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Discipulado de la Palabra Segunda semana de Adviento (Mair Hunt, Pintura sobre lienzo, Budapest 2014) “En el descubrimiento inagotable de un Dios infinito nada termina. La alegría de la espera no se apaga sino que se reaviva a cada llegada, y cada paso que acerca descubre más vastas lejanías. Nosotros siempre arribamos, nosotros siempre partimos,

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Discipulado de la PalabraSegunda semana de Adviento

(Mair Hunt, Pintura sobre lienzo, Budapest 2014)

“En el descubrimiento inagotable de un Dios infinito nada termina.La alegría de la espera no se apaga sino que se reaviva a cada llegada,

y cada paso que acerca descubre más vastas lejanías.Nosotros siempre arribamos, nosotros siempre partimos,

y el gozo del caminar y del esperarse sella con el gozo del llegar y poseer”

(Adriana Zarri, “Doce lunas”)

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Solemnidad de la Inmaculada Concepción

Un camino hacia la belleza de la santidadLucas 1, 26-38

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”

Un día como hoy, en 1854, el Papa Pío IX declaró solemnemente el dogma de la “Inmaculada Concepción” de María con estos términos: “La santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano” (Carta apostólica “Ineffabilis Deus”).

Los latinoamericanos, como acostumbramos hacerlo, hemos aguardado este día desde anoche con las velas festivas y orantes encendidas. La aurora nos recibe presentándonos el rostro de la mujer más bella y pura que ha vivido en esta tierra. El misterio es profundo pero la puerta de entrada es sencilla: el rostro amable de María. De su personalidad emana sobre nosotros una luz nueva que renueva nuestras ganas de vivir, su presencia en nuestras vidas en este día nos trae esperanza y gozo espiritual.

El escenario del evangelio de hoy es la pequeña casa de María en Nazaret, la misma de sus padres Joaquín y Ana. Una casa de familia donde se vive la cotidianidad del trabajo y del amor. Este mismo espacio se convierte ahora en imagen del escenario de nuestra historia vista con los ojos del Dios que sólo quiere la salvación de la humanidad entera.

Nada mejor que las mismas palabras del Evangelio para comenzar a contemplar esta escena tantas veces comentada: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lucas 1,28). Por el saludo del Ángel comprendemos que la “Inmaculada” es el anuncio del triunfo de la “gracia”. Con la palabra “llena de gracia” (en griego “kejaritomene”), María hace su entrada en la Biblia. “Llena de gracia” será en última instancia el verdadero nombre de María, el que mejor describe su personalidad interior.

La palabra “gracia” (“jaris”) tiene en la Biblia el doble significado de “belleza” y de “favor de Dios”. María es la obra maestra del Dios creador: la suya es una belleza interior, humana, espiritual. Esto quiere decir que todos sus sentimientos, sus pensamientos, sus relaciones son bellas. Su personalidad presenta una gran armonía, una perfecta sintonía entre lo interior y lo exterior. Y esta obra de Dios realizada en María es la que quiere realizar por medio de su Hijo Jesús, el Salvador, en cada persona sin excepción.

Por eso en esta solemnidad decimos en voz alta, de manera más vibrante e intensa, este saludo que es al mismo tiempo una invocación, y que se repite diariamente miles y miles de veces en el mundo entero: “¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!”.

En el diálogo que sigue al saludo, en el momento propiamente dicho de la Anunciación, el Ángel repite la palabra “gracia”, “has hallado gracia delante de Dios” (1,30). Y le dice entonces de manera explícita en qué consiste la consideración que Dios ha tenido

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con ella: “Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús” (1,31).

Llega finalmente el instante cumbre en el cual el Ángel le desvela a María la fuente de la que brota esta plenitud de gracia: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que ha de nacer será santo y se llamará Hijo de Dios” (1,35).

Celebramos entonces la acción del Espíritu Santo, el Espíritu que hace “Santos”, en la persona de María. Con razón el Papa Pío IX, comentando el relato de la Anunciación el día de la proclamación del dogma, decía que “Con ese singular y solemne saludo, jamás oído, se manifestaba que la Madre de Dios era sede de todas las gracias divinas y que estaba adornada de todos los carismas del divino Espíritu”. Decía además que María “era como un tesoro casi infinito de los mismos, y abismo inagotable”.

Hoy en la solemnidad de la “Inmaculada Concepción”, nos aproximamos una vez más a este movimiento de “gracia” que en María es “completo” y para nosotros una tarea todavía por realizar. En un día como éste comprendemos, teniendo a María como espejo, la altísima vocación y dignidad para la cual hemos sido llamados por Aquel que “nos ha elegido en él (en Cristo) antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor” (Efesios 1,4).

Profundizando la Palabra de Dios por boca del Ángel, “Tú eres llena de gracia”, y guiados por la liturgia festiva de esta solemnidad que desglosa las afirmaciones del dogma, dejémonos tomar de la mano y ser acompañados en un itinerario espiritual que nos permita buscar y encontrar algunos rasgos significativos de la plenitud de gracia y de santidad de María.

Dejémonos guiar por estas tres preguntas:(1) ¿Qué quiere decir “Inmaculada Concepción”?(2) ¿Por qué Dios quería que la Madre de su Hijo fuera “Inmaculada”?(3) ¿Qué implica para nosotros?

1. ¿Qué quiere decir “Inmaculada Concepción”?

Afirmamos que María es “llena de gracia” desde el primer instante de su vida, desde la raíz de su existencia, desde su concepción en el vientre de su madre; María fue generada “Inmaculada”. “Inmaculada” significa “sin mancha”, y en este caso específico, “sin mancha de culpa original”. La implicación entonces es doble: no sólo que no está en situación de pecado sino sobre todo que está en amistad con Dios.

Esto quiere decir que para María la germinación de su vida humana coincidió con la germinación de la vida divina en ella. No ha habido en ella dos momentos distintos: primero su venida al mundo como simple criatura humana y después el ser inserta en la santidad de Dios con el don de la gracia. Sólo en la persona de María se ha dado este sorprendente inicio a la vida.

Lo contrario lo constatamos en las palabras del Salmo “Miserere”: “Mira que nací culpable, pecador me concibió mi madre” (51,7). Cada vez que nos encontramos, aún

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sin quererlo, con nuestra tendencia a la maldad, verificamos la verdad de estas palabras. Es la naturaleza humana: todos los seres humanos entramos en el mundo, no con la belleza deseada y querida por el amor de Dios, sino con la debilidad que arrastra la historia de nuestra estirpe, sea la que cargamos en nuestra genética personal como la que nos transmitimos masivamente unos a otros de generación en generación. Aún los niños más cándidos en el momento menos esperado nos sorprenden con un gesto de egoísmo, de capricho o de agresión, que no necesariamente han aprendido en las caricaturas de la televisión.

Con María no fue así. Ella es la única excepción que Dios --previendo lo que todos alcanzaríamos por la sangre derramada por aquel que nos amó de manera infinita-- quiso dejarnos como reflejo maravilloso de su grandiosa santidad en medio de una humanidad muchas veces corrompida por las fuerzas del pecado.

Bien decía de forma poética el filósofo Juan Bautista Vico:“Yo, mísero hombre, suspirando clamo a ti,

Virgen Santa, Inmaculada y Pura…El universal naufragio había absorbido a todas

las gentes dispersas por la tierra, en el pecado generadas:Tú, entre todas la mujeres nacidas en el mundo,

obtuviste escampo de tan triste suerte”.

2. ¿Por qué Dios quería que la Madre de su Hijo fuera “Inmaculada”?

A María se le concedió la gracia de una maternidad única e irrepetible, la cual se realizó por la acción del Espíritu Santo que “descendió” sobre ella (ver 1,35). Así ella y sólo ella se convirtió en la “Madre de Dios”: “Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús” (1,31).

Es en función de esta vocación y misión, prevista por el eterno designio de Dios, que María fue preservada de la mancha del pecado y colmada del Espíritu de Santidad de Dios desde el primer instante de su vida: María es constituida en “digna morada” del Hijo de Dios encarnado (oración colecta).

Como ya se dijo, el “no tener mancha” supone no solamente vencer el pecado sino sostener la amistad con Dios. Pues bien, en María se ve claramente el significado de este segundo aspecto.

Esto nos permite percatarnos de un doble dinamismo espiritual por el cual la santidad va tomando forma en la vida de uno:(1) Un dinamismo de purificación, es decir, una fuerza espiritual que anula nuestro pecado en cuanto distanciamiento de Dios y ruptura de la Alianza con Él.

---Se rehace entre Dios y nosotros el vínculo de amor y fidelidad.(2) Un dinamismo de comunión de vida y de amistad con Dios.

---Se realiza en nosotros el proyecto original divino: la plena comunión con Él y con lo creado.

Contemplando a la Inmaculada nos aproximamos entonces a aquella única e irrepetible comunión con el Señor que María experimentó en su maternidad divina. Pero Dios

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también ha pensado en nosotros, llamados a formar a Jesús en nuestro corazón. Como bien enseñaban los Padres de la Iglesia San Agustín, San Ambrosio y otros. San Ambrosio, por ejemplo, lo expresaba así:

“Bienaventurados vosotros lo que habéis oído y creído: toda persona que cree, concibe y general al Verbo de Dios… Hay una sola madre de Cristo según la carne; en cambio, según la fe, Cristo es el fruto de todos, porque toda persona recibe el Verbo de Dios, siempre que, inmaculada e inmune de vicios, custodie la castidad con pudor” (San Ambrosio, “In Lucas” II, 26).

Es así como la “Inmaculada” se convierte para nosotros en una fuerte invitación para que realicemos un camino cotidiano de conversión que vaya desprendiendo cada vez más nuestro corazón de toda forma de mal y lo haga siempre más apasionadamente amante del bien.

Es un camino hacia una belleza siempre posible. Porque si por una parte es verdad que el mal es deformidad de la bella, por la otra el bien es armonía y gracia que hacen encantadora la existencia.

Ahora, si reconocemos que por un instinto de la naturaleza que no siempre sabemos explicar todos somos impulsados hacia la belleza humana, también hoy reconocemos a partir de lo que Dios hizo en María que con la fuerza de la gracia podemos enamorarnos y saciarnos de una belleza moral y espiritual superior, una belleza que no es de este nuestro pobre mundo, sino que es el reflejo de la belleza eterna de Dios.

Entonces es en función del Hijo de Dios y hombre perfecto que vendrá a este mundo a través de su carne, su sangre y su historia personal sin pecado, que a María le fue concedida la gracia de ser “Inmaculada”, pero, como podemos ver, es también por todos nosotros.

3. ¿Qué implica para nosotros?

La celebración de la “Inmaculada Concepción” no se puede quedar en el “recorderis” de un dogma y en la pura consideración de la rica doctrina que entraña. Ella apunta a situaciones concretas de nuestra vida en las cuales Dios nos quiere interpelar.

Grandes valores propiamente “cristianos” emergen del misterio de María y nosotros los recibimos y nos los apropiamos mediante la contemplación de la hermosura de quien será la Madre del Hijo de Dios.

3.1. Una manera distinta de aproximarnos a María: la Buena Noticia de la Santidad

Puesto que María fue “escogida” (ver la segunda lectura de hoy) como nuestro ejemplar, como un paradigma de belleza espiritual al cual referirnos, ella es para nosotros como un “espejo”, más exactamente un “espejo de santidad”.

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No vemos en María una mujer cualquiera sino la “bendita entre todas las mujeres”, en la cual encontramos aquella fisonomía que Dios desde la eternidad pensó y quiso para cada uno de nosotros. Bien decía el ya citado Padre de la Iglesia:

“¿Qué puede haber de más alto en la madre de Dios o de más espléndido de Aquella que del mismo esplendor fue escogida? ¿O que puede haber de más casto que Aquel que generó sin mancha?” (Ambrosio, “De virginibus”, II, 7).

A cada uno, mirándose en el espejo, que es la personalidad espiritual de María, le corresponderá discernir la modalidad específica por medio de la cual Dios quiere que alcance la santidad. Como decía una antigua invocación litúrgica:

“Corremos detrás de ti, oh Virgen Inmaculada, fascinados por tu santidad”.

3.2. Librar sin temor el combate espiritual: La Buena Noticia de la Victoria

Cuando nos miramos en el “espejo” de María notamos enseguida una gran diferencia en nosotros: lo que María alcanzó por “gracia” desde el comienzo de su existencia nosotros lo alcanzamos como fruto de la victoria sobre nuestras contradicciones internas a lo largo de nuestra vida.

Pero al fin y al cabo, también la “gracia” nos implica porque nuestra victoria no será distinta de la ya alcanzada por el Crucificado, vencedor definitivo del mal del mundo.

No podemos sustraernos a esta tarea. La vida es esa palestra de combate, donde a pesar de que nos abruman nuestras debilidades y contradicciones, salimos adelante animados por una victoria que ya se nos ha anunciado como nuestra. La imagen de aquella mujer del Génesis que pisa la cabeza de la serpiente –símbolo del mal en la historia– nos invita a no desistir en la lucha contra el pecado que tenemos que derrotar:

“Enemistad pondré entre ti y la mujer,entre tu linaje y su linaje:

él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar” (Génesis 3,15).

3.3. El respeto por la vida desde sus orígenes: La Buena Noticia del valor prioritario de la Vida

Este singular conflicto lo podemos ver claramente en el campo de la vida y de la muerte, cuando éstos dependen de la decisión humana.

Es así como el misterio de María nos traslada también hoy al campo de la ética civil y de la moral cristiana, dándonos una pista para el discernimiento: la “Inmaculada” nos enseña que estamos llamados a respetar, a venerar y a amar toda vida humana desde su “concepción”.

Y si esta es nuestra actitud ante el instante sagrado de la germinación de la vida, ¿cuánto más se podría esperar del respeto total y de la promoción de la vida que nos compete a lo largo de todas las etapas de nuestro crecimiento hasta la muerte?

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La “Inmaculada Concepción” es un anuncio profético de la Buena Noticia de la Vida, que es al mismo tiempo una verdad y un derecho. Un creyente en Cristo siempre se preocupará por defender la Vida y estará atento para que no se impongan otros intereses privados, políticos o económicos que atenten contra ella; ni siquiera lo será nuestra pretendida autonomía personal para hacer lo que queramos. Fue en ese sentido que el Concilio Vaticano II se pronunció fuertemente hace cuarenta años:

“En realidad, Dios, Señor de la vida, confió a los hombres el altísimo ministerio de proteger la vida, que se ha de cumplir en manera digna del hombre. La vida, por consiguiente, ya desde su misma concepción, se ha de defender con sumo cuidado” (“Gozos y Esperanzas”, 51).

La “Inmaculada Concepción” nos enseña en primera persona que para Dios el ser humano, por el hecho de haber sido concebido para la vida, ya es una persona, vulnerable a todos los males. Por tanto, como Dios hizo con María, habrá que protegerla.

3.4. Un nuevo criterio en las relaciones: La Buena Noticia de la Gratuidad

Para un mundo en el que muchas veces priman la contraprestación, “yo te doy pero si tú me das”, donde lo económico es criterio para hacer alianzas o destruir relaciones, la palabra “gracia” –que en María es un sello que la identifica– introduce una profética novedad.

La “Inmaculada Concepción” anuncia la absoluta gratuidad del amor de Dios. Su Alianza con nosotros no depende de lo que le damos sino de su extraordinaria fidelidad. Por lo tanto es otro valor el que fundamenta la relación.

Es un mutuo llamado y un mutuo consentimiento el que edifica el amor. La valoración mutua y la muta entrega, es la fuerza que lo impulsa. Nadie se aprovecha de nadie ni tampoco luchan por imponerse sus intereses: ambos se dan a sí mismos mediante su “sí” y se acogen con un gran respeto.

Pero antes del “sí” consciente de la entrega hay un amor primero que prende la llama de amor. María fue “llena de gracia”, o sea infinitamente amada, desde sus orígenes y por tanto antes de que pudiera tener su voluntad personal para dar su consentimiento libre.

Cuando María pronuncia su “sí” gozoso de amor, su “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,38), se completa el arco que había comenzado a elevarse en la iniciativa de Dios “Tú eres llena de gracia” (1,28). La entrega gratuita de María fue provocada por el don de la gracia que le había concedido el Señor.

La “Inmaculada” nos enseña que la venida de Dios a nuestra vida no es una amenaza contra nuestra libertad personal. ¡Todo lo contrario! La verdadera libertad es siempre una fuerza de amor y no una pretensión. Uno se siente más vivo cuando se da a sí mismo, cuando se abandona totalmente, cuando todo lo que uno hace se convierte en consagración plena y gozosa, en la alabanza y glorificación de Dios.

Esto interroga cómo es nuestra relación con Dios. A veces la oración no es un encuentro feliz de amor sino una negociación con él para que nos vaya mejor en lo que nos

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preocupa. Es verdad que a veces se tienden a trasladar las relaciones comerciales que mueven la sociedad a la relación con Dios. Con María aprendemos que el amor de Dios no está condicionado por el nuestro: su amor se nos anticipa, es más grande y supera el nuestro. Y nosotros lo recibimos con sencillez y sin pretensiones, como lo hizo María, para que sea exaltada la misericordia del Todopoderoso (ver Lc 1,49).

No es por nuestros méritos que Dios nos quiere sino por lo que somos. ¿Qué implica esto para nosotros hoy cuando en nuestra sociedad tendemos a marginar al que no produce, al enfermo, al anciano, al que no nos reporta económicamente?

3.5. Un nuevo parámetro de belleza: La Buena Noticia de la Integralidad de la Vida

Hemos dicho que la palabra “gracia” está asociada con “belleza” y que ésta es la celebración de la belleza de María, que es la belleza de la santidad.

A propósito los artistas orientales y occidentales se han preocupado por retratarla como la mujer más bella siguiendo en cada momento de la historia los parámetros de belleza que les impone la cultura. Son inolvidables, por ejemplo, las “Inmaculadas” de Murillo que tanto han incidido en la imagen que tenemos de María en el arte latinoamericano desde la Colonia.

Pero la “Inmaculada Concepción” nos está diciendo que la verdadera belleza es la que es reflejo de una más profunda y auténtica que proviene de dentro.

Esto interpela nuestras modas culturales, alentadas por las “top models”, donde la belleza femenina y masculina parece querer reducirse al llamado “sex-appeal”, a la sensualidad. Esto impone comportamientos y búsquedas en los que la belleza tiende a quedarse al nivel de la epidermis, no importando si las personas están o no por dentro en armonía consigo mismas. El ideal de belleza se ha empobrecido mucho.

María nos invita a rescatar la belleza, a desearla y a buscarla. Como la suya, no se trata de una belleza de fachada, reducida a lo externo, sino que proviene de lo interior, de un corazón puro y generoso. Un discípulo de Jesús no rechaza el cuerpo, porque la suya es una espiritualidad de la “encarnación”; lo que sí tiene claro es que no tiene sentido limitarlo a un objeto de consumo, sino que hace de esta profunda unidad significada en el cuerpo una mediación que comunica un lenguaje de amor auténtico para los hermanos. Quien es así, no importa lo que nos digan las imágenes publicitarias, siempre será una persona bella.

Hoy, con la Iglesia, nos atrevemos a exaltar la belleza haciendo nuestro el himno litúrgico:

“Tú eres toda hermosa,¡oh Madre del Señor!;

Tú eres de Dios la gloria,la obra de su amor”

En fin…

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La celebración no se agota en la misma persona de María sino que se vierte sobre nosotros. Como lo hemos visto, esta solemnidad está cargada de una fascinación espiritual y de una gran consolación que desata en nosotros algunas responsabilidades precisas de comportamiento y de vida.

Lo más bello de todo es saber que María no es solamente una propuesta de vida sino una persona viva que está aquí a nuestro lado como madre, siempre pronta para ayudarnos y sostenernos en nuestro camino de gracia y de fe, en el que junto con ella trazamos el arco espiritual que configura nuestra existencia, el que va desde el “llena de gracia” hasta el “hágase en mí según tu Palabra”.

Terminemos dirigiéndonos a María, en este maravilloso día, con las palabras del poeta Paul Claudel:

“Estar contigo, María, donde tú estás.Sin decir nada, nada, contemplando tu rostro,dejando al corazón cantar su propia lengua,

cantar no más porque se tiene el corazón más lleno,como el mirlo que sigue su idea en coplas repentinas.

Porque Tú eres hermosa, porque eres inmaculada,la mujer de la Gracia al fin restituida.

La criatura en su bien primero y en su plenitud final,tal como salió de Dios la mañana de su esplendor original.

Intacta infaliblemente porque eres la Madre de Jesús,que es la verdad en tus brazos, y la esperanza y el fruto.

Porque eres la mujer, el Edén de la ternura olvidada,cuya mirada halla al punto el corazón y hace saltar las lágrimas acumuladas.

(...) Porque Tú estás ahí para siempre, simplemente porque Tú eres María,Simplemente porque existes tú.

¡Madre de Jesucristo, muchas gracias!”.(De “La Virgen al Mediodía”)

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. Este año estamos celebrando los 150 años de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. ¿Qué quiere decir que María es la Inmaculada Concepción? ¿Qué significa la palabra “gracia” en la Biblia?2. El mundo que exalta la vida fácil, el placer sexual, ¿Qué nos dice a nosotros hoy la fiesta de la Inmaculada Concepción? ¿A qué cambios nos invita en nuestra vida personal y comunitaria?3. En nuestro contexto latinoamericano la presencia de María es muy fuerte y esta fiesta de la Inmaculada tiene una resonancia particular. ¿Cómo hacer para que esta celebración no se nos quede sólo en signos externos: pólvora, luces, etc. Sino que nos comprometa en un camino de santidad?4. La fiesta de la Inmaculada nos invita a respetar la vida desde su concepción. ¿En mi familia, en mi grupo somos siempre capaces de optar por la vida? ¿Cómo lo expresamos concretamente?5. ¿La vida de gracia, la auténtica relación con Dios, qué puesto ocupan en nuestra vida diaria? ¿Qué estrategias empleamos para crecer personal y comunitariamente en nuestra relación con Dios? ¿Qué momentos dedicamos al respecto?

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Nos invita Nuestra Señora del Adviento:“Reconoce en mí tu salvación - Cree en quien yo creí”

“¿Quién eres tú, que vas a dar a luz? ¿De dónde lo mereciste? ¿De dónde lo recibiste? ¿De dónde te viene que se forme en ti Aquél que te formó? ¿De dónde, repito, te viene tanto bien?¡Eres virgen, eres santa, hiciste un voto, pero es demasiado aquello que mereciste, mejor, aquello recibiste!Pues, ¿Cómo es que lo mereciste? En ti es hecho Aquel que te hizo, Aquel por medio de quien fue hecho el cielo y la tierra, por quien todo fue hecho.En ti se hace carne el Verbo de Dios, recibiendo la carne sin perder la divinidad.¡Y el Verbo se junta a la carne y el Verbo se une a la carne y el tálamo de tan sublime matrimonio es tu vientre!¡Al ser concebido, te encontró virgen, te dejó virgen al nacer! ¡Da la fecundidad, no quita la integridad!¿De dónde te viene esto? Estaré siendo inconveniente, tal vez, al interrogar a la Virgen y al tocar a despropósito con estas palabras a la puerta casta de sus oídos. Pero veo que la Virgen, ruborizada me responde y me enseña: ‘¿Preguntas de dónde me vino esto? Me ruboriza responderte acerca de mi bien. Oye primero el saludo del Ángel y reconoce en mí tu salvación. ¡Cree en quien creí! ¿Por qué me preguntas a mí? Que sea el Ángel quien responda’.Dime Ángel, ¿de dónde le vino todo esto a María? ‘Ya lo dije cuando la saludé: ‘¡Ave, oh llena de gracia!’”

(San Agustín, Sermón 191, 6)

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Segunda semana de AdvientoLUNES

El Himno de la AlegríaIsaías 35, 1-10

“Se verá la gloria de Yahvé, el esplendor de nuestro Dios”

La profecía isaíanica de hoy podría llamarse el “Himno de la Alegría” de Isaías. Después de una duras palabras de juicio (ver Isaías 34,1-17), el profeta comienza a predicar en positivo infundiendo esperanza, alegría, vitalidad para un pueblo que él describe como de “manos débiles”, “rodillas vacilantes”, “corazón intranquilo” (35,3-4).

De repente vemos un cambio en el paisaje: la tierra reverdece y florece, comienza una fiesta de la vida.

Enseguida se da paso a las canciones de fiesta de un pueblo transformado. Los actores de esta fiesta van apareciendo uno a uno en la medida en que se va enriqueciendo el escenario de donde desaparecen los factores causantes de muerte y éstos se van remplazando son signos de vida. El último por aparecer, el más contento y triunfante es el pueblo de “los redimidos de Yahvé” (35,10a) que entra solemnemente en procesión, culminando en Sión el regreso del exilio: “Volverán, entrarán en Sión entre aclamaciones y habrá eterna sobre sus cabezas” (35,10b).

Vale la pena retomar algunos elementos del himno para poder apropiarlo y participar en la fiesta. Notemos:

(1) El escenario. El poema va recorriendo el “Líbano”, el “Carmelo”, el “Sarón” y termina en “Sión”. Allí se van colocando en orden de aparición:

“Desierto”, “sequedal”, “estepa”, “tierra quemada” --- y en contraposición: “aguas”, “torrentes”, “estanque”, “manantial”.

Luego “chacales”, “león”, “necios”, “bestia salvaje” --- y en contraposición “ciegos”, “sordos”, “cojos”, “mudos”.

(2) Los actores. “Yahvé” con su “gloria” y “resplandor”, y “los redimidos de Yahvé”.

(3) El ambiente. Se repiten diez veces cuatro términos: “alegría”, “gozo”, “júbilo”, “regocijo”.

(4) La postura. Los que cantan van realizando al mismo tiempo una marcha que acompaña el regreso de los “redimidos” (los rescatados del sufrimiento). Sus “manos”, “rodillas” y “corazones” han sido fortalecidos.

(5) La tonalidad del himno es “en gozo mayor”. En la medida en que se canta va fluyendo un hilo sonoro de gozo que atraviesa, irriga y vivifica todo.

(6) El motivo. Es la “gloria de Yahvé”, “su recompensa” y su “salvación”.

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(7) Una certeza. Se canta con convicción: la esperanza es tan segura que la transfiguración del desierto ya se ve como un hecho real en la medida en que los peregrinos afirman sus pasos en la ruta; lo que les rodea poco a poco adquiere todas las características de la tierra prometida.

La gran peregrinación festiva es parecida a la del Adviento: en cada paso que se da la alegría debe ser mayor. No sólo se camina hacia el encuentro con Dios, de hecho él acompaña el caminar: la gloria del Señor no se restringe a Sión, ya desde el principio viaja al lado de los exiliados que viajan por el desierto. Su presencia santifica los caminos: “Habrá allí una senda y un camino, vía sacra se le llamará” (35,8).

Este gozo festivo de los peregrinos entonces no es más que el baño de la gloria que reciben de Yahvé a lo largo del camino: “¡Regocijo y alegría les acompañarán!” (35,19b). Tanto así que podrán decir: “¡Adiós, penar y suspiros!”.

Y esta profecía se realiza en Jesús (Lucas 5,17-26)

“¡Hoy hemos visto algo increíble!” (5,26). El himno de la alegría es entonado coralmente por el pueblo en el evangelio cuando ven la realización de uno de los signos mesiánicos anunciados: “Entonces saltará el cojo como ciervo” (Is 35,6). Jesús viene a realizar todas estas acciones transformadoras de parte de Dios, restaurando por medio del “perdón” la geografía humana doblegada por el mal. Con él, todos los “redimidos”, continuarán un camino por el mundo proclamando la salvación, celebrando liturgias festivas en su honor y transformando en fuerza de vida todo lo árido que encuentren a su paso.

Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:1. ¿A quién se le dirige la profecía de hoy? ¿A quién le quiere hablar Dios a su corazón?2. ¿Cuáles son los verbos en futuro de esperanza y las frases que me quedan resonando interiormente y provocan oración?3. ¿Qué propuesta de Adviento hay detrás del texto de hoy? ¿Cómo lo voy a vivir?

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Segunda semana de AdvientoMARTES

Es la hora de la consolaciónIsaías 40,1-11

“Consolad, consolad a mi pueblo ―dice vuestro Dios”

Nos ponemos a la escucha de una de las profecías más célebres de Isaías, el anuncio de la “consolación”, el profeta Isaías nos plantea con todas sus fuerzas el pregón del Adviento: ¡Consolad! ¡Consolad! Y anuncia cambios maravillosos que están a punto de suceder. Por razón de espacio iremos solamente a lo esencial de esta página bíblica.

En la experiencia bíblica, la consolación es mucho más fuerte y radical que la que acostumbramos ofrecernos entre nosotros. Por más que uno quiera, por ejemplo, ante la desgracia que vive un amigo o ante un funeral, uno lo más que puede hacer es darle un poco de alivio con la escucha, con la presencia amiga, con una expresión de solidaridad; pero el amigo o los dolientes siguen con el problema.

La consolación que ofrece el Señor es el vuelco que vive una persona y una comunidad, pasando de una triste situación a una de plena realización, gracias a la superación del factor que la originó. No es quedarse en la periferia de los problemas con tranquilizantes pasajeros, sino el comienzo de una nueva etapa positiva.

Según esto, ¿Cuál es la espiritualidad de la consolación que nos invita a vivir el profeta en el adviento del Mesías?

Siguiendo el hilo del texto, podemos hoy concentrarnos en algunas pautas que serán muy útiles para nuestro ejercicio espiritual:

1. El Señor interpela hasta el fondo, hasta el corazón: “hablad al corazón de Jerusalén” (40,1-2)

Primero que todo se recuperan los ánimos.

Para explicar esto, el profeta presenta a Jerusalén como una bella dama que es conquistada por la palabra penetrante y amorosa de su amante. De esta forma, Dios quiere reconquistar el amor de su pueblo infiel.

La buena noticia que el mensajero coloca en el corazón de Jerusalén es que se acabarán los motivos de su tristeza, esto es, el fin de su aislamiento en la experiencia histórica del destierro. En la historia de Israel, el destierro había venido como castigo por su pecado. La consolación comienza con el don del perdón: “ya ha satisfecho por su culpa”.

Y como es probable que en la situación de castigo se haya llegado a sufrir un poco más de la cuenta, el profeta anuncia que todo este sufrimiento recibirá su recompensa.

2. El Señor prepara el camino: “En el desierto preparen el camino del Señor” (40,3-5)

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Además de la preparación interna ―la buena disposición del corazón― se emprende la preparación externa: el camino de regreso a la tierra por el desierto.

El consuelo no se vive de un momento para otro, tiene su proceso, con sus respectivas etapas, así como lo fue el camino de Israel por el desierto en el éxodo: “ todo valle sea elevado, todo monte y cerro rebajado; vuélvase lo escabroso llano, y las breñas planicie”.

En este espacio geográfico y espiritual del desierto se realizan grandes transformaciones: la gloria del Señor, la “shekiná”, que desde antaño habitaba al pueblo, relucirá como nunca y sus rayos sorprenderán a toda la humanidad: “Se revelará la gloria de Yahveh, y toda criatura a una la verá”.

3. Una pausa de reflexión para tomar conciencia de sí mismo frente a la grandeza de Dios: “Todos los mortales son como la hierba y como la flor campestre su esplendor” (40,6-8)

El pregón de la consolación tiene como contenido la fuerza de la palabra de Dios, la cual es como un fuerte aliento (como “Ruah”) que, si bien genera una nueva creación, por otra parte no sabemos si podremos resistirlo. Es como le sucede a la débil hierba mañanera en las estepas de Israel apenas pasa el viento cálido del desierto. Por eso, el profeta se permite un pequeño diálogo (o quizás monólogo) en el que se interioriza esta realidad: ¿frente a la grandeza y la eternidad de Dios, quién soy yo?

4. La venida del Señor en persona realiza la salvación esperada: “Ahí está vuestro Dios” (40,9-11)

El profeta que ha hablado amorosamente al corazón del pueblo, que ha dado órdenes para que se prepare el camino y que ha provocado una pausa de reflexión, se convierte finalmente en el alegre mensajero que corre agitadamente el último tramo del desierto abriendo el camino hasta llegar a la tierra. Cuando llega, sube a la montaña más alta de la región de Judá para que lo escuchen en todos los rincones: “Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión”.

El alegre mensajero grita a los cuatro vientos la inminencia de la llegada de Dios y su salvación con estas tres proclamas que van desvelando progresivamente el escenario en el momento en que aparece Dios: (1) “Mirad a vuestro Dios”; (2) “Mirad su brazo robusto” (=poder); (3) “Mirad su séquito en la marcha de la victoria” (=arrastra a los vencidos y carga el botín de guerra).

Este Dios que se presenta como salvador poderoso, tiene el corazón, la ternura y la delicadeza de un pastor, que lo que más desea es la vida y el bienestar de la comunidad de la cual es responsable: “Como pastor pastorea su rebaño: (1) recoge en brazos los corderitos,(2) en el seno los lleva,(3) y trata con cuidado a las paridas”

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Y esta profecía se realiza en Jesús (Mateo 18,12-14)

La parábola del pastor que busca en medio de las montañas la oveja perdida, anuncia que el MESIAS, viene precisamente a realizar esta profecía de la consolación. Siguiendo la insinuación del evangelista Mateo, también nosotros somos invitados a participar en la búsqueda de la oveja y animar alegremente su regreso a casa.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:Sugerimos leer muy despacio esta profecía del Adviento, para luego reflexionar y orar a partir de las preguntas: 1. ¿Qué se entiende por consolación en la Biblia? ¿Cómo la vivió el pueblo de Israel en el exilio de Babilionia?2. ¿En este Adviento en qué necesitamos ser consolados, mi familia y yo, por el Señor? 3. ¿Qué cualidades se anuncian de Dios en la profecía? ¿Es ése el rostro de Dios que quiero experimentar?4. ¿Qué pasos da el Señor para hacer efectiva la consolación? 5. ¿Qué características tiene el profeta que anuncia la consolación? ¿Qué tarea me está encargando el Señor para este tiempo fuerte del Adviento y la Navidad?

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Segunda semana de AdvientoMIÉRCOLES

Es la hora de la fortalezaIsaías 40,25-31

“Dios Desde siempre es Yahveh, creador de los confines de la tierra, que no se cansa ni se fatiga y cuya inteligencia es inescrutable”

Queremos vivir intensamente pero en el camino comienzan a aparecer situaciones que nublan nuestros horizontes. Entonces andamos con los brazos caídos, sin entusiasmo para las iniciativas, con sentimientos negativos con relación al futuro nuestro y de la sociedad.

Uno de los enemigos de la esperanza es el cansancio: cansarse de esperar promesas que no se cumplen, cansarse de luchar en la vida sin ver resultados, cansarse de Dios y de sus exigencias, cansarse de los hermanos en la fe y de cargar con sus cansancios, cansarse incluso de sí mismo. Es precisamente frente a esta realidad que las crisis humanas o espirituales tocan fondo.

Ante tanto cansancio y desilusión, el Adviento renueva nuestra esperanza.

Hoy Isaías nos confronta y nos dice: “los que confían en el Señor recobran las fuerzas y vuelan como águilas, corren incansables y avanzan sin fatigarse” (40,31).

¿Cómo es que se puede llegar a esta conclusión? El profeta Isaías nos propone para ello un camino espiritual que tiene pasos bien definidos.

1. Dios es poderoso

Partiendo de una pregunta inicialmente implícita “¿Qué pasa con Dios, que no se hace sentir?”, el profeta comienza con una vigorosa presentación del Dios que no tiene rival ni comparación.

Para ello coloca al hombre frente al espectáculo de una noche estrellada y le pregunta, como si estuviera en la escuela: “¿Quién creó todo aquello?” (40,26).

El pueblo se da un poco de tiempo para ver y entender. Entonces nota cómo el universo tiene animación, una animación que ayuda a entender la obra de Dios en la tierra. Se trata de un movimiento parecido al que Dios realizaba con su pueblo cuando lo sacaba de Egipto como si fuera un ejército o al que un pastor realiza cuando llama las ovejas por su nombre. La conclusión es que todo esto sucede “gracias a su esfuerzo y al vigor de su energía”.

2. Mi vida está bajo la mirada de Dios

Con un gran énfasis el profeta nos recuerda entonces que Dios conoce bien a cada hombre y no se ha olvidado de ninguno, que Dios no ha soltado su responsabilidad sobre la tierra.

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Cuando el hombre entiende el amor de Dios en su vida, entonces ya no puede seguir quejándose de Dios se ha olvidado de él diciendo: “El Señor no se da cuenta de lo que me pasa”; literalmente: “Oculto está mi camino para Yahveh y a Dios se le pasa mi derecho” (v.27). No se puede dudar que Dios sea capaz de intervenir en la historia humana para salvarla: ¡Es tanta su fuerza y tal su poderío! ―como dice el v.26.

Por lo tanto, no se puede nunca concluir que Dios se haya cansado de uno. Como si hubiera “tirado la toalla” de tanto insistir para salvarme. Más bien, hay motivos para pensar lo contrario. Veamos esta preciosa captación del ser de Dios que aparece en el corazón de nuestra profecía de hoy (v.28): “Él es Dios eterno”, él tiene tiempo y tiene sus tiempos. “Él no desfallece ni se cansa”, es un obrero incansable. “Él es inteligente” (a la máxima potencia), es decir, sabe lo que está haciendo, si se

demora no hay que preocuparse sino más bien confiar en él.

3. El poder y el amor de Dios renuevan continuamente mis fuerzas

Y al final aparece lo más bello, Dios le comparte su fortaleza al hombre: “Al cansado da vigor, y al que no tiene fuerzas la energía le acrecienta” (v.29). Dios restablece las fuerzas del que está cansado y cura su fragilidad.

Y todavía hay más: Dios le da fuerzas al hombre para que no se canse. Se supone que los jóvenes se fatigan menos, puesto que están en la etapa de la plenitud de la fortaleza física (40,30). Sin embargo, esto no es nada en comparación con la fuerza interior que Dios le da a quien se abandona en Él: “a los que esperan en Yahveh él les renovará el vigor” (v.31).

Quien apoya su vida en Dios nota como emerge desde dentro de él una continua y vigorosa juventud. Esto lo explica la profecía con el símbolo del águila.

En la Biblia, el águila es símbolo de potencia y longevidad; así como aparece, por ejemplo, en Deuteronomio 32,11 y en el Salmo 103,5b. La tradición hebrea le pone mucha atención al águila real de Palestina, la cual, cuando llega a la vejez renueva la hermosura de su plumaje. Por eso es imagen de la renovación de la vida y de la ancianidad como una nueva juventud. El águila entre más vieja es más bella.

Con el paso de los años nuestra existencia biológica se va desmoronando, pero al mismo tiempo gana en Dios un valor extraordinario. De esta manera, conscientes de nuestros límites pero también de la cercanía de Dios, cuando miramos hacia el futuro vemos que brilla una luminosa esperanza.

Esta profecía se realiza en Jesús (Mateo 11,28-30)

Isaías dice que esto lo viven “los que confían en el Señor” (v.31). En el evangelio que hoy la Iglesia sirve en la liturgia de la Palabra, escuchamos a Jesús que nos dice “Vengan a mí”, para que apoyemos todo en la humildad y la mansedumbre de su corazón. En Él se realiza la profecía.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:1. ¿Qué me agobia interiormente? ¿Qué fatigas no me dejan avanzar?

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2. ¿Dónde he encontrado nuevas fuerzas para retomar el camino? ¿Dónde están mis apoyos?3. ¿Me he sentido abandonado por Dios? ¿Qué imagen tengo de Él? ¿Qué características tiene Dios en esta profecía?4. Qué me dice la frase: “Todo ocurre según el proyecto de Dios, por eso hay que confiar en Él”?4. ¿Qué espero de la venida del Señor?

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Segunda semana de AdvientoJUEVES

Es la hora de la confianzaIsaías 41,13-20

“No temas, gusano de Jacob, gente de Israel: yo te ayudo, tu redentor es el Santo de Israel”

Muchas veces en la vida sentimos una gran impotencia, nos sentimos pequeñitos como un “gusano” frente a los demás, con la sensación de que no vamos a poder salir adelante porque los problemas y desafíos nos sobrepasan. Frente a esta realidad nos coloca hoy el profeta Isaías. Él nos muestra ―a cada uno y a la comunidad― cómo podemos dar pasos de superación si nos dejamos agarrar y levantar por la mano creadora de Dios.

Al leer la profecía mesiánica de hoy, notemos que Dios nos habla directa e insistentemente en primera persona como si estuviera tratando de inculcarnos la certeza de su cercanía, de su ternura, a través de las formas concretas como Él se ocupa de nosotros: “Yo.. te tengo agarrado... te ayudo... te convierto en trillo nuevo... les responderé... no los desampararé... abriré... convertiré... pondré”. Desde el comienzo hasta el final el Señor se presenta como el autor de la salvación: “Yo, Yahveh tu Dios”.

La profecía tiene dos partes: (1) los versículos 13 al 16 se ve cómo Dios va sacando a una persona de sus miedos, cómo la conduce del “temor” a la “alegría”; (2) los versículos 17 al 20 observan de nuevo a Dios en acción, transformando los desiertos en bosques paradisíacos; en este teatro de la acción creadora de Dios el pobre y el sediento comprenden cómo se les ofrece la salvación.

En ambas partes se parte de la toma de conciencia de una necesidad profunda y se termina con una expresión de reconocimiento de la salvación de Dios.

En la lectura del texto dejémonos guiar por la fuerza de las imágenes.

1. Superar los miedos: “No temas, yo te ayudo”

Veamos tres pasos:

(a) la imagen de la “mano”

La primera vez que Dios dice “No temas, yo te ayudo” (v.13d), se coloca ante uno la imagen de una mano que agarra otra mano: “te tengo asido por la diestra” (v.13b).

El contacto con una mano calientica y poderosa, transmite la ternura que infunde confianza. De esta manera se aproxima Dios al hombre atribulado, mientras que le dice al oído: “no tengas miedo”.

La expresión es maravillosa porque el que tiende la mano es el mismo Dios, de ahí que Él mismo se presente: “soy yo quien te lo digo” (13c).

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Pero el contraste entre los dos es grande: por una parte está la fragilidad del hombre representada en el “gusanito” y la “oruguita”, y por otra está el poder de Dios “el redentor” y “el Santo”. Los nombres “Jacob” e “Israel” designan al pueblo de Dios entero, pero éste aparece aquí en su calidad de pueblo que no es nada sin su Dios. ¡Qué gran ternura manifiesta Dios en este pasaje bíblico!

(b) la victoria sobre las “montañas”

Una vez que ha sido tomado de la mano, el pueblo es poco a poco levantado por Dios y el gusanito que andaba atribulado supera la grandeza de las montañas. El gusanito que vivía arrastrado ahora es rastrillo que arrastra con su juicio las montañas como si fueran paja de trigo (ver el v.15), para luego separa el trigo de la paja (ver el v.16ab).

Los montes y los cerros representan todo aquello que es adverso dentro de la historia humana, son imagen del orgullo humano que se levanta contra Dios y de los obstáculos que se le ponen a pueblo en su caminar liberador y triunfante en el desierto sobre las fuerzas oscuras que le oprimían (como se vio el martes pasado en Isaías 40,4). De esa manera los obstáculos son superados.

(c) Brota la alegría y la alabanza

Enseguida viene la celebración. El pueblo canta y aclama a Dios porque todo ha sido obra de su cercanía. El Dios tremendo y exigente (“Santo”) es ahora el motivo de una alegría extraordinaria. El poderío y la ternura de Dios encuentran su síntesis en la alabanza del pueblo en fiesta.

2. Saciar la sed: “Los humildes y los pobres buscan agua... les responderé... no los desampararé”

Teniendo en vista al pueblo humilde que camina por el desierto, lleno de miedos y venciendo sus obstáculos en la experiencia de la tremenda cercanía de Dios, la profecía observa ahora a “los humildes y los pobres” (v.17ª). Su dificultad ahora está relacionada con la muerte a que lo amenaza la falta de agua en el desierto (ver el v.17b).

El “gusanito” que sentía amenazado por las montañas aparece entonces como el pobre que tiene en juego su sobrevivencia. La situación es dramática: “la lengua se les secó de sed” (v.17c).

Dios responde ahora con su palabra creadora (ver el v.17d). Ante la vista del humilde que suplica, el escenario se transforma. Los cambios que se realizan son increíbles. Mediante la obra del Señor (“abriré”, “convertiré”, “pondré”) la aridez del amenazador barranco y del inhóspito desierto se transforma en espacio de vida.

El escenario nos recuerda el paraíso bañado por cuatro fuentes de agua (ver el v.18). Vemos allí una lista de siete árboles selectos que ofrecen lo mejor de sí mismos para la vida del hombre (ver el v.19). La exuberancia de la vegetación sumada a la abundancia de agua que mana por los montes y los valles, todo con gran cantidad y calidad, remiten a los ideales de la plenitud humana, los cuales no son posibles si no es por la “mano” creadora de Dios.

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Entonces el hombre responde con su fe que reconoce y agradece la acción creadora de Dios (ver el v.20). Viendo la obra se reconoce a su protagonista. Los cuatro verbos describen el dinamismo de esta fe: (1) el “ver” la obra de Dios, (2) el “conocer” que se deriva de la constatación de los hechos, (3) el “reflexionar” que implica, para finalmente (4) “aprender” que la salvación de Dios es la mayor creación de Dios. Esta profunda toma de conciencia permite descubrir, valorar y acoger lo “nuevo” de Dios en todos los momentos de la vida.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:Hay imágenes fuertes y bellas en la profecía de hoy que podrían ayudarnos en el ejercicio de oración. Por ejemplo, la mano que agarra otra mano, que transmite calor e infunde confianza en el poder de Dios, nos sitúa desde ya ante la experiencia que Juan canta en la navidad: “lo que contemplaron y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de Vida”, 1 Juan 1,1). 1. ¿Qué imágenes de esta profecía son dicientes para mí?2. Frente a los obstáculos de la vida, ¿cómo la experiencia de Dios descrita por el profeta Isaías me puede ayudar para dar pasos de superación?3. ¿De qué tengo sed? ¿Cuáles son mis necesidades fundamentales? ¿Cómo responde Dios a ellas?4. Hoy la liturgia de la Iglesia quiere también invitarnos a contemplar la figura de Juan Bautista, precursor del Mesías. ¿Qué frase de esta profecía está relacionada con su misión?

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Segunda semana de AdvientoVIERNES

Fiesta de Nuestra Señora de GuadalupeEmperatriz de América

María es signo del rostro maternal y misericordioso de DiosLucas 1,39-47

“Miren: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa Dios-con-nosotros”

Una mañana temprano del año de 1531, en la colina del Tepeyac (México), María se le apareció a Juan Diego, hoy primer santo indígena en la historia de la Iglesia. A él se le manifestó como la Madre de Dios y la Madre de los hombres menesterosos. Luego, a su vez que se derramaban rosas, su hermosa figura quedó impregnada en el lienzo que hoy veneramos como Nuestra Señora de Guadalupe.

Recordemos el diálogo de la Virgen María con Juan Diego en la primera aparición:“―Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?―Señora y niña mía, tengo que llegar a tu casa, a seguir las cosas divinas que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de Nuestro Señor.―Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo la Siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador en cuyas manos está todo, Señor del Cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me levante aquí un templo para mostrar y dar en él todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa Madre, a ti, a todos vosotros juntos, los moradores de esta tierra y a los demás que me aman, me invocan y confían en mí. Allí oiré sus lamentos y remediaré todas sus miserias, penas y dolores. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza”.

Así María se constituyó en signo que nos habla continuamente de la obra de Dios en los pueblos y culturas que habitan el continente americano.

Dejándonos guiar por la Palabra de Dios ―particularmente la profecía de Isaías― que la liturgia nos propone hoy, permitamos que se abra ante nosotros el misterio.

1. Dios está con nosotros en los momentos oscuros de nuestra historia

La profecía de Isaías comienza con la expresión: “Pide un signo” (7,11).

En la Biblia, la Palabra del Señor con frecuencia va a acompañada de signos. El signo tiene como función garantizar lo que promete o exige la Palabra. Los signos pueden ser (1) “del cielo”, cuando se pide una revelación de Dios, o (2) “del abismo”, cuando se pide una trasformación concreta en lo más oscuro de la realidad humana. Por eso la frase completa es “Pide para ti un signo de Yahveh tu Dios en lo profundo del abismo o en lo más alto” (v.11).

Claro que una persona que viene leyendo la Biblia capta enseguida un problema: ¡a Dios no se le exigen pruebas! Sin embargo no se excluye que en alguna u otra ocasión

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―cuando se trata de reforzar la certeza de la cercanía y la fidelidad de Dios, no importa que las cosas no se realicen tal como se piden― una persona puede humildemente solicitárselo. Esto es lo que el Señor le invita a hacer al rey Acaz.

Pero resulta que la fe del rey Acaz no anda bien.

El punto es que sus poderosos enemigos ―el rey de Damasco y el rey de Samaría― están a punto de derrotarlo conquistando la ciudad de Jerusalén. La tragedia se ve venir: los vigías le avisan que ya los dos ejércitos se aliaron y están cerca (ver Isaías 7,1-2).

El pavor del rey Acaz y el del pueblo se describe con esta diciente frase: “Se agitó su corazón... como se agitan los árboles del bosque con el viento” (v.2). Entonces, el Señor envía al profeta Isaías donde el rey para decirle: “¡Alerta, pero ten calma! No temas, ni desmaye tu corazón” (v.4).

Pero el rey no le cree, incluso considera la palabra del profeta como una intervención peligrosa en los delicados asuntos del Estado y prefiere resolver el asunto con sus propios medios, excluyendo a Dios.

Cuando el rey se siente desafiado para que pida una señal, responde hipócritamente: “No quiero tentar al Señor” (v.12). En realidad, no es que no quiera un signo, lo que no quiere es que Dios se inmiscuya en su empresa militar y disminuya su heroísmo.

2. El signo de Dios al rey Acaz como profecía mesiánica

Ante la resistencia del rey, el profeta reacciona enérgicamente con un regaño (7,13) y le anuncia un oráculo: “Miren: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa ‘Dios-con-nosotros” (v.14).

El oráculo está aludiendo inicialmente a la esposa del rey, quien todavía no ha tenido hijos. En esta línea, el Señor le está prometiendo la continuidad de la promesa de una dinastía que se origina en el rey David. El nombre del niño, “Dios-con-nosotros”, lo coloca de frente a la alianza de fidelidad mutua pactada entre Dios y su pueblo: “Yo soy vuestro Dios, vosotros sois mi pueblo”. La presencia del niño concebido por una virgen es el signo de que el poder de Dios está actuando en el mundo.

Sin embargo, esta profecía va mucho más allá de su realización histórica inmediata. No se trata del hijo del rey Acaz, sino del Mesías que trae la liberación futura al pueblo de Israel, en quien se realiza la promesa de salvación y alcanza su plena realización el encuentro y la comunión de Dios con su pueblo. Este Mesías es el “Dios-con-nosotros”.

Junto con el evangelista Mateo (1,13), nosotros leemos y entendemos la referencia de la joven mencionada en la profecía como una “virgen”. Se trata de María, la madre-virgen del último y definitivo descendiente de David, el verdadero “salvador” en quien se realizan todas las promesas.

En el evangelio que proclamamos hoy, la maternidad de María es felicitada por Isabel: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno” (Lc 1,42). El vientre de

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María es reconocido por estas palabras inspiradas como el arca de la alianza perfecta en el que el Señor se hace presente de manera plena y definitiva.

3. Hoy María sigue siendo el “gran signo” de la fidelidad y la ternura de Dios en nuestro continente y en el mundo

Al celebrar en este día a María, como la Madre y evangelizadora de América, tenemos presente que en este medio milenio de historia cristiana de nuestro continente, el Evangelio ha sido predicado presentándola a ella como el modelo perfecto de lo que la Palabra nos invita a vivir. Como dice el Papa Juan Pablo II:

“Desde los orígenes ―en su advocación de Guadalupe― María constituyó el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión” (Iglesia en América, 11).

A contemplarla a ella, a Santa María de la esperanza, resonarán en nosotros palabras de confianza que nos invitan no perder el ritmo de la espera: “No temas, ni desmaye tu corazón”.

Que el rostro mestizo de la Virgen María, la Virgen del Tepeyac, Santa María de Guadalupe, Madre de las Américas, que le da rostro al evangelio con el color de tantas razas, nos inspire todos los días en la impregnación y el arraigo del evangelio, para que renazca entre nosotros la cultura de la paz y de la vida.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:1. ¿Cómo anda mi fe y mi esperanza, especialmente cuando se presentan las dificultades de la vida? ¿Me parezco al rey Acaz?2. ¿Cuál es el signo de Dios para los cristianos de este continente? ¿Qué enseña este signo? ¿Qué relación tiene con la cultura de la vida que esperamos en este largo adviento de nuestro continente?3. ¿Qué evoca en mí el rostro tierno, amoroso y preocupado por mí, de la Madre de mi Señor?

Una pista de oración para este día:“Madre de misericordia, Madre del sacrificio escondido y silencioso,

a Ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores,te consagramos en este día todo nuestro ser y todo nuestro amor.

Te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos,nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.

Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos;ya que todo lo que tenemos y somos, lo ponemos bajo tu cuidado,

Señora y Madre nuestra.Queremos ser totalmente tuyos

y recorrer contigo el camino de una plena fidelidad a Jesucristo en su Iglesia:no nos sueltes de tu mano amorosa”

(San Juan Pablo II)

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Segunda semana de AdvientoVIERNES

Es hora de tomar a Dios en serioIsaías 48, 17-19

“Yo, Yahvé, tu Dios, te marco el camino por donde debes ir”

Las breves palabras proféticas que hoy se ponen en nuestros oídos y en nuestro corazón, están precedidas por una auto-presentación del profeta en estos términos: “Y ahora el Señor me envía con su espíritu” (48,16b). Sobre esta base se apoyan las palabras que siguen.

Notemos tres ideas fuertes de la profecía:

1. Cómo se presenta Yahvé

Yahvé se presenta no a partir de conceptos teóricos o abstractos sino a partir de la experiencia histórica que se ha hecho de él: “el redentor” (48,17ª). Pero su insertarse en la historia de su pueblo no le quita su trascendencia: “el Santo de Israel” (48,17b).

Pero Yahvé aparece en función, no de sí mismo, sino del pueblo que es “su” pueblo; por eso se afirma “de Israel”. Porque es fiel a la Alianza sellada con su pueblo, él se ocupa de él como un papá que educa, como un maestro que enseña, como un jefe que guía.

Los sucesos históricos negativos del pueblo son la sala de clases donde se aprenden las lecciones. Allí Yahvé “te enseña” y “te guía”.

Ahora que el pueblo regresa de la dura prueba del exilio, debe darse cuenta que el camino que está haciendo ha sido gracias a la acción poderosa de Yahvé. Esta toma de conciencia es el punto de partida de una percepción de la presencia “real” de Dios en la vida.

A Yahvé le preocupa la vida de su pueblo. Y porque lo ama busca su maduración.

1. Cómo se presenta al pueblo

El pueblo es visto en tres dimensiones:

(1) Un pueblo terco, indócil, que no ha mantenido su fidelidad a Yahvé, por eso va al exilio (ver el contexto del pasaje).

(2) Un pueblo amado que es rescatado por Yahvé de esa situación y lo conduce hacia la madurez: “Te conduzco por el camino que sigues” (48,17b).

(3) Un pueblo llamado a ser grande y fuerte: la promesa a su padre Abraham sigue vigente y se realizará apoteósicamente (“Tu descendencia será como la arena… su nombre no será aniquilado ni destruido delante de mí”, 48,19).

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El pueblo debe sacar la lección de su insuceso histórico: “¡Si hubieras atendido a mis mandamientos!” (48,18ª)

2. Qué sucede cuando el pueblo se deja guiar por Dios

La docilidad para dejarse conducir por Dios parece ser el tormento del itinerario bíblico-espiritual. Por eso, en forma de promesa, ahora Yahvé motiva a su pueblo para que deje de lado las resistencias internas y ajuste su proyecto histórico según sus “mandatos”: “Tu dicha habría sido como un río y tu victoria como las olas del mar” (4,18b).

Cuando se toma en serio la Palabra del Señor vienen muchas bendiciones. Todas ellas comenzando por un cambio profundo de vida que trae “paz” y “dicha” continua (lo contrario de la “opresión” y “zozobra”). Luego la vida en la justicia de Dios permite ver muchas realizaciones: “tu victoria como las olas del mar”.

En Jesús y su pueblo se realiza la profecía (Mateo 11, 16-19)

No sólo el Israel del Antiguo Testamento fue un pueblo indócil, también la generación que escuchó las enseñanzas de Juan Bautista y de Jesús era de la misma manera. La comparación con los niños caprichosos que desbaratan sus juegos comunitarios y se pelean entre sí, muestra lo esquivos para tomarse en serio la predicación de la Buena Nueva.

Pero así como Yahvé se acreditó en sus caminos liberadores, los cuales eran innegables para el pueblo, también Jesús puede decir: “La Sabiduría se ha acreditado por sus obras” (Mt 11,19). Jesús confía en que el pueblo comprenderá.

Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:1. ¿Por qué Dios nos pide fidelidad a sus mandamientos?2. ¿En qué salones de clase se aprenden las lecciones de Dios?3. ¿Qué se me pide en este Adviento en el que la Palabra de Dios es tan abundante?

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Segunda semana de AdvientoSÁBADO

El fogoso profetaEclesiástico 48,1-4.9-11

“Un profeta como fuego, cuyas palabras eran horno ardiente”

La liturgia de la Iglesia nos invita hoy a descubrir el perfil del profeta Elías. A diferencia de los días anteriores, hoy no leemos una profecía sino que contemplamos la personalidad del profeta. En contraluz con Elías comprenderemos mejor al último de los profetas que prepara el camino del Mesías: Juan Bautista.

El profeta Elías no escribió ningún libro, pero las historias que la Escritura ha conservado acerca de él (1 Reyes 17 a 22 y 2 Reyes 1-2), nos interpelan fuertemente.

El texto del libro del Eclesiástico que tomamos como referencia, tiene cuatro partes que describen la personalidad profética de Elías: Primero: su personalidad de “fuego” (48,1), Segundo: algunos detalles de su vida (48,2-4.9),Tercero: el efecto de su profecía para el futuro de Israel (48,10),Cuarto: su proyección como figura de esperanza relacionada con la llegada del Mesías (48,11).

Retomemos estos cuatro puntos:

1. Una síntesis de la personalidad del profeta: “Un profeta como fuego, cuyas palabras eran horno ardiente” (48,1). Elías tenía una personalidad fuerte, un temperamento ardiente. Hablaba duro, sus palabras golpeaban con fuerza, tenían la capacidad de estremecer.

2. Algunos detalles de su vida. El libro del Eclesiástico nos recuerda estos tres: “A los pecadores los hizo pasar hambre” y “Por orden de Dios cerró el cielo para

que no lloviera”. El profeta hizo su debut con el anuncio de una sequía, lo hizo con la intención de presionar para que se hiciera justicia (1ª Re 17,1).

“Los diezmó con la llama de su celo” y “tres veces hizo que cayera fuego”. En la contienda con los cuatrocientos sacerdotes de Baal en el Carmelo, Dios se manifestó de parte suya enviando fuego para consumir el holocausto (1ª Re 18,38), luego el profeta los ejecutó (1ª Re 18,20-40). Más tarde, en dos ocasiones más, hizo caer fuego sobre los enviados del rey que intentan capturarlo (2ª Re 1,10 y 12).

“Un torbellino te arrebató a la altura, en un carro tirado por caballos de fuego”. Esta es quizás la gloria en la que ninguno lo puede superar. No se sabe de su muerte, tuvo el privilegio de ser arrebatado por Dios en las alturas.

3. El efecto de su profecía para el futuro de Israel. Se mencionan tres efectos de su misión dentro de la vida del pueblo. Según el texto del Eclesiástico, Dios lo ha destinado “para” (48,10): “Para que lo apacigües el día de su ira”: interviene favorablemente en el Día de

Yahvé.

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“Para reconciliar a los padres con los hijos”: toca los corazones para la conversión en el núcleo familiar.

“Para restaurar las tribus de Israel”: contribuye en la recomposición de la unidad perdida de Israel.

Este versículo merece algunas anotaciones:

Como puede notarse, llamando al culto del verdadero Dios, el profeta Elías promueve un movimiento de purificación de la idolatría, pero también de los afectos. La palabra profética remueve los cimientos de las relacionalidades que se petrifican, especialmente en la relacionalidad más estrecha de todas: el mundo de la familia.

La conversión es un replanteamiento de nuestras relaciones, cuando éstas parten del principio del egoísmo, niegan la comunión y hacen daño tanto a los demás como a sí mismo.

La reconciliación de los padres con los hijos es un signo claro de conversión porque en ella, la más estrecha de las relaciones, se notan más las pasiones y la posesividad, los celos y el acaparamiento del otro; hay, por lo tanto, más espacio para la agresividad.

La conversión es, en otras palabras, un camino de purificación del amor por los caminos de la Palabra y con el fuego que viene del corazón de Dios.

Lo que se busca es despertar el espíritu de servicio, la disponibilidad gratuita frente al otro. No hay mayor alegría que ver a los otros contentos, ver que las iniciativas funcionan bien, que el entorno de nuestras relaciones está en ordenada y en una clara dinámica que nos permite a todos crecer juntos en la dirección del proyecto creador de Dios.

4. El pueblo espera el regreso de Elías y este es el signo de la llegada del Mesías. Por eso el profeta Elías se convierte en figura mesiánica: “¡Dichoso el que te vea antes de morir y más dichoso tú que vives!” (48,11). El sueño de todo israelita es ver la llegada del Mesías, contemplando primero la de Elías, el profeta siempre “viviente”.

ELIAS Y JUAN BAUTISTA

El texto de Eclesiástico de hoy no se capta completamente sin la lectura del Evangelio, donde se establece una conexión entre los dos profetas: Elías y Juan Bautista.

En la escena de la transfiguración Elías aparece en primer plano conversando con Jesús. Luego, bajando de la montaña (Mt 17,10-13), Jesús y sus discípulos sostienen un diálogo sobre el regreso de Elías. El regreso del profeta “arrebatado a las alturas” es signo de la llegada del Mesías. En el trasfondo está el texto de Eclesiástico que acabamos de leer y también la predicción profética de Malaquías sobre el final de los tiempos: “He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahvé, grande y terrible” (3,23).

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Jesús confirma el regreso de Elías: “Ha de venir a restaurarlo todo” (Mt 17,11). Pero enseguida hace una precisión: “Elías vino ya, pero no le reconocieron” (v.12). Enseguida comenta el evangelista Mateo: “Los discípulos comprendieron que se refería a Juan Bautista” (v.13).

La venida de Jesús está estrechamente conectada con la misión de Juan Bautista. El bautista le ha preparado el camino a Jesús mediante un llamado a la conversión que pasa por la reconciliación de la familia, como leeremos dentro de poco: “Irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver el corazón de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos” (Lc 1,17). Y no sólo la relacionalidad familiar sino también la de toda la sociedad, cuyo pilar debe ser la práctica de la justicia (ver Lc 3,10-14; Evangelio de mañana). Este es el adviento del Mesías preparado por Juan Bautista, a quien mejor comprendemos a la luz del profeta Elías.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo hondo del corazón:1. ¿Cuál es la idea central de las cuatro partes del texto del libro del Eclesiástico que leemos hoy?2. ¿Qué significado tienen en la Biblia las figura proféticas de Elías y Juan Bautista? ¿Cómo se conectan? 3. ¿Hay necesidad de reconciliación en mi familia y en mi comunidad?

P. Fidel Oñoro, cjm

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