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Trabajo práctico final Reflexión artistica III Prof. Griselda Pace 2020 - 2do cuatrimestre Victoria Marcantoni Stilling Ilustración 0102402 “Turner o el deseo de la mirada”

Victoria Marcantoni Stilling Ilustración 0102402

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Trabajo práctico final

Reflexión artistica III Prof. Griselda Pace

2020 - 2do cuatrimestre

Victoria Marcantoni Stilling Ilustración 0102402

“Turner o el deseo de la mirada”

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“Turner o el deseo de la mirada” Victoria Marcantoni Stilling, Diseño de Ilustración.

Taller de Reflexión Artistica III, Griselda Pace.

Abstract:

“Turner o el deseo de la mirada”

Victoria Marcantoni Stilling

En este ensayo se analizará el desarrollo de la obra pictórica de Turner a partir de su representación de la naturaleza de un modo inquietante y por momentos suplantada por una escenificación de luz, color, oscuridad y sombras que no solo la reemplazan si no que invitan al que observa a retrotraer su atención, y ya no depositarla en el equilibrio de la simbolización de un mundo real, si no en la perturbadora interpretación de la simbología de la estructura visual que le permite su mirada.

Como dijo Oscar Wilde: “la obra de Turner termina por no reflejar el alma del autor si no el alma de quien la ve”. Se dijo que el dibujo fue la escritura de Turner. En ella yace la búsqueda del observador.

Palabras Clave: pintura - romanticismo - psicoanálisis - figurativo - arte - color - luz - deseo - subconsciente - naturaleza.

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“Turner o el deseo de la mirada”

“La obra no refleja el alma del autor, sino el alma de quien la ve o la lee”. Oscar Wilde

Acordando con Wilde, el dibujo fue la escritura de Turner, y es en ella donde yace la búsqueda del observador. Sin duda alguna, esta afirmación se valida en la última etapa del artista, que se extiende entre 1835 y 1845. En este período alcanza su apogeo la profundización en la investigación de los efectos lumínicos y la presentación de colores más brillantes y contornos más indefinidos, que había comenzado aproximadamente en 1820.

Cuando la representación del paisaje se llena de fuerza y de movimiento y se diluyen los contornos hasta perderse y convertirse en mera impresión de luz, color y movimiento, la naturaleza se torna inquietante y por momentos suplantada por una escenificación de la luz, el color, la oscuridad y las sombras, que no sólo la reemplazan sino que invitan al que observa a retrotraer su atención y ya no depositarla en el equilibrio de la simbolización de un mundo real, sino en la perturbadora interpretación de la simbología de la estructura visual que le permite su mirada.

En este sentido, el coleccionista de arte René Gimpel, haciendo referencia al óleo "Interior of Petworth House” (ver en el anexo figura nº1) ; escribió en su conocida obra “Journal d’un collectionneur marchand de tableaux” (Diario de un coleccionista de pintura) : “Es más fácil entrar en el mundo más irreal del poeta que en el del pintor. Es extraño que podamos movernos con tanta facilidad en la atmósfera de las palabras y con tanta dificultad en la imagen casi perceptible del pintor”.

Nacido el 23 de abril de 1775 en Covent Garden, Londres; Joseph Mallord William Turner murió el 19 de diciembre de 1851 en esa misma capital, en la ciudad de Cheyne Walk.

Cuentan los biógrafos del mayor representante del romanticismo inglés -además de adelantado impresionista-; que las últimas palabras de Turner fueron: ¨El sol es Dios”. De ser así, la dificultad para entrar a la imagen casi perceptible del pintor de la que habla René Gimpel, fue franqueada por la atmósfera de las palabras usadas en aquella metáfora final, de modo que las palabras del mundo más irreal del poeta; en las últimas horas de vida del genial artista, no hicieron más que nombrar lo escondido dramáticamente en sus lienzos.

En vida, sus pinceladas rebosantes de luz y de color habían dado testimonio de su obsesión por la luz, de su intuición ante la intensidad de la fuerzas de la naturaleza en su manifestación y en su misterio. En su misticismo.

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La indefinición que se desprende de muchas de las obras de su último período confiesa abiertamente su persistente búsqueda de la luz. Y dado que indudablemente el sol es la máxima expresión de ella, para Turner el sol fue lo más cercano a Dios al final de su existencia. Porque además es Dios quien suele ser convocado a iluminar el alma de los mortales cuando llega el final de la vida.

Su obsesiva búsqueda de la creación, recreación y representación de la luz conmueve al observador, tanto como la búsqueda espiritual de un Dios al que finalmente la asimiló. Este es el peldaño fundamental para comenzar a comprender por qué la obra de Turner refleja el alma de quien la mira tal, repitiendo a Wilde.

El denominado pintor de la luz se adelantó a los impresionistas. No pintó lo que vio, sino las sensaciones. Buscó el alma del paisaje y encontró el sentimiento y la emoción. En alguna de sus últimas obras podemos apreciar que la luz y la sombra ocupan toda la creación hasta llegar casi a la no figuración, como en el cuadro “Sun setting over a lake” (ver en el anexo figura nº2).

El hecho de que Turner sea considerado uno de los mayores paisajistas ingleses no es un dato secundario, ya que la pintura de los paisajes hasta el salto a lo no figurativo fue fruto del esfuerzo por representar un espacio visual que diera cuenta de una presencia perturbadora que remite a la noción de un objeto de deseo inalcanzable, que no está allí, y del sujeto que se sostiene en su referencia. Una verdadera travesía del alma.

De lo relampagueante, de las apariciones fulgurantes, siempre surgen emociones que conmueven los cimientos de la subjetividad.

Por lo señalado, dicho esfuerzo derivó en la pintura no figurativa, que es la que más se aleja de la impronta de la representación, la que al no ser espejo nos demanda un largo camino de interpretación.

Nuestro pensamiento está ordenado y siempre directa o indirectamente orientado hacia la realidad. Lo consciente se impone a lo inconsciente, a lo desconocido, a lo reprimido. Más frente a lo confuso; se verá constreñido a alejarse por un instante del principio de realidad que organiza ese yo, que es siempre superior a las tiránicas demandas pulsionales. En esta instancia de reorganización lógica, acaso la confusión enseñe algo. Algo que deberá surgir del desocultamiento.

Lo que es cierto, lo real, lo que es verdad, significa concordancia de los sentimientos con la cosa. La pintura de Turner invita a indagar qué elemento no conocido y no pensado puede subyacer a esa característica esencial de la verdad, pues la que surge de su obra no siempre se orienta por la adecuación a una realidad supuesta. J. Lacan dice que este desocultamiento permite: “venir a la luz de ese lugar mismo, en cuanto que es lugar del ser”.

El ser se desoculta por el claro que abre el surco de luz de su pintura. Vale decir, el sujeto que observa se realiza en el ser de ese objeto inalcanzable al precio de abandonar la escena del mundo por un instante. Observar la obra del último período de Turner hace que la falta defina el deseo mismo.

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En este mismo sentido; al referirse a Turner; Gilles Deleuze y Felix Guattari en su obra “El Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia” señalan: "La visita a Londres es nuestra visita a la pitonisa. Allá abajo está Turner. Al mirar sus cuadros comprendemos lo que quiere decir franquear el muro y, sin embargo, permanecer, hacer flujos de los que ya no sabemos si nos llevan a otro lugar o si vuelven a nosotros. Los cuadros se escalonan en tres períodos. Si el psiquiatra tuviera algo que decir podría hablar sobre los dos primeros, aunque, en verdad, estos son los más razonables. Las primeras telas son catástrofes del fin del mundo, avalancha y tempestad. Turner empieza por ahí. Las segundas son como la reconstrucción delirante donde se oculta el delirio, o más bien van a la par con una alta técnica heredada de Poussin, Lorrain, o de tradición holandesa: el mundo es reconstruido a través de arcaísmos que poseen una función moderna. Pero algo incomparable ocurre al nivel de los cuadros del tercer grupo, de la serie de los que Turner no enseña, que mantiene secretos. Ni siquiera podemos decir que está muy avanzado con respecto a su época: algo que no pertenece a ninguna época y que nos llega desde un eterno futuro, o huye hacia él. La tela se hunde en sí misma, es atravesada por un agujero, un lago, una llama, un tornado, una explosión. Podemos volver a encontrar aquí los temas de los cuadros anteriores, su sentido ha cambiado. La tela está verdaderamente rota, rajada por lo que la agujerea. Tan sólo sobrenada un fondo de niebla y oro, intenso, atravesada en profundidad por lo que viene a rajarla en su amplitud: la esquizia. Todo se mezcla, y ahí se produce la abertura, el agujero (y no el hundimiento)”.

En “La esquizia del ojo y la mirada”, Miriam Chorne sostiene que, filosóficamente, la esquizia hace referencia a que lo que está en juego es la importancia otorgada desde Platón en adelante, es decir, en toda la filosofía, al pensamiento, a la consciencia reflexiva, a fin de considerar al sujeto que está en juego. En cambio psicológicamente, la esquizia de la mirada, es aquella mirada que no pertenece ni a los ojos que miran ni al objeto mirado, si no a la consciencia pensante y a las ideas. Es la de la consciencia, que promueve la percepción como fundamental por lo que esta tiene de idéica (en tanto productora de ideas) y de estética.

La mirada logra hacer visible el deseo, es decir, mediante la mirada el observador pone un limite momentáneo a esa relación que existe entre el ser humano y el abismo, la nada, lo ausente.

Desarrollando la temática del enigma del hombre que pinta y el que mira lo pintado y el de las cosas, que filosóficamente es el de las cosas mismas; Jean Paris se refiere a Turner en su libro “El espacio y la mirada”. Allí dice: “La mirada no situaba nada en las telas. Por primera vez se osaba suplantar a la naturaleza” [...] “Una elipse o una espiral que arrastra un torbellino irresistible -mar, nubes, montes- alrededor de un centro que puede ser su matriz visual [...] aparecen dos párpados de espuma u olas rompiendo, cuya órbita es un ojo negro, oscuro” [...] “Turner hace dialogar a la tierra y el mar sombrío con un girón de cielo que hace surgir una lívida claridad [...] hasta llegar a plasmar la textura misma del espacio. [...] alcanza así la total disolución [...] una luz repartida por el agregado de colores [...] como si el mundo dejara sus substancia y volviera al abismo informe del primer día. [...] el pintor cede a la tentación de aclarar la tela, de perfeccionarla hasta la palidez absoluta. [...] las figuras se deshacen en vagas disposiciones de manchas [...] el mundo no volverá a encontrar aplomo ni fijeza”.

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Sucede con Turner lo mismo que con otros artistas: desde el momento en que se da la genialidad, hay algo que ya no pertenece a ninguna escuela, a ningún tiempo, efectuando una abertura: el arte como proceso sin finalidad, pero que se realiza como tal.

La abertura es ese algo que ha surgido reventando los códigos, deshaciendo los significantes, pasando bajo las estructuras, haciendo pasar los flujos y efectuando los cortes en el límite del deseo. Es ese algo al que se hacía referencia más arriba, y que como se precisaba entonces, deberá surgir del desocultamiento, para que desde la profundidad de la luz surja el ser que en ella habita.

La estructura esencialmente expresiva del lenguaje artístico exige una interpretación que sea desciframiento, desocultamiento. Siguiendo los pasos de T. W. Adorno en "Terminología filosófica”, el lenguaje artístico podría ser comprendido bajo dos categorías: el enigma y la escritura jeroglífica. Ambas nos remiten a una interrogación que esconde su respuesta. La expresión, por su naturaleza misma, oculta el sentido. El carácter enigmático de una auténtica obra sobrevive a cualquier intento de desciframiento.

En la obra de arte también hay un aspecto que se debe adjudicar a las intenciones inconscientes del autor. Es el gesto creador que acompaña el íntimo hacerse de la obra. Como dice Nelly Schnaith en “Arte, instinto de metáfora y verdad”: “…el arte “trabaja" el mundo para construir sus mundos: arranca los elementos de la realidad de sus conexiones primarias, “destroza lo real para volver a componerlo” y genera así otros mundos, los de las distintas obras".

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Conclusión

El ensayo comenzó expresando que el dibujo fue la escritura de Turner. Y es así porque es el mismo pensamiento el que cambia el valor de la discursividad por el valor de la expresión. Cuando las palabras no pueden ya decirnos cómo son las cosas, la pintura lo logra con la expresividad de las imágenes. Es la voz de la expresión artística la que evita someternos al silencio. El arte sigue hablando donde fracasa el saber de la palabra y nos salva del silencio, del vacío.

La obra de Turner tiene la osadía de buscar una respuesta, una verdad. Se empeña en desafiar al vacío imponiéndole una expresión con su trabajo. Desafía la falta, y para esa empresa debe abandonar progresivamente lo figurativo.

En el tomo I de "Terminología filosófica”, T. W. Adorno expresa: “En Tasso leemos que cuando el hombre enmudece en su tormento, un Dios le concede decir que sufre.”. No en vano, el Turner agonizante manifestó que el sol es Dios. En su obra la luz fue su mudo decir sufriente.

Pocas obras más que "Regulus" (ver en el anexo figura nº3) representan la metáfora de la luz y la insoportable imposibilidad de evitarla. Tan inevitables son, incluso, la verdad y la razón que aquella simboliza y la falta originaria que nos constituye como insatisfechos sujetos deseantes. Regulus fue un general cartaginés apresado por los romanos y torturado. Una de las torturas consistió en cortarle los párpados de los ojos para que no pudiera cerrarlos nunca más. Su partida a Cartago es lo que el cuadro reproduce. La luz del sol enceguese y no se puede anteponer la defensa del parpadeo. Esa fijeza de la mirada impide que esta pueda tener un movimiento deseante.

Toda la obra de Turner es un pensar exasperante. En ella se representa lo que es imposible nombrar, lo que funda la falta que mueve el deseo. En el lugar del vacío, irrumpe una y otra vez su pincelada, palabra que logra nombrar lo inefable. La carencia es aludida mediante su arte.

En Doktor Faustus, Thomas Mann dice: "toda expresión es, en definitiva, una queja". Quien observa la obra de Turner logra por un instante el placer de encontrar lo perdido, lo imposible de decir, lo que eternamente falta y que la mirada busca y desea encontrar.

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Anexo

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Figura nº1: “Interior of Petworth House” (J.M.W.Turner; óleo sobre lienzo; 90 x 122 cm - 1837)

Figura nº2: “Sun setting over a lake” (J.M.W.Turner; óleo sobre lienzo; 91 x 122 cm - 1840)

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Figura nº3: ”Regulus" (J.M.W.Turner ; óleo sobre lienzo ; 895 x 1238 mm -1828)

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Bibliografía:

-Staude, Sergio. “Lacan y Turner". En Jacques Lacan y Los pintores. Ed. Escuela Freudiana de Buenos Aires, 2014.

-Deleuze, Gilles y Guattari, Félix. El Anti Edipo: Capitalismo y Esquizofrenia. Ed. Paidós, 1995.

-Hauser, Arnold. Historia social de la literatura y el arte. Ed. Debate, 2002.

-Laplanche, Jean y Pontalis, Jean Bertrand. Diccionario de Psicoanálisis. Ed. Paidós, 2011.

-Lasala,M. El Desandar de una ilusión: El decir filosófico en el margen. Ed. Biblos, 1988.

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Declaración jurada de autoría

A: Facultad de Diseño y Comunicación. Universidad de Palermo.

Por la presente dejo constancia de ser el autor del Trabajo Práctico Final

titulado Turner o el deseo de la mirada

que presento para la asignatura Taller de Reflexión Artística II

dictada por el profesor Griselda Pace

Dejo constancia que el uso de marcos, inclusión de opiniones, citas e

imágenes es de mi absoluta responsabilidad, quedando la UP exenta de toda

obligación al respecto.

Autorizo, en forma gratuita, a la UP a utilizar este material para concursos,

publicaciones y aplicaciones didácticas dado que constituyen ejercicios académicos de

uso interno sin fines comerciales.

20/ 11/ 2020

Fecha Firma y aclaración

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