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VOCES DEL MILAGRO

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VOCES DEL MILAGRO

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VOCES DEL MILAGRO

Katiuska BlancoAlina Perera

Alberto Núñez

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Edición: Lilian Sabina Roque e Irene Hernández Álvarez

Diseño y realización: Enrique D. Medero CambeiroDiseño de cubierta: Ernesto Niebla ChalitaFotos: Franklin Reyes Marrero, Ricardo López Hevia y colaboradores cubanos de la Salud en Venezuela

© Katiuska Blanco CastiñeiraAlina Perera RobbioAlberto Núñez Betancourt

© Sobre la presente edición:Casa Editora Abril, 2004

ISBN 959-210-332-1

Casa Editora Abril,Prado 553 entre Teniente Rey y Dragones,La Habana Vieja, Ciudad de la Habana, CubaCP 10200http: //www. editoraabril.cu

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…Un señor dice que tenía treinta añosque no podía verle la cara a sus hijos, a sumujer; que no podía ver un amanecer, uncrepúsculo, un turpial volando; y de repen-te, en una semana, regresó mirando los cre-púsculos de Lara, los amaneceres deOriente…

Palabras del Presidente de la RepúblicaBolivariana de Venezuela, Comandante Hugo

Rafael Chávez Frías. Agosto/ 2004

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[...] Ahora hay aviones volando entre Ve-nezuela y Cuba, que están trayendo y lle-vando pacientes. ¡Un buen número depacientes venezolanos!

Esta, por donde viene el huracán, es unaruta normal, la más cercana entre Cuba yVenezuela, que es en dirección sureste.

Hoy mismo, ellos en Venezuela, publi-caron un documental breve, muy interesan-te, de un número elevado de personasoperadas de cataratas en Cuba… Había unade 42 años que desde los tres años teníacataratas, y el hijo de 11 años también, por-que a veces es hereditaria. Es un documentalmuy impresionante [...] Impresiona muchoel fenómeno de alguien que no ve, que es cie-go, con una catarata congénita, o como elpadre que a los tres años quedó ciego y des-pués transcurren 39 años sin ver [...]

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PERIODISTA: Por no tener recursos.FIDEL: He quedado asombrado de las

reacciones de estas personas cuando vuel-ven de repente a ver, o por primera vez ven.

PERIODISTA: Vuelven a vivir.FIDEL: [...] Y todo esto que ha pasado (se

refiere a las medidas que el país tuvo queadoptar en previsión del paso del huracánCharley), no ha obstaculizado en nada elprograma que se está haciendo.

Fragmentos de las declaraciones concedidasa la Televisión Cubana por el Presidente

de la República de Cuba,Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz,

en la madrugada del 13 de agosto de 2004,momentos antes del paso del huracán

Charley.

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La Revolución Bolivariana de Venezuelay la de Cuba se unieron para obrar esteMilagro.

Hoy, 15 de agosto del año 2004, en Cuba,ya han sido operados de cataratas 4 295venezolanos.

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Puros colores

La vida en el cerro esun caracol, entra y salepor las vereditas, trans-curre por los pasillos yasciende los escalonesabruptos del vecindariopobre y convulso. El ca-mino principal se aferraa las laderas, bordea laloma hasta lo más empinado, y ya casi al fi-nal del recorrido, fundada sobre la pendien-te y en increíble equilibrio, está la casa dondevive Samuel, el primer niño venezolano opera-do en Cuba de la catarata congénita quedesde hace diez años nublaba su frágil mun-do infantil. No podía montar bicicleta nimirar largo rato la televisión, tampoco hacer

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lecturas prolongadas, escribir, dibujar, o co-lorear con soltura; no le permitían jugarmetra, ni pelota, ni estarse mucho tiempofuera de la casa, ni alejarse solo. Nunca ha-bía podido definir con nitidez los rostros de

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su mamá, sus cinco hermanos y su papá,quien también fue atendido en Cuba luegode más de 30 años de sombras. Cuando lesretiraron las vendas, fue la primera vez quese vieron y se conocieron en su viva estampa.

Su mamá vivía antes en Tacagua, un lu-gar más difícil que este de Antímano 2, elcerro que recuerda a una reina, a una diosaaragua, y es de los más excluidos de la ciu-dad de Caracas. Tras complicarse en unaintervención quirúrgica anterior, realizadacon ayuda económica de unas religiosas delHogar del Junquito, Eucaris no había podi-do soñar con el intento de volver a operar asu hijo Samuel González. El médico cubanode la Misión Barrio Adentro les abrió el ca-mino para el viaje a la luz.

La sala, casi vacía, sobrecoge. El fuego dela cocina está apagado. No hay armarios, nimesa. Las paredes descascaradas y húme-das exhiben los estragos de las filtracionesde las aguas blancas, de las aguas negras.Samuel se muestra desenvuelto esta maña-na de agosto de 2004, y me dice que ahorasale a la entrada y ve, por primera vez, a lolejos, los árboles y las casitas del cerro cer-cano. Acaricia a sus dos perros mientrasconversamos sobre pelota, sobre sus deseos

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de aprender, de estudiar, que ahora podráncumplirse por la vista recuperada y las opor-tunidades de las misiones. Su hermanoWilliam se empeñará pronto en la MisiónRibas y él le seguirá los pasos. “Libros yatengo” –confiesa sonriendo jubiloso mien-tras sale precipitado a buscar y mostrarmelos que le obsequiaron en Cuba, envueltoen la certidumbre de que dejó atrás la triste-za y el desamparo de un mundo de grises.Le pregunto por lo más valioso que sus ojosven ahora y me responde sin titubeos: “Pueslos colores.” Entonces pienso que le hemosregalado el verde de la vegetación, el ocrede la tierra a sus pies y el puro azul del cieloy el mar; la alegría del paisaje en el silenciodel mirar.

Su mamá quiere agradecerle a Chávez ya Fidel:

Cuando nos dijeron que íbamos paraCuba me emocioné, yo no hallaba quéhacer, porque dejar cuatro niños paracurar uno, es una decisión difícil, fueuna decisión muy fuerte para mí.Como soy una persona de tan bajosrecursos, le doy gracias a Fidel y aChávez por la oportunidad de operar

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a mi hijo Samuel, y a Chávez le digo:“Que Dios te bendiga, que Dios temultiplique por todo el bien que le es-tás haciendo a los pobres”, porque esel primer Presidente que se preocupaen verdad por los pobres. Yo le escribíuna carta hablándole de mi casita queestá tan mala y le anoté un versículoque ahora mismo no sé en qué páginade la Biblia está y dice: “Mira que temando que te esfuerces y seas valien-te” y por eso le digo: “Sea valiente,señor Presidente, siga así con los po-bres que Samuel González y su fami-lia, están con usted.”

CERRO ANTÍMANO, MUNICIPIO LIBERTADOR,CARACAS.

AGOSTO 11/ 2004

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Cálido chocolate

La fragancia del chocolate se expandíacomo un sortilegio irresistible, como buenaugurio. El loro miraba de reojo a Josefinay a Alfredo. El animalito era el único serviviente que acompañaba a los ancianos. Enhoras de la tarde el sopor invadía al puebloescoltado por montañas de picos helados.

Josefina había arrancado un cacao delpatio de la casa en el barrio Los Higuitosdel municipio San Felipe en el EstadoYaracuy. Después se fue a preparar un cho-colate caliente en lo que Alfredo EscarráRomero, de 84 años, enseñaba con orgullotodo lo que había sembrado: naranjas, agua-cates, mandarinas, mangos, orquídeas, unahoja alargada y verdosa a la que llaman Len-

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gua de suegra. Avanzaba entre gajos secos,troncos y hojas grandes. Sus espejuelos os-curos en la mano, y el ojo recién operado alaire. “¿También tiene limones?”, preguntóalguien. Y él saltó como un resorte: “No se-ñora, son naranjas, y son pequeñas y verdesporque no han crecido.”

Se hizo un silencio súbito mientras unmanto oloroso a chocolate se tendía sobrelos alrededores de la casa y anunciaba queJosefina, Josefa Gamboa, de 69 años, esta-ba terminando en la cocina. El viejo rompióla tensión del mutismo con una frase quesonó a ley: “Acuérdense que los gigantes pri-mero tuvieron que ser chiquitos.”

Sobre la mesa de bella madera, entretasas humeantes y estatuillas de José Martíy el Che, había algunos libros que el matri-monio trajo de La Habana, entre ellos, Pa-sajes de la guerra revolucionaria, de ErnestoChe Guevara, y Hombradía de AntonioMaceo, de Raúl Aparicio.

Mucho antes de que a la dueña de la casase le hubiera ocurrido rayar un poco de cho-colate sobre la leche hirviente, ella y su es-poso, con quien está casada desde hace 48años, contaron la historia de su viaje a Cuba.

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“Primero quiero enseñarte una fotogra-fía que trajimos de allá: Esta es una mu-chacha, una nieta que conseguimos”–comentó Alfredo–. Y sin reparar en suojo frágil leyó en voz alta, mientras el loroparecía vigilar con su mirada amarilla, losfragmentos de una carta que la joven cuba-na les había enviado: “Queridos abuelos:he encontrado sin imaginarlo jamás dospersonas maravillosas [...] dos cuerpos queirradian amor, sobre todo con verdaderasy firmes convicciones revolucionarias.”

Josefina siempre ha padecido de insom-nio. En las horas antes de llegar a la isla tuvola sensación de que la muerte estaba cerca yle daría una sorpresa. No había dormido en

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los días previos a tomar el avión rumbo aLa Habana, y una vez en el aire sintió quelas fuerzas la abandonaban. El médico cu-bano que le tomó la presión arterial y le exa-minó el corazón diagnosticó un exceso deemociones.

Acomodada sobre un sofá del portal, noscontó:

El sueño de nuestras vidas era conocerla Revolución cubana, porque nosotrosle seguimos los pasos a esa Revolucióndesde que nuestros niños nacieron. Miúnico hijo varón se llama Fidel porFidel Castro. Nació en el 64. Enton-ces vivíamos en un pueblito que per-tenece a Caracas, y allá, por unradiecito, escuchábamos siempre Ra-dio Rebelde. Por ahí nos enterábamoscómo era la Revolución. Nosotrossupimos del Diario del Che en Boli-via mediante la narración que ustedeshacían por Radio Habana Cuba.Son un pueblo grande, un pueblo heroi-co que ha luchado contra todo paratener lo que tiene. A los que conoci-mos se les ve el amor que tienen porsu patria. Saben de su pasado y poreso aprecian su presente. Han hecho

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muchos esfuerzos para llegar a lo quetienen, han luchado con dignidad. Yeso es lo que nosotros queremos paraVenezuela.Pasaron mucho trabajo, pero no sedoblegarán nunca. Están felices de suRevolución, porque es la única vez quehan tenido libertad, porque primerofueron esclavizados por los españolesy después por los americanos, y ahoraestán felices. Dios quiera darme vidapara ver aquí aunque sea la cuarta partede lo que he visto en Cuba. Esa es laverdad. Por lo demás, mi esposo seoperó y quedó perfectamente bien.

A Josefina le detectaron en La Habana“una vena que no funciona bien”. Le hi-cieron de todo. Y a su esposo, que ya ha-bía sido operado en Barquisimeto, EstadoLara, y no había quedado muy bien, le me-joraron mucho la visión del otro ojo pen-diente de cirugía.

La tranquilidad sugería un mundo dedelicias, ese con el cual la pareja habrá so-ñado desde el instante en que fueron al al-tar. Mientras el loro abría el pico parasaludar a una visita invisible, Josefina co-mentaba a Alfredo el daño que el bloqueo

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de Estados Unidos le ha hecho a Cuba. “Hu-bieran llegado muy lejos, tienen tanta hu-manidad…”

El anciano sonreía, con sus espejuelos os-curos, en lo que su mujer iba a la cocina deci-dida a brindar el mejor chocolate que hubierahecho en todos los días de su existencia.

ESTADO YARACUY.AGOSTO 9/ 2004

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Montaña adentro

Majestuosa, desde donde quiera que se mire,la cordillera de Los Andes abraza. El caminodel páramo remite a la historia, en particu-lar al Libertador, cuyos sueños de justiciasocial están aún por cumplirse en esta re-gión que cabalgó tantas veces.

Aquí se trata de montaña adentro; bienarriba la temperatura no cree ni en julios ni enagostos. El Estado Mérida tiene esa peculiari-dad dentro del territorio venezolano. Cuandoel verano se eleva hasta los treinta y tantosgrados de temperatura, la zona alta registracinco, seis, siete grados, y los picos más altoshacen de la nieve una compañera perpetua.

Hasta estos parajes ha llegado la Revolu-ción Bolivariana. La presencia de los médicoscubanos por los caminos intramontanos sigue

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siendo noticia, no tanto para publicar en la pren-sa como para convertirse en tema del coloquiohabitual de los pobladores.

En una casa rústica de Mucurubá, muni-cipio Rangel, en este occidental Estado,Nelson José Dávila agradece otra vez el avi-so enviado por los doctores cubanos Oralisy Jorge mediante Manuel Rangel, su amigode siempre, el artesano del pueblo, quienfacilitó la búsqueda activa de pacientes aque-jados de cataratas en la zona.

Muy lamentable resultaba ver a este jo-ven de 33 años padeciendo el mal mientrasesperaba la cita del médico del HospitalUniversitario de Los Andes.

“La llamada nunca llegó –señala– y ahoraya no hace falta porque resolví mi problemaen Cuba, en apenas veinte minutos.”

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Las limitaciones se adueñaron de él: no,al fútbol, su pasión entre los juegos; no, alos estudios de bachiller dentro de la Mi-sión Ribas; no, a la conducción del vehícu-lo, no a tantas cosas de la vida.

Me operaron un día tan señalado paralos cubanos como el 26 de julio. Esono lo voy a olvidar nunca. Como novoy a olvidar la dedicación de los doc-tores que allá conocí, su calidad pro-fesional, su desinterés.Aquí me pedían 3 000 000 de bolí-vares. ¡Quién ha visto eso! Yo creo queni vendiendo todo lo que tengo en lacasa, incluido el cacharrito, llego a esenúmero. Aunque lleve tiempo, el Pre-sidente Chávez va a cambiar esa durarealidad. Nos toca una batalla por laconciencia de nuestros médicos.Mira el caso de mi prima Yusmari, de16 años, ella sufre de una cataratacongénita irreversible; en Cuba la va-loraron los especialistas, pero laenfermedad está tan avanzada que noes posible operar. ¡Qué pena, es tantriste! En estos momentos no ve nada.Sin embargo, Yusmari también tienealgo que agradecer: en su viaje a La

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Habana le atendieron sus problemasde anemia y la desviación de la co-lumna.

Nelson menciona otros casos que reve-lan que vivir en la montaña supone en Ve-nezuela tener mucho menos asistenciamédica que en otros poblados.

Estoy muy feliz. Pronto vuelvo a losestudios. ¿Al fútbol? Tengo que pen-sarlo, porque no quiero que me denni un golpecito.

Fin del diálogo. Nelson debe continuarsu reposo, y Manolito va a cumplir su tareacomo miembro del Comando Maisanta allíen la parroquia.

Cordillera de Los Andes

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“El domingo 15 tenemos una batallacrucial –indica el paciente–. Ese día, para fes-tejar el triunfo del Comandante Chávez, mevoy a estrenar la ropita que me regalaron enCuba.”

ESTADO MÉRIDA.AGOSTO 9/ 2004

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Ver divino

Su casa está en penumbras a nuestra llega-da pero se dispone cálida para la conversa-ción con solo vernos en el umbral. Sedesperezan todos los que miraban absortosy somnolientos la televisión, objeto anacró-nico en el ambiente pobre del recinto deparedes desoladas, sin color. Carmen Eulogiaarrima lasbutaquitas dehierro hastanosotros, lasdespoja de to-das las ropasque tenían en-cima y las

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brinda con esmero amoroso y cortés. La son-risa le ilumina el rostro cansado, hendidopor los tiempos ásperos. Al verla recuerdopalabras de José Martí a María Mantilla:“[...] Ni a las arrugas de la vejez ha de tener-se miedo.‘Esas arrugas que tú tienes, madremía’ –dice algo que leí hace mucho tiempo–‘no son las arrugas feas de la cólera, sino lasnobles de la tristeza’[...]” (sic.)

Carmen Eulogia Lares vino a vivir aAnzoátegui desde Carúpano, el lugar don-de nació hace 68 años. Cuando aún era“puro tierna”, vendía arepas, lavaba y plan-chaba ropas para vivir. Tuvo cinco hijos yocho nietos y ellos la acompañaban en susires y venires a la calle porque hacía largotiempo que no veía casi nada. Se volvió tor-pe, no podía contribuir en la casa, y hastaera peligroso que lo intentara. Hacía ya treso cuatro años que vivía con la vista nubladay estaba cada vez más perdida, cuando losmédicos cubanos le sugirieron viajar a la islay operarse de catarata.

Sentí mucha alegría, porque despuésde la intervención quirúrgica ya veíasin que me hubieran retirado la ven-da. Es muy malo, hijita, ver oscuro,puro oscuro de un ojo, así que estoy

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muy agradecida por todo, y al regre-so pude ver desde el avión las islas queno había visto en la ida y traía conmi-go el cariño de allá.

No muy lejos de Carmen Eulogia, viveTeodora Arriojas, quien con 86 años se deci-dió a viajar a Cuba para recuperar la vistaperdida doce años atrás. En Venezuela nopodía enfrentar los gastos que una operaciónimplicaba y ni siquiera entre todos sus hijospodían acumular el dinero. Su única opor-

tunidad llegócon la MisiónBarrio Aden-tro y la pre-sencia de losmédicos cuba-nos. Despuésque la exami-

naron, todo fue muy rápido. A los dos días lepasaron el aviso. Ahora ve como una niña yse siente feliz.

Fuimos a verla bien tarde a su casa, pasa-das las once de la noche, pero nos recibieroncon un entrañable: ¡Bienvenidos!, no mássaber que llegábamos de Cuba a esas horas yque teníamos premura para seguir viaje aMonagas.

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Ahora veo bien. Yo no podía hacernada sin vista. Cuando me quitaronla venda vi clarito, divino lo que vientonces y ahora también, las cosasde la casa y mi nieto que ya tiene23 años.

Su hija, Carmen Arriojas, agradece a losgobiernos de Venezuela y Cuba, a Chávez ya Fidel. A ella, que fue de acompañante, tam-bién le examinaron la vista y le entregaronunos lentes bifocales y dice que allá fue todomucho cariño y amor.

ESTADO ANZOÁTEGUI.AGOSTO 7/ 2004

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Pintar sin monturas

Un fuego tenue, casi imperceptible, ilumi-na la cara de la Rosa Mística, virgen que,según se fabula en Venezuela, hizo milagrosy regaló el don de ver a muchos que lo da-ban por perdido.

Nieves Maldonado, padre de tres hijos yhombre de fe, señala el altar. El rincón sa-grado es rojizo como el jugo que nos brin-dan y que se extrae de la mora, frutilla nacidaen las frías y altas laderas del EstadoYaracuy.

Nieves pregunta si creemos en Dios. Seenseñorea el silencio en el municipioCocorote, en Barrio Centro. El polvo se le-vanta afuera y teje velos con la luz. El hom-bre no sabe qué hacer para demostrarnos que

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está agradecido hasta la sangre, ese río rojoque, según sus palabras, se hace más denso ybueno si se toma mora en abundancia. Él losabe porque atiende un puesto de frutas, vivede eso, y ni vendiéndolo hubiera podido re-unir el dinero necesario para operar uno delos ojos de Nieves, la hija de 16 años quelleva su nombre y que hace poco regresócontenta de La Habana.

El año pasado se gestionó la opera-ción del primer ojo –cuenta la ma-dre, y el costo fue de más de un millónde bolívares. Tuvimos que pagar in-mediatamente para que la niña pu-diera mejorar la vista. Este año habíaque volver a operar y seguro costabamás, por eso doy gracias a Dios, alPresidente de la República, y a estosconvenios y misiones tan excelentes.

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—¿Cuánto costó la operación en La Ha-bana?

—Realmente, dar las gracias.Nieves, la hija, lleva 21 días de operada.

Le colocaron un lente intraocular en el ojoderecho y debe regresar a Cuba para que lehagan lo mismo en el izquierdo. Cuandotodo esté terminado podrá dejar de usar losespejuelos que la acompañan desde hace 14años. “Son muy pesados” –dice.

Jesús tiene anotados en la pizarralos nombres de los médicos cubanos

que van a su casa

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La madre, Carmen de Maldonado, fuequien acompañó a Nieves. También llevóconsigo a Jesús, el hijo de siete años, quienasegura tras los cristales gruesos de susespejuelos que los médicos y las enfermerasde Cuba lo atendieron “a ojo pelao”, es de-cir, vigilantes, muy bien.

Nieves pinta maravillas. Lo hace a lápiz.Manda a buscar sus cuadros. Agarra uno confuerza y lo enseña. En él están su tiempo deesfuerzo, de entretenimiento, de tanta terque-dad. El tiempo que hizo posible los finos tra-zos de carbón a pesar de los espejuelos tanpesados, ahora innecesarios.

ESTADO YARACUY.AGOSTO 9/ 2004

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Niña

Yo le tenía miedo a la operación porque unavez supe de alguien aquí en Venezuela quese quedó ciego, y no estoy para morirme alos 84 años.

Mi viaje motivó un revuelo tremendo,una reunión familiar. Opinaron mis hijos yhasta un nieto que vive en Caracas... Unodijo que tenía temor porque Cuba era unpaís que queda fuera del agua, otro quisohablar con los médicos cubanos para co-nocer más de la enfermedad, los peligros, yel lugar donde me iban a operar… Es quede Cuba siempre se están diciendo cosas…,pero al final dijeron sí, y yo contenta paraLa Habana.

No me acuerdo qué día fue, eso no im-porta. Antes, aquí en Mucuchíes, llevé la

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referencia del doctor de nosotros, Julio César,al oftalmólogo. Yo en realidad iba por mis do-lores de huesos, pero de mis huesos no se ha-bló ese día. Todo me pareció tan rápido quetodavía me pregunto si es un sueño, si todavíaestoy ciega con lentes y todo.

Dicen que yo me porto como un niño, loque no me han dicho si bien o mal (ríe coningenuidad). Yo te digo que en muchos díaslos médicos cubanos no me regañaron ni unasola vez…

El avión fue algo muy cómico. Era laprimera vez que viajaba en ese aparato, yme dio por reírme, porque solo sentía vocesy todo estaba más oscuro que nunca.¡Mira

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tú! Fue en el avión donde perdí el miedo quetenía por la operación.

El trato en Cuba resultó maravilloso. Mellevaban de la mano y hasta me cargabancomo a un niño. El saludo de la enfermeracada mañana era: “Cómo amanecieron misniños” (risas). Durante todo el día andába-mos en fila por aquel inmenso lugar.

Y linda la cena de despedida con gritosde vivan Dios, Chávez, Fidel, los médicos…

Yo estoy encantada, y mi nieto José estámuy contento porque allá le hicieron unexamen y le dijeron que dentro de tresmeses vaya a atenderse su problema delojo –se quemó a los ocho años por jugarcon pólvora–. Dice mi hija que lo de éles más complicado… tiene que ver conla retina.

Tengo el presentimiento de que, con elfavor de Dios, él va a quedar como yo, quedespués de ocho años sin ver, ahora descu-bro cosas bonitas.

Los médicos cubanos son muy preocu-pados, vienen mucho por aquí para ver sime echaron las goticas, si tengo puesto loslentes oscuros… Entre mi hija Basilia y miamiga Cándida todo se cumple chévere.

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Y ahí está el varón, Jacinto, que vinodesde Caracas para acompañarme. Conver-samos mucho, porque a los hijos hay quedarles consejos aunque tengan 60 años.

Bueno…, vamos para afuera a tirar lafoto esa. Quiero que se vea la montaña…

MARÍA DEL CARMEN QUINTERO DE DÁVILA,84 AÑOS. PARROQUIA MUCUCHÍES.

ESTADO MÉRIDA.AGOSTO 9/ 2004

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Rocío

Desde los 14 añosRocío NatalieLethider Medinaparticipa en los mo-vimientos políticos.Tiene un hablar flui-do y una manera deanalizar los proble-mas desde la gente.Es maestra de nivel primario. Su vida siem-pre fue muy intensa, hasta el momento enque comenzaron a palidecer sus ojos y losdolores le martillaron las sienes tanto comolas preguntas de las personas en la callesobre las blanquecinas manchas en sus pu-pilas. No quería mirarse al espejo, ni leera posible maquillarse, y fue perdiendo

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la libertad de salir sola en las noches. Nopodía seguir estudiando. Se cobijó en sumundo y se defendía de la desesperanza conel descreimiento. Operarse en Maturín erauna ilusión lejana.

En un principio, hace ya tiempo, necesi-taba al menos 1 700 000 bolívares, y con elpaso de los meses la cifra ascendió hasta lamás reciente de 2 400 000 bolívares. Nuncatuvo, ni tenía ahora, cómo cubrir esa canti-dad, ni siquiera pensando en ahorrar la bo-nificación de fin de año como regalo parasí. Cuando le hablaron de ir a verse con losmédicos cubanos lo dudó, pues no deseabaalimentar falsas ilusiones. Pero de súbito, laconvencieron. Asistió a la consulta y ense-guida viajó a Cuba. De allá regresó reciénnacida a la vida.

Ando más feliz ahora. Estoy estudian-do en la Misión Sucre y comenzandotodo de nuevo. Ahora sé que ademássoy sicklémica, un mal que aquí nadiepudo precisar y en Cuba me diagnos-ticaron con solo unos exámenes. Yohabía pasado mucho antes, estabatraumatizada, estuve a punto de per-der la vida una vez, cuando tuve to-dos los órganos del recto y la vagina

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afuera durante cinco días y la gober-nación tuvo que ir a Caracas a buscarun médico que me atendiera y salvara.También equivocaron el diagnósticode la vista, me habían asegurado quetenía glaucoma, un mal incurable queno se opera, y ya había perdido laesperanza. Ahora estoy empezandoa aprender a vivir con el padecimien-to que tengo, y la orientación de losmédicos cubanos. De Cuba admirosobre todo su sistema de salud, el hu-manismo y la sensibilidad de los tra-bajadores sociales, de los médicos, lasenfermeras y todo el personal, queejercen por vocación y no por dinero.He quedado maravillada por la edu-cación y la salud para el pueblo deCuba, son grandes logros de ese paísque deseamos para el nuestro.

Rocío viajó acompañada por PedroLethider, su padre, quien agrega:

Fui de acompañante y terminé comopaciente. Aquí hubo médicos que mesacaron el dinero, me diagnosticaroncáncer y me recetaron unas tabletas.Cuando llegué a Cuba me hicieron tresendoscopías, una prueba de tomografía

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axial computarizada, exámenes dehemoquímica y todo daba negativo,y cuando mostré las tabletas compro-bé que eran vitaminas. Casi me en-fermo del sufrimiento, y no teníanada, nada. Hasta empeñé mi quin-cena en los análisis y tratamientos deaquí y mire usted el engaño.En el grupo de venezolanos que viajóa Cuba eran muchas las historias. Unaseñora, que tenía 28 años de estar cie-ga por las cataratas, nos confesaba:“Tengo hijos que no conozco y nie-tos que no he visto nunca. Yo lo quemás agradezco es el cariño, el cariñocon que nos acogieron y todo lo quehacen por conciencia.”

ESTADO DELTA AMACURO.AGOSTO 8/ 2004

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Habla Luis

Hay tantas cosas que contar… Yo estoy muycontento porque ustedes no se van. Las misio-nes se han creado acá para darle vida a esto.Ustedes se van a quedar aquí el tiempo quesea necesario, ustedes tienen su familia allápero va a quedarse lo que están sembrando,que son las misiones.

Antes de ir a Cuba, por este ojo veía unpoco más, pero por el otro no veía nada,absolutamente nada. Todo borroso. Las fi-guras las veía, pero yo no distinguía una per-sona a tres metros de distancia. Alguien mesaludaba y yo le decía: “Acércate acá quequiero ver quién eres.” Cerquita yo lo dis-tinguía, pero de lejos, nada. Ah, y se me caíanlas cosas. Digo que, desde que fui a Cuba yme dieron la vista de nuevo, a mí… no sé…

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se me dejaron de caer las cosas. Yo agarrabauna tasa para tomar café y la derramaba, ycogía rabia, porque nunca pensé que era lavista, pero sí, era la vista. Hoy en día agarrolas cosas y las agarro bien.

Mi problema se iba volviendo poco a pocomás grave. Sucedió doce años atrás, comen-cé a perder la vista, estaba desesperado.

El hijo mío tiene una niña enferma queva para Cuba también, que nació con hi-drocefalia. Ella tiene sus válvulas, de la cin-tura para arriba es un tigre, una cuchilla.

Aquí, con estas misiones, es donde se es-tán cumpliendo los planes de salud. Aquí lopobres no habíamos visto nunca esto de losojos que ustedes llaman Misión Milagro. Yes milagro de verdad. La gente me pregunta:“¿Te gustó Cuba?” Y yo les digo que no fuide turista, fui a arreglarme los ojos. Pero elpedacito de cielo y el espacio donde yo estu-ve, eso me encantó. ¡Qué educación, quégente! Es grandioso lo que han hecho 45añosde Revolución, a pesar del bloqueo, cómola gente ha aprendido a vivir, a abastecerseellos mismos de sus propias cosas. Yo digoque la atención que nos dieron allá no la te-nemos acá, porque acá hay muchos bichosque hay que corregir todavía. Y eso lo sé yo.

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Quizás no sea un gran político, pero las co-sas sí las entiendo claramente como son.

Cuando los médicos cubanos llegaron, lamujer me avisó. Yo quiero tanto a los cuba-nos…, siempre que estén con el proceso re-volucionario, porque si son gusanos no losquiero. Pero a los que están con este procesoy los que están con la Revolución de ustedes,yo me les puse a la orden. Y les dije ese día alos médicos: “Miren, estamos a la orden, sincondiciones. Esta es su casa. Hasta hoy yhasta mañana, y hasta que ustedes se vayan,y hasta que vuelvan otros, esta es una peque-ña embajada acá.”

Hay una doctora que se llama Xiomara,es de confianza. Pero a veces no acepta lo

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que yo le brindo, y por eso discutimos devez en cuando.

Mi operación en La Habana duró me-nos de diez minutos. Fue rápida y efectiva.Cuando me quitaron el parche vi las cosasque antes no veía.

Yo conocí personas que viajaroncieguitas, cieguitas. Conocí un señor jovenal que la mamá llevaba al baño. Venía yo sa-liendo y ella lo traía del brazo. A la señora,que no sabía cómo entrar al baño de loshombres, le dije: “Quédese afuera que yo lollevo.” Él se pegó al hombro mío, lo aco-modé, lo esperé y se lo devolví a su madre.Luego, a las nueve de la mañana de un día,cuando nuestros autobuses salían para elaeropuerto –pues ya íbamos de regreso– vi alhombre parado con su maletica. Estaba dis-tinto, porque el ciego tiende a doblarse. Yodigo que es para no caerse. El hombre estabaahora erguido, derecho. Aquello me llenó deemoción. Fui y lo saludé pero no se acorda-ba de mí. Luego supe que le habló de mí asu madre pero que no sabía quién era yo.Nunca me había visto. Él me conoció des-pués que lo operaron.

Yo tengo un deseo. Mire, antes de quetriunfara la Revolución yo sabía de ustedes

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por Radio Rebelde. Escuchaba un radiecitoclandestinamente. Esa es una revolución quese empezó a meter en el corazón y en lasvenas de muchos venezolanos. Cuando us-tedes ganaron yo corrí por los barrios aquíen Venezuela, en Puerto Cabello, con unabandera cubana. Entonces eso era delito.Mire, yo me enguerrillé, y una de las cosaspor las cuales lo hice fue para que mi paíssaliera adelante con una revolución. Y se mevan cumpliendo los sueños. No esperabaverla. Por mi madre que no esperaba verla.Es grande lo que está pasando. Y lo que vaa pasar, y lo que viene. Yo tengo 66 años, séque un día amanezco con los ojos mirandopara el techo, pero por lo menos ya estoy

Misión Barrio Adentro

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contento. Ah, no le había contado que enCuba me pusieron dientes nuevos. Ayer comíchicharrones. Mire, mire mis dientes... Pe-dir más sería un abuso.

LUIS RAMÓN SEQUERA FLORES, 66 AÑOS,MUNICIPIO INDEPENDENCIA, SECTOR 24 DE JULIO.

ESTADO YARACUY.AGOSTO 9/ 2004

Revolución Bolivariana: Para que perdure el fulgorde las miradas

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Regresar de las sombras

“Una nube blanca, eso era lo que veía.”Con un rostro de estreno, sonrisa al vien-

to, y el reflejo inequívoco de su regreso delas sombras, inicia el relato Narciso GómezGonzález en el patio de su casa, en la parro-quia Coquivacoa de Maracaibo, EstadoZulia.

Casi no podía salir a la calle, dondemás lejos llegaba era a la esquina…Imagínate, diez años perdiendo la vis-ta aceleradamente, tanto, que los últi-mos lentes me duraron apenas un mes.Los médicos me dijeron que padecía,desde hacía rato, de unas cataratasmaduras, y era necesario operarmecuanto antes… Eso se dice muy fácil, yfácil también se dice que devolverme

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un ojo me cuesta2 700 000 bolívares…

Demasiado paraun hombre al que lapropia discapacidaden la visión había pri-vado de su oficio detaxista y relegado a un

andar lento e inseguro por el hogar, hasta elpunto de llegar a conocer a las personas porla voz y aprenderse de memoria dónde esta-ban situados los objetos.

Cuando la desesperanza pretendía impo-nerse, enhorabuena Narciso escuchó hablarde una lista de personas aquejadas de catara-tas que pronto irían a operarse en Cuba.

Pudo anotarse entre los primeros, porquesu estado grave era del conocimiento detodos, particularmente del personal médicocubano-venezolano.

El 6 de julio me llamaron por teléfo-no para presentarme en el CírculoMilitar, donde radica la Coordinadorade la Misión Médica Cubana. Allí,después de examinarme otra vez, eloftalmólogo me sorprende al decir:“Usted debe hacer lo más rápido po-sible la tramitación de documentos, su

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pasaporte y el de un acompañante…para viajar pronto a Cuba y operar-se.” Y siguió hablando mientras yo mequedé boquiabierto por la inesperadanoticia. “La operación y la estanciason gratuitas, solo debe cubrir los trá-mites migratorios.”

Con la comunión de la familia, el dinero sereunió el mismo día. Una oportunidad asíno la podía dejar escapar. Ivón, su hija ma-yor, de 45 años, sería la acompañante.

Como si se tratara de un número demagia, en pocas horas estábamos enLa Habana. El recibimiento fue engrande, parecíamos una delegación delas Naciones Unidas. Luego las aten-ciones en la Universidad de las Cien-cias Informáticas (UCI) resultaronexcelentes. ¡Cuántos detalles!, en lasenfermeras, los médicos, los trabaja-dores sociales… Esas amistades gana-das las volveré a ver cuando en octu-bre vaya a operarme el otro ojo. Losdías vividos en Cuba se cuentan entrelo mejor que me ha pasado en la vida.

Nada de supersticiones, el martes 13 dejulio fue un día bueno, muy bueno para Nar-ciso, Ivón y toda la familia. Luego de una

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preparación adecuada, en apenas veinteminutos y con un profesionalismo reconoci-do, se resolvió un problema de diez años. Ter-minaba el mundo invisible para este hombre.

El miércoles 14, jueves 15, y los días su-cesivos fueron, mejores. Cada mirada deNarciso suponía descubrimiento. El más im-portante, el del equipo médico que desde sullegada, el 9 de julio, lo había tratado coninfinito amor.

Recuerdo que al quitarme la venda laenfermera Margarita, le dije: “Yo soyun hombre con suerte, porque despuésde muchos años sin visión, ahorita loprimero que veo es una bonita mujer.”

Otra mujer, más bella para él, OlgaChirino de Gómez, con quien lleva casado46 años, aguardaba en su casa deMaracaibo. Ella estuvo al tanto de todo.Gracias a la facilidad brindada en Cuba paraefectuar llamadas internacionales, los acom-pañantes del paciente pueden comunicarsecon sus allegados en múltiples ocasiones.

De los días del post-operatorio –todosde notable evolución– recuerda uno en es-pecial, cuando observó una algarabía inusualen la Universidad, y a las personas movién-dose hacia un mismo lugar. Había llegado

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el Comandante en Jefe Fidel Castro. Lamen-ta que debió conformarse con estar muyatrás. Pero por encima de todo, la visita lepareció un gesto grandioso.

“El presidente de la República estaba in-teresándose por unos enfermos venezolanos–expresa con asombro–. En otra ocasión elvisitante fue el embajador de Venezuela enCuba, Adán Chávez Frías.”

Por más que quiso ser discreto, la llega-da al barrio fue un acontecimiento. Tras elbeso y las primeras palabras para su queri-da Olga, no ha parado de contar a los veci-nos cómo son las cosas en Cuba.

La parroquia está más animada des-de mi llegada y la de otros enfermos.Le estamos tapando la boca a los quequieren romper tan buena iniciativade los gobiernos de Cuba y Venezuela.¿Será que a la oligarquía le con-viene un país de ciegos?

ESTADO ZULIA.AGOSTO 7/ 2004

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Quedó fina

Yo soy de Santa Inés, un pueblito en lasmontañas empinadas, cerca de la ciudad deCaripe, en el Estado Monagas. Tenía 34 añoscuando comencé a perder la vista. Asistí auna consulta que en ese tiempo valía 20 000bolívares y el doctor, al verme, dijo que metenía que operar. En su clínica costaba3 000 000 de bolívares y en el hospital, siponía el material, quizás resultaba un pocomás económico. Entonces aún veía del otroojo. El médico me dio su tarjeta por si deci-día operarme. Pero yo soy cero recurso.¡Dios mío! –dije– ahora ¿qué hago? ¿Quéhice? Quedarme así. No había otra solución.Recuerdo que caminé, lloré.Después de un año sin ver absolutamentenada de ese ojo, el otro empezó a nublarse.

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Entonces sí, desesperada llamé a mi hija.Ella me dijo que viniera para Maturín, aun operativo de consultas médicas. Estuvi-mos todo el día esperando, y como a lasnueve de la noche fue que me llamaron. Mediagnosticaron una catarata muy avanzadaen el ojo izquierdo y que pronto tampocoiba a ver del otro, iba a quedarme ciega... Sino tenía recursos nada se podía hacer. Has-ta un doctor dijo que trabajara para conse-guir el dinero porque la operación era muycostosa. A mí se me salieron las lágrimas.

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Un día ciego es una eternidad. ¿Qué iba ahacer yo, casi sin ver? Recuerdo que otromédico se ofreció a ayudarme con la loteríade Oriente, pero hasta ahí no más llegómi ilusión. Nos fuimos de allí muydesesperanzadas.Tiempo después fui al hospital donde noshabían prometido, después de muchas ges-tiones, que me iban a operar, pero al llegarme preguntaron: “¿Dónde están los mate-riales para operarte?” Y como no los lleva-ba, pues no había nada que hacer, hasta que

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por fin conseguí anestesia y antibióticos.Cuando llegué al hospital me entregaronotra lista de materiales, costaba unos600 000 bolívares. No los tenía y volví a deses-perarme, pero entonces mi hija Amarilis lla-mó al abuelo y fue él quien me ayudó. Dijo:“Yo como sea consigo ese material” y asífue. Entré al quirófano a las nueve de lamañana y salí a las doce del día. Después, eldoctor me dio recetas para que compraramedicamentos para el dolor y antibióticos.

Salí bien. Nos fuimos para Caripe. Cuan-do me quitaron la venda no veía nada, veíaborroso, entonces el doctor explicó que pocoa poco se me irían quitando las molestias,“Pero poco a poco –dijo–, porque ya la ca-tarata de ese ojo estaba muy avanzada...”pero la verdad, casi pierdo el ojo. “Dema-siado hicimos” –dijeron. Me dolía, me ar-día, era una botadera de agua. Volví a laconsulta tres o cuatro veces y luego, cuandome hablaron de la operación del otro ojo,volvieron a darme la lista inalcanzable. Se-guimos insistiendo hasta que nos agotamosde pedir, nos daba pena, y resignada: “Bue-no, ya agotamos todos los recursos.”

Un señor de Caripe que está con Chávez–es muy bueno y colaboró mucho conmigo

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cuando me operé de este ojo–, nos dijo quenos iba a ayudar y avisó de una jornada deconsultas en Caripe a la que fueron médicoscubanos. Él me hizo ver con un oftalmólo-go que se llama Butó, que es chavista, y esteme dijo: “No te preocupes Mary que ahorate vamos a operar nosotros y vas a quedarviendo bueno del ojo, si es necesario te va-mos a enviar para Cuba para que te operenallá.” Bueno, imagínate, cuando el señor quenos estaba ayudando dijo que íbamos paraCuba a mí me pareció imposible, no creíaen nada y dije: “No creo eso.” Pero mi hijase sonrió: “Sí, nos vamos para Cuba...” En-tonces, Orlando Arias –este señor que nosayudó mucho–, habló con Briceño, hizo milgestiones, y tengo que agradecerle, no sécómo le pago todo lo que ha hecho por no-sotros. Él mismo fue quien nos avisó, le dijoa mi hija: “Tienen que estar listas porqueparece que van para Cuba.” Yo no le creí aella cuando me lo dijo. Había pasado tantoy todo se me hacía tan difícil... Le decía queeso era imposible, que no confiaba en na-die, porque hasta entonces todo había sidopuro engaño, mentiras... También tenía mie-do de operarme el otro ojo y quedar ciegadel todo.

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En Caripe nos dijeron que teníamos queir a Aragua, a ver a los médicos cubanosque estaban allí. El señor Orlando Arias nostrajo. Nos vieron rápido. Había tanta genteque pensamos que saldríamos de allí en lanoche, pero no, todo fue rapidito. Hicimosuna colita y me vieron enseguida. La demorafue el autobús para venir a Maturín a sacarel pasaporte. Yo estaba llorando, porque ala vez de la emoción, tenía miedo. La gentedecía cosas de Cuba, y bueno, ahora me doycuenta que no son así. Allá, comentábamos:“Esto no tiene nada que ver con lo que nosdecían.” Lo vimos, lo vivimos. Aquí nos tra-tan como si uno fuera un bichito raro que lopisan. Allá nos sentimos como si fuéramos

Servicio de Optometría de la Misión Barrio Adentro

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dioses. Nos trataron tan bien, igualito, alláno hay diferencia con nadie, con la gente.Allá nos tratan igual todos los médicos, lasenfermeras, los trabajadores sociales, todos.

Cuando me fueron a operar yo pedí:“Diosito ayúdame a salir bien.” Había mu-cha gente en el hospital, un cinturón de gente,bien sentados, comoditos todos, y pensé queiba a salir tarde. Nos sentamos... y empe-zaron a llamar de a diez personas, de aocho, de a seis. Fui al baño, no teníamos nimedia hora de haber llegado, cuando sientoque me están llamando. Subimos, me dieronla piyama, eso fue rápido, y allí estaba la en-fermera, muy alegre, cantando y bailando ydándole ánimo a los pacientes. Entonces em-pezaron a dilatarme la pupila, después medijeron: ya estás lista, y pasé... pero estabanerviosa. Cuando me acostaron, el doctorme dijo “va a doler un poquito nada más,pero nada más. Bueno me dolió, yo dije:¡Ay!, y él me dice: “Ya está listo, párate.” yyo: ¿Qué?, bueno, ¡yo me pasé tres horasacá en Venezuela, cuando me operaron! ymi hija se sorprendió porque una enfermerale dijo: “Ya sacaron a tu hermana.” Creíaque éramos hermanas. Yo tengo 36 ahora y

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mi hija Amarilis 19... y bueno, me ayudaron avestir y pegó el ojo a dolerme muchísimo yse me pegó una tembladera que nos man-daron rápido para el apartamento.Llegamos, me pusieron un calmante y dor-mí toda la noche. Al otro día ya estabaespectacular, fina. Cuando fueron a quitar-me la venda, estábamos toítos ahínerviosos... me quitan la venda y veo claritoa la enfermera vestida de blanco. “¿Ves?” Yyo: “Veo perfectamente”. Mi hija me hizola misma pregunta: “¿Ves?” “¡Qué si no!,veo todo, veo de más, veo las caras!” Y em-pecé a tocar a mi hija, le tocaba el cabello.“Te veo bien” –le decía–, y estaba tan emo-cionada que se me salieron las lágrimas apesar de que me advirtieron que no podíallorar, pero estaba tan contenta, tan feliz, y larecuperación fue tan rápida, y andaba fina,eh, es algo que yo no puedo explicar. Volví anacer de nuevo. Había perdido las esperan-zas y bueno, gracias a Chávez y al PresidenteFidel soy una mujer completa, ya puedo tra-bajar... hacer algo. Antes lloraba, no comía,me entregué. Pero después le pedí a Diosy dije: “Yo tengo que tener fe, me voy aoperar y voy a ver otra vez.” Agradezco

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al Presidente Chávez y al Presidente Fidel,ellos son para mí unos dioses, yo he pensadomucho con mi alegría, en mi abuelita MaríaVerónica. Tenía 35 años cuando se quedóciega y murió con más de 80 envuelta enla oscuridad. Cuando la recuerdo, lloro. Notuvo en tanto tiempo la oportunidad que tuveyo. Si ella hubiera estado buena ahora, po-dría ir a curarse a Cuba.

MARISABEL BRITO, 36 AÑOS, SANTA INÉS, CARIPE.ESTADO MONAGAS.

AGOSTO 8/ 2004

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Un incendio en la memoria

Lo que Elvia María Rodríguez tiene en sucabeza es un bosque incendiado. Lleva con-sigo imágenes inconexas. Los pasajes de lovivido lo mismo se le descosen que se le unencaprichosamente. Tiene 72 años. Parió sietehijos. Pero ahora es una niña que transitacon pasmosa facilidad de la risa al lamento.Vive en el Estado Carabobo, municipio Va-lencia, Parroquia del Centro, en un barrioque se llama Atlas.

No deja de alisarse los cabellos con lasmanos. El médico cubano que la atiende porla Misión Barrio Adentro le pregunta si estáadolorida. Y entonces se acuerda de una tris-teza que solo ella entiende, y vuelve a llevar-se las manos a la cabeza y llora porque dicehaber perdido la memoria.

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Solo un recuerdo la hace sonreír: su pasopor Cuba y cómo le han mejorado la visión.Solo eso, por instantes, parece devolverle elsosiego.

—¿Quién la acompañó a La Habana?—Ñeñe. El señor de enfrente.—¿Cómo tenía usted la visión antes de ope-

rarse?—Yo no veía… Y veo. Me faltaban espe-

jos en el ojo… Yo no sé hablar…—Usted quiere decir lentes…—Lentes…—¿Y qué le hicieron?

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—Me operaron un ojo y me pusieron unlente dentro.

—¿Cómo era su vida antes de que le pu-sieran el lente en el ojo derecho?

—(Silencio prolongado. Se lleva las ma-nos a la cabeza.) A mí se me murió un her-manito y se me salen las lágrimas… yo loquería tanto…

—¿Cómo usted veía antes de que le pu-sieran el lente?

—No veía nada.—¿Cuántos días hace que la operaron?—Catorce.—¿Mejoró?—Yo veo clarito. A mí se me murió un

hermano y se me quitó la memoria.—¿Era su único hermano?—Sí. Era mayor que yo. Él me cuidaba

mis hijos. Y me hace tanta falta…—¿Está contenta con la operación?—Estoy contenta.—¿Cómo la trataron allá?—Me trataron bien. Me buscaron hasta

una dama de compañía y me trataban bien.—Elvia, ¿qué recuerda de Cuba?

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—Recuerdo que todos los amigos míosme acompañaban (los trabajadores socialesy las enfermeras). Ñeñe también.

—¿De lo que ve ahora qué es lo que másle gusta?

—Ya veo las llaves de la casa.En eso llega Ñeñe, Víctor Sergio Barrada

Palencia, de 49 años. Ganó su apodo desdela temporada de la inocencia, de cuando sumadre lo llamaba Ñeñe (de nené). En esosdías en que fue a Cuba para acompañar aElvia María, los cubanos también lo llama-ban así.

Fue él quien tuvo que hacer el viaje por-que “todo fue tan rápido” que no hubo tiem-po de avisar a los hijos de su vecina. Nuncahabía tomado un avión en su vida, y diceque todo fue “calidad, calidad”.

“Ella es la consentida del doctor Lázaro,un cubano” –cuenta él. Y en eso la anciananos enseña la crema para la rodilla que ledio el doctor. Dice Ñeñe que ella bailó allá enCuba, y la mujer lo interrumpe y estallaen una alegría inesperada: “De vaina no metraje un novio.”

Una calma espesa inunda la sala de coloresmarinos. De las paredes cuelgan íconos aje-

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nos a la vida de Elvia –es una casa alquilada.Vuelve a llevarse las manos a la cabeza peroya sin llanto. Ahora va de la risa a la risa.Ha dejado de hurgar intensamente en losvericuetos de su memoria y mira sin aver-gonzarse, con sus ojitos rasgados y grises.Se despide tranquila: “Estoy bien gracias aDios, a Chávez, a Fidel Castro y a SimónBolívar.” En algún momento mira de sosla-yo, casi con picardía, el manojo de llavesplateadas.

ESTADO CARABOBO.AGOSTO 8/ 2004

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La Colmena

Los cerros de Caracas son el corazón de lacapital venezolana. Lo dicen con orgullo y sen-tido de pertenencia los habitantes de estos pin-torescos parajes, a quienes el destino parecehaber tocado con la maldición de la pobreza,la ignorancia, la violencia, el olvido.

“Al recorrerlos, uno encuentra constan-temente gente buena” –afirma la doctoraBárbara Cruz Ruíz desde su experiencia, queya alcanza los diez meses de Misión BarrioAdentro.

En Buena Vista, callejón Zambrano delsector La Colmena, municipio Libertador,viven Régulo José Bastidas Valladares y suesposa Zoraida Beatriz Gudillo de Bastidas.

Cuentan que lo de “colmena” viene por-que desde su construcción, a partir de los

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más variados materiales, las casas estabantan unidas que semejaban un panal. Joco-samente, Régulo aclara que en 30 años allí,nunca lo ha picado una abeja. Su batalla hasido ardua. La vida lo ha privado del senti-do más preciado: la visión.

Lógicamente, el proceso fue progresivo,pero Régulo tiene marcado el año 1995como el momento en que el mal se hizo crí-tico. Los especialistas diagnosticaron reti-nosis pigmentaria, miopía y cataratas. Loincapacitaron para el trabajo y pasó a serpensionado.

Yo no veía hacia los lados, apenas te-nía campo visual. El bachillerato lohice entre 1990 y 1995 con mucha

Régulo es examinado por la doctora de La Colmena

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voluntad, porque a veces, de regresoa la casa, ya tarde, tropezaba con ob-jetos y me daba golpes.

Fue en una clínica de Altamira, Caracas,donde le explicaron que en Venezuela no seopera la retinosis pigmentaria. Por allí mis-mo escuchó que en Cuba tenía las mayoresposibilidades de detener la enfermedad, gra-cias a un método quirúrgico creado por undoctor y profesor de nombre Orfilio PeláezMolina.

Me tomé un tiempo, y en julio de 2003fui operado en la Clínica Internacio-nal de Retinosis Pigmentaria CamiloCienfuegos, en La Habana.

Pero sucede que la enfermedad, confabu-lada con el tiempo, continuaba haciéndolemucho daño. Viajó a Cuba de nuevo en enerode 2004, y esta vez se opera la catarata del ojoizquierdo.

Más recientemente, el 11 de julio, comoparte de la Operación Milagro, la cirugíatocó su ojo derecho en el hospital RamónPando Ferrer.

“Fíjate si valoro lo que han hecho pormí en Cuba que, si así no hubiera sido, yoestaría ciego” –agradece Régulo y afirma

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que en algo ha mejorado, se lo indica el he-cho de que ahora ve claro a la doctora Baby,quien antes le parecía más morena. “Debovolver en septiembre para continuar el tra-tamiento de la retinosis pigmentaria.”

A pesar de las adversidades, Régulo son-ríe; su espíritu muestra que no está derrotado.

Me he perdido fiestas, no he podidosalir todo lo que hubiera querido,pero tengo fuerzas y quiero estudiar.Hago gestiones para matricular uncurso de sistema Braille en Cuba. Noes que piense no volver a ver, peromientras, voy dominando oficios yeso me hace bien.Digo que para estudiar no importa laedad, además, solo tengo 52 años. Asíque también he pensado incorporar-me a la Misión Sucre y hacerme de unacarrera universitaria, quizás agente deAduana o licenciado en idioma Inglés.Toda la atención que ahora estamosrecibiendo hay que defenderla. Mu-chos de los vecinos de los cerros deCaracas están viendo por primera veza un médico, con la llegada de los co-laboradores cubanos.

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El matrimonio ha apoyado la MisiónBarrio Adentro desde el primer día en que,entre otras ideas, decidió sacrificar la mitadde la sala para convertirla en consultorio.

Lo que más me impresiona de losmédicos cubanos es el cariño con quetratan a las personas, sin importarlescredo religioso, ni posición social, niraza…

Zoraida enseña un álbum de fotos toma-das en Cuba. Régulo, conversador infatiga-ble, vuelve a la carga:

Esas fotos son de Pinar del Río y LaHabana. En mis viajes siempre meacompaño de un acordeón y unafilarmónica (toma esta última en las

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manos). Voy a entonar dos melodíasque son como los segundos himnosde Venezuela y de Cuba. Así hice enel Aeropuerto Internacional JoséMartí cuando me uní a un grupomusical que nos recibió.

Y en familia, todos disfrutamos de LaGuantanamera y Alma Llanera.

También recordamos que los cerros hi-cieron historia cuando la intentona golpistade abril de 2002. Sus pobladores no sopor-taron tanta injusticia y bajaron a restaurarel orden constitucional. El mensaje quedóclaro para los enemigos de la V República.

Tenemos que defender a Chávez y a laRevolución Bolivariana porque a no-sotros los pobres nunca nos habíantomado en cuenta.

CERRO ANTÍMANO, MUNICIPIO LIBERTADOR,CARACAS.

AGOSTO 11/ 2004

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Ya saluda

“Eso es que tiene más reales” –comenta-ban de Edwin Martínez Lobatón en el barrioIndependencia, en la Parroquia Madre Maríadel Estado Aragua. El muchacho pasaba ysolía contestar tarde o seguía de largo cuan-do alguien conocido estaba cerca y le hacíaseñas.

No era su culpa. Apenas distinguía a lolejos. Es algo que confiesa a la altura de sus26 años mientras su hermanita menor loobserva a través de unos espejuelos de grue-sos cristales.

Nació enfermo de la vista. Cuando tenía19 años todo se puso peor. Viajó a Caracasa hacerse unos exámenes y alguien le habló,vagamente, de la posibilidad de operarse. Si-guió haciendo su vida. Trabajaba arreglan-

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do motores en un tallercito de equipos elec-trodomésticos. Pero la posibilidad de vercomenzó a disminuir con las horas. Arre-glar lavadoras y “todo lo que enchufa” seconvertía para él en un ejercicio cada vezmás complicado. Meditaba mucho antes debrindar servicios a domicilio. No era fáciltraspasar el umbral de una puerta luego dehaber estado bajo el sol. Llegaba encandila-do de la calle, donde casi nunca reconocíalos pequeños accidentes del camino, y suretina tardaba mucho en acomodarse a laluz del nuevo espacio.

Como la medicina cubana es famosa–recuerda–, yo hablé con una doctoracubana, fui a una consulta, me llevaron

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a un oftalmólogo. Ella es especialistaen retina y me dijo que había esperan-zas. Y lo del viaje a Cuba fue algoinesperado.

Ahora, después que le han puesto un lenteintraocular en uno de sus ojos, “un espejo”como dice él, puede saludar y ha perdido elmiedo a cruzar las avenidas.

Una de sus hermanas, Karen MartínezLobatón, de 18 años, lo acompañó a operar-se. Ella es miope y le hicieron unos espejuelos“de montura”.

Dice la madre que su hijo lleva los ojosmás abiertos y está mejor de ánimo. Edwinconfiesa que perdió el hábito de leer luego desiete años sin poder mirar como los demás,pero quiere recuperar esa costumbre. En sucabeza los claros y sombras que antes eranuna pesadilla y hasta le impedían saludar, levan dejando espacio a la ilusión de leer bue-nos libros, como algunos de los que vio enCuba y quiere ir a buscar lo antes posible.

ESTADO ARAGUA.AGOSTO 7/ 2004

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Más de claro

La gobernadora del Delta Amacuro estácon la Revolución, y por eso, la primeraoperación de Delfín Arévalo Limada fuepagada por la gobernatura del Estado. Élestaba ciego y pudo operarse el ojo dere-cho en la vecina ciudad de Maturín, enMonagas.

Delfín y su esposa María Isabel viven enTucupita, lugar que nos recibe con sus in-tensos calores e historias sorprendentes.Hicieron el viaje a Cuba con el deseo de queDelfín mejorara, pues la visión del ojo iz-quierdo se le había ensombrecido mucho yya empezaban de nuevo las adversidades dela oscuridad. Tuvo que abandonar el trabajoy dejar de manejar, cuidarse de las salidas soli-tarias, de la caída de las tardes, y los tropiezos

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en la casa. Un día se decidió y fue a ver a ladoctora Tatiana, una cubana de la MisiónBarrio Adentro. Todo fue bien rápido, y deviernes a lunes ya estaban viajando haciaCuba.

Lo poquito que miré me gustó –con-fiesa–. Quedé nuevecito, ahora veomás de claro. Yo le puedo decir queestoy muy agradecido al gobierno na-cional por todo el apoyo que nos pres-tó, y al de Cuba por su gente, los mé-dicos, los trabajadores sociales, lasenfermeras, toditos fueron íntegroscon nosotros. Y aquí la gente ha res-petado mucho a los médicos cubanos,porque ellos se han dado íntegros don-

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de quiera que están laborando, la gen-te se ha beneficiado mucho. Con supresencia se han logrado cosas muybuenas que con los otros gobiernosnunca llegamos a tener. Antes todo eraderroche y olvido.

ESTADO DELTA AMACURO.AGOSTO 8/ 2004

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Diario de viaje

Pedro Antonio tiene la bondad del hom-bre de campo; lo dice su mirada, ahora res-taurada, su sonrisa, que parece no tener fin,su manera de hablar; también el saludo, con

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ese apretón de manos tan fuerte que des-miente los 76 años que afirma tener.

Creo que la alegría y el coraje han sidocualidades decisivas para salir adelante enla vida todas las veces en que la adversidadaparece y necesita una contrapartida fuerte.

Gracias a ese espíritu, no se achicó aladvertir cierta pérdida de visión hace unoscinco años, y le dijo a su esposa: “Negra,me está fallando el ojo izquierdo.”

Claro que tenía que buscar su apoyo desiempre, Cecilia, a quien lo unen 52 añosde matrimonio y muchos más de cariño, sientendemos sus juegos de muchachos, comobuenos vecinos, allá por Llano Grande, enel Estado Trujillo.

Supe que era catarata y hasta me de-cían que se eliminaba con una opera-ción fácil, pero todos los caminos seme cerraban; la plata que me pedíanlos médicos era inalcanzable y, paracolmo de males, cuando revisé no meaparecía el seguro médico que paguédurante tantos años.Ni haciendo una trampita pude resol-ver. Una amiga me llenó una planillaque justificaba tal contribución, pero el

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médico del seguro dejaba claro el cami-no de la solución: dinero en mano y nosvemos en la clínica privada.

Todas las noches Pedro Antonio RuzaManzanilla y Cecilia Méndez de Ruza ro-gaban a Dios encontrar la solución. Literal-mente había que esperar un milagro.

Y este llegó, justo para nombrar una delas tantas misiones que hoy día desarrollanlos gobiernos de Venezuela y Cuba. Pedro ymiles de personas aquejadas de cataratas ini-cian la cuenta regresiva de la enfermedad.

La ciudad de Maracaibo, cabecera del Es-tado Zulia, vive en este verano de 2004 todoun acontecimiento; centenares de pobladoresregresan de Cuba con buena vista, y esto mo-lesta a los interesados en mantener la pobrezamental de las personas.

Todo sucede como un relámpago: diag-nóstico, tramitación de documentos, viaje ala mayor de las Antillas… el milagro.

Aunque a uno le da roña contemplarque algunos mal agradecidos, escuáli-dos declarados, se benefician con esteprograma, es bueno que pase, para quevean el amor que anima a los cubanos.Yo no puedo ser así. Además de cha-

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vista, soy muy agradecido. Ahoracuando me encuentro con esos “gri-llos” que me hicieron mil historias ne-gativas de Cuba y de Fidel, tengo quedecirles en su cara mentirosos, porquetodo lo que he recibido de ese país her-mano es amabilidad.Es duro pero debo decirlo, tengo unhermano, Manuel Salvador, escuáli-do también, que por no reconocer lamaravilla de esta operación, ni siquierame ha llamado.

Pedro Antonio no podía tener mejoracompañante que su esposa Cecilia, quienconfiesa que la realidad cubana la motivótanto que ha seguido un diario desde la sali-da de Venezuela hasta los días de recupera-ción del paciente.

“Cuando uno vive lleno de preocupacio-nes y tiene la oportunidad de ir a Cuba, sesiente como en otro mundo.”

Así encabeza Cecilia los apuntes hechosdesde la mayor humildad, sin adivinar téc-nica narrativa alguna y con una ortografíaque confirma cuánta razón tiene el gobier-no bolivariano para impulsar múltiples pro-gramas de educación.

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Ella tiene mucho que contar porque “esteviaje ha sido una divinidad.”

Cecilia dice emocionada: “Esta historia,por impactante, hay que recogerla. Además,tengo muy mala memoria, y el hecho mere-ce la mayor exactitud.” Entonces nos mues-tra una de las páginas que ha escrito: “Lunes19 de julio: Salimos de Villa Cojímar.* Cru-zamos dos túneles para llegar hasta el hos-pital donde Pedro Antonio salió con unavista nueva… “Pienso terminar el diario conun poema de amor dedicado a Cuba.”

El mundo es chiquito –sostiene PedroAntonio–. Cuando Fidel y los rebel-des peleaban en la Sierra Maestra, yoestuve entre los venezolanos que apor-taron parte de su salario para la luchacontra Batista.

Ahora Cuba me devuelve el gesto, me de-vuelve la visión, y hace que yo me enamorede esa tierra y de su gente.

Saca un sombrero de Yarey traído comorecuerdo para sumar a la colección que po-see de esos objetos. “Solo que este –asegura–no será uno más.”

* Villa Cojímar: Escuela de Trabajadores Socialesde Cojímar, Ciudad de La Habana.

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Como un niño, desborda energías, por-que sabe que aún está a tiempo de hacermuchas cosas en la vida. Los últimos añossolo han sido a medio vivir, y ahora, contoda la razón del mundo, se siente en tiem-po de revancha.

Pedro propone un brindis en la despedi-da. Y una vez que los visitantes están encamino, les grita: “Gracias por venir a mirancho.”

ESTADO ZULIA.AGOSTO 7/ 2004

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Vista nueva

Los pobladores pensaron en llamar al lu-gar de una manera feliz y por eso en Furrial,Estado Monagas, hay un sector de casitashumildes que se nombra Mata Linda. Bajoun sol ardiente llegamos donde GelasioNúñez Barrera que tiene 66 años y vista nue-va desde que regresó de Cuba, tras operarsede cataratas. “Me gradué de la Escuela Téc-nica de Cabima y siempre fui supervisor, unprofesional, pero hace poco me rechazaronpor la edad.” Recuerda a su viejo, que eraobrero de taladro de la compañía petroleray tuvo que criarlos en una posición muypobre y sin la madre, que murió cuandoGelasio tenía solo tres años. “Algunos estu-diamos y otros no. De todas formas le agra-dezco a la vida; no me ha dado mucho, pero

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sobreviví” –confiesa haciendo un repaso desus días.

Antes de ir a Cuba, con gran esfuerzo,había conseguido operarse uno de sus ojos,pero la segunda intervención quirúrgica quedebía hacerse y que estaba pendiente desdebastante tiempo atrás se le hacía muy difícildebido al alto precio que hay que pagar, cercade 3 000 000 de bolívares. Cuando la doc-tora de la Misión Barrio Adentro les sugirióviajar a Cuba, no lo pensó dos veces:

Fue algo maravilloso, el viaje, las aten-ciones. Nunca había visto algo pare-cido: operar a más de cien personasdiarias. También tuvimos oportunidadde hablar con mucha gente allá, con los

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médicos que tienen un carisma especial,con los pacientes, con las enfermeras ylos trabajadores sociales, pero tambiéncon los de la calle, buhoneros, artesa-nos, y jóvenes. Mi señora está encan-tada, a Fanny le midieron la vista, lepusieron lentes y le arreglaron la den-tadura. ¡Imagínese usted su contento!Ella alejaba los libros para leer y yanecesitaba brazos más largos. Ahoraestá estudiando en la escuela deVuelvan Caras y en la Misión Ribasy haciendo un curso de promotora desalud. Ahora mismito estaba ahí en-frascada preparando un tema parauna charla sobre la importancia delas vitaminas.

Por senderos de flores silvestres, entrelas casas del vecindario, Fanny nos lleva adonde su mamá, la señora Antonia JosefaMedina, que cumplió 69 años el 31 demayo y ahora está estudiando otra vez.Antes solo había llegado al primer gradoy ahora cumple la segunda etapa de laMisión Robinson. La primera vez que seoperó fue gracias al Presidente Chávez,cuando Felicia Cabello, la madre del com-pañero Diosdado Cabello, organizó una

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jornada en el Furrial. A estas alturas yanecesitaba otra operación y estaba obli-gada a apoyarse en un junquillo y a ponercuidado en sus pasos por muy breves quefueran. De la casa al camino no distinguíanada, y de noche, se llevaba las cosas pordelante. Cuando su hija le habló de viajara Cuba, ella le dijo “pero si no tengo unreal”. Fanny le aseguró que no hacía fal-ta, que era algo que facilitaban los médi-cos cubanos. Después de la operación,cuando en Cuba le quitaron la venda delojo, enseguidita vio bien. “Lloré –nos dice,porque veía las letras. Antes tenía que usarunos lentes y me dolía mucho la cabeza ybueno, ahora veo clarito, clarito.” Por esoestá muy agradecida, a Dios y a su Presi-dente Chávez, “en mi vida –dice– ningúnpresidente se había acordado de los po-bres, bueno, de nadie –aclara–, solo seacordaban de ellos mismos”.

Luego asegura: “De momento una que-da sorprendida. Todavía estoy aquí y meparece mentira lo vivido.”

Fanny retoma la conversación:Cuba es un país muy culto. La cul-tura vale y el calor humano de lagente. Allí los médicos nunca faltan,

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no importa que llueva o no haya luz.Aquí no es así. Hace pocos días murióun niño en nuestra parroquia, apre-tado del pecho se murió, solito, allíen la medicatura, durante la noche,pues no había ningún médico. A ve-ces, cuando uno llega, le dicen: “Aquíno hay nada, llévelo a otro puestoasistencial.” En Cuba los médicos tra-bajan por puro corazón, y nosotrosestamos agradecidos del convenio denuestro Presidente con Cuba paraatender la salud.

ESTADO MONAGAS.AGOSTO 8/ 2004

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La fascinación de Iván

Todo el mundo le miraba la nube en el ojoizquierdo. Iván Antoni Pereira Rey, de 23años, se sentía perseguido por la impruden-cia y la curiosidad de los extraños. Sabía queen cada diálogo, el interlocutor se quedabacolgado de su “defecto”. Y vivía la pesadum-bre de estar como mal hecho. Ni sus ojosclaros, ni su tez tan limpia, bastaban parapasar como uno más.

En una panadería del barrio El Comba-te, Parroquia Miguel Peña, municipio Valen-cia, atrapaba la atención de los clientes. Allítiene su trabajo.

Padecía de catarata traumática. Yoempecé a perder la visión desde los diezaños por un pelotazo que me dieron.Insistí con los médicos hasta que tuve

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trece años pero ya después no fui másporque me decepcioné. Estaba resig-nado a no curarme.

Iván fue perdiendo la visión de su ojo iz-quierdo sin que nadie pudiera ayudarlo. “Es-taba trabajando en la panadería –recuerda–cuando los médicos cubanos llegaron hastaallí a tomar un café y se dieron cuenta de loque tenía.”

Cuando le dijeron de ir para Cuba no senegó, pero tampoco esperaba que los nue-vos médicos obraran el milagro que contra-decía lo que otros habían manejado comouna verdad inamovible. Tomó una decisióny ni siquiera tuvo tiempo de despedirse desu novia porque “todo fue muy rápido”: sefue a La Habana.

Después de operado tuvo que ver paracreer. Al liberar su ojo del vendaje descu-brió que el mundo y la luz comenzaban aentrar por una puerta que él suponía tapia-da para siempre.

No tenía ninguna posibilidad de poderver. Mañana hace quince días que estoyoperado. Por cierto, me operaron el 26de julio. Yo siento que ha empezado unanueva vida para mí, una nueva perspec-

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tiva, una nueva forma de ver las cosas.Ya por lo menos la gente no me miracon curiosidad; ya no hablan tanto demí por cuenta del ojo.Estoy feliz. No olvidaré el momentoen que me dijeron: “Tápate el ojo bue-no y trata de tocarle la nariz a la en-fermera.” Cuando logré hacerlo mequedé fascinado.

Cecilia Rey, la madre de Iván, se echóa llorar al descubrir que su hijo podía ver-la con el rabillo del ojo. Ella había vividoun verdadero vía crucis, obsesionada concomponerle el ojo al muchacho. Lo llevóa Caracas, y a los médicos del municipio deValencia. Pero todos le aconsejaban lo mis-mo: No hacer nada porque era inútil.

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Un día me cuenta mi hijo: “Mamá, mevio el médico y creo que hay esperan-zas.” Entonces yo lo senté y le dije queno se ilusionara porque él no iba a verpor el ojo enfermo. Me lo habían ase-gurado en Caracas, en una clínica muygrande. Lo acompañé a Cuba. Cuan-do llegué a La Habana me dijeron queél tenía el nervio óptico vivo, y quemientras el nervio óptico estuvieravivo había esperanzas. Y así fue,cuando se volteó y dijo que veía, yome puse a llorar. Ahora viene otraoperación que es la del rompimientode retina, en el mismo ojo operado.Hay que volver.

—Y el pobre Iván, disgustado…—Imagínese que dejó un montón de ena-

moradas allá.Así delata la madre a su hijo que sonríe

y fija sus ojos limpios, de un azul precioso,en el aguacero que desciende como si fueraa romper los oscuros tejados del pueblo.

ESTADO CARABOBO.AGOSTO 8 / 2004

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Reestrenar la vida

El descubrimiento ocurrió en una visita deterreno de la doctora Ivón, de la MisiónBarrio Adentro, allá en el reparto PlayónAlto, territorio montañoso del EstadoMérida. Desde luego, Jorge Clemente RivasTrejo, de 71 años, sabía de su padecimientode cataratas pero, en una suerte de resigna-ción fatal, se había prometido a sí mismono asistir más al Hospital Universitario deLos Andes.

¿Para qué?, si la historia se repite: vengatal día… vuelva… No ya para operar-me, sino por un simple examen me pi-dieron 70 000 bolívares. Desde enton-ces no volví.Son los médicos cubanos, con su ama-bilidad y profesionalismo, los que me

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han rescatado de la soledad. Sí, por-que estar ciego es como estar solo.

Aunque contaba con María Sabina, su com-pañera en la vida, Jorge Clemente se ha senti-do aislado y ha tenido que hacer dejacionesimportantes, entre ellas la de su oficio dejardinero. Eso le duele, porque si algo bellotiene la existencia es contemplar el color delas flores.

Seis hermanos muertos por enfermeda-des, que con tratamiento oportuno se hu-biesen curado, es otra marca visible en JorgeClemente.

El mayor de mis hermanos, de 75años, tan pobre como nosotros, estáconfundido por algunos y hasta hoyse niega a viajar a Cuba. Tengo queverlo y hablarle. Está sacrificando suvisión por un capricho o por hacerleel juego a los malintencionados.Soy atrevido, y en lo adelante lo serémás. Mi esposa y yo estamos matricu-lados en la Misión Robinson I. Yo casino he podido avanzar por mi limita-ción, pero ahorita es otra cosa. Dentrode poco escribiré mi nombre y leerénoticias de Cuba; esa tierra ya estáligada a mí.

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Mira cuantos beneficios: salud, educa-ción, cultura… Al Presidente Chávezhay que apoyarlo, porque lo contrarionos llevaría a complacer el egoísmo delos ricos y nosotros caeríamos de nue-vo en el olvido. Y eso no va.La recuperación va bien con el favorde Dios. Dentro de tres meses vuelvoa Cuba para operarme el otro ojo yenamorarme más de ese país.

Habla de cuánto debe hacer Venezuelaen materia de salud, pero lo hace con opti-mismo, pues sabe que en Cuba, miles decompatriotas suyos estudian Medicina enuna escuela latinoamericana. Ello confirmala solidaridad y el humanismo de los cuba-nos, seres que en los últimos tiempos le re-sultan bien cercanos.

Jorge Clemente junto a lasdoctoras cubanas Maritza e Ivón

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Después de operado, las visitas a la casapor parte de Ivón y Maritza, la otra doctora,se han vuelto más frecuentes. “Como ven,estoy muy bien cuidado.”

Los buenos ejemplos educan. Y eso tran-quiliza a Jorge Clemente y a Maria Sabinacuando aprecian tanta entrega en los cola-boradores cubanos e imaginan mañana amuchos jóvenes de esta tierra formadoscomo médicos no para llenar sus bolsillos,sino para velar por la salud de sus semejan-tes como percibieron en Cuba.

“Quiero hacer muchas cosas; reestrenar mivida –dice Jorge Clemente–. Creo que si tuvie-ra juventud también estudiaría Medicina.”

ESTADO MÉRIDA.AGOSTO 9/ 2004

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Para Cuba, la bendición

Se llama Ana Luisa Berrío Duarte. Acabade cumplir 35 años. Su temperamento ágil yactivo la hizo cruzar en breve el puente sobreel Lago de Maracaibo y personarse dondeestaba el periodista buscando historias inte-resantes sobre personas que ponen fin a esaafección oftalmológica nombrada catarata,un mal acumulado en Venezuela durante dé-cadas como consecuencia de la desatenciónde los gobiernos. Ahora los estragos de laenfermedad son grandes, algunos casos la-mentablemente irreversibles.

Ella sintió la necesidad de narrar su ex-periencia, de demostrar que más de una vezlos doctores fueron indolentes al minimizarla patología, e incluso, no hablar de operar

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cuando estaba madura (el camino más fácil),a riesgo de la pérdida total de la visión.

De todas las limitaciones que mecausó la enfermedad en los últimosaños, la que más me pesa es no haberpodido atender en sus estudios y otrosintereses a mis cuatro hijos de doce,once, nueve y seis años.No los podía ayudar desde el momen-to en punto en que tuve que abando-nar mi trabajo en un puesto de comi-da. Más allá de no garantizar la laborcon calidad, cada jornada, en la ida yla vuelta, tenía que atravesar la aveni-da Milagro Norte, aquí en Maracaibo,tan peligrosa que una vez por poco

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me atropella un vehículo y casi no meentero.Otras frustraciones han sido dejarmis estudios de bachillerato en el ter-cer año y más recientemente, no po-der cumplir las tareas de la batallaelectoral del Comando Maisanta alcual pertenezco.Pero eso es tiempo pasado; no me voya entristecer con las angustias vividas,porque vengo como de un sueño, deCuba, donde en materia de preocupa-ciones por el ser humano creo que nin-gún país le pone un pie delante.Allí la atención médica es cercana,gratuita y las 24 horas. Ese es el mo-delo al que debemos aspirar. Meimagino a mis hijos asistidos opor-tunamente ante cualquier mal de sa-lud y no relegados como nos ha pa-sado a millones de venezolanos enmuchos años.Barrio Adentro es un triunfo del pue-blo, tiene un alcance espectacular,porque va a la médula de la sociedadvenezolana y nos refleja con claridadcuánta fuerza debemos formar para

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disfrutar de servicios básicos de Sa-lud… y más.Sé que el reposo es decisivo para elresultado final de la operación, ypor esa razón soy más que discipli-nada. Quiero estudiar, retomar el ba-chillerato y seguir con una carrerauniversitaria. También quiero traba-jar. Para que los sueños de los pobresse hagan cosa cierta, debemos defen-der y mantener en el poder al gobier-no bolivariano.Para Cuba linda y buena, la bendición,con todos los deseos de prosperidad quemerecen esa tierra y sus habitantes.

Así expresa esta mujer, con la seguridad dequien ha encontrado una realidad excepcio-nal que no se cansa de poner como ejemplo.

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Lagrimero entrañable

Por unas vereditas de piedra, entramos aun patio cuyas matas de mango alivian elcalor ardiente de la tarde, con frescas brisasy rumor de hojas. Luego, penetramos alportal que circunda la casa, bajo los apla-nados techos de la parroquia.

Felipe Lemus Salazar había perdido to-das las esperanzas, estuvo años intentán-dolo, pero después desistió. Necesitaba2 500 000 bolívares para la operación decataratas y no había modo de conseguirlosporque, jubilado y pensionado, con solo247 000 bolívares de salario, cómo iba apagar dos millones y tanto. Así que cuan-do los médicos cubanos le hablaron de suviaje a Cuba para operarse, no lo podíacreer y recibió una fuerte impresión.

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Se acomoda en el respaldo de la silla ensu cálida casa, donde viven los médicos cu-banos Ernesto Ordoñez y Robin Rodríguez,que son como hijos. Felipe continúa su his-toria hablando despaciosamente. Dice quehabía ido perdiendo poco a poco facultadesimportantes, en breve tendría que dejar demanejar; en la calle debía prestar muchaatención al cruzar las avenidas, y en la casatambién era difícil y peligroso su deambularo su afán de hacer cosas. Durante toda lavida fue un hombre de trabajo y la perspec-tiva sombría de depender de otros le hacíaprofundamente infeliz. Fue marino, mon-tador, electricista, agricultor, chofer y, por

Felipe Lemus junto a los médicos cubanosy una de sus hijas

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último, camillero del hospital de Uyupar,donde se jubiló y pensionó. Hace muchosaños, alguien le regaló su pasaporte, masnunca había podido viajar, a pesar de que lodeseaba, y a la altura de sus 72 años ya loconsideraba un imposible.

Al llegar a La Habana, las incógnitas nose le despejaron hasta que pasó el chequeomédico, pues se decía: “Usted verá que porla diabetes, la hipertensión y el mal del cora-zón, me van a decir que no se puede”, perono sucedió así. Un equipo de ocho médicosestabilizó todos sus males y le comunicaron:“Ya estás listo.” De ese día solo recuerdaque no sintió nada y todo fue displicente,rapidito. Cuando le retiraron las vendas ledijo a su mujer: “Elena, veo clarito”.

De Cuba –confiesa– lo que más megustó fue la igualdad. Ustedes las mu-jeres no tienen a menos nada, lastrabajadoras sociales siempre tras deuno. Los médicos, si uno los ve lospara y: “qué tiene, qué tiene” –nosdicen–, y les respondemos: “no, nada,médico, una pregunta”, y las enfer-meras y todos igual, no miran porencima del hombro, sino muy campe-chanos. En 72 años que yo tengo, los

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nueve días que mejor viví los pasé enCuba. Vi cosas que aquí no se hacen.A mi señora le arreglaron la boca y ledieron dos pares de lentes para mirara las cercanías y las distancias. Yo notengo palabras para narrar nuestrocontento. Al despedirnos, las mucha-chitas (se refiere a las trabajadorassociales) se metieron con un lagrimerotremendo.

A Felipe los ojos se le llenan de lágrimas,trata de disimularlo, pero termina secándo-se con un pañuelo la emoción intensa delrecuerdo.

Estuvimos en La Habana y nos gustómás La Habana Vieja que la nueva,con las plazas y los edificios repara-dos, junto a los muelles del puerto. Yotengo el deseo de volver y si usted re-gresa pronto a Cuba, me le da salu-dos a mi presidente, que ya tengo tres:Dios, Chávez y Fidel.

ESTADO BOLÍVAR.AGOSTO 9/ 2004

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Oigo hasta por los ojos

Bienvenidos. Los recibo pobremente pero enmi casita bonita. Para mí es un placer muygrande que vengan aquí. Me siento muy con-tenta porque estoy viendo. Ya tenía ochoaños, mi‘jita, sinver, tullía de estaspiernas porque nocaminaba, y eneso me dicen en lafamilia: “Estánviendo unos doc-tores bien buenos,vamos para llevar-te.” Ahora vengode Cuba, ya veo ytengo las piernasbien buenas…

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hasta para caminar al mercado que hace tiem-po que no voy. A las nietas no las conocíacuando llegaban aquí. Estaba sentada en esasilla y me decían: “Ábreme la puerta”, y yoles gritaba: “¿Quién eres tú?”

Primero enfermé de artritis, y como alos tres años de estar enferma se me subíacomo una nube a la vista. Y me quedabasin visualidad. Me dije: qué va, cada díame estoy poniendo más peor. Tenían quellevarme al baño y sentarme y bañarme. Yqué felicidad tan grande ahora que yoveo…

Realmente noto la mejoría. Veo bastan-te, muchísimo. El televisor lo estoy viendoclarito, líquido. Antes no podía verlo ni oirlobien tampoco. Ahora oigo hasta por los ojos.Lo que tengo es que mejorarme bien y ha-cer todo lo que me dijeron allá. Yo no meveía, no me pintaba. ¿Pintarme para qué,para quedar como una máscara?

No me ponía ropa bonita. ¿Para qué? Sino sabía cómo me quedaba. Así estuve ochoaños. Antes aquí no me habían podido ha-cer nada.

Cuando me paré en Cuba y podía ver pordonde caminaba me dije: “Señor, qué hice.”Antes yo no sabía por dónde andar. Iba a

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hacer café y echaba el azúcar fuera de labolsa. Para poder ir al banco a cobrar te-nían que llevarme agarrada.

Mi familia ha llorado porque me vensana. Me tratan como si yo fuera una ar-tista. Vienen a preguntarme que cómo esallá, que cómo me trataron. Estos hijosmíos lloraron. Mi acompañante fue unavecina. A ella le sacaron una muela, lepusieron un collarín, salió como nueva.Todo se me dio de pedirlo tanto. Eso dellegar a una ciudad y que lo traten tan biencomo se trata a un niño… Las rodillas míaseran grandísimas y mírelas ahora.

El primer día de regreso, cuando llegué,a eso de las cuatro de la mañana, me dicemi hijo: “Mamá, pero te vas a quedar solaaquí…”, y le dije: “No importa, mi‘jito,déjame sola que son las tres de la madru-gada y por aquí no hay gente mala.” Meacostaron y apagaron la luz. Y cuando sefueron prendí la luz y vi las fotos, la casa,los muebles, fui hasta el baño. Con cuida-do me paré en la puerta y miré para la aveni-da. Me dije: “eso sí está bonito”. El color demi casa está precioso, y me dije también: “Ay,que triste es que uno no pueda ver lo quetiene.” Lloré mucho esa madrugada, sola, ahí.

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Yo no dormí nadita ni en el avión, nien el autobús en que me vine para aquí.Ahora quiero volverme para Cuba, paraestar por allá compartiendo con todos.Quiero operarme el otro ojo. Mire, esto fueuna lloradera la mía… Dice la doctora quesalí perfectamente bien. Si no hay sinceri-dad no hay nada, y si no hay amor no haynada, así que yo estoy muy contenta con lavenida de ustedes y con el señor allá enCuba: Fidel.

ANA ISABEL COLMENARES, 71 AÑOS.ESTADO ARAGUA.AGOSTO 7/ 2004

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Primera luz

No hizo falta palabra alguna de la niña, to-davía impresionada porque por estos díasse ha vuelto el centro de la Parroquia Ma-nuel Dagnino, en el Estado Zulia. Su rostroy su andar denotan cuánta felicidad le hallegado de repente. Todo es nuevo para ella:las figuras nítidas de mamá, papá, los her-manitos, la abuela, y los vericuetos del Ca-llejón San Roque, el sector donde vive.

Llegar hasta la casa de la pequeña supo-ne más de un guía y hasta cierta prepara-ción física. Pero se logra. En tiempo deconvalecencia, más bien de recuperación evi-dente, Daniela Vera Danies acaba de cum-plir cuatro años de edad.

Zafra, la madre, siente un tremendo ali-vio al dejar atrás la catarata congénita que

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desde bebita padeció Daniela, mal que ade-más le provocó estrabismo, ahora pendien-te de solucionar.

Para llegar hasta aquí, la joven de 26 añostuvo que sortear dos grandes obstáculos: elmayor, el económico. Ni siquiera memorizóla cifra que le pedían para operar a la niña;cómo hablar de millones si en el hogar hayque alimentar a otros tres infantes; el segun-do: los celos, prejuicios, incredulidad deDavid, su esposo y padre de la niña, quienen un primer momento se negó a que ellashicieran el viaje a La Habana. La necesariafirma del progenitor demoró algo, pero llegóal fin, porque este milagro de luz que hoytoca a miles de venezolanos pareceindetenible.

Ahora David no quiere hablar de ese pasa-je inicial; prefiere disfrutar el buen resultadode la intervención quirúrgica que va propician-do en Daniela una mirada cierta. Eso sí, coneconomía de palabras quiere dejar claro quesiempre pensó en un desenlace positivo… “por-que confío en los médicos cubanos”.

Zafra tiene la historia enredada en la me-moria; han sido cuatro años de sufrimiento,al ver la niña disminuida en sus juegos, con-versaciones, sueños.

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Tal vez llevados por el refrán de que vis-ta hace fe, los vecinos decidieron andar losirregulares caminos de la Parroquia para sa-ludar a la pequeña (primer caso de niño delEstado Zulia operado de cataratas en Cuba),comprobar la maravilla y darle un toque deesperanza a sus vidas, justo ahora que la Mi-sión Barrio Adentro se interna más en lasnecesidades de los hasta ahora olvidados.

De la estancia en Cuba, Zafra relata quetodo fue chévere, perfecto. El chequeopreoperatorio confirmó que la niña padeceuna estenosis pulmonar, pero ello no fueimpedimento.

He regresado muy motivada porque measeguraron que resolvería el estrabismo de

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Daniela en una segunda oportunidad, y yoquizá esté pidiendo mucho al gobierno y alos médicos cubanos, pero quisiera que cuan-do se pueda trataran a mi niño varón de ochoaños, que sufre de una distrofia muscularprogresiva (mal de Duchenne).

Especial, en los casos de operados de ca-taratas, es el momento en que al paciente lequitan la venda. Zafra cuenta que en ese mi-nuto la niña repetía una y otra vez: “¡Ma…ma… ma…!” –como acostumbra a llamarla,y con increíble desenfado reía como nunca.

Daniela junto a suspadres Zafra y David

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Entonces con ojos buenos de madre, másque satisfecha, vio la cara de la pequeñacomo una gran sonrisa.

“Me imagino a mi niña con un buen fu-turo” –expresa, mientras Daniela se pierdehacia su modesto cuarto, al parecer para or-denar algunos útiles escolares, pues estamañana le han recordado que en septiembrecomienza sus clases de preescolar.

ESTADO ZULIA.AGOSTO 8/ 2004

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Lo que Gladys no vio

Una réplica de la virgen de la Caridad,como esas preservadas por un cristalito yque un enjambre de vendedores mestizosofrecen al pie de la Iglesia del Cobre en lasafueras de la ciudad de Santiago de Cuba,parecía proteger la casa desde una esquinade la sala.

William Torrealba la trajo desde el ar-chipiélago hasta donde había llegado con sumadre Gladys Virginia Rodríguez de Torre-alba, de 52 años, quien casi había olvidadomirar las cosas de este mundo.

Ellos tienen su hogar en el Estado Aragua.Y allí, a los doce días de operada, estabaGladys Virginia junto a su hija Luisana y suesposo Pedro, el mismo que tiempo atrás laentusiasmó para que fuera a la isla.

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Alguien le había dicho que no había so-lución, que lo que tenía en los ojos era “unarroz con mango”. Siempre le hacía faltaun lazarillo para abrirse paso. Se le quitaronlos deseos de salir a la calle. Incluso llegó apensar que la vida no tenía sentido.

Otros le comentaron que su enfermedadtenía solución pero que la cura costaría nomenos de un millón y medio de bolívares,dinero que la familia no tendría ni siquieravendiendo empanadas, durante años, paratoda la barriada.

La desgracia había comenzado cuandoGladys Virginia, a eso de los 39 años, dejó

Gladys Virginia con sus hijos y su esposo

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de ver bien los contornos de las cosas. Des-pués de los 40 años la situación empeoró.Le operaron el ojo derecho en Maracaibopero a todas luces no había resuelto el pro-blema porque se caía por sus propios piesdentro de la casa. Casi no les veía el rostro asus tres hijos. Si intentaba cocinar, salía siem-pre muy triste y con alguna quemadura enel cuerpo. Las noches en que todo estaba“como boca de lobo” parecían llegar pararecordarle que era una mujer marcada porla fatalidad.

Luisana, la hija, había sufrido muchoporque la gente comentaba que Gladys Vir-ginia estaba “mona”, no quería saludar. “Aveces yo le decía: ‘Mami, mira un escalón’.Igualito se me caía, y me daba un sentimien-to horrible.”

Gladys rememora:Yo pensaba: Dios no me va a abando-nar; Dios tiene que ayudarme. Cuandome dijeron que tenía la posibilidad deir a Cuba lo dudé, sinceramente ledigo. Como hay tantos comentarios…Cuando la doctora me lo propuso yole dije: “Ay, pero para Cuba.”

—¿Qué le decían?

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—Decían que me iban a entregar arma-mentos para entrenar para la guerrilla…todas esas cuestiones. Mi esposo fue el queme comentó: “Si te dicen que vayas, ve.”

El día que me quitaron la venda despuésde la operación fue de una alegría tremen-da. Me pedían: “Estate tranquila, no te emo-ciones”, porque yo quería tantas cosas…

—¿Qué fue lo primero que vio?—Todo lo bonito que había en el consul-

torio allá en Cuba, las enfermeras, ese cari-ño. Yo digo que el cariño es el que ayuda auna a recuperarse tan pronto. Una vez quele quitan a una el parche ya no es solo escu-char. Ya podía decirme: Esta es la personaque me atendió. Y no identificarla solo porla voz, sino porque la estaba mirando.

—¿Qué encontró de la guerrilla?—De eso nada. A pesar de que me arre-

glaron la vista no vi nada de la guerrilla.

ESTADO ARAGUA.AGOSTO 7/ 2004

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Lluvia incesante

Para llegar donde estaba Feliciano Garcíahicimos camino por carretera desde Maturínhasta los Barrancos de Fajardo, un peque-ño poblado que vive del espigón que lo arri-ma al río Orinoco. Las dos horas paraembarcar el taxi en la chalana es el tiempode mirar las casas y las gentes. Más allá del

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cristal, una niña barre el entorno de su pues-to de ventas de aceites, lubricantes, líquidosde freno, y aguas destiladas; allí junto a losatriles improvisados está la hermana más pe-queña cuidando la mercancía, mientras laotra barre en círculos que no terminan nun-ca y no llevan a la escuela ni al bachilleratoy le hunden su tiempo y su vida allí, junto ala carretera y las colas de automóviles, ca-mionetas, gandolas y jeeps.

Un hombre joven se acerca ofreciendo ce-lulares, cargadores y estuches y nos adviertesubir las ventanillas –porque la espera es pe-ligrosa–; otro, borracho, desanda la fila ypide fuego; un anciano vende virgencitas detúnico blanco; una mujer carga sus dulces,caramelos y empanadillas, con la bandejaatada al cuello, un niño, con la cara pegadaal cristal, pide unos reales; otro, desde eldesamparo de su rostro sucio y los pies des-calzos, mira hacia fuera, su única esperanzaestá inscripta en la puerta de zinc desvenci-jada que se encuentra a su espalda: “VivaChávez”. Y allí, paradito en el umbral desus infortunios, observa el ir y venir de lostranseúntes, los vendedores, y los solda-dos de la Guardia Nacional y del Ejércitoque van y regresan de algunos días de pase.

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Antes de embarcar en la chalana, con labandera de Venezuela y la inscripción deCiudad Guayana en el mástil, los ojos lodetallan todo como para fijar en la retinaeste espacio recóndito y singular de la geo-grafía. Luego, la mirada se pierde en las pro-fundidades del Orinoco portentoso, que unoimagina temible si se enfurece o se desbor-da; pero ahora el río es gentil, sus aguasmansas se extienden por horizontes infini-tos y, dadivosas, llenan la red de buena pes-ca a un hombre que la ha extendido no mássubir a la chalana gimiente, con su pesadacarga de gentes y carros encima, que llegadespaciosa al otro lado de esa inmensidad.

La ciudad de Puerto Ordaz se alza en laribera opuesta a los Barrancos de Fajardo.Allí, en uno de sus barrios pobres vive Fe-liciano García, el anciano que visitamos asu regreso de Cuba.

A Feliciano le gustó siempre acercar suconuco al camino para que todo el mundo leviera. Viene de Sucre, donde nació hace yamás de 85 años, un 9 de junio de 1919. Tra-bajaba primero en el campo y luego fue cons-tructor en Caracas, Maiquetía y Valencia.

Hice diez hijos –dice–, pero ningunotrabaja un conuco. A mis hijos no les

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gustaba el conuco, ni yo quiero tam-poco el conuco para ellos, porque esmaluco, maluco, y me daba lástima quemis hijos fueran a trabajar así. Yo no,yo agoté toda mi fuerza laborando;pero aquí estoy, gracias a Dios.Yo veía claro afirmadamente, pero hacecomo cinco años comencé a perder lavista y a entrar en la oscuridad. Lleguéy le dije a la doctora cubana: “Estoyciego y sordo y ya usted me ve.”

Cuenta que le atendieron primero el malde los oídos y ahora se queja de los espejuelososcuros que no le dejan ver las maravillas quesus ojos ya pueden mirar y cuando le deci-mos que se los quite, que no hacen falta en lapenumbra sino cuando hay mucho sol, y

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la doctora le anuncia una próxima consultapara seguir su tratamiento hasta indicarle len-tes, dice pronto:“pues yo les agradezco el fa-vor” y se pregunta si será que nos caímos delcielo, como Jesucristo. “Yo todo se lo agra-dezco a mi Presidente que por él me pudeoperar”, y sonríe.

Cuenta Iris Pinel, una de las nueras deFeliciano, que él no tenía recursos paraoperarse y le pedían asistir a una clínica ypagar. El anciano se negó rotundamente,aunque tanteaba más que caminar porqueno veía nada. Contó que el viejo tiene hijos,pero están desempleados y las hijas tienenmuy poco para sustentar a sus propias fa-milias. Ella lo acompañó a Cuba para la in-tervención quirúrgica tras el aviso que ladoctora del Programa Barrio Adentro de LosArenales, les pasó de súbito, como una sor-presa.

Ni en sueños pensé hacer un viaje así.Estaba emocionadísima. Yo soy cató-lica, hasta lloré y le pedí a Dios, por-que no me le diera nada al viejito enel avión, pero él iba tranquilo y des-preocupado y se portó bien. Por el tra-to de la doctora y de los doctorescubanos aquí, estaba segura que al lle-

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gar nos iba a rodear puro Cuba. Yode veras me lo imaginaba así.

Y Feliciano agrega:Es un pueblo de amor, qué belleza degente, y se ve que no es un pueblo rico,son pobres, lo que pasa es que estántrabajando, trabaja todo el mundo allí.Ahora pienso vivir 115 años.

Y le pregunto por qué solo 115 y no 120,y me responde natural como es todo él:“Porque hasta ahí no más, mi‘jita, llega ellindero.”

A mí –confiesa Iris– me vieron la vista,me atendieron, me dieron lentes paraver de lejos. Tengo tratamiento para elcardiólogo y no lo llevé y me lo entre-gaban todos los días. Bueno, el viejitono se quería venir y en Cuba me decía:“Si así llueve, que no escampe.”

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Corazonada

El municipio Valera, Estado Trujillo, tam-bién tiene montañas. Le llaman la ciudadde las siete colinas por los siete cerros querodean la urbe. Pero se le conoce más comoLa Puerta de Los Andes, porque, según afir-man los historiadores, de ahí justamentepartió Bolívar muchas veces para librarcampañas en la extensa región de la cordi-llera.

El 2 de noviembre de 2003 ya forma partede las fechas importantes que celebran sus po-bladores. Ese día los galenos cubanos seadentraron en los llanos y las alturas de lasseis parroquias del territorio.

Entonces, María Polonia Rosales tuvouna corazonada. Más allá de la MisiónRobinson, para la educación, en marcha por

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esa fecha, los po-bres disfrutaríantambién de otragran riqueza: elcuidado de su sa-lud.

La intuición latuvo más por sus73 años que porobservar el ajetreode los colaborado-res de la mayor delas Antillas; no leera posible apreciar tal movimiento; nueveaños con cataratas hacían mella en su vi-sión de manera notable.

El tiempo se encargó de ensanchar elempeño de Barrio Adentro, por demás infi-nito. Una vez controlada la presión arterialy algunos de los males más frecuentes entrela población del lugar, mediante las habi-tuales consultas médicas y visitas de terre-no, se imponía asistir una patología que hacausado mucho estrago entre los venezola-nos en las últimas décadas.

Toda la etapa, antes de la colaboraciónmédica cubana, fue tiempo perdido. Séde mucha gente que integraron una

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lista de espera eterna, otros demoraronun mundo para mal operarse. Ahoratodo es tan rápido y formidable queconstituye un verdadero milagro.

La llamada de La Habana el jueves 15 dejulio tranquilizó a los tres hijos y seis nietosde María Polonia. La anciana había salidobien de la operación e iniciaba, con las pri-meras 24 horas y el destape del ojo, unanueva etapa en su vida, muy a tiempo a pe-sar de transitar su octava década.

Antes de salir, le había pedido permisopor poco más de tres meses a mi profe-sor de la Misión Robinson II. Por su-puesto que después me reincorporaréy no será la última tarea educativa.Como ven soy beneficiaria de los pro-gramas de Salud y Educación. ¡Quémás puede pedir un pobre!

Para opinar de los médicos cubanos es-coge los vocablos más primorosos. Dice queson: “gentiles, amables, excelentes.”

Y no solo el personal de la Salud–añade–, también los trabajadores so-ciales y todos los muchachos que tra-bajan en la atención de los pacientesvenezolanos.

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Mi optimismo no me deja alojar pen-samientos malos ni dudas absurdas.Que asegure el éxito de una operaciónde catarata en Cuba, y de una campa-ña de promoción de salud de las em-prendidas en nuestro país, no quieredecir que sea adivina. Eso sí, tengocorazonadas.

ESTADO TRUJILLO.AGOSTO 8/ 2004

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Felicidad

–¿Puede quitarse los espejuelos para verlelos ojos?

—Sí, mi reina, lo que usted diga.Felicidad Aguiar, de 59 años, desprende

en su respuesta toda la ternura de alguien aquien la vida, inesperadamente, le ha hechoun regalo.

Las demás mujeres de la casa contemplantímidas el diálogo. A Felicidad, por estos días,le queda muy bien su nombre. Toca las mon-turas de sus espejuelos oscuros y comenta:

Estoy orgullosa de tener un Presiden-te como Hugo Chávez Frías. Es elmejor de todos los que hemos tenido.Él ha tenido mucha piedad con noso-tros, sobre todo con los que no tienendinero para hacerse una operación.

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Sinceramente le doy las gracias. Allános trataron de maravilla. Esa gentees amorosa, cariñosa, yo le doy las gra-cias a Fidel, a todo el personal, a to-dos los doctores, a las enfermeras.

—¿Qué ve ahora que antes no podía dis-frutar?

—De todo, mi amor.Su hija Siliet Aguiar, de 39 años, perma-

nece atenta. El médico cubano Javier

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Herrera Acosta mira a la familia con cari-ño. Es él quien nos ha contado de un ancia-no que antes de ir a La Habana a operarsese hería los dedos de los pies mientrasguataqueaba en su huerta. “Hay, mi‘jito, yapodré ver lo que haga con la tierra, ya nome dolerá” –confesó tiempo después de re-cuperarse.

Siliet no ha querido tomarse una fotogra-fía, y le pide a su hija que ocupe el lugar jun-to a su abuela. Es cierto que no está comopara ir a un baile, pero tampoco tiene maltalante. Nadie la convence de eternizar su es-tampa: “Venga” –le dicen–. Y ella: “Así no.Después Fidel dice que qué mujer más fea.”

ESTADO YARACUY.AGOSTO 9/ 2004

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Fin de la desesperanza

Todas las puertas se me cerraban,el tiempo pasaba y yo veía una som-bra no más. Reconocía a las perso-nas por las voces. El panorama erauna invitación a la desesperanza.Valga que uno no se da por vencidoy lucha con fe.

Así se presenta Edelmira del CarmenVillarreal Gutiérrez, paciente de cataratas,del Estado Trujillo, para resumir todo eltiempo de desengaño vivido antes de laOperación Milagro puesta en práctica porlos gobiernos de Cuba y Venezuela.

Eso de decirte de un día para otroque vas a viajar, y tener que hacer lasmaletas corriendo, era una buena

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profecía frente al mal de cataratas quetanto nos ha golpeado.

El regreso de Edelmira fue la confirma-ción. La vecina María Segarra, su mejoramiga, sintió el ruido del motor de un bus aeso de las cinco y media de la mañana. Ima-ginó que era Edelmira de vuelta al hogar, yno se equivocó. Pero le pareció muy tem-prano para visitarla. Al cabo de la hora nopudo resistir la tentación y le tocó a la puer-ta para charlar sobre Cuba y la operación.Quería tener la primicia de las vivencias dela amiga en La Habana.

En medio de un silencio casi total,Edelmira explicó los pormenores del viaje,cómo fueron bienvenidos en el aeropuerto,

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luego en un centro estudiantil, el paso fugazpor el hospital Ramón Pando Ferrer para laintervención quirúrgica de su ojo izquierdo,los días del post-operatorio, y la tremendaencrucijada que viven los pacientes entrequerer realizar acciones de las que ya se sien-ten capaces, y, al mismo tiempo, guardar lalógica disciplina que exige el reposo para surecuperación.

Apenas habían transcurrido unas horasy ya tenía para contar acerca de la especialsensación de quien viaja en breve desde elmundo de la incapacidad a la comprobaciónde ser útil.

Eso experimenta Edelmira, y no puede serde otro modo: con 56 años y una energía tanabundante, quiere participar en las muchasoportunidades que ofrece hoy el gobiernobolivariano.

“Ya era hora de que los pobres tuviéra-mos participación protagónica en el desarro-llo de la sociedad.”

Además de María –quien ganó la primi-cia al hablar con Edelmira–, en los días su-cesivos a su regreso, pasaron por la casadecenas de amistades, entre ellas niños que,si bien pequeños, están conscientes de lastransformaciones que vive el país.

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En Venezuela, como diría el trovador,el tiempo está a favor de los pequeños,quienes en la historia de todos los días sevan haciendo cada vez más grandes.

ESTADO TRUJILLO. AGOSTO 8/ 2004

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El mejor espejo

Neida Gisela Guerrero de Fernández yCríspulo Guillermo Fernández nacieron elmismo día, el mismo mes y el mismo año.Fue el 10 de junio de 1952. Al conocersequisieron seguir teniendo coincidencias, se-guramente no pactadas, pero de esas que en-tran como un tajazo eterno en la memoria ylos sentimientos: Se casaron hace 33 años ala misma hora, el uno con el otro. Y fueronpadres en el mismo instante.

Lo otro grande que hicieron juntos fueviajar en avión, por primera vez en sus vi-das, para llegar hasta Cuba. Cerraron laspuertas y ventanas de su humilde casita conparedes del color de la tarde en el EstadoAragua, municipio Girardot, para rescatarla mirada de Neida.

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“Antes no veía nada –cuenta ella en lasala de su casa, al regreso del viaje–, yo te-nía un defecto de nacimiento en el ojo dere-cho. Y por el que me entraba bien la luz mesalió una catarata. Estuve casi ciega un año.”

Recuerda que empezó a ver solo unanube y fue penetrando en una oscuridaddesesperante. Críspulo la sostenía y la lle-vaba a todas partes, nunca muy lejos, y leleía cualquier papel del que ella necesitaraestar al tanto. Un miedo inconfesable la es-tremecía al cruzar alguna calle y, salvo suhombre de toda la vida, muy pocos sabíanque los rostros de las personas que la salu-daban aparecían ante su mirada como mue-cas, como acechos deformes. “Ay Diosmío…” –pensaba ella.

Una doctora cubana me vio y me dijo:“Tienes que viajar para Cuba.” Yo ledije: “Doctora, no tengo medios paraviajar.” Me respondió: “Tú no vas apagar absolutamente nada, solo bús-cate un acompañante.” Y mi esposome llevó.

Así habla Neida con sus gafas oscuras,a doce días de operada. Ahora asegura ver“perfecto”, “me puedo movilizar y todo”.

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Y siente gusto cuando barre el suelo esmal-tado de su casita o lava la ropa de los seresqueridos. Ha vuelto a leer, costumbre a laque había renunciado.

Críspulo puede contemplarla hundida ensu maravilla. Si quiere puede verla a travésde los espejuelos que le han dado en LaHabana, luego de un chequeo que descubrióen él una insuficiencia visual.

—¿De las cosas que ve ahora qué es loque más disfruta? –indagamos con ella.

—Mis hijos, mi casa, mi esposo… mi fa-milia, los que han venido a verme.

—¿Ha descubierto algo especial al dejaratrás un año de penumbras?

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—Hacía tiempo que no me veía. Me aso-mé al espejo, y, bueno, veo que estoy másvieja.

Críspulo sonríe. Parece no haber escucha-do las palabras de su mujer. Él es el espejo alque Neida puede asomarse y descubrir queno le ha salido una sola arruga.

ESTADO ARAGUA.AGOSTO 7/ 2004

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Trino

A Clarista David le entraron nubes azuladaspor los ojos, y todas las santas tardes de susdías eran un temporal. La cabeza le pesaba,le retumbaba con un dolor persistente y nodistinguía bien en medio de tanta neblinosa

Clarista David junto a su esposo Luis Salvador (extre-ma derecha) sus hijos, y sus nietos, todos indios waraos

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realidad. No le veía los ojos a Luis Salva-dor, su amor de tanto tiempo, ni los rostrosde los cinco hijos y los veintidós nietos quela vida le dio como una bendición. Cuandocaía la luz solo atinaba a sentarse en la de-solación de sus sombras y a llorar, llorar in-terminablemente, sin esperanza de alivio, ode que terminaran sus penas.

En la Venezuela del Oriente, en el cami-no a Tucupita, la capital distrital de la re-gión del Delta Amacuro, la llanura esinmensa. Aparecen ante la vista los fugacesríos, las curiaras –esas canoítas de aquí, tanalargadas y ligeras, con la hidalguía del leñoconque fueron hechas; que parecen a puntode naufragar y sin embargo se deslizan se-guras y veloces–, y las techumbres de los ran-chos de los waraos o “gentes de las canoas”,con sus pilotes firmes en las aguas.

Samuro está aún más lejos, y es uno delos pueblitos que se adosan a la ribera decorrientes numerosas, desbordantes: ora apa-cibles, ora crecidas y turbulentas. La carre-tera se estrecha hasta parecer una sola senda,y la vegetación, espumosa y restallante, estáen el verde a uno y otro lado del sendero, enun paisaje crepuscular de luces rojizas e imá-genes sepias. Allí, en una pequeña casa con

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paredes de ladrillos sin repello y adobe rudo,vive Clarista, una anciana de 72 años, quenació de la unión entre una china y un vene-zolano guaica. A ella la educaron unos mon-jes católicos. Luego conoció al joven que hasido su esposo y habla bien el inglés porqueantes trabajaba en Guayana. Luis Salvadorhabla un poquito de muchas lenguas, inglés,warao, aruaco, caribe, y castellano, es élquien nos trae de vuelta las sensaciones yemociones de Clarista, y sus palabras de re-gocijo porque con el viaje a Cuba se le hanborrado los dolores y las angustias.

Ella no comprende lo que hablamos. Casicon una reverencia, responde en inglés a algu-nas preguntas y repite jubilosa: “Cuba boni-ta, gente bonita.”

Cae la tarde mientras conversamos. Des-de la puerta, dos niños –con el pelo tan ne-gro como la profundidad de su miradapaciente– observan a su alrededor sin asom-bros; otros dos, se esconden en la habita-ción contigua y solo asoman la cabeza derato en rato, sin mostrarse y mostrándose ala misma vez como jugando con la visita queha irrumpido en el trajín cotidiano de lahumilde casa, ... Una señora cocina arepasy el humo y el calor se expanden por la

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habitación donde otros entran y salen, y losniños escuchan sin acreditar aún nuestra pre-sencia.

Clarista lleva el pelo negro ceñido atrás,y los esfuerzos que ha hecho en esta vida lesurcan el rostro y le agrieten la piel. Lasmanos recogidas al pecho sobre la blusagastada y blanquísima, como quien no quierecreer aún que sus ojos ya están despejados,como si las nubes se hubieran desvanecidode una sola vez.

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Y aunque sigue siendo tan pobre comosiempre, Luis Salvador la sabe afortunadaporque, gracias al convenio, ha tenido laoportunidad de operarse en Cuba. Lo afir-ma él, que la vio llorar sin consuelo todaslas tardes durante cinco años y ahora: “Nohace más que cantar y cantar.” Pedimos aClarista que entone una de las canciones queaniman su corazón y ella, de los antiguostiempos de su infancia, cual un pajarito delmonte, eleva el tono en un rumor deliciosoque recuerdo como la primera canción gra-bada en la historia, cuando, en 1877, Edisonpresentó esa maravilla de guardar voces yescribir sonidos que fue el fonógrafo. Y así,con su voz portentosa de viejita enamorada,Clarista comenzó el trino: “Mary had a litlelamb…”

ESTADO DELTA AMACURO.AGOSTO 8/ 2004

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Índice

Puros colores / 11Cálido chocolate / 16

Montaña adentro / 22Ver divino / 27

Pintar sin monturas / 31Niña / 35

Rocío / 39Habla Luis / 43

Regresar de las sombras / 49Quedó fina / 54

Un incendio en la memoria / 63La Colmena / 68

Ya saluda / 74Más de claro / 77

Diario de viaje / 80Vista nueva / 86

La fascinación de Iván / 91Reestrenar la vida / 95

Para Cuba, la bendición / 99

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Lagrimero entrañable / 103Oigo hasta por los ojos / 107

Primera luz / 111Lo que Gladys no vio / 116

Lluvia incesante / 120Corazonada / 126

Felicidad / 130Fin de la desesperanza / 133

El mejor espejo / 137Trino / 141

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