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Rubén Silva y Maritza Villavicencio Un viaje por el Gran Camino Inca Rubén Silva y Maritza Villavicencio Ministerio de Cultura

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Rubén Silva y Maritza Villavicencio

Un viaje por el Gran Camino Inca

Rubén Silva y Maritza Villavicencio

Ministerio de Cultura

Ministerio de Cultura

www.cultura.gob.pe

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Ministro de Cultura del PerúSalvador del Solar Labarthe

Viceministro de Patrimonio Cultural e Industrias CulturalesJorge Ernesto Arrunátegui Gadea

Coordinador General del Proyecto Qhapaq Ñan – Sede NacionalGiancarlo Marcone Flores

Ministerio de Cultura del PerúProyecto Qhapaq ÑanAvenida Javier Prado Este 2465, San Borja, Lima 41Teléfono: (511) 618 9393 / anexo 2320Email: [email protected]

Micaela conoce a Urpayhuachac: un viaje por el gran camino incaColección: Ñampa WillayninPrimera edición: Lima, xxx de 2017Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° xxx ISSN: 2309-804X

Edición del volumenCamila Capriata Estrada

TextosMaritza VillavicencioRubén Silva

Diseño y diagramaciónLorena Mujica Rubio

IlustracionesChristian Ayuni Chea

ImpresiónNombre de la imprenta: Burcon Impresores y Derivados S.A.C.Dirección: Calle Francisco Lazo 1924 - Lince / Telf.: 4700123

Rubén Silva y Maritza Villavicencio

Representante de la UNESCO en PerúMagaly Robalino Campos

Coordinador del Sector Cultura UNESCO LimaEnrique López-Hurtado Orjeda

Especialista de Proyectos Sector Cultura UNESCO LimaVera Pons Morales

Ministerio de Cultura

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Este libro cuenta la historia de las diosas

Ñamca, a través de la narración de

Urpayhuachac quien lleva a la niña

Micaela en un viaje imaginario por el gran

camino inca: desde Pachacamac, hasta los

valles medios de Lurín y el Rímac. Inspirados

en el Manuscrito de Huarochirí, estos

relatos pretenden destacar la importancia

y relevancia de las deidades femeninas,

dentro de un panteón generalmente asociado

a los dioses masculinos, y brindar, de forma

lúdica, un panorama más amplio de la

cosmovisión andina.

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uestra historia comienza en un colegio de Manchay. Es el típico colegio en el que durante las clases niños y niñas se sientan juntos, porque así los

pone la profesora o el profesor. Sin embargo, en el recreo unos y otras juegan separados: niños por un lado y niñas por otro.

En cambio, Micaela y Gabriel si se juntan en el recreo, a ambos les gusta jugar al fútbol y las clases de historia, ¡son rarísimos!, además son vecinos, viven en Manchay, cerca del colegio.

Un viernes, en la clase de Historia, la profesora proyectó fotos de una anti-gua ciudadela. Había un edificio con ventanas en forma de trapecios y algunas paredes construidas con adobes pequeños. Luego explicó que estas eran las fotografías de un centro religioso muy importante de la costa: el Santuario de Pa-chacámac. —Es muy antiguo, funcionó por más de 1500 años y alcanzó su máxima importancia con los incas —explicó la profesora —¿Pachacámac como nuestro distrito, profesora? —levantó la mano Juana. —¿Por qué no lo hemos visto, si está tan cerca? —añadió Daniel sin levantar la mano. La profesora respondió: —Sí, Juana, y queda a unos 40 minutos de aquí, Daniel —aclaró la maestra y luego siguió con la clase y les explicó que su nombre se debía a que allí habitaba el dios Pachacámac, un dios tan poderoso, que con solo mover su cabeza ocasionaba temblores y terremotos.

—¡Ay! Que miedo!! —exclamaron los niños. —Además era un oráculo, es decir, predecía el futuro, por eso fue muy visitado y fue muy famoso

durante el imperio de los incas. La profesora terminó la clase diciendo que el martes irían al Santuario de Pachacámac. —¡Yeeee! —gritaron a coro los niños. Antes de que se vayan, la profesora les dio un papel con la autorización para que los padres la firmaran. Los ni-ños estaban felices, cualquier excusa era buena para no tener clases.

Micaela y Gabriel, sin em-bargo, estaban emocionados por conocer una ciu-dadela tan antigua y que estaba tan cerca de su colegio.

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l llegar a casa, Micaela ayudó a la abuelita con los quehaceres y con la tienda. Ella y su hermanito se quedaban con la abuela mientras que la mamá

trabajaba en Lima. Además de cuidar a los niños y cocinar, la anciana atendía la pequeña tienda que tenían en la casa.

Cuando acabó los quehaceres y cerraron la tienda, Micaela se puso a hacer sus tareas, las terminó y su mamá todavía no llegaba. Esperándola se quedó dormi-da. Soñó con el desierto y el mar, con un valle al lado del desierto y se vio en una montaña desde donde veía el mar entre la bruma y en el mar distinguió dos islas desde donde escuchó que la llamaban.

—Mica, Mica, despierta. Era su mamá que había llegado y que la despertaba para que vaya a su cama. Ella besó a su mamá y le dijo que el martes iban a ir a un santuario de Pachacámac y que tenía que firmar la autorización.

—Ya mañana lo firmo — dijo la mamá.Mientras la mamá se preparaba un mate, la abuela acompañó a Micaela a su

cama y le preguntó: —¿La profesora les ha contado de las diosas que vivieron allí antes que el dios Pachacámac?. La niña se sorprendió porque la profe en ningún momento mencionó a las diosas ni nada que se le parezca. Micaela pensó que debían de ser fantasías de la abuelita que ya estaba viejita y con cara de incrédula solo le contestó que no.

La abuela pareció leer la mente de la pequeña, se le acercó amorosa y le dijo:—Miquita, apenas ingresen al santuario pregúntale a la guía sobre

la laguna de Urpayhuachac.—¿Urpay… que? — replicó la niña.—Urpayhuachac —volvió a decir la abuela y añadió:—Escríbelo para que te acuerdes.

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l lunes fue larguísimo, Micaela se preguntaba por qué no pudieron ir el mismo lunes. La clase de matemáti-

cas que usualmente le gustaba le pareció aburridísima.En el recreo, como siempre, se juntó con Gabriel.

Le contó lo que le había dicho su abuelita, sobre que las diosas eran más antiguas que Pachacámac.

Gabriel reaccionó como ella y dijo: —No te molestes, Micaela, pero tu abuelita tiene mucha imaginación.

Ambos sonrieron. El martes, Micaela se levantó tan

temprano como su mamá, estaba ansiosa y feliz. Aprove-charon para tomar desayuno juntas.

La abuela se les juntó al rato.—Apura, Mica, acomoda tus cosas.Tienes que llevar gorro, ven para echarte el blo-

queador solar. Después de untarle rostro, cuello, hombros y brazos, la mamá de Micaela salió para su trabajo. La abuela recogió los platos, le preparó la lonchera a Micaela, la abrazó fuerte y le dijo:

—Recuerda preguntar por Urpayhuachac.

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icaela llegó muy temprano, solo estaba el portero que llegaba antes que nadie, al poco rato llegó la profesora, se la veía tan distinta en jeans y

zapatillas, luego empezaron a llegar los demás alumnos. A las 9 en punto llegó el bus, subieron ordenadamente en fila.

A la hora llegaron al santuario, bajaron del bus y la profesora los agrupó. En ese momento llegaron dos jóvenes.

—Buenos días, niños, yo soy Teresa y él es Juan Carlos, seremos sus guías.—Primero les hablaré sobre el Santuario —dijo Juan Carlos. Si tienen pre-

guntas no duden en hacerlas que nosotros les responderemos.—Bueno —continuó Teresa—, Pachacámac fue el principal santuario de la

costa central durante más de mil años.Peregrinos de todo el Tawuantinsuyu visitaban sus templos, pues Pachacá-

mac era un acertado oráculo capaz de predecir el futuro, y los habitantes de todos los Andes venían hasta aquí a buscar soluciones y respuestas a sus dudas.

—¿Qué es un peregrino, señorita? —preguntó levantando la mano Juliana.—Peregrino es un viajero que va a un lugar santo para rendirle culto o

para pedir un favor, en este caso venían a Pachacámac para consultarle sobre el futuro. Juan Carlos continuó:

—Además de predecir el futuro, era capaz de ocasionar temblores y te-rremotos con un solo movimiento de su cabeza. Su nombre, Pachacámac, quiere decir “el que anima el mundo”. Micaela le susurró a Gabriel:

—Eso es lo que dijo la profe.—¿Y cómo llegaban los peregrinos? ¿Por dónde venían?

¿Había carreteras? —preguntó otro niño. Venían por el Qhapaq Ñan, que fue el camino principal andino de la antigüedad, formado por una asombrosa red de caminos de más de 60000 kilómetros que abarcó los países de Argentina, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile.

—¡Asu, qué inmenso!... ¡Qué grande! —exclamaban admirados los niños.—Los caminantes llegaban después de largas travesías, pero debían

aguardar su turno para consultarlo siguiendo un estricto régimen de ayuno, que les prohibía comer sal y ají —continuó el guía.

—¿Ven esos caminos de tierra?—Sí parece un corredor —dijo una niña con lentes.—Uno es el camino Norte—Sur y el otro, el camino Este-Oeste, el tramo

Xauxa—Pachacámac, que era parte del Qhápac Ñan, llegaba hasta aquí.Micaela se asombró, pues su madre era de Jauja y preguntó:—¿Jauja, en Junín? Así es, Micaela —intervino la maestra.Micaela se quedó pensando en su mamá. Ella había nacido en Junín,

¿habría hecho el camino Inca para llegar a Lima?La voz de la guía la despertó de su ensimismamiento.—Ahora sí, vamos al museo —dijo Teresa.

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ecorrieron el moderno museo y vieron sus vitrinas llenas de ceramios. La guía les explicó que se trataban de vasijas de

cerámica, también llamados huacos.Algunos tienen una antigüedad de cientos de años y otros

incluso de más de mil años. Muchos fueron hechos por los artesanos que vivieron en Pachacámac y otros fueron traídos hasta aquí desde lugares lejanos.

—¿Recuerdan que dijimos que aquí venían peregrinos de todo el Tawuantinsuyu, trayendo las mejores ofrendas de sus pueblos para el dios?

—Sííí —dijeron en coro los niños y las niñas.—Miren, por ejemplo, este manto con bordados de colores

brillantes, lo trajeron de muy lejos.En su recorrido vieron también fotografías de unos señores lla-

mados “arqueólogos” que habían excavado en los restos del san-tuario. Por último, en una sala importante, vieron la estatuilla de madera del dios Pachacámac, el feroz dios de dos caras.

Cuando terminó la visita al museo, la profesora les dio unos minutos para que se refrescaran, antes de iniciar el recorrido del santuario. Micaela estaba tan emocionada que se olvidó del encargo de su abuela, además los guías no mencionaron

a ninguna diosa.

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urante el recorrido vieron muchos edificios. Cuando subían por una ladera el guía les dijo que era el Templo del Sol.

Cuando llegaron a lo alto del templo que daba hacia el mar, el guía se detuvo y empezó a contar la historia de Cahuillaca:

—Hace mucho tiempo habitaba en los valles de Anchicocha una joven diosa soltera muy hermosa. Todos los dioses y hombres importantes querían casarse con ella, pero ella los rechazaba a todos. Ella era feliz visitando sus grandes dominios que

llegaban hasta los valles bajos interandinos y tejiendo.»Pero de entre todos los dioses había uno llamado Cuniraya

que era muy astuto. Él venía de la sierra y estaba perdida-

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mente enamorado de la joven. Así que un día cuando la vio sentada bajo un lúcumo tejiendo en su telar, se convirtió en un ave amarilla y con su pico introdujo su semilla en uno de los frutos maduros.

»El fruto cayó en las faldas de la joven y ella al verlo tan hermoso y maduro se lo comió. A los nueve meses nació una niña sin que la muchacha haya estado en contacto con ningún hombre.

»Cahuillaca crió sola a la criatura, pero cuando esta cumplió un año, quiso saber quién era el padre. Así que convocó a los dioses y hombres más importantes de los alrededores.

Todos asistieron con sus mejores galas, Cuniraya también asistió, pero lo hizo disfrazado de mendigo y lo dejaron a un lado.

»Todos habían asistido pretendiendo casarse con la joven, pero Cahuillaca solo los hizo sentar, presentó a la niña e interrogó a cada uno para ver si alguno era el padre de la criatura. A todos preguntó, menos a Cuniraya, pues pensó que su hija no podría tener como padre a un mendigo.

»Como nadie admitía ser el padre, Cahuillaca le pidió a su hija que ella misma lo reconociera y advirtió que se subiría

encima de quien lo fuera. La criatura anduvo a gatas de un lado a otro, hasta que llegó

donde Cuniraya y enseguida se le trepó por las piernas.

»Cahuillaca reaccionó indignada: ‘¿Cómo habría podido yo dar a luz el hijo de un hombre tan miserable?’ y, con estas palabras, cargando a su hijita, se dirigió hacia el mar.

»En efecto la joven, sin volver la mirada y sin ver a Cuniraya que se ha-bía despojado de sus andrajos y relucía como el sol vestido con un traje de oro, llegó a Pachacámac y se arrojó al mar. En ese mismo instante ella y su hija se transformaron en piedras. Cuniraya se encolerizó, porque no podía alcanzarlas, pues él no podía entrar en el mar».

Cuando Juan Carlos, el guía, terminó su narración, Teresa, la guía, vol-vió a intervenir. —¿Ven ese islote rocoso que parece una ballena gigante saliendo del mar? —preguntó el guía señalando con el índice hacia el mar —Sííííííí… —respondieron los niños y las niñas —Pues esa es la diosa Cahui-llaca con su hija.

Con los ojos llenos de asombro los niños miraban la isla, no podían creer que estaban frente a una diosa.

El asombro mayor fue de Micaela, pues esas islas que en efecto pare-cían una ballena y su cola, eran exactas a las de su sueño.—Pero si Cuniraya era un dios tan poderoso porque no la siguió y entró en el mar —preguntó Daniel.

La guía sonrío y respondió: —Pues precisamente por eso, porque era un dios. El mar era el reino de las diosas, ningún dios podía entrar en ese dominio exclusivamente femenino.

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VIIAntes de subir al templo del Sol, pasaron por el acllahuasi, el tem-

plo pintado y el templo viejo. El recorrido fue entretenido, pero los niños ya estaban sedientos y con hambre. La profesora les anunció que la directora del museo había acondicionado el comedor de los arqueólogos, para que almuercen allí. Los niños se alegraron, pues se sintieron importantísimos. Se despidieron de los guías y apuraron con sus loncheras exhaustos, pero felices. Micaela y Gabriel acabaron primeros que todos y salieron a echar una última mirada. Se cruzaron con Teresa la guía y Micaela recordó de pronto lo que le había pedido su abuela, entonces se acercó a Teresa y le preguntó:

—¿Y la laguna de Urpayhuachac?La guía se sorprendió por la pregunta inesperada de la niña,

pero enseguida respondió:—Está cerca, los llevaré a verla, pero tenemos poco tiempo.Micaela y Gabriel se miraron con los ojos desorbitados, la res-

puesta de la guía confirmaba que la diosa existía, que no era inven-

to de la abuela. La guía los llevó justo por donde habían almorzado, en un lugar donde se extendía una amplia explanada sobre un terraplén, allí descansaba bajo el sol Wari, el perro guardián del santuario.

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Preocupados por hacerle cariño al perrito, al inicio los niños no divisaron ninguna laguna, solo vegetación. Pero la guía les señaló algo que brillaba entre totoras y dijo:

—Ven eso que brilla allá a lo lejos donde hay totoras, pues esa es la laguna de Urpiwachaq.

Hace unos años se secó completamente, pero se habrán dado cuenta de que el agua está nuevamente aflorando.

—Sí —respondieron ambos niños.—Cuando la laguna estaba repleta —continuó la guía—, la

totora y los juncos crecían hasta en el centro del espejo de agua, donde habitaban peces, nadaban infinidad de patos y finas gar-zas, gallinetas y otros animales encontraban aquí alimento y un ambiente cálido donde vivir.

Los niños se entusiasmaron con el relato de la guía sobre todo cuando la guía les dijo:

—La laguna tiene vida, está viva y como todo ser vivo tiene una edad, por ejemplo ustedes ¿cuántos años tienen?

—Yo, 8 —respondió Micaela.—Y yo, 9 —dijo Gabriel.—¿Saben cuántos años tiene la laguna de Urpiwachaq? —

siguió preguntando la guía. —Noooooo —respondieron los niños.

—Bueno, pues —dijo la guía—, agárrense para no caerse, la laguna de Urpiwachaq tiene un millón de años.

—¡Guauuuuuu! Una sonora exclamación y el asombro dibujado en sus rostros fue la respuesta de Micaela y Gabriel. Pero Mi-caela ansiosa preguntó a la guía:

—Pero ¿quién es Urpiwachaq o Ur-payhuachaq como la llama mi abuela?

La guía se dispuso a responder, pero la pro-fesora que llegó buscando a los niños intervino: —Gracias, señorita, pero estamos con el tiempo… ya nos tenemos que ir.

—Micaela, ya tenemos que subir al bus, ten-go que pasar lista.

La guía admiró con ternura la curiosidad de Micaela, pero no quiso contradecir a la profesora.

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icaela se apenó, pero no se resignó. —Tengo que ver la laguna —le dijo a Gabriel—. Pediré permiso para ir al baño, le diré a la profe que

me siento mal, que tengo una urgencia.—…Y en vez de ir al baño te vas a la laguna —culminó Gabriel.—Sí, y si preguntan por mí, tú te inventas cualquier cosa.—Ya, ya bueno —dijo titubeando Gabriel.Wari los miraba como si entendiera todo. En efecto, una vez en el come-

dor, Micaela echó andar el plan.Ya de nuevo en el terraplén, al verla, Wari se levantó, volvió su cabeza

hacia Micaela, saltó y se internó en la arena que separaba la vegeta-ción del museo. Conducida por Wari, Micaela caminó primero sobre una hierba seca y gruesa. Poco a poco, conforme avanzaban, la tierra que al principio era dura, se fue suavizando hasta convertirse en barro, donde sus pisadas ruidosamente se hundían en charcos de agua, plash, plash.

En este punto la niña se detuvo, se encontraba en la orilla de la laguna donde las totoras eran muy altas.

Wari empezó a ladrar para atraer la atención de Micaela, cuando ella le hizo caso, el perrito se internó por un sendero que llegaba hasta un cerro.

Micaela lo siguió. Al llegar vio unos escalones medio cubiertos por un muro que le daban sombra. Se sentó sobre el primer escalón y apoyó su ca-beza en el muro. Desde donde estaba ya no distinguía el museo. Parecía que todos los sonidos del entorno habían desaparecido.

Al resguardo de la sombra, sintió una placidez refrescante, tanto se relajó que hasta le dieron ganas de dormir. Estaba tan a gusto ahí, tan

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tranquila, cuando una avecilla con la cabeza roja empezó a revolotear alrededor de ella.

En ese momento, buscó a Wari y no lo vio por ningún lado, solo escuchó un ruido que se hacía cada vez más fuerte hasta volverse es-truendoso. Micaela asustada se levantó para ver mejor, pero no vio nada que pudiera provocar semejante estruendo.

El ruido cesó y en lo alto del cerro apareció una señora que bajaba del cerro rodeada de aves que revoloteaban alrededor de ella, incluso el pajarito de cabeza roja, que poco antes revoloteaba junto a Micaela, esta-ba allí. El vestido de la señora era raro.

Se parecía un poco a los que llevaban las señoritas anfitrionas de la recepción del museo, ellas estaban vestidas con trajes inspirados en los en-contrados en las excavaciones, Micaela pensó que sería una de ellas.

La señora era gordita, no muy alta pero tampoco bajita, su cabello era rojizo como quemado por el sol, que a manera de cerquillo caía sobre su frente y el resto de rulos largos sobre la espalda. Llevaba una capa, con di-seños parecidos a los de los huacos del museo, que la cubría completa-mente. La señora se acercó a Micaela, cuando estuvo frente a ella le dijo:

—¿Me estás buscando?—No, señora, yo no la conozco —le respondió la niña sorprendida.—Pero oí que quieres conocerme —replicó la señora. Micaela, que ya

estaba lista para volver a responder, se quedó pasmada, cuando la se-ñora echó su capa hacia atrás y vio que en vez de brazos tenía alas.

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—No te asustes, estoy aquí porque tú me has convocado, yo soy Urpayhuachac. Micaela no podía creer lo que estaba pasando, cuánto deseaba que estuviera Gabriel con ella.

—¿Qué quieres saber de mí? —le preguntó Urpayhuachac. Reponiéndose de la impresión Micaela hizo sus preguntas: —¿Por qué

la laguna tiene tu nombre? —Porque es mía, como míos son los peces y las aves que la habitan. Tímidamente Micaela acotó: —Pero no hay peces ni aves, bueno hay algunas, y ahora solo es un pequeño humedal.

—Ah, eso es ahora, pero hace mucho, mucho tiempo mi laguna era inmensa y profunda, era el estanque de mi casa, que se encuentra precisa-mente aquí, dentro de este cerro.

Yo lo cuidaba con mucho esmero. En ese tiempo no había peces en el mar; solo los había en mi estanque, entonces los habitantes de aquí y de las zonas cercanas los pescaban para alimentarse. Ellos a cambio me agra-decían con ofrendas y me veneraban.

—¿Y cómo llegaron los peces al mar? —le preguntó Micaela. La diosa sonrió y empezó a contar: —¿Recuerdas ese dios ladino Cuniraya

que persiguió a mi hermana Cahuillaca pretendien-do casarse con ella? Jajajaja…¡mi hermana

no quería casarse con él, ni con nadie, siempre fue muy autónoma! Bueno él no

podía ingresar al mar y le enfurecía que yo visitara a mi hermana las veces que quisiera.

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Un día para descargar su furia contra mí, tramó una venganza: eliminar los peces de mi estanque. Así los pescadores dejarían de respetarme.

»Entonces un día que yo estaba visitando a Cahuillaca, tomó los peces de mi estanque y los aventó al mar, creyendo que allí desapare-cerían, pero ocurrió todo lo contrario: en el mar los peces se multiplica-ron y desde entonces mis fieles aumentaron hasta lugares muy lejanos».

—¿Y qué fue de Cuniraya?—Él siguió rondando por aquí cada vez más enojado porque yo

seguía visitando a mi hermana en el mar. Una vez que yo estaba con Cahuillaca, el maldito aprovechó mi ausencia para acercarse a mis hijas, intentó lastimarlas pero se convirtieron en palomas y escaparon volando.

»Cuando mis hijas me contaron lo sucedido, me enceguecí de ira y busqué a Cuniraya por todas partes. Cuando lo encon-tré el muy cobarde empezó a huir.

Micaela escuchaba tan atenta la historia de la diosa que no se dio cuenta de que los escalones las habían conducido a un templo que antes no había visto. El cerro había desaparecido y en su lugar había un hermoso templo de adobes pequeñitos y se distrajo.

—Perdón —dijo—, me distraje admirando tu casa. —No te preocupes —le contestó la diosa—. ¿Quieres que continúe?

—Sí, por favor —asintió Micaela.—Como te contaba, Cuniraya ya se iba a escapar, y yo no podía

permitirlo, entonces le dije que solo lo quería despiojar.A regañadientes se detuvo, entonces mientras le buscaba los piojos,

hice crecer, detrás él, una gran peña para luego derrumbarla sobre él y aplastarlo, pero como la tierra se movió, el muy astuto se dio cuen-ta de mis intenciones. Me pidió permiso para alejarse, con el pretexto de hacer sus necesidades, y el muy cobarde huyó.

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—¿Viste los caminos Norte-Sur y Este —Oeste?—Si —respondió Micaela.—Por esos caminos, llegaban los peregrinos hasta aquí

desde los dominios de mis hermanas. Nosotras somos cinco her-manas que estuvimos antes que los dioses varones y éramos tan o más poderosas que ellos. A nosotras nos conocen como las dio-sas Ñamca. Ven, vamos a visitar a dos de mis hermanas mayores —dijo la diosa mientras desplegaba sus alas.

Micaela se acercó y la diosa la tomó elevándose con la niña. Al principio tuvo un poco de miedo pero se sentía tan ligera y la vista era tan maravillosa que muy pronto estuvo cómoda y feliz a pesar del frío. La diosa se dio cuenta y le preguntó a la niña:

—¿Te da miedo la altura? ¿Tienes frío, niña?—Miedo no, pero sí un poco de frío.La diosa sopló en el aire y una nube tibia salió de su boca.

La nube las envolvió y Micaela dejó de sentir frío, así pudo con-centrarse en la vista.

El desierto se mezclaba con pantanos y totoras. Luego se divi-saba una cadena de cerros, por donde se veía correr un río.

Por donde pasaba el río el paisaje árido se volvía verde lleno de frutales.

En las laderas de las montañas se veía un camino que se sustentaba en unas paredes de piedra.

IX—Ves qué ricos eran nuestros dominios, gracias a mis

hermanas la tierra era fecunda y la cosecha abundante. Ese camino que ves por las laderas altas de los cerros es el Qhapaq Ñan.

Micaela miraba con los ojos muy abiertos para re-cordarlo todo. Llegaron a un gran valle cerrado y la diosa se detuvo en lo alto de una ladera donde se erigía un templo y una pequeña ciudadela edificada de abajo hacia arriba siguiendo la forma del cerro.

Su ubicación era estratégica: sobre una pequeña mese-ta que no podía ser tocada por los frecuentes huaycos de tiempos de lluvia, pues tenía un canal para que el agua y el barro desembocaran y corrieran por allí sin tocar las con-strucciones. Desde la pequeña ciudadela se veía todo el valle.

—Aquí se sembraba la sagrada coca para las ofrendas y para los caminantes del camino andino —dijo por fin la diosa—.

Este sitio era muy importante en los tiempos en que éramos adoradas. Estos eran los dominios de dos de mis hermanas.

—¿Cómo se llaman tus hermanas?—Llacsahuato y Mirahuato. Ellas son muy unidas, al

punto de que algunos decían que una vivía en la otra o que eran una sola con distintos nombres. Los peregrinos tenían mucha fe en ellas.

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Cuando un familiar estaba enfermo o si alguna pertenencia se les había perdido o sufrido algún daño, los peregrinos les preguntaban cuál había sido la causa del mal y cómo podían remediarlo.

»Tenían un don creador tan extraordinario como el de nuestra hermana mayor Chaupiñamca. Es más, entre los fieles muchos las preferían, porque ellas siempre les decían la verdad a diferencia de Chaupiñamca que a veces por divertirse los engañaba.

—¿Y qué pasó con ellas? —preguntó Micaela Como todas nosotras, se ocultaron cuando llega-

ron los españoles, pero el recuerdo de Llacsahuato y Mirahuato estaba tan enraizado aquí en Chillaco, que su culto se mezcló con el de la Virgen de Fátima. Hoy, esta virgen es la patrona del pueblo y se le dedica la fiesta religiosa más importante.

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Xhora iremos al norte hacia los dominios de mi hermana la mayor Chaupiñanca.

Urpayhuachac cogió a Micaela y emprendió el vuelo, a la niña le pareció que la duración del viaje fue solo un pesta-ñeo, pero la verdad era que habían atravesado unas cadenas montañosas.

Desde el aire vieron dos ríos que se juntaban haciéndose uno solo.

—Bueno, Micaela, llegamos a Mama, hogar de mi herma-na mayor —Y ella ¿cómo se llama?

—Chaupiñamca. Era la más poderosa. Los habitantes deaquí y de otras regiones la llamaban madre, pues decían

que ella era la creadora de los hombres y de las mujeres.»Ella no se dejaba dominar por nadie, pues ningún dios o

varón le podía imponer su voluntad.Es más, era muy enamoradiza, ella andaba por todo sitio

tomando y dejando enamorados a su regalada gana. Como no lograba ser feliz con ninguno, los dejaba y se iba a buscar otro, hasta que conoció a Rucanacoto, un dios muy poderoso y viril, que tenía su adoratorio en Mama en lo alto de una montaña.

»Con él, Chaupiñamca fue plenamente feliz, así que deci-dió quedarse allí y se convirtió en piedra sagrada.

A—

»Es más, ¿viste desde arriba esos dos ríos que descienden de la montaña?, pues bien esos son los pechos de mi hermana que bañan estas tierras».

—¿Y por eso este pueblo se llama Mama? —preguntó Micaela. —Veo que eres muy inteligente.

Así es, mama significa teta y el pueblo se llama así porque los dos ríos que los alimentan salen de los pe-chos de mi hermana.

»La gente de aquí, en agradecimiento por las bon-dades de mi hermana, le celebraban fiestas muy impor-tantes con danzas, peregrinaciones, ofrendas, etc.

»Esas fiestas se parecían mucho a las que le dedi-caban al dios Pariacaca, que algunos decía que era su hermano.

Durante las fiestas en su honor, los hombres y muje-res se ponían sus mejores galas, los que tenían llamas bailaban poniéndose una piel de puma, en señal de prosperidad.

También se realizaban carreras de llamas, los sa-cerdotes preparaban ofrendas con hoja de coca y en procesión peregrinaban hasta su santuario.

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»Entre todos los bailes que le dedicaban, dicen que el favorito de Chaupiñamca era el casayaco, porque los jóvenes lo bailaban semi-desnudos, apenas cubiertos con un taparrabos.

Al verlos mi hermana se ponía muy conten-ta, y cuando esto ocurría, la tierra se volvía muy fértil y las cosechas eran abundantes.

—Jiji, le gustaba ver a los muchachos desnu-dos —dijo sonriendo Micaela, que había per-manecido muy silenciosa escuchando la historia de la diosa. —Ella no temía a los hombres, no temía mostrar sus sentimientos ni disfrutar de lo que le gustaba, era una mujer libre, fuerte, decidida, poderosa y benefactora.

Micaela se quedó pensando.

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a diosa al levantarla en vuelo la sacó de sus pensamien-tos. Volaron nuevamente sobre montañas, ríos y valles.

—Bueno, llegamos —dijo la diosa posándose a orillas de su laguna que ahora había retomado su apariencia y extensión, pero tenía un brillo intenso como un espejo.

La diosa abrazó a la niña y una fina garúa empezó a caer. La diosa se alejó volando hacia su templo haciéndole adiós.

Micaela estiró la mano y dijo: —No te vayas, tengo mu-chas preguntas, no te vayas.

La diosa respondió con una voz que parecía venir de todos lados: —Las respuestas están en la laguna que florece, y en las aves que regresan anunciando nuestro retorno.

XIL

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Diciendo esto desapareció. Micaela no sabía si eran lágri-mas o garúa lo que caía por su rostro, no sabía si era tristeza lo que sentía o una nueva emoción que la estremecía. Cerró los ojos un momento y escuchó unos ladridos muy cerca y una voz que la llamaba por su nombre.

—Micaela, Micaela.Micaela abrió los párpados, la luz le lastimó los ojos, a

su lado estaba una señorita que tenía colgado del cuello un aparato de esos que usan los médicos para oír el corazón. Se incorporó,.¡Estaba en el terraplén del museo y no en la laguna!

Volvió la vista, a su lado estaba Wari, lamiéndole la cara.La señorita le alumbró los ojos con una linterna. Era la mé-

dica del museo que la estaba atendiendo.Luego llegó Gabriel con la profesora y la directora del museo.Micaela estaba confundida, hace un momento estaba con

Urpayhuachac y ahora estaba en el terraplén del museo, no entendía nada.

Gabriel le guiñó un ojo. La médica dijo que no era nada, quizá le afectó la resolana o la falta de hidratación, pero que se encon-traba bien y podía irse a su casa. La profesora cambió su cara de susto por una de sonrisa y ordenó a los chicos a subir al bus que ya estaba esperándolos.

La guía le sonrió a Micaela, entonces volvieron a su cabeza las palabras de la diosa, se incorporó del todo, se acercó a la guía, la abrazó y le dijo:

—Muchas gracias por enseñarme la laguna, Teresa —y mirando hacia la laguna, repitió las palabras de la diosa: “Las respuestas están en la laguna que florece, y en las aves que regresan anunciando nuestro retorno”.

Todos se miraron al oír tan extrañas palabras y la directora del museo preguntó:

—¿Y esas palabras, niña? —Fue un sueño, ha sido un sueño —respondió.

Pero pronto será realidad , dijo para sus adentros.Sonriente se unió a Gabriel y caminaron en

dirección al bus.

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Un viaje por el Gran Camino Inca

Rubén Silva y Maritza Villavicencio

Ministerio de Cultura

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www.cultura.gob.pe