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UNIDAD 6.1. DESAMORTIZACIÓN Y CAMBIOS AGRARIOS. 1. LAS DESAMORTIZACIONES 1.1. Concepto y cronología La desamortización fue un hecho fundamental en el proceso de la revolución burguesa. Significó un cambio esencial en el sistema de propiedad y tenencia de la tierra. Por desamortización entendemos la incautación estatal de bienes raíces de propiedad colectiva, bien eclesiástica o bien civil , que, tras la correspondiente nacionalización y posterior venta en subasta, pasan a formar una propiedad nueva, privada, con plena libertad de uso y disposición; así pues pasan a tener la condición de bienes libres de propiedad particular ordinaria. Es necesario distinguir entre ‘desvinculación’ y ‘desamortización’. Por la primera, los bienes se hacen libres en sus mismos poseedores, como sucedió con los mayorazgos. Por la segunda, sus poseedores los pierden, pasan al Estado, bajo cuyo dominio son ‘bienes nacionales’, el Estado los vende a particulares, y al adquirirlos los compradores se hacen ‘bienes libres’. El proceso desamortizador se aplica con toda su fuerza en los períodos de gobierno progresista bajo las regencias de Mª Cristina (en los años 1836-37) y Espartero y durante el Bienio Progresista (1854-56), de nuevo con Espartero a la cabeza, reinando ya Isabel II. Durante el reinado de Carlos III, aunque sólo desde un punto de vista teórico, ilustrados como Jovellanos (Informe sobre la Ley Agraria) critican la amortización de bienes raíces y le achacaban el ser la principal causa del estancamiento agrario. Los reformistas ilustrados del siglo XVIII, preocupados por obtener el máximo rendimiento de la tierra y los recursos naturales, fuente para ellos de la riqueza y fortaleza del Estado, habían insinuado la necesidad de cambiar el sistema señorial de propiedad de la tierra. En el Antiguo Régimen, una gran parte de la tierra era de manos muertas, es decir, tierras vinculadas a dominios monásticos o a municipios y, además de no tributar, no podían ser vendidas por sus titulares, estaban fuera del mercado y, por ello, no podían ser mejoradas. Si se quería promover la reforma agraria era necesario que pasaran a ser bienes privados susceptibles de mejoras técnicas. En tiempos de Godoy en 1798-1808, la política belicista y el crecimiento brutal de la deuda pública obligaron a iniciar una desamortización de bienes municipales y eclesiales con un importe de unos 1600 millones de reales, cuando se obtuvo permiso de la Santa Sede para expropiar y vender los bienes de los jesuitas y de obras pías (hospicios, beneficencia, etc.) que venían a ser una sexta parte de los cientos de millones de deuda pública en vales reales. Las Cortes de Cádiz llevaron a cabo legislaciones que contemplaban la supresión de conventos y órdenes religiosas y la puesta en venta de sus propiedades. Pero la restauración del absolutismo en 1814 significó la anulación de las exclaustraciones y la devolución de los bienes vendidos a los frailes. De nuevo, en el Trienio Liberal, volvieron a entrar en vigor las decisiones de las Cortes de Cádiz, pero en 1823 retornó el régimen absolutista, y Fernando VII obligó a restituir los bienes vendidos. Por tanto, será a la muerte de Fernando VII, cuando los liberales, fundamentalmente los progresistas, pongan en marcha la maquinaria jurídica-económica, capaz de poner en venta ingentes cantidades de tierra y transformar de forma radical la propiedad de la tierra como sólo se había hecho en la Edad Media tras la Reconquista. 1.2. La Desamortización de Mendizábal El proceso desamortizador se debe al empuje de los progresistas. Aunque progresistas y moderados pertenecían a la familia liberal, tenían sensibles diferencias acerca de cómo construir el Nuevo Régimen político. Así los moderados, pensaban que las reformas tenían que hacerse sin poner en peligro sus propiedades y sustentadas en el orden y en una autoridad fuerte, por ello fortalecerán las atribuciones de la Corona y limitarán al máximo la participación política. Los progresistas en cambio, serán partidarios de acometer reformas profundas y radicales, limitando el papel político de la Corona y ampliando la base electoral. Por tanto serán estos últimos, los progresistas, que accederán al poder en su conjunto en 1836, por la presión de un pronunciamiento militar (sublevación de los sargentos de la Granja de S. Ildefonso, agosto de 1836), los que verdaderamente inicien la revolución liberal. Concretamente su hombre fuerte Mendizábal, que ya era ministro de Hacienda de la regente Mª Cristina, emprendió reformas fundamentales, para lo cual asumió personalmente las carteras de Estado, Guerra, Marina y Hacienda. Su programa incluía la reforma de la Ley electoral de 1834, muy restrictiva que sólo afectaba a los muy

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UNIDAD 6.1. DESAMORTIZACIÓN Y CAMBIOS AGRARIOS. 1. LAS DESAMORTIZACIONES

1.1. Concepto y cronología

La desamortización fue un hecho fundamental en el proceso de la revolución burguesa. Significó un cambio esencial en el sistema de propiedad y tenencia de la tierra. Por desamortización entendemos la incautación estatal de bienes raíces de propiedad colectiva, bien eclesiástica o bien civil, que, tras la correspondiente nacionalización y posterior venta en subasta, pasan a formar una propiedad nueva, privada, con plena libertad de uso y disposición; así pues pasan a tener la condición de bienes libres de propiedad particular ordinaria.

Es necesario distinguir entre ‘desvinculación’ y ‘desamortización’. Por la primera, los bienes se hacen libres en sus mismos poseedores, como sucedió con los mayorazgos. Por la segunda, sus poseedores los pierden, pasan al Estado, bajo cuyo dominio son ‘bienes nacionales’, el Estado los vende a particulares, y al adquirirlos los compradores se hacen ‘bienes libres’.

El proceso desamortizador se aplica con toda su fuerza en los períodos de gobierno progresista bajo las regencias de Mª Cristina (en los años 1836-37) y Espartero y durante el Bienio Progresista (1854-56), de nuevo con Espartero a la cabeza, reinando ya Isabel II.

Durante el reinado de Carlos III, aunque sólo desde un punto de vista teórico, ilustrados como Jovellanos (Informe sobre la Ley Agraria) critican la amortización de bienes raíces y le achacaban el ser la principal causa del estancamiento agrario.

Los reformistas ilustrados del siglo XVIII, preocupados por obtener el máximo rendimiento de la tierra y los recursos naturales, fuente para ellos de la riqueza y fortaleza del Estado, habían insinuado la necesidad de cambiar el sistema señorial de propiedad de la tierra. En el Antiguo Régimen, una gran parte de la tierra era de manos muertas, es decir, tierras vinculadas a dominios monásticos o a municipios y, además de no tributar, no podían ser vendidas por sus titulares, estaban fuera del mercado y, por ello, no podían ser mejoradas. Si se quería promover la reforma agraria era necesario que pasaran a ser bienes privados susceptibles de mejoras técnicas.

En tiempos de Godoy en 1798-1808, la política belicista y el crecimiento brutal de la deuda pública obligaron a iniciar una desamortización de bienes municipales y eclesiales con un importe de unos 1600 millones de reales, cuando se obtuvo permiso de la Santa Sede para expropiar y vender los bienes de los jesuitas y de obras pías (hospicios, beneficencia, etc.) que venían a ser una sexta parte de los cientos de millones de deuda pública en vales reales.

Las Cortes de Cádiz llevaron a cabo legislaciones que contemplaban la supresión de conventos y órdenes religiosas y la puesta en venta de sus propiedades. Pero la restauración del absolutismo en 1814 significó la anulación de las exclaustraciones y la devolución de los bienes vendidos a los frailes.

De nuevo, en el Trienio Liberal, volvieron a entrar en vigor las decisiones de las Cortes de Cádiz, pero en 1823 retornó el régimen absolutista, y Fernando VII obligó a restituir los bienes vendidos.

Por tanto, será a la muerte de Fernando VII, cuando los liberales, fundamentalmente los progresistas, pongan en marcha la maquinaria jurídica-económica, capaz de poner en venta ingentes cantidades de tierra y transformar de forma radical la propiedad de la tierra como sólo se había hecho en la Edad Media tras la Reconquista.

1.2. La Desamortización de Mendizábal

El proceso desamortizador se debe al empuje de los progresistas. Aunque progresistas y moderados pertenecían a la familia liberal, tenían sensibles diferencias acerca de cómo construir el Nuevo Régimen político. Así los moderados, pensaban que las reformas tenían que hacerse sin poner en peligro sus propiedades y sustentadas en el orden y en una autoridad fuerte, por ello fortalecerán las atribuciones de la Corona y limitarán al máximo la participación política. Los progresistas en cambio, serán partidarios de acometer reformas profundas y radicales, limitando el papel político de la Corona y ampliando la base electoral.

Por tanto serán estos últimos, los progresistas, que accederán al poder en su conjunto en 1836, por la presión de un pronunciamiento militar (sublevación de los sargentos de la Granja de S. Ildefonso, agosto de 1836), los que verdaderamente inicien la revolución liberal. Concretamente su hombre fuerte Mendizábal, que ya era ministro de Hacienda de la regente Mª Cristina, emprendió reformas fundamentales, para lo cual asumió personalmente las carteras de Estado, Guerra, Marina y Hacienda. Su programa incluía la reforma de la Ley electoral de 1834, muy restrictiva que sólo afectaba a los muy

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poderosos económicamente, por otra más amplia; el restablecimiento de la libertad de imprenta y otros derechos fundamentales; la reforma a fondo de la Hacienda y sobre todo fue el principal responsable de la ley de desamortización eclesiástica más importante aprobada en España, indispensable marco jurídico para acometer la “reforma agraria” que querían los liberales.

Tres fueron los objetivos que Mendizábal aspiraba a alcanzar, con sus leyes desamortizadoras:

Objetivo financiero: buscar ingresos para pagar la deuda pública del Estado, tanto a nacionales como a extranjeros. De este modo quedarían resueltos los problemas hacendísticos y se obtendrían además recursos económicos para costear la guerra contra los carlistas.

Objetivo político: ampliar el número de simpatizantes al liberalismo, crear un sector de propietarios que se sintieran unidos al régimen liberal isabelino porque los compradores de bienes desamortizados ligarían su suerte a la victoria del bando liberal en la guerra, pues un hipotético triunfo de los carlistas obligaría a devolver las fincas a la Iglesia. Además, hay que tener en cuenta que buena parte del clero regular era simpatizante de la causa carlista.

Objetivo social: crear una clase media de campesinos propietarios, que diera estabilidad al régimen liberal también en el mundo rural

Así pues, el nombre de Mendizábal va unido a la desamortización eclesiástica, pero también con

anterioridad hubo desamortización de bienes eclesiásticos, ya que poco antes de la subida al poder de Mendizábal se aprobaron dos reales decretos (15 julio 1834 y 4 julio 1835) mediante los cuales se suprimía definitivamente la Inquisición y se abolía de nuevo en España la Compañía de Jesús. Los bienes de ambas instituciones se dedicaban por parte del Estado a la extinción de la deuda pública. El mismo mes de julio se decretó la supresión de conventos y monasterios que tuviesen menos de doce profesos, aplicándose sus bienes a la misma finalidad que los anteriores. Mendizábal, no adoptó una política absolutamente novedosa, lo que fue sistematizar y radicalizar estas medidas de sus antecesores.

El 11 de octubre de 1835, Mendizábal promulgó un decreto mediante el cual se suprimían las órdenes religiosas y se justificaba la medida, en tanto se consideraban desproporcionados sus bienes a los medios que entonces tenía la nación. Otro decreto, promulgado el 19 de febrero de 1836, se declaraban en venta todos los bienes de las Comunidades y corporaciones religiosas extinguidas, y también aquellos que ya hubiesen pasado a la consideración de bienes nacionales, o la adquiriesen en el futuro.

La secuencia desamortizadora se sustenta en dos niveles. El primero hace referencia a la supresión de instituciones religiosas y la aplicación de sus patrimonios para la extinción de la deuda pública. Por otro lado, el decreto de febrero de 1836 establecía los principios y mecanismos de la desamortización: se declaraban en venta todos los bienes y demás bienes calificados o que se calificarán como nacionales. Entre otras cuestiones, el decreto fijaba en su artículo 3º la subasta pública como norma para realizar las ventas, previa tasación, y en su artículo 10º como forma de pago se admitía el dinero en efectivo o los títulos de la deuda consolidada por todo su valor nominal.

En total entre 1836 y 1844 se habían vendido propiedades por valor de 3274 millones de reales. Se habían desamortizado el 62 % de las propiedades de la Iglesia, primero del clero regular (tierras, casas, monasterios y conventos con todos sus enseres) y después del clero secular (Catedrales e iglesias en general).

Las fincas fueron tasadas por peritos de Hacienda y subastadas después, alcanzando una puja media del 220% sobre el precio de salida; estas pujas fueron acaparadas por los inversores burgueses, puesto que eran los únicos que tenían liquidez, sabían pujar y podían controlar fácilmente las subastas. Además comprar era un excelente negocio: sólo se abonaba el 20% al contado, el resto se pagaba aplazado, y se admitían para el pago los títulos de deuda por su valor nominal. Como estaban muy desvalorizados en el mercado, adquirirlos en bolsa y pagar con ellos era una ganga para el comprador.

Aunque los moderados paralizaron el decreto de desamortización durante la década en la que gobernaron en solitario (1844-1854), en realidad ya quedaba muy poco eclesiástico que nacionalizar.

Entre las raras voces de los sectores progresistas que se opusieron a Mendizábal destacó la de Flórez Estrada. En un artículo publicado en El Español, en febrero de 1836, se declaraba partidario de la desamortización, pero contrario al sistema propuesto por el ministro de Hacienda. Su preocupación reformista era fundamentalmente social. Admitía la desamortización para mejorar la condición de las clases rurales y estaba preocupado por favorecer al proletariado agrario. Flórez Estrada volvió a enlazar con el espíritu de los ilustrados: desamortizar para reformar la estructura agraria. Su propuesta era arrendar en “enfiteusis” por 50 años a los mismos colonos que las estaban trabajando a la Iglesia, con

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la posibilidad de renovación del contrato al expirar dicho plazo. Esta propuesta era ventajosa para el Estado, que no perdía la propiedad de los “bienes nacionales” y podía invertir el importe de las rentas en el pago de las deudas. Al mismo tiempo advertía que con las ventas todas las clases de la sociedad saldrían perjudicadas y solo ganarían los especuladores.

1.3. La Desamortización de Madoz La segunda gran desamortización fue iniciada, de nuevo con los progresistas en el poder (1854-

1856), que habían accedido otra vez a través de un pronunciamiento militar, único recurso posible ante las restricciones que les imponía la Ley Electoral de 1846 y la propia Corona, que nunca confiará en ellos para las tareas de gobierno.

En efecto, con la Ley Madoz o de “desamortización general”, de 1 de mayo de 1855, se procedió a la última y más importante etapa de esta gran operación liquidadora. Se hablaba de “desamortización general” porque se trataba ahora no ya solo de los bienes de la Iglesia, sino de todos los amortizados, es decir, de los pertenecientes al Estado y a los municipios también, los propios y baldíos de los municipios y, en general, todos los bienes que permanecieran amortizados.

Se trataba, por tanto, de completar y terminar el proceso de desamortización iniciado por Mendizábal en 1836. La ley pretendía ser -como rezaba su preámbulo- “una revolución fundamental en la manera de ser de la nación española, el golpe dado al antiguo deplorable régimen, y la forma y el resumen de la generación política de nuestra patria.”

Se declaraban en venta todos los bienes pertenecientes a manos muertas que no lo habían sido en anteriores desamortizaciones, es decir, todos los predios rústicas y urbanos, censo y foros del clero, de las órdenes militares de Santiago, Calatrava, Montesa y San Juan de Jerusalén, de cofradías, obras pías y santuarios, de propios y comunes de los pueblos, de beneficencia y de instrucción pública. De todos ellos, los que destacaban por su importancia eran los bienes que pertenecían a los municipios, tanto los que eran propiedad del pueblo en su conjunto -propios- y los beneficios que producían revertían en la totalidad de la comunidad, en forma, por ejemplo, de mejoras de infraestructura, como los comunes, que siendo también del pueblo podían ser disfrutados personal e individualmente por los vecinos del mismo para llevar el ganado a pastar o para recoger leña para el hogar.

La finalidad de la ley Madoz era fundamentalmente, como lo había sido la de Mendizábal, la de obtener medios económicos para el Estado. Tampoco en esta ocasión aparece como una preocupación por parte de los progresistas el acceso a la tierra de los desposeídos. Los bienes desamortizados pasarían a propiedad de aquellos que más pudieran pagar por ellos. Es decir, se utilizó también el procedimiento de la subasta pública para su venta, no obstante, se introdujeron algunas mejoras técnicas en cuanto a la forma de pago, pues ésta sólo podría hacerse en metálico y en un plazo de quince años, con un descuento del 5% sobre los plazos adelantados. Estas condiciones se modificaron en parte en 1856, admitiéndose en algunos casos títulos de Deuda para pagar la mitad del valor total de los bienes adquiridos.

La Ley Madoz se desarrolló a gran velocidad. Entre 1855 y 1856 se subastaron más de 43.000 fincas rústicas y unas 9.000 urbanas, por un valor cercano a los 8000 millones de reales. Se calculó en más de 1700 millones de reales el ingreso para la Hacienda por la operación. De otro lado, la desamortización de los bienes del clero incluidos en esta ley planteaba de nuevo, a los cuatro años de la firma del Concordato, las relaciones con la Santa Sede. Por este motivo, la reina se negó en un principio a sancionar la ley cuando se la presentaron en Aranjuez, donde se hallaba, Espartero y O’Donnell. Tras algunas dilaciones y excusas no tuvo más remedio que sancionarla, aun con graves problemas de conciencia, lo que provocó la ruptura con Roma.

1.4. Consecuencias del Proceso Desamortizador.

El proceso desamortizador en su conjunto (Mendizábal y Madoz) es una transformación económica y social de gran magnitud que tuvo consecuencias muy diversas:

El desmantelamiento casi completo de la Iglesia y de sus fuentes de riqueza, toda vez que el diezmo, su otra alternativa, fue igualmente suprimido en 1837. Sólo en 1845 se establecería una Contribución de culto y clero. Para entonces la Iglesia había dejado de ser el estamento privilegiado, aunque conservaba su enorme influencia en las mentalidades y en la educación, que casi monopolizaba.

Se eliminó la propiedad comunal, lo que provocó un agravamiento considerable de la situación económica de los campesinos, que en adelante no pudieron utilizar los terrenos comunes de su

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municipio; esos terrenos de aprovechamiento libre y gratuito donde recoger leña o llevar a pastar el ganado, lo que forzó a una parte de la población rural a emigrar a las ciudades. En suma, profundizaba el proceso de proletarización definitiva de un inmenso campesinado, a quien se le expropiaba de estos últimos recursos provenientes de los bienes de propios y comunes.

No resolvió el problema de la deuda, pero sí contribuyó a atenuarlo. Se consiguió rescatar 5000 millones de reales de los 14.000 acumulados y se pusieron a tributar una enorme cantidad de propiedades que hasta entonces habían permanecido exentas, aumentando así los ingresos de la Hacienda. Sólo desde los años cincuenta, con la segunda desamortización y el desarrollo económico, se disminuiría drásticamente la deuda del Estado, aunque siempre quedará una parte de ella consolidada hasta el siglo XX.

No produjo un aumento de la producción agraria, contra lo que pretendía sus promotores. Lo nuevos propietarios, en general, no emprendieron mejoras, sino que se limitaron a seguir cobrando las rentas y las incrementaron, al sustituir los antiguos derechos señoriales y diezmos por nuevos contratos de arrendamiento más caros.

La compra de tierras, inutilizó un dinero líquido que hubiera sido de vital importancia para poner en práctica la incipiente industrialización de España.

Produjo una gran pérdida y expolio de bienes culturales de los antiguos monasterios, sobre todo. Muchas obras arquitectónicas se arruinarían, y bienes muebles (pinturas, bibliotecas, enseres) fueron vendidos a precios irrisorios y, en gran parte, salieron hacia otros países. Todo ello, a pesar de que en 1840 se habían establecido unas comisiones provinciales encargadas de catalogar y custodiar esos bienes.

Provocó un reforzamiento de la estructura de la propiedad de la tierra: acentuando el latifundismo en Andalucía y Extremadura, por ejemplo. Las tierras y las fincas urbanas fueron a parar a los antiguos terratenientes locales, a nuevos inversores de la burguesía financiera, industrial o profesional (sobre todo abogados), a especuladores e intermediarios. Estas gentes, amigos de políticos, caciques o viejos señores, constituirán la nueva clase terrateniente que tendrá el poder durante el reinado de Isabel II. Los que desde luego no compraron, en general, fueron los campesinos: o no recibían información de las subastas, o no sabían pujar o no tenían dinero para hacerlo. Cuando lo intentaron se encontraron con lotes demasiados grandes, pujas muy altas o subastas amañadas.

Tuvo consecuencias en el terreno urbanístico. En las ciudades como la mayoría de los inmuebles estaba en el centro urbano, la desamortización contribuyó a un urbanismo discriminador. La alta burguesía acaparó los mejores edificios del centro, excluyendo a las clases medias, confinadas en las viejas viviendas, y dejando para los obreros los arrabales de la periferia. Los grandes edificios de los conventos se convirtieron en cuarteles o edificios públicos o fueron derribados para construir grandes plazas.

Con la desamortización no se pretendió, ni se buscaba un reparto de las tierras, ni una reforma

agraria, sino beneficiar a quiénes, como Mendizábal mismo, pertenecía a la élite financiera y comercial, y buscaban consolidar su prosperidad económica con la compra de bienes inmuebles.

2. LOS CAMBIOS AGRARIOS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XIX

En el panorama que ofrece la economía española durante el reinado de Isabel II y en general durante todo el siglo XIX, el primer fenómeno que llama la atención es el de estancamiento. No quiere esto decir que la economía española no creciera durante este período: la población aumentó de unos once millones a principios del XIX a unos diecinueve a fines del siglo; la producción de alimentos, de prendas de vestir, de viviendas, se desarrolló a lo largo de estos años al menos lo suficiente para abastecer, aunque precariamente, las necesidades de esta población creciente; se construyó una gran parte de la red ferroviaria; las ciudades crecieron con gran rapidez; varias industrias, como la textil algodonera, la siderúrgica, la minera vieron su producción multiplicada; pero a pesar de estos progresos, en comparación con la de otros muchos países de Europa, la economía española se estancó visiblemente. Es decir, hay un desfase creciente entre la renta española y la europea.

Desde el punto de vista de las transformaciones agrícolas, se puede afirmar que todos los cambios que se introducen desde el punto de vista legal a lo largo de la primera mitad del siglo XIX: eliminación del señorío o eliminación de las vinculaciones que declaraba extinguidos los mayorazgos, con lo que se

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convirtió una propiedad inalienable e individual, en propiedad plena y circulante, la libertad de cercamiento de tierras (lo que significó acabar con prácticas tradicionales de la economía campesina comunal, como el aprovechamiento de las mieses para pasto o los derechos de paso) y de comercialización de productos agrarios, con la eliminación de precios tasados (libertad de precios), también, lógicamente, la acumulación de la propiedad de la tierra y el reforzamiento de su estructura (latifundio y minifundio) que resultó de la desamortización, no se tradujeron en innovaciones en las técnicas agrícolas, porque los nuevos propietarios prefirieron mantener los sistemas de explotación en vez de invertir en mejoras. Por eso el rendimiento de la tierra no aumentó, y sólo se incrementó la producción debido a la puesta en cultivo de más tierras después de la desamortización. Incluso bajó el rendimiento medio por unidad de superficie, porque las nuevas tierras cultivadas eran de peor calidad.

La desamortización y la revolución liberal también supusieron la decadencia de la cabaña ganadera, en parte porque muchas de las tierras que habían servido de pastos se cultivaron, pero también porque se introdujeron especies laneras que eran más rentables y productos textiles más competitivos. El resultado fue que la ganadería lanar experimentó un decrecimiento importante, tanto en número de cabezas como en las tierras dedicadas a pastos. También disminuyó el abono natural aportado a la tierra, lo que contribuyó a hacer descender los rendimientos.

Aunque aumentó el cultivo de patata y maíz, especialmente en el Norte, el trigo y otros cereales siguieron siendo los productos fundamentales y la base de la alimentación de la gran mayoría de la población. Ésta aumentó lentamente y se mantuvo como población jornalera con salarios muy bajos. Estos salariosi serán muy bajos en Andalucía frente a los de Levante y Cataluña, una constante en todo el siglo.

La población agrícola se mantuvo en permanente amenaza de hambre a causa de malas cosechas o de plagas. Se sucedieron varias crisis agrarias en los años 1825, 1837, 1847 (índice 130 de precios frente a 79’5 de 1845 para el precio de la harina), 1856 (índice 125 del precio de trigo de 1856 frente a 79’1 de 1853) y 1866-68 ( una hogaza de pan de 700 gramos,que llega a costar en Jaén 19 céntimos en 1863 pasa a costar en 1867 97’5 céntimos y en 1868 154 céntimos) que repercutieron en la capacidad de compra del campesinado, que utiliza aproximadamente más del 50% de su presupuesto en la compra del pan y un poco más del 60% en la alimentación en general y afectaron, por tanto, a los negocios industriales y financieros.

Por su parte, los gobiernos moderados, que defendían sobre todo los intereses de los propietarios de la tierra, realizaron una política comercial proteccionista precisamente para garantizar la venta a precios elevados de la producción, reservando para ello el mercado nacional. El resultado es que, en años de buenas cosechas, los precios se mantuvieron relativamente altos al no haber competencia exterior ni un mercado nacional suficientemente articulado (buenas comunicaciones entre los distintos puntos del país), mientras que en años de malas cosechas los precios se disparaban. Así los propietarios conseguían de esta manera acumular enormes ganancias, pero sin invertir en la mejora de la producción, puesto que el gobierno les garantizaba un mercado nacional reservado.

En definitiva, a pesar de todos los cambios agrarios que se operan durante la primera mitad del siglo XIX estamos ante una agricultura estancada que ni suministraba mano de obra a la industria (por su falta de mecanización) ni mercado suficiente para los productos fabriles, ni capitales necesarios de ser susceptibles de inversión. En conjunto, la agricultura supondrá un lastre importante para el desarrollo de los demás sectores productivos.