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Vuelo Nocturno Por Antoine de Saint-Exupéry

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VueloNocturno

Por

AntoinedeSaint-Exupéry

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I

Las colinas, bajo el avión, cavaban ya su surco de sombra en el oro delatardecer.Las llanuras tornábanse luminosas, perodeuna luz inagotable: eneste país no cesaban de exhalar su oro, como, terminado el invierno, nocesabandeentregarsunieve.

YelpilotoFabienque,delextremoSur,conducíaaBuenosAireselcorreodePatagonia,conocía laproximidaddelanochepor lasmismasseñalesquelasaguasdeunpuerto:poresesosiego,poresasligerasarrugasquedibujabanapenaslostranquiloscelajes.Penetrabaenunarada,inmensayfeliz.

También hubiera podido creer que, en aquella quietud, se paseabalentamente casi cual un pastor. Los pastores de Patagonia andan, sinapresurarse,deunoaotrorebaño;élandabadeunaaotraciudad,eraelpastordelosvillorrios.Cadadoshoras,encontrabaalgunosdeellosqueseacercabanabeberenelribazodeunríooquepacíanenlallanura.

A veces, después de cien kilómetros de estepasmás deshabitadas que elmar, cruzaba por encima de una granja perdida, que parecía arrastrar, haciaatrás,enunamarejadadepraderas,sucargamentodevidashumanas:conlasalas,saludabaentoncesaquelnavío.

«SanJuliánalavista:aterrizaremosdentrodediezminutos».

El«radio»comunicabalanoticiaatodaslasestacionesdelalínea.

Semejantesescalassesucedían,cualeslabonesdeunacadena,alolargodedosmilquinientoskilómetros,desdeelestrechodeMagallaneshastaBuenosAires; pero la de ahora se abría sobre las fronteras de la noche como, enÁfrica,laúltimaaldeasometidaseabresobreelmisterio.

El«radio»pasóunpapelalpiloto:

«Hay tantas tormentasque lasdescargascolmanmisauriculares. ¿HaréisnocheenSanJulián?».

Fabiensonrió:elcieloestabatersocualunacuario,ytodaslasescalas,anteellos,lesanunciaban:«Cielopuro,vientonulo».Respondió:

«Continuaremos».

Peroel«radio»pensabaquelastormentassehabíanaposentadoenalgúnlugar,comolosgusanosseinstalanenunfruto:yasí,lanocheseríahermosa,pero,noobstante,estaríaestropeada.Lerepugnabaentrarenaquellaoscuridadpróximaapudrirse.

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Aldescender sobreSan Julián, con elmotor en retardo,Fabien se sintiócansado. Todo lo que alegra la vida de los hombres corría, agrandándose,hacia él: las casas, los cafetuchos, los árboles de la avenida. Él parecía unconquistadorque,enelcrepúsculodesusempresas,seinclinasobrelastierrasdel imperio y descubre la humilde felicidad de los hombres. Fabienexperimentaba la necesidad de deponer las armas, de sentir la torpeza y elcansancioqueleembargaban—ytambiénseesricodelaspropiasmiserias—ydeviviraquícualhombresimple,quecontemplaatravésdelaventanaunavisión ya inmutable. Hubiera aceptado esa aldea minúscula: después deescoger,seconformaunoconelazardelapropiaexistenciaeinclusopuedeamarla. Os limita como el amor. Fabien hubiera deseado vivir aquí largotiempo, recoger aquí su porción de eternidad, pues las pequeñas ciudades,dondevivíaunahora,ylosjardinesrodeadosdeviejosmuros,sobreloscualesvolaba, leparecían, fueradeél, eternosenduración.Laaldeasubíahacia latripulación,abriéndose.YFabienpensabaenlasamistades,enlasjovencitas,en la intimidad de los blancos manteles, en todo lo que, lentamente, sefamiliariza con la eternidad. La aldea se deslizaba ya rozando las alas,desplegandoelmisteriodesus jardinescercados,a losquesusmurosyanoprotegían.PeroFabien,despuésdeaterrizar,supoquesólohabíavistoellentomovimientodealgunoshombresentrelaspiedras.Aquellaaldea,consusolainmovilidad,guardabaelsecretodesuspasiones;aquellaaldea,denegabasusuavidad:paraconquistarlahubierasidoprecisorenunciaralaacción.

Transcurridoslosdiezminutosdeescala,Fabienreemprendióelvuelo.

VolviósehaciaSan Julián,queyanoeramásqueunpuñadode luces,yluego de estrellas.Más tarde se disipó la polvareda que, por última vez, letentó.

«Yanoveoloscuadrantes;voyaencenderlaluz».

Tocóloscontactos,perolaslámparasrojasdelacarlingaderramaronsobrelasagujasunaluztandiluidaaúnenaquellaazuladaclaridaddiurna,quenollegóacolorearlas.Pasólamanopordelantedeunabombillayapenassisetiñeronsusdedos.

«Demasiadopronto».

No obstante, la noche ascendía, cual humo oscuro, colmando los valles.Éstosnosedistinguíanyade las llanuras.Yse iluminabanlospueblosy lasconstelacionesdesuslucessecontestabanunasaotras.Éltambién,haciendoparpadearconeldedosuslucesdeposición,respondíaalospueblos.Latierraestaballenadellamadasluminosas;cadacasaencendíasuestrella,frentealainmensanoche,delmismomodoquesevuelveunfarohaciaelmar.Todoloquecubríaunavidahumana,centelleaba.Fabienseadmirabadequelaentradadelanochefuese,estavez,comounaentradaenunarada,lentaybella.

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Sumergió su cabeza en la carlinga. El radio de las agujas empezaba abrillar.Unadespuésdeotra,elpilotocomprobólascifras,yquedósatisfecho.Sedescubríasólidamentesentadoenelcielo.Rozóconeldedounlarguerodeacero,ypercibióelmetalchorreandovida:elmetalnovibraba,perovivía.Losquinientoscaballosdelmotorengendrabanenlamateriaunfluidomuysuave,que cambiaba su hielo en carne aterciopelada. Una vez más, el piloto noexperimentaba, en el vuelo, ni vértigo, ni embriaguez, sino el trabajomisteriosodeuncuerpovivo.

Ahora, se había recompuesto un mundo, donde, a codazos, trataba delograrunlugarcómodo.

Golpeteóelcuadrodedistribucióneléctrica,tocóunoaunoloscontactos,removióseunpoco, se recostómejor, y buscó la posiciónmás cómodaparasentir el balanceo de las cinco toneladas de metal, que una noche vivientellevaba sobre sus espaldas. Luego, tanteó, colocó en su sitio la lámpara desocorro, ladejó, la tocódenuevoparaasegurarsedequenosedeslizaba, ladejó después para golpetear cada clavija, y encontrarlas sin equivocarse,educando así a sus dedos en un mundo ciego. Luego, cuando estuvieronadiestrados, se permitió encender una lámpara, adornar su carlinga coninstrumentosdeprecisión,vigilando,sóloenloscuadrantes,suentradaenlanoche, como en un declive. Luego, como nada vacilaba, ni vibraba, nitemblaba, y permanecían fijos el giróscopo, el altímetro y el régimen delmotor,desperezóseunpoco,apoyósunucaenelcuerodelrespaldo,einicióesta profunda meditación del vuelo, en la que se saborea una esperanzainexplicable.

Ahora, como un velador en el corazón de la noche, descubre que laoscuridad muestra al hombre; esas llamadas, esas luces, esa inquietud. Esasimple estrella en la oscuridad; el aislamiento de una casa.Hay una que seapaga:esunamansiónquesecierrasobresuamor.

O sobre su tedio. Es una casa que cesa de hacer su ademán al resto delmundo.Nosabenloqueesperan,antesulámpara,esoscampesinos,acodadossobrelamesa;ignoranquesudeseo,enlaenormenochequelosrodea,vayatanlejos.PeroFabienlodescubrecuando,trashaberrecorridomilkilómetros,percibe cómo unas olas de fondo, profundas, elevan y hacen descender elavión,querespira,cuandohaatravesadodieztormentas,cualpaísesenguerra,y,entreellas,algunosclarosdeluna;cuandoalcanzaesasluces,unadespuésdeotra, con la sensacióndevencer.Aquelloshombrescreenque la lámparabrilla para su humildemesa, pero alguien, a ochenta kilómetros, percibe elbrillodeesaluz,comosi,desesperados,labalanceasen;anteelmar,desdeunaisladesierta.

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II

De esta manera los tres aviones postales de Patagonia, de Chile y deParaguayregresabandelSur,delOesteydelNortehaciaBuenosAires.Allíseesperaba su cargamento, para dar salida, hacia medianoche, al avión deEuropa.

Trespilotos,cadaunotrassucapota,pesadacomounachalana,perdidosenlanoche,meditabansuvuelo,y,deuncielotormentosoopacífico,bajaríanlentamentehacialaciudadinmensa,cualextrañoscampesinosquedesciendendesusmontañas.

Rivière, responsable de toda la red, paseaba a lo largo de la pista deaterrizaje deBuenosAires. Permanecía silencioso, pues, hasta que hubiesenllegadolostresaviones,estedíaseríatemible.Minutotrasminuto,amedidaquele llegabanlos telegramas,Rivièresabíaquearrancabaalgoalsino,quereducíalaporcióndeloignoto,quesacabaasusdotacionesfueradelanoche,hastalaorilla.

UnobreroleabordóparacomunicarleunmensajedelaestacióndeRadio:

—ElcorreodeChileanunciaquedivisalaslucesdeBuenosAires.

—Bien.

MuyprontoRivièreoirá ese avión: la noche entregará a unode los tres,cualelmar,consuflujo,sureflujoysusmisteriosquedepositaenlaplayaeltesoroqueportantotiempohazarandeado.Mástarde,serecibirándeellalosotrosdos.

Entonces, estedíahabrá terminado.Entonces, las tripulaciones fatigadas,remplazadas por otras de refresco, se irán a dormir. Pero Rivière no tendráreposo: el correodeEuropa, a suvez, le cargaráde inquietud.Siempre seráasí. Siempre. Por primera vez, ese viejo luchador se asombraba de sentirsecansado.La llegada de los aviones no será nunca esa victoria que concluyeunaguerra,einiciaunaeradepazventurosa.Jamáshabrá,paraél,otracosaque un paso hecho, precediendo a mil otros pasos semejantes. Le parece aRivière que, desde largo tiempo, levantaba un peso muy grande, con losbrazos tendidos: un esfuerzo sin descanso y sin esperanza. «Envejezco…».Envejecía, si en la sola acción no hallaba ya su sustento. Se asombró dereflexionar sobre problemas que jamás se había planteado. Y, no obstante,volvíahacia él, conmelancólicomurmullo, la sumadedeleitesque siemprehabíaeludido:unocéanoperdido.«¿Tancercaestá,pues,todoeso…?».Sediocuentadeque,pocoapoco,habíaaplazadoparalavejez,para«cuandotuvieratiempo»,loquehaceagradablelavidadeloshombres.Comosirealmenteun

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día se pudiese tener tiempo, como si se ganase, al fin de la vida, esta pazventurosa que todo elmundo se imagina. Pero la paz no existe. Tal vez noexistesiquieralavictoria.Noexistelallegadadefinitivadetodosloscorreos.

Rivière se detuvo ante Leroux, el viejo contramaestre. También Lerouxtrabajabadesdehacíacuarentaaños.Yeltrabajoconsumíatodassusfuerzas.CuandoLerouxentrabaensucasa,hacia lasdiezo lasdocede lanoche,noeraunmundodiferenteelqueseleofrecía,noeraunaevasión.Rivièresonrióa ese hombre que, levantando su tosca faz, señalaba un eje pavonado:«Aguantabamuyfuerte,perolohevencido».Rivièreseinclinósobreeleje;eloficio le ocupabadenuevo. «Serápreciso advertir a los talleres que ajustenestas piezas con más huelgo». Pasó un dedo sobre las huellas de lasherramientas;luego,consideródenuevoaLeroux.Unapicapreguntalesubíaaloslabios,anteaquellasarrugasseveras.Sonrióse:

—¿Sehaocupadoustedmuchodelamorensuvida,Leroux?

—¡Oh!,elamor,sabeusted,señordirector…

—Sí,austedlehapasadoloqueamí;nuncahatenidotiempo.

—Muypoco,ciertamente…

Rivière escuchaba el sonido de esa voz, para saber si la respuesta eraamarga; pero no lo era. Este hombre experimentaba, vuelto hacia su vidapasada,eltranquilocontentodelcarpinteroqueacabadecepillarunahermosatabla:«Helaaquí.Yaestáhecha».

«Helaaquí—pensabaRivière—,mividaestáhecha».

Rechazólospensamientostristesqueenéldespertabalafatiga,ysedirigióhaciaelcobertizo,pueselavióndeChilezumbabayaenelaire.

III

El ruido del lejano motor se hacía cada vez más denso: maduraba. Seencendieronlosfaros.Laslucesrojasdelbalizajehicieronsurgiruncobertizo,losmástilesdelaT.S.H.,unapistacuadrada.Sepreparabaunafiesta.

—¡Heloaquí!

Elavióncorríayaenelhazdelosfaros.Tanbrillante,queparecíanuevo.Pero,cuandofinalmenteseparófrentealcobertizo,mientraslosmecánicosylos obreros se apresuraban a descargar el correo, el piloto Pellerin no dabaseñalesdevida.

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—Pero,¿aquéesperaparabajar?

El piloto, ocupado en alguna misteriosa faena, no se dignó responder.Probablemente escuchaba aún, en su interior, el estrépito del vuelo. Movíalentamente la cabeza, e inclinado hacia adelante, manipulaba algo. Por fin,volvióse a los jefes y camaradas, considerándolos con silenciosa gravedad,como si fueran de su propiedad. Parecía contarlos, medirlos, pesarlos, ypensaba que se los merecía de sobras, a ellos, y también ese cobertizo enfiesta, y ese su tráfico, susmujeresy su tibieza.Poseía a esepueblo en susanchasmanos, como súbditos suyos, pues podía tocarlos, oírlos, insultarlos.Pensóprimeroinsultarlosporestarseallí,tantranquilos,tansegurosdevivir,admirandolaLuna,perofuebenigno:

—¡Mepagaréisunacopa!Ydescendió.

Quisoexplicarsuviaje:

—¡Sisupierais…!

Juzgando,sinduda,haberdicholosuficiente,marchóseadespojarsedesutrajedecuero.

Cuando el coche se lo llevó hacia Buenos Aires, en compañía de uninspectortaciturnoydeunRivièresilencioso,seentristeció:eshermososalirdeunmalpuerto,y,altomartierra,escupirconvigorunasfuertespalabrotas.¡Quépotenciadealegría!Pero,enseguida,cuandounoseacuerda,sedudanosesabedequé.

Bregarconunciclón,eso,porlomenos,esreal,esfranco.Peronoloeslafazdelascosas,esafazquetomancuandosecreensolas.Pensaba:

«Es lo mismo que un motín: cosas que apenas palidecen, ¡pero quecambiantanto!».

Hizoesfuerzospararecordar.

Franqueaba apacible la cordillera de los Andes. Las nieves invernalesgravitabansobreellacontodoelpesodesupaz.Lasnievesinvernaleshabíanllevado la paz a esa mole, como los siglos a los castillos muertos. Sobredoscientos kilómetros de espesor, ni un hombre, ni un hálito de vida, ni unesfuerzo.Sóloaristasverticales,queserozanaseismilmetrosdealtura;sólocapas de piedras desplomándose verticalmente; sólo una formidabletranquilidad.

AquelloacaecióenlascercaníasdelPicoTupungato…

Reflexionó.Sí,esallí,precisamente,dondefuetestigodeunmilagro.

Porque con anterioridad nada había visto; se había sentido simplementedesazonado,semejanteaalguienaquiensemira.Demasiadotardeysinllegar

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a comprender cómo se había sentido envuelto por el furor.Mas, ¿de dóndeprocedíaaquelfuror?

¿En qué adivinaba que rezumaba de las piedras, que fluía de la nieve?Porque nada parecía acercársele, ninguna sombría tempestad estaba enmarcha. Pero un mundo, apenas diferente, surgía del otro, sobre el mismolugar.Pellerinobservaba,conelcorazóninexplicablementeencogido,aquellospicosinocentes,aquellasaristas,aquellascrestasdenieve,apenasgrisáceas,yque,noobstante,empezabanavivir,comounpueblo.

Sintenerqueluchar,apretólasmanossobrelosmandosdelaparato.Algose preparaba; algo que él no comprendía. Tendía sus músculos, cual bestiapronta a saltar, pero nada atisbaba que no estuviese tranquilo. Sí, tranquilo,perocargadodeunraropoder.

Luego, todo se había agudizado. Las aristas, los picachos, todo se hizoagudo:selessentíapenetrarenelvientoduro,cualrodas.Yluego,leparecióque viraban y derivaban a su alrededor, como gigantescos navíos, quemaniobrabanparaelcombate.Yluego,mezcladoconelaire,hubopolvo:unpolvo que ascendía, flotando dulcemente, como un velo, a lo largo de lasnieves. Entonces, para buscar una escapatoria en caso de retirada forzosa,volviólacabezaytembló:todalacordillera,asusespaldas,parecíafermentar.

«Estoyperdido».

Deunpicacho,delantesuyo,brotólanieve:unvolcándenieve.Luego,deunsegundopicacho,algoaladerecha.Yasí,todosellos,unodespuésdelotro,comotocadossucesivamenteporalgúninvisiblecorredor,seinflamaron.Fueentoncescuando,con losprimerosremolinosdeaire, lasmontañasoscilaronalrededordelpiloto.

La acción violenta deja pocas huellas: ya no encontraba en símismo elrecuerdo de los grandes remolinos que lo habían arrollado. Se acordaba tansólodehabersedebatidorabiosamenteentreaquellasllamaradasgrises.

Reflexionó.

«Elciclónnoesnada.Sesalvaelpellejo.¡Peroelmomentoanterior!¡Peroaquelencuentroantesdeabordarlo!».

Creía reconocer, entre mil, cierto rostro; y, no obstante, ya lo habíaolvidado.

IV

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Rivière miraba a Pellerin. Cuando éste, dentro de veinte minutos,descendiesedelcoche,seperderíaentrelamuchedumbreconunsentimientodelasitudypesadez.Pensaríatalvez:«Estoycansado…¡Cochinooficio!».Yasumujerleconfesaríaalgocomo:«SeestámejoraquíquesobrelosAndes».Pero no obstante, se había casi desprendido de él todo lo que los hombresestimandemodosingular: acababadeconocer sumiseria.Acababadevivirunashoras sobre laotra fazde ladecoración, sin saber si le seríapermitidohallardenuevoesaciudad,consusluces.Siencontraríaincluso,amigasdelainfancia,enojosasperoqueridas,esaspequeñasdebilidadesdelhombre.«Entoda multitud hay hombres—pensaba Rivière— a quienes nadie distingue,peroque sonprodigiososmensajeros.Yni ellos lo saben.Amenosque…».Rivièretemíaaciertosadmiradores:susexclamacionesdisminuíanalhombre,falseaban el sentido de la aventura, cuyo carácter sagrado no comprendían.PeroPelleringuardabaaquítodasugrandezadesabersimplemente,mejorquenadie, lo que vale el mundo entrevisto bajo cierta luz, y de rechazar lasaprobacionesvulgaresconunrudodesdén.Rivièrelefelicitó:«¿Cómooslashabéisarreglado?».Yloestimóporhablarentérminosdeloficio,porhablardesuvuelocomounherrerodesuyunque.

Pellerinexplicóprimerosuretiradacortada.Casiseexcusaba:«Así,pues,nopudeescoger».Después,nohabíavistonadamás;lanievelecegaba.Perolas violentas corrientes de aire le habían salvado, levantándolo a siete milmetros.«Seguramentedurantetodalatravesía,mehemantenidoarasdelascrestas». Habló también del giróscopo, cuya entrada de aire sería precisocambiardesitio: lanievelaobturaba:«Seformaescarcha».Mástarde,otrascorrientes habían derribado a Pellerin, que no comprendía cómo, a tresmilmetros,nosehabíaestrelladocontranada.Esquevolabayasobrelallanura.«Derepentemehedadocuentadeello,alirrumpirdeimprovisoenuncielopuro»,explicó,finalmente,queenaquelinstantehabíatenidolaimpresióndesalirdeunacaverna.

—¿TempestadtambiénenMendoza?

—No, he aterrizado con cielo limpio, sin viento. Pero la tempestad meseguíadecerca.

La describía porque, decía, «a pesar de todo era extraña». La cima seperdía,muyalta,en lasnubesdenieve,pero labase rodabasobre la llanuracomo si fuese lava negra.Una a una, las ciudades eran tragadas: «Jamás lohabíavisto…».Luegosecalló,embargadoporalgúnrecuerdo.

Rivièresevolvióhaciaelinspector.

—Es un ciclón del Pacífico; se nos ha prevenido demasiado tarde. Esosciclones,noobstante,nuncavanmásalládelosAndes.

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NadiepodíapreverqueeldeahoraproseguiríasumarchahaciaelEste.

Elinspector,quenadasabíadeello,aprobó.

Elinspectorparecíatitubear;sevolvióhaciaPellerin,yagitóselanuezenlagarganta,peroguardósilencio.Despuésde reflexionar,mirandodenuevorectoanteél,recobrósumelancólicadignidad.

Laarrastrabaconsigo,comounequipaje,esamelancolía.Desembarcadolavíspera en Argentina, llamado por Rivière para imprecisas tareas, estabaembarazadoconsusgrandesmanosyconsudignidaddeinspector.Noteníaderechoaadmirarnilafantasía,nilainspiración:porsuprofesión,admirabalapuntualidad.Sóloteníaderechoabeberunvasoencompañía,atutearauncamarada, y a aventurar un juego de palabras, cuando, por una casualidadinverosímil,seencontraba,enlamismaescala,conotroinspector.

«Espesadoserjuez»,pensaba.

En realidad no juzgaba, sólo meneaba la cabeza. Ignorándolo todo,meneabalacabeza,lentamente,anteloqueencontraba,fueseloquefuese.Esaactitud desazonaba a las conciencias negras y contribuía a la buenaconservacióndelmaterial.Noeraamado,puesuninspectornohasidocreadopara las delicias del amor, sino para la redacción de informes. Habíarenunciadoaproponerenellosmétodosnuevosysoluciones técnicas,desdequeRivièrehabíaescrito:«SeruegaalinspectorRobineauquenonosmandepoemas, sino informes. El inspector Robineau utilizará felizmente sucompetencia, estimulando su celo personal».Y así se lanzó desde entonces,comosobresupancotidiano,sobrelasflaquezashumanas:sobreelmecánicoquebebía, sobreel jefedeaeropuertoquepasabanoches toledanas, sobreelpilotoquerebotabaalaterrizar.

Rivière decía de él: «No es muy inteligente; por eso presta grandesservicios».UnreglamentohechoporRivièreera,paraRivière,conocimientodeloshombres;masparaRobineaunoexistíanadamásqueunconocimientodelreglamento.

«Portodaslassalidasretrasadas,Robineau—lehabíadichoundíaRivière—,debéisdescontarlasprimasdeexactitud».

«¿Inclusoencasodefuerzamayor?¿Inclusodebidoalaniebla?».

«Inclusodebidoalaniebla».

YRobineausentíaseorgullosode tenerun jefeque,porsevero,no temíaser injusto. De ese poder, a tal extremo ofensivo, sacaba él mismo ciertamajestad.

«Handadoustedeslasalidaalasseisquince—repetíamástardealosjefesdelosaeropuertos—,nolespodremospagarsuprima».

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«Pero,señorRobineau,alascincoymedia¡noseveíaniadiezmetros!».

«Esloquediceelreglamento».

«¡Pero,señorRobineau,nopodemosbarrerlaniebla!».

YRobineauseatrincherabaensumisterio.

Pertenecía a la dirección. Él sólo, entre esos perinolas, era quiencomprendíacómo,castigandoaloshombres,semejorabaeltiempo.

«Nopiensanada—decíadeélRivière—;esoleevitapensarmal».

Si un piloto destrozaba un aparato, aquel piloto perdía su prima deconservación.

«Pero¿ycuandolaaveríahatenidolugarencimadeunbosque?»,sehabíainformadoRobineau.

«Encimadeunbosque,también».

YRobineauseloteníapordicho.

«Lodeploro—contestabamástardealospilotos,convivaembriaguez—;lodeploroinfinitamente;hubiesesidoprecisotenerlaaveríaenotrolugar».

«Pero,señorRobineau,¡nosepuedeescoger!».

«Lodiceelreglamento».

«Elreglamento—pensabaRivière—escomolosritosdeunareligión,queparecenabsurdosperoformanaloshombres».Leeraigualquelotuviesenporjusto o por injusto.Tal vez estas palabras ni siquiera tenían sentido para él.Los pequeños burgueses de las pequeñas ciudades dan vueltas, en elcrepúsculo, alrededorde suquioscodemúsicayRivièrepensaba:«¿Justooinjusto, con respecto a ellos?; esto carece de sentido: ellos no existen». Elhombreera,paraél,ceravirgenquesedebíamoldear.Sedebíadarunalmaaesa materia, crearle una voluntad. No creía esclavizarlos con dureza, sinolanzarlos fuera de ellos mismos. Si castigaba todo retraso, cometía unainjusticia,perodirigidahacialasalida, lavoluntaddecadaescalacreabaesavoluntad. No permitiendo que los hombres se regocijasen por un tiempocerrado, como si fuera una invitación al reposo, los tenía pendientes de queclarease; y la espera humillaba secretamente hasta al más oscuro peón. Seaprovechaba así la primera imperfección de la armadura: «Despejado en elNorte, ¡listos!». Gracias a Rivière, sobre quince mil kilómetros, el culto alcorreolodominabatodo.

Rivièrealgunasvecesdecía:

«Esoshombressonfelices,porqueamanloquehacen,y loamanporquesoyduro».

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Talvezhacíapadecer,perotambiénproporcionabaaloshombresarmadosgrandesalegrías.«Esprecisoempujarlos—pensaba—haciaunavida fuerte,queentrañedoloresyalegrías,peroeslaúnicaquevale».

Comoyaelcocheentrabaenlaciudad,Rivièremandóqueloscondujerana las oficinas de la Compañía. Robineau, que se había quedado solo conPellerin,miróaéste,yentreabrióloslabiosparahablar.

V

AquellanocheRobineausesentíafatigado.Acababadedescubrir,frenteaPellerin vencedor, que su propia vida era gris. Acababa sobre todo dedescubrirqueél,Robineau,apesardesutítulodeinspectorydesuautoridad,valía menos que ese hombre quebrantado por la fatiga, acurrucado en elángulo del coche, con los ojos cerrados y las manos negras de aceite. Porprimeravez,Robineauadmiraba.Necesitabadecirlo.Necesitaba,sobre todo,ganarseunaamistad.Estabacansadodesuviajeydesusyerrosdeldía;talvezinclusosesentíaridículo.Sehabíaconfundido,estatarde,ensuscálculos,alcomprobar la reserva de combustible, y el mismo agente al que deseabasorprender,movido por la piedad, se los había terminado. Pero, sobre todo,habíacriticadoelmontajedeunaelevadoradeaceitetipoB.6confundiéndolaconunadeltipoB.4,ylosmecánicos,socarrones,lehabíandejadoreprenderdurante veinte minutos «una ignorancia que nada excusa», su propiaignorancia.

Teníamiedo también a su habitación en el hotel.DeToulouse aBuenosAires, volvía invariablemente a ella después del trabajo. Se encerraba bajollave,consecretosdelosquesesentíafatigado,sacabadesumaletaunpliegode papel, escribía lentamente «Informe», aventuraba algunas líneas, y lorompíatodo.HubieradeseadosalvarlaCompañíadealgúngranpeligro.PerolaCompañíanopeligraba.Hastaahorasólohabíasalvadouncubodehéliceatacadodeorín.Habíapasadosudedosobreaquellaherrumbre,conunairefúnebre, lentamente, ante un jefe de aeropuerto, quien le había respondido:«Diríjasealaescalaprecedente:eseaviónacabadellegar».Robineaududabadesuactuación.

ParaaproximarseaPellerin,aventuró:

—¿Quiere cenar conmigo? Tengo necesidad de conversación; miprofesión,aveces,estandura…

Luego,corrigióparanodescendercondemasiadarapidez:

—¡Tengotantasresponsabilidades!

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Sus subalternos no tenían ningún deseo de introducir a Robineau en suvidaprivada.Todospensaban:«Siaúnnohaencontradonadaparasuinforme,comotieneunhambreatroz,medevoraráamí».

PeroRobineau,estanoche,nopensabamásqueensusmiserias:elcuerpomortificado por un molesto eczema, su único secreto verdadero; hubieradeseado explicarlo, hacerse compadecer, pues como no encontraba consueloenelorgullo,lobuscabaenlahumildad.

VI

LossecretariosdormitabanenlasoficinasdeBuenosAirescuandoRivièreentró.Nosehabíaquitadoelabrigo,nielsombrero:parecíasiempreuneternoviajero;tanpocoeraelairequedesplazabasupequeñaestatura,tangrisessuscabellos, y tanto se adaptaban a todos los ambientes sus vestidos anónimos,quepasabacasi inadvertido.Y, sinembargo,el fervoranimóa loshombres.Los secretarios se agitaron, el jefe de oficina consultó urgentemente losúltimospapeles,lasmáquinasdeescribircrepitaron.

El telegrafista clavaba sus clavijas en el cuadro y anotaba sobre unvoluminosolibrolostelegramas.

Rivièresentóseyleyó.

DespuésdelapruebadeChile,releíalahistoriadeundíafelizenelquelascosasseordenabanporsímismas,enelquelosmensajes,expedidosporlos aeropuertos uno después de otro, eran sobrios boletines de victoria. ElcorreodePatagoniaprogresabatambiénconrapidez:seadelantabasuhorario,pueslosvientosempujabandelSuralNortesugranoleajefavorable.

—Denmelosmensajesmeteorológicos.

Cada aeropuerto encomiaba su tiempo claro, su cielo transparente, subuenabrisa.UnatardedoradahabíavestidoaAmérica.Rivièreregocijósedela buena voluntad de las cosas. En estos momentos, el correo luchaba enalgunaparteenlaaventuradelanoche,peroconlasmejoresposibilidades.

Rivièreapartóelcuaderno.

—Bien.

Y,vigilantenocturnoquevelabasobrelamitaddelmundo,salióadarunvistazoalosservicios.

Detúvoseanteunaventanaabiertayconsiderólanoche.ConteníaBuenosAires,perotambién,comounaenormenave,todaAmérica.Noseasombróde

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ese sentimiento de grandeza: el cielo de Santiago de Chile era un cieloextranjero;pero,puestoenmarchaelcorreohaciaSantiagodeChile,sevivía,deunextremoaotrodelalínea,bajolamismabóvedaprofunda.Deeseotrocorreo,cuyavozseacechabaenlosreceptoresdeT.S.H.,lospescadoresdePatagonia veían brillar las luces de a bordo. Esta inquietud de un avión envuelo,cuandopesabasobreRivière,pesaba tambiénsobre lascapitalesy lasprovincias,conelronroneodelmotor.

Feliz ahora, por esta noche tan despejada, se acordaba de las noches dedesorden en las que el avión se le antojaba peligrosamente hundido ymuydifícildesocorrer.Desde laestacióndeRadiodeBuenosAiresseseguíasugemidomezcladoconloschirridosdelastormentas.Bajoaquelruidosordo,seperdía el orode laondamusical. ¡Quéangustia en el cantomenordeuncorreolanzado,comodardociego,contralosobstáculosdelanoche!

Rivièrepensóqueelpuestodeuninspector,ennochedevela,sehallabaenlaoficina.

—BúsquenmeaRobineau.

Robineau estaba a punto de hacerse amigo de un piloto. Ante él, en elhotel,habíaabiertosumaleta,queofrecíaesospequeñosobjetosporlosquelos inspectores separecena losdemáshombres: algunas camisasdedudosogusto,unnecesercompletodeaseo,lafotografíadeunamujerdelgada,queelinspector colgó en la pared. De este modo, hacía a Pellerin la humildeconfesióndesusnecesidades,desusternuras,desuspesares.Alineandoenunorden miserable sus tesoros, extendía ante el piloto su miseria: un eczemamoral.Mostrabasuprisión.

Sin embargo, para Robineau, como para todos los hombres, existía unapequeñaluz.Habíaexperimentadounagrandulzuraalsacardelfondodesumaleta un pequeño estuche, cuidadosamente envuelto. Lo había golpeteadolargoratosindecirnada.Luego,abriendoporfinlasmanos:

—HetraídoestodelSahara…

El inspectorhabíaenrojecidoalatreversea talconfidencia.Seconsolabade sus sinsabores, de su infortunio conyugal, y de toda esagris verdad, conpequeñosguijarrosnegruzcosqueabríanunapuertasobreelmisterio.

Enrojeciendoalgomás:

—SeencuentranotrosidénticosenelBrasil…

YPellerinhabíagolpeadolaespaldadeuninspectorquesedoblabasobrelaAtlántida.

TambiénporpudorPellerinhabíapreguntado:

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—¿LegustalaGeología?

Sólolaspiedrashabíansidodulcesparaélenlavida.

Robineau, cuando fue llamado, se entristeció, pero recobró de nuevo sudignidad.

—Debo dejarle; el señor Rivière me necesita para algunas decisionesgraves.

Cuando Robineau penetró en la oficina, Rivière lo había olvidado. Sehallabameditabundo ante unmapa donde se destacaba en rojo la red de laCompañía. El inspector esperaba órdenes. Después de muchos minutos,Rivière,sinvolverlacabeza,lepreguntó:

—¿Quépiensadeestemapa,Robineau?

Aveces,planteabajeroglíficosaldespertardeunensueño.

—Estemapa,señordirector…

El inspector, en realidad, no pensaba nada, pero, examinandoresueltamente el mapa con aire severo, inspeccionaba a bulto Europa yAmérica. Rivière, por otra parte, continuaba sin comunicárselas, susmeditaciones: «El rostro de esa red es hermoso, pero duro.Nos ha costadomuchoshombres,yhombresjóvenes.Seimponeaquíconlaautoridaddelascosas ya construidas, pero ¡cuántos problemas plantea!». No obstante, elobjetivo,paraRivière,lodominabatodo.

Robineau,depieasulado,examinandoaúnelmapaconlamismafirmeza,seenderezabapocoapoco.DeRivièrenoesperabaningunacompasión.

Unavezhabíaprobadosuerteconfesandosuvidadestrozadaporcausadesu ridícula enfermedad, peroRivière le había respondido con un exabrupto:«Siesoosimpidedormir,estimularátambiénvuestraactividad».

Era un exabrupto amedias, puesRivière acostumbraba a afirmar: «Si elinsomnio de un músico le hace crear hermosas obras, es un hermosoinsomnio».Undía,habíadesignadoaLeroux:«Dígamesinoeshermosaesafealdadquerechazaelamor…».TodoloquedegrandeteníaLeroux,lodebíatalvezaesadesgracia,quehabíalimitadosuvidaenteraaladeloficio.

—¿EsustedamigodePellerin?

—¡Eh…!

—Noseloreprocho.

Rivièrediomediavueltay,conlacabezainclinada,acortospasos,arrastróconsigoaRobineau.Unatristesonrisa,queRobineaunocomprendió,levinoaloslabios:

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—Sinembargo…,sinembargo,ustedeseljefe.

—Sí—dijoRobineau.

Rivièrepensóquedeesamanera,cadanoche,unaacciónsedesarrollabaen el cielo como un drama. Una flexión de voluntades podía acarrear undesastre;talvezhabríaquelucharmuchohastaelnuevodía.

—Debepermanecerustedensupapel.

Rivièrepesabasuspalabras:

—Tal vez, la próxima noche, ordenará a ese piloto una salida peligrosa:tendráqueobedecer.

—Sí…

—Disponeustedcasidelavidadeloshombres,dehombresquevalenmásqueusted…

Pareciótitubear.

—Esoesgrave…

Rivière,quecontinuabaandandolentamente,sedetuvoalgunosinstantes.

—Si le obedecen por amistad, les engaña. Por lomismo, no tiene ustedderechoaningúnsacrificio.

—No…ciertamente.

—Ysielloscreenquelaamistaddeustedlesahorraráalgunatareaingrata,también losengañará: seráabsolutamentenecesarioqueobedezcan.Siénteseahí.

Rivièreempujaba,suavemente,conlamano,aRobineauhaciasumesa.

—Levoyasituarensulugar,Robineau.Siestácansado,nolecorrespondea esos hombres el sostenerlo. Usted es el jefe. La debilidad de usted esridícula.Escriba.

—Yo…

—Escriba: «El inspector Robineau impone al piloto Pellerin tal sanciónportalmotivo…».Yaencontraráunmotivocualquiera.

—¡Señordirector!

—Obrecomosiloentendiera,Robineau.Quieraalosquemanda.Perosindecírselo.

Robineau,denuevo,congrancelo,ordenarálimpiarloscubosdehélice.

Una pista de socorro comunicó por T. S. H.: «Avión a la vista. Avión

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comunica:Bajaderégimen;voyaaterrizar».

Seperderíasindudamediahora.Rivièreexperimentóesairritaciónquesesientecuandoel trenexpresosedetienesobre lavía,y losminutosdejandelibrarsu lotede llanuras.Laagujamayordel reloj recorríaahoraunespaciomuerto: tantos acontecimientos hubieran podido acaecer en esta abertura decompás.Rivièresalióparamatarlaespera;ylanocheleparecióvacía,comounteatrosinactor.«¡Quesepierdaunanocheasí!».Porlaventanamirabaconrencor aquel cielo despejado, cuajado de estrellas, aquel balizaje divino,aquellaluna,elorodilapidadodeunanocheasí.

Pero,desdequeelavióndespegódenuevo,lanochefueparaRivièreaúnmás emocionante y más hermosa. Llevaba la vida en sus flancos. Rivièrecuidabadeella.

—¿Quétiempoencuentran?—mandópreguntaralatripulación.

Transcurrierondiezsegundos:

—Muybueno.

Luego arribaron algunos hombres de ciudades atravesadas, que, paraRivière,eran,enestalucha,ciudadesqueserendían.

VII

Una hora más tarde el «radio» del correo de Patagonia se sintiósuavementelevantado,comosiletirasendeunhombro.Miróasualrededor;pesadas nubes oscurecían las estrellas. Se inclinó hacia tierra: buscaba laslucesdelasciudades,tansemejantesalbrillodelasluciérnagasocultasenlahierba,peronadarelucíaenaquellahierbanegra.

Previendounanochedifícil,sintiósedisplicente:marchas,contramarchas,territorios ganados que es preciso luego ceder.No comprendía la táctica delpiloto;leparecíaqueibanadarcontralaespesuradelanoche,comocontraunmuro.

Descubríaahora,frenteaellos,unfulgor imperceptiblesobrela líneadelhorizonte: un resplandor de fragua. El «radio» tocó en el hombro a Fabien,peroéstenoseinmutó.

Los primeros remolinos de la lejana tormenta atacaban el avión.Suavemente levantadas, lasmasasmetálicas pesaban contra la carnemismadel «radio»; luego parecían desvanecerse, fundirse, y, en la noche, durantealgunos segundos, flotó solo. Entonces se agarró con sus dos manos a los

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larguerosdeacero.

Y como no distinguía otra cosa que la bombilla roja de la carlinga, seestremecióalsentirsedescenderenelcorazóndelanoche,sinningunaayuda,bajolasolaproteccióndeunapequeñalámparademinero.Noosómolestaralpilotoparaconocerloquedecidieray,conlasmanosapretadassobreelacero,inclinadohaciasucamarada,mirabalasombríanucadeéste.

Sólo la cabeza y unos hombros inmóviles se destacaban en la débilclaridad. Aquel cuerpo no eramás que unamasa oscura, algo ladeada a laizquierda, con la fazvuelta a la tempestad, lavada sindudapor cada fulgor.Peroel«radio»noveíanadadeaquelrostro.Todoslossentimientosqueenélseagolpabanparaafrontarunatempestad:aquelgesto,aquellacólera,todoloquedeesencialse intercambiabaentreaquelrostroblanquecinoy losbrevesresplandoresquesurgíanallá,enlohondo,permanecíaparaélimpenetrable.

Adivinaba, sin embargo, la potencia concentrada en la inmovilidad deaquellasombra:ylaestimaba.Sinduda,loarrastrabahacialatormenta,perotambién lo cubría. Sin duda, aquellas manos, cerradas sobre los mandos,gravitabanyasobrelatempestadcomosobreelcuellodeunabestia,peroloshombros,cargadosdefuerza,continuabaninmóviles:enellosseadivinabaunaprofundareserva.

El«radio»pensóque,endefinitiva,elpilotoeraelresponsable.Yahora,en la grupa del avión, galopando hacia el incendio, saboreaba todo lo queaquella oscura figura, allí, delante suyo, expresaba de material y de fuerte,todoloqueexpresabadeperdurable.

Alaizquierda,débilcomounfaroeneclipse,unnuevofuegosealumbró.

El «radio» retuvo un gesto para tocar la espalda de Fabien y prevenirle;pero le vio volver lentamente la cabeza, y mantener su rostro, por algunosinstantes, frente al nuevo enemigo; luego, lentamente, tomar de nuevo suposiciónprimitiva.Loshombrosseguíaninmóviles,ylanucaapoyadasobreelcuero.

VIII

Rivièrehabíasalidoparaandarunpocoyeludirelmalestarnaciente.Él,quesólovivíapara laacción—unaaccióndramática—,sentíaextrañamenteque el drama se desplazaba, se hacía personal. Pensó que, alrededor de suquioscodemúsica, los pequeñosburgueses de las pequeñas ciudadesvivíanuna vida en apariencia silenciosa, pero algunas veces henchida también dedramas: laenfermedad,elamor, lamuerte,ytalvez…Supropiadolenciale

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enseñabamuchas cosas: «Abre ciertas ventanas», se decía. Luego, hacia lasoncedelanoche,respirandoyamejor,seencaminóalaoficina.Lentamenteseabríapasoentreelgentíoqueseagolpabaantelapuertadeloscines.Alzólosojosalasestrellas,quelucíansobrelaestrechacalle,borradascasiporlosanunciosluminosos,ypensó:«Esanoche,conmisdoscorreosenvuelo,soyresponsabledelcieloentero.Esaestrellaesunmensajeroquemebuscaentrelamuchedumbre,yquemeencuentra:poresomesientoalgoextranjero,algosolitario».

Seacordódeunafrasemusical:algunasnotasdeunasonataqueescucharaayerconunosamigos.Éstosnolahabíancomprendido:«Eseartenosaburreyleaburre,sóloqueustednoloconfiesa».

«Talvez…»,respondió.

Sehabíasentido,comohoy,solitario,peromuyprontohabíadescubiertolariquezadetalsoledad.Elmensajedeaquellamúsicaveníaaél,sóloaél,entrelosmediocres,conlasuavidaddeunsecreto.Comoelmensajedelaestrella.Amboslehablaban,porencimadetantoshombros,enunlenguajequesóloélentendía.

Sobrelaaceraleempujaban;pensóaún:«Nomeenfadaré.Meparezcoalpadredeunniñoenfermo,queandaenmediode lamultitudapasoscortos.Llevaensíelgransilenciodesuhogar».

Levantólosojosparamiraratentamentealoshombres.Intentabaencontrarlosquellevabanconsigo,quietamente,suinvenciónosuamor,yseacordódelasoledaddelostorrerosdelosfaros.

El silencio de las oficinas le complació. Las atravesaba lentamente, unadespués de otra, y sus pasos resonaron solos. Las máquinas de escribirdormían bajo los hules. Los grandes armarios estaban cerrados sobre losexpedientes en orden.Diez años de experiencias y de trabajo. Se le ocurrióque visitaba los subterráneos de un Banco; allí donde se amontonan lasriquezas. Pensaba que cada uno de aquellos registros acumulaba algomejorqueeloro:unafuerzavivienteperodormida,comoelorodelosBancos.

En alguna parte encontraría el único secretario en vela. Un hombretrabajabaenalgunaparteparaquelavidafuesecontinua,paraquelavoluntadfuese continua y, así, de escala en escala, para que jamás, de Toulouse aBuenosAires,serompieralacadena.«Esehombredesconocesugrandeza».

Los correos, en alguna parte, luchaban. El vuelo nocturno duraba comounaenfermedad:eraprecisovelar.Eraprecisoasistiraaquelloshombresqueconlasmanosyconlasrodillas,pechocontrapecho,afrontabanlaoscuridad,yquenoconocíannadamás,absolutamentenadamás,quecosasmovedizas,invisibles,delasqueeranecesariosalirse,comodeunmar,afuerzadebrazos

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ciegos. ¡Qué terribles confesiones a veces! «He iluminado mis manos paraverlas…».Enesebañorojodefotógrafo,sóloelterciopelodelasmanos.Esprecisosalvarlo;esloúnicoquequedaenelmundo.

Rivière empujó la puerta de la oficina. Una sola lámpara, en un muro,creaba una playa clara. El martilleo de una sola máquina de escribir dabasentido a ese silencio, sin colmarlo. El campanilleo del teléfono temblaba aveces; entonces, el secretario de guardia se levantaba, y se dirigía haciaaquellallamadarepetida,obstinada,triste.Elsecretariodeguardiadescolgabael receptor y la angustia invisible se calmaba: era una conversación muytranquila en un rincón de sombra. Luego, impasible, el hombre volvía a sumesa, el rostro cerrado por la soledad y el sueño, sobre un secretoindescifrable. ¡Qué amenaza trae una llamada, que arriba del exterior, de lanoche,cuandodoscorreosestánenvuelo!Rivièrepensabaenlostelegramasqueleslleganalasfamiliasbajolaslámparasnocturnas,yenladesgraciaque,durante unos segundos, casi eternos, se cierne en secreto sobre el rostro delpadre. Onda primero sin fuerza, tan tranquila, tan lejos del grito lanzado.Percibía su débil eco en cada discreto campanilleo. Y los movimientos delhombre, que la soledad hacía lento como un nadador entre dos aguas,volviendode laoscuridadhaciasu lámpara,comounbuzoal remontarse, leparecíancadavezhenchidosdesecretos.

—Nosemueva.Voyyo.

Rivièredescolgóelaparatoyoyóunmurmullodegente.

—Aquí,Rivière.

Undébiltumulto,luegounavoz:

—Lepongoencomunicaciónconlaestaciónderadio.

Unnuevotumulto,eldelasclavijasenelcuadro;luegootravoz:

—Aquí,laestaciónderadio.Vamosacomunicarlelostelegramas.

Rivièrelosanotabaymeneabalacabeza:

—Bien…Bien.

Sinimportancia.Mensajesregularesdelservicio.RíodeJaneiropedíaunainformación.Montevideohablabadel tiempo, yMendozadelmaterial.Eranlosruidosfamiliaresdelacasa.

—¿Yloscorreos?

—Eltiempoestempestuoso.Nolosentendemos.

—Bien.

Rivièreconsideróquelanocheaquíerapura, lasestrellasbrillantes,pero

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losradiotelegrafistasdescubríanenellaelalientodelejanasborrascas.

—Hastaluego.

Rivièreselevantó,elsecretarioleabordó:

—Lasnotasdelservicio,paralafirma,señor…

—Bien.

Rivière descubría en él una gran amistad por este hombre, que cargabatambiénconelpesodelanoche.«Uncamaradadecombate—pensabaRivière—.Nosabránunca,sinduda,cuántonosuneestavela».

IX

Cuando volvía a su despacho particular, con un legajo de papeles en lamano, Rivière experimentó en su costado derecho el vivo dolor que, desdehacíaalgunassemanas,leatormentaba.

«Noestoybien…».

Seapoyóporuninstantecontralapared:

«Peroesridículo».

Luegoalcanzósusillón.

Unavezmássesentíaentumecidocomounviejoleón,yunagrantristezaleembargó.

«¡Tanto trabajoparaacabarasí!Tengocincuentaaños;encincuentaañoshe llenadomi vida,me he formado, he luchado, he alterado el curso de losacontecimientos;yheaquíloqueahorameocupa,ymellena,yhacedecrecerelmundoenimportancia…Esridículo».

Esperó, enjugóse un leve sudor, y, cuando elmalestar se hubo calmado,trabajó.

Examinabalentamentelasnotas.

«Hemos comprobado en Buenos Aires que, mientras se desmontaba elmotor301…,impondremosunasancióngravealresponsable».

Firmó.

«LaescaladeFlorianópolis,nohabiendoobservadolasinstrucciones…».

Firmó.

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«Desplazaremos por medida disciplinaria al jefe de aeropuerto Richard,que…».

Firmó.

Luego,comoaqueldolorenelcostado,adormecidoperopresenteynuevocomounnuevosentidodelavida,leobligabaapensarensí,casiseamargó.

«¿Soy justo o injusto? Lo ignoro. Si castigo, las averías disminuyen. Elresponsablenoeselhombre,sinoalgocomounapotenciaoscuraquejamássealcanza si no se alcanza a todo el mundo. Si fuese muy justo, un vuelonocturnoseríacadavezunpeligrodemuerte».

Le invadió cierto cansancio por haber trazado tan duramente esta vía.Pensó que la piedad es buena. Seguía hojeando las notas, absorto en suensueño.

«…encuantoaRoblet,apartirdehoy,cesarádeformarpartedenuestropersonal».

Vio con la imaginación a aquel viejo bonachón y se le hizo presente laconversacióndelanocheanterior.

«—Unejemplo;¿quéquiereusted?Esunejemplo.

»—Pero,señor;pero,señor.Porunavez,sóloporunavez;pienseustedenello,¡hetrabajadotodamivida!

»—Esprecisodarunejemplo.

»—Pero,señor…¡Veausted,señor!».

Entonces surgióaquellagastadacarterayaquellaviejahojadeperiódicodondeapareceRoblet,joven,alladodeunavión.

Rivièreveíatemblarlasviejasmanossobreaquellagloriaingenua.

«—Eselaño1910,señor…¡Soyyoquienmontó,aquí,elprimeravióndela Argentina! ¡La aviación, después de 1910…! ¡Señor, son veinte años!¿Cómopuedeusted entoncesdecir…? ¡Y los jóvenes, señor, cómo sevan areíreneltaller…!¡Ah,sereiráncomolocos!

»—Esonomeimporta.

»—¿Ymishijos,señor?¡Yotengohijos!

»—Yaselohedicho:leofrezcounaplazadepeón.

»—¡Mi dignidad, señor, mi dignidad! Pero, señor, son veinte años deaviación,unantiguoobrerocomoyo…

»—Depeón.

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»—¡Rehúso,señor,rehúso!».

Las viejas manos temblaban, y Rivière apartó los ojos de aquella pielajada,gruesaybella.

«—Depeón.

»—No,señor,no…,quierodecirleaún…

»—Puederetirarse».

Rivièrepensó:«Noesaélaquienhedespedidoasí,tanbrutalmente;esalmaldelqueél,talvez,noesresponsable,peroquesucedíaacausadeél».

«Porque a los acontecimientos se los manda —pensaba Rivière—, yobedecen,yasísecrea.Yloshombrespobressoncosas,yselescreatambién.Oselosapartacuandoelmalpasaporellos».

«Quierodecirleaún…».¿Quéesloquequeríadecirelpobreviejo?¿Queselearrebatabansusviejasalegrías?¿Queamabaelruidodelasherramientassobreelacerodelosaviones,queseprivabaasuvidadeunagranpoesía,y,además…,queesprecisovivir?

«Estoy muy fatigado», pensaba Rivière. La fiebre subía, acariciante.Golpeaba la hoja y pensaba: «Amaba mucho el rostro de ese viejocompañero…». Y Rivière veía de nuevo sus manos. Bastaría decir: «Bien.Bien.Quédese».Rivière veía ya la ola de alegría quebajaría sobre aquellasviejasmanos.Yesegozoquedirían,queibanadecir,noelrostro,sinoesasviejasmanosdeobrero,leparecíalacosamáshermosadelmundo.«¿Rompoestanota?»y la familiadel viejo, y esavuelta al hogar, por la noche, y esemodestoorgullo:

«—¿Así,pues,continúaseneltrabajo?

»—¡Puesclaro!¡SoyyoquienmontóelprimeravióndelaArgentina!».

Ylosjóvenesqueyanosereiríanmás,yeseprestigioreconquistadoporelantiguo…

«¿Larompo?».

El teléfono se dejó oír; Rivière lo descolgó.Un tiempo largo, luego esaresonancia,esaprofundidadquecausanelvientoyelespacioalavozhumana.Porfinhabló:

—Aquí,elcampo.¿Quiénestáahí?

—Rivière.

—Señordirector,el650estáenlapista.

—Bien.

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—Todo listo, ya; pero, a última hora, hemos debido rehacer el circuitoeléctrico:lasconexioneserandefectuosas.

—Bien.¿Quiénhamontadoelcircuito?

—Lo averiguaremos. Si usted lo permite, aplicaremos sanciones: ¡unaaveríadeluzabordopuedeseralgograve!

—Cierto.

Rivière pensó: «Si no se arranca el mal cuando se le encuentra,dondequiera que esté, se producen luego averías en la luz: es un crimenflaquearcuandoporazarsedescubrensusinstrumentos:Robletpartirá».

Elsecretario,quenadahavisto,siguetecleando.

—¿Quées?

—Lacontabilidadquincenal.

—¿Porquénoestálistaaún?

—Yo…

—Luegoloveremos.

«Es curioso ver cómo recobran su imperio los acontecimientos, cómo semuestraunaenormefuerzaoscura, lamismaquelevanta lasselvasvírgenes,que crece, que forcejea, que ruge de todas partes alrededor de las grandesobras».Rivièrepensabaenesostemplosquepequeñaslianasaterran.

«Unagranobra…».

Pensó aúnpara tranquilizarse: «Quiero a todos estos hombres, y no es aellosaquienescombato,sinoaloquesucedeporellos…».

Sucorazónlatíaagolpesrápidos,quelehacíansufrir.

«Nosésiloquehagoestábien.Ignoroelexactovalordelavidahumana,de la justicia, o del dolor. Ignoro con exactitud lo que vale el gozo de unhombre.Ounamanoquetiembla.Olapiedad,oladulzura…».

Meditó:

«La vida se contradice tanto, que uno se las arregla como puede con lavida…Peroperdurar,crear,cambiarelcuerpoperecedero…».

Rivièrereflexionó,luegollamó:

—TelefoneenalpilotodelcorreodeEuropa.Quevengaavermeantesdedespegar.

Pensaba:

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«Esprecisoqueesecorreonodémediavueltainútilmente.Sinosacudoamishombres,siemprelesinquietarálanoche».

X

Lamujerdelpiloto,despertadaporelteléfono,miróasumaridoypensó:

«Lodejarédormirunpocomás».

Admirabaaquelpechodesnudo,de fuertequilla;pensabaenunhermosonavío.

El piloto reposaba en el lecho tranquilo, comoenunpuerto, y, para quenadaagitasesusueño,ellaborróconeldedoesepliegue,esasombra,esaola;apaciguabaellecho,comoundedodivino,elmar.

Levantóse,abrió laventana,yelviento ledioenel rostro.LahabitacióndominabaBuenosAires.Unacasavecina,dondesebailaba,esparcíaalgunasmelodíasqueelviento traía,puesera lahorade losplaceresyelreposo.Laciudadencerrabaaloshombresensuscienmilfortalezas;todoestabaquietoyseguro;peroaestamujerleparecíaquealguienibaagritar«¡Alasarmas!»yque sólounhombre, el suyo, se erguiría.Descansaba aún, pero sudescansoeraelreposotemibledereservasquevanaconsumirse.Laciudaddormidanoleprotegía:susluceslepareceránvanas,cuandoselevante,cualjovendios,desupolvo.Contemplabaesosbrazossólidosque,dentrodeunahora,llevaríanlasuertedelcorreodeEuropa,responsablesdealgogrande,comoeldestinodeunaciudad.Turbóseporello.Aquelhombre,enmediodeaquellosmillonesde hombres, era el único preparado para el extraño sacrificio. Se apenó. Élescapabaasíasudulzura.Ellalohabíaalimentado,velado,acariciado,noparasí misma, sino para esta noche que iba a arrebatárselo. Para luchas, paraangustias,paravictorias,de lasqueellanadasabría.Aquellasmanos tiernaserantodosuavidad,perosusverdaderas tareaseranoscuras.Ellaconocíalassonrisasdeestehombre,susprecaucionesdeamante,perono,enlatormenta,susdivinascóleras.Ella le cargabade tiernos lazos:demúsica,deamor,deflores;perocuandosonaba lahorade lapartida,estos lazoscaíansinqueélpareciesesufrirporello.

Abriólosojos.

—¿Quéhoraes?

—Medianoche.

—¿Quétiempohace?

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—Nosé…

Selevantó.Andabalentamentehacialaventana,desperezándose.

—Notendrémuchofrío.¿Cuálesladireccióndelviento?

—¿Cómoquieresquelosepa…?

Élseinclinó.

—Sur.Muybien.Estodura,porlomenoshastaelBrasil.

Fijóseenlaluna,ysesuporico.Luegosusojosbajaronhacialaciudad.

Nolajuzgódulce,nibrillante,nicálida.Veíayaderramarselaarenavanadesusluces.

—¿Enquépiensas?

ÉlpensabaenlaposiblebrumahaciaPortoAlegre.

—Tengomiestrategia.Sépordóndehayquedarlavuelta.

Seguía inclinado. Respiraba profundamente, como antes de lanzarse,desnudo,almar.

—Nisiquieraestástriste…¿Cuántosdíasestarásfuera?

Ocho,diezdías.Nosabía.Triste,no;¿porqué?Aquellasllanuras,aquellasciudades,aquellasmontañas…Leparecíaquemarchaba,libre,asuconquista.PensabatambiénqueantesdeunahoraposeeríaydesecharíaaBuenosAires.

Sonrió:

—Esaciudad…muyprontoestarélejos.Eshermosomarcharsedenoche.Setiradelamanecilladelosgases,caraalSury,diezsegundosmástarde,seinvierteelpaisaje,caraalNorte.Laciudadnoesyamásqueunfondodemar.

Ellapensabaentodoloqueesprecisodesecharparaconquistar.

—¿Noamastuhogar?

—Síqueloamo…

Peroyasumujer losabíaenmarcha.Esasespaldaspesabanyacontraelcielo.

Ellaselomostró:

—Tendrásbuentiempo,turutaestátapizadadeestrellas.

Élserio:

—Sí.

Ellapusosumanosobreestehombroyemocionósealsentirlo tibio:esta

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carne¿estaba,pues,amenazada…?

—¡Eresmuyfuerte,peroséprudente!

—Prudente,sí,claro…

Riodenuevo.

Se vestía. Para esta fiesta escogía las telas más rudas, los cueros máspesados; se vestía como un campesino. Cuanto más tosco se hacía, más loadmirabaella.Leceñíaelcinturón,tirabadesusbotas.

—Esasbotasmemolestan.

—Heaquílasotras.

—Búscameuncordónparamilámparadesocorro.

Ella le contemplaba. Reparaba el último defecto de la armadura: todoajustababien.

—Eresmuyhermoso.

Vioquesepeinabacuidadosamente.

—¿Esparalasestrellas?

—Esparanosentirmeviejo.

—Estarécelosa…

Rioaún,labesó,ylaapretócontrasuspesadosvestidos.Luegolalevantóenvilo,comoselevantaaunaniña,y,riendosiempre,laacostó:

—¡Duerme!

Y,cerrandolapuertatrassí,dioenlacalle,enmediodelnocturnopuebloincognoscible,elprimerpasodesuconquista.

Ellaquedóseallá.Miraba,triste,lasflores,loslibros,lasuavidadqueparaélnoeranmásqueunfondodemar.

XI

Rivièrelorecibe:

—Megastóustedunabromaensuúltimocorreo.Diomediavueltacuandolos«meteos»eranbuenos;pudohaberpasado.¿Tuvomiedo?

Elpiloto,sorprendido,secalla.Frota,lentamente,susmanos,unacontralaotra.Luegoenderezalacabeza,ymiraaRivièreenlacara.

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—Sí.

Rivière, en el fondo, siente piedad por estemuchacho, tan valiente, quetuvomiedo.Elpilototratadeexcusarse:

—Noveíaabsolutamentenada.Ciertamente,alolejos…talvez…laT.S.H.decía…Peromilámparadebordosedebilitaba,ynoveíayamismanos.Quiseencendermilámparadeposiciónparadistinguirporlomenoselala,noveía nada.Me sentía en el fondo de un gran agujero por el que era difícilremontarse.Entoncesmimotorempezóavibrar…

—No.

—¿No?

—No.Lohemos examinado.Está perfecto.Pero siempre se cree queunmotorvibracuandosetienemiedo.

—¡Quiénnohubiesetenidomiedo!Lasmontañasmedominaban.Cuandoquisetomaraltura,encontréfuertesremolinos.Ustedsabe,cuandonosevenipizca…losremolinos…Enlugarderemontar,perdícienmetros.Nisiquieraveía el giróscopo; ni tampoco los manómetros. Parecióme que el motordisminuíaderégimen,quesecalentaba,quelapresióndeaceitemenguaba…Todoesoenlaoscuridad,comounaenfermedad.Mealegrómuchoelverdenuevounaciudadiluminada.

—Tieneusteddemasiadaimaginación.Retírese.

Elpilotosale.

Rivièresehundeensusillónypasalamanoporsuscabellosgrises.

«Es elmásvalientedemishombres.Loque logró en esanoche esmuyhermoso,peroyololiberodelmiedo…».

Luego,comolevolvieseunatentacióndedebilidad:

«Para hacerse amar, basta compadecer. Yo no compadezco nunca, o looculto.Me gustaría mucho, no obstante, rodearme de amistad y de ternurahumana. Un médico, en su profesión, las encuentra. Pero es a losacontecimientosaquiensirvo.Esprecisoqueforjealoshombresparaquelossirvan.¡Québiensientoesaleyoscura,durantelanoche,enmioficina,antelashojasderuta!Simedejoir,sidejoquelosacontecimientossigansucurso,entonces nacen misteriosamente los accidentes. Como si únicamente mivoluntad impidiera al avión estrellarse en pleno vuelo, o, a la tempestad,retrasarelcorreoenmarcha.Mesorprendo,aveces,demipoder».

Reflexionóaún:

«Esclaro,talvez.Escornolaluchaperpetuadeljardinerosobresucésped.

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Elpesodesusimplemanorechazaelbosqueprimitivo,queaquéllapreparaeternamente».

Pensóenelpiloto:

«Yolosalvodelmiedo.Noesaélaquienatacaba,es,atravésdeél,aesaresistenciaqueparalizaaloshombresantelodesconocido.Siloescucho,silocompadezco,sitomoenseriosuaventura,creerávolverdelpaísdelmisterio,ysólodelmisteriosetienemiedo.Esprecisoquenohayamásmisterios.Esprecisoqueloshombresdesciendanaesepozooscuroy,alremontarlo,diganque no han encontrado nada. Es preciso que ese hombre descienda al másíntimocorazóndelanoche,ensuespesura,sinsiquieraesapequeñalámparademinero, que no alumbramás que lasmanos o el ala, pero que aparta lodesconocidoaunabrazadedistancia».

Noobstante,enesalucha,unasilenciosafraternidadligaba,enelfondo,aRivière con sus pilotos. Se trataba de hombres de lamisma contextura, quesentíanelmismodeseodevencer.PeroRivièreseacuerdadelasotrasbatallasquehalibradoparalaconquistadelanoche.

Setemía,enloscírculosoficiales,comoaunamalezainexplorada,aquelterritorio umbrío. Lanzar una tripulación, a doscientos kilómetros por hora,hacia las tormentas, las brumas y los obstáculos materiales que la nochecontiene sin mostrarlos, les parecía una aventura tolerable para la aviaciónmilitar;seabandonaunterritorioennocheclara,sebombardea,sevuelvealmismo terreno. Pero los servicios regulares fracasarían en la noche. «Paranosotros—habíareplicadoRivière—esunacuestióndevidaomuerte,puestoque perdemos, por la noche, el avance ganado, durante el día, sobre losferrocarrilesynavíos».

Con tedio,habíaoídohablarRivièrede estadísticas, de seguros,y, sobretodo, de opinión pública: «¡A la opinión pública —replicaba— se lagobierna!».Pensaba:«¡Cuántotiempoperdido!Hayalgo…,algoqueaventajaatodoeso.Loquevive,loatropellatodoparavivir,ycreasuspropiasleyes,para vivir. Es irresistible». Rivière no sabía cuándo ni cómo la aviacióncomercial abordaría los vuelos nocturnos, pero era preciso preparar esasolucióninevitable.

Rememora los tapicesverdesante loscuales,con labarbasobreelpuño,habíaescuchado,conunaextrañaconcienciadefuerza,tantasobjeciones.Leparecían vanas, condenadas de antemano por la vida. Y sentía su propiafuerza,recogidaenélcomounpeso:«Misrazonespesan;venceré—pensabaRivière—. Es la inclinación natural de los acontecimientos». Cuando se lereclamaban soluciones perfectas, que descartasen todos los peligros: «Laexperienciaesquiennosdarálasleyes—respondía—;elconocimientodelasleyesnoprecedejamásalaexperiencia».

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Después de un largo año de lucha, Rivière había vencido. Unos decían«debido a su fe», los otros «debido a su tenacidad, a su potencia de oso enmarcha»,pero,segúnél,simplemente,porquegravitabaenlabuenadirección.

Pero,¡cuántasprecaucionesenloscomienzos!Losavionesnodespegabanmásqueunahoraantesdedespuntareldía,noaterrizabanmásqueunahoradespués de la puesta del sol. Cuando Rivière se juzgó muy seguro de suexperiencia, únicamente entonces, se atrevió a enviar los correos a lasprofundidadesdelanoche.Apenasseguido,casidesautorizado,dirigíaahoraunaluchasolitaria.

Rivièrellamaparaconocerlosúltimosmensajesdelosavionesenvuelo.

XII

Mientras tanto, el correo de Patagonia abordaba la tormenta, y Fabienrenunciaba a evitarla con un rodeo. La juzgaba demasiado extensa, pues lalíneaderelámpagossehundíaenelinteriordelpaís,descubriendofortalezasdenubes. Intentaríapasarpordebajo,ysielasuntosepresentabamal,daríamediavuelta.

Leyósualtura:milsetecientosmetros.Apoyólasmanossobrelosmandosparaempezarareducirla.Elmotorvibrómuyfuerteyelavióntembló.Fabiencorrigió, alparecer, el ángulodedescenso; luego, sobre elmapa,verificó laaltura de las colinas: quinientos metros. Para conservarse en margen,navegaríaasetecientos.

Sacrificabasualturacomoelquesejuegaunafortuna.

Un remolino hizo cabecear al avión, que tembló muy fuerte. Fabien sesintióamenazadoporinvisibleshundimientos.Soñóquedabamediavueltayqueencontrabadenuevocienmilestrellas,peronoviróniunsologrado.

Fabien calculaba sus posibilidades: se trataba de una tormenta local,probablemente,puesTre-lew, lapróximaescala, anunciabauncielocubiertoentrescuartaspartes.Setratabadevivirveinteminutosapenas,enesenegrohormigón.Noobstante,elpilotoseinquietaba.Inclinadoalaizquierdacontralamasadelviento,intentabainterpretarlosconfusosresplandores,queaunenlasnochesmásespesas,sepuedenpercibir.Peronisiquieraeranresplandores.Apenascambiosdedensidad,enelespesordelassombras,ounafatigadelosejes.

Desdoblóunpapeldel«radio».

«¿Dóndeestamos?».

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Fabien hubiera dado mucho por saberlo. Respondió: «No lo sé.Atravesamos,conlabrújula,unatormenta».

Se ladeómásaún.Sesentíamolestopor la llamadelescape,agarradaalmotorcomounpenachodefuego,tanpálidaqueelclarodelalunalahubieraextinguido,peroqueenestanada,absorbíaelmundovisible.Lacontempló.Sehabíatrenzado,apretadaporelviento,comolallamadeunaantorcha.

Cada treintaminutos, para comprobar el giróscopo y el compás, Fabienhundíasucabezaenlacarlinga.Noseatrevíaaencenderlasdébileslámparasrojas,quelocegabanporlargotiempo,perotodoslosinstrumentos,concifrasderadio,derramabanunapálidaclaridaddeastros.Enmediodeagujasydecifras, el piloto experimentaba una seguridad engañosa: la de la cámara delnavíosobrelaquepasaeloleaje.Lanoche,ytodoloquetraíadepedruscos,de ruinas azotadas, de colinas, corría también contra el avión con lamismaasombrosafatalidad.

«¿Dóndeestamos?»,lerepetíaeloperador.

Fabien surgía de nuevo y reanudaba, apoyado en la izquierda, su velaterrible. No sabía cuánto tiempo, cuántos esfuerzos le librarían de aquellascadenassombrías.Dudabacasideversejamáslibredeellas,puessejugabalavidasobreestepequeñopapel,sucioyarrugado,quehabíadesplegadoyleídomilveces,paraalimentarsuesperanza:«Trelew:cielocubiertoentrescuartaspartes, viento Oeste débil». Si Trelew estaba cubierto en sus tres cuartaspartes, podrían distinguirse sus luces por los desgarrones de las nubes. Amenosque…

La pálida claridad prometida más lejos lo impulsaba a proseguir; sinembargo,comolasdudasleacuciaban,garrapateóparael«radio»:«Ignorosipodrépasar.Preguntesidetrásdenosotroscontinúaelbuentiempo».

Larespuestaledejóconsternado:

«Comodoroanuncia:Lavueltaaquí,imposible.Tempestad».

Empezaba a adivinar la ofensiva insólita que, desde la cordillera de losAndes, se abatía hacia elmar.Antes de que hubieran podido alcanzarlas, elciclónlesarrebataríalasciudades.

—PregunteeltiempodeSanAntonio.

—SanAntoniocontesta:«SelevantavientoOeste,tempestadhaciaOeste.Cielo cubierto cuatro cuartos». San Antonio oye muy mal a causa de losparásitos. Yo también oigo mal. Creo que me veré obligado muy pronto aremontar la antenadebidoa lasdescargas. ¿Darámediavuelta?¿Cuáles sonsusproyectos?

—Déjemeenpaz.PregunteeltiempodeBahíaBlanca.

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—Bahía Blanca contesta: «Prevemos, antes de veinte minutos, violentatormentaOestesobreBahíaBlanca».

—PregunteeltiempodeTrelew.

—Trelewcontesta:«Huracán, treintametros segundo,Oestey ráfagasdelluvia».

—Comunique a Buenos Aires: «Nos encontramos taponados por todoslados. Tempestad se cierne sobre mil kilómetros; no vemos nada. ¿Quédebemoshacer?».

Paraelpiloto,estanochenoteníariberaalguna,puestoquenoconducíanihaciaunpuerto(todosparecíaninaccesibles),nihaciaelalba:elcombustibleseagotaríaantesdeunahoracuarenta.Asíqueseveríaobligado,másomenospronto,adescendercomounciego,enestaespesura.

Sihubiesepodidoaguantarhastaelnuevodía…

Fabien pensaba en el alba como en una playa de arena dorada, dondehabría encallado después de esta dura noche. Bajo el avión amenazado,naceríalariberadelasllanuras.Latierratranquilahabríallevadosusgranjasdormidas, sus rebaños y sus colinas. Todas las amenazas que rodaban en laoscuridad,sevolveríaninofensivas.Sipudiese,¡cómonadaríahaciaeldía!

Pensóqueestabacercado.Todoseresolvería,bienomal,enestaespesura.

Ciertamente. Algunas veces había creído, cuando amanecía, entrar enconvalecencia.

¿Para qué sirve fijar los ojos en el Este, donde vive el sol?Había entreambostalprofundidaddenoche,quejamáspodríaremontarla.

XIII

—El correo de Asunción sigue sin novedad. Estará aquí dentro de doshoras.Prevemos,encambio,unretrasoimportanteenelcorreodePatagonia,queseencuentra,alparecer,condificultades.

—Bien,señorRivière.

—EsposiblequenoloesperemosparahacerdespegarelavióndeEuropa:después de la llegada del deAsunción, nos pedirá usted instrucciones. Estépresto.

Rivière releía ahora los telegramas de protección de las escalas Norte.AbríanelcorreodeEuropaunarutadeluna:«Cielolimpio,lunallena,viento

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nulo».LasmontañasdelBrasil limpiamente recortadas sobre la luminosidaddelcielo,hundíanenlosremolinosplateadosdelmarsusespesascabellerasdeselvas negras: esas selvas, sobre las cuales llovía incansablemente, sincolorearlas los rayos de la luna.Y en elmar, las islas también negras, cualrestoserrantesdenaufragios.Y,alolargodetodalaruta,esalunainagotable:unmanantialdeluz.

SiRivièreordenabalasalida, la tripulacióndelcorreodeEuropaentraríaen unmundo estable que, por toda la noche, luciría dulcemente.Unmundodondenadaamenazabaelequilibriodelasmasasdeluzydesombra,dondenisiquieraseinsinuabalacariciadeesosvientospuros,que,siarrecian,puedenestropearenalgunashorasuncieloentero.

PeroRivièretitubeaba,frenteaestaluminosidad,comounbuscadordeorofrenteavedadoscamposauríferos.Losacontecimientos,enelSur,desmentíanaRivière,únicodefensordelosvuelosnocturnos.Susadversariossacaríandeun desastre en Patagonia una posición moral tan fuerte que tal vez haríaimpotenteenadelantelafedeRivière;perolafedeRivièrenohabíavacilado:unagrietaensuobrahabríapermitidoeldrama,yeldramaevidenciabaesahendedura,peronoprobabanadamás.«Talvezseannecesarias,enelOeste,algunas estaciones de observación… Lo estudiaremos». Pensaba además:«Misrazonesparainsistirsonlasmismaseigualmentesólidas;encambio,hedescartadounaposiblecausadeaccidentes:laqueacabadehacersepatente».Losrevesesrobustecenalosfuertes.Desgraciadamente,contraloshombressepracticaunjuegodondeentramuypocoenconsideraciónelverdaderosentidode las cosas. Se gana o se pierde según las apariencias. Se marcan puntosmiserables,yunoseencuentraatenazadoporlaaparienciadeunaderrota.

Rivièrellamó.

—BahíaBlanca,¿nonoscomunicanadaaúnporT.S.H.?

—No.

—Llameporteléfono.

Cincominutosmástarde,seinformaba:

—¿Porquénonoscomunicanada?

—Noentendemosalcorreo.

—¿Nohabla?

—No sabemos. Demasiada tormenta. Incluso si transmitiese no loentenderíamos.

—Trelew,¿lesoye?

—SomosnosotroslosquenooímosaTrelew.

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—Telefonee.

—Lohemosprobado:hasidocortadalalínea.

—¿Quétiempohaceahí?

—Amenazador.RelámpagosalOesteyalSur.Muycargado.

—¿Viento?

—Débilaún,perosólopordiezminutos.Losrelámpagosseacercanagranvelocidad.

Unsilencio.

—BahíaBlanca.¿Escucha?Bien.Llámemedentrodediezminutos.

Rivièreojeó los telegramasde lasescalasSur.Todasseñalabanelmismosilenciodel avión.Algunasno respondíanyaaBuenosAiresy, enelmapa,aumentaba lamanchade lasprovinciasmudas,donde laspequeñasciudadesaguantaban ya el ciclón, con todas las puertas cerradas, y cada casa de suscallesoscuray tanaisladadelmundoyperdidaen lanochecomounnavío.Sóloelalbalaslibertaría.

Sinembargo,Rivière,dobladosobreelmapa,conservabaaúnlaesperanzadedescubrir un refugiode cielopuro, pueshabíapedido,por telegramas, elestado del cielo a la policía de más de treinta ciudades de provincia y lasrespuestasempezabana llegarle.Sobredosmilkilómetros, lasestacionesderadioteníanorden,siunadeellascaptabaunallamadadelavión,deadvertiren treintasegundosaBuenosAiresque lecomunicaría,para retransmitirlaaFabien,lasituacióndelrefugio.

Los secretariosconvocadospara launade lamadrugadahabíanocupadode nuevo susmesas.Allí se enteraban,misteriosamente, de que, tal vez, sesuspenderían los vuelos nocturnos y de que elmismo correo de Europa nodespegaríaantesdeamanecer.HablabanenvozbajadeFabien,delciclón,y,sobretodo,deRivière.Loadivinabanallí,muycerca,aplastadopocoapocoporesementísdelaNaturaleza.

Pero todas las voces se apagaron: Rivière, en su puerta, acababa deaparecer, envuelto en su abrigo, el sombrero como siempre sobre los ojos,eternoviajero.Sedirigió,conpasotranquilo,haciaeljefedeoficina:

—Eslaunaydiez;¿estáenreglaladocumentacióndelcorreodeEuropa?

—Yo…yocreí…

Dio media vuelta, lentamente, hacia una ventana abierta, las manoscruzadastraslaespalda.

Unsecretariolealcanzó:

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—Señordirector,obtendremospocasrespuestas.Senoscomunicaque,enelinterior,muchaslíneastelegráficashansidoyadestrozadas.

—Bien.

Rivière,inmóvil,contemplabalanoche.

Así, cada mensaje amenazaba al correo. Cada ciudad, cuando podíaresponder,antesdequelaslíneasfuesendestruidas,dabacuentadelamarchadel ciclón, como si se tratara de una invasión. «Viene del interior, de laCordillera.Barretodalaruta,haciaelmar…».

Rivière juzgaba las estrellas demasiado brillantes, el aire demasiadohúmedo. ¡Qué extraña noche! Se dañaba, bruscamente, por placas, como lapulpadeun fruto luminoso.LasestrellasnumerosasdominabanaúnBuenosAires,peroestoerasólounoasis:yunoasisdeuninstante.Ademásunpuertofueraderadiodeaccióndelavión.Nocheamenazadoraqueunvientodañinopicabaypudría.Nochedifícildevencer.

En algún lugar, un avión corría peligro en sus profundidades: ellos seagitaban,impotentes,sobrelaorilla.

XIV

LamujerdeFabientelefoneó.

La noche de cada regreso, calculaba lamarcha del correo de Patagonia:«DespegaenTrelew…».Luegosedormíadenuevo.Algomás tarde:«DebedeacercarseaSanAntonio.Debedeversusluces…».Entoncesselevantaba,apartaba las cortinas, y consideraba el cielo: «Todas esas nubes lemolestan…».Aveces,lalunasepaseabacomounpastor.Entonces,lajovenmujersesentabadenuevo,tranquilizadaporaquellalunayaquellasestrellas,aquellosmillaresdepresenciasalrededordesumarido.Hacialauna,losentíapróximo. «No debe de andar ya muy lejos. Debe ver Buenos Aires…».Entoncesselevantabaylepreparabasucenaycafémuycaliente:«Hacetantofrío, allá arriba…».Lo recibía siempre, comosidescendiesedeunacumbrenevada: «¿Tienes frío?». «No.» «Es igual; caliéntate…». Hacia la una ycuarto,todoestabadispuesto.Entoncestelefoneaba.

Ésta,comolasotrasnoches,seinformó:

—¿HaaterrizadoFabien?

Elsecretarioquelaescuchaba,seturbóunpoco:

—¿Quiénhabla?

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—SimoneFabien.

—¡Unmomento…!

Elsecretario,noatreviéndoseadecirnada,pasóelauricularal jefede laoficina.

—¿Quiénestáahí?

—¡Ah!..,¿quédeseausted,señora?

—¿Haaterrizadomimarido?

Se produjo un silencio que debió de parecer inexplicable: luegorespondieronsimplemente:

—No.

—¿Llevaretraso?

Nuevosilencio.

—Sí…,retraso.

—¡Ah…!

Eraun«¡Ah!». de carne herida.Un retrasono es nada…,no es nada…,perocuandoseprolonga…

—¡Ah…!¿Yaquéhoraestaráaquí?

—¿Aquéhoraestaráaquí?No…,nolosabemos.

Ella daba ahora contra un muro. Sólo obtenía el eco de sus propiaspreguntas.

—Seloruego,¡dígame!¿Dóndesehallaél…?

—¿Dóndesehalla?Espere…

Esainercialedañaba.Algoocurría,trasaquelmuro.

Sedecidieron:

—HadespegadodeComodoroalasdiecinuevetreinta.

—¿Yluego?

—¿Luego…?Muyretrasado…Muyretrasadoacausadelmaltiempo…

—¡Ah!Elmaltiempo…

¡Quéinjusticia,québribonadaladeesalunaquesemostrabaostentosaydesocupada sobre Buenos Aires! La joven mujer se acordó de repente queapenaserannecesariasdoshorasparairdeComodoroaTrelew.

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—¡YvueladesdehaceseishorashaciaTrelew!¡Perolesenvíamensajes,austedes!Pero¿quédice…?

—¿Qué nos dice? Naturalmente, con semejante tiempo… Ustedcomprenderá…,esosmensajesnoseentienden.

—¡Consemejantetiempo!

—Así,pues,señora,letelefonearemosencuantosepamosalgo.

—¡Ah!Ustedesnosabennada…

—Buenasnoches,señora…

—¡No,no!¡Quierohablarconeldirector!

—Elseñordirectorestámuyocupado,señora;seencuentracelebrandounaconferencia…

—¡Ah!¡Medalomismo,medalomismo!¡Quierohablarle!

Eljefedeoficinaseenjugóelrostro:

—Unmomento…

EmpujólapuertadeRivière:

—LaseñoraFabien,quequierehablarle.

«Eso—pensóRivière—,esoesloquetemía».Loselementosefectivosdeldrama empezaban a aparecer. Pensó primero eludirlos: las madres y lasesposasnoentranenlassalasdeoperaciones.

Semandacallartambiénlaemociónenlosnavíosenpeligro.Noayudaasalvaraloshombres.Noobstante,aceptó:

—Conecteconmimesa.

Escuchóaquellapequeñavozlejana,temblorosa,yenseguidasupoquenopodría responderle. Sería estéril, infinitamente estéril para los dos, elenfrentarse.

—Señora, se lo ruego, ¡cálmese! Es harto frecuente en nuestro oficioesperarnoticiaslargotiempo.

Había llegado a esa frontera donde se plantea, no el problema de unpequeñopeligropersonal,sinoeldelaacción.FrenteaRivièreseerguía,nolamujer Fabien, sino otro sentido de la vida. Rivière sólo podía escuchar,compadecer aquella voz, aquel canto tan enormemente triste, pero enemigo.Pues ni la acción, ni la felicidad individual admiten particiones: están enconflicto.Estamujerhablabatambiénennombredeunmundoabsoluto,ydesus deberes y de sus derechos. El mundo del resplandor de la lámpara

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doméstica sobre una mesa, de una patria de esperanzas, de ternuras, derecuerdos.Exigíasubienyteníarazón.Peroél,Rivière,tambiénteníarazón,aunquenopodíaoponernadaalaverdaddeestamujer.Éldescubría,alaluzdeunahumilde lámparadoméstica,que supropiaverdadera inexpresable einhumana.

—Señora…

Pero ya no le escuchaba. Había caído, casi a sus pies, le parecía a él,despuésdehaberlastimadosusdébilespuñoscontraelmuro.

Un ingenierohabíadichoundía aRivière, cuando se inclinaba sobreunherido,juntoaunpuenteenconstrucción:«Esepuente,¿valeelpreciodeunrostro aplastado?».Ningún labrador, para quienes aquella carretera se abría,hubieraaceptado,paraahorrarseunrodeo,mutilareserostroespantoso.Y,sinembargo, se construían puentes. El ingeniero había añadido: «El interésgeneralestáformadoporlosinteresesparticulares:nojustificanadamás».«Y,noobstante—lehabíarespondidomástardeRivière—,silavidahumananotieneprecio,nosotrosobramossiemprecomosialgunacosa sobrepasase,envalor,lavidahumana…Pero¿qué?».

Y a Rivière, pensando en la tripulación, se le encogió el corazón. Laacción, incluso la de construir un puente, destruye felicidades; Rivière nopodíadejardepreguntarse:«¿Ennombredequé?».

«Esoshombres—pensaba—quevantalvezadesaparecer,habríanpodidovivirdichosos».Veíarostrosinclinadosenelsantuariodeorodeesaslámparasnocturnas.«¿Ennombredequéloshasacadodeahí?¿Ennombredequéloshaarrancadodelafelicidadindividual?Laprimeraley,¿noesprecisamentelade defender esas dichas? Pero él las destroza. Y no obstante, un día,fatalmente,lossantuariosdeorosedesvanecencomoespejismos.Lavejezyla muerte, más implacables que él mismo, los destruyen. ¿Tal vez existealgunaotracosa,másduradera,parasalvar?¿TalvezhayquesalvaresapartedelhombrequeRivièretrabaja?Sinoesasí,laacciónnosejustifica».

«Amar,amarúnicamente,¡quécallejónsinsalida!».Rivièretuvolaoscuraconcienciadeundebermásgrandequeeldeamar.Ose trataba tambiéndeuna ternura, ¡pero tan diferente de las otras! Evocó una frase: «Se trata dehacerlos eternos…». ¿Dónde lo había leído? «Lo que vos perseguís en vosmismomuere».ImaginóuntemploaldiosSoldelosantiguosincasdelPerú.Aquellaspiedraserguidassobrelamontaña.¿Quéquedaría,sinellas,deunacivilización poderosa que gravitaba con el peso de sus piedras, sobre elhombreactual,comounremordimiento?«¿Ennombredequérigorodequéextraño amor, el conductor de pueblos de antaño, constriñendo a susmuchedumbres a construir ese templo sobre la montaña, les impuso laobligacióndeerguirsueternidad?».Rivièreseimaginóaúnaloshabitantesde

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las pequeñas ciudades que, en el crepúsculo, dan vueltas alrededor de susquioscos de música: «Esa especie de felicidad, ese arnés…»., pensó. Elconductor de pueblos de antaño, tal vez no tuvo piedad por el dolor delhombre; pero tuvo una inmensa piedad por su muerte. No por su muerteindividual, sino piedad por la especie que el mar de arena borraría. Y élconducíaasupuebloalevantar,porlomenos,algunaspiedrasqueeldesiertonohabíadesepultar.

XV

Este papel doblado en cuatro tal vez les salve: Fabien lo despliega,apretadoslosdientes.

«ImposibleentenderseconBuenosAires.Nisiquierapuedomanipular:mesaltanchispasdelosdedos».

Fabien,irritado,quisoresponder,perocuandosusmanosabandonaronlosmandospara escribir, unaespeciedeolapoderosapenetróen sucuerpo: losremolinos le levantaban,haciéndoleoscilar en sus cinco toneladasdemetal.Renuncióaescribir.

Susmanosseafirmarondenuevosobreeloleaje,ylodominaron.

Fabien respiró profundamente. Si el «radio» remontaba la antena pormiedo a la tormenta, le rompería la cara en cuanto hubiesen aterrizado.Costaseloquecostase,eraprecisoentrarencontactoconBuenosAires,comosi,amásdemilquinientoskilómetros,selespudieselanzarunacuerdasobreesteabismo.Afaltadeunatemblorosaycasiinútilluz,comolalámparadeunalbergue,peroqueleshabríagritado¡tierra!,comounfaro,leseraprecisoporlomenosunavoz, una solavoz, llegadadeunmundoqueyano existía.Elpilotosacudióelpuñoensuluzroja,paradaraentenderasucompañeroestatrágica verdad, pero el otro, inclinado sobre el espacio devastado, con lasciudadesenterradasylaslucesmuertas,nolocomprendió.

Fabien hubiera seguido todos los consejos, mientras le fuesen gritados.Pensaba:«Simedicenquedélavueltaenredondo,darélavuelta;simedicenque marche hacia el Sur…». En alguna parte estarán esas tierras pacíficas,tranquilasbajolasgrandessombrasdelaluna.Loscama-radas,allálejos,lasconocían, instruidos como sabios inclinados sobremapas, todopoderosos, alabrigo de las lámparas hermosas como flores. ¿Qué sabía él fuera de losremolinosydelanochequelanzabacontraélsutorrentenegroalavelocidadde un derrumbamiento? No podían abandonar a dos hombres entre esastrombasy esas llamaradasque surgían en lasnubes.No,nopodíanhacerlo.

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Ordenarían a Fabien: «Dirección doscientos cuarenta». Y él tomaría esadirección.Peroestabasolo.

Le pareció que también la materia se sublevaba. El motor, a cadainclinación,vibraba tanfuerte,que toda lamasadelaviónseagitabaconuntemblorfurioso.Fabien,conlacabezahundidaenlacarlinga,caraalhorizontedel giróscopo, pues, afuera, no discernía ya la masa del cielo de la tierra,consumía todas sus fuerzas en dominar el avión. Andaba perdido en unaoscuridad donde todo semezclaba: la oscuridad del origen delmundo. Lasagujas de los indicadores de posición oscilaban cada vez más aprisa,haciéndoseimposiblesdeseguir.Elpiloto,alqueengañaban,sedebatíamal,perdía altura, se hundía poco a poco en esa oscuridad. Leyó la altura«quinientos metros». Era el nivel de las colinas. Sintió que sus olasvertiginosascorríanhaciaél.Diosecuentatambiéndequetodaslasmasasdelsueloerancomoarrancadasdesusostén,partidasapedazos,yempezabanadarvueltas,ebrias,asualrededor.Empezabanasualrededorunaespeciededanzaqueseestrechabacadavezmás.

Tomóunaresolución.Aunariesgodehincarseenelsuelo,aterrizaríanoimportabadónde.Yparaevitar, almenos, lascolinas, lanzósuúnicocoheteluminoso, que se inflamó, revoloteó, iluminó una llanura y se apagó: era elmar.

Pensó rápidamente: «Me he perdido. Cuarenta grados de corrección; hederivado enormemente.Es un ciclón. ¿Dónde se halla la tierra?».Viraba dellenohaciaalOeste.Pensó:«Ahora,sincohete,esseguroquememato».Peroun día u otro debía llegar la muerte. Y su camarada, allá detrás… «Haremontadolaantena,sinduda».Peroyanoleguardabarencor.Puestoque,siél mismo abriera simplemente las manos, la vida de ambos se escurriríainmediatamente, como vana polvareda. Tenía en sus manos el corazónpalpitante de su compañero y el suyo propio. Y, de repente, sus manos lehorrorizaron.

Losremolinosdeaireparecíangolpesdeariete.Elpiloto,paraamortiguarlassacudidasdelvolante,quehabríanrotoloscablesdelosmandos,sehabíaagarradoaélcontodassusfuerzas.Ycontinuabaagarrado.Peroheaquíquenosesentíayasusmanos,adormecidasporelesfuerzo.Quisoagitarlosdedospara percibir su mensaje: no supo si había sido obedecido. Era algodesconocido,comovejigasdebaldrucheinsensiblesyblandas,loqueteníaalfinaldesusbrazos.Pensó:«Esprecisoimaginarmequeaprietocontodasmisfuerzas…».No supo si el pensamiento había llegado hasta lasmanos. Perocomosólopercibíalassacudidasdelvolanteporeldolordesushombros:«Semeescapará.Mismanosseabrirán…».Espantóseporhabersepermitidotalespalabras, pues creyó sentir sus manos que, obedeciendo esta vez la oscurapotenciadelaimagen,seabríanlentamente,enlasombra,paraentregarlo.

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Habríapodidolucharaún,probarsuerte:nohayfatalidadexterna.Perosíhay una fatalidad interior: llega un momento en el que nos descubrimosvulnerables;entonceslasfaltasnosatraencomounvértigo.

Yfueenesteinstantecuandolucieronensucabeza,enundesgarróndelatormenta,comocebomortalenelfondodeunamasa,algunasestrellas…

Juzgó que era una trampa: se ven tres estrellas por un agujero, se subehacia ellas, y ya no se puede descender, se permanece allí, mordiendo lasestrellas…

Sinembargo,eratalsuhambredeluz,queremontó.

XVI

Se remontó, soslayando mejor los remolinos, gracias a los hitos queofrecían las estrellas. Su pálido imán le seducía. Se había afanado tan largotiempoenlabúsquedadeunaluz,quenohabríaabandonadolamásconfusa.Feliz por el fulgor de un albergue, habría revoloteado hasta la muertealrededordeesta señal,de laqueestabahambriento.Poresoascendíahacialoscamposdeluz.

Se elevaba poco a poco en espiral, por el interior del pozo que se habíaabiertoyquesecerrabadenuevoasuspies.Amedidaqueascendía,lasnubesperdían su cenagosa oscuridad, pasaban contra él como olas cada vez máspurasyblancas.Fabienemergió.

Su sorpresa fue extraordinaria: la claridad era tal que le cegaba. Poralgunos segundos tuvo que entornar los ojos. Jamás hubiera creído que lasnubes, que la noche, pudiesen cegar. Pero la luna llena y todas lasconstelacioneslasconvertíanenolasresplandecientes.

Elaviónhabíaganado,deunsologolpe,enelmismoinstantedeemerger,una calma que parecía extraordinaria. Ningún oleaje lo zarandeaba. Comobarcaquepasaeldique, entrabaen lasaguasabrigadas.Habíapenetradoenunaregiónignotayescondidadelcielo,comolabahíadelasislasventurosas.Latempestad,debajodesí,formabaotromundodetresmilmetrosdeespesor,atravesadoporráfagas, trombasdeaguayrelámpagos,peropresentabaa losastrosunrostrodecristalydenieve.

Fabien creyó haber arribado a limbos extraños, pues todo hacíaseluminoso: susmanos, sus vestidos, sus alas. La luz no bajaba de los astros,sinoquesedesprendía,debajodeél,alrededordeél,deesasmasasblancas.

Lasnubes,bajoél,devolvíantodalanievequerecibíandelaLuna.Lasde

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derechaeizquierda,altascomotorres,hacíanlomismo.Laluzeracuallecheen la que se bañaba la tripulación. Fabien, volviéndose, vio que el «radio»sonreía.

—¡Estovamejor!—gritó.

Pero la voz se perdía en el ruido del vuelo: las sonrisas solas hablaban.«Estoy completamente loco —pensaba Fabien— por sonreír; estamosperdidos».

Sinembargo,miloscurosbrazoslehabíandesatadodesuscadenas,comosedesata aunprisionero al que sepermite andar solo, porun tiempo, entreflores.

«Demasiado hermoso», pensaba Fabien. Erraba entre las estrellasacumuladasconladensidaddeuntesoro,enunmundodondenadavivíafueradeél,absolutamentenadaexceptoél,Fabienysucamarada.Semejanteaesosladronesdeciudadesfabulosas,emparedadosenlacámaradelos tesoros,dedonde no sabría salir. Entre pedrerías heladas, erraban infinitamente ricos,perocondenados.

XVII

UnodelosradiotelegrafistasdeComodoroRivadavia,escaladePatagonia,hizounademánbrusco,ytodoslosquevelabanimpotentesenlaestaciónseagruparonalrededordeesehombreyseinclinaron.

Seinclinabansobreunpapelvirgenycrudamenteiluminado.Lamanodeloperadortitubeabaaún,yellápizsebalanceaba.Lamanodeloperadorteníaaúnlasletrasprisioneras,peroyasusdedostemblaban.

—¿Tormentas?

El«radio»hizo«sí»conlacabeza.Suschirridosleimpedíanentender.

Luegoanotóalgunossignosindescifrables.Luegopalabras.Luegosepudorestablecereltexto:

«Bloqueados a tres mil ochocientos por encima de la tempestad.Navegamos rumboOeste, hacia el interior, pueshabíamosderivado sobre elmar.Anuestrospies todoestáobstruido. Ignoramossivolamosaúnsobreelmar.Comunicadsilatempestadseextiendealinterior».

A causa de las tormentas, para transmitir este telegrama aBuenosAirestuvieronquehacerlacadenadeestaciónenestación.Elmensajeavanzabaenlanoche,comofuegoqueseenciendesucesivamente.

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BuenosAiresmandóresponder:

«Tempestadgeneralenelinterior.¿Cuántocombustiblelequeda?».

«Mediahora,aproximadamente».

Yestafrase,develadoravelador,remontóhastaBuenosAires.

Latripulaciónestabacondenadaazozobrarantesdetreintaminutosenunciclónquelaarrojaríacontraelsuelo.

XVIII

Rivière medita. No conserva ya ninguna esperanza: esa tripulaciónnaufragaráenalgúnlugar,estanoche.

Rivière se acuerda de una visión que había impresionado su infancia: sevaciaba un estanque para encontrar un cuerpo. No se encontrará nadatampoco,antesdequeestamasadeoscuridadhayadesalojadolasuperficiedelatierra,antesdequeasciendanaldíaesasplayas,esasllanuras,esostrigales.Sencilloslabradoresdescubrirántalvezadosmuchachosconelcodoplegadosobre la faz, durmiendo, al parecer, varados sobre la hierba y el oro de unfondoapacible.Perolanocheleshabráahogado.

Rivièrepiensaenlostesorossepultadosenlasprofundidadesdelanochecual enmares fabulosos…Esosmanzanosnocturnosqueesperaneldía contodas sus flores, flores que no sirven aún. La noche es rica, colmada deperfumes,decorderosadormecidos,ydefloresquenotienentodavíacolor.

Poco a poco ascenderán hacia el día los gruesos surcos, los bosquesmojados,laalfalfafresca.Pero,enmediodelascolinas,ahorainofensivas,delas praderas y de los corderos, en la sabiduría del mundo, dos muchachosparecíandormir.Yalgunacosahabrápasadodelmundovisiblealotro.

RivièresabequelamujerdeFabienesinquietaytierna:esteamorapenaslefueprestado,cualunjugueteaunniñopobre.

RivièrepiensaenlamanodeFabien,queporalgunosminutosposeeaúnsudestinoen losmandos.Esamanoquehaacariciado.Esamanoquesehaposado sobre un rostro, y ha cambiado ese rostro. Esa mano que ha sidomilagrosa.

Fabienandaerrantesobreelesplendordeunmardenubes:lanoche;pero,más abajo, está la eternidad. Marcha perdido entre las constelaciones quehabita solo.Tieneaúnelmundoensusmanos,y le inclinacontrasupecho.Aprietasobreelvolanteelpesodeunaaotraestrella,elinútiltesoro,queserá

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precisoentregar…

Rivière piensa que una estación de radio lo escucha aún. Sólo una ondamusical,sólounamodulaciónuneaúnaFabienconelmundo.Niunaqueja.Niungrito.Sinolanotamáspuraquejamáshayadadoladesesperanza.

XIX

Robineaulosacódesusoledad.

—Señordirector,hepensado…,sepodríaintentar…

No tenía nada que proponer. Pero testimoniaba así su buena voluntad.Hubiera deseado encontrar una solución, y la buscaba como la de unjeroglífico.SiempreencontrabasolucionesqueRivièrejamásescuchaba:«Yaloveusted,Robineau,enlavidanoexistensoluciones.Existensólopiezasenmovimiento: es preciso crearlas, y las soluciones vienen detrás». TambiénRobineau limitaba su acción a crear una fuerza en movimiento en lacorporación de los mecánicos. Una humilde fuerza en movimiento, quepreservabadelaherrumbrealoscubosdehélice.

Pero los acontecimientos de esta noche encontraban a Robineaudesarmado.Sutítulodeinspectornoposeíaningúnpodersobrelastormentas,nisobreunatripulaciónfantasma,quenosedebatíaenrealidadporunaprimade exactitud, sino para escapar a una sola sanción, que anulaba las deRobineau:lamuerte.

YRobineau,ahorainútil,vagabaporlasoficinas,sinocupación.

LamujerdeFabiensehizoanunciar.Traídaporlainquietud,esperabaenla oficina de los secretarios que Rivière la recibiese. Los secretarios, aescondidas,alzabansusojoshaciaesterostro.Experimentabaunaespeciedevergüenza, ymiraba, temerosa, a su alrededor: todo aquí le era hostil. Esoshombres, que continuaban su trabajo, como si anduvieran sobre un cuerpo;esos expedientes donde la vida humana, el dolor humano no dejaba otroresiduoqueeldelasdurascifras.BuscabaseñalesquelehablasendeFabien;en su casa, todo le recordaba esa ausencia: el lecho desembozado, el caféservido,unramodeflores…Aquínodescubríaningunatraza.Todoseoponíaa la piedad, a la amistad, al recuerdo. La sola frase que oyó, pues nadielevantaba la voz ante ella, fue el juramento de un empleado, que reclamabauna factura: «…La factura de las dínamos, ¡santo Dios!, que expedimos aSantos».Ellalevantólosojossobreestehombre,conunaexpresióndeinfinitasorpresa. Luego, sobre la pared donde se desplegaba un mapa. Sus labiostemblabanalgo,apenas.

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Adivinaba, conembarazo,que representabaaquíunaverdadera enemiga,lamentabacasihabervenido,hubieradeseadoesconderse,y,pormiedoaquefuesedemasiadoreparadasupresencia,reteníalatosyelllanto.Sedescubríainsólita, inconveniente,comodesnuda.Perosuverdaderatanfuerte,quelasmiradasfugitivasvenían,aescondidas,incansablemente,aleerlaensurostro.Esamujereramuyhermosa.Revelabaaloshombreselmundosagradodelafelicidad.Revelabaquémateriaaugustaselastima,sinsaberlo,alactuar.Bajotantas miradas, entornó los ojos. Revelaba qué paz, sin saberlo, se puededestruir.

Venía a interceder tímidamente por sus flores, por su café servido. Denuevo, en esta oficina, más fría aún, su débil temblor de labios volvió aaparecer. También descubría su propia verdad, inexpresable, en este otromundo.Todoloqueenellaseerguíadeabnegacióncasisalvaje,porferviente,leparecíatomaraquíunrostroinoportuno,egoísta.Hubiesequeridohuir.

—Lemolesto…

—Nomemolestausted,señora—ledijoRiviére—;desgraciadamente,niustedniyopodemoshacerotracosaqueesperar.

Ellaalzódébilmentesusespaldas;Rivièrecomprendióelsentidodelgesto:«Para qué la lámpara, la cena servida, las flores que voy a encontrar denuevo…».Una jovenmadre había confesado un día aRivière: «Aún no hecomprendidolamuertedemihijo.Sonlaspequeñascosaslasquesonduras:susvestidos, con losquemeencuentro,y, simedespiertodurante lanoche,esaternura,yainútilcomomileche,quemesubesinembargoalcorazón…».Tambiénparaesamujer lamuertedeFabiencomenzaríaapenasmañana, encada objeto, en cada acto, ya vano. Fabien abandonaría lentamente su casa.Rivièresilenciabaunaprofundapiedad:

—Señora…

Lajovenmujerseretiraba,consonrisacasihumilde,ignorandosupropiapotencia.

Rivièresesentó,algosombrío.

«Peroellameayudaadescubrirloqueyobuscaba…».

Golpeteaba distraídamente los telegramas de protección de las escalasNorte.Meditaba:

«Nopedimossereternos;pedimostansólonoverquelosactosylascosaspierden de repente su sentido. El vacío que nos envuelve, se hace entoncespatente…».

Susmiradascayeronsobrelostelegramas:

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«Yhe aquípordónde se introduce ennosotros lamuerte: esosmensajesquecarecenyadesentido…».

Contempló a Robineau. Ese muchacho mediocre, ahora inútil, no teníasentido.Rivièreledijocasicondureza:

—¿Esprecisoqueledéyomismotrabajo?

LuegoRivièreempujólapuertaquedabasobrelasaladelossecretarios,yla desaparición de Fabien le sorprendió, evidente, por señales que la señoraFabien no había sabido ver. La ficha del «R. O. 903», el avión de Fabien,figurabayaeneltableromural,enlacolumnadelmaterialindisponible.Lossecretarios, que preparaban los papeles del correo de Europa, sabiendo quesaldríaconretraso,trabajabanmal.Desdelapista,pedíaninformacionesparalas tripulaciones que, ahora, velaban sin objeto.Las funciones de la vida sehabíanhechomás lentas. «Lamuerte, hela aquí», pensóRivière.Suobra separecíaaunveleroaveriado,sinviento,sobreelmar.

OyólavozdeRobineau:

—Señordirector…,sehabíancasadohaceseissemanas…

—Váyaseatrabajar.

Rivière seguía contemplando a los secretarios, y, más allá de lossecretarios,alospeones,alosmecánicos,alospilotos,atodosaquellosquelehabían ayudado en su obra, con fe de constructores. Pensó en las pequeñasciudadesdeantaño,queoíanhablarde las«islas»y se construíanunnavío.Paracargarloconsuesperanza.Paraque loshombrespudiesenvercómosuesperanza abría las velas sobre elmar. Todos engrandecidos, todos sacadosfueradesímismos,todoslibertadosporunnavío.«Elobjetivo,talvez,nadajustifica,perolaacciónliberadelamuerte.Esoshombresperdurabanacausadesunavío».

Rivière luchaba tambiéncontra lamuerte, cuandodéa los telegramas supleno sentido, a las tripulaciones nocturnas su inquietud, y a los pilotos suobjetivodramático.Cuandolavidaimpulseestaobracomoelvientoimpulsaunveleroenelmar.

XX

Comodoro Rivadavia ya no oye nada; pero, a mil kilómetros de allí, aveinteminutosmástarde,BahíaBlancacaptaunsegundomensaje:

«Descendemos.Entramosenlasnubes…».

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LuegoesasdospalabrasdeuntextooscuroaparecieronenlaestacióndeTrelew.

«…vernada…».

Lasondascortassonasí.Selascaptaallí,seessordoaellasaquí.Luego,sinrazónalguna,todocambia.Esatripulación,cuyaposiciónesdesconocida,semanifiestayaa losvivos, fueradelespacio, fueradel tiempo;ysobre lashojasblancasdelasestacionesderadiosonyafantasmasqueescriben.

¿Sehaagotadoelcombustibleoelpilotojuegasuúltimacarta:encontrartierrasinestrellarse?LavozdeBuenosAiresordenaaTrelew:

«Pregúntenselo».

LaestacióndeescuchadeT.S.H.pareceunlaboratorio:níqueles,cobresymanómetros,reddeconductores.Losoperadoresdeguardia,enblusablanca,silenciosos,pareceninclinadossobreunsencilloexperimento.

Con sus dedos delicados tocan los instrumentos, exploran el cielomagnético,buscanlavenadeoro.

«¿Noresponde?».

«Noresponde».

Talvezvanacaptaresanotaqueseríaunaseñaldevida.Sielaviónysusluces de bordo remontan entre las estrellas, oirán tal vez el canto de esaestrella…

Lossegundosmanan.Manan,enverdad,comosangre.¿Duraaúnelvuelo?Cadasegundoarrastraunaposibilidad.Poresoeltiempoquetranscurreparecedestruir. Delmismomodo que, a lo largo de veinte siglos, toca un templo,prosiguesucaminosobreelgranitoyentierraeltemploenpolvo,ahora,siglosdeusuraseagolpanencadasegundoyamenazanaunatripulación.

Cada segundo se lleva algo. Esa voz de Fabien, esa risa de Fabien, esasonrisa. El silencio gana terreno. Un silencio cada vez más pesado, que setiendesobreestatripulacióncomoelpesodeunmar.

Entoncesalguienadvierte:

«La una cuarenta. Último límite del combustible: es imposible que aúnsigavolando».

Ylapazsehace.

Algoamargoysososubealoslabioscomoeneltérminodeunviaje.Algosehaconsumadodeloquenadasesabe,algodescorazonador.Yaentretodosesosníqueles y esas arterias de cobre, se experimenta lamisma tristezaquereina sobre las fábricas destruidas. Todo ese material parece pesado, inútil,

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desafectado:unpesoderamasmuertas.

Nohaymásremedioqueesperarelnuevodía.

Dentrodealgunashoras, surgiráa la luz todaArgentina,yesoshombrespermanecerán allí, como sobre la playa, frente a la red de la que se tiralentamente,muylentamente,ynosesabeloquecontendrá.

Rivière,ensuoficina,experimentaesaparalizaciónquesólopermitenlosgrandesdesastres,cuandolafatalidadliberaalhombre.Hahechoponeralertaa la Policía de toda una provincia. No puede hacer nada más, es precisoesperar.

Peroelordendebe reinar inclusoen lamansiónde losmuertos.Rivière,conungesto,llamaaRobineau:

—Telegrama para las escalas Norte: «Prevemos retraso importante delcorreo de Patagonia. Para no retrasar demasiado correo Europa, juntaremoscorreoPatagoniaconpróximocorreoEuropa».

Sedobla unpocohacia adelante.Pero haceun esfuerzoy se acuerdadealgo,queeragrave.¡Ah,sí!Yparanoolvidarlo:

—Robineau.

—¿SeñorRivière?

—Redacte una nota: Prohibición a los pilotos de sobrepasar las milnovecientasrevoluciones:medestrozanlosmotores.

—Bien,señorRivière.

Rivièresedoblaalgomás.Necesita,antetodo,soledad:

—Márchese,Robineau.Márchese,querido…

YRobineauseasustadeestaigualdadantelassombras.

XXI

Robineau vagaba ahora, melancólico, por las oficinas. La vida de laCompañía se había detenido, pues aquel correo previsto para las dos seríasuspendidoynopartiría hasta que fuesededía.Los empleados, con rostrosherméticos,velabanaún,peroestavelaerainútil.Serecibíanaún,conritmoregular, los mensajes de protección de las escalas Norte, pero sus «cieloslimpios»,y sus«luna llena»,y sus«vientonulo»evocaban la imagendeunreino estéril.Un desierto de luna y de piedras. ComoRobineau hojease sin

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saberporquéunexpedienteenelquetrabajabaeljefedeoficina,percibióqueéste,depieanteél,esperaba,conunrespetoinsolente,aqueselodevolviese.Con la expresión decía: «Cuando a usted le plazca, ¿no? Es mío…». Esaactituddeunsubalternodesagradóalinspector,peronoseleocurrióningunaréplica, e, irritado, le tendió el expediente. El jefe de la oficina se sentó denuevo con gran nobleza. «Hubiera debido mandarlo a paseo», pensóRobineau.Entonces,anduvoalgunospasospensandoeneldrama.Esedramaentrañaríaladesgraciadeunapolítica,yRobineaullorabaundobleluto.

Luego, levino la imagendeunRivièreencerradoensuoficina,yque lehabíadicho:«Querido…».Nunca,aningúnhombre,lehabíafaltadoapoyoental grado.Robineau sintió por él una gran piedad.Combinaba en su cabezaalgunas frases oscuramente destinadas a compadecer, a aliviar. Unsentimiento, que juzgaba muy hermoso, le animaba. Entonces llamó consuavidad.Nolecontestaron.Noseatrevióallamarmásfuerteenesesilencio,yempujólapuerta.Rivièreestabaallí.RobineauentrabaenlosdominiosdeRivière,porprimeravez,casienpiedeigualdad,comoelsargentoque,entrelas balas, se reúne con el general herido, lo acompaña en la derrota y seconvierte en su hermano en el destierro. «Ocurra lo que ocurra, estoy conusted»,parecíaquererdecirRobineau.

Rivière callaba y, con la cabeza inclinada, contemplaba sus manos.Robineau,depieanteél,noseatrevíaahablar.Elleón,inclusoderribado,leintimidaba.Robineaupreparabafrasescadavezmásebriasdedevoción,perocadavezque levantaba losojos,encontrabaaquellacabeza inclinadaen trescuartos, aquellos cabellos grises, aquellos labios apretados ¡sobre quéamargura!Porfinsedecidió:

—Señordirector…

Rivièrelevantólacabezaylemiró.Rivièredespertabadeunameditacióntan profunda, tan lejana, que tal vez no se había dado cuenta aún de lapresencia de Robineau. Y nadie supo jamás lo que meditó, ni lo queexperimentó,niqué lutosehabíahechoensucorazón.RivièrecontemplóaRobineau,largamente,comoeltestigovivodealgunacosa.Robineausesintióincómodo. Cuanto más contemplaba Rivière a Robineau, más se dibujabasobreloslabiosdeaquélunaincomprensibleironía.CuantomáscontemplabaRivièreaRobineau,másenrojecíaéste.YmásparecíaaRivièrequeRobineauhabía venido a testimoniar, con una buena voluntad conmovedora ydesgraciadamenteespontánea,laestupidezdeloshombres.

Robineauseazoróporcompleto.Nielsargento,nielgeneral,nilasbalasexistían. Sucedía algo inexplicable. Rivière seguía mirándole. EntoncesRobineau, a pesar suyo, rectificó ligeramente su actitud, sacó la mano delbolsillo izquierdo. Rivière seguía mirándole. Finalmente, Robineau, con

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infinitoembarazo,sinsaberporqué,balbució:

—Hevenidoarecibirórdenes.

Rivièresacósureloj,ydijo,simplemente:

—Son lasdos.El correodeAsunciónaterrizará a lasdosydiez.QueelcorreodeEuropadespeguealasdosycuarto.

YRobineauesparciólasorprendentenoticia:nosesuspendíanlosvuelosnocturnos.YRobineausedirigióaljefedeoficina:

—Tráigameeseexpedienteparaquelocompruebe.

Ycuandoestuvodelantedeljefedeoficina:

—Espere.

Yeljefedeoficinaesperó.

XXII

ElcorreodeAsuncióncomunicóquesedisponíaaaterrizar.

Rivière, incluso en las peores horas, había seguido, de telegrama entelegrama,sumarchafeliz.Eraparaél,enmediodeesaconfusión,eldesquitede su fe, laprueba.Esevuelo feliz anunciaba,por sus telegramas,milotrosvuelos también felices.«Nohayciclones todas lasnoches».Riviérepensabatambién:«Cuandolarutaestátrazada,nosepuededejardeproseguir».

Descendiendo, de escala en escala, desde Paraguay, como desde unadorablejardín,pródigodeflores,decasasbajasydeaguaslentas,elaviónsedeslizabaalmargendeunciclónquenoleenturbiabaniunaestrella.Nuevepasajeros, arrebujados en sus mantas de viaje, apoyaban la frente en suventanilla, como en un escaparate colmado de joyas, pues las pequeñasciudadesdeArgentinadesgranabanya,en lanoche, todosuoro,bajoeloromás pálido de las ciudades de estrellas. El piloto, en la parte delantera,sosteníaconlasmanossupreciosacargadevidashumanas,losojosabiertoseinundadosdeluna,comouncabrero.BuenosAiresllenabaelhorizonteconsufuego rosáceo y, muy pronto, brillaría con todas sus piedras cual fabulosotesoro.El «radio», con sus dedos, enviaba los últimos telegramas, como lasnotasfinalesdeunasonataquehubiese tecleado,gozosa,enelcielo,ycuyocantoRivièrecomprendiese;luego,remontólaantena;después,sedesperezóunpoco,bostezóysonrió:estabanllegando.

El piloto, después de aterrizar, encontró al piloto de Europa, recostado

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contrasuavión,conlasmanosenlosbolsillos.

—¿Erestúelquecontinúa?

—Sí.

—ElPatagonia,¿hallegado?

—Noseleespera:hadesaparecido.¿Hacebuentiempo?

—Muybueno.¿Fabienhadesaparecido?

Hablaronpoco.Unagranfraternidadlesdispensabadehablar.

SetrasbordabanalavióndeEuropalassacasdeAsunción,yelpiloto,aúninmóvil, la cabeza echada hacia atrás, la nuca contra la carlinga,miraba lasestrellas.Sintiónacerenélunpoderinmenso,yleinvadióunplacerpoderoso.

«¿Cargadoya?—dijounavoz—.Contacto,pues».

Elpilotonosemovió.Poníansumotorenmarcha.Elpilotoibaapercibirpor sus espaldas, apoyadas en el avión, cómoéstevivía.Elpiloto estabayaseguro,porfin,despuésde tantasfalsasnoticias:«Saldrá…».«Nosaldrá…»«¡Saldrá!».Subocaseentreabrió,susdientesbrillaronbajolalunacomolosdeunafierajoven.

—Atenciónconlanoche,¡eh!

Nooyóelconsejodesucamarada.Lasmanosen losbolsillos, lacabezalevantadacaraalasnubes,alasmontañas,alosríosyalosmares,empezabaareír silenciosamente.Una risadébil,peroquepasabaporél, comounabrisaporunárbol,ylehacíaestremecerse.Unarisadébil,peromuchomásfuertequeaquellasnubes,queaquellasmontañas,queaquellos ríosyqueaquellosmares.

—¿Quéesloquetesucede?

—EseimbécildeRivièrequemeha…¡queseimaginaquetengomiedo!

XXIII

DentrodeunmomentofranquearáBuenosAires,yRivière,queprosiguesu lucha, quiere oírle. Oírle nacer, rugir y desvanecerse, como el pasoformidabledeunejércitoenmarchahacialasestrellas.

Rivière,cruzados losbrazos,pasapormediode lossecretarios.Anteunaventana,sedetiene,escucha,ymedita.

Si hubiese suspendido una sola salida, la causa de los vuelos nocturnos

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estabaperdida.Pero,adelantándosealosdébiles,quemañanadesaprobaránsuactuación,Rivière,durantelanoche,lanzaestanuevatripulación.

¿Victoria? ¿Derrota…? Estas palabras carecen de significación. La vidaestá por debajo de esas imágenes y prepara ya otras nuevas. Una victoriadebilita a unpueblo, unaderrotadespierta a otro.Laderrotaqueha sufridoRivière es tal vez una enseñanza que aproxima la verdadera victoria. Sóloimportaelacontecimientoenmarcha.

Dentrodecincominutos,lasestacionesT.S.H.habrándadoelalertaalasescalas. Sobre quince mil kilómetros, el estremecimiento de la vida habráresueltotodoslosproblemas.

Sedejaoíryaelcantodeórgano:elavión.

YRivière,apasoslentos,vuelveasutrabajo,entrelossecretariosquesuduramiradaencorva.RivièreelGrande,RivièreelVictorioso,quellevasobresísupesadavictoria.

FIN

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