenta metros de altura, y su tronco, tres de diámetro y doce de circunferencia. El plátano oriental, propio de la India, de Asia meridional y de buena parte de Europa, sin crecer tanto como su pariente americano, también alcanza gran tamaño y una edad venerable. Se cree que aún viven algunos d elos tiempos clásicos. Durante el sitio de Troya, los griegos plataron sobre la tumba de Diomedes un plátano, por ser el más bello de los árboles entonces conocidos. Varios ejemplares ornaban, en Atenas, los jardines de la Academia. Uno de los más célebres y más profundos diálogos de Platón, el Fedro, tuvo como escenario las orillas del Iliso, ―a la sombra de un plátano altísimo‖, bajo el cual corría ―una brisa suave‖, y alfombraba el suelo blanda hierba que ―invitaba a sentarse, o, si apetecía, a tumbarse‖. En un pueblo próximo a Atenas vendían hace cuarenta o cincuenta años quizás las sigan vendiendohojas del plátano platónico, selladas por el Ayuntamiento. Horacio, en una de sus odas, invita a su amigo Hirpino a beber despreocupado bajo un alto plátano, perfumada de rosa y nardo la cabeza. Según mi admirado don José Monlau, ―Catedrático del Instituto de Barcelona‖ y autor de un divertido y eruditísimo ―Compendio de Historia Natural para uso de los maestros de instrucción primaria‖ y publicado en 1868, ha habido plátanos muy famosos. Plinio menciona uno próximo a Velitras, ciudad del Lacio, que ―con sus ramas formaba un salón tan espacioso que en él comió Calígula con quince invitados‖. Y el mismo autor ―recuerda que el cónsul Licinio Muciano con dieciocho personas de su séquito pasó la noche en el hueco de un plátano de Licia cuyo tronco medía setenta y cinco pies de circunferencia‖. Se dice también que en la llanura de Esmirna, camino de Burnabat, cerca de una gruta donde, según la tradición, Homero escribió la Ilíada, se levanta un gigantesco plátano partido en su base de tal suerte que forma una bóveda bajo la cual puede pasar un hombre a caballo. No puedo recoger aquí toda la información del Dr. Monlau sobre plátanos memorables. Pero tampoco puedo omitir su recuerdo de uno ―que crece en medio de la plaza de Cos, isla del mar Egeo […], cuyas enormes ramas se hubieran ya desgajado si con cariñoso afán no se cuidasen aquellos isleños de sostenerlo por medio de columnas de mármol‖.

Un Triste Asesinato - Valentín García Yebra (Crónica)

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Los plátanos son árboles muy bellos y beneficiosos: decoran y hacen más vivideras las ciudades. Antiguamente se pensaba que, donde había muchos, no entraba la peste. Del plátano occidental, nativo de Norteamérica, se dice que es el más alto e imponente de los árboles de hoja caduca. La Encyclopedia Americana (véase plane tree) asegura que en Indiana hay uno que mide cincuenta metros de altura, y su tronco, tres de diámetro y doce de circunferencia. El plátano oriental, propio de la India, de Asia meridional y de buena parte de Europa, sin crecer tanto como su pariente americano, también alcanza gran tamaño y una edad venerable. Se cree que aún viven algunos d elos tiempos clásicos...

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Page 1: Un Triste Asesinato - Valentín García Yebra (Crónica)

Un triste asesinato Valentín García Yebra

(Crónica)

Los plátanos son árboles muy bellos y beneficiosos: decoran y hacen más vivideras las ciudades. Antiguamente se pensaba que, donde había muchos, no entraba la peste.

Del plátano occidental, nativo de Norteamérica, se dice que es el más alto e imponente de los árboles de hoja caduca. La Encyclopedia Americana (véase plane tree) asegura que en Indiana hay uno que mide cincuenta metros de altura, y su tronco, tres de diámetro y doce de circunferencia.

El plátano oriental, propio de la India, de Asia meridional y de buena parte de Europa, sin crecer tanto como su pariente americano, también alcanza gran tamaño y una edad venerable. Se cree que aún viven algunos d elos tiempos clásicos.

Durante el sitio de Troya, los griegos plataron sobre la tumba de Diomedes un plátano, por ser el más bello de los árboles entonces conocidos.

Varios ejemplares ornaban, en Atenas, los jardines de la Academia. Uno de los más célebres y más profundos diálogos de Platón, el Fedro, tuvo como escenario las orillas del Iliso, ―a la sombra de un plátano altísimo‖, bajo el cual corría ―una brisa suave‖, y alfombraba el suelo blanda hierba que ―invitaba a sentarse, o, si apetecía, a tumbarse‖.

En un pueblo próximo a Atenas vendían hace cuarenta o cincuenta años –quizás las sigan vendiendo—hojas del plátano platónico, selladas por el Ayuntamiento.

Horacio, en una de sus odas, invita a su amigo Hirpino a beber despreocupado bajo un alto plátano, perfumada de rosa y nardo la cabeza.

Según mi admirado don José Monlau, ―Catedrático del Instituto de Barcelona‖ y autor de un divertido y eruditísimo ―Compendio de Historia Natural para uso de los maestros de instrucción primaria‖ y publicado en 1868, ha habido plátanos muy famosos. Plinio menciona uno próximo a Velitras, ciudad del Lacio, que ―con sus ramas formaba un salón tan espacioso que en él comió Calígula con quince invitados‖. Y el mismo autor ―recuerda que el cónsul Licinio Muciano con dieciocho personas de su séquito pasó la noche en el hueco de un plátano de Licia cuyo tronco medía setenta y cinco pies de circunferencia‖.

Se dice también que en la llanura de Esmirna, camino de Burnabat, cerca de una gruta donde, según la tradición, Homero escribió la Ilíada, se levanta un gigantesco plátano partido en su base de tal suerte que forma una bóveda bajo la cual puede pasar un hombre a caballo.

No puedo recoger aquí toda la información del Dr. Monlau sobre plátanos memorables. Pero tampoco puedo omitir su recuerdo de uno ―que crece en medio de la plaza de Cos, isla del mar Egeo […], cuyas enormes ramas se hubieran ya desgajado si con cariñoso afán no se cuidasen aquellos isleños de sostenerlo por medio de columnas de mármol‖.

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http://tunasinhuesos.blogspot.com/2007_08_01_archive.html

¡Qué ejemplo para el Ayuntamiento madrileño! La plaza de los Reyes Magos estaba orlada de hermosos plátanos. Los tres mejor desarrollados orillaban mi calle, la del Conde de Cartagena. Yo inauguraba cada mañana contemplando y admirando, sobre todo, al más próximo a la imagen de los santos reyes. ¡Era un ejemplar espléndido!

Pero un mal día de verano, el año pasado, llegaron unos verdugos

forestales. Rodearon la plaza con vallas metálicas, alzaron dentro dos feas chabolas, amontonaron junto a ellas hierros y chatarra, y clavaron en tierra un alto panel ostentoso con el anuncio de un futuro aparcamiento subterráneo. Amputaron la verde fronda de los plátanos y dejaron al aire, más de seis meses, los tristes muñones.

Con la primavera, revedecieron todos con doblado brío. De los tres más pujantes surgió nueva y densa enramada, que en un par de meses alcanzó varios metros de altura. Entre el verdor espeso anidaron mirlos. Vibraba el aire con su melodía silbada y un punto arrogante.

Pero otra vez este año, el 4 de junio por la mañana, volvieron los verdugos, armados de sierras mecánicas. Para evitar que los plátanos rebrotaran, serraron sus troncos a ras de acera. La plaza fue ya un desierto todo el verano.

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http://www.madridfera.com/2008/01/cabalgata-de-reyes-2008/

Hasta el 5 de julio, bajo la triple efigie de los reyes, adosada al muro del número 4 de la calle del Conde de Cartagena, aparecieron en el suelo, muy de mañana, tres círculos húmedos, que luego, con el calor, desaparecían. Los pocos que nos dimos cuenta de aquel fenómeno no sabíamos a qué atribuirlo. Una joven de la vecindad, poetisa y vidente, aseguró que tal humedad era milagrosa: procedía del llanto de los tres reyes, que lloraban de noche por los plátanos de su plaza, recientemente asesinados.

Ella quería perpetuar el recuerdo de los desgraciados árboles y el milagro de aquellas lágrimas reiteradamente vertidas por las tres vanguardistas estatuas de aluminio, con una elegía, que pensaba iniciar así:

Ya no hay ramas verdes para mirlos negros. Los tres Reyes Magos –oro, mirra, incienso-

su humillada plaza lloran en silencio.

De: El buen uso de las palabras Editorial Gredos, Madrid 2005