Volek, Emil (1985) - Metaestructuralismo. Poética Moderna, Semiótica Narrativa y Filosofía de Las Ciencias Sociales

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    E m i l V o le k

    ^m

    M E T A E S T R U G T U R A U S M O

    POÉTIC

    MODERNA SEMIÓTICA

    Y

     FILOSOFÍ

    DE LAS CIENCIAS

    N RR T V A

    SOCI LES

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    I

    Emil Volek

    ' METAESTRUCTURALISMO

    Poética modern a, semiótica narrativa

    y filosofía de las ciencias sociales

    EDITORIAL FUNDAMENTOS

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    Cubierta: C arlos del Giudice

    © EmilVolek, 1985.

    © Derechos reservados para todos los países de habla española por Editorial Fun

    damentos, Caracas, 15. 28010 M adrid.

    Tfno. 419 96 19.

    ISBN: 84-245-0430-5.

    Depósito L egal: M-38.321-1985.

    Impreso en España. Printed in Spain.

    Impreso por Técnicas Gráficas. Las Matas 5. 28010 Madrid.

    Todos los derechos reservados. La reproducción de cualquier apartado de esta pu

    blicación queda totalmente prohibida, así como su almacenamiento en la memoria

    de ordenadores, transmisión, fotocopia y grabación por medios electrónicos o me

    cánicos de reproducción sin previa autorización de la editorial.

    A la memoria de mis padres

    \

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    El mundo es sólo un medio casual

    de nuestra im postergable misión.

    Emanuel Rádl

    Un coup de des jamáis n'abolirá le  hasard.

    Stéphane Mallarmé

    «Wahrheit» ist somit nicht etwas, das da

    ware und das aufzufinden, zu entdecken

    ware, sondern etwas,  das zu schaffen ist

    und das den Ñamen für einen Prozess abgibt...

    Friedrich Nietzsche

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    Í N D I C E

    Introducción 11

    La actividad metaestructuralista: Una fenomenología postes-

    tructu ralista postideológica 17

    Paradojas del Formalismo Ruso y de su herencia 49

    El lenguaje coloquial en la estructura narra tiva: Hacia un

    modelo nomotético del discurso, de los estilos funcionales

    y del discurso narrativo 95

    I. Introducción 95

    II .  Nivel linguo-estilístico 97

    III.

      Función literaria del lenguaje coloquial 110

    IV. Nivel de estructura narrativa : tipología 113

    V. Nivel de estructura narrativa: descripción 122

    Los conceptos de «fábula» y «siuzhet» en la teoría literaria

    moderna: Hacia la estructura de la «estructura narrativa» . 129

    I. Fábula y

      siuzhet

      en el Formalismo Ruso 129

    II .

      Fábula y

      siuzhet

      en la crítica angloamericana. 133

    III.

      Fábula y siuzhet en

     las

     corrientes estructuralistas. 135

    IV. Hacia una definición estructural de fábula y

    siuzhet  147

    Pedro Páramo y la búsqueda de modelo universal de la histo

    ria   (story, récit)  161

    Postscriptum  a fábula, siuzhet e historia 185

    La carnavalización y la alegoría en   El mundo alucinante de

    Reinaldo Arenas 191

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    Una apertura hacia el metaestructuralismo: Apuntes a la

    filosofía y a la metodología de la teoría literaria y de las

    ciencias sociales 217

    I. Introducción 217

    II.   Un marco más amplio de la teoría literaria ... 219

    III.

      El nivel fenoménico: La  différance y la Escuela

    de Praga 222

    IV. Los niveles sistémicos 242

    V. El nivel nomotético 246

    Referencias bibliográficas 263

    I N T R O D U C C I Ó N

    Los ensayos reunidos en este volumen afrontan; desde varias

    perspectivas, la crisis en que se encuentra la teoría literaria estruc

    turalista y postestructuralista actual, y las ciencias sociales en gene

    ral.

      En especial, están puestos en tela de juicio los fundamentos

    filosóficos y metodológicos de la poética moderna, iniciada fecun

    damente por el Formalismo Ruso bajo la bandera de la lingüística

    en la segunda década de este siglo. La crítica radical a que está

    sometida la poética se extiende necesariamente a la propia base de

    las ciencias sociales, a sus objetivos y métodos tal como fueron

    delimitados frente a las ciencias naturales al final del siglo pasado.

    Entre los dominios literarios nos concentramos en la semiótica

    narrativa. Lo hacemos porque ésta ha sido el campo trabajado con

    más consistencia desde los comienzos de la poética moderna. En

    los últimos veintitantos años, el estructuralismo —siguiendo los im

    pulsos renovadores de Vladimir Propp, Claude Lévi-Strauss y Noam

    Chomsky— se ha dedicado casi exclusivamente a la narratología

    y la ha convertido en una piedra de toque de su actividad teórica y

    crítica. De este modo, la narratología estructuralista muestra más

    claramente que cualquier otro dominio de la poética tanto los con

    siderables aciertos como también las no menos considerables limi

    taciones —cierto desenfoque y cierta primitivización— inherentes

    a sus propuestas teóricas y a los métodos específicos que elabora.

    Pero nos concentramos en la semiótica narrativa también por

    que creemos en la unidad del espacio en que operan los géneros

    literarios. Entre éstos, la narrativa posee la estructura más compleja

    y marcada y, por tanto, facilita establecer modelos de ciertos aspec

    tos importantes de la estructura literaria   como tal  (por ejemplo, el

    «narrador», la historia narrada, el repertorio de los medios discur-

    11

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    sivos,

      etc.). Estos modelos luego permiten «medir» los aspectos

    correspondientes también de los otros géneros literarios (como el

    drama, la lírica y el género expositivo), aunque estos aspectos se

    presenten en ellos, por lo general, en forma neutralizada (por ejem

    plo,  el «narrador» en el drama; la historia en la exposición o en la

    lírica) o en forma menos compleja (por ejemplo, el «narrador-

    hablante lírico, etc.).

    En la narrativa, en concreto, tomamos los conceptos clave pro

    puestos o dilucidados significativamente por el Formalismo Ruso

    (como  skaz  —o sea, la narración coloquial—, o fábula y siuzhet)

    y por el postformalismo bajtiniano (la carnavalización), y los replan

    teamos radicalmente (por ejemplo, el  skaz  a partir de un modelo

    universal del discurso y del lenguaje coloquial), o seguimos sus

    avatares a través de toda la narratología moderna con el fin de rede-finirlos dentro de una nueva semiótica narrativa (aquí, en especial,

    fábula y siuzhet),  o examinamos su valor heurístico en una novela

    neovanguardista hispanoamericana, en confrontación con la discu

    tida —y discutible— definición de la literatura —la llamada  litera-

    riedad— inveterada en la poética m oderna también a partir del

    Formalismo (así en el caso de la carnavalización).

    De esta manera, el volumen ofrece, entre otras cosas, una pro

    funda revisión de los principales aportes del Formalismo Ruso y de

    su herencia en la poética moderna.

    Sin embargo, el marco referencial de nuestro trabajo rebasa deci

    didamente el del Formalismo Ruso, lo mismo que el del estructura-

    lismo y del postestructuralismo. Es porque el examen de los aciertos

    y de las deficiencias de la poética moderna nos ha llevado a la

    necesidad de un planteamiento más radical. Así, poco a poco ha ido

    emergiendo el

      metaestructuralismo.

    El metaestructuralismo, tal como lo proponemos —como una

    concepción metateórica

      su i

     generis

     de todo el dominio del quehacer

    literario y crítico—, aprovecha y retiene todas las conquistas fecun

    das del estructuralismo y del postestructuralismo. De este último,

    en especial, el «descentramiento» de la topología estructuralista y la

    crítica de la hermenéutica tradicional, reduccionista. Sin embargo,

    estos aportes del postestructuralismo fueron anticipados claramente

    ya hace medio siglo por la Escuela de Praga y, más recientemente,

    en lo que se refiere a la lectura o interpretación, también por la

    Rezeptionsaesthetik  alemana, para la cual, a su vez, la Escuela de

    Praga fue uno de los impulsos principales. El estructuralismo pra-

    guense fue, al lado del Formalismo Ruso, otro importante punto de

    12

    arranque de nuestro incipiente proyecto. La construcción de mode

    los para los objetos complejos, dinámicos, estructurados a partir de

    una multiplicidad de dimensiones heterogéneas, y la nueva teoría

    de la lectura, ni reduccionista ni indeterminista, que asume las suce

    sivas recepciones de la obra como una parte integrante de su estruc

    tura semiótica, pero que busca también apoyos objetivos para esta

    blecer el potencial semántico, característico de cada obra, son los

    temas fundamentales abordados por los trabajos de este volumen.

    Incluso creemos que el éxito y la renovación de la poética y de

    las ciencias sociales dependen de la solución satisfactoria de estos

    problemas.

    Al comienzo de la poética moderna, la limitada lucidez de los

    modelos lingüísticos puso la investigación en el camino correcto;

    ahora, sin embargo, ya es tiempo de afrontar los temas y los tipos

    de objetos que quedaron desenfocados por esos modelos simplemen

    te porque son mucho más complejos y mucho más difíciles de con-

    ceptualizar que ciertos estratos del lenguaje que sirvieron de modelo

    al estructuralismo (en especial, la fonología).

    Por la crítica de los planteamientos —de los lenguajes— del

    Formalismo, estructuralismo y postestructuralismo, el metaestructu

    ralismo se propone como una especie de

      metateoría. A

      su vez, esta

    metateoría no es sólo crítica, sólo «negativa», sino que llega a esta

    blecer su propio marco referencial. Este marco rebasa las prácticas

    usuales en las ciencias sociales y las aproxima, por su modo de

    operación, a las ciencias naturales, sin incurrir en ninguna identifi

    cación simplificadora de ambas. La teorización desarrollada en el

    presente volumen encaja en las discusiones actuales suscitadas por

    el postestructuralismo y por las búsquedas postideológicas, y ofrece

    un aporte original y cuidadosamente argumentado a partir de la

    revisión de las principales escuelas de la poética moderna y de la

    filosofía de la ciencia contemporánea. El metaestructuralismo se

    propone, por tanto, como

      un tipo de fenomenología postestructura-

    lista postideológica.

    Los ensayos reunidos en este volumen se originaron en diálogo

    con la literatura moderna (véase E. Volek, 1984), con la historia

    de la poética contemporánea y con la tradición de la estética euro

    pea. Los tres dominios se intersecan íntimamente y crean, en con

    junto,

      el espacio del arte moderno y de su conceptualización teórica

    y filosófica. El «Formalismo Ruso» fue uno de los ensayos semi

    nales;

      el boceto original constituyó la introducción a una antología,

    13

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    todavía inédita, de dicho movimiento y formó parte de nuestra tesis

    de postgrado de estética (E. Volek, 1973). «El lenguaje coloquial»

    apareció, en inglés, en la revista

      Dispositio.

      El texto original de

    «fábula y siuzhet» se publicó, en alemán, en Poética  y la parte limi

    tada al Formalismo Ruso fue recogida en el volumen de conjunto

    Lingüística y literatura. Pedro Páramo  se separó de «fábula y siuzhet»

    y fue reescrito como ponencia para el Congreso Internacional sobre

    Semiótica e Hispanismo (Madrid, junio de 1983); sin embargo, fue

    reelaborado aún más según nuestra reciente conferencia «From

    mythos  to myth: Modeling the story after structuralism» (Universi-

    ty of Stanford, febrero de 1985). «La carnavalización y la alego

    ría» fue publicado por la Revista

     Iberoamericana.

     Agradecemos a los

    editores de las revistas y de las publicaciones mencionadas el per

    miso para utilizar estos materiales en el presente volumen.

    Un libro escrito a lo largo de más de diez años entre dos conti

    nentes y cuatro países contrae, necesariamente, muchas deudas. Al

    gunas se remontan incluso a nuestros años formativos, otras son muy

    recientes. Nuestros amigos, estudiantes, editores y críticos, todos han

    colaborado en este proyecto. A veces una invitación a escribir un

    artículo o a dar una conferencia, por obligar a enfocar en profun

    didad algún problema especial, ayudó a avanzar significativamente

    en la clarificación de las propuestas teóricas, difíciles de formular

    por ser poco tradicionales. Y este diálogo, «polígolo» más bien, que

    ha continuado hasta el último momento, va a desbordar, necesaria

    mente, el marco de este libro.

    Nuestro trabajo fue apoyado económicamente por las becas otor

    gadas a través de las siguientes instituciones: la Deutsche Forschung-

    sgemeinschaft (1976,  Pedro Páramo);  la Universidad Estatal de

    Arizona (Grant-in-Aid en 1977, Pedro Páramo);  la fundación NEH

    (1978,

      para asistir a la Escuela de Crítica y Teoría de Irvine); la

    elaboración del manuscrito fue facilitada al hacer uso de una licencia concedida por el decano de las Artes Liberales de UEA en 1980

    y por una beca que el mismo decano nos dio para el verano de 1981,

    y asimismo por una contribución de los fondos operacionales del

    vicerrector de UEA (1981). María Marracó Jordana fue nuestra

    ayudante de investigaciones en la primavera de 1981 y mecano

    grafió esmeradamente una gran parte del texto. Aprovechamos tam

    bién nuestro sabático (en 1982-83) para escribir y reescribir varias

    partes del volumen. Finalmente, nuestra Universidad proporcionó la

    subvención necesaria para que la publicación de este libro fuera

    posible.

    14

    No hay textos absolutos. Lo único"que deseamos para los mate

    riales reunidos en el presente volumen es que la energía del devenir

    (die werdende Welt,  en Nietzsche), que tratamos de aprehender e

    introducir en el campo conceptual de la teoría, sobrepase/sobrepese

    lo que estos ensayos tengan de   ergon,  del «tosco mundo ya creado»,

    de un golpe de dados lanzado en el azaroso

     maelstróm

      de la Historia.

    15

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    LA ACTIVIDAD METAESTRUCTURAMSTA:

    UNA FENOMENOLOGÍA

    POSTESTRUCTURALISTA POSTIDEOLOGICA

    Crítica del lenguaje — trabajo preparatorio del

    teórico de la ciencia.

    (Novalis, La  enciclopedia.)

    El propósito de nuestro trabajo es crear un marco más amplio

    y más adecuado para la teoría literaria. Esto significa que hemos de

    abordar problemas que se extienden desde la teoría de la ciencia

    hasta los dominios específicos de la poética, lingüística y semiótica.

    La actividad metaestructuralista, tal como la iremos definiendo en

    este ensayo, forja los instrumentos conceptuales indispensables para

    alcanzar este objetivo.

    La actividad metaestructuralista es una reacción ante la pro

    funda crisis en que se encuentra, desde hace varios lustros, la teoría

    literaria moderna (1). Esta no es simplemente una «crisis del cre

    cimiento», uno de esos períodos reflexivos en que cualquier rama

    del saber reposa después de una expansión explosiva, hace un balan

    ce de sus «logros y derrotas» y efectúa un reajuste de su futuro

    «derrotero». Atañe a los fundamentos mismos de la poética moder

    na, tal como fueron establecidos, en su forma ya clásica, por el

    Formalismo Ruso y tal como fueron retomados, desarrollados y plan

    teados por las distintas escuelas estructuralistas hasta la actualidad.

    Tampoco es una crisis limitada a la poética. También la lingüística

    actual en todas sus corrientes (la lingüística generativa transforma-

    cional, la semántica generativa, la lingüística del texto o de los actos

    17

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    de habla), y en realidad todo el conjunto de las ciencias sociales

    (aquí, más patentemente en la historiografía) se hallan en la misma

    crisis metodológica y filosófica. Es la crisis del pensamiento tradi

    cional occidental.

    I. LA EMERGEN CIA DE LA NUEVA   EPISTEME

    Hacia el comienzo de este siglo asoma la nueva   episteme  —el

    nuevo paradigma epistemológico—, como de un golpe, simultánea

    mente en varias disciplinas (2) (por ejemplo, en  Gestaltpsychologie;

    en el psicoanálisis; en la pintura y en la música y, más tarde, en la

    vanguardia «histórica»; en la lingüística, en la poética y en la etno

    grafía estructurales; en la antropología funcional). En la superficie,

    el nuevo paradigma rompe estrepitosamente con el contexto decimo

    nónico. En realidad continúa e intenta llevar a cabo la ruptura con

    la tradición metafísica occidental, iniciada por éste.

    1.1. El pun to de partid a, el «grado cero» de la nueva   episteme,

    fue la visión histórica radical, positivista, de los fenómenos y del

    hombre. Esta historización vuelve a las raíces etimológicas de la

    historia:

      se propone

      conocer

      de nuevo, estrictamente a través de

    la   observación  y de la  investigación  sin prejuicios. En el proceso las

    esencias metafísicas —que hasta entonces parecían ser establecidas

    una vez para siempre, a fuerza del  logos,  de l  nous  o de la divinidad,

    e incluso «existir» en un mundo aparte— se subvierten, se relati-

    vizan y se diluyen en el fluir heracliteo, irreversible, sin origen ni

    fin. Del universo estacionario, «creado», «acabado», resultativo,

    existente a la sombra de los omnipotentes arquetipos platónicos, el

    hombre entra en el mundo radicalmente histórico, en la «realidad

    del devenir»  (Realitat des Werdens;  Nietzsche, 1906, núm . 12).

    Frente a este  brave new wbrld  se problematizaron los instrumentos

    de que se servía la razón tradicional  (logos),  o sea, la lógica deduc

    tiva, la inducción abstractiva, el espacio euclidiano, etc. Las esen

    cias,  las categorías del entendimiento y las clasificaciones racionales

    se convirtieron en  ficciones,  en convenciones que, cuando más, nos

    permiten manejar —bien o mal— la realidad histórica polimorfa.

    Sin embargo, el historicismo radical no tardó en subvertir la base

    misma del positivismo que éste oponía a la tradición metafísica.

    18

    Reveló que los «hechos positivos», aparentemente objetivos, eran

    también hipóstasis metafísicas. «No hay hechos; todo está en flujo,

    inasible, en retroceso... Hay sólo interpretaciones», apunta Nietz

    sche (1906: núms. 604 y 481). La supuesta objetividad de los

    hechos se relativiza y se diluye en el caos del perspectivismo, en ej

    flujo infinito de la realidad, en el proceso del devenir. La negación

    consecuente de la tradición metafísica occidental parece desembocar

    ineludiblemente en el

      nihilismo.

      Esta disyuntiva fundamental que se

    halla ante la modernidad está analizada perspicazmente por Nietz

    sche en las selecciones de sus apuntes publicados postumamente

    (1906; 1965) (3).

    1.2. El prime r paso hacia la formulación de una nueva base

    epistemológica fue dado por el estructuralismo. Este reacciona con

    tra el atomismo positivista, historicista, pero prosigue la lucha del

    positivismo contra la metafísica. En especial trata de sustraerse, con

    mayor o menor suerte, al sustancialismo, formalismo y esencialismo

    tradicionales (4). El estructuralismo parte del concepto de   totalidad:

    ésta no es sólo más que la suma de sus partes, sino que es una

    entidad constituida por elementos interrelacionados. El caos de la

    realidad está encauzado por las totalidades ordenadas y jerarquiza

    das.

      En este planteamiento el valor mismo del elemento depende de

    su correlación con los otros elementos. En otras palabras, este ele

    mento no es ni una esencia, ni una susta ncia, ni una forma: es un

    haz de relaciones.

    El estructuralismo se presentó básicamente en   do s  modalidades,

    que constituyeron, a su vez, las fases de su desarrollo. El estructu

    ralismo  funcional (Gestaltpsychologie,  el Formalismo Ru so, la Es

    cuela de Praga) enfocó la configuración de los fenómenos concretos.

    Buscó establecer su estructura fenoménica y los reunía en conjuntos

    superiores («sistemas») más variados. En especial, la Escuela dePraga estudió los objetos en su polivalencia heterogénea y en sus

    antinomias estructurales (5). La poética funcional seguía la evolu

    ción de la lingüística, pero se servía de la misma como de un instru

    mento heurístico, de análisis.

    En cambio, el estructuralismo  transformacional  (el formalismo

    de Propp, la lingüística chomskyana, la etnología estructural de

    Lévi-Strauss y varios grupos estructuralistas en Francia) restringió

    y reorientó el enfoque: estudió los fenómenos concretos en función

    de la estructura profunda o del sistema subyacente de los paradig

    mas y de su código que los generan. No interesó la estructura poli-

    19

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    valente de los «mensajes», sino el proceso de la generación de tal

    o cual aspecto a partir de un código generador postulado y el esta

    blecimiento de tal código. El estructuralismo transformacional se

    atuvo más fielmente a la obra pionera de F. de Saussure (1916). En

    esta fase, la lingüística fue tomada más bien como un

      modelo.

     El

    estructuralismo simplemente aplicó varios modelos lingüísticos (lan-

    gue/parole,  la fonología, el concepto generativo transformacional) a

    sus dominios particulares.

    Sin embargo, la aplicación de estos modelos a los dominios más

    complejos llevó a simplificaciones insostenibles. Por ejemplo, el

    estructuralismo se limitó a experimentar con sus métodos sólo en

    el material más sencillo de sus dominios particulares. E intentó

    justificarlo con declarar este material por «central». Buscó estable

    cer sólo el código generador inmediato. Perdió de vista no sólo la

    situación de la enunciación y los contextos sociales, sino también

    el hecho de que un texto está generado por la intersección de múl

    tiples códigos. Como consecuencia, desacató las tensiones entre el

    enunciado y los sistemas que lo generan, lo mismo que las tensiones

    en los propios sistemas, entre sus múltiples dimensiones. Llegó a

    creer que «las transformaciones ... nunca llevan más allá del sis

    tema» (}. Piaget, 1970: 14). De este modo, la realidad polivalente,

    el cambio y la historia quedaron reducidos a la transformación

    dentro  de un sistema inmutable. Sin querer, estos sistemas simpli

    ficados llenaron el lugar ocupado, en la tradición metafísica, por las

    esencias, los arquetipos platónicos y los paradigmas figúrales bíbli

    cos.  Así quedó subvertido, en parte, el trabajo del historicismo y del

    estructuralismo funcional (6).

    1.3. Los resultados y el propio fundamento epistemológico del

    estructuralismo transformacional fueron criticados, desde el lado de

    la modernidad en especial, por el postestructuralismo «desconstructi-

    vista» (Jacques Derrida, la escuela de Yale y otros). Sin embargo,

    a las simplificaciones de aquél, éste le opone nada menos que ¡la

    cura del infinito Como corriente filosófica, el «desconstructivismo»

    se remonta a la radical negación nietzscheana de la metafísica occi

    dental y se propone subvertir toda huella de esta tradición que

    encuentre a su paso en todo tipo tipo de textos, desde la filosofía

    hasta la lingüística. El método concreto, que también sigue la jocosa

    destrucción nietzscheana de los valores tradicionales, es la carnava-

    lización, la inversión lúdica de las jerarquías conceptuales tradicio

    nales (Derrida, 1967) —el poner lo .negativo en lugar de lo positivo,

    20

    y lo subordinado, lo marginal, en lugar de lo dominante, de lo cen

    tral— y la búsqueda de las contradicciones explícitas o implícitas,

    de las omisiones y de los «suplementos» que revelan alguna falla en

    el «centro» mismo de la teoría. Los resultados son, casi siempre,

    divertidos. Pero se hacen cada vez más previsibles. Puesto que la

    apariencia de «totalización» se alcanza sólo al precio de la  ideolo-

    gización, o sea, de la mitificación y de la mixtificación (7), que

    extienden un

      bricolage

      histórico de los conceptos

      bricolage

      es un

    término clave de C. Lévi-Strauss, 1962) a todo un/el dominio de la

    realidad, la «desconstrucción» se concentra con predilección en

    estas fallas de la totalización ideológica y las presenta como residuos

    de la tradición metafísica.

    Hacer tal crítica es, por supuesto, muy importante. Pero ya no

    es suficiente agotarse en la negación. Es lo que vio lúcidamente elpropio Nietzsche. Porque la mera negación lleva sólo al nihilismo.

    Para el proceso abierto  del conocimiento científico es tan importante

    excavar los fósiles metafísicos como ver  dónde  y cóm o se superan.

    Sin embargo, la óptica «desconstructivista» está orientada en una

    sola dirección. Más le parece importar la carnavalización y la inver

    sión que la investigación de cómo algo modela mejor o peor la rea

    lidad. Asumiendo, heroicamente, la postura metafísica absoluta, que

    difiere la verdad al infinito, la posibilidad misma de tal investiga

    ción se niega.

    En cuanto crítica y continuación del estructuralismo, el postes

    tructuralismo «desconstructivista» redescubrió la polivalencia de sus

    objetos de estudio. Sin embargo, para la «desconstrucción» todo se

    convierte en textualidad y en relación intertextual. Todos los órde

    nes de la realidad se ponen en el mismo nivel. La intertextualidad

    disuelve tanto los textos como los sistemas. Aquéllos resultan  dise

    minados  en la intertextualidad infinita. Estos ni siquiera pueden

    establecerse como «sistemas de diferencias» porque, supuestamente,cada diferencia es infinitamente diferida y la base para determinarla

    recede al infinito. Este movimiento centrífugo, de regreso al infinito,

    está condensado en el famoso concepto derridiano de   différance

    (véase J. Derrida, 1968). En esta óptica, el significado de cualquier

    elemento es diferido infinitamente y, por tanto, resulta «indecidible».

    La posibilidad misma de un significado determinado está puesta en

    tela de juicio. Cualquier entidad —diferencia, frontera, identidad,

    significado— se diluye en el «vértigo» intertextual infinito. La poli

    valencia, la heterogeneidad de los objetos quedaron reducidas a la

    falla en el andamiaje totalizador de un texto, a sus anclas metafísicas

    21

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    sumergidas bajo la corteza textual, las cuales la tiran en direcciones

    opuestas.

    En el postestructuralismo derridiano, el aspecto lúcido está aho

    gado por su carácter lúdico y nihilista. Nietzsche mismo fue más

    perspicaz que sus discípulos. Vio, proféticamente, que «el hombre

    moderno está entorpecido, de todos lados, por el infinito, tal como

    Aquiles piesligeros en la parábola de Zenón de Elea: el infinito le

    frena, no alcanza ni siquiera la tortuga» (1964: 243). Y apunta en

    otra oportunidad que «el hombre ha hecho del infinito un tipo de

    embriaguez» (196 5, / / : 390). El «vértigo del infinito» está también

    en las raíces de la obra genial de Borges. Tanto sus   ficciones como

    su ensayística se anticipan notablemente a la «desconstrucción». En

    realidad su óptica es análoga: tal como ésta busca sólo los «fósiles»

    metafísicos, Borges tiende «a estimar las ideas religiosas o filosóficaspor su valor estético y aun por lo que encierran de singular y de

    maravilloso»  (1973:  263). Sin embargo, con su rara lucidez, Bor

    ges supera los tímidos planteamientos de la «desconstrucción». Por

    ejemplo, la intertextualidad bosquejada por ésta palidece ante las

    posibilidades mencionadas, como de paso, en «Pierre M enard, autor

    del Quijote». En este pequeño «escándalo de la razón», Borges pro

    pone que no sólo comparemos un texto con todos los textos exis

    tentes  tal como son,  sino que barajemos lúdicamente a los autores

    y sus obras. Que leamos, por ejemplo, a  Don Quijote  como una

    obra de Borges, y a «Pierre Menard...» como una obra de Cervan

    tes.  El infinito primario del «desconstructivismo» se multiplicaría

    infinitamente. Por otra parte, Borges, si bien juega con el infinito

    hasta la embriaguez, no toma en serio ni este juego ni este concep

    to (8). Las pala bras prof éticas de N ietzsche acerca del peligro que

    acecha la modernidad parecen cumplirse en la «desconstrucción».

    En ésta, el nihilismo arraigado en las fuerzas motrices de la moder

    nidad emerge con venganza. Sin embargo, también la tradiciónmetafísica se «venga» de la «desconstrucción»: ésta aparece sólo

    como una ideología simétrica, sólo que de un signo contrario. Sub

    vierte, pero no supera la tradición. La continúa como una imagen

    en el espejo. Es su homenaje carnavalesco.

    1.4. El estructuralismo funcional formó un paralelo con la van

    guardia «histórica». Como lo mostramos en otro lugar (9), no sólo

    conceptualizó y trasladó al dominio científico los experimentos artís

    ticos realizados por el arte moderno, sino que se contagió por sus

    principios filosóficos subyacentes. Como consecuencia, la ideología

    22

    vanguardista se extendió, disyuntivamente, a todo arte. Esta repre

    sentaba el «centro» de la actividad artístic a; el arte o bien se apro

    ximaba a ese centro o, si se alejaba, «perdía» el valor artístico. Al

    mismo tiempo, la teoría influía sobre la praxis artística (véanse, por

    ejemplo, las prosas híbridas de Shklovski, especialmente su  Viaje

    sentimental,  1923; el destacado grupo de narradores «Hermanos

    Sérapionov», y el grupo en torno a  he],  de Maiakovski). Éste tras

    vase directo sigue aún en las fases posteriores del estructuralismo.

    El estructuralismo transformacional influyó sobre la neovanguardia

    de los años 1960 y 1970, y el postestructuralismo «desconstructi-

    vista» conceptualiza, a su vez, el proyecto literario del grupo

    parisiense reunido en torno a la recién desaparecida revista  Tel

    Qvel.  Últimamente, la «desconstrucción» busca una apertura esté

    tica. En lugar de reorientar el derrotero de su investigación teórica

    y crítica, intenta convertir este quehacer en una actividad artística,

    de signo neovanguardista.

    II .  MAS ALLÁ DE  BRICOLAGE

    La actividad metaestructuralista como reacción ante esta crisis,

    estancamiento y m ultiplicidad metodológica — que bordea al caos—

    se niega a seguir las pautas habituales. No nos interesa retocar deta

    lles ni barajar las «categorías» ya establecidas, para llegar a las

    teorías tal vez un poco diferentes, tal vez un poco mejoradas, pero

    del mismo orden. Tampoco nos atrae el ejercicio de invertir simple

    mente las categorías tradicionales porque, al asentarse la polvareda

    levantada por el vendaval, se ve que, más allá de la útil negación,

    no se ha creado  nada nuevo. Esta tarea la dejamos a los epígonos de

    toda índole, quienes ya se empeñan en perpetuar el

      bricolage

      histó

    rico,

      tradicional, en sus respectivas ciencias.

    2.1.  Bricolage  es un término clave aquí. Fue utilizado por Lévi-

    Strauss (1962) para referirse a las peculiares taxonomías producidas

    por el «pensamiento salvaje» y consideradas corrientemente como

    opuestas a los constructos teóricos de la ciencia. Según el etnólogo

    francés, detrás de ambos tipos de pensamiento se hallan en realidad

    las mismas operaciones intelectuales. Las diferencias entre ellos, que

    llevan a resultados aparentemente contrarios, estriban en que el  bri-

    23

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    coleur  utiliza lo que el azar le ha puesto al alcance de la mano, o

    sea, los aspectos de la realidad y los conceptos heterogéneos, tal

    como los encuentra en la praxis social cotidiana. Como el epítome

    de tal actitud podría considerarse la famosa «clasificación» de los

    animales «citada» por Borges

      (1973:

      142), presuntamente, de una

    enciclopedia china (10). En cambio, el científico (el «ingeniero»)

    diseña y produce las «piezas» estrictamente tal como las necesita

    para sus clasificaciones sistemáticas.

    Sin embargo, ¿es una diferencia cualitativa? Derrida lo niega.

    En su crítica mordaz de las bases filosóficas del estructuralismo

    transformacional (1966) llega a reducir todo el pensamiento humano

    al

      bricolage

      mítico e histórico. Y en buena parte tiene razón. En

    ausencia de la verdad absoluta, los constructos teóricos de las cien

    cias,

      y aún más los de las ciencias sociales, se convierten en meras

    hipótesis circunstanciales, relativas e históricas, en eternos tanteos

    en la inmensidad del universo natural y humano (11).

    La subversión derridiana del pensamiento humano y de todo

    proyecto científico se justifica en el plano más general, en cuanto

    nos pone en alerta ante la tendencia a

      ideologizar,

      a extrapolar los

    conocimientos parciales a la totalidad, a convertirlos en verdades

    absolutas. Sin embargo, se hace disfuncional, y absurda, si se tras

    lada a los niveles más concretos del conocimiento. Si se postula

    —tal como lo hacen algunos entusiastas del «desconstructivismo»—

    que nada es cognoscible porque todo sentido, todo significado es, en

    último término, indeterminado o indeterminable, y que cualquier

    conocimiento hum ano, ineluctablemente, carga con todo el lastre de

    la tradición onto-teológica, mítica, ideológica, occidental. El resul

    tado de esta traslación no puede ser sino la desesperación epistemo

    lógica o la resignación del nihilismo.

    Pese a la turbulencia causada por esta traslación, el hombre

    moderno conoce incluso más de lo que alcanzan a captar sus facul

    tades naturales y es capaz de verificar progresivamente la objetivi

    dad de esos conocimientos. Es capaz de entenderse, si no le falla

    el intelecto ni el carácter, incluso en el enredo de las verdades ideo

    lógicas de toda índole. Tomamos «entenderse» tanto en el sentido

    transitivo de comprender, críticamente, los límites de esas verdades,

    como en el sentido reflexivo de reconocer, autocríticamente, su pro

    pio lugar en ellas (12). Recordemos todavía otro hecho sumamente

    importante: no todo es barrido de la faz de la teoría por los nuevos

    conocimientos. Por ejemplo, el destino de la mecánica de Newton

    fue diferente del que tuvieron los conceptos metafísicos de éter o de

    24

    flogisto. La mecánica newtoniana no fue arrojada al baratillo de la

    Historia por el principio de la relatividad, sino que fue insertada

    en un nuevo marco teórico, más amplio y más matizado (véase

    S. Toulmin, 1960: 70), y lo mismo puede ocurrir un día con la

    teoría de Einstein. La diferencia entre estos destinos desiguales tam

    poco es simplemente aleatoria, tal como lo asume Borges, porque le

    conviene a sus propósitos estéticos de asombrar al lector.

    Por otra parte, el hombre descubre en los dominios concretos

    nuevas modalidades de la realidad que dan concreción o que susti

    tuyen a los viejos conceptos metafísicos (por ejemplo, el átomo y las

    partículas mínimas de la materia). Así se han descubierto también

    nuevas posibles relaciones lógicas en varios tipos de oposiciones

    semióticas, como, por ejemplo, entre el miembro marcado y el no

    marcado de una correlación. Hagámonos un aparte para este tipo

    de oposición.

    2.2.

      ¿En qué consiste la relación de lo marcado vs. lo no

    marcado? En el hecho de que los fenómenos no son sólo disyuntivos

    ni contrarios, sino que también implican unos a otros en la oposi

    ción. La oposición entre lo marcado y lo no marcado reúne en una

    correlación binaria una pareja o una serie de fenómenos según un

    rasgo común (por ejemplo, en el plano fonológico encontramos la

    oposición de las consonantes  sonoras  y  sordas: b —

     p

    d—t;  g — k).

    Una pareja correlativa se caracteriza por la desigualdad de sus

    miembros: uno posee la marca de la correlación (por ejemplo, la

    sonoridad en  b) ; el otro, no  (p). No se puede decir que un miembro

    sea una simple negación del otro. O en otra forma: un m iembro de

    la oposición señaliza cierto rasgo de la realidad, mientras que el

    otro no, es decir, no señaliza ni su presencia ni su ausencia. La ope

    ración de los géneros gramaticales, masculino y femenino, ilustrará

    este punto. Por ejemplo, «yegua» se refiere necesariamente a la

    «hembra del caballo», mientras «caballo» puede referirse a toda

    esta clase de animales sin distinción del género. Por eso diremos, «el

    caballo apareció en la Tierra...», y no «la yegua...», ni «el caballo

    y la yegua aparecieron en la Tierra...». Estas últimas serían unas

    maneras marcadas y redundantes.

    La asimetría de los miembros de la pareja correlativa tiene

    consecuencias importantes. En ciertas situaciones la marca de la

    correlación puede neutralizarse:  el término marcado queda reducido

    al no marcado, porque éste representa la   base común  de los dos

    (en la fonología esta base común se llama   archifonema).  Esto no

    25

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    partir más bien de los fenómenos complejos, tales como, por ejem

    plo,  la literatura, en la cual se refleja —con creces— todo el uni

    verso humano. Pero al emprender el nuevo camino no hemos de

    olvidar que ponernos esta tarea nos fue hecho posible precisamente

    por los aportes del estructuralismo.

    I I I .  LA ACTITUD METATEOR ICA

    3.1.  El proyecto de investigación que bosquejamos « descentra»

    el

      bricolage

      estructuralista y «desconstructivista» por el replantea

    miento radical de los problemas y por la dirección específica quetoma la actividad teórica, y rebasa los límites de la poética siempre

    que las implicaciones de los problemas lo exigen. Por ejemplo, el

    ensayo sobre el lenguaje coloquial en la estructura narrativa empieza

    por reexaminar los aspectos lingüísticos del tema, para desembocar

    en una semiótica narrativa. El arco que se tiende entre la lingüística

    y la semiótica define el carácter de la teoría de la literatura que ela

    boramos aquí. Es una teoría materialista, que conceptualiza el hecho

    literario en su materialidad lingüística y que estudia su utilización

    semiótica. Por otro lado, la literatura (y el arte) es también un fenó

    meno estético. En este aspecto, especialmente en el ensayo sobre el

    Formalismo Ruso, ponemos en tela de juicio la estética kantiana

    y sus implicaciones en el arte (la dinámica hacia la «pureza» que

    se viene acentuando desde el simbolismo y la vanguardia) y en la

    poética moderna. Esta reexaminación de las bases filosóficas del

    arte y de todo el dominio estético se enlaza en especial con el tra

    bajo de J. Mukarovsky (1936) y con nuestro propio proyecto ini

    ciado hace una década en nuestra tesis de estética (E. Volek, 1973).

    Estamos convencidos de que el marco teórico desarrollado aquí será

    vital para alcanzar una solución más adecuada de este problema.

    A su vez, la necesidad de aclararnos los métodos y los objetivos del

    quehacer teórico en la poética nos ha obligado a adentrarnos tam

    bién en la espesura de la filosofía de la ciencia y a revisar los prin

    cipios considerados, a partir de Dilthey, Windelband y Rickert (véa

    se H. Rickert, 1921) como determinantes de las ciencias sociales.

    -Como postura metodológica, adoptamos una actitud consecuen

    temente   metateórica.  Exponemos, comparamos y criticamos los sis

    temas, los lenguajes teóricos montados en torno a algunos proble-

    28

    mas clave de la poética actual, para luego replantearlos en forma

    radicalmente nueva. Explícita e implícitamente, ponemos en tela de

    juicio a toda clase de estructuralismos, incluido el postestructura-

    lismo «desconstructivista».

    3.2. El ensayo sobre fábula y  siuzhet  es paradigmático para

    esta aproximación. Nuestro marco teórico inicial es el concepto

    de estructura tal como fue elaborado por la Escuela de Praga (13),

    porque parece corresponder mejor a los fenómenos complejos (las

    obras narrativas) que son nuestro objeto de análisis. Es, por tanto,

    más adecuado como un punto de partida para modelar el universo

    narrativo que la narratología estructuralista simplificante que sigue

    la pista abierta por V. Propp (1928) o C. Lévi-Strauss (1958;

    1958a) o la simplificación del concepto de sistema instaurada por el

    estructuralismo francés y los marcos clasificatorios que han emana

    do de este último (por ejemplo, G. Genette, 1972) (14). En todos

    estos casos una sola dimensión o la paradigmática formalista ha

    eclipsado el

      código

      narrat ivo

      plural

      (15), o, dicho en los términos

    topológicos, el logos y el espacio euclidiano han reprimido a una

    topología salvaje (cf. M. Serres, 1981: 38).

    En cambio, el concepto praguense de estructura establece un

    puente hacia la topología matemática y puede estar iluminado pro

    vechosamente, en especial, por la topología de las «catástrofes» de

    Rene Thom (1975), o sea, la topología matemática que intenta mo

    delar el surgimiento y los cambios de las estructuras. Para el teórico

    de las «catástrofes», o sea, de los cambios violentos e «impre-

    dictibles»,

    la estructura no está dada  a priori,  no procede de un

    empíreo platónico. Se origina directamente del conflicto

    entre dos (o más) fuerzas que la engendran y la mantie

    nen por su conflicto mismo. Esto permite desarrollar

    una clasificación de las formas, lo mismo que una álge

    bra, una combinatoria de las formas en un espacio multi-

    dimensional... Así se vislumbra la posibilidad de crear

    un estructuralismo dinámico... (1974: 244-45; cf. J. Peti-

    tot-Cocorda, 1981: 145).

    Partiendo de aquí examinamos los conceptos de fábula y   siuzhet

    en el contexto genético del Formalismo Ruso y en las corrientes de

    la poética moderna hasta la actualidad. Este análisis nos permite

    29

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    bosquejar un modelo de la estructura narrativa más exacto y más

    rico y establecer el funcionamiento semiótico de fábula y   siuzhet

    en esta estructura. Finalmente, introducimos nuevos instrumentos

    conceptuales (la oposición entre lo marcado y lo no marcado) para

    describir la operación semiótica de fábula y

      siuzhet

      en el contexto

    funcional de la estructura narrativa todavía con una mayor precisión

    y para redefinir estos conceptos en el marco de una nueva semiótica

    narrativa. En otras palabras: examinamos el

      bricolage

      histórico

    acumulado en torno a fábula y

      siuzhet

      y a los conceptos seme

    jantes, y lo reconstruimos, en términos más rigurosos y semiótica-

    mente homogéneos, dentro de un nuevo proyecto de semiótica narra

    tiva. En el proceso no sólo se precisan los dos conceptos, sino todo

    el contexto funcional.

    Por otro lado, fábula y

      siuzhet,

      como el programa narrativo de

    la estructura, desembocan también en otros problemas relacionados.

    Por ejemplo, llevan a comprender la recepción o la lectura como

    una parte integrante de la estructura semántica, como la propia

    intencionalidad configuradora de la estructura, la cual cumple (bien

    o mal) el programa narrativo y organiza los valores semánticos de

    dicha estructura (16). Pero en especial sirven de un punto de par

    tida de una empresa aún más ambiciosa: la búsqueda de   modelo

    universal  de la historia  (story, récit).

    IV. EN BUSCA DE MODELOS UNIVERSALES

    Sin embargo, ¿qué modelo universal? Ante todo, se nos plantea

    el problema del status y de la finalidad de tal modelo. La meta-

    teoría toma aquí una dirección especial, poco habitual en las cien

    cias sociales: se propone realizar solamente un trabajo   preliminar,

    aunque —precisamente por eso— fundamental , porque es el de la

    fundación.

    4.1.

      En primer lugar, el modelo universal, tal como lo propo

    nemos, no quiere ser una  generalización  hecha a partir de algún

    aspecto de cierta realidad existente o conocida. Todos recordamos

    esas afirmaciones, categorías y taxonomías con pretensión de validez

    universal, con que nos bombardea la teorización corriente, pero a

    las cuales siempre se puede encontrar un contraejemplo o alguna

    30

    dificultad. Este valor «universal» se derrite como la nieve al sol.

    Por un lado, la abstracción —el prescindir de los «detalles», de los

    aspectos «secundarios» o «marginales»— no sólo empobrece la ima

    gen de la realidad, sino que —como lo señaló ya Bergson (véase

    S. Toulmin, 1960: 125)— la

      falsifica.

      Por otro lado, es corriente

    que encontremos fenómenos que, intuitivamente, ponemos en la

    misma categoría, pero al examinarlos por la óptica tradicional, no

    podemos especificar ni un solo rasgo que les sea común a todos

    y que sostenga —en la lógica de la abstracción— su unidad. Este

    caso está ilustrado por la paradoja de los «juegos», que Wittgen-

    stein

      (1953:

      31) explica metafóricamente recurriendo  a  las «seme

    janzas de familia». La imposibilidad de encontrar, por vía de la

    abstracción, un rasgo común a todos ellos debería desmentir la uni

    dad lógica de esta categoría. Pero, con igual derecho, se desinte

    graría, por ejemplo, la unidad de la «literatura», del «arte» y de

    «lo bello».

    En segundo lugar, el modelo universal, tal como lo planteamos,

    no quiere «subsanar» tampoco las mencionadas dificultades de la

    generalización por sacar del bolsillo ciertas normas obligatorias o

    ciertos moldes ideales, óptimos, esas salidas de emergencia del pen

    samiento tradicional, que luego son impuestas —con mayor o menor

    ferocidad procustiana— a la realidad. Porque esta última siempre

    queda «corta» o «larga», y así no sólo desmiente el carácter «ade

    cuado» de las pretensiones normativistas de toda índole, sino que

    revela su base  ideológica,  su  bricolage  histórico relativo.

    4.2.

      Nuestro modelo universal se plantea como una entidad de

    segundo grado,  como un  constructo creado  que permite modelar

    más exactamente los sistemas históricos, particulares, y las estruc

    turas de los objetos individuales. El que proponemos se establece

    a partir de la realidad más compleja, más rica; pero, en lugar de

    jerarquizar los aspectos y de prescindir de los «menos importantes»

    —o sea, de ideologizar por la abstracción—,  construye  a partir de

    esos aspectos

      todos los ejes de polaridades

      que operan en aquella

    realidad.

    Estos ejes se constituyen según las reglas del sistema axiomático

    (cf. Popper, 1968: 71-72), o sea, sistema que consiste en un número

    mínimo,  pero  exhaustivo,  de las entidades  independientes  y  no con

    tradictorias  (17). Por ejemplo, en el ensayo sobre el lenguaje colo

    quial, después de examinar el  bricolage  de las funciones del lenguaje

    que se han propuesto hasta ahora, establecemos  cinco  ejes de pola-

    31

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    ridades

      que operan en el discurso. Los hechos lingüísticos concretos

    —las antiguas funciones— se sitúan entre estas polaridades según

    les plazca, según sus configuraciones concretas, que pueden ser infi

    ni tas.

      En otras palabras, las polaridades no imponen a la realidad

    ninguna forma de existencia, ni implican que esta realidad —senci

    lla o compleja— exista en forma polarizada (18), sino que se esta

    blecen como una especie de,  medidas absolutas¡que son capaces de

    medir  las dimensiones correspondientes, las características efectivas

    de cualquier realidad.

    4.3.  Sin emba rgo, este aspecto del modelo evita sólo una p arte

    de la falsificación por la abstracción. Otro rasgo importante del

    mismo es que conceptualiza  iodo un dominio  complejo. Por ejem

    plo,  cuando quisimos establecer un modelo del estilo coloquial

    comenzamos por reexaminar todos los llamados «estilos funciona

    les» del lenguaje (Havránek, 1932) y terminamos por establecer  ú

    modelo del discurso en el plano de las funciones del lenguaje. En

    otras palabras, nos negamos a considerar  por separado  el estilo colo

    quial, el periodístico, el oficial, el científico o el artístico, sino que

    —a través del mencionado modelo universal— establecimos los ejes

    funcionales que operan en  todos  estos y otros posibles estilos del

    mismo orden, todos los cuales se inscriben —de tal o cual manera—

    en estos ejes y quedan medidos por ellos (19).

    En realidad llegamos a este replanteamiento radical precisamen

    te debido a la frustración con las estilísticas tradicionales (desde la

    escuela franco-alemana hasta la Escuela de Praga), porque los «mo

    delos» de los estilos particulares que ofrecen son más bien enumera

    tivos, no son conmensurables los unos con los otros, ni son consis

    tentes tampoco, porque los rasgos que se dan no son ni constantes

    ni exclusivos. La imagen que se nos presentaba se asemejaba a la

    situación en la física tradicional. Max Planck (1909) la resume de

    la siguiente manera:

    ... el sistema anterior de la física no constituía un cuadro

    único, sino una colección de cuadros; había un cuadro

    especial para cada clase de fenómenos naturales. Estos

    cuadros no dependían uno del otro; cualquiera de ellos

    podía quitarse sin afectar a los otros. Esto no será posi

    ble en la futura imagen física del mundo. Ningún rasgo

    podrá quedar aparte como inesencial; cada uno es más

    bien un elemento indispensable del todo y, como tal,

    32

    tiene un significado determinado para la naturaleza ob

    servable, y al revés, cada fenómeno físico observable

    encontrará y tendrá que encontrar su lugar correspon

    diente en el cuadro. (Citamos según E. Cassirer, 1953:

    307.)

    Está claro que, por ejemplo, también el arduo problema de los

    tipos y de los géneros literarios podría enfocarse ventajosamente

    desde esta perspectiva, a fin de salir del infructuoso formalismo,

    esencialismo o normadvismo ideológicos, lo mismo que de la resig

    nada descripción histórica.

    4.4. La complejidad de los dominios enfocados en su totalidad

    enriquece nuestro modelo todavía por otras características. En pri

    mer lugar, el modelo está constituido por ejes o por dimensiones

    (planos), no sólo independientes unos de otros, sino en principio

    heterogéneos.   Por ejemplo, en el mencionado modelo del discurso,

    una sola dimensión —las funciones del lenguaje— produce  tres

    estratos diferentes (los modos de realización, los estilos funcionales

    y los lenguajes funcionales), pero los cuales se incluyen mutuamente

    y funcionan como tres redes de coordenadas que miden, desde sus

    perspectivas complementarias, el mismo espacio. Para poder captar

    y medir otros aspectos del discurso habría que añadir y reexaminar

    —de la misma manera— todavía otras dimensiones: por ejemplo,

    los actos de habla y los tipos de textos concretos. Pero incluso los

    ejes de polaridades que hemos establecido en  un  estrato de  una

    dimensión, a saber:

    d ia loga do vs . m ono loga do

    no a u to r i t a t ivo vs . a u to r i t a t ivo

    e s pon tá ne o vs . c ons t ru ido

    s i tua d o vs . no s i tua d o

    e s té t i c o vs . no e s té t i c o

    no son homólogos. Lo polos no implican necesariamente uno a otro,

    sino que se combinan más bien libremente. Por ejemplo, el polo

    «dialogado» siempre está «situado», pero también el polo «mono

    logado» puede serlo.

    En conjunto, los ejes y las dimensiones crean un tipo de «espa

    cio» en el cual se inscriben los sistemas (por ejemplo, el estilo colo

    quial) o los fenómenos particulares (por ejemplo, un texto o un

    33

  • 8/16/2019 Volek, Emil (1985) - Metaestructuralismo. Poética Moderna, Semiótica Narrativa y Filosofía de Las Ciencias Sociales

    18/145

    enunciado coloquiales). El carácter multidimensional de este espacio

    y la interacción dinámica de las dimensiones —de las líneas de

    fuerza— aproxima nuestro modelo al espacio establecido por la

    topología de las «catástrofes» de R. Thom (1975), aunque nosotros

    llegamos a esta conceptualización de los sistemas complejos por los

    caminos diferentes, a través del Formalismo Ruso y la Escuela de

    Praga. Pero en otros aspectos —como el status, la operación y los

    objetivos— los dos modelos se separan radicalmente.

    El carácter multidimensional de este espacio produce todavía

    otro importante rasgo de nuestro modelo que llamamos   compen

    sación estructural.  Esta no tiene nada que ver con la autorregulación

    de los sistemas, la cual ocurre por la interrelación de los elementos;

    por ejemplo, cuando un cambio fonemático pone en marcha toda

    una serie de desplazamientos de los fonemas, hasta que el sistema

    alcance un nuevo equilibrio. La compensación estructural se asemeja

    más bien a ciertos juegos del lenguaje; por ejemplo, cuan do los

    niños sustituyen todas las vocales por la vocal «i»; pese a esta alte

    ración del sistema, somos capaces de descifrar y leer este «lenguaje

    secreto» y su código por lo que permanece intacto en el sistema,

    como las consonantes y la estructura oracional y semántica. O sea,

    el sistema sigue funcionando y guarda su identidad pese a la sustitu

    ción parcial. En el modelo del discurso, por ejemplo, los rasgos del

    estilo coloquial están inscritos en los cinco ejes de polaridades más

    en dos estratos adicionales (los modos de realización, oral o escrito,

    y los lenguajes funcionales, como el standard, el lenguaje coloquial,

    los dialectos y las jergas). Entre los cinco ejes los más importantes

    son, en orden decreciente, los polos espontáneo, no autoritativo y

    situado. En estos ejes la marca del estilo coloquial coincide con uno

    de sus polos. Sin embargo, la identidad del sistema coloquial se

    mantendrá aun en el caso de que alguno o incluso algunos de estos

    rasgos «principales» queden neutralizados o hasta sustituidos porsus contrarios (como lo construido, lo autoritativo o lo no situado).

    La alteración de las características en unos ejes será como   compen

    sada  por la permanencia intacta, o tal vez acentuada, de los rasgos

    definitorios en los otros ejes. Y el papel de la compensación pueden

    desempeñarlo también los dos estratos adicionales, lo mismo que el

    propio tipo general de discurso, paradigmatizado por los estilos fun

    cionales mismos:  coloquial, periodístico, oficial, científico  y  artístico.

    4.5.

      El ejemplo aducido nos aclara por qué un sistema com

    plejo  no necesita de ningún rasgo fijo, constante, para conservar su

    34

    identidad.  Y, en cambio, que puede incluir hasta rasgos de signo

    contrario o que pueden compartir ciertos rasgos con otros sistemas,

    sin confundirse con ellos. La identidad de un sistema complejo es,

    pues, sumamente  dinámica:  es  funcional y contextual,  y se produce

    en un juego de sustituciones y de compensación, que transcurre en

    múltiples niveles y puede tener, en su caso extremo, carácter

    aleatorio  (20).

    El carácter dinámico, incluso aleatorio, del juego de sustitucio

    nes y de compensación hace que los sistemas complejos no necesiten

    articularse en torno a ningún  centro  firme, fijo, para mantener su

    identidad. En realidad pueden organizarse y reorganizarse en torno

    a cualquier punto en que se intersequen las múltiples dimensiones

    del dominio-espacio común. Pero junto con el «centro» metafísico

    desaparecen todos los otros «fósiles» de la tradición logocéntrica

    occidental , como «origen», «principios», «base», «supraestructura»,

    «fundamento», «raíces», etc.

    Tomando como ejemplo el estilo coloquial, si el rasgo de espon

    taneidad queda neutralizado, el «centro» puede desplazarse hacia

    otro eje (por ejemplo, no autoritativo), hacia otro estrató (por ejem

    plo,

      el lenguaje de la comunicación corriente, coloquial, dotado de

    ciertos recursos específicos, como cierto léxico, clichés verbales, etc.)

    o incluso hacia la situación general del discurso y de la comunica

    ción (coloquial vs. oficial, científica, etc.).

    Gracias a este juego de sustituciones y de compensación, un sis

    tema puede  evolucionar  e incluso  cambiar paulatinamente sin perder

    su identidad.

      Es así como un sistema se convierte en tradición y en

    institución. La continuidad y la discontinuidad son dos caras inse

    parables tanto de la permanencia como del cambio. Un sistema pue

    de cambiar hasta el punto de ruptura (por ejemplo, las vanguardias

    en las artes) o un nuevo sistema puede emerger gracias a la evolu

    ción tecnológica y social (por ejemplo, el periodismo, el cine, el

    video). Pero incluso estos sistemas siguen inscritos en las dimen

    siones universales del dominio-espacio correspondiente. Cuando

    más,

      revelan algunas dimensiones que pasaban inadvertidas en los

    fenómenos y sistemas anteriores.

    La actividad metaestructuralista produce los instrumentos con

    ceptuales para modelar y describir este dominio y para describir y

    explicar el movimiento —el surgimiento, la evolución y la desinte

    gración— de los sistemas en este dominio y el movimiento de los

    fenómenos individuales en esos sistemas.

    35

  • 8/16/2019 Volek, Emil (1985) - Metaestructuralismo. Poética Moderna, Semiótica Narrativa y Filosofía de Las Ciencias Sociales

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    Ahora comprendemos por qué los fenómenos complejos se le

    escapaban a la conceptualización tradicional, que buscaba un «rasgo

    común», un «centro» fijo o por lo menos un «origen», un «princi

    pio» o una «base», a partir de los cuales sea posible explicarlos

    cómodamente. Únicamente el juego de todos los

      aspectos

      de nues

    tro modelo universal nos permite evitar la trampa de la falsificación

    por abstracción y por la visión unidimensional. El logos abandona

    el espacio euclidiano y empieza a explorar la selva multidimensional

    de la topología de la realidad. Pero este modelo en especial hace

    posible que esta realidad multidimensional se capte en su

      indivi

    dualidad, dinamismo

      y

      energía,

      manteniendo al mismo tiempo el

    marco universal de la descripción y de la interrelación —y la con

    mensurabilidad— con otros fenómenos del mismo dominio.

    4.6. Desde esta perspectiva habría que replantear los conceptos

    complejos como la

      literatura.

      Las últimas noticias dicen que la lite

    ratura ya no existe, que es un «concepto vacío», que se la puede

    estudiar sólo históricam ente. ¡Pobres teóricos ¡Se les ha perdido la

    literatura Por supuesto, los «orígenes» allá en la noche de las eda

    des están sólo abiertos a conjeturas. Los principios normativistas,

    ideológicos —tradicionales y modernos—, que han querido sujetarla

    una vez para siempre, han fracasado y vuelven a fracasar. La rela

    ción «base-supraestructura» nunca ha funcionado. En el Formalismo

    Ruso desapareció el «centro». El estructuralismo lingüístico y retó

    rico ha buscado vanamente la literatura en los «procedimientos»;

    la ha encontrado en todos y en ninguno en especial. Si bien ha des

    cubierto acertadamente la poesía de la gramática, la «gramática de

    la poesía» se le ha escapado. Pero la literatura no se ha «perdido»

    ni más ni menos que los otros juegos-sistemas complejos, los cua

    les se le escapan al pensamiento tradicional, cegado por su óptica

    peculiar.

    V. UN SUPLEMENTO SOBRE LAS FICCIONES DEL

    PENSAMIENTO Y DE LA REPRESENTACIÓN

    5.1.  El tipo de modelo universal que proponemos es, pues, un

    constructo, una

      útil ficción teórica. A

      diferencia de las ficciones tra

    dicionales (cf. Nietzsche, 1906; núms. 12; 521 y

      passim),

      asume

    36

    esta condición sin ambages, sin confusiones y con un propósito cla

    ro ;

      no aspira a «crear un mundo que nos sea calculable, simplifica

    do ,  comprensible, etc.»( núm. 521), como los conceptos y las cate

    gorías tradicionales, sino, todo lo contrario, a

      describir

      y a

      descu

    brir

      la realidad más exacta y objetivamente

      en su complejidad.

    5.2. Considerem os en este contexto todavía otro axioma nietz-

    scheano: «lo que puede ser ser pensado tiene que ser ciertamente

    una ficción» (Nietzsche, 1906; núm. 539). Si esta observación, que

    atañe a todo el pensamiento humano, es o no es ella misma también

    una ficción, es una cuestión metafísica. Nos permitiremos sólo unas

    conjeturas. Vamos a partir de la dialéctica del «suplemento», ejem

    plificada por Derrida (1967) en el concepto de escritura. Derrida

    desmitifica en este aspecto la tradición logocéntrica y su ideologiza-ción romántica que pesa sobre la filosofía del lenguaje desde Rous

    seau hasta Lévi-Strauss. Esta tradición «fonocéntrica» pone la len

    gua como algo primario, original, privilegiado, mientras que la

    escritura es para ella sólo algo secundario, derivado, que adultera

    e incluso corrompe el original y a sus usuarios. Sin embargo, Derri

    da mixtifica e ideologiza, a su vez, el problema por no especificar

    los niveles operacionales de su nuevo concepto de escritura. La

    escritura se le convierte en el género común al lenguaje y a la

    escritura fenoménica. Esta «escritura» es ahora lo primario, lo

    «original», lo privilegiado. Sin embargo, se pretende que la escritura

    asume esta nueva función

      sin dejar de ser la escritura fenoménica,

      lo

    cual enreda el problema y desenfoca todo lo que haya de aporte en

    este replanteamiento. Este ejemplo nos ilustra dramáticamente los

    límites de la jocosa negación «desconstructiv ista»; a Derrida m ás le

    importa la  epatante  inversión de las jerarquías tradicionales que el

    manejo matizado y cuidadoso de los conceptos. Sin embargo, la

    dirección que señala es correcta.

    Desde el punto de vista histórico, genético, es indudable que,

    como especie, el lenguaje precede a la escritura. El estructuralismo

    extendió a esta situación su teorización de los niveles elementales

    y declaró que el lenguaje es el término «básico», no marcado, y la

    escritura, aparecida más tarde, el término diferenciador, marcado,

    de la pareja correlativa. Sin embargo, si examinamos esta pareja

    desde el punto de vista semiótico y operacional, hemos de reconocer

    que la escritura es el término «básico», no marcado. No se ha ori

    ginado, pues, desde adentro del lenguaje para constituir el término

    diferenciador, sino que ha aparecido como un

      metasigno.

      Por tanto,

    37

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    20/145

    la marca

      fonológica

      que lleva el lenguaje no es determinativa para

    ella. La escritura puede asumir las formas concretas más variadas,

    desde la proximidad al principio fonológico (en la escritura occiden

    tal) hasta su completa supresión (como en la escritura pictórica o

    jeroglífica). En todas estas modalidades, sin embargo, es capaz de

    sustituir —

    de traducir y de representar

    — efectivamente el lenguaje,

    pero no al revés. Este ejemplo nos enseña que los sistemas complejos

    pueden escaparse a las leyes de los sistemas elementales. Un miem

    bro tardío puede ocupar el metanivel con respecto al primero, puede

    constituirse como «básico», como no marcado en la operación

    semiótica correlativa.

    Pero este descubrimiento atañe a las implicaciones de las oposi

    ciones binarias como tales. El miembro tardío, marcado o no mar

    cado ,  no es «diferente» del primero, porque participa de las mismaspotencialidades que están  realizadas  ya, de una manera específica,

    en el primer miembro. Sólo que estas potencialidades comunes

      se

    realizan,  en los dos términos correlativos,  de una manera diferente.

    Por tanto, tampoco es «secundario»: no lo es ni en cuanto a ta

    importancia, porque actualiza las mismas potencialidades que el

    primero; ni en el tiempo, porque está implicado en la potencialidad

    común simultáneamente con el primero. Ninguno de los miembros

    es «original», «central», ni existe en un dominio separado. Los dos

    participan de las mismas potencialidades, aunque en la operación se

    miótica sean  asimétricos  y uno represente el término marcado y otro

    el no marcado.

    La escritura, replanteada radicalmente a partir de la inversión

    derridiana, al llevar a cabo la operación de traducción —de transfor

    mación— del lenguaje,

      revela,

      pues, las potencialidades semióticas

    que les son comunes a los dos y que cada cual actualiza a su

    manera. Por participar de las mismas operaciones diferenciales y

    por ser el miembro no marcado de la pareja correlativa compleja, la

    escritura —en sus formas más peculiares—   representa  el lenguaje.

    5.3.  Se hab la de la crisis de la  representación.  Hay quienes

    inventan las «crisis» a cada paso: la crisis de la literatura y del arte,

    la crisis del lenguaje. Lo que está en crisis son sólo ciertas modali

    dades ideológicas, tradicionales y modernas, de pensar, de ver y de

    plantear los problemas.

    Hay, aparentemente, una crisis del lenguaje, porque el signo no

    se identifica con el referente. Pero ¿qué concepto de

      representación

    es éste, el de la

      identidad?

      Por supuesto, el signo es «otro», es un

    38

    «suplemento» de la realidad. Pero al mismo tiempo no es «diferen

    te», porque los dos términos participan de las mismas potenciali

    dades e implican uno al otro. El análisis de la   ostensión,  de la  dimen

    sión presentativa

      de los signos y de la realidad, que hacemos a partir

    de algunos planteamientos pioneros (Mukafbvsk/, 1943; Osolsobe',

    1967, 1969), introducen una nueva dialéctica entre los

      aspectos

    malentendidos de la

      realidad común

      de los signos y de la reali

    dad (21). Por participar de las mismas operaciones diferenciales y

    por ser el miembro no marcado de la pareja correlativa compleja,

    los signos —en sus formas más variadas—   representan  la realidad.

    Por otro lado, la exploración de nuevas maneras de representación

    difícilmente puede llamarse crisis, cuando más, sólo desde el punto

    de vista de la representación tradicional.

    Las ficciones del pensamiento humano vs. la realidad represen

    tan otro avatar del mismo problema. El pensamiento y la realidad no

    son «diferentes», sino que presentan y revelan las mismas operacio

    nes diferenciales. Por participar de las potencialidades comunes, el

    pensamiento —sin salir del laberinto de sus ficciones— representa

    la realidad. En lo que se refiere a las modalidades concretas, cuanto

    más puras son estas ficciones, o sea, cuanto más son   puras ficcio

    nes,  meros instrumentos auxiliares, tanto más adecuadamente per

    miten representar —captar, medir, modelar— la realidad específica.

    Este planteamiento nos permite reexaminar también el arte fuera

    de las ideologizaciones tradicionales y modernas. El arte es también

    un «suplemento» de la realidad. No la puede «reflejar», porque

    incluso el espejo transfigura, traduce y traiciona. El arte como «re

    flejo», «corrupción», «creación», «enriquecimiento» o «indagación

    metafísica» de la realidad son ideologizaciones insostenibles. Por par

    ticipar de las mismas potencialidades comunes de

      lo real,

      y por ser

    el miembro no marcado de la pareja correlativa, el arte representa

    la realidad. Los dos no son simplemente ni dominios idénticos, ni

    especulares, ni diferentes: son los

      aspectos

      de

      lo real,

      de lo cual

    tanto la realidad como el arte son dos especies particulares. Como

    el miembro que ocupa también el metanivel con respecto al otro, el

    arte —sin abandonar jamás sus laberintos— puede aproximarse a la

    otra especie, la realidad, y puede simular que la refleja, que la

    imita, o sea, que la modela según cierta perspectiva habitual, con

    vencional. Pero también puede alejarse de ella y puede «corrom

    perla», «crearla» o «enriquecerla», sin poder dejar de representarla.

    Por su operación semiótica, el arte revela más claramente que la

    realidad las potencialidades comunes a todo

      lo real.

      Por tanto, como

    39

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    la creación del hombre que «suplementa» la Naturaleza se convierte

    en un instrumento de indagación metafísica   sui generis,  al lado de

    las ficciones del pensamiento humano y en competición con ellas.

    La  autonomía  del arte está apuntalada aquí en su carácter  no

    específico, no marcado

      (este planteamiento está bosquejado en

    E. Volek, 1973). Es decir, el arte, según nosotros, no es autónomo

    por apartarse, por separarse; no es simplemente  otro dominio espe

    cífico de  lo real,  sino que tod o lo real es su dom inio potencial. Por

    su operación semiótica «específica», el arte, paradójicamente, no

    puede ser idéntico a ningún dominio específico de

      lo

     real,  pero tam

    poco es «diferente». Es la paradoja con la cual batalla toda la estéti

    ca desde  Ion.  El aspecto no marcado y su operación semiótica

    particular, el moverse simultáneamente sobre dos niveles lógicos,

    explican el fracaso de todas las ideologizaciones del arte, tanto de

    las tradicionales como de las modernas, que siempre trataron de

    encasillarlo en una tarea, en una modalidad, en un «centro», en un

    procedimiento o en su conjunto. Por su autonomía peculiar, el arte

    se puede articular libremente en toda la extensión potencial de   lo

    real,  desde la realidad hasta su ficcionalización por el pensamiento

    humano.

    VI.  EL REPLANTEAMIENTO NOMOTETICO DE LAS CIENCIAS

    SOCIALES

    La crítica metateórica de los sistemas y la falta de los instru

    mentos conceptuales adecuados para llevar a cabo tal empresa no

    sólo en la teoría literaria, sino también en las ciencias sociales, nos

    han llevado a la necesidad de revisar radicalmente las propias bases

    filosóficas y metodológicas de estas últimas.

    6.1.  Por el status , el modo de operación y la finalidad peculiar

    que toma el nivel metasistémico, universal, le llamamos algo meta

    fórica y arbitrariamente  nomotético  (del griego  nomos,  «ley», y

    tithenai,  «establecer»), tal como se ha acostumbrado a referirse

    —desde finales del siglo pasado-— a las ciencias naturales, en opo

    sición a las ciencias sociales. Lo hacemos porque este concepto esta

    blece más claramente un paralelo con las ciencias exactas. En rea

    lidad éstas son «exactas» solamente en el sentido de que manejan

    40

    varios tipos de idealidades, de ficciones, elaboradas para ese fin (por

    ejemplo, las matemáticas, los sistemas de pesos y medidas, las leyes

    naturales, formuladas en distintos niveles de generalidad y de pre

    cisión).

     Aun si no aceptamos las tesis extremas del convencionalismo

    —las cuales, sin embargo, son plenamente válidas, por ejemplo, en

    la ciencia tan  exacta  como las matemáticas—, las leyes naturales,

    semejante a nuestro modelo universal, tampoco expresan necesaria

    mente la forma concreta de la existencia de la realidad, sino que

    son ciertas construcciones absolutizantes que nos permiten  medirla

    con la exactitud que deseamos  o que podemos

     alcanzar.

      El aspecto

    convencional de la labor científica se manifiesta más claramente en

    los sistemas de pesos y medidas, que nos han acompañado como

    una metáfora lucero a lo largo de la elaboración del modelo univer

    sal, nomotético.

    El nivel nomotético, tal como lo hemos definido, es un aporte

    específico de la actividad metaestructuralista. Sin embarco, esta acti

    vidad se ocupa necesariamente de todos los niveles, incluidos el

    nivel fenoménico y el nivel sistémico (el primer metanivel), los cua

    les están integrados y reinterpretados en este marco teórico más

    amplio.

    Si quisiéramos definir el nivel nomotético, metafóricamente, en

    términos topológicos, diríamos que es la reconstrucción  absoluta de

    cierto dominio-espacio multidimensional antes de que ocurra la

    «catástrofe», o sea, antes de que todas las dimensiones se inter

    sequen en algún punto actual y que las tensiones desencadenadas y

    trabadas dejen  emerger una estructura, una configuración, siempre

    particular, sea ésta del orden fenoménico o sistémico. Esta recons

    trucción de las dimensiones universales y de sus tensiones virtuales

    no incluye sólo una paradigmática, sino también un modelado orien

    tador, aproximativo, de las posibles «catástrofes», o sea, una red de

    coordenadas capaces de medir las posibles estructuras emergentes.

    Es sólo esta reconstrucción absoluta —universal— la que permite

    prever,  sin intentar formalizarla, toda la combinatoria infinita de

    las posibles estructuras emergentes.

    6.2. Hacia finales del siglo pasado culminó el largo debate en

    torno al carácter científico o no de las ciencias sociales. El dominio

    de la ciencia fue dividido según «dos direcciones lógicamente opues

    tas»: aun lado se pusieron las ciencias naturales; al otro, las cien

    cias «históricas». Aquéllas fueron definidas como «nomotéticas», o

    sea, como las ciencias generalizadoras, que buscan las leyes; éstas,

    41

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    como «idiográficas», o sea, como las ciencias individualizadoras,

    que describen los fenómenos singulares, históricos (H. Rickert,

    1921:  62-63). La separación de las ciencias históricas se proponía

    subsanar tanto su complejo de minusvalía frente a las ciencias natu

    rales (desde que Schopenhauer negó el carácter de ciencia a la

    historiografía; véase Rickert, 1921: 62n.) como las aplicaciones,

    simplificantes e infructuosas, de los métodos de estas últimas a los

    hechos sociales. Al independizarse, las ciencias históricas adquirie

    ron aparentemente su propia dignidad. Sin embargo, el status y los

    métodos que les deparó esta redefinición las dejó truncas. ¿Cómo

    estudiar los objetos individuales sin una visión más general? No hay

    que sorprenderse de que, debido a la dinámica generada por esta

    separación, a veces se haya llegado al absurdo de pedir —con toda

    seriedad— una teoría especial para cada objeto particular.

    En las ciencias sociales la necesidad de disponer de un marco

    general llevaba a asumir como tal el sistema de valores creado por

    la modernidad occidental (22). Este paso se justificaba —si se sentía

    la necesidad de hacerlo— por la aparente superioridad de estos va

    lores, que pusieron a las sociedades occidentales a la cabeza del

    desarrollo mundial y prometían devolver el paraíso a la Tierra. El

    reverso de esta cara luminosa de la cultura occidental fue, sin em

    bargo, la profunda crisis de sus valores tradicionales, de su funda

    mento ontoteológico, crisis que asomó en el Renacimiento, acrecentó

    con la Iluminación y estalló ya inconteniblemente hacia finales del

    siglo pasado. El sentimiento de superioridad y la duda de sí mismo

    son dos sombras que proyecta el sistema de valores occidental. Con

    el creciente fraccionamiento de las sociedades occidentales, ese mar

    co se contrajo aún más: se convirtió en un  ismo,  en un perspecti-

    vismo particular.

    Las insuficiencias del fragmentado sistema occidental —o sea,

    su parcialidad, sus ideologías y sus mitos— se ponían de manifiesto

    en comparación con otros sistemas culturales, especialmente en los

    sistemas de las culturas ricas y refinadas, como las orientales. Es

    obvio que donde fue aplicada con roda la agresividad procustiana,

    la perspectiva occidental terminaba por distorsionar la imagen de las

    otras culturas o incluso creaba una imagen  pro domo sua,  para

    justificar su propio nacionalismo o imperialismo. Pero también es

    cierto que los mejores «orientalistas» más bien trataban de enri

    quecer el sistema de valores occidental, el que —desde sus raíces

    griegas y a causa de la creciente secularización— ha sido más abier

    to y más receptivo que muchas otras culturas. El tema es fascinante

    42

    y complejísimo (las distorsiones de la imagen del Oriente están tra

    tadas en E. Said, 1978). Paralelamente a la crisis, tanto de la tradi

    ción como de la modernidad occidentales, acrecienta la búsqueda

    de inspiración y de enriquecimiento por las otras culturas, que lle

    gan a presentarse incluso como una alternativa a la «envejecida»

    cultura europea (23). A partir del siglo XX, el «eurocentrismo» se

    ha encontrado en pleno retroceso.

    Sin embargo, abandonar el «eurocentrismo» —aunque sea más

    fácil en la prédica que en la práctica— no resuelve el problema.

    Aquí no nos interesa entrar en el aspecto

      ideológico

      del asunto, o

    sea, por ejemplo, intentar decidir qué sistema o qué aspecto es

    mejor  que otros. Nos importa el aspecto  teórico. Desde este punto

    de vista, ¿tal vez los otros sistemas de valores no son precisamente

    eso:

      sistemas, ideologías, mitos?

    Sea como sea, a partir del presente siglo el hombre europeo ha

    perdido la inocencia con la cual asumía, automáticamente, la univer

    salidad, la centralidad, de su sistema cultural, de su perspectiva,

    de su mito.

    6.3.  Las innovaciones metodológicas introducidas por la lin

    güística estructural removieron las aguas estancadas de las ciencias

    sociales e incluso lograron cerrar en parte el abismo abierto entre

    éstas y las ciencias naturales; pero no podían salvarlo. Aun así, el

    hecho de. estudiar los fenómenos, ya no individualmente ni atomís

    ticamente, sino con referencia a un sistema subyacente, a una tota

    lidad de orden superior, y establecer modelos y reglas de operación

    de esos sistemas, constituyó un progreso considerable. De aquí viene

    el largo liderazgo de la lingüística —en todas sus metamorfosis—

    entre las ciencias sociales desde los años 20.

    6.4. Creemos que es la actividad met aestructu ralista, tal como

    la hemos planteado, la que da el paso decisivo. Por un lado, aún

    más cierra la brecha entre los dos «tipos» de ciencias. El parale

    lismo que se establece entre ellos, sin embargo, no equivale a su

    identidad. Los instrumentos conceptuales elaborados en el nivel

    nomotético no permiten todavía las operaciones matemáticas. No

    obstante, la conceptualización de cierto dominio en términos de ejes

    de polaridades y de modelos universales construidos a partir de los

    mismos introducen en las ciencias sociales conceptos equivalentes

    a los conceptos comparativos, los cuales —según Carnap (1966:

    43

  • 8/16/2019 Volek, Emil (1985) - Metaestructuralismo. Poética Moderna, Semiótica Narrativa y Filosofía de Las Ciencias Sociales

    23/145

    53)—   son mucho más poderosos que los conceptos clasifica

     torios,

    basados en la ideologización y en el

     bricolage

      de la generalización.

    Por otro lado, el nivel universal, nomotético, rebasa el plano de

    los sistemas y de las ideologías que los sustentan, y ofrece precisa

    mente ese marco más general en que situar y desde el cual concep-

    tualizar tanto los sistemas como los fenómenos concretos. La acti

    vidad metaestructuralista no sólo está en consonancia con la

    creciente actitud

      postideológica

     de nues tra m odernidad, la cual

    —desengañada de las modalidades ideológicas tanto tradicionales

    como modernas— busca una salida de la camisa de fuerza que le

    impone la totalización ideológica, sino que, en el planteamiento

    nomotético tal como lo definimos, le ofrece una plataforma más

    concreta y rigurosa.

    El marco metasistémico y la actitud postideológica no convierten

    la actividad metaestructuralista en ninguna fuga utópica, ilusoria,

    hacia afuera de la historicidad y de las ideologías, sino que permiten

    elaborar los instrumentos conceptuales experimentales, con los cua

    les luego es posible volver a los hechos históricos e ideológicos —y a

    su

     bricolage

      individual o sistémico— y someterlos a un examen más

    crítico y autocrítico.

    El modelo universal, nomotético, tal como lo proponemos, crea

    una especie de

     fenomenología

      del dominio determinado. No es una

    fenomenología esencialista, del tipo husserliano, la cual desemboca

    necesariamente en normativismo, porque la propia determinación de

    «lo esencial» representa ya una elección ideológica (así lo encon

    tramos en Ingarden, en Staiger, en Kayser y en otros, incluso en

    la

      Rezeptionsaesthetik,

      la estética de la recepción alemana contem

    poránea). La nuestra es una fenomenología estructural, más bien

    incluso

      postestructuralista,

      por su carácter «descentrado», aleatorio,

    y por su enlace crítico con el postestructuralismo «desconstructi-

    vista». Esta f