Una voz insurgente_Cap. 2

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  • 7/26/2019 Una voz insurgente_Cap. 2

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    CAPITULO

    II

    FEMINISMO

    FEMINID D

    Quin

    invent

    el lenguaje

    articulado.

    -

    Guerra

    de sexos.-

    Las feministas inglesas. - a intuicin

    famoso

    sexto sen-

    tido. -

    El marimacho

    feminista.

    Antroplogos e historiadores

    confluyen

    todos en

    la

    te

    sis

    de

    que

    la primera clula

    de

    agrupacin humana fue la

    sociedad matriarcal

    de

    rgimen y

    sucesin

    materna pero

    se abstienen de expresar que fue

    la

    mujer la primera y

    ms

    profunda

    raz

    nutricia

    de

    la

    cultura y de la civiliza

    cin.

    Ninguno de

    los que han tratado de

    bucear

    en los

    orgenes del lenguaje ha esbozado

    siquiera

    la sugerencia

    de

    que haya podido

    surgir

    de la relacin

    primaria

    de

    la

    madre con el hijo. De dnde sino

    de

    la

    necesidad

    de

    co

    municar al hijo afectos impresiones mandatos o modos

    de

    conducta pudo nacer el lenguaje?

    Hasta

    donde

    puede

    rastrearse en los ignotos cauces

    de la

    antropologa no

    encontramos

    facultades

    intelectuales

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    o dotes especiales desaparecidas a

    las cuales

    pudiera atri-

    burse el origen del lenguaje. Forzosamente llegamos as

    a

    la

    conclusin

    lgica

    y

    cientficamente preestablecida de

    que es a la madre, primera presencia

    que

    tiende hilos de

    relacin

    entre el

    ser que abre los ojos a

    la

    vida y

    la

    na-

    turaleza

    que

    le odea a quien puede atriburse

    con

    certe-

    za

    las primigenias fuentes de comunicacin

    entre

    los seres

    humanos.

    Si la

    mujer

    abri las primeras trochas por las cuales

    se

    oper el

    trnsito del

    salvajismo

    a la civilizacin, es pre-

    sumible que

    hayan

    quedado sepultadas en

    esa

    etapa

    las

    huellas de una cultura femenina. borrada

    por la

    accin

    de

    los siglos a donde no ha

    logrado

    o no

    ha

    querido pe

    netrar

    la investigacin cientfica masculina.

    No

    hay

    noticia alguna sobre las formas o modos del

    despojo, como

    tampoco

    de las caractersticas

    y

    repercusio-

    nes del conflicto creado en

    tan

    lejana poca entre los dos

    sexos.

    Apenas

    conocemos

    las

    consecuencias ya en

    el

    hecho

    concreto de

    la sustitucin

    de

    la sociedad

    matriarcal

    por

    la

    patriarcal, que degrad al conglomerado femenino,

    redu-

    cindolo

    a la msera

    condicin

    de subordinado, e

    impo-

    nindole ajenas normas de

    conducta. Es indudable que

    al

    producirse el choque,

    los

    varones

    se unificaran,

    con

    un

    comn

    sentido

    de fuerza

    hegemnica

    para

    imponer su so-

    berana ; mientras las mujeres, quizs por

    un

    proceso len-

    to de disgregacin entre s haban perdido

    la

    fe en

    sus

    valores

    esenciales

    y constituan material apto para

    la

    re-

    ceptividad

    y aceptacin de los ' patrones de

    conducta que

    les

    fueron

    impuestos.

    4

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    Este es, a mi entender, el origen de la

    tan nombrada

    guerra

    de sexos

    que, al

    dar el

    triunfo al varn, lo colo-

    c en

    el

    terreno

    de la

    soberana intelectual

    desde

    donde

    someti

    al sexo opuesto,

    empezando por

    lavarle

    el cerebro

    a

    fin de dotarlo de una

    segunda naturaleza

    superpuesta.

    Fue as fcil ejercicio el

    de

    establecer

    las

    tres categoras

    de

    mujeres de que nos habla Demstenes,

    apropiadas

    y

    gratas

    para el

    aprovechamiento de la clase

    dominante

    :

    las

    esposas para dar hijos y asegurar la continuidad de la pro-

    piedad

    la

    riqueza;

    las

    rameras para

    los

    goces

    sensuales,

    las hetairas,

    especie

    intermedia

    entre la

    esposa

    la

    ra-

    mera, para

    las

    intrigas

    de corte, las

    tertulias de algn vue-

    lo intelectual o literario y

    las licencias del

    alto mundo so-

    cial Ntese cmo estas ltimas no tenan la categora de

    las matronas,

    sino

    que

    representaban

    una elevada especie

    de cortesanas de

    moda, prostitudas

    por el ejercicio de

    la

    inteligencia.

    A tal grado lleg

    la

    plasticidad

    de

    la

    masa

    femenina

    para

    la implantacin

    de

    estos

    preceptos

    normativos, que

    los

    consider

    como naturales, la locucin guerra de se-

    xos

    se convirti en

    una

    especie

    de tab

    o de coco aterra-

    dor, con el cual los hombres

    amedrentaban

    a las mujeres

    que se

    atrevan

    a

    expresar

    tmidamente la protesta

    por sus

    derechos conculcados.

    Este apacible goce de

    la

    heredad masculina tan cui-

    dadosamente edificada, labrada y mantenida durante

    mi-

    lenarias

    etapas, sufri

    un

    violento

    traumatismo

    cuando las

    feministas inglesas

    se lanzaron en masa a la reivindica-

    cin y

    a

    la protesta. Un estallido

    de ira

    colectiva fue la

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    primera

    manifestacin

    de

    repulsa

    varonil. Corri a cho-

    rros la

    tinta

    de

    imprenta

    para motejar a ese 'esperpento

    humano, pavoroso

    engendro hbrido ,

    al

    que

    denominaron

    marimacho

    o

    feminista ,

    trminos que,

    segn

    la

    afir-

    macin de los sabios

    eran

    sinnimos.

    Ciertamente

    el

    ejrcito

    de las

    feministas., que

    libr

    la batalla

    por la

    igualdad

    de

    los

    derechos humanos no

    era,

    ni poda ser, un desfile de modas, ni mucho menos

    la

    in-

    vasin

    del

    parlamento por todas las gracias

    tejiendo

    guir-

    naldas para ornar las

    frentes

    de los ilustres parlamentarios

    ingleses;

    tampoco

    iban

    a estar

    all las

    lnguidas

    princesas,

    ni

    las odaliscas que muelle y resignadamente dorman en

    el harem.

    Eran

    mujeres

    con

    entendimiento, raciocinio

    y

    voluntad creadora quienes as se enfrentaban

    para

    desa-

    fiar la ira de los dueos

    absolutos del

    poder. Tan

    grande

    era su

    fuerza y

    tan

    firme su

    decisin,

    que fueron

    capaces

    de vencer;

    triunfo

    ste

    que no

    les

    perdonaron

    los

    varones,

    quienes . se creyeron

    destronados.

    Emularon entonces los cantos lricos

    de

    alabanza a

    las deidades hechas

    de

    gracia, dulzura, frivolidad e igno-

    rancia. A este amasijo de celestiales virtudes bautizaron

    con el nombre

    de feminidad ,

    e iniciaron

    el incienso

    y

    las rogativas para detener

    el vuelo de

    estos

    ngeles

    que

    pretendan

    precipitarse de los cielos

    del eterno femeni-

    no a

    las fangosas comarcas de

    la

    poltica,

    el razonamien-

    to, la controversia y la lgica. Contrapusieron

    as

    la fe-

    minidad al

    feminismo .

    El

    contraste

    era

    aterrador y produjo su

    efecto inme-

    diato: las mujeres huyeron espantadas a

    refugiarse

    en la

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    ' feminidad condenando a

    las

    feministas . Tan

    mons-

    truosa deslealtad con las defensoras de su

    propia causa

    slo puede justificarse por

    el profundo

    abismo de servil

    ignorancia

    en

    que

    se hallaba

    sepultada

    la

    mujer

    durante

    siglos.

    Ignorancia

    y servilismo

    que an

    perduran en

    mu-

    chas

    conspicuas

    damas

    que

    ni siquiera saben el significa-

    do y menos an, el

    origen de estas palabras. Con cando-

    rosa simpliidad

    exclaman

    cuando se

    las

    interroga

    sobre

    sus

    actividades en

    la nueva

    posicin

    de

    ciudadanas: La

    mujer debe ser

    muy femenina .

    Acaso el

    simple

    hecho

    de ser

    mujer

    no

    lleva implcito

    su

    sexo o

    calidad

    femeni-

    na?

    Por

    qu

    y en razn de

    qu han

    de

    estar proclaman-

    do su feminidad y

    sentirse tan

    satisfechas engalanadas

    con esa

    mezcla

    de frvolos a tributos?

    Curioso

    es comprobar, en esta poca del refinamien-

    to en todas

    la

    s artes

    dirigidas embellecimiento de la mu-

    jer,

    que

    los ms

    brillantes

    creadores de la moda, la .

    alta

    costura el

    maquillaje

    y el

    peinado,

    son

    hombres; sin

    em-

    bargo jams se

    le

    ha

    ocurrido

    a

    nadie ordenarles

    ni tan

    siquiera

    insinuarles, qw abandonen tales

    campos

    consi-

    derados como de

    la

    exclusiva propiedad y dominio

    de la

    mujer. Ni tampoco han pensado estos creadores

    del

    arte

    femenino que estn fuera

    de

    sitio y que, por tanto, deben

    afirmar

    su

    masculinidad

    con pblicas declaraciones

    a di-

    ferencia

    de lo que les ocurre a

    las

    damas que,

    cuando aso-

    man el rostro por las rendijas de

    la

    poltica o de la admi-

    nistracin pblica, se sienten obligadas a

    proclamar

    que

    son

    ngeles de ternura y de

    bondad, con

    uas

    pintadas,

    modernas

    pelucas, costoso maquillaje y capacidad

    de

    dar

    a luz uno o

    ms

    hijos.

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    Tampoco los jefes y directores de la alta culinaria

    han abrigado nunca el

    temor de perder su

    masculinidad

    al

    entregarse

    a este

    arte asignado desde tiempo inmemo-

    rial

    a

    la

    mujer.

    El coro de salmos alabanzas

    masculinas

    a

    la

    femi-

    nidad lleg en la creacin

    de

    mitos hasta a inventarle

    un

    sexto sentido a la mujer: la intuicin.

    No

    caban

    de

    al-

    borozo las damas cuando se

    sintieron

    regaladas y atavia-

    das con

    tan extraordinario don sin percatarse

    de

    que

    el

    animal intuye

    cuando

    el

    sabio

    raciocina.

    La

    bestia

    cabal-

    gar espoleada por el jinete

    se

    detiene

    ante

    el abismo

    y

    salta hacia atrs en vez

    de

    precipitarse; no es

    que

    alcan-

    ce a medir

    la

    profundidad ni a

    calcular

    las

    consecuen-

    cias

    de

    su cada sino

    que

    intuye el peligro y lo rechaza.

    Los

    animales

    todos huyen ante la persona que los acosa

    para

    atraparlos

    simplemente

    porque intuyen la

    presencia

    de

    un riesgo.

    En igualdad de

    condiciones con

    los animales

    irracio-

    nales colocaron pues los hombres a

    las

    mujeres cuando

    les

    adjudicaron

    el

    famoso

    sexto sentido.

    Quedaban exone-

    radas

    de pensar

    porque

    con

    la

    intuicin que

    al parecer

    equivale al

    instinto posean

    la

    clave

    para

    descubrir

    el fu-

    turo

    y

    resolver

    los

    problemas. Era cmodo

    y

    grato poseer

    esta lumbre

    que las libraba

    de

    las

    disciplinas

    de

    la

    inte-

    ligencia

    apartndolas cada

    vez

    ms de las esferas directi-

    vas. Fue

    prodigioso el

    xito

    de

    la nueva

    farsa

    porque

    tra-

    bajaba

    sobre

    una masa dctil y suave para ser plasmada

    al

    capricho : crdulas asustadizas agobiadas

    por

    mitos y

    6

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    temores

    ancestrales

    las mujeres se

    convirtieron

    en ciegos

    instrumentos.

    Cundo

    acabarn

    de

    regalarnos

    con

    tamaas false-

    dades?

    Seguramente

    cuando

    la

    pueril

    arcaica

    estructu-

    racin del conglomerado femenino alcance niveles de

    su-

    peracin; cuando se opere

    el

    desarraigo

    de

    los hbitos

    formas de

    pensamiento impuestas

    por

    su repeticin suce-

    siva

    durante

    milenios

    de opresin.

    Presentes

    estn

    en mi memoria

    los

    gritos

    varoniles

    de

    protesta cuando

    las

    primeras

    colombianas tuvieron

    que sa-

    lir

    a

    trabajar

    fuera

    del hogar;

    igual

    cosa

    sucedi

    cuando

    empez a

    implantarse

    la

    coeducacin

    e

    idntica

    tambin

    cuando

    empezamos

    a luchar por los

    derechos

    civiles po-

    lticos. En las tres ocasiones se movilizaron los

    mismos

    tres

    argumentos:

    la quiebra

    del hogar ;

    la

    incompatibilidad de

    tales sistemas

    con

    nuestro temperamento latino tropical

    y la corrupcin de

    las

    santas

    costumbres colombianas.

    Tampoco faltaron profetas para

    predecir

    las

    desastrosas

    consecuencias de los

    hogares

    gobernados por mujeres doc-

    toradas.

    Queran

    convencernos

    de que la madre primera

    maestra del ciudadano en embrin realizara mejor ms

    elevada funcin cuanto

    ms

    ignorante fuese. Ahora en pre-

    sencia del

    estruendoso

    fracaso

    de

    sus

    pronsticos

    callan

    como peces

    pretenden borraF lo dicho

    entonando

    cnticos al valioso contingente

    de votacin

    femenina

    apro-

    pindose

    la paternidad

    de

    los derechos polticos

    conquis-

    tados por

    la mujer tras

    dura lucha.

    Ya

    no se

    nombra

    la marisabidilla

    ni

    la bachillera primeros

    apodos con que

    47

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    intimidaron las

    mujeres

    para espantarlas

    de

    las aulas

    u niversi tarias.

    Si las

    damas que se dedican al profesorado, y muy es

    pecialmente

    las

    que

    tienen

    su

    cargo

    la

    ctedra

    de

    antro

    pologa,

    se

    preocuparan por

    transmitir

    sus

    alumnas

    un

    conocimiento cientfico y

    racional

    de los orgenes de

    la

    ci-

    vilizacin,

    proyectaran

    los

    primeros

    fulgores de

    claridad

    en

    la

    s mentes de

    las

    mujeres del maana. Pero mientras

    continen

    hablando en funcin de inferioridad, que an

    tepone todo

    atisbo de

    cultura

    el

    voc blo 'hombre', le-

    jos de

    contribur

    despejar

    el horizonte,

    estn

    cubriendo

    de

    maleza

    la brecha

    tan

    difcilmente

    abierta por las fe

    ministas .

    8