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Una Flor Blanca en el Cardal Página 1 UNA FLOR BLANCA EN EL CARDAL Carlos B. Delfante

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Una Flor Blanca en el Cardal Página 1

UNA FLOR BLANCA EN

EL CARDAL

Carlos B. Delfante

Una Flor Blanca en el Cardal Página 2

ÍNDICE

Preámbulo de una Efeméride

4

1ª Parte – La zaga de los caudillos-gobernadores 9

2ª Parte – Algunas flores nacen a la sombra de los caudillos 85

3ª Parte – Un ejército sin oposición – Fin de una larga espera 185

4ª Parte – Finalmente florece el Cardal 229

5ª Parte – Candilejas y Titilaciones de los habitantes de la Unión 282

6ª Parte – Una simiente que hizo florecer el Cardal 325

Bibligrafía 413

Biografia 415

Una Flor Blanca en el Cardal Página 3

Si hubiera una nación de dioses, éstos se

gobernarían democráticamente; pero un

gobierno tan perfecto no es adecuado para

los hombres.

Jean Jacques Rousseau

El político se convierte en estadista

cuando comienza a pensar en las próximas

generaciones y no en las próximas

elecciones.

Winston Churchill

Cuando la lucha entre facciones es

intensa, el político se interesa, no por todo

el pueblo, sino por el sector a que él

pertenece. Los demás son, a su juicio,

extranjeros, enemigos, incluso piratas.

Thomas Macaulay

Una Flor Blanca en el Cardal Página 4

Una Flor Blanca en el Cardal

Preámbulo de una efeméride

Las páginas subsecuentes no tienen por intención querer

describir una nueva investigación histórica y patriótica sucedida en

la Banda Oriental del siglo XIX, y si, seleccionar y unir fragmentos

de una fantasiosa novela que ha estado repleta de intrigas,

maquinaciones, amores y contubernios políticos y sociales,

ocurridos durante un periodo pos independencia de la República

Oriental del Uruguay, donde los intereses personales de muchos de

los personajes de la historia Montevideana se mezclaban con los

dividendos públicos y gubernativos de esas décadas; y en la cual,

muchos de esos mismos actores, intentaban sacar algún provecho al

estar bajo la presión e interferencia ejercida por las fuerzas

imperiales externas.

Se trata más bien, de una modesta recopilación de datos y

referencias históricas, que se inician con el afinco en el país, a

principios de ese siglo y fines del anterior, de los laboriosos y

aguerridos emigrantes peninsulares europeos, que sin lugar a

dudas, fueron los responsables por las ulteriores familias que se

Una Flor Blanca en el Cardal Página 5

han ido ramificado notablemente por los diferentes puntos

cardinales de este terruño.

Todavía, pese a los pacientes empeños desplegados,

seguramente faltan al autor otros tantos datos y registros

importantes sobre el tema, pero se cree que por primera vez se ha

logrado ordenar las informaciones disponibles sobre uno de los

principales terrateniente de un determinado territorio geográfico

que dio origen al primer barrio extra muros de la Ciudadela de la

vieja Montevideo; material que ha dado motivo para rescatar esta

edición historiográfica sobre una familia en particular.

Siendo así, es de creer que este libro interese a los numerosos

descendientes de varias generaciones de aquellos intrépidos

emigrantes europeos que, llegados con sueños de prosperidad,

incursionaron en este país durante una época de constantes luchas,

confusiones, refriegas, embrollos, e los intricados laberintos de sus

intereses particulares; y quizás, la de alguna otra persona que, al

leer las páginas sobre las prontitudes de diversas personalidades e

idiosincrasias que se envolvieron en la trama, logren descubrir

entre ellas el nombre de tantos hombres y mujeres de coraje y

progreso que han surgido allí durante esos años difíciles, al estar

ellos vinculados o arrastrados inconscientemente en las actividades

fundamentales que han dejado su huella en esta Nación; gentes que

posteriormente cedieron, con honorabilidad reconocida, su nombre

Una Flor Blanca en el Cardal Página 6

en barrios, calles y plazas de la ciudad. Si así ocurrir, el propósito

de esta tarea ciertamente estará cumplido.

De acuerdo con lo antedicho, esta obra busca desvendar parte

de la olvidada historia de don Tomás Basáñez, segundo hijo de un

corajoso vizcaíno que a fines del siglo XVII dejó su terruño

buscando, como tantos otros de sus compadres, mejores

oportunidades de vida en las lejanas tierras de América, lo que les

exigió dejar tras su partida, la familia, el bienestar y las constantes

luchas, entre ellas, la del Carlismo, un díscolo altercado que tanto

daño ha causado al legendario pueblo euskaro. Tampoco podemos

olvidarnos que quienes vinieron aquí desde España, equivocados,

ansiosos, vacilantes, creyeron tener el derecho secular de expandir

su dominio y poder, pues buscaban en las Indias, sobre todo

libertad y plenitud.

Sin embargo, este importante, subrepticio, políticamente

discreto y casi invisible figurante que nombramos, supo colaborar y

conducirse a la sobra de los hechos profesados por los prominentes

caudillos de nuestra Nación y, a la vez, codearse con otros tantos

promisores notables de la política nacional. Haber seguido sus

pasos, nos permite que ahora, un siglo y medio después, nos

sintamos capaces de desvendarle sus conquistas, y nos permita

descubrir que, con tenacidad y faro emprendedor, finalmente,

alejado de aquella parte de la conturbada ciudad que lo vio nacer,

Una Flor Blanca en el Cardal Página 7

intuir que supo triunfar, y dejar en el suelo de aquel primer barrio

montevideano, una prolífera descendencia que terminó siendo

testigo de su presencia en el nuevo hogar que adoptó.

En lo que a mí concierne, siempre existieron dudas sobre el

comienzo de la ascendencia de su apellido en el Uruguay,

procedente de éste sagaz descendiente de vizcaíno que, hasta la

presente fecha, tan solamente se había apoyado en narraciones

deshilvanadas y destorcidas de la realidad.

Muchas de esas incertidumbres parecería que ahora han sido

develadas, otras, no en tanto, aun permanecen ocultas y carecen de

registros verídicos que nos permitan elucidarlas. Pero eso ya será

otra historia.

Una Flor Blanca en el Cardal Página 8

Mapa de la Banda Oriental y entonces Territorio de las Misiones

Orientales, o “Liga de los Pueblos Libres” en 1800, y parte de los

Virreinatos de Perú y del Río de la Plata

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Primera Parte

La Zaga de los Caudillos-

Gobernadores

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La Importancia de los Caudillos

La gramática española es esencialmente rica en expresiones,

términos y vocablos a ser utilizados en, y para las descripciones de

los hechos o sucesos de cualquier asunto o cuestión. Mismo así, yo

no lograría establecer la correcta imparcialidad para desarrollar los

justos cometarios de aquel periodo de transición que existió

durante la abolición de las divisas partidarias y el momento de la

vigencia integral de la Constitución que había sido establecida en

1830, como si esa metamorfosis fuese una fórmula finalmente

encontrada para lograr desplazar a los caudillos del poder político y

de la dirección de los asuntos de Estado, hecho muy notorio

durante la llamada Guerra Grande, y principal periodo histórico

que aborda este libro.

Ciertamente, si me utilizase solamente de algunos de ellos

para así destacar a los principales copartícipes de tan noble

epopeya ocurrida en ésta República durante gran parte del siglo

XIX, probablemente cometería grave un error al dejarme llevar por

inclinaciones particulares que siempre se ven arrastradas por la

emoción. No en tanto, la licenciada Ana Ribeiro escribe en el

preámbulo de su libro “Historias sin importancia”, que: “La

Historia siempre es una representación del pasado, que tiene con

éste tantos puntos de contacto y similitud como los que un mapa

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puede tener con la realidad. Los mapas y la Historia orientan, pero

no dan cuenta de todo el paisaje; representan una unidad y sus vías

de ordenamiento y circulación, pero no dejan de ser abstracciones

que el hombre realiza para interligar el todo caótico de la

experiencia vital o histórica. Tanto el mapa como cualquier

Historia, en tanto son un todo, son modelos que reflejan su

finalidad por medio de la forma”.

No obstante, entiendo que, para encontrar una correcta

ubicación en el ambiente reinante durante tan conturbadas

legislaturas y los comportamientos personales de algunos

personajes, el correcto proseguimiento de la obra nos exige,

primeramente, introducirnos en un breve repase de las biografías

cronológicas e historiográficas de aquellos que fueron los

responsable por cuñar, algunas veces con risas y fiestas, pero en la

mayor parte del tiempo, con sangre, sudor y lágrimas, todos sus

afanes institucionalistas de libertad y progreso.

Tal condición, será la que nos permitirá respetar de cada uno

de ellos, sus propios puntos de vista, y sus determinaciones

emocionales o no.

Del mismo modo, se hace necesario resaltar que, al gravitar

otros tantos personajes notorios alrededor de las sombras de estos

caudillos, es compresible que tampoco me sería posible nombrarlos

a todos, ya que, con diferentes grados de fecundidad y entusiasmo,

Una Flor Blanca en el Cardal Página 12

todos los que participaron en las frentes de batalla, en algún

sórdido rancho, o hasta en la oscuridad de algún salón o

antecámara, tienen el mismo grado de valoración, intrepidez y

responsabilidad, en los resultados que solidificaron la Historia de la

República Oriental del Uruguay.

De cualquier manera, las visiones perpendiculares de cada

uno de los personajes, serán presentadas sobre ópticas de puntos de

vista diferentes entre sí, haciendo que parte de los relatos sean

episodios observados en una escala menor por donde pasaron los

grandes protagonistas que han dejando su vestigio de bizarría,

permitiendo que a la zaga de ellos surgiese la presencia de otros

seres anónimos o de aquellos que se encontraban ubicados en una

segunda fila por detrás de las frentes de batalla.

No olvidemos que el relato literario libera la lógica retórica

de quien lo escribe, pero este debe atenerse siempre dentro de un

cierto desarrollo cronológico primario, a donde se van

introduciendo explicaciones, influencias y pareceres sobre los

rasgos de los actores sociales indicativos y de cada uno de los

individuos.

Al buscar elaborar esta obra sobre la óptica de tales

características, los grandes nombres o hechos de aquel periodo

belicoso, están presentes en lo macro de la obra, buscando orientar

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al lector como lo hace un mapa, pero sin necesidad de violentarlo

con la narración.

Juan Antonio Lavalleja

Al nominar este personaje, entendemos que su carismática

personalidad, corresponde a la de un exacerbado y corajoso militar,

juntamente con la de un destacado político uruguayo que nació en

el poblado de Santa Lucía, Departamento de Minas, en el año de

1784, y que ya entrando en su apogeo, viene a fallecer en la ciudad

de Montevideo, en 1853.

Los registros nos cuentan que era hijo de un acomodado

estanciero llamado Manuel Pérez de La Valleja, un emigrado

ciudadano español, de Huesca, que se había casado con Ramona

Justina de la Torre, también española.

Retomando su historia militar, ya al final de sus tiempos de

ejercicio soldadesco, antes de encerrar su carrera militar, actuó

junto al General Manuel Oribe, después de haber tenido una

destacada e importantísima actuación en las primeras luchas por la

independencia de Uruguay.

No obstante, respetando la cronología de los hechos, en su

juventud, Juan Antonio fue uno de los principales lugartenientes de

nuestro mayor prócer: José Gervasio Artigas; y con él, se destacó

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por su palmaria acción en la batalla de Las Piedras. Posteriormente,

bajo sus órdenes, también luchó en la guerra contra los

portugueses, cuya victoria en aquel entonces, implicó la anexión de

la Banda Oriental a Brasil.

Apenas iniciada la Revolución Oriental de 1811 que fue

acaudillada por Artigas, Juan Antonio Lavalleja se incorporó a la

causa y tomó parte en las principales acciones militares

desplegadas hasta 1818. Ese mismo año, durante la guerra con

Brasil, fue hecho prisionero y enviado a la Isla de las Cobras, en

Río de Janeiro, donde se vio obligado a permanecer hasta fines del

año 1821.

Empero, en 1823, determinado y sediento de acción por las

ínfulas libertadoras, volvió a su Patria y terminó por unirse al

movimiento revolucionario iniciado por la logia masónica

“Caballeros Orientales” y el propio Cabildo de Montevideo, donde

entonces se ambicionaba obtener la independencia de Brasil. Pero,

fracasado ese intento, tuvo que partir al exilio, dirigiéndose a

Buenos Aires.

Fue allí en tierras vecinas que, en 1825, preparó, emprendió y

dirigió con gran denuedo, a un puñado de aguerridos compañeros,

lo que a la postre fue denominado como: “Cruzada Libertadora de

los Treinta y Tres Orientales”, gesta que buscaba nuevamente

liberar a Uruguay de la dominación brasileña.

Una Flor Blanca en el Cardal Página 15

Fue entonces que, contando con su firme liderazgo, se dio

inicio al proceso de independencia de la Banda Oriental, y

consecuentemente, la pronta incorporación de estas, a las

Provincias Unidas del Río de la Plata.

Sin embargo, tres años más tarde, se vio obligado a intervenir

en la guerra del Imperio de Brasil con las Provincias Unidas, a

cuya finalización, se reconoció la total emancipación uruguaya en

la Convención Preliminar de Paz, firmada en 1828.

Apenas iniciada esta nueva etapa por la lucha por la

liberación nacional, Lavalleja exhibió un severo afán

institucionalista, llevándolo a promover la creación de un órgano

legislativo que fuese capaz de decidir el destino del país, a través

de una fecunda y prolífera elaboración y dictámenes de normas

sobre los temas prioritarios para la época.

Por ese tiempo, fue nombrado Gobernador y Capitán General

de la Provincia Oriental del Uruguay, puesto que ocupó en dos

ocasiones (1825 y 1830); y también fue asignado como Jefe del

Ejército de Operaciones de las Provincias Unidas (Argentina), zona

que estaba en guerra con Brasil, por la independencia de Uruguay.

Su enorme fervor a la causa, fue lo que posibilitó que Juan

Antonio fuese el principal baluarte a contribuir para la posterior

creación del Partido Blanco, o Nacional.

Una Flor Blanca en el Cardal Página 16

En los años siguientes, percibiéndose descontento con el

rumbo político que tomaba la nueva Nación, protagonizó varios

levantamientos insurrectos contra el gobierno del General

Fructuoso Rivera, motivo éste que lo obligó una vez más, a

extraditarse. Al exilarse nuevamente en Argentina, luego se vinculó

a las huestes federales y tomó parte en las guerras civiles de aquel

país. En conclusión, durante el periodo de la llamada Guerra

Grande, ya siendo sexagenario, retornó al país y acompañó a

Manuel Oribe en el sitio a Montevideo.

Reproduciendo aquí las palabras de Antonio F. Díaz sobre

aquel momento, apuntamos que: “El largo período de la Guerra

Grande transcurrió oscuramente para él, siendo apenas un residente

más desde 1845 en el campo del Cerrito, lugar donde Oribe tenía

asentado su gobierno, y allí pasó casi desapercibido y sufrió

verdaderas privaciones materiales”.

Terminado el sitio a Montevideo, después de la paz del 8 de

octubre de 1851, el General Lavalleja terminó siendo dado de baja

en el Ejército, y congraciado con el puesto de Brigadier General.

Poco después, el entonces Presidente Joaquín Suarez, le confió la

Comandancia Militar de los departamentos de Cerro Largo, Minas

y Maldonado.

En el año 1853, el General aparece nuevamente en la escena

política por postrera vez, ya con el fin de apaciguar los fogosos

Una Flor Blanca en el Cardal Página 17

ánimos políticos surgidos momentos después de la salida del

Presidente Juan Francisco Giró. En este último acto, el General

Lavalleja fue designado miembro del efímero Triunvirato que

gobernaría la República, y del cual participarían los Generales:

Fructuoso Rivera y Venancio Flores; pero antes de cumplir un mes

en sus nuevas funciones, falleció repentinamente mientras

despachaba en el fuerte del Gobierno.

Al dar inicio a su carrera militar, Juan Antonio Lavalleja

había alcanzado el puesto de Capitán en el ejército del General

Artigas, nombrado Jefe de los Treinta y Tres Orientales, y General

de Sarandí. Seguramente, este caudillo ha cincelado su nombre en

la Lista de los Grandes del Uruguay, donde una suma de hechos no

menores, lo ha consagrado como uno de los principales próceres

nacionales.

Posteriormente, en reconocimiento de su gesta, Minas, la

ciudad de su cuna, le erigió en la plaza principal, el 12 de octubre

de 1902, la primera estatua ecuestre levantada en la República

Oriental; y por ley del 26 de diciembre de 1927, el Departamento

de Minas tomó la denominación de Lavalleja.

Mismo siendo éste un sucinto relato de los avatares del

General, aun nos queda por destacar que el día 3 de setiembre de

1791, corresponde a la fecha en que nació Ana Monterroso, una

destacada figura de las luchas de la independencia. Era hermana

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del sacerdote José Benito Monterroso (secretario de Artigas), y que

posteriormente se convertiría en la esposa de Juan Antonio

Lavalleja.

Un hecho inédito cabe matizar con relación al matrimonio de

estos. El enlace con su marido, se realizó por poderes (Lavalleja

fue representado por Rivera), el 21 de octubre de 1817, y ella

recién pudo reencontrarse con su esposo cuando éste aun era

prisionero de los portugueses, acompañándolo en su cautiverio y

subsiguientemente, en todas las empresas que el General abordó.

Ella falleció el 30 de marzo de 1858 en la ciudad de Buenos

Aires.

Como caso curioso, agregamos que la historia nos cuenta que

el 15 de setiembre de 1832, la policía de Montevideo, por orden del

General Rivera, trata de detener a la señora Ana Monterroso, digna

esposa del General contendiente suyo.

En aquel entonces, esta recibió en su casa al piquete que iba a

detenerla, y rodeada de sus hijos (la mayor tenía apenas 12 años),

corajosamente les anunció que se haría matar antes de permitir que

la separaran de ellos. El oficial que se encontraba a cargo del

procedimiento, no se atrevió a verificar si la amenaza perpetrada

por ella era real, y se marchó.

Hecho a seguir, el Gobierno se sintió obligado a cambiar la

pena por reclusión en el hogar. Ese mismo día fueron arrestados

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más de veinte ciudadanos que acusados de conspiración, fueron

llevados a bordo de un pontón.

José Fructuoso Rivera

Al mencionar este protagonista, encontramos una persona de

controvertida figura. Al igual que su correligionario, él también era

hijo de un poderoso terrateniente de la zona de San José de Mayo,

dueño de un saladero; de modo que éste también perteneció el

grupo de los estancieros opuestos al monopolio de los comerciantes

peninsulares. Igualmente, destacamos que fue un brioso militar y

un no menos discutido político.

Nacido en Durazno en el año 1786, y fallecido en el pueblo

de Melo a su retorno al Uruguay en 1854, fue el Primer Presidente

constitucional del país, luego de haber atesorado diversas

participaciones en las luchas independentistas. También fue unos

de los fundadores de la divisa colorada, o Partido Colorado.

Aun joven, se unió a la Revolución Oriental en el interior de

la Banda Oriental, en la zona de Minas, y prontamente se destacó

como pequeño caudillo en el centro de la provincia. Acto seguido,

se incorporó a las fuerzas del General José Gervasio Artigas, y a

sus órdenes, participó también en la Batalla de Las Piedras (1811).

Una Flor Blanca en el Cardal Página 20

Cuando Artigas y la división enviada en su ayuda desde

Buenos Aires, inició el primer sitio a la ciudadela de Montevideo,

Rivera fue destinado a intentar detener la invasión portuguesa.

Cuando ésta se hizo incontenible y el gobierno porteño pactó con el

Virrey Elío, Rivera se unió al grupo de habitantes que participó del

Éxodo Oriental, siguiendo a Artigas para el Ayuí.

En entretiempo posterior, participó de una expedición a las

Misiones Orientales bajo las órdenes de Eusebio Valdenegro y

Fernando Otorgués, y luego se incorporó al segundo sitio de

Montevideo, a órdenes del Coronel Manuel Pagola.

Posteriormente, se retiró con Artigas cuando éste enfrentó al

General José Rondeau, hombre que seguía la política del

Directorio, o la de someter a las provincias a un gobierno

nombrado y dirigido desde Buenos Aires. Nacía en ese momento el

federalismo en el Río de la Plata.

Después de la toma de Montevideo por Carlos María de

Alvear, Rivera fue el Jefe de las tropas orientales en la Batalla de

Guayabos, donde derrotó a las tropas de Manuel Dorrego. En sus

filas, figuraban grupos de indígenas charrúas y guaraníes. Las

tropas de Dorrego huyeron en desbandada, y poco después, el

Director Alvear entregaría el control de la Banda Oriental al

General Artigas y sus partidarios.

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Mientras las fuerzas de Otorgués provocaban desmanes

contra los ciudadanos de la capital, Rivera comenzó a ser percibido

por un grupo de comerciantes y “doctores”, que luego serían los

aliados de los portugueses y antes lo habían sido de los realistas,

como si su figura fuese la garantía de orden entre los caudillos de

la zona rural.

Subsiguientemente, cuando se produjo la Invasión Luso-

Brasileña, a partir de 1816, Rivera secundó inicialmente a Artigas,

destacándose como uno de los jefes que lograron algunas victorias

menores. No obstante, fue derrotado en la Batalla de India Muerta,

en noviembre de ese año, lo que permitió a los portugueses ocupar

Montevideo.

Históricamente, su actuación pública ha sido fruto de mucha

polémica. Algunos historiadores e investigadores como Eduardo

Picerno, señalan que: “…ya desde el año 1816, cuando comienza la

invasión Luso-Brasileña, Rivera comienza a desobedecer las

órdenes de Artigas y a manifestar su adhesión a la causa

portuguesa de un modo muy distinto a como lo hacía el general

Belgrano, que proponía el 9 de julio del año 1816, a la Reina

Carlota de Portugal, como Reina de las Provincias Unidas del

Sudamérica…”

En efecto, mientras Manuel Belgrano buscaba legitimar ante

las potencias de ese momento, la total independencia rioplatense

Una Flor Blanca en el Cardal Página 22

ante la Santa Alianza y con lo que tal alianza exigía, gobiernos

monárquicos a pocos meses de establecida la “Santa Alianza” y el

restauracionismo monárquico absolutista entre las potencias del

mundo (era el único modo que parecía viable en el año 1816), él

buscaba como solución de compromiso, un país rioplatense

totalmente independiente.

Los registros cuentan que tras su viaje a Europa, Belgrano

notó que las potencias sólo aceptaban países gobernados

monárquicamente, entonces, la solución inicial fue que la regenta

Carlota asumiera como Reina de las Provincias Unidas del Río de

la Plata, siendo tales provincias totalmente independientes de todo

poder extranjero y teniendo una monarquía constitucional.

Luego Belgrano se dio cuenta de lo infundado de su

optimismo en cuanto a una regenta que también ostentaba el

gobierno brasileño, y optó por una solución más audaz: “que un

inca –un descendiente de Tupac Amaru II, probablemente Juan

Bautista Condorcanqui Tupac Amaru, último descendiente

reconocido de Túpac Amaru II–, fuera el “rey” nominal, limitado

por una Constitución democrática del nuevo extensísimo país

constituido por los estados rioplatenses”.

Absolutamente contrariado con la idea de Belgrano, Rivera

se sometió directamente a Portugal y luego al Imperio del Brasil,

Una Flor Blanca en el Cardal Página 23

convirtiéndose en uno de los oficiales de Portugal y de Brasil en el

territorio actualmente uruguayo.

A mediados de 1818, varios jefes artiguistas comenzaron a

cuestionar la estrategia defensiva de su Jefe. El único oficial

notable que no se pronunció en contra del caudillo, fue Rivera, por

lo que Artigas le entregó el mando de las divisiones más poderosas.

Esto causó la defección de muchos de sus subordinados, entre ellos

Rufino Bauzá y Manuel Oribe, que pasaron a Buenos Aires. Por su

parte, el Director Supremo, Pueyrredón, desde Buenos Aires, le

ofreció el mando de las tropas orientales, desplazando a Artigas.

Pero Rivera no lo aceptó.

A continuación de su irreverencia contra el gobierno de

Puiyrredon, Rivera obtuvo algunas victorias menores en los

combates de Chapicuy y Queguay Chico, pero fue finalmente

derrotado en la Batalla de Arroyo Grande.

Cuando ocurrió la derrota de las tropas orientales en la

Batalla de Tacuarembó el día 22 de enero de 1820, Rivera se

encontraba acampando en el arroyo de Tres Árboles. Fue entonces

que desde Mataojo (actual departamento de Salto), Artigas le

ordenó que se incorporara a su ejército. La orden llegó tarde,

porque a esa hora, Rivera ya había celebrado un armisticio con el

jefe portugués Bentos Manuel Ribeiro, y esa circunstancia, lo llevó

a desobedecer la orden dada por el caudillo.

Una Flor Blanca en el Cardal Página 24

Rivera, en una carta fechada 13 de junio de 1820 enviada al

gobernador Francisco Ramírez, posteriormente descubierta por el

investigador Eduardo Picerno, en sus líneas se habría ofrecido para

“ultimar” a Artigas, a quien consideraba un “monstruo, déspota,

anarquista y tirano”.

No en tanto, hay quienes, como Manuel Flores Silva, que

sostienen que esta carta, publicada originalmente por Hernán F.

Gómez en su clásico “Corrientes y la República Entrerriana”

(1929, Corrientes), se “justifica” en función de todo el contexto, e

insinúa que las dotes de Rivera como “hombre político”, es lo que

le permite permanentemente adaptarse a las circunstancias del

momento; pues tras la batalla de Tacuarembó, Artigas se

encontraba derrotado y sin apoyo de Ramírez. A su vez, Ramírez

había creado la República de Entre Ríos, que incluía a los

territorios de Corrientes y Misiones, y mantenía estrechas

relaciones con Buenos Aires.

Meses después de Rivera firmar un armisticio con el

gobernador de la Provincia Cisplatina –dependiente del Reino

Unido de Portugal, Brasil y Algarve–, Carlos Federico Lecor, se

incorporó al ejército de Portugal, y junto con sus soldados, vencida

ya toda posible resistencia, lo siguieron. En julio de 1821, formó

parte del Congreso Cisplatino que convalidó la anexión de la

Una Flor Blanca en el Cardal Página 25

Provincia Cisplatina a Portugal. A seguir, Rivera formó parte del

Club del Barón, germen del Partido Colorado.

Cuando el Imperio del Brasil anunció su independencia de

Portugal, Rivera secundó a Lecor, que siguió al Emperador Pedro I

en su intención de expulsar a los portugueses de Montevideo. Bajo

sus órdenes, ingresaron algunos de los oficiales artiguistas que

habían sido liberados, como José Antonio Berdún y Juan Antonio

Lavalleja, pero en éstos, era más claro que, con su adhesión,

buscaban la independencia de la Banda Oriental.

El cabildo de Montevideo invitó a Rivera a unirse a ellos en

la continuidad de la dominación portuguesa, con la esperanza de

que cuando finalmente los europeos se retiraran, concedieran la

independencia a Montevideo y su jurisdicción. A la invocación del

cabildo al patriotismo de Rivera, éste les respondió que el

patriotismo, es la búsqueda de la felicidad de la patria, que eso era

lo que él entendía como sinónimo de paz. Según sus propias

palabras: -“la Banda Oriental nunca fue menos feliz en la época de

su desgraciada independencia…”

En noviembre de 1823, las tropas portuguesas entregaron

Montevideo al General Lecor, que ingresó en la ciudad y proclamó

anexada la Cisplatina al Imperio del Brasil. Una de las primeras

incumbencias de Lecor, fue otorgar a Rivera el título de Barón de

Tacuarembó, y lo nombró comandante de campaña.