34
1 VEN A BUSCARME, TALÍA DOS ACTOS De JORGE MÁRQUEZ

Ven a buscarme, Talía

Embed Size (px)

DESCRIPTION

1981. "Trilogía del juego II"

Citation preview

Page 1: Ven a buscarme, Talía

1

VEN A BUSCARME, TALÍA DOS ACTOS

De JORGE MÁRQUEZ

Page 2: Ven a buscarme, Talía

2

Personajes:

NAGOL

VASS

ROBVIA

EL VIEJO NAGOL y

VOZ DEL MEDICO

(Derecha, la del actor)

Page 3: Ven a buscarme, Talía

3

«Quise entender la soledad del que camina contra la inmensa

corriente que busca resignada la desembocadura»

(Nagol)

Page 4: Ven a buscarme, Talía

4

ACTO PRIMERO

Lejos, en el espacio y en el tiempo. Habitación interior de una casa

vieja aunque bien cuidada. Puerta a la derecha. Sobre el fondo, un

mueble alto y antiguo de madera rojiza. A la izquierda hay una

mesa que hace las veces de escritorio y una silla. Encima de

aquélla, gran cantidad de papeles amontonados en varias pilas,

unos escritos y otros no. Hay también lápices y una pluma esti-

lográfica. A la derecha, un sillón de tela oscura y raída. Al fondo

izquierda, delante del mueble, hay un perchero y, colgado de él, un

abrigo negro muy viejo. La habitación es pobre pero está limpia y

cuidada. Otros complementos menores, como un espejo sobre el

escritorio, y algunos elementos simbólicos a propósito con la tesis

de la obra completan la escenografía.

Nagol es un hombre de poco menos de cincuenta años. Alto, del-

gado, vestido con apariencia y lento en el andar. Ocasionalmente

utiliza gafas y fuma con frecuencia. Peina algunas canas,

principalmente en los aladares y el bigote. Es de aspecto tranquilo

y serio.

Su hija, Vass, tiene diecisiete años. Es alegre en su forma de vestir.

Menuda y aparentemente inquieta. Lleva el cabello corto y luce

siempre un fino lazo azul alrededor del cuello.

Robvia, madre de Vass, es una mujer de mediana edad.

Constantemente calmada e irónica, utiliza muy a menudo el sar-

casmo. Viste con dejadez y se preocupa por la limpieza de forma

casi obsesiva, por lo que es corriente verla escoba en mano.

Acción atemporal.

Telón. Oscuridad total. Comienza a sonar música que irá mar-

cando la entrada progresiva de una tenue luz azulada (“El Viejo

Castillo”, de Mussorgsky).

En el sillón descansa Nagol abatido y triste, contemplando el

perfil de su hija Vass, que reposa muerta sobre una mesa funeraria.

Está cubierta por un sudario que cae a ambos lados de la mesa.

Page 5: Ven a buscarme, Talía

5

Música al fondo en el momento en que Nagol, levantándose, se

acerca hasta su hija.

NAGOL — (Triste.) Dondequiera que estés, mi pequeña Vass, ¿perdonarás

alguna vez mi egoísmo? ¿Me perdonarás por las muchas veces que te besé con

los labios vacíos de amor? ¿Olvidarás que se me olvidó quererte, que no supe

escuchar tus problemas de mujer pequeña que con tanta fe me confesabas al

oído, Vass…? Diecisiete años… sólo diecisiete años. ¿Cómo es posible, Dios mío?

(Llora.) ¿Cómo es posible? ¿Dónde he estado escondido todo este tiempo? ¿Por

qué te ignoré cuando me buscabas? ¿Por qué? ¿Tan ciego he estado que ni la luz

de mi propia hija pudo hacerme ver? (Va desarropando el rostro de la pequeña.) ¿Ni

siquiera la luz de mi pequeña Vass? ¿Ni siquiera tú, Vass? (La besa.) ¡Contéstame,

por Dios, contéstame! ¡Háblame! (Destrozado.) ¡Respira, Vass, respira! ¡Respira,

hija, respira! (Continúa llorando sin ser capaz de articular palabra alguna.) ¡Hija!

(Luego, más tranquilo.) ¡Háblame, Vass, háblame! ¡Llena tu pecho de aire y há-

blame! Ya no te oye nadie; sólo yo. Ahora estamos solos tú y yo, y nada puede

separarme de ti. (Pausa.) Silencio… olas que estalláis en el acantilado. Silencio,

cipreses agitados por el viento. Silencio, niños; se acabaron las risas y los juegos.

¡Aléjate, destino, porque la pequeña Vass duerme! ¡Al viento, destino, al viento

como la ceniza del último árbol que el fuego abrasó! …Y silencio porque Vass, la

hija de Nagol, descansa. La hija del hombre con quien jugaste a tu antojo, des-

tino… (Implora.) Que las plumas no rasguen más el papel ni vuelva la tinta a

manchar sus blancas entrañas… porque mi última palabra está escrita. Porque el

juego cruel de las suposiciones ha dejado ver su último naipe, Vass. El de aquel

que se sentaba frente a mí, al otro lado del tapete, era el comodín de mi trage-

dia… (Va a sentarse.) …Y he perdido, Vass, he perdido… Ya sólo me queda tu

cuerpo inerte, frío… y el amargo recuerdo de una lucha sin sentido contra mis

circunstancias; una estúpida guerra que ojalá consiguiera olvidar para siempre.

Pero lo sé bien. Sé que sólo es necesario desear que esa triste evocación no vuelva

jamás… Es motivo suficiente para que resuenen en mi memoria con mayor

fuerza aún aquellos vacíos momentos que quisiera arrumbar en el último rincón

de mi ser… He perdido y éste es el precio que debo pagar: tu muerte y el re-

cuerdo, mi pequeña Vass, tu muerte y el recuerdo…

Música en primer plano. Oscuridad total progresiva.

Pausa.

Page 6: Ven a buscarme, Talía

6

La música ha dejado de oírse. Luces. De la habitación ha desapare-

cido la mesa funeraria.

Murmullos. Nadie en escena. Voz exterior de Nagol en tono de

convencimiento. Parece que estuviera tratando de explicarse algo

en alto.

Se abre la puerta. Entra Nagol.

NAGOL — (Convencido. Habla para sí.) Yo no soy un gran escritor. ¡Nadie es

gran escritor si sólo puede llevar tal nombre quien conciba personajes realmente

vivos! Nadie es un buen dramaturgo si sólo así puede llamarse quien pueda

prescindir sin ahogos de impregnar con un cierto aire de tragedia o de comedia

las situaciones que imagina. (Declama.) ¿Por qué pensamos que el autor está

obligado a manejar la vida misma en la escena? ¿Por qué no dejar que el eterno

drama siga abriéndose sobre cada uno de nosotros y en todos nosotros juntos…?

Porque, ¡señor!, si la vida es tan simple que traerla al calor de estos focos hastía

al espectador más transigente, ¿no haríamos mejor en estudiar el espíritu de los

hombres, el alma de las gentes? ¡Sí, señor! ¡Naturalmente! Pero yo… ¡Ay, Dios

mío, yo! …Yo pienso demostrar mis teorías. Pienso hacer ver al mundo que toda

su existencia fatal está sumida en la hipocresía y el cinismo de lo indemostrable,

de todo evento imprevisible que pende sobre cada uno cual espada de Damo-

cles; de la repugnante oscuridad de su implacable y abstruso destino hecho para

oprimir, para ahogar la libertad de una decisión con la soga del temor… ¿Que

pasará? ¿Qué no pasará? ¿Qué haré? ¿Qué no haré? ¡Ah, criatura ciega! Te obsti-

nas en leer lo que está escrito con invisible tinta. Pero te juro… (va perdiendo inte-

rés y se dedica a observar el estado de la habitación) …que así como la llama ennegrece

el agua azul de cobre y rompe el secreto del blanco papel, del mismo modo es

cierto que no hay fuego capaz de mostrar las negras entrañas del futuro. (Se

acaricia el mentón. Ha perdido totalmente el interés y se limita a recitar de forma casi

mecánica.) Tan firme estoy en ello… como en que no hay ningún bien nacido que

ponga aquí las cosas donde deben estar. (Grita) ¡Robvia! (Se dedica a coger las pilas

de papel, las examina y luego arrodillándose, empieza a colocar los papeles en el suelo con

cuidado y atención.)

ROBVIA — (Entra con tranquilidad y se sitúa a una prudente distancia de Nagol.

Lleva el pelo recogido con un pañuelo. Va vestida con el atuendo propio de la mujer que se

dedica a hacer la limpieza. Expresión dormida y aspecto general descuidado.) ¿Has vo-

ceado mi nombre, esposo pregonero?

Page 7: Ven a buscarme, Talía

7

NAGOL — (Absorto en la colocación de los papeles, no la mira.) Arreaba bestias

de labranza, que viene a ser lo mismo…

ROBVIA — (Paciente.) Y… ¿puedo saber qué inaplazable razón procura mi

presencia ante tus idolatrados ojos?

NAGOL — Puedes y debes, ¡oh esposa de mis… (La mira y se interrumpe. La

observa después. Robvia permanece impasible.) ¡Robvia, cariño!

ROBVIA — Dime, esposo sublime y adorado.

NAGOL — De… De cuando en cuando, corazón, en contadas ocasiones,

me asalta una duda que me corroe…

ROBVIA — ¿Duda, inefable cónyuge?

NAGOL — Duda, ¡sin duda!

ROBVIA — Y ¿qué duda es la que martiriza tu preclara inteligencia?

NAGOL — Pues verás. (Se incorpora.) Es el caso… que no me cabe en la ca-

beza que aquella criatura frágil, femenina y absorbente con la que un día bajé de

los altares, sea la misma que ahora contemplan perplejas mis incrédulas pupilas.

ROBVIA — Recíproco dilema, ciertamente.

NAGOL — (Dudando.) Ciertamente… y acaso. Porque es implacable y fatí-

dico destino el de la corpórea materia arrastrar con el paso de los años el ra-

diante físico juvenil a la decadencia monstruosa de nuestra frágil anatomía. Pero

es que lo tuyo no es decadencia, cariño. ¡Lo tuyo es metamorfosis!

ROBVIA — ¡Ah, sí? ¿Pues sabes una cosa, ínclito marido? Que yo te ex-

horto a que cierres los ojos y te sitúes delante del espejo y luego abras uno y

después el otro, no sea que abriendo los dos a la vez la impresión debilite aún

más tu anémico seso.

NAGOL — (Paciente.) Así lo haré ya que me lo ruegas. Pero conste que no

hay tal flaqueza en mi seso, como pretendes. Si acaso andaré débil de sexo; y ello

por el descomunal ejercicio que de él hago y del cual tú tienes buena cuenta.

ROBVIA — Hiciste, marido mío, hiciste. Que es de sabios conjugar el verbo

en su tiempo exacto por no faltar con ello a la dolorosa realidad.

NAGOL — Pues ándate con cuidado, esposa de mis entrañas; y ya que en-

tre seso y sexo anda nuestra plática, procura respetar los dictados de mi seso,

Page 8: Ven a buscarme, Talía

8

con ese, no vaya a ser que sigas sin catar los del sexo, con equis, y se te venga la

realidad más dolorosa aún.

ROBVIA — ¡Y qué hice ahora de mal ver a los límpidos ojos de tu entendi-

miento?

NAGOL — Hiciste lo que no debieras. Que te tengo dicho y reiterado en no

pocas ocasiones que hagas el favor de no hacerme limpieza entre mis papeles.

Que si están por el suelo es porque sé en qué baldosa descansa cada uno de mis

documentos. Y no es cuestión razonable que en tu obsesivo afán de ver cada cosa

en el sitio que tú mejor lo entiendes, me recojas los escritos del suelo y los colo-

ques en lo alto de la mesa. De lo que resulta que ya no sé dónde tengo la escena

primera del acto tercero ni la tercera del primero; ni sé dónde encontrar el im-

preso de declaración de tributos, ni la hoja con la relación de las viandas que me

encargaste comprar. Y no es cosa de que al final salgan mis personajes decla-

mando en escena que kilo y cuarto de tomates para picadillo y medio de limones,

o la liquidación de impuestos de la renta, que es peor aún por engañosa y poco

apetitosa. Conque, o me dejas vivir entre el desarreglado orden de mis papeles, o

no machamos más ajos ni por la noche en la cama, ni en el sofá a la reposada

hora de la siesta.

ROBVIA — (Meditando.) Sea como quieres, que las amenazas que me

conminan son de mucho calibre. Y si mala es la falta de agua en las áridas tierras

de labor, peor aún el presagio de una pertinaz sequía…

NAGOL — Celebro que así lo entiendas. Y en vista de que tus intenciones

apuntan por fin a la diana de la razón y la lógica… hazme cuenta esta noche de

los ajos que te adeudo de atraso; que si no saldo la cuenta de una sola vez por ser

mucho el débito, en mi ánimo estará el liquidarla a plazos.

ROBVIA — (Saliendo. Conforme.) Ya nos vamos entendiendo, esposo que-

rido; ya nos vamos entendiendo… (Sale.)

Nagol se dedica a su labor. Termina. Se acerca a la mesa. Se sienta.

Ordena los papeles y cuando ya va a escribir se detiene medi-

tando.

NAGOL — (Suspicaz) No sé por qué… tengo la impresión de haber sido

manipulado. Quizá sean sólo suposiciones mías… (Gesto. Escribe.)

Page 9: Ven a buscarme, Talía

9

Entra Vass muy despacio. Cierra la puerta y observa a su padre en

silencio, expectante.

VASS — (Muy bajo.) Papá… (Nagol no ha escuchado. Vass se acerca tímida.)

Papá…

NAGOL — (Sin apartar la vista de lo que escribe.) ¿Qué?

VASS — (Tímida, acariciando el respaldo de la silla en la que está sentado Nagol.)

¿Cuánto tiempo estuvisteis mamá y tú de novios? (Silencio. Nagol no contesta.)

¿Eh? (Nagol continúa en silencio.) Pues… no es mucho… (Se aparta.) ¿Verdad?

NAGOL — (Se detiene. Mira a Vass.) ¿Verdad qué?

VASS — (Haciendo un esfuerzo notable.) ¡Hijo, papá, siempre estás en las nu-

bes! Te hablaba del noviazgo de mamá y tú, y te preguntaba que cuánto duró.

NAGOL — ¿Nuestro noviazgo? (Piensa) Pues… seis o siete años. (Recuerda

ilusionado.) ¡Ay, Dios mío, qué tiempos aquéllos! ¡Qué compenetración! ¡Qué

felicidad! Tú no habías nacido todavía… pero es que no es para contarlo… es

para vivirlo. Tu madre tan joven, tan hermosa… Parecíamos propiamente una

pareja de enamorados… (Lamentándose.) Después nos casamos y… ¡En fin! A lo

hecho…

VASS — Debieron de ser muy bonitos aquellos seis o siete años. Porque me

has dicho que fueron seis o siete, ¿no?

NAGOL — Si, seis… seis y medio, más o menos, ¿Por qué?

VASS — No, por nada. (Nagol asiente, conforme. Vuelve a escribir. Vass repite

más alto.) Por nada, papá. (Suspira. Pausa. Se acerca a Nagol que está de espaldas y

suspira más fuerte aún: exageradamente. Nagol se encoge de hombros asustado.)

NAGOL — ¿Ocurre algo, hija?

VASS — No, qué va, qué va. (Vuelve a suspirar.)

NAGOL — (Se levanta, coloca su brazo sobre el hombro de Vass. Conciliador.) A

ver, ven aquí conmigo. Vamos a ver qué le pasa a mi pequeña Vass…

Se acerca al sillón.

VASS — ¿Y por qué sabes que me sucede algo?

Page 10: Ven a buscarme, Talía

10

NAGOL — ¡Vamos, hija! A mí no se me puede engañar. Me basta mirar a

los ojos de alguien para saber si tiene problemas.

VASS — ¡Ya!

NAGOL — Ven. Siéntate y confíame sin miedo tu secreto.

VASS — (Quitando el brazo de Nagol de su hombro.) No… No… (Aproxima a su

padre el sillón.) Siéntate tú, mejor.

NAGOL — (Extrañado.) Como quieras. (Se sienta.) Bueno. Te escucho.

VASS — (Silencio.) Es que… (Silencio.)

NAGOL — (Gesto.) ¡Es que!

VASS — Ayer vine un poco tarde…

NAGOL — ¡Ya lo sé! Estuviste en casa de esa amiga tuya leyendo, ¿no?

VASS — Si. Bueno… casi…

NAGOL —Casi… ¿qué?

VASS — Que sí que estuve en casa de mi amiga. Pero… no estuve estu-

diando…

NAGOL — (Extrañado.) ¿Estudiando? ¿No era leyendo? ¿O es que leías lo

que tenías que estudiar? ¿O no lo leías?

VASS — (Nerviosa.) ¡Estudiando, leyendo, o lo que sea! ¡No!

NAGOL — ¿No?

VASS— ¡No!

NAGOL — Entonces, ¿qué estuviste haciendo?

VASS — (Tímida. Nerviosa.) Es que… Es que ayer era el cumpleaños de mi

amiga… (Gesto de Nagol.) ¡Ay! ¡No me lo hagas más difícil todavía! (Nagol va a

hablar.) ¡Espera, papá, espera! Prométeme que vas a escucharme hasta el final sin

decir nada.

NAGOL — (Perplejo) ¡Pero bueno! (Se incorpora.)

VASS — ¡Prométemelo, papá!

NAGOL — (Suspirando resignado, se sienta dejándose caer. Apoya la barbilla so-

bre la palma de la mano. El codo en el brazo del sillón.) Está bien… Bueno, ¡venga!

VASS — ¿Prometido en serio?

Page 11: Ven a buscarme, Talía

11

NAGOL — Si… prometido en serio. Venga. Habla.

VASS — (Acobardada.) Es que ayer fue el cumpleaños de mi amiga y nos

reunimos un grupo de conocidos, compañeros de estudios, casi todos. Estaba

esa chica rubia, alta… y también…

NAGOL — ¡Al grano, Vass, al grano!

VASS — El grano… Sí, será mejor, espero… Pues el grano es que bebimos

un poquito de más…

NAGOL — (Enfadado.) ¿Y?

VASS — (Traga saliva.) Y que… (Se frota las manos nerviosa.) Bueno, pues que

terminé… en… en la… cama de mi amiga…

NAGOL — (Respira profundamente elevando la mirada. Poco a poco empieza a

gesticular tratando de evitar las lágrimas. Por fin rompe a llorar.) Vass… Vass…

VASS — (Se acerca a él y lo abraza por detrás del sillón. Lo acaricia.) No, papá;

por favor, no llores. (Apenada.)

NAGOL — Vass, hija, ¿cómo quieres que no llore?

VASS — (Pausa.) Porque… Porque estamos muy enamorados. Tal como

mamá y tú en aquellos preciosos siete años de noviazgo. Porque tienes que verlo

como el más maravilloso fruto del amor. Porque es ese mismo estupendo y lim-

pio amor que os une a mamá y a ti en el momento de hacer algo tan natural.

NAGOL — (Comienza a llorar de forma exagerada, forzada y grotesca.) ¡Ay, qué

pena más honda!

VASS — (Seria) ¡Está bien, señor Nagol! ¿Qué es lo que pasa ahora?

NAGOL — (Continúa.) ¡Tu madre no me quiere, hija mía! ¡Tu madre no me

quiere! (Ríe a carcajadas.)

VASS — (Colérica.) ¡Muy gracioso! ¿Alguna otra genialidad, o podemos

continuar ya?

NAGOL — (Tratando de calmar sus risas.) Perdona, hija; pero no he podido

evitar reírme… (Se serena. Carraspea.) Sigamos. (Pausa, Vuelve a llorar profunda-

mente apenado.) Pero ¿y mi honor, Dios mío, y mi honor?

VASS — (Conciliadora.) ¿Y qué importa el honor cuando el amor está en

medio?

Page 12: Ven a buscarme, Talía

12

NAGOL — (Más sereno. Amargo.) ¿Amor? ¿Y qué sabes tú lo que es el amor?

Vosotros llamáis amor a cualquier sentimiento desordenado. Vosotros llamáis

amor a la pasión de una noche, a una gota de alcohol. (Sarcástico.) ¡Vosotros

tenéis un rostro… que vaya! (Se ríe nuevamente.)

VASS — (Angustiada.) Papá, papá… ¡Estoy tratando de que comprendas

que he dejado de ser una cría, que he perdido mi virginidad. (Llora. Nagol se le-

vanta asustado.) ¿Por qué eres tan cruel conmigo, papá?

NAGOL — (Trata de contenerla asustado.) ¡Vass!

VASS — (Llorando.) ¿Es que no tienes ojos en la cara, papá? Ahora ya soy

una mujer… y ni siquiera me he dado cuenta… papá…

NAGOL — (Le grita mientras la zarandea por los hombros.) ¡Vass!

VASS — (Abatida.) Ya no soy tu niña, Nagol… Ya no soy tu niña.

NAGOL — (Continúa moviéndola con violencia y gritándole hasta que consigue

hacerla volver en sí. Quedan los dos mirándose a los ojos. Vass tiene miedo. Silencio.)

¡Vass, hija mía! (Se abrazan. Vass llora tranquilizándose poco a poco, mientras se

desahoga.) ¡Es mentira, es mentira! ¡Cálmate, es todo mentira! Son sólo palabras

escritas en un papel; palabras escritas por mí. (Sonriendo.) ¡Que niña eres! ¿No te

das cuenta? Sólo estamos interpretando una farsa de la que yo mismo soy autor.

¿Lo recuerdas? Todo es una farsa… Tienes… tienes que reírte conmigo, Vass;

reírte porque estamos burlando la realidad. (Vass, serena ahora, se separa de Nagol

suavemente.) Porque estamos respirando la tranquilidad de… (Reflexiona.) Si, ya

sé que no ha resultado exactamente como pensé; que te has excitado porque has

llegado a creértelo, pero es la consecuencia de mi calidad como autor, es el pro-

ducto de la realidad de mis escenas. (Sonríe. Vass está lejos de él: en primer término a

la izquierda.) Pero ya no importa nada de esto. Tenemos el resultado: la burla.

(Ríe.) La humillación de las circunstancias que pretendían humillarnos, porque

es mentira, Vass, ¡es mentira! (Vass se vuelve bruscamente hacia Nagol, encarándose a

él. Silencio largo. Los dos permanecen serios.) Porque si… (piensa) si hubiera sido

verdad… ¡Dios mío! ¡No sé lo que hubiera sido capaz de hacer! (Silencio. Nagol

trata de adivinar los pensamientos de Vass a través de su mirada.) ¡Claro que es men-

tira! (Nagol vuelve a quedar serio. Piensa, suspenso. Silencio.) ¡Es mentira! (Elevando la

voz.) ¡Es mentira! ¿Verdad que sí? (Silencio largo. Enfadado.) ¿Verdad, Vass? (Pausa.

Vass no responde.) ¡Vass! (Pausa larga.) ¡Vass! (Se acerca a ella lentamente. Vass empieza

a retirarse asustada. Nagol repite el nombre de su hija una y otra vez mientras continúa

acercándose a ella.) ¡Vass! (Llora. Sigue tras ella muy despacio. Llega hasta el escritorio

Page 13: Ven a buscarme, Talía

13

donde antes estaba Vass, que ahora se ha apartado. Nagol llora apoyándose en el respaldo

de la silla. Después vuelve a caminar despacio hacia su hija hasta que, cercada en el fondo,

le agarra violentamente el cuello con las dos manos y empieza a apretar. Caen los dos al

suelo. Nagol termina por estrangular a Vass y se levanta llorando. Repite el nombre de su

hija. Está aturdido. Camina por el escenario como borracho hasta situarse en el proscenio.

Se dirige hacia el fondo, donde está Vass. Silencio. Agacha la cabeza delante de su hija. Ríe

a carcajadas. Se apoya en el mueble situado al fondo. Ríe. Vass se levanta muy despacio,

apesadumbrada y triste, y se dirige hacia el sillón. Se sienta. Está cansada. En el suelo

queda, a la altura del proscenio, el lazo azul que ha arrojado lejos para secarse el sudor del

cuello.)

VASS — (Nerviosa.) Yo no lo entiendo… No lo entiendo… A veces tengo la

sensación de que no estás bien de la cabeza, papá; pienso que no estás bien de la

cabeza… Tú tienes que tener algo. No comprendo cómo puedes perder el tiempo

en estos juegos estúpidos. ¡Es que es de no estar muy cuerdo! Es… de locos…

¡De locos!

NAGOL — (Volviéndose.) ¿De locos? ¿Yo estoy loco porque trato de reírme

de las mismas circunstancias adversas, de la fatalidad, de la tragedia? (Vass

gesticula afirmando.) ¿Por eso estoy loco, Vass?

VASS — ¡Sí, sí, lo estás! (Cierra los ojos desesperada.)

NAGOL — ¡Esto es grande! (Nagol gesticula. Vass intenta serenarse poco a

poco.) Yo soy un escritor ¡Un escritor! ¡Y un filósofo! Y lo único que busco en mi

filosofía es girar los hechos, vivirlos a mi antojo. ¿No es eso más positivo que

lamentarse constantemente resignándose ante lo que el destino quiera mandar-

nos? ¡El destino! ¡Menudo! ¿Eh? ¡Contéstame! ¿No es más positivo? Conozco a

otros escritores que se aturden por los acontecimientos adversos de la vida; que

se preguntan una y otra vez el porqué de su existencia sin encontrar jamás res-

puesta. ¡Y es más! (Sonríe burlón.) Son capaces de concebir las más absurdas

circunstancias pretendiendo estar siempre inmersos en un mar de dudas… y la

gente los aplaude, Vass, los aplaude. ¿Quién está más loco? ¿Ellos o yo? ¿Eh? ¡Yo,

claro! Pues bien. Yo soy el loco y ellos los cabales. Pero ¿sabes qué te digo? Que

tú continúas siendo una niña y yo me he reído de las circunstancias. He sufrido,

sí. Y me he reído y disfrutado de la trágica mentira como ellos no saben hacerlo.

¿Se puede aspirar a algo más? ¿Eh? (Silencio.)

VASS — ¿Y qué? Ellos se limitan a aturdirse, como tú dices, ante los desig-

nios del destino. Se lamentan. Muy bien. ¿Y qué? Si saben lamentarse está

Page 14: Ven a buscarme, Talía

14

justificado que la gente los aplauda. (Serena. Pausa.) Pero cuando pretendes reírte

de las circunstancias es cuando empieza la locura. ¡Ahí es donde empieza tu

locura, Nagol! Y si no, dime: ¿hasta cuándo crees que podrás seguir jugando con

el destino? ¿Hasta cuándo? (Pausa.) ¿No lo sabes? Pues yo te lo voy a decir. Tú

mismo, en esa farsa que has escrito reconoces al final la posibilidad de que los

hechos sucedan realmente. (Silencio.) Tú no eres tonto, papá. Y si has apuntado

esa posibilidad es porque tienes miedo de que llegue a ocurrir; porque temes

que pierda mi virginidad con un desconocido. ¿Y si así fuera? ¿Por qué no te

burlas de los prejuicios sociales, de los comentarios de la gente, en lugar de

intentarlo con algo que supera tus posibilidades, como es el destino? Pero no es

éste tu caso; no vas a aceptarlo… (Suspira.) Entonces… ¿Y si así fuera? ¿Qué ha-

cer? ¿Qué puedes hacer? ¿Qué, para salvar ese pánico atroz que te produce la

remota posibilidad de que el destino juegue en su ironía contigo? Es bien senci-

llo: tú lo sabes: tú lo has hecho. Incluirla dentro de las circunstancias que imagi-

nas y ya está. ¿Sí? ¿Ya está? ¡Qué va! Porque el hecho puede ocurrir realmente;

puede aún suceder que yo… (Contiene las lágrimas. Nagol está sentado en el escrito-

rio, de espaldas a ella, con las manos cruzadas y la mirada fija sobre la mesa. Pausa.) Eso

es todo, papá. Tan sencillo como tú lo ves desde tu infantil postura idealista,

pero tan complicado como puedo verlo yo… y más ahora que he comprendido

que la farsa es siempre farsa y queda muy lejos de la realidad, papá… (Silencio.)

Yo tengo sólo diecisiete años, pero son suficientes para empezar a distinguir

dónde está la cruda realidad y dónde el afán ilusionado de un títere como tú. Por

eso te quiero, papá, y a la vez te compadezco. Me das… lástima, igual que siento

pena cuando veo cómo un niño que hace juegos malabares con su balón al borde

del alto muro pierde de pronto la habilidad y se queda perplejo y asustado

contemplando cómo su juguete se va hasta el fondo del abismo. Pero esa

compasión y ese cariño que siento por ti son los mismos que impiden que te

tenga miedo; porque soy tan libre y a la vez tan esclava como el balón de ese

niño, y puedo botar si me haces botar y puedo ser tu mejor juguete si quieres

jugar conmigo. Pero ten cuidado, papá, porque también puedo perderme un día

al pié del muro, tan lejos de tus hábiles manos. ¿Lo entiendes? ¡Claro! Por eso,

porque lo entiendes, ahora volverás a sacar otro balón para jugar, puesto que has

perdido el primero. Y quiera Dios que éste no lo pierdas también… Quiera Dios

que puedas conservar el equilibrio con mejor fortuna que conmigo… Porque, sin

saberlo… (llora) querías burlar un hecho ya consumado. (Nagol llora fríamente, sin

gesticular. Su rostro aparece congestionado.) No llores, papá. No vuelvas a cometer

el mismo error. (Continúan llorando los dos.) Sé muy bien que no es el que yo haya

Page 15: Ven a buscarme, Talía

15

perdido mi virginidad con un don nadie lo que te apena. No es tu honor, como

antes burlonamente clamabas en la farsa que has escrito, el que ves abatido, sino

tu orgullo. Ya sé que me quieres, pero con un amor tan pequeño frente a la

humillación de saber que algo o alguien por encima de ti ha querido que lo que

escribiste ayer o esta mañana haya sucedido tres días antes… (Serena.) ¡Qué lás-

tima, ¿verdad papá?, que lo que ahora está sucediendo no hayas podido escri-

birlo igual que esa ridícula farsa que hace un momento interpretábamos! (Va

hacia la puerta.) ¡Qué lástima ¿verdad, papá? aunque yo haya perdido mi virgini-

dad con un hombre al que ni siquiera conozco! Eso, ¡claro!, no tiene importancia.

Sale. Silencio. Nagol se vuelve. Se levanta despacio. Va hacia el

lazo azul, que permanece en el proscenio. Lo recoge. Lo mira.

NAGOL — (Irritado hasta el paroxismo, se dirige a un punto perdido con la mi-

rada.) ¿Quién eres tú? ¿Quién eres, Dios, providencia, destino o como te llames,

para jugar a tu antojo conmigo? ¿Quién te has creído que eres? ¿Eh? (Tira colérico

el lazo al suelo. Se dirige al escritorio. Se sienta, ahora de frente al público. Agacha la

cabeza.)

Pausa. Luz azul durante unos segundos. Nagol levanta la cabeza

y mira los focos. Luz blanca. Entorna los ojos, desvía la mirada.

NAGOL — (Más tranquilo.) ¿Quién se habrá creído que es para decidir que

puedo hacer aquello que me parece bien, ¿Por qué?, si está bien o a mí me lo

parece ¿qué más le da? Pero sí está permitido hacer lo que la historia acepta;

escribir como ellos quieren que escriba; como en aquellos días en los que sólo me

preocupaba la lindeza de mi prosa y el argumento era sólo el producto de un

esfuerzo de mi imaginación. Yo nada tenía que ver con aquello. Pero la gente, el

público, decía: ¡qué bien escribe! Y yo decía: (Sonríe) ¡cuánta hipocresía en todo

lo que escribo!

Pausa. Nagol echa la cabeza hacia atrás: se relaja. Campanadas de

un reloj. Cambio rápido del color de las luces, recorriendo toda la

gama durante unos segundos. Se van apagando. Oscuridad total.

Luz progresiva de poca intensidad.

Page 16: Ven a buscarme, Talía

16

VOZ DE NAGOL — Yo estaba tendido en mi cama, inmóvil, pensativo.

(Voz lejana e ininteligible de mujer.) Oía un confuso rumor de voces irritadas, quizá

quejumbrosas. Eran voces de mujer: era mi madre. No entendía lo que estaba

diciendo; sólo escuchaba el incesante murmullo de su voz. (Voz lejana e ininteligi-

ble de hombre.) De cuando en cuando, mi padre, con tono serio, pausado y grave,

respondía algo que tampoco era posible entender. (La voz de la mujer. Pausa.) Y mi

madre volvía a hablar. Estaban lejos, muy lejos. (Sonido de la maquinaria de un reloj.

Aumentando) Y junto a mí, el sonido metálico, hueco y monótono del reloj de mi

mesilla. (Fogonazo de luz. Sostenido durante unos segundos. La intensidad de la luz

empieza a latir perdiéndose. Sonido de un reloj.) Había luz en el cuarto. El sonido

acelerado y resonante de la vieja maquinaria tendía a irritarme, y la monotonía

de las lejanas voces (voces) me aturdía. ¿De qué forma puede deshacerse un

malentendido? No serviría de nada razonar. Ella me insultaba. Me reprochaba el

desprecio que yo le hacía. Insultaba a mi mujer. Mi mujer no estaba allí… (Pausa.

Tono sostenido de una trompeta muy lejana.) El sopor se iba apoderando de mí y no

quería evitarlo. Trataba de dormir para olvidarme. Mis brazos, mis piernas, mi

cuerpo entero empezaba a estar dormido. (Voz lejana de mujer llamando a Nagol.

Alternando, voz lejana de hombre. Lo mismo.) Pensé que me estaba dando cuenta de

ello. Sabía que me estaba durmiendo. (Silencio total. Reducción de luces.) Luego,

mucho más tarde, se hizo el silencio. (Sonido de la maquinaria de un reloj.) Sólo se

oía el monorrítmico reloj de mi mesilla. (Oscuridad total.) Cerré los ojos. (Sonido de

la maquinaria de un reloj que se oye y deja de oírse alternativamente.) El sonido se iba,

se apagaba y volvía. Entonces me sentía molesto. Volvía a apagarse y de nuevo

regresaba. Martilleaba en mis oídos. (Sonido de una cisternilla. Pasos de unas

pantuflas que se arrastran.) Entonces sentía unas ligeras ganas de vomitar. Me

sentía molesto. (Fogonazo de luz y reducción sostenida.) Había luz en el cuarto. Mi

cuerpo estaba dormido y yo seguía pensando. Un agrio sabor de boca, fuerte,

intenso… (Fogonazo de luz y reducción sostenida.) Había luz en el cuarto. Podría

haber pasado algún tiempo; no mucho, de todas formas. (Dos campanadas de un

reloj de péndulo.) Serían las dos o un poco más. (Sonido de la maquinaria de un reloj.)

Sonaba el reloj. Madrugada. (Reducción de luces y sonidos hasta la totalidad.) Dejé

resbalar mi cuerpo y apagué la luz. Ya no oía el reloj.

Cambio rápido del color de las luces, recorriendo toda la gama du-

rante unos segundos. Fogonazo de luz.

Page 17: Ven a buscarme, Talía

17

NAGOL — ¿Puedo escribir así? ¡Ya lo creo! Porque mi madre está muerta,

porque no me planteo el futuro sino el pasado, porque las circunstancias no tie-

nen importancia ni pretendo burlarme de ellas… y porque no tengo reloj en mi

mesilla. (Pausa) Escriba usted, maestro; escriba de esta forma, por favor, y mien-

tras siga pudriéndose entre el hedor de la manos que manejan sus hilos. Siga

usted, entretanto, interpretando su comedia y no se moleste en tratar de encon-

trarle una justificación, maestro. Maestro. (Se levanta.) Escritor, filósofo de la

ortodoxia. Todo está permitido mientras no esté prohibido. Gracias, señores. Soy

un genio, está bien, pero… no me pidan que justifique la farsa necia que es mi

vida; no me pidan eso. O… o mejor, sí, pídanmelo. Pídanme que justifique esta

absurda comedia, pídanmelo… y ¿saben qué les contestaré? Que no puedo; que

no sé encontrar la razón de estar viviendo tan raras circunstancias; que no en-

tiendo por qué estos focos, o por qué este simbólico decorado que nada tiene que

ver conmigo, ni con mi hija Vass, ni con mi mujer. Pregúntenme por qué;

pregúntenmelo y les responderé que yo también tengo derecho a saberlo y sin

embargo no lo sé. Díganme: ¿qué hace todo esto aquí; este escritorio, estos

papeles, mi viejo abrigo? Y les diré: ¡es mi vida, señores, es mi vida! Y no quiero

ni puedo evitarla. ¿Y quién puede, eh, quién puede? Nadie, claro. Las cosas son,

los hechos suceden, los vivos se mueren, y si el autor ínclito, indestructible, si su

inefable y caprichosa imaginación lo desea… los muertos volverán a vivir. Hay

que ser autor. Es preciso ser autor de las propias circunstancias. ¿Para qué? me

dirán. Y yo les contestaré: para reírse, hijos, para reírse. ¿De qué otra forma ha de

ser? Para estirar las piernas y los brazos. Para arrellanarse cómodamente entre

las plumas del poderoso lecho y mover un dedo y ya está; y mover otro dedo y

ya está; y fruncir el ceño y ya está, ¡Qué omnipotencia, qué divino poder a nada

sometido es el del autor de mis circunstancias! Él imagina la tragedia en su pro-

pia carne y la elimina de un plumazo. Ya no hay tragedia. Imagina la alegría y la

elimina de un plumazo. Ya no hay alegría. (Pausa.) Pero llegará ese día fatal en

que la tragedia y la comedia sean algo más que productos de su poderosa

imaginación. Entonces todo será real… y no valdrán los golpes de pluma; no

valdrá querer. ¿Qué hacer entonces? (Se ríe) ¡Nada; ya no hay nada que hacer! Y

todo porque otro autor, al que llamáis Providencia, al que llamáis Dios, al que

llamáis destino… al que llamáis ¡yo qué sé cómo! lo ha decidido así… Y sólo

queda llorar. Es una simple cuestión de jerarquías. No deja de ser irónico: la

jerarquía ha rebasado los límites de la burocracia, de la política, del dinero… La

misma jerarquía caprichosa, amorfa, que determina la continuidad de la vida de

un viejo inútil que sólo sabe ya añorar la muerte; la jerarquía incoherente que

Page 18: Ven a buscarme, Talía

18

sentencia la muerte de un niño que apenas aprendió a hablar, a vivir. ¿Y qué

daño hacía? Pueden preguntárselo. Pregúntenselo. Yo también me lo pregunto.

¿Y qué? La jerarquía sigue callada, sin dar explicaciones… porque no las hay.

Dios lo ha querido, dicen. ¿Dios? ¿Puede Dios desear la muerte de un niño?

Entonces ¿qué clase de Dios es ése?

VOZ — Ojalá pudiera responderte a esa pregunta, mi querido amigo. Pero

yo no soy filósofo, sólo médico.

NAGOL — (Burlón.) Médico. Es un bonito título para inhibirse, para enco-

gerse de hombros y mantener limpia la conciencia mientras un paciente ago-

niza… ¡Médico!

VOZ — No te lo reprocho. Ni siquiera te lo tomo en consideración, porque

soy más humano de lo que piensas.

NAGOL — ¿Humanidad? Dígame, querido doctor: ¿humanidad es la

hipocresía, el teatro, el parecer y no ser? Propiedad, astucia, profesionalidad,

diría yo. Humanidad es un concepto demasiado sublime.

VOZ — Nagol, mi estimado Nagol.

NAGOL — Escritor y filósofo; mal comprendido pero filósofo a fin de

cuentas. Sí señor, eso es todo.

VOZ — La pequeña no está bien. Nadie es culpable. (Pausa.)

NAGOL — (Triste.) ¿Se va a morir ya?

VOZ — ¿Quién lo sabe? Sólo Dios decide…

NAGOL — (Extrañado.) ¿Dios? (Ríe irónico.) ¡Dios! Es un precioso nombre

para colgarlo en cualquier sitio. ¿Hay alegría? Si, gracias a Dios. ¿Cómo está

usted? Bien, gracias a Dios. (Apenado.) Pero mi hija se muere… (Irónico.) No, por

Dios, Dios se la lleva. ¿Y cuando esté muerta? En fin… ¡que vamos a hacerle!

Dios lo ha querido así. ¿Cuánto vivirá mi pequeña Vass? ¡Sólo Dios sabe! ¡Qué

triste es depender de Dios!

VOZ — Es preciso creer, Nagol…

NAGOL — (Irritado. Se levanta.) Pero ¡por Dios! ¿Creer en qué? ¿Se puede

creer en un número, en el azar, en las hadas? ¡Yo creo en la música! ¡Creo en las

cuerdas de mi violín y en las manos que las mueven arrancando notas de algo

tan muerto como ese precioso mueble! ¡Yo creo en mi mente que imagina sin

límites! ¡Creo en mis testículos que pueden abultar el vientre de una mujer y

Page 19: Ven a buscarme, Talía

19

arrancarle la vida de un nuevo ser! (Pausa.) Pero no en fantasmas, querido doctor.

Querido doctor, déjeme ¿quiere? déjeme. (Abatido.) Es mi problema…

VOZ — No debes sentirte culpable por la muerte de tu hija.

NAGOL — No, si no siento culpabilidad; ni siquiera me siento frustrado,

porque sé bien que la frustración es sólo el fracaso de una pretensión idealista…

y pretender que ella viva es un cínico idealismo y nada más. Lo único que qui-

siera saber es ¿por qué? ¿Por qué? ¿Es mucho pedir?

VOZ — Lo es, Nagol, lo es…

NAGOL — Ya lo sé… ya. Gracias de todas formas por haber intentado evi-

tar que suceda lo inevitable. Gracias por tus esfuerzos inútiles, doctor. Le agra-

dezco que no me haya ocultado la verdad y el no haber pretendido alimentar la

esperanza donde sólo cabía la resignación. Lo siento por usted y por el fracaso

de su impotente sabiduría. Le felicito por la habilidad y la delicadeza con que

me ha comunicado la muerte de mi hija. Y es más: le felicito por haber interpre-

tado su papel con toda la fidelidad que le permitían las circunstancias; por haber

sido tan escrupulosamente exacto a la hora de dar vida a mi imaginación… y por

haberme hecho sentir tan desgraciado en su nacimiento y tan feliz en su

desaparición, mi querido… ¿cómo diría?… pájaro de mal agüero, portador de la

tristeza… ¡médico en definitiva! Y permítame que me ría, ahora sí, de usted y de

las circunstancias que me ha planteado. Mala suerte, haber hecho mentirosa

realidad la más amarga de las situaciones que puedo concebir: la muerte de mi

pequeña Vass, tan sólo para darme la satisfacción de burlarme desde lo más

hondo de mis entrañas, de usted y de sus tétricos augurios. (Triunfal.) Porque es

mentira y lucharé hasta el límite de mis fuerzas para que siga siéndolo. ¡Y ni se le

ocurra pensar que puede algo o alguien encontrar el límite de mis fuerzas! Ilus-

tre médico… (despectivo) ilustre voz… ¡ilustre nada! (Pausa.) ¡No he terminado

aún! Es más, empiezo ahora a engañar al destino. Porque cuando deje este

escenario dentro de unos segundos, Vass, mi querida hija, entrará y hablará con

su madre y se morirá de pronto… ¡Que tristeza! (Sonríe.) Y resucitará sólo con

que yo se lo ordene. (Pausa.) Hay que ser autor; es preciso ser autor de las pro-

pias circunstancias. ¿Lo entiende ahora? ¿Eh? (Silencio.) Reviva usted, aunque

sea sólo para darme la razón, y después vuelva al lugar de donde le he sacado;

vuelva a la nada. Pero venga antes a satisfacerme; hónreme con honores de rey…

Page 20: Ven a buscarme, Talía

20

VOZ — (Interrumpiendo. Angustiado.) ¡Estás loco, Nagol! ¿O no has pensado

que tu hija puede morir después de la farsa, tal como ocurrió con su virginidad?

¿Por qué no aceptas que no eres el más poderoso, Nagol?

NAGOL — (Interrumpiendo.) ¡Silencio, imbécil! ¡Te he dicho que me des la

razón! ¡Nada más que eso!

VOZ — (Temeroso.) Y sin embargo, pudiera ser…

NAGOL — (Colérico.) ¡Cállate! ¡Sólo quiero oírte decir sí! ¡Sólo sí y nada

más! (Silencio. Expectación de Nagol. Sonrisas. Risas de complacencia.)

Por la puerta entra Robvia, quien escucha las risas de Nagol.

Queda extrañada y mira tratando de encontrar el motivo. Nagol

permanece de espaldas a ella.

ROBVIA — (Barriendo y sin mirar. Resignada.) Hay días en que sería mejor

que te quedaras en la cama. Porque, o trabajas demasiado, que me extraña, o si te

ríes será por no llorar, digo yo. O a lo mejor es una forma de darle uso a las

mandíbulas por si se les ha olvidado cómo se mastica.

NAGOL — (Sentado en el sillón. Suspicaz.) ¿De qué te quejas ahora?

ROBVIA — ¿Yo? ¡Dios me libre! Yo no me quejo de nada: es el hambre que

me hace pensar en alto.

NAGOL — Sólo piensas en comer, comer, comer…

ROBVIA — ¿Qué yo pienso en comer? Yo sólo pienso en una hija de dieci-

siete años que hay que alimentar… y que es tan tuya como mía, no lo olvides.

NAGOL — (Irónico.) No, si no se me olvida. Es la única que has podido

darme ¿cómo quieres que lo olvide?

ROBVIA — Y cruces me estoy haciendo todavía. Porque ni sé cómo vino al

mundo la pobre criatura…

NAGOL — Pronto te olvidas de lo que te interesa.

ROBVIA — ¿Pronto? ¡Qué va! Si va ya para dieciocho años y todavía hago

esfuerzos por recordar cómo fue… Lo que no se me olvida es que a Vass la hici-

mos entre el vino y yo. (Risa sarcástica.) ¡Menuda trompa, hermano! (Se queja.)

Lástima que te diera por la abstinencia, porque con los vapores etílicos volaron

también los efluvios eróticos.

Page 21: Ven a buscarme, Talía

21

NAGOL — El sexo, siempre el sexo y el estómago. Como si no hubiera

otros apetitos que satisfacer…

ROBVIA — (Irónica.) No digo yo que no los haya, pero así de momento no

se me ocurre ninguno. Será por ignorancia…

NAGOL — ¡Santa palabra! Te cae perfecta.

ROBVIA — Me caerá, no lo discuto. Pero se me hace que más perdonable es

la ignorancia del que nunca aprendió, que es la mía; que la del que supo y se le

olvidó, que es la tuya.

NAGOL — (Conciliador.) No he olvidado, Robvia; he sustituido, que no es

lo mismo.

ROBVIA — ¡Vaya, hombre! Y… ¿no podías haber sustituido…, digo yo, por

la estatua del salón, que a fin de cuentas estatua es, y como tal de poco sirve?

NAGOL — Tu sarcasmo no tiene límites, pero tampoco los tiene tu

ignorancia, porque ese busto de Hércules es, por si no lo sabes, nuestro más

preciado mueble.

ROBVIA — Si no lo discuto. Lo que sí digo es que me resultaría molesto

dormir con una estatua. Y conste que lo digo por la frialdad del mármol, que es

la única diferencia entre acostarme con Hércules, en piedra, claro, y acostarme

contigo.

NAGOL — (Gesto. Azoramiento. Violento.) ¡Bueno! ¡Ya está bien de palabre-

ría! ¿Qué es lo que quieres?

ROBVIA — (Dominando.) En… lo que yo quiero, no creo que vayas a tener

la feliz idea de complacerme ahora.

NAGOL — ¿Qué es?

ROBVIA — Dos cosas. La primera, recordarte que lo más sagrado de un

hombre es su palabra de honor.

NAGOL — ¿Y?

ROBVIA — Y que la tuya está en deuda, y es la hora de la siesta.

NAGOL — Pero resulta que la siesta es el reposo de una buena comida. Y

como no hemos comido ni bien ni mal, no hay siesta. Por tanto, la promesa

queda por fuerza incumplida.

Page 22: Ven a buscarme, Talía

22

ROBVIA — No tan aprisa, marido mío; no tan aprisa. Que por lo visto has

olvidado que al día le sigue la noche. Y en la noche es lo natural acostarse a dor-

mir… o a cumplir promesas.

NAGOL — (Para sí.) Con lo largas que llegan a hacerse algunas tardes, es-

toy por asegurar que la de hoy se me pasará volando. (A Robvia.) ¿Y lo segundo?

ROBVIA — Lo segundo es que la niña quiere tu permiso para salir y me

dice que te lo pida yo de una forma delicada. Pero no se me ocurre ninguna.

NAGOL — ¿Salir?

ROBVIA —Eso decía.

NAGOL — Ni pensarlo.

ROBVIA — Bueno. Queda otra opción.

NAGOL — No queda ninguna otra opción.

ROBVIA — Para Vass, sí. Dice que le des permiso para salir, o que sale sin

tu permiso.

NAGOL — (Perplejo) Pero… bueno…

ROBVIA — ¡Ah! Ella estaba segura de que yo te convencería.

NAGOL — ¡Espera un momento! ¡Esto no voy a tolerarlo! ¡No estoy dis-

puesto!

ROBVIA — Me temo que tu disposición no le interesa demasiado a Vass.

NAGOL — (Reflexiona. Pausa. Más tranquilo.) Bien, bien, muy bien. Si Vass

no quiere hacer lo que yo le ordeno, ¿sabes que haré?

ROBVIA — (Gesto.) Sólo Dios sabe lo que a ti se te puede ocurrir.

NAGOL — Pues dejaré que se ordene ella a sí misma, ¡eso haré! Y que no

vuelva a pedirme que le castigue o que le mande porque no pienso hacerlo.

Cuando necesite un castigo o una reprimenda, tendrá que ser ella la que la in-

vente. ¡Y no es tarea fácil inventarse un buen castigo, no lo es!

ROBVIA — Cuando yo digo que sólo Dios sabe…

NAGOL — (Convincente.) No, no creas que es ningún desatino. Cuando le

digas esto, se dará cuenta de que declinar la autoridad paterna en su propia

responsabilidad, conlleva una notable acentuación de la propia conciencia que

Page 23: Ven a buscarme, Talía

23

redunda en la consistencia de sus decisiones; lo cual no implica el privilegio que

en principio pudiera inferirse de mi razonamiento.

ROBVIA — (Perpleja. Reacciona.) ¡Ya! O sea que le digo que se puede ir, ¿no?

Nagol no reacciona; queda atónito mientras mira como Robvia,

displicente y convencida, sale por la puerta. Fuera ya, al ir a ce-

rrarla, mira a Nagol con gesto de resignación y se va.

TELÓN

Page 24: Ven a buscarme, Talía

24

ACTO SEGUNDO

En el escenario, sobre el suelo, multitud de folios en blanco y bolas

de papel arrugado. En primer término a la derecha está sentado

Nagol sobre las tablas con aspecto cansado y la mirada perdida.

Parece aturdido. Después pasa la mano por la frente y aprieta

sobre ella cerrando los ojos. Suspira y deja caer la mano. Se pasa

luego la otra por la mejilla izquierda desde el ojo hasta que,

sujetándose el mentón, queda pensativo de nuevo. Traga saliva.

Chasquea la lengua. Suspira otra vez. Se incorpora. Se dirige ha-

cia el escritorio, se sienta con pesadumbre y comienza a leer antes

de haberse acomodado. Lo hace luego y toma la pluma anotando

dos o tres palabras. Levanta la pluma del papel. Relee. Se agita.

Murmura algo y ordenando los folios de papel, comienza a leer en

alto.

NAGOL — En el escenario, sobre el suelo, multitud de folios en blanco y

bolas de papel arrugado. En primer término a la derecha está sentado Nagol

sobre las tablas con aspecto cansado y la mirada perdida. Parece aturdido. Des-

pués pasa la mano por la frente y aprieta… ¿solo? Pasa la mano por la frente y

aprieta solo ella cerrando los ojos… y aprieta solo ella cerrando los ojos… y

aprieta… so… ¡sobre! …Pasa… por la frente y aprieta sobre ella cerrando los ojos.

Suspira y deja caer la mano. Se pasa luego la otra por la mejilla izquierda desde

el ojo hasta que, sujetándose el mentón, queda pensativo de nuevo. Traga saliva.

Chasquea la lengua. Suspira otra vez. Se incorpora. Se dirige hacia el escritorio,

se sienta con pesadumbre y comienza a leer antes de haberse acomodado. Lo

hace luego y toma la pluma anotando dos o tres palabras. Levanta la pluma del

papel. Relee. Se agita. Murmura algo y, ordenando los folios de papel, comienza

a leer en alto. (Pausa. Silencio.) En el escenario, sobre el suelo, multitud de folios

en blanco y bolas de… (Extrañado. Aturdido.) …de papel… (Silencio. Gesto.) En

primer término a la derecha está sentado… Nagol sobre las… (Asustado.

Impotente. Gime.) En pri… en primer término de… (Rompe a llorar cruzando los

brazos mientras arruga con violencia los folios de papel. Tose.)

Page 25: Ven a buscarme, Talía

25

Pausa. La puerta empieza a abrirse muy despacio. Vass, tímida y

recelosa, entra lentamente sin mirar. Escucha. Mira a su padre.

Relativa sorpresa. Gesto. Se dirige a él.

VASS — (Conciliadora.) Papá. (Va hasta él. Nagol la mira y continúa llorando.

Ella abraza por la espalda a su padre, que está sentado. Le besa en la cabeza.) Papá…

¿por qué esta vez? ¿Qué te ocurre? (Nagol, tranquilizándose, niega con la cabeza.

Vass coge los papeles, los extiende y los lee a gran velocidad.) ¡Ya! El segundo balón,

¿eh? No será que no te lo advertí… Pero tú… tú eres… (Sonríe.) Nagol; papá

Nagol, el incorregible, el insaciable. Y a ti, al gran Nagol, a su filosofía y sus

convicciones les sobran los consejos de una cría de diecisiete años; aunque esa

cría sea la misma que ha sufrido ya la consecuencia de tus locuras; aunque esa

cría sea tu propia hija Vass.

NAGOL — (Sereno y amargo.) No me lo reproches más. Tengo ya suficiente

con estar sufriéndolo. Pero ¿quién lo entiende? (Gesto de Vass. Nagol se levanta, se

dirige hacia el sillón.) ¿Y quién lo diría? (Pausa. Se sienta, y Vass lo hace sobre el brazo

del sillón, apoyándose en el respaldo.) Ni siquiera me es posible conocer el fondo de

mis propios pensamientos, mis negros pensamientos. Si fueran al menos como

agua turbulenta, el tiempo, tranquilo, reposado tiempo, iría tornándolos cristali-

nos, transparentes. Pero, ¿puedo yo acaso esperar que mi espíritu, como el agua,

se haga claro con el paso del tiempo? Tampoco puedo saberlo… ¿Lo comprendes,

Vass? Parece que estuviera condenado a abrir enigmas, preguntas y más

preguntas que acaso alguien sepa responder. Acaso alguien; yo no, claro: no me

es posible.

VASS — (Compasiva.) Nagol, Nagol, papá Nagol…

Pausa.

NAGOL — (Resignado.) Sí, hija, compadéceme. Compadece a tu estúpido

padre del mismo modo que yo compadezco al estúpido Nagol. (Pausa.) Mi pobre

estúpido Nagol… ya no sabes ni dónde empiezas ni dónde terminas; ni siquiera

sabes si empiezas, si terminas…

Nagol se levanta despacio y se dirige hacia el escritorio.

Page 26: Ven a buscarme, Talía

26

NAGOL — Se hace… arde… se deshace… y sólo queda humo… (Pausa.)

Tengo el presentimiento de que al final es esto lo único que queda: humo. Tengo

miedo. (Sonríe amargamente.) Y tengo frío.

Vass sonríe también, va por el abrigo y lo coloca sobre los hombros

de Nagol. Lo abraza. Se miran los dos en el espejo.

VASS — ¡Ay, Nagol, Nagol…!

NAGOL — (Acaricia la mano de su hija. Sonríe. Mirándose en el espejo.) ¡Ay, Na-

gol, Nagol…! ¡Te vas haciendo viejo! Cada día los ojos más cansados, la piel un

poco más estriada, los labios más blancos, la sonrisa más amarga… algo menos

sonrisa, vamos. (Pausa.) ¿Quién te ha enseñado a perder la alegría, Nagol?

¿Quién está surcando poco a poco aquel pellejo terso de tu rostro? (Vass llora, sin

que Nagol se dé cuenta.) Nagol… porque ese es tu nombre, dicen… ¿sabes una

cosa, Nagol? (Sonríe.) Empiezo a dejar de quererte; cada día que pasa estoy me-

nos enamorado de ti. (Vass llorando, sonríe.) Y no me preguntes por qué. Son cosas

del viejo Nagol… No me lo tomes a mal, ¿de acuerdo? (Pausa.) Espero que

tardemos en vernos de nuevo… (Se ríe irónico.) Vejestorio… (Vass ríe y continúa

llorando. Se apartan los dos del espejo. Vass se limpia la nariz y las lágrimas. Van los dos

al sillón. Nagol se sienta. Vass, de rodillas y con los brazos cruzados, apoya la cabeza sobre

la pierna de Nagol.) ¿Te das cuenta, Vass? Me aburre lo que hablo, lo que pienso, lo

que escribo; incluso lo que pueda llegar a escribir. No hay ilusión en mí. Me

aburre ser quien soy, existir como existo. ¿No te parece gracioso? Ya no me hago

reír. Nunca he sido capaz de divertirme. (Pausa. Reflexivo.) Si, es gracioso, ¡ya lo

creo! (Acariciando a Vass.) He conseguido alegrar a los que me rodeaban. Se han

reído de mí, de mi necedad, de mi obstinado afán, de mi pretendida genialidad.

Se han burlado de la más pequeña palabra que de mis labios ha salido, del más

largo párrafo que haya conseguido escribir… y en medio de esta soledad, de esta

amarga soledad; en medio del cinismo y la hipocresía de los que se dicen amigos

míos, sólo he sabido verme abandonado, olvidado y vacío, tratando torpemente

de hacer algo que me apartara de esta repugnante soledad. Entonces, como en

un túnel, apagada y resonante, he oído repetirse mi voz gritando dentro de mí:

traedme la amistad, la verdadera amistad. Amigo, seas quien seas, tráeme tú la

verdadera compañía… Ven a coger mi mano, amiga mía, mi única e infiel amiga,

ven a buscarme, Talía…

Page 27: Ven a buscarme, Talía

27

Menos luz. Música. ("Paseo”, de Mussorgsky.) Nagol y Vass per-

manecen en escena. Hablan. No se les oye. Desde el fondo del sa-

lón, por el pasillo, avanza Robvia despacio, triste, mirando a Na-

gol y a Vass hasta situarse en primer término derecha. Luz más

potente sobre su figura.

Música al fondo que terminará perdiéndose.

ROBVIA — (Al público, angustiada.) No… no puedo explicar lo que sentí

cuando ellos me lo dijeron. Creo que no hay palabras. Diría que casi no lo en-

tendí, que no acepté que fuera verdad. Pero después, cuando hablé con Nagol,

cuando se lo dije, pude ver reflejado en su rostro todo el desconcierto, toda la

amargura y la impotencia que… (Contiene el llanto.) No lo sé. Yo no sé hablar… él

me enseñaba alguna palabras raras, pero no sé hablar. Lo que sí recuerdo es la

imagen de su rostro, su expresión, porque es como si de golpe me hubieran

puesto un espejo ante los ojos. (Más tranquila.) Su imagen lúgubre le había

conferido una extraña expresión: parecía vivir un éxtasis de… No sé… Estupi-

dez, quizás. Nagol era un poco estúpido… Creo que, desde aquel mismo mo-

mento, sintió por ellos una gran admiración. Aún recuerdo algo que escribió

mucho tiempo antes y que entonces se me vino a la memoria sin saber por qué…

«El arte de creerse estúpido sin serlo es más vívido que el de serlo y aparentarlo.

Y en esto todos tenemos algo de artistas, dicen.» (Pausa. Entrecortada.) No sé. No

sé lo que me digo. (Llora.) Entender de golpe que Vass se nos moría tuberculosa

es algo que jamás… (Las lágrimas le impiden hablar. Llora amargamente. Se va co-

rriendo por el pasillo. El foco trata de perseguirla y se extingue a mitad de su recorrido.

Luz total en el escenario.)

Pausa. Vass ha salido hace tiempo de la escena.

NAGOL — Vass, mi pequeña Vass, se muere. No saben de qué. Nunca sa-

ben de qué. Ellos vienen todos los días. Vienen enfundados en trajes elegantes,

luciendo su arrogancia de sabios. Parecen decir: amigo mío todo va bien porque

ya estamos aquí; no hay razón para preocuparse… Entonces fruncen el ceño y se

acarician pensativos la barbilla. Miran a mi pequeña, la tocan… (Gimiendo.) ¡Yo

no quiero que la toquen…! Pero le van palpando todo el cuerpo. Tardan mucho

tiempo y después asienten conformes, como si nada ocurriera. Y ella sigue

muriéndose, agotándose un poco más cada día. ¡Qué duro contraste! Luego se

Page 28: Ven a buscarme, Talía

28

apartan y murmuran entre ellos, como en un corrillo de casino. Hablan de cosas

raras y afirman con la cabeza, asienten una y otra vez. Parece que estuvieran

jugando a darse cabezazos unos a otros… Y se van. Hemos concluido, amigo

mío. Pero mañana volverán; sé que mañana van a volver. Como siempre; como

todos los días. (Silencio largo. Queda pensativo. Comienza bruscamente a llorar.

Pausa.) Dios mío: yo quiero creer en ti. ¡Lo necesito! Pero no puedo perdonarte

que hayas permitido la muerte de mi pequeña Vass… (Continúa llorando. Pausa.

Entra Robvia, nerviosa, desencajada. Nagol la mira, deja de llorar y empieza a sufrir el

mismo estado de nerviosismo. Se pone en pie asustado.) ¿Te han dicho algo? (Robvia

asiente con la cabeza y rompe a llorar. También Nagol. Se abrazan.) ¡No, no! ¡Vass, no!

¡Hija! (Caen de rodillas abrazados.)

ROBVIA — (Llorando desconsoladamente.) ¡Nagol!

Luz azul. Música. “El Viejo Castillo", de Mussorgsky. Lenta

reducción de luces hasta la oscuridad total.

Pausa larga.

El mismo decorado que al inicio de la obra, la misma circunstan-

cia. Nagol, sentado en el sillón, mira el cadáver de su hija y se le-

vanta. La música continúa.

NAGOL — Y éste es el recuerdo, Vass, éste es el recuerdo… Quería saber

qué significaba no resignarse a vivir contemplando impotente el devenir ad-

verso de las circunstancias. Buscaba entender al que trata de enderezar el rumbo

amargo de su existencia. Deseaba compadecer al pájaro que golpea su cabeza

contra los barrotes de la jaula buscando una salida; llorar por su dolor y porque

jamás lo conseguirá. Quería entender la soledad del que camina contra la in-

mensa corriente que busca resignada la desembocadura. Comprender al cobarde

que no acepta la crueldad de la vida, que no la sufre; comprenderlo porque él es

un valiente, o porque cree serlo. Era esto lo que quería, Vass. ¿Por qué tan alto

precio? (Pausa.) Entonces te lo dije, ¿recuerdas? Dame un corro de hermosas

bailarinas, una música que llene el alma y un ambiente que hiera lentamente

hasta lo más hondo del espíritu. Dame un corral de gallinas, el estridente ruido

de las máquinas de una fábrica y un aire pesado que cargue cada uno de los

sentidos… y yo te daré la diferencia: ¡vida! (Pausa.) Ahora sé que el resultado es

el mismo, mi pequeña Vass. Porque ni la danza preciosa de las estiladas formas

femeninas, ni el corretear grotesco, ridículo y asustadizo de una gallina perse-

Page 29: Ven a buscarme, Talía

29

guida; ni la cadencia gloriosa de las más sublimes notas, ni el estruendo mecá-

nico y rítmico del acero, Vass; ni siquiera el más pesado ambiente, presagio de

felices tormentas, conseguirá jamás transformar la maltratada sordidez de mi

espíritu. Y eso es lo que importa, mi querida Vass, mi hija…

Nagol besa el rostro de su hija despidiéndose de ella. La luz co-

mienza a disminuir muy lentamente.

VOZ DE NAGOL — (Apesadumbrado.) Si me hubieran dicho que todo iba a

terminar así, no lo habría creído. (Oscuridad total.) Pero ¿cómo habría de ser si

no? Aquella imposibilidad sin condiciones de entender el alcance de mis pensa-

mientos, mis pretendidos pensamientos lógicos, que me impulsaba a escribir

algo sin sentido. Después, conforme avanzaba, lo escrito iba tomando cuerpo y

consistencia real. (Luz progresiva que mostrará a Nagol sentado en su sillón meditando.

Su hija muerta no está ya en escena.) El resultado era siempre el mismo, sin impor-

tar lo que hiciera o cómo lo hiciera. Y en medio, aquel invariable texto, ley

imperturbable, exacto juicio que nada ni nadie conseguiría transformar. Y cada

línea del papel iba llenándose con una nueva forma, una nueva palabra y el

mismo vacío de esencia… de existencia… Y las palabras, ignorantes y crueles

palabras, seguían fluyendo… ¿cuánto quedaría aún?

Por el fondo del pasillo avanza muy lentamente un personaje de

unos ochenta años. Camina con dificultad y utiliza gafas de

gruesas lentes. Es el viejo Nagol.

EL VIEJO NAGOL — ¿Qué te creías, Nagol? (Se detiene. Lo mira. Nagol está

sentado en el sillón, indiferente y abstraído.) Sí, tú, Nagol. Un hombre cualquiera con

aspiraciones de escritor. ¿Qué te creías, el amo del mundo, Nagol? (Gesto. Conti-

núa caminando.)

VOZ DE NAGOL — Y mi arrogancia me impulsó a jugar peligrosamente

con las circunstancias. Porque es peligroso entretenimiento manejar el destino al

antojo de cada cual. Y más aún., burlarse de él. Y yo lo hice…

EL VIEJO NAGOL — (Deteniéndose.) ¡Bueno, aquí me tienes! ya estoy aquí.

(Pausa. Preocupado.) Pero ten cuidado, hijo, porque tu último personaje ha en-

trado en escena. (Pausa.) ¿Para qué? No lo sé. Quisiera no saberlo. Es preferible

Page 30: Ven a buscarme, Talía

30

pensar que, como dice Robvia, sólo Dios sabe lo que se te puede ocurrir a ti.

(Avanza.)

VOZ DE NAGOL — Olvidé que no era más que uno de tantos títeres en el

guiñol de la vida, y que mi existencia era manejada por el capricho de otras ma-

nos más poderosas que las mías. Pero de igual forma que yo puedo crear mis

personajes y moverlos a mi antojo. (Nagol ayuda al viejo a subir.) Igual que ellos

pudieron crear sus personajes y moverlos a su antojo…

EL VIEJO NAGOL — (Suspira cansado.) Gracias, hijo.

VOZ DE NAGOL — Igual que yo me muevo al antojo de quien me creó…

(Nagol camina despacio por el escenario. Piensa.) Del mismo…

EL VIEJO NAGOL — Me permites que me siente, ¿verdad? (Se sienta en el

sillón. Gesto de cansancio.)

NAGOL — (Abstraído.) Sí, claro…

VOZ DE NAGOL — Del mismo modo existe una fuerza que somete la

voluntad del que me hizo. Claro que sí, tiene que existir. Es necesario que exista.

¡Claro!

NAGOL — (Ilusionado.) ¡Tiene que existir alguien que domine a quien a mí

me domina! Es como una larga cadena donde jamás se encuentra el eslabón

principal. Es así. Estoy seguro de que es así. ¡Estoy convencido!

EL VIEJO NAGOL — (Indiferente a lo que escucha.) ¡Claro, hijo! ¡Claro que es

así!

NAGOL — Entonces… él tendrá que equivocarse alguna vez. Tiene que

equivocarse quien quiera que sea.

EL VIEJO NAGOL — ¡Naturalmente!

NAGOL — Sólo es cuestión de esperar.

EL VIEJO NAGOL — Eso es. Esperar, hijo, esperar. Recibir… ya es otro

asunto. No todas las esperas merecen la pena.

NAGOL — O como mucho, de intentarlo una vez más. ¡Una vez más! Se

trata de no dejarse acobardar, de no permitir que te dominen…

EL VIEJO NAGOL — ¿Permitir que te dominen? ¡Nunca! Si acaso dejar que

te venzan, pero no permitir jamás que te dominen.

Page 31: Ven a buscarme, Talía

31

NAGOL — (Desalentado.) Pero… ¿cómo? ¿De qué forma? ¿Qué puedo ha-

cer?

EL VIEJO NAGOL — ¡Ah! ¡Cómo! Ese es un verbo que mi mujer no sabe

conjugar. Y por lo demás…

NAGOL — ¡Tiene que haber algo! (Piensa.) ¿Robvia, quizás?

EL VIEJO NAGOL — ¡Cómo! He aquí el dilema. (Reflexivo.) Esto lo he oído

yo antes. (Piensa.)

NAGOL — ¡Cállese! Estoy pensando.

EL VIEJO NAGOL — No, si yo también pienso, pero no me acuerdo.

NAGOL — No. Estoy seguro de que ella no se prestaría. Y menos aún des-

pués de la muerte de Vass.

EL VIEJO NAGOL — Hijo, si te puedo servir yo…

NAGOL — (Irritado.) ¡Cállese! (Piensa. Se va hasta el respaldo del sillón.)

EL VIEJO NAGOL — (Se levanta situándose frente a Nagol.) No, si yo lo de-

cía…

NAGOL — Tengo que ser yo mismo. No hay otra solución.

EL VIEJO NAGOL — ¡Pues eso!

NAGOL — ¡Eso es! Mis propias circunstancias. No necesito a nadie.

EL VIEJO NAGOL — Si acaso yo te sirvo…

NAGOL — (Reparando por vez primera de una forma clara en la presencia del

viejo Nagol.) ¿Usted? No. Usted no me sirve de nada. Usted no sirve ya para nada.

¡Mírese al espejo, buen hombre! ¡Ande, vaya… y déjeme pensar! (Vuelve a

reflexionar.)

EL VIEJO NAGOL — (Silencio. Irritado. Con gran esfuerzo.) ¡Pues te tendrás

que apañar! ¡Ya lo sabes!

NAGOL — (Molesto.) ¡Óigame! Haré lo que quiera hacer con quien pueda

ayudarme. No necesito a nadie. No me moleste, por favor.

EL VIEJO NAGOL — (Jactancioso.) Sí, sí. Lo que quieras…

NAGOL — (Paciente.) Mire. Es usted ya muy mayor, muy avanzado de

edad, ¿comprende?

Page 32: Ven a buscarme, Talía

32

EL VIEJO NAGOL — (Con una falsa ingenuidad.) ¿Eso quiere decir que soy

muy viejo?

NAGOL — ¡Exacto!

EL VIEJO NAGOL — ¿Viejísimo?

NAGOL — Eso es.

EL VIEJO NAGOL — ¿Un vejestorio?

NAGOL — Prácticamente.

EL VIEJO NAGOL — O sea; lo que estás tratando de decirme es que me

puedo morir ya, ¿no?

NAGOL — Pues… ya que lo apunta…

EL VIEJO NAGOL — ¿A que te doy un puñetazo?

NAGOL — (Riendo.) Si tiene cuidado de no romperse la clavícula al levan-

tar el brazo…

EL VIEJO NAGOL — (Se mira la clavícula derecha. Mira a Nagol. Otra vez la

clavícula. Otra vez a Nagol.) ¡Bueno… ríete! Pero por si acaso yo no me pondría al

alcance de este bastón. (Lo agita en el aire.)

NAGOL — ¡Ah! ¿No? ¿Y por qué?

EL VIEJO NAGOL — (Golpeando enérgicamente en el rostro de Nagol con el

bastón.) ¡Porque no!

Nagol está a punto de caer, se repone, abofetea al viejo violenta-

mente, que cae al suelo de rodillas perdiendo las gafas. Se da la

vuelta, colérico.

EL VIEJO NAGOL — (Le caen algunas lágrimas, tantea el suelo tratando de

encontrar las gafas a gatas, las encuentra, se las pone. Gime.) Si yo fuera más joven…

NAGOL — (Encarado.) Si fuera más joven, ¿qué?

EL VIEJO NAGOL — (Se encoge asustado.) Es que se me escapan las lágri-

mas y me da rabia. Si fuera joven no se me escaparían…

Pausa.

Page 33: Ven a buscarme, Talía

33

NAGOL — (Apenado.) Nagol, tú eres Nagol; mi viejo Nagol, mi futuro, mi

vejez. (Ayuda a levantarse al viejo Nagol. Lo coge por los hombros. Lo mira fijamente,

entusiasmado.) Eres Nagol, el viejo. Lo que me queda de vida. (Pausa. Le abraza.

Nagol se emociona.) Te quiero.

EL VIEJO NAGOL — Si yo también te quiero, hijo, pero estás ya tan lejos

de mí. ¡Qué años, Dios mío, qué años!

NAGOL — (Sonriendo.) Ven, siéntate aquí. (El viejo se sienta.) Ponte cómodo

y escúchame bien. Sólo tú y yo podemos conseguirlo, Nagol. ¿Sabes qué haré?

¿Eh? Voy a escribir una circunstancia más, la última, la de la victoria; aquella que

nace para reírse de los designios del destino. (Recuerda apenado.) Vass, su destino

y su vida se me escaparon de las manos… (Se recupera.) Pero esta vez no será así.

Y ¿sabes por qué? Es muy simple; porque voy a escribir mi propia muerte, Nagol.

Pero voy a escribirla ahora, a mis cuarenta y nueve años. Y luego me reiré. Y esta

vez no podrá suceder realmente, porque tú, el viejo Nagol, el de los ochenta años,

estás aquí. Y no voy a dejar que te vayas. ¿Te das cuenta? He descubierto que

sólo la astucia puede vencer al destino. (Se separa. Pausa. Camina.) Y además voy

a imaginar una gran muerte de la que tú vas a ser espectador. Una muerte

sentida por el gran público. Una muerte que tendrá por testigo a la multitud.

(Pausa.) ¡La comedia va a empezar, Nagol, no pierdas detalle! ¡Luces! (Un foco se

centra sobre Nagol, dejando percibir solamente la silueta del viejo cómodamente sentado y

mirando a Nagol. Interpretando.) Ahora, Nagol, voy a hablarte de aquel tiempo en

el que los poetas no sabían de la mentira; en el que los artistas creaban sin

preocuparse… (se duele del costado izquierdo, suspira.) de la fama, del elogio; de un

tiempo en el que… (Congestiona el rostro y aprieta con los dedos la boca de su estómago

cortando la respiración. Jadea. Suspira.) …En el que la vanidad no existió, ni existió

la ambición, porque no quiso nadie luchar jamás contra las circunstancias. (Gesto

de dolor. Se calma.) Voy a hablarte de aquel maravilloso hombre que supo aceptar

pacientemente los designios del destino. Del hombre al que solamente le

interesaba vivir sin preguntarse por qué o para qué estaba viviendo. (Pausa.

Piensa. Silencio.) Aunque… claro. (Deja de declamar. Reflexivo.) Si te hablo de todo

esto, es quizás porque lo añoro, Nagol, porque presiento… que Vass tenía

razón… y porque me he cansado de jugar en lo alto del muro, exhibiendo una

destreza que posiblemente no tengo. (Se detiene.) ¿Posiblemente? ¡No! ¡Con toda

seguridad, no tengo destreza! Pero ¿quién la tiene para burlarse de las

circunstancias? Ya no quiero luchar más, Nagol. Se acerca la hora en que reposa

la inteligencia y las letras de mis comedias vuelven a ser eternamente aplaudidas,

Page 34: Ven a buscarme, Talía

34

Nagol. (Se sitúa junto al sillón. Sonríe. Luz total.) Y tú, y tu experiencia habéis

venido a darme la razón. (Pausa.) No te importa lo que estaba haciendo… te has

dormido. Y me alegro. Acabo de darme cuenta de lo majestuoso que puede

llegar a ser algo tan sencillo y tan cotidiano como el sueño de un viejo. Tan

majestuoso y tan aleccionador. Acabas de demostrarme que no enseña la vida,

sino la experiencia. Eres mi vivo retrato. (Sonríe.) ¡Hasta dormido eres capaz de

hacer filosofía! Te admiro. Admiro tus años de larga experiencia que te permiten

dormirte tranquilamente mientras cuidas de que un niño como yo siga con sus

juegos, aunque el juego sea tan peligroso como imaginar la propia muerte.

Ahora comprendo que no tenía que imaginarla. Tú tendrás tu muerte y será

sublime. No puedo imaginarla. Quizá mientras pronuncias una conferencia ante

cientos de oyentes abstraídos; quizás en el estreno de alguna de tus obras

teatrales, encabezando la expectación de miles y miles de hombres y mujeres. A

fin de cuentas, sólo Dios sabe… (Pausa.) Vamos, Nagol, te ayudaré a bajar para

que esperes tranquilamente la hora en que vengas a escribir la última página, el

último capítulo de mi vida. Ven. Nagol. (Extrañado porque el viejo Nagol no se

mueve.) ¡Nagol! (Gritando.) ¡Nagol! (Lo zarandea. El viejo Nagol está muerto. Grita

histérico. Da un golpe fuerte al sillón, que cae, arrojando un esqueleto fuera de él. De

rodillas. Cayendo mientras llora. Música en primer plano: “La Gran Puerta de Kiev”, de

Mussorgsky.)

Música en segundo plano.

VOZ DE NAGOL — Si yo fuera un gran dramaturgo, escribiría un final

que les haría levantarse de entusiasmo, que inundaría cada rincón de esta sala

con el restallar ensordecedor de sus aplausos fervientes. Pero no lo soy. No paso

de ser un pobre iluso que creyó ver cómo nacía en la tierra estéril de su

imaginación el árbol que nunca llegó a existir. (Pausa.) Por eso no me queda más

que sentarme en mi sillón, mi viejo y fiel sillón, y esperar tranquila y aburrida-

mente a que ese telón quiera caer. Es el mismo extraño sentimiento que te lleva a

mirar indiferente la tumba de un desconocido. Es la necedad, la incompren-

sión… quizá lo inexplicable… Es el sabor amargo de vivir, de ser… Es… es todo,

todo.

Música en primer plano.

TELÓN