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Uomo d'onore

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Un cuento corto sobre la mafia neoyorquina, basado en el cuento "El principe malvado" de Hans Christien Andersen

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Uomo d’onore Hugo A Vásquez EBasado en El príncipe malvado de Hanz Christ ian Andersen

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Reservados todos los derechos.© Queda rigurosamente prohibi-da, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, inclui-dos la reprografía y el tratamiento informático, así como la dis-tribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.

ISBN: 978-84-253-9163-7

Impreso en ColombiaPor Ta ta ta Impresores. Agosto 19 de 2010.©

Basado en EL PRÍNCIPE MALVADO de Hanz Christian Andersen.

Adaptado por Hugo A. Vásquez E para Fondo de Cultura Económica 2010.

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Índice

Epígrafe

Inicio

Viernes Santo

Finale

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No hay lugar más difíc

il de penetrar

que la mente de un padrino y más si

es el padrino más sanguinario y ma-

quiavélico de Nueva York. Il signore

Puzollini es así, un hombre oscuro,

cubierto por un manto de misterio y

terror, tanto terror que en este mo-

mento mientras escribo estas líneas

temo por mi vida, puede que para el

lunes de pascua ya ni siquiera este

vivo, cuando uno se mete con un hom-

bre como Don Puzollini nada es más

seguro que la muerte.

1946, 18 de Abril. Jueves sAnto.Epígrafe

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Don Puzzollini llegó a Nue-va York en 1907. Con 12 años, Mario Piero Antonio Puzzollini era el pequeño

más afortunado de la Sicilia, iba a conocer América, la tierra de la liber-tad, solo dos días después de que su madre y sus hermanas mayores fue-ran asesinadas en su pequeño ran-cho con olor a olio e formaggio.

En aquel entonces era un mu-chacho siciliano analfabeta que em-pezó a mostrar un carácter terrible desde el mismo momento en que pisó la isla de Ellis.

Inicio

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Mario creció en las calles neoyorquinas ali-mentado por matronas italianas y por familias po-bres irlandesas, escocesas y españolas. Su vida fue la de un ladroncillo cualquiera hasta que cayó enfermo de fiebre tifoidea y la iglesia de La Nostra Signora dei Santi lo recibió en su orfanato.

Allí aprovechándose de la natu-ral simpatía que despertaba en las señoras y la confianza que le tenía el padre Michele comenzó una ca-rrera delictiva que empezaba con pequeños robos a la caja de las li-mosnas y que continuaba con esta-fas al panettiere de la esquina.

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Su temperamento fuerte y agresivo empezó a mostrarse a los 17 años cuando decidió ir a las afueras de Nueva York con unos amigos del orfana-to, salieron temprano cuando aun no salía el sol.

Mario, Fredo y Testanera, - cono-cido así por su pelo tremendamente oscuro - fueron a un territorio abando-nado cerca a los rieles del ferrocarril donde podían pescar y tomarse unos tragos cuando fueron descubiertos por unos irlandeses borrachos que quisieron robarles. Pero Mario los co-gió a golpes con su vara de pescar y con ayuda de Testanera los golpeó hasta casi dejarlos muertos y les robó todo el dinero que llevaban después de una noche de atracos y timos.

Mario llegó a los 18 años siendo todo un uomo y además con una pe-queña fortuna que empezó a invertir a la italiana: uvas, quesos, tomates, ha-rina y aceite de oliva importado para vender entre los nostálgicos vecinos.

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Pronto llegó a la prohibición y la crisis del 29 pero Mario supo sobre-llevarlas, su temperamento a pesar de agresivo y fuerte era además cal-culador y ordenado con el dinero, así cuando las familias empezaron a ven-der sus negocios en quiebra, Mario los compró y montó pequeñas desti-lerías clandestinas que le generaban una renta tan generosa que le permi-tieron conocer y cortejar a Gigliola, la hija de un verdulero que había vendi-do a Mario su negocio.

Gigliola era la mujer más encan-tadora de la Pequeña Italia, callada, trabajadora y con un cuerpo que las

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divas de la naciente industria del cine hollywoodense envidiarían, y desde el momento en que Mario la vio cayó enamorado de ella. El cortejo fue lar-go y complejo, a la manera italiana: Mario debía convencer al padre de Gigliola de que era el hombre para ella, debía respetar las tradiciones y ofrecer al padre la satisfacción de que podía sostenerla.

Mario cumplía los requisitos y cuando se supo que ahora era el dueño de varios locales incluido el de Flavio Marcini, el padre de Gigliola, este no dudo en desposarla con este portento siciliano de apenas 19 años que ya se mostraba como un pros-pecto de señor italiano.

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Pero no todo era dulzura, Mario tenia ahora varias destilerías de las cuales ocuparse sin levan-tar sospechas de la ley y además tenía un nuevo problema, Don Vicenza, gánster de ascendencia italiana lo quería conocer y al parecer no con bue-nas intenciones pero a la primera conversación entre los dos hombres Mario mostró que era mu-cho más rudo que Don Vicenza y prácticamente lo invito a aliarse a él. Don Vicenza le enseñó todo del lavoro desde cuales rutas debía escoger para transportar el licor, pasando por los policías a los que debía subornare para que no se interpusieran, hasta cómo deshacerse de un enemigo, cosa que lamento cuando se hundió en el Hudson.

Mario ya no sería más el simple ladronzuelo y contrabandista que era, ahora era el líder de una banda de “comerciantes” de prestigio en su barrio. La vida le cambió radicalmen-te, se convirtió en un líder natural, las señoras lo apreciaban, los hombres lo respetaban y sus nemeci le temían. Su fama crecía por su carácter amo-roso con sus hijos y con las personas pobres, tan comunes en la Pequeña Italia y por los métodos que usaba para desaparecer a sus enemigos sin que nadie sospechara nada. Ahora era Don Mario Puzzollini, líder de la recién nacida famiglia del sur de Manhattan que se convertiría en una de las más grandes de Nueva York.

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Se fue a vivir a Long Island, a una casa tan grande que intimidaba a Gigliola que no se acostumbraba a los lujos y que como buena italiana solo pensaba en criar a sus peque-ños, Carlo (Charlie como le decían todos) y Nicola (Nick, el menor de la casa y el mas americano, hablaba poco italiano y era menos amante de la tradición italiana). Sin embargo su familia no conocía los negocios de Don Puzzollini por lo que su centro de operaciones siguió estando en la Pequeña Italia.

La vida no pudo ser mejor para Don Puzzollini, la bonanza de la guerra lo estaba haciendo aun más rico y po-deroso, sus negocios crecían y aunque la prohibición había pasado y el licor se conseguía en todas partes, supo

abrir sus horizontes hacia negocios como las drogas traídas del pacifico y la recientes relaciones entre Cuba y las famiglie de Nueva York.

Sin embargo lo que no sabía Don Puzzollini era que su negocio era seguido de cerca por la policía,

el FBI y el periódico The New Man-hattan Herald y que pronto sentiría la presión de ser acorralado.

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Don Puzzollini está atrapado, he re-

unido la evidencia que lo inculpa de

todo, hoy es un día importante para

los italianos, la gente sale a las ca-

lles y la procesión que comenzara

en unas horas hace que todos luz-

can sus mejores ropas. Don Puzzolli-

ni está con sus hijos, Charlie y Nick

pero su esposa no está, el rumor es

que se encuentra muy enferma y se

excusó con el padre Michele por fal-

tar. Don Puzzollini me mira de reojo,

siento que sus hombres me están

acorralando y que no hay forma de

que escape, nunca debí aceptar este

“encargo” de mi editor, deberíamos

dejar esto en manos del FBI.

1946, 19 de Abril. viernes sAnto.

Viernes

Santo

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Don Puzzollini salió con Nick y Charlie temprano ese día, Testanera su consigliere los esperaba en la puerta

del carro con su mejor traje italiano. Era un día importante, el Viernes San-to era la procesión mayor y Don Puzzo-llini no faltaba nunca, mamma Gigliola se había quedado porque se sentía débil y había mandado sus excusas al padre Michele que la conocía des-de su matrimonio y era un importante concejero de la familia.

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Cuando llegaron al barrio Vecchio donde estaba la iglesia de La Nostra Signora dei Santi, Don Puzzollini se acercó con sus hijos donde el anciano padre y presentaron las excusas de la mamma, y se ubicaron en el atrio de la iglesia de donde saldría la procesión que recorrería toda la manzana. Sin embargo Biglieti un hombre de los que en la organización se conocen como soldati se acerco al don y mientras le ofrecía una naranja, le contó que ha-bía un periodista rondando y haciendo preguntas sobre él y sus negocios y que además había dicho cosas inde-bidas sobre él y su familia.

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Don Puzzollini pensó un rato las cosas y deci-dió esperar al fin de la procesión para hacerse car-go del periodista, que había insultado su onore y el de su familia. La procesión transcurrió tranquila, Don Puzzollini con su andar pausado acompañado por sus hijos y dos soldati iba en una solemnidad que parecía más cercana a la tristeza que al duelo por el signore sulla croce pero que igual llenaba de respeto a todos los vecinos.

Mientras esto ocurría, en la es-quina de Marcini’s, una verdulería local, el periodista era interceptado por dos hombres italianos altos y ro-bustos que lo llevaron a una pequeña pieza detrás de Marcini’s y le hicieron confesar a golpes que era lo que bus-caba, Mientras su sangre brotaba el periodista buscaba la forma de esca-par de ese lugar, hasta que vio una de las ventanas abiertas y decidió tirarse por ella. No era muy alta por lo que con las pocas fuerzas que le quedaban corrió o lo intentó, por el barrio Vecchio hasta llegar al atrio de la iglesia donde en ese momento se congregaba la gente.

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Cuando la gente lo vio se armo un alboroto tan grande que varios hombres fueron por la policía mientras el padre corría a socorrer al herido. Lo entro a la iglesia, pero en ese momento noto que varios hombres encabezados por Don Puzzollini en-traban tras él, varios iban armados así que el padre les grito que salieran de la iglesia con sus armas.

No importaba que tan alto grita-ba los hombres seguían avanzando y ya estaban a pocos metros. El padre Michele le suplicó que salieran pero este de la manera más clamada y cínica le dijo que era un asusto pen-diente y que no debía darle espera.

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Don Puzzollini le pidió al sacerdote que no in-terviniera pero este se negó rotundamente, alegó que esa era la casa de Dios y que cualquier atro-pello a un ser humano en esa casa era una ofen-sa a Dios, sin embargo el don le seguía exigiendo la entrega del periodista y estaba empezando a perder la cabeza. Cada segundo que pasaba se veía en la cara de Don Puzzollini la cólera que le producía la intromisión del sacerdote.

-Appiccano fuoco sulla Chiesa – Grito Don Puzzollini y agregó solemnemente: - Si su santidad quería ser mártir le vamos a dar la oportunidad.

Don Puzzollini excitado por el fuego y mientras la gente corría llena de temor empezó a gritar:

- Sono piú possente che Dio –Y mientas gritaba no se dio cuenta de que varias

patrullas de la policía lo rodeaban y que agentes del FBI lo esposaban, solo podía pensar en la cantidad de po-der que tenia y el control que tenia sobre todos y todo.

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FinaleEl padrino de la Famiglia Puzzollini, Don

Mario Piero Antonio Puzzollini, murió re-cluido y sin honor en una prisión de máxi-ma seguridad de un paro respiratorio,

sus restos fueron echados en una fosa común del cementerio de Stanten Island. Nadie antes de él había sido tan malvado, nadie antes de él se había enfrentado de frente a Dios y la Iglesia, los demás mafiosos consideraron que su locura era el produc-to de la ambición y que Dios lo había castigado con una muerte deshonrosa por no respetar su casa.

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