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Cuadernos y Estudios de Derecho Judicial. Cuadernos de Derecho Judicial / 21 / 1993 / Páginas 9-44 El contrato de compraventa CONSEJO GENERAL DEL PODER JUDICIAL El contrato de compraventa Carrasco Perera, Ángel Catedrático de Derecho Civil COMPRAVENTA CIVIL Y COMPRAVENTA MERCANTIL Ponencia Serie: Civil VOCES: COMPRAVENTA. CONTRATOS. CONTRATO MERCANTIL. COMPRAVENTA MERCANTIL. ÍNDICE TEXTO I. Los planteamientos mercantilistas La cuestión relativa a la calificación civil o mercantil de determinadas formas de cv. ha surgido y se ha desarrollado merced a un empuje, digno de mejor causa, que nuestra doctrina mercantilista ha ejercido desde los años 40, y cuyo objetivo no siempre confesado ha sido la reivindicación para su propia disciplina de cada vez más extensos campos normativos. La "reivindicación de la mercantilidad" ha sido una cons - tante de nuestra doctrina mercantilista, como si con ella estuviera en juego la justificación de su propia existencia. En esta reivindicación siempre renovada, los autores no sólo han procedido de espaldas al Derecho positivo sino, lo que es más grave, proponiendo, en aras del supremo principio de la seguridad y agilidad de las transacciones mercantiles, soluciones que son incongruentes con estos principios o que los realizan de una manera escasamente satisfactoria. El resultado ha sido, unas veces, atormentar los textos legales para reconducirlos a la interpretación deseada; otras, postular simplemente de lege ferenda deter - minadas reformas legales que dieran satisfacción a estos ideales; y, siempre, ignorar que la reivindicación conceptual y dogmática de la mercantilidad de determinadas formas de cv. aboca a resultados prácticos que gravan y obstaculizan el tráfico en mayor medida de lo que hubiera ocurrido de sostener su carácter civil, o, mejor, de sostener la aplicación del derecho común de los contratos. Los lugares problemáticos donde se ha ventilado esta disputa han sido: a) La calificación, civil o mercantil, que merezca la reventa que el comerciante realice de los géneros - 1 -

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Cuadernos de Derecho Judicial / 21 / 1993 / Páginas 9-44El contrato de compraventa

CONSEJO GENERAL DEL PODER JUDICIAL

El contrato de compraventa

Carrasco Perera, Ángel Catedrático de Derecho Civil COMPRAVENTA CIVIL Y COMPRAVENTA MERCANTIL Ponencia Serie: Civil VOCES: COMPRAVENTA. CONTRATOS. CONTRATO MERCANTIL. COMPRAVENTA MERCANTIL. ÍNDICE TEXTO I. Los planteamientos mercantilistas La cuestión relativa a la calificación civil o mercantil de determinadas formas de cv. ha surgido y se ha desarrollado merced a un empuje, digno de mejor causa, que nuestra doctrina mercantilista ha ejercido desde los años 40, y cuyo objetivo no siempre confesado ha sido la reivindicación para su propia disciplina de cada vez más extensos campos normativos. La "reivindicación de la mercantilidad" ha sido una cons -tante de nuestra doctrina mercantilista, como si con ella estuviera en juego la justificación de su propia existencia. En esta reivindicación siempre renovada, los autores no sólo han procedido de espaldas al Derecho positivo sino, lo que es más grave, proponiendo, en aras del supremo principio de la seguridad y agilidad de las transacciones mercantiles, soluciones que son incongruentes con estos principios o que los realizan de una manera escasamente satisfactoria. El resultado ha sido, unas veces, atormentar los textos legales para reconducirlos a la interpretación deseada; otras, postular simplemente de lege ferenda deter -minadas reformas legales que dieran satisfacción a estos ideales; y, siempre, ignorar que la reivindicación conceptual y dogmática de la mercantilidad de determinadas formas de cv. aboca a resultados prácticos que gravan y obstaculizan el tráfico en mayor medida de lo que hubiera ocurrido de sostener su carácter civil, o, mejor, de sostener la aplicación del derecho común de los contratos. Los lugares problemáticos donde se ha ventilado esta disputa han sido: a) La calificación, civil o mercantil, que merezca la reventa que el comerciante realice de los géneros

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adquiridos por él. b) La determinación del carácter civil o mercantil de la compra que un particular realice a un comer -ciante o fabricante. c) La calificación civil o mercantil de la cv. para uso o consumo industrial o empresarial. Para GARRIGUES "es evidente", conforme a los arts. 325 y 326 C. Com., la naturaleza mercantil de la reventa que realiza el comerciante de los productos o efectos que él mismo adquirió, precisamente con ese objeto. Se fundamenta para ello en el art. 326.4 a contrario, pues -reza el argumento- si no se reputa mercantil la venta de los efectos que el particular realizó para su propio consumo, habrá que sostenerse ese carácter para la reventa que de los mismos efectos hiciera un comerciante. Naturalmente, el ilustre profesor encuentra como obstáculo a semejante posición la dicción clara del art. 326.1, que rechaza el carácter mercantil de toda venta realizada a un consumidor final, sea de efectos previamente adquiridos por el vendedor para revenderlos a este consumidor final, sea de efectos adquiridos directamente de un fabricante o productor. La postura de GARRIGUES relativa a la mercantilidad de la reventa iba a ser defendida con prolijidad de argumentos por POLO DIEZ en el año 1945. POLO apeló fundamentalmente a la historia de la singula -ridad mercantil y sostuvo que en la venta al público de los géneros adquiridos consistía la actividad de comercio por antonomasia. Dicho sea de paso, es argumento frecuente entre los mercantilistas esta suerte de apelación ad hominem en virtud de la cual, de no ser mercantil determinada cosa, resultaría que el Derecho mercantil quedaría reducido en mucho o privado de lo que le es más propio. Constituye uno de los ejemplos más clamorosos de lo que se puede llamar argumento según la naturaleza de las cosas. Para GARRIGUES, toda compra o toda venta que realice un comerciante en la explotación de su indus -tria es "materialmente" mercantil. Lo será también la venta de una universalidad, la de una empresa, la enajenación de la cualidad de socio, la venta de acciones o de los derechos de propiedad intelectual e industrial. En su monografía dedicada al estudio de la cv. mercantil, LANGLE vino a sostener una extensión tal de este concepto, que difícilmente cabe lugar a otra cv. civil que no sea la de particular a particular, para el propio consumo. Es mercantil, según LANGLE, la compra para revender y la propia reventa, la compra de materias primas que el fabricante transforma en los productos industriales, así como la compra de cosas auxiliares (máquinas, herramientas, utensilios). Son mercantiles ratione loci las realizadas en ferias, mercados y establecimientos mercantiles. Se aplicará el régimen mercantil a las cv. unilateralmente mercantiles: la cv. entre un productor y un comerciante y la cv. entre un comerciante y un consumidor. Considera que, lamentablemente, no hay base positiva para calificar de mercantil a la compra para alquilar. Toda venta a comerciante, aunque sea de las excluidas en el art. 326 C. Com., es cv. mercantil. También para URIA es mercantil la reventa, por una interpretación a contrario del art. 326.4, aunque el afamado manualista no se detiene a conciliar esta postura con la deducción en contrario que se desprende del art. 326.1. Sostiene, empero, que las ventas hechas por artesanos, agricultores o ganaderos son civiles, al disponerlo así el art. 326, números 3 y 4, aunque el adquirente de estos efectos pretenda revenderlos y lucrarse con esta reventa. Esta interpretación es también seguida por PAZ ARES o VICENT CHULIA. Entre los mercantilistas, únicamente VICENT CHULIA, PAZ ARES y ROJO han mantenido el carácter civil de la reventa que hace un comerciante de los efectos que él adquirió con ánimo de especular con ellos. El punto de vista de PAZ ARES merece especial comentario. El citado autor quiere reducir teleológi -camente el art. 326.1, de forma que pueda predicarse el carácter mercantil de la cv. para uso y consumo industrial; esto exige, en correspondencia, una integración analógica del art. 325 C. Com. De acuerdo con ambos procedimientos, habría que calificar de mercantil toda cv. en que se adquieran bienes como una

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inversión de capital, entre las cuales la compra para revender sólo sería un supuesto. La ratio del art. 325 no estaría en el ánimo de revender, sino en el ánimo de lucro del que adquiere, una de cuyas formas es la reventa de lo adquirido. Lo esencial sería el carácter de inversión de este tipo de compras. Para PAZ ARES es mercantil la cv. en la que tanto la mercancía como el dinero funcionan como capital. Por esta razón no son mercantiles las mencionadas en los números 2 a 4 del art. 326. Las ventas hechas por artesanos o agricultores o particulares, aunque el adquirente sea un comerciante que revenderá, no son mercantiles porque el precio que ha de recibir por los efectos el vendedor no se integra en su patrimo -nio como valor de cambio, sino como valor de uso destinado al consumo propio o familiar. OLEO sostiene, siguiendo a PAZ ARES, la exclusión de la cv. para consumo o uso empresarial del art. 326.1 C. Com., argumentando que su carácter mercantil se halla aceptado de modo implícito en el art. 325. Entre los mercantilistas destaca por su singular posición "contraria a su gremio" el profesor VICENT CHULIA. Para el citado autor no puede justificarse la mercantilidad de la compra para el consumo empre -sarial, como cv. de inversión, ya que una calificación como mercantil no está sustentada en la interpretación del Derecho positivo ni en razones materiales que justificaran un apartamiento de este Derecho. Frente a esta multitud y variedad de intentos mercantilistas por conquistar el dominio de un conjunto de supuestos no incluidos en el art. 325 C. Com., el profesor R. BERCOVITZ ha cuestionado el sentido y la coherencia de estos intentos. Porque, a diferencia de lo que ha ocurrido con los autores citados arriba, el profesor BERCOVITZ no parte de modelos construidos sobre postulados suprapositivos, ni tampoco concede excesiva importancia a entrar en una batalla interpretativa en la que se demuestre que sus contradictores interpretan las normas de un modo francamente contrario a su tenor literal. La objeción que el citado profesor sitúa en el centro de la discusión es ésta: la mercantilidad de la cv. para uso o consumo industrial (que es el objeto de la discusión; pero con más razón si se hubiera cuestionado la mercantilidad de la reventa al consumo personal o familiar) conduce a unos resultados regulatorios incoherentes con los postulados tradicionalmente asumidos por el Derecho mercantil y contrarios manifiestamente a cualquier ponderación racional de los intereses en juego. A lo largo de este trabajo hemos de desenvolver y completar en algún punto esta idea de R. BERCOVITZ, a cuya contundencia todavía no se ha dado una respuesta mínimamente convincente por parte de quienes sostiene la mercantilidad de este tipo de cv. II. Una interpretación desapasionada de las normas Declara mercantil la cv. el art. 325 C. Com. cuando el comprador, comerciante o no, adquiere las cosas con objeto de revenderlas, lucrándose con esta reventa. El art. 326 C. Com. niega el carácter mercantil: a) A las compras de efectos destinados al consumo del comprador o de la persona por cuyo encargo se adquirieren. b) A las ventas que hicieren los agricultores y ganaderos de sus productos y ganados. c) Las ventas que hicieren en sus talleres los artesanos de los objetos construidos o fabricados por ellos. d) La reventa que haga cualquiera no comerciante de los efectos que hubiese adquirido para su consumo. Es claro, entonces, que una interpretación prima facie llega a los siguientes resultados:

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1. La cv. mercantil es la compra para revender, lucrándose en la reventa. Para el C. Com. no coinciden, pues, los conceptos de cv. mercantil y cv. profesional. Desde un punto de vista negativo, porque puede ser cv. mercantil aquélla por la que adquiere los efectos una persona que no es comerciante habitual, siempre que pretenda lucrarse con la reventa, incluso ocasionalmente. Desde un punto de vista positivo, porque las ventas hechas por fabricantes o empresarios agrícolas no se reputan mercantiles, ni aunque se realicen a un comprador que pretenda revenderlas con lucro. Será preciso determinar en cada caso la existencia de esa intención de lucro especulativo. Es claro que será mercantil cuando, a tenor de las circunstancias (principalmente, profesionalidad del comprador), el vendedor pueda razonablemente suponer que el comprador revenderá la mercancía. Esta última afirmación se justifica sosteniendo que los números 2 y 3 del art. 336 C. Com. no son repe -ticiones del art. 325, sino excepciones al mismo. Es decir, que las ventas hechas por artesanos o agricul -tores o ganaderos no son mercantiles, a pesar de que, conforme al art. 325 C. Com., el comprador haya sido un comerciante que pretende lucrarse revendiendo. Si los números 2 y 3 del art. 326 no se estuvieran refiriendo a las ventas a comerciantes no hubiera sido preciso mencionarlos, pues las ventas de fabricantes o agricultores a los consumidores finales ya estaban claramente excluida del ámbito mercantil por el art. 325. 2. Las ventas hechas a un consumidor final no son nunca mercantiles. Tanto si las realiza un fabricante o productor como si son llevadas a cabo por un comerciante intermediario que revende lo que él mismo adquirió. Esto ya estaba con claridad dispuesto en el art. 325, pero lo remacha el art. 326.1, que es cier -tamente repetitivo. 3. Las cv. que regula el C. Com. son cv. de efectos o mercaderías. Ni en los artículos citados ni en los otros que completan la regulación se regula la cv. de bienes de equipo destinados a la explotación y uso en la empresa del comprador. Tampoco hay normas relativas a la cv. de inmuebles. De forma que, aun cuando su mercantilidad no estuviera ya excluida por 1os artículos citados, habría que negarla por efectos prácticos, ya que habríamos de acudir en bloque a la regulación de la cv. (y en concreto de la cv. de inmuebles) del CC. 4. No hay base positiva para sostener que la cv. para consumo o uso industrial se halla recogida en el art. 325 C. Com. Hacen falta razones materiales para preferir en sede de este artículo una interpretación analógica a una interpretación excluyente. La cv. para uso o consumo industrial pudiera calificarse de mercantil si se reduce teleológicamente el art. 326.1, extrayendo del mismo al consumo empresarial como acto de inversión. Pero entonces hay que ofrecer también alguna razón material que justifique una integración analógica del art. 325. Dado que el supuesto de la cv. para uso o consumo empresarial no se halla incluido en la literalidad de la norma, la integración analógica de la misma tiene que justificarse en los resultados que propicia, y no puede argu -mentarse, sin más, con constatar que es ésa la elección del legislador. Veremos después que semejante justificación por el resultado no existe. 5. Existe una contradicción aparente entre el art. 325 y el art. 326.4 C. Com. Si es mercantil la compra para revender y no la reventa, no se entiende cómo hay que preocuparse después de negar la naturaleza mercantil a la reventa de efectos hecha por el propio consumidor, pues ninguna reventa sería mercantil. El modo de solucionar esta aparente contradicción es aceptar aquí la interpretación que sugiere PAZ ARES. El número 4 del art. 326, como los dos números anteriores, son excepciones al art. 325. Es decir, se

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refieren a supuestos que de suyo estarían incluidos en el concepto de cv. mercantil del art. 325. El art. 326.4 desecha el carácter mercantil de la venta que un consumidor haga de los efectos que adquirió para su consumo, aunque el comprador sea un profesional que a su vez adquiere para revender. El punto de vista elegido aquí (a diferencia del seleccionado por los arts. 325 y 326.1) sería el del vendedor, con el resultado de reputar civil la compra para revender que un comerciante o profesional realiza a un consumi -dor. Esto equivale de facto a sostener que en el concepto de cv. mercantil del art. 325 se requiere no sólo el ánimo de lucrarse en la reventa de parte del comprador, sino, además, la condición de profesional de quien vende a este comprador. De lo contrario nos hallaríamos en la excepción excluyente del art. 326.4. 6. Cuando el art. 326 menciona en sus números 2 y 3 a los "artesanos", "agricultores" o "ganaderos" se está refiriendo a una clase de productores identificada por el modo en que adquieren el capital que después hacen ingresar en el tráfico. No está en el texto de la norma que estas exclusiones dejen de valer por el hecho de que productor sea un capitalista que actúa con ánimo de lucro. Hace falta, de nuevo aquí, una reducción teleológica de la norma para justificar que semejantes exclusiones de mercantilidad no rezan cuando estos productores actúan con ánimo de lucro y no con mera pretensión de subsistencia. Ahora bien, estas razones existen. No sólo porque se aprecia identidad de razón entre el caso de quien compra a comerciante para revender a su vez y quien compra de "fabricante" para especular con la reven -ta. Además de ello, la propia Exposición de Motivos del C. Com., en una interpretación del art. 326 que puede aceptarse como "auténtica", sostiene que la exclusión de mercantilidad se refiere a los artesanos que no fabrican con ánimo de acumulación de capital y aplicando la mano de obra de empleados, sino a quienes trabajan su oficio para vender sus productos y mantenerse con ellos. III. Coincidencias y discrepancias entre las regula ciones civil y mercantil Uno de los defectos más reprochables de que ha adolecido la "reivindicación de la mercantilidad" es el de haber mantenido la disputa en un terreno exclusivamente conceptual. Cuando los autores postulan la mercantilidad de una u otra forma de compraventa con justificaciones puramente teóricas o voluntaristas, no se suelen detener a considerar cuáles son las consecuencias regulatorias de tal elección ni si en el caso real resultaba preciso o no la calificación disputada, en vista de la coincidencia de soluciones civil y mercan -til. En este contexto, se contenta uno con apelar a los socorridos apoyos de la seguridad y rapidez del tráfico, que, por cierto, después se revela que nada tiene que ver con el problema real o que queda desmentida precisamente la construcción que teóricamente se puso a su servicio. Hay normas del C. Com. que son simple traducción de reglas del Derecho común, cuya razón de ser en el C. Com. se justifica acaso por su anterioridad temporal al CC. En este sentido, no hay singularidad ninguna en el art. 327 C. Com. (venta sobre muestras), salvo, acaso, la intervención de los peritos; tampoco en el art. 330 (entrega parcial); ni en el art. 332 (consignación y rescisión por rehuse de la mercancía), ni en los arts. 338 (gastos de entrega, cfr. art. 1.465 CC), 339 (obligación de pago), 343 (arras, al menos si se interpreta el art. 1.454 CC como lo hace el TS), 344 (no rescisión por lesión). El art. 340 C. Com. (privilegio del vendedor), o es innecesario, en la medida en que sigue siendo propietario de la cosa, o se explica por el art. 1.922. 1 CC. Hay otras normas mercantiles que, por su propio supuesto, únicamente tienen aplicación a las ventas de géneros o mercaderías entre comerciantes, y que serían inoperantes si se quisieran aplicar a cv. de bienes de equipo o a ventas al consumo. Así, la venta de géneros que no se tengan a la vista (art. 328 C. Com.). Un tercer conjunto de normas recogen singularidades mercantiles. Pero las mismas sólo se explican,

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precisamente, por la suposición de que las mercaderías y el dinero constituyen capital circulante destinados a salir de nuevo de las manos del comerciante. El comprador puede rescindir si el vendedor no cumple en el plazo estipulado (art. 329), sin necesidad de que haya sido constituido en mora. Esta norma encuentra su ratio en una presuposición, elevada a la categoría de supuesto de hecho normativo, en virtud de la cual la entrega tardía no sirve al interés del comprador, cuya pretensión hubiera sido disponer en su momento de estos efectos para su pronta reventa, y no para su posesión y almacenamiento. El tiempo es, entonces, esencial. Naturalmente que este supuesto no tiene lugar si se trata de un bien de equipo adquirido para su funcionamiento industrial, donde los daños de demora se cubren sobradamente mediante la técnica de la indemnización, y donde el factor tiempo no es más esencial que en cualquier cv. civil, pues su falta de periodicidad y la ocasionalidad de estas compras de equipo impiden hablar de un flujo de capital. De ahí que, por ejemplo, el plazo supletorio de 24 horas del art. 337 sea apropiado en el caso de las mercaderías e inapropiado si se quiere aplicar fuera de este supuesto. Parece en efecto claro que no se correspondería con una presunta voluntad de los contratantes. Si prescindimos de las normas relativas al traspaso del riesgo (arts. 331, 333, 334 y 335) -y esta desa -tención está justificada tanto por la propia diversidad de opiniones entre los mercantilistas como porque no podría aquí explicarse su diferencia con la regulación civil sin profundizar en esta última- resulta que las diferencias significativas entre ambas regulaciones se hallan en las siguientes sedes: 1. La cv. mercantil somete su prescripción al CC por lo que se refiere a la acción para reclamar el precio de las mercaderías. A falta de otra regla específica, ha de aplicarse la prescripción de quince años del art. 1.964, por remisión del art. 943 C. Com. Las acciones derivadas de la cv. civil también prescriben en este plazo, salvo que se trate de reclamación de precio de los efectos vendidos por comerciante al consumidor, o a otro comerciante que se dedique a distinto tráfico, que prescribe a los tres años (art. 1.967.4). 2. El régimen de la reclamación por los defectos de la cosa es distinto en uno y otro Código. Prescin -diendo del art. 336 I (que es perfectamente trasladable a la cv. civil por aplicación del art. 1.258 CC), las diferencias consisten en lo siguiente: a) Por defecto de calidad o cantidad de las mercancías embaladas o enfardadas, el comprador sólo puede repetir en el plazo de cuatro días (art. 336 II). b) El comprador pierde toda acción fundada en los vicios internos de la cosa si no ha hecho su recla -mación en los treinta días siguientes a la entrega (art. 342). Por el contrario, el CC concede un plazo de seis meses para reclamar por los defectos ocultos de la cosa vendida (art. 1.490). No se contiene ninguna norma sobre reclamación por defectos aparentes de cantidad o calidad, pero la buena fe exige encontrar una solución que no sea muy distinta de la contenida en el art. 336 II C. Com. Estas diferencias, con ser pocas, todavía se relativizan más si se repara en el desarrollo jurisprudencial de las normas del C. Com. En su labor de aplicación e interpretación de las normas, el TS sostiene: 1. Que el plazo de treinta días a que se refiere el art. 342 C. Com. no es un plazo de reclamación, sino de denuncia de los vicios. Producida esta denuncia en los treinta días, el comprador dispone de los seis meses del art. 1.490 CC para reclamar judicialmente la resolución (SSTS 12 de marzo de 1982, 26 de septiembre de 1984, 6 de abril de 1989, 20 de noviembre de 1991). Todavía más chocante es la doctrina jurisprudencial que quiere conceder un plazo de prescripción de quince años para reclamar por los vicios una vez que aquéllos fueran denunciados en los treinta días de rigor (SSTS 16 de junio de 1972, l4 de

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mayo de 1979). Naturalmente, si se considera que los seis meses del art. 1.490 CC constituyen un plazo de prescripción -cuestión en la que no vamos a entrar- el tiempo real que media entre la entrega y la reclamación del saneamiento puede ser mucho mayor. 2. Que el plazo de los treinta días del art. 342 no rige cuando los defectos internos de los productos envasados y enlatados sólo puedan descubrirse al ser abiertos por el consumidor final (STS 31 de mayo de 1957). 3. Que el régimen especial del saneamiento por vicios ocultos del CC y del C. Com. deja de ser aplica -ble cuando los defectos son de tal entidad que haya de entenderse que se ha entregado una prestación distinta de la pactada, lo que ha de ser afirmado cuando el comprador sufre una "insatisfacción total" o cuando el objeto es "totalmente inhábil para la finalidad pretendida" (SSTS 26 de octubre de 1990, 1 de marzo de 1991, 2 de julio de 1991, 14 de mayo de 1992, además de las que se citan después). En la juris -prudencia actual puede afirmarse que "incumplimiento total" y "simple defecto oculto" se hallan en una proporción de aplicación estadística de 9 a l. Es decir, que los arts. 1.486 y siguientes CC y 342 C. Com. apenas resultan aplicados. Resumiendo, los puntos diferenciales entre cv. civil y mercantil se pueden reducir a los siguientes: 1. La acción para reclamar el precio de las mercaderías vendidas por un comerciante a una persona que las adquiere para su consumo (dejemos de momento imprejuzgado si sólo el consumo personal o también el industrial) prescribe a los tres años. Prescribe a los quince la acción para reclamar el precio de las mercaderías que un profesional vende a otro que las adquiere para especular con ellas, revendiéndo -las. Por tanto, la mercantilidad de la cv. no satisface en este caso el postulado de rapidez en el tráfico y seguridad en las situaciones jurídicas que se quieren suponer como justificaciones de esta regulación singular. 2. En los rarísimos casos en que los vicios ocultos no supongan un "incumplimiento total", el comprador que adquiere para lucrarse con la reventa dispone de un plazo de treinta días para denunciar el vicio y de seis meses para reclamar judicialmente el saneamiento. El resto de compradores (consumidores o empresarios no revendedores) disponen de seis meses, sin necesidad de denunciar el vicio en el plazo perentorio de treinta días. Por tanto, tampoco aquí el régimen mercantil facilita una solución más rápida de la controversia ni disminuye la inseguridad del tráfico mediante el expediente de consagrar plazos breves perentorios para la eliminación de la incertidumbre. Además de que es profundamente irracional limitar a treinta días el plazo de denuncia y, después de denunciado el vicio, conceder seis meses para reclamar judicialmente. IV. Las decisiones jurisprudenciales Pasamos a hora a exponer los supuestos examinados por el TS en los que ha tenido que resolver sobre la cualificación civil o mercantil de la compraventa. Como se verá a lo largo de esta exposición, lo más llamativo no es la existencia de doctrinas enfrentadas en la jurisprudencia del TS, sino la circunstancia de que en algunos casos el alto tribunal ha cedido a la tentación de tomar parte en la polémica doctrinal, cuando resulta que el efecto práctico al que se arriba no hubiese variado de haberse calificado el supuesto de distinta manera.

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STS de 5 de agosto de 1857 Se califica como mercantil la cv. de aceite para la fabricación de jabón, cuya comercialización al público constituye el negocio del comprador. Se trata de una correcta aplicación del art. 325 C. Com., pues era una venta para revender, aun con proceso de transformación intermedio. El litigio versaba sobre determinación de la competencia judicial entre la jurisdicción militar y la de comercio. STS de 10 de marzo de 1942 Consideró cv. civil la compraventa de patatas que hace el comprador para alimentar a sus propios empleados. Justifica PAZ ARES esta decisión en que no hay aquí ánimo de lucro en el comprador. Pero entonces tendrá que explicarse donde se halla la diferencia entre la cv. para el consumo de la maquinaria del comprador o la cv. para consumo de sus propios empleados, pues una y otros constituyen factores de producción en la economía de la empresa. STS de 17 de enero de 1945 Se califica de civil una cv. de maquinaria que un comerciante hace a otro industrial con objeto de ser destinada por éste a su proceso de fabricación. La justificación real de esta calificación era la de huir de los plazos perentorios del art. 336 CC, cuando resultaba que la cosa vendida era un aliud respecto a la contratada, sin utilidad para el acreedor-comprador. Resulta curioso cómo, al comentar esta sentencia, POLO dedica todo su esfuerzo en criticar la doctrina desde consideraciones dogmáticas, sin advertir que el paso dado por el TS -se trata de una calificación orientada al resultado- es enteramente satisfactorio desde el punto de vista de los intereses en juego. Una calificación similar para un supuesto correspondiente hace la STS de 1 de julio de 1947. Niega el TS que fuera mercantil la cv. hecha por un fabricante de tornos a una empresa que los utiliza en su proceso de producción. Yerra el tribunal al fundar esta negativa en la carencia de ánimo de lucro de la compradora (se trata de una SA de fabricación de componentes eléctricos), pero el resultado tampoco dependía exce -sivamente de la naturaleza de la cv. El comprador solicita y obtiene la resolución de la venta, porque la mercancía entregada no era conforme a lo pactado, pretensión que transciende al mismo saneamiento civil, para localizarse en el derecho específico del art. 1.461 CC, en el que se consigna la obligación del vendedor de entregar la cosa vendida. El litigio versaba ciertamente sobre defectos ocultos de la cosa, pero habían excedido los treinta días del art. 342 C. Com. y los seis meses del art. 1.490 CC. STS de 7 de junio de 1969 Se califica de civil la compraventa de maquinaria para la extracción de aceite de oliva, pues la maquina -ria comprada no se destina por el comprador para su ulterior reventa. La calificación era aquí irrelevante para la resolución del litigio. STS de 14 de mayo de 1979 Se considera civil la cv. de un camión por el fabricante a un transportista, a los efectos de aplicar el plazo de prescripción trienal del art. 1.967. 4 CC. Aun tratándose de un vehículo no destinado al consumo particular del comprador, el TS califica el supuesto como cv. civil, por no ser comerciante el adquirente.

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STS de 15 de octubre de 1979 Se califica como cv. civil la de maquinaria excavadora adquirida para el uso industrial del comprador. Esta calificación es normal cuando se trata de cv. de bienes de equipo de estructura compleja. Como los defectos ocultos (y éste es siempre el problema latente) no se pueden apreciar en los plazos perentorios del art. 342 del C. Com., el TS se evade de la calificación mercantil, instalándose definitivamente en el CC mediante el expediente de declarar que ha existido un aliud pro alio y no un vicio oculto. Esto es ya tan obvio en la consideración del TS que muchas veces no necesita transitar el expediente previo, absoluta -mente vacuo, de negar la naturaleza mercantil, con objeto de aplicar el régimen general del incumplimiento del CC (ver en este sentido, entre las recientes, STS de 7 de abril de 1993). STS de 15 de octubre de 1980 El comprador es una empresa de construcciones industriales que adquiere una determinada cantidad de piezas de tubería en el establecimiento industrial del vendedor. El TS estima que se trata de cv. mercan -til, lo que se valora de importancia a efectos de determinar la competencia judicial territorial, ya que, de acuerdo con reiterada jurisprudencia, en este tipo de cv. la mercancía se entiende entregada, a falta de acuerdo, en el establecimiento del vendedor. Obsérvese que la determinación del lugar de la entrega, y, por ende, la de la competencia territorial, se realiza sin apelación a un precepto determinado del C. Com., que falta al respecto. Al contrario, el precepto aplicado es el art. 1.500 CC, pues el lugar determinante es el del pago, obligación cuyo cumplimiento se demanda, y este lugar se ha fijado coincidente con el de la entrega de la cosa por imperativo del precepto citado del CC. STS de 21 de diciembre de 1981 Constituye uno de los supuestos típicos de nuestra jurisprudencia. En primer lugar por el supuesto de hecho, muy común: compra por el promotor-constructor de un material de construcción que aplica en la edificación, resultando defectuoso e incumpliendo este constructor frente a los adquirentes de las viviendas. Es típico, en segundo lugar, por el modo de resolver el TS. El alto tribunal califica como civil esta cv. por la sola razón de que, de predicar el carácter mercantil, hubiera debido estimarse la prescripción de los breves plazos de los arts. 336 y 342 C. Com., con resultado injusto, pues el comprador-constructor puede estar sujeto a la acción de sus compradores-consumidores de vivienda durante un plazo mucho más largo (10 años de garantía del art. 1.591 CC y otros 15 de prescripción), y, además, normalmente no habrá advertido el defecto de la mercancía hasta que sea demandado por los adquirentes de las viviendas. Es típico, en tercer lugar, del modo que tiene en la práctica de resolverse esta controversia por parte del TS, a saber: superando la distinción entre civil y mercantil mediante el expediente de declarar que el defecto de la cosa vendida (que es siempre el verdadero problema) no es un vicio de los arts. 342 C. Com. o 1.486-1.490 CC, sino un aliud, y por ello ha de aplicarse la regla general del art. 1.101 CC y el plazo de prescripción general del art. 1.964 CC, sin constreñirse a los breves plazos de denuncia y caducidad del saneamiento civil o mercantil. Esta es la auténtica justificación de la sentencia. Cierto es que el propio TS recurre a apoyaturas dogmáticas, adecuadas a la interpretación de las normas, como es la de constatar que en el C. Com. se ha seguido el sistema objetivo para calificar un cv. como mercantil, considerando como tal la compra para especulación, con independencia de la condición de las personas. Comentando esta sentencia, CUESTA RUTE no repara debidamente en que es precisamente este

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problema de los plazos el que conduce al TS a aventurar una calificación, y no una razón de interpretación dogmática. Para apreciar en su justa medida la importancia de esta afirmación debe recordarse aquí la doctrina de la STS de 31 de marzo de 1957. Para el TS no rigen los treinta días de denuncia del art. 342 C. Com. en productos envasados o enlatados, cuyo defecto sólo puede ser advertido cuando es abierto por el consu -midor. Cabe entonces, dice el TS, acudir al régimen del saneamiento del CC, con el plazo de seis meses de prescripción-caducidad. Naturalmente, esta doctrina hace inútil cualquier calificación como mercantil de este tipo de cv., pues, recordemos, es precisamente el régimen del saneamiento y denuncia de vicios el que imprime singularidad a la regulación mercantil. Como veremos a continuación, esta jurisprudencia viene a sostener de hecho que la aplicación del régimen jurídico civil o mercantil no está determinado por la calificación civil o mercantil de la cv. STS de 12 de marzo de 1982 Se trata aquí, de nuevo, de un supuesto típico. En esta sentencia el TS califica como mercantil una venta de 50.000 metros cuadrados de parquet mosaico a una constructora que lo instala, apreciándose después un exceso de humedad. Aventurándose innecesariamente en el terreno de la contienda doctrinal, el TS estima que la mercantilidad deriva del carácter de "intromisión especulativa" que tiene la conducta de la compradora al contratar, y porque el parquet se revende "transformado". Añade el TS que no puede excluirse la mercantilidad por virtud del art. 326. 3 C. Com., pues semejante excepción se refiere sólo a los artesanos que producen con su propias manos y no a los "industriales" que especulan con el lucro de la construcción. Esta sentencia requiere dos aclaraciones. La primera es que el propio TS advierte que, de haber sido un aliud y no un vicio oculto, se hubiera aplicado el régimen del incumplimiento general del CC (arts 1.101, 1.124, 1.964), y no el propio del saneamiento del C. Com. Esto quiere decir que en el sentir del TS la apli -cación de un régimen jurídico determinado (Código Civil o Código de Comercio) no depende de una califi -cación dogmática de la cv., sino de si el defecto de la cosa es un vicio oculto o si es un aliud. Es decir, si se trata de un aliud resulta irrelevante semejante calificación. La segunda observación que procede produce cierto rubor. El TS se da por contento con los plazos breves del art. 342 C. Com. precisamente por no haberse probado que existiera vicio o defecto alguno. No hay, en contra de lo que quiere CUESTA RUTE un "cambio de jurisprudencia" con respecto a la doctrina que anteriormente venía considerando como civil a la compraventa para uso o consumo industrial. Prueba de ello es que en fecha inmediatamente posterior de 23 de marzo de 1982, el TS volvió a calificar como mercantil una cv. de tabiques prefabricados para utilizar en la construcción y venta de edificios, pero se aplica el régimen general de responsabilidad del CC, y precisamente porque aquí sí se había probado el defecto, y resultaba inapropiado remitir al breve plazo del art. 342 C. Com. En la STS de l9 de diciembre de 1984 se ventilaba un litigio entre la vendedora fabricante de tejidos y la compradora, que utilizaba dichos tejidos para confeccionar con ellos prendas de vestir que después comercializaba. El tejido vendido se ha probado que era defectuoso, provocando el rápido deterioro de las prendas confeccionadas con ellos, hasta el punto de ser estimados como "inservibles, pues no resisten el uso de ser vestidas, que es su destino propio". A pesar de calificar de mercantil esta cv. el TS soluciona de modo que aquella calificación resultaba irrelevante. En efecto, apelando a la conocida distinción entre "vicio de la cosa" y "entrega de objeto diverso", el TS sustrae el supuesto del marco del saneamiento mercantil, para aplicar las normas reguladoras del incumplimiento reguladas en los preceptos generales del CC, toda vez "que ha existido un pleno incumplimiento por inhabilidad del objeto". Para el TS, la cv. mercantil no es propiamente la cv. entre comerciantes, sino la compra para revender,

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aunque ésta se realice por persona que no se dedica al comercio. Así lo prueba la STS de 5 de noviembre de 1990. El TS califica correctamente esta cv. como mercantil porque, aunque no se dedicaba al comercio de licores, el comprador había adquirido 3.000 botellas de brandy "Magno", lo que hace presumir que no se destinaría por entero al consumo privado. La sentencia que se acaba de citar pone de manifiesto, de nuevo, la desconexión que existe entre las calificaciones formales y el régimen jurídico. La calificación como mercantil de esta cv. supone que el vendedor dispone de quince años para reclamar el precio, pues es de aplicación el art. 1.964 CC, plazo general al que se remite el art. 943 C. Com. Si se hubiera calificado como civil, según el TS, hubiera debido aplicarse el plazo de prescripción breve de tres años del art. 1967. 4 CC. Es decir, el CC se aplica en todo caso, y ambos plazos de prescripción son propiamente plazos civiles. Esta consideración debería haber conducido al TS a una solución en la que la discriminación entre estos dos preceptos del CC se solventara de acuerdo a razones de conveniencia y de congruencia teleológica con los intereses en juego, en lugar de fundamentarse en meras calificaciones conceptuales. ¿Es preferible en este caso, teniendo en cuenta todos los intereses en presencia, una prescripción de quince años a una prescripción de tres? Esta misma consideración es la que late en la STS de 12 de diciembre de 1983. La discusión versa sobre cuáles de las dos normas civiles (arts. 1.967.4 o 1.964 CC) procede aplicar a una compraventa de un horno de panadería hecha por un fabricante a un empresario panadero. El TS sostiene que se trata de venta civil, pues el panadero no pretende revender el horno, sino usarlo en su actividad de producción. Si la cv. fuera mercantil -razona el TS- procedería aplicar el art. 1.964 CC; siendo civil rige la prescripción breve de tres años. Como veremos después, este planteamiento formalista no es correcto. Pero lo que ahora importa destacar son dos datos. En primer lugar, que la calificación civil-mercantil apela a un problema de selección de normas civiles. Es decir, que se trata de un error la afirmación de que la calificación determi -nada conduce a uno u otro régimen (civil o mercantil) inspirados en distintos principios de protección. La segunda observación que procede hacer es que el TS se mueve en esta sentencia a dos niveles. Hemos expuesto ya el nivel conceptual. Pero el substrato del que procede partir el criterio de decisión no es cier -tamente ése, sino la razonable consideración hecha por el TS de que un plazo de quince años es incon -gruente con el postulado de protección de la rapidez y la seguridad del tráfico mercantil. Es decir, existe una potencial incongruencia entre la calificación de una cv. como mercantil y los principios que con dicha calificación se pretenden estar protegiendo. STS de 20 de noviembre de 1984 El propio TS advierte que en este caso carece de toda importancia la calificación como civil o mercantil. Con todo, el TS califica como mercantil la cv. de pienso para engorde de ganando cuya posterior venta constituye la actividad industrial del comprador. No es que el TS sostenga en esta sentencia la mercantili -dad de la cv. para consumo industrial. Al contrario. El alto tribunal se mantiene en su posición de que la cv. mercantil es la compra de especulación, con objeto de lucrarse con la reventa, y no la simple compra profesional con ánimo de capitalización. Lo que ocurre en este caso es que el TS postula que los cerdos engordados son el mismo pienso comprado, que se revende "transformado". Lo que, sin duda, es un error que transciende a las propias leyes naturales. STS de 3 de mayo de 1985 Es, sin duda, la más rechazable de la serie de sentencias que venimos examinando. Sobre todo porque en ella el TS sucumbe a la inútil tentación de mediar en la polémica doctrinal, y sostiene un concepto de cv. mercantil que conduce a considerar como tal la venta de pienso para engorde de ganado. Sostiene el TS

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-siguiendo la opinión poco antes vertida por PAZ ARES- que es mercantil toda compraventa destinada al fin empresarial de producción, transformación e inversión productiva, y que dicha caracterización "parece efectivamente más concorde con la realidad económica presente", pues, en definitiva, las empresas no compran para "consumir" sino para producir, "es decir, obtener un beneficio que les permita continuar en la cadena productiva". El resultado práctico de esta digresión será el de entender excluidas a estas ventas de la prescripción trienal del art. 1.967.4 CC, para pasar a estar sometidas a la prescripción larga del art. 1.964. En esta sentencia -y es lo peor que se puede decir de ella- el TS se deja envolver en una inmadura disputa dogmática sin percatarse de que los resultados teóricos a que conduce son incongruentes con los principios a los que se dice estar sirviendo desde aquel posicionamiento teórico. Lo cierto es, en efecto, que el vendedor dispone de un plazo de quince años para reclamar el precio de esta cv., lo que, con mayor acierto, se estimó como inapropiadamente contrario a la seguridad del tráfico en la STS 2 de diciembre de 1983. Cerramos el examen con la STS de 7 de mayo de 1993. Es bien significativa porque define con bastante precisión el estado presente de la doctrina del TS. Se trata de una cv. de maquinaria industrial que el comprador instala en su empresa de fabricación y envasado de miel. El TS "duda" que pueda tratarse de una cv. mercantil. Pero, "en cualquier caso", desecha esta cuestión por irrelevante, dado que el vendedor ha entregado una "prestación diversa" (aliud) y no una simple cosa con defectos, lo que excusa de la necesidad de calificar esta cv., dada la general aplicación en estos casos de las normas generales regula -doras de la responsabilidad por incumplimiento contractual, de los arts. 1.101 y 1.124 CC. También la STS de 31 de mayo de 1993 (venta de moto-re-ductor y de poleas con la finalidad de instalarlos en la factoría de la compradora) está dispuesta a dar por buena la sugerencia del recurrente de que, tratándose de venta civil, no rigen los cortos plazos del art. 342; ocurre, empero, que la calificación hubiera sido irrelevante al no haberse dado cumplida prueba del defecto alegado. Interesante es también la sentencia citada de 7 de mayo por otro concepto. Afirma el TS que no puede ser mercantil un contrato mixto de cv. y arrendamiento de obra, como era el caso, pues el fabricante se obligó no sólo a la entrega, sino al montaje-fabricación de la máquina de referencia. Las distintas sentencias que cita POLO en apoyo de su tesis de la mercantilidad de la reventa (3 de junio de 1898, 21 de abril de 1911, 2 de febrero de 1918, 16 de mayo de 1923, 26 de enero de 1926, 15 de junio de 1926, 10 de marzo de 1942) no son concluyentes al respecto. Para que la calificación hubiera sido decisiva, el conflicto tendría que haberse planteado entre el comprador-comerciante y el comprador-con -sumidor a quien aquél revende. Pero en todos los casos citados la controversia surge entre el vendedor comerciante y el comprador comerciante que compra para revender, y en este conflicto nunca puede ser relevante la calificación que se haga de la reventa ulterior, pues ello es indecisorio para la resolución del litigio en el que el comprador revendedor reclama a su propio vendedor. Lo que importaba saber -puestos a discutir sobre la mercantilidad de la reventa- es si el comprador-consumidor dispone, sólo, de los breves plazos de denuncia de vicios ocultos que concede el art. 342 C. Com. Esto es algo que, naturalmente, nunca ha afirmado el TS ni podía realmente afirmar. V. Conclusiones sobre la doctrina jurisprudencial Si resumimos ahora el material doctrinal aportado por la jurisprudencia del TS, podemos considerar como acertado el siguiente conjunto de ideas. 1. En un número considerable de casos, la calificación como civil o mercantil de la cv. es irrelevante, ya

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que no supone la selección de un determinado régimen jurídico. Bien porque en todo caso se aplique el CC por vía supletoria, bien porque la regulación civil y mercantil no difieran. 2. La mayor parte, y la mejor, de los esfuerzos jurisprudenciales producidos en este contexto se orien -tan a la obtención de calificaciones predeterminadas por el resultado. Esta orientación al resultado viene a su vez determinada por una valoración negativa que el TS hace de la norma contenida en los arts. 336 y 342 C. Com. La rigidez y la brevedad de los plazos adolece en el sentir del TS de graves déficits de justifi -cación racional y produce resultados en los que no se ponderan equitativamente los intereses de todas las partes en conflicto. La jurisprudencia orientada al resultado se traduce en una huida de la calificación mercantil de la cv. o en la localización del problema en un contexto (vgr. doctrina relativa al aliud pro alio), donde la calificación como mercantil resultara inocua. 3. La distinción entre cv. civil y mercantil es hoy de escasa importancia práctica. La mayoría de los conflictos solventados versan sobre reclamación por los defectos de la cosa vendida. Ante la disyuntiva de aplicar el art. 342 C. Com. o los arts. 1.486 y siguientes CC, el TS ha optado por prescindir de unos y otros, por considerar ambos inadecuados; y ha residenciado el problema en sede del régimen general de la responsabilidad contractual (arts. 1.101 y 1.124 CC, cuya aplicación es indiferenciada a la cv. civil y mercantil. 4. La jurisprudencia del TS adolece de contradicciones valorativas respecto del plazo de prescripción correspondiente a la acción del vendedor para el cobro del precio de la cosa vendida. La aplicación de la prescripción de quince años se ha considerado unas veces como incongruente con la postulada seguridad del tráfico y se ha defendido en otras ocasiones como la propia de la cv. mercantil. 5. La calificación conceptual no determina en la mayoría de los casos un régimen jurídico civil o mercantil. No sólo por lo que se ha dicho supra sobre el régimen general de la responsabilidad por incum -plimiento. Cuando se trata de resolver sobre el plazo de prescripción de la acción para reclamar el precio de la cosa, la calificación como civil o mercantil que se haga de la cv. de referencia no tiene ninguna rele -vancia a la hora de aplicar o excluir el Código civil. El CC se aplica en todo caso, y sólo cabe discutir cuáles de los dos plazos civiles (el del art. 1.967.4 o el del 1.964 CC) procede aplicar. 6. La jurisprudencia es contradictoria sobre la calificación correspondiente a la cv. para uso o consumo industrial. Unas veces se conceptúa este contrato como civil, por no tratarse de cv. de especulación. Otras veces se caracteriza como mercantil del art. 325 CC, por suponer una compra para revender, si bien el objeto de la reventa no sea la cosa adquirida, sino las fabricadas por el comprador, que se estiman como una "transformación" de las adquiridas por este fabricante-comprador. En un tercer conjunto de sentencias se apela también a la calificación mercantil, pero por entender que lo es toda cv. de inversión realizada por un profesional, ya la destine a revender ya a producir en su propia empresa. En los casos en que la cv. se ha calificado como mercantil el resultado práctico se ha traducido en que el vendedor dispone de un plazo de prescripción de quince años para reclamar el precio. 7. Para el TS nunca ha sido cuestionable la naturaleza civil de la reventa que el comerciante-comprador realice al consumidor de los objetos que él adquirió para revender. De la misma forma que jamás ha puesto en duda la naturaleza civil de la cv. que el vendedor-fabricante hace directamente al consumidor final. 8. El TS afirma que no puede ser mercantil un contrato mixto de cv. y obra, cuando el suministrador ha

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de fabricar el bien que luego venderá al comprador que lo utiliza con finalidad de aplicación industrial. 9. El TS no ha tenido dificultad en calificar de mercantil la cv. hecha por un fabricante a un especulador que comerciará luego con estas mercaderías, a pesar de haberse realizado la cv. en los "talleres" del vendedor y de corresponderse su dedicación profesional, con lo que el art. 326.3 llamaba con nomencla -tura decimonónica "artesano". VI. Las reglas relevantes de calificación 1. El rechazo de la construcción de modelos Una atención constante al dato positivo, contrastando las afirmaciones de principios con su resultancia normativa, nos lleva en primer lugar a desechar el modo de solución conceptual que consiste en la propo -sición de modelos ideales de "mercantilidad". Los autores mercantilistas que han abundado en la cuestión que nos ocupa proceden según modelos de este tipo, desatentos normalmente a la contratación práctica de las teorías que postulan. Estos modelos no sólo contradicen el dato normativo de sentido más obvio, sino que son falseados por una continua juris -prudencia que los autores parecen ignorar, y producen, sobre todo, consecuencias incongruentes cuando se contrastan los resultados normativos a que conduce el modelo y los principios a partir de los cuales se dice estar construido. Ha de partirse irremediablemente de la aceptación de que la regulación de la cv. mercantil (como la de la cv. civil) constituye una institución de derecho positivo. Es, naturalmente, cada Ordenamiento el encar -gado de dar a esta institución un contenido normativo determinado. Quiero poner de relieve que constituye un vicioso y larvado proceder ontologista el de sostener la existencia de un modelo a priori de cv. mercantil, preexistente al margen de las normas, y del cual cada sistema positivo sería una imagen más o menos fiel. No existe un modelo apriorístico de mercantilidad. Pero, de hecho, este proceder que se censura es en el que incurren buena parte de los autores que construyen "reivindicaciones de mercantilidad" con desprecio de los resultados valorativos a que conducen. En efecto, no se puede aceptar el procedimiento discursivo de quien sostiene que determinada cv. es mercantil por adecuarse a determinado modelo suprapositivo de mercantilidad y que, como esta postulación resulta rechazada por el Derecho positivo o por el sentido común que advierte el resultado que daría la aplicación del derecho positivo al supuesto enjuiciado según el modelo, reivindica después una modificación de este derecho positivo, por considerarlo obsoleto o disfun -ción. Obsérvese que estas protestaciones que siempre se hacen de lege ferenda se orientan exclusiva -mente a la adecuación del derecho positivo con el modelo conceptual, no a la obtención de una mejora práctica en la aplicación del derecho. Quiero decir con esto: si lo que se quiere es obtener y aplicar una regla congruente con el conflicto de intereses planteado, no es preciso reivindicar modificaciones legales (centenarias, por cierto), cuando aquella regla se puede obtener sin esfuerzo en el resto del sistema jurí -dico. Con un ejemplo se entenderá mejor. Supongamos que el supuesto a puede ser prima facie un elemento del conjunto X o un elemento del conjunto Y. Naturalmente, que nuestro proceso predicativo está orientado a un resultado. Es decir, somos capaces de emitir un juicio de racionalidad o de irracionalidad del resultado obtenido, según hayamos decidido incluir a en el conjunto X o en Y. Aceptemos que, como intér -pretes del Derecho, disponemos aún de un margen de interpretación que nos permita decidir legítimamente entre incluirlo en X o Y. Supongamos ahora que si lo incluimos en X, el resultado obtenido puede ser juzgado como razonable ceteris paribus, pero que no lo sería o no lo sería tanto si lo incluyéramos como

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elemento de Y. Hay un principio de economía del sistema que afirma que es preferible predicar entonces X de a que modificar arbitrariamente Y con objeto de que después se pueda predicar razonablemente Y de a. Si es cierto esto que afirmamos, ha de concedérseme que califique a esta actuación por modelos suprapositivos como profundamente esquizofrénica: sólo puede sostenerse y alimentarse mediante la reclamación continua de reformas del derecho positivo, cuya explicación era la función del modelo, y que constantemente desmiente la teoría que sobre aquel modelo se elabora. Afirmamos en segundo lugar que los modelos institucionales son modelos de regulación. Es decir, que, de acuerdo con un principio de economía que prohibe multiplicar innecesariamente las entidades jurídicas, hay que excusar toda calificación y toda conceptualización que no conduce a resultados prácticos desde el punto de vista regulativo. Podemos afirmar sintéticamente esta regla de la siguiente forma: sobran las cali -ficaciones cuando la aplicación de la regla no está predeterminada por una calificación. Esta regla es especialmente fecunda en el contexto que nos ocupa. Cuando una institución se dice civil o mercantil, es porque existen dos modelos regulatorios, cuya aplicación depende de la calificación previa de un supuesto. Concretamente, predicar la naturaleza mercantil de una institución es sostener que existe un subordenamiento especial, coexistente con otro general, cuyo campo de aplicación hay que discriminar conforme a alguna regla de reparto. Ahora bien, si la regulación es una y la misma en todo caso, si no hay dos modelos concurrentes (uno general y otro especial), carece de sentido práctico y es antieconómico y antieducativo sostener batallas sobre si procede calificar al supuesto como parte del subordenamiento especial o del subordenamiento general. Entre estos modelos rechazables de solución podemos recordar los siguientes. En primer lugar, es incorrecto sostener que la regulación mercantil de la compraventa (otra cosa es lo que se afirme respecto del Derecho mercantil en general) es más adecuada para la rapidez y seguridad del tráfico jurídico. Las razones que justifican esta afirmación ya han sido expuestas más arriba. Naturalmente, hemos de sostener que el concepto de regulación mercantil se halla integrado tanto por las normas positi -vas como por el cuerpo de interpretación jurisprudencial elaborado sobre las mismas. En consecuencia, si se estimara que, conforme a la naturaleza de las cosas, determinada modalidad de cv. debería estar sujeta a un modelo regulatorio que maximizara los valores de seguridad y rapidez, no podría por ello mismo sostenerse que esta cv. debería calificarse como mercantil, conforme al modelo normativo de mercantilidad aceptado por nuestras Leyes. Hemos de rechazar igualmente el modelo conceptual que identifica como mercantil toda cv. que suponga para el adquirente un acto de inversión capitalista. El sentido último de este modelo es el de incluir en el concepto de cv. mercantil la venta hecha para uso o consumo industrial del comprador, y no sólo la venta para revender. No es que el modelo nos parezca rechazable desde el punto de vista teórico, sino que sus resultados prácticos producen una dosis de irracionalidad tal que impide aceptarlo como un modelo regulatorio o interpretativo. Lo veremos después. De acuerdo con la regla que hemos formulado, relativa a la evitación de las calificaciones innecesarias, rechazamos igualmente todo modelo constructivo que consista en reivindicar la calificación mercantil de la cv. cuando de todas formas no hay más que un conjunto de normas, que se aplicarían en todo caso y al margen de la calificación. Sostenemos entonces que carece de sentido predicar la mercantilidad de las cv. cuando en el caso concreto discutido ha de aplicarse inexcusablemente el único modelo regulatorio de que dispone el Ordenamiento. Carece de sentido, pues, dilucidar si cabe o no cv. mercantil de inmuebles, pues, fuera cual fuese el resultado, procedería aplicar siempre el derecho común de la cv. Carece de sentido cuestionarse si es civil o mercantil la cv. de empresa o de universalidades, pues no hay norma mercantil que recoja este supuesto. Carecen también de sentido discutir sobre si es civil o mercantil la cv. de dere -chos de propiedad intelectual o industrial, pues cualquiera fuera la solución, estas cv. están inexcusable -mente sujetas a una legislación específica (Leyes de Propiedad Intelectual, de Marcas, de Patentes), que,

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en caso de lagunas, sólo pueden integrarse conforme al derecho común de los contratos (que no se halla en el C. Com.) y conforme a reglas derivadas de tipos contractuales o institucionales (arrendamiento, usufructo) que tampoco se encuentran en la regulación del C. Com. La dilucidación sobre la mercantilidad de la cv. de inmuebles, de empresas, de derechos incorporales, de la cualidad de socio, etc., puede que resulte de interés a partir de elucubraciones de modelos suprapo -sitivos, pero se trata de una dilucidación que no responde a necesidad alguna planteada por la aplicación del derecho positivo. 2. Contratos mercantiles y contratos celebrados por comerciantes Acabamos de decir que la cv. mercantil es un modelo regulativo legal. Con esto se quiere decir que la cualificación de un supuesto como cv. mercantil comporta la aplicación de ciertas normas jurídicas en lugar de otras (por cierto, como sabemos ya, sólo ocurre esto en sede de saneamiento por defectos ocultos y en sede de prescripción de la acción para reclamar el precio de la compra). Predicar el carácter mercantil de la cv. es seleccionar -solamente eso- un conjunto determinado de normas, las contenidas en el Título VI del Libro II del C. Com., frente a otro conjunto determinado de normas, las contenidas en el Título IV del Libro IV del CC. Apurando todavía más podemos sostener que la calificación como mercantil no es de hecho más que un procedimiento de selección de ciertas normas referidas al plazo de ejercicio de las acciones de sanea -miento y de reclamación del precio. Que esta selección no responde a una teleología inmanente del sistema, sino a un azar que ha dado, como hemos tenido ocasión de ver, resultados arbitrarios. Si un contrato en el que interviene uno o dos comerciantes como partes del mismo no responde al modelo de regulación que es la cv. mercantil, se significa con ello, tan solo, que no son de aplicación las reglas especiales del saneamiento y de la prescripción contenidas en el C. Com. Serán aplicables, por contra, las normas que sobre esta materia se hallan en el CC o aquellas otras normas, también del CC, relativas al régimen general del incumplimiento, en la forma que hemos expuesto arriba. Ahora bien, afirmar que determinado contrato no es una cv. mercantil no significa que no sea o pueda ser un contrato en el que interviene uno o más empresarios. Son conceptos independientes el de contrato mercantil y el de contrato celebrado por comerciante(s). Hay normas mercantiles -en el sentido de normas contenidas en el C. Com. y legislación de desarrollo- que se aplican a contratos del tipo referido aunque no sean cv. mercantiles. Nos estamos refiriendo, específicamente, a la aplicación de los usos de comercio en la forma que reclama el art. 2 C. Com., o a la aplicación de las reglas especiales contenidas en los arts. 85 a 87 C. Com. cuando la cv. civil de empresario a consumidor se ha realizado en el establecimiento mercan -til del comerciante. Como dice bien PAZ ARES, estas normas se explican en función del lugar en el que se celebra el contrato, no por razón de su naturaleza mercantil. Lo mismo cabe decir de las normas referidas a la inscripción de los comerciantes o empresarios en el RM (arts. 16 C. Com., 2 y 81 RRM). La aplicación del régimen registral del empresario no se halla condi -cionada a la naturaleza mercantil de los contratos que celebre, sino a su condición subjetiva de profesional. El derecho de separación de la quiebra del comprador comerciante (art. 909, números 8 y 9 C. Com.) la ostenta el vendedor sin importar la naturaleza civil o mercantil del contrato de procedencia. Tampoco obsta a que se califique de civil una cv. en la que se utilicen medios de pago (vgr. el crédito documentario) propio del tráfico entre empresarios. Pues la diversidad o especialidad de los medios de cumplimiento no es un factor relevante para la determinación del carácter civil o mercantil de la cv. A la condición de profesional se atiende, y no a la naturaleza del contrato, para excluir la compra por un comerciante o empresario de la legislación protectora de los consumidores (art. 1 LCU). Esta exclusión no se produce en función de la naturaleza mercantil del contrato (que puede no serlo, como no lo es la cv.

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para consumo . empresarial, o la cv. de inmuebles entre empresarios), sino de la cualificación profesional del contratante o contratantes. Una cosa es que un contratante (o ambos) no se halle necesitado de protección específica y otra que el contrato de referencia sea mercantil. Otro tanto podemos decir de la legislación relativa al contrato de cv. a plazos de bienes muebles (ley 50/1965). Su aplicación es independiente del carácter civil o mercantil de los contratos sujetos. Esta aplica -ción viene determinada taxativamente por reglas de inclusión y exclusión contenidas en los arts. 2 y 4 de la ley, que nada tienen que ver con la aplicación a dicho contrato del CC o del C. Com. De esta forma, no se incluyen en la ley las cv. civiles al consumo que no reúnan las condiciones de temporalidad de plazos del art. 2; ni se aplica la ley a las cv. de bienes (personales o industriales) que se consumen con su uso (de otra forma no tendría sentido la reserva de dominio), con independencia de si es civil o mercantil la cv. de este tipo. Y no se incluyen en la ley las cv. mercantiles por antonomasia, ya que el art. 4 se cuida de preci -sar que quedan excluidas de la aplicación legal las cv. en las que el comprador se proponga revender la cosa al público, con o sin ulterior transformación. La ley 50/1965 no regula un determinado contrato civil o mercantil, sino cualquier contrato de compraventa, sea civil o mercantil, que reúna las condiciones de inclusión de los arts. 2 y 4 y esta regulación es unitaria para todos los contratos incluidos en el ámbito de la ley. Esto puede expresarse de la forma siguiente: la calificación como mercantil de un contrato es un procedimiento de selección de normas, pero existen otros procedimientos de selección de normas "mer -cantiles" que tienen su fundamento en razones distintas a las propias de calificación objetiva del contrato de referencia. La Convención Internacional de las Naciones Unidas reguladora de los contratos de cv. internacional de mercancías (BOE de 30 de enero de 1991) prevé igualmente la aplicación de la Convención cualquiera sea la condición civil o mercantil del contrato y de las partes; excluye la aplicación de la Convención en las compras para uso personal o doméstico, cualquier sea la naturaleza que tenga esta cv. 3. La prescripción de la acción para reclamar el precio Hemos tenido ocasión de ver cómo gran parte de los litigios en los que se ventilaba el problema de interpretar los arts. 325 y 326 C. Com. tenían que ver con la aplicación del plazo de prescripción trienal del art. 1.967.4 CC. Como se sabe, este precepto somete a una prescripción de tres años la acción para reclamar el precio de los géneros vendidos por comerciantes a otras personas que no lo sean o que, siendo también comer -ciantes, se dediquen a distinto tráfico. El problema interpretativo nace de saber si las cv. para consumo industrial se hallan incluidas en este precepto (toda vez que, no revendiendo el género el vendedor, no se dedica al mismo tráfico que el vendedor) o si se rigen por la prescripción general de quince años del art. 1.964 CC, al que se remitiría el art. 943 C. Com., por tratarse de una acción que no tiene reconocida en el C. Com. un plazo especial de prescripción. MUäOZ PLANAS ha ofrecido una interpretación que desde el punto de vista del argumento histórico es irrebatible, y para cuyos detalles se remite al autor: las cv. para consumo industrial no están comprendidas en el art. 1.967.4. Por su procedencia histórica, este precepto ha de explicarse como una norma protectora del comprador que adquiere para su consumo personal o familiar; se explicaría el plazo breve de tres años por la circunstancias de que, tratándose de particulares, no será común que lleven contabilidad que les permita justificar, ante la reclamación del vendedor, el pago del precio. Estando esto inconcuso, no se quiere decir que el problema se dé por terminado. Pues, como ha argumentado convincentemente R. BERCOVITZ, no se trata de discutir la corrección histórica de esta interpretación, sino dilucidar si es preferible una interpretación adecuada a la realidad social del momento

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en que ha de ser aplicada la norma y a la teleología inmanente de la ley. Aunque sea una interpretación contraria a los precedentes históricos, sería todavía interpretación admisible, pues tiene perfecto acomodo en el sentido literal de la norma, como límite admisible de toda interpretación: es evidente que el comprador comerciante que adquiere un bien de equipo para su propia explotación es un adquirente que, siendo comerciante, se dedica a distinto tráfico que el vendedor. Naturalmente que esta contienda nos remite a otro tema: el de la jerarquía entre los distintos cánones de interpretación acogidos en el art. 3 CC. Esta cuestión carece de solución. Lo único que puede afirmarse ahora como incuestionable es que el argumento histórico no constituye el límite de tolerancia de la labor interpretativa. Más allá del argumento histórico cabe aún hablar de "interpretación" si ésta es acomodada al sentido literal de la ley, como lo es en este caso. La propuesta de BERCOVITZ es en este punto contun -dente: por qué no ha de darse a esta norma un "excedente de sentido", de forma tal que, junto a una protección del comprador consumidor, pueda al mismo tiempo ser portadora de una ratio de protección de la seguridad del tráfico. Porque el profesor BERCOVITZ afirma -y esto es algo que no puede ser negado ni por quienes tratan de responder a los contraargumentos de BERCOVITZ- que el plazo de prescripción de tres años es más adecuado a la seguridad del tráfico jurídico que los quince años a que conduce la aplica -ción común de los arts. 943 C. Com. y 1.964 CC. Todavía más. Aceptemos que el art. 1.967.4 CC no se refiere a las ventas al consumo, y que éstas prescriben en el plazo del art. 1.964 CC. ¿Qué sentido tiene -se pregunta BERCOVITZ- acabar en el art. 1964 CC (que es una norma civil) por la vía de hacer una excursión previa por el art. 943 C. Com. -excur -sión necesaria, si se califica como mercantil-, en lugar de aplicar directamente el art. 1.964 CC a una cv. civil que de acuerdo con los mercantilistas. no se halla recogida en la norma excepcional que es el art. 1.967.4? Pero no es esto todo. Yo no veo ninguna dificultad en que se sostenga al mismo tiempo el carácter mercantil y que, sin embargo, se rija por la prescripción breve del art. 1.967.4 CC. El art. 943 C. Com. establece que las acciones que no tengan un plazo de prescripción determinado en el Código de Comercio "se regirán por las disposiciones del Derecho común". Puestos en este punto, no hay ninguna razón que nos obligue a preferir el art. 1.964 al 1.967.4 CC. Ambos constituyen disposiciones del Derecho común. Y sería un error sostener que el art. 1.967.4 es una norma "excepcional" frente a la regla general del art. 1.964 CC, de aplicación restrictiva. Pues el art. 1.964 CC no contiene una regla general, sino una norma subsidiaria para el resto de acciones que no tengan señalado un plazo más específico. Y, puestos a elegir, el supuesto de hecho del art. 1.967.4 es más cercano al supuesto de hecho de la cv. para consumo indus -trial que el que pudiera extraerse de la norma de aplicación subsidiaria. Más aún, en cualquier caso resulta de lo dicho que la selección a operar entre estas dos normas se ha de realizar con criterios propios del sobradamente remitido, no del C. Com., a partir del cual se realiza la remisión. Con esta digresión se quiere dar a entender que la calificación civil o mercantil de la cv. para uso o consumo industrial carece de transcendencia a la hora de elegir uno u otro plazo de prescripción. La elec -ción tendrá que hacerse en función de razones materiales. Habrá que cuestionarse si es más conforme con la seguridad del tráfico y con los intereses en juego un plazo de prescripción de tres o de quince años. Y podrá llegarse a una u otra solución con independencia de la calificación que hayamos dado a esta cv. 4. La ratio de las normas de protección El análisis de la ratio de las normas que contienen una especialidad por razón de la mercantilidad cons -tituye el único procedimiento adecuado para decidir la cuestión relativa a la mercantilidad de la reventa al consumidor (o de la simple venta del comerciante-fabricante al consumidor) y la de la mercantilidad de la cv. para uso o consumo empresarial. No estamos discutiendo ahora la validez teórica del modelo elaborado

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por PAZ ARES sobre el factor diferencial que hay que predicar del carácter de inversión de capital que la compra pueda tener para el comprador. Afirmamos sólo que la determinación de la mercantilidad en función de este dato produce resultados inicuos e ineficientes. Lo que sin más debe llevar a rechazar la función regulatoria de este modelo. Vamos a especular sobre la ratio de los plazos de reclamación de la cv. mercantil. Quiero indicar, ante todo, que el descubrimiento de una ratio congruente a los plazos breves de denuncia de los arts. 336 y 342 C. Com. no quiere decir que encontremos igualmente razonable la decisión de fijar ese breve plazo en cuatro y treinta días, respectivamente, a contar desde la entrega. Personalmente me parece un plazo muy breve, injusto en ocasiones en las que la naturaleza mercantil de la cv. (y, por tanto, su sumisión a estos plazos) no puede ser discutida. Pero si la interpretación adecuada de una norma conduce a resultados que la conciencia social y los valores admitidos en el Ordenamiento no aceptan sin repulsión, se tratará de un fallo legislativo que al propio legislador incumbe corregir, y no al intérprete. Vamos a prescindir también aquí de la circunstancia de que, de hecho, estos preceptos han dejado de ser aplicados por obra de la jurisprudencia, como hemos tenido ocasión de explicar. Haciendo alusión a lo que arriba hemos dicho en referencia a los fallos legislativos, asistimos aquí a un ejemplo de desarrollo jurisprudencial del Derecho (no del todo legítimo) consistente en una progresiva amputación del supuesto de hecho legal (vgr. "vicio interno" de la cosa), de tal forma que se desalojan del supuesto normativo, y se reconducen a las normas generales del CC, casos que estaban evidentemente incluidos en el supuesto de la norma a tenor del espíritu de la ley. La razón de esta fáctica derogación jurisprudencial se explica porque la regulación del C. Com. es muy deficiente, y no está justificado acudir a ella. Para comprobar cuán defi -ciente es esta regulación de plazos breves, basta comparar con la solución que ofrecen los arts. 38 y 39 de la Convención de las Naciones Unidas, ya citada. En lugar de los cuatro y treinta días del C. Com., la Convención se limita a decir que el comprador examinará la mercancía en el más breve plazo posible, tenidas en cuenta todas las circunstancias, y que no podrá reclamar por la falta de conformidad de la mercancía si no ha denunciado este defecto al vendedor en un tiempo razonable desde que descubrió o debió haber descubierto el defecto. ¿Cuál es la ratio del plazo breve de denuncia de los vicios establecido en el art. 342 C. Com.? No puede ser otro, como dice VICENT CHULIA, que la circunstancia de que el comprador-comerciante "conoce el género" que compra. Puesto que su especulación es la reventa de estos efectos, se explica que el C. Com. considere como única conducta racional esperable la de que este comerciante examine el género en plazo breve. Es algo, además, que tiene explicación adicional cuando se trata, como en este caso, de capital circulante de carácter fungible. Ahora bien, el empresario que "compra" la energía que requiere para su explotación empresarial o que adquiere bienes de equipo para la explotación propia de su giro, por defi -nición "no conoce el género". Un fabricante de materiales de construcción conoce su oficio, pero no el oficio (cosa que tampoco le es exigible) de fabricación de maquinaria para fabricar materiales de construcción. Si el comprador "transforma" el género, en el sentido que recoge el art. 325 C. Com., todavía sigue pertene -ciendo este género a su propio giro, aunque lo "revenda" transformado, y por ello le es exigible un conducta determinada en el trato con la mercancía. Siguiendo con el ejemplo, al fabricante de bovedillas, a quien no le es exigible un conocimiento especial de la maquinaria que él compra para fabricar bovedillas, sí le es exigible una pericia propia del oficio, por lo que se refiere a la arena o al cemento con que las fabrica. Para "conocer el género" no es sólo requerible que el compradorcomerciante se dedique al mismo tráfico que su vendedor (o a un tráfico donde el género se "transforma", pero la materia transformada puede decirse aún perteneciente al giro propio del comprador). Es preciso, igualmente, que exista una adecuación entre la complejidad del bien adquirido y el plazo breve que se exige para su examen. Por la situación temporal de nuestro C. Com. en el proceso de codificación moderna, es evidente que el legislador no podía estar pensando en el tráfico de bienes de complejidad notable. El tipo de comercio que nuestro

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legislador contempla es aquél en el cual el intermediario es un perito en el trato del producto, y no un simple eslabón no cualificado en la cadena de distribución de las mercancías. Puede entonces afirmarse que la brevedad de los plazos de denuncia es una solución legal que pierde justificación a medida en que el producto que circula tiende a ser de creciente complejidad. La evolución del modelo social de comerciante nos dice que esta vía de penetración del problema es la adecuada. Recuérdese que el art. 336 II C. Com. concede un perentorio plazo de cuatro días para que el comprador reclame por los defectos de cantidad y calidad de los productos enfardados o embalados. Esto quiere decir, no sólo que el comerciante se vea impelido, por méritos de la norma, a abrir rápidamente el fardo o envase, sino que este rigor mismo de la norma se explica porque el propio legislador ha entendido que semejante conducta es la esperable de un comerciante que actúa de una manera racional en su tráfi -co. El art. 336 no es sólo un imperativo, sino la cristalización legal de una conducta que socialmente ya vive como modelo de tráfico. Un comerciante que abre el fardo o bulto ya no revende los efectos con el envase original. Deberá venderlo a granel o con un envase secundario que él mismo se procura (las clásicas bolsas de papel, ya desaparecidas, de los tenderos). Resulta entonces que el consumidor final recibe un producto semielabo -rado por el comerciante, en un tráfico en el que la implicación de este comerciante trunca la cadena que une al consumidor con el fabricante y hace imposible la circulación de la mercancía como una mercancía de marca de fabricante. La comercialización actual en función de la marca del producto es incongruente con una implicación del intermediario como la que el C. Com. requería del comerciante en el art. 336. Si seguimos profundizando en la ratio de estos plazos y deducimos de ellos lo que pueda ser una opción del legislador, se aprecia -y esto ya está advertido por los mercantilistas más conspicuos- que el legislador mercantil ha optado abiertamente en favor del vendedor. El régimen de plazos beneficia al vendedor, pues disminuye el tiempo en el que se halla expuesto al riesgo de una reclamación por defectos y aumenta el margen en el que puede reclamar al comprador para cobrar el precio de la mercancía. Si esto es así -y resulta una afirmación difícilmente discutible- es incongruente que se quiera considerar sometida a este régimen la cv. al consumo mientras se declara simultáneamente (como declaran todos, civilistas y mercantilistas) que la protección al consumidor constituye un principio general de nuestro Ordenamiento jurídico. Esta contradicción valorativa es tan profunda que por sí misma deja reducidos a nada cualesquiera argumentos que quisieran hacerse valer para defender la mercantilidad de la venta (o reventa) hecha por un profesional a un consumidor. Cierto, se podía decir que la reivindicación de mercantilidad de la cv. al consumo debe ir acompañada (como ocurre en los ññ 377 a 379 Código de Comercio alemán) de una norma que exceptúa precisamente a este tipo de cv. de los plazos de reclamación de los arts. 336 y 342 C. Com. Pero con ello no sólo volvemos al vicioso método de postulaciones innecesarias de lege ferenda, sino que, aun si esta postula -ción fuera escuchada, abocaríamos a un resultado en que la calificación como mercantil de esta cv. no tendría ninguna transcendencia práctica. En efecto, decir que esta cv. sería mercantil con semejantes restricciones no evitaría la aplicación del régimen propio del incumplimiento del CC y las singularidades contenidas en los arts. 8, 10 y 11 de la LCU, preceptos que se aplicarán incondicionalmente, con indepen -dencia de cualquier calificación conceptual referida a la mercantilidad o no mercantilidad de la cv. al consumo. Por el mismo orden de ideas, entiendo que ha de hacerse una restricción a la norma legal (arts. 326. 2 y 3 C. Com.) que declara civiles las cv. hechas por agricultores, ganaderos y artesanos. Por razones de congruencia legal hay que sostener la mercantilidad de la cv. cuando el agricultor, ganadero o "artesano" que venden a un comprador especulativo son, a su vez, capitalistas que producen y fabrican con ánimo de lucro y no de mera subsistencia. Esto es algo que hay que afirmar comprendido en el plan del legislador. Si esta decisión legal nos parece después criticable por considerar que los plazos de denuncia son insuficien -

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tes, o por otro concepto, se tratará de un fallo del legislador no corregible por el intérprete. Sostengo, por último, que resulta posible una aplicación diferenciada de los arts. 336 II y 342 C. Com. Habrá supuestos en que no sea admisible reducir el plazo de reclamación a los cuatro días del art. 336 II; precisamente, aquellos casos en los que, por razón del tráfico del producto, el comerciante comprador no desembale o desenfarde el género, sino que lo disponga tal cual a disposición del futuro consumidor. Por el contrario, sostengo que, desgraciadamente, semejante restricción no se puede hacer en sede del art. 342 C. Com., que no da pie para ello. En este caso la restricción sólo puede venir mediante una reducción del supuesto de hecho normativo ("vicio de la cosa"). El resultado de estas elucubraciones puede resumirse como sigue: 1. Toda venta (o reventa) de un profesional a un consumidor es cv. civil, en el sentido (el único admisi -ble) de que no se aplican las normas regulatorias del C. Com. en las materias a las que se ha hecho refe -rencia. 2. Toda venta (o reventa) para uso o consumo industrial de un producto que no se "transforma" para su reventa en poder del comprador (vgr. energía, combustible, bienes de equipo, alimentos para animales, bienes muebles aplicados e incorporados a la construcción inmobiliaria, etc.) es cv. civil en el sentido (el único admisible) de que no está regida por los breves plazos de denuncia de los vicios y de que no dispone de un plazo de prescripción de quince años. No se prejuzga la aplicación de otras normas "mercantiles" distintas de las recogidas en el Título II del Libro II del C. Com. 3. Toda venta hecha por fabricante a un comprador profesional para su ulterior reventa es mercantil. En cuanto a la prescripción del precio, estaría sujeta a los plazos de quince años aunque fuera una cv. civil, pues es claro que no se le aplicaría el art. 1.967.4 CC. En cuanto a los plazos de denuncia de los vicios, regirían los de los arts. 336 y 342 C. Com., aunque se considere equivocada la decisión legal a este respecto, equivocación escasamente perjudicial dada la general inaplicación del régimen del saneamiento (civil y mercantil) por obra de la jurisprudencia. 4. Toda cv. de productos embalados o enfardados debe hallarse liberada del plazo breve de denuncia del art. 336 II C. Com. cuando el sentido del tráfico de este producto imponga que no sea el comerciante, sino el consumidor final el que abra el producto y se encuentre en condiciones de comprobar los defectos de calidad y cantidad. Bibliografía BERCOVITZ: "Comentario a la STS de 20 de noviembre de 1984", CCJC 7, & 176. BERCOVITZ: "Comentario a la STS de 3 de mayo de 1985", CCJC 8, & 210. CUESTA RUTE: "Compraventa civil y mercantil. Saneamiento por vicios y responsabilidad contractual", La Ley, 1982-2, 331 y ss. CUESTA RUTE: "De nuevo sobre la compraventa civil y mercantil. Saneamiento por vicios y responsabi -lidad contractual", La Ley, 1982-4, 157 y ss. GARRIGUES: "Curso de Derecho mercantil", vol. II (8ª edic.). LANGLE: "El contrato de compraventa mercantil", 1958. OLEO: "Comentario a la STS de 3 de mayo de 1985", RDM, 1985, 765 y ss. PAZ ARES: "Una teoría económica sobre la mercantilidad de la compraventa", ADC, 1983, 943 y ss.

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PAZ ARES: "La mercantilidad de la compraventa para uso o consumo empresarial", RDM, 1985, 245 y ss. POLO: "La calificación mercantil de la reventa", RDP, 1945, 285 y ss. QUINTANA: "Comentario a STS de 12 de diciembre de 1983", CCJC 4, & 101. URIA: "Derecho mercantil" (11ª edic.). VICENT CHULIA: "Delimitación del concepto de compraventa mercantil", RCDI, 1974, 75 y ss. VICENT CHULIA: "Compendio crítico de Derecho mercantil", II (3.ª edic.).

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