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VIDA COTIDIANA HIGIENE PERSONAL Y CIUDADANA La mayor parte de las casa carecía de agua corriente y los "retretes" o servicios eran casi desconocidos en el época. La gente del campo hacía sus necesidades en el campo, en la calle, o en el corral. En la ciudad también se "aliviaban" en las callejas (por aquello de una cierta intimidad) por lo que son corrientes las quejas de los vecinos que viven junto a estos lugares. No es que el ganado fuera por las calles, como a veces se piensa. Durante el XVIII ya se había prohibido al menos en las ciudades el tránsito de rebaños, que anduvieran animales sueltos, etc. pero si hemos de pensar en la numerosísimas veces que se repiten las órdenes habrá que pensar que éstas se cumplían escasamente. En las casas (pisos, incluso) la gente tenía gallinas, conejos y otros animales que les proporcionaban sustento. Estaba prohibido echar a la calle estiércol, basura o aguas "negras", se obligaba a los vecinos a barrer y regar la calle con frecuencia. Hay que decir que no existía en esta época recogida de basuras, por lo que los vecinos habitualmente lo echaban todo a la calle, a ciertos rincones, y las entradas de las ciudades eran lugares donde se podían encontrar cadáveres de animales, basura, rastrojos agrícolas etc. Las prohibiciones municipales nos dan idea de lo que te podía caer encima paseando por la ciudad procedente de las ventanas: perros, gatos (muertos), la paja de los jergones (sucia, se cambiaba de vez en cuando) estiércol, desperdicios de verduras, aguas "de cualquier clase" incluidas claro está las corporales... Así era lógico que los españoles prefiriesen ir cubiertos con la tradicional capa hasta los pies y el chambergo, sombrero de anchas alas que te defendía de estas incomodidades, en vez de la capa corta "a la francesa" y el sombrero tricornio. Todo esto se correspondía con la generalización de la teoría "miasmática", es decir, que en el aire maloliente había "miasmas" que era lo que provocaba las enfermedades. Nada se sabía entonces de bacterias, virus (fundamentalmente porque no había microscopios para verlos) ni de cómo ciertos bichitos los transmitían a los humanos. Así que la sanidad pública - y privada - se orientaba a eliminar cualquier foco de mal olor. La higiene privada no era mucho mejor. El uso de ropa de algodón interior aún no era muy general: hombres y mujeres llevaban una especie de calzones interiores, y la camisa, que era la prenda interior por excelencia (la gente tenía entre una los más pobres, o una media docena los de clase media. Los unos y las otras se cambiaban con escasa frecuencia (una vez a la semana era signo de extrema limpieza). La ropa exterior se llevaba aún menos, pero varias razones:

Vida Cotidiana

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VIDA COTIDIANA

HIGIENE PERSONAL Y CIUDADANA

La mayor parte de las casa carecía de agua corriente y los "retretes" o servicios eran casi desconocidos en el época. La gente del campo hacía sus necesidades en el campo, en la calle, o en el corral. En la ciudad también se "aliviaban" en las callejas (por aquello de una cierta intimidad) por lo que son corrientes las quejas de los vecinos que viven junto a estos lugares.

No es que el ganado fuera por las calles, como a veces se piensa. Durante el XVIII ya se había prohibido al menos en las ciudades el tránsito de rebaños, que anduvieran animales sueltos, etc. pero si hemos de pensar en la numerosísimas veces que se repiten las órdenes habrá que pensar que éstas se cumplían escasamente. En las casas (pisos, incluso) la gente tenía gallinas, conejos y otros animales que les proporcionaban sustento.

Estaba prohibido echar a la calle estiércol, basura o aguas "negras", se obligaba a los vecinos a barrer y regar la calle con frecuencia. Hay que decir que no existía en esta época recogida de basuras, por lo que los vecinos habitualmente lo echaban todo a la calle, a ciertos rincones, y las entradas de las ciudades eran lugares donde se podían encontrar cadáveres de animales, basura, rastrojos agrícolas etc.

Las prohibiciones municipales nos dan idea de lo que te podía caer encima paseando por la ciudad procedente de las ventanas: perros, gatos (muertos), la paja de los jergones (sucia, se cambiaba de vez en cuando) estiércol, desperdicios de verduras, aguas "de cualquier clase" incluidas claro está las corporales... Así era lógico que los españoles prefiriesen ir cubiertos con la tradicional capa hasta los pies y el chambergo, sombrero de anchas alas que te defendía de estas incomodidades, en vez de la capa corta "a la francesa" y el sombrero tricornio.

Todo esto se correspondía con la generalización de la teoría "miasmática", es decir, que en el aire maloliente había "miasmas" que era lo que provocaba las enfermedades. Nada se sabía entonces de bacterias, virus (fundamentalmente porque no había microscopios para verlos) ni de cómo ciertos bichitos los transmitían a los humanos. Así que la sanidad pública - y privada - se orientaba a eliminar cualquier foco de mal olor.

La higiene privada no era mucho mejor. El uso de ropa de algodón interior aún no era muy general: hombres y mujeres llevaban una especie de calzones interiores, y la camisa, que era la prenda interior por excelencia (la gente tenía entre una los más pobres, o una media docena los de clase media. Los unos y las otras se cambiaban con escasa frecuencia (una vez a la semana era signo de extrema limpieza). La ropa exterior se llevaba aún menos, pero varias razones: la inmensa mayoría de la población sólo disponía de un "traje" o muda, se lavaba a mano sin agua corriente, frecuentemente en el río (había mujeres pobres, lavanderas, que hacían estos trabajos por encargo), los tejidos eran de lana u otros materiales que tardaban en secar, etc.

Respecto a la higiene corporal, no tenían agua en las casas. En el s. XVIII las autoridades habían hecho un gran esfuerzo para llevar agua a las ciudades construyendo canalizaciones para las aguas fecales y canales y fuentes públicas. Aún así había que ir todos los días a buscar el agua (esto era aprovechado por las muchachas para charlar, tontear con los muchachos, etc. pues en esta época no estaba bien visto que las chicas fuesen por la calle). También era frecuente comprarla a los aguadores. La mayoría de la gente se lavaba la cara, manos y brazos con palanganas, sobre todo por las mañanas y antes de comer. También se sabía que era bueno enjuagarse la boca o usar un mondadientes o ciertos productos perfumados después de comer. Respecto al resto del cuerpo, casi nadie tenía bañera, sólo los ricos (a título de ejemplo, en París en 1800 sólo había 300 bañeras) y tomar un baño era más una medida terapéutica que higiénica (se prescribía para enfermedades de la piel, enfermedades nerviosas, para tonificar el cuerpo...). Tampoco había duchas (se inventarán en el XIX) así que la mayoría de la gente se lavaba con barreños y trapos o esponjas. Esta operación era incómoda (había que calentar el agua, echarla, recoger todo...) y encima era considerada por la Iglesia como indecente, pues el cuerpo quedaba totalmente desnudo y no era bueno que la gente conociera su cuerpo, no fuera a tener pensamientos indecorosos.

Los médicos en este siglo comienzan a defender una mayor higiene corporal y pública. Denuncian el hacinamiento de las gentes más pobres (dormían en muchas ocasiones hasta 15 personas en una casa de pequeñas dimensiones), que además se lavaban y cambiaban de ropa como mucho una vez por semana.

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Se quejan los médicos de que cuando reconocen a la gente en sus camas, éstos apestan, lo mismo que el aliento de los enfermos, y que se les pegan piojos.

En Zaragoza en algunas casas se disponía de alcantarillado, pero en la mayoría se recurría a "pozos negros", que recogían las aguas sucias de la casa. Estos pozos negros había que limpiarlos de vez en cuando, pues si no rebosaban. La normativa municipal estipulaba que debía hacerse en los meses de frío, y por la noche, por razones evidentes. Como en todo, había gente que se dedicaba a esto.

El agua que se consumía en Zaragoza provenía directamente del Ebro, y como era de esperar, no llevaba ningún tipo de tratamiento. Como los tenderos del Mercado, matarifes (la gente que mataba las reses en los mataderos) e industriales diversos echaban todos los desperdicios al río con frecuencia el agua estaba en muy malas condiciones, sobre todo en los meses de verano en que bajaba el caudal y el calor provocaba la corrupción de las aguas, basuras y alimentos. Eran frecuentísimas las gastroenteritis, siendo una de las principales causas de mortalidad sobre todo entre los niños. Para remediar esto el Ayuntamiento prohibía arrojar ciertos desperdicios, o hacerlo aguas arriba de la ciudad. También estaba prohibido lavar la ropa en el río más que en zonas estipuladas, por las mismas razones.

Se intentó comenzar a trasladar los cementerios a las afueras de la ciudad (esto se realizará finalmente por ley a partir de 1835, tras una terrible epidemia de cólera), y dejar de enterrar a los vecinos en los "fosares" contiguos a las iglesias parroquiales.

Cuando moría una persona de enfermedades que se consideraban epidémicas (se las llamaba "pestes" en conjunto, palabra que designa también al mal olor que se supone las provocaba) había obligación de quemar todas sus pertenencias más directas, y sobre todo la ropa. Había una en concreto que establecía que los "ropavejeros" (vendían ropa usada) debían tener un certificado del Colegio de Médicos acreditando el origen de lo que vendían. Como puede comprobarse, no sabían exactamente cómo se propagaban las enfermedades pero sí relacionaban ciertos hechos.