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EL ENTIERRO DE LA SARDINA DESDE EL RECUERDO

Vida-Fuego-Pasión (entierro de la sardina)

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Catálogo de la exposición celebrada en chys, con narración de Carlos Luis Romero. 2003 reeditado 2011 © estudio de arte.

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EL ENTIERRO DE LA SARDINADESDE EL RECUERDO

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EL ENTIERRO DE LA SARDINADESDE EL RECUERDO

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Catálogo electrónico 2011Reeditado del original

Edición originalISBM: 84-958 15-18-4

DL.: MU-436-2003

© de los textos su autor© de las reproduciones -estudio de arte Hurtado

José Hurtado Mena

Exposicióngalería de arte Chys

del 28 de marzo al 26 de abril

TextoCarlos Luis Romero Díaz

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EL ENTIERRO DE LA SARDINADESDE EL RECUERDO

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A los pintores no nos gusta hablar de nuestras obras, pero si quiero expresar la mezcla de sentimientos que ha producido el hecho de plasmar estas imágenes en un trozo de lienzo.

Como Murciano de corazón no podía dejar de lado este momento que se reproduce cada año y nos cala hasta el interior. Incluso nos impregna el carácter.

A lo largo de mi vida, en momentos ocasionales, han ido surgiendo algunas obras de esta fiesta como explosiones de color que eran incapaces de permanecer ocultas.

En estos últimos años he caído en la cuenta que esos recuerdos, esas añoranzas, se ocultaban en el corazón, y arañándolo han ido brotando estas expresiones y formas. Imágenes que se han entrelazado en los paños como formas y colores alimentados por el fuego, la pasión y el recuerdo.

Quiero agradecer, cómo no, a todos mis amigos y conocidos -en especial a Carlos Luis y Juan Legaz (Gran Chirrete 2002 del grupo Odin)- por sus esfuerzos en que afloren estas evocaciones y se fundieran en imágenes.

Ta m b i é n d e s e o d i s c u l p a r m e anticipadamente ante aquellos que no se vean reflejados en esta exposición -dioses y sardineros-, porque pese a los intentos siempre he sentido el calor de las antorchas en busca de una ilusión.

Detalle (Óleo sobre lienzo / su tamaño)

José Hurtado Mena

Carlos Luis Romero y José Hurtado

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El testamento de la sardina (Óleo sobre lino / 100 x 100 cm.)

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Una vez, para mi al menos una vez, Murcia fue mágica. Una vez, ya hace

mucho tiempo, allí presencié un milagro.

Era niño, y mi padre me llevó a la ciudad para ver la fiesta. A pesar que ya

conocía Murcia, en aquella ocasión Experimenté una intensa sensación de extrañeza.

Sentí visitarla por vez primera, ya que todo era distinto, como si las calles, los edificios

y las gentes hubieran sufrido una excepcional metamorfosis.

Tres reinas dominaban la ciudad. La noche, la luna y la catedral. Tres coronas

sobre el suave cielo murciano que -cada cual a su manera- consentían pero también

vigilaban. Miles de personas, desbordaban agitadas, expectantes, el centro de la urbe.

Churrerías, embarazos, arrugas. De pie sobre las aceras, sobre el asfalto, sobre

contenedores de basura, sentados en sillas, en gradas, en bancos, encaramados a

farolas, a árboles, a esculturas, enredados, laberínticos. Interminables filas de niños

que, como en otras pocas ocasiones parecían ser los invitados de honor. Aturdido pero

ilusionado, me agarré con fuerza a la mano de mi padre y serpenteamos entre la

multitud hasta hallar un buen sitio en aquel teatro de ensueño.

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Comenzó la fiesta y me sumí en la fantasía, Murcia se encendió y se incendió,

se llenó de luz y de llamas, de música y de estruendo, de pasión y sorpresa.

Resucitaron dioses olvidados que, majestuosos, se deslizaban por las avenidas

celebrando su regreso -la catedral los oteaba con gesto sombrío y receloso-. Criaturas

fabulosas, nacidas de la onírica, salieron sin temor de las abisales cuevas de la

imaginación y, aprovechando la inverosímil atmósfera se precipitaron animadas sobre

las calles. Héroes, villanos, monstruos y sátiros, en carroza o a pie, provocaron

aplausos, sisas y llantos aquella noche en el corazón de la ciudad.

Ígneas huestes de hachoneros, señores del fuego, protegían las carrozas bajadas

de los cielos. Arrasaban de esplendor las calles con sus llamas, que alcanzaban todo

y a todos, que hacia hervir la sangre, que henchía ánimos y consumía penas. Resultaban

personajes intrigantes, cuyas inflamadas figuras rozaban lo siniestro y despertaban

respeto y admiración.

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Pasacalles (Óleo sobre lino / 100 x 100 cm.)

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“Se celebra un entierro”, -me contestó mi padre cuando le pregunté por el

motivo de semejante espectáculo-,”esta noche, después de la procesión, quemarán a

la sardina, pero no te preocupes, porque es una diosa y mañana volverá a nacer y

seguirá viva hasta dentro de año, cuando de nuevo será enterrada en llamas, y así

siempre, así durante la eternidad”.

Minutos más tarde, junto a nosotros, un grupo de turistas hizo corrillo alrededor

de un anciano que les explicaba los orígenes de la ceremonia -cuando comenzó,

quienes la promovieron, qué cambios había sufrido en el tiempo…-, quizás para los

adultos fuera interesante el discurso de aquel hombre, pero yo apenas tardé en dejar

de prestarle atención - me resultaron infinitamente más conmovedoras y sabias las

palabras de mi padre- y me quedé boquiabierto al ver correr delante de mí a un

minotauro de temible cornamenta

Lo que en realidad me cautivaba entonces, y lo que me sigue cautivando hoy

en día, no es el confuso pasado de la Sardina, sino su presente, porque su presente

es el de todos y, en cambio, el pasado ya no de nadie.

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La peña (Óleo sobre lino / 100 x 80 cm.)

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El fuego confundiéndose con el cielo, la tierra con la luz, y por momentos

también se hizo imposible discernir si los procesionarios éramos nosotros o las

fantásticas criaturas. Se trataba de una fiesta viva -sólo en Murcia las he visto así-

con un público activo, participante, en el que cada uno de los espectadores animaba

tanto la ceremonia como el más radiante de los dioses que allí se dieron cita.

Una marea áurea había anegado la ciudad. Las metálicas calles eran venas

apasionadas que vibraban al ritmo de tambores y comparsas. Sobre ellas, la gente no

andaba, sino que saltaba y danzaba con la cabeza alta y la sonrisa en el cielo. Miles

de personas que, al menos por unas horas, parecían felices.

Los sardineros, subidos a las divinas carrozas, lanzaban a discreción flechas

de alegría, y los pequeños, contraatacando con gritos de alboroza, nos poníamos a

tiro -descarados, enloquecidos- para que acertasen de pleno en nuestro corazón.

Un denso arco iris de juguetes se dibujó en el cielo. Muñecos, balcones,

trompetas y máscaras volaban por doquier.

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el atrezzo (Óleo sobre lino / 100 x 65 cm.)

...Qué bajo (Óleo sobre lino / 100 x 65 cm.)

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La magia afloraba en cada rincón de la

ciudad pero no afectó a mi estatura, que seguía

exactamente igual de corta que al principio de la

noche. Saltaba con todas mis fuerzas para lanzar

mis redes de alegría sobre una de las mariposas

que acaramelaban el aire pero era demasiado

pequeño y mis intentos resultaban inútiles, hasta

que unos amados brazos con unas amadas manos

se entendieron fugaces y poderosas hasta aquel

sublime firmamento para cazar al vuelo una

hermosa pelota azul. Entonces yo, embargado por

la emoción, miré la pelota y miré absorto a mi

padre mientras me la daba, y en mi éxtasis pensé

“gracias, gracias, gracias”, y la agarré con todas

mis fuerzas, como si de un diamante se tratara.

Aquel proceso comenzó a repetirse unas

y otra vez, mis manos amadas y otras amigas

el desfile (Óleo sobre lino / 100 x 73 cm.)

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cabezudos (Óleo sobre lino / 100 x 73 cm.)

prosiguieron su infalible caza, para que a ninguno

de los niños -contempladores de lo imposible- nos

faltaran preciosas dádivas. Aquella noche, la

GENEROSIDAD era la Gran Dictadura y no hubo

traidores, ni rebeldes ni impíos, sino que todos

nos sometimos a ella con dulzura.

Y aunque por entonces, ni siquiera había

oído hablar de Hobbes, ya había vivido bastante

en este mundo para saber que el “hombre es un

lobo para el hombre”, que la envidia y el egoísmo

son enfermedades tan comunes como la gripe o

la varicela. Era ingenioso, pero lo suficientemente

entendedor para saber que aquel ambiente de

fraternidad de rebosante alegría que envolvía al

pueblo murciano constituía la mayor de las

maravillas que aquella noche podíamos disfrutar

y, sin duda, representaba el verdadero tesoro del

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el dragón (Óleo sobre lino / 89 x 120 cm.)

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Entierro. Se trataba de la hermosa joya de la Hermandad, por sí misma merecedora

incluso que los regalos, los sardineros o la propia sardina.

La colosal sardina prometea, en su procesión hacia la muerte, era bandera,

emblema y espíritu de la tragedia mediterránea, que el murciano aceptaba jubiloso.

Tras intensas y heroicas horas, llegó nuevamente su fin de trayecto. En la plaza

Martínez Tornel, poco después de la media noche, la rodeamos con un abrazo homicida.

la sardinaÓleo sobre lino / 73 x 100 cm.)

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demonios del fuego (Óleo sobre lino / 100 x 100 cm.)

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Cuando ardió junto al río, olas de fuego se encresparon sobre el Segura.

El fuego abrasó su carne azul. Estábamos unidos, como pueblo, como hermanos, ante

la hipnotizadora hoguera. Mis oídos enjaularon su lamento para siempre, su lamento

quedo, profundo, su dolor viejo como el hombre aciago, trágico, esperanzador. A

pesar de las palabras de consuelo de mi padre, no pude evitar estremecerme y sentirme

triste cuando la vi arder.

desde la carrozaÓleo sobre lino / 65 x 100 cm.)

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por un pito (Óleo sobre lino / 100 x 100 cm.)

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La sardina fue consumida por el fuego y la noche se convirtió en ceniza, un

ave fénix sobrevoló la ciudad. Espirales de humo se levantaron desde el catafalco

hasta el infinito, estentóreos cohetes y palmeras de fuego celebraban en el cielo la

muerte y la vida. Marea de aplausos, y gritos, silbidos. Inolvidable olor a pólvora, a

huerta, a golosina.

La noche se despojó poco a poco de su traje de fiesta. La multitud se dispersó,

derramándose cálida y serena por las calles circundantes a la hoguera. Cientos de

niños se dirigieron plácidos hacia el hogar, con bolsas repletas de regalos, con sonrisas

colmadas de ilusión, dejando atrás a la sardina en su pira sagrada. La ciudad se apagó

lentamente. Los sentidos se relajaron y volvieron a ser cicateros, perezosos. Dioses

y monstruos regresaron a libros y sueños.

La sardina se quedó sola con sus cenizas en la plaza, junto al río el cual de

nuevo estaba en calma. De las soberbias llamas del principio de la quema, únicamente

quedaba un lánguido hilo de humo blanco que dividía la luna cuando mi padre y yo

nos dispusimos a mandad. Un silencio sepulcral se desplomó sobre la plaza.

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desde el puente (Óleo sobre lino / 120 x 89 cm.)

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Ha pasado el tiempo, he vuelto a ver Murcia numerosas veces, pero jamás

como lo hice en aquella ocasión. He esperado su regreso, he vuelto a la misma fiesta,

el mismo día, a las mismas horas, pero hasta ahora no he conseguido arrancarle a la

ciudad otro milagro.

Sé quizás ya no vuelva a verlo jamás. Puede que la fantasía se me haya

escurrido para siempre, que la magia ya esté completamente caduca en mí. Conozco

a muchos otros que también tuvieron su noche, que vieron lo mismo que yo y sintieron

lo mismo que yo. Conozco a muchos otros cuya alma se estremece de melancolía

cuando puntualmente regresa cada año la fiesta. El mismo recuerdo caluroso y la

misma fría decepción llegan cada año, sin retraso.

Aunque sí algo de desconsuelo, en mi alma no hay tristeza. Ahora me queda

la gloriosa esperanza de sumergir a mi hijo en el mar del prodigio, pues sé que solo

a través de él -de su ingenuo pecho y de sus ojos sabios- volveré a ver la ciudad de

la misma manera que aquella vez la vi. Ahora será él quien viva la noche que un día

me tocó vivir a mí. De mi mano, como antaño yo fui de la de mi padre, mi hijo se

sumergirá en el milagro y yo, por fin, volveré a contemplarlo, pero esta vez reflejado

en sus hondas pupilas.

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la despedida (Óleo sobre lino / 130 x 97 cm.)

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Esta noche, dentro de unas horas, Murcia será mágica, al menos para alguien.

Carlos Luis Romero Díaz

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LA FIESTA(Óleos sobre lino / 87 x 35 cm.)

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5MIRADAS

Óleos sobre linopegados en cartón pluma

17 x 17 cm. Unidad

Reproduccionestamaño real

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Este catálogose edito con motivo de la exposición

celebrada en abril de 2003en la galería de arte

CHYSy se imprimió en

LIBECROMel día 8 de Marzo

“San Juan de Dios”

Reeditado en formato Freehandpara pdf electronico

diciembre 2011

http://josehurtadomena.jimdo.com/

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Inauguración

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