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1 Vindicación de Malintzin 1 No sabremos nunca como la llamaron sus padres al nacer. La idea de que fue nombrada Malinalli (“hierba seca”, en náhuatl) carece de fun- damento. Fueron los españoles que la recibieron como esclava en 1519 quienes la bautizaron como Marina. Dice Camilla Townsend que los indígenas, que no podían pronunciar la r, la llamaban Malina. Converti- da en traductora, vocera y amante de Cortés pasaría a ser Doña Marina para los españoles y Malintzin (la venerable Malina) para los indígenas. Christian Duverger cree que su nombre proviene de mali (cautiva) y tzin (venerable), “la venerable cautiva”. El problema con esta opción es que muy pronto ella dejó de ser una esclava para convertirse en una aliada, una protagonista importante de la Conquista de México. Me quedo pues con “la venerable Malina”, Doña Marina, como fue conocida por todos hasta su muerte en enero de 1529, a los 27 años, poco más o menos. MANUEL LUCERO Para Indra Avilés y Cristian Moreno, por su hospitalidad en Camelbook. Suplemento cultural de botellalmar.com, número 1, julio de 2017. Ilustraciones de: VÍCTOR HIGUERA

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Vindicaciónde Malintzin

1No sabremos nunca como la llamaron sus padres al nacer. La idea de que fue nombrada Malinalli (“hierba seca”, en náhuatl) carece de fun-damento. Fueron los españoles que la recibieron como esclava en 1519 quienes la bautizaron como Marina. Dice Camilla Townsend que los indígenas, que no podían pronunciar la r, la llamaban Malina. Converti-da en traductora, vocera y amante de Cortés pasaría a ser Doña Marina para los españoles y Malintzin (la venerable Malina) para los indígenas. Christian Duverger cree que su nombre proviene de mali (cautiva) y tzin (venerable), “la venerable cautiva”. El problema con esta opción es que muy pronto ella dejó de ser una esclava para convertirse en una aliada, una protagonista importante de la Conquista de México. Me quedo pues con “la venerable Malina”, Doña Marina, como fue conocida por todos hasta su muerte en enero de 1529, a los 27 años, poco más o menos.

Manuel lucero

Para Indra Avilés y Cristian Moreno, por su hospitalidad en Camelbook.

Suplemento culturalde botellalmar.com,

número 1, julio de 2017.

Ilustraciones de: Víctor Higuera

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2Nadie en su época la llamó Malinche. Malinche era Cortés, a quienes los indígenas llamaban malintzene (“el amo de la venerable Malina” para algunos; “el amo de la venerable cautiva” para otros), como aparece en numerosos pasajes de la Historia Verdadera de la Conquista de la Nue-va España, de Bernal Díaz del Castillo. Olvidada por todos reapareció, casi trescientos años después de su muerte, en Xicoténcatl, una novela anónima publicada en Filadelfia en 1826. Es aquí donde por primera vez se la llama Malinche, y aparece, según Townsend, “como una trai-

dora lasciva e intrigante”. No es casualidad. Se trataba de afirmar la independencia del nuevo país a partir de la exal-tación del pasado indígena y de la negación de la herencia española. En los dos siglos si-guientes, la imagen de la mu-jer que traicionó a su pueblo y se entregó al conquistador se afianzó en el imaginario colectivo. Pero, ¿quién fue realmente la Malinche?

3Para acercarse a ella nada me-jor que Malintzin. Una mujer indígena en la Conquista de México, el bellísimo libro de la historiadora estadouniden-se Camilla Townsend. En su estudio, ampliamente docu-mentado, la también filólo-ga nos cuenta todo lo que es posible saber sobre la vida de esta muchacha que, a sus 17 años, se vio envuelta en un torbellino que derrumbaría un imperio y cambiaría para siempre la vida de los habi-

tantes de esta parte del mundo. Nació en una casa junto a uno de los meandros del río Coatzacoalcos, y su infancia transcurrió entre las po-blaciones de Olutla, de habla popoluca, y Tetiquipaque, de habla ná-huatl, donde jugaba descalza y con el pelo suelto, como todas las niñas de su edad. En algún momento entre los 8 y los 12 años se daría el pri-mer gran quebrantamiento de su vida. Fue secuestrada por traficantes de esclavos y llevada a Xicallanco, en la zona de Tabasco, una ciudad de canales donde se hablaban cuatro idiomas pero el náhuatl era la lengua

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franca de los comerciantes. Allí fue comprada por mayas chontales y llevada a Putunchán donde serviría como esclava doméstica. Fue en la casa de su dueño donde aprendió el maya chontal y también el maya yucateco, una lengua sustancialmente distinta que luego resultaría tras-cendental para ella.

4Es el mes de marzo de 1519. Desde hace tiempo se sabe que unos hom-bres extraños merodean las costas de Yucatán y Campeche. La mucha-cha cuyo nombre ignoramos tiene ahora 17 años y habla cuatro idio-mas. Ya no es virgen. Con toda seguridad ha sido usada sexualmente por sus amos, como era costumbre en la época. No tiene aspiraciones. Es una esclava, y como tal se dedica a sobrevivir. Un día y luego otro y después otro… Pero los extranjeros ya están aquí, resueltos a con-tinuar su avance. Han vencido uno por uno a los pueblos que se les oponen, y el encuentro con los chontales de Putunchán es inevitable. El enfrentamiento lo narra Bernal Díaz en su Historia Verdadera, y ter-mina con la victoria de los españoles. Los derrotados, como establece la tradición, aceptan la paz y entregan tributo. Bernal lo cuenta así: “…vinieron muchos caciques y principales de Tabasco y otros comarcanos, haciendo mucho acato a todos nosotros, e trajeron un presente de oro…, y trajeron mantas de las que ellos traían y hacían…; y no fue nada este presente en comparación de veinte mujeres, y entre ellas una muy exce-lente…” Bernal afirma que esta mujer “era gran cacica e hija de grandes caciques y señora de vasallos”, pero sabemos que no era así. Todas las mujeres que los vencidos entregaron a los vencedores eran esclavas, y los españoles podían hacer con ellas lo que quisieran.

5El capitán de los extranjeros decidió bautizarlas y entregárselas a sus capitanes y colaboradores principales. Se llamaba Hernán Cortés. Era originario de Medellín, en la región española de Extremadura. Tenía entonces 34 años y, contrario a lo que se piensa, no venía de España. Desde los 19 años vivía de este lado del Atlántico, en el Caribe, primero en La Española (1504-1511) y luego en Cuba (1511-1518). Acá se hace agricultor, minero, mercader, funcionario y soldado. Acumula riqueza y experiencias. Tiene una hija con una india taína llamada Leonor. La bautiza con el nombre de su madre: Catalina Pizarro Altamirano. La reconoce y la ama. Ha probado las mieles del mestizaje. En febrero de 1519 lo deja todo y se embarca en la aventura de su vida. Cuarenta días después ya está en Tabasco recibiendo tributo, estableciendo alianzas, atestiguando el bautizo de las indias. “Tu nombre es Marina”, le dijo el padre fray Bartolomé de Olmedo a esa muchacha “de buen parecer y entremetida e desenvuelta” que describe Bernal, mientras le vertía agua en la cabeza. “Marina”, escuchó ella. “Malina”, repitió, pues el sonido de la r no existía en ninguna de las lenguas que hablaba. Acto segui-do, Cortés la entregó a un hidalgo pariente suyo, Alonso Hernández

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Puertocarrero. Para la joven, ahora llamada Marina, muy poco había cambiado. Tenía un nuevo nombre y debía servir como esclava sexual a este extranjero.

6Pero no por mucho tiempo. A su paso por Yucatán Cortés había rescatado a un antiguo náufrago espa-ñol llamado Jerónimo de Aguilar, quien vivió ocho años prisionero entre los mayas de la península y hablaba su lengua. Sirvió como traductor en estas primeras semanas de la travesía de Cortés, pero ya no pudo hacerlo cuando los españoles entraron en contacto con gente de habla náhuatl. Ocurrió en San Juan de Ulúa. Un par de canoas con emisarios del pode-roso señor de Méxi-co se acercaron al barco principal de la flota extranjera y pidieron hablar con el jefe, pero Aguilar no les entendió. Es aquí donde ella ve una oportunidad. Se dirige en náhuatl a los enviados de Moctezuma, luego le dice a Jerónimo de Aguilar en maya yucateco lo que és-tos desean y Agui-lar se lo cuenta a Cortés en español. Finalizada la entrevista, el capitán llamó aparte a Marina y Aguilar y le prometió a ella “más que libertad” —dice Townsend que escribió Gómara— si lo ayudaba a encontrar a Moctezuma y hablar con él. Así, de manera casi fortuita, Cortés puede ahora comunicarse no sólo con los embajado-res del gran tlatoani sino con todos los caciques de la región cuya lengua es el náhuatl.

7A partir de aquí ella estará siempre al lado de Cortés. Traducirá el diálogo con el Cacique Gordo de Cem-

poala y luego las negociaciones de paz con los se-ñores de Tlaxcala después de las arduas batallas que convencieron a Xicoténcatl el viejo, Maxixcatzin y los otros dos señores de poner fin a la guerra. Pero Marina no se limitaba sólo a traducir, también expli-caba, y hay acuerdo en pensar que ella contribuyó a convencer a españoles y tlaxcaltecas de establecer una alianza para enfrentar a Moctezuma. Una alian-za a la que siempre se opuso el belicoso Xicoténcatl el joven. Es septiembre de 1519. Cortés se dirige a Cholula. Aquí ocurrirá ese acontecimiento ahora conocido como “la matanza de Cholula”, de la que

Malintzin es consi-derada cómplice, pues fue ella quien reveló a Cortés las intenciones ocultas de mexicas y cho-lultecas de asesinar por sorpresa a los españoles. Lo que ocurrió aquí no fue una masacre de ino-centes, como se ha dicho tantas veces (las mujeres, los niños y los viejos habían sido evacua-dos de la ciudad), sino una sangrienta batalla por la sobre-vivencia. Una vez más los españoles y sus aliados se impu-sieron, Cortés ganó

nuevos amigos y emprendió el camino a México Te-nochtitlan.

8El 2 de noviembre, Cortés y sus hombres contemplan por fin el valle de México y la ciudad sobre el agua. La visión los sobrecoge. Veíamos, cuenta Bernal, “cosas nunca oídas, ni aun soñadas”. Es de suponer-se que también Malintzin experimentó ese sobreco-gimiento. Tampoco ella había visto nunca una ciudad de tales dimensiones, de semejante esplendor. Y allí estaba ella, a pocos kilómetros de la ciudad de sus

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secuestradores, de quienes le arrebataron su niñez para venderla como esclava. Seis días después, caminando junto a Cortés, se topó con el gran Moctezuma, el amo y señor de México, el terror de la comarca. Y allí estaba ella, altiva y orgullosa, hablándole en nombre del capitán a aquel a quien en otras circunstancias no hubiera podido siquiera mirar. Ese encuentro debió ser para ella un momento de secreto regocijo, que hubo sin embargo de disimular muy bien, “entendida en todo” como era, según nos cuenta Bernal. Seis meses vivió en la capital del impe-rio mexica. Seis meses que debieron ser alucinantes. Siempre junto a Cortés cuando éste recorría los palacios y los templos, los mercados y los jardines, el zoológico privado de Moctezuma y su impresionante colección de personas deformes que incluía albinos, enanos, jorobados y demás.

9Ya no estaba en la ciudad cuando ocurrió la “masacre del Templo Ma-yor”, si no también se le culparía por ello. Cortés había ido a Veracruz a combatir a Pánfilo de Narváez y ella lo acompañó en ese viaje. Cuando regresaron a México a finales de junio todo era un caos. Muere Mocte-zuma. Luego de cinco días los españoles salen huyendo. Perecen cien-tos de ellos y miles de indios aliados. Malintzin escapa junto con María Luisa, la hija de Xicoténcatl el viejo, “milagrosamente” dice Duverger; protegida por trescientos tlaxcaltecas y treinta soldados españoles, afir-ma Bernal, quien luego escribió sobre “el contento que recibimos de ver viva a nuestra doña Marina”. Era el 30 de junio de 1520, la llamada Noche Triste. Diez meses después Cortés y Malintzin están de regreso. Cuitláhuac, el sucesor de Moctezuma, también ha muerto víctima de la viruela. Ahora gobierna el joven y belicoso Cuauhtémoc, con quien Cortés intentará negociar en varias ocasiones, sin éxito. El precio es un cerco de casi cuatro meses, cruentas batallas, hambre y penurias para los habitantes de la ciudad, que fue casi destruida. El 13 de agosto de 1521 Cuauhtémoc se rinde y pide protección para su familia. Malintzin ha ganado.

10A partir de entonces vivirá en Coyoacán, donde nacerá su primer hijo, que se llamará Martín, como el padre del conquistador. Desde aquí, ella administrará la recolección de tributos, construirá su riqueza y organi-zará su poder. Tiene menos de 20 años y ya “mandaba absolutamente entre los indios en toda la Nueva España”, dice Bernal. Pero a mediados de 1524 Cortés la requiere de nuevo. Debe emprender un largo viaje por tierra a Las Hibueras y la necesita a su lado. Ella va. A fines de octubre o principios de noviembre de este año, en el pueblo zapoteco de Tiltépec, nos cuenta Townsend, se casó con Juan Jaramillo, “uno de los capitanes del primer grupo de Cortés”. Recibió en encomienda —como regalo de bodas— Olutla y Tetiquipaque, los pueblos de su infancia. Ahora ya estaba asegurada, por si algo le ocurría a Cortés.

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11Durante el viaje de regreso, en 1526, nace su segundo hijo. Es niña. Camilla Townsend lo cuenta de una manera conmovedora: “… en la costa de Honduras, o incluso tal vez a bordo del barco, Malintzin había dado a luz a una niña. La llamaron María, como la Virgen. Desde su agotamiento, Malintzin contempló a su hija recién nacida: ahí estaba una niña que nunca sería vendida como esclava”. Y no lo fue. Los dos años siguientes vivió junto a Jaramillo y la pequeña María en una casa cercana a la plaza central de la ciudad de México, y muy cerca, en la casa del licenciado Juan Altamirano, vivía su hijo Martín. Pero en 1528 —el año en que el cabildo de México les había concedido a ella y a Ja-ramillo “un terreno cerca del bosque de Chapultepec para construir otra casa, sembrar un vergel y criar ovejas”— Cortés decide viajar a España y llevarse consigo a Martín, quien tiene seis años. Madre e hijo se des-piden. Nunca volverán a verse. Ella muere en enero del año siguiente.

12Ningún otro personaje, creo yo, ha sido tan incomprendido, maltrata-do y vilipendiado en la historia de México como Malintzin. ¿Por ser mujer? ¿Por ser india? ¿O por representar una herida que sigue, qui-nientos años después, inexplicablemente abierta? Esa herida es la de una derrota que no es nuestra, pero que la historia oficial nos ha hecho cargar como un fardo. Reivindicar la figura de esta mujer sería, tal vez, un primer paso en el proceso de curación. Devolverle a ella su con-dición histórica, la que muestran los testimonios de la época y no la que le adjudicó después el discurso oficial, sería un acto de elemental justicia. Porque nunca fue una vieja lasciva, intrigante y traidora sino todo lo contrario; fue una joven “hermosa y bien plantada”, “bella como una diosa”, inteligente y alegre, políglota además, que entendió antes que nadie el cambio radical que estaba en marcha. Ella es, me atrevo a decirlo, la verdadera madre de todos nosotros, los mestizos y los des-cendientes de los habitantes originarios que hoy conformamos este país llamado México.

BibliografíaDíaz Del castillo, Bernal,

Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España,

edición de Miguel León-Portilla, 2 vols., España, Dastin, Promo Libro,

2003,(Crónicas de América).

DuVerger, Christian,Cortés,

México, Taurus, 2005, (Memorias y Biografías).

townsenD, Camilla,Malintzin.

Una mujer indígenaen la Conquista de México,

México,Ediciones Era, 2015.

Directorio

EditorManuel Lucero

Consejo EditorialAlejandro Álvarez • Cecilia

Cristerna Davis • Marco Antonio Landavazo • Modesto Peralta Delgado •Dení Trejo Barajas •

Edith Villavicencio

Diseño e ilustracionesVíctor Higuera

número 1, julio de 2017, es una publicación de Servicios Editoriales y Producciones

Audiovisuales Dunas, S. de R. L. de C. V. Gerente administrador:

José Manuel Lucero Higuera.Todos los registros en trámite.