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LA CULTURA DEL DESAPEGO LA CULTURA DEL DESAPEGO LA CULTURA DEL DESAPEGO LA CULTURA DEL DESAPEGO VERÓNICA D’ANGELO [email protected]

Vdangelo_ La Cultura Del Desapego

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Reflexiones sobre nuestra cultura del “desapego” a la luz de la teoría del apego de John Bowlby

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LA CULTURA DEL DESAPEGOLA CULTURA DEL DESAPEGOLA CULTURA DEL DESAPEGOLA CULTURA DEL DESAPEGO

VERÓNICA D’ANGELO

[email protected]

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Tabla de contenidos

Introducción.................................................................................................................. 3

¿Qué entendemos por “apego”? ................................................................................... 3

Dejarlo llorar................................................................................................................. 6

¿Existe el “llanto por capricho”? ................................................................................ 10

“Cuanto antes mejor”.................................................................................................. 14

Los cortes.................................................................................................................... 15

Conclusión.................................................................................................................. 18

Notas........................................................................................................................... 19

Bibliografía................................................................................................................. 22

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La cultura del desapego

Introducción

Sostengo que, como padres, si bien nuestra forma individual de criar está

fuertemente condicionada por el modo en que fuimos criados, en la actualidad nos

vemos influidos por pautas culturales que nos impulsan hacia modelos de apego

inseguro, aún cuando nuestros padres nos hayan proporcionado un ambiente

afectivo. De modo que frente a la toma de decisiones sobre nuestro proceder,

oscilamos entre la “conducta de apego” y la “cultura del desapego”. En el presente

trabajo intento explorar algunas de esas pautas bajo la luz de los aportes

principales de la teoría.

¿Qué entendemos por “apego”?

«Generalmente, se suele pensar que es preferible ser independiente que

dependiente. De hecho, el término «dependencia», utilizado respecto de las

relaciones personales, suele tener un matiz peyorativo. Todo lo contrario ocurre en

relación con el término «apego»: muchos consideran admirable que los miembros

de una familia estén apegados entre sí. […] el apego suele ser algo deseable.»1

Las anteriores afirmaciones de John Bowlby emergían de la sociedad británica del

cincuenta, donde el término “apego”, a diferencia de “dependencia”, no tenía

connotaciones peyorativas. En mi comunidad2, sin embargo, “apegado” o “dependiente”

revisten matices muy similares, ambos negativos. Ser apegado a la madre es tan poco

recomendable como ser dependiente. El apego se percibe como una consecuencia no

deseada de la convivencia entre padres e hijos; un obstáculo para la maduración del niño

que debe superarse lo antes posible. Una concepción totalmente distinta a la que define

1 BOWLBY, John El apego y la pérdida (tomo I), Paidós, 1998, p. 309 (“Notas sobre el término «Dependencia»”) 2 Enmarcada en el contexto de la ciudad de Villa Constitución, pueblos aledaños y zonas rurales, en la provincia de Santa Fe, Argentina.

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la conducta de apego como una estrategia natural de supervivencia genéticamente

heredada mediante la cual los bebés se aseguran la cercanía del progenitor,

principalmente a través del llanto.

«La conducta de apego es cualquier forma de conducta que tiene como

resultado el logro o la conservación de la proximidad con otro individuo claramente

identificado al que se considera mejor capacitado para enfrentarse al mundo. Esto

resulta sumamente obvio cada vez que la persona está asustada, fatigada o enferma,

y se siente aliviada con el consuelo y los cuidados. En otros momentos la conducta

es menos manifiesta. Sin embargo, saber que la figura de apego es accesible y

sensible le da a la persona un fuerte y penetrante sentimiento de seguridad, y la

alienta a valorar y continuar la relación. Si bien la conducta de apego es muy obvia

en la primera infancia […] la función biológica que se le atribuye es la de la

protección. Tener fácil acceso a un individuo conocido del que se sabe que está

dispuesto a acudir en nuestra ayuda en una emergencia es evidentemente una buena

póliza de seguros… cualquiera sea nuestra edad.3»

John Bowlby desarrolló la teoría del apego subrayando la importancia de la

consideración del medio ambiente en el estudio de la relación madre hijo4, partiendo de

la etología —estudio comparado del comportamiento animal y el humano—, utilizando

un método prospectivo que permite inferir a través de la observación directa del

individuo cuales serán sus comportamientos a largo plazo, a diferencia de los métodos

retrospectivos como el psicoanálisis, que parten del relato del sujeto y retroceden en el

tiempo para buscar el origen de la patología, por cuanto éste último es aplicable a

sujetos mayores, mientras que el método prospectivo es adecuado para la observación

de bebés.

Según Bowlby, los primeros indicadores del tipo de relación que el bebé mantiene

con sus figuras de apego aparecen a partir del año de edad, y de no haber cambios

substanciales, tienden a prologarse de por vida. Por tanto, es imprescindible brindar a

los niños el cuidado adecuado (que no siempre es el que la sociedad entiende como

adecuado) durante los primeros tres años, considerados cruciales para el posterior

desarrollo. De lo contrario, el niño, su familia y la comunidad en la que vive sufrirán las

consecuencias: delincuencia, depresión, compulsión, aislamiento, conducta antisocial,

3 BOWLBY, John Una base segura, Paidós … pp. 40-41. 4 Por tal motivo, Bowlby, Winnicott y Spitz se consideran ambientalistas.

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adicción a las drogas, alcoholismo, violencia, dificultades para la inserción laboral y

social en general, desórdenes todos que parten de la baja autoestima, de la convicción de

carecer de valor, en síntesis, de la puesta en acto de las certezas aprehendidas en los

primeros años de vida.

Sus investigaciones estaban focalizadas en un primer momento en el estudio de los

huérfanos y luego se trasladaron a la observación de niños que vivían con sus padres

pero manifestaban comportamientos ansiosos en relación a la separación, así como

problemas para comer, dormir, etc. Los niños no eran abandonados físicamente pero

manifestaban un comportamiento ansioso como si lo fueran.

Mary Ainsworth diseñó el procedimiento de la situación extraña mediante el cual se

analizó el comportamiento de los niños en relación a la separación dando lugar a la

categorización de los tipos de apego en: apego seguro, apego evitativo, apego ansioso a

la que más recientemente se agregó apego desorganizado.

Los niños configuran, según Bowlby, modelos internos de sí mismos y de sus

padres, tales que un niño con apego seguro, tendrá probablemente un modelo de

padre/madre afectuosos compatible con un modelo de sí mismo como alguien

merecedor de afecto.

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Dejarlo llorar

Imagen extraída de La ciencia de ser padres5

«A los padres jamás se les ocurriría dejar a su bebé en una habitación llena de

humos tóxicos, podrían dañar su cerebro. No obstante, muchos padres dejan a sus

hijos en un estado de estrés prolongado y desconsolado, porque no conocen los

riesgos de los niveles tóxicos de las sustancias químicas que inundan su cerebro

[…] Cuando el bebé llora, las glándulas adrenales secretan la hormona del estrés

5 SUNDERLAND, Margot La ciencia de ser padres, Grijalbo, 2007.

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denominada cortisol. Si el niño es reconfortado y tranquilizado, el nivel de cortisol

desciende; de lo contrario aumenta. Esta es una situación peligrosa porque, a largo

plazo, el cortisol puede alcanzar concentraciones tóxicas, capaces de dañar las

estructuras y sistemas cruciales del cerebro infantil en desarrollo. El cortisol es una

sustancia química de acción lenta que puede permanecer en el cerebro durante

horas en un alto nivel de concentración […]

Algunos estudios han detectado alteraciones a largo plazo del eje HPA6 del

cerebro infantil debidas a separaciones cortas, cuando el niño quedó a los cuidados

de una persona desconocida. Este sistema de respuesta al estrés es fundamental

para nuestra capacidad de afrontar bien el estrés en la vida adulta. Es muy

vulnerable a los efectos adversos del estrés prematuro»7.

Imagen extraída de La ciencia de ser padres8

A la izquierda puede verse el escáner cerebral de un niño proveniente de un orfanato

rumano que recibía los cuidados físicos básicos pero se veía privado de afecto y

consuelo. A la derecha, el de un niño que ha recibido una crianza afectuosa. Las zonas

negras del escáner representan las áreas inactivas de los lóbulos temporales, vitales para

el procesamiento y la regulación de las emociones, cuya inactividad puede suponer una

inteligencia social y emocional deficiente. En la segunda imagen hay pocas zonas en

negro. Los lóbulos temporales están activos.

6 Hipotálamo, glándula Pituitaria, glándulas Adrenales 7 SUNDERLAND, Margot La ciencia de ser padres, Grijalbo, 2007. 8 SUNDERLAND, Margot La ciencia… cit.

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Me pregunto como sería el escáner cerebral de un niño rosarino que pide monedas

descalzo, o el de uno que limpia parabrisas (cuando lo dejan), o el de esa nena siempre

triste de tres años que ingresó en la guardería de mi barrio a los cuarenta y cinco días.

En Los gritos del lactante9, el autor nos invita a imaginar cuán preocupante sería la

labor de los padres de no existir el llanto del bebé como “principal medio de

comunicación por el cual el pequeño lactante expresa sus necesidades”: “estarían

obligados a imaginar cuándo tiene hambre el bebé, cuando está sucio y cuáles, en fin,

son sus diferentes necesidades y malestares. En definitiva, la situación que a primera

vista parecería más tranquila y menos ansiógena concluiría por ser en realidad más

preocupante, pues obligaría a los padres a efectuar constantes averiguaciones sobre el

estado del bebé”.

Lamentablemente, contamos con claros ejemplos de llanto ausente que no dan lugar

a una respuesta más activa de los padres sino todo lo contrario. Se trata de los bebés que

terminan por desactivar su llanto al cabo de repetidas frustraciones. Como

consecuencia, las necesidades del bebé no manifestadas se consideran necesidades

inexistentes. Las que favorecen una paternidad más tranquila con un bebé menos

demandante que los mismos padres ayudaron a constituir.

Las preguntas que más he escuchado como madre de dos bebés fueron: ¿Llora

mucho? ¿Duerme bien? ¿Es tranquilo? Hay una tendencia a suponer que el bebé ya

tiene un temperamento definido. Que el bebé “ya es” y no que “va siendo”. Además lo

pensamos como sujeto individual separado de su madre. Clasificamos a los bebés en

demandantes y no demandantes pero no clasificamos a los padres como

respondedores10 o elusivos. Todos los bebés tienden a llorar mucho cuando nacen, pero

si las demandas fueron satisfechas, seguramente los llantos fueron disminuyendo en

9 Bibliografía suministrada por la cátedra, código 2 (38F), capítulo 7, Postítulo en Desarrollo Temprano. Facultad de Psicología UNR. 10 Utilicé el término “respondedor”, poco utilizado, porque “responsable” no es adecuado para describir el comportamiento de la madre. “Responsable” es quien debería responder, mientras que “respondedor” es quien efectivamente responde. Según la RAE:

respondedor, ra.

1. adj. Que responde. U. t. c. s.

responsable (Del lat. responsum, supino de respondĕre, responder).

1. adj. Obligado a responder de algo o por alguien. U. t. c. s.

Diccionario de la Real Academia Española [en línea] http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=responsable [consulta] 17 de diciembre de 2009.

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frecuencia e intensidad, y el recuerdo de los primeros llantos se vuelve impreciso con el

tiempo, dando lugar a la idea de que efectivamente “el bebé llora poco”.

El concepto de díada, acuñado por Spitz11 es útil para entender que en esta simbiosis

mamá-bebé, tanto la demanda del bebé como la respuesta que recibe son constitutivas

de su “temperamento”. Tanto la madre como el bebé crecen en mutua relación. Como

señala Perelló:

«Crecemos en relación con los otros. Si nos quedáramos mirando nuestro

propio ombligo, poco podríamos avanzar en la vida. El bebé crece en la relación

con la madre y la madre crece en la relación con su hijo».12

Luego, la forma de ser del bebé al cabo de unos meses, está en estrecha relación con

las respuestas que recibió durante ese período, a si la madre pudo construir o no una

barrera protectora de estímulos a manera de segunda piel.

En el estudio sobre el llanto de los bebés anteriormente citado se concluye

finalmente:

«…hacia el final del primer año las diferencias individuales en llantos reflejan

más la historia de las respuestas que la madre dio a esos llantos, que eventuales

diferencias constitucionales en la irritabilidad de los bebés. Mientras que los

lactantes evolucionan en lo que se refiere a la frecuencia de sus llantos —es decir,

que quizás en los primeros días hayan sido muy propensos a llorar (en comparación

con otros recién nacidos) y al año ya lo son menos (en comparación con otros

bebés de un año)—, las madres, por lo contrario, conservan aproximadamente el

mismo tipo de actitudes a todo lo largo del primer año: “Las tendencias maternas a

responder a los gritos con una demora más o menos prolongada, cuando no a

ignorarlos por completo, parecen constituir características relativamente estables”.

En este estudio se comprobó que los bebés que lloraban mucho en el segundo

semestre del primer año del primer año tenían madres que por lo general ignoraban

sus llantos; la disminución de la frecuencia y la duración global de los llantos se

asociaba fundamentalmente a la prontitud de la respuesta de la madre.»13

11 Concepto de díada Spitz 12 PERELLÓ, María R. Sigmund Freud. Algunos conceptos básicos. Curso Desarrollo Temprano en Educación y Salud. Facultad de Psicología UNR (cod 15 – 12F). 13 Bibliografía suministrada por la cátedra, código 2 (38F)… cit.

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¿Existe el “llanto por capricho”?

Algunos padres se preguntan cómo determinar si un llanto es “llanto por capricho”.

¿Qué se entiende por capricho?

Según la definición de diccionario, capricho es una determinación arbitraria

inspirada en el humor o en el simple deseo14. Si lo pensamos detenidamente, las

cualidades esenciales que distingüen a un capricho de otro tipo de determinaciones son:

la arbitrariedad y la obstinación. La arbitrariedad implica que el sujeto no exhibe

“razones” para justificar la selección del objeto —algo natural en los bebés, que no

están dotados de estructuras cognitivas de nivel superior, por tanto es obvio que no

pueden “razonar”. La obstinación, por su parte, implica un mínimo de dos intentos —el

primero fallido— en la consecución del fin. Si lo que se desea se obtiene en el primer

intento no hay porqué obstinarse. Por tanto, mientras que el antojo alude a lo mental —

deseo—, el capricho supone un comportamiento, una posición activa (Ej. un bebé llora,

no es atendido (primer intento fallido), sigue llorando, no hay respuesta, vuelve a

insistir: ¿está encaprichado? —se preguntarán algunos.).

Solemos utilizar el término “antojo” para referirnos a los deseos arbitrarios de los

adultos, pero “capricho” para aludir más específicamente al deseo arbitrario de los

niños. Cuando nos referimos a un adulto “caprichoso” es para señalar en el adulto un

comportamiento infantil. Nótese que “capricho” y “caprichoso” son peyorativos

mientras que “antojo” y “antojadizo” no lo son. Lo peyorativo se aplica a terceros —

decimos “tengo un antojo” pero no decimos “tengo un capricho”—.

Cuando afirmamos que alguien tiene un capricho hacemos una descalificación del

pedido (al juzgarlo caprichoso) y, sobretodo, una descalificación de quien lo pide: en

este caso, un niño. ¿Por qué descalificamos tanto a los niños?

Los descalificamos cuando afirmamos que no saben lo que quieren, que pretenden

controlarnos, manipularnos. Pero si un bebé no puede esgrimir razones ¿como podría

realizar una operación tan compleja como “manipular”?. 14 capricho (Del it. capriccio). 1. m. Determinación que se toma arbitrariamente, inspirada por un antojo, por humor o por deleite en lo extravagante y original.

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¿Para qué serviría, después de todo, determinar si un llanto pertenece a la categoría

“por capricho” o no? ¿Por qué tanta insistencia en saber eso? Esta descalificación del

pedido y de quien lo pide, es necesaria para justificar que no hay intención de

responderlo —aunque la decisión de no responderlo sea previa a la valoración del

pedido. Se necesita justificar el comportamiento de los padres, no de los niños.

Probablemente, si el llanto es por capricho, la reacción del padre será dejarlo llorar,

y si no lo es, le dará lo que pide. Ambas respuestas eluden la cercanía y el contacto. Y

cuando lo que pide el bebé es precisamente “el contacto”, no siempre se considera un

pedido válido. Todas las estrategias apuntan a economizar tiempo, aquello de lo que

menos se dispone. Y la principal variable de ajuste es el bebé. Muchos tabúes sociales

se basan en esta restricción:

«Nuestra sociedad, tan comprensiva en otros aspectos, lo es muy poco con los

niños y con las madres. Estos modernos tabúes podrían clasificarse en tres grandes

grupos:

— Relacionados con el llanto: está prohibido hacer caso de los niños que lloran,

tomarlos en brazos, darles lo que piden.

— Relacionados con el sueño: está prohibido dormir a los niños en brazos o

dándoles pecho, cantarles o mecerles para que duerman, dormir con ellos.

— Relacionados con la lactancia materna: está prohibido dar el pecho en

cualquier momento o en cualquier lugar; o a un niño «demasiado» grande.

Casi todos ellos tienen una cosa en común: prohíben el contacto físico entre

madre e hijo. Por el contrario, gozan de gran predicamento todas aquellas

actividades que tiendan a disminuir dicho contacto físico y a aumentar la distancia

entre madre e hijo:

— Dejarlo solo en su propia habitación.

— Llevarlo en un cochecito o en uno de esos incomodísimos capazos de

plástico.

—Llevarlo a la guardería lo antes posible, o dejarlo con la abuela o mejor con la

canguro (¡las abuelas los «malcrían»!).

—Enviarlo de colonias y campamentos lo antes posible durante el mayor

tiempo posible.

—Tener «espacios de intimidad» para los padres, salir sin niños, hacer «vida de

pareja».

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Aunque algunos intentan justificar estas recomendaciones diciendo que es «para

que la madre descanse», lo cierto es que nunca te prohíben nada cansador. Nadie te

dice: «No friegues tanto, que se malacostumbra a tener la casa limpia», […] En

realidad, lo prohibido suele ser la parte más agradable de la maternidad: dormirle en

tus brazos, cantarle, disfrutar con él. Tal vez por eso, criar a los hijos se hace tan

cuesta arriba para algunas madres. Hay menos trabajo que antes (agua corriente,

lavadora automática, pañales desechables...), pero también hay menos

compensaciones. En una situación normal, cuando la madre disfruta de la libertad

de cuidar a su hijo como cree conveniente, el bebé llora poco, y cuando lo hace su

madre siente pena y compasión («Pobrecito, qué le pasará»). Pero cuando te han

prohibido cogerlo en brazos, dormir con él, darle el pecho o consolarlo, el niño llora

más, y la madre vive ese llanto con impotencia, y a la larga con rabia y hostilidad

[…]

Demasiadas familias han sacrificado su propia felicidad y la de sus hijos en el

altar de unos prejuicios sin fundamento15.»

Así que la respuesta es no, no existe el llanto por capricho. Todos los llantos se

basan en una necesidad auténtica:

«Los bebés están genéticamente programados para pedir consuelo cuando están

afligidos. El llanto es su forma de pedir ayuda para afrontar las abrumadoras

emociones y las terribles sensaciones físicas que su cerebro todavía no puede

administrar solo. Los bebés no lloran para ensanchar los pulmones, ni para

controlar a la madre, […]. Lloran cuando se sienten desdichados y necesitan dar la

voz de alarma, porque algo les molesta, sea físico o emocional. Lloran para pedir

auxilio […].

La separación aflige a los pequeños humanos tanto como el dolor físico.

Cuando el niño sufre por la ausencia de sus padres, en su cerebro se actúan

las mismas zonas que cuando padece un dolor físico. Es decir, el lenguaje de

la pérdida es el mismo que el lenguaje del dolor. No tiene sentido aliviar los

dolores físicos, como el del corte en una rodilla, y no consolar los dolores

15 GONZALEZ, Carlos Bésame mucho Temas de hoy, 2003. «Carlos González (Zaragoza, 1960), licenciado en Medicina por la Universidad Autónoma de Barcelona, se formó como pediatra en el Hospital de Sant Joan de Déu de esta ciudad. Fundador y presidente de la Asociación Catalana Pro Lactancia Materna, ha impartido cursos sobre lactancia materna para profesionales sanitarios y ha traducido diversos libros relacionados con el tema, además de ser responsable del consultorio sobre lactancia materna de la revista Ser Padres. Ha publicado Mi niño no me

come, libro de gran éxito en el que desdramatizaba el problema de la inapetencia infantil y daba las claves para resolverlo».

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emocionales, como la angustia de la separación. Pero, tristemente, esto es lo

que hacen muchos padres. No acaban de aceptar que el dolor emocional de

su hijo es tan real como el físico. Es un hecho neurobiológico que todos

deberíamos respetar»16

16 SUNDERLAND, Margot La ciencia… cit.

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“Cuanto antes mejor”

En una época fue sólo preescolar, luego vinieron el jardín de infantes, la salita de

tres, la salita de dos del maternal… Los niños debutan en sociedad cada vez más

pequeños. Aprenden las reglas de un adulto para varios, de tolerar la frustración de no

ser únicos, de tener que competir para ser vistos y escuchados, y de hacer todo esto con

un límite de tiempo: “cuanto antes mejor”.

Hoy preferimos el término “jardín maternal” al de “guardería”. Suena aberrante

pensar que los “guardamos”, es mejor recordar que los educamos, que los socializamos

tempranamente. Pero si ya no hay guarderías y ahora todo es jardín, se pierde la

diferencia entre el bebé y el niño, entre criar y educar, se diluye el pasaje de la

dependencia absoluta a la autonomía en la pretensión omnipotente de que los bebés

serán independientes desde el inicio. Entre un bebé y un niño hay miles de años de

evolución, pero quedan amalgamados y sintetizados bajo el rótulo “jardín”.

Los períodos críticos —como la impronta17 o el establecimiento del vínculo— son

demasiado cortos, y las experiencias vividas prácticamente irreversibles. Pero estas

oportunidades fugaces pasan inadvertidas mientras algunos adultos insisten en que los

bebés deben ser “independientes”, en que los bebés deben estar “adaptados”[1], en que

los bebés no deben ser llevados “aúpa” para que no se “malacostumbren”, los bebés

deben quedarse en el cochecito, deben ser amamantados cada tres horas, deben tener los

límites claros, entre los cuales figura el aprender a comer solo —que no le den en la

boca—, a dormir solo —no en la habitación de sus padres—, a jugar solo —sin llamar a

ningún adulto—, y cuanto mayor sea el número de actividades que los bebés realicen

solos mayor será su nivel de autonomía, porque desde que hicieron su triste ingreso en

la salita de “cero”18, los bebés se han transformado en alumnos.

17 Impronta: Un ejemplo de conducta instintiva en el que Bowlby inspiró su teoría: «Las cuatro características básicas que Lorenz atribuyó a la impronta son: a) que tiene lugar solamente durante un período crítico y breve del ciclo vital; b) que es irreversible; c) que se trata de un aprendizaje supra individual; y d) que afecta a pautas de conducta todavía no desarrolladas en el repertorio del organismo,…» John Bowlby, El apego y la pérdida (tomo I), Paidós, 1998, pág. 235. 18 En alusión a los nombres de las aulas en el jardín de infantes: por Ej. salita de “tres” para los niños de tres años.

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Los cortes

En el transcurso de un proceso19 se suele denominar “corte” a un receso entre dos

períodos secuenciales tal que la finalización de uno de ellos es condición necesaria para

el inicio del próximo. Los períodos así delimitados se denominan “etapas”. Tratándose

del desarrollo infantil, los padres damos por sentado que cada etapa supone un progreso

respecto de la anterior.

Cortamos para descansar, como en un recreo entre dos asignaturas, el que

esperamos con el único consuelo del “ya va a pasar”, “es sólo una etapa”.

Nuestro lenguaje de madres que sólo sabe de “teta”, “mamadera”, “chupete”,

“pañal”, “mojar la cama”, en términos de etapas, también sabe de “destete”, “tomar en

taza”, “dejar el chupete”, “dejar el pañal”, “controlar esfínteres”, en términos de cortes,

porque en él subyacen las reglas de la división freudiana de las etapas del desarrollo:

oral, anal y fálica, que fuimos incorporando intuitivamente a partir de nuestra

interacción con psicólogos, docentes, pediatras y otras madres.

Cada etapa propone lo que percibimos como un corte, un punto final en el cual

nuestro hijo resuelve un conflicto, y debe resolverlo necesariamente, a riesgo de quedar

fijo en él, lo que se considera patológico. Es decir que cada etapa gira en torno a un

problema potencial. Por tanto, nos genera angustia, y nos lleva, como es natural, a

esperar los cortes. Según Stern:

« las fases freudianas de la oralidad, la analidad, etcétera, se refieren no sólo a

etapas del desarrollo de las pulsiones, sino también a períodos potenciales de

fijación —es decir, a puntos específicos de origen de la patología— que más tarde

resultarán en entidades psicopatológicas específicas. […]

Estos psicoanalistas son teóricos del desarrollo que trabajan retrocediendo en el

tiempo. Su meta primaria era ayudar a comprender el desarrollo de la

psicopatología. Se trataba de hecho de una tarea de urgencia terapéutica, no

abordada por ninguna otra psicología del desarrollo. Pero esa tarea los obligó a

asignar un papel central en el desarrollo a problemas clínicos seleccionados

patomórficamente. […]

19 Proceso entendido como desarrollo, es decir, basado en el cambio a través del tiempo.

Page 16: Vdangelo_ La Cultura Del Desapego

Pero las teorías psicoanalíticas asumen también otro supuesto: el de que la fase

patomórficamente designada en la que un rasgo clínico se elabora evolutivamente

es un período sensible en términos etológicos. A cada rasgo clínico separado, como

la oralidad, la autonomía o la confianza, se le asigna una brecha de tiempo limitado,

una fase específica en la que el rasgo clínico específico de la fase “cobra

ascendencia, entra en su crisis y encuentra su solución duradera a través de un

encuentro decisivo con el ambiente”20».

Creo que la teoría del apego se percibe como más “tranquilizadora” respecto de los

límites de tiempo. Esta división en etapas ya no es esencialmente secuencial. Si bien el

apego se desarrolla en el tiempo, y los primeros tres años son fundamentales, la

constitución del psiquismo parece adoptar una forma de adentro hacia fuera, en capas

concéntricas, más que en línea recta. El apego parte de un sentimiento nuclear que nos

acompaña a lo largo de toda nuestra vida, por tanto no hay necesidad de apurar los

tiempos, el progreso de la vida adulta está asociado a la profundidad y a la calidad de las

experiencias de apego de la infancia, a su estabilidad y continuidad, mas no a su

duración porque la conducta de apego no “finaliza”. ¿Para que apurarnos entonces a que

los niños sean independientes? Si la única forma de que realmente lo sean es que

primero hayan sido dependientes, tanto como lo hayan necesitado y demandado.

«La teoría del apego considera la tendencia a establecer lazos emocionales

íntimos con individuos determinados como un componente básico de la naturaleza

humana, presente en forma embrionaria en el neonato y que prosigue a lo largo de

la vida adulta, hasta la vejez. Durante la infancia, los lazos se establecen con los

padres (o los padres sustitutos), a los que se recurre en busca de protección,

consuelo y apoyo. Durante la adolescencia sana y la vida adulta, estos lazos

persisten, pero son complementados por nuevos lazos, generalmente de naturaleza

heterosexual. […]

[…] el apremiante deseo de consuelo y apoyo en situaciones adversas no se

considera pueril, como da por sentado la teoría de la dependencia. En lugar de ella,

la capacidad de establecer lazos emocionales íntimos con otros individuos —a

veces desempeñando el papel de buscador de cuidados y a veces en el papel de

20 STERN, Daniel N. El mundo interpersonal del infante Paidós, Buenos Aires, 2005, pp. 36-37.

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dador de cuidados— es considerada como un rasgo importante del funcionamiento

efectivo de la personalidad y de la salud mental»21.

En relación al desarrollo, Berger sostiene:

«La cuestión fundamental, es decir, si el desarrollo ocurre gradualmente o en

etapas, no es exactamente teórica. Si son etapas, entonces los padres se deben

adaptar a cualquier estadio por el que atraviesen sus hijos en cualquier momento

dado. El humor de los bebés, […], la rebelión del adolescente, son todas “etapas”,

algo que pasará con la edad. Si no hay etapas, entonces las sociedades y los padres

necesitan estar siempre activos ocupándose del niño; cada día, cada año, son

igualmente importantes»22.

21 BOWLBY, John Una base segura… p. 142 22 BERGER, Kathleen Stassen Psicología del desarrollo, Editorial Médica Panamericana, Buenos Aires, 2004, p. 56-57 (Capítulo 2: Las teorías del desarrollo).

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Conclusión

Los ambientalistas nos enseñaron que debemos mirar el mundo que nos rodea para

entendernos como humanos. ¿Cómo es el mundo que nos rodea hoy?

En el mundo que nos rodea, los bebés son separados de sus madres y confiados a

instituciones donde serán atendidos en forma alternada por distintos cuidadores, a

quienes se les brinda una completa capacitación para hacerse cargo de las necesidades

fisiológicas de los niños y para entender sus necesidades afectivas aunque se vean

imposibilitados de satisfacerlas por completo debido al número de niños que tienen a

cargo —entendiendo que cada niño demanda, para el desarrollo de un apego seguro, una

dedicación casi exclusiva.

En el mundo que nos rodea conviene más la postura freudiana —inicial— de

considerar al alimento como causa de la vinculación y como necesidad primaria:

podemos reemplazar la teta fácilmente con mamadera. En cambio, si lo primario es el

vínculo, la cosa cambia. Lo que sabemos hasta ahora es que los monos Rhesus de

Harlow aceptaron mamaderas en reemplazo de pechos, y paños peludos en vez de

regazos; de los bebés humanos sabemos que aceptan, en determinadas condiciones, una

mamadera en vez de teta, pero aunque no se hayan hecho experimentos con mujeres de

alambre cubiertas de paño, sabemos con certeza que la piel humana no es reemplazable.

La piel, nuestro límite con el mundo, que nos protege de él y nos comunica con él, se

construye en relación —cálida y continuada23— con una madre afectuosa —“humana”.

En síntesis, desde el punto de vista del bebé, el mundo que nos rodea es igual que

hace treinta mil años, lo prioritario es que no lo separen de su madre.

Creo que una mayor difusión de las concepciones del desarrollo temprano entre los

padres y la comunidad en general sería una gran contribución a la prevención, puesto

que somos los padres quienes decidimos —con mayor o menor libertad— sobre los

destinos de nuestros hijos. En tanto los asistentes del maternal sigan teniendo a su cargo

decenas de bebés, mejorar su capacitación es insuficiente, la problemática de la

23 Los teóricos del apego ponen mucho énfasis en la continuidad de los cuidados.

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separación no está dentro de la institución sino en la frontera que divide la guardería y la

casa.

Los cursos en desarrollo temprano deberían estar dirigidos especialmente a los

padres. Somos nosotros quienes deberíamos llenar las aulas. Sin importar cuánta buena

voluntad e idoneidad demuestren los cuidadores, el sistema en el que están inmersos no

favorece —ni permite— las relaciones de apego. La problemática central que

abordamos en este postítulo es la separación. Una sombra que crece velozmente para

alcanzarnos a todos, que se filtra en los intersticios que separan los jardines maternos de

los hogares, en las conversaciones entre docentes y madres, en la esterilidad de los

diagnósticos, en la amargura de la impotencia. Si la enfermedad es una consecuencia del

abandono entonces la enfermedad es el abandono. Eso es lo que hay que resolver,

diagnosticar, prevenir, antes que la hiperactividad, la falta de concentración o la

violencia; aunque nos resulte chocante y desalentador, seguimos sin enfrentar la

cuestión de fondo: que los bebés jamás deberían ser separados de sus madres.

Notas

1. Sobre el concepto de adaptación: «Por numerosas razones, los conceptos de adaptación y

de adaptabilidad plantean una serie de dificultades. En primer lugar, los términos en sí —

adaptarse, adaptado, adaptación— poseen más de un significado. En segundo término, en los

sistemas biológicos, la condición de estar adaptado se logra por medios poco habituales, cuya

comprensión impide constantemente el fantasma de la teleología. Una tercera razón, que

interviene cuando se analiza el aparato biológico del ser humano, reside en que el hombre

moderno posee una extraordinaria capacidad para modificar el ambiente según sus propios

deseos […] para que un sistema funcione adecuadamente, tiene que estar en el ambiente para el

que posee una capacidad concreta de adaptarse. Por tal razón, al estudiar las conductas

instintivas del ser humano (o, para ser más precisos, los sistemas que intervienen en la

producción de determinada conducta instintiva) convendrá considerar, en primer término, la

naturaleza del ambiente al que están adaptados y dentro del cual pueden funcionar. Este estudio

plantea algunos problemas poco corrientes.

Dos de las características principales del ser humano son su versatilidad y su capacidad de

innovación. Al ejercer estas capacidades, el ser humano ha podido, en los últimos milenios,

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ampliar los ambientes dentro de los que puede vivir y procrear, hasta incluir condiciones

naturales extremas. Asimismo, y de manera más o menos deliberada, el hombre ha modificado

esas condiciones de tal modo que crea toda una serie de ambientes totalmente nuevos, producto

de su propia obra. Por supuesto, las modificaciones introducidas en el ambiente han dado lugar

a un aumento espectacular en la población mundial, al mismo tiempo que han hecho mocho más

difícil la tarea del biólogo, empeñado en definir el ambiente de adaptabilidad evolutiva del ser

humano.

En este punto, debe recordarse que nuestro problema reside en comprender la conducta

instintiva del ser humano. Es decir, aunque debe darse amplio reconocimiento a la notable

versatilidad de éste, a su capacidad de innovación y a las auténticas proezas que ha realizado en

la modificación de su ambiente, ninguno de estos atributos constituye nuestro objeto de interés

inmediato. Por el contrario, lo que nos interesa aquí es centrarnos en los componentes

ambientalmente estables del repertorio de conductas del ser humano y en el ambiente de

adaptación, relativamente estable, en el que probablemente se desarrolla éste. ¿Cuál es,

entonces, la naturaleza de ese ambiente, o cuál ha sido en el pasado? Para la mayoría de las

especies animales, el hábitat natural presenta variaciones muy limitadas y sufre cambios

sumamente lentos. El resultado es que cada especie vive hoy en un ambiente que difiere poco o

nada del ambiente en el que se desarrolló su bagaje de conductas y dentro del cual quedó

adaptado tal bagaje para actuar. Por consiguiente, cabe suponer, sin temor a equivocarnos, que

el hábitat que ocupa determinada especie en la actualidad, o es el mismo de su adaptación

evolutiva, o es muy parecido a él. Pero no ocurre así en el caso del ser humano. En primer lugar,

es enorme la variedad de hábitats en los que actualmente vive y se reproduce. En segundo

término —y más importante aún— la velocidad con que se ha diversificado el ambiente del ser

humano, en especial en los últimos siglos, con las modificaciones introducidas por él mismo, ha

superado ampliamente el ritmo de la selección natural. Por lo tanto puede afirmarse que ninguno

de los ambientes en que vive en la actualidad el hombre civilizado —o incluso incivilizado—

refleja el ambiente natural en el que evolucionaron los sistemas de conductas humanas

ambientalmente estables y al cual se adaptaba de manera intrínseca. Llegamos así a la

conclusión de que el ambiente en función del cual debe considerarse el bagaje instintivo de

adaptabilidad del ser humano es el que éste habitó durante dos millones de años, hasta que los

cambios introducidos en el cuso de los últimos milenios produjeron la extraordinaria diversidad

de hábitats que ocupa el hombre actualmente […], con toda probabilidad, ese ambiente

primigenio natural —definible dentro de ciertos límites— fue el que planteó todas las

dificultades y riesgos que actuaron como agentes selectivos durante la evolución del repertorio

de conductas que aún caracterizan al hombre moderno. Es decir que tal ambiente primitivo es,

casi sin lugar a dudas, su ambiente de adaptación evolutiva. De ser correcta esta tesis, el único

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criterio relevante para considerar la capacidad de adaptación natural de cualquier parte

concreta del repertorio de conductas del hombre contemporáneo es el grado y el modo en que

habría contribuido a la supervivencia de la población en el ambiente primitivo del ser

humano.»

John Bowlby, El apego y la pérdida (Tomo I) pp. 88 a 97 (el subrayado es mío).

De las anteriores afirmaciones de John Bowlby se desprende que cada vez que nos

enfrentamos a una innovación en el ambiente, una forma simple de saber si nuestros bebés

estarán en condiciones de “adaptarse” a dicha innovación, sería preguntarnos si los bebés

primitivos se hubieran adaptado. ¿Se habrían adaptado los bebés primitivos a quedarse solos

mientras sus madres salían a recoger alimento? No, habrían sido devorados por depredadores.

¿Se habrían adaptado los bebés primitivos a dormir solos por la noche en medio de la selva? La

respuesta también es negativa. ¿Se habrían adaptado de no utilizar el llanto como medio de

comunicación con su madre? Tampoco. Entonces porqué pensar que ahora sí pueden. Todo lo

citado anteriormente es para aclarar que en términos evolutivos 30000 años no produjeron

cambios a nivel adaptativo en la constitución genética (sí en la cultural), pero los bebés al nacer

traen un repertorio de conductas heredadas, no culturales aprendidas.

2. Sobre evolución y cultura.

«Hace millones de años, antes de que comenzase nuestra evolución cultural, las madres

prehumanas cuidaban ya a sus hijos.

Tanto los hijos como las madres mostraban una conducta innata, instintiva, determinada por

los genes. Aquella conducta estaba plenamente adaptada al ambiente en que evolucionó nuestra

especie, probablemente en pequeñas bandas de recolectores y carroñeros, en una sabana poblada

por peligrosos predadores.

Desde entonces, diversos grupos humanos han ideado y vuelto a olvidar docenas de

métodos de crianza.

En las culturas tradicionales, los padres aprendían por observación la forma «normal» de

criar a sus hijos, y los cambios eran lentos y escasos. En nuestra sociedad de la información y el

desarraigo, la madre puede rechazar como inadecuada o anticuada la forma en que su propia

madre la crió, y sustituirla por los consejos de sus amigas o por lo que ha leído en

libros o visto en películas.

De este modo conviven métodos de crianza muy distintos.

Unos padres duermen con su hijo, otros lo instalan en una habitación separada. Unos lo

toman en brazos casi todo el rato, otros lo dejan en una cuna, aunque llore. Unos toleran

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pacientemente las rabietas y exigencias de los niños pequeños, otros intentan corregirlos con

severos castigos. Cada uno de ellos, por supuesto, está convencido de que hace lo mejor para

sus hijos, ¡si no, no lo haría! Pero, sea lo que sea lo que hemos aprendido, leído, visto,

escuchado, creído o rechazado a lo largo de toda nuestra vida, nuestros hijos nacen iguales.

Nacen sin haber visto, oído, leído, creído o rechazado nada. En el momento de nacer, sus

expectativas no vienen marcadas por la evolución cultural, sino por la evolución natural, por la

fuerza de los genes.

En el momento de nacer, nuestros hijos son básicamente iguales a los que nacieron hace

cien mil años.

La forma en que los bebés se comportan espontáneamente, la forma en que esperan ser

tratados, la forma en que reaccionan a los diferentes tratos que reciben, no ha cambiado en

decenas de miles de años. Si queremos entender por qué los niños son como son, hemos de

remontarnos muchos milenios atrás y observar cómo nos adaptamos a nuestro ambiente

evolutivo.» Carlos González, Bésame mucho, Temas de hoy, 2003.

Bibliografía

“Los gritos del lactante” en Bibliografía suministrada por la cátedra, código 2 (38F),

capítulo 7, Postítulo en Desarrollo Temprano. Facultad de Psicología UNR.

BERGER, Kathleen Stassen Psicología del desarrollo, Editorial Médica Panamericana,

Buenos Aires, 2004.

BOWLBY, John El apego y la pérdida (tomo I), Paidós, 1998.

BOWLBY, John Una base segura, Paidós … pp. 40-41.

Diccionario de la Real Academia Española [en línea]

http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=responsable.

GONZALEZ, Carlos Bésame mucho Temas de hoy, 2003.

PERELLÓ, María R. Sigmund Freud. Algunos conceptos básicos. Curso Desarrollo

Temprano en Educación y Salud. Facultad de Psicología UNR (cod 15 – 12F).

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STERN, Daniel N. El mundo interpersonal del infante Paidós, Buenos Aires, 2005.

SUNDERLAND, Margot La ciencia de ser padres, Grijalbo, 2007.