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Valió La Pena 1 El refugio para niños desamparados estaba pasando por su peor momento, no alcanzarían los recursos para seguir dando asistencia a los cincuenta menores de la calle que en aquel lugar habían encontrado refugio y el calor de un hogar. Las monjitas, con criterio de extrema escasez, gerenciaban los escasos fondos que provenían de los aportes gubernamentales y de unos cuantos filántropos que generosamente contribuían con su desinteresada ayuda. Pero este año el gobierno de este país latinoamericano había reducido su contribución a la mitad por motivos de falta de ingresos y además tuvieron que acoger a veinte niños más totalmente desamparados y menores de siete años que no tuvieron corazón para rechazar. Si fuera preciso ellas comerían menos o comprarían alimentos más económicos, pero a los niños había que alimentarlos bien si deseaban evitar que crecieran enfermizos y disminuidos ante las exigencias cada vez mayores que impone la competencia en nuestra sociedad. La temible inflación que asolaba al país colocaba casi fuera de sus posibilidades algunas de las necesidades básicas.

Valió La Pena

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Otro relato de Jaime Castañé, que nos conduce mediante la emoción y un divertido relato a muy valiosas reflexiones sobre nuestras vidas y el mundo en el que vivimos.

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El refugio para niños desamparados estaba pasando por su peor momento, no alcanzarían los recursos para seguir dando asistencia a los cincuenta menores de la calle que en aquel lugar habían encontrado refugio y el calor de un hogar.

Las monjitas, con criterio de extrema escasez, gerenciaban los escasos fondos que provenían de los aportes gubernamentales y de unos cuantos filántropos que generosamente contribuían con su desinteresada ayuda. Pero este año el gobierno de este país latinoamericano había reducido su contribución a la mitad por motivos de falta de ingresos y además tuvieron que acoger a veinte niños más totalmente desamparados y menores de siete

años que no tuvieron corazón para rechazar. Si fuera preciso ellas comerían menos o comprarían alimentos más económicos, pero a los niños había que alimentarlos bien si deseaban evitar que crecieran enfermizos y disminuidos ante las exigencias cada vez mayores que impone la competencia en nuestra sociedad. La temible inflación que asolaba al país colocaba casi fuera de sus posibilidades algunas de las necesidades básicas.

No era cuestión de repartir culpas, pero aquellas criaturas eran la parte más débil de la escala humana y los resentidos del mañana si no se les brindaba la atención y el amor al que tiene derecho todo ser humano, pues el desamparo era el producto de la injusticia social. Era una terrible realidad que con el favor de Dios había que enfrentar y las monjitas con su admirable devoción deseaban aportar su granito de arena.

Solamente un milagro podría evitar que tuvieran que cerrar el refugio a donde además se impartían clases hasta los primeros grados, de manera que los niños no crecieran en la ignorancia y estuvieran bien preparados para saltar a la educación secundaria. Los maestros daban su aporte cobrando honorarios muy bajos pero sólo por unas cuantas horas a la semana pues tenían que vivir y precisaban de un ingreso adicional que lo obtenían de otro empleo en otros planteles privados o públicos.

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No bastarían las limosnas que de puerta en puerta y a intervalos regulares las monjitas conseguían, la situación era angustiosa pero la absoluta fe en una solución al grave problema las mantenía en lucha constante.

El orfanato tenía buenas instalaciones, un dormitorios colectivos con cien camas y capacidad para algunas más de ser necesario, baños, un salón de lectura y esparcimiento, un gran patio a donde podían practicar deportes, aulas con capacidad cada una para treinta a cuarenta alumnos. Las dependencias privadas de las monjas, dispensario médico a donde una vez a la semana, un médico sin pago alguno, asistía a los niños. Y por su puesto una capilla que aun, con sus modestas dimensiones, podía dar cabida a todos y en donde una vez a la semana se daba una misa para que los niños crecieran con el amor y la fe en Dios.

El lugar fue donado por un filántropo hacía unos diez años y era uno de sus asiduos colaboradores, pero aun así no alcanzaría para mantenerlo activo.

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—Buenos días señorita.—Buenos días —respondió la hermosa muchacha que atendía la recepción del famoso

instituto de estudios paranormales—. Observó al apuesto joven que la había saludado.—¿En que podemos servirle? —preguntó con una franca sonrisa que permitió observar una

dentadura blanca, admirablemente bien formada.—Leí el anuncio de ustedes sobre el pago de cinco millones de dólares a quien se someta y

demuestre que posee algún don paranormal, psíquico o como se desee denominar. —¿Lo posee usted? —preguntó la muchacha algo asombrada pues veía al joven muy

normal y los que dicen poseer este tipo de cualidades suelen ser algo... algo así como... bien... se podría decir... algo excéntricos.

—Bien, eso creo, por tal motivo me encuentro aquí —lo dijo con una divertida sonrisa en los labios. La muchacha no pudo evitar observar de nuevo la presencia esbelta de su interlocutor, era más bien alto, el pelo ligeramente ondulado y de color claro con tintes rojizos, parecía más bien un griego de la antigüedad, de esos dibujos o esculturas que le enseñan a uno en el colegio cuando se estudia la historia de la humanidad. ¿O sería más bien un romano a quien se parecía? ¡Qué tonterías se le estaban ocurriendo! Bien, de cualquier manera era muy apuesto, pensó.

El joven volvió a sonreír dando la impresión que adivinaba los pensamientos de la muchacha, lo cual provocó un ligero rubor en sus mejillas. Rápidamente ella reaccionó y respondió:

—¡Claro, disculpe! Lo que sucede es que llegan muchos y hasta ahora nadie ha demostrado sin la menor duda poseer poder especial alguno. Todos aspiran al premio pero hasta los momentos... ¡Bien! Deberá llenar este cuestionario... —se lo pasó mientras continuaba con su tarea anteriormente interrumpida dando así por terminada la conversación.

—¡Claro, por supuesto! —el joven sostuvo por un par de segundos el formulario y se lo regresó.

—¿Qué otro requisito debo cumplir?—Bueno, es preciso llenarlo, no basta con leerlo, o mejor dicho, ojearlo —dijo la muchacha

sin interrumpir su tarea, pues el aspirante no había hecho ningún ademán de hacerlo, ni había transcurrido el tiempo suficiente.

—Ya lo hice.Ella lo miró fijamente tratando de descubrir algún signo de diversión o burla en su rostro,

era del todo imposible pensó, mientras ojeaba con aire indiferente el formulario. Pero la indiferencia pronto dio paso al asombro, abrió los ojos más de lo normal y observó con gran sorpresa que efectivamente la forma estaba llena.

—¿Cómo lo hizo... señor... señor... Gabriel? —preguntó la recepcionista después de leer el nombre que estaba escrito en el papel aún sin terminar de entender lo que había pasado.

—En el formulario se pregunta que clase de don paranormal se posee, pues bien este puede ser uno de ellos.

—Pero tiene que tener claro —acotó la recepcionista que de alguna manera se medio acababa de reponer—, que lo que se exige es poseer una cualidad, no se trata de un acto de magia— ¿Es usted un mago? —¡Claro, esto debió haber sido! El formulario me lo colocó delante sin que me diera cuenta, pensó. Buscó disimuladamente sin éxito al que con seguridad había ocultado.

—También soy un mago, además de otros méritos claro y no hay un segundo formulario —dijo sonriendo el joven al contemplar la turbación de ella—. La magia es maravillosa pues consiste en gran parte de imaginación. El mago Merlín por ejemplo y otros muy sorprendentes.

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Esta vez, algo más calmada, la muchacha leyó con detenimiento el formulario y observó que no había escrito el apellido, ni la dirección o su número telefónico a donde se le pudiera ubicar.

—No ha puesto su apellido ni su dirección, es preciso llenar estos requisitos —dijo con una sonrisa mientras lo observaba con especial atención por si se le ocurría otro truco.

—Muy bien, ¿observe si así está mejor? —ni tan siquiera tocó el papel que le ofrecía la joven.

¿Estaría tomándole el pelo, pensó? ¡Claro, se trataba de una broma!Sus ojos se abrieron de nuevo desmesuradamente cuando observó que los requisitos

exigidos estaban completos. Instintivamente leyó la columna que describía los dones que pretendía poseer. Telequinesia, telepatía, clarividencia, levitación, magia y otros. Si se trataba de un acto de magia, éste era uno muy bueno. Pero no era solamente un acto de magia pues no había soltado el formulario, debía consistir de una buena dosis de sugestión. ¡Claro, eso era! Convencida y algo más tranquila por creer que había descubierto el truco respondió:

—Debe esperar a que procesemos otras aplicaciones, pues son bastantes los aspirantes. Oportunamente se le notificará cuando debe de regresar. Mucho gusto señor… Gabriel... Gabriel... Arcán —dijo después de buscar el apellido en el papel.

—De acuerdo, mañana a la diez de la mañana estaré aquí para las pruebas que ustedes deseen hacer. No es necesario que me llame, aquí estaré puntualmente. Buenos días señorita Helma —el joven sin esperar respuesta se dirigió a la salida.

—¡Pero...! —¿Cómo supo mi nombre? Bien —pensó—, eso era fácil, debió haberse informado en cualquier lugar del edificio pues casi todo el mundo la conocía. —Si quería regresar al día siguiente —se dijo para sus adentros— era asunto suyo, perdería el tiempo pues el jefe tenía muchas solicitudes de aspirantes pendientes de ser entrevistados.

Con la planilla en la mano entró en la enorme habitación a donde estaba y atendía el dueño del enorme edificio y poseedor de una inmensa fortuna. El señor Harmen, pues ese era su nombre, siempre se interesó por lo que él denominaba sobrenatural, por lo tanto fundó aquella institución para lograr averiguar que fenómenos más allá de toda comprensión podía descubrir. Era un hombre de mediana estatura y en sus setenta, casi calvo y el escaso cabello que le quedaba era completamente blanco. Quería cerciorarse de la existencia o no de algo más que lo material, otra vida, otra dimensión, en fin algo que le diera fuerzas o más bien esperanzas para cuando debiera cruzar la barrera que ya debía estar más cerca por ley de vida.

En estos momentos estaba reunido con tres más de sus colaboradores que al igual que él se interesaban por lo mismo, eran científicos afamados y según se definían ellos mismos, especialistas en parasicología.

—Adelante señorita Helma ¿Qué nos trae de nuevo esta vez? —quien habló fue el señor Harmen quien se encontraba sentado en el extremo de la enorme mesa rectangular de conferencias.

La muchacha se acercó algo más antes de responder:—Un aspirante más señor Harmen, aquí tiene su aplicación, dice poseer varios poderes. No

sabría decir, tiene buena presencia y parece sincero.—Todos se atribuyen lo mismo y hasta ahora han sido trucos y ardides que hemos podido

descubrir algunos de ellos con relativa facilidad y dificultad otros, pues han habido casos que nos han puesto a dudar hasta que hemos logrado descubrir el truco si se puede llamar así. El ser humano recurre a caminos bien intrincados, pero poderes, poderes, hasta ahora ninguno —fue el mismo Harmen quien hizo el comentario.

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—De cualquier modo sería interesante nos contara que fue lo que la impresionó, pues parece que así fue —con especial interés el anciano observó a la recepcionista en espera de una respuesta mientras recibía el formulario de las manos de ella.

—Ya dije, no sé, sólo que no es como los otros, hay algo en él que convence.—Instinto, ¿a eso se refiere, no?—Debe haber una buena parte de eso que usted dice, pero hay algo más, casi no tocó el

formulario, sólo lo rozó y cuando me lo devolvió estaba lleno. Lo observé muy asombrada, debo reconocerlo, y noté que no estaba completo, faltaba la dirección y otros datos. Se lo notifique y sin tocarlo me dijo que ya estaba completo lo cual pude comprobar con evidente asombro, debo admitirlo —la muchacha meditó unos momentos antes de proseguir. Tuvo tiempo de ver como todos estaban pendientes de sus palabras.

—Pensé que podía deberse a sugestión y por unos segundos quise convencerme que se debía a eso, pero ahora ya no estoy tan inclinada a aceptarlo.

No hubo ninguna respuesta, en cambio el señor Arman leyó con sumo cuidado la planilla. Tenía un gran respeto por las corazonadas o presentimientos y con el largo tiempo que tenía conociendo a la muchacha sabía que era una persona seria y difícil de impresionar.

Después de unos minutos de absoluto silencio dijo:—Señorita Helma, llame al señor Gabriel... ¿Este... Arcán es el apellido? —no esperó la

respuesta y continuó—. Cítelo para mañana a las diez de la mañana. No sé porqué pero presiento que estamos ante un caso muy particular.

—Disculpe señor —dijo la muchacha algo aturdida—. ¿Qué lo motivo... o mejor dicho... porque ha decidido entrevistar al señor Gabriel, cuando tenemos muchas otras solicitudes prometedoras?

—Es un presentimiento que lo ha estimulado usted. Entienda que estamos aquí porque creemos y deseamos comprobar, éste es nuestro objetivo. O sea, que el presentimiento suyo es lo que me ha decidido a darle esta entrevista al señor... ¿Arcán se apellida...? Cítelo para mañana a las diez como le dije por favor —terminó su última frase con una sonrisa de condescendencia.

—No será necesario que lo llamé señor —la muchacha lucía algo más serena.—¿Está afuera esperando una respuesta? —Más que eso señor Harmen —expresó completamente repuesta y esperó algunos

segundos antes de proseguir pues de alguna manera le agradaba ver en el rostro de todos los presentes un mal disimulado rastro de interés—, él mismo me dijo que mañana estaría aquí a las diez en punto cuando se despidió de mí. Naturalmente pensé que se debía a una broma o a la necesidad de saber si había alguna respuesta o entrevista posible, pues tenemos muchas personas interesadas en una cita para probar sus... dones —la muchacha se retiró sin añadir una palabra mientras dejaba a todos entre confundidos y asombrados.

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En la escuelita hogar se habían presentado otros problemas, ya no suministrarían más alimentos pues los proveedores tenían varios meses sin cobrar y aunque tenían muy buena voluntad, si no lograban cobrar algo, no podrían seguir financiando los comestibles pues ellos también tenían deudas y si no las cancelaban, todos saldrían perjudicados.

Todas las buenas razones de las monjas no bastaron, era un caso de fuerza mayor, pues ellos, los intermediarios, también dejarían de recibir de sus proveedores los alimentos que procesaban si no los cancelaban. Era el sistema, cruel si se quiere pero indiferente ante la adversidad o la necesidad.

—Señor Raúl, lamento no haber cancelado las facturas que tenemos pendientes de pago —la hermana hablaba con el temblor en su voz propio en las circunstancias del mal momento que estaban pasando—, pero aquí tengo lo suficiente para cancelar un mes de los tres que tenemos atrasados —le entregó un cheque.

El señor Raúl había sido por años el proveedor de los alimentos que el colegio hogar necesitaba, no le quedaba casi ningún margen de utilidad en estas operaciones pues él estaba ganado por aquella buena causa. Estaba conmovido por la situación y admirado de la lucha de aquellas personas dedicadas al bien de la humanidad, y de la humanidad más desamparada como son los niños, pero él también tenía deudas y si no las podía cancelar le cerrarían los suministros y de cualquier manera dejaría de proveerlos.

Aunque aquel pago permitiría extender los suministros por un mes más pensó, y quien sabe, en un mes pueden suceder muchas cosas. No quiso preguntar como habían logrado reunir aquellos fondos, pues adivinada que se debía a cobros de algunas donaciones que las monjitas administraban con la máxima efectividad pagando a unos y dejando de pagar a otros.

Detrás de los hombros de la hermana el señor Raúl pudo observar por unos momentos en el patio, como jugaban y gritaban alegres e indiferentes aquellas inocentes criaturas ignorantes aún de la tragedia que el sistema actual no era capaz de corregir.

El lugar precisaba de un buen mantenimiento pensó, pues faltaba la pintura en algunos sitios y en otros hasta la pared mostraba parte de su friso. Para adecuar el lugar y dejarlo bien se precisaría más que un simple milagro.

Muy distante de aquella escuelita mientras tanto, a la diez de la mañana en punto, se presentó el señor Gabriel Arcán para entrevistarse con el señor Harmen Cupper tal como lo había ofrecido. El día era lluvioso y presagiaba tormenta, un clima muy propio en aquella época de otoño en aquel estado sureño de Estados Unidos.

—Buenos días señorita Helma. Aquí estoy tal como le ofrecí.—Buenos días, bueno, no tan buenos por la tormenta que amenaza, pero por lo demás sí que

lo son —la muchacha le agradó ver de nuevo al apuesto joven y lo demostró con una amplia sonrisa de complacencia—. El señor Harmen y su equipo lo están esperando—. Se levantó y aguardó a que el joven la siguiera.

—Bien venido señor Gabriel... ¡Ejem... ! —se puso los anteojos y buscó el apellido del joven en el formulario que tenía adelante—, Arcán, claro eso es, señor Gabriel Arcán.

—Buenos y lluviosos días —respondió el aludido.—Por favor tome asiento —todos los asistentes menos la recepcionista y secretaria a la vez

se sentaron después de los saludos y presentaciones de rigor, pero esta vez el señor Harmen se colocó al lado del joven a un extremo lateral de la mesa de conferencias.

—¿Desea tomar algo, me imagino que ya ha desayunado, pero tal vez un café?

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—Es muy amable señor Harmen, pero no, no tengo apetito y no suelo tomar café. Sugeriría que empecemos con las pruebas si no le importa —el muchacho lo expresó acompañado de una franca sonrisa que ganó a todos los presentes.

La muchacha hizo intención de retirarse, pero Gabriel la detuvo con un ademán.—Señor Harmen, si no le importa y abusando de su gentileza, me agradaría que la señorita

Helma se quedara.—No tengo inconveniente pero si alguien viene o se acerca a nuestra oficina no habrá quien

lo atienda.—No se preocupe señor, nadie habrá de venir por las próximas horas.—En este caso y con la absoluta seguridad que usted tiene... —hizo ademán a la muchacha

para que tomara asiento. —De cualquier manera y pensándolo mejor —se dirigió a Helma—, llame al mensajero o a

cualquiera de la planta baja para que venga a sustituirla mientras usted permanezca aquí. No es nada personal señor Gabriel pero así estaremos más tranquilos.

—Puede confiar en mí señor Harmen, pero entiendo perfectamente que todavía subsistan dudas —concluyó el joven, e inmediatamente la muchacha se dispuso a cumplir con la orden de su jefe.

—Bien —dijo el anciano—, ¿qué desea mostrarnos de sus... habilidades? —lo dijo con una muy disimulada ironía en su tono, pues no era el primero que dijera ostentar cualidades excepcionales.

—Permítame su bolígrafo, este que es de oro si no me equivoco y que tiene sus iniciales grabadas en él. Un bello regalo de su esposa, según creo, en el aniversario pasado de su boda.

Efectivamente era así, pero a pesar del primer impacto y con la costumbre que tenía de ver acciones asombrosas a primera vista, pronto dominó la situación, probablemente se había informado antes, lo cual no era nada difícil pues todos lo sabían. Sin pronunciar palabra le pasó el bolígrafo y lo colocó a escasos centímetros del joven. Lo más probable es que lo tratase de mover con la mente sin tocarlo. Ya conocía el truco.

—Efectivamente señor Harmen, lo pienso mover sin tocarlo —el viejo se asombró aunque pronto lo disimuló—, pero no lo colocaré en una esquina a punto de perder el equilibrio —de inmediato el bolígrafo se movió hasta saltar a las manos de Gabriel.

—Vieron, no fue necesario colocarlo a un extremo de la mesa y soplar suave e imperceptiblemente como se suele hacer cuando hay truco.

—Bien, muy convincente señor Gabriel —era asombroso, no conocía este truco, pero logró disimular sus pensamientos. Ninguno de los asistentes lo había visto antes. Los magos lo preparan todo antes y logran algo similar pero con un escenario previamente montado, hilos especiales etc. Este no era el caso actual. Sin pensarlo más y tratando de no darle demasiada importancia, continuó el anciano:

—Si eso es todo lo que tiene que mostrar... deberemos estudiarlo, debe saber que todo ha sido filmado o grabado desde varios ángulos con la obvia intención de descubrir cualquier... digamos... anormalidad.

—No, señor Harmen no es todo, hay mucho más, lo suficiente para que, en esta misma mañana, quede todo aclarado, finiquitado y usted plenamente convencido.

¿Qué quería decir con todo finiquitado? Era lógico que supiera que en estas cosas se toma tiempo verificar o comprobar si es verdad o no.

—Lo sé, de manera que trataremos de dejarlo todo definitivamente comprobado, sin la menor duda quiero decir —había adivinado los pensamientos del anciano, lo cual demostró que calificaba, con las normales reservas por su puesto, para el don de la telepatía o transmisión de

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pensamiento. Sin embargo era posible que hubiera adivinado un pensamiento tan obvio, por lo tanto, no era una demostración concluyente... todavía.

Sin hacer referencia a lo dicho por Gabriel, el señor Harmen dijo:—¿Bien, que otra demostración tiene para nosotros?—Primero atienda una llamada telefónica de su esposa —efectivamente, a los pocos

segundos sonó su teléfono personal.Mientras tanto la tormenta se expresaba con violencia, rayos, relámpagos y truenos.—¿Sí, quién es...? ¿Hola querida como estás?Efectivamente era su esposa y esta vez la demostración sí era más convincente. No había

modo de que supiera... estaba frente a un fenómeno nunca antes visto, cuando menos por él. Observó al joven de refilón con interés mal reprimido, mientras hablaba por teléfono. ¿Sería verdad que poseía estos dones? No debía entregarse tan fácilmente sin profundizar más en cada caso, pensó. La mente humana es capaz de artilugios y subterfugios impensables.

—Me temo querida que no podré ir este mediodía a comer a la casa como te ofrecí, la tormenta arrecia y además estoy muy ocupado, pues se me ha presentado algo inesperado y me quedaré aquí en mi oficina. Claro querida, antes de terminar la tarde estaré contigo. Hasta luego cariño.

—Muy convincente señor Gabriel, ¿qué otros... digamos...? —Se contuvo antes de pronunciar la palabra espectáculos y corrigió—: ¿Qué otras cualidades puede exhibir?

—¿Cuál de ellas sería convincente para usted, señor Harmen? —las dos últimas palabras las pronunció remarcándolas a propósito.

—Hay muchas, pero convincentes... una de ellas podría ser —sonrió burlonamente—... pero claro, quizás usted no disponga de este don... el don de...

—Sí, señor Harmen, sí poseo el don de la levitación —sin dar tiempo a ninguna respuesta y ante la sorpresa de todos, la silla donde estaba sentado el joven se separó de él sin que éste se moviera, de manera que quedó sentado sin soporte en el aire, pero eso sólo fue por un par o tres de segundos pues de inmediato empezó a elevarse lentamente, muy lentamente en el aire y al poco tiempo ya se encontraba a un metro del suelo. Los presentes, incluyendo al señor Harmen, quedaron pasmados con la boca abierta, sin capacidad para el disimulo y sin acabar de comprender lo que estaba pasando. Petrificados por el asombro, siguieron con la mirada el ascenso del muchacho que se encontraba aún sentado en el aire con los brazos cruzados, pero ahora a un metro del suelo. Después de algunos segundos más y muy lentamente volvió a descender y la silla a colocarse debajo de él, en la que quedó sentado como si nada hubiera pasado.

Unos largos segundos de silencio fue la respuesta a lo ocurrido, no entendían cabalmente lo acontecido pues no había manera de haber preparado el espectáculo en aquella sala la cual estaba rigurosamente controlada.

—Si es sugestión —pensó el señor Harmen—, la cinta debe de aclararlo.—Lo tenemos todo rigurosamente grabado, esperen unos momentos mientras vemos la

reproducción. Espero esté de acuerdo señor Gabriel —el anciano procedió sin esperar respuesta, oprimió uno de los controles y apareció en una enorme pantalla la reproducción casi de inmediato. La cinta reprodujo una vez más todo en detalle e idéntico a lo que habían observado. No había la menor duda, y pensar en sugestión era imposible. Si existía algún truco no era capaz de recordar cual sería. Siempre pensó que los sabía todos, pero ahora...

—¿Hay algún comentario? —la pregunta fue hecha a todos los concurrentes, los cuales contestaron negativamente con un movimiento de cabeza sin pronunciar palabra aun absortos.

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Estaban tan anonadados como el señor Harmen, incluso Helma quien había seguido en silencio todo lo ocurrido sin perder detalle.

—Señor Gabriel, pensé que estaba por encima de todo asombro, pero no ha sido así. No obstante debemos esperar un tiempo antes de decidir o de dar una respuesta definitiva. Espero lo entienda.

Gabriel no contestó a su pregunta, en cambio agregó:—Ahora que hay un sol brillante los invito a un corto paseo pero muy refrescante —todos

instintivamente observaron a través del enorme ventanal la veracidad de lo expuesto y efectivamente, un sol esplendido ratificaba las palabras del joven. Pero no era posible hacía escasos minutos la tormenta había arreciado. ¿O estarían equivocados?

El lugar era hermoso, una escena campestre era el panorama que observaban. ¿Cómo habían llegado hasta ahí? Estaban todos de pie y a unos cien metros había una bella casa de campo. El señor Harmen la reconoció de inmediato. En ella pasó unas felices e inolvidables vacaciones cuando era un muchacho, incluso unas por siempre amadas navidades. La guardaba en sus recuerdos como algo exquisitamente apreciado y maravilloso que alegró su niñez y buena parte de su juventud. Tenía muchos años que no la visitaba aun cuando era una de sus propiedades.

—No se preocupen no pueden verlos pero ustedes sí pueden —fue la respuesta de Gabriel.El hombre que se encontraba en la puerta de la casa era su padre, se apellidaba igual a él,

Harmen Cupper. Junto a su padre se encontraba su madre y el muchacho que jugueteaba por los alrededores, junto con otros muchachos de su misma edad, era él, pero su edad era de unos doce años.

—¡Dios bendito! —Pensó—. ¿Qué está pasando? De eso hace más de sesenta años —estaba absorto contemplando su pasado mientras todo el grupo y hasta el mismo Gabriel experimentaban como la casa y todo el entorno se iba acercando hasta llegar a escasos metros de todos ellos. Estaban jugando a baseball y de improviso la pelota rodó hasta donde se encontraban ellos. Harmen se agachó para recogerla y devolverla pero antes de hacerlo la contempló cuidadosamente bajo la mirada inquisitiva de Gabriel. No la devolvió, la retuvo en sus manos sin dejar de acariciarla. Ahora recordó claramente que nunca logró recuperarla. Si era una sugestión era la mejor que había contemplado en toda su vida, pensó.

Los muchachos la estuvieron buscando pero al final desistieron y sacaron otra pelota para seguir el juego.

El anciano se acercó a su madre y no pudo evitar un par de lágrimas. ¡Qué hermosa era! No porque fuera su madre, sólo que... sólo que… daría cualquier cosa por un día con ella y su querido padre, pensó sin expresarlo. El recuerdo era muy impactante por lo que decidió regresar a donde se encontraba Gabriel y los demás.

—Será más de un día mi querido Harmen, se lo puedo asegurar —respondió Gabriel en voz alta, pero solamente el aludido entendió.

Repentinamente se encontraron en la oficina del señor Harmen, afuera la tormenta seguía arreciando. Nada de aquel sol esplendoroso.

El anciano todavía absorto y emocionado por lo ocurrido, observó distraídamente su mano en la que aún retenía la pelota de baseball. Entonces no era una sugestión, fue verdad, pensó. Observó detenidamente a Gabriel. ¿Quién en realidad era aquella persona que tenía ante sí? No era posible imaginar tales poderes en un ser humano.

Instintivamente, y siempre con la precaución ante lo insólito, sin ningún comentario activó el video que se suponía debía haberlo grabado todo. Se sentó para verlo con comodidad y mucha atención.

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En el fondo apareció la enorme pantalla de nuevo. La grabación mostró una sala vacía, sin nadie en ella y en el fondo más allá de la ventana, un sol espléndido, eso era todo. Los presentes, que en toda la mañana no habían pronunciado palabra, se dieron cuenta que estaban ante algo insólito, pues no cabía duda, no era un truco. Aunque imposible sería pretender que nadie que no hubiera visto y experimentado lo acontecido, aceptara sin muchas reservas lo ocurrido, por lo tanto, no sería difícil y hasta conveniente que todo quedara entre ellos para siempre.

—¿Quién en verdad es usted Gabriel? —preguntó repentinamente Harmen.—Ni más ni menos lo que ve y por supuesto con la intención de ganar la recompensa que

usted ofrece.—Considero que ya la ha ganado sobradamente. Pero con sus dones no necesita en lo

absoluto ganar ninguna recompensa. Puede adivinar el número ganador de la lotería... puede hacer viajar a la gente a épocas increíbles y ganar mucho más que una simple recompensa... los fascinantes magos de hoy día, no podrían competir con usted. Puede ver el futuro, cuando menos el cercano. ¿Entonces qué es lo que pasa que no logro entenderlo? ¿Porqué tanto interés en el premio ofrecido?

Señor Harmen Cupper, aunque no lo parezca, tengo mis limitaciones, no puedo aprovecharme de mis dones, mejor dicho, puedo pero no debo hacerlo.

Helma lo observaba con admiración sin tratar de disimularlo, Gabriel le obsequió una franca sonrisa que hizo se ruborizara.

—¿Pero acaba de decir que no puede lucrarse de sus dones y sin embargo expresó que pensaba ganarse el premio? —Harmen hizo la observación ligeramente confundido.

—No deseo que deposite la recompensa en ninguna cuenta mía. Para puntualizar, no dispongo de ninguna ni preciso tenerla.

—¿En cuál entonces?Sin mediar palabra le entregó un papel con las direcciones, cuenta bancaria y todos los datos

necesarios. Harmen lo leyó cuidadosamente:—Esta dirección se encuentra en un país latinoamericano y es un orfanato de niños de la

calle… —miró interrogante a Gabriel.—Exactamente en ese mismo lugar se encuentra y ahí precisamente, en su cuenta bancaria,

es a donde quiero deposite el premio. —Así se hará señor Gabriel, mañana mismo haré todos los trámites necesarios.—Por cierto —acotó Gabriel—, y como una pequeña retribución, ese dolor en la espalda,

que le está causando tantas molestias durante todo el día y principalmente cuando se levanta en las mañanas, pues en algunos casos ha necesitado de ayuda para incorporarse y que ningún médico ni tratamiento ha logrado mejorar, me alegra decirle que no volverá ha importunarlo. Está curado para siempre, podrá tener otros malestares pero éste en particular nunca más. Esta pequeña y evasiva molestia acaba de desaparecer.

Harmen se incorporó de un salto, no tenía ningún dolor, ni tan siquiera una pequeña molestia como era usual cada vez que intentaba levantarse de la silla.

Sin despedirse Gabriel se retiró y cuando ya estaba en la puerta hizo la siguiente observación:

—Señor Harmen, no será necesario que haga la transferencia bancaria, ésta se acaba de hacer en este momento y con su aprobación y firma. Me tomé la molestia adivinando su total asentimiento. Muchas gracias.

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Harmen no dijo nada, sólo sonrió condescendientemente, sabía que era verdad, ya no dudaba de nada que proviniera de aquel ser. No había duda que el tal Gabriel era mucho más que un simple mortal.

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—Hola Gabriel, creo que te extralimitaste algo —era uno de sus inseparables compañeros y en este caso el que hablaba era Azrael.

—No quise dejar pasar la ocasión de dar una mano.—Pero quizás te ganes una buena reprimenda.—Dice uno de los refranes del hombre que “Para un buen susto un buen gusto” y eso es lo

que hice: “Me di un grandísimo gusto” —Gabriel respondió con una amplia sonrisa. —Hemos seguido todos tus pasos y hemos disfrutado contemplando tus exhibiciones —esta

vez fue Uriel quien hizo el comentario, también muy divertido.Gabriel miró hacia el infinito cielo y pudo ver a Harmen paseando por la finca que una vez

de niño la disfrutó tanto. En su mano izquierda sostenía la pelota de baseball que una vez de niño había perdido y que de viejo recuperó. Sus facciones mostraban una profunda alegría. De improviso dirigió su mirada al infinito y con una franca sonrisa dijo:

—No sé si me estás escuchando Gabriel, pero estoy casi seguro que así es, pues yo también tengo mis presentimientos. Pues bien, quiero que sepas que soy un hombre feliz y seguro gracias a ti y lo que me costaste en la recompensa, es una ínfima cantidad comparado con lo que ahora tengo, pues tengo fe y sé que más allá de toda duda hay otra oportunidad, otra vida, otro mundo. Gracias Gabriel. ¿O debería decir más bien Arcángel Gabriel...? El varón de Dios. De ahí el nombre tuyo de “Gabriel Arcán... gel”. Pero quiero que sepas algo si ya no lo has adivinado. Veré que nunca más le falte nada al orfanato que tú ayudaste. El premio a tus dones fue muy bien ganado pues ahora sé que no hubo truco. Adiós amigo, disculpa, debí decir hasta la vista —levantó la mano en señal de saludo y guiñó un ojo. Ya de espaldas camino al automóvil dijo en voz muy alta mientras levantaba la mano que sostenía la pelota—. Y en cuanto al dolor de espalda, ya ni me acuerdo que lo tuve.

—Bien —dijo el arcángel Miguel—, parece que descubrió quien eres. ¿Crees que valió la pena haber hecho lo que hiciste? Ya sabes que no solemos intervenir en la vida terrena y el Señor puede molestarse.

Esta vez Gabriel, posó su mirada en el orfanato, las monjitas estaban muy contentas y supervisaban los trabajos de remodelación que tanta falta le hacía a los planteles. Los muchachos eran bastante más de cincuenta, sí, casi triplicaban la cifra anterior.

Las monjitas estaban considerando además, debido a los nuevos recursos, implementar la instrucción de los muchachos hasta la educación media, así cuando terminaran, de dieciocho años más o menos, podrían trabajar y pagarse sus estudios universitarios si así lo decidieran.

¡Excelente!, pensó Gabriel.

—Gabriel, has desobedecido mis deseos ¿Por qué lo hiciste Gabriel?

—Señor, me compadecí de las calamidades que estaban sufriendo las monjitas y debido a la buena obra que hacen, decidí darles una pequeña ayuda —hubo un angustioso silencio antes de recibir respuesta.

—¿Y decidiste obrar sin consultarme sabiendo que siempre estoy dispuesto a escuchar?

Gabriel no contestó y esperó dispuesto a soportar con humildad lo que el Señor dispusiera.

—Sabes que no castigo, aun cuando los humanos crean lo contrario; simplemente dejo que mis leyes actúen —hubo otra pausa y luego más amistosamente continuó—. Pero en tu caso debo aclararte que aunque lo hiciste sin saberlo, pues tu percepción del futuro se limita al futuro

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Valió La Pena― 13 ―

inmediato, un par o tres días o semanas terrestres a lo sumo, fue muy conveniente y aceptado por mí de antemano. Este orfanato no hubiera podido continuar abierto, tu acción lo ha salvado y has dado un gran aporte a toda la humanidad, pues en él hay un muchacho de diez años que con el tiempo será un líder mundial, cambiará muchas de las malas costumbres actuales y le dará a toda la humanidad y a toda la Tierra un nuevo y conveniente estilo de vida. Sin la ayuda del orfanato no hubiera sido posible que continuara sus estudios y adquiriera conciencia. Él es el escogido por mí para esta magna misión.

Hubo una larga pausa y al fin prosiguió con acento condescendiente:

—No obstante Gabriel, procura en lo posible tomar ese tipo de decisiones después de hablar conmigo.

Gabriel espero bastante pero no escuchó nada más con lo cual entendió que éste sería todo el regaño.

Esta vez observó a su amigo, el Arcángel Miguel con una gran sonrisa y le respondió:

—Sabes algo Miguel, sí… “Valió la pena”.